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El toque de oro ____________________________ Nathaniel Hawthorne

El toque de oro - Cuentos infantiles...Al rey Midas le gustaba el oro más que cualquier otra cosa del mundo. Apreciaba su corona real principalmente porque estaba compuesta de tan

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El toque de oro

____________________________ Nathaniel Hawthorne

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Érase una vez un hombre muy rico, queademás era rey. Se llamabaMidas. Tenía unahija,delacualnadiemásqueyohaoídohablarycuyonombrenuncahesabido,omejordicho,he olvidado. Así es que, como me gustan losnombres extraños para las niñas, me parecebienllamarlaDoradina.

Al rey Midas le gustaba el oro más quecualquier otra cosa del mundo. Apreciaba sucorona real principalmente porque estabacompuestade tanpreciosometal.Poseeroro,muchooro,eralaambiciónmásgrandedelreyMidas. Si algo había en la Tierra que quisiesemásqueeloro,era lapreciosaniñita, suhija,quejugabaalegrementejuntoasutrono.Pero,cuantomás laquería,másansia leentrabadeadquirir, buscar y amontonar riquezas.Pensaba tontamente que lo mejor que podíahacerporaquellaniñaaquientantoqueríaeraamontonar para ella inmensas cantidades demonedas amarillas y brillantes. Así que jamáspensabaenotracosa.Siporcasualidadmirabapor un momento las nubes doradas que seforman al ponerse el sol, solo deseaba quefuesendeoroverdaderoparapoderguardarlas

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ensucofre.CuandoveníaDoradinasaltandoyriendo a buscarle con un ramo de floresamarillasdelcampoenlamano,loúnicoqueledecíaera:

—¡Bah! ¡Bah, hijita! Si esas flores fueran deoro, comoparecen, entonces sí que valdría lapenarecogerlas.

Y,sinembargo,elreyMidas,cuandoerajoveny no estaba completamente dominado por elenfermizo deseo de riquezas, había sido muyaficionadoalasflores.Habíaplantadounjardíndonde crecían las rosas más grandes yhermosasquehayavistouolidoningúnmortal.

Las rosas seguían creciendo en el jardín, tanbellas, tan grandes y tan fragantes comocuando Midas solía pasarse horas enterasmirándolas y gozando de su perfume. Peroahora, si las miraba, era solo para calcularcuántomásvaldríael jardínsicadaunodelosinnumerables pétalos de las rosas fuese unaláminadeorofino.Y,aunquetambiénenotrostiempos fue muy aficionado a la música (apesarde lahistoriaquecuentaquesusorejasseparecíanalasdelosburros),laúnicamúsica

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agradableahoraparaelpobrereyMidaseraeltintineodelasmonedas.

Porfin(porquelagentesevuelvecadadíamástonta, a no ser que tenga buen cuidado dehacerse cada día más y más cuerda), el reyMidas llegó a ser tan poco razonable que nopodíavernitocarcosaquenofuesedeoro.Yadoptó la costumbre de pasar gran parte deldíaenunahabitaciónoscuraysubterránea,enlos sótanos de su palacio. Allí guardaba susriquezas.Enaquelagujerofeísimo,queapenaspodía servir de calabozo, se encerraba el reyMidascuandoqueríasercompletamentefeliz.

Después de cerrar cuidadosamente la puerta,cogíaunsaco llenodemonedasdeoro,ounacopa de oro, grande como una palangana; ouna barra de oro pesadísima, o un celemínlleno de polvo de oro, y los llevaba desde losrinconesoscurosdelcuartohastaelúnicositiodondecaíaunrayodesol,brillanteyestrecho,desde un tragaluz. Le deleitaba aquel rayo desol,únicamenteporquesinsuayudanopodíaverelbrillodesutesoro.Luegoremovíaconlasmanoslasmonedasdelsaco,otirabalabarraalo alto y la recogía al caer, o hacía que se

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deslizara entre sus dedos el polvo de oro, omiraba la imagenextrañade su cara reflejadaen la bruñida circunferencia de la copa, y sedecía: «¡Oh, Midas, riquísimo rey Midas, quéhombretanfelizeres!».Peroeramuygraciosover cómo la imagen de su rostro le hacíamuecas desde la pulida superficie de la copa.Se diría que aquella imagen comprendía cuánneciaerasuconductayseburlabadeél.

