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Eliahu Toker...de Jehová, la mayoría de la población judía de mediados del siglo pasado se veía sometida a un absurdo régimen social que la pluma de Peretz fustigó sin piedad,

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Eliahu Toker

Albert Einstein dijo que el crecimiento intelectual debe comenzar con el nacimiento y finalizar con la muerte. Puede decirse que Eliahu Toker (1934-2010) obedeció la fórmula al pie de la letra. Fue un verdadero intelectual toda su vida y no dejó de serlo hasta el último suspiro.

Amaba los libros con una pasión inusual. Gozaba hablando de títulos, ediciones y autores. Es probable que haya sido uno de los escritores argentinos con mayor autoridad en materia de literatura idish y hebrea. Me honró con su amistad, su confianza y su entusiasmo.

En su condición de asesor editorial, Eliahu le imprimió a la Biblioteca Digital de la Fundación Wallenberg un ritmo vertiginoso que permitió sumar numerosos títulos en muy pocos meses.

Entre los logros de su valioso aporte se pueden mencionar “El resplandor de la palabra judía”, “Iluminaciones de los Salmos”, “Cantar de los cantares”, “Pirkei Avot”, “Génesis”, de Máximo Yagupsky y muchas otras obras que serán presentadas en los próximos meses.

Echaremos de menos su inteligencia y su maravillosa sonrisa. Su ausencia se hará sentir en una época en la cual la palabra, la materia prima del intelecto, ha sido devaluada a mero instrumento de intercambio, objeto funcional para la comunicación veloz pero también intrascendente.

Baruj Tenembaum

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helena
Typewritten Text
Dedicado a la memoria de Catalina Nusenovich
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PRESENTACION DE I. L. PERETZ

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A D Á N Y E V A

los treinta años de su muerte continúa siendo I. L. Peretz la figura central de la literatura judía. No porque no hayan surgido, después de él, autores de relieve. Los ha habido, sin duda, y de gran envergadura. La misma literatura judia, tomada en su conjunto, es, en estos momentos, mucho más densa, más variada y compleja que en los días en que la dejara Peretz. Y sin embargo,

no ha habido desde entonces un escritor que concentrase en si, como él, todos los hilos de esa literatura, que encarnase su alma, que fuese su eje y su símbolo. Y es que Peretz no fué solamente un escritor eminente, sino también un gran espíritu, un innovador incesante, un propugnador, una fuente siempre en renovación.

Por esta razón, tal vez, ha sido el más notable y personal de los

escritores judíos, el que, no obstante su afición a las formas literarias y a las preocupaciones ideológicas europeas, ha sabido ahondar como pocos en el alma peculiar de su pueblo.

Iniciado como realista, bajo la influencia de los escritores europeos entonces en boga, sobre todo de los rusos y polacos, pasó Peretz por diversas etapas, cultivó distintas formas, destacándose en el terreno del romanticismo nacional, que tuvo su expresión en sus relatos jasídicos, en sus leyendas de corte folklórico y en algunos de sus dramas. Tendía a la búsqueda de las almas nobles, íntegras, moralmente perfectas. Y esto creyó hallarlo en las individualidades simples, en los hombres del pueblo, ignorantes de saber, pero dotados de un profundo sentido moral, del don del sacrificio por su fe, cualquiera que ella fuese. Buscaba Peretz al judío ideal, al judío sabático, al que sabe menospreciar la realidad para elevarse al limbo de la integridad moral. Por eso internóse tanto en el análisis del alma de sus personajes, descuidando su aspecto externo. La descripción del ambiente en que vivían, de la indumentaria que empleaban o de sus rasgos físicos peculiares le interesaba poco; lo

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que más le preocupaba era su estado psíquico, sus inquietudes, sus problemas psicológicos. Lo ético, más que lo estético, absorbía preferentemente su atención.

Nació Peretz en 18 52, en Zamocz,"Polonia, famosa en la historia judía por sus hijos ilustres. De familia muy religiosa, frecuentó, como todos sus coetáneos, la escuela! israelita clásica, "el jeder". Allí nutrió su espíritu infantil con graves sentencias talmúdicas, y a los tres años, refiere en sus admirables memorias, recitaba ya párrafos del Pentateuco, sin poder todavía pronunciar correctamente las palabras. Era sin duda un niño precoz y sus padres soñaban con hacer de él un rabino, honra y gloria de la familia. Pero estaba previsto que ese muchacho enclenque, que con tanto afán profundizaba la árida ciencia rabínica, fuera un día el azote de la gente que hacía de la fe religiosa una profesión. Niño aún, llegó a sus manos, por casualidad, una biblioteca, que devoró con avidez. En un libro de física que halló en ella aprendió el alemán, y con un viejo tratado de medicina en la mano hizo diagnósticos, con el resultado para los pacientes que es de imaginarse. Luego se impregnó de una cultura amplia, variada, profunda. Hombre ya, se radicó en Varsovia, donde ocupó un puesto en la Comunidad israelita hasta su muerte, acaecida en 1915. Desplegó gran actividad literaria, fundando numerosas revistas, en las cuales dió a conocer a nuevos escritores, como Pinsky, Reisen, Asch, Vaisenberg y otros, a quienes él descubrió y ha estimulado.

Peretz se inició en la literatura en 1877, y siguiendo la costumbre de la época, escribió en hebreo, idioma clásico que su talento enriqueció con nuevas formas. Pero el castizo escritor hebraico comprendió que su obra seria infructuosa, ya que la mayoría del pueblo judio ignoraba el idioma histórico. Entonces se decidió a escribir en la lengua viva, el idisch. Es curioso observar que al principio Peretz veía en este lenguaje un simple instrumento para

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educar a la multitud y no le atribuyó valor artistico y probabilidades de evolucionar. Pero la convicción profunda de que sólo en idisch podía desarrollarse una literatura nacional trocó bien pronto su anterior desprecio en amor intenso al nuevo idioma. El estilo de Peretz, sencillo al principio, sufrió evoluciones felices, y llegó a ser, en sus últimos libros, original, 1 conciso, impresionista.

Sobresalió Peretz entre los autores judíos de su tiempo por su profunda originalidad, su riqueza de pensamiento, su inquietud ideológica, su maestría de estilo y por la obsesión que ejercía sobre él el aspecto moral de la vida. Era un escritor sintético, enjundioso, de estilo vivaz y lacónico, a ratos incisivo, demoledor, otras poético, ensoñador, pero siempre interesante, novedoso, inquietante.

Los predecesores de I. L. Peretz en la literatura idisch habían seguido en sus escritos una senda sencilla y rectilínea. Pintaban la vida y las costumbres de su pueblo con más o menos fidelidad, pero todos carecían de un ideal estético y de condiciones artísticas para reflejar las formas y las tendencias de la literatura europea. Además, su afán de moralizar e instruir no podía atraer a los lectores cultos, por lo que sus obras sólo eran leídas por la parte menos instruida del pueblo. La literatura incipiente en idisch, sin tradición artística, estaba condenada a no salir de los estrechos límites que sus primeros cultivadores le fijaron, si Peretz y algunos otros escritores no la hubieran encauzado por nuevos derroteros. Dotado de raro talento y consciente de su gran misión, Peretz se distingue como personalidad multiforme e interesantísima en las letras israelitas. Este carácter poligràfico de su obra se debió, aparte de su curiosidad intelectual, a la mengua de literatos; por eso, al mismo tiempo que cultivaba en si al artista, Peretz sostenía fiera lucha contra la ignorancia y el fanatismo. Fué simultáneamente sacerdote mayor y humilde sacristán en el templo de las letras.

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Peretz, aristócrata literario que jamás ha sacrificado el arte en aras del vulgo, fué, no obstante, quien más lo amaba, defendía y pintaba con mayor cariño. Tanto sus cuadros realistas como los cuentos jasídicos, las leyendas populares, las alegorías o sus artículos periodísticos llenos de sarcasmo, están impregnados de profunda simpatía hacia los deshere-dados. Son muchos los cuentos en que pinta con mano maestra y libre de toda tendencia la miseria horrible de la población judía, que tiene al hambre por amiga inseparable. Para conocer el estado social de su pueblo hizo Peretz a fines del siglo pasado una gira por el interior de Polonia, recogiendo sus impresiones en sus "Cuadros de viaje".

Como otros escritores judíos de su tiempo, reveló Peretz, en sus narraciones realistas, el fatídico espectro del hambre que se cernía sobre los ghettos y causaba allí estragos físicos y morales. En rasgos breves y enérgicos traza el cuadro sombrío del ghetto asolado por el hambre y por los prejuicios seculares, no menos fatídicos que aquél. Y dentro de ese tétrico escenario destácase la triste situación de la mujer judía, reducida a funciones subalternas, a proveer del sustento diario a su esposo, dedicado al estudio absorbente del Talmud.

Desde el joven ocioso absorbido enteramente por el estudio ("batlon") hasta el judío místico que soñaba con el advenimiento del Mesías; desde el jornalero que realizaba rudas faenas hasta la mujer que se desvivía trabajando para asegurar la tranquilidad de su esposo, oveja de Jehová, la mayoría de la población judía de mediados del siglo pasado se veía sometida a un absurdo régimen social que la pluma de Peretz fustigó sin piedad, ansiosa de reformarlo, de humanizarlo. Peretz fué, en este sentido, un autor de orientación social firme, categórica; quiso, valiéndose del arte, mejorar la situación del joven judío, de la mujer judía, de la sociedad judía en general. Pero no descendió para ello a la arena de la sátira sangrienta, de la burla despiadada, conforme lo hicieron algunos coetáneos suyos. Prefirió describir esa vida opaca,

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triste y mísera, para que su reflejo sirviera de ejemplo y de prevención a los que yacían en ella o que estaban al borde de hundirse en su medio.

Destaquemos algunos de los tipos de la triste realidad judía, descritos por Peretz. Ahí está, por ejemplo, el trágico protagonista de "El batlon loco", ese tipo negativo que se consagraba al estudio de la ciencia rabínica viviendo de la pública caridad. Era costumbre que cada habitante le ofreciera un día de hospitalidad por semana. Inclinado día y noche sobre los enormes infolios talmúdicos, lejos de su familia, mal alimentado, despreciado por todos, ese producto malsano de la sociedad israelita no tenía noción del mundo real e ignoraba lo que era la vida. Su imagen febril, incitada por libros místicos, su vida sedentaria y estéril, hacían del "batlon" un sujeto extravagante y a veces desequilibrado.

Extenuados física y espiritualmente por los ayunos frecuentes, los sufrimientos morales y las penitencias voluntarias, algunos de ellos aspiraban a un idealismo absurdo, esforzándose por librarse de las necesidades naturales mediante prácticas cabalísticas. Las mentes presas de ensueños fantásticos, persiguiendo un grado de éxtasis que los convirtiera en seres espirituales, incorpóreos, a semejanza de esas melodías que cantan interiormente, solas, sin música, sin palabras, esas vidas opacas, consecuencia enfermiza de una sociedad cristalizada y rutinaria, estaban destinadas-a caer en los lazos de la demencia, como el personaje del cuento mencionado, o a extinguirse de inanición, según ocurre en "Los cabalistas". Enclaustrado en su fanatismo religioso, el pueblo judío se había petrificado en la telaraña de sus creencias y costumbres permaneciendo inmutable y celosamente aferrado a ellas. La ignorancia y la miseria por una parte, la rígida moral y ciertos prejuicios seculares por otra, crearon normas de vida absurdas en demasía y que, a pesar de eso, nadie osaba violar. Deplorable era especialmente la triste condición de la mujer, que Peretz ha reflejado en numerosos cuentos de carácter realista y en algunos artículos de combate.

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En la vida judía de antaño el amor era un sentimiento desconocido casi. A los israelitas, educados en un ambiente que encumbraba el cerebro y denigraba el corazón, la mujer les parecía "más amarga que la muerte". Según ellos, la finalidad femenina se reduce a la virtud y a las ocupaciones domésticas. Convencidos de que la gracia es falaz y pasajera la hermosura, atribuían al bello sexo un lugar secundario en la vida. Y desde edad temprana todo jovenzuelo musitaba diariamente una oración de gratitud por haber sido creado varón y no mujer. Si alguien llegaba a enamorarse, mantenía en secreto sus sentimientos, pues sabía que su revelación podría perjudicarle. El destino de las jóvenes era fijado de antemano por los padres, quienes las hacían casar frecuentemente con individuos ajenos a su idiosincrasia. Las condiciones especiales de la vida israelita contribuían a sofocar en las mujeres los sentimientos amorosos, y si alguna de ellas estaba herida por los dardos de Cupido, su pobre corazón debía ceder ante las exigencias de la vida, durísimas para ella. Pero esas uniones forzosas no implicaban de manera alguna que la mujer se tornase infiel y se dejara arrastrar por sus inclinaciones amorosas.

En casi todas sus novelas la mujer judía es la que se afana por ganar el sustento, proporcionando al esposo, que lleva una existencia indolente, lo necesario para vivir. Él se pasa la vida en la sinagoga, entregado a la oración y a la lectura de los libros sagrados. La mujer lo respeta y teme, lo mima y cuida celosamente, ofreciéndole los mejores manjares, en tanto que ella se contenta con cualquier cosa. El acepta los obsequios con benevolencia y cree que esto le corresponde en buena ley. Si la miseria y la penosa carga del sustento llegan a exasperar la abnegación de la mujer y ante la indiferencia del marido se rebela, tratando de impedir que se entregue exclusivamente a ocupaciones pasivas, cual son sus inútiles estudios talmúdicos, basta entonces que él la reprenda para que ella acepte resignada el duro yugo del trabajo. ("Ira de mujer").

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La exigua instrucción de la mujer, por una parte, y la ya excesiva del varón por otra, acrecentaban más aún el abismo entre ambos. Toda su cultura la adquiría la mujer judía en ciertos libros de moral y novelas insulsas, mientras que el alimento espiritual del marido lo constituían la Biblia, el Talmud y sus comentarios, el Zohar y la frondosa literatura rabínica, sutil y abrumadora. La rígida ciencia rabínica no es asequible al espíritu femenino, y el marido que por complacer a su esposa le explica algunos pasajes del Talmud, observa con ironía que ellos no tuvieron otra eficacia que hacerla dormir. En cambio, cuando ella le recita de sus novelas, él se duerme. . . ("En la diligencia"). Dos mundos inconciliables, en el orden intelectual y moral, constituían la familia judía. El marido, fiel servidor de Jehová, llevaba una vida parasitaria, dedicada por completo al estudio, que debía servirle como pasaporte para conseguir un lugar preferido en la vida .de ultratumba, objeto final de su existencia. Y la mujer, ignorante, tímida, laboriosa, se consideraba indigna de su ilustrado consorte y se sacrificaba para mantener a la familia. Y como recompensa única de sus penurias acariciaba el consuelo de que, merced a la sabiduría y buenos hábitos de su esposo, ella también habría de ser premiada con un sitio en el Edén. Creencia cándida, sin duda, pero único bálsamo para su corazón lacerado. Esta falta de armonía en el seno de la familia debía ser puesta de relieve por el escritor. A él le incumbía elevar el espíritu de ambos cónyuges a un grado de cultura que los vinculase con más intimidad. Y éste fué uno de los objetivos de Peretz- En sus novelas y artículos realza el valor de la mujer y aboga por ella, la defiende contra los prejuicios sociales y religiosos, exhortando al hombre a comprenderla y a amarla.

Mas para el judío educado en un ambiente que le ha inculcado desde su infancia la convicción de su superioridad sobre la mujer, es el amor un sentimiento tan raro y contraproducente, que no halla para calificar al que lo experimenta otro epíteto que el de "loco". De extraviado mental tilda un judío en un cuento de Peretz a un amigo suyo que se

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niega a contraer segundas nupcias, por persistir en él el recuerdo de la bien amada extinta compañera. El atolondramiento en que se halla el infeliz viudo y su negativa de casarse nuevamente resultan incomprensibles para el bueno de su amigo, el cual siente por el cuitado una conmiseración-burlona. ("Si le dicen loco, créelo").

No obstante, en las capas sociales más humildes de la sociedad israelita, entre el elemento sencillo y rústico, el amor no es del todo desconocido. La vida de esta clase de gentes es, por lo común, más natural que la de los instruidos, y por consiguiente, menos desgraciada. Entre esos seres humildes, que dan libre expansión a sus sentimientos, no es raro ver idilios llenos de ternura. Y Peretz los ha descrito en diálogos conmovedores. ("En el entresuelo", "Paz doméstica", "Un sábado perturbado").

El mundo de los oprimidos, la clase modesta de la sociedad judía, el artesano, el jornalero, mereció, en general, la simpatía particular de Peretz. Tanto en sus relatos de esos ambientes, como en sus escritos periodísticos y en los artículos de vulgarización que escribió para esa capa social dejó traslucir en todo momento su profundo cariño por la masa popular. Ya en sus primeras narraciones realistas dedicó su atención al hombre de pueblo, a su mísera situación material y espiritual. Más tarde, a fines del siglo último, publicó una serie de periódicos destinados a ilustrar a la masa ("Iomtev-bletlej"), y en ellos insertó Peretz, bajo diversos pseudónimos, cuentos, versos, artículos de divulgación científica y de actualidad. Estuvo también en contacto con el incipiente movimiento socialista judío. En toda esta labor editorial y artística puso de manifiesto siempre un hondo amor a los pobres, a los humildes.

Pero no se redujo a esto la función de Peretz. Era un temperamento demasiado inquieto, un espíritu demasiado curioso para estancarse en un solo género literario, digamos el cuento realista, y para seguir únicamente la línea social. A medida que iba evolucionando en la vida

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y en el arte, fue cultivando diversidad de géneros y de escuelas, hasta que su recia personalidad adquirió rasgos propios e inconfundibles en ese romanticismo sui generis que marcó la última etapa de su producción literaria; no un romanticismo endeble y sentimental, sino uno que buscaba al hombre perfecto, al judío íntegro, al individuo dotado de alma superior, modesto en apariencia, humilde e insignificante en la vida real, pero grande por su concepción, por sus ansias de perfección moral.

Atribulado por la triste realidad de la vida judía y por la mezquindad moral de los hombres, buscó Peretz un refugio en el romanticismo esencialmente hebraico que el "jasidismo" y la leyenda popular ofrecieron a su mente escéptica y soñadora. Frente al espectáculo de la vida, pareciéronle nimias las virtudes y despreciables los pecados; unos y otros son minúsculos, microscópicos, visibles apenas. No existen grandes virtudes ni pecados grandes. Desaparecieron las aspiraciones dignas de fervoroso encomio o de execrable vituperio; el tiempo cercenó las alas de la virtud y del vicio, engendrando un tipo que a todo se amolda, encarnación específica de la mediocridad. Por eso, cuando llega un alma ante el Tribunal Supremo, en la hora del juicio final, sus buenas y malas acciones se equivalen, y no hay para ella recompensa ni castigo, ni paraíso ni infierno. De ahí que el empequeñecimiento de la vida y la parvedad moral de los hombres guiaran a Peretz a buscar la belleza no en la realidad, sino en el pasado romántico, en el dédalo poético del jasidismo y de la leyenda popular.

Careciendo para él de interés la vida prosaica, buscó otra, más armoniosa, en el pasado. El judío de antaño era abnegado, honesto, propenso a las acciones filantrópicas, mientras que el moderno se ha convertido, gracias al contacto con la civilización europea, en un ser vulgar. En el testamento que dejara el judío de antaño, leemos en un relato de Peretz, no se hacía mención de intereses pecuniarios; el moribundo era un idealista a su modo, que entregaba el alma al que se

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la había otorgado; moría optimista. Pero su nieto ya padece los tormentos espirituales del judío moderno, pierde al Dios de sus antepasados y busca nuevas deidades, sin encontrarlas. No le satisface la sabiduría humana, y considera vano y sin sentido el objeto de la vida. Aburrido de ella, busca en el suicidio el término de sus penas. Sin embargo, Peretz cree en el porvenir. Sueña con una época de hombres rectos, nobles, justos, que no deben doblegarse ante nadie y que sepan remontarse por encima de la vida vulgar, llevados por las alas simbólicas del ideal. Los pusilánimes, las almas chatas, incapaces de acciones conscientes, que viven para la explotación, dominados por míseras aspiraciones, merecen sus burlas.

En el jasidismo, primeramente, y en la leyenda popular, luego, buscó Peretz la redención moral del judío subyugado por la realidad.

Digamos algunas palabras acerca del jasidismo. Fué su fundador Israel Baal Schem Tov, cuyo nacimiento, como sucede con todos los personajes divinizados por el pueblo, está orlado de leyendas fantásticas. Nació, probablemente, en el año 1700. Muy joven aún, quedó huérfano, y su pueblo natal se encargó de su educación. No era un buen estudiante, aprendía con dificultad; en cambio, pasaba días enteros entre las montañas, entregado a la contemplación y a la admiración de la naturaleza. Dedicóse al estudio de la cábala, cuya influencia sobre él fué poderosa. Trabajó en los oficios más humildes, negándose a revelar el poder divino que, según creía, estaba radicado en él. Una casualidad llegó a descubrirlo, y bien pronto se propaló la voz de que era un taumaturgo; numerosas leyendas circularon acerca de su persona y de los milagros que hacía, sobre todo en la curación de enfermos. Adquirió abundantes prosélitos, y cincuenta años después de su muerte tenía millares de "jasidim" o devotos.

El rápido incremento del jasidismo debióse a su carácter eminentemente popular. El menosprecio de que eran objeto los ignorantes por parte de los instruidos llegó a un extremo que tuvo que suscitar necesariamente la enemistad entre ambos bandos. Conforme a

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las viejas costumbres judías, el ignorante es un ser desgraciado en esta vida y en la futura. Los rabinos exageraron más aún este menosprecio. En cambio, el jasidismo levantó de su bajo nivel a las masas populares, enseñando que para ser virtuoso no era necesario ser docto, sino amar a Dios y al prójimo, cultivar la fraternidad, no abusar de los ayunos y permanecer siempre alegre. Contrariamente a las austeras y anacrónicas ceremonias de los rabinos, que veían en el mundo un valle de lágrimas, los adeptos del jasidismo celebraban con júbilo él culto y los demás actos de la vida. "Servid al Señor con regocijo", era entre ellos axioma práctico. Y esta alegría llegaba al éxtasis, porque, según ellos, el universo, la Tora, los hombres, todos los seres son melodías, sonidos parciales del Gran Todo. Su concepción del mundo era optimista y panteísta: Dios está en todas partes, tanto en el lugar sagrado como en el inmundo, se manifiesta bajo formas diversas, su influencia es ubicua. Por tanto, el hombre recto debe alabar a Dios en todas sus manifestaciones, y ha de hacerlo alegremente, pues la alegría place al Señor más que la tristeza. Si a estos principios se une la creencia en el divino Rabí, se-comprenderá entonces por qué el jasidismo progresó tan rápidamente. El Rabí era el ídolo de sus adeptos. La fe absoluta en su poder sobrehumano dió pábulo a miles de leyendas, que reflejan, en síntesis, la faz poética y mística del jasidismo.

El Rabí era el foco de la bondad y de la alegría. Su palabra constituía un bálsamo que curaba y consolaba las penas morales. Hastiado de la miseria de la vida, el "jasid" abandonaba su familia y su hogar y corría a la mansión del Rabí, donde se encontraba con centenares de compañeros que venían a su vez a beber de la fuente inspiradora. Fuera de los consejos y bendiciones concernientes a la vida cotidiana, el Rabí "explicaba la Tora", es decir, comentaba algún pasaje de la Biblia adornándolo con hermosas ideas y parábolas. Pero lo que realzaba el valor del Rabí no era el fondo de su disertación, sino su forma, su modo de exponerla. La Tora adquiría vida en su boca, fluía de él como cristalino manantial, ora plácido, manso, tranquilo, ya turbulento, en

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sonoras cataratas, salpicando por doquier gotas de bondad, de alegría y de entusiasmo.

La enseñanza jasídica era más bien moral que intelectual; tenía por objeto inmediato el corazón, no el cerebro. En cambio, los rabinos explicaban una ciencia árida, asequible tan sólo para selectos. Eran sus doctrinas un contraste con las que predicaba el jasidismo. Aquéllas eran secas, desprovistas de poesía, faltas de sensibilidad, en tanto que las otras estaban imbuidas de sentimientos románticos, de idealismo, de poesía. Las primeras se adquirían en los libros, en las academias; las segundas, de labios del Rabí. Las unas tenían el carácter aristocrático de la vasta erudición; el de las otras era democrático, como convenía a un movimiento popular.

Aunque incrédulo y escéptico, Peretz logró penetrar en ese laberinto moral y descubrir en él un fondo de belleza e idealismo que, si bien no existía prácticamente en el grado que él lo pinta, no por eso deja de cautivar por su nobleza. No como sectario del jasidismo ni como adversario suyo se nos aparece Peretz en esas novelas,' sino como artista que se compenetra de la vida que describe, presentándola en hermosísima perspectiva. El jasidismo, tal como lo vemos en sus obras, es un jasidismo ideal, un movimiento y una filosofía que con ese resplandor ha existido tan sólo en la mente del artista.

Ese Rabí de Nemirow ("¡Si no más alto aún!") que practica el bien en forma tan elevada, conquista secuaces con su magnanimidad. El Rabí, jefe jasídico, idealizado por Peretz, simboliza la bondad, el corazón, frente al rabinismo, racionalista y austero.

Esta discrepancia se refleja en el magistral cuento de Peretz "Entre dos montañas". El Rabí de Biale fué en su mocedad discípulo del rabino de Brisk. Representante genuino de su casta, doctísimo, inflexible para con los "jasidim", tenía este último el alma impregnada de Talmud y de respeto a la Ley de Moisés; era un alma aristocrática, cuya fama no conocía límites. Pero su discípulo era su contraste: alma sencilla y

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amante de la plebe. La árida ciencia del maestro no se avenía con el dulce temperamento del alumno, por cuya razón éste lo abandonó. En el simbólico sueño que el futuro Rabí tuvo antes de partir, quedó trazada la senda de su vida. El Rabí no aspira a encerrarse en el cristalino palacio de su ciencia; quiere vivificarla, difundirla entre las masas ignorantes, enseñarles el bien. Para él la Tora no debe ser letra muerta, sino parte integrante de la vida. Tal concepción es ajena al espíritu del rabino de Brisk, quien queda indiferente ante la expresión de alegría manifestada por los prosélitos del Rabí, que, en grupos, pasean por el césped admirando y alabando la Creación. La escena es magnífica, pero el rabino de Brisk no la comprende. Las "dos montañas" no llegan a entenderse, el mundo del uno era incomprensible para el otro.

Con su poético ensalzamiento del jasidismo, Peretz ha revivido todo un pasado, grabó con insuperable maestría la belleza de lo que fué, infundió vida en lo inerte, glorificó una época de la vida judía.

El segundo filón en que ha bebido Peretz su romanticismo es la leyenda. A ella responde su libro Historias Populares, formado por una serie de leyendas israelitas narradas en forma inimitable, en gracioso estilo y lenguaje purísimo. El poeta tejió con el material popular una obra magnífica, pintando en ella el alma de su pueblo. Peretz nos había mostrado el cuerpo de la raza en sus cuentos de la vida real, mientras que en las Historias Populares no es el cuerpo, sino el alma lo que nos ha revelado. En la leyenda judía el cuerpo es menospreciado: el hombre no es dignificado por la exterioridad, sino por la grandeza del alma. "Sabía muy bien que es necesario vestir y engalanar el alma y no el cuerpo vil, que, en definitiva, no es más que polvo", leemos en una de ellas.

Otra habla de un judío que tenia dos hijas, a quienes la naturaleza dotó de caracteres diversos y el azar de destinos contrarios. Era una doncella honesta, que seguía normalmente la senda de sus padres. Su hermana, en cambio, era un ser raro: gustábale ver cómo bailaban los

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mozos cristianos de la aldehuela y acompañarlos, claro está, imagina-riamente. Un noble cristiano de los alrededores se enamora de ella, y el padre, atemorizado, resuelve casarla sigilosamente con el primer mancebo hebreo que encuentre. Así lo hace, y sufre la venganza del noble. En tanto la moza lleva una vida aciaga: por fuera todo es puro, pulido, pero allá adentro, en las regiones donde palpita el corazón, vaga nostalgia la acongoja. Revive en ella el recuerdo del doncel noble: su efigie grabóse con tintes indelebles. Y cuando el esposo se acerca a ella, cierra prestamente los ojos, lo abraza, y besa, ¿a quién? Al noble cristiano besa y abraza. —"Dueño mío, águila mía"— dice con fervor amoroso, pensando en el otro. . . Tal vivía, mas no con el marido. . . Quiso la casualidad que la otra hermana, la mayor, cayese en poder de un noble cristiano. Al aproximarse éste para abrazarla, cierra ella los ojos y piensa: "Mi madre me besa". . . Ha pecado con el cuerpo, pero el alma quedó pura. Por esto, al morir, su alma pasó al Edén, en tanto que la de su hermana perdióse en los recintos oscuros del Infierno.

La pureza del alma es lo que la leyenda judía ensalza. Nada significa que el cuerpo peque, con tal de que el alma se conserve límpida.

El personaje de otra historia, que estuvo a punto de caer en los brazos de la tentación que una bellísima mujer le había tendido, y que sin embargo, huyó de ella antes de ser contaminado, es reprochado como pecador: "Pecaste entonces un instante con el pensamiento . El pensamiento es el alma. . . ¿Y quién peca si no el alma? ¿Hácelo acaso el cuerpo, montón de tierra y polvo?"

¿Quién puede resguardarse de los pecados que Satanás tiende maliciosamente al corazón humano? Indispensable es para ello elevarse al rango de la personalidad consciente. Cúmulo tan enorme de perversidad como representa el mundo no podría subsistir ni un momento si no hubiese columnas firmes que lo sostuvieran. Pero esos sostenes del universo no son sabios' famosos, doctos rabinos o teólogos perspicaces, sino treinta y seis seres humildes, generalmente ignorantes,

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que saben apenas rezar, y que viven ignorados, manteniéndose con el sudor de sus frentes. Estos entes sobrenaturales sostienen con su bondad infinita, con sus grandes corazones, al mundo repleto de vicio; son los elegidos del Señor, los justos, los inmortales. La imaginación popular ha forjado la leyenda de esos seres omnipotentes, infelices en apariencia, pero en realidad envidiables por su destino. Almas mudas, no se les rinde culto en esta vida, pero sí en la otra, donde ocupan dorados tronos.

A través de todas las leyendas populares estilizadas por Peretz, genuinamente folklóricas, aparece nítidamente expresada la exaltación del idealismo, el espíritu de sacrificio por aquello que constituye el fondo de la fe. ¿Qué importa que la causa que inspira esos actos de sacrificio sea el credo?

El judío de la antigüedad inmediata, el hombre encerrado durante siglos en un ghetto material y espiritual, poseía su concepción del mundo propia, que giraba enteramente en torno de su religión, como la concepción del mundo del cristiano medieval giraba en torno de la suya. Verdad es que en la literatura universal encontramos también personajes que ostentan otros ideales, como los caballeros andantes, que toman por norte de su vida el honor o la exaltación del amor. El judío, empero, no cultivó la afición a los combates físicos, ni sintió inclinación por los amoríos. Los torneos en que podía intervenir eran de índole moral. Libraba una guerra continua contra el espíritu maligno, contra las incli-naciones de la carne. La salvación del alma estaba para él por encima de todo. Y a esta tarea, a la tarea de ahogar en sí la voz de la materia, para vivir en cambio bajo la preocupación constante del espíritu, dedicó todos sus afanes y ensueños. Los bienes terrenales, los castigos corporales, el martirio en este mundo, ¿qué importancia tenían para él comparados con la vida edénica que le aguardaba en la otra vida, más allá de este valle de lágrimas? Por eso no dudaba un instante en sacrificar lo terrestre a lo celeste, lo perecedero a lo que, a su modo de ver, era imperecedero, eterno. Y eran justamente los hombres simples,

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las almas sencillas, preñadas de fe, las que más fácilmente se identificaban con este anhelo. Los otros, los doctos, los que estaban familiarizados con los vericuetos de la dialéctica escolástica, podían tal vez encontrar razones frías, argumentos decisivos, para no ser presas fáciles de esta creencia en la vida de ultratumba. Mas el pueblo grueso, alejado de las sutilezas talmúdicas, henchido de una fe honda y simple, vivía enteramente confiado en el desprecio por este mundo y en la recompensa en la vida ultraterrestre. Por eso la mayoría de los personajes que intervienen en las narraciones legendarias de Peretz son tipos sencillos, ingenuos, moralmente íntegros, ajenos a la casuística y a la duda. Ellos saben que las cuatro cosas que tienen la obligación de cumplir en su calidad de judíos dignos, deben cumplirlas resueltamente, afrontando todos los peligros y todas las calamidades. Sacrifican sin titubear su pobre cuerpo en aras de su alma. Son idealistas íntegros, almas mudas, rectas, sin desviaciones. ¿Cuántos son los individuos, situados en otros terrenos, en otras épocas, dispuestos a dar su vida por el cumplimiento de lo que consideran su ideal? La mayoría de ellos pregonan su amor a sus ideales; lo hacen sonoramente, pero cuando llega el momento decisivo, fallan porque sus almas son chatas. En cambio, los seres oscuros descritos por Peretz, ignorantes de su propia grandeza, no propalan sus propósitos, no se proclaman como ejemplos, pero cuando llega el instante definitivo se ofrecen en holocausto de su ideal con entereza, con naturalidad, anónimamente, sin aspavientos. Y sus actos simples, a veces insignificantes, los colocan a la vanguardia de la humanidad, como modelos de fe y de idealismo. En ellos ha acumulado la leyenda popular judía sus rasgos más bellos, sus características más salientes. Esos personajes no son proceres, no son héroes; son, simplemente, hombres honestos, varones justos en el sentido bíblico, hombres que dignifican la vida, porque demuestran con sus hechos, sin ostentación, sin oropeles, que lo esencial en la vida, lo que presta sentido al hombre en su paso por la tierra, es la integridad

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moral, la disposición al sacrificio por aquello que considera justo y sagrado. No todos, es verdad, pueden tener esta fortaleza moral; la generalidad de los hombres vive entregada a los menesteres mezquinos, a la conquista de posiciones espectables, a la ostentación del poder material. Sólo los elegidos, los que llevan en sí la chispa divina son los llamados a ser diferentes. Y estos elegidos, según la tradición judía, estas personalidades moralmente perfectas que sirven de sostén al universo hundido en la mediocridad, no pasan de treinta y seis en total. ¡Qué triste concepto de la perfección moral de los hombres se habrá formado la leyenda judía si no encuentra, como modelos de virtud ejemplar, más que esa exigua cantidad de hombres justos!

A estas almas selectas pertenece Satie ("Prodigios en el mar"), aquel ser endeble que arrastrado por la oleada furiosa del mar confía tranquilamente en Dios y no quiere violar lo que es para él sagrado y objeto de veneración. Y también esas otras almas que desfilan en cuentos encantadores, se dejan castigar bárbaramente antes que renunciar a la virtud. Y de esta manera la fe, el sacrificio, que implican entereza de ánimo, personalidad, constituyen, por decirlo así, la moral de las Historias Populares. "El libro de la voluntad" ha sido llamada por un crítico esta obra. Y es que en ninguna otra el ideal de la personalidad ha sido encarnado por Peretz con tanta maestría como en las Historias.

En las Historias Populares, el lenguaje es purísimo, desprovisto de las voces hebreas que abundan en los cuentos jasídicos y de los provincialismos que se encuentran en las novelas realistas. Este libro fascina al lector tanto por su contenido como por la forma en que está escrito. La fantasía, la moral, las leyendas, el espíritu del pueblo están en él reflejados artísticamente por uno de los maestros eximios de la literatura judía.

Otro género cultivado con gran éxito por Peretz es la alegoría. Tiene cuentos llenos de sutil ingenio, hermosos por la forma y no menos bellos por las ideas que los inspiran. No pocos de sus escritos son de un

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tinte pesimista. El progreso, lejos de conducir a la perfección de la especie y a la felicidad del individuo, establece la indiferencia y el fastidio entre los hombres. Por el portentoso desarrollo de la técnica el hombre obtendrá, en el porvenir, mediante el auxilio de la mecánica, todo lo que habrá menester. Esa vida será la más horrible que imaginarse pueda, pues excluirá el ingenio y el talento.

El escepticismo que suele encontrarse en esta clase de narraciones, puramente alegóricas, obedece a un sentimiento pasajero, producto del momento, y no a la idiosincrasia típica del autor. Sensible a las corrientes de su época, entristecido por la parvedad moral de los hombres, Peretz sentíase decepcionado a veces y volcó este estado de ánimo pesimista en algún relato impregnado de tristeza. La fragilidad de las creencias humanas, el fanatismo que los hombres suelen poner en sus convicciones, el egoísmo, la ceguera que los domina cuando se aferran a sus principios, mereció la acre censura de Peretz en cuentos henchidos de sátira ("El colono", "Los cachorros"). Pero, por encima de estos momentos transitorios, en su obra predomina la fe en el porvenir, en el triunfo de la justicia y de la elevación espiritual ("La era del Mesías").

En estas narraciones de Peretz encuéntranse ideas avanzadas, simbólicamente expresadas. Eso se debe en parte a la rigurosa censura que regía en Rusia y que ha contribuido a que los escritores-de aquel país se sirvieran de la literatura para propagar sus ideales. Así, por ejemplo, simulando ingenuas descripciones de la naturaleza ("En la frontera"), nuestro autor enuncia pensamientos que en otra forma no habrían sido autorizados por la censura. Esto se avenía, por otra parte, con el carácter de los judíos instruidos, quienes, acostumbrados a desentrañar el simbolismo que encierra la literatura rabínica, sienten particular inclinación por todo lo que contenga una idea oculta. Además, el estilo conciso y las parábolas que emplea Peretz, dos modalidades tan

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genuinamente hebreas, lo han convertido en el escritor dilecto de las clases cultas.

Peretz ha compuesto también numerosas poesías, que son, empero, inferiores a sus producciones en prosa. Parte de ellas, escritas en el primer periodo de su labor literaria, están impregnadas de menosprecio hacia el idioma en que fueron creadas, y ello, claro está, resultó desfavorable para su estilo. Comparada con el maravilloso florecimiento ulterior de la poesía israelita, su obra poética no es de lo mejor que existe en idisch. Peretz era un pensador, "veía" claramente las cosas, "comprendía" lo que era menester imaginar. Además, su estilo conciso no es apropiado para la versificación. Donde mejor cuadra es en los versos de carácter bíblico, en los que predomina la nota profética, severa y fulminante. Las leyendas inspiradas en el Talmud y sus versos sociales son probablemente los mejores que ha escrito, y la escena dramática que tiene por motivo la confección de un vestido de boda ajeno puede ser considerada justamente entre las producciones poéticas más vigorosas en idish. En estrofas- hermosas y llenas de dolor pinta a las pobres costureras que trabajan día y noche para otras, mien-tras ellas se extenúan en la pobreza y el cansancio. Lo trágico que encierran esos versos recuerda "La camisa", de Thomas "Wood, a la que superan en interés dramático. En la balada "Monisch" dió libre vuelo a su imaginación, creando un poema fantástico, que contiene pasajes felices. El asunto es sencillo: Satanás y Lilith, su esposa, que habitan el arca de Noé, detenida sobre el monte Ararat, tienen conocimiento un día que su maléfico poder está en peligro por las grandes virtudes de un muchacho, Monisch. Deciden entonces que Lilith tome la forma de una hermosísima doncella y trate de cautivar al jovenzuelo. Así lo hace, y Monisch, prendado de ella, se entrega al diablo. Es uno de sus mejores poemas.

Cultivó también Peretz el género dramático, pero sus producciones en este campo, antes que piezas destinadas al teatro, son más bien

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poemas, a veces parecidos a misterios, en que el autor ha dado rienda suelta a su fantasía y a su maravillosa aptitud para el diálogo. Escritos, los más de sus dramas, en estilo impresionista, mezcla de realidad y de ensueño, algunos, como "De noche en la feria vieja", "La cadena de oro", "Encadenado en la antecámara de la sinagoga", son piezas de alto mérito literario, de concepción sutil y estilo refinado, difícilmente realizables en la escena. Ha dejado también Peretz algunos trabajos dramáticos menores, de factura más simple, que suelen ser llevados a la escena; uno de ellos, "Después del entierro", ha sido realizado, en castellano, por Berta Singerman, en nuestra traducción.

La nota pesimista a que hemos aludido más arriba halló su máxima expresión orgánica en algunas de sus obras dramáticas, especialmente en "De noche en la feria vieja". Es una burla sangrienta, caricaturesca, de la vida judía de antaño; en forma simbólica, con rasgos de vivo impresionismo, hace desfilar el autor por el tablado las principales figuras del ambiente judío, vistas con hondo escepticismo, en el momento de su decadencia, próximas a su fin. Parecen espectros no sólo en la fantasía, sino en la misma realidad. Presentía Peretz que la vida judía antigua, la que había sido moldeada durante siglos, tocaba a su fin, que carecía de base y pintó su desmoronamiento en cuadros sangrientos e hirientes.

En cambio, en "La cadena de oro", pieza construida sobre un escenario jasídico, encarnó Peretz su idea preferida: la del hombre íntegro, el judío sabático, que se alza contra la mediocridad del medio para imponer con su recia voluntad el triunfo de la elevación moral. Contrariamente a la obra anterior, preñada de pesimismo y de desesperanza, en ésta a que aludimos el autor ha puesto toda su fe en la eficacia de la personalidad humana.

Esta contradicción de miras no es rara en Peretz; los contrastes aparecen en él con frecuencia, justamente a causa de su incesante

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búsqueda y de la rica gama de su sensibilidad, que recogía todas las sensaciones del momento y se hacía eco de ellas en sus obras.

Psicólogo antes que nada, hurgador del alma humana, fué Peretz el precursor, indirectamente, de la pléyade de autores que, tres décadas más tarde, enarbolara el carácter universal de las letras judías. La falange de escritores jóvenes que surgieron a su lado no recibieron de él esta herencia. Ni Asch, con su romanticismo lírico, ni Nomberg con sus héroes destartalados, ni Reisen con su ambiente de miseria gris se adueñaron del espíritu arremetedor, universalista de su maestro; ellos siguieron estando en el ghetto, pese a su cambio de escenario. Fué la segunda generación de escritores, nacida al reflejo indirecto de Peretz, la que ahondó la tendencia humanista. Berguelson, con su negación de la vida judía arcaica, subrayó artísticamente la decadencia de esa vida que Peretz ya anunciara en sus escritos realistas iniciales; Opatoschu, con su sentido universal, continuó la inclinación humanista de Peretz, y Leivick, el poeta de la redención espiritual del hombre, prosiguió el tema que Peretz esbozara en sus dramas inquietantes. Es decir, que la herencia no pasó del padre a los hijos, sino a los nietos, como ocurre en la vida común. De ahí que la nueva literatura judía, caracterizada por su tendencia universalista, ampliamente humana, arranque en el fondo de Peretz.

Siendo Peretz, como se dijo más arriba, un escritor típicamente judío, no por eso dejó de ser también, simultáneamente, un autor de alcance humano, casi cosmopolita. Desde luego, no se trata de un cosmopolitismo vulgar,, sino filosófico y estético. Si en materia literaria fuese permitido distinguir la forma del fondo, podría decirse que en él la forma, lo externo, lo especulativo, es europeo; pero el alma, el contenido, es esencialmente judío. Debido tal vez a ese rasgo del genio hebreo que antepone lo espiritual a lo material, Peretz tenía una honda fe en el internacionalismo ideológico, que no está en pugna con la existencia de las pequeñas naciones. "Nuestra unidad —dice en un

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artículo— no está en el territorio. En nuestras fronteras no hay centinelas, no nos protegen ejércitos ni cañones. . . Nuestra unidad —aquello de que podemos estar orgullosos o no— está en la idea, en el pensamiento, en el corazón, en la mente". Y porque el amor entre los hombres, que es la finalidad del verdadero internacionalismo, no reinará mientras subsistan las guerras, la explotación, el odio de clases y de razas, el corazón de Peretz, como todos los corazones nobles, estaba de parte de los humillados y perseguidos.

Aunque el artista predominó en Peretz sobre el combatiente, su obra, al censurar la vida judía y al impulsarla hacia la búsqueda de la perfección moral, ejerció también una profunda influencia social. Fué, esencialmente, un escritor dinámico, lleno de inquietud, contrariamente a sus grandes coetáneos, Méndele y Scholem Aleijem, que fueron más bien escritores estáticos, hundidos en la quietud del pasado. Mientras la obra de estos últimos gira en torno del ghetto, la de Peretz tiene en vista el mundo entero; en tanto que ellos trataron únicamente asuntos judíos, él abordó problemas generales; mientras ellos dedicaban su preferencia a la descripción externa del judío, a su modo de vivir, de vestir, de comer, de moverse, él ahondó en la psicología de sus personajes, buceó en sus almas; mientras ellos veían, de cuando en cuando, el paisaje, a él sólo le interesaba el hombre, los problemas del mundo interno. Méndele, Scholem Aleijem y otros grandes autores de su época no se apartaron del realismo, no buscaron nuevas formas estéticas, limitáronse tan sólo a pulir el idioma, a hacerlo más flexible, pero siempre dentro de los cánones rutinarios. Peretz, en cambio, esencialmente inquieto, espiritualmente en constante renovación, cultivó todos los géneros literarios, ensayó diversidad de formas, desde el realismo hasta el expresionismo, siempre inquieto, paradójico, insi-nuante. Ellos poseían el reposo para escribir períodos largos y para componer narraciones extensas; él, en cambio, tuvo un estilo rápido, y más que la descripción meticulosa, utilizó el diálogo nervioso, sugestivo, poco explícito. La diferencia de temperamentos entre esos

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escritores y Peretz se observa también en sus respectivos., epistolarios; las cartas de ellos son largas,-descriptivas; las de él son breves, filosas, insinuantes; ellos siguieron la tranquila dirección de la línea recta, ancha y segura, en tanto que él siguió las sinuosidades de la quebrada, llena de zig-zags y de contrastes. Sus compañeros de letras eran más bien plásticos, mientras que él fué principalmente escultórico. La nota calmosa, a veces idílica, de ellos, tomó en Peretz contornos dinámicos, revoltosos. Ellos fueron clásicos no sólo por ser escritores insignes, modelos en su género, sino porque su ritmo, su horizonte no se extralimitó de las formas consentidas.

Peretz, por el contrario, es un clásico por su valor intrínseco, por su vasto alcance literario, pero no por su modalidad espiritual; en esto último resultó un autor romántico-revolucionario, que rompió los moldes antiguos, no sólo los formales, sino también los espirituales: preconizó la visión de un porvenir mejor, el triunfo del espíritu sobre la materia, el encumbramiento de la perfección moral sobre los menesteres cotidianos, la dignificación espiritual del hombre. Por eso, por ser un gran escritor rebelde en el sentido superior de la palabra, su obra persiste con todo su vigor e interesa por igual a todos los hombres, sean cualesquiera sus orígenes.

SALOMÓN RESNICK.

Buenos Aires, 1941.

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P A Z D O M E S T I C A

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A D Á N Y E V A

AIME es un mozo de cordel. Cuando pasa por la calle, encorvado bajo el

cajón de mercancía, casi no se le distingue; diríase que el cajón camina solo, sobre dos piernas. . . ¡Mas su respiración dificultosa se

oye a distancia! Pero he ahí que descarga el fardo y recibe en pago unas cuantas

monedas; se endereza, suspira profundamente, desata los faldones de su levita, enjuga el sudor de su frente, se acerca al aljibe, bebe un poco de agua y entra corriendo "en un patio.

Se detiene ante una pared, levanta la cabeza gigantesca de tal manera que la punta de la. barba, la nariz y la visera de la gorra se hallan en un mismo plano. Llama:

—¡Jane! Cerca del techo se abre una ventanilla y una pequeña cabeza de

mujer, cubierta de blanca cofia, contesta: —¿Jaime?

La pareja se contempla dichosa; los vecinos dicen: "se requiebran". Jaime arroja sobre la ventana su ganancia, envuelta en un pedazo de papel; Jane la recoge en el aire: no es la primera vez para ella. —¡Mujer habilidosa! — observa Jaime, que tiene pocas ganas de irse. —Anda, anda, Jaime —sonríe ella— yo no puedo separarme del niño enfermo. . . He acercado la cuna a la chimenea . . . Con la mano saco la espuma y con el pie lo estoy meciendo. . . —¿Cómo está el pobrecito? —Algo mejor. —¡Bendito sea Dios! ¿Y Hene? —Está en casa de la modista. —¿ Josecito? —En la escuela.

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I S A A C L E Ó N P E R E T Z

Jaime deja caer la barba, se va y Jane le sigue con la vista hasta que desaparece. El jueves y el viernes eso dura más tiempo. —¿Cuánto tienes en el papel? — pregunta Jane. —Veintidós centavos. —Temo que sea poco. —¿Qué es lo que necesitas, Jane? —Tres centavos de pomada para el niño, algunos centavos para velas; pan ya tengo. . . carne también, una libra y media... Y licor para el kiduscb

1. . . Además, se necesitan unos leños.

—Yo te traeré los leños; en el mercado debe de haberlos. —Necesito entonces. . . Y enumera lo que le falta para el sábado. Finalmente, se resuelve que el kiduscb podrá hacerse sobre el pan y que es fácil prescindir de algunas cosas. Lo esencial son las velas y la pomada para el chico.

Sin embargo, cuando, mediante la ayuda de Dios, los hijos gozan de buena salud y los candelabros de bronce no están empeñados y, sobre todo, cuando hay un kúguel

2, la pareja pasa un sábado

delicioso. Porque Jane es sumamente hábil en preparar el kúguel. Siempre le falta algo, a veces harina, otras, huevos o grasa, y no

obstante, al cabo el kúguel resulta exquisito, suculento. —Es un ángel quien lo hace — dice Jane, sonriendo de dicha. —Sí, un ángel, seguramente un ángel —responde Jaime

riendo—. ¿Y crees tú que no eres un ángel al soportar tantas cosas de mí y de los niños?. . . ¡Cuántas veces ellos te causan penas, y yo mismo, de vez en cuando, me pongo furioso también!. . . Sin embargo, ¿he oído jamás de ti una increpación, como otros maridos las oyen de sus mujeres? ¿Y qué? ¿Acaso eres muy dichosa a mi

1 La bendición que se dice en los días de fiesta sobre el pan o el riño (N. del T.). 2 Especie de budín, postre clásico de los sábados. (N. del T.).

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A D Á N Y E V A

lado? ¿Para qué sirvo yo? Ni para el kidusch ni para la havdalá3, ni

siquiera sé cantar debidamente los "Cánticos del sábado..." —A pesar de eso, eres un buen padre y un buen esposo —insiste

Jane—. ¡Ojalá tenga yo y todo Israel un año tan bueno como tú eres bueno!. . . ¡Quiera Dios que yo envejezca a tu lado!

Y la pareja se mira a los ojos con tanta ternura, con tal calor, con tanta cordialidad, que se diría que acaban de salir de bajo del palio nupcial.

Y la sobremesa se hace más alegre. Después de la siesta, Jaime se va a la sinagoga para oír explicar la

Tora. Allí, un maestro enseña la obra de Alschij a la gente del pueblo. Hace calor, las caras están todavía semidormidas; alguien está dormitando, otro bosteza en voz alta; pero repentinamente, al llegar al pasaje en que se habla del cielo, del infierno, en el cual se azota a los malvados con látigos de hierro, del paraíso resplandeciente, donde los Justos, llevando en la cabeza coronas de oro, están sentados y estudian la Tora, entonces todos se animan; ábrense las bocas, los rostros se tornan colorados. . . Escuchan con el aliento contenido lo que pasa en el mundo de ultratumba.

Jaime se sitúa habitualmente cerca del horno. Tiene lágrimas en los ojos, sus manos y sus piernas tiemblan; está por completo en el otro mundo.

Sufre con los malvados; se baña en alquitrán hirviendo, es arrojado a los abismos, recoge astillas en los bosques tenebrosos. . . Experimenta todos los tormentos y su cuerpo se cubre de un sudor frío. En cambio, más tarde se regocija con los Justos: el paraíso resplandeciente, los ángeles, el Leviathán, el schor-habor

4 y todas las cosas buenas aparecen ante él con tal nitidez, que, cuando el maestro termina, cerrando el libro con un beso, Jaime despierta como de un sueño, como si realmente viniese del mundo superior-.

3 Oración con que se despide el sábado. (N. del T.). 4 Buey legendario del cual disfrutarán los Justos con el advenimiento de Mesías. (N. del T.).

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I S A A C L E Ó N P E R E T Z

—¡Ah, Dios mío! —suspira al fin, después de haber ahogado el aliento durante todo el tiempo—. Tan siquiera un pedacito, un pequeño trozo, un rinconcito del paraíso. . . para mí, para mi mujer y para todos mis hijitos.

Y entonces se pone triste; se pregunta: "A decir verdad, ¿por qué razón, a título de qué lo merezco"?. . .

Cierta vez, terminada la clase, se acercó al maestro: —Rabí —dijo, y su voz temblaba— dadme un consejo para que

yo merezca el paraíso.

—Estudia la Tora, hijo mío — oyó una respuesta. —¡No puedo! —Estudia Mischnaios, el Ain Iacov o a lo menos las Máximas de

los Ancianos.

—¡No puedo! —Recita los Salmos. —No tengo tiempo. —Reza con sinceridad. —No comprendo las plegarias que digo. El maestro lo miró con piedad: —¿De qué te ocupas? — le preguntó. —Soy mozo de cordel. —Pues bien, sirve a los doctores de la Ley. —¿En qué forma? —Trae, por ejemplo, todas las tardes, a la sinagoga, dos cubos de agua, para que los doctos tengan de beber. Jaime se puso alegre. —Rabí —volvió a preguntar— ¿y mi mujer? —Cuando el marido ocupa un sillón en el paraíso, su mujer le sirve de banquillo para los pies.

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A D Á N Y E V A

Cuando Jaime regresó a su casa para hacer la havdalá,

encontró a Jane sentada y diciendo su plegaria: "Dios de Abraham". Al verla, su corazón se sintió oprimido. —No, Jane —exclamó abrazándola—, no quiero que tú seas mi banquillo. Yo me inclinaré hacia ti, te levantaré y te sentaré a mi lado. Los dos estaremos sentados en el mismo sillón, como ahora. . . ¡Estaremos tan bien! Oye, Jane, tú te sentarás conmigo en un mismo sillón... El Señor deberá consentirlo. . .

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(Narración de un jasid1)

Habréis oído hablar, sin duda, del rabino de Brisk2 y

del rabí de Biale. No todos, empero, saben que este último, Rabí Noé, había sido antes el discípulo predilecto del rabino de Brisk, en cuya "ieschivo" estudió durante muchos años, desapareciendo luego para errar por el mundo y darse a co-nocer más tarde en Biale.

Había abandonado la ieschivo por esta razón: allí se estudiaba la Thora, pero el rabí sentía que aquella era una Thora estéril. Estudiaban, por ejemplo, las leyes referentes a la higiene femenina, al dinero o a los animales prohibidos, y si venía una mujer a hacer una consulta, o dos individuos se sometían a juicio, o un sirviente preguntaba si podía consumirse tal o cual ave, entonces la Thora adquiría vida y el estudio ejercía influencia en el mundo. Pero sin ellos, entendía el rabí, la Thora, la parte externa, era una cosa árida. Aquello no era la Thora viviente, pensaba, la Thora que debe vivir siempre. Además, el estudio de la Càbala estaba prohibido en Brisk. El rabino de esa ciudad, adversario empedernido de los jasidim, era "vengativo y despierto como la serpiente". Al que osaba tocar un Zohar3, lo maldecía y excomulgaba. A uno que fué sorprendido estudiando libros de Càbala le hizo afeitar la barba por un cristiano. Nuestro hombre se sentía extraviado, se dejó vencer por la melancolía y lo que es más extraño aún,

1 «Jasid», en hebreo, significa devoto, y su plural es «Jasidlm». (V. nuestra Introducción, pág. 9.) 2 Corrupción de Brest-Litowsk. (T.) 3 Obra maestra de la càbala. (T.)

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ni un Rabí podía socorrerle. ¿Ignoráis acaso quién era el rabí id de Brisk? Y sin embargo, ¿cómo abandonar su "ieschivo"?