Midasdecíaqueeraunhombrefeliz,peropordentrosentíaquenoloeradeltodo.Nopodríallegar a la felicidad completa hasta que elmundo entero se convirtiese en un inmensoguardatesoros y estuviese lleno de amarillometal,quefuesetodosuyo.

No necesito recordar a niños tan instruidoscomo vosotros que allá en los tiemposantiguos, muy antiguos, cuando vivía el reyMidas,pasabancosasqueennuestrostiemposyennuestropaísnospareceríanmaravillosas.Por otra parte, ahora suceden muchísimascosas que no solo nos parecenmaravillosas anosotros, sino que a las personas de lostiemposantiguos lashabríandejadociegasdeasombro. Yo, pormi parte, creoquenuestros

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tiempos son mucho más extraños que losantiguos;pero, seaesto como sea, sigamoselcuento.

Un día estaba Midas gozando de lacontemplación de sus tesoros en el oscurosubterráneo cuando vio que una sombra caíasobre los montones de oro, y mirando derepentehaciaarribaseencontrólafiguradeundesconocido erguido precisamente en elbrillanteyestrechorayodesol.Eraunjovendecara alegre y sonrosada. Quizá porque laimaginación del rey Midas ponía un tinteamarillosobretodas lascosas,oporcualquierotro motivo, no pudo evitar pensar que lasonrisaconqueeldesconocidolomirabateníaunaespeciederadiacióndorada.Loseguroesque, aunque la figura interceptaba el rayo desol, los tesoros amontonados brillaban másquenunca.Hastalosmásremotosrinconesdelcuartoparticipabandelmisteriosoresplandoryparecían iluminados cuando el desconocidosonreía, como si hubiese en ellos llamas ochispas.

Como Midas sabía que había cerradocuidadosamente la puerta con llave y que no

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habíamortal capazdepenetraren laestanciadonde guardaba sus tesoros, sacó enconsecuenciaqueelvisitanteeraalgomásqueunmortal.Nohacefaltadecirossunombre.Enaquellos días, cuando la Tierra erarelativamente nueva, se suponía que debíanvenir a visitarla de cuando en cuando seresdotadosdepoderessobrenaturales,quesolíaninteresarse por las alegrías y las penas de loshombres, las mujeres y los niños, medio enbroma y medio en serio. Midas ya habíatropezadoantesconseresdeesa índole,ynoledisgustabaencontrarseconellos.Elaspectodel forastero era tan regocijado, tan amable,casi demasiado bondadoso, que habría sidopocorazonablesospecharqueveníaconmalasintenciones.Eramásqueprobablequeviniesea hacer un favor al rey Midas. Y ¡qué favorpodría ser, sino aumentar sus montones detesoros!

El desconocido contempló toda la estancia. Y,cuandosubrillantesonrisahuboresplandecidosobre todos los objetos de oro que allí había,sevolvióhaciaMidas.

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—Eres un hombre rico, amigo Midas —observó—. Me parece que no habrá en laTierra otras cuatro paredes en las que seguarde tanto oro como el que tú hasconseguidoamontonaraquí.

—He hecho lo que he podido… lo que hepodido… —respondió Midas en tonodescontento—.Pero,alfinyalcabo,estonoesnada si se considera que he dedicado la vidaentera a reunirlo. Si pudiera vivir mil años,tendríatiempoparallegaraserricodeveras.

—¡Cómo! —exclamó el desconocido—.¿Todavía no estás satisfecho?Midasmovió lacabeza.

—¿Y con qué te contentarías? —preguntó elforastero—. Solo por curiosidad me gustaríasaberlo.

Midas se puso a meditar. Tuvo elpresentimientodequeaqueldesconocido,consulustredoradoenlacaraysusonrisadebuenhumor,habíavenidoconpoderyconintenciónde satisfacer sus mayores deseos. Porconsiguiente,había llegadoelfelizmomentoyno teníamásquehablarparaobtener todo lo

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posible, o al parecer imposible, que se leocurriese pedir. Así es que pensó, pensó ypensó, y amontonó en su imaginaciónmontañas y montañas de oro sin llegar afigurarse una lo bastante grande parasatisfacerleporcompleto.

Porúltimo,seleocurrióunaidealuminosa.Leparecía tan brillante como el esplendorosometalquetantoamaba.

Levantandolacabeza,miróaldesconocidoalacara.