Y durante mucho tiempo el rabí no pudo decidirse. Una noche soñó que el rabino de Brisk se llegaba

hasta él y le decía : "Ven, Noé, y yo te llevaré al paraíso terrenal". Tomólo de la mano y lo condujo. Llegaron a un gran palacio, que no tenía más puertas y ventanas que la puerta por la que habían entrado. Estaba el palacio muy iluminado, pues las paredes, según le parecía al rabí, eran de cristal y emitían viva luz.

Iban caminando, caminando sin término. — Tómame por el faldón de la levita — dijo el rabino de Brisk — hay aquí innumerables galerías y si te apartas de mí te perderás para siempre...

Hízolo así el Rabí y siguieron andando, mas en todo el camino no hallaron banquillos, ni sillas, ni objetos domésticos, nada, en fin.

Aquí no se descansa — observó el rabino de Brisk — se marcha adelante, siempre adelante... El Rabí lo seguía. Una sala era mayor y más iluminada que la otra y. las paredes emitían ya uno ya otro color, ora varios ora todos los colores. Pero en el camino no hallaron ni un solo hombre.

Fatigóse el Rabí de la caminata, un frío sudor cubrió su cuerpo y su vista se ofuscó del continuo brillo. El corazón se le llenó de angustia, de una gran nostalgia por sus hermanos, los judíos, por todo el pueblo de Israel, pues allí no había nadie. —Tú, no debes sentir nostalgia por ninguno— dijóle el rabino de Brisk. — Este palacio sólo está destinado para mí y para tí. Algún día tú también llegarás a ser rabino de Brisk.

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El Rabí se sintió más atemorizado todavía y para no desplomarse, se apoyó en la pared. Y quemóle la pared, mas no como quema el fuego sino como el hielo quema!

¡Maestro! — exclamó — las paredes son de hielo, no de cristal, de hielo simplemente. El rabino de Brisk callaba.

— ¡Maestro! — continuó gritando el Rabí — sáqueme Ud. de aquí, no deseo permanecer con Ud. a solas; yo quiero estar con todo el pueblo de Israel.

Apenas hubo pronunciado estas palabras desapareció el rabino de Brisk y él quedó solo en el palacio.

No sabía cual camino seguir; las paredes le infundían terror, y el anhelo de ver algún hermano, un judío, aunque fuera un zapatero o un sastre, crecía en él. Y rompió a llorar.

—Señor — suplicaba entre sollozos—sácame de aquí, más vale estar en el infierno pero junto con todo el pueblo de Israel antes que aquí solo.

Al instante se le apareció un judío con un gran látigo en la mano y un cinturón colorado propio de un carretero. El judío lo tomó silenciosamente por la manga, lo condujo fuera del palacio, desapareciendo después. Tal era el sueño que había tenido.

Despertó de madrugada, apenas empezaba a clarear, y comprendió que no era aquel un simple sueño. Vistióse rápidamente y quiso correr a la sinagoga y hacerse explicar el sueño por los entendidos que allí había. Al cruzar la plaza vió un carruaje, cerca del cual estaba el cochero, con un gran látigo en la mano y un cinturón colorado, y del todo parecido al que, en sueños, lo había sacado del palacio.

Acercóse al auriga y le preguntó: — ¿A dónde vas, buen hombre? —Yo no voy por tu camino—le contestó groseramente.

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Sin embargo — insistió el Rabí — tal vez vaya yo contigo. El cochero meditó un instante, y dijo :

Y de a pie, ¿no puede ir un sujeto como tú? Sigue tu camino. — ¿Adónde debo ir?

Adonde tus ojos te conduzcan — replicó el cochero, volviéndose. — Esto poco me importa. El Rabí había entendido y se fué a vagar por el

mundo. Como queda dicho, fué revélado años más tarde en

Bíale. (No diré aquí cómo se produjo el hecho, por más que haya sido extraordinario). Un año después de su revelación, un vecino de Bíale, Reb4 Iejiel, me llamó a su casa en calidad de maestro. Al principio no quise aceptar, porque Reb Iejiel, que era muy rico y daba a cada una de sus hijas mil escudos de dote, se emparentaba con los rabinos más famosos y su última nuera era precisamente la hija del rabino de Brisk.

Siendo éste y los demás parientes, enemigos de los "jasidim", es evidente que Reb Iejiel también lo fuera. Y yo era adepto fiel del Rabí de Bíale. ¿Cómo, pues, podría entrar en semejante casa?

Biale, empero, me atraía. Y no era para menos: iba a estar en la misma ciudad que el Rabí! Decidíme, por tanto, y acepté.

Reb Iejiel, según pude ver, era un hombre sencillo, y hasta puedo aseguraros que su corazón se inclinaba a un Rabi, porque no era mayormente instruido y al rabino de Brisk no lo comprendía. No me prohibió que fuera "jasid" del Rabí, pero él mismo se mantenía a distancia. Cuando yo refería algo del Rabí, Reb Iejid hacía como que bostezaba, mas en realidad me

4 Titulo común que precede al nombre propio y que corresponde al «don» actual. (T.)

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prestaba atención .Su hijo, en cambio, el yerno del rabino de Brisk, fruncía el entrecejo, y me miraba lleno de ira y desprecio. Pero no disputaba conmigo; en general, hablaba poco.

Un día, la nuera de Reb Iejiel, hija del rabino de Brisk, estaba por dar a luz. ¿Qué tiene de particular que una mujer alumbre? ¡Pues había de por medio toda una historia! Se sabía que el rabino de Brisk, por haber dispuesto se hiciera afeitar a un "jasid", había sido excluido de la categoría de los santos. Sus dos hijos fallecieron en el término de cinco años, y sus tres hijas no dieron a luz ningún varón. Además, padecieron — ¡Dios nos libre! — grandes dolores durante el alumbramiento y parecían en eso a momentos estar más bien allí que acá. En el cielo querían que hubiese discordia, y todo el mundo sabía y veía que aquello era un castigo para el rabino de Brisk, pero él mismo, tan clarividente, no lo veía o no quería verlo! Y siguió en su oposición a los "jasidim", con mano fuerte, con improperios y métodos de guerra como en los tiempos de antaño.

Yo sentía compasión por Guítele (así se llamaba la hija del rabino), primero, porque era un alma judía, y segundo, porque era un alma judía caritativa. ¡ No se habrá visto en el mundo ser más generoso y beato que ella! Ninguna novia pobre se casaba sin su ayuda;' tan buena era. ¡Y ella debía su-frir por la ira del padre! Por eso, apenas divisé a la partera en la casa, me empeñé en que se mandara a ver al Rabí de Biale, para que diera un amuleto, aunque fuera sin recibir honorarios5. ¡Para lo que el Rabí los necesitaba! ¿Pero a quién me iba a dirigir?

5 Cada vez que los «Jasidim» iban a visitar al Rabí para pedirle su bendición o algún consejo, le obsequiaban con cierta suma. (T.)

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Le hablé al esposo, porque sabía que él la amaba, llevando con ella una vida ejemplar; pero era yerno del rabino de Brisk, y al oírme, escupió con desprecio dejándome con la boca abierta.

Me dirigí entonces al propio Reb Iejiel, quien me respondió: "Ella es hija del rabino de Brisk y yo no puedo proceder contra él de esta manera, aun cuando la vida estuviera en peligro". Traté de convencer a su mujer, señora devota y sencilla, que me contestó: "Que lo ordene mi marido y mandaré inmediatamente al Rabí mis joyas y prendas de seda, que me han costado una fortuna, pero sin mi esposo no daré ni un céntimo. — ¿Pero un talismán?... ¿Qué mal haría un talismán? —Sin el consentimiento de mi esposo, nada —me respondió como debe hacerlo una mujer honesta, y se apartó de mí. Yo observé que se esforzaba en ahogar las lágrimas: madre, su corazón presentía el peligro. Cuando oí el primer quejido, corrí por cuenta mía a verlo al Rabí. —Schmaie — me dijo — ¿qué he de hacer? Oraré por ella. —Dadme, Rabí, algo para la parturienta, un amuleto, un talismán, una monedita, cualquier cosa. —Sólo aumentaría el mal—me contestó—Sin fe, esas cosas perjudican y ella no cree en esto.

¿Qué iba yo a hacer? Eran los primeros días de la fiesta de las cabanas6 y como no podía ayudarle a Cuítele, resolví quedarme en casa del Rabí. Yo era un concurrente asiduo de su casa y pensé: "Lo miraré a cada instante implorando socorro y tal vez se compadezca".

6 Fiesta solemne celebrando la cosecha y durante la cual los judios habitan siete días en cabañas, en recuerdo de las viviendas de sus antepasados al salir de Egipto. (T.)

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Sabíamos que el estado de Guítele iba de mal en peor. Trés días hacía que los dolores n© la dejaban. Habían hecho ya todo lo que hacer se podía: oraron en la sinagoga y en la tumba de los propios, prendieron centenares de velas en los templos y repartieron un caudal entre los pobres. Imposible es narrar todo lo que se había hecho. Los roperos permanecían abiertos, una montaña de moneda había sobre la mesa y los menesterosos entraban y llevaban cuanto querían.

Sentí que el corazón se me oprimía. —Rabí — dije — está escrito: "La caridad salva de la muerte". él, como si no escuchara nns palabras, me respondió: —Quizás venga el rabino de Brisk.

Al momento entró Reb Iejiel y sin dirigirse al Rabí, cual si no estuviera presente: —Schmaie— me dijo, tomándome por la solapa —afuera te espera un coche, anda, sube y ve a buscar al rabino de Brisk. Que venga... comprendía, al parecer, el peligro, porque agregó: —Que vea él mismo lo que ocurre y diga lo que se debe hacer... su rostro, ¿cómo decirlo?, era más lívido que el de un muerto.

* * *

Tuve, pues, que ir. Y pensaba: ya que él sabía que vendría el rabino, tal vez resultara algo de eso. La concordia probablemente. Es decir: no entre el Rabí de Biale y el rabino de Brisk, pues ellos jamás se perseguían, sino entre las dos tendencias en general. Porque por cierto tenía que viniendo el rabino de Brisk vería las cosas y las juzgaría por sí mismo.

Mas en el cielo, por lo visto, ello no se consintió tan rápidamente. Apenas hube salido de Biale, el cielo se cubrió

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de negros nubarrones y repentinamente comenzó a soplar un viento como si por todos los ámbitos volaran miles de demonios. El cochero, un cristiano, entendido en esas cosas, persignóse y mostrando con su látigo el firmamento, dijo que tendríamos un viaje penoso. Al rato creció el viento, desgarró las nubes, como se rompen los papeles, arrojando una encima de otra, una encima de la otra... Sobre mi cabeza tenía yo montañas de nubes. Al principio no sentía miedo, pues no era la primera vez que iba a ser mojado, y a los truenos tampoco los temía. Primero, porque no suele tronar durante la fiesta de las cabañas, y segundo, porque después que sonara el "schoifor"7 del Rabí, los truenos pierden su poder... Pero de pronto, un chorro de agua me azotó el rostro, tina, dos y tres veces, y me sobrecogió el terror, porque veía claramente que el cielo me azotaba y me obligaba a volver.

Y también el cochero me pedía: "Volvamos". Pero yo sabía que una vida corría peligro. Yo iba en el coche y en medio de la tempestad percibía los quejidos de la parturienta y la desarticulación de los dedos de su esposo, que se retorcía las manos. Veía también ante mí el semblante nublado de Reb Iejiel, con sus ojos brillantes y hundidos. "Prosigue el viaje, me pedía — prosigúelo"... Y seguimos.

El agua cae a torrentes, cae, cae sin cesar, salpicando de debajo de las ruedas y de las patas de los caballos. Y el camino se inunda y queda casi totalmente cubierto por el agua. Sobre ella se desliza el coche, que empieza casi a flotar... En fin, para mayor desventura, nos hemos extraviado... ¡mas todo lo he soportado!

7 Especie de cuerno o trompeta que se toca en las grandes fiestas, en determinados momentos. (T.)

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Volví con el rabino de Brisk para Hoscliana Rabo8. Pero, dicha sea la verdad, tan pronto como él se ubicó en el carruaje, el tiempo se compuso. Disipáronse las nubes, y el sol apareció por las hendiduras y llegamos a Biale sanos y salvos, y con tiempo hermoso. Hasta el cochero lo optó y dijo en su lengua: —Es un gran rabino, un santo rabino!

Pero lo más impresionante fué nuestra entrada. Cual manga de langosta lanzáronse a su encuentro las

mujeres que se hallaban en la casa y, llorando, se arrodillaron casi ante él... Desde la habitación contigua no se oía la voz de la parturienta, sea por el yerno del rabino de Brisk tampoco se dió vuelta para saludarlo. Pegada su cara a la pared, veía yo que su cuerpo temblaba, y que daba con la cabeza contra ella.

Creí que iba a desplomarme, tales eran el dolor y el miedo que se apoderaron de mí. Sentí un frío en todo el cuerpo y creí que mi alma se iba también helando... Pero, ¿habéis conocido al rabino de Brisk?

Era un hombre, ¿cómo lo diré?... ¡una columna de hierro! Alto, tan alto, que infundía temor, cual si fuera un rey. De su luenga barba blanca uno de los extremos, hoy todavía lo recuerdo, estaba metido en el cinturón, y el otro temblaba encima de él... Cejas blancas, espesas, largas, le cubrían la mitad del rostro. Y cuando las levantó, ¡Dios mío!, retrocedieron las mujeres como fulminadas por un rayo. Tal era el poder de sus ojos: puñales, filosos puñales refulgían en ellos! Y lanzó un grito como un león: "¡Apartáos, mujeres!"

Y luego preguntó con voz más suave:

8 Penúltimo día de la fiesta de las cabañas. (T.) elilanto de las mujeres o porque ya no tenía fuerzas para gritar. Reb Iejiel ni siquiera nos vió, permanecía con la frente adherida a la ventana y la cabeza, al parecer, le ardía...

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—¿Dónde está mi hija? Le indicaron la habitación y penetró en ella. Yo me

quedé aterrado, ¡qué ojos, qué mirada, qué voz! ¡ Ese es otro mundo, otro mundo! Los ojos del Rabí de Bíale brillan tan bondadosa, tan suavemente, que alegran el corazón, y cuando te arroja una mirada es como si te cubriera de oro... Y su voz, su dulce voz, su dulce voz aterciopelada, ¡Dios mío!, penetra en el corazón y acaricia tan tierna, tan agradablemente... No se siente miedo por ella, sino que el alma se deleita de amor y dulzura, y trata de abandonar el cuerpo y unirse al alma suya... Se siente arrastrada hacia ella como un insecto por la luz... Y aquí, ¡Señor del mundo: temor y espanto! Parece un Gaón de la antigüedad, y él es quien va a ver a una parturienta! —Hará de ella un montón de huesos — me dije temeroso. corrí a ver al Rabí. Me recibió en la puerta, sonriente. —¿ Has visto — me dijo — cómo se respeta a la Thora ? Yo me tranquilicé. Si éste sonríe — pensaba yo— todo irá bien.

* * *

En efecto, todo resultó favorable. Al día siguiente

Guítele salió de cuidado y "Simjas Thora"9, el rabino de Brisk explicó la Ley. Aunque yo hubiese preferido estar en ese momento en otra parte, no me aventuré a abandonarlos. Sobre todo, teniendo en cuenta que conmigo había exactamente diez personas10.

9 Día con que termina la mencionada fiesta y que los judíos celebran alegremente. Literalmente significa «la fiesta de la Thora». (T.) 10 Para los actos del culto se requiere la presencia de diez fieles. (T.)

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¿He de hablaros de la Thora del rabino de Brisk? Si la Thora es un océano, él es el Leviatán de ese océano. Con un solo gesto se desliza por diez tratados y menciona mil pasajes de los libros sagrados, de tal manera que ruge y salpica como ocurre, según cuentan, en el verdadero mar. Me destornilló la cabeza... Pero el corazón conoce la tristeza del alma: mi corazón no experimentaba alegría. Entonces me acordé del sueño del Rabí... Y me quedé pasmado. El sol penetraba por la ventana, el vino no faltaba en la mesa, y los comensales hacían buen uso de él. Pero yo, yo sentía frío y estaba helado como el hielo. Y allá, pensé, se dice ahora otra clase de Thora... Allí hay 'luz y calor. Cada palabra está impregnada de ternura y de éxtasis... Angeles revolotean en la casa y casi se percibe el ruido de sus grandes alas blancas... ¡ Oh, Dios mío!; pero no puedo irme...

De pronto el rabino de Brisk se interrumpe y pre-gunta : —¿Qué Rabí tenéis aquí? —Un tal Noé — se le responde. Yo sentí que el corazón se me oprimía: "Un tal Noé". ¡Ah, lo que es la adulación! —¿Hace milagros? — pregunta de nuevo. —Pocos, no se tiene noticias... Las mujeres hablan, pero ¿quién les presta atención? —¿Recibe dinero sin milagros? Contáronle la verdad: el Rabí cobraba poco y distribuía mucho. El rabino de Brisk se queda pensativo. —¿Y es instruido? —Dicen que es un sabio. —¿De dónde ha venido ese Noé?

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Nadie lo sabe y yo debo informar. Y con este motivo se entabla una conversación entre mi y el rabino de Brisk. —¿No ha estado ese Noé en Brisk? — pregunta. —¿Si el Rabí estuvo en Brisk? — balbuceo. — Creo que sí. —¡Ah! — exclama — ¡un jasid suyo! Y me pareció que me miraba como a una araña. volviéndose a los presentes: —En mi " ieschivo " — dijo — había un discípulo llamado Noé. Era inteligente, pero lo tentaba el otro bando. — Yo se lo advertí una y dos veces. Quise decírselo por tercera vez, mas él desapareció. ¿No será éste el mismo ? —¿Quién sabe? empieza a describirlo: pequeño, flaco, barba negra, patillas negras, meditabundo, voz suave, etc. —Es posible que sea él — dicen los comensales— se le parece mucho.

Yo daba gracias a Dios porque se iba ya a decir la bendición de la comida11. Pero entonces ocurrió una cosa que ni en sueños podía yo aguardar.

El rabino de Brisk se levanta de su asiento, me llama a un lado y me dice en voz baja: "Llévame a ver a tu Rabí y mi discípulo; pero, escucha: que nadie lo sepa". Claro está que yo le obedecí, mas en el camino le pregunto: —Señor rabino, ¿qué intención os guía? él me contesta sencillamente: —Durante la bendición se me ha ocurrido que yo juzgaba sin ver al acusado... Quiero ver ahora por mis propios ojos. Y tal vez — añadió después — logre salvar a un discípulo mío.

11 Al terminar la comida se pronuncia una bendición especial de reconocimiento al Señor. (T.)

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—Oye, tú, rapaz — agregó jovialmente — si tu Rabí es el Noé que estudió en mi "ieschivo", puede llegar a ser un grande de Israel, hasta un rabino de Brisk! Ahora tenía yo la certidumbre de que era él, y el corazón me empezó a latir con violencia.

* * *

Las dos montañas se encontraron... Si yo no quedé

aplastado en el medio, ello se debe a un milagro del cielo. Durante el día de "Sinijas Thora", el Rabí de Biale, bendita sea su memoria, mandaba a sus jasidim a pasear fuera de la ciudad, y él mismo se sentaba en el balcón y los miraba lleno de deleite.

Entonces Biale no era la ciudad de hoy, sino una pequeña aldea, con casitas bajas, excepto la sinagoga y la casa de oración del Rabí. El balcón de éste hallábase en el segundo piso y desde allí se veía, como en la palma de la mano, las colinas al este y él río en el lado opuesto. Sentado el Rabí en su balcón contemplaba a sus prosélitos que paseaban en silencio y les arrojaba desde arriba el principio de una melodía, que ellos recogían y seguían can- cando en su marcha. Grupos de jasidini, grupos numerosos, desfilaban rumbo a las afueras de la ciudad, cantando alegremente, animados de júbilo en honor a la Ley. Y el Rabí no se movía del balcón. Pero aquella vez el Rabí había percibido, al pare-cer, pasos distintos, y levantándose fué al encuentro del rabino de Brisk. — ¡La paz sea con vos, Maestro! — le saludó humildemente con su dulce voz. — ¡Sea la paz contigo, Noé! — respondió el rabino. —Tomad asiento, Maestro.

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Sentóse el rabino de Brisk y el Rabí permanecía de pié ante él. —Dime, Noé — comenzó el rabino levantando las cejas — ¿por qué has huido de mí "ieschivo"? ¿Qué es lo que en ella te faltaba? —Maestro — le contestó serenamente — me hacía falta aire, yo no podía respirar allí... —¿Cómo? ¿Qué dices? —No es a mí — explicóse el Rabí con voz queda — a mi alma le faltó el aliento... —¿Por qué, Noé? —Vuestra Thora, Maestro, es pura razón y está desprovista de misericordia y de piedad. Por eso le falta la alegría, el aliento libre. Es una ciencia férrea: leyes de hierro, preceptos de acero... Y es, además una ciencia superior, destinada a los sabios, a los elegidos... Callaba el rabino de Brisk y el Rabí prosiguió: —Decidme, Maestro, ¿qué enseñanzas tenéis para el pueblo, para el vulgo? ¿Qué es lo que tenéis, Maestro, para el picapedrero, para el artesano, para el carnicero, para los humildes, y sobre todo, para el que haya pecado? Maestro, ¿qué tenéis para la gente no instruida? El rabino de Brisk guardaba silencio, cual si no comprendiera lo que se le decía, y el Rabí de Blale, de pié ante él, continuó con su dulce voz: —Perdonadme, Maestro, pero debo deciros la verdad. Dura es vuestra ciencia, rígida y seca, porque ella es el cuerpo y no el alma de la Thora. —¿El alma? — preguntó el rabino, estregándose su amplia frente. -Ciertamente. Yo he dicho que vuestra ciencia está destinada para los selectos, para los sabios y no para el pueblo entero. Pero la Thora tiene que ser para todos, su

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espíritu debe reinar sobre el pueblo entero, porque ella es el alma de Israel. —¿Y tu Thora, Noé? —¿Quereis verla, Maestro? —¿Ver la Thora? — preguntó atónito el rabino de Brisk. —Venid, Maestro, yo os la voy a enseñar, os mos.- traré su brillo, la alegría con que ilumina a todos, al pueblo entero de Israel. El rabino de Brisk se movía. —Yo os ruego, Maestro, venid conmigo, aquí cerca. lo condujo hasta el balcón. Yo les seguía en silencio, notólo el Rabí y: "Schmaie — me dijo — ven y vas a verla; el rabino de Brisk también la verá. Contemplaréis la alegría de la Thora, la verdadera alegría".

Entonces pude ver lo mismo de siempre, pero vilo de distinta manera, cual si ante mí se alzara un telón. Un amplio cielo azul se extendía hasta el infinito; y era tan celeste que regocijaba la vista. Cruzaban el cielo blancas nubecillas, color de plata, las que, bien examinadas, veíase que se estremecían de júbilo y danzaban alegremente en honor de la Thora. A lo lejos, ancha faja verde, de un verdor obscuro, pero vivido, como si la vida misma circulara por entre las hierbas, circundaba a la ciudad; a cada rato, diríase, surgía a luz en otro punto una vida agradable, un nuevo encanto. Veíase claramente que las llamas saltaban y danzaban entre las yerbas, cual si se abrazaran y besaran. Y sobre las praderas salpicadas de nubecillas paseaban grupos de jasidim. Sus largos sacos de lustrina, tanto los nuevos como los rotos, refulgían cual si fueran espejos. Y las llamas que resplandecían entre las yerbas se adherían y plegaban a los vestidos lucientes y parecía que bailaban en éxtasis, amorosamente, alrededor de cada jasid. Todos los fieles

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miraban con ojos admirados y sedientos al balcón del Rabí. Y esos ojos sedientos, notaba yo perfectamente, aspiraban la luz del balcón, del semblante del Rabí y cuanta más luz aspiraban, tanto mejor cantaban, con fuerza cada vez mayor, con más alegría, con devoción creciente.

Cada grupo entonaba su melodía, pero todas las melodías y las canciones todas se confundían en la atmósfera, y al balcón del Rabí llegaba un solo canto, una sola melodía, como si todos cantaran lo mismo. Y todos cantaban: cantaba el cielo, cantaban las esferas, la tierra cantaba, cantaba el alma del mundo... ¡todo cantaba! ¡ Dios mío! Creí que iba a desmayarme de tanta armonía. Pero no estaba escrito que así fuera. -—Tiempo es ya de rezar la oración de la tarde— dijo bruscamente el rabino de Brisk con voz severa. Y todo desapareció al instante...

Silencio... el telón bajó de nuevo ante mi vista; arriba veía el cielo de siempre; abajo, pasto vulgar y jasidím comunes con los sacos rotos... ; fragmentos trurlcos de viejas melodías... ; las lucecitas estaban apagadas... Miré al Rabí: su rostro estaba también sombrío...

No llegaron a reconciliarse. El rabino de Brisk siguió siendo tan adversario corno antes. Pero la entrevista tuvo su efecto: dejó de perseguir a los jasidím.

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Había una vez un colono—empezó a contar Rabí

Salomón a uq grupo de jóvenes congregados en la sinagoga.—Era un extraño en la aldea, no se relacionaba con nadie, y ninguno trataba con él. Hablaba un idioma extranjero que nadie comprendía, ni quería comprender.

Un día el colono encontró un brillante. No estaba en condiciones de apreciarlo, pero tampoco lo hubiera cambiado por una baratija. —Brilla e ilumina — pensó el colono — debe de valer un caudal.

Pero era peligroso vivir entre gente extraña poseyendo piedra tan valiosa: si llegasen a tener noticia de ella, asaltarían al colono y forzando sus puertas le quitarían el tesoro, juntamente con la vida. Preciso era, pues, ocultar la piedra y no avisar de su feliz hallazgo ni a su mujer. Amaba a su esposa, pero — mujer al fin— ella no podría guardar reserva.

De regreso a la colonia enterró la piedra en el huerto, delante de la puerta, colocando como señal una gran piedra encima, para que en tiempos mejores, cuando ya no debiese temer la envidia y el odio de los vecinos, supiera dcunde buscar su tesoro, el cual podría brillar entonces libremente a la luz del sol.

Un día su joven esposa vio la piedra. No podía tolerar que ésta ocupase inútilmente una partícula de terreno: allí se podría plantar una cebolla, un pepino... ¡Era una lástima! Mas, no pudiendo mover por sí misma la piedra, llamó en su ayuda al marido.

Este se quedó aterrado. —¡ Dios te libre! — exclamó — . No toques la piedra.

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—¿Por qué? —Es una piedra propicia, ella ha de traernos suerte y bienestar. —¡ Si no es más que una simple piedra! —Pues ya lo ves; tal es el poder que posee.

Admiróse la mujer. No sabía con certeza si el marido lo decía en serio o por vía de broma. Le miró fijamente y notó que sus ojos estaban serios, severos casi, y no contenían indicio de burla.

Ella amaba al esposo y tenía fe en su prudencia y honradez; y como mujer, estaba satisfecha de creer en algo, sobre todo en una señal venida de arriba... Además, carecía de tiempo para reflexionar: era necesario cultivar la huerta. Obedeció, pues, al marido y volvió a sus -faenas.

Al día siguiente notó éste que en el jardín había dos piedras. —¿Qué es esto? ¿Quién ha puesto la otra piedra ? — preguntó.

Sonrió la joven esposa; había dormido mal esa noche, era tan extraño el brillo de la luna a través de los postigos... Su corazón sentía tanta angustia, tanta nostalgia... Tenía miedo. Pero no quería despertar al cónyuge: bajó del lecho, y deslizándose de la alcoba colocó otra piedra en el jardín. Y esto la había tranquilizado. —Así — añadió sonriendo — será doble su eficacia. ¿Qué iba a hacer el colono? ¿Cómo había de irritarse contra su mujercita cuando ella sonreía tan dulce, tan infantilmente mientras le abrazaba con sus blancos brazos, presentándole, para que la besara su frente alabastrina ? Besóla él con fervor y buscó en el azul de sus , ojos una explicación de su inquietud nocturna. Y no volvió a hablar del asunto.

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La joven creyó que ese beso era la recompensa de su bondad y de su devoción. Así es que, cuando quería que la besara en la frente, añadía una piedra. .. Y si él no la besaba, sus ojos se llenaban de lágrimas.

* * *

La pareja llegó a tener hijos: un varón y una niña. Esta última no se asombraba, y sin interrogar si-

quiera, imitaba a la madre. La madre colocaba piedras grandes; la hija, pequeñas; pero el montón de piedras crecía junto con ella. El hijo, en cambio, más prudente, inquirió: —¿Qué significa todo esto? —Las piedras — respondió la madre, orgullosa de su saber — nos son propicias. —¿Por qué?—insistió el muchacho. ¿Y qué quiere decir propicio? ¿Es obtener más de lo que se gana o de lo que se produce? Esto no lo sabía la madre. —Pregúntaselo a tu padre — le contestó.

Y cuando el chico llegó a la mayor edad el padre le reveló el secreto del brillante. Y así sucedió con una larga serie de generaciones: Una transmitía a la otra el arcano. De cada generación uno tan sólo conocía el secreto del brillante, y los demás creían que las piedras traían suerte, que cuanto más hubiere mejor sería, y seguían añadiendo piedras.

Los vecinos contemplaban el espectáculo llenos de admiración. Algunos se burlaban; otros, en cambio, respetaron costumbres antiguas, que ya lo eran cuando ellos vinieron al mundo. Más de uno pensaba que ese hábito debía datar de la época en que los ángeles descendían del cielo por

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escaleras, a vista de los hombres. Algunos vecinos, en el deseo de mostrar su amistad a la familia, recogían piedras de la calle y las arrojaban al jardín.

* * *

En el seno de la familia el hecho de colocar las piedras se convirtió en costumbre, en tradición, en culto. La juventud protestaba y los viejos, irritados, la amenazaban con sus puños descarnados.

Los jóvenes pronunciaban discursos contra las piedras y los ancianos decían: —Tal como obraron nuestros antepasados, así procederemos nosotros... Nuestros abuelos nos sobrepujaban en saber, y si colocaban piedras, señal es de que así se debe hacer. El mundo no nos pertenece para que aspiremos a modificarlo. añadían otros tantos dichos sobre los que se basa el mundo, esto es: el mundo de los humanos.

Si algún joven se proponía obrar contra lo que afirmaban los viejos, éstos lo amenazaban con "romper los huevos que querían ser más discretos que las gallinas".

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anualmente abandonaban los jóvenes, con lágrimas en los ojos, la casa paterna, se separaban de su propia familia e iban a buscar trabajo; comían pan extraño, pernoctaban bajo techos ajenos.

Porque la vida en su propia casa se hizo insoportable. El montón de piedras crecía diariamente, se desparramaba, llegando cada vez más cerca de la puerta. Con el tiempo, las sagradas piedras obstruyeron las puertas y las ventanas.

—No importa — decían los ancianos. Y colocando una escalera pasaban por la chimenea.

Llegó a faltar el aire. Esto era lo de menos: cuando se come poco y se vive poco no se ha menester de aire abundante. Hubo también escasez de víveres. Era imposible cultivar la tierra: todo el terreno estaba ocupado por las piedras —Dejad hacinarlas, por lo menos — rogaban los jóvenes — que crezcan en el espacio, pero que ocupen menos terreno, y así podremos arar y sembrar. —¡Herejes! — replicaban los viejos. — Sólo por encima de nuestros cadáveres llegaréis hasta las piedras ... Rabi Salomón quedó pensativo un instante, y nosotros, que habíamos seguido la narración con el aliento contenido, suspiramos por fin, y alguien preguntó : —¿Y por qué calla el que conoce el secreto del brillante y no hace la paz entre los viejos y los jóvenes? —¡ Bah ! — contestó Rabí Salomón con un profundo suspiro —. El mal está precisamente en que el brillante ha sido olvidado del todo con el tiempo. Ya sea porque alguien habrá muerto sin dejar testamento, o porque alguno no quiso creer a su propio padre o se resistió a engañar a su propio hijo, lo cierto es que el brillante cayó en olvido, y jóvenes y viejos bregan ahora por simples piedras...

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Así terminó Rabí Salomón su historia, y nosotros preguntamos: —¿Quién es ese brillante? Y algunos trataron de adivinar: —"¿Yo soy Jehová, el único?". .. —"¿El genio de la raza?"... —-".¿Amarás a tu prójimo como a tí mismo?"... Pero Rabí »Salomón guardó silencio, y una sonrisa cruzó sus labios; luego exclamó: —Rapaces, id a casa, que ya amanece.

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Erase una vez un poderoso señor que se llamaba,

¿qué importa su nombre?, digamos Nemrod. Y Nemrod fué, según las palabras del Génesis, "un vigoroso cazador delante de Jehová". Era, en efecto, un gran cazador; vendia las mieses antes de la siega ; pero no. permitía que se tocase su monte. Allí se mantenían" innumerables lobos, osos, zorros y liebres, que estregaban en los árboles centenarios sus lanudas pieles. Un día Nemrod salió, como de costumbre, a la caza. Le acompañaban Jerubom, Nabucodonosor, Amán y otros perros. De los mejores de entre éstos sólo quedó en casa Zeres: había parido cuatro cachorros ciegos.

En el palacio reinaba un silencio profundo. Cuando Nemrod salía a cazar, sus criados se iban a bailar a la taberna.

En el hocico de Zeres dibujábase una dulce sonrisa de cariño al pensar en los futuros héroes caninos, y sus ojos brillaban de alegría por los elogios que aquéllos habrían de merecer. Sus cachorros serían con el tiempo diestros lebreles; llevarían la caza a manos de su dueño, hábil y honradamente; aportarían entre sus cortantes dientes las liebres y los zorros sin causarles daño; su aullido infundiría temor a los leones; los elefantes huirían ante ellos; comerían de un mismo plato con Nemrod... Los ojos de Zeres empezaron a contraerse de complacencia, los sedosos párpados se le cerraron, y Zeres — bien lo merecía la parturienta — se durmió.

De pronto, el cuadro sufrió un cambio: por alguna falta, que ella no había cometido, por una calumnia que Nabucodonosor, su eterno enemigo, había dicho de ella, no la llevaron al bosque. Atáronla a la puerta como a perro ovejero, y ella oía llegar de la selva el sonido de las trompetas; una

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liebre se escurría por entre los árboles y se colocaba en el extremo del bosque, tocando con las patas delanteras el campo libre; la liebre notaba su presencia y no huía... la contemplaba con desprecio, se burlaba de ella, sus bigotes temblaban de risa...

Zeres no podía tolerarlo; romper una cuerda era hazaña de poco monto para ella. Encogióse, pues, y dió un salto.

La soga se cortó y Zeres se puso a correr... La soga se había roto en sueños; despierta, la perra rompió un vidrio y se escapó al bosque. Entonces los cac'norritos ciegos empezaron a sentir frío y hambre.

Con la puesta del sol, mientras el piso de la cocina, embaldosado de mayólica, se enfriaba, crecían ambos tormentos.

desde el bosque se distinguía el sonido del cuerno. Movidos por el miedo, por el hambre y el frío, los cuatro cachorros saltaron de la cesta, se dispersaron arrastrando sus patitas torcidas, y a causa de su ceguera, no volvieron a encontrarse... Cada uno se acurrucó en otro rincón. desde los cuatro rincones, todos ellos aullaban de miedo, -de hambre y de frío.

¿Quién sé compadecería de ellos en la casa silenciosa y vacía?

Nemrod cazaba en el bosque, la servidumbre dan-zaba en la taberna, y la madre los había abandonado y olvidado.

* * *

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Pero el mundo está organizado de tal manera que, hasta cuando unos pobres cachorritos ciegos aullan, no lo hacen en vano.

A lo lejos, en el comedor ricamente adornado, sobre la mesa, cubierta de un niveo mantel, había en medio de la cristalería y la vajilla, unos candeleros de oro con grandes velas de estearina.

Estas últimas oían los gemidos de los perritos y los compadecían. Una de ellas, movida a piedad, se enardeció tanto, que, sin que la tocara chispa alguna, se encendió por sí misma, llameando vivamente. Y decía la vela ardiente: —Hermanas: vosotras esperáis a Nemrod; alumbradle durante la cena, alegrad su corazón... yo me iré hasta los pobres cachorritos.. .. —¿Qué dices? ¿Piensas descender tan bajo? —Este es mi destino. Los cachorros han sido abandonados por su propia madre, y son tan pobres, tan desamparados!... —¿ Con qué puedes ayudarles ? ¿ Les darás de mamar acaso? —Yo no tengo los pechos de la madre — contestó la vela tristemente. —¿Podrás calentarlos? ""^—Carezco de su tibia piel. —¿ Entonces ? —¡ Yo les daré la luz!... —¡ Si están ciegos!... —Delante de mí abrirán pronto los ojos. —¿Para qué quieren luz?; lo que ellos necesitan es calor, leche... —Que haga cada cual lo que pueda. Yo dispongo de luz y se les ofreceré... Ellos abrirán los ojos, van a buscar y encontrarán por sí mismos lo demás ... —¡ Vaya, vaya! — exclamaron las velas apagadas, riéndose—.Nada podrás conseguir, nada.

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—¿Por qué? —Porque si... No será tu luz lo que ellos verán con sus ojos cerrados; lo que percibirán con sus abiertas narices será tu sebo, y lo devorarán.

La vela generosa se quedó perpleja. Pero era la voz del destino y ella tuvo que obedecer. Haciendo un esfuerzo, abandonó el candelero y respiró libremente. Bajó de la mesa y comenzó a arrastrarse sobre el piso; oía cada vez más claro el llanto de los cachorros, que clamaban por socorro, y la vela apuró el paso.

En su camino encontró un refugio: una linterna con los ctlatro vidrios de distintos colores. El corazón empezó a temblarle de alegría: la linterna le servirá de cota, será la salvación de los cachorros hambrientos; para los ojos débiles vendrá mejor la luz suave y colorida que la blanca, la cual podría causarles daño.

Y penetrando en la linterna, prosiguió su marcha, aunque más lentamente.

* * *

Nada puede resistir a una voluntad decidida.

Quiérelo, y todo el mundo se postrará a tus plantas! Los cachorros abrieron los ojos y notaron la luz; pero cada cual la veía desde su propio rincón, a través de un cristal distinto.

—¡ Bendito sea el que hizo la luz! — exclamaron todos al unísono; empero, las divergencias surgieron en seguida. —La luz tiene un color amarillo—-prorrumpió alegremente un perrito desde su rincón. —¡ Tonto — respondióle otro desde el rincón opuesto — la luz es verde!

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un tercero: —Los dos no habéis abierto aún debidamente los ojos. Yo, en cambio, veo perfectamente. La luz, atendedme bien, es azul. Azul, sin duda alguna. el cuarto de los cachorros gritó: —Si tienes los ojos abiertos y afirmas que la luz es azul, eres un embustero. La luz es roja. La discusión arrecía. —¡Juro que es amarilla! —¡ Por vida mía, que la luz es azul! —¡Por nuestra madre, juro que la luz es roja! —¡ Por Dios, que es verde! uno exclamó: —¡Embaucadores o ciegos, acercaos! todos gritaron: —¡ Acercaos! ¡ Acercaos!

los cuatro cachorros saltaron, no hacia la linterna, no a la luz... Tenían los ojos henchidos de odio, los corazones caninos ardían de ira...

Uno saltó sobre el otro dispuesto a hacer valer su causa por medio de mordiscos. Querían demostrar su verdad con los dientes y afirmarla en carne ajena.

Los falsarios debían perecer: los embusteros no tienen derecho a la vida; el embaucador, aunque sea un hermano, debe morir...se encendió en ellos la ira santa... los cachorros, que acababan de abrir sus ojos a la luz, formaron un solo montón y se revolcaron en fiera lucha por la verdad...Todos estaban dispuestos a matar y a morir en nombre de ella...

El grupo formado por los cuerpos temblorosos tumbó la-Linterna, apagándose la vela; y la lucha por la "luz se hizo más viva aun en la obscuridad...

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cuando Zeres volvió del bosque, jadeante y cubierta de sudor, encontró en la puerta del palacio a uno de sus futuros héroes, mordido y ensangrentado. Acercóse rápidamente. —¿Qué te pasa?; ¿qué te ha sucedido?; ¿dónde "v están tus hermanos?

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—Yo no tengo hermanos — replicó el semidesfallecido — son embusteros, han jurado en falso. Uno de ellos juró que la luz es amarilla; otro, que es verde, y el tercero, sostuvo que es roja. Y yo mismo he visto que la luz es azul. Allí yacen los mentirosos, los negadores de la luz, mordidos también. .. Y terminó Rabí Salomón:

"Sea la luz" — había dicho el Señor. Pero son los frágiles hombres quienes han inventado las linternas multicolores...

Por las afueras de la ciudad caminan dos mujeres hebreas. Una de ellas, alta, de mirada severa, anda con pasos tardos y pesados; la otra, pequeña, flaca, pálida, camina cabizbaja. —¿A dónde me conduces, Raquel?—pregunta Gruñe, la segunda de las señoras. —Ten-paciencia, unos pasos más, hasta aquella colinST. —¿Para qué? —vuelve a interrogar la otra con voz entrecortada, cual si temiera algo. —Ya lo verás, ven... Llegaron a la colina. —Siéntate—dice Raquel. La otra obedece y Raquel se ubica a su lado. Y en el silencio del cálido día veraniego, lejos del bullicio de la ciudad, entablan una conversación: —Gruñe, sabes tú quién era tu esposo, que en paz descanse? En el pálido semblante de Gruñe aparece una sombra. —Lo sé—contesta con los labios apretados. —Era un "soifer"12, Gruñe, un santo "soifer". —Lo sé—insite ésta con impaciencia.

12 Persona que copia la Thora en .un pergamino. (T.)

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—Antes de escribir una letra hacía sus abluciones. —¡ Mentira! Sólo las hacían un par de veces por semana. —Era un santo varón. —Es verdad... —Que su gracia nos favorezca. Gruñe calla. —¿Callas?—exclama Raquel con asombro. —¡ Lo mismo da! —No es lo mismo. Que su gracia nos favorezca. ¿Oyes ? —Oigo. —¿Qué me dices? —¿ Qué he de* decirte ? Yo sólo sé que no nos ha favorecido. Pausa. Ambas mujeres se comprenden: el santo "soifer" murió dejando una viuda y tres huérfanas. Gruñe no volvió a casarse, no quiso que sus hijas tuvieran padrastro; trabajó para sí y para ellas, pero no ha tenido suerte: los méritos del esposo no la habían protegido. —¿Y sabes a qué se debe eso?—interrumpe Raquel el silencio. —¡Bah! —Porque eres una pecadora. —¿Yo?—exclama la pálida Gruñe dando un salto —~¿yo soy una pecadora? —Escucha, Gruñe. Todos somos pecadores, pero tú lo eres más que nadie. —¿Más que nadie, dices? —Mira: no en vano te he traído aquí, fuera de la ciudad, hacia el río, al prado. Nosotras, gracias a Dios, no necesitamos del aire fresco... Atiende, Gruñe: una madre, sobre todo la viuda de un santo "soifer", debe... —¿Qué es lo que debe?

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—Debe ser más devota que todos, mejor que todos y velar más por sus hijas.

La pálida Gruñe se pone lívida, sus ojos se en-cienden; las fosas nasales se le dilatan y los labios azulados empiezan a temblar. —¡ Raquel!—grita fuera de sí. —Bien sabes, Gruñe, que soy tu mejor amiga, pero debo decirte la verdad, porque de lo contrario yo no hallaría perdón a los ojos de Dios. No quiero hablar mal de tí y puedes estar segura que la gente no sabrá nada por mi conducto. Todo quedará entre nosotras dos y sólo Dios lo sabrá... —No me tortures... —Escucha, pues. Ayer por la tarde, de noche casi, volvía yo de la estación y vi a tu hija Mirl sentada e.n esa colina. —¿Estaba sola? —No. —¿Con quién? —¡ Qué sé yo! Con un mozo que llevaba un sombrero de copa. El la besaba en la nuca y ella comía caramelos. — Ya lo sé—dice Gruñe con voz cavernosa cual si saliera de una tumba—no es la primera vez. —¿Lo sabías? ¿Qué? ¿Es su novio? —No. —¿No? ¿Y tú... callabas? —Sí. —¡ Gruñe! Pero Gruñe permanece tranquila. —Ahora calla tú y escucha lo que te voy a contar—dice con voz cortante, y cogiendo a Raquel por la manga la obliga a sentarse—Escucha—continúa —quiero contártelo todo y que Dios me sirva de testigo. Raquel tomó asiento.

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—Cuando murió mi esposo—comienza Gruñe. —¿De qué modo hablas, Gruñe? —¿Cómo quieres que hable? —No dices "que en paz descanse". —Lo mismo da. Lo enterraron como a todos, y a mí me dejó tres huérfanas, tres hijas... —¡ Pobre! Ni siquiera un varón para rezar el "cadisch"13. —Tres hijas. La mayor... —Gnendel... —Tenía catorce años. —Otras, a su edad, ya son novias. —Y nosotras ni pan teníamos; de formular un compromiso y celebrarlo con el banquete correspondiente, ni pensar se podía. —¿Qué manera de hablar tiene hoy, Gruñe? —No soy yo quien habla; es mi corazón dolorido el que habla. Gnendel, como tú lo sabes, era la moza más bonita del pueblo. -—Y lo es todavía. —Con su cabellera gris parece hoy un limón agriado. Antes, brillaba como el sol, pero yo era la viuda de un santo "soifer"... Yo la cuidaba como a mis -pupilas. Alrededor de nuestra casa rondaban toda suerte de galanes y yo sabía que en los tiempo_s que corren eso es un riesgo... Y el deber de una madre consiste en estar alerta... Una novia, sabía vo, debe ser tan pura como un espejo. Y logré mi propósito: no la empañó ni el menor aliento. ¡Cómo velaba yo por ella, con cuánto celo la cuidaba ! Sin mí no salía de casa. Y yo siempre le advertía: "Allí no mires, allá no vayas, aquí no te pares, acullá no te muevas; no te detengas a mirar el vuelo de los pajarillos"... —Bien, bien.

13 Oración en memoria de los difuntos. (T.)

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—Sí, muy bien—dice Gruñe amargamente. —Ven a mi casa y verás lo que parece ahora. Es, ciertamente, una virgen, ¡ pero tiene treinta y seis años! Es tan enjuta, que se puede fácilmente contarle bs huesos, su piel es apergaminada, los ojos apagados, la cara acre sin una sonrisa, los labios siempre contraídos. Con frecuencia sus ojos muertos se iluminan: es que entonces arde en ellos el odio. ¿Y sabes tú a quién ella odia, a quién maldice con los labios apretados ? —¿A quién? —A mí, pues, a mí, a su propia madre. —¡ Qué dices! ¿ Y por qué ? —Ella misma quizá lo ignora, pero yo sí lo sé. Yo me he interpuesto entre ella y el mundo, entre el sol y ella. Yo he—¿cómo decírtelo?—impedido que la luz y el caler llegasen a su cuerpo... Noches enteras he meditado sobre esto, hasta que llegué a comprenderlo. Ella debe odiarme, cada célula de su cuerpo me odia. —Pero, ¡qué dices! —Lo que tú oyes. A sus hermanas también las aborrece, sin duda. Son más hermosas y más jóvenes que ella. Gruñe respira penosamente y Raquel es incapaz de ordenar sus ideas. Acaba de oir algo horrible, algo que es peor que estar enfermo, peor aun que morir en el altar en el momento de desposarse—la mayor desgracia que puede ocurrir entre los judíos —y, sin embargo, está convencida que así han tenido que ocurrir las cosas. —A le segunda, Lea, no quise tenerla en casa y la he colocado de sirvienta—prosigue Gruñe con voz ronca. —Bastante he protestado de ello—observa Raquel —vergüenza me daba que la hija de un "soifer" fuera sirvienta.

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—Pensaba casarla, a ella por lo menos. Quería que reuniera una pequeña dote, porque mi insignificante negocio no daba para ello. Y a ella también la he cuidado. Más de un patrón ha pretendido seducirla, más de un señorito quiso hacer un juguete de ella. ¡ Pero yo era una madre celosa! Diez veces por día corría yo a su cocina y lloraba, la prevenía y la reprendía. ¡ Ah, las buenas palabras, los sermones moralizadores que yo le he dicho! Noches enteras me" pasaba leyendo libros de moral y se los repetía al día siguiente, agregando todavía algo mío. ¡ Que Dios me lo perdone! De tres demonios que citaban los libros en castigo de los pecadores, hacía yo diez, un azote se convertía en una catástrofe; en fin, yo lanzaba fuego. Y ella, criatura débil e inocente, se dejaba guiar débilmente. Parecíase del todo a su padre: pálida, exangüe, ojos húmedos y bondadosos. Pero ella era más hermosa. —Hablas como a una difunta. —¿Y crees tú que ella vive? Pues te equivocas. Una vez ahorrada su dote, yo le di un marido. La pobrecita lloraba, no lo quería, decía que era dema-siado tosco, demasiado ordinario para ella. Pero un mozo de posición no se casa con una sirvienta, sobre todo si tiene la precaria dote de treinta rublos. Bendije al cielo por el partido. ¿Que era un simple sastre su esposo? Pues había que aceptarlo. Vivió con ella un año, quitóle el dinero, la salud y luego la ha abandonado. Me la ha devuelto desharrapada y tuberculosa. Ahora escupe sangre y ya no es un ser humano: ¡es un espectro! Me acaricia como si fuera un niño, y al acostarse, parece un corderito. Noche tras noche se pasa llorando. ¿Sabes tú a quién llora ella? —Al marido, pues. Maldita sea su memoria. —No, Raquel, es por mí que llora. Yo soy la causa de su desgracia. Sus lágrimas caen sobre mi corazón cual plomo hirviente; sus lágrimas me envenenan ...

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Gruñe guarda silencio y respira apenas. —¿Y bien?—pregunta Raquel. —Y bien, ahora me he dicho: basta. Que esta hija menor, por lo menos, viva según le agrade. Trabaja en la fábrica diez y seis horas por día y gana apenas su pan. ¿Quiere también confites? Pues que los coma. ¿Que le gustan las diversiones, la risa, los besos ? ¡ Sea! Yo no puedo proporcionarle confites y menos todavía un marido. No es mi intención hacer de ella un limón exprimido. ¿Darle yo la tuberculosis? ¡Eso jamás! Quiero que esta hija mía no me odie y no se lamente de mí. —¡ Pero, Gruñe! — grita Raquel aterrada — ¿qué dirá la gente? —¿La gente? Que tenga compasión a los pobres huérfanos y no los haga trabajar, gratuitamente, como a las bestias. La gente debiera tener el alma más sensible y no explotar a los pobres. —¿Y Dios, bendito sea su nombre? Gruñe se levanta y grita, cual si quisiera que el Señor en el cielo la escuchara: —¡ Hubiera El cuidado de las otras dos!... Silencio profundo. Las dos- mujeres respiran con dificuttad; ambas se miran con los ojos chispeantes. " — ¡ Gruñe—grita Raquel finalmente—Dios castigará! —A mí y a mis hijas, no. Dios es justo, va a castigar a alguien, mas no a nosotras, no a nosotras!

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En este bajo mundo, la muerte de Bontsi el Silencioso no produjo ninguna impresión. En vano preguntarías: "¿Quién era Bontsi?" ¿Cómo vivía, de qué murió? ¿Rompiósele el corazón, le abandonaron las fuerzas o acaso la espina dorsal se partió bajo el peso de alguna carga excesiva? No se sabe. ¡Quizá fué el hambre quien le mató!

El caballo de un ómnibus caído en la calle interesaría "mucho más que este pobre hombre. Todos los diarios habrían hablado y los papanatas acudirían presurosos a contemplar la bestia y a examinar punto por punto el sitio del accidente. Pero si-fueran tantos los caballos como los hombres—centenares de millones—la muerte de un rocín no despertaría interés alguno. ¡Bontsi vivió silenciosamente y silenciosamente murió! Pasó como una sombra por sobre la faz de la Tierra.

La circuncisión de Bontsi no fué celebrada con vino ni pronunció un discurso sonoro al entrar en la mayor edad religiosa. Vivía como un humilde grano de arena a la orilla del océano, confundido cutre los millares de sus semejantes. ¡Y cuando el viento lo elevó para transportarle al otro lado, nadie lo advirtió! En su vida no quedaron ni trazas de sus pasos en el lodo de los caminos, y cuando murió, el viento arrancó el pequeño madero de su tumba. La mujer del enterrador hallólo a distancia de aquel sitio y lo utilizó en el cocimiento de una olla de patatas. Y a los tres días de su muerte, en vano habríais preguntado al sepulturero en qué sitio le colocara.

Si siquiera tuviese un epitafio, quizás un sabio arqueólogo de los siglos venideros lo descubriría y entonces el nombre del Silencioso recorrería una vez los ámbitos del mundo.

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¡Pero no fué sino una sombra! El recuerdo de su imagen no quedó en ninguna mente, ni en ningún corazón: ¡Nada quedó de Bontsi! ¡Ni hijos ni propiedades! Después de vivir miserablemente, murió miserablemente.

A no haberlo impedido el murmullo de la multitud, alguien tal vez habría percibido el crujir de la espina dorsal de Bontsi bajo el peso del fardo que le agobiaba; si el mundo anduviese menos afanado, alguien tal vez habría notado que Bontsi (hombre también) tenía dos ojos sin vida y mejillas espantosamente hundidas; y que, aun cuando ya no llevaba sobre sus hombros ningún fardo, su cabeza se inclinaba siempre hacia la tierra, como si buscase su tumba!

Y si la gente fuese tan escasa como los caballos de ómnibus, alguien, tal vez, se habría preguntado: "¿ Pero qué le ha pasado a Bontsi ?"

Su rincón de subsuelo no quedó vacío por mucho tiempo cuando se le condujo al hospital. Diez de sus hermanos aguardaban ya a que lo desocupase, y se lo adjudicaron a quien más ofreció. Cuando se le transportó de su lecho de hospital a la cámara mortuoria, ya esperaban impacientes, su sitio, veinte pobres enfermos... Y apenas hubo salido de la cámara mortuoria trajeron veinte cadáveres extraídos de entre los escombros de una casa derrumbada. ..

¿Sabe alguien cuánto tiempo estará tranquilo en su tumba? ¿Quién sabe cuántos cadáveres aguardan ese pedazo de tierra?...

Nacido en silencio, vivió silenciosamente; muerto silenciosamente, fué enterrado en medio de un silencio más grande todavía.

Pero las cosas no pasaron de la misma manera en el otro mundo. Allá arriba, la muerte de Bontsi produjo una impresión profunda.

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Oíase a través de los siete cielos la trompeta del Mesías que anunciaba: "¡Bontsi el Silencioso ha muerto!" Los arcángeles de amplias alas, volaban de uno en otro, susurrando: "¡Bontsi ha sido llamado ante el Tribunal Supremo!"

Y en el Paraíso no se oía sino una rumorosa alegría y un grito: "Bontsi el Silencioso! ¿Os dais cuenta de lo que es Bontsi?"

Los angelitos de ojos diamantinos, de alas bordadas en hilo de oro y calzados en sandalias de plata corrieron llenos de alegría al encuentro de Bontsi.

El ruido de las alas, el tintineo de las argentinas sandalias y el reir de sus boquitas frescas y rosadas, llenaban con su alegre rumor las esferas celestes, hasta el Trono divino y hasta Dios sabía ya que Bontsi iba acercándose.

Abraham, el patriarca, colocóse en la puerta del Paraíso y tendió la mano derecha como para significarle un cordial: "¡Sed el bienvenido!" y una dulce sonrisa iluminó deliciosamente su arrugada faz.

¿Qué es lo que así rueda en el cielo? Era que dos ángeles transportaban presurosos una silla de oro puro para Bontsi.

¿A qué se debe ese luminoso resplandor? A una corona de oro armada de las más preciosas

piedras. ¡Y todo para Bontsi! —¿Pero el Tribunal Supremo aun no ha juzgado? —interrogaban los santos sorprendidos y celosos. —¡Bah!—respondían los ángeles.—Eso no será riño una fórmula. Contra Bontsi el Silencioso ni bontsi el silencioso el fiscal mismo pronunciará una palabra! La cosa no durará más de cinco minutos. —¿No sabéis quién es Bontsi?

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* * *

Cuando los angelitos llevaron a Bontsi por los aires

cantándole una dulce melodía, cuando el patriarca Abraham le sacudió la mano como a un viejo camarada, cuando supo que su sillón estaba dispuesto en el Paraíso, que una corona de oro aguardaba su cabeza, que en el Tribunal Supremo no se pro-nunciaría ni una palabra superflua al ventilarse su asunto, Bontsi, lo mismo que allá abajo, se calló, aterrorizado." "Seguro estaba de que aquello no era sino un sueño, o bien efecto de un simple error.

¡Ya los dos estaba habituado! ¡ Cuántas veces, allá abajo, había soñado que recogía del suelo montones de. monedas! Encontraba así tesoros inmensos y al otro día, al despertarse, hallábase más miserable aun que la víspera... Más de una vez, en la calle, alguien le sonrió y por error dirigióle una palabra cariñosa, pero ese alguien, al salir de su error, escupió al suelo con desprecio... —Es mi destino — pensó Bontsi.

¡Y ahora no se atreve a levantar la vista, temeroso de que el sueño se desvanezca, y de despertarse en algún antro, rodeado de hidras y de serpientes!

Ni un sonido dejaba escapar de su boca, ni un miem-bro removía con el temor de que se le reconociera y se le precipitase en un hondo abismo. Tiembla, no comprende los cumplimientos de los ángeles, no advierte la danza que bailan en torno suyo, no responde a la cordial bienvenida del patriarca Abraham y empujado hasta el areópago celeste, ni siquiera saluda... ¡Hallábase cortado!

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Y su miedo aumentó todavía cuando sin querer, se fijó en el piso del tribunal celeste. ¡Nada menos que de alabastro y brillantes! "¡Y mis pies hollando este piso!" Se quedó helado. "¡Quién sabe con qué poderoso millonario, con qué rabino, con qué santo me confunden... ¡ Y vendrá, y mi fin será un triste fin!"

Con el miedo que le embargaba no oyó cuando el presidente anunció con voz clara: "¡El asunto Bontsi el Silencioso!" ni cuando pasándole el expediente al defensor le dijo: "Hablad, pero brevemente".

La sala, el tribunal, todo danza en torno de Bontsi; un confuso murmullo llena sus oídos.

Pero en medio del rumor, percibe poco a poco y más y más distintamente la voz del angelito abogado, dulce como el canto de una viola: —Su nombre le cae como a un cuerpo gracioso un traje fabricado por las manos de un artista: —¿Qué dice?, se pregunta Bontsi, y oye una voz impaciente que interrumpe al orador: —Nada de metáforas. —Jamás— continúa el defensor— jamás se ha quejado ni de Dios ni de los hombres; nunca ha brillado en sus ojos un rayo de odio; nunca tuvo pretensiones hacia el cielo. Bontsi no comprende y la voz dura interrumpe: —Nada de retórica! —Job cedió. Bontsi ha sufrido más que Job. —¡ Hechos! ¡ Hechos concretos !—grita el presidente con tono de mayor impaciencia. —Fué circuncidado a la edad de ocho días... —Bueno, pero sin realismo. —El operador no contuvo la sangre... —¡ Adelante!

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—... Y él calló siempre—continuó el defensor— hasta cuando murió su madre, hasta cuando, a la edad de trece años, se le dió una madrastra malísima, una serpiente... "Entonces es de mí de quien se trata—pensó Bontsi. — ¡ Sin alusiones a terceras personas—dijo irritado el presidente. —Apenas si le daba un bocado de pan duro y las sobras de la carne mientras ella bebía su café con leche. —¡Al grano!—gritó el presidente. —En cambio, propinábale abundantes golpes y pellizcos, y a través de los harapos se veían las carnes del niño magulladas y sangrientas. En invierno el niño le partía la leña en el patio, descalzo sobre el pavimiento helado; sus manos eran demasiado tiernas y débiles, los leños demasiado duros y el hacha sin filo... Más de una vez se desarticuló la mano y sus pies se helaron, pero él calló. Hasta delante de su padre... —El borracho—observa el fiscal riendo—y un escalofrío corrió por los miembros de Bontsi. —No se quejaba, concluye el defensor. Y siempre miserable: ni amigos ni escuela, ni trajes limpios, ni un minuto de reposo. —¡ Hechos! ¡ Hechos—gritó de nuevo el presidente. —Calló cuando su padre en completo estado de beodez, le tomó por los cabellos y lo arrojó fuera, en una noche terrible de invierno. Levantóse sin decir palabra y echó a correr... Durante el tiempo que duró su largo camino, calló; en los momentos más angustiosos del hambre, no mendigó sino con los ojos y sólo al caer la tarde de un día nublado y húmedo de la primavera, llegó a una ciudad. Entró en ella como cae una gota de agua en la mar, y sin embargo, pasó esa primera noche en una comisaría. Callóse y no preguntó la causa de que se le tuviera preso. Y cuando recobró su libertad buscó el más

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penoso trabajo ¡y siempre se calló! Pero fué mucho más duro que el trabajo el encontrarlo. Y callaba siempre! Bañado por un sudor frío, agobiado bajo el peso de los más enormes fardos, con la barriga vacía, retorcidos los intestinos por el hambre, callaba!...

Salpicado por el barro que le arrojaban los extraaos, escupido por bocas ajenas, arrojado de las aceras, corría en medio de los coches, carros y tranvías, sin poderse mover, soportando una pesada carga sobre sus hombros, veía pasar la muerte a cada instante ¡ y callaba!...

Jamás calculó cuántos kilos transportaba por un céntimo, cuántas veces se caía por un centavo, ni cuántas veces desfallecía para cobrar. No calculaba ni su suerte ni la ajena. ¡Sólo callaba!

Ni aun para pedir su ganancia osó nunca elevar la voz. Como an méndigo permanecía en la puerta, y en sus ojos se reflejaba una súplica humilde. "Vuelve más tarde"—le gritaban. Y desaparecía como una sombra, para volver luego y mendigar su salario.

Callábase cuando regateaban el precio y hasta cuando le deslizaban una moneda falsa... El callaba siempre. —"Es realmente de mí, entonces, de quien se trata",—díjose Bontsi sorprendido. —Un buen día—continuó el defensor, después de haber bebido un sorbo de agua, —cambió la fortuna de Bontsi... Dos caballos desbocados arrastraban por la calle, en una carrera loca, un lujoso carruaje. El cochero yacía ya en el suelo, con el cráneo partido. La espuma desbordaba de la boca de los caballos, sus herraduras arrancaban chispas de las piedras, sus ojos brillaban como

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antorchas ardientes en la negra noche, y en el fondo del carruaje, más muerto que vivo, había un hombre. ¡Y Bontsi detuvo los caballos! Aquel a quien salvó la vida era un hombre caritativo de esos que olvidan el bien recibido. Puso en manos de Bontsi el látigo de su servidor muerto, y Bontsi fué cochero. Hizo más: lo casó. Y más todavía: le proveyó de un chico. Bontsi siempre calló. —"Se trata de mí, de mí mismo", piensa Bontsi y no se atreve, sin embargo, a levantar los ojos hasta el Tribunal Supremo... siguió oyendo al angélico abogado: —Calló también cuando habiendo quebrado su bienhechor, negóse a pagarle sus sueldos atrasados. Calló cuando su mujer huyó dejándole en brazos un niño de pecho aún. Calló también cuando, quince años más tarde, ese mismo niño, grande ya, tuvo fuerzas suficientes para echarle de su casa... —"De mí es de quien se trata, de mí—piensa Bontsi con alegría.—Calló todavía—prosiguió el ángel defensor, con voz más dulce y más triste, —cuando el mismo bienhechor indemnizó a todo el mundo, salvo a él, a quien no dió ni un céntimo... Y cuando le atropello nuevamente con su coche y le pasó por encima de su cuerpo, calló también. Ni a la policía declaró quién había sido su victimario.

Hasta en el hospital, donde todo el mundo grita, él calló. Y calló asimismo, cuando el médico se negó a aproximarse a su cama si no disponía de quince céntimos, y cuando la enfermera se negó, si no le daba dinero, a cambiarle las ropas. Calló durante la agonía y no habló ni en la hora suprema.

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¡ Ni una palabra contra Dios, ni una palabra contra los hombres!' —¡ Dixi !

* * *

Bontsi echóse a temblar. Bien sabía que tras la defensa vendría la acusación. ¿Qué dirían? Bontsi no recordaba su vida. Allá abajo, olvidaba, a cada minuto, el minuto precedente... El ángel defensor le recordó todo... ¿ Qué haría recordar el acusador? —¡ Señores!—comenzó una voz aguda, incisiva, cortante, pero se interrumpió. —¡ Señores!—repitió, pero esta vez con un tono menos seco y se interrumpió de nuevo. Y por fin, de los mismos labios salió una voz casi amable... —¡ Señores! El calló siempre. ¡ También yo callaré ! Silencio profundo. Luego, de allá arriba, vino una voz dulce y temblorosa. —Bontsi, hijo mío,—dijo la voz que sonaba como un arpa.—Bontsi, mi bien amado...

El corazón de Bontsi lloraba de alegría. Hubiera querido en ese momento abrir los ojos y ver, pero las lágrimas se lo impidieron. Jamás sintió una alegría tan grande, llorando. "Hijo mío, mi bien amado..." Desde la muerte de su madre, nunca oyó una voz semejante, ni parecidas palabras. —¡Hijo mío—continuó el presidente del Tribunal —todo lo has soportado en silencio! No hay miembro sano, ni hueso intacto, ni rincón de tu alma que 110 haya sangrado... Y siempre callaste... Allá abajo, no lo comprendieron. Quizá ni tú mismo supiste que podías haber gritado y que tu grito podía hacer temblar y caer las murallas de Jericó. No sabías de la

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fuerza que dormía en tí. Allá abajo, tu silencio no fué recompensado. Pero allá, es el reino de la mentira. Aquí, en el reino de la verdad, hallarás tu recompensa. El Tribunal Supremo no tiene que juzgarte ni condenarte u ofrecerte tal o cual compensación. ¡Toma lo que quieras! ¡Todo es tuyo! Por vez primera, Bontsi se atrevió a levantar la vista; quedó deslumbrado de la luz que venía de todos lados. Todo brillaba, todo centelleaba, todo despedía rayos: las paredes, los objetos, los ángeles, los jueces. Bajó sus ojos fatigados. —¿De veras?—preguntó con aire de duda y todo avergonzado. —¡ Seguramente!—respondió el presidente.—Con seguridad te digo: todo es tuyo. Cuanto hay en el cielo es para tí. Elige y llévate lo que quieras, pues sólo lo tomarías a tí mismo. —¿De veras?—preguntó de nuevo, pero esta vez con voz más firme. - y —Pero sí, de veras,—respondiéronle de todas partes. —Y bien, si es así—dijo sonriendo Bontsi—quisiera, todas las mañanas, un panecillo caliente con manteca fresca..-. Angeles y jueces bajaron la cabeza avergonzados. El fiscal largó una sonora carcajada.

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Una noche de invierno. Sara está sentada al lado

de la lumbre y remienda una media gastada. No trabaja con apuro, pues sus dedos están helados; debido al frío sus labios lian tomado un color azul, y por instantes abandona la labor y marcha a graneles pasos por la habitación a fin de hacer entrar en calor sus piernas.

En la cama, sobre una almohada de paja, duermen cuatro niños—dos a cada lado,—cubiertos en el medio con ropas viejas.

De cuando en cuando despierta otro chico, se levanta una cabeza y exclama: "¡Quiero comer!". —Un momento, hijitos, un momento—les consuela la madre. —Ahora rio más vendrá vuestro padre y traerá algo para cenar; a todos os voy a despertar. —¿Y el almuerzo?—preguntan los niños llorando. —¡ Si todavía no hemos almorzado! —El almuerzo también.

Ella misma tiene poca fe en lo que dice. Dirige la vista en torno suyo para ver si queda aún algo que se pueda empeñar... ¡No hay nada!

Cuatro paredes húmedas y desnudas, un horno partido por la mitad. Todo es húmedo y frío. Al lado de la chimenea hay algunas cacerolas rotas sobre el horno, un candelero de lata; en el cielo raso un tirante conserva todavía un clavo, recuerdo de una lámpara de colgar; dos camas vacías, sin almohadas... ¡Y nada, nada más!

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Pasó algún tiempo antes de que se durmieran los niños. Sara los mira acongojada, compasivamente, y dirige sus ojos llorosos a la puerta. Ha oído pasos; son pasos pesados en la escalera, y se distingue el ruido de unos baldes, ya a la derecha ya a la izquierda de la pared. Un rayo de esperanza ilumina su rostro arrugado. Golpea varias veces un pie contra el otro, se levanta pausadamente y se acerca a la puerta. La abre y un hombre pálido y encorvado entra con un par de baldes vacíos. —¿Cómo va eso?—pregunta Sara quedamente. —Nada, nada. No me han pagado en ninguna parte... Dicen que vuelva mañana, pasado mañana... a principios del mes... —Los niños no han probado casi nada en todo el día — dice Sara. — Por fortuna están durmiendo. ¡Pobres hijos míos! Y sin poder contenerse empieza a llorar en voz baja. —¿ Por qué lloras, tonta ?—inquiere el esposo. —¡ Oh, Mendel, Mendel! Los «hicos están tan hambrientos... Y se esfuerza por ahogar las lágrimas. —¿Y cuál será nuestro fin?—añade.—Cada día eso va peor. —¿Peor? No es cierto, Sara. No cometas un pecado hablando de esta manera. El año pasado las cosas marchaban peor, sí, peor. Carecíamos de pan y tampoco teníamos casa. Nuestros hijos vagaban de día por la calle, y de noche por los patios... Hoy tienen por lo menos una almohada de paja y se hallan bajo techo

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Sara se puso a llorar con más fuerza. Se le vino a la memoria que a consecuencia de esa vida había perdido entonces un.hijo. Se resfrió, estuvo ronco y murió.' —Y murió abandonado como en un bosque... No había con qué saldarlo... Ni siquiera para implorar ayuda en la sinagoga hacer rogar en la tumba de los propios... Y se extinguió como una vela... El la consuela: —No llores, Sara, no llores...' No peques delante del Señor... - —¡ Ah! ¿ Cuándo, por fin, tendrá el Señor compasión de nosotros? —Ten compasión de tí misma, no te aflijas, no lo tomes a mal. Fíjate en tu aspecto. Hoy cumplen diez años desde que nos casamos... Observa tu rostro... ¡ Ay, dolor!... ¡ Y tú eras la más hermosa en la ciudad! —¿Y tú? A tí te llamaban Mendel el Robusto, ¿Recuerdas?... Ahora estás encorvado y enfermo. ¿Crees que no lo sé porque lo ocultas? —¡ Oh, Señor, Señor!—grita. Los niños despiertan y piden: "¡ Pan, pan!" —¡ Dios os libre! ¿ Quién ha dicho que hoy se debe comer? — exclama de pronto Mendel. Los chicos se incorporan espantados. —Hoy es día efe ayuno—dice Mendel con el rostro nublado.

Transcurrieron unos minutos hasta que los niños comprendieron lo que se les decía. —¿Qué ayuno es ese? ¿Qué ayuno?—interrogaban llorando.

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Y Mendel, bajando la vista, les cuenta que hoy por la mañana, en la sinagoga, la Thora se cayó de la mesa al suelo. "Por eso—agrega—se ha dispuesto que el día de hoy fuera de ayuno, hasta para los niños de pecho". Callan los niños, y él prosigue: —Sí, un ayuno tan riguroso como el Día del Perdón, o el noveno día del mes de Av14, a contar desde esta tarde. Los cuatro párvulos saltan rápidamente de la cama, y descalzos, con las camisas deshechas, se ponen a bailar y a gritar: —¡Nosotros también ayunaremos! ¡Si, ayunaremos! Mendel oculta con sus espaldas la luz para que los niños no vean cómo la madre vierte las lágrimas. —Bueno, ¡basta!—trata de sosegarlos.—¡ Basta! En un día de ayuno está prohibido danzar... Dejad eso para "Simjas Thora". Los chicos volvieron a la cama. ¡ Habían olvidado el hambre! Una de las niñas empezó a cantar. Mendel siente que el frío le invade... —Cantar tampoco se puede—prorrumpe con voz entrecortada. Las criaturas guardan silencio y se duermen fatigadas del baile y del canto. Uno de ellos, empero, el mayor, despierta y pregunta: —Papá: ¿cuándo seré mayor de edad?15.

14 En memoria de la destrucción del Templo, acaecida ese día, los judíos lo pasan en ayunas. (T.) 15 A los trece años los niños hebreos son considerados como mayores de edad, verificándose con tal motivo una ceremonia al ponerse el joven por primera vez las filacterias. (T.)

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—Falta todavía-mucho, Jaime... Cuatro años, I así los pases gozando buena salud! —¿Me comprarás entonces un par de filacterias? —¡ Claro que sí! —¿Y una bolsita para guardarlos? —Sin duda. —¿Y un devocionario? Uno pequeñito, con el lomo dorado... —Con la ayuda de Dios... Ruega al Señor, Jaime... —¡Entonces sí que observaré todos los ayunos! —Sí, sí, Jaime, todos los ayunos... Y añadió en voz baja: —Dios mío: ¡con tal de que no sean como el de hoy!...

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INTRODUCCIÓN

Como buena parte de las lenguas y literaturas modernas, el idisch y la literatura que en él se ha formado datan de la Edad Media. Al diseminarse los israelitas por el mundo llevaron, consigo, como reliquia de su pasado glorioso, aquel libro único que Heine llamara "la patria portátil". Y la lengua en que ese libro, la Biblia, estaba escrito, debía quedar para siempre ' coma distintivo nacional de Israel. Pero las condiciones de su vida obligaron al puoblo perseverante por excelencia a convertir al hebreo, otrora idioma vivo, en lengua sagrada. En su contacto con los otros pueblos, y diseminados como estaban, tuvieron los judíos que sufrir necesariamente la influencia de las naciones en cuyo seno residían, tomando de ellos lenguas o dialectos. Pero esas formas de expresión colectiva, muy difundidas a veces, no se han concretado en valores de cultura nacional, salvo raras excepciones, y tuvieron por consiguiente una vida efímera. Paralelamente al hebreo, que ha sido en todo tiempo la lengua aristocrática reservada para fines nobles y solemnes, otros idiomas, más o menos vulgares, destinados al uso diario, eran corrientes en el ghetto, pero a sus cultivadores les faltaba la visión del porvenir y la decisión de elevarlos a la altura de la lengua tradicional. El único dialecto que alcanzó vida próspera y definitiva, es el idisoh, a cuya literatura pertenece el libro que va a leerse.

No es fácil determinar con exactitud la fecha en que ha nacido este idioma, hablado hoy por la inmensa mayoría del pueblo judío. Desde tiempos remotos los israelitas de Alemania se comunicaban en la lengua corriente, empleando el alfabeto'hebraico e intercalando palabras hebreas. En el siglo XV, probablemente, acentuóse esa costumbre que fué el origen del futuro lenguaje. Algunos filólogos alemanes de esa época hacen ya referencia al idioma incipiente, entre ellos: Boesehenstein (1514), Fagius (1543), Bux torfius (1609), Wagenseil (1699), Wolff (1715), Ohry- sander (1750).

Entre los manuscritos más antiguos que se conocen, figuran los de Munich, Berlín, Hamburgo, Londres, que se remontan al año 1560. De los libros impresos merecen citarse los de Elias Levita (1507), y de Itabi Ansehol (1534).

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Nacido en los ghettos de Alemania, el idisc.li se ha impuesto como lengua nacional, dando naehniemto a una literatura relativamente rica. En su origen no era sino Una corruptela del alemán, una mezcla do palabras germanas y hebreas. En tanto que los judíos permanecían en los ghettos, la nueva lengua tenía pocas probabilidades de evolucionar y adquirir carácter propio, pues estaba demasiado cerca de su fuente. Pero bien pronto causas históricas determinaron la expatriación de los hebreos alemanes. Las Cruzadas, que sembraron la muerte doquiera que pasaban, hallaron en los judíos presa fácil y desamparada.

Debido a esas persecuciones, gran parte de los he-breos se refugiaron en Bohemia y Polonia. Bien acogidos en este reino, bastaron dos siglos de permanencia en él para infundir al nuevo idioma un carácter propio. En un país extranjero, lejos de la lengua madre, ol idisch pudo desarrollarse orgánicamente y enriquecerse con elementos eslavos y hebreos. Hay una hipótesis formulada por Harkawi, de que los israelitas de Rusia y Polonia empleaban idiomas eslavos desde el siglo XIV al XVII, y que merced a la in-migración de sus correligionarios de Germania, cambiaron aquellos idiomas por el que éstos habían introducido. Pero esa opinión ha sido desvirtuada por el eminente historiador S. Dubnow, quien ha demostrado que el idiscih ha sido entonces el lenguaje común de los hebreos rusos y polacos. Las persecuciones salvajes de que fueron objeto más tarde en la nueva patria, y principal-mente los horrores que les causaron las hordas de Jmelnitzky, obligaron a los judíos a retornar a Alemania, adonde volvieron con una lengua bien distinta ya de la que le diera origen, lengua impregnada de dolor y anegada en lágrimas, que iba difundiéndose cada vez más en las ju-derías de la Europa Central y de la Rusia inmensa, y convirtiéndose en he factor esencial en el desarrollo del pueblo.

En efecto, la literatura hebrea se había convertido en un tesoro esotérico para las masas populares, y para satisfacer sus anhelos intelectuales hubo necesidad de escribir libros en el idioma vulgar, el idisch, que les hablaran en forma sencilla y comprensible de cosas que, a no ser por ese conducto,

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quedarían ignoradas por ellos. Por eso, en las primeras mani-festaciones literarias del nuevo idioma no era do esperarse que primara el elemento' épico, porque el pueblo que le dió origen había pasado ya por las etapas nebulosas de la vida nacional, que es cuando el genio de la raza tiende a lo heroico. Los judíos de la Edad Media no estaban animados de sentimientos caballerescos, no rendían culto a la galantería, carecían de héroes inmediatos como el Cid o Carlomagno, pero en cambio poseían un pasado histérico y una norma de vida peculiar y religiosa. De ahí que la literatura judía fuese en sus orígenes un reflejo de esa religiosidad, de la moral dominante y de la necesidad de instruir a los que ignoraban el idioma histórico. Mas esa literatura, nacida al calor de la piedad, ha asumido con el tiempo proporciones que los iniciadores estaban lejos de presumir. Pues conviene saber que fuera do pocas excepciones, todos los que escribieron en idisch hasta la era que se inicia con Móndele Moijer Sforim, en la segunda mitad del siglo pasado, veían en ese idioma un medio para instruir a las multitudes y no un instrumento de arte. Ese menosprecio por el idioma materno ha persistido durante siglos, impidiendo su rápido desarrollo artístico. El predominio de las lenguas populares sobre las clásicas, que los pueblos de Europa habían proclamado definitivamente con el Humanismo, tardó dos siglos en arraigar entre los judíos. Debido a eso, la literatura, desde sus orígenes hasta el período ya mencionado, se caracteriza más por sus méritos didácticos y moralistas que por su valor emotivo. Faltándoles el amor al idioma y una visión creadora, los escritores de ese siglo carecen, por lo general, de personalidad artística y no constituyen sino una argamasa obscura para la formación de la lengua.

Las primeras publicaciones en el lenguaje popular son traducciones de la Biblia con o sin comentarios, adornadas o no con parábolas, leyendas y máximas, y narraciones fantásticas inspiradas en las obras novelescas en boga. Así, el montado Levita publicó en 1507 el "Bubo-Buj", adaptación de una novela inglesa y que ha tenido una vasta difusión. Pero los que más éxito han obtenido fueron los obras bíblicas, destinadas principalmente para las mujeres, que carecían por lo común de toda instrucción. Uno de esos libros, el "Tseeno

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Ureno", adquirió tal popularidad, que no había hogar judío quo no lo tuviera. La mujer israelita, ignorante hasta entonces de su propia historia, halló en aquella obra un caudal de enseñanzas altamente instructivas. Libre de los quehaceres domésticos, dedicaba sus momentos desocupados a la lectura de su libro favorito, que llegó a serle indispensable. Escrito en estilo sencillo, lleno de anécdotas y citas talmúdicas, el libro era para ella una. especie de enciclopedia. En él aprendió los hechos principales de la historia hebrea y nutrió su corazón de -misericordia; él le inculcó nobles sentimientos morales, el desprecio a las cosas terrenales, el amor a su pueblo y, sobre todo, una veneración profunda por los estudiosos. Que su esposo y sus hijos se dedicara al estudio de la Torah era la idea directriz de su vida. Considerábase feliz cuando podía sustentarlos con su trabajo, y como única recompensa de su sacrificio. aspiraba a ser admitida en el paraíso, mansión de los virtuosos. Posteriormente a este libro apareció otro, el "Taitsíh Jumosch", semejante al primero. Además se publicaron numerosas traducciones de la Biblia, hechas por misioneros y conversos, obras de moral, do enseñanza y algunas novelas. De estas últimas es célebre el "Mase Buj", que se compone do historias sacadas del Zohar y otras fuentes judías. Son también dignos de citarse el "Libro do Samuel", escrito en verso, poema inspirado en los dos libros de Samuel; así como una versión de Josofo y otras obras históricas y científicas.

Otra manifestación literaria de la época, de carácter netamente femenino, son las "Tjinos", oraciones para mujeres, compuestas generalmente por éstas mismas. Son pequeños monólogos de forma sencilla, en que la mujer judía se dirige a Dios solicitando su protección para los actos más variados de la vida diaria. La autora más famosa de ese género es Sara Bas Toivim, a quien la leyenda popular ha convertido en hada protectora de doncellas. Esta forma de comunicarse directamente con el Todopoderoso ha impreso a las composiciones de que hablamos un carácter de suavidad y de ternura que constituye su mayor mérito. Las "tjinos" se han publicado en gran cantidad y han desempeñado papel preponderante en la vida religiosa de la mujer hebrea.

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A esto hay que añadir las primeras tentativas del teatro, consistentes en piezas inspiradas en asuntos bíblicos, como la venta do José por sus hermanos, el episodio de Esther, etc., que, unas veces en prosa y otras en verso, eran representadas por los jóvenes del ghetto en determinadas fiestas.

El primer período de la literatura judía, que abarca los siglos XVI y XVII, se caracteriza, pues, por su tendencia didáctica-religiosa. Las obras que durante él aparecieron, ya sean traducidas u originales, tenían como objetivo principal la difusión de la moral judía, que de hecho condujo al robustecimiento del espíritu nacional. Eran sus cultivadores gente que no pensaba en el arte, sino en realizar tina obra que ellos consideraban útil, y sólo mucho más tarde, siglos después, esas primeras tentativas se convirtieron de labor aislada y meramente utilitaria, en el origen de una nueva literatura.

Un capítulo importantísimo do la literatura judía, rico en motivos y emociones, lo constituye la poesía popular. En ella ha volcado el pueblo sus sentimientos más íntimos, sus aspiraciones, sus penurias, su gracia y su ingenuidad. Alejados del rígido ambiente de los causistas y de los predicadores, los poetas anónimos, acuciados por la fantasía popular, cantaron en el idioma del pueblo sus alegrías y sus aflicciones, en palabras e imágenes sencillas, sentidas y adecuadas. Sin percatarse de su función creativa, esos trovadores desconocidos sentaron inconscientemente las bases de una poesía artística que más tarde, con el renacimiento de las letras judías, adquirió singular realce.

Las canciones de cuna son tiernas y llenas de pro-mesas. Desde los albores de su infancia so le predica al futuro soldado de Jehová el amor al estudio y a la vida contemplativa. Sus preocupaciones deben consistir en estudiar la Torah, "que es la mejor mercancía". De esa manera inyectábase al niño el tedio hebreo, la tristeza, la seriedad adusta, el horror a la expansión juvenil. Debía abstenerse de reir y de llorar, pues esto no cuadraba con su rol de futuro sabio. La juventud del hombre se hallaba absorbida por la escuela y la sinogoga, y su vida se deslizaba monótonamente. La niña, por el contrario,

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llavaba una existencia más sentimental. Libre del fardo de las innumerables leyes y deberes a que el varón estaba sometido, le era dable acariciar ensueños sobre su vida futura. Soñaba con un novio instruido, de rostro pálido, tierna mirada y largas patillas. Su mayor desgracia era quedar soltera. Cuando se enamoraba, expresaba su pasión en versos llenos de candor y do ternura.

Las canciones populares que tienen por tema el amor son los más hondos que existen en la literatura judía, por la sinceridad y el melancólico sentimiento quo brota de ellas. Los amores contrariados, la in- certidumbre, el desengaño, la traición, dan motivo a tiernas expresiones de cariño y de' reproche que por su colorido, por su naturalidad, son profundamente conmovedoras.

Oíros asuntos, de carácter social, familiar, político, etc., han inspirado a los bardos anónimos composiciones llenas de gracia o de sátira, según las circunstancias. En la vida conyugal, por ejemplo, le corresponde a la mujer un rol difícil; así es que, cuando se siente apesadumbrada, canta sus penurias en estrofas amargas, r.o exentas de ironía. Algunas poesías populares pintan los conflictos inevitables entre la suegra y la nuera; otras reflejan . las penurias de los hebreos bajo el reinado de Nicolás I, cuando se raptaba a muchachos judíos con objeto de alistar-' los como soldados; hay muchas de carácter religioso, y do una gran variedad de temas. Debido a los diversos países y regiones en que residían los israelitas, existe de cada canto muchas variantes. También las melodías difieren a veces.

Originada por la parte sana del pueblo, la poesía popular está exenta de esa austeridad rabínica que lo cristaliza todo. Esos cantos, reflejo fiel del alma judía, han circulado de boca en boca por todos los ghettos infundiéndoles un hálito de vida y alegría.

En el siglo XVIII surgió entre los hebreos un mo-vimiento intelectual, llamado Hascolo, quo tendía a fomentar la cultura entre ellos. Sus adeptos empleaban en sus escritos el hebreo clásico, despreciando el idioma popular. Pero ante la evidencia de que los lectores iban disminuyendo, tuvieron que recurrir al idisch, en cuyo porvenir no creían. No sintiendo

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amor por el idioma quo empleaban, es evidente que no trataran de perfeccionarlo. En sus obras predominan la ironía y la sátira. La tendencia es en ellos tan manifiesta, que generalmente se reducen a tesis escuetas. Nada do caracteres, nade de psicología, nada de realidad artística. Los personajes encarnan ideas, representan clases sociales, son símbolos. Los escritores más conocidos de ese ciclo, Levinshon, Ocsenfeld, Gordon, Etinguer y Abramovich. en sus primeras obras, emplearon la literatura como elemento de lucha contra los ortodoxos; a los rabinos, a los dirigentes comunales y demás sanguijuelas de la sociedad judía los pintaban como la encarnación de la perversidad, de la hipocresía y del fraude. Y en oposición a ellos hacían resaltar la magnanimidad del judío moderno y sus anhelos de europeización. Este último llevaba generalmente un nombre sugestivo ("Veker", Despertador), mientras que los nombres de los otros anunciaban su carácter cruel ("Sehinder", Desollador). Desde el punto de viste literario es muy reducido el mérito de esas obras y sólo tienen un valor histórico. Lo mismo acaece con sus versos. Su rima es pobre, adolecen de falta de inspiración poética. Son fábulas, sátiras, proclamas, parodias, generalmente bastante defectuosas.

Entre los poetas populares descuellan Goldfaden y Zunzer. El primero, que es el fundador del teatro judío, apartóse algo do las sendas antes señaladas y refleja en sus versos aspiraciones generales. No se limita a criticar a los dirigentes hebreos; moraliza, canta el pasado de su pueblo, se burla de la asimilación y entona himnos a Sión. Es célebre su poema "Idl", escrito en forma de carta, donde refiere las peripecias y persecuciones de los israelitas desde su expatriación de Palestina. Tanto el estilo como el lenguaje de Goldfaden son más pintorescos que los de sus predecesores.

Zunzer es el trovador judío; Sus versos, aunque es-critos en forma aceptable, si se tiene en cuenta su origen, adolecen de un defecto capital: carecen de sentimiento. Cualquiera que sea el tema que traten, ya se refieran a la descripción de la vida judía, ya a señalar los defectos de la civilización moderna, sus poesías resultan incoloras e

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impregnadas de una filosofía barata. Sin embargo son muy populares entre los israelitas.

De esa manera continuó desarrollándose lentamente la literatura israelita, gracias a la benevolencia do personas interesadas en instruir a su pueblo. Era limitada su perspectiva, pues no aspiraban a crear obras de arte. La belleza ocupaba en sus libros un lugar secundario; lo esencial eran las ideas, la enseñanza, la moral. A. M. Dick, talmudista distinguido, escribió muchas novelas con el fin exclusivo de educar al pueblo. Imbuido de las ideas de su época, consideraba indigno escribir en idisch y publicaba las obras bajo sus iniciales. Empleaba un lenguaje rudo, plagado do germanismos. Su estilo y artificios literarios son primitivos. Sus novelas versan sobre temas históricos, fantásticos, do costumbres, etc. Du-rante mucho tiempo sus obras constituían el deleito de un público especial, compuesto de mujeres y hombres de pueblo. Otro escritor que adquirió una popularidad extraordinaria, dando origen a toda una escuela, de malos literatos, que infestaron el mercado de novelas, sin otra aspiración que el lucro, era Sehaikcwich, más conocido por su pseudónimo Schumer. Las causas que le impulsaron a escribir en idisch no fueron muy elevadas seguramente. Sus predecesores en la república literaria hablan escrito en esa lengua por idealismo. Eran hombres instruidos y generosos que se proponían contribuir con su obra al desarrollo intelectual del pueblo. El espíritu mercantilista era desconocido en la literatura judía antes de la aparición de Schumer. Este, según cuentan, había escrito una obra en hebreo que no se pudo publicar por diversas causas. El editor le encargó entonces que escribiera un libro en idisch. Así lo hizo Schumer, recibiendo tres rublos en concepto de honorarios. Halagado por el éxito pecuniario, trajo al día siguiente otra novela que el editor compró al mismo precio. De eso modo so ha iniciado Schumer escribiendo libros que cautivaron a los lectores ingenuos con sus narraciones espe-luznantes. Adaptó para sus obras situaciones y personajes de novelas francesas, y la lectora israelita, que no conocía del mundo más que su pueblecito, halló en ellas un inundo fantástico, princesas de belleza ideal, príncipes, doncellas, banqueros, estafadores, etc., que llevan una vida galante,

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hablando siempre de amor en términos poéticos. Al principio triunfan invariablemente la perversidad y la injusticia, pero el autor tiene buen cuidado de hacerlas castigar al final. Cada capítulo comienza con una reflexión filosófica que los hechos en él narrados confirman y evidencian. Schumer era de una productividad asombrosa, carecía de ingenio y usaba un lenguaje sencillo, excepto en situaciones románticas. Su influencia perniciosa dejóse sentir pronto amenazando pervertir el buen gusto del público. Contra eso peligro reaccionaron los escritores de talento por medio de una enérgica campaña. Scholoim Aleijem publicó un furibundo libelo — "El juicio de Schumer" — que tuvo la virtud de desacreditar a este último. Pero los regeneradores no se limitaron a criticar a Schumer y su escuela, sino que los opusieron un movimiento literario moderno, basado cu prin-cipios sanos y fecundos. Hasta entonces los escritores no habían reflejado en sus obras la vida y las aspiraciones del pueblo. Referían episodios fantásticos, pintaban hechos inverosímiles, abusando de la ingenuidad y de la ignorancia de los lectores. Algunos escribían en idisch por conmiseración, otros con desinterés. Así, pues, las personas inteligentes, que exigían más que lo que Dick y Schumer podían ofrecer, no hallaban en las obras de éstos satisfacción espiritual. Hubo necesidad de una nueva tendencia literaria, ajena' a toda idea de sacrificio o conmiseración; hacían falta escritores de talento que cincelasen el idioma inculto, que se inspiraran en la vida, judía, que reflejaran sus anhelos, su humor, su alma. Allí había todo un pueblo encantado y sólo faltaba el mago que pronunciara la fórmula sacramental y le volviera a la vida activa.

Ese mago, esa fuerza que ha vencido la inercia, fué Abramovich, (Mándele Moijer Sforim), a quien se le considera, por esa razón, como padre do la literatura judía moderna. Quedó abandonado para siempro el hecho extraño de literatos que denigran su propio idioma; trazáronse orientaciones amplias que condujeron al admirable progreso realizado por la literatura en los últimos 25 años. El idioma se desarrolló maravillosamente, y Varsovia, Vilna y Nueva- York, los tres grandes centros judíos, produjeron una falange

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de notables talentos. Todas las tendencias europeas hallaron eco en los escritores judíos y las obras más famosas fueron vertidas al idisch e luciéronse familiares al lector judío, en traducciones fieles y elegantes.

Tal es, someramente expuesta, la evolución de la literatura judía desde sus orígenes hasta el comienzo de su período más floreciente, el período en verdad artístico que la coloca al par do las literaturas modernas. En las notas que preceden a los autores que figuran en este libro, liemos tratado de indicar, en el exiguo espacio de una página, las características de su obra, con el fin de dar una idea general sobre la literatura del idisch.

Salomón Resnick.

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Sábado

por

S. J. Abramovich

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S. J. Abramovich

S. J. Abramovich, conocido más bien por su pseudó-nimo Méndele Moijer Sforim, nació en Rusia, en 1835, y es considerado como el creador, o como sus colegas lo llamaban, el ''abuelo" de la nueva literatura israelita. Muy versado en las ciencias rabínicas, dedicóse como todos sus coetáneos al hebreo, en cuyo manejo era un maestro. Pero la evidencia de que sólo en el idioma popular podía desarrollarse una literatura floreciente que contase con un vasto público de lectores, lo indujo a escribir en idisch. Sus primeras obras, de carácter satírico, tuvieron una difusión extraordinaria, por la gracia chispeante, la crítica de costumbres, el lenguaje fluido y pintoresco, la inmensa piedad por los humildes y el tono tierno y simuladamente indiferente que es tan característico de este autor. Abramovich ha sido tal vez el más grande estilista que han producido las letras judias. Conocedor perfectísimo del idioma, lo empleaba como un instrumento artístico, con cariño, con amor entrañable y no cesaba jamás de pidirlo y perfeccionarlo con nuevos matices y giros originales.

En sus primeros escritos nótase la influencia de su {poca: la tendencia a la crítica y a la instrucción del pueblo, pero luego, en sus obras posteriores, se ha elevado a la altura del arle puro, si bien mezclando a él su sátira mordaz. Abramovich es un pintor de multitudes y de ambiente y un excelente paisajista, uno de los pocos que hay entre los escritores judíos. Sus novelas son deliciosamente incoherentes, llenas de mordacidad y reflejan soberbiamente las costumbres de las juderías abigarradas que vegetan en espantosa miseria. La pintura de esta vida miserable, sórdida y estancada, contrasta notablemente con la descripción de las bellezas naturales, que Abramovich se complace en intercalar en sus producciones, como un oasis, como un alivio en viedio de la general tristeza. Y hasta en esto permanece original, pues la naturaleza la ve bajo un aspecto judío, y las imágenes que ella le evoca son genuina mente nacionales.

Abramovich ha escrito poco en los últimos años, li-mitándose a cincelar y corregir definitivamente sus escritos anteriores, tarea que era su preocupación constante. Ha dejado

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18 volúmenes de novelas, dramas, cuentos y algunas poesías. Falleció en 1917.

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Sábado I

Por un sendero que serpentea en medio de un campo

abierto, perdiéndose a ratos entre jóvenes bosques de espesa ramada, se arrastra lentamente, con un chillido, un carruaje cargado por completo. El caballejo, flaco, puro piel y huesos, con un hocico liso, semejante, con perdón sea dicho, a un rostro humano, levanta las patas, saca la punta de la lengua, salta y se queda, al parecer, en un mismo sitio. Y a cada sacudida las ruedas desvencijadas se hacen oir, mollinas, con un extraño y sordo rumor, y el carrito, a cada salto, lanza un quejido: es el carruaje de Sénderl, en el cual viaja con su mercancía por las aldeas de los alrededores y también por las ferias de los pueblecillos, sentado a horcajadas en el borde, a un lado, con las piernas que se tambalean colgadas hasta el suelo.

Es la época de Jánuco1: largas noches y días cortos. El tiempo es loco, caprichoso. Diez cambios ocurren por hora, tan pronto hace frío como calor. Ora sopla que es un horror, y al rato el tiempo ya es apacible, calmoso y bueno. Bastantes penurias hubo de sufrir por ello Sénderl, ¡pobrecito!, esa semana. Experimentó los sinsabores del barro denso y del fluido. El caballo y el carruaje habíanse metido en un tintero cocheril, es decir en una cañada: él empujaba, tiraba y se enlodó como un negro, y si el Todopoderoso no hubiese enviado en su ayuda a un campesino, todos se habrían hundido allí. Sólo el jueves a la tarde cayó una helada, secando el fango. Por la noche, una nieve envolvió la tierra cual un manto nuevo y blanco. En su vestido de púrpura roja el sol apareció el viernes por la mañana, y fué un huésped grato y bien recibido. Todo en rededor brillaba, todo refulgía, en todas partes se notaba la dicha y la alearía.

Después de una semana de peregrinaje, Sénderl, como de costumbre, se dirige a su casa, en Kabtzansk, para pasar el día sábado en compañía de su mujer y sus hijos. Buena parte del

1 Fiesta de ocho días con que se conmemora el triunfo de los Macabeos. En Rusia ene en invierno. (N. del T.).

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camino, que corre por un paraje llano y amplio, teniendo a ambos lados bosques de altos álamos, Sénderl lo hizo alegremente, con el corazón regocijado, sintiendo en la atmós-fera la víspera del sábado y la belleza del mundo alrededor suyo. Cual fina capa de algodón se extendió sobre la tierra una blanquísima nieve, adornada de figura-s que brillan ante la vista en colores variados. Maravillosamente hermosas aparecen las fajas do nieve que cubren las verdes copas de loa altos cálamos. Bandadas de cuervos, pilludos, pasan arriba, en la atmósfera pura y fresca, con ruido, con estrépito, ya reuniéndose todos y bailando juntos, ya. dirigiéndose cada cual a otro lado. Un pajaruco pasajero se allega volando de alguna parte en busca del sustento, detiénese un instante a descansar en una rama, deja oír su canción, y sigue viaje. Y de pronto, salta del bosque una especie de animalillo, liebre o conejo, corre saltando veloz sobre la nieve tocándola apenas con sus menudas patas, y, ¡ paf!, se interna en el bosque de enfrente.

Sénderl está gozoso. Desde lejos presiente el hogar, el descanso. El caballo, por lo visto, se regocija también. Sabe adonde se encamina! y que mañana es el día en el cual: desde que cayera en manos de su actual dueño, ese personaje bípedo de barba y patillas flotantes, reposa siempre en el establo, sin hacer trabajo alguno. Y levantando la cabeza, azotándose con la cola, empieza a marchar más ligero.

Pero una hora más tarde, saliendo del bosque, el camino se vuelve malo. La nieve se derrite, cede el barro helado, el viaje se hace más penoso. Hasta la casa falta aún un buen trecho. Y el caballo apenas si se mueve, saca la punta ele la lengua, trabaja, se bambolea, se esfuerza lo más que puede. El peligro de quedar en medio del trayecto es inminente... ¡ Oh amargura!

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II

El sol desciende de las copas de los árboles allá en el rojo horizonte semicircular, y sombras cada vez más densas, más espesas, caen sucesivamente sobre Kabtzansk, cubriendo su vergüenza: las sórdidas callejuelas con sus ca- suchas bajas y miserables. Sí, se aproxima la Novia, la Princesa Sábado. Velas prendidas en honor suyo brillan cual estrellas a través de todas las ventanas, reflejando sobre la tierra, a ambos lados de la calle, fajas doradas de luz. Los judíos, vestidos de fiesta, con sus largos y limpios sacos de seda, andan de prisa a la sinagoga para recibir el advenimiento del sábado. La gente allí congregada, con los rostros vueltos hacia la puerta, da peqiieños saltos, gritando alegremente y cantando:

Ven en paz, Novia; Novia, ven.

Y durante la recepción del sábado, las calles permanecen desiertas, no se ve un alma en ellas; salvo, tal vez, algún obrero retardado que corre, presuroso, del baño, o una muchacha que devuelve a una vecina una olla prestada o cosa por el estilo. No se oye ninguna voz, excepto, a veces, la de alguien que llama a un cristiano para que le arregle una vela caída, o el balido de una cabra, o el canto de un gallo a lo lejos. ¡ Silencio!...

Poco después se perciben pasos: viene gente; se dejan oir voces: se está hablando. Son los hebreos que vuelven de la sinagoga, conversando ruidosamente entre sí, y yéndose cada cual a su callejuela, cada uno a su lugar de reposo.

Acércase un judío, vestido de fiesta: una camisa blanda, con el cuello levantado, en la cabeza un casquete de terciopelo, va envuelto con un verde chai de lana, las patillas algo húmedas, un poco heladas, cuelgan como carámbanos y el rostro es fresco, un tanto tostado. Los conocidos, al encontrarse con elle saludan: —Buen sábado, Reb Sénder!

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SABADO 29

Sí, este Rob Sénder es precisamente nuestro Scnderl, el vendedor ambulante, mas no el mismo de antes, sino que parece haberse revestido de un nuevo pellejo. Allá, en su erran-te peregrinación es, por así decirlo, una cria- __ tura contrahecha, un judihuelo encorvado, sombrío, sucio, deshecho. Empero, llegado a su casa, fuése al baño, se quitó la mugre y enderezó los huesos. Ahora tiene otro aspecto. Se ha enriquecido con una nueva alma, de categoría superior, y él mismo ha crecido también, al parecer se hizo con una cabeza más alto. —Buen sábado, buen sábado tengas, querido Sénderl!

III

Arrinconada en una callejuela se levanta, en Kabtzansk, una pequeña casa. Es como todas las de allá: baja, miserable, sin un patio, sin un solar a su lado, sin un árbol, sin una planta; una casita desnuda, no pintada por afuera, desprovista de adornos, sin firuletes por dentro — una vivienda habitada, como el Arca de Noé, por familia numerosa. Pero, cuando se avecina el sagrado y querido día de sábado, el viernes por la noche, esa pobre casita se transforma en un castillo encantado. Una singular gracia divina flota sobre todo lo que hay allí adentro. Realmente, es como si en cada rincón reposara el Espíritu Divino; y el corazón experimenta algo que no se siente con los grandes y hermosos palacios.

A una muy amada mujer en cinta, vestida de amplia blusa blanca, se asemeja el cálido horno ventrudo, recién blanqueado, el cual está preñado con un "chulent" 2 que mañana dará a luz una "Kasche" bien cocida con un sabroso hueso lleno de tuétano y un "kuguel" de fideos bellamente dorado, ante el que nada valen los modernos pasteles hen-chidos. El suelo, esto es, el piso, es amarillo, empastado hace poco con bosta y brilla como el más lustroso piso de madera. Sobre la mesa, cubierta de blanco mantel, las velas prendidas

2 Estando vedado en los judíos hacer fuego el día sábado, preparaban la comida al viernes, poniéndola a cocer en un horno caliente. El conjunto de esos manjares, de los que algunos se mencionan arriba, han recibido el nombro que motiva esta nota. — (N. del T.).

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en candelabros pulcramente pulidos, añaden una gracia especial. Dos panes frescos, untados en la superficie con yema de huevo, están en la mesa. A su lado, en una botella grabada, fulgura el vino hecho con pasa de uvas, y solicita ser vertido en la copa para el "Kidusch"3. Reina en la casa la paz y la alegría, la claridad y un calor agradable. Se hace sentir el olor del pescado relleno; sobre la hornilla, cubierto con una almohada, el "tzimes"4 exhala su aroma que penetra en la nariz; la boca se hace agua, vienen ganas de probarlo. Mujer e hijos, bañados, ataviados, esperan, prestando atención al menor ruido de afuera. De pronto, la puerta se abre. Una ráfaga fría penetra en la habitación en forma de arco iris en el cual se colorean las llamas de las velas, y parece que vuelan serafines ardientes, ángeles que el viernes por la noche acompañan a todo judío de la sinagoga; son ellos los que entran, introduciendo a nuestro Sénderl en su casa.

Habiendo dicho a la familia el "Buen Sábado" con vivacidad, lleno de alegría, Sénderl se pone a saludar cordialmente a sus huéspedes, los ángeles sacrosantos:

Sed bienvenidos, ángeles del Señor,

Del Rey de los reyes, bendito sea Su nombre.

Inmediatamente se da comienzo a la comida, al gran

banquete, con el "Kidusch", los platos suculentos y los cánticos de alabanza. Sénderl, sentado a la cabecera, tiene a su lado a la mujer; el resto de la familia está en rededor de la mesa, y todos se recrean. Un ángel bueno pronuucia un discurso; el brindis y as bendiciones en nombre de sus compañeros, los ángeles buenos, que se hallan allí en la casa. Y loando, dice: "Tú te has esforzado en la medida que te ha sido posible, todo aquí se halla, como corresponde, en buen y hermoso estado”. Y concluye: " ¡Ojalá eso siga así siempre en tu casa!" El ángel perverso pone mala cara, contesta sin querer: "Amén", y refunfuña también una alabanza.

3 La bendición que re dice unten de comer en los di«» de fiesta, utilizando par« ello una copa de vino o un trozo de pan. — (N. del T.). 4 Postre preparado con frutas o con hortalizas. — (N. del T.).

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Cuentos para niños

Por

Scholoim Aleijem

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Scholoim Aleijem

Scholoim Aleijem, cuyo verdadero nombre era

Scholoim Rabinovich, es el más difundido de los escritores israelitas. Su humorismo cristalino, natural y sano, su estilo lleno de gracia, su lenguaje salpicado de modismos, los tipos tan característicos que desfilan por su vasta obra, y sobre todo ese humor tan original y comunicativo, han hecho de Scholoim Aleijem el ídolo del pueblo judío. Junto con Abramovich y Peretz, sus grandes colegas y amigos, contribuyó a la formación de la nueva literatura. Cábele, más que a otros, la gloria de haber conquistado para ella lectores, arrancándolos de esa literatura malsana, retumbante y artificial, que predominaba entonces. Su pluma ágil satirizó por una parte esas novelas espeluznantes y por otra parte, creaba obras positivas que las sustituyeron fácilmente y con las ventajas debidas.

Entre los tipos innumerables que ha descrito, en me-dio del maremagnum de personajes que llenan su abundante producción, algunos sobresalen con nitidez y rasgos propios, pero por lo general, sus héroes son partículas de muchedumbre, pues Scholoim Aleijem es un pintor de multitudes y hasta cuando particulariza no desaparece esa característica. El mundo que ha descrito es el que se está extinguiendo en los villorrios judíos de Rusia, mundo netamente israelita, con su ambiente y sus modalidades peculiares, con sus cuitas y sus alegrías y sobre el cual flota, visto a través de Scholoim Aleijem, una sonrisa burlesca, una alegría dolorosa. Porque hasta el dolor adquiere en los relatos de este artista singular un matiz risueño. Ridendo Corriget Mores podría decirse de él en el sentido noble de la palabra, puesto que jamás subordiné el arte a la tendencia. Riéndose de los personajes de Scholoim Aleijem, los lectores se reían en realidad de sí mismos, porque a ellos se asemejaban; pero aunque se dieran cuenta de ello no era posible quedar indife-rentes, ya que al enseñar a reír a su pueblo, Scholoim Aleijem no liada más que presentarlo ante su propio espejo.

Nacido en 1859, en Rusia, recibió la clásica educación hebrea y se dedicó al comercio, donde pudo

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observar numerosos tipos que le sirvieron después para sus obras. Más tarde se consagró a la literatura; era de una fecun-didad asombrosa. Dejó unos 50 volúmenes, casi todos de cuentos, y algunos dramas. Su muerte, en New York, en 1916, alcanzó las proporciones de un duelo nacional.

Cuentos para niños

DESDE EL MONTE SINAÍ

En Kasrílevke, nuestra aldea, detrás de la sinagoga,

hay una montaña, una alta montaña, alta hasta las nubes, hasta el cielo.

Así me parecía en aquel tiempo, cuando íbamos a la escuela; y la llamábamos el "Monte Sinaí".

Una hermosa mañana de estío, bien temprano, nosotros, diez escolares, párvulos aun, nos dirigíamos al colegio, con los libros sagrados bajo el brazo y las meriendas en las manos.

El sol acababa de abandonar el horizonte y derramaba sus tiernos rayos de oro .sobre la cumbre. La montaña se hallaba cubierta de rocío, que refulgía cual diamantes; igual que perlas pendían las gotas. Puro, límpido, era el aire, y tan transparente como podéis apenas imaginarlo.

Sorprendidos, embelesados, permanecíamos ante el divino espectáculo de esa mañana divina.

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—¿Saben ustedes una cosa, muchachos? — dijo uno de nosotros — ¿saben ustedes qué, muchachos? ¡Subamos al Monte Sinaí! —¿Saben ustedes una cosa, chicos?—añadió otro, — subamos de veras al Monte Sinaí. Nunca hemos estado sobre él.

Y todos nos pusimos a trepar sobre la montaña; de bruces, valiéndonos de los pies y ele las manos, trepábamos, gustosos, sobre el Monte Sinaí.

Y cuando hubimos alcanzado la cúspide y miramos hacia abajo, hacia tierra, nos quedamos espantados: a tanta altura estábamos de la tierra y tan pequeña nos parecía ésta. —¿ Dónde estamos, muchachos, dónele estamos ? —¿Dónde estamos, preguntas? Debajo de las nubes. —¿Debajo de las nubes, dices? ¡Por encima de las nubes! —Por encima, por encima; debajo del cielo. —¿Ven ustedes la sinagoga, chicos ? ¿Ven la sinagoga? —Sí, apenas. Es del tamaño ele una pequeña casita. —¿Una casita, dices? Parece una mesita, un banquillo. —¿Un banquillo, dices? Es tan grande como la (Jemara, como mi devocionario. —¿Cómo tu devocionario, dices? Como un huevo,' como una avellana. —¿Como una avellana, dices? Como un poroto, como un garbanzo. —{Como un garbanzo? Como un granito, como un insecto, como... como...

Y por común acuerdo, convinimos todos en tendernos arriba, encima de la montaña, con los rostros dirigidos hacia el cielo.

Y yo contemplaba con mucha insistencia el fir-mamento azul, y mis ojos atraían la bóveda celeste más y más, hasta que la atraje del todo, cerca, muy cerca de mí.

Tan cerca, que extendiendo la mano tocaba con mis dedos el cielo, el cielo frío, lo tocaba, lo asía, lo palpaba, lo sujetaba, lo retenía...

No sólo los ojos estaban en el cielo: mi alma, mi corazón, mi cuerpo, todo mi "yo", estaba por entero allí, arriba, en el cielo.

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Yo estaba en el cielo y veía a los ángeles. Con sus amplias alas blancas volaban debajo del ancho cielo azul; se mecían y se cernían, volaban y se ondulaban, sin cambiar de sitio. De su columpio y de su vuelo se dejaban oír dulces melodías; cantábase tan silenciosa, tan bella, tan dulcemente, igual que los sacerdotes y los levitas y el Organo del Templo, entre los hebreos de antaño, según lo describen nuestros libros sagrados.

Y un céfiro suave y templado cruzó delante de mí y levemente, delicadamente, me rozó la frente. Y un perfume grato, un perfume paradisíaco pasó a mi lado y mis ojos se iban cerrando, cerrando... —¡ A la escuela, bribones, pillastres, descarados ! ¡ A 1a. escuela, bandidos! ¡ Esperen ustedes, desvergonzados, ya se lo contaré al maestro, holgazanes! ¡A la escuela, ociosos, malvados, a la escuela!

Era el sacristán de la sinagoga, Reb leikusiel, judío gmñón, de nariz achatada, y con su pipa habitual entre los dientes.

Y repentinamente caímos del cielo a la tierra.

EL MURO OCCIDENTAL

(Único vestigio del Templo)

—Hágame, pues, el bien de contármelo deta-

lladamente. ¿De modo que usted ha visto con sus propios ojos el Muro Occidental? ¿De manera que lo vió? i Y lo ha examinado bien? Cuénteme, pues, ¿cómo, dónde y cuándo?... Así le decía mi maestro a un hebreo que acababa de llegar de Palestina, de Jerusalem.

—Dígame, pues, por favor; píntemelo exactamente, cómo, dónde y cuándo.

El judío de Jerusalem se lo describió exactamente, cómo, dónde y cuándo, y mi maestro tragaba las palabras, admirábase, crecía de entusiasmo, como quien recibe de un país lejano noticias de un íntimo amigo suyo.