—Vamos,Midas—observó el visitante—; veoque por fin has pensado algo en que puedasatisfacerteporcompleto.Dimeloquedeseas.

—Solo esto—respondióMidas—. Estoy hartode que me cueste tanto trabajo reunir mistesoros y de ver que después de tantocansarmeaumentantandespacio.

¡Deseoquetodo loquetoqueseconviertaenoro!

La sonrisa del desconocido se hizo tan ampliaqueparecióllenarelsubterráneo,comounsolquebrillaraenunsombríoyhondovalledondelas amarillas hojas del otoño (porque esto

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parecían los pedazos de oro) estuviesenesparcidasporelsuelo,reflejandosuluz.

—¡El toque de oro! —exclamó—.Verdaderamente, amigo Midas, eres hombrede imaginación. Pero ¿estás completamentesegurodequeconesotequedarássatisfecho?

—¡Completamente…!—dijoMidas.

—¿Ynuncatearrepentirásdeposeeresedon?

—¿Porquéhabíadearrepentirme?—preguntóMidas—. Es lo único que pido para sercompletamentefeliz.

—Entonces, hágase como deseas—respondióel forastero moviendo la mano en señal dedespedida—. Mañana al salir el sol teencontrarásdotadoconeltoquedeoro.

El rostro del desconocido se puso entoncesextraordinariamente brillante y Midas, a supesar, tuvo que cerrar los ojos. Al volver aabrirlosnoviomásqueelúnicorayodesolenel subterráneo, y a su alrededor el fulgor delprecioso metal que había dedicado toda suvidaareunir.

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La historia no dice si Midas durmió aquellanochetanbiencomodecostumbre.Dormidoodespierto,suespírituestabaprobablementeenelmismoestadoqueeldeunniñoaquiensehaprometidoporlamañanaunjuguetenuevo.Apenas acababa de asomar el día por encimade los montes y el rey ya estabacompletamentedespierto;extendió losbrazosfuera de la cama y empezó a tocar cuanto seencontraba a su alcance. Estaba impacientepor probar si realmente le había llegado eltoque de oro, según la promesa deldesconocido. Para convencerse pasó el dedoporlasillaqueestabaalacabeceradelacamay sobre otros varios objetos; pero tuvo unatristedesilusiónalverquecontinuabansiendode la misma sustancia que antes. Entoncestemió que la visita del brillante desconocidohubiese sidoun sueñooque,aunquehubiesevenido de veras a visitarlo, solo lo hubierahechoparareírsedeél.¡Quécosatantriste,sidespués de tantas esperanzas el rey Midashubiese tenido que contentarse con el pocooroquepudiese juntarpormediosordinarios,enlugardecrearloconsolotocarlascosas!

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Mientraspensabaesto,aúnestaba lamañanagris,conunsolorayobrillantealolargodeunanube, queMidas no alcanzaba a ver. Volvió aecharse en la cama,muy desconsolado por ladecepción de sus esperanzas, y se fueponiendo cada vez más triste, hasta que elprimerrayodesolpasóatravésdelaventanayvinoadorareltecho.AMidasleparecióqueaquel brillante y amarillo rayo de sol sereflejaba de modo extraño sobre la colchablanca de su cama. Mirando más de cerca,¡cuál no sería su asombro y su alegría al verqueeltejidodehilosehabíatransformadoenotro que parecía ser del oro más puro ybrillante!¡Eltoquedeorolehabíallegadoconelprimerrayodesol!

Midas se incorporó en una especie de gozosofrenesí y echó a correr por la habitación,tocando cuanto encontraba a su paso. Tocóuno de los barrotes de la cama einmediatamente se convirtió en estriadolingotedeoro.Descorrióuna cortinapara vermejortodaslasmaravillasqueestabaobrandoylaborlaseleconvirtióentrelasmanosenunmontóndeoro.Cogióunlibrodeencimadela

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mesa. Al primer contacto se convirtió en elvolumen más ricamente encuadernado ydoradoquesehayavistonunca;pero,alpasarlosdedossobre lashojas, ¡ay!,seconvirtieronestasenunmontóndedelgadasplacasdeoro,en las cuales eran ilegibles todas las sabiasletras del libro. Se apresuró a vestirse y sequedó encantado al verse con un magníficotraje de tela de oro que conservaba suflexibilidadysusuavidad,aunquelepesabaunpocomás que de costumbre. Sacó el pañueloque su hijita había bordado para regalárselo.También se transformó: las puntadasprimorosasquehabíahecho laniñacon tantocuidadoeranahoradehilodeoro.