Tanta atención prestó el maestro al israelita de Jerusalem, que no observó cómo nosotros, los muchachos, nos

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deslizamos uno tras otro del aula y nos fuimos a patinar sobre el hielo.

Cuando volvimos a la escuela, aun estaban hablando. —¡El Muro Occidental! — decía el maestro al judío

de Jerusalem — ¡ El Muro Occidental! He ahí lo que nos ha quedado de todo nuestro Templo, de todo nuestro reino! ¡El Muro Occidental, el Muro Occidental!

Y el maestro se echó a llorar.

EL TESORO

Al otro lado de la montaña, detrás de la sinagoga, hay

un tesoro oculto. Así se decía en nuestra aldea. Mas no es tan fácil llegar hasta él. Sólo cuando todos

los habitantes del pueblecillo vivan en paz y se pongan todos ,a buscarlo, darán con el tesoro.

Así se decía en nuestra aldea. Y cuando todos vivan satisfechos, cuando no haya

entre ellos envidia, ni odio, guerra, maledicencia, ni calumnia y todos se empeñen, hallarán el tesoro. De lo contrario, se va a hundir profundamente en la tierra.

Así se decía en nuestra aldea. Y comenzaron a discutir y a porfiar, a disputar y a debatir, a insultarse y a altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el tesoro. Uno decía: "Debe de estar aquí". Otro: "Allí". Y no cesaban de discutir y de porfiar, de disputar y de debatir, de insultarse y altercarse cada vez con mayor brío, y todo por el tesoro; y mientras tanto, el tesoro hundíase más y más en la tierra.

VERGÜENZA

Yo tenía un compañero. Estudiábamos en una misma

escuela. Juntos vivíamos. Cometíamos juntos bribonadas y entrambos habíamos compartido el placer y el dolor.

La ciega, que llaman Fortuna, le sonrió a mi compañero, tuvo suerte, le fué cada vez mejor y se elevó a considerable altura.

Y yo me quedé atrás...

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Durante mucho tiempo no nos vimos, no nos encontramos. Ibamos por caminos diferentes, vivíamos en ciudades distintas.

Un día, llegué a la ciudad donde mi amigo residía, y pasé delante de la magnífica casa de mi compañero y me detuve: —¿Entrar o no?

Y entré. Y figúrense ustedes: ¡ él me reconoció!...

—¿Qué tal, hermano? ¿Cómo te va? Largo rato permanecimos en el vestíbulo sin que me

invitara a pasar. Comprendiendo que esto me sorprendía, me dijo,

mirando mi indumentaria: —Perdóname, hermano, no me guardes rencor, yo te pido que me disculpes; no puedo, me da vergüenza!... —¿Tienes vergüenza? i Sientes vergüenza de verme ? —¡ Oh, no, de ninguna manera, no me refiero a eso, no quise decir eso! He dicho que me avergüenzo con... mi magnífica casa... ante tí, mi antiguo compañero, ante... ante... Dime ¿dónde vives? ¿dónde paras? Yo vendré, iré a verte, iré a verte!

Arrojó una mirada a mis botas retorcidas y rotas, y se puso encarnado de vergüenza...

Yo lo comprendí y le perdoné de todo corazón, de todo corazón!

DESCARO

Estaba sentado en el suelo, frente a la puerta ele la

sinagoga, contando los céntimos, las monedas que hiciera, que recolectara durante el día.

Dos veces por semana, los lunes y los jueves, va mendigando por las casas. Monedas recoge el pordiosero pobre entre los pordioseros más ricos. Esos dos días le corresponden.

¡Cómo brilla el sol, cuán tiernos son sus rayos! El mendigo tiene una mano metida en el seno, y en la otra guarda las monedas. Las arroja y suena con ellas: las cuenta y recuenta. De pronto...

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¿Quién es el que va en ese coche tirado por seis caballos? ¡Es el conde, el señor de la aldea!

Los caballos vuelan con el coche, y el polvo, cual dos columnas, le sigue a los lados.

Al mendigo, el polvo le llenó los ojos y la boca, y cubrió ante él, por dos minutos, la luz del sol esplendente.

—¡Vaya un descaro, el descaro de un conde! —rezongó el pordiosero, y volvió a su tarea: a sacar la cuenta de los céntimos, a contar las monedas. ..

FIN DEL MUNDO

Allí, al otro lado del camposanto, en las afueras del

pueblo, el cielo y la tierra se juntan. Allí, al otro lado del camposanto, en las afueras del

pueblo, está el fin del mundo. Así lo resolvimos todos en la escuela, y convinimos

en que el sábado por la tarde, cuando toda la gente, todos los judíos, el pueblo todo duerme la dulce siesta sabática, nos reuniéramos para ir caminando hasta el fin del mundo.

El sábado por la tarde, cuando toda la gente, todos los judíos, el pueblo todo, dormía la dulce siesta sabática, nos congregamos y nos pusimos en marcha hacia el fin del mundo. Caminamos, no sé si una, dos o tres horas; pero llegamos, gracias a Dios, todos buenos y salvos, al molino, el molino de viento.

Y acá, cerca del molino de viento, nos sentamos a descansar. Nos sentamos, nos recostamos. Y recostados, tendidos sobre el verde césped, el césped fragante, empezamos a dormitar.

Cada cual de nosotros estaba abstraído por sus asuntos, por sus pensamientos y por su dicha. Todo permanecía en silencio. Nadie pronunciaba una sola palabra; nadie quería que se le interrumpiese ni quería interrumpir al otro. —¿Y donde está el fin del mundo?—exclamó alguien. —Pero, tontuelo, si este es el fin del mundo— le replicó otro.

Y todos estábamos persuadidos de que ahí, detrás del molino de viento, estaba el fin del mundo, que más allá del

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molino corría la Sierra Negra, cubierta de hierba obscura, y que allí, entre las montañas, moraban los judíos-enanos de luengas barbas que llegan hasta la punta de los pies, esos pigmeos a quienes Dios ha ahuyentado hasta aquí por sus lenguas, las largas lenguas, con las cuales se mataban entre sí; y que allende la Sierra extendíase el Océano helado, al cual las tempestades arrojan todas las corrientes y todos los buques y de donde nadie vuelve nunca más...

—¡ A la sinagoga, pilletes! ¡ A la sinagoga, picaros! Paréceme, que el sábado por la tarde vale más ir a la sinagoga a estudiar "Perek", que revolcarse en el suelo, cerca del molino, a semejanza de los chicuelos no-judíos! ¡A la sinagoga, ignorantes, a la sinagoga!

Era Motie "Mejillaroja", judío espectable, docto, dueño de una casa y de un sitio principal en la sinagoga, el tercero cerca del Tabernáculo. ..

EL ANGEL DE LA MUERTE

He oído en la escuela. Mi maestro me lo ha contado,

mi maestro Reb Meier, que en paz repose...Historias terribles refería acerca del fin de la vida

humana, del Angel de la Muerte con sus millares de ojos desde la cabeza a los pies, del Angel del Reino de los Difuntos que, con sus azotes de hierro, se llega a la tumba interrogando:

—"Malvado, ¿cómo te llamas? ¿Estudiaste la Torah ? otras historias horribles, realmente espeluznantes. Y un frío recorría mi cuerpo y mis cabellos se erizaban.

Empero, lo más terrible para mí era el Angel' de la Muerte, el Angel de la Muerte con sus millares de ojos desde la cabeza a los pies. Y seguro estoy, que si entonces me hubiese encontrado con ese personaje, yo habría muerto de miedo.

¡ Oh, cómo cambian los tiempos! Ahora, viéndole casi todos los días, no me sorprendo

ya. Yo lo siento cerca de mí; percibo su aliento aquí, a mi

lado; yo sé, yo oigo que él sigue mis pasos — y ¡ nada! —Vamos, apúrate, rápido — me dice — haz un

testamento y ven...

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—Mañana, si Dios fuese servido, mañana — le replico, y lo postergo de día en día.

Y como lo ven ustedes, nos engañamos mutuamente. El me dice: "Testamento", y yo contesto: '' Mañana... mañana... mañana "...

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Amor

por

David Pinsky

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David Pinsky

El primero que ha descubierto la existencia del obrero judío, ha sido David Pinsky. Sus eventos, ligeramente ten-denciosos, revelaron ese aspecto del ghetto, hasta entonces poco o nada conocido, ese despertar de una clase social explotada y sin conciencia de su valor. Socialista militante, Pinsky conoce de cerca a sus personajes, en medio de los cuales ha vivido y por cuya redención ha luchado largos años en el periodismo avanzado. Pero donde más se dejan ver las cualidades artísticas de este escritor, es en los relatos del ambiente judío que va desapareciendo, en la pintura de figuras enamoradas, especialmente de mujeres, y en sus dramas vigorosos. El amor era un tema poco frecuente hasta Pinsky, y ha sido uno de sus méritos el de tratarlo en una forma sencilla y delicada.

Realista en sus cuentos, simbolista en algunos de sus dramas, es David Pinsky uno de los escritores judíos más apreciados, sobre todo entre el elemento obrero, por la sinceridad profunda, el sentimiento de justicia y el valor artístico de su obra.

Nacido en Rusia en 1873, vive desde 1899 en los Estados Unidos, donde ha tomado parte activa en el movimiento obrero israelita, fundando y dirigiendo importantes periódicos. Su labor literaria abarca unos diez volúmenes de dramas, cuentos y ensayos diversos.

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Amor

Tendida en la cama, la joven parturiente no podía quitar la vista de su primerizo, de cinco días de edad, a quien la partera estaba bañando. Sus ojos expresaban la dicha y el bienestar y también una gran compasión por la criatura que gritaba de un modo terrible entre las hábiles manos de la joven bañadora. Abrióse la puerta de la habitación y apareció la cabeza de un hombre joven cubierta de un solideo octogonal. La puérpera se fijó en la cabeza y rápidamente arreglóse el blanco pañuelo de seda que ocultaba su cabellera, como corresponde a una hija de Israel, mujer de un jasid5. Sin em-bargo, dejó asomar un mechón ondulado sobre la frente. Eso embellecía su rostro. Sabía también cómo cubrirse la cabeza. El pañuelo, doblado detrás de las orejas y atado debajo de la bar

—¡Ah! — replicó la puérpera apretando los puños contra los dientes. Sus ojos resplandecían de- amor y de felicidad.

La partera fijó la mirada en la esposa amante y sonriendo se puso a meditar. Ella no había amado nunca... En la habitación se hizo el silencio. Ün silencio agradable. La atmósfera estaba impregnada de amor y de un deseo de amor. —Tal como yo amo a mi marido, es tun horror, — interrumpió la mujer el silencio después de un instante.

La doncella parecía haber despertado, meneó la cabeza como si se quitase algo de encima y sus ojos volvieron a moverse. La mujercita se atascó, pero en seguida volvió a hablar:

—¡Qué horror, cómo lo amo! ¿Qué quiere que le diga? ¡ yo me muero por él! Desde el instante en que lo vi por primera vez, sentí inmediatamente que sin él no podría vivir. "Ah, Dios mío — me dije al punto — ojalá sea este mi prometido". Y cuando nuestro casamentero vino con la noticia de que yo le gustaba, no pude quedar tranquila al lado de la mesa donde todos estaban sentados. Me deslicé al dormitorio y

5 Partidario do cierta secta religioso, cuyo jefe espiritual era el Rabí. — (N. del T.).

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arrojándome sobre la cama, abracé las almohadas, y las oprimía, las oprimía contra mi pecho. Creí que iba a sofocarme. Yo tenía ganas de... ¡ qué sé yo lo que quería! traía ganas de bailar, de saltar, de correr, de gritar, de derribar las paredes, de levantar grandes pesas, de trastornar el mundo. Sentíame poseída de una rara fuerza. Casualmente había entrado al aposento mi hermana menor y yo la abracé, la opri-mí fuertemente y la besaba, la besaba, la besaba... La vista se me nubló, no sabía en qué inundo estaba. Mi hermana se asustó, creyendo que yo había perdido la razón y trató de apar- tame de sí con las manos y los pies. ¡ Pero era como mover una pared, una montaña! Al fin di un salto y me puse a dar vueltas por la alcoba "¿Te has vuelto loca? — Exclamó mi hermana — me has arrugado el vestido y hasta creo que me arrancaste algo". ¿Y cree usted que no le había arrancado dos botones? Sí, por vida mía que se los arranqué.

Miró, victoriosa, a la partera y cesó de contar. —"Uhum" — murmuró la muchacha, pensativa. —¿Y sabe usted, — prosiguió la mujer en tono

confidencial, — sabe usted que jamás yo le he dado un beso? —¿ Cómo ?

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—Usted me dirá que soy una loca, pero yo le aseguro que la gente podría aprender mucho de mí. Siendo todavía muchacha, me dije: "Con la ayuda de Dios, cuando yo sea novia y me case, estaré lo más lejos posible de mi prometido y no le trataré con especial intimidad". Yo había visto ya lo que mis compañeras sacaban con sus exagerados melindres. ¿Colgarme yo de su cuello para que él crea que lo es todo y a mi me pisotee? No, eso no lo conseguiría. Y resolví que, cuanto más distanciada estuviera yo de él, más cercano se sentiría él a mí, y así procedí desde el principio. Y conviene saber que yo, si me decido por algo, ya puede venir el propio Dios y no me hará cambiar. En la noche del compromiso, él no cesaba de mirarme, pero yo bajé los ojos como si nada supiese. Mi corazón palpitante me gritaba : "Mírale una sola vez, por lo menos"; pero no, yo no accedí. Una sola vez, nada más, me cubrí el rostro con las manos y lo miré a través de los dedos. El corazón me latió de una manera terrible. Noté que él me miraba y parecióme oír su aliento. ¡Me sentía tan bien al tener las manos en esa forma y contemplarlo!; pero no lo hice más que una vez. Después, cuando nos levantamos de la mesa, él daba vueltas por la sala, tratando de acercárseme y de quedar un rato a solas conmigo. Y yo también quería lo mismo, casi me moría de deseos. ¡Ah, hubiera dado mi vida por abrazarlo, por besarle y acariciarlo! Pero no pude resolverme. Y vea usted, después del compromiso, él estuvo en nuestra casa toda una semana, varias veces quedamos solos y yo me mostré fría como el hielo. La noche antes de partir para su pueblo me encontró con el patio. Yo tenía tanto calor en, mi cama, que apenas respiraba, y salí a tomar aire fresco. Al rato me di vuelta y me encontré con mi futuro. Yo no sé cómo lo había averiguado. Me abrazó, aprétome contra sí, me besó y precisamente en los labios, y yo — nada. Y así se fué sin que le diera un beso.

—Qué mala que es usted — dijo la partera riéndose y amenazándola con un dedo.

—No, oiga usted. Algo mejor ha ocurrido con las cartas — sonrió la mujer. — El me escribía cartas ardientes, que conservo todavía, todas las tiernas expresiones se encuentran en ellas. Ponía una palabra y seguidamente: "corazón mío", una palabra y “vida mía”, y "querida", y "tesoro mío", y Féiguele, y

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Féigueniu, y Feiguetchke, y Feiguenke6; yo me llamo Feigue Basche... Y yo., le escribía cartas muy secas: "Mi estimado novio Faivel: Primeramente vengo a decirte que, a Dios gracias, gozo de buena salud "... y así sucesivamente. Sentía desgarrarse mi alma por decirle una palabra cariñosa, mi corazón saltaba por llamarlo con miles de nombres amorosos, mi mano desfallecía, me parecía morir al escribirle las cartas. Y sin embargo, ¡ ni el menor indicio de confianza!

Por la puerta asomó la cabeza con el birrete octogonal. La puérpera se calló y miró sonriendo a la partera, la cual se puso los lentes para observar mejor al joven de alta estatura, de rostro fino y blanco, con su pequeña barba redonda, los bigotes cortos, las patillas ondulantes y los ojos azules, que brillaban bajo las cejas largas y pobladas.

—¿Qué quieres? — preguntó al esposo con simulada indiferencia, pero siempre con la sonrisa en los labios. — Vete, tengo que hablar con la señorita.

El, empero, no la obedeció. —¿Cómo te encuentras? — preguntó con dulzura,

suavemente, entrando en la alcoba. —Bien, bien — replicó ella — Vete, vete. —¿Duerme? — dijo él señalando la cuna. —Duerme, duerme. Pero vete, vete, déjame conversar. —Ya, ya. Acercóse a la cuna y sonriendo de dicha contempló al

niño dormido. —¡ Cómo duerme! — exclamó entusiasmado, mirando

a la mujer. Luego fijó la vista en el chico, diciendo con ternura: "Pequeñuelo".

—Pero vete ya de una vez! Nuevamente posó su tierna mirada en el niño, luego en

la mujer, y salió. La partera se quitó los lentes, los guardó y

sonriendo miró a la mujer. Esta, que la miraba aguardando su opinión respecto al marido, consideró eso como la mejor respuesta. Sus ojos relampaguearon y sonreía alegremente.

6 Diminutivos del nombre propio Feigue. — (N. del T.).

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Algo la impulsaba a hablar y volvió a tomar la palabra: —¡ Y cómo me quiere él, es una cosa tremenda! Daría

la vida por mí. Si me doliese un dedo, él dejaría de comer y dormir y estaría fuera de sí. Y todo eso se debe a que yo haya sabido imponerme desde un principio. Aun después de nuestro casamiento, sabe usted... en los primeros tiempos, comprende usted...

Empezó a balbucear y se puso encarnada. De pronto, y como si omitiese algo, reanudó la plática :

—¡Ah! ahora le voy a contar lo que ocurrió meses atrás. Hace unos seis meses tenía yo que pasar algunas semanas en Varsovia. A mi llegada allá, escribí inmediatamente una carta a casa. Pasaron tres días y no hubo respuesta de mi Faivel. Creí que iba a morirme o volverme loca. ¿Pero cree usted que yo le he telegrafiado? Desde luego que no. Me mordí los labios y guardé silencio. "No me escribes — decía para mí — pues no importa. Ya te acordarás de eso, porque vas a arrepentirte". Al cuarto día llegó en buena hora una carta de él. Había estado ocupado en una inauguración ritual, que le llevó todo el tiempo. Yo no le contesté. Esa inauguración no se hubiera escapado. A los dos días, otra carta suya: "¿Qué te pasa. Féigueniu, querida?" Yo no le respondí. En una palabra, yo recibía una carta tras otra; él se volvía loco, y yo, ni una palabra. Al duocécimo día se presentó mi Faivel. Cayó a la casa más muerto que vivo: "Por Dios, Féiguele, ¿qué te ocurre, por qué no me has escrito ?" Yo me di vuelta con la espalda hacia él y no dije nada. El: "Féigueniu y Féigueniu", y "corazón mío, y corazón mío", y yo — callando. En realidad, yo tenía el corazón desgarrado, quería saltar a su cuello, tranquilizarlo y reírme junto con él del asunto. Pero me contuve. Al fin volví la cabeza hacia él, lo miré con un ojo — así, de esta manera — y dije con enfado: "¿Por qué no contestaste a mi primera carta?" Hubiera usted visto cómo se arrojó a mis pies! Ya ve usted, eh? Pero, si yo me hubiese conducido como mis compañeras o como mi hermana la tonta, que es infeliz porque se mostró demasiado prendada de su esposo, entonces, a esta hora, yo ya... —¿Y todavía, no ha besado a su esposo? — preguntó la partera con curiosidad.

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—Por vida mía que no. Es decir, algo, en los primeros tiempos, en fin, así no más... —¿Cómo es eso? —Pues así es. Vea usted, no es del todo agradable. ¡ Ah, cómo quisiera a veces besarlo, comérmelo a besos —i Y qué hace entonces? —¿Cómo, qué hago? La muchacha se puso colorada. —Sí, ¿cómo expresa usted sus Sentimientos? —¿Lo que hago?—volvió a preguntar la mujer como si buscara una respuesta a esta ardua cuestión — Yo... yo lo miro. La señorita abrió tamaños ojos, y la otra añadió: —El alma se me va en mirarle. Cuando clavo en él los ojos, no puedo quitarlos. Me siento como encantada. Y experimento una sensación tal de dulzura, de bienestar, que siempre, eternamente, estaría mirándolo...

De pronto arrojó sus manos por encima de la cabeza, cerró los ojos y empezó a respirar dificultosamente. La partera le quitó las manos de la cabeza, le recomendó que se calmara y se durmiera, y ella misma se puso a arreglar sus utensilios. La mujercita no abrió los ojos. Parecía que iba durmiéndose. La partera la miró por última vez y salió de la alcoba sobre la punta de los pies. Oyóse todavía que encargaba a alguien en la pieza contigua que se guardara silencio.

La mujer abrió los ojos y prestó atención a los pasos de la partera. Se abrió la puerta do calle, cerróse — era la partera que salía. —Faivel! — exclamó la parturiente. La puerta de la alcoba se abrió y apareció el marido. —¿Qué hay, Féigueniti, no duermes? —no, ¡no, puedo dormir. ¿Por qué hay tanto silencio en «u pieza? —Estoy solo. —¿Dónde están los demás? —Se acostaron. Hace tiempo ya. —¿Y tú qué haces? —Leo la Gemaráv Ella trató de hacerte otra pregunta y lo mira- . ba.

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—Y tú ¿cómo te sientes? — preguntó él suave y apocado, acercándose a la cama. —Perfectamente. —Y él... ¿duerme ? —Duerme. —"Uh-uh", — se burló Faivel ingenuamente. —Yo ambién quiero dormir ahora — dijo ella. "Faivel hizo un movimiento para abandonar el aposento. —Deja abierta la puerta — agregó ella.

Faivel entró por un instante a la habitación contigua, pero al rato apareció allí con la Gemara en las manos. Habíase colocado en un punto desde el cual podía ver a su mujer. Los ojos de ésta brillaron de alegría. ¡ Ah, ella quería tanto que así lo hiciera, pero no quería pedírselo! Cubrióse con la frazada hasta los ojos y fijó la mirada en el esposo. Su corazón empezó a latir con más violencia. Ella lo oprimió con los codos, miraba al marido con ojos desmesuradamente abiertos y emitía sus extrañas voces de contento: "Uh uh uh, uh uh uh, uh uh uh".

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EL LITIGIO

Por

S. An-Sky

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S. An-Sky

Con este pseudónimo se ha hecho conocer en la literatura rusa y

judia, el escritor Salomón Rapoport, nacido en, 1S53, en Rusia.

Habiendo recibido una educación hebraica. aprendió el ruso

cuando ya tenía 17 años. Su primer trabajo literario, uno

pequeña novela en idisch, no pudo ser publicado por falta de

editor, razón que lo indujo a escribir en i-uso. Bajo la influencia

del movimiento en favor del pueblo, que los intelectuales de ese

país predicaron con tanto entusiasmo a mediados del siglo

pasado, An-sky, como otros tantos espíritus nobles, dedicóse o

la enseñanza entre los aldeanos analfabetos y los obreros

ignorantes. Radicado más tarde en París con el objeto de

estudiar la vida del proletariado francés, desempeñó el cargo de

secretario del famoso escritor ruso P. Lavroff. En París entró en

contacto con los emigrados judíos y con la literatura israelita, y

bajo ese impulso volvió a escribir en el idioma en que se

iniciara en su juventud. Publicó numerosas poesías originales y

traducidas, cuentos, ensayos dramáticos, etc. Su canción

revolucionaria "El juramento" se ha convertido en "La

Marsellesa" de los obreros israelitas. Conocedor perfecto del ''

idisch'', es An-sky un escritor notable y un entusiasta folklorista.

Sus investigaciones en ese sentido han tomado cuerpo en

narraciones legendarias, llenas de candor y de un fuerte

espíritu nacional, que el autor refiere en un estilo ademado, en

prosa a veces y otras en verso.

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El Litigio

...Y ocurrió esta historia no hace mucho tiempo, en la época en que el mundo hablaba de los milagros del Zadik, del rabino Reb Elimelej. En mala hora para los judíos, el rey de Rumania había dispuesto que en el término de tres semanas no quedara en sus dominios ni rastro de ellos.

Es de suponer que entre los israelitas se hizo sentir ese descalabro; lloraban, se lamentaban, gritaron y celebraron un ayuno colectivo. Pero eso no alivió en nada la situación; los espíritus malos que acechan a los hebreos desde la destrucción del Templo, impidieron en su saña que ninguna lágrima ni oración alguna llegase al Señor. Un solo judío en toda Rumania no ayunó ni alzó su voz. Y era éste Reb Faivel, judío bien conocido, de edad provecta, que pasaba sus días en el Bet-IIamedrosch, estudiando la Gemara y los comentarios. Cuando Reb Faivel tuvo noticia del duro decreto del rey espantóse, como todos los hebreos, y estuvo ya por estallar en llantos. Pero, de pronto, una idea iluminó su ce-rebro... Un gran temblor sacudió su cuerpo, y cogiendo un Pentateuco, miró en él con ímpetu y exclamó seguidamente: " ¡ Cómo es eso, un decreto del rey! De acuerdo con nuestra Torah esa orden real tiene fuerza alguna!" Y veloz, cual flecha lanzada por un arco, corrió (era a altas horas de la noche) a casa del rabino (en aquel tiempo dominaba en toda Rumania el famoso y grande discípulo del Baal-Schem, Reb Elimelej), despertólo de su sueño y, enardecido, comenzó a dar gritos: —Rabí, juzgad en un litigio. Claro como el día está escrito en la Torah que los judíos son siervos del Señor; ¿por qué, entonces, un rey se atreve a dar edictos contra ellos? Y, sobre todo, quisiera saber, Rabí, ¿por qué Dios en el cielo permite esta injusticia cruel? —¿Y qué quieres, Rabí Faivel?—preguntóle Reb Elimelej. —¿Lo que quiero? Deseo tener un pleito con el Todopoderoso por su injusticia. —Escucha, hijo mío — le repuso tranquilamente Rabí Elimelej—he de decirte con franqueza que considero una insolencia acusar al Creador de torcer la Ley. Llamar a Dios a un

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proceso implica, además, un peligro... Pero-, por otra parte, comprendo que tú te sacrificas por una gran comunidad de hebreos y por eso consiento en admitir tu pleito. Mas, a media noche, claro está, no es el momento oportuno. Ven, pues, mañana, después de la oración matutina. Esa misma noche, inesperadamente, tres rabinos vinieron a hospedarse en casa de Rabí Elimelej. Entre ellos estaba también el discípulo predilecto del Baal-Schem, el conocido rabino de Apte. Inmediatamente Reb Elimelej les propuso intervenir con él en el juicio, y ellos le dieron su santa aquiescencia. A la mañana siguiente, cuando Reb Faival llegó al tribunal, los cuatro rabinos se cubrieron con sus taleds sagrados y el gran tribunal dió principio a sus tareas. —Rabí Faivel—exclamó el de Aptc—cuatro rabinos te ordenan que expongas tus argumentos contra el Omnipotente. Pero Rabí Faivel estaba pálido, aturdido y lleno de temor. —No, señores... No, yo no puedo... balbuceó, temblando. He perdido todo mi valor... Del entusiasmo de ayer no han quedado vestigios. Mas a eso replicó el rabino de Apte con imperio, severamente: —Yo, el de Apte, te concedo poder, inteligencia, entendimiento y entusiasmo. Estate seguro que en el juicio no habrá parcialidad. Y Rabi Faivel adquirió repentinamente un gran entusiasmo y comenzó a hablar. Mencionó, ante todo, un pasaje de la Torah. Después citó pruebas de la Gemara, de los comentarios y del Alfasi. Y demostró con toda evidencia que el Señor no debía haber permitido el mentado decreto real. Entonces, uno de los jueces tuvo una ocurrencia: —Tal vez—dijo con voz queda—consentiría Vd., Reb Faivel, en acusar no al Creador, sino al rey? —¡ Qué rey, ni qué rey!—exclamó con ira Reb Faivel. i Qué cuestiones tengo yo con el rey de Rumania? ¿Quién es él? Un hombre como todos. Sólo con Dios, Todopoderoso, con Él tengo un pleito! Entonces el rabino de Apte, soberbio y tranquilo como un juez, se levantó de su sillón, diciendo: —Que el Hacedor nos dé una respuesta clara a las cairas acusaciones de Reb Faivel.

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Y habló Reb Elimelej: —Yo os daré la contestación. No hay duda alguna que Reb Faivel está en lo cierto: nuestros hermanos, los judíos, son los siervos del Señor del Universo y nadie, excepto Él, tiene el dere-cho de castigarlos. Pero Dios puede reprenderles, como se castiga, por ejemplo, a los esclavos, por mano ajena... —¡No, no puede!—le interrumpió Reb Faivel visiblemente excitado—¿Acaso los judíos no son para Dios más que meros esclavos? ¿Habéis olvidado que está escrito: "Hijos míos sois", es decir, que somos hijos de Él. Y bien, a los hijos un padre los castiga él mismo y no por medio de otros. —¿Por qué, entonces, Tito ha destruido el Templo? — preguntó Reb Elimelej. —¡Valiente razón! El Templo no era sino la casa de Dios y bien pudo hacerla quemar. Mas, como es sabido, el Eterno se arrepiente, llora y se lamenta: "¡ Ay de mí. Con mi propia mano he destruido mi casa e hice de ella una ruina!" —Bien, dejemos a un lado la destrucción del Templo—respondió Reb Elimelej—pero considera un instante qué pecadores son los israelitas. ¡ Cuántas veces ordenóles Dios, a las buenas y a las malas, que pensaran en el arrepentimiento y que abandonasen sus malas acciones! Sin embargo, ¿de qué les ha servido? Pues al cabo enojóse Dios con grande ira contra ellos y perdió los estribos... —¡ Cómo "perdió los estribos"!—gritó con vehemencia Reb Faivel—¡ Qué palabras son esas! Si admitiéramos eso, resultaría que la furia de Dios llegaría un día a tal extremo, que destruiría todos los mundos y exterminaría a los hebreos. —Y, en efecto, podría hacerlo. ¿Qué te crees? —dijo Reb Elimelej. —¡No, no puede, no debe hacerlo!—prosiguió Reb Paivel—¿ Es que ya no hay justicia ni jueces? ¿No tenemos acaso la Torah?... Escuchad, señores: Yo os advierto que no me iré de aquí hasta que no dispongáis que el Supremo, a semejanza de todos, está obligado a cumplir los preceptos de la Ley... Pero el rabino de Apte puso término a las discusiones. Levantóse, acarició su barba y dijo: —Todo está claro. Basta de hablar. Y añadió:

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—Es costumbre en los juicios rpie apenas ambas partes hayan expuesto sus demandas, el tribunal les ordene que abandonen la sala de deliberaciones. Y si cualquiera de las dos partes se muestra reacia y no quiere salir, debe pagar una multa y después, para vergüenza suya, el ujier la saca por la oreja... Reb Faivel: haz, pues, el bien... Y también Tú, Creador del Universo, debes salir de aquí... Reb Elimelej dió un salto: —¡Cómo es posible! Escrito está: "Su honor llena el mundo entero". ¿Cómo, pues, pregunto yo, puede Dios alejarse de aquí ni por un solo instante? El rabino de Apte guardó silencio durante un rato. Después levautó disgustado una ceja, gris 3r poblada, y habló: —Pues, si está escrito que "Tu honor llena el mundo entero", te advertimos, Señor, que quedes por el momento con nosotros. Pero francamente te declaramos que en nuestro juicio sagrado no habrá parcialidad. Has de recordar que la Torah ya no se halla en el cielo: Tú mismo nos la has entregado...

* * * Tres días se prolongó la sesión del tribunal. Resonaban las disputas acaloradas, fluían en abundancia las argucias sofísticas, los silogismos, las conclusiones lógicas, los comentarios, las interpretaciones de abreviaturas y las alusiones a la Cábala y al Zohar, a las contadas palabras del Baal-Schem y a los secretos misteriosos de la Torah. Tres días duró la discusión. Los rabinos se apasionaron, gritaron y se increparon con denuestos e improperios. Uno decía al otro. "Pillastre", "chiquillo", "ignorante". Finalmente, se llegó a un acuerdo: El Señor había consentido, por error, que se dictase el edicto real (había interpretado mal una frase y no entendió bien el sentido oculto de una palabra del Zohar) y por consiguiente, el decreto del rey de Rumania estaba desprovisto de poder y debía caducar inmediatamente. Y el juicio fué escrito sobre pergamino por un escriba. Todos los santos rabinos lo firmaron y guardáronlo en el arca del Testamento en medio de las Torahs...

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* * *

Sólo había transcurrido un día y el decreto del rey fué derogado. Amén!

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“Razas”

Relatos de la vida cosmopolita en los Estados Unidos

Jose Opatoschv

Traducción del Ídish de Salomón Resnick

Editorial Judaica Bs. As., 1943

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“La Maquina”

En la fábrica de zapatos de Brodsky había bullicio. Los obreros se agitaban, sostenían que era preciso declarar la huelga e impedir que decenas de familias quedasen sin pan. Todos hablaban de la nueva máquina que debía llegar de un día para otro, la cual, decían, cosía treinta pares de suelas por hora.

Sólo los judíos sefardíes no intervenían en el alboroto. La noticia les había privado del habla y no podían de manera alguna entenderse con sus hermanos, los askenazíes. Sus rostros enjutos se tornaron más dignos, cesó su cántico quedo y dulce y sus ojos negros y soñolientos adquirieron habla, rogaban que no se les expulsara de la fábrica, que no se privara del pan a tantas familias.

Poco a poco los aparadores fueron abandonando la fábrica, sin aguardar a que la máquina los expulsara, quedando tan sólo los judíos sefardíes. Entraban más temprano que de costumbre, trabajaban hasta bien avanzada la noche, sabían que había que aprovechar lo más posible, porque de un día para otro serían despedidos todos.

Permanecían en sus asientos, mudos, sin conversar, y cuando se acercaba el capataz o el patrón, sus miradas se tornaban ¡sumisas, cual si pidieran que no se les tocara: eran pobres hombres que trabajaban y no se interponían en el camino de nadie.

Un joven sefardí de bigotitos no podía quedarse quieto en su asiento. Desde que supo que iban a traer una máquina de coser parecía haber perdido la cabeza. Había postergado su boda por un mes, y he ahí que había transcurrido ya una semana y no sabía qué hacer.

—Eso no está bien, Rakhimi —le dijo a su vecino. —¿Aludes a la máquina? —respondió aquél, mientras trabajaba con dos

hilos—. ¡No está bien, es verdad! —Si no hubiera fijado la fecha del casamiento, eso no me

importaría—adujo el joven sefardita alzando sus largos brazos. —No hay que preocuparse ni hacerse mala sangre —le consoló su

vecino—. Además, todavía no traen la máquina. Los askenazíes se alarmaron, se han dispersado, y aquí están entrando nuevos trabajos. ¿A quién se le ocurre sentirse preocupado?

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Aproximóse el capataz, contó los zapatos terminados. El joven sefardí se armó de valor y preguntó:

—¿Cuándo llega la máquina? —¿Sientes nostalgia por ella? —sonrió el capataz. —iOjalá se rompa en el trayecto! —apuntó el vecino. —iTragada sea por la tierral —¡Amén! —acompañaron unos cuantos. Sonrió el capataz y los tranquilizó: —Posiblemente no la traigan. Trabajad, trabajad, judihuelos rojos. Hoy

hay que entregar todo -el lote. ¡Vamos, rápido! Pasó una semana, dos, y parecían haber olvidado la máquina. Nadie en

la fábrica hablaba de ella. Además, el trabajo urgía, se anunciaba la venida de nuevos operarios y aumentaron los jornales.

Los rostros sombríos de los sefardíes empezaron a iluminarse, desapareció el temor de perder los puestos y el joven sefardita fijó la fecha de su boda. Ya no le temía al capataz, y hacía bromas:

—¿Traerán la máquina? —La traerán, la traerán—, lo incitaba el capataz, pero nadie le creía. Más de una veintena de brazos desnudos tiraban los hilos, se levantaban,

bajaban, cual si dirigieran el barullo de la fábrica. Alguien empezó a canturrear, los demás lo acompañaron y a través de la fábrica esparcióse una melodía melancólica, suave, como en los tiempos de antes.

El trabajo desde la mañana hasta la noche tranquilizó a los sefardíes, los animó y les dió la seguridad de que nadie pensaba ya en la máquina. El joven sefardí se preparaba para contraer nupcias, y le dijo a su vecino:

-Es mejor que no nos hayamos ido de la fábrica. —¿Hacerles caso a los insensatos askenazíes, los socialistas? —habló el

vecino—. Quisieran que el amo se repartiera con ellos, que les entregara su fortuna... Si no se hubieran escapado entonces, estarían trabajando hasta ahora. Hoy han entrado nuevos lotes de trabajo. Hace mucho que no ha habido una temporada como ésta,

Así pasó una semana y otra y el trabajo continuó con igual intensidad, con ardor: alguien trajo consigo a un pariente, otro a un vecino y al poco tiempo media Salónica se encontraba en la fábrica e impregnaba de antiguos himnos y melodías hebraicas a las suelas americanas.

Una mañana de sol, mientras frente a las ventanas se elevaban columnas de polvo de cuero y se alzaban decenas de brazos y en medio del tumulto de

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la fábrica se diseminaba una melodía suave, una mano misteriosa arrojó unas sogas por encima de las ventanas gruesas y un temblor se apoderó de la fábrica.

—¿Qué es esto? —preguntó el joven sefardita. —¡Es la desgracia! -Van a pintar el edificio —dijo alguien. —¿Es cierto? —tranquilizáronse algunos. Al rato dejóse oír un chillido. Un individuo sacó una ventana, hizo una

seña con la mano y las cuerdas empezaron a crujir. El joven sefardí no pudo quedarse quieto. Acercóse a la ventana, echó

una mirada, vió cómo se alzaba una máquina y se puso pálido. Todos miraban hacia él, aguardando una respuesta. El movió la cabeza, cual si sonriese, y volvió a su asiento.

Un silencio desagradable establecióse entre los presentes. Las manos dejaron de levantarse, sólo los ojos miraban hacia la ventana, donde una máquina, negra, maciza, aparecía echando miradas, se lanzaba con sus alas sobre los sefardíes, volaba encima de ellos.

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EL RESPLANDOR DE LA PALABRA JUDÍA

Antología de la poesía ídish del siglo XX

Selección y versión de ELIAHU TOKER

Introducción de Itzjok Niborski

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DEL MISMO AUTOR Poesía

• Piedra de par en par (1972) • Lejaim (1974) • Homenaje a Abraxas (1980) • La caja del amor (1986) • Papá, mamá y otras ciudades (1988) • Saga Judía (1990)

Traducciones y Antologías

• En sí (poemas de Jacob Glastein, 1968) • H. Leivik (1972) • Muestra de la poesía Idish del siglo XX (1976) • Poesía de Avrom Sútzkever (1983) • A mi viejo (1985) • Refranero Judío (1986) • Celebración de la palabra, Poesía Judía (1989) • Las picardías de Hérshele (en colaboración, 1989) • Del Edén al Diván, Humor Judío (en colaboración, 1990) • Feliz Bar Mitzvá, el libro de los 13 (1990) • Las ídishe mames son un pueblo aparte (en colaboración, 1993) • Alberto Gerchunoff, entre gauchos y judíos (1994) • Feliz Bat Mitzvá (1994) • Sus nombres y sus rostros, Álbum sobre las víctimas del atentado del 18 de

julio (en colaboración, 1995) • Iluminaciones de los salmos / Iluminaciones del Talmud / Iluminaciones del

Rabí de Kotsk / Maldiciones judías / Iluminaciones de la Cabalá (1995) Obras traducidas del ídish y del hebreo

• Cuentos, de Osher Shuchinsky (c. 1980) • Mi madre el general, de Eli Saghi (1982) • Cantar de los cantares (1984 y 1994) • Máximas de los maestros, Pirke Avot (en colaboración, 1988) • Colonia Mauricio, de Marcos Alpersohn (1991) • Hagadá de Pésaj (1992) • El canto del pueblo judío asesinado, de Katzenelson (1993)

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En tapa: ¡Avanti! de Marc Chagall Diseño Gráfico y Tapa: Ester Gurevich © 1996 Ediciones ARTE y PAPEL Larrea 674 - 2o p. / Tel. (54-1) 961-7782 (1030) Buenos Aires / Argentina Hecho el depósito de Ley IMPRESO EN LA ARGENTINA Printed in Argentina I.S.B.N. 987-9115-04-X

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Introducción

EL ÍDISH Y SU POESÍA

Allá por el siglo X, contemporáneamente con la génesis de la mayoría de las lenguas europeas, en las ciudades ubicadas junto al curso medio del Rin, comienza a nacer el ídish. Se forja en el seno de comunidades judías recientemente llegadas del norte de Italia y norte de Francia con su bagaje de hablas románicas, enriquecidas por el hebreo-arameo siempre viviente en los estudios talmúdicos y en la liturgia. De estos elementos, a los que se suman el medio-alto alemán hablado por la población circundante y —más tarde— las lenguas eslavas, surge el ídish.

La síntesis de la nueva lengua no fue un proceso mecánico, sino sumamente creativo y complejo. Las formas y estructuras por ella seleccionadas de entre sus componentes, experimentaron notables transformaciones fonéticas, morfo-lógicas, sintácticas y semánticas, hasta convertirse en un instrumento original, de gran ductilidad y productividad, que resume de manera incomparable la mentalidad y experiencia de sus hablantes a lo largo de todo un milenio. "Nacido de una voluntad de explicar, simplificar y aclarar las enormes complejidades del he-breo, de la Biblia y del Talmud, surge espontáneamente. un idioma accesible a todos, una lengua sin vueltas ni ceremonias, que 'se habla por sí misma'. No tiene vías embrolladas ni pozos peligrosos. Está llena de ternura y sabiduría, de la sencillez y cordialidad de las madres bondadosas. Contiene muchas de las savias del alma judía" (Abraham Joshúa Heschel).

Desde su origen hasta fines del S. XVIII el ídish estuvo en constante expansión, y fue el principal medio de comunicación oral de toda la judeidad europea, de Holanda a Ucrania, del Báltico hasta Italia, e incluso ente los grupos judíos ashkenazíes (históricamente oriundos de Alemania) en los Balcanes y en la tierra de Israel.

Ya en el S. XV se desarrolla una lengua literaria relativamente homogénea, que queda fijada como norma hasta el S. XVIII, cuando se inicia la acelerada evo-lución que desembocará en el ídish literario moderno. Superando barreras entre dialectos y limitaciones resultantes del antiguo estilo de vida, la lengua llega al apogeo de su desarrollo y difusión en la centuria que precede a la 2a Guerra Mundial.

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Su utilización en la escuela y en la labor científica contribuye a ampliar su vocabulario, pero es la poesía moderna la que más aporta al desarrollo de las potencialidades del ídish, enriqueciéndolo asombrosamente a partir de sus recursos internos.

Con la emigración masiva de judíos de Europa oriental a fines del S. XIX y comienzos del XX, los hablantes del ídish llegaron a todos los confines del mundo. En las Américas (principalmente en Estados Unidos y la Argentina), lo mismo que en Israel, Europa occidental, Australia y Sudáfrica, continúa el uso y desenvolvimiento de la lengua en la escuela, el periodismo, el teatro y la creación literaria. El número de hablantes, estimado en 11 millones en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, mermó sensiblemente como consecuencia del genocidio (1939-1945), de las crecientes restricciones en la URSS a partir de 1930 (que culminaron con el exterminio físico de los principales escritores hacia 1952) y de la tendencia masiva al empleo de otras lenguas. No obstante, el conocimiento del ídish —a menudo como segunda lengua— está muy difundido entre los judíos ashkenazíes, y el interés por su estudio ha ido creciendo pese a la declinación de su uso. Actualmente el ídish, su folklore y literatura son estudiados en numerosas universidades de Israel, América del Norte y Europa occidental.

Entre los siglos XIV y XVIII la antigua literatura ídish alcanza un notable grado de evolución y un enorme influjo en las masas populares. La etapa culminante transcurre en los siglos XVI y XVII, cuando aparecen obras de la envergadura del poema de caballerías "Bove-Buj", de Eliohu Bójer; la colección de cuentos populares "Maise- Buj", las memorias de Glikl Hamel, la difundidísima traducción y comentario del Pentateuco para uso de mujeres, conocida como "Tzeneurene", y muchas otras. En general, en dicho período se cultivan en ídish di-versos géneros de creación literaria, y se producen obras de variados temas y pro-porciones: religiosas y seculares, morales-didácticas y picarescas, líricas y épicas, devotas y eróticas, originales y traducidas. Desde 1750, el movimiento jasídico —corriente hondamente renovadora de la religiosidad judía— aporta el tesoro de las enseñanzas impartidas por sus grandes maestros en forma de fábulas y relatos, entre los cuales sobresalen por su alto valor artístico los cuentos del Rabí Najmen de Braslev (1772-1811).

En el XIX cunde en Europa oriental el Iluminismo, movimiento que pro-pugna la modernización y secularización de la vida judía, para adaptarla a los grandes cambios socio-económicos y políticos que la afectan. Aflora entonces una copiosa literatura en ídish, orientada hacia la masa popular y con la aspiración de influir en ella. Pronto el estilo propagandístico inicial va cediendo paso a ex-presiones de mayor calidad artística, con las cuales se abre, en la segunda mitad del siglo, la etapa más fecunda de esta literatura.

Se registra a partir de entonces un desarrollo vertiginoso en todos los órdenes: en unas pocas décadas, la lengua literaria se depura y enriquece, la temática se diversifica, se refinan los criterios estéticos, se acuñan diversos estilos, se cultivan géneros no empleados hasta el momento y surgen escuelas, corrientes y agrupaciones literarias. Méndele Moijer-Sforim (1836-1917), Sholem-Aléijem (1859-1916) e Itzjok-Leibush Péretz (1852-1915) son los primeros protagonistas

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de esta compleja evolución. A partir del último, la literatura ídish se va des-vinculando, paulatinamente, de la temática costumbrista —enfocada de manera crítica o benévola—, y va ganando plenitud como literatura de una nación, es decir, como el conjunto de realizaciones individuales de una cultura nacional y de aportes individuales a la comprensión de cuestiones nacionales.

Los comienzos de la poesía ídish no están registrados, pero los testimonios que se han conservado (desde el S. XIV) permiten inferir, en base a la avanzada técnica poética que revelan, una considerable prehistoria literaria.

En aquella primitiva poesía influyeron notablemente los modelos políticos germanos medievales y las traducciones literales (orales) del texto bíblico, que otorgaron al primer ídish literario una estilización ausente por completo en el lenguaje coloquial de la época. Gran parte de esa poesía estaba destinada a ser ejecutada por recitadores ambulantes. Se han conservado poemas épicos sobre te-mas europeos generales, especialmente de caballerías (el ciclo del Rey Arturo), o sobre temas bíblicos (el Libro de Samuel, el Sacrificio de Isaac, etc.), en versiones de los siglos XIV y XV. La métrica hasta esa época sigue, en general, a la de la poesía germana. Con Eliohu Bójer (1469-1549), creador de dos grandes poemas de caballerías, la poesía ídish se adelanta en más de un siglo a la alemana en la adopción del esquema métrico italiano de la "ottava rima". En la evolución posterior se vuelven a notar influencias de la poesía alemana, así como de la liturgia hebrea, tanto en lo que hace al texto como al acompañamiento musical in-dicado en muchos casos.

En el S. XIX se desarrollan paralelamente dos vertientes de la poesía ídish: por un lado la canción popular alcanza una gran vigencia en el plano genuina-mente folklórico y también a través de las improvisaciones rimadas de los "bad-jonim", poetas cuya función consistía en animar casamientos con recitados de contenido entre burlón y moralizante. Por otra parte, los escritores de corte moderno, inspirados por el Iluminismo, se sienten constreñidos por las limitaciones que implica la falta de una tradición poética secular tan continua como la de otras literaturas europeas. En la segunda mitad de siglo XIX se produce la con-fluencia entre ambas vertientes. Los poetas cultos descubren la poesía popular y adoptan en muchos casos el esquema métrico y tonal de la canción folklórica. Ilustra esta confluencia una figura como Eliokum Tzunzer (1836-1913), a la vez "badjn" y poeta iluminista, uno de los anunciadores del sionismo en la literatura. Otros ejemplos: Avrom Goldfaden (1840-1908), padre del teatro y de la ope-reta en ídish; Mark Warshawski (1848-1907) y Zelik Bardíchever (1898-1937). Ya en plena etapa moderna, los ecos de la canción popular seguirán resonando en las obras de Moishe Leib Halpern e Itzik Manguer, pero con un mayor grado de refinamiento y complejidad. Es que, al calor de los movimientos sociales y nacionales en auge a fines del S. XIX, la poesía para ser cantada va cediendo lugar a la poesía para ser recitada: S. Frug (1860-1916), I. L. Peretz y M. Rosenfeld aportan una profundidad y una vehemencia que no dejarán de estar presentes en ningún ulterior retorno al modelo popular.

La poesía ídish moderna se asume como apta para tocar todos los temas y aplicar todas las técnicas propias de la poesía occidental. La enorme dispersión

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geográfica de sus creadores y lectores le confiere un carácter singularmente cosmopolita dentro de su tonalidad definidamente nacional.

En la era moderna, los acelerados procesos de urbanización, industrialización, secularización y emigración, que afectaron a las grandes concentraciones judías de Europa Oriental, hicieron cambiar de cauce a una enorme corriente de energía creadora, volcada hasta entonces en el tradicional quehacer de estudiar y comentar la Ley judaica. Gran parte de esa energía fue a parar al quehacer poético.

La poesía judía, en ídish tal como en hebreo, se convirtió, al despuntar el S. XX, en poesía de avanzada, concitadora de la más decidida adhesión popular, pe-se a que en siglos anteriores se había visto reducida a un rol relativamente modesto. Con pasmosa rapidez, la poesía ídish asimiló a grandes rasgos la preceptiva y también la imaginería política occidental —europea o americana—, constituyéndose en instrumento y expresión de una fecunda síntesis entre lo oriental y lo occidental, a través de lo judío y lo europeo.

El siglo XX encuentra a la judeidad inmersa en un complejo de procesos críticos simultáneos: luchas sociales en Europa y en América, forcejeos nacionales en Europa y en la tierra de Israel, secularización y pauperización en Eu-ropa oriental, secularización y ascenso económico-social en las Américas, surgimiento —en todas partes— de una clase intelectual secular y de una variada gama de problemas de identidad. La poesía ídish, en su momento de apogeo, re-coge y refleja todo ese intrincado panorama, y se integra con toda su carga a las corrientes y problemas del mundo contemporáneo. Aparece una acentuada receptividad ante las evoluciones de otras literaturas, al tiempo que se desarrollan recursos propios para la aprehensión de lo moderno.

Hasta alrededor de 1930 se da una proliferación de movimientos y agrupa-dones que pretenden definir y orientar la poesía ídish en base a diversos enfoques ideológicos. Algunos de ellos ven en el compromiso político un marco unificador previo a la literatura. Otros, identificados con las corrientes modernistas, se aglutinan para poder apartarse de la política. De 1930 en adelante, el gregarismo literario se va a dar sólo en un sentido local. Cada vez gravitará menos la tendencia grupal, y los principales creadores, cualquiera haya sido el medio en que se formaran, se irán perfilando más por su individualidad que por su adscripción a determinada escuela.

En Estados Unidos, tras una primera oleada de poetas inspirados por la temática social, varios de ellos imbuidos de un notorio espíritu popular y nacional (Reizen, que inmigró con una gloria literaria ya ganada, Rozenfeld), aparece el grupo "Di lungue" (Los Jóvenes), de Mani Leib, Zishe Landau, 1. I. Shwartz, H. Leivik, M. L. Halpern y otros, que reaccionan contra la retórica y el embanderamiento político en poesía. De ellos, Leivik es quien mayor estatura cobraría posteriormente, tanto por su finura lírica como por su honda preocupación —en el plano de la religiosidad más que en el de la política— por los problemas de la libertad, la conciencia y la redención. Halpern, en cambio, 10 mismo que su coterráneo y amigo Moishe Nadir, fluctuará entre una militancia de izquierda (incluso periodística) sin demasiadas ilusiones, y la expresión

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atormentada, a veces cínica, de las angustias y euforias erráticas del hombre desarraigado. Un poeta contemporáneo de los "lungue", pero mal comprendido por éstos, fue A. Lutzki, creador de un género peculiar, muy apto para ser de-clamado por un recitador-mimo, a caballo entre lo filosófico y lo trovadoresco.

Hacia 1920 un nuevo grupo, llamado "In Zij" (En Sí), sin dejar de reivindicar,

al igual que los "lungue", el derecho a la expansión subjetiva y ala inde-pendencia ideológica, cultiva una poesía introspectivista, más intelectualizada y comprometida con las vicisitudes de la realidad. Los portavoces del grupo son Glantz-Leieles, Minkov y Glatshein. Este último emerge en la etapa siguiente como una de las individualidades más rotundas de la literatura ídish anterior y posterior a la Segunda Guerra Mundial, forjador de imágenes audaces y de crea-dones verbales insólitas, de las que se desprende su celo militante por la perduración de la conciencia nacional judía.

También por 1920 se formaba en Polonia una tendencia emparentada con el

expresionismo alemán, de la cual es exponente el grupo "Di Jaliastre" (La Pandilla, orientado entre otros por M. Ravich y Uri Tzvi Grinberg), como también Arn Tzeitlin, etc. Su propósito es dar cabida en la poesía a lo caótico de la imagen, a lo cruel y clamoroso que, más allá de todo realismo, conforman la experiencia contemporánea. Uri Tzvi Grinberg es el exponente más cabal de esa etapa en cuanto poeta ídish, pues cesó prácticamente de crear en esa lengua al establecerse en Israel. Ravich y Tzeitlin siguieron cultivando, en su etapa norteamericana, una poesía agitada, anticlásica, que a menudo toma la forma de un in-quieto diálogo con Dios.

Muchos poetas escribieron en ídish en Rusia después de la revolución de 1917.

Los que por entonces eran ya hombres maduros o tenían hondas raíces en la tradición judía, enfrentaron el dilema de manejar un universo cultural mucho más vasto de lo que la "cultura proletaria" oficial estaba dispuesta a tolerar. Dovid Hofshtein, quien abandonó ese marco para pasar por una activa experiencia en Berlín y Eretz-Israel, y retornó luego a la URSS movido por la nostalgia de la tierra natal, es quien más patéticamente simboliza, de todos ellos, el drama del aherrojamiento de una conciencia nacional, drama que comparte con Shmuel Hal-kin y Leib Kvitko. Péretz Markish, surgido de la "Jaliastre" como un talento arrollador, protagonista de un nuevo génesis estético pretendidamente libre de vín-culos con el pasado, llega a experimentar, sin embargo, una tensión similar y creciente tras su radicación en la URSS, hacia 1923. Otros, más jóvenes, producen poesía genuinamente identificada —no como forzada concesión al "proletcult"— con el espíritu soviético. Es el caso de Izi Jarik y más aún de Itzik Fefer, quien combina un impresionante virtuosismo técnico-poético con una máxima capacidad de acomodamiento a la realidad totalitaria. A todos ellos, lo mismo que a los autores llegados más tarde a la URSS tras consagrarse en el extranjero (Kul-bak, Shternberg) los une, por encima de sus muchas disparidades, el lazo de un destino común: la liquidación (1937-1952), o bien el languidecimiento en una cárcel espiritual, como sobrevivientes resignados de una doble catástrofe.

Los núcleos locales que se constituyen en Europa en vísperas del genocidio,

aunque no se centran en ningún credo ideológico o político compartido, tienen sin embargo rasgos que caracterizan a cada uno. En Polonia, Iejiel Lerer, Moshe

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Knaphais y Ioisef Rubinshtein desarrollan una poesía esencialmente descriptiva, propensa a la creación de extensos poemas con elementos de crónica. En cambio ' lung Vilne" (Joven Vilna), donde se revelan Avrom Sútzkever, Jaim Grade, Eljonon Vogler, Leizer Wolf y otros, se destaca por la audacia de las imágenes, la riqueza de vocabulario y rima, la elegancia y la variedad de las formas.

La guerra y el genocidio determinan un viraje notable en la creación de los

poetas judíos sobrevivientes y de aquéllos que aparecen después. Se borran corrientes y nucleamientos. Se nota una reconcentración en la temática nacional y, en la lírica, el reflejo de hondas maduraciones individuales. En el renacido Estado de Israel confluyen poetas veteranos y jóvenes, establecidos allí desde tiem-po atrás o llegados después de la independencia: Ioisef Papiérnikov, Arie Sham-ri, lankev Fridman, Moishe Iungman, Rojl Fishman y muchos más, despliegan la noble diversidad de sus estilos y tonalidades sobre el contradictorio fondo histórico de la catástrofe y la reconstrucción.

En todas partes donde la poesía ídish palpita actualmente, exhibe entre sus

logros —además de la elaboración individual y colectiva del duelo que ha sido una de sus grandes funciones en los últimos cincuenta años— una aguzada vigilia ante los vaivenes de la realidad, una sensibilidad lírica extremada y un ce-lo maravilloso por la pureza y originalidad del idioma, de estas palabras judías que, al decir de Glatshtein, fueron confiadas a los poetas en ídish "sobre los Montes Sinaí de los pueblitos judíos".

Itzjok Niborski

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Prefacio

CLAVES DE UN INTENTO DE TRANSUSTANCIACIÓN POÉTICA

A través de su historia, y particularmente en lo que va del siglo XX, el pueblo

judío ha producido, y continúa produciendo, poesía judía tanto en ídish como en hebreo, y también en inglés, francés, castellano y otras lenguas. No se me escapa, por lo tanto, que generalizar titulando EL RESPLANDOR DE LA PALABRA JUDIA a una antología dedicada exclusivamente a la poesía ídish, puede resultar abusivo. Pero mediante este título intenté sugerir que con esta obra no me propongo una aproximación erudita, histórica o apologética a dicha poesía, sino permitir que por boca de los poetas contemporáneos de lengua ídish, se exprese el alma judía conmovida por el amor, la belleza, la condición humana, la naturaleza, la muerte. Es decir que volcándolos al español, pretendo compartir ese judaísmo actual, riquísimo, uno y múltiple, vivo y vital, que se manifiesta a través de la palabra de estos poetas.

Dice el Talmud que quien traduce literalmente es un falsificador. Un idioma es

un organismo vivo que condensa la esencia de un pueblo y la transmite de padres a hijos. Trasvasar esa esencia a la lengua de otro pueblo, significa luchar con cada palabra como Jacob con el ángel, para que se entregue y nos bendiga. Y apelando la poesía a las connotaciones más sutiles de cada vocablo, sacar a un poeta de su idioma original, implica comprobar que cada uno de sus versos late empapado de sobreentendidos, asociaciones, símbolos y sugerencias cuyo código subyace en la cultura y en las experiencias comunes al grupo humano del que proviene el poeta y cuyo idioma maneja. Traducir poesía supone, por lo tanto, deshuesar cada palabra, pesar cada verbo, paladear larga, reiteradamente, con el oído y las manos, en ambos idiomas, cada verso primero, la poesía como una unidad después, hasta lograr —sin que se evaporen poeta ni poesía— que un mismo canto resulte transparente y cargado de sentido a personas de cultura diferente, que parten de experiencias distintas.

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Para concretar esta transustanciación poética del ídish al español, seleccioné autores y textos aplicando un criterio absolutamente subjetivo. No incluí necesariamente lo más representativo de cada tendencia, movimiento o autor, desde el punto de vista de un crítico o de un historiador literario, eligiendo en cambio aquellos textos dotados, a mi juicio, de una atmósfera poética genuina y pasible de ser vertida al castellano sin que se evapore, preocupándome más por serle fiel al aliento poético y a las sutilezas de la imagen y del idioma, que a la métrica o a la rima.

Mi primer plan contemplaba seleccionar una treintena de autores, pero su

búsqueda puso en marcha una suerte de pesca milagrosa que —de un modo ingobernable— fue multiplicando el número de los poetas elegidos. Así, en el curso de una tan prolongada como placentera inmersión en el oceánico mundo de la poesía ídish contemporánea, los treinta se volvieron cuarenta, cincuenta, sesenta, y detenerme en setenta fue una de-cisión absolutamente desesperada y arbitraria. Conocedores de esta literatura habrán de reprocharme, y con razón, el no haber incluido a Frug, a Liesin, a Wogler, a Kerler, a Taliesin, a. Pero la producción poética de primera línea de este siglo en ídish fue —y es aún— tan generosa, que incluso duplicando la cantidad de poetas incorporados, continuaría omitiendo voces valiosas.

En lo que hace a los textos incluidos, muchos autores están representados

solamente por uno o dos poemas en tanto que otros conforman verdaderas microantologías dentro de esta obra. También aquí juega el juicio subjetivo del compilador para quien, al seleccionar el material de algunos poetas, lo trabajoso consistía en decidir qué incorporar, mientras con otros la dificultad radicaba en decidir qué no incluir.

El ordenamiento de esta obra sigue una pauta cronológica, —el año de

nacimiento de los autores—, adoptando de esta manera el criterio de muchas de las antologías consultadas. La variante que me permití introducir fue comenzar con el autor más joven en lugar de hacerlo con el mayor. Esta inversión del orden usual responde al deseo de allanar la lectura, dando la primera palabra a los poetas más cercanos en el tiempo, y dejando que sea el lector quien vaya internándose luego en el universo de los poetas anteriores.

Con la sola excepción de Itzjok Leibush Péretz —cuya narrativa encontrara

traductores y editores en nuestro idioma— puede decirse que prácticamente todos los poetas incluidos en este volumen le resultan desconocidos al lector de lengua española; no existe en este idioma, por ende, tradición alguna en lo que hace a la escritura de sus nombres y apellidos. Hubo que optar entonces entre una castellanización forzada de los mismos o su transliteración aunque suenen un tanto exóticos. Opté por esta última alternativa ya que la transcripción fonética resulta útil para

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que el lector se familiarice, aunque sea mínimamente, con el sonido del ídish y además para que quienes hayan leído a los autores en el original, los reconozcan sin tropiezos.1

Una vez adoptada la transliteración de nombres y apellidos, hubo que decidir el modo de ponerla en práctica, tomando en consideración que ciertas letras del alfabeto hebraico no cuentan con un grafismo de sonido equivalente en español. Sin detenerme en sutilezas idiomáticas —que estarían fuera de lugar en una obra cuyo objeto no es la lengua ídish como tal— en las últimas páginas, al pie de la Guía de datos biográficos, se mencionan los principales problemas de transcripción y las convenciones elegidas para salvarlos.

La Guía de datos biográficos de los poetas antologados, que se incluye al final, nació como simple papel de trabajo, listado resumido de los principales ítems biográficos de sus fichas, y su único fin era servir al ordenamiento de la antología. Pero a medida que los datos fueron encolumnándose, comenzaron a relacionarse espontáneamente entre sí y a transformarse en una fuente de inesperadas asociaciones de ideas. Permiten visualizar, por ejemplo, que solamente un integrante de esta muestra, Rojl Fishman, nació fuera de Europa oriental, o comprobar el desplazamiento de la creación ídish de los centros americano y europeo al israelí. En- tendiendo que el lector atento puede extraer otras ideas y conclusiones de este papel de trabajo, decidí incluirlo.

La bibliografía elegida que va al final del volumen, no se refiere a los libros utilizados para confeccionarlo, sino que incluye, a título ilustrativo, algunas de las antologías de poesía ídish aparecidas en diversos idiomas en lo que va del siglo e indica algunos estudios y textos valiosos referidos a esta lengua y su literatura. A pesar de no tratarse de un listado exhaustivo, en el caso del idioma español no tengo conocimiento de que haya mucho más que lo poquísimo que se menciona. Por el contrario, en inglés existe una amplísima bibliografía sobre el tema, de la cual sólo se traen algunos ejemplos. En Israel se registra ahora un interés especial por la lengua, la cultura y la literatura ídish, pero a esta parte del mundo llega muy poco de lo que se produce en hebreo en este campo. También en idioma alemán aparecen en los últimos años antologías y estudios relacionados con la lengua que nos ocupa, hecho llamativo pero cuya explicación tal vez resida en un lógico interés por investigar los elementos del alemán antiguo que se conservaran vivos en el ídish, tal como los estudiosos del español los rastrean en el judezmo.

Una decisión importante a adoptar al darle forma definitiva a esta obra, se refirió a la escritura del nombre mismo del idioma cuya poesía

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nos ocupa. La ignorancia reinante en el mundo de habla hispana respecto del ídish y su cultura, adquiere expresión gráfica en el caos imperan-te en la transcripción española de su nombre.2 Lo usual es encontrarlo escrito según la grafía inglesa, yiddish, seguramente porque muchas de sus obras literarias llegan al castellano retraducidas del inglés.3 Los intentos de españolización parten a veces de esta versión a la que se le agregan y quitan letras; así podemos encontrarlo escrito iddish,4 yiddi5, ídiz6 y demás variantes. En algunas obras aparecidas recientemente en España parece imponerse un nuevo modo de identificar a esta lengua: yídico7

En nuestro medio sólo comienza a perfilarse un criterio más acorde con el

español entre quienes traducen directamente de aquel idioma. Salomón Resnick y Luis Karduner adoptan la grafía ídisch, el primero con acento tácito. Lázaro Schallman, argumentando que resulta tan incorrecta para el castellano la sch alemana como la sh inglesa, sostiene que para decidir el modo de expresar la shiti hebraica hay que considerar que "tanto en la cultura española como en la hispanoamericana ha desaparecido, o tiende a desaparecer, toda influencia cultural germánica abriéndose paso la anglosajona"8 por lo que escribe ídish. Acotemos todavía que, desde un punto de vista estrictamente académico, la ortografía de este vocablo debiera expresar el diptongo inicial (y consonante e i vocal) con que se escribe y pronuncia este término en su idioma original, tal como lo sos-tienen Lerman y Niborski, quienes por esta razón lo escriben yidish.9 Por mi parte, tomando en cuenta los argumentos de Schallman y considerando que no son los especialistas los destinatarios de esta antología, opté por la grafía más clara y sencilla: ídish.10

La presente antología es producto de una tarea que —períodos de mayor y

menor intensidad mediante— tomó una veintena de años. Una de las mayores dificultades a sortear fue la falta de material actualizado en bibliotecas y librerías: el acervo de las principales bibliotecas judías de Buenos Aires no incluye la enorme literatura poética creada en ídish durante las últimas décadas. Sólo la gentileza de escritores y estudiosos que pusieron a mi disposición sus bibliotecas, ayudó a paliar este déficit, aun-que sólo parcialmente.

Al finalizar esta antología me queda la sensación de haber sido parte de una

tarea colectiva; de haber dialogado con decenas y decenas de poetas —vivientes o no— a través de sus obras; de haber forcejeado con ellos palabra a palabra, golpeando y acariciando una y otra vez sus poemas con delicadeza y prepotencia, para adecuarlos a un idioma completamente diferente de aquel en el cual fueran concebidos. Estos poetas son en definitiva, los principales protagonistas de esta tarea colectiva, como lo son también aquellos que, de diferentes maneras y desde distintos roles, participaron en la gestación y concreción de esta obra. En este sentido la probidad

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intelectual me obliga a dejar sentada de manera especial la deuda que tiene esta antología con Itzjok Niborski, Leonardo Senkman, Esther Rollansky, Mark Turkow, José Okrutni, Golde Flami, Jacobo Kovadloff, Abraham Platkin y Abraham Lichtenbaum. En cuanto a Baruj Haguer y Lea Haguer, con su entusiasmo contagioso y sus críticas apasionadas, se ganaron con creces que les fuese dedicada la primera edición (1981) de este Resplandor de la palabra judía, cuya preparación había patrocinado, en parte, la Memorial Foundation for Jewish Culture de Nueva York.

Eliahu Toker

1. De todos modos se incluyen en las biografías, señalados con un asterisco, el modo como aparecen trascriptos en letras latinas en sus libros, los nombres de los poetas incluidos.

2. Sucede otro tanto en el idioma francés. En la introducción a su antología de poesía ídish en

versión francesa, Charles Dobzynski acota: "YIDICH: esta palabra se escribe generalmente en francés según una grafía alemana: yiddisch o anglosajona: yiddish. ¿Por qué no adoptar, de una vez por todas, la grafía que conviene mejor al francés: yidich, fonéticamente y morfológicamente la más apropiada? Es lo que hice aquí respaldado por excelentes lingüistas." ("Le miroir d'un peuple", página 19. Demás datos, ver Bibliografía).

3. Por ejemplo, de las ediciones españolas de la obra de Bashevis Singer, lanzadas con motivo de

su coronación con el Nobel de Literatura, la totalidad de las que tuve ocasión de consultar escriben yiddish, así, a la inglesa. Se trata de libros de tres editoriales distintas: Noguer (״Los herederos״), Planeta (״Un amigo de Kafka״) y Plaza y Janés (“Gimpel, el tonto"), los tres con pie de imprenta en Barcelona y año de edición, 1978 los dos primeros y 1979 el último.

4. Contratapa de ”El tribunal de mi padre״ de Issac Bashevis Singer, Ediciones de la Flor, Buenos

Aires, 1979.

5. En ”Teatro dramático judío ״, prólogo y traducción de Cristóbal de Castro; Manuel Aguilar Editor, Madrid, 1930.

6. Revista ”Heredad״, publicación de la Fundación para el Fomento de la Cultura Hebrea, dirigida

por Carlos M. Grünberg; Nc 7/8, Buenos Aires, Julio-Agosto 1946. En el mismo número aparece también escrito con esta grafía: ídisch.

7. Ver ”Historia del Pueblo Judío״; obra en tres tomos, dirigida por H. H. Ben Sassón, Alianza

Editorial, Madrid, 1988.

8. "Diccionario de hebraísmos y voces afines״ de Lázaro Schallman, Editorial Israel, Buenos Aires, 1952, pp. 15/16.

9. Introducción al “Diccionario Yidish-Español” de J. J. Lerman e I. Niborski, IWO, Buenos Aires,

1979.

10. Pese a que la mayor parte de los diccionarios españoles continúan utilizando la grafía inglesa: yiddish, reemplazándola alguna vez por jiddish, el Diccionario Gran Omeba, dirígido por Diego Abad de Santillán (Buenos Aires, 1966), en su sexto tomo utiliza esta misma grafía: ídish.

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ROJL FISHMAN (ROKHEL FISHMAN*) nacida en 191935 en Filadelfia, Estados Unidos, se radicó en 1954 en Israel, en el kibutz Bel Alfa. Formó parte del efímero grupo literario ídish israelí Iung Isroel –Joven Israel—. Autora de varios volúmenes de poemas en los que prima una suave ironía sazonada por la ingenuidad y el desparpajo, falleció en Israel en 1984.

Eslabón tras eslabón * Y sobre la mesa, de nuevo entre nosotros, una botella de paradoja. Y tu voz crece de nuevo eslabón tras eslabón eslabón tras eslabón descienden ojo y mirada Sobre la mesa, entre nosotros, Solo una botella de añeja paradoja Y cada uno vuelca en ella Su propio rostro Y cada cual bebe de ella Su propia sed * La cucharadita de memoria se me deslizó de la mano: estoy dele olvidar. ya ni siquiera me asombro. al comienzo quedaba muy perpleja: ¿Cómo pude olvidármelo? Pero ahora Ya no me asombro. Estoy dele olvidar Y es apenas el comienzo. Tal vez cuando lo olvide todo sabré finalmente qué quedó de mí. Que se hizo de mí.

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Miradla ¡Miradla! Está lista. Y serena. Y seguro de tener razón. Y la llevan, efectivamente, en brazos. ¡Oh, la sandía! en su integridad, en su verdor, en su pesada plenitud, respira profundo y sueña dulcemente. Un mesías. Una victima. La llevan en brazos, y los ojos de todos se sonríen He aquí que golpean —silenciosa, juguetonamente, (como la puerta de un amigo) con el dedo doblado— en sus costillas. “Y vio que era bueno” Si el veredicto es: sirve, entonces su amigo, el mejor, ha de ser el primeron en apuntarle con un cuchillo. ¡Oh, la sandía! ¡Roja su dulzura! ¡Dulce su rojez! Su elogio, su recompensa, sobre cada labio.

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ALEXANDER SHPIGLBLAT, nacido en 1927 en Kimpolung, Bucovina, desde 1964 vive en Israel, en la localidad de Petaj—Tikva. Es secretario de redacción de Di Goldene Keit, la mas importante revista literaria ídish que aparece hoy en el mundo, auspiciada por la Histadrut, central de los trabajadores israelíes.

Ciegos Ciegos atraviesan la muerte con bastones blancos que parten las tienieblas. Pasan a otras tinieblas de las cuales tal vez solos ellos, los nacidos ciegos distinguen el color Huellas en el tiempo Nadie deja huellas en el tiempo como pasos marcados sobre arcilla. Temprano y tarde —dos heridas rojas— asoman y se hunden rítmicamente como el causal de la sangre. Y el tiempo es una virgen; una hermana del creador.

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Sacrificio de palabras Desmenuzo las palabras en letras y cada letra en barras, puntos, como niños que desarman un reloj para dar con el corazón que golpea, tic—tac. Escombros de palabras enmohecen sobre mis labios y añoran la tierra donde nacieran. Sacrificio de palabras. El ángel, nuevamente llego demasiado tarde. Fronteras Las fronteras me atraviesan como rayos láser. No existe Hinterland; Sólo fronteras Que cortan Y parten La superficie: Un mapa De fronteras. Y sólo el miedo posee la contraseña para pasar.

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MOISHE IUNGMAN (MOSHÉ YOUNGMAN*),

nacido en 1922 en Jodorov, Galitzia Oriental, se encuentra radicado en Israel, en Kiriat Tivón, desde 1947, donde ejerce como director de una escuela primaria. Fue fundador de la revista del grupo literario Iung—Isroel (Joven Israel) que apareciera en Haifa entre 1954 y 1957. Autor de una vasta obra poética de calido aliento en la que el paisaje israelí encuentra expresión lírica, falleció en Israel en 1983.

Para mi hijo * Mi hijo se me escapa de las manos. ¿Es que podría acaso darle algo fuera de mi luna agotada? Botas de siete leguas tiene mi hijo ¿cómo podría retenerlo yo con mi pequeño burrito mesiánico? Mi hijo tiene horizontes azules ante si ¿de que podría servirle mi plegaria que alcanza apenas para la punta de su lengua? * Cada piedra que desgastó mi paso vuelve a renovarse para él. ¡Qué alma enorme tiene la piedra! Cada hoja que el viento arranco de mi, ya tiembla de nuevo –verde— en sus ojos. Yo continúo corriendo aun tras el sol poniente, mientras que en su sangre vive y se debate el sol en plena juventud.

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* Probó el mundo y le queda a medida. Ni un poema siquiera ha de ser necesario retocar sobre él. Ni una brizna de paja habrá que quitar de entre sus cabellos. Melones Traen soles en pequeños asnos. Oro en melones que rompe las alforjas. Los asnos andan a paso lerdo, con rostro somnoliento, Y van perdiendo sones de campanilla, trino a trino. La calle devora el sabor a melones desde portones y graneros; se detienen de a uno y por parejas. De pronto el mundo entero esta descalzo y repleto de sol, de un sol pequeño, grato, cálido al tacto. La gente anda borracha de sol de melones. Las alcantarillas aparecen regadas de oro, con montes a lo lejos. Con pequeños soles cabalgan hacia la tarde. De pronto, se acabó. Las alforjas quedaron vacías, apagadas. El vendedor se afana alrededor del asno y aguarda, como antes, a que venga alguien y lo redima. Vendedores de frutas Llenan sus canastas con fruta prestada; se hacen nudos en el corazón para no olvidar. Arrastran la tarde a casa, hinchada de maldiciones y sientan, a codazos y empujones, a los chicos a su alrededor. Y cuando la luna escapa de los tejados a mojar con telarañas azules la desnuda callejuela extienden latas con sueños ante cada transeúnte y no les alcanza para comer.

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Ladino Sótanos donde se habla ladino; donde manteles floreados miran a través de rejas; donde pulidos narguiles recuerdan fiestas sin atuendos verdes y sin Shabetay Tzvi. Sótanos con majestuosidad de señoras 1 vestidas de negro, gatos de angora y pequeñas muchachas pálidas de ojos almendrados. Aquí hecha raíces un silencio de tiempos de Doña Gracia todavía, con relumbres de plata forjada sobre un emblema. Con dedos finos atesoran el orgullo en el arca familiar. Hombres de espalda morena y pecho tatuado son aquí, de noche, después del trabajo, pequeños de nuevo y no se atreven a alzar la voz. De noche se sientan alrededor de la lámpara verde tal como estuvieran sentados abuelos y bisabuelos. Se habla ladino. Y llevan sobre sí sedosos nombres de flores.

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Canto sobre treinta y seis vacas 2

…De los establos nocturnos he de echar mis vacas fuera, Mis treinta y seis vacas con sus plateadas frentes. ¡Ya rumiaron suficiente sol y rezaron bastante en sueños! ¡Que las patas os resulten ligeras cuando, con luminosas ubres, salgáis pesadas para llevar salud al mundo; patas ligeras de alegría y pesada de blanca bendición caudalosa! He de perseguirlas con mi corazón de vecino en vecino; golpear las puertas como –salvando las diferencias— para slijes 3: —Levantaos, judíos, llegó el Mesías. Id, vacas mías; llevad por el mundo vuestra misión de luminosas ubres y ojos bondadosos; llevad de noche el astro recién consagrado, vuestra blancura. Oh, vacas mías plateadas; que vuestro don sea piadoso y repleto de dicha vuestro exilio, cuando la estrella del norte introduzca, como perlas, vuestra luz en las chozas dormidas…

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HIRSH GLIK, nacido en 1922 en Vilna, Lituania,

en el seno de una gran miseria. Su padre comerciaba con hierro viejo, trapos y botellas usadas. Desde muy joven fue miembro del movimiento sionista socialista Hashomer y durante la guerra luchó en los bosques, contra los nazis, como partisano, muriendo en combate en 1944. su poema “Nunca digas…” se transformó en el himno de la Organización Judía Combatiente de los guetos de Vilna y Varsovia. Después de la guerra esta canción cobró carácter de símbolo y se la conoce como “Himno de los partisanos”.

Nunca digas… Nunca digas que vas tu ultimo camino aunque los días azules se oculten tras cielos plomizos; todavía va a llegar el momento soñado y resonará nuestro paso: ¡Aquí estamos! Desde el país de las nieves al de las palmeras aquí estamos con nuestro dolor, con nuestra pena; y donde cayó una gota de nuestra sangre brotarán nuestro heroísmo y nuestro coraje El sol de la mañana dorara nuestro hoy y el enemigo se esfumará como el ayer, pero si se demora en aparecer el sol por generaciones vaya como consigna esta canción. Esta canción se escribió con plomo y sangre; no es el canto libre de un pájaro salvaje; entre el desplomarse de muros quebrantados la cantó un pueblo con armas en la mano. Nunca digas entonces que vas tu último camino aunque los días azules se oculten tras cielos plomizos; todavía va a llegar el momento soñado y resonará nuestro paso: ¡aquí estamos!

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ISROEL BERCOVICH (ISRAIL BERCOVICI*),

nacido en 1921 en Botosani, Rumania; su padre era sastre. Durante la guerra fue deportado a campos de trabajo forzados. Fue director literario del Teatro Estatal Judío de Bucarest, cargo que ejerció durante 30 años. Autor de una importante historia del teatro ídish en Rumania, publicó asimismo en la editorial estatal Criterión, dos libros de poemas en ídish. Falleció en Bucarest en 1988.

Diferente De todas las criaturas de este mundo envidio a las mariposas. Cada una tiene rodeando su cabeza treinta y cuatro mil seiscientos ojos y cada ojo ve cosa por cosa de un modo diferente. ¿Verán acaso entre miles de mundos alguno mejor que este? ¿Y de donde se desprende que diferente significa mejor, peor? ¿De donde se desprende que diferente no pueda ser distinto simplemente, tal como bello es bello y bueno es bueno sin que bueno deba ser superlativamente bello ni hermoso deba ser mejor que bueno? De todas las criaturas de este mundo envidio a las mariposas que una salida de sol para ellas sale treinta y cuatro mil seiscientas veces diferente; que cada aparición de la luna es vista por ellas de un modo treinta y cuatro mil seiscientas veces diferente.

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Cada estrella es para sus ojos treinta y cuatro mil seiscientas veces diferente. Una flor Es vista por una mariposa treinta y cuatro mil seiscientas veces diferente. Pero imaginen qué diferente su talento Y cuanto mayor seria el placer de su mirada Si comprendiesen además lo que están viendo.

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DORA TEITELBOIM*, nacida en 1914 en

Brest—Litovsk, entonces Polonia, hoy URSS, vivió desde 1950 en París, para radicarse en 1972 en Israel. Su pertenencia a las filas de una izquierda activa se tradujo en una obra poética inquieta e inquietante, en la que lo político cobra por momentos un tono épico pero sin descuidar lo lírico. Falleció en 1992.

Tu amor Una casa; cuarto amueblados del tamaño de una sonrisa. Un inquilino sale, otro inquilino entra, con tal de que la casa no este vacía. Una piedra Una piedra; una dura, muda piedra, criatura del cuerpo de la lava. Pisoteada por cada generación. Nunca acariciada por madre alguna Nunca beso a nadie con sus labios. Una memoria con recuerdos muertos como un nido con pájaros quemados. Un silencio congelado, comprimido estrato sobre estrato. Un llanto acallado de millones de años, mudez de millones de años. Incluso ella, al ser rozada por otra piedra, puede dar a luz un pimpollo de fuego. Mi amor De madrugada. Mil ciudades se deslizan ante mis ojos. Por todas las ciudades, pasas tú.

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ROJL BOIMVOL, nacida en 1914 en Odessa,

Ucrania. Hija de un hombre de teatro, estudio en la Universidad de Moscú, ciudad en la que vivió hasta 1971, colaborando en la revista Sovietish Heimland y publicando poemas y relatos para niños y adultos. 1971 se trasladó a Israel con su marido, el poeta Zioma Teliesin.

22 de junio Salí, cerré la puerta sin ocurrírseme que desaparecería de inmediato y con ella, la casa entera; que un edificio pueda tan sencillamente desatarse y desparramar sus muros y cristales; que en un instante pueda consumirse todo aquello que levantara el hombre, todo lo que entibiara con sus manos. Salí, cerré la puerta, y no se me ocurrió que nunca volvería; que esa calle que conduce desde casa descarría; que es el principio de un durísimo camino. Cerré la puerta por un momento apenas, sin despedirme de nadie siquiera, echándome a andar sonriente hacia la triste suerte que me aguardaba. De lo que estaba por suceder nada sabía, Pero ahora lo se todo, hasta el espanto; Ahora es mi pecho una leona Esta, mi voz, que era en mi garganta un pájaro. 1942

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AVROM SÚTZKEVER (ABRAHAM SUTZKEVER*),

nacido en 1913 en Smorgón, aldea lituana cerca de Vilna. Luego de desarrollar la primer parte de su importante obra poética como integrante del grupo artístico—literario Iung—Vilne (Joven Vilna), paso la guerra en el gueto y como partisano en los bosques, para radicarse en 1947 en Tel Aviv, Israel. Allí comienza a editar, con el auspicio de la Histadrut, CGT Israelí, la principal revista literaria ídish de la actualidad, Di Goldene Keit, de renombre mundial. Su obra poética, que constituye el mas vivido testimonio lírico del ultimo medio siglo de historia judía, se expresa mediante imágenes de una belleza deslumbrante y en un ídish repleto de hallazgos. Traducida a muchos idiomas, la producción poética y en prosa se Sútzkever abarca mas de dos docenas de volúmenes y su bibliografía ocupa un gran tomo aparecido hace años en Tel Aviv, ciudad donde vive el poeta.

Llegaste desnudo Llegaste desnudo todo en fuego. Tus ropas, —cosidas por dedos maternales como si las agujas interpretaran piano sobre seda y terciopelo— tus ropas, cayeron quemadas en la sombra. Las agujas, las agujas, a ellas lograste resguardarlas Llegaste desnudo. tu soledad comprende la entereza de tantos. En una pupila un lobo; en la otra tu madre. Y ya habrá de resultaste imposible separarlos. ¿Quién puede vestir tu tremendo vacío? Incluso si Isaías te encontrara profetizaría con parpado plomizo y labio avergonzado. No exijas consuelo, entonces, de tu propio hermano.

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Entre vosotros dos se extiende una rebelión de Varsovia como un eterno Sambatión de llamas que apedrea con el destino judío incluso en sábado. ¿Cómo pueden los de aquí creerte que en Varsovia defendías Jerusalém? ¿Qué en la republica de los muertos dabas forma a la intima, joven republica viviente? Pero el volcánico latido del país ha de creerte; aquel latido que percibieras cuando tu corazón detuvo su latir por un momento. Y cuando le acerques tu oído como un velero se acerca al secreto de las olas, ha de alzarse una voz como la exegesis de un versículo: —Eres mío; bendito seas en tu venida. Mi jardín es tu jardín, mis ovejas son tuyas; con la misma ferocidad con que disparabas tu fusil, planta aquí tu viñedo 1948

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La primera noche en el gueto “la primera noche en el gueto es la primera noche en el sepulcro, después uno se acostumbra”, así es como consuela mi vecino a los verdes cuerpos entumecidos tendidos en el suelo. ¿Podrán naufragar barcos en tierra? Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos y sólo el velamen se arrastra por encima, deshilachado y pisoteado, sobre los verdes cuerpos entumecidos, tendidos por el suelo. Llega hasta el cuello… Sobre mi cabeza pende una larga canaleta cosida con hilos estivales a una ruina. nadie habita sus cuartos. solo aullantes ladrillos arrancados, con trozos de carne, de sus muros. En otros tiempos, una lluvia solía desgranar su música en la canaleta, leve, blanda, bendiciendo. Madres solían colocar baldes debajo a recoger la dulce leche de las nubes para lavar el pelo de sus hijas y que las trenzas felizmente brillen. Ahora las madres ya no están; las hijas tampoco, ni la lluvia, sólo ladrillos en una ruina; ladrillos aullantes arrancados con trozos de carne de los muros. Es noche. Un negro veneno gotea. Soy un rescoldo traicionado por la última chispa y abismalmente apagado. Solo la ruina es mi hermana. Y el viento húmedo que sin aliento cayo sobre mi boca, con suave piedad va con mi alma, que se separa del trapo de la osamenta como se separa la mariposa del gusano. Y la canaleta cuelga todavía sobre mi cabeza en el espacio y fluye por ella el negro veneno, gota a gota. Y de pronto, cada gota se vuelve un ojo. Estoy completamente empapado de ojos luminosos. Una red de luz recogiendo luz. Y encima de mí, la canaleta cosida ala ruina con hilos de araña, un telescopio. Penetro a nado por su tubo y las miradas se unen luminosas. Allí están, como ayer, las familiares estrellas vivientes de mi ciudad. Y entre ellas, también aquella estrella tras—sabática a la que labios de madre elevaban una bendición: feliz semana. Y comienzo a sentirme mejor. No existen quien pueda enturbiarlo, destruirlo, y yo debo vivir, porque vive la buena estrella de mi madre. 1941/1971

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Ejecución Cavo una fosa como se debe y ordenan y busco consuelo en la tierra entretanto. Un golpe de azada y aparece debajo Debatiéndose, patético, un pequeño gusano. Mi azada lo corta y sobreviene un milagro: El gusano partido se hace dos, se hace cuatro. Otro corte de nuevo y ya son cinco gusanos; ¿Y todos estos seres creados por mi mano? Vuelve el sol y entonces mi animo sombrío Y la esperanza fortalece mi brazo: Si un gusanito no se rinde a la azada, ¿Es que eres, acaso, menos que un gusano? Gueto de Vilna, 1942 Las planchas de plomo de la imprenta de Rom Como dedos que se estiran por entre barrotes para atrapar el aire luminoso de la libertad, nos deslizamos en la noche para cargar las planchas de plomo de la imprenta de Rom. Nosotros, los soñadores, debemos volvernos soldados y fundir en proyectiles el espíritu de plomo. Y abrimos de nuevo el cerrojo de ese eterno refugio hogareño. Blindados por las sombras, bajo el resplandor de una lámpara, fundimos las letras línea a línea, como los abuelos, hace siglos, en el templo echaban aceite en los candelabros. El plomo refulge al hacerse bala; pensamientos fundidos letra a letra —una línea de Babilonia, una de Varsovia— hierven, corren a adoptar la misma forma. oculto en las palabras, el heroísmo judío, debe conmover con su estallido al mundo ahora. Y quien haya visto las armas en el gueto aferradas por heroicas manos judías, vio debatirse Jerusalém, caer sus muros graníticos; entendió las palabras fundidas en los proyectiles y en el corazón, reconoció su voz. Gueto de Vilna, 1943

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Mi salvadora Dime que te une a mi, luminosa abuela, para esconder a un extraño en tu casa y traerme, tan familiar y dulcemente, leche, una piel de oveja para calentar mis pies, pan tibio, sueño humano, y una sonrisa como el canto de las arrugas de tu piel. El viento tejía tiendas de nieve y yo erraba como el viento entre ellas; a mis espaldas me perseguía un mundo, un mundo alzado contra el mundo, mientras a solas por campos nevados me calentaba con fulgores lobunos la osamenta. Otrora hubieron madre y cuna; hoy el hogar se hunde bajo nubes de guerra. Me conjuré: Que sea lo que Dios quiera, intentaré entrar a la séptima choza en busca de una palabra consoladora. Golpeo y comienza a rechinar la puerta. Me recibiste con el halo de una vela como si mi visita no fuera inesperada. En un destello instantáneo se descubrió para ti mi rostro y con el voluntad; no te asustaron mi barba congelada ni mi puñal al cinto, aguzado para matar. Me excavaste bajo el umbral una cueva; trajiste una lámpara de aceite y cobijas con blandura de cabellos maternales; aire e infancia que no tienen hora ni lugar, y una hoja de papel como un brote de guinda para que mi canto pudiese brotar. Y cuando comencé a escupir sangre en el refugio me cargaste en brazos hasta tu casa me acostaste en tu cama, y de noche llamaste un medico para que me curara; y entre el ardor desmesurado de la fiebre te vi de rodillas, con un crucifijo, al lado de la cama.

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Después, tu compasión se me hizo una cadena; la nieve no cubría las sombras del gueto. En sueños me martirizaban pequeñas criaturas: “—Trocaste nuestras lagrimas por pan y descanso.” Y en una noche de frío y luna, camino del gueto me eche de nuevo al campo. Pero tú me perdonaste la huída y me traías pan incluso lejos de tu casa. ¡Hasta que un día legaste trayendo lo que por tanto tiempo había esperado, el sagrado alimento que cura y sacia: entre la miga del pan, una granada! Y cuando la granada apunto al enemigo resplandeció ante mí tu bondad silenciosa. Veía como me cargabas desde la cueva en brazos por escaleras y puertas hacia un sol que quema… ¡y de pronto tu mano se tiende sobre la mía, y la granada se arranca de nuestras manos y vuela! 1943 Juguetes Trata con cariño a tus juguetes, hija, a tus juguetes aun mas pequeños que tú; arrópalos con las estrellas del árbol de noche, cuando el fuego se va a dormir; y cálzale botas a tu muñeco cuando se echa a soplar el águila del mar; y deja que el glotón potrillito de oro devore la brumosa dulzura de la hierba. Cubre con un panamá a tu muñeca y ponle una campanita en la mano que los juguetes le lloran a dios porque ninguno de ellos tiene madre. Cuida a tus pequeñas princesas, que yo recuerdo un doloroso día: siete calles cubiertas de muñecas y en la ciudad no quedaba un solo niño.

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Pequeños relámpagos Te resulta un acertijo mi vida; quieres que te cuente. ¿Qué te cuente que cosa? Contar porque si, contar los años nuevamente para que te parezca más luminosa la cueva por la que los dos erramos. De acuerdo. Pero me da miedo tu mano. Ponte un guante: yo fui quiromántico… Yo fui quiromántico. Y filas de manos rodearon mi cuarto para que yo los leyera como cartas y abriera los ojos del mañana. Junto con la milagrosa leche de mi madre penetró en mí el secreto de su escritura. Y yo leí en las arrugas de dedos y en las palmas que aun acariciaban cuerpos y ejecutaban sinfonías, el secreto de su escritura. Yo ví en manos de hombres y de muchachas enamoradas, como pequeños relámpagos en la noche, claramente trazada la firma de un demonio. leia y callaba para no engañar a la verdad con el verbo del embuste. Por eso no pude evitar la pena merecida: todas las manos cayeron sobre mis pupilas, vueltas ceniza. Y solo la mano de un esqueleto, condenado al insomnio vino a preguntarme cuando resucitaría su amo. Y hasta mi diván, donde yacía enfermo, tendió su pata un lobo ataviado con una piel azul de nieve para que le revelara si ya se encendió una hoguera. Una estrella estiró ante mí su dedo diamantino para que predijera quien caería primero: yo o ella. ¿Seguir contando? ¿Terminar rápida o lentamente? Seguramente ya sabes que el contar no alivia.

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Improvisación No acumules avariento tus horas; que el tiempo no se haga más el payaso. Tiéndelas por sobre todos los abismos y atrapa en una red al ocaso. Que se echen a nadar los mares y salten precipicios abajo con tal de burlar a la muerte. No te arrodilles en su teatro. Arráncale la mascara y échale rápidamente tus horas encima. Los ancianos mueren en plena juventud y los abuelos son solo niños disfrazados. Elegía a la muerte de un elefante …Y de pronto se detuvo su corazón en el zoológico. Dentro de él, a un herrero invisible se le deslizo el pesado martillo de entre las manos y copudo volver a levantarlo. Las traviesas manzanitas rojas, inútiles, ya tienen para él sabor a sombras. Y allá lejos, en las junglas africanas, tras Mozambique, los patriarcas lo lloran. Moto Mientras tu palabra sea demasiado débil como para atreverse a inflamar tu hoja de papel, y que arda tal como un rayo inflama un techo de paja bajo cual juega un niño junto al lecho donde agoniza su abuelo, la hoja ha de quemar tu palabra.

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Balada de una única línea (Fragmento) Los labios de la muchacha son una miniatura, ni una pizca más grandes que sus ardientes ojos entornados. No comprendo entonces: ¿Cómo logran salir de ellos tantos besos? Cuando el manzano generoso y se desprenden de sus frutos, para que vuelva a frutecer los tengo que desear un año entero. Pero Zuse, la hija del boticario, con sus pequeños labios, ayer me regaló todos sus besos y, milagro de milagros, hoy ya corre trayendo nuevos. Elefantes de noche (Canción de cazador) Elefantes de noche que como pasados de espíritus vienen uno tras otro a bañarse en el río, no son elefantes: solo llevan puesta una mascara. Yo, el cazador de noches, que vi transformarse estrellas en antílopes, cierta vez, al borde del agua, espié entre la hierba a siete elefantes lunares que se acercaban a la orilla. Cada uno observó un rato el río por si alguien lo veía, y se quitó la mascara de elefante. Desvistieron las orejas, los colmillos, las largas trompas, y aparecieron ante mis ojos siete muchachas. Siete muchachas cortan el agua con sus pechos, se mueven como rayos provocadores, nadan, nadan.

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Lo sabía: van a volver nadando en seguida y vestir orejas, trompas volverse otra vez elefantes; entonces, mas sigiloso que una víbora, me arrastre hasta las mascaras, tome una y volví a esconderme. Y cuando las siete muchachas ataviadas con perlas, comenzaron a ponerse su vestimenta de elefante a una le falto la mascara y quedo desnuda sobre una piedra, con piel temblorosa, sin amigo, sin cariño, sin ayuda. Y yo, el cazador, me casé con ella; con una muchacha sin mascara. Descalzo Nos descalzamos en medio de la ardiente ciudad. Y realmente parecíamos recién nacidos a merced del desparpajo. Si con idéntica rapidez fuese posible descalzar también por un instante a los pensamientos de sus pesadas botas, que fácil seria salvar mil millas de un salto descalzo y caer en la propia infancia. Y será al final de los días… Y será al final de los días; sucederá entonces: El hijo del hombre no llevara mas hasta su boca hambrienta pan, ni carne vacuna, ni higo, ni miel; probará apenas una palabra o dos y quedará saciado.

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SHLOIME ROITMAN, nacido en 1913 en

Mohilev—Podolsk, egresado del Instituto Pedagógico de Moscú fue durante muchos años profesor de literatura occidental, colaborador de la revista judeo—soviética Sovietish Heimland y redactor de poesía de la editorial estatal “Der emes”. En 1973 emigró de la URSS a Israel, radicándose en Hertzlía.

Desaparece, espíritu maligno El espíritu maligno quiso dejar grabado en la sien que el mundo entero no es sino un defecto; que la tierra toda no es más que una traba; que una araña vive en un rincón de cada pecho. Que la hiel es la que vuelve verdes a las hojas; que son solo muletas los árboles alrededor; que solo en mataderos se torna púrpura el amanecer, y que los montes no son sino jorobas bajo el sol. Desaparece espíritu maligno; tu verbo es helado y muerto y pretende herrumbrar el acero del ánimo heroico pero en mi no perdió aun su verdor la esperanza. Solo tiene que darme mi amada un hijo todavía para estar unido cada hierba, para que todo el mundo se torne mi casa.

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LEIZER AIJENRAND (LEIZER AICHENRAND*),

nacido en 1912 en Demblin, Polonia. Durante la segunda guerra mundial participó como voluntario integrado al ejército francés. Luego de numerosos viajes por diversos países, incluida la Argentina, se radicó en Zurich, suiza, donde falleció en 1985.

Y estás tan sola En tu llano oscuro naufraga siempre el resplandor azul del firmamento. De tu sonrisa blanca fluyen los silenciosos sueños todos del universo. En el fuego de tus ojos dan los ángeles con la oculta senda hacia el eterno. Pero estás tan sola como el grito desnudo de un ave en el desierto. Aguardo tu alma con el ardiente vino de un corazón maltrecho. Grabe tu nombre sobre las alas del día, como un ruego Por noches y por nubes, como el cielo a la luna, te lleva mi nostalgia en silencio. Incluso cuando muera, las estrellas habrán de indicarme el camino que me lleve a tu encuentro. Pero desde tras tus ojos brotan todos los océanos. Y estás tan sola como el grito desnudo de un ave en el desierto.

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Tristeza del hombre Cuando dices Dios ¿quieres decir las sombra blanca de la soledad del hombre o el ardiente tigre por los bosques de la noche? Dios te habla en sueños por medio de la tristeza de las águilas y cuando dices Dios te lleva consigo a sus lejanías selladas. Atardecer de un poeta En la soledad de su marcha se apaga toda voz Se encamina hacia aquel lugar en el que cada nombre se torna reflejo del viento Atraviesa ríos de ocaso donde ciervos del atardecer beben hasta llenarse de muerte; va, y una plegaria cae sobre sus labios; una plegaria no pronunciada aun por nadie. Sobre un monte desnudo Sobre un monte desnudo entierras al sol; de noche de entre tus sueños, un pecador, echa afuera una luna ahogada.

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Tras oscuras ventanas aun vive el silencio de tu crepuscular plegaria; pero tú, en sueños, asfixias un ángel negro o andas sin rumbo entre serpientes humeantes y hojas que caen; en nuestro sueño anidó el otoño sus amarillas arañas. Él dice Las llagas que los picotazos de fuego de la ira humana abren en el día jamás han de cerrarse. Nadie oyó nunca todavía lo que dice el humo de cuerpos carbonizados; ni siquiera ha escuchado nadie todavía el ultimo grito del padre que se levanta por la avenida de la locura. ¿Acaso tú lo escuchas? Los chicos juegan en la nieve Los chicos juegan en la nieve con sus propios ojos; de noche un cielo frío los envuelve. En el nido de su sueño dan con congeladas golondrinas muertas.

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Lagrimas tardías Los lobos del callar despiertan al lado de tu viejo corazón. Su hambre ha de devorar tus palabras de inmediato. El tejedor de soles desapareció de tu mirada. Los últimos pájaros, cansados, vienen a azulear sobre tus dedos cuando cierras los ojos—sombra. En sueños pone la noche rosas marchitas entre tus cabellos grises. Y ruiseñores se llevan de tus pupilas melodías dolientes de lágrimas tardías.

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La balada de Humahuaca A ¡Vosotras, antiquísimas montañas ocres, petrificadas! En azules mañanas atraviesa vuestras cúspides desnudas un sol sangriento. El oscuro grito de un pájaro sobresalta las arcillosas chozas amarillas del valle; la pesada, profunda quietud estival alienta en el ocre silencio. B Humahuaca es antiquísima. Un millar de ardientes vientos grabaron a fuego sendas secretas en el arcilloso rostro reseco de Humahuaca; de sus pupilas creo Dios la noche. De sus dedos, en sueños, brotan cactus salvajes; la sed de la tierra arcillosa le seco el cerebro. Por un trozo de pan negro esta dispuesta a morir dos veces. Con los blancos huesos de un asno alguno levanto una lapida a la montaña petrificada; un vaho de muerte se tiende cada noche sobre el corazón angustiado de Humahuaca.

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Con el ocre silencio estival se trenza Humahuaca una cuerda, pero severos ángeles impiden que se ahorque. ¿Quién reclama misericordia para Humahuaca? El sol, al atardecer, recoge en su ocaso sus lágrimas; las sombras de la petrificada montaña, como perlas negras, huyen del olor de su cuerpo transpirado; Humahuaca quiere morir. Tilcara, 1954

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MEIR JARATZ (MEIR CHARATZ*), nacido en

1912 en Markulesht, Besarabia, estuvo deportado en campos de trabajos forzados estalinistas entre 1948 y 1955. A partir de 1965 vivió en Chérnovitz desde donde emigro a Israel en 1972, radicándose en la ciudad de Jerusalém, donde falleció en 1993.

Quiero reconciliarme Quiero reconciliarme, no hay con quien; quiero pedir perdón, no hay a quien; quiero hablar abiertamente, no hay con quien; quiero confesarme, no hay ante quien; no me queda mas remedio, entonces, que avergonzarme ante mi mismo. El susurro no es El susurro no es el idioma de los árboles ni el silencio, el idioma de las piedras. A menudo un árbol no mueve la mínima hoja ¿significa acaso que el árbol calla? A menudo una muda piedra cae con otras piedras Como un trueno por una montaña ¿significa acaso que las piedras nos aturden como el trueno desde las nubes? Los árboles hablan floreciendo; las piedras mediante su eterna y dura permanencia, y hay que entender a los árboles, y hay que entender a las piedras.

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IEHUDA LEIB TELER (J. L. TELLER*), nacido en

1912 en Tarnopol, Galitzia, falleció en 1972 en Nueva York, Estados Unidos, país al que había llegado en 1920. Abogado de profesión.

La muchacha ruega: Con angustiada alegría los ríos embisten las rocas; los árboles salen de caza; las raíces despiden un afiebrado calor. Es la noche del paño rojo: Dios, protege mis pechos. El ultimo canto Al atardecer: me veo con tanta nitidez como en el corazón de un amigo. Aun ha de restar calor para las cercanas cuatro paredes y de la chimenea ha de brotar humo todavía. pero la primera estrella ha de ser para mí un picaporte al cielo. He de golpear a la puerta del primer dios que encuentre y permaneceré delante de el con ojos claros como se permanece al alba ante la ventana, con una pieza de pan propio en el bolsillo.

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¿Acaso será que Dios…? ¿Acaso será que Dios crece sobre mi cuerpo? Tus pequeños dientes afilados crucificaron a Dios. Dios es la leyenda de la blanca conciencia. De madrugada resplandece como nieve desde todos los tejados. Pero ahora es de noche. Estrellas ágiles, silenciosas; andar de liebres. Tus pecas son tupidas y provocan como el olor del mar. Dios ya no es joven; el olor del mar lo adormece.

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MOISHE SHULSHTEIN (M. SZULSZTEIN*),

nacido en 1911 en Kurov, aldea cercana a Lublín, Polonia, vive desde 1937 en Paris, a donde llegó como refugiado político. Obrero sastre, comunista, poeta proletario, durante la ocupación alemana formo parte del grupo de escritores judíos que participo, en Francia, de la resistencia.

Mi madre cuece pan ¡Mi madre hoy cuece pan, la casa es toda alegría! El horno celebra, con un rojo infernal, por alegría. Su abertura, boca abierta de risa, llena de alegría. Las llamas brincan, con pasión y entusiasmo, de alegría. La madera crepita en el horno ardiente, de alegría. Incluso las astillas ayudan, como aprendices, con alegría. Mi madre acaricia y mima cada pieza de pan, con alegría, y la amasa con las manos, ida y vuelta, con alegría como si jugara con ella, por alegría, como si hamacara y acunara un niño, con alegría. ¡Qué luminoso el rostro de mi madre resplandeciendo de alegría! Su sombra se proyecta enorme sobre el muro, con alegría. ¡Hasta su sombra danza de placer y de alegría cuando mi madre cuece pan y toda la casa es alegría!

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MOISHE WALDMAN, nacido en 1911en Ozorcov,

localidad cercana a Lodz, Polonia, en el seno de una familia obrera. Luego de vivir en diferentes ciudades se radica en 1949 en París.

Cuadros en un museo Bajo un cielo granate oscuro florece en el campo el pequeño punto rojo ¿Una flor? ¿Una gota que aun se aferra a la vida? —¿A ti también te asusto lo rojo? A mi me aterra hasta la locura. Y también la casa gris me atemoriza, con la torrecilla, y el reloj. —¿Habrá un castillo allí? ¿Una capilla? El reloj y la torre están mudos desde hace mucho tiempo; pero el último sonido del llamado de la noche acunó con miedo inquietante al campo, al bosque; el ultimo sonido que se va apagando, se llevo consigo por claros caminos a ese viejo, giboso caminante. La muda campana golpea mis oídos, llama al pequeño punto rojo en el campo, una flor, una gota que aun se aferra a la vida.

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REIZL ZHIJLINSKI (RAJZEL ZYCHLINSKA*),

nacida en 1910 en Gombin, Polonia. Luego de vivir en Varsovia, pasar la guerra en la URSS, vivir en Lodz y en Paris, por fin se radica en 1951 en Nueva York, Estados Unidos.

Dos canciones de setiembre

“La hierba debe crecer y los niños deben morir”

Víctor Hugo

1 La hierba esta cansada en setiembre y deja de crecer y los niños dejan de morir y no envejecen. La rueda de las estaciones esta cansada. Un rayo de sol barquero la empuja; cae una hoja, pero la rueda de las estaciones esta cansada. ¡El sol no puede caer de nuevo! Las ovejas mastican perezosamente el ultimo puñado de hierba del campo. ahítas de sueño y de infinito. 2 El viento de setiembre repite el último pedido de mi hermano Iukev: —Voy a esconderme, Iashek, en tu casa, en el ropero vacío; solo necesitas traerme alguna vez un poco de agua, un trozo de pan para sobrevivir. Pero Iashek, nuestro vecino polaco, guardo silencio. De los árboles caen muertas, junto con las hojas amarillas, las últimas palabras de mi hermano. Todos los roperos vacíos del mundo tienen ahora sus puertas abiertas de par en par, y esperan que mi hermano muerto venga a beber agua y a comer pan.

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Una enorme bolsa Una enorme bolsa colmada sobre una espalda de mujer se hamaca a través del bosque hacia el atardecer. El pañuelo rojo sobre la agobiada cabeza femenina, arde, arde. Y blancos pies descalzos de mujer se llevan los últimos trozos de sol hacia la noche. Para las delgadas manos No tengo pan para las delgadas manos de la pobreza. Tengo un anillo de plata fundido en noches claras. Y he de vestir sus pies desnudos, rojos, con zapatos azules, abrocharlos hasta arriba con estrellas y dejarla irse así por los caminos… Una palabra en el valle Una palabra en el valle conmueve una montaña, le arranca la cabeza. Un paso en la noche despierta a una ciudad de bandoleros ocultos entre faroles. Una mirada despierta a veces, a un hombre en pleno día.

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Madre Madre, con delgadas astillas de madera, hiciste fuego; provocaste a soplidos, un sol. Percibes como se despeina el cabello. Gracias. Gracias. Pero afuera el viento solloza todavía; tómalo, madre, bajo tu protección; acúnalo. El viento ha de entregarse y cerrar los ojos como una pequeña oveja. Se rasgó el silencio No puedo protegerte, hijo, De malos sueños. ¿Puedo ponerme acaso en el camino De generaciones Que vuelcan su llanto en tu sueño? Tu cuna es una barca de madera Que flota sobre oscuras ondas de odio. Toco con mis labios tu cabeza. ¿La calle esta silenciosa, me parece? ¡Pero no! Se rasgo el silencio, ¡Nuestra sangre grita como el mar! Sin ser devorado por las llamas –la zarza— Ardemos desde hace milenios. Todos los árboles Todos los árboles esperan a Dios. Llego yo, culpable del atardecer. Aunque tal vez yo solo sea el reflejo, solo un eco. Todos los árboles esperan a Dios.

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Compro la carne Compro la carne sin mirar al carnicero; compro el pan sin ver al panadero. Pero algún día habrán de vengarse de mi. El carnicero alguna vez se me aparecerá en sueños y con su cuchilla me reclamara su rostro. El panadero habrá de salir de una bolsa de harina, figura blanca sin piel, sin hueso, y me reclamará su rostro devorado. De noche en Nueva York De noche en Nueva York, el llanto de un niño fisura muros, perfora edificios, licúa fundamentos. Caen piedras: trozos de sueño, enjambres de sueños interrumpidos. Oscuros portones se echan en cuatro patas; en seguida van a ensordecer, con un rugido animal, el universo. Llega la madre, viene de la lejana vía láctea, amamanta al niño silenciosa, serena, y Nueva York cierra los ojos nuevamente.

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Los pobres Los pobres han de heredar el mundo. Han de beberse su sal y hacer las paces entre el cielo y los blancos dientes de los muertos. Los pobres han de heredar el mundo. —Reizl, trae un balde de agua… —Reizl, trae un balde de agua— pide mi madre y yo obedezco. Ya hace años que traigo el agua: mi madre ya hace mucho que se transformó en humo, el pozo hace tiempo que se encuentra cubierto. Los tiempos cambian; es invierno. Vientos tironean de mis miembros; yo me sostengo del balde de agua.

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IANKEV FRIDMAN (YACOV FRIDMAN*), nacido en 1910 en Milnitze, Galitzia, en el seno de una familia de estirpe rabínica, durante la segunda guerra mundial permanece en un campo de concentración. En 1948 se radica en Israel, Tel Aviv, donde fallece en 1972.

Un sueño entre montañas 1 El gorila de frac y sombrero de copa viste sus guantes de brocado blanco, toma la grosera hacha roja y se hecha a la feria del mundo a reinar. Yo… yo no voy a dejarme someter por su vientre velludo y su cerebro electrónico. Me dejo llevar por la cantarina nada como una estrella joven, alegre y ágil. Ahora yo mismo soy un rey, virrey entre los hippies. Pero se me hace pesada la corona y me marcho camino del ultra inteligente silencio para volverme ruiseñor sobre un árbol solitario. Aunque tampoco pude soportar la soledad y me eché a correr como un leopardo salvaje corre por bosques incendiados. Ambulé por ciudades y países, hasta trepar los montes de Jerusalém. Yo pensaba: aquí reinaron tantos dioses tal vez encuentre yo también una migaja de dios, una mota de hora elegida. Pero como podía encontrar yo algo si no estoy en ninguna parte…

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2 De nuevo ambulo cercado por los montes nocturnos de Jerusalém. El silencio llora: el artífice mismo destrozo su obra. —Mary —digo— yo soy la obra y yo mismo soy el artífice. Todo en mi aspira a ser destrozado y por la destrucción tornarse redimido. En los ojos de Mary titila una lágrima: —¿Quién? –dice ella— ¿Quién eres? —Soy el sinsentido, Mary, que ansia sentido; soy la araña que pugna por salir de su propio tejido. Soy la estrella sobre el mar que tiembla salvaje y percibe que es solo el reflejo del lejano rostro oculto de alguien. Soy un sueño que no recuerda su nombre, Soy un templo vacío y al mismo tiempo una ofrenda que ignora para qué dios se la trajo a morir aquí… A veces Como horda de leones hambrientos, a veces, se vuelven salvajes en la lucha mis entrañas; atravieso con mi vida todos los peligros como una bestia cruza con su cachorro un bosque en llamas. Pero otras veces me vuelvo hierba silenciosa bajo la diamantina luz—rocío de la madrugada, y dejo sumiso que el segador pase por mí la más filosa de sus guadañas. Sucede Sucede: apago mi nombre del rostro y la luz del día de mi cara adánica. Descalzo—desnudo trato de volver a la espesura del bosque, a casa. En cuevas boscosas, olores de musgos jadean con velludas pieles animales. Y la pulida palabra en mi garganta se vuelve ronca, lobuna, desnuda, aullante.