Apesardetodo,estaúltimatransformaciónnodejó del todo satisfecho al rey Midas. Habríapreferido que el regalo de su hija se hubieseconservado siempre como cuando, subida ensusrodillas,selodioconunbeso.

Peronoeracosadeafligirseporunapequeñez.Midas sacó susgafasdelbolsillo y se laspusoen la nariz para vermejor cuanto le rodeaba.En aquellos tiempos aún no se habíaninventado las gafas para el común de los

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mortales, pero los reyes, sin duda, ya lasusaban; porque, si no, ¿de dónde iba ahaberlas sacado Midas? Con gran asombro,notó que aunque los cristales eran excelentesnoveíanadaatravésdeellos.Eralacosamásnatural del mundo, porque, al tocarlos, lostransparentes cristales se habían convertidoendiscosdeamarillometal,yporlotantoeraninútiles como lentes, aunque como orovaliesenbastante.

A Midas le molestó pensar que, con toda suriqueza, ya nunca podría conseguir un par delentesquelesirvieranparaalgo.

«Pero,alfinyalcabo,quémásda—sedijoconmucha filosofía—.No podemos tener un granbeneficio que no vaya acompañado de algúnligeroinconveniente.Eltoquedeorobienvaleel sacrificiodeunparde lentes,yaquenodelos ojos. Los míos me servirán para los usosordinarios de la vida, y mi hijita Doradinapronto será lo suficientemente mayor paraleermetodosloslibrosquenecesite».

El sabio reyMidas estaba tan contento de subuenasuertequeelpalacioleparecíapequeñopara contenerla. Por consiguiente, bajó las

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escaleras y sonreía al observar cómo labalaustrada y el pasamanos se ibanconvirtiendoenorobruñido,segúnlostocaba.Levantó el picaporte de la puerta —era debronceunmomentoantes,perofuedeoroencuantosusdedoslotocaron—ysalióaljardín.Encontró en él, como de costumbre,muchísimas rosas: unas completamenteabiertas, otras en capullo. Su fragancia en elairematutino era exquisita. Su color delicadoera una de las más bellas cosas que sepudieran ver; tan amables, tanmodestas, tanllenasdetranquilidadparecíanaquellasflores.

PeroMidas sabía elmodo de hacerlasmuchomáspreciosas, segúnsumododepensar,queninguna otra rosa que hubiese en el mundo.Para conseguirlo se tomó lamolestia de ir derosal en rosal y ejercitó su toque de oroinfatigablemente, hasta que todas las flores ytodos los capullos, y hasta los gusanillos quehabía en el corazón de algunas de ellas, seconvirtieron en oro. Cuando estabaterminandoestafaena,llamaronalreyMidasadesayunar; y, como el aire de la mañana le

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había despertado el apetito, se apresuró avolverapalacio.

EnquéconsistíageneralmenteeldesayunodeunreyenlostiemposdeMidasescosaquenosé,ynopuedodetenermeahoraainvestigarlo.Supongo,sinembargo,queaquellamañanaeldesayunoconsistíaenpanecilloscalientes,unahermosa trucha, patatas asadas, huevosfrescos pasados por agua y café para el reyMidas, y un tazón de sopas de leche para suhija Doradina. Creo que este desayuno esbastante para un rey, y a mí me parece quefueseesteonoelqueelreyMidassolíatomar,ciertamenteeraexquisito.

Doradina no había llegado todavía. Su padremandóquelallamasenysentándosealamesaesperó a que la niña llegara para empezar adesayunar.ParahacerjusticiaalreyMidas,hayque decir que quería de veras a su hijita, ymuchomásaquellamañana,puesestabamuycontento por la buena suerte que le habíasobrevenido.Pocodespués laoyó llegar;peroDoradina venía llorando amargamente. Estacircunstancia le sorprendiómucho, porque suhijita eraunade las niñasmás alegresque se

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hayan vistonuncaenundíade verano, y conlas lágrimasquesolía llorarendocemesesnosehubiesepodidollenarundedal.

Cuando Midas oyó sus sollozos, decidióconsolarla dándole una sorpresa agradable, einclinándosesobrelamesa,tocóeltazóndesuhija (que era de porcelana con figuritas muylindas)yloconvirtióenororeluciente.