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Con rayos y relámpagos despierta el dios del bosque; cubre el ojo nocturno su nublada mano. Yo me arrastro hasta mamá—loba, hasta sus calientes ubres, entrecierro los ojos de placer, y mamo. Solitario Lo que pienso, digo y hago conmigo cae de mí y se vuelve otro yo. Tantas tribus de yoes y todos criaturas mías. Medianoche. Como una madre—animal los olfateo y admiro, pero ellos braman, extraños, en el bosque profundo. Me parece ser un elefante viejo, enfermo, que se hecha a andar entre tinieblas a morir solitario en la lejana llanura de inmemoriales marfiles muertos… Herencia A “Creador mío, móndame de las musgosas tinieblas como a frutos de sus cáscaras, y descubre bajo todas mis pieles el meollo… lo quintaesencial del génesis. Quién soy yo y que significa yo; ¿la idea de volar o el vuelo en sí? ¿o acaso ambas cosas a la vez?” Así se debatía el abuelo de Berdichev. Luego cargó su atado sobre el hombro y se echó al mundo a enseñar el Génesis.

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B Estoy sentado absorto ante la superficie nocturna del mar de galilea. Ahora su nieto viene con el atado. Los labios sonrientes, el mismo paso y los mismos ojos que le hablan a Dios… Anda entre majadas de ovejas con su atado. ¿Sabrá el rebaño que el rabí de Berdichev fue su abuelo? ¿Se dará cuenta de que también el pastor se debate con el sentido del yo? Yo Yo creo, yo creo, que mi corazón, mi hueso y mi carne y cada órgano del árbol, del río y de la piedra son hijos de una misma madre. En lo profundo de las noches se escucha su canción de cuna torrencial y clara. En sueños nos alegramos, intuyendo que en seguida ha de uncir madre el carro de estrellas y llevarnos, por el azul sendero, a casa. ¿Y donde es nuestra casa? Nosotros mismos somos nuestra casa y el único y más extenso camino es de sí hasta sí, hasta dentro de sí mismo. ¿Y quien es nuestra madre? Ella es nuestra sed y nuestro llanto que pugna dentro de cada uno hacia uno mismo.

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Como el aroma en el pimpollo, en su ser esta el sentido… Ella es una secreta grita oscura que no alcanza el secreto de su propio camino. Ella es un cantando—andando—fluyendo—detenido en un infinito intemporal en sí. Y no hubo nadie, ni lo hay, ni de haberlo, fuera de mí. A casa El oscuro cochero apura los negros caballos blancos y conduce a Adán y a Eva de vuelta a los primeros cielos. Yo yazgo sobre el vientre de mi mamá Eva y dormito. Me siento bien y ya percibo el aroma del cielo. Papá Adán abre ingenuamente, a la neblina mañanera, los desmesurados ojos y devuelve su purpúrea manzana el árbol de la sabiduría. El único Todos los labios se vuelven roca en la noche. Nadie grita. Sobre camellos de piedra, nadie cabalga por el camino. Entre congeladas estrellas el viento mismo anda perdido. En alguna parte madres dan a luz sin que nazca ningún niño. El único que queda al fin bajo nublados arcos es el negro cochero que apura su oscuro carro…

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Pesadillas5 Estamos tendidos sobre reclinatorios en la profunda noche del hospital. Somos muertos que sienten y piensan todavía, ¿o tal vez seamos sapos y conejos encerrados en un frasco negro? Los blancos Ángeles de la muerte, con bisturíes y cuchillos, hurgan en nuestras carnes quejumbrosas. La oscuridad es aquí pesada y velluda como la piel de los monos. La noche es un animal que anda a tientas por el infinito: “¿Por qué no existiera un Dios?” Aquí reina la vergüenza del cuerpo humano. El niño puro—oro de antaño yace tendido como mercancía en una tienda: estos son dedos y pies, el intestino grueso, un trozo de bazo, el hígado… Antaño los urdió el Gran Tejedor; ahora vuelven a deshilacharlo en mil filamentos acongojados. La soledad y el silencio se toman de sus llegadas manos y marean con una ronda de duendes. Hoy es la gran noche de Pascua. Estamos tendidos sobre reclinatorios. Abren nuestros cuerpos con delicados bisturíes, y con nuestra sangre han de hacer panes ázimos para el gran seder desordenado6… La copa del profeta Elías esta de sangre hasta el borde. Los ángeles de la muerte no son malvados; son los príncipes de la ciencia. Intentamos decir algo, pero nos deslizamos en negros trineos que se precipitan por la negra nieve. Somos los ex—hijos del hombre y hoy… ¡Ay!, que largo, interminablemente largo pueden volverse el extraviado errar de un mismo hoy… Quiten la víspera de morir y otórguennos la enorme gracia del no—ser.

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Sáquennos de los reclinatorios y ubíquennos en los buenos sepulcros; allí volveremos a ser hombres. Hombres muertos, pero hombres… La única gracia de un mundo nada piadoso es la muerte… tendremos hacia ella los brazos como hambrientos al pan, y bendecimos su sabor y su olor… sáquennos de los reclinatorios y póngannos en las buenas manos de la fresca tierra… Socorro, queremos descansar…

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LEIZER WOLF*, seudónimo de Leizer Mekler, nacido en 1910 en Vilna, Lituania, hijo de un pobre pintor de paredes. Miembro del grupo literario Iung Vilne –Joven Vilna— es autor de una obra poética breve e intensa. Al estallar la segunda guerra se refugia en distintas zonas de la URSS, radicándose finalmente en Uzbekistan donde trabaja como campesino y obrero y donde fallece en 1943.

Una nave llegó… Una nave llegó al puerto con un niño enfermo. Yo lo miré: el niño no es mío, pero ¿cómo dejarlo ir con dientes famélicos a alimentarse de viento? Lo hice mi hijo. Yo adoro un hijo. Hasta tomaría a Dios de hijo. Canto estival El verano ha de llegar en seguida, el cantarino, dulce verano; ancianos han de permanecer sentados en los umbrales peinándose las frías barbas; en todos los ríos han de bañar caballos. Las noches serán verdes, repletas de amor y estrellas. Con frescas escobas de abedul han de barrer las calles mujeronas. Comeremos cebollas verdes, abundaran las moscas; en las hamacas han de mecerse viejas señoritas. Todos los inválidos y perros serán sacados a los parques y por los bosques, sucios papeles irán sobrevolando.

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Pensamientos de oro Quien esta en el medio no ha sufrido, y quien tiene los niños tiene las fuentes. No hagan caso a los señores en los salones y créele solo a uno de cada tres hombres. Quien tiene la juventud tiene la fuerza, pero no malgastes tiempo en sueños huecos. Que importa la felicidad en sitios lejanos fantaseada por mentes débiles. Dios es la naturaleza y sus bienes, no es un ser humano de gratitud y truenos. No sueñes con la felicidad; solo preocúpate por hacer: la espiga no va en busca del cosechero. Toma una mujer más que bella, buena; más que fea, inteligente; más que culta, delicada. No cierres los ojos ante el mal. No te adornes con joyas de hipocresía. La religión no es una cuchilla cuando sabes que el hombre la ha creado. Pensamientos pecaminosos tienen todos. Solo los niños tienen ojos claros. Cuando llegas cansado a la vejez no creas que el premio es la muerte. La muerte esta tan lejos de la felicidad serena como la sala de la coronación, de los asfixiantes pasillos carcelarios. Busca la vida en la primavera, en el embeleso, en el barullo de los niños durante la lluvia. La muerte es aquel perpetuo exilio donde el tiempo cesa de moverse.

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El filosofo El filósofo se detiene y piensa: —¿Qué es la noche y quién es la noche? ¿Un manto sombrío, un pañuelo oscuro, una cueva negra, un libro de estrellas? Dice la luna: —No, así no es; ¿Qué es la noche oscura sin una mujer? Entonces el filósofo piensa así: —¿Y qué es la mujer y quién es la mujer? ¿Un hechizo que ciega? ¿Una fatalidad que guía? ¿Un instrumento luminoso en nuestro poder? Dice la luna: —No, así no es; Tu eres la noche y yo, la mujer. El filósofo se dice entonces a si mismo: —yo soy la noche, ¿y yo quién soy? ¿Un error de la muerte? ¿un insecto de la ciudad? ¿Un oscuro camino a la puerta de Dios? Dice la luna: —Sabes, somos luz; Nosotros somos la luz del sol. Dice el filósofo: —Y bien, la luz; ¿Pero ese rostro enorme quien lo encendió En lo profundo del cielo donde todo es azul, La noche, el sueño, la muerte, el amor? Dice la luna, y se hace tan diáfana: —No preguntes y vive; el tiempo se va. El filósofo piensa: —¿Y que es el tiempo? ¿La lejanía estrellada; la hondura sombría? ¿La luminosa sonrisa de un niño en su cuna? ¿Inquietud y tardanza a la puerta de la dicha? Dice la luna, y se vuelve tan roja: —No añores y vive; la muerte se acerca. El filósofo piensa: —¿Y qué es la muerte? ¿El sueño de la miseria? ¿El descanso en la fosa? ¿El telón que oculta y no es descorrido? ¿El tiempo purpúreo; la mano que borra? La luna se apura y la nube tras ella; El pensador descorre la oscuridad de una puerta…

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JAIM GRADE (CHAIM GRADE*), nacido en 1910 en Vilna, Lituania, hijo de un maestro de hebreo, estudio en varias escuelas talmúdicas hasta adquirir gran erudición. Integrante del grupo literario Iung Vilne, Joven Vilna. Pasa la guerra en la URSS y luego, tras vivir temporariamente en Polonia y en Francia, se radican en 1949 en Nueva York, EE.UU., donde fallece en 1982.

La paloma sobre la escalera De pie entre cielo y tierra se yergue una escalera, la misma de mis años juveniles en nuestra herrería; obstinada en las dieciocho bendiciones7 y en un mental encono, con el pensamiento de todos los escalones vuelto al cielo, como un devoto que viviera sólo a cebolla y pan seco, enjuta y hosca permanece de pie, rezando, esta escalera que estuviera en nuestra casa apoyada sobre el muro largos años. Yo solía permanecer sentado en algún escalón leyendo libros, enamorado de los amores novelescos, siempre de viaje por el mundo, cruzando los océanos, me quedaba, envuelto en poesía, días enteros hasta olvidar la oscura casa agobiada de trabajo, hasta dejar de oír el golpe del martillo, sin ver siquiera nuestra antecámara donde en pleno día reinaban las tinieblas; allí arriba el humo del fuelle ya no sofocaba y no llegaba el resonar de la fragua. Al anochecer ascendía por la escalera rumbo a la mañana y en un firmamento de sueños me escondía. Ahora, de nuestra fragua ya no quedan rastros, pero la escalera esta y crece a las alturas hasta donde no llega el eco de las voces ni se divisa el humo de las chimeneas. Y a pesar de ser madera basta, sin cepillar, la escalera, me parece, sólo medita, solo reza; vive la fría vida de un largo cabalista de madera y observa, con callado enojo, si yo rezo. Yo no rezo, pero aguardo a los ángeles de mi padre Jacob camino a Jarán8. La devota escalera va hacia las alturas y yo la sigo Con el corazón y la nostalgia de mis años juveniles.

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De pronto veo que en un escalón se sienta una paloma y a la primer mirada reconozco a mi paloma perdida. Se mueve con idéntico temblor estremecido que cuando miraba por los vidrios de nuestra fragua hacia fuera. Me dejo ir hacia ella con brazos extendidos, pero la paloma sube, volviendo inquieta la cabeza. —¿No me reconociste palomita, luminosa mía?— y la sigo, peldaño a peldaño, pero la escalera. Se la compré a un muchacho cristiano; la traje contra el pecho y la crié con agua y granos. Nuestros vecinos se burlaban: “—La madre quiere hacer de él un estudioso, nada menos, y él en cambio, es un cazador de pájaros.” Y Don Iser, el cerrajero, martillando una barra de metal al rojo, gruñía que esta prohibido criar palomas; que quien lo hace pierde el mundo venidero. También mi madre gritaba: —Estás loco. ¿En la fragua, entre esquirlas de hierro, humo, telarañas; entre lanzas de yunques, maquinas y sierras, quieres criar una paloma blanca…? —Y a pesar de todo crié, paloma mía, blanca mía. ¡Ven a mi!— La paloma aletea y arrulla, que no se trata de una historia inventada, pero agita las alas y salta un peldaño mas arriba. La escalera sigue creciendo, estirándose hacia el infinito, y la paloma, de delgadas patitas rojo—vino, arrulla, arrulla. Yo voy tras ella hablándole; le cuento como en sueños una historia verídica de un muchacho con una carta de la suerte; de un judío con un organito girando la manivela, con una rata campesina gris y un papagayo verde. A fuerza de lágrimas solía sonsacarle a mamá una moneda y por casi nada, comprarle al organillero trotamundos luminosas esperanzas. Una vez era el papagayo quien extraía la carta de la caja y otra vez lo hacia la rata grisada y ágil. Los dos servían dicha en porciones generosas y el judío, con su organito, los acompañaba: —¡Divertíos, divertíos hijos; ahora es vuestro tiempo!— cantaba cansado y ronco el judío, tristemente. —¿acaso sepas algo, palomita, de sabios que puedan ayudarme a volver atrás el tiempo; a traer aquellos años mozos que volaron?

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Tráeme de vuelta, palomita, ingenuidad de niño; trae de vuelta a aquellos judíos, de barba grises, de nuestra sinagoga. Recuerdo todavía como me rodearon los ancianos y me apostrofaron por confiar en una rata como en un profeta. También mi madre suspiraba, como sentada sobre espinas entre sus feriantes que se burlaban de mi tarjeta de la suerte servida por una rata y le profetizaban que en lugar de convertirme en maestro iría como un rustico, con la cabeza descubierta. —Es una enfermedad esta manía que tiene por los animales— se disculpaba mamá ante aquellos que en los demás buscan defectos. —Tiemblo todavía porque no vuelva a ocurrírsele criar en el taller, en el infierno, un conejo. Un veloz conejo había saltado de una carreta campesina y corrido, corrido, corrido, hasta que los perros callejeros perdieron su rastro, y a través de patios, calles y portones, acertó precisamente a nuestra fragua. Yo lo encontré, las orejas gachas, sentado en la oscuridad bajo mi cama, con dos redondos ojos rojos, como soles, y de miedo a los perros y a otros sanguinarios cazadores, le bajaban grandes lágrimas por la pequeña cara. Todavía recuerdo su hocico negruzco, con humedad de tierra, apretándose a mi mejilla; siento todavía la humedad de su pequeña lengua; aun recuerdo como ardían sus ojos inteligentes, silenciosos, tristes y traviesos como si también fuera un pobre chico judío. Todos eran enemigos mortales de mi conejo: los vecinos, los herreros, la traidora gata. Y mi madre se avergonzaba de mostrar en el patio común la cara desde que yo criaba un animal impuro. El encargado de la casa, el no—judío, quería devorarlo, pero yo lo protegía de ese amalequita9 ebrio y hasta callaba cuando los vecinos se solazaban en la burla: —Enhorabuena: ¡el estudioso cría un conejo! Manchado como ceniza y herrumbre correteaba alegre, y como para sus juegos le resultaba estrecha la antesala, jugaba en la fragua entre los hierros, hasta quedarse dormido un día al caer sobre él un pesadísimo martillo.

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También mi madre lloraba recriminándome entretanto: —¿Por qué lloras? ¿Cuántas veces yo misma me lastime aquí? ¡Se le antojó un conejo en la forja! ¿Qué te creías? ¿Puede soportar acaso un animalito lo que un ser humano? —Pero tú, paloma mía, en tu prisión de hierro permaneciste sana y blanca, con alas diamantinas para que pudieras mostrarme mi juventud de nuevo en tu luminosidad como en un espejo. ¡Acércate! –La paloma hace un mohín como una princesa tocada con su corona de oro y salta devorando peldaño tras peldaño y yo la sigo como sumergido enana neblina blanca. Le cuento de un muchacho con un ojo enfermo y un palomar sobre su techo; y un muchacho, falto de ambas piernas, que también criaba pájaros para verlos volar y reflejarse en todos los cristales. Los dos muchachos se emboscaban en altillos, echaban semillas y acechaban escondidos. En el patio se reunían chiquillos vecinos junto a una pandilla de chicos no judíos. Sin aliento, como embrujados, testa contra testa, vueltos los ojos al cielo, observaban con la boca abierta, cual de los dos cazadores de pájaros lograría primero atraer a su nido visitantes ajenos y llenar el palomar que bullía en su altillo de huéspedes trajeados de blanco. La paloma escucha complacida el relato sobre los atrapa—pájaros pero la escalera crece y el camino es todavía largo; entonces hamacándose se arrastra ágilmente sobre el vientre con mas facilidad que una onda estival por un riacho y mi corazón se muere de nostalgia yendo tras ella como un ciego, con brazos extendidos: —Olvidaste, palomita, aquella vez que te saqué de la estreches de nuestra fragua al patio a que te vieran los demás chicos. Olvidaste, palomita, como sobrevolaban nuestro patio las dos bandadas de pájaros. Ya te olvidaste acaso del patio rodeado de pequeñas casas por el cual, como anillo, rodó mi infancia. Solo un ángel susurra así con sus alas silenciosas con la dulce melodía de una madre ante la cuna de su hijo, como las palomas moviéndose en el círculo.

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Para dejarte bajar abrí la mano y en un abrir y cerrar de ojos cruzaste nuestro muro de ladrillos partidos, desnudos, descascarados, brillaste en las alturas bajo el sol; pero el del palomar ya se la ingeniaba para atraparte, rodeándote de machos hambrientos que te desviaron hasta su expectante hombro muerto. Para qué te solté, por qué lo hice, no lo sé, mi dulce engañada, y me lo pregunto todavía. ¿Sentí acaso pena de tu cautiverio? ¿Acaso imaginó mi excitada fantasía que me traerías otra paloma más desde los cielos a compartir la estrechez de mi cuarto en la herrería? Huiste de mí porque soñé otra paloma y caíste presa en la cerrada torrecilla. Yo siempre te busque y ahora que te encontré de pronto años después del infernal diluvio. —¡De aquí en mas no nos separaremos! ¡Mil peldaños no podrán alejarnos! —exclamo, y me hecho escaleras arriba; y la paloma aletea y sube también los escalones. Entonces entre la escala en un mundo diferente y como la copa de un árbol, comienza a hamacarse. Vuelvo el rostro, miro detrás de mí, abajo, Y veo en todos los escalones pájaros sentados, Enormes, formando círculos, Prestos a devorarme, hambrientos, sanguinarios. Cuanto mas crece mi miedo más se aleja mi esperanza De alcanzar alguna veza mi paloma ansiada; Y cuanto menor es mi esperanza, más hermosa se vuelve la paloma Saltando alegre y libre en las alturas. Si quedo retrasado vuelve la mirada Para que la siga, arrastrándome, trepando. ¡No hay retorno! Mis días vividos, como aves de rapiña siguen sentados en los peldaños. Se que estoy soñando y aun así me aterro, y sin embargo ruego que el sueño no termine nunca. A mi edad, con mi figura y con mi pobre vestimenta soy un hombre fantasioso que no finalizo su enrancia. El abismo se torna cada vez mas hondo y mayor el trecho andado, mientras la escala, como en el sueño de Jacob, se sigue elevando, sólo que en lugar de bajar por ella un ángel se va por ella al cielo mi paloma reencontrada.

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¡Que se vaya! También yo tengo costumbre de ser un caminante y errar por inhóspitos caminos y desiertos. He de seguir a mi amada, cónsul blanco velo nupcial y no cansarme de pedirle que devele mi enigma: —Dime, ¿si no te hubieran robado en mi infancia como hubieran sido mi suerte y mi vida? ¿Hubiera envejecido calmosamente con el correr de los años o de todos modos seria anciano y muchacho? Demasiado temprano se colmo de frío mi vida pero llevo un corazón joven y asustadizo todavía Hallaste calor y afecto en un nido extraño y yo sin ti quede a un tiempo, demasiado niño y demasiado viejo. Si te hubieras apiadado viniendo antes no me encontraría ahora trepado a una escala, pero aun aguardo el milagro de tu metamorfosis en tu verdadera figura, con dos ojos humanos. Tu en mis brazos, Dios sobre nosotros, y la alegría de que nunca te hubieras volado. —¡Nevada paloma mía, ataviada de perlas! ¡Luz mía, seductora celestial y terrenal! Si ya no existe un retorno a tierra, déjame seguirte y embriagarme de nostalgia. ¡Que por lo menos no eche a volar la escalera, oh, mi terrible oráculo sagrado! Eres más real que mi realidad misma y más consistente que mi vida al anochecer sobre la tierra. Has transformado en metáforas mi mundo entero, que todo lo comparo contigo y con mi sueño. ¡Canto de todas mis canciones! ¡Cantar de mis cantares! Si no puede ser de nueva dicha, mi prometida, bésame con tu silencio, consuélame callando para que yo te siga, subiendo, subiendo. ¡Escucha! ¡Qué dulcemente trinan los pájaros desde los peldaños inferiores! Cuando los años vividos se vuelven más ligeros las aves de rapiña se tornan pájaros cantores. Cuando escucho como pian las aves afuera percibo en su voz un gran secreto: que tal como ellas, no conozco la razón primera ni el fin último del amor y la vida; que con mi rostro, corazón y pensamiento yo no soy más que los pájaros en la madrugada; y que si no guerrero con mi suerte, como un pájaro en su nido, he de vivir sereno.

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El hombre de fuego En la antesala de mi casa, de pie, desnudo, hay un hombre de fuego que me observa a través de la puerta vidriera. Mi corazón retumba como un reloj salvaje: ¿quién será el que me mira desde el otro lado de la puerta? ¿Habrá escapado del brasero encendido en mi cuarto? ¿O acaso estallo un incendio en mi cocina y antes que las llamas también me devoren vino a salvarme, a llevarme consigo? ¿Pero por qué el hombre de fuego tirita de frío y su piel en llamas se cubre de escarcha? Es mi cuerpo arraigado en su brote mismo y mi osamenta bajo ceniza, moho y nevada. Yo debí convocarlo de entre todas las fosas y el hombre de greda escuchó mi llamado. Ahora me busca de puerta en puerta: el asesinado tras el último trozo de su cuerpo. Aunque tal vez haya venido del silencioso océano o es una chispa de la explosión del átomo o el cerebro estallado y la voluntad desatada que se atropellan encendidos hacia el abismo. Puede que lo haya visto en el norte helado, aullando sin voz, en ropa de prisionero, o acaso huyo desnudo de la prisión, a matarme porque callo y disimulo su sufrimiento. —¡Oh, quien quiera seas, misterioso hombre de fuego, no quiero seguirte por tu senda secreta! Transfórmate y hazte mi leal custodio; hombre de fuego, vuélvete hombre de piedra. El hombre de fuego obedece. Me deja ante la mesa y se hace piedra negra en la antesala de mi casa. Solo falta grabar mi nombre sobre ella para que sea de mi sepulcro la lápida.

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MOISHE KNAPHAIS (MOISES KNAPHAIS*), nacido en 1910 en Varsovia, capital de Polonia, en el seno de una familia proletaria, perteneció al círculo de escritores revolucionarios. La guerra lo lleva a la URSS y de allí, luego de recorrer Polonia y Francia, arriba en 1952 a Buenos Aires, Argentina, donde edita una revista literaria y donde fallece en 1992.

Cantos de la cárcel Un compañero tose Noche tras noche una tos quiebra el silencio. Un compañero tose. Un compañero tose, despelleja por la garganta, con la tos, sus pulmones. Nunca vi su rostro. Creo. Es como su yo mismo carraspeara y tosiera. La tiniebla deambula con ropaje negro y con la tos se ahoga. El silencio aquí El silencio aquí no es silencio. Aquí el silencio es un martillo que golpea la sien. El silencio aquí es un aro herrumbrado, tenso,. a punto de estallar. Aquí los hombres son cifras y gritos ahogados; son cifras y porciones de comida. Nombres olvidados como pasos perdidos en la nieve. Sólo son recordados en dos ocasiones: ¡para ser puestos en libertad o para ser fusilados!

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ISROEL ASHENDORF (ISRAEL ASZENDORF*),

nacido en 1909 en Melnitze, Galitzia. Educado en Lemberg. Durante la guerra vivió en la URSS. Transcurrida la guerra se dirige a París y de allí, en 1952, con un grupo de escritores judíos se radica en Buenos Aires, Argentina, donde es profesor de literatura ídish y hebrea, y donde fallece en 1956.

Las extraordinarias andanzas matutinas de mi madre ¿Vio alguno de mi madre yendo hacia el mercado por pan, cebada, arroz o papas? Ninguno la vio. ¡Quien se detiene a observar a una judía, piel y huesos! Pero yo, su hijo, porque la recuerden largamente voy a describir sus andanzas matutinas. Mi madre va hacia el almacén pensando preocupada con que excusa hoy tomar de nuevo allí fiado. Ayer mismo la alerto el almacenero que no volviera son plata al otro día y eso significa quedarse sin comer, o vender el ropero o las cobijas de la cama. Ante la puerta entonces da mi madre vueltas y más vueltas. En cualquier momento, me parece, va a echarse en cuatro patas, saltar adentro como una fiera enfurecida y morderlo todo, destrozarlo todo. Pero, con un esfuerzo mi madre se contiene; solo mira por la vidriera para ver que pasa. Y ve: el litro esta de pie, borracho y los platillos de la balanza, alegres, se hamacan. Piensa: las ollas cuelgan resecas y la cocina esta fría; cinco personas permanecen en casa, sentadas con las cabezas gachas, y se dice: voy a entrar, probar fortuna. Estira el cuerpo hacia la puerta, pero continua parada. Regresa por sin a casa, cruza el patio; en silencio se escabulle escaleras arriba hasta nuestra pieza, se detiene, apoya sobre la puerta el oído y oye el gemir hambriento de gente y vajilla. Mas pesada se vuelve su cabeza y mas triste su mirada, y ya va de nuevo mi madre camino de la tienda…

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ENVÍO: Transeúnte que por nuestra calle, te cruzas de mañana con una mujer pálida: es mi madre. Y aunque por su aspecto parezca estar por cometer algo terrible en realidad apenas se dispone a pedir fiado un poco de comida, una pieza de pan, algo de arroz, algunas papas. Polvo De cada tierra que habité sólo fue mío lo que se adhirió a mis zapatos. De regreso de todos los caminos, despojado aun de un nuevo sueño, no conozco el sabor de la tierra todavía, solo el sabor del polvo. Letras Las letras góticas son punzantes: bayonetas, lanzas y cuchillos. Las letras latinas son redondas: barriles repletos de vino. Las letras judías, que no se emborrachan con sangre ajena ni con vino, son angulosas, floridas, encorvadas, como la suerte de mi pueblo judío.

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ITZJOK IANASOVICH (ISAAC JANOSOWICZ*),

nacido en 1909 en Iezev, cerca de Lodz, Polonia. Participo en el movimiento de trabajadores judíos de Lodz. Al estallar la guerra, recorrió toda Europa oriental como refugiado, hasta recalar, en 1952, en Buenos Aires, Argentina, donde desarrolló una intensa actividad literaria y periodística. En 1973 se radica en Jolón, Israel, donde redacta la revista literaria, “Bai Zij”. Fallece allí en 1989.

Ay… Ay del secreto cuando la noche salga del ojo del búho y le diga a Dios: —Señor, ya no puedo seguir callando. Ay de la oscuridad cuando el sol se alce ante Dios y grite: —Señor, danos colores. Ay de todos nosotros en aquella hora tempestuosa cuando las uñas del león se ablanden y las ovejas se arrojen sobre el a devorarlo. Me equivoqué… Te equipare al sol y me equivoque. El sol alumbró el día entero y blanqueó todas las sombras. Pero cuando partió al anochecer todo volvió a tornarse gris. En cambio tu me iluminas incluso estando ausente.

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Latinoamericana A Allí donde el idioma se acaricia a sí mismo en el entrebesarse de las palabras; allí donde la canción es triste y provocativa como una bailarina de zamba; allí donde el amor es consagrado por el sangriento puñal de los celos y la soledad enciende la ardiente noche de carnaval en una prolongada violación; allí, solamente allí plantó el refinado colón su primer pisada luego de haber exclamado triunfante: ¡tierra! Todo lo que crece en el paraíso, crece en Latinoamérica. Aquí posee el cielo abundantes estrellas para cada rancho. Aquí tiene la pampa caballos suficientes para cada lazo. Hasta las bestias que iluminan las tataratinieblas del bosque con la verde fosforencia de sus ojos, son sagradas: en sus entrañas se encuentran los sepulcros de los patriarcas. Dios detuvo sobre nuestra tierra su tempestuoso carruaje y ató sus caballos al umbrío ombú. Nuestros ríos son los espejos de la eternidad. Nuestras montañas son los lechos del tiempo adormecido. igual que antaño, hace mil generaciones, aún viven sobre nuestros cerros loso rojos dioses de los quechuas, charrúas y guaraníes. En los valles aún hoy se sigue tomando el espumoso mate verde con el antiquísimo ritual de los aztecas que perforaban, con sus flechas, el corazón de la luna y acumulaban sus fragmentos de oro en las catacumbas de sus reyes B ¿Quién afirma que los que murieron ya no viven mas? ¿Quién asegura que los caídos en batalla no conducen mas guerras? En Latinoamérica un día recién nacido, tiene ya mil años. Cada ocaso inaugura aquí una noche aun más antigua que el caos del génesis. Cada niño es aquí, su propio bisabuelo. En su sangre gime el esclavo y se regocija el esclavizador. Su cuerpo constituye el campo de batalla donde vencido y vencedor se abrazan en la borrachera de la mutua matanza.

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Por separado es cada uno de nosotros un águila montaraz diestro en su sueño—vuelo de rey y dominador, pero reunidos somos un hato de asnos que cualquier látigo puede arrodillar y someter. Orgullo y sumisión, esta es la cruz que arrastramos camino del gólgota, para morir en la dulce voluptuosidad de la insurrección. Oh, no existe mayor placer que el de la rebelión. No existe, no existe felicidad mayor que la de derrumbar muros: muros de palacios, de cárceles y de los propios hogares construidos por manos heridas y amasando cuerpos queridos entre los cimientos. C Allí donde cada cual es un señor en su fantasía, y cada cual posee, en sueños, todo lo que desea, allí florece el orgulloso árbol de la libertad. Allí donde el cuchillo responde con agudeza a tu ofensor, allí donde la guitarra reúne a tus amigos y ablanda el duro corazón de tu amada, allí mora la fuente de la dicha. Incluso si inclinas la espalda sobre un campo ajeno y depositas la cosecha en un granero ajeno, eres un hombre libre y nadie puede forzar tu corazón para que estime aquello que desprecias. Oh, extranjero, no es una vergüenza vivir en una jaula de madera y lata; no es humillante criar hijos bajo una enramada; lo vergonzoso es alquilarse para el trabajo cuando no se tienen hambre, cuando la botella de vino aún no esta vacía y es posible prolongar aún la dulce hora del amor por toda una jornada de dios. Malditos sean los malvados que encendieron en nuestra sangre la envidia hacia quienes poseen cosas innecesarias y conseguirlas exige trabajar duro la semana entera…

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D ¿Has prestado atención alguna vez al canto de Latinoamérica? Hace mil años introdujeron en sus canciones, los pueblos de nuestro continente, el clamor por la desdicha presentida. El presentido final. Entonces se percibe en nuestras canciones, la desolada pena de la extinción; en nuestros cantos flota, entonces, el polvo de reinos desmoronados, y como le humo de una llamarada hace tiempo extinguida y como la ceniza de un fuego que hace mucho ardiera, llora en nuestro canto el miedo por un peligro que, de cualquier forma, y alo destruyo todo. E Oh, qué hermosas son tus playas, Latinoamérica, cuando cae el sol y tiñe las olas de un color rojo—cobre. Y que hermoso, que hermoso como chapotean en nuestras aguas los tiburones luego de haber destrozado con sus dientes oblicuos —y devorado ávidamente— a aquellos que se sublevaran contra el dictador del país. Oh, heroicos muchachos rebeldes, oh, luchadores por nuestra libertad; cuando otro tirano decapite a vuestro verdugo hemos de cantar en hermosas canciones vuestra muestra heroica. Latinoamérica posee la magia de las canciones que transforman el infierno en un paraíso de cantos. F Diez mujeres tuvo el Don Juan criollo. En cada caserío donde trabajaba una temporada, o dos, tomaba una mujer y ella le daba un hijo. Pero el sabia muy poco de sus hijos porque cuando se marchaba del caserío empujado por su afán errante los dejaba en brazos de su madre.

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Solo amaba a una, a la hija menor de su última esposa, a ella la mimaba y hasta le compraba golosinas. Aunque a la madre al azotara con el látigo porque su piel ya era tan dura como el cuero de una vaca vieja y sus pechos le colgaban hasta las rodillas. Su hija hubiera cumplido catorce años, en el otoño venidero, luego de la cosecha de alfalfa. Pero la desgracia sobrevino antes, en plena efervescencia del carnaval, cuando él la perdió en una apuesta en la taberna junto con su cuchillo y un rebenque. Oh, no abra de evitar la desgracia aquel a quien la mala suerte le echa el lazo, amarrándolo como a un caballo en la pampa, ¡por todas las putas madres hasta la séptima generación! Menos mal que salvó la guitarra y ahora, cuando su corazón desborda de pena, encuentra consuelo con la tristeza de la canción. ¡Oh, vida mía, vidalita! Que hermosura sus pechos jóvenes cuando se alzaban como cuernos; con que dulzura sus caderas llenas despertaban una calle entera de muchachos, ¡oh, vida, vida, vidalita! G Amor es en Latinoamérica profundo y efervescente como el mar. Amor es en Latinoamérica, misterioso y oscuro como la muerte. Entre nosotros amor y violencia marchan juntos y tras ellos viene la canción. ¿Oíste alguna vez aquel hermoso canto de amor y traición? Ella, la bella muchacha, era la mujer de un fiero jaguar, alguien cuyas charreteras eran de oro puro. Pero ella amaba al peón, joven, buen mozo, que atendía a su marido y cepillaba su caballo marrón. Una noche de luna, los olfateo el fiero jaguar entre las hierbas, pero no los mató en cuanto los descubrió. Largamente los acecho en las sombras del placer, y recién cuando el amor de ellos alcanzo el momento en que los instantes crecen como soles y encienden las tinieblas de la noche,

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Los consagro con el signo de la cruz Y hundió sus dientes en las dulces carnes De la traidora mujer Y se emborracho con la sangre del ardiente muchacho. Matar por amor y traición no tiene castigo de la ley entre nosotros; Dios mismo es, en esos casos, el juez. Solo él puede juzgar el corazón del hombre engañado. Sucedió así: el fiero jaguar tomo luego otra mujer más joven que aquella muchacha traicionera. Pero desde entonces no tuvo más un peón para su caballo e incluso vendió su caballo marrón cambiándolo por un automóvil nuevo; un nuevo automóvil made in usa, obsequio del dictador a su fiel general. H ¿Es este, acaso, el fin de la canción? Oh, no; una canción no tiene fin, porque donde se clava la aguja: pecado, sigue detrás el hilo: castigo. Una noche habrán de sublevarse sus compañeros, los que están sentados a su alrededor y han de organizar una conspiración contra el dictador del país porque a ellos no les obsequio automóviles nuevos, y entonces ya ha de recibir su paga por la muerte de la muchacha, por la sangre del peón y por los rebeldes que los tiburones devoraron.

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ISROEL EMIOT (ISRAEL EMIOT*), seudónimo

de Israel Goldvaser nacido en 1909 en Ostrov—Mazovieka, Polonia, en el seno de una familia religiosa. Comienza a escribir poemas religiosos pero al estallar la guerra pasar a la URSS donde su poesía se vuelve universal. De la URSS es repatriado a Polonia y de allí parte a Rochester, EE.UU. donde se radica y donde fallece en 1978.

Camino de retorno Arropa tu rostro en mi ánimo como el árbol agitado envuelve su cara asustada en la noche. Soy una cuna conmovida para un mundo adormecido que recién recuesta sobre mi su cabeza enferma. Envuelve en mí tu rostro, ha de ser más hermoso y triste; la muerte que me repleta es buena, piadosa y suave como un canto triste en boca de un niño, y como el viento que duerme acallado sobre un árbol besando en sueños las ramas. El mundo te vio… El mundo te vio y ya por siempre, ebrio de alegría, ha de rodar así en su propia esfera día y noche noche y día.

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Descubrí tu senda en mí; entonces olvide la muerte y empape de alegría como un fruto con zumo. Cada desgracia ha de hundirse en el cuello como un cuchillo pero sin alcanzar el alma. 1928

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HIRSH OSHEROVICH (HIRSH OSHEROWITCH*),

nacido en 1908 en Ponieviez, Lituania. Estudio en la universidad de Kovno. Durante la segunda guerra mundial vivió en Kazajstán y luego de la guerra volvió a Lituania donde vivió hasta 1971 cuando abandono Vilna para radicarse en Jaffa, Israel.

Creación Pulo la palabra como una piedra, y la moldeo como a arcilla. Hay que corregirla y no sé si golpearla o amasarla. La tiendo y la amaso, resulta demasiado dura; trato de martillarla, es demasiado delicada. Para expresar todo lo que hay que soportar de las palabras, faltan palabras… E incluso si ya lo lograse… E incluso si ya lo lograse quitarle al cuervo su gabancito negro, ¿acaso se volvería una blanca paloma? ¿y que sucede si sigue siendo un cuervo? Cuervo, y desnudo por añadidura… Fénix Que tremendo ansiar dicha después de la masacre; secar pañales sobre la cuerda de una horca, e incluso pensar que la mayor maravilla reside en el mágico vocablo: “¡olvida!”… ¡Del polvo, la ceniza, la sangre y los escombros rescata un instante que permaneció ileso, ordénale crecer, volverse hora, día, año, vida de hombre, tiempo de generaciones, eternidad, infinito; y destroza el fin con un nuevo comienzo! 1944

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BINEM HELER, nacido en 1908 en Varsovia, en un hogar humilde. Con Shulshtein es de los líderes del grupo de poetas proletarios de Polonia. Perseguido por razones políticas se ve forzado a abandonar Varsovia, viviendo en Bélgica y en París para retornar luego a Polonia. Durante la guerra se refugia en Bialystok, Alma—Ata y Moscú viviendo después de la guerra nuevamente en Varsovia, en calidad de redactor de la editorial “El libro judío”. En 1956 emigra a Israel, Tel Aviv, donde fallece en 1994.

Polvo Entre la polvareda llega la caravana. Camellos, con paso pesado, cargados de pillaje. Los beduinos dormitan. pero de pronto se levanta uno me sienta en el viento y me ordena volverme polvo. La caravana desaparece. Interminable ¿He de arribar a alguna parte? ¿Es que acaso existe un destino? Incluso a la muda piedra, me parece, el sueño s ele inquieta cuando me ve por el camino, cuando escucha un lejano eco del errabundo andar divino. Y también esto… Y también esto es como un pasatiempo: las pasiones del corazón, que yo anoto, las palabras en que hurgo y que escojo; un cierto pasatiempo.

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Y esto también es como no hacer nada: aguzar para cada tono el oído, hacer creer que uno esta ocupado; un cierto no hacer nada. Y esto también es un cierto autoengaño: huir del riesgo de la mortalidad, jugar a señor de la eternidad; un cierto autoengaño.

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AVROM GONTARN, nacido en 1908 en Berdichev, Ucrania. Egresado de la Facultad de Literatura del Instituto Pedagógico de Odesa, publicó poemas, obras teatrales y cuentos en diversas revistas y publicaciones. Entre las dos guerras cumplió diferentes misiones para la URSS. Luego de la guerra y con la aparición de la revista literaria en ídish Sovietish Heimland –Hogar Soviético— se transformo en uno de sus más activos colaboradores, falleciendo en 1981.

A un niño que duerme Ya te hubiera despertado hace mucho, ya es tiempo… Duermes tan a gusto. A pesar de tener tu almohadita infantil apretada a la mejilla puede que en sueños estés tremendamente lejos. Una piernita rosa asoma de bajo la colcha; un pie nunca lastimado todavía. No hallaras espinas en tu senda; pero han de tocarte también a ti seguramente rutinarios días difíciles. Ahora vuelas en sueños hacia estrellas desconocidas; entonces detengo mi mano; si tocase tu hombro ahora podría destruir tu dulce sueño. Para no inmiscuirme en él retrocedo. Aun cuando todas tus horas estuvieran ungidas de dicha no quisiera robarte el mínimo momento.

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SHMERKE KACHERGUINSKI (SZ. KACZERGINSKI*),

nacido en 1908 en Vilna, Lituania y fallecido en 1954 en Argentina, en un accidente de aviación. Perteneció al grupo literario Joven Vilna junto a Leizer Volf, Grade y Sútzkever. Durante la segunda guerra mundial actúo en los bosques como guerrillero contra los nazis y compuso canciones que cobraron rápida popularidad en los guetos. Las que se publican aquí son un par de ellas. Luego de la guerra deambuló Kacherguinski por diversas ciudades para radicarse por fin, en 1950, en Buenos Aires.

Himno de la juventud ¡Nuestro canto esta repleto de tristeza pero fuerte y audaz es nuestro andar! Aunque el enemigo vigile los portones arremete, juventud, con un cantar: Joven es todo aquel que quiera serlo, no interesa la edad; ancianos también pueden ser hijos de un nuevo tiempo de libertad. A todo aquel que anda los caminos, a todo aquel que pisa con coraje, la juventud le sale al encuentro trayéndole del gueto novedades. Nos acordamos de cada enemigo y a cada amigo recordamos, siempre relacionaremos nuestro presente con nuestro pasado. Consolidamos de nuevo nuestras filas; reunimos a nuestros compañeros, marcha un forjador, un constructor… marchemos todos junto a ellos. Joven es todo aquel que quiera serlo, no interesa la edad; ancianos también pueden ser hijos

de un nuevo tiempo de libertad.

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Itzik Vitemberg Emboscado en alguna parte el enemigo acecha como una fiera; en mi mano vigila el mauser, pero de pronto, entre las sombras, aparece gestapo llevando encadenado al comandante. La noche rasga el gueto con relámpagos. —¡Alarma!— gritan portón y muro. y aparecen fieles camaradas, que ya le quitan las cadenas y desaparecen con el comandante. Muerte ante los ojos; la noche ha huído; febril de inquietud el gueto arde. Gestapo ha emplazado al gueto: —¡La muerte o el comandante! Entonces dijo Itzik y sus palabras corrieron como un rayo: —No quiero que por mi entreguen la vida al enemigo… Y erguido ya marcha hacia la muerte el comandante. De nuevo acecha el enemigo emboscado como una fiera; más firmemente te aferro, mauser, en mi mano; ahora me resultas doblemente valioso; sé tú mi libertador ahora, sé tú ahora mi comandante. 1943, gueto de Vilna

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ARIE SHAMRI*, nacido en 1907 en Kaluszin, Polonia y fallecido en 1978 en Israel, en el kibutz Ein Shemer del que fuera uno de los fundadores. En 1932 se radico en la entonces Palestina comenzando a escribir en hebreo e ídish para optar finalmente por volcar en este ultimo idioma su experiencia israelí.

Hoy Hoy reconocí en mi sombra sobre el muro que también esta solo cada dedo en la mano. Solitario, en la espesura del bosque, se abre camino un árbol. Solitaria madura una espiga en la vastedad del campo; y entre una multitud de solitarios va por el mundo inmenso el ser humano. A través de mis cristales seguí con la mirada el vuelo de los pájaros y, sean cuervos o palomas, cantan todos los pájaros a solas cuando vuelan elevados. No estés triste, soledad; no estas, soledad, sola. bendita seas por el hombre, el pájaro y el árbol. Espigas Así se acunan las espigas, como motitas de oro en el vasto mar. Una ola se retira, otra se levanta, silenciosamente, como anda el segador. Así se arrebujan las espigas con el secreto del cielo en la tierra; apeñuscadas en el azul su atención puesta en el gran silencio. Así se estiran las espigas incluidas en el extenso mar. Las espigas se inclinan y continúan siendo altas igual.

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NOJEM BOMZE, nacido en 1906 en Sasov, Galitzia, su apellido paterno era Frishvaser, habiendo adoptado literalmente el apellido materno. Décimo hijo de una familia de comerciantes, comenzó su tarea literaria en Lemberg y a principios de los años 30 se radicó en Varsovia donde publicó varios volúmenes de poesía. Durante la segunda guerra estuvo movilizado en el ejercito soviético y luego se radico en Nueva York. Allí lo sorprendió la muerte en 1954, mientras recopilaba los poemas de Mani Leib.

Para tí Ya no te quiero más. Pero tus caballos continúan sofocándome de noche. Puedo jurar que en realidad no había pensado en ti. Ya no te quiero más. Pero tus ojos siguen mirándome tristes todavía, y en sueños permanezco inclinado ante ti como siervo ante su amo. Ya no requiero más. Pero tus palabras cantan como charcos bajo lluvia. En sueños sigo dispuesto a seguirte por todos los caminos. Ya no te quiero más. Pero por los senderos, a esa hora que entre día y sueño aun habremos de encontrarnos. A esa hora que entre día y sueño. Elegía Los ejemplares no vendidos de mi libro han de deambular por el viejo ropero. Mi madre habrá de lamentarse: —¡Valía la pena acaso secarse la cabeza! Y en su corazón envidiaría a Itzik, el del vecino; tiene mi misma edad y ya logro ahorrar dinero.

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Entre las mil carillas del léxicon de Zalmen Raizen, entre decenas, centenas y tal vez millares de rostros también habrá de sonreír mi cara enflaquecida: Nójem, uno que se llamaba Nójem, joven poeta.

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IOSEF RUBINSHTEIN, nacido en 1904 en Skidei, localidad vecina de Grodno, Rusia Blanca, vivió hasta la estallido de la segunda guerra mundial en Varsovia, la ciudad que fuera su gran amor. Pasó la guerra en la URSS, vuelve a Polonia por un corto periodo y por fin se radica, en 1948, en Nueva York, Estados Unidos, falleciendo en 1978 en el curso de un viaje.

Alma—Ata10 (Fragmentos) * La ciudad se llama Alma—Ata, el padre de las manzanas; un blanco incendio arde sobre ella en días florecientes. Ella trepa montaña arriba por altas calles vueltas escalera, y sin despedirse siquiera, cae al valle, cansada… a su alrededor, en orgullosa indiferencia, se reúnen las montañas, y desde lo alto observan como , por las rodillas, abajo envuelta en gasas de niebla del primaveral retoño, trepa, como con zancos, una ciudad blanca. * Me parece: comen un río se refleja la nieve de las montañas en el blanco enceguecedor de sus paredes, y en la blanca ciudad alada, en flotante vuelo de aireados manzanares, levanta, de improviso, vuelo en el azul de la mañana. De pronto una rosa pálido enciende nieve, montañas, tejados y la madrugada despierta las ventanas con desbordante vino rojo. La ciudad despierta de su sueño, comienza a alzarse y bajo el resplandor del sol, va a echarse a flotar en cualquier momento. * El viejo kazajo esta de pie al lado del arrodillado camello, y sonríe enigmático en dirección del desierto. En las pequeñas ranuras de sus ojos, se enciende una llamita que cruza rápidamente y se apaga con un resplandor inquieto. Todo alrededor arde, una estepa—desierto de aliento siempre ardiente; como nubes, navegan las montañas por el horizonte. Me parece ser de nuevo un niño y, de pronto surge ante mí infantil y cercana, una imagen del jeider11…

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* Imagino que el viejo es, sin duda, Eliezer12 recién venido de lejos, de Aram—Naharaim. Y la niñita que juega todavía con cuentas de vidrio en Rivka… el viejo permanece de pie, acariciándose la barba, y mira enigmáticamente por sobre el desierto; sin duda conoce mi pensamiento y guarda para si el secreto que solo el sabe bien. Sonríe por lo tanto, y yo siento el halito de Dios sobre mí, como en otros tiempos. París París, de la monarquía suecia, del norte invernal hoy llego un huésped, ni marqués ni príncipe, solo un triste huésped escapado del país de las ruinas, un judío consumido a medias por las llamas, que el destino o el capricho trajo aquí. Esta parado ahora al lado del tren, encandilado por la luz del día, con ojos nocturnos, somnolientos y asustados. ¿Qué piensa? ¿Qué espera? Nadie ha de venir a recibirlo con flores. Puede que un amigo, falto de hogar como él, compañero de enrancia, venga a ayudarlo a arrastrar los bultos. Esta parado entonces esperándolo. El tren escandinavo respira pesadamente, resopla todavía, descarga todavía con bufidos el terror de los inquietos caminos europeos, y él, el triste huésped, sobre el andén enfrente, murmura calladamente una insólita plegaria: —¡París, vengo agobiado; sé buena conmigo. Desde lejanos días juveniles vengo hacia ti con pasos nostálgicos. Percy tu voz desde las lejanías, a través de las calles de Varsovia; en poemas y libros; ahora estoy aquí, vine hacia tí. París, sé buena conmigo, con el errante judío!

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KEHOS KLIGUER (KEHOS KLIGER*), nacido en 1904 en Vladimir—Volinsk, Volín, Rusia, su padre era músico y compositor. En 1936 se radicó en Buenos Aires, Argentina, donde produjo la totalidad de su caudalosa obra poética, una parte de la cual se halla reunida en once volúmenes, mientras que otra parte, tal vez la mayor, aun se encuentra dispersa por las paginas del diario Di Presse en el que colaboró permanentemente. Tradujo a muchos poetas latinoamericanos al ídish. Falleció en Buenos Aires en 1985.

Paisajes de Israel Palmeras alrededor del Río Kishón Están de pie, tomadas del cuello, abrazadas como viejas hermanas tristes, a orillas del Kishón a manos del destino bajo los ardores del sol y bajo los chaparrones torrenciales del malkosh que tironea sus pesadas coronas y las inclina a la abrasadora arena impetuosamente, con enojo, con fuerza. Esporádicamente el grito de un pájaro, un canto de ave en la madrugada, el alegre abanico de un ala en joven aleteo. Por generaciones de nubes, de eternos soles y estrellas, permanecen las palmeras de pie, sin sombras, y esperan angustiadas que llegue población. De noche, cuando los chacales aguzan con su llanto el silencio que llega a las estrellas, las palmeras levantan salmos y se abrazan en una sola suerte como viejas hermanas unidas en el estremecimiento de noche y de desierto.

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Un águila Hacia el sur ve el Gilboa cobreado por el sol; al este los afilados montes de Guilad. Por encima el granito del cielo sin fin; por debajo bosquecillos de eucaliptos y cipreses. Pero ella misma, la orgullosa águila de Ein Jarod, se halla encadenada por una argolla a una piedra. La joven cabeza, el pico, entre las cerradas alas de la tristeza. Las patas, las uñas aguzadas bajo el pesado cuerpo de la soledad. La reina de los espacios azules, con ojos abiertos, permanece adormecida y sueña. Pero de noche, cuando se esparce sobre ella el polvo verde de las estrellas, cuando los chacales trepanan con voces gimientes la profunda montaña y las sombras del valle, comienza la reina de los lejanos soles a lamentarse. Su voz dolorida se tiende por sobre el Guilboa, de allí a los montes de Guildad y llega hasta las montañas de Efraim. Entonces el llanto del águila semeja El llanto de un mesías prisionero. Narguiles y túnicas Domingo. Fresca y soleada se tiende azul sobre Acre la abierta sombrilla redonda del cielo. Por laberínticos barrios, retorcidos y polvorientos, se arrodillan sobre la tierra reseca y abierta descoloridas tienduchas verdeamarillas.

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La oscuridad brota pedregosa de la oscuridad de las cuevas, Por sobre chozas bajas, rotosas, bordadas con telarañas, anda el sol con patas de rayos como una enorme araña de fuego. Tras un derruido cerco de ladrillos fantasea un asno, inclinada la cabeza. Una cabra, como una mancha blanca, tiene la mirada perdida en el lejano azul ventoso. Afuera, al lado de una pequeña, chata taberna golpean desnudos dedos de sandalias, se inflan largas túnicas desgastadas, coloridos pañuelos de cabeza enroscados. Rojos feces arden como llamaradas. En altos vasos vuelcan arak, narguiles burbujean. Bigotes recortados, barbas blancas, espesas charlas guturales, carcajadas colectivas. Los narguiles burbujean sin descanso. Invasión del sol, pereza oriental. Pensativo silencio de siglos ante el eterno chapotear de las olas a las orillas del mar, tras las trasparentes lejanías montañosas. Y quietud, aburrida, burbujeante quietud en el fino vapor enrulado de los narguiles. Medianoche Sombras sobre el mar. ¿De dónde brotarán tantas sombras sobre el mar sin luna? El barco lleva sus luces apagadas. en la medianoche duermen las cabinas. Mis ojos posados sobre el enorme océano aterrador se beben las sombras.

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¿Y no serán todas las sombras, una sola, yo mismo? ¿Y hasta cuando habrán de perseguir al barco por las altas aguas del ecuador? Todo alrededor, encima y debajo, oscura, secreta abisalidad. Húmedo trópico en la profunda garganta negra de la noche. El cielo sin estrellas se vuelve nube cercana, lluviosa. Sombras sobre el mar. Sueños rasgados en la espesa oscuridad cargada de oleaje. Mis ojos sueñan en el mar y se beben las sombras. Little Rock Lincoln, levántate de tu sillón de piedra y márchate hacia little rock. Faubus tortura a tus hermanos liberados. Yo, un poeta judío traigo para ti tristes noticias de tus esclavos de color en Noráfrica, en india, en Dakar y Medina, Barbados y Saint Thomas, en Trinidad, Brasil y Harlem. (En Trinidad vi la escalofriante imagen negra de un linchado hamacándose cabeza abajo en un árbol. Solo el día lagrimeaba suavemente.

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En Santos vi el torcido rostro muerto de un negro acuchillado; el cuchillo en el vientre todavía y un gato blanco lamia sus entrañas.) En todas partes oí el grito de la piel negra. En todas partes vi el ardor de la encendida furia negra. En todas partes oí su canto, que brota de dolor En todas partes vi la negra llamarada de manos hechas puño: oh, valiente leñador, vuelve tu maciza espalda hacia la ardiente nube, la enloquecida turba de Arkansas, y observa como, para vergüenza de tu enorme país democrático a la luz del siglo veinte, arde la gran hoguera en la pequeña Little Rock. Blanco y negro permanecen tensos en excitada lucha. Puño contra puño de hermano contra hermano en vital pugna de luz sombra. Faubus y Eisenhower. Alambre de púas y bayonetas. Sangre y lágrimas. Odio. Ira. Rencor y dolor en el alto día luminoso del siglo veinte. (Y Langston Hughes de Missouri es todavía tu joven alegría rítmica. El lustroso músculo de acero de Owens es todavía la gloria de tu fuerza. Y el arpa vocal de la Anderson arranca todavía la lágrima y el beso desde el triste Missisipi hasta el alegre Hudson.)

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Veinte millones de hermanos negros en tus cuarenta y ocho Estados son cuarenta millones de puños encendidos. Pero veinte millones de pares de ojos inyectados en sangre levantan su fuego hacia ti en un solo, singular, profundo, rugiente grito: —¿Poderoso libertador, ven a liberarnos otra vez! ¡Valeroso redentor, ven a redimirnos de nuevo! Lincoln, baja de tu sillón de piedra y apúrate hacia Little Rock. Faubus tortura a tus hermanos liberados.

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IANKEV GLANTZ (JACOBO GLANTZ*), nacido en 1902

en la colonia judía Novovitebsk, en las cercanías de Jersón, Ucrania, fue maestro de ídish y de su literatura en las escuelas ORT de Odesa. En 1925 se radicó en la ciudad de México donde ejerció diversos oficios. Comenzó escribiendo poesía en ruso y luego en español, pero la casi totalidad de su obra, que incluye poemas y ensayos, fue en ídish. Falleció en la ciudad de México en 1982.

Señales en la memoria * Tú eres como la piedra que no sufre y como el pájaro que sufre, si, pero sin saber por que. * Arrancando de la tierra como del pezón de mi madre, me desespero por ascender y sangro. Y allí, debajo de mí, lejos, descansa un valle paradisiaco con hierba y árbol. * Y observa: un pequeñísimo judío ara allí, con una espada, el cielo. Y un pequeño violín suena y llora solitario desde el suelo. * Y observa: el campesino marcha por su tierra espinosa y arranca las espinas con los ojos. Y el buey anda inclinado, en silencio, y ara con sus cuernos.