Doradina,muydesconsolada,abriólapuertayse presentó ante su padre limpiándose laslágrimas con el delantal y sollozando como siselerompieseelcorazón.

—¿Qué es eso, hija mía?—exclamóMidas—.¿Qué te pasa, hoy que la mañana es tanhermosa?

Doradina, sin quitarse el delantal de los ojos,alargó una mano, en la cual tenía una de lasrosasquesupadreacababadetransformar.

—¡Muy bonita! —exclamó su padre—. ¿Quéhay en esamagnífica rosa que pueda hacertellorar?

—Papá —respondió la chiquilla, llorando amares—, no es bonita: es la flor más fea delmundo.Encuantomehevestido,hebajadoal

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jardína cortar rosaspara ti,porque séque tegustan,yquetegustanmáscuandotelascortatu hijita. Pero ¿a que no sabes lo que hasucedido? Una desgracia muy grande, muygrande.¡Todaslasrosastanbonitas,queolíantanbienyteníantantoscolores,sehanechadoaperder!Sehanpuestoamarillascomoesta,ynohuelenanada.¿Quéleshabrápasado?

—Bueno,hijita,nolloresporeso—dijoMidas,a quien le dio vergüenza confesar que habíasido él el responsable del cambio que tantoafligíaa laniña—.Siéntateycómete lassopasdeleche.Yaverásquéfácilescambiarunarosade oro como esa, que dura por lo menoscientosdeaños,porunavulgar,quesedeshojaenundía.

—Noquiero rosas comoesta—dijoDoradina,tirándoladespectivamente—.Nohueleanada,yconestospétalostandurosmearañalanariz.

La niña se sentó a la mesa; pero estaba tanapuradaporlasrosasmarchitasquenoreparóen la transformaciónmaravillosa del tazón deporcelana. Y más valió así. Porque Doradinaestaba acostumbrada a divertirsemirando lasfigurillas raras y las casas y los árboles tan

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extrañosqueestabanpintadosenlasuperficiedel tazón, y todos aquellos adornos habíandesaparecidoeneltonoamarillodelmetal.

Midassehabíaservidomientrastantounatazadecafé;naturalmentelacafetera,quenosédequé metal era cuando la cogió, se habíaconvertido en oro cuando volvió a dejarlasobre la mesa. Pensó un momento que erademasiado lujo para un rey de costumbresmodestas como las suyas tener vajilla de oropara el desayuno, y empezó a pensar en elmucho trabajo que iba a costarle guardar yconservar todos sus tesoros. El aparador y lacocina no le parecían sitios bastante segurospara guardar cosas de tanto valor comotazonesycafeterasdeoro.

Con estos pensamientos se llevó a los labiosunacucharadadecafé,yal sorberlasequedóatónito; en el instante en que sus labiostocaron el líquido, este se convirtió en oroderretido, y un instante después se solidificó,formandounterróndorado.

—¡Ah!—exclamóMidascasiconhorror.

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—¿Qué te pasa, papá? —preguntó Doradina,mirándole,aúnconlágrimasenlosojos.

—¡Nada,miniña,nada!—dijoMidas—.Tomalalecheantesdequeseenfríe.

Sesirvióunadelastruchas,yparaprobartocólacolaconeldedo.Congranespantovioquese convertía, de trucha admirablemente frita,en unpez dorado, perono comoesos que sesuelen ver en las peceras y estanques. No,porque era un pez de metal y parecía hechocon todo primor por el mejor joyero delmundo. Las espinas eran ahora alambritos deoro; las aletas y la cola eran delgadísimasplacasdeoro;conservabahastalasmarcasdeltenedor, y tenía toda la apariencia delicada yligera de un pez bien frito, exactamenteimitadoenoro.Cosamuybonita,comopodéissuponer,peroelreyMidasenaquelmomentohabría preferido tener en el plato una truchade veras, y no aquella primorosa y valiosaimitación.

«No comprendo —se dijo— cómo voy aarreglármelasparadesayunar».

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Cogióunodelospanecilloscalientesy,apenaslopartió,congranmortificaciónsuya,sepusoamarillo(aunqueeradelaharinadetrigomásblanca), mucho más amarillo que si hubiesesido pan demaíz. En realidad, si hubiera sidopandemaíz lehabríagustadoaMidasmuchomás que entonces, pues el brillo y el peso lehicieroncomprender,singénerodeduda,queera de oro. Casi desesperado, se sirvió unhuevo pasado por agua, que inmediatamentesufrióuncambioanálogoalosdelatruchayelpanecillo.Lociertoeraelhuevoparecíaunodelosquesolíaponerlagallinadelafábula.