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* El viento lleva sobre su labio tembloroso un sollozo de niño arrancado de su casa. El llanto del mar no ha de agotar el dolor de un niño solitario.

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ITZIK MANGUER (ITZIK MANGER*), nacido en 1901 en Chernovitz, su padre era sastre y sustentaba el hogar con grandes dificultades. Sus abuelos fueron un colchonero y un carrero y él mismo trabajo como ayudante de sastre. Su trayectoria en la poesía ídish tiene un profundo calor popular y se nutre en los folklores judío y eslavo. Su obra, que incluye poemas y baladas, fue escribiéndose a lo largo de una vida vagabunda, cuyo último puerto fuera Tel Aviv, ciudad Israelí a la que arribó, en medio de homenajes oficiales, en 1967 y donde falleció dos años mas tarde.

Años enteros rodé Años enteros rodé por tierras extrañas, ahora voy a rodar por mi propia tierra. Un solo par de zapatos, una sola camisa, en la mano el cayado, ¿puedo andar ya sin él acaso? No voy a besar tu polvo como aquel gran poeta aunque también mi corazón rebase de canto y llanto. ¿Qué significa besar tu polvo? Yo soy tu polvo y quién, por favor, se besa a si mismo. Voy a quedarme absorto ante el azul del Kineret cubierto con mi ropaje miserable: un príncipe perdido que encontró su azul habiendo sido el azul su sueño de siempre. No voy a besar tu azul; sólo permanecer callado, sencillamente, como plegaria. ¿Qué significa besar tu azul? Yo soy tu azul y quien, por favor, se besa a sí mismo. Voy a detenerme, ensimismado, ante tu enorme desierto y sentir los pasos de viejas generaciones de camellos que hamacan sobre sus jorobas por la arena sabiduría, mercancía y el viejo canto errante que tiembla sobre las arenas ardientes como brasas, muere, recuerda, y no quiere sucumbir. No voy a besar tu arena; no y mil veces no. ¿Qué significa besar tu arena? yo soy tu arena y quien, por favor, se besa a si mismo.

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Su excelencia, mi padre Te veo ante mí, el vaso de vino en la mano. contándome tu vida en maravillosos versos; te lamentas de la temprana muerte de mi madre, mientras la tarde, tras la ventana, contiene el aliento. Un fulgor sagrado envuelve tu cabeza; si lo vieras lo tomarías seguramente a broma, como a mí, a mis libros y a todos mis sueños y lo mandarías al fin a todos los demonios. ¡Si excelencia, bondadoso, viejo maestro sastre! A todos los espíritus conjuro aquí, entre extraños, para que protejan tus pasos cansados… Y pese a ser un tipo, de aquellos pobres tipos que me profetizabas en tu jerga germana, te lleva consigo hacia tiempos futuros, este, mi canto. Amor Esbeltos ciervos recorren los montes nevados y sus cuernos de plata enganchan la luna, pero la luna vierte bondad sobre ellos. Mi madre los cuida; los sigue paso a paso, y para que no los olfateen los lobos del bosque apaga en la nieve sus rastros. Mi madre murió hace ya muchos años pero, con brazos abiertos al viento, sigue andando su amor por el espacio. Acuna la inquietud de los senderos; quieta el mal de ojo a las pequeñas liebres y llama hijo al mínimo gusano. Su amor ni en la tumba le da descanso. He aquí que abre su libro de oraciones ante las estrellad y reza, reza, para que Dios la oiga. En mi sueño refulge su llanto.

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Balada del judío que se elevó del gris al azul La mañana gris, descalza en el patio, golpea la ventana mas humilde. Despierta el pobre judío y viste sus ropas grises. Toma el cayado gris en su mano se pone el atado al hombro, y se hecha a andar con un paso lento junto con el gris sendero. Anda y anda y el gris se torna espeso y pesado como plomo; se entristece el gris judío y una lágrima brilla en sus ojos; una gran lagrima que rueda en silencio hasta caer sobre su barba gris. La barba gris del judío se ilumina con un pequeño resplandor plateado. Pero, ¿Qué dura el resplandor de una lagrima? un instante, dos, y ya no está. Se detiene el judío ante un árbol gris y dice en voz alta una plegaria: —¡Dios mío! Borra el gris de todos mis caminos, y que mi errancia por el mundo sea al menos luminosa. Terminada la oración se aligera su corazón y la plegaria aletea ante él, una mariposa azul, un puntito azul en el paisaje gris sobre gris. Sigue andando el pobre judío y entre los caminos divisa

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una posada gris en cuyo umbral hay una mujer rubia vestida de azul. Se agrandan, sedientos, los ojos del judío y se beben el azul. Dice la mujer: —Dios sea contigo, judío; debe de haberte cansado el camino. Descansa un poco entre nosotros; tenemos suficiente pan y vino. Con mano cansada abre la puerta el judío y ve una casa encalada de azul. En un rincón esta sentado el posadero con el benjamín sobre las rodillas, Y le cuenta de un reino azul rodeado por un río azul. Escucha con atención el judío y agobiado de azul, queda dormido. Teje su sueño un camino y es azul; el cayado es azul, el morral es azul, y es azul el pájaro que pasa volando y son azules el río, el bosque y el campo. Se asombran el posadero y su mujer viendo como brota del judío el azul, repleta el cuarto y rebasa hasta inundar de azul toda la casa. ¿Oyes? ¿Quién llora? El gris sendero llora afuera como un niño: —¿Por qué me dejo el judío afuera, solo abandonado a merced del viento? —Levántate –despierta el posadero al judío—, afuera te espera el camino. Sonríe el judío en sueños: esta a las puertas del reino azul.

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He aquí que abre las puertas, y en el valle ve las tres primeras ciudades azules. Se asombran el posadero y su mujer viendo como brota del judío el azul, repleta el cuarto, rebasa, hasta inundar de azul toda la casa. Y el azul se vuelve susurro, rumor y vuelo; murmullo, balbuceo y canto de otros mundos; se vuelve hoja, rama, tronco y árbol; nube, bosque y sueño en el sueño. Y el azul se vuelve río y mar y ola, signo misterioso y rima santa; se hace paso, zapateo, baile y alegría; eternidad y regocijo en el regocijo; se vuelve relámpago y rayo y luz y brillo; se vuelven sustancia y sombra y rostro. Y se asombra el posadero y su mujer viendo como brota del judío el azul, repleta el cuarto, rebasa hasta inundar de azul toda la casa. Y… Como un asesino Como un asesino que acecha, puñal en mano, a su victima a altas horas de la noche, así acecho tus pasos, dios mío. Mira, tu piedad nunca me ha sonreído todavía a mí, al nieto de iscariote. Estoy dispuesto a pagar con la mía la sangre de tus profetas que arde sobre mis manos, pese a que florece la primavera y el pastor fascina con el plata de su flauta y pese a que nadie me exige explicaciones.

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¡Verte una vez siquiera! Comprobar siquiera una vez que existes realmente, que de verdad coronas al justo con tu luz y que el cielo es verdaderamente azul, y esconderé avergonzado el rostro. T arrojaré las treinta monedas de plata al viento y volveré descalzo a ti y llorare delante de ti como un niño que carga sobre si la pesada corona del pecado. Como un asesino que acecha, puñal en mano, a su victima a altas horas de la noche, así acecho tus pasos, dios mío. Mira, tu piedad nunca me ha sonreído todavía a mí, al nieto de Iscariote.

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ITZIK FEFER*, nacido en 1900 en Spole, provincia

de Kiev, Ucrania, en el seno de una familia proletaria. Participó en la revolución de octubre, se afilió al PC y fue uno de los líderes de la Escuela Revolucionaria en la poesía ídish. Durante la primera guerra luchó en el ejercito rojo y durante la segunda fue secretario del Comité Judío Antifascista de Moscú, en cuya representación viajó en 1943 por Europa y America en busca de apoyo judío para la URSS. Fue condecorado con la Orden de Lenin y en 1948, en el marco de la liquidación estalinista de la cultura ídish, fue arrestado siendo asesinado en 1952.

Sombras del gueto de Varsovia (fragmento) Disparan hacia el gueto y el gueto responde al odio con odio y al fuego con fuego. Fusiles se echaron a hablar con fusiles y el gueto arde con nuevos incendios. Llegaron como hordas esteparias con veneno en los ojos y hocicos diabólicos, como bandoleros que vienen por bienes ajenos, y cayeron como cabezas desmenuzadas de repollo, como ratas envenenadas, como liebres despavoridas, como carroña que envenena el aire por los caminos. Llegaron como viejos bandidos al primer seder13

para refrescar la memoria: “fuimos esclavos”… pero se los recibió con rayos y relámpagos; llovía plomo en el gueto de Varsovia. Los pálidos reyes en blanco ropajes; las esbeltas reinas con altas pelucas; ricos y pobres se arrojaban sobre tanques enormes con furia de hierro y manos desnudas; y muchachos, recién cumplidos sus trece años, formularon a sus padres las preguntas rituales y esa misma noche, desde silenciosas buhardillas llevaron en bolsitas de filacterias la muerte a los alemanes; lavaron las calles con llamaradas, araron con incendios al salvaje ejército que había retozado por Bruselas y Niza, por Cracovia y Praga.

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Los tanques alemanes ardían como bosques resecos en julio. Ellos creyeron que perseguirían liebres, viejos vencidos, tribus esclavizadas, pero aquí soplaban vientos del norte, se sentía aquí el encendido aliento de las noches de Stalingrado… Donde había una casa, nacía una fortaleza; donde había una ventana, se disparaba con furia, desde cada rincón brotaban llamaradas, a cada paso brillaban cuchillos… Con plomo y muerte se echaron a discutir el mundo: los muchachos se erguían sobre los tejados y desde los tejados llovían disparos, cada chimenea se volvía un refugio, los enemigos se freían en incendios, cada patio escupía con furia; y quien no tenía un fusil en sus manos tejía fuego en fábricas subterráneas: ya nadie se guardaba de la muerte. Y quien no tenía un cuchillo en su mano preparaba las uñas para estrangular; ya nadie permanecía en su casa. Donde hubiera un cuarto, donde hubiera un altillo en el Gueto de Varsovia, en la capital de Polonia, ya no querían más una esclavitud silenciosa; aquí hasta ancianos de cabeza blanca enviaban al enemigo tiros envenenados y caían con maldiciones y plegarias en la boca. Ahora era el viento quien decía “descarga tu ira”14

y ríos ensangrentados corrían, y estrellas se echaban a llorar como ojos, y la Agadá15 se leía a ella misma… Fuego Cada cual tiene predestinado su poco de fuego que calienta, fortalece y purifica. Feliz de aquel cuyo encendido aporte a las generaciones venideras no escatima. No todos quieren darse el lujo de arder por el mundo de mañana. Son solo un vaho en el amanecer, apenas una humareda sobre la batalla.

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En algunos centella un rayo azul, un solo rayo bajo helada ceniza. Y es todo. Su apagado ánimo se encierra en el negro marco de la melancolía. Otro muestra una llamita tibia, tranquila como una vela sobre un ropero; otoños se marchitan, transcurren primaveras, la llama no se ve. Queda en secreto. Un tercero chisporrotea como una mecha seca y apesta con humo creyendo arder; pobre y oscuro se ve un temblequeo sobre los silenciosos muros del atardecer. Un cuarto hace estruendo con una llameante nada, disparando fuego hasta por los codos; pero solo provoca frío y no te impresiona, ¡son fuegos artificiales que brillan, eso es todo! Un quinto echa humo como un cardo mojado, sin vitalidad, sin inquietudes, sin meta; sus días y sus años languidecen como tristes carbones en una chimenea… Quien necesita del jinete que concluyo so carrera y oculta su pequeño fuego bajo llave; alabados aquellos que marchan ardiendo sabiendo por que y para que lo hacen. ¡Alabados aquellos que arrojaron a los campos de lucha su fuego; que hicieron su aporte enardecido a las generaciones, al país y al tiempo! 1943

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SHNEIER WASERMAN (SZNEIER WASERMAN*),

nacido en 1899 en la aldea de Odaltza, cercana a Jelem, Polonia, su padre era un humilde sastre. En 1924se radico en Buenos Aires, Argentina, ejerciendo también el oficio de sastre durante una primera época para trabajar luego como maestro. Publico varios volúmenes de poemas infantiles y colaboró en diversas publicaciones con cuentos y poemas, falleciendo en Buenos Aires en 1982.

Mi padre en cama La cama era el sitial de mi padre. Mi padre en cama, un monarca entre trapos. La majestuosa figura de un personaje bíblico: el rostro modelado en cera amarillenta, en la frente arrugas de siglos de hombres tolerantes; una barba rabínica sobre el rostro de un sastre. Su barba se veía más blanca que la almohada, la almohada de plumas, rota y remendada. Sobre su cabeza el manto de oraciones y las filacterias; sobre los ojos ensombrecidos, siempre de lentes; temeroso de Dios reza de memoria, migajas sagradas chispas de la zarza: un poema del majzer16, una bendición del sidur17, entretejidos con cálidas canciones en ídish; a veces con una melodía del teatro judío para dormirse luego, cansado como un niño… 1976

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ARN TZEITLIN (AARÓN ZEITLIN*), nacido en 1989 en Uvarovich, Rusia Blanca, primogénito del famoso escritor y pensador religioso Hilel Tzeitlin. En 1907 se radica con su familia en Varsovia. Poeta, ensayista, periodista, utilizó al ídish como movimiento expresionista, publica a partir de 1930 una revista literaria, “Globus”, interesada en profundizar problemas de poética. En 1940 se instala en los Estados Unidos donde aparece en 1967 y en 1970, reunida en dos grandes volúmenes, toda su obra poética. Falleció en Nueva York en 1973.

Cuando la gris madrugada disuelve los sueños La banda toca con todos. La banda toca y los bailarines mueven las piernas. De pronto pega el silencio un papirotazo; los músicos se vuelven: —¿Qué sucede? La gris madrugada disuelve los sueños. Se burla en la sobria ventana: —Tontos musiqueros, vuestra paga está kaput; esqueletos no pagan. Para cadáveres fue el concierto y los difuntos volvieron a sus fosas. Del baile, vuelta al gusano. —Madrugada, ¿de que te burlas, gris y fría? ¿Ni paga ni bailarines? ¿Y que hay con eso? Lo importante fue el juego. Desde el profundo desconocido Yo vivía hondamente en mí, no donde me encuentro. El estar, el encontrarse, eran para mi solo intuición.

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Me enviaban mensajes desde el profundo desconocido. Largos años me esforcé por descubrir al barquero. Largos años me esforcé y ya estoy cansado de adivinar e interpretar. ¡Oh, amada mía, te quiero; estoy totalmente pendiente de tu labio; tiemblo por tu pequeña mano! Pero también tu, también tú eres instruida por mí, intuida solamente. Una lluviecita Ángeles que no crecen ni mueren; planetas cansados que rotan sin fin alrededor de sus propios ejes; seres de lejanas galaxias cósmicas, envidian a una lluviecita que salpica mezclada con sol, rápida, luminosa; que, como la vida, llora un poquito, ríe un poquito y desaparece, y por toda herencia deja sobre la tierra un retoño verde. Respecto de mí Soy metafísico y periodista: busco la rima entre eternidad y desperdicio. Soy la necesidad de Dios del ateo y la melancolía del humorista. Soy un bufón: mis realidades se burlan de vuestras realidades. Hay en mí un muerto que observa como yo, el viviente, vivo.

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Soy un sectario que no pertenece a secta alguna Mi ojo pretende ver el mirar. Mi oído quiere escuchar el oír. Porque a la muchedumbre le resulta sospechoso todo sí, tomo venganza sin los sabios no. También sobre la palabra y sus sentidos quiero encender un nuevo ojo; como una estrella, un tercer ojo; el tercer ojo del ciego. 1931 Ustedes dicen… Ustedes dicen: —¿Qué nos importuna Con realidades diferentes a esta Que conocemos por nuestros sentidos? Con los dos pies estamos parados aquí Sólida, segura y concretamente. También a la luna hemos de acostumbrarla a los pasos del hombre Hemos de instaurar nuestra realidad sobre las estrellas y ellas han de volverse mundos iguales al nuestro. Allí también, sobre aquellas tierras, hemos de erguirnos sobre ambos pies, sólida, segura y concretamente. Pero tontos, ¿es que acaso están parados en vuestros pies? ¿Está la tierra detenida acaso? Por lo contrario, la tierra es solo una porción de cielo. Junto con ella viaja un hombre; junto con ella, sus pies. Solo esto es seguro y concreto: todo es espíritu y esta en el espíritu; todo esta en los cielos, y es cielo.

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Yo soy más Yo soy yo, más un libro que leo, más años que van y vienen, más todas las mascaras que llevo de día, más lugares por donde ambulo de noche en sueños, más todo lo que quiero y espero, más todos los todos, sin límite no termino. Ardiente exterior ¿Si pudieras oír! Las estrellas ríen carcajadas de fuego cuando las paredes, esos oscuros guardianes, guardan tus sueños. Tú crees que duermes. Las paredes creen que cuidan. En el afuera cósmico, ardiente de estrellas, ven que tu giras como gira tu planeta. Tu fin esta entre mundos, y tu cama, en el cielo. Ser judío Ser judío significa correr hacia Dios siempre aun siendo alguien que huye de él; es esperar escuchar cualquier día —aun siendo ateo— la trompeta del Mesías. Ser judío significa no poder dejar a Dios aun queriendo hacerlo; significa no poder dejar de orarle aun de vuelta de todas las plegarias, aun de vuelta de todos los aúnes.

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Canto al sabra (fragmento) ¡Compréndelo! Aunque en la crónica de las generaciones yo sea apenas un punto sin envergadura, lo que digo te es dicho en nombre de una bimilenaria angustia; en nombre de una santidad torturada que es tu herencia. Constituyes, lo que quieras o no, el heredero. Debes corregir las lágrimas que generaciones vertieron por la destrucción de Jerusalém. Debes darle sentido a la sangre que corriera dos mil años y, lo que resulta seis millones de veces más difícil, darle sentido a Maidanek, darle sentido a Treblinka. Generaciones te alcanzaron un vino de vinos, un oscuro brebaje de penas judías; no vuelvas el rostro, ¡bebe! Dos mil años recordamos Jerusalém hasta que te sangramos la nueva. Ahora vamos a tener que recordar Maidanek. Si olvidas, profanas un juramento y el Estado judío sólo será un episodio. En cada una de sus fiestas, en tu mayor alegría, no has de olvidar la endecha, ni las lamentaciones. Si te olvidaste, Maidanek, que se seque mi diestra; que mi lengua se pegue al paladar, si no te recordase.

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El fondo ¿Ser o no ser? Esta es la pregunta. Sentido o sinsentido, quiero saber. Tal vez desde hace mucho, el balance divino haya hecho pedazos nuestras humanas cuentas. El balance justo es redondo: luna clara sobre valles ensangrentados. Pero las unidades lloran como niños torturados. ¿Ser o no ser? No es la pregunta. Sentido o sinsentido, quiero saber Quiero una rendición de cuentas no—divina por las lagrimas que los no—divinos debemos verter. 1936 ¿Quién tiene la culpa? ¡Quien tiene la culpa de que sucumbamos, de que no sepamos qué hacer con nuestras vidas! Dentro de centenares de años, un ojo se atragantará de sol, y de niños resonará la risa. Y aún surgirán manos piadosas en lugar de las que alzan bayonetas; Y florecerán poetas bucólicos cuya grandeza consista en que nada recuerdan, Quien sucumbe es culpable. Desolación es culpa; y la culpa es castigo, y el castigo no ha de omitirnos porque se rebasaron las medidas y lo que una mano siembra, ha de cosecharlo. Gases han de asfixiarnos. Hemos de yacer bajo cenizas y el verdor heredará las parcelas muertas; y una joven lluvia lavará la vieja tierra y las cosas hablarán una lengua nueva y Dios descenderá y resonará la risa de los niños. Varsovia, 1933

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Janusz Korczak Y aquel día Dios mismo se volvió un callado hereje. ¿Para qué –se preguntó— habré creado el mundo y las generaciones? Ni el ministro de las risas celestiales logró ahuyentar la tristeza del todopoderoso. (A menudo solía leerle tonterías que un filosofo filosofaba respecto de Él y cosa por el estilo). Pero ahora había perdido la fe hasta en su propia existencia. (Si yo existo, ¿cómo puede existir una inmundicia tal como el nazismo?) Alrededor suyo brotó una muda oscuridad. Pero entonces llegó a los cielos cierto doctor, niños detrás suyo marchando en fila encendiendo el firmamento con una canción. Observa: los tremendos sucesos se evaporan y desaparecen. Mientras viajaban en el vagón de la muerte cantaban esta canción; con la misma canción ascendieron traídos por el humo y continúan cantándola aquí arriba. Es una marcha para ir de paseo: “¡Un, dos, tres, vamos a la tierra de la libertad y la frescura, a la tierra del verano; un, dos, tres, a la tierra del sol marchamos, marchamos. Nuestro andar es grato y ligero, un, dos, tres, a la tierra del sol, a la tierra del verano!” El doctor marcha delante, un poco encorvado; tras los anteojos sonríen sus pequeños ojos bondadosos; siguiendo el ritmo se sacude su rubia barbita cana. Y también él, el hombre mayor, el doctor, con ellos canta: “¡Un, dos, tres y nada preocuparnos! Vivimos y a la tierra del sol nos llevan nuestros pasos” Y el Creador les tomó prestada la alegría, y dijo: —Ahora compruebo que realmente existo.

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IZI JARIK*, nacido en 1898 en Zembrin, aldea de la Rusia Blanca, su padre era zapatero. En 1919 se alistó como voluntario en el Ejercito Rojo, luego fue diputado al parlamento de Bielorrusia y miembro de presidium de la Unión de Escritores Soviéticos. Acusado de “desviaciones ideológicas” murió deportado en 1937 siendo rehabilitado en 1956 de manera póstuma.

Cantos acerca de cantos Para qué habré aprendido a componer canciones, ¿no me bastaba con la inquietud del viento? Ven cabeza mía, tonta y agobiada, voy a acunarte como a un niño. Tu padre no sabía nada de poesía, leía dificultosamente letra a letra. Hubieras podido ser como él, un simple zapatero huesudo, sano y sencillo. Y cuando la mañana se atragantara de colores y el viento hamacara tu casita, cantarías como él, trabajando, sin darte cuenta tú mismo… Y andarías ligero, con miembros cansados, y siempre llevarías despejada la cabeza, ¡para qué habrás aprendido a componer canciones, cabeza mía, criatura inquieta! Novedades golpean los vidrios… Novedades golpean cada mañana los vidrios; arrojo afuera mis dos inquietas manos y que en algún lugar ya arde otro país estoy listo a escuchar confiado. El corazón comienza a echar fuego; siento que un tirón me arranca de mi casa; en cada plaza roja vuelve a hablarnos Lenin, y cada plaza roja hierve y llama…

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De nuevo esta ardiendo el horizonte. Levanto mi cabeza iluminada, y la llevo. El calor empuja; el clima es de fiesta. Y así todas las noches y cada día nuevo… Enero 1925 Sobre la tierra Coloquen cuanta más carga sobre mi nuca; tal vez apriete un poco mas los dientes pero cuánto sea que carguen voy a decir: —¡es poco! Y por pesado que sea, voy a gritar: —¡Más! Que hacer si me siento ligero y cualquier tarea me resulta digna. Necesito cantar, me pongo de pie y canto, y, mojada de rocío, me responde la vía láctea. Creo que toda una vida podrían andar sobre la tierra con el primer rocío y la juventud sobre los labios, y cuando se me haga gravoso… pero ¿cómo puede hacérseme gravoso si energías juveniles manan todavía y manan.

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ROJL KORN (RACHEL H: KORN*), nacida en

1898 en Pidlisik, cerca de Pshemishl, Galitzia, hija de terratenientes. Comenzó escribiendo en polaco y luego pasó al ídish. Debido a sus actividades antifascistas entre ambas guerras en Polonia, fue perseguida y arrestada. Pasó la segunda guerra en la URSS y en 1948 se radicó en Montreal, Canadá, donde falleció en 1982.

Juego con prendas Me ajustas una venda a los ojos prietamente como si jugáramos a la infantil gallinita ciega. Quizás con ojos vendados distinga aquella lagrima que se fingió fraterna. Puede que escuche el canto de estrellas extinguidas hace tiempo y que perciba como maduran quedamente los sueños. Entonces, siga el juego. Tiendo ante mí los dedos, tal vez en la oscuridad reconozca mis añoranzas crecidas sepulcro adentro. En este lugar preciso me alcanza un murmullo… Comienzo a dar vueltas sin que haya a quien descubrir. Mi mano cuelga vacía y el juego llegó a su fin. Pero no encuentro la puerta y siento como voy haciéndome parte del desnudo muro…

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¿Quién de mis ojos, entonces, habrá de desatar la venda y tomar mi vida en prenda? Otoño Los frescos, negros, surcos de tierra yacen agobiados y sumisos bajo el sol otoñal como parturientas primerizas que tras los dolores sonríen calladamente prontas ya para ser madres de nuevo. Vinieron cuervos a participar de la fiesta; se pasean con pasos medidos, bailarines, buscan gusanos desenterrados con inteligentes ojos negros y sacuden las cabezas como tías viejas masticando porciones de bizcochuelo con las encías azules: —No importa, el dolor es como el rocío, en seguida vas a alcanzar la alegría; en seguida, antes aún que con sus afiladas colas, las golondrinas recorten las primeras lanas del cielo de primavera.

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IOSEF PAPIÉRNIKOV*, nacido en 1897 en

Varsovia, Polonia, emigró en 1924 a la entonces Palestina, donde trabajó como obrero de la construcción, tendiendo carreteras, etc. Relacionado desde muy joven con el sionismo obrero, fue uno de los más fervorosos luchadores por los derechos de la lengua y literatura ídish en Israel. Su obra poética, de tono sencillo, encontró el camino del alma judía y sus versos son cantados y recitados, a menudo sin recordar quien fue su autor, como parte del acervo popular judío. Casi centenario falleció en 1993.

Bosque monte arriba Como un enorme ejército desplegado batallones de árboles se lanzaron a conquistar un monte en el camino, tomarlo por asalto entre tu boscoso silencio secreto. Andan y trepan, empecinados, monte arriba; un árbol quiere superar al otro, adelantarse al otro, cada cual quiere poner primero el pie sobre la cima. Recién arriba, ya en las alturas, desde la montaña duramente conquistada, se ve a los verdes batallones echarse nuevamente abajo como manadas de ciervos que con enramadas cabezas de árboles se lanzaran desordenadamente monte abajo. El mar ante mi ventana Parecería poca cosa, apenas unas pocas pequeñeces, una camisita lavada, un par de pañales, calzoncillos, una sabana tendidos ante mi ventana por una vecina, y me ocultan el mar, todo el mar; fuera con él, ¡desapareció! ¡Y dicen que el mar es enorme, inmensamente grande!

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Los últimos Es cierto, es cierto hermanos, nosotros somos ya el ocaso, eso esta claro; somos ya las últimas filas, como soldados que abandonan las trincheras de la noche, y preparan la última batalla para el ascenso de una generación que no ha de hacerse vieja ni tener cabellos canos, como nosotros, a los veinticinco años.

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SHMUEL HALKIN, nacido en 1897 en Rogachov, Rusia Blanca, falleció en 1960 en Moscú, luego de pasar largos años en las cárceles soviéticas. Poeta, autor dramático, traductor de Shakespeare, Pushkin y Gorki, representa una de las voces mas concientemente judías de la trágica literatura ídish de la URSS:

Rusia ¡Rusia! Si no fuera por mi sólida fe en tí usaría hoy contigo otro lenguaje. Tal vez te dijera: —Nos has engañado, no has deslumbrado como a jóvenes gitanos. Cada acto de tu mano nos resulta querido y penosamente duro de ser soportado, y por grandes que sean la humillación y el daño venimos ahora ante ti a quejarnos: ¿En que dirección se espesan hoy las aguas? ¿Hacia dónde, hacia qué tierras? Entre vosotras hemos de sucumbir dichosas calles soviéticas. Ver como naufragamos bajo culturas agrestes no os estaba, hasta hoy, predestinado; y ahora marchamos uncidos y morimos de vuestros abrazos. Moscú 1933 El recién nacido Qué el recién nacido sea bendito: que con la leche materna penetre en él sed de traer luz para la humanidad entera, pero que el resplandor sea también para su pueblo; cuando descubra para el mundo una nueva estrella, que por lo menos la suerte de su pueblo no oscurezca. 1945

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¿Qué día es hoy?. ¿Qué día es hoy? ¿Cómo se llama este día? Si lo has olvidado no es ninguna tragedia. ¿Cómo se llama este día? ¿Qué interesa? ¿Acaso comienzas de nuevo tu vida? Y si es para terminarla, ¿Qué importa cuándo? Si quieres, llama a tu día “ha sido” y llama “no ha sido” a la noche. no esta mal, observa que las noches no tienen nombre. 1953

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ELIEZER GRINBERG (ELIEZER GREENBERG*),

nacido en 1896 en Lipkan, Besarabia, en el seno de una familia acaudalada. Formo parte del grupo de poetas de su cuidad natal que encabezaron Eliécer Shteimbarg y Inakev Shternberg. En 1913 emigró a los Estados Unidos donde cursó estudios universitarios, luego ejerció la docencia y publicó volúmenes de poemas y ensayos literarios. Tradujo al ídish poemas de autores americanos y en colaboración con Irving Howe compaginó sendas antologías de poesías y prosa ídish vertidas al inglés. En 1977 falleció en la ciudad de Nueva York.

La última palabra… Llevas tu juventud libre y francamente como se lleva abierta una rosa roja; tus pasos resuenan como versos y ante ti, como el viento, anda tu aliento joven, caliente como un licor, que estando sobrio, en un instante te emborracha. Peor no soy ya lo bastante joven como para dejarme llevar por la juventud a ciegas, ni soy tan viejo todavía como para que no me conmueva tu belleza. Habito aquella edad ahora en la cual el corazón aprecia la menos sonrisa. Como vino en un lagar, la sangre fermenta todavía y se burla de la sobriedad de la inteligencia.

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IANKEV GLATHSTEIN (JACOB GLATSTEIN*),

nacido 1896 en Lublin, Polonia, en una familia de músicos y rabinos, recibió una educación tradicional judía. En 1914 se radica en los Estados Unidos y estudia abogacía. Por los años 30, junto con Glantz Leieles y N.B. Minkov, revoluciona la poesía ídish creando el movimiento introspectivo. Su obra poética resume el juego intelectual y una ternura reprimida, en un idioma repleto de hallazgos. En un segundo plano se encuentran sus ensayos y análisis literarios que lo definen como un original prosista. Falleció en Nueva York en 1971.

Obstinado Si un hombre se obstina puede vivir casi nada; conformarse con apenas un trozo de si mismo Conocí hace tiempo a un hombre orgulloso erguido sobre altas piernas. Hoy lo conducen en una silla, vacías las mangas de los pantalones. Pero aun se muestran orgullosos sus lentes y severa la orden al que conduce su sillón. Ha encogido y decidido vivir por la mitad: después de todo, piernas son solo una comodidad y la sucia vida puede más que un par de piernas. No le habléis de Job; se ríe de él y no filosofa. En el camino Aterrorizado me detuve cuando ví que calculadamente grande te habías vuelto; como habías derrochado por el camino nuestras maravillosas pequeñeces; como habías dejado caer en el barro los amuletos de nuestra soledad.

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Envié tras de ti duendes y sirenas a encantarte el alma con añoranzas de nuestra bendita pobreza, de nuestra escasez feliz, nuestro pan y sal. Peor ya eras rey de una turba y decapitabas a todos mis emisarios. Ante la entrada del bosque El guardián del bosque custodia enormes riquezas; pero no vigila armado, sino que duerme: que se escurra dentro el que quiera. Entre sombras, el camino se entrega entero, abierto ante ti; el intruso permanece impune. Marchas a solas contigo, en silencio. Lo que importa es cuanto temor eres capaz de soportar, cuantas pesadillas logras ahuyentar. Vas a necesitar de tu coraje. La noche del bosque es agria y dentada. Cuanto hayas traído ha de resultarte escaso: la provisión ha de agotarse; la cantimplora, secarse; tu ropa, deshacerse; tu espinazo, quebrarse. No te aprestes a luchar, no tiendas siquiera el brazo. Solo protege tu mente contra el último temblor. Vejez Delgado y frágil es el amor de la vejez. Te mueves inseguro tanto sobre la piel como sobre el suelo. Comienzas a administrar con avaricia tus energías; sientes lo incisivo de cada día que te esta destinado. Te lamentas de no haber advertido tantos crepúsculos.

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Flores, árboles, hierbas, graban en tí canciones con espinas. Caminas por la vida como por sobre vidrio. Las sombras cobran para ti profundo sentido. Celebras una sonrisa fresca como un obsequio y te tornas avaro de la Divina abundancia de tiempo. Canción oscura Nunca te he visto cuando bañas a tus hijos; cuando sentada a la orilla del agua arrojas tu triste red sobre tus alegres panecillos; cómo permaneces sentada, adormecida, nostálgica. Alguna vez ha de pasar, tenderte la mano y ayudarte a cargar con el yugo de tu alegría hogareña. Sones ¡si la muchacha rubia del arpa es un ladrón disfrazado! Con un puñal de vidrio cercana las cabezas azules de los sones y los deja debatiéndose moribundos por el aire. Y tu y yo, que toda la noche, dentro nuestro, hemos trocado besos el llanto de nuestras entrañas, mira como ríe de nosotros la muchacha rubia del arpa y nos dedica una canción burlona hasta bien entrado el día, hasta las profundidades del día.

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A una hermana en la lejanía Te envío, presurosas, unas palabras… Tus asustadas trenzas son más jóvenes que tus ojos, que tus mejillas enfermas. Me escribes mil cartas con el pensamiento y las borras con una sonrisa. Creces día a día con el césped pero para mí eres siempre todavía, un medallón sobre el cuello, que recuerda. Y yo, incomprensiblemente, ni estoy de ti lejos ni cerca; solo separado, desdichadamente separado. La hora Querida mía, la hora de la redención nos agobia. Nos faltan fuerzas para resistir las pruebas. Hurgamos en tratados. Recordamos citas y proverbios. Los profetas también callan conteniendo el aliento. Nos enceguece el resplandor del amanecer que se hace día. No se oye apostrofar ni maldecír. Y nosotros, tú y yo, sobrepongámonos al cansancio; no nos vaya a sorprender dormidos la hora de la redención.

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Tu partícula de santidad (fragmento) La mañana te despierta con un interrogante cacareo: —¿Judío? Todo el día persigue tu mente adormilada la respuesta Desde que pones el primer bocado en tu boca hasta que te descalzas para echarte a dormir. Nadie imagina como desmenuzas el día enero en busca de respuesta. Eres mas devoto que tu abuelo; tu devoción te hiende las carnes con mas rigor que las más tajantes correas de sus filacterias. De nuevo (fragmento) Vendrás y de nuevo has de evaluar tu infancia, la obstinación de tus pequeños ojos y oídos; cesarás de acunar tus años; has de liberarte por primera vez del abrigo de tu herencia. No temas, nadie ha de quitarte lo tuyo. Tan solo se trata de comenzar de nuevo desde tu primerísimo dolor; de introducir en ti, como a través de una herida, el amor de tu tribu, dolorosamente.

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Decir la plegaria de la tarde de “El rabí de Bratzlav a su escriba” Voy a revelarte un secreto, Natán: la Plegaria de la Tarde hay que saber decirla. En una oración sabrosa. Te andas por la hierba, nadie te urge, nada te apremia; andad delante del Creador con ofrendas en manos desnudas, limpias; las palabras son oro, su sentido, transparente, y tú las cargas de intención como si por primera vez afloran a tu boca. Decir la Plegaria de la Tarde… ¡Casi nada! ¡La Plegaria de la Tarde…! Natán, si no te sientes crecer ante ti mismo, es que no la pronunciaste. La melodía es toda sencillez, pero, ¿quién sino tu pone su mano en el declinar del día? Tu espalda carga una gran responsabilidad: tomas un día creado y lo conduces al arca donde reposan todos nuestros días vividos: El día se hunde calladamente, con un beso; se tiende a tus pies erguidos para pronunciar las Dieciocho Bendiciones7. No está en tus manos crear nada; pero tú, judío de la Plegaria de la Tarde, puedes conducir un día hasta su mismo desenlace y percibir la sonrisa del palpable ocaso. Penetras lo cabal de todos: envejeces con días que se siguen de continuo y subsisten sin que falte un segundo. Traes un día vivido, una ofrenda para la eternidad. ¿Qué hacías acaso nuestros padres cuando salían a pasear una plegaria? Hubo un tiempo, Natán, en que me flagelaba con ayunos; en que celebraba penitencias. Cierta vez, durante la Plegaria de la Tarde,

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Se alzo dentro de mi una voz burlona. Era la voz del abuelo (¿es posible confundirla acaso?): —“¿Qué te diste a ayunar de esta manera? ¿Por qué te martirizas el cuerpo de ese modo? ¿Por si alguna vez te obsequió una partícula de gozo? ¿Qué hiciste de tu apariencia humana? ¡Si un cadáver tuve más rozagante…! ¿Qué actos pecaminosos cometiste, al fin de cuentas, y a quien causaste daño con tus faltas? Te torturas tanto que ni te restan fuerzas para un pensamiento de contrición, mi gran arrepentido… Un santo cabal, fuerte y sano, puede derribarte con un estornudo” apenas terminada la Plegaria de la Tarde, Natán, probé bocado, y me dije: —Sobre lo que voy a necesitar ponerme de acuerdo con los cielos es sobre el valor de mis buenas obras: obra más, obra menos, regateo de centavos. Pero de mis pequeños pecados no debo jactarme. Hay que ser humano, ser capaz de perdonarlos incluso a uno mismo. Fieles pecados Fieles pecados míos, nunca os pequé de veras. Nunca os he cometido como se ejecutan obras buenas. Siempre os he farfullado como quien apura un deber; nunca me habéis atrapado entero, excitado hasta los huesos como el buen vino de un versículo, como un mandamiento cuyo sentido vive en el recuerdo.

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Benditas sean las pupilas queridas que han tornado para mí virtuosos trozos de vida inerte, campos de hierba sobre los que ahora descansa mi cabeza mientras sueñas intensos sueños. Me sois benditos. Me estabais predestinados. De un padre a su hijo Hijo mío, guié tus dedos ciegos por sobre letras judías, como por sobre braille; te di a beber, a escondidas, cucharadas de judaísmo. Te debatías como si fuera aceite de ricino. Nunca comprendiste mi intención. Hijo mío, te vacuné para protegerte del exterior. Te judaizaba día a día: hendía tus entrañas con apego y ternura. Te asombrabas siempre de que un padre pudiera ser tan cruel; de que pudiera ensañarse con la llaga de su hijo para hacerla mas amplia y mas profunda. Volqué dentro tuyo, hijo sustancia y obstinación judías. Ahora te alejas, te vas a la deriva, te atrapó y te arrastra lo ajeno. Te atrae el monte, te tira al valle. Huyes. Se evaporó la paterna enseñanza. Sin embargo ¡Shmá Israel!18 gritan nostálgicas tus entrañas.

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Buenas noches, mundo Abril, 1938 Buenas noches, mundo; ancho, pestilente mundo. No eres tú: soy yo quien da el portazo. Puesto el largo talego con el llameante remiendo amarillo19, orgulloso el paso, Por mi propio mandato vuelvo al gueto. Borro, pisoteo todas las huellas conversas. Me revuelvo en tu lodo, alabada seas, alabada seas, contrahecha vida judía. Anatema, mundo, sobre tus sucias culturas. Aún cuando todo este en ruinas me hago polvo de tu polvo, triste vida judía. Puerco alemán, polaco hostil, amalequita9 ladrón, tierra de borrachera y gula; fofa democracias, con tus frías compresas de simpatía; buenas noches, prepotente mundo eléctrico, vuelvo al querosén, al resplandor de mis cirios al eterno octubre, a las diminutas estrellas, a mi giboso farol, a mis torcidas callejuelas, a los restos venerados de mis sagrados textos, a mis profetas, a mi Talmud y a sus arduos párrafos, al luminoso ídish, al profundo sentido, a la ley judía, al deber, a la justicia; hacia la silenciosa lumbre del gueto marcho, mundo, con regocijo. Buenas noches, mundo. Te obsequio todos mis libertadores; toma los jesusmarxes, atragántate con su coraje; revienta por una gota bautizada de nuestra sangre. Y yo confío en que aún cuando demore, habrá de fructificar mi espera, temprano o tarde; han de susurrar aún hojas verdes sobre nuestro árbol seco. No necesito consuelo. Vuelvo a mis cuatro paredes; de la música idolatra de Wagner a la melodía jasídica, al canturreo. Desgreñada vida judía, te beso; llora en mi alegría de volver.

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Cantos A Mi vieja tierra se entibia. Borbotones de sol se tienden sobre ella. Mi vieja tierra se torna Mi santa cabecera. El cuerpo martirizado, Yazgo y escucho Como va volviéndose mío cada palmo Yo, el tallador de lapidas, Me torno hacendado. Ellos pronuncian tierra; Ellos dicen fábricas, Naves, aviones, prados; Y aún no siendo todo mío, Todo es tengo; todo para mi creado. B ¿Sabes como huelen huesecillos jóvenes de chiquitos recién nacidos? ¿Conoces el aroma madrugador de masa recién horneada? Así huele la joven historia judía; así sabe cada página recién escrita. Y tú estás en cada palabra, eres joven con una juventud que conquistó el llanto de tus ojos. Como una flecha huyó tu vejez. Ahora bebes la copa del consuelo. Te invitan al púlpito, Te está permitido inscribir una letra. Olvidas hasta tu nombre. Y haces un brindis por tu juventud, Joven como la historia judía.

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C Entre los refugiados de la necesidad y el cansancio, los últimos en acudir han de ser los refugiados de la abundancia. Vendrán a adelgazar hasta el hueso judío. Han de ser os que aguardan, los que obran con tino. Enviarán espías al Estado judío, y hasta que no les sean dadas, negro sobre blanco, las pruebas por escrito de que leche y miel ya se ha echado a mamar, han de aguardar. Plegaria El significado de mis palabras más hermosas vuelve necia mi plegaria a ti. Mis alabanzas impregnan el aire de olor a idolatría. Te rezo desde un libro de plegarias mudo, mi triste Dios. La flor más diminuta te brinda más satisfacciones que todo lo creado en los seis días. La rutina de nuestra vida destructora es tu preocupación menor. Nos otorgas chance por milenios y ocultas tu rostro de nosotros. Los muros de nuestras casas rezuman estupidez. No conocemos siquiera el alfabeto de la santidad. ¿Cuántos miles de vidas hacen falta para concebir siquiera el posapiés20 de una sonrisa tuya? Te rezo desde un libro de plegarias mudo, mi triste Dios. No eres de temer ni estas airado. Permaneces simplemente lejos de nosotros cuando mancillamos cada instante de vida. Cuántos destellos de inmortalidad hayamos aspirado por nuestras narices, no son mas que ruina asegurada. Te rezo desde un libro de plegarias mudo, mi triste Dios.

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El regocijo de la palabra en ídish Con que tristeza se traducen las palabras a la hora de la conciencia plena. La orden es rigurosa; las letras inclinan sus cabezas El milagro se apaga en tus ojos. Hasta la piel se estremece. El canto brota como hierba nueva, pero tú la pisoteas despóticamente y el verdor sucumbe con un grito. Condenas al horizonte entero a traducción. En la mano del maestro, un látigo de plomo. Y esclavizado así suspira el paisaje de palabras todos. Nunca enfermaron vocablos tan jóvenes. Tú, freno de tanta belleza salvaje, tumbas la cabeza de un tigre, de un león. Envejeces, te inclinas, tú, solitario, triste vencedor. Vamos Guarezcámonos tras un pequeño cerco. No un gueto, Dios guarde; tan solo un muro silencioso. Sentémonos entre nosotros y con entendimiento veamos como fortificar nuestras debilitadas manos. Lo transitorio nuestro, armado como una cabaña de juncos, se desmorona torcido, raído y viejo. No queremos aún adormecernos pero a la fuerza nos acunan Agucemos pues la inteligencia; ingeniémonos.

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Felices fiestas Nuestra tierra floreció en cientos de preocupaciones pero las banderas de la alegría flamean seguras. Shalom judíos en el país de los propios desvelos. Tan real como el sol es la alegría. La fiesta es nuestra porque la común, fraternal pobreza está plantada sobre los cimientos de hierro. Esta gran hora comienza con esto, mira: existe. Pueblo errante, pueblo prodigioso, quizás valió la pena la dispersión. La redención deambuló, se extendió, abrazó, iluminó, entibió, se apiadó de un pueblo de antiguos, innumerables días de duelo. Quien podía sospechar que nos estuvieran predestinadas aún jóvenes festividades. Sobre el viejo árbol torcido, azotado por las lluvias, brota asombrado y primerizo un tallo: dieciocho años. Por un milenio ha de volverse leyenda todo lo sucedido y tornarse más luminoso que la realidad misma. De la fuerza brotó dulzura. Del fin broto principio. Nuestros primeros años sin lágrimas lloran de regocijo. Pero todas las lágrimas son fructíferas, redimidas, consoladoras. Para viejos corazones judíos jóvenes años de primicias, como un Pentateuco recién recibido.

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Todas las preocupaciones nacieron de la alegría de las primicias. Son preocupaciones repletas de bendición, propias, benditas de lluvia; no son preocupaciones gemidas sino previsoras, inscriptas en las jóvenes escrituras. La alegría logró vencer al suspiro judío. A un pueblo torturado le resulta difícil confesarlo, peor cárgate de amor y dí: fueron años primerizos con penas luminosas. ¡Felices fiestas, judíos; shalom en el país de las propias, valiosas y fuertes preocupaciones! 1966

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MALKE JEIFETZ TUZMAN (MALKA

HEIFETZ TUSSMAN*), nacida en 1896 en una aldea de la región de Volinia, Ucrania, donde su padre era arrendatario, emigró en 1912 a los Estados Unidos. Durante años ejerció la docencia en una escuela elemental judía de Los Angeles, California, y desde 1949 fue instructora de Lengua y Literatura ídish de la “University of Judaism” de esa ciudad. Desde muy joven escribió poesía, primero en ruso y luego definitivamente en ídish, idioma en el que se publicó media docena de poemarios. Falleció en 1987.

Viudez Embebida en luz de mi propio interior, soleada—oro envuelta en mi dulce grato calor soy una columna de áureo sol. Y él se inclinó sobre mí, se inclinó profundamente. Yo alcé mi mirada hacia él, mi voz, y blandamente femenina le dije: —Mi nombre es deseo, ¿es tu voluntad? Y él: —No, mi nombre es compasión. Y abrió su boca, una boca enorme cuadrada. Y la boca cuadrada sopló sobre la columna de fuego y me apagó me a— pagó.

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En los azules estanques de tus ojos Observa la reina: deja caer de los hombros a sus pies las vestiduras reales. Formando un circulo a su alrededor yace el ropaje. Observa la reina: sale del brocado de oro y penetra en los azules estanques de tus ojos. Calla Lejano cielo ábrete a la lejanía pero tú siéntate y calla según tu costumbre embebido en ti mismo. Calla. Yo he de vencer la lejanía y silenciosamente, como un gato, he de arrimarme a ti, acurrucar mi rostro contra tu pecho y relatar. He de contártelo todo. Calla. Calla. Hasta qué altura Si vengo a tomar tu ternura, ¿hasta qué altura habré de alcanzarte? ¿hasta tu hombro? ¿tu boca? ¿tus cejas? Si vengo a tomar tu ternura ¿quién hacia quien habrá de alzar la mirada? Uno—dos ha de erguirse mi esbeltez. Si yo vengo a tomar tu ternura ¿hasta qué altura habré de alcanzarte?

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Para amigos de duelo por una madre anciana Un consuelo para vosotros, amigos. Sólo un tonto puede creer que tiene para cada ocasión la palabra adecuada. Pero quiero recordaros: una madre también necesita descansar alguna vez. permitídselo; concededle descansar, queridos míos. Levantaos y con una sonrisa silenciosa barred la tristeza de vuestra casa.

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MOISHE KULBAK*, nacido en 1896 en Smorgón,

distrito de Vilna, Lituania, su padre trabajaba en los bosques y su madre provenía de una familia de labriegos. Estudió en una escuela talmúdica y escribió sus primeros versos en hebreo para pasar luego al ídish. Durante su permanencia en Vilna, enseñó allí literatura y fu el maestro de toda una generación, especialmente del grupo Iung Vilne —Joven Vilna—. En 1928 se radicó en la URSS y en 1937 se arrestado y asesinado allí bajo falsas acusaciones. Su obra poética, novelística y dramática es una pintura maestra de la época.

Ví palabras… Ví palabras en ídish como pequeñas llamaradas, como chispas que se arrancan del oscuro mineral. Sentí palabras en ídish como claras palomas. como palomitas que arrullan y arrullan en el corazón. Una extensión de nieve… Una extensión de nieve. Una fría estrella bruñida, el viento un cuchillo; a centenares de millas acuesta mi mujer ahora a mi hijo… ¡Qué noche! Suena un violín azul y un nevado violoncello. A centenares de millas me ve mi hijo y sonríe en sueños.

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Un baile…

Mené, mené, tekel ufarsín (Daniel 5/25)

Repican salones iluminados y la orquesta gime. Los tambores tapan el intenso llanto de los violines, los contrabajos cavan como viejos sepultureros con oscuras azadas, clarinetes ríen, parlotea el címbalo, chillan los broncíneos platillos y danzan señores de almidonado saco, damas de blanca seda, claras, luminosas y mas luminosas… Y se mezclan, sedientos, flamígeros bigotes negros y pequeños dientes relampagueantes, campanilleantes rulos, lazos, zapatitos afilados, miradas centellantes y medias… Y calladamente, entre el estremecimiento de los corazones ahogados, se acurrucan mas prietas las rodillas, cada vez mas cerca, echan chispas… y dispara fuego cada pupila y pestañas tiemblan, tiemblan… Pero, de pronto, el violoncello deja oír un gemido en la orquesta como a veces en el bosque se oye un gemir de nidos abandonados… y la sangrienta luna menguante gotea por las ventanas. Aparece una mano, una mano en cadenas deformada en el trabajo, y escribe las letras de sangre sobre el muro: —¡Muerte1… Y danzan señores de almidonado saco, damas de blanca seda, claras, luminosas y mas luminosas; chillan los broncíneos platillos, clarinetes ríen, parlotea el címbalo, los tambores tapan el intenso llanto de los violines y los contrabajos cavan como viejos sepultureros con oscuras azadas… 1922

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PERETZ MARKISH*, nacido en Polnoe, regio n de

Volinia, Ucrania, en 1895, provenía de una familia de artesanos. Comenzó escribiendo poesía en ruso pero en 1918 se unió al grupo de escritores de ídish de Kiev, junto a Hofshtein y Kvitko. En 1921 viajó a Varsovia, donde permaneció un tiempo liderando el grupo Jaliastre –Pandilla— con Meilej Ravich y Uri Tzvi Grinberg; luego volvió a la URSS. En 1939 fue condecorado con la orden de Lenin y durante la guerra activó en el Comité Judío Antifascista. En 1948 fue detenido y juzgado como parte de la liquidación de la cultura judía, siendo fusilado en 1952. A su obra poética, polémica y de gran fuerza, acaba de sumarse un nuevo volumen, que permaneciera oculto e inédito durante los años de represión.

Me despido de ti… Me despido de ti, tiempo que te vas; no te conozco, pasado, no me perteneces, sólo me has soñado. ¿Y tú, quien eres futuro mío, cubierto de cabellos grises? Yo no te pertenezco, sólo te estoy soñando. ¡Ciego, insignificante ahora, soy tuyo! ¡Y soy ciegamente rico! ¡Los dos a un tiempo morimos y a un mismo tiempo nacemos! 1919

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Torre Eiffel A ¿Y tú? ¿No eres de nadie? ¿No perteneces a la tierra ni al cielo? ¿Quién habrá de consolar tu soñadora soledad? Murmullos, cantos tarareados e himnos ruedan hacia ti, ¡oh, ascendente, nostálgica unidad…! Enviados de la tempestad preguntan por ti; sobre tus soñadoras alturas crecen, musgosas, nubes de quietud; ¡quiero colgarme de tí como aspas de un molino, oh, atleta solitario, famosa torre Eiffel! ¿Quién saldrá de entre las nubes, a recibirte? La madrugada se hamaca sobre ti como un trozo mordido de pan solar. ¿Dónde esta tu cabeza, soñadora torre Eiffel? Millones de pasos chapotean hacia ti por atajos y caminos, y las calles no conocen la senda que conduce hacia los desiertos soleados. Oh, solitario, en las alturas consuélate con tormentas. B Soy ahora un oscuro pensamiento en tu cabeza, torre Eiffel, con mis cuatro hombros, un ciego búho cuatro veces giboso; ¡oh, gibosos costados del mundo! ¿Quién habrá de descubrir y entender el interminable nudo de principios y finales? Arropada en almidonadas neblinas compuestas de tramas nocturnas, Así, envuelta en mantos otoñales de marchitas pieles de oveja, Estás rodeada con hebras de tristeza, noche y día, ¡oh, solitario prisionero, descarriado Mefistófeles! He aquí ahora la ciudad tendida a tus pies, como una telaraña donde trepan y sucumben moscas atrapadas, sin salida ni esperanza; ¿quién roe? ¿quién es roído? ¿quién es una vez y quien tres veces? ¡Oh, erguida solitaria idea! ¡Oh, solitario, descarriado Mefistófeles; ahora soy un oscuro pensamiento en tu cabeza, torre Eiffel! 1922

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Afuera Las lavadas tapias se secan al viento y blandamente se amasa bajo mis pies la negra tierra. Que mas puedo pedirte todavía viento travieso, empapada tierra revuelta; es como si recién hoy por primera vez te viera sobre el mundo… Hoy le pertenece toda entera solo a mi, a un niño… Veo las rojas vacas tendidas en el negro valle embarrado con traseros manchados y ubres repletas, y quedamente inunda mi corazón una joven alegría de tibia mañana silenciosa con heno seco del año pasado y caballos desatados… De pronto me asaltan ganas de abrazar a las vacas, y de tenerme a su lado sobre la tierra a mugir como ellas. 1919 ¡Cielo y tierra!. ¡Cielo y tierra! ¡Padres de las ferias y abuelos de las fosas! Helos aquí sentados ante las montañas de trapos como profetas ante ruinas hojeando ropas, como biblias… Vuestras sombras no se despliegan ya por los caminos; los días saltan de vosotros como zunchos partidos; el sábado se gasta contra una empalizada, contra pensativos postigos como después de un incendio; el sábado esta ennegrecido… ¡Doblaos en tres, doblaos tienduchas! ¡Tal vez aun aparezca, con su carro polvoriento, un gitano que pague por los trapos viejos con aretes de plomo o con anillos de zinc para mercar y trocar! ¿Os falta algo en el mundo acaso? ¿Qué otra cosa os entristece por los caminos? ¡no volváis a preguntar por mí, no contéis más conmigo!

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Ruinas Ahora, cuando retorna la visión, desgarra abrir los ojos y ver aquí con cada víscera, precipitarse mi corazón como un espejo sobre una piedra y con un repique de cristales rotos, hacerse trizas. Y desde ya que tampoco esta libre cada trozo de dar testimonio sobre mi, hasta mis cuatro ultimas predestinadas yardas. solo tu no me pisotees, oh tiempo, juez mío, hasta que recoja de entre los escombros las partes desperdigadas. He de intentar recogerlas una a una y coserlas entre si hasta que la aguja haga sangrar por mis dedos, a sabiendas de que, por hábilmente que las componga, habré de verme siempre deforme y deshecho. Recién ahora, tristemente, encuentro sentido en el dolor de la metamorfosis, y ardientemente comprendo la angustia de querer verse entero en el espejo estando en ruinas y esparcido por los siete océanos… 1943

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KADIE MOLODOVSKY (KADIA MOLODOWSKY*),

nacida en 1894 en Bereza Kartuszka, Polonia. Estudió en un Seminario para Maestras Jardineras en Varsovia, ejercitando en Odesa. En 1935 emigra a los Estados Unidos. Entre 1950 y 1952 vive en Israel y luego retorna a Nueva York donde fallece en 1975. Su obra se reparte entre cuentos para niños y adultos, y poemas tocados de una cierta ironía, gran delicadeza y ternura.