«¡Vaya dilema! —pensó, recostándose en elrespaldodelsillónymirandocasiconenvidiaasu hijita, que estaba tomando sus sopas deleche con gran satisfacción—. ¡Un desayunotanricosobrelamesaynopoderprobarniunbocado!».

Esperando que a fuerza de darse prisa podríaevitar el grave inconveniente, el reyMidas seechó sobre una patata caliente e intentótragárselaa todaprisasin tocarlacon laboca.Peroel toquedeoroeramásrápidoqueél.Yse encontró con la boca llena, no por una

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patata harinosa, sino por un pedazo demetalsólidoquelequemólalenguadeunmodotanhorrorosoqueempezóadaralaridosyasaltarypatalearportodalasala,tantolequemabaydolía.

—¡Papá! ¡Papá!—exclamó Doradina, que eraunaniñamuycariñosa—.¿Quétepasa,papá?¿Tehasquemadolalengua?

—¡Ay, hija mía! —murmuró Midastristemente—.¡Noséquévaaserdetupobrepadre!

Y, en verdad, ¿habéis oído caso máslamentable en toda vuestra vida? Teníadelante el desayuno más rico que puedaservirseenmesaderey,ysumismariquezalovolvía totalmente inservible. El labrador máspobre,sentadodelantedeunpedazodepanyunvasodeagua,estabamuchomejor servidoque el rey Midas, cuyos delicados manjaresvalían literalmentetantoorocomopesaban.Y¿quéibaahacerél?YaalahoradeldesayunoMidasteníamuchísimoapetito.¿Acasotendríamenos a la hora de comer? Y figuraos quéhambre de lobo tendría a la hora de la cena,que consistiría, sin duda, en manjares tan

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indigestos como los que entonces teníadelante.

¿Cuántos días podría sobrevivir a un régimentansustancioso?

Estas reflexiones turbaron de tal manera alatribuladoreyqueempezóaponerendudasi,después de todo, eran las riquezas lo únicodeseabledeestemundo,olomásdeseabledetodo. Pero esto no fue más que unpensamiento pasajero. Tan fascinado estabaconelbrillodelmetalamarilloquenohubiesequerido renunciar al toque de oro porconsideración tan mezquina como la de undesayuno. ¡Qué precio por unos cuantoscomestibles! ¡Y, además, perder tantosmillones! ¡Es decir, cambiarlosporuna truchafrita y un huevo, una patata, un panecillocalienteyunatazadecafé!

«¡Seríademasiadocaro!»,pensóMidas.

Sin embargo, tales eran su hambre y laperplejidad de la situación que volvió aquejarse en voz alta y con gran tristeza.NuestralindísimaDoradinanopodíasoportarlomás. Observaba a su padre, intentando con

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todo el poder de su entendimientocomprender qué le pasaba. Luego sintió undeseosuavey tristedeconsolarle, saltódesusillaycorriendohaciaelrey,supadre,lerodeólaspiernasconlosbrazos.Élseinclinóadarunbeso a la niña y entonces comprendió que elamordesuhijavalíamilvecesmásquetodoloquehabíaganadoconeltoquedeoro.

—¡Doradina, hijita, preciosa mía! —exclamó.PeroDoradinanorespondió.

¡Ay, qué había hecho! ¡Cuán fatal era el donque el desconocido le había otorgado! En elmomentoenqueloslabiosdeMidastocaronlafrente de su hija se obró en ella un cambioterrible.Susuaveysonrosadorostro,tanllenode cariño, se puso amarillento, y lágrimasamarillas se habíanpegado a susmejillas. Sushermosos rizos oscuros tomaron el mismocolor. Todas sus tiernas y blandas formas sevolvieronduraseinflexiblesentrelosbrazosdesu padre, que la rodeaban. ¡Oh, terribledesdicha! Víctima de su insaciable deseo deriqueza, había convertido a su propia hija enunaestatuadeoro…

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Puesunaestatuaerayaaquellabellísimaniña,ysuúltimayatónitamiradadecariño,depenayde lástima,endurecidaycomotalladaensurostro,eralacosamásbonitaytristequeojosmortales hubieran visto nunca. Todas lasfacciones y todos los detalles y peculiaresgracias de Doradina estaban en su estatua;hasta un encantador hoyito que tenía en labarbilla y que embellecía delicadamente susrasgosfisonómicos.Pero,cuantomásperfectoera el parecido, mayores eran la agonía ydesesperación del rey Midas al contemplaraquella imagen de oro que era lo único quequedaba de su hijita. Siempre que Midasacariciabaasuhijita,solíadecirle:

«¡Vales más oro que pesas!». La frase,desgraciadamente, era ahora literalmentecierta, y el dolorido monarca comprendía,aunque demasiado tarde, cuán infinitamentemásvaleuncorazónamanteycompasivo,quele tenga a uno cariño, que todas las riquezasque puedan amontonarse entre el cielo y latierra.

Sería demasiado triste contaros cómo Midas,ahora que tenía todo lo que había deseado,

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empezóaretorcerse lasmanosyamaldecirseasímismo.Y,comonopodíamiraraDoradinaniapartar losojosdeella,nopodía creerquesehubieraconvertidoenoro.Pero,volviendoamirar,veíalapreciosafiguritaconunalágrimaamarilla en sus mejillas de oro, y con unamirada tan compasiva y tan cariñosa queparecía que la misma expresión tuviese queablandareloroyconvertirloencarneotravez.Eso,desde luego,nopodía ser.AsíqueMidasvolvióaretorcerselasmanosyadesearserelhombremáspobredelmundo,silapérdidadetodas sus riquezas pudiera devolver al rostrodelaniñaeldesaparecidocolorderosa.

Cuando estaba en lo más tremendo de ladesesperación,deprontovioaundesconocidoen la puerta. Midas inclinó la cabeza sinpronunciarpalabra,porquereconociólamismafiguraqueselehabíaaparecidoeldíaantesenel subterráneo para otorgarle la desastrosafacultad del toque de oro. El rostro deldesconocido aún tenía la misma sonrisa, queparecía derramar amarillo lustre sobre laestancia,sobre la imagendeDoradinaysobre

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los demás objetos que habían sidotransformadosporeltactodeMidas.

—¡Eh, amigo Midas! —dijo el desconocido—.¿Quétaltevaconeltoquedeoro?

Midasmoviólacabeza.

—Soymuydesgraciado—dijo.

—¿Muy desgraciado, de veras? —exclamó eldesconocido—.¿Ycómoeseso?

¿Nohecumplido fielmente lapromesaque tehice? ¿No has tenido todo lo que tu corazóndeseaba?

—El oro no lo es todo en este mundo —respondió Midas—, y he perdido lo que micorazónqueríamásquenada.

—¡Ah!¿Demodoquedeayerahoyhashechoun descubrimiento? —observó eldesconocido—.Aver,aver.¿Cuáldeestasdoscosasteparecequevalemás:eldondeltoquedeoroounacopadeaguaclara?

—¡Oh, bendita agua! —exclamóMidas—. ¡Yanuncavolverásahumedecermisecagarganta!

—¿El toque de oro —prosiguió eldesconocido—ounpedazodepan?

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—Unpedazodepan—respondióMidas—valeportodoelorodelmundo.

—¿El toque de oro —preguntó eldesconocido—otuhijapalpitante,viva,suaveycariñosacomoerahaceunahora?

—¡Oh!¡Mihijita,mihijita!—exclamóelpobreMidasretorciéndoselasmanos—.¡Nohubieradadoyoelhoyitoqueteníaenlabarbillaporelpoder de convertir toda la Tierra en unainmensaboladeoro!

—Eresmássensatoqueantes,reyMidas—dijoel desconocido—. Ya veo que en tu corazónaún hay carne y no se ha convertidototalmente en oro. Si así fuera, tu caso seríadesesperado. Pero aún pareces capaz decomprender que las cosas sencillas, las queestán al alcance de todo el mundo, valenmuchomás que las riquezas por las cuales seafanan y luchan tantos mortales. Dime ahorasinceramente:¿deseasvertelibredeltoquedeoro?

—¡Loodio!—respondióMidas.

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Una mosca se le posó en la nariz; peroinmediatamentecayóalsuelo;tambiénellasehabíaconvertidoenoro.Midasseestremeció.

—Entonces —dijo el desconocido—, ve ybáñate en el río que pasa por detrás de tujardín.Tomauncántarodeaguayverociandocon ella cada uno de los objetos que deseesque vuelvan a su antigua sustancia. Si hacesesto con buen deseo y sinceridad, puede querepares el daño que has causado con tuavaricia.

El rey Midas se inclinó profundamente y,cuando levantó la cabeza, el relucientedesconocidohabíadesaparecido.

Comprenderéis fácilmente que Midas noperdióeltiempoyfueabuscarungrancántarode barro; pero ¡ay de mí!, en cuanto lo tocódejódeserbarro.Detodosmodoscorrióhastalaorilladel río. Según iba cruzandoel huerto,queestabaplantadodegrosellasyframbuesas,era maravilloso ver cómo el follaje se poníaamarillo, como si hubiese pasado por allí elotoño. Al llegar al río se tiró de cabeza sindetenersesiquieraaquitarseloszapatos.

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—¡Puf,puf,puf!—resoplóelreyMidasalsacarla cabeza del agua—. Está bien. Este es unbaño refrescante y supongo que me habrálavadoporcompletoyquitadoeltoquedeoro.Ahora,allenarelcántaro.

Metió el cántaro en el agua y se le alegró elcorazónalverloconvertirse,deoroqueera,enelmismohonradocántarodebarroquehabíasido antes de que lo tocara. También notabauncambiodentrodesímismo.Eracomosi lehubiera quitado del pecho un peso grande,duro y frío. Sin duda su corazón había idoperdiendo poco a poco su sustancia humanatransmutándose en metal insensible; peroahora iba ablandándose, era de carne denuevo.Viendounavioletaquecrecíaalaorilladelrío,Midaslatocó,ynocupoensídegozoalverque ladelicada florconservabasucolorcaracterístico, en vez de tornarse amarillabrillante.Lamaldicióndeltoquedeoro,porlotanto,sehabíaapartadodeél.

El reyMidas se apresuró a volver a palacio, ysupongoquealgunoscriadosnoentenderíanloquepasabaalverasurealdueñollevandotancuidadosamente un cántaro de agua. Pero

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aquella aguaque ibaadeshacer todoel dañoquehabíacausadosu locuraeramáspreciosaparaMidas que un océano de oro líquido. Loprimeroquehizo,casinohacefaltadecirlo,fueechar agua a manos llenas sobre la doradafiguradesuhija.

Apenas cayó el agua sobre ella, os hubieseisreídoalvercómovolvíaelcolorderosaasusmejillas. ¡Y cómo empezó a estornudar y asacudirse! ¡Y qué asombrada se quedó alencontrarsetodamojadayverasupadrequeseguíaechándoleaguaencima!

—¡Basta, papá! ¡Por favor, no más! —exclamó—. Mira lo que has hecho con mivestidonuevo,tanbonito.¡Yloestrenohoy!

Doradina no sabía que había sido durante unratoestatuadeoro;nopodía acordarsede loque había sucedido desde ese momento enquecorrióconlosbrazosabiertosaconsolaralpobrereyMidas,supadre.

A este no le pareció necesario contar a suqueridahijacuánlocohabíasido,perodecidiódemostrar que ahora eramuchomás cuerdo.Para esto llevó a Doradina al jardín, donde

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echó el agua que quedaba sobre los rosales,con tan buena suerte que más de cinco milrosas recobraron su hermoso color. Hubo doscircunstancias,sinembargo,quemientrasvivióconservaronparael reyMidasel recuerdodeltoque de oro. Una fue que las arenas del ríobrillabancomoeloro, y laotraqueel cabellodeDoradinateníaahoraunreflejodoradoquenunca había observado en él antes de que sehubiese transformado por efecto de su beso.Este cambio era, en realidad, paramejor, y elcabellodeDoradinaeramuchomásbonitoqueantes.

Cuando el rey Midas se hizo ya muy viejo yteníaaloshijosdeDoradinasobresusrodillasjugando a los caballitos, le gustaba contarlesestecuentomaravilloso,casicomoahoraoslocuento yo. Y, cuando acariciaba sus rizos deseda,lesdecíaquesucabellotambiénteníaunbonitoreflejodeoro,quehabíanheredadodesumadre.

—Yparadeciroslaverdad,queridosniñosmíos—comentaba el reyMidas, haciendo cabalgarvivamente a sus nietecitos—, desde aquella

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mañanadetestoveroro,exceptoenelcabellodevuestramadre.

FIN

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