Somos ahora como dos palomas grises Somos ahora como dos palomas grises que con el despertar de la mañana se dirigen a la ventana a tomar prestada luz, a aprovisionarse para la breve jornada con un poco de resplandor. Somos ahora como dos palomas silenciosas y con la aparición de las estrellas nos asomamos a la ventana a acrecer nuestro consuelo, a convencernos de que aquel mundo ha de permanecer por siempre y que por siempre ha de durar el celeste resplandor. Somos ahora como dos palomas fieles; reñimos alguna vez por un abrigo: yo grito que hace frio; tú, que hace calor, y por sobre nosotros una sonrisa amarillenta enciende un joven resplandor. Somos ahora como dos palomas inteligentes; en días libres leemos el salterio. Yo digo: —Siento nostalgia por las filacterias y el manto de oraciones. Tú dices: —Estás vieja de sentimientos, querida mía. Y por sobre nosotros un salmo de resplandor.

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Dos camas Dos camas cubiertas con blancas cobijas callan. La madera de nuevo siente nostalgia por el verdor, por el rumor de las ramas. Las cobijas descansan. Las blancas camas no quieren decir nada. Gris la alegría y grises las madrugadas. Dos camas uncidas entre las varas de una pesada carga de años, meditan… Miran al firmamente azul por la ventana y no ven el brillo de las estrellas. El bosque ejecuta una canción estival; la tormenta toca una canción de primavera. Ellas no alcanzarán a escucharla. Poetas acudirán volando a tu alma (fragmento) Poetas acudirán volando a tu alma, como cuervos, a repartirte hechas sílabas y estrofas, a ti y a quien te diera luz, y sobre la claridad de tu rostro, con todas las letras escribirán un nombre. Puedo imaginármelo; yo soy un cuervo, vine a posarme sobre tu corazón, sobre tus luminosos diecinueve años que como diecinueve manantiales brotan de la tierra y refrescan mis trescientos veinte años.

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URI TZVI GRINBERG (URI ZVI GRINBERG*), nacido

en 1894 en Bilkomin, cercana a Zlochev, Galitzia Oriental. Su padre era rabino, recibiendo Uri—Tzviuna educación estrictamente religiosa. Durante la primera guerra estuvo movilizado y participó en varias batallas. En 1920 se radica en Varsovia y participa de la edición de la famosa revista literaria “Di Jaliastre” –la pandilla— de tono expresionista. En 1924 se radica en la entonces Palestina y pasa a escribir en hebreo. En su calidad de dirigente del movimiento revisionista de derecha israelí “Jerut” es elegido en 1949 diputado. Al cumplir 80 años, Israel le brindó un homenaje a nivel nacional. Falleció en 1981 siendo enterrado en el Monte de los Olivos, Jerusalem.

El reino de la cruz (fragmento) ¡Un tan espeso bosque negro brota aquí de la llanura, un valle tan profundo, pavor y pena, en Europa! Los árboles tienen copas doloridas, salvajes tenebrosas, salvajes tenebrosas. De las ramas penden cadáveres con heridas aún sangrantes. (Todo muerto celestial tiene de plata el rostro y las lunas vierten áureamente aceite en sus cráneos.) Cuando se grita de dolor allí, la voz es una piedra al agua, y el rezar de los cuerpos, una lágrima al abismo. Yo soy la lechuza, el pájaro plañidero del dolor—bosque de Europa. En los valles pavor y pena medianoches ciegas bajo cruces. Yo levantaría una queja hermana al pueblo árabe en Asia: —¡Venid, conducidnos al desierto, indigentes como somos! Pero mis ovejas tienen miedo porque la media luna se tiende como una hoz hacia mis cuellos. Atravieso con mi llanto porque sí de miedo el corazón del mundo en Europa y con cuellos tendidos yacen en el bosque—dolor las ovejas. Escupo sangre sobre cruces llaga a través del mundo en Europa. (¡Balancead ancianos, balancead muchachos las cabezas agua en el bosque—dolor!) Desde hace dos milenios arde aquí en el abismo bajo árboles un callar, cierto veneno que se acumula en el abismo, e ignoro qué hay de diferente: dos milenios dura ya la sangría, el mutismo, y boca alguna arrojó aún del paladar el salivazo ponzoñoso. Y en los libros está escrito "todas las muertes a mano de los gentiles" pero la respuesta no figura; nuestra respuesta a las muertes.

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Ya es tan enorme el bosque—dolor y los árboles tienen las copas doloridas, salvajes, tenebrosas: ¡qué pavor cuando viene la luna a echar una mirada! Cuando se grita de dolor allí, la voz es una piedra al agua, y el sangrar de cuerpos como rocío en el océano. ¡Gran Europa! ¡Reino de la cruz! Un domingo quiero celebrar una fiesta negra en tu honor. Quiero abrir el bosque—dolor y mostrarte cada árbol, cómo penden allí mis muertos con sus cuerpos descompuestos. ¡Goza, reino de la cruz! Ven y observa en mis valles: mis fuentes se hallan desoladas y en derredor los pastores; pastores muertos con blancas cabezas de corderos sobre las rodillas. Hace ya mucho que no hay agua en las fuentes. Sólo maldición. 1923 Mefisto Ya no creen en Dios. Ya no creen en Dios. La Providencia no se encuentra ya por los caminos, y ya no existe un rincón siquiera donde ardan las lámparas: ligereza de corazón y serenidad. y de aquí ya no hay salida puesto que no habrá de abrirse por milagro para nosotros una puerta que conduzca al otro lado, caos afuera. y resulta pesado respirar así en la claridad de los días, y diez veces más arduo todavía resulta tenderse simplemente así en el lecho a medianoche. ¡Y el mundo es, parecería, mundo, así multicolor! Una correntada marcha. Una senda se tiende hacia todos los rincones del mundo y aquel milenario alguien sostiene el látigo, y azuza: ¡al galope!

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Un eterno forcejeo en el vientre de días y noches. Sol que se levanta, sol que se ausenta. Cabeza y corazón quieren irse del cuerpo, irse del cuerpo. ¿De quién habrá de aprender a olvidar. ¿De quién habrá de aprender a olvidar el tesoro abandonado a las lejanías y la suerte amor que brilla desde lejos? el eco responde, responde, y se burla: ¿Olvido? ¡Ja—ja! ¡No existe nada semejante! Por lo visto, mi muchacho, necesitas paz y deseas respirar. ¿Y qué es acaso desesperación? ¿Y en qué consiste el arrepentimiento? En la soledad has de parir dos criaturas que han de llamarse: desesperación y arrepentimiento. el corazón habrá de ser la cuna para ambas, para ambas. Pero entretanto, muchacho, tienes uñas, clávatelas y aúlla a las tinieblas. No existe retroceso, el puente ha sido arrancado.

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Un eterno forcejeo en el vientre de días y noches. Sol que se levanta, sol que se ausenta. Cabeza y corazón quieren irse del cuerpo, irse del cuerpo. ¿De quién habrá de aprender a olvidar. ¿De quién habrá de aprender a olvidar el tesoro abandonado a las lejanías y la suerte amor que brilla desde lejos? Y el eco responde, responde, y se burla: ¿Olvido? ¡Ja—ja! ¡No existe nada semejante! Por lo visto, mi muchacho, necesitas paz y deseas respirar. ¿Y qué es acaso desesperación? ¿Y en qué consiste el arrepentimiento? En la soledad has de parir dos criaturas que han de llamarse: desesperación y arrepentimiento. Y el corazón habrá de ser la cuna para ambas, para ambas. Pero entretanto, muchacho, tienes uñas, clávatelas y aúlla a las tinieblas. No existe retroceso, el puente ha sido arrancado.

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Vida mía, que con mis años. Vida mía, que con mis años vas barranca abajo pese a que yo tiendo las alas de mis sueños cuesta arriba. Ay de mi cuerpo, consumido de días salvajes, cuando a medianoche la fiebre asalta mi sangre y yo descubro mi silueta: imagen de la orfandad; una visión aterradora: un laberinto despojado, de par en par, con aullantes días errabundos y noches de terror: no es día ni noche sino una mezcla de ambos que llaman: cielo del pasado en la cabeza. Y en el valle abajo, al pie de altas montañas muertas, descansa el mar helado junto a las ruinas de una ciudad, y por todas sus calles, oro polvoriento, rotos instrumentos musicales, trozos de piedra de cristal y se nota que existió aquí una ciudad de torres. Y entre los antiguos palacios del espíritu vivió y se engrandeció mi vida en esa ciudad. ¡Hey, hey! Me corre un calofrío por las venas: —Ved, ojos, ved como en pleno corazón de esa ciudad emerge un negro poste en cruz del porte de un gigante y cuelga de él un hombre como yo, mi misma imagen, pero desnudo, con la desnudez vuelta hacia el mundo extraño. Tiemblo y quiero vociferar mi gemido pero no poseo siquiera la voz de los perros callejeros y sólo pronuncio: —Eli, lama azavtani.21 ¡¡Dios, porqué me abandonaste en medio de la noche!! Cuanto más desciendo. Cuanto más desciendo a los socavones del alma con la lámpara roja del indagador mayor se hace la hondura, y me pierdo en la marcha. Por los oscuros caminos descendentes yazgo de noche, yazgo cansado, y la lámpara de indagador agoniza. ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Quién es el que me ordena evitar toda senda soleada y todo sendero abierto donde florecen árboles y suenan campanas?

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¿Qué es, alma, lo que me empuja a seguirlo sea por un pantano, una hoguera o un precipicio de alucinante profundidad? ¿Quién es aquel que ordena que yo desee horrores e indague abismos donde, se supone, crecen perlas? ¡Ay de mí, ay de mí! ¡Pasan los años y las raíces del cabello duelen todas las mañanas hasta la locura! Y mis ojos quieren saltar de las órbitas, pero se quedan, siguen mirando hacia los cielos. ¿Cómo pueden mis hombros delicados, sorportar noche y día la carga de sobrevivir? ¡Ay de mí, ay de mí! ¡¡Mefistófeles!! ¡Pasan años, años desiertos, y no juegan sobre mis rodillas niños bendecidos por la gracia, en cambio acuno mi cabeza endurecida! Y mis pupilas no lloran imágenes frutecidas; y mis hombros enfermos gimen. ¡¡Mefistófeles!! Y sucede que alguna vez. Y sucede que alguna vez abro violentamente una puerta de mi mundo solitario, y tiendo mis manos, mis angostas manos, al señor del caos. Y ando como un ciego conducido por una mano, tembloroso el cuerpo, los labios incendiados y la cabeza repleta de murmullos. Y no pregunto a dónde, hacia dónde; sólo voy como un ciego hacia el mundo lejano; y el corazón golpea.

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Y cuando baja el sol, arde en la cabeza afiebrada la alegría de la soledad como una lámpara callejera en una ciudad muerta. ¡Y el ojo ve, el ojo ve lo perdido que estoy! Una medianoche. Una medianoche errando por la ciudad y observando los autos en su carrera, y los faroles, y rozando durante la marcha mil codos ciegos, cubiertos brazos masculinos, desnudos brazos femeninos. Todos buscaban paz a medianoche en la ciudad. La noche es profunda, la noche es mar, la noche recibe y atrae, y empuja oscuros hombres—huérfanos con horror hacia el río, que yace tendido fuera de la ciudad y gime. Y otros, que de noche temen las aguas, están sentados encorvados en la oscuridad de las casas y piensan en harenes y en salvajes bailes orientales y en aquellas partes que las mujeres cubren. Y yo mismo yazgo sobre mi lecho abrasado así, en las doscientas cuarenta y ocho partes de mi cuerpo, en mi piel, y mis nervios se tienden oscuridad adentro.

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Sobre el nirvana… Sobre el nirvana cuelga la noche preñada de luces muertas. Y en las aguas detenidas hay barcos atascados, cuerpos atascados cabeza abajo y pies arriba. Pero sobre la orilla, que queda de este lado, hacia el día, se yergue un árbol despeinado y loco, acuna su cabeza, quiere trasladarse a la noche y no puede. Arde el sol. Las ramas están desprovistas de savia. El árbol no quiere crecer hacia el sol, porque sus frutos yacen ya en el abismo del nirvana. Pero en las ramas está sentado algo que grita: ¡yo quiero! El árbol es árbol. Arde el sol.

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ISROEL SHTERN (YISROEL STERN*), nacido en

1894 en Ostrolenka, localidad cercana a Varsovia, Polonia, en una familia de pequeños comerciantes. Estudió en varias escuelas talmúdicas con la intención de llegar a rabino. En 1919 aparecen sus primeras obras poéticas, viviendo pobremente como escritor en Varsovia. Tradujo obras de Shakespeare para la Troupe de Vilna. Durante la segunda guerra es recluido en el gueto de Varsovia y deportado luego a Treblinka, donde es asesinado en 1943.

Manicomios cantan Henos aquí encerrados por nosotros mismos huidos a escondernos detrás de los barrotes. Con espesas cortinas de llanto, como con trapos, está cubierto el mundo. Vuestra vida es atardecer y madrugada; permanentemente sangran las calles. Las madres enloquecen, los niños mueren como minutos. Y los padres desaparecen como los años, aunque no tan lenta ni silenciosamente; no son centeno maduro llevado a moler presurosamente. Y allí por donde cruza el carro ya no ha de brotar la hierba. Y al judío ya no le queda sino lamentarse, y vuestra voz como el vidrio se quiebra. Agujeros vacíos son vuestros días; vuestra dicha, botones mal cosidos; y cuando queréis dar con los asesinos, os atrapáis entre vosotros mismos. Y precisamente la noche quiere volcarse en vuestro cerebro, como la locura, y escucháis que el cielo hace rechinar con ira a las estrellas, como dientes. No sabéis a donde huir y pensáis: ¿de dónde nos vendrá ayuda? Pero vuestro tiempo os traiciona y ríe, y, como un pañuelo alrededor de la sien, se ajusta.

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Debéis roncar en agonía, y la ciudad debe suspirar enferma—impura, como con leprosos, y acudís por ayuda a nosotros, vuestros dioses; a nosotros, los grandísimos locos. Atardeceres Atardeceres son criaturas halladas tras las tapias; atardeceres son ancianos que no logran morirse; atardeceres son lámparas, ya arden sus mechas. Atardeceres son ojos de locos silenciosos; atardeceres son cartas escritas y rasgadas: algo nos libera y algo sucumbe. Atardeceres son anillos sobre dedos cortados: sangre sobre oro; oro sobre sangre. Atardeceres son brazos de hermosas pordioseras. Atardeceres son banderas en batallas perdidas. Atardeceres son violines mientras malos espíritus atrapan a la novia y la arrancan de su casa. Atardeceres son ventanas de sinagogas abandonadas, en colores gimen los cristales.

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ARN LUTZKI (A. LUTZKY*), seudónimo de Arn

Tzuker, na— cido en 1894 en Lutzk, Volinia, región ucraniana, en unafami— lia donde reinaba la música. Estudió en una escuela talmúdica y en 1914 se radicó en los Estados Unidos, ganándose la vida allí como buhonero, maestro, profesor de violín, etc. Luego, su peculiar poesía encontró en él mismo al mejor recitador de sus improvisaciones, por lo que Lutzki se dedicó sólo a su obra poé— tica, a publicarla, recitarla y difundirla. Falleció en Nueva York en 1957.

No quiero morir Eres testigo, Dios: no quiero morir. A muerte odio a la muerte, y a la vida la quiero como a la vida misma. El otro mundo es un lugar demasiado tranquilo para mí. Mi espíritu no está hecho para allí. Me gustan los líos, el ruido, el coraje; los deseos por fardos y los bolsillos repletos de juego y fantasía. Yo soy de aquí y aquí quiero quedarme horas y horas siempre ocupado. Preocupado por la vida quiero vivir mi vida con alma y vida. Si ni siquiera se me ocurre ambicionar otro mundo. ¿Quién es ese otro mundo? No lo conozco ni quiero conocerlo. Quizás quieran morir los quejumbrosos, dolorosos, los llorosos. Yo no soy quejumbroso. No soy doloroso ni lloroso.

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El pueblo judío Sionistas quieren tener a todos los judíos, comunistas quieren tener a todos los judíos, socialistas quieren tener a todos los judíos, anarquistas quieren tener a todos los judíos. Todos quieren tener a todos los judíos. Dice el pueblo: —Despacito. —Tal como es el mundo, así soy yo— dice el pueblo. ¿Cómo es el mundo? Así: Un poquito de tierra, un poquito de agua, un poquito de aire, un poquito de fuego; el resto, arena. —Así soy yo —dice el pueblo— igual que el mundo: Un brote de sionismo, una chispa de comunismo, una gota de socialismo, un soplo de anarquismo; el resto, arena. —De todo un poquito —dice el pueblo— Igual que el mundo, así soy yo. ¡Ay de un mundo todo fuego, todo agua, todo polvo, todo aire! Un poquito de ídish, un poquito de hebreo, un poquito de religión, un poquito de librepensamiento; el resto, arena. El pueblo judío es viejo como el mundo y sabio como el mundo.

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Yo soy un cantor; un cantor a la vida, un repiqueteador de alegría. Yo canto respecto de vivir, de flotar, de confiar. ¡¿Qué tiene que ver la muerte conmigo?! Estoy atareado investigando una motita de polvo, un honguito, un hombre. ¡Para mí, la congoja es maldita; carga un anatema, es impura! ¡Yo soy pura bendición! Aunque en el otro mundo me tocara el paraíso, sin dolor, sin pena, no quiero saber nada con él mientras viva. Porque mientras el mundo sea mundo quiero vivir, y después, recién voy a querer más todavía. ¡Cómo voy a querer morir si en realidad quiero vivir! ¡Las fuerzas no me dan para morir! ¡Si apenas me alcanzan para vivir! Un instante de dicha es más hermoso y grato que el velorio más fantástico. ¡Dios, no me hace falta un velorio! Con la vida me alcanza y me conformo.

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Un diminuto insecto estudia el mundo Un diminuto insecto se pasea por un pan y se llena los ojos de cosas extraordinarias como si estuviera recorriendo el universo. De pronto se detiene. Asustado se dice a sí mismo: —No seguir adelante; suficiente. Un muro. Llegamos al fin del mundo. Un gigante de aquí al cielo. El insecto trepa arriba, arriba, y se sienta a descansar en la cima de la montaña enorme un comino. El microscópico insecto piensa conmovido: —¡Que un planeta sea tan magistral! ¡Sobre mí hay un mundo sin fin! ¡Aquí el aire es más fuerte que abajo! ¡El planeta Marte está ahora a mi lado! Da miedo dar un paso. Tengo ya para pensar, añorar y recordar toda mi vida. Enseguida ha de llover Enseguida va a llover, dice la calle. Las casas se miran pálidas, asustadas. Una hoja de papel se alza y grita por la calle: ¡Socorro! ¡voy a quedar empapada! Aparece el sol en el cielo, se detiene sobre la calle Y ríííííe: —Sólo fue una broma; no va a llover nada.

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Una mosca es inteligente La mosca más pequeña es refinada. Elegante. Inteligente y delicada. Cada instante se limpia las patitas. Cuánta pulcritud en asearse las alitas. Cualquier movimiento la atemoriza. El silencio la pone nerviosa. Cuánto miedo hay en una mosquita a las orillas de una gota de agua. Génesis de pronto Creación es sorpresa, descubrimiento. Cada creación es temor. Hasta la sorpresa más dichosa, da miedo. Cada ser nace con miedo. Con aquel miedo que conmovió al génesis. El peligro atemoriza y conmueve hasta al ser más pequeño. Una liebre, una hierba, una mota de polvo, se sobresaltan ante un soplido.

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Aletea con las alitas y zumba por la bocinita: —Aquí vuela un avión. Volar no es caminar; una milla es para mí un paso, mundo hay de sobra. No me importa ir hasta acá o hacia allá; soy un gran señor: yo misma el avión; yo misma el capitán: un navío volador. Viajar en tren Es una delicia viajar en tren y oír charlar las ventanillas. Y ver los postes de telégrafo, alegres postes de telégrafo: una mirada por el cristal, y me escapo; una mirada por el cristal, y me escapo. Un perro quiere atrapar a una paloma. La paloma se da cuenta y se vuela. El perro la persigue por el campo. Una pata asustada aletea, quiere volar y se cae. La ve una cabra y da un salto. La solitaria rueda de un molino se deja marear por el viento. Una tonta vaca en un riacho se besa a sí misma en el espejo. Un gato quiere atraparse la cola, un espantapájaros asusta en un campo. Un Jesús corre y se pierde, corre tras él una iglesia, se apura tras ellos un cura. Una sinagoga se asusta y escapa, un bedel corre tras ella. Un muchachón mira y ríe.

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Una gorra Una gorra sentada sobre una cabeza piensa: —Para todo se necesita suerte, hasta para una cabeza. Entre gente, a una cabeza se le ocurre a veces una idea delicada, un pensamiento luminoso. Entonces ya por sí mismo resplandece el rostro, resplandece la gorra. Mi cabeza, problemas; siempre preocupada. Apenas me reconozco ya en el espejo. Ya tengo casi el rostro de mi dueño. A veces, en sueños, creo que soy él. Hasta en mí realmente lo constato: ¡Yo —una gorra— me sorprendo preocupándome, de pronto, por zapatos! Una mosca aeroplano Una mosca aeroplano, un diminuto avioncito, un zepelín chiquitito, pero se basta a sí misma: sólita el pasajero, sólita el conductor. Ojitos, dos ventanitas; patitas, las meditas. La boca, una bocinita. Alitas, los alerones. En el corazón, el motorcito. En la barriguita, la gasolina. En la cabecita, el piloto mira por las ventanitas y conduce las rueditas.

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MELEJ RAVICH (MELECH RAVITCH*), seudónimo de Ze—jaría Bergtier nacido en 1893 en Radimno, Galitzia oriental don—de recibió una educación religiosa. En 1921 se radica en Var—sovia donde participa de la experiencia expresionista del grupo Di jaliastre —la pandilla—junto con Peretz Markish y Uri Tzvi Grinberg. Ensayista, crítico literario, lírico reflexivo, fue un gran viajero. En 1941 se radicó en Montreal, Canadá, donde falleció en 1976.

Una poesía sin nombre A mi alrededor todavía es primavera pero yo ya soy otoño. Aunque tal vez a mi alrededor ya sea otoño y yo ya soy primavera. Todas las verdades tienen dos costados y ambos son verdad. Todos los sí son no y todos los no son sí. A mi alrededor ya es desesperación pero yo soy todavía esperanza. A mi alrededor todavía es amanecer pero yo ya soy ocaso. A mi alrededor todavía es contradicción, pero yo ya soy claridad. A mi alrededor todavía es ser—judío, pero yo ya soy ser humano. A mi alrededor todavía es ser hombre, Pero yo ya estoy en lo de Dios. A mi alrededor todavía es espera, Pero yo ya estoy. A mi alrededor es morir todavía, Pero yo estoy ya muerto.

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Un bosque gira sobre un monte, los árboles danzan un vals, una tijera. Un árbol escapa hacia el valle. Corren abedules tras él, corren castaños tras él, corren pinos tras él, robles se arrastran detrás. Un árbol enorme en el medio mantiene los brazos levantados y se arrima a él con el vientre, inclinan sus cabezas los árboles y 10 señalan con sus manos. Da vueltas un árbol en el valle y se asombra que corran hacia él, cree que corren hacia él. Corren el campo y el mundo, el mundo y una mujer. Corre un hombre tras ella, corre un cementerio tras ellos, juega un niño tras él. Se apura el sol por un borde y los enciende con luz de anochecer.

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De buen talante un canto así Estoy seguro que no comienza recién nuestro amor; que ya nos vimos hace un millón de años en el cielo, en el reino de Dios. Sé también que en la tierra no ha de terminar nuestro amor; que otra vez en el cielo estamos predestinados a ser uno, los dos. Será por eso que cielo y tierra se mezclan en nuestro amor; ya me besaste terrenamente en el cielo tal como celestialmente 10 haces hoy. Existe un tiempo para tierra y otro para cielo y hoy precisamente es tiempo terrenal; entonces hay que tomar y dar cuánto se pueda alegría terrenal. Si Dios nos unió sabrá porqué lo hizo; en el otro mundo ha de pedirnos cuenta por cada minuto perdido. Acércate entonces, amada mía, quien pierde la tierra, pierde el cielo; agradezcamos con amor al buen Dios que selló nuestra pareja en el cielo y la constituyó sobre la tierra. Un instante Cada instante mío un día para mí. A cada instante mío lo sigue un reproche Porque nunca retorna y es como dicha pasada. Cada día envejezco un año entero.

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A mi alrededor todavía es tenderse, pero yo ya estoy levantado. A mi alrededor están los cantos, pero yo soy ya el canto mismo. A mi alrededor es final todavía, pero yo ya soy comienzo. A mi alrededor todo son interrogantes, pero yo soy ya explicación. A mi alrededor ya no hay más alrededor, porque yo ya soy sólo yo. Cuando mujeres embarazadas lloran de noche Cuando mujeres embarazadas lloran de noche, sobresaltadas en sueños, llora Dios con ellas. Se levanta de su azul lecho divino, vaga de noche por su universo, apaga en su morada las estrellas y despierta a los ángeles para que digan sus oraciones quedamente. Cuando mujeres embarazadas lloran de noche un lejano llamado recorre el mundo; anda el universo de extremo a extremo: —Ma—dre, ma—dre. Ya se enfrió hace mucho el lecho azul de Dios que anda por sus espacios en la noche; los abismos bostezan hondamente y los ángeles rezan en silencio. Dios ve los abismos, murmura, queda callado y se sobresalta: —¿Qué hice aquí? Y de las profundidades escucha el eco del llamado y el sollozar de cálidas sangres en el nocturno grito repentino de mujeres embarazadas.

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ZISHE WAINPER (Z. WEINPER*), seudónimo de

Zishe Vainperlij nacido en 1893 en Trisk, Volinia, región ucraniana. Creció en la atmósfera jasídica del rabino de su ciudad natal en cuya sinagoga su padre era cantor litúrgico. En 1913 emigró a los Estados Unidos, ejerciendo allí diversos oficios, en especial pintor de casas y maestro. Formó parte de la Legión Judía del ejército inglés y en 1937 se afilió a la rama judía del PC ñor—teamericano. Escribió ensayos, poemas y poemas dramáticos, y falleció en Nueva York en 1957.

Idish (fragmento) Me arrojas una pregunta y te ríes: —¿Es acaso el ídish un idioma? ¿Y yo qué puedo contestarte? Yo hojeo un libro sobre mis rodillas y de pronto, ya no estoy aquí; me voy como llevado por alas. Un párrafo de nuestro pasado; innumerables generaciones juntaron aquí clavitos y guijarros. Un guijarro del monte, otro del valle, un clavito de la feria, otro de la calle, y nos legaron un palacio. Quién puede reconocer ahora los guijarros del valle y la montaña, los clavitos de la calle y la feria. Nuestro edificio gigantesco encandila con sus altas columnas y levanta su cabeza al firmamento. Sin embargo, en las puertas no hay cerrojos; están de par en par abiertas Para tí, para mí, para cualquiera; desde dinteles, muros y balcones generaciones radiantes nos saludan deslumbradas por una luz eterna.

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Cada año me hago una generación más sabio. Ya hay tanta sabiduría en mí como en el conjunto de todos los mundos. ¿Para qué quiero tanta sabiduría? Abrí puerta y ventana y me detuve en el umbral a formular la última pregunta en sueños, sorprendido y asombrado: —¿Quién eres, mundo mío? ¿Y quién eres tú, mi siglo? Mundo y siglo asombrados y sorprendidos movieron sus labios de piedra preguntando: —¿Y quién eres tú? Y todo esto sucedió en un solo instante, que fue un día, un milenio. Y desde entonces estoy de pie minutos, horas, días; milenios parado en mi umbral, preguntando: —¿Quién eres, mundo? Y un eco pregunta: —¿Y quién eres tú? Y todo esto sucedió en un solo instante, cuando el afuera llovía llover y llover y el adentro llovía preguntar y preguntar. Y tal como yo estaba parado en mi umbral vi como de llover, llover, sobre el mundo, crecen los árboles y crece la hierba por la superficie de la tierra y en sus negras entrañas caen los rayos de lluvia, confluyen y se hacen torrentes. Pero de mi preguntar, preguntar, no creció nada de lo que brota tras una lluvia, ni torrentes debajo, ni hierbas encima, y el viento llegó y desparramó con un soplido los minutos, las horas, los días, los milenios de preguntas Y también a mí me sacó el viento del umbral como a una hoja que cae de un árbol sobre interminables senderos solitarios.

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MOISHE DOVID GUISER (M. D. GUISER*), nacido en 1893 en Radom, Polonia, en el seno de una familia proletaria. Obre-ro metalúrgico y autodidacta, vivió algunos años en Varsovia y estuvo cerca del grupo Di jaliastre. En 1924 emigró a la Argentina y en Buenos Aires publicó poemas, cuentos y ensayos, dedicándose a la docencia. En 1933 se trasladó a Santiago de Chile, donde abrió una imprenta. Allí publicó varios volúmenes de poemas, uno de ellos para niños, falleciendo en Santiago en 1952.

¡Capitán, capitán! ¡Capitán, capitán! Ven a nuestro camarote cuando duermen los ánimos cansados, cuando el aliento de pueblos se une y mezcla y el aire se vuelve una llamarada encendida y sollozan hasta los muros de acero y por las cuchetas corren lágrimas ardientes, y doloridos rechinan y se quejan los lechos de paja deseosos de que los escuche alguno al menos. ¡Capitán, capitán! Cómo puedes dormir ahora sin ser torturado por las imágenes oscuras que aparecen en sueños y exigen airadas por aquellos que en sus propios lechos, desnudos, sarnosos, no encuentran consuelo, ¡capitán!. ¡Capitán!.

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EFROIM OIERBAJ (EPHRAIM AUERBACH*),

nacido en 1892 en Beltz, Besarabia. Su padre, un jasid de Jabad, decía descender del famoso exégeta bíblico Rashi. En 1912 Oierbaj emigra a la entonces Palestina y se hace agricultor. Luego se alista en la Legión Judía y en 1915 se radica en los Estados Unidos, permaneciendo vinculado siempre al sionismo obrero. Ensayista y poeta, falleció en Nueva York en 1973.

El gran pájaro (fragmento) Nadie se ahogó en el lago todavía; su corriente es toda verdor y frescura; sólo de noche, cuando lo abraza la caída del sol y llueven chispas sobre él, crece del juego de luces y sombras una cierta oscuridad que el lago lleva en sí, en la que él mismo se embebió; y yo, en su fina orilla, siento qué profundamente está en él la culpa de la muerte que aún debe volverse culpa, y ha de volverse. El hombre debe venir, sentir la culpa percibirla sobre la piel como agujas, entonces ha de completarse la oscuridad y ha de brotar del hombre la culpa en el lago. Repleto de amenazas De pronto se hizo silencio en nuestra casa como si en la noche hubiera partido recién un carruaje; hasta escuchar crujir las maderas, golpear las herraduras, a que comience a hacerse día con queda tristeza. Sobre nosotros anda el silencio con viejos pasos de abuelo en pantuflas suaves, usadas, gastadas; para este día guardamos la vida pero el silencio está ahora repleto de amenazas.

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En el Monte Nebó (fragmento) El hombre, el elegido de tu creación, lleva también Tu sangre en las venas, y lo que piensa, siente y hace queda en él como una llaga abierta. El hombre es pugna entre bien y mal; a menudo de sí mismo despojado, a menudo quebrada su entereza y recién en la muerte halla descanso. Creación es vida. ¿Es creación también la muerte? Volverse nada ¿es también para Tí creativo? oh, Dios, a Tí me he confiado y ahora eres mi duda, el que confunde mi camino. La sangre ya casi me ha abandonado pero paz en Ti aún no he hallado.

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A. ALMI*, seudónimo de Eliahu Jaim Sheps

nacido en 1892 en Varsovia, Polonia, en el seno de una familia muy pobre. Ensayista y crítico literario, es autor de una vasta obra que incluye poesía, memorias, reportajes e incluso algunos volúmenes de humor. A partir de 1912 vivió en los Estados Unidos, falleciendo en Nueva York en 1963.

Remiendo amarillo19 Lentamente se apaga el sol en oro amarillo. Los campos saciados sorben los últimos rayos. Luz postrera. oro postrero. El sol en el horizonte, un remiendo amarillo. La noche llega con tristes pasos callados. La luna se desliza agobiada, avergonzada; amarillo de luna. luna sobre el mundo, un remiendo amarillo. Dirige tu mirada orgullosa hacia el firmamento y graba con ella, en el azul, la fecha: 1940, tiempo del avión, de la radio y del remiendo amarillo. Epoca de la cruz gamada. El mundo es una celda. ¿Quién gime tan solitario tras los barrotes? Es Dios quien gime, y sobre su ropa, como la Providencia, resplandece un remiendo amarillo.

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IANKEV SHTERNBERG, nacido en 1890 en Lipkan, Besarabia, hijo de un acaudalado comerciante en ganado y cereales. Formó parte del importante grupo literario ídish rumano liderado por Eliezer Shteimbarg, siendo el creador en Bucarest, de un teatro de vanguardia. En 1935 se instala en la URSS y a partir de 1940 es deportado por varios años, siendo rehabilitado luego. Continuó viviendo en Moscú y colaborando en la revista ídish "Sovietish Heimland" hasta su fallecimiento ocurrido en esa ciudad en 1973. Sus cenizas fueron traídas clandestina-mente a Israel.

En un piso sobrevolado ¿El hombre que mira de noche hacia abajo desde la ventana de un piso sobrevolado y aquel que en ese momento, por la calle-hondonada, allí, sobre la tierra, marcha solitario, son diferentes, ajenos o por el contrario son una misma persona que venció silenciosamente su soledad partiéndose en dos él mismo como lo hacen ahora los humildes copos de nieve que caen y caen y tejen el espacio, juguetonamente enredan el sentido de arriba y de abajo o los juntan así y unen mágicamente, acaso?. Mi madre Juraría que es sueño. Juraría que es realidad. Mi madre, que en paz descanse, como un ser viviente, se sienta en el borde de mi cama y me habla: —¿Por qué suspiras, hijo? ¿Por qué no duermes? ¿Estarás acaso, Dios libre, enfermo? ¿le duele acaso la cabeza? —No, madre, —le contesto— la cabeza no; me duele el pensamiento.

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Yo no busco. Yo no persigo aquella idea que se adorna con cuernos para agredir, herir y lastimar como la lezna del zapatero, lista siempre para punzar zapatos. Yo no busco aquella idea más alta que yo mismo, pero cuando la entreveo siento una gratitud enorme como hacia el pino que permanece ante mi puerta erguido. Yazgo y corrijo Desparramados sobre mi cama, sobre mi pecho casi todos mis últimos escritos repletos de frases tachadas; así están mis poesías recién escritas, mis baladas. ¿Recién escritas? ¿Para quién? (me pregunto, de pronto, furioso) ¿Para él? ¿para el ángel de la muerte, el sagrado matarife a quien ya veo venir a recitar la bendición tras la cual cumple sin bromear, su misión? Y alguien me responde, absolutamente serio y objetivo, tal como sucede en casi todas las baladas: —¿Para quién? Para tí mismo y pese a la voluntad del asesino. Apúrate entonces y cuanto más rápidamente corrije aquellos párrafos pesados que quedan aún en tus últimos escritos. Obedezco, y a pesar de los dolores, yazgo y corrijo.

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ARN KUSHNIROV, nacido en 1890 en Boiarski, localidad ucraniana cerca de Kiev. Su padre estaba empleado en un bosque. El joven Kushnirov entró en 1920 como voluntario en el Ejército Rojo y en 1922 se radicó en Moscú. Poeta, autor dramático y traductor de Gorki, Lermontov y Lope de Vega al ídish, fue el portaestandarte de los escritores de ese idioma en la Unión de Escritores Soviéticos. Falleció en Moscú en 1949.

No he de colgar mi arpa. No he de colgar mi arpa de los árboles ni abandonar mi música a todos los vientos. Una tierra que mane leche y miel ya ni siquiera en sueños la poseo. En el alma un ratoncito roe una melodía de padres y abuelos, pero a la puerta de mi propio sábado puso la semana cerrojo, con un lucero. Moledme como a una semilla molinos de todos los tiempos si la estrella del amanecer, como una manzana, ha de madurar por ese medio.

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LEIB KVITKO, nacido en 1890 en Oleskov, en la provincia de Podolia, Rusia, en el seno de una familia rabínica. En 1905 se unió al movimiento revolucionario. Fue uno de los más renombrados autores de poesía para niños de la Unión Soviética, habiendo protagonizado violentos enfrentamientos con la burocracia de la "literatura proletaria" por sus punzantes poemas satíricos, por los que en 1929 es excluido de las redacciones y debe irse a trabajar a una fábrica de tractores. Vuelve a Moscú en 1937 y en 1939 es condecorado con la Orden del Trabajo. En 1945 es secretario de la oficina de escritores ídish de Moscú y presidente de la sección de Literatura infantil de la Unión de Escritores Soviéticos. El 12 de agosto de 1952 es asesinado junto a los más destacados miembros de la literatura ídish de la URSS.

El árbol En su copa el árbol se tambalea y en su raíz permanece firme; sin embargo ningún pájaro se atreve a plantar en la raíz su nido. De aquí surge lo relacionados que se hallan cielo y tierra; se distingue lo grande y lo pequeño y quién, a la copa, alimenta.

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MOISHE BRODERZON, nacido en Moscú, Rusia, en 1890 hijo de un comerciante. Durante la primera guerra y la Revolución de Octubre permanece en Moscú y luego se traslada a Lodz donde reside hasta 1939 desarrollando una intensa tarea como poeta, escritor y periodista. Fue el organizador de un re-nombrado grupo moderno de teatro, escribiendo obras para él incluso una ópera bíblica. En 1939 se traslada a la URSS donde es detenido en 1948 junto con los demás escritores judeo soviéticos. En 1955 es liberado por fin, retornando a Varsovia, Polonia, donde fallece en 1957.

A las estrellas Nosotros, muchachos, una alegre pandilla cantarína, recorremos una desconocida senda en noches de temor, en profundos días taciturnos ¡per aspera ad astra! Estrellas se vuelven lágrimas y lágrimas, estrellas; los sordos comienzan a oír, los muertos, a desear y todo 10 bueno comienza a suceder. ¡¿El camino que lleva a las estrellas es difícil?! ¡Hey, a pensar un poco menos! ¡Lo que nos esté predestinado habrá de sucedemos! La alegría ha de fructificar, multiplicarse Y los cielos atenderán de buena gana jurando fidelidad piadosamente: entretanto ¡bailen osos! ¡per aspera ad astra! Nosotros vamos por una senda desconocida en los días taciturnos, en noches de temor nosotros muchachos, una alegre pandilla cantarina.

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ZISHE LANDAU, nacido en 1889 en Plotzk, Polonia, en el seno de una renombrada familia rabínica. En 1906 se radicó en los Estados Unidos donde fue uno de los líderes del grupo literario Di Iungue —Los jóvenes—al lado de Leivik, Mani Leib y otros. Falleció en Nueva York en 1937.

Un lejano llamado. Un lejano llamado. Un son imperceptible. Vuelves asombrado la cabeza. Y como una víbora venenosa en tu mirada se enciende, cansina, la tristeza. Sin embargo, alguien murmura detrás tuyo: —Bajo llave, la pequeña puerta quedó cerrada en el gran castillo y el camino yace perdido entre la hierba. Espinas En la oscuridad tus ojos se hacen más hermosos, alegría y paz brotan de tí. En la oscuridad tu pequeño pie es más pequeño y más tierna, más flexible te haces tú, En la oscuridad tu suave voz suena más suave, penetra y embriaga de promesas el corazón. Tus dedos pálidos son más pálidos y largos, y más tierna, más flexible te haces tú. Afuera ladran los perros Afuera ladran los perros y el viento sacude los cristales. Aunque tal vez los perros yazgan tranquilos sobre sus cadenas y el viento, sobre una rama, dormite en silencio; pero yo estoy tan mal ahora como si se sacudiera el viento en mi cerebro y en mis oídos ladraran perros.

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Oh, cuántos olores. ¡Oh, cuántos olores hay en el mundo! Huelen ciudades y aldeas, fábricas y calles; tienen su olor las porcelanas y las almas; cada generación tiene su olor y cada clase; cuerpos, motivos y conceptos huelen; tienen su olor los sentimientos, las guerras, los poemas, etcétera, etcétera, etcétera. ¡Y no habrás de librarte nunca de aquel olor en que nacieras! ¡Es más fuerte e implacable que prisiones y cadenas! ¡Oh, tú, olor apenas perceptible de mis maravillosos versos! De esos que escribiera sobre aquella, para aquella, a aquella que quiero, la de cansados, perezosos, complacientes miembros. Oh, a tí sólo ha de comprenderte aquel que marcha ausente por la vida y lleva sobre sí una carga de la cual, tal vez sólo lo librará la muerte. ¡Oh, olor de mis maravillosos versos!

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DOVID HOFSHTEIN*, nacido en 1889 en Korotichev, en la provincia de Kiev, Ucrania. Su padre era agricultor y Dovid, estudiando en una escuela elemental judía, vivió casi permanentemente en el campo hasta los 17 años, cuando se emplea como maestro en una aldea. Estudia en la Universidad de Kiev botánica y filosofía. Comienza a escribir poemas en hebreo, luego en ruso y ucraniano para pasar por fin al ídish. Tras la Revolución de Octubre es uno de los responsables de las ediciones de las juventudes comunistas judías de Ucrania. Maestro de la poesía ídish, es uno de los líderes de la Escuela de Kiev. El régimen stalinista lo arrestó en 1948 y lo fusiló en 1952, siendo rehabilitado en 1956.

Atardeceres de invierno ¡Atardeceres de invierno por los campos de Rusia! Dónde puede uno estar más solo, dónde puede uno estar más solo. Un viejo caballo, un chirriante trineo, un nevado camino, y yo por el medio. Detrás, en un ángulo aún luminoso languidecen tristes los últimos rayos. Delante, extendida hacia la distancia, un desierto blanco y algunas pocas casas. Hundida en la nieve dormita allí una choza. casita judía que los senderos tocan. Una casa como todas, con ventanas más amplias; allí soy, entre los chicos, el mayor de la casa. Mi mundo es estrecho, y pequeño mi círculo: a vez por quincena, de casa al pueblito; y añorar en el mutismo de los campos inmensos sendas ocultas, caminos secretos. y cargar en el corazón recónditas penas de semillas que esperan y esperan la siembra. ¡Atardeceres de invierno por los campos de Rusia! ¿Dónde puede uno estar más solo, dónde puede uno estar más solo?

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Noche ¡Amada! El mundo se olvidó ahora de nosotros tal como antes nosotros lo olvidamos. Sin consultarnos cayó la noche en la sensual y rumorosa calle. La puerta nocturna se hizo pálida y silenciosa sorda y mudamente clausurada. Sobre el rojo tejido de nuestro viejo sillón derramó ya su tinta la noche. ¡Amada! Pon tu mano sobre mi cabeza, así. A cada roce de tus dedos sobre la ceniza del incendio de mi corazón pasa como una víbora un callado, nostálgico aleteo. ¡Gracias, mujer; gracias, esposa por cada gota de rocío, por cada temblor de tu cuerpo siempre sediento…! Orquesta ¿Quién dice —¡qué me mire a los ojos!— que las multitudes sólo escuchan tambores? Quién lo dice: —¡Un tambor ventrudo y algunas trompetas bastan para acompañar a las masas! Quién dice: —¡Para las masas alcanza con fanfarrias! ¡Lo dicen los antiguos amos! Nosotros decimos: —¡Queremos, hemos de conseguir, una vida caudalosa para cada uno! Decimos que luchadores—obreros y constructores poseen un oído sensible y delicado.

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¡Nada de "pan y circo para esclavos״ sino todo lo que creó la humanidad para nosotros y para ellos, hombres de la nueva siembra, hombres libres con plenos derechos! ¡Y no sólo pan ni redoble de tambores, y no sólo rabia y amargas maldiciones a las cadenas de ayer! Una mano poderosa guía la construcción de nuestra patria y una savia sensible y delicada nutre su flexible fuerza. Y dulces flautas y violines acompañan la construcción, recuerdan penas y pérdidas; sonidos de cornos se estiran a lo lejos y anuncios consoladores de alegrías venideras en tiempos cercanos, en orgullosos días y noches: ¡también necesitamos de vosotros, violines y flautas! ¡Vosotros, flautas y violines acompañáis la construcción, las penas y alegrías de nuestro mundo! Origen ¡Nuestro origen son rocas! Rocas desgastadas en el molino del tiempo. Provenimos de rocas que ataron su destino a lejanías, a mares, a vientos…

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Provenimos de rocas que rompieron el congelado yugo del no-movimiento; avanzamos y sólo desolados bosques pueden detenernos. Somos los primeros al este al oeste, el sur y al norte, hermanos de las olas y las tempestades, unidos a las tormentas en los pliegues del viento. Fraternidad ¡Mi pecho ya está repleto de cálidas premoniciones de tu gran llegada, fraternidad! ¡Cuando cada aliento quiere y cada timón crea; cuando cada piedra está limpia de polvo e indiferencia; cuando cada caída, cuando cada despegue, cuando cada movimiento es sí o es no, pero es un empujón, un tirón hacia adelante! Cuando cada esfuerzo en pequeño, en cadena, sólo es grande, es amplio, sólo es pura alegría.

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H. LEIVIK (H. LEIVICK*), seudónimo de Leivik Halpern, nacido en 1888 en Iehumen, en la provincia de Minsk, Rusia Blanca. Arrestado en 1906 por sus actividades políticas, pasó cuatro años en una cárcel de Moscú siendo deportado luego a Siberia de por vida, pero logró huir a los Estados Unidos, adonde arribó en 1913. Empapelador de día y poeta de noche durante muchos años, compone una de las obras poéticas y dramáticas más trascendentes de la literatura ídish de este siglo. Su drama "El Gólem" es un clásico de la dramaturgia judía. Integrante del grupo literario Di Iungue —Los jóvenes— su obra poética tiene acentos proféticos. Falleció en Nueva York en 1962.

En el fuego La oscura noche es fuego, mi cabeza sobre una almohada llameante de fuego. Aspiro y exhalo fuego por puertas abiertas y ventanas de fuego. Mi mano se extiende y hace signos en fuego. Escribe en el fuego, con fuego, sobre fuego. Pido piedad, busco amparo del fuego, ¡socórreme, sálvame, fuego! Oigo un chisporrotear de voces en el fuego:

Soy tu padre, tu padre de fuego; soy tu madre, tu madre de fuego; tu padre que te judaizara en el fuego; tu madre que te amamantara con fuego. Recuerdas tu cuna colgante de cuerdas de fuego, en una pequeña choza, hace mucho, al estallar el fuego; recuerdas el aletear de las cuerdas en fuego hasta alcanzar el techo con fuego; recuerdas cómo te atrapamos en el fuego y echamos a correr contigo entre el fuego: huíamos del fuego, por el fuego, al fuego. Ahora venimos de nuevo a estrecharte al fuego, a cubrirte de nuevo con pañales de fuego, a alzarte otra vez, conducirte entre el fuego, del fuego, por el fuego, al fuego.

Así escucho voces en el nocturno fuego, Hasta que comienza a amanecer con fuego, Y lo que sigue luego sólo lo sabe el fuego, Que dibuja sobre fuego, en el fuego, con fuego.

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Mi plegaria Mi plegaria, no sé a quién llevarla, y la llevo; mi plegaria, no tengo a quién decirla, y la digo. Mi plegaria, sobre el paladar se me hiela, y la llevo; mi plegaria, revive en un estallido de ira, y la digo. Mi plegaria, tantas veces se quiebra, y la llevo; mi plegaria alzada sobre seis millones de fosas, y la digo. Mi plegaria, se derrumba y deshace sin palabras, y la llevo; mi plegaria para quien no sé si ha de oírla, y la digo. Anoche oí Anoche oí —aunque tal vez sólo lo haya imaginado— a una multitud de músicos tocando al unísono en mi cuarto. Pero entre el estrépito redoblado del tambor y el levantado grito de la flauta, de pronto me demudó el terror: —Mira, ¡el violinista falta! Me eché a indagar, a urgir, cuando una mano me cubrió los labios y cruzó mis ojos el brillo de un acero deslumbrado. Los músicos cumplieron su tarea y fríamente guardaron sus instrumentos lado a lado; luego, del mismo modo impasible, sin esbozar un gesto, una palabra, como fundidos en una sola sombra, abandonaron mi casa.

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Recién entonces vi: un hombre yace contra el muro de mi cuarto, y el violín, caliente todavía, sangra en su mano. Luz Con cantos astillo el corazón del silencio sin apartarme un pie siquiera de mi sino; y si me apartara volvería a él para arribar siempre por el mismo camino. No permanezco solitario ni apartado; ya voy envejeciendo, pero tú en mí sigues joven. Mi rostro, iluminado por el terrenal milagro y por la dulzura de la arena y la piedra en la boca. Entreví bajo los párpados del hombre la promesa de un estallido prodigioso y la parte más dura de su yugo me dispuse a cargar sobre los hombros. ¡Sol del día, quiéreme y ama también mi sombra! Enciéndeme y consúmeme cuando sea necesario. Existe una dicha que yo mismo me he prohibido; su regocijo llegará, pero ¿cuándo? ¿cuándo? ¿cuándo? La noche está oscura Marcho ciego por la noche oscura entre un viento que arrebata de la mano el cayado. El corazón llevo hueco, el morral vacío; los dos pesando, los dos innecesarios. De pronto siento sobre mi mano el roce de otra mano: —Dame, llevemos —dice— la carga entre ambos. Por un mundo en tinieblas marchamos entonces dos, yo cargando mi morral, y él, mi corazón.

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Tal como soy

Tal como soy, sin medir más de cinco pies de altura, si me levanto de pronto y crezco, sólo un minuto y alcanza mi testa el cielo. Y si comienzo a girar sobre mí mismo como un toro salvaje, y a mover los brazos, como si fuesen las aspas de un molino por sobre los cuatro costados del mundo, se revuelven los pueblos con furor, de los mares se levantan los abismos y la arena de los desiertos se tranza en el aire; pueblos, abismos y arenas hacia mí, para hacer más vertiginoso el ritmo de mis giros, para inundar con más luces y sombras, mis ojos. De pronto comienzan mis rodillas a quebrarse; me tuerzo, ya me derrumbo y me estiro como un trapo cuyos extremos tocan los extremos del mundo. Primero yazgo sobre la superficie de la tierra, boca abajo, espalda al cielo; lentamente luego, con medio cuerpo me voy hundiendo, y en seguida con el cuerpo entero. No hay tristeza en mi corazón, ni llanto pues no estoy muerto sino frío y duro como roca; más frío y duro aún para no dejar mancillarme. Y así yazgo hasta que se levantan dentro mío desde los abismos, nuevas ansias de erguirme, de elevarme. . .

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Cantos míos Cantos míos, como gansos de estirados cuellos; canto míos, como terneros de ojos redondos, escuchad, aguzad el oído a cada roce: sogas y horcas hace tiempo ya que esperan. Por cualquier sitio puede asomar el vagón del carnicero; estad preparados para tenderos cantos míos, como gansos de estirados cuellos; cantos míos, como terneros de ojos redondos. Grande ha de ser de la matanza el día, santamente grande; pero más grande aún es entretanto el tiempo de la espera. Por afiebrados ojos de ternero el silencio resplandece; sobre largos cuellos, ternura maternal reposa. La luz del día es muda. La luz es muda; la oscuridad es la que canta, de pie ante tu cabecera. Crepúsculo ven. Noche profunda, ven. Viene el crepúsculo; la noche deja oír su galopar de aceros. Cantos míos, como gansos de estirados cuellos, estad atentos: cantos míos, como terneros de ojos redondos, aguardad con temblor festivo, porque vuestro guardián no duerme ni dormita y quien blande el filo carnicero es puntual. Aguardadle aún cuando demore porque en lo profundo de las noches llamo y ruego en mi nombre y en el vuestro: —Cuellos esperan; venid y degollad. 1922 Yo debí. Yo debí morir con vosotros Pero las fuerzas me faltaron, y ahora lo hago todo por ocultar el debatirse de mi verbo, de mis manos. Ni la ira ni el dolor ayudan a ahogar en sus abismos tormentosos mi culpa de ser; la culpa de que las llamas de Treblinka hayan omitido mis entrañas.

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Todas las palabras se tornan ahora máscaras para ocultar el universal pecado de Caín; para cubrir nuestro fracaso de pretender justicia por un niño degollado. Y mientras mentalmente cubro mis hombros con sacos de duelo, y hundo mi frente en la ceniza, vuelve el profanador a profanar y el verdugo voltea otra cabeza. Y en el corazón gime duplicada la vergüenza cuando el sol se echa a cantar en mi ventana, cuando mi mesa se viste con cubiertos y saborea un trago mi garganta. Busco refugio entre los pliegues de la fe; me acurruco contra la eternidad, pero a sabiendas de que ya todos los recipientes del mundo están quebrados y ya no le queda a Dios donde guardar sangre de Abel. El turno llegará (fragmento) Disculpadme si en horas cruciales envidio a los mártires antes que a los héroes; también mi padre los quería más, y también mi abuelo y mi tatarabuelo. Y ahora, cuando debo enseñar a mi hijo, a menudo francamente con él me confieso. Aún de niño, en los días del jeider11 y luego en la escuela y en la ieshiva23 más que la guerra de Bar Kojba, atrapaba mi corazón la muerte de Rabi Akiva. Pero la cobardía me llevó del país de la prueba hasta cierto país de la seguridad, y todos mis sueños sobre horas postreras los transformé en palabras entre tapas de libros. Un sólo consuelo: en medio de supuestos placeres arde una llama seca en mi paladar, y escucho claramente una voz de mártires: —No te preocupes, tu turno llegará.

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La gente debió haber venido La gente debió haber venido a detenerse ante tu cabecera y bendecirte; la gente no vino, entonces vino la bendición sola, vino la bendición sola, vino sola. Tocó tus ojos cerrados, tus labios apretados, y asomó una sonrisa sobre ellos; una sonrisa como en vísperas del día —y ya eran vísperas, casi, de la noche— y la bendición bendijo la sonrisa, se apartó y se fue; entonces la sonrisa quedó sola, quedó la sonrisa sola, quedó sola. Por el cristal de la tarde, un rayo de sol se enhebró áureo y blandamente envolviendo con silenciosa ternura la sonrisa en el preciso momento de extinguirse. La sonrisa se evaporó, entonces el rayo de sol quedó solo, el rayo de sol quedó solo, quedó solo. Por qué merezco yo. Buscas milagros en la mañana azul, buscas entereza en las lejanías, y a tu alrededor todo grita:—Destruye S1 es que en alguna parte queda algo entero todavía. Las palabras pulidas quiébralas en cuantos más pedazos, cuanto más destruidas. Si yace desnudo aquí un judío Profanado, germanizado, hitlerizado, con cuanta más razón puede tu canto estar desnudo, estar él mismo de profanación azotado. ¿Por qué habrías de merecer tú ala y sueño y luz sobre tu cara en el espejo?

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¿De dónde te vienen libertad y vuelo? ¿Por qué te merecerías milagro y maravilla si no afiebró tu pulmón el gas de una muerte judía; si Maidanek sigue siendo sólo una palabra, apenas el nombre de cierta comarca? Sobre tu tierra, Jerusalem Jerusalem, qué grato callar sobre tu tierra. Abro a mis palabras todas sus celdas, y agradecido, alabando su singular fidelidad liberándolas, les digo: —Volad a vuestro gusto, amadas, por los montes de Jerusalem, por sobre todas sus colinas; escoged entre sus santos lugares, posaos y descansad sobre ellos; son todos vuestros. En cuanto a mí, dejadme a solas con el sueño de haber logrado un instante siquiera de paz; un instante conmigo mismo, de completo acuerdo. Jerusalem: sobre tu tierra fulgura el día dorado de silencio y de noche el silencio azulea. Pero de pronto me digo: —Aquí mismo, donde estoy erguido, aquí mismo posó su pie Isaías. ¿Aquí mismo? ¿De veras? Y el fiel instante nocturno responde: —Sí, aquí.

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Entonces sobrecogido, me echo a llamar de vuelta a mis palabras. —Volved de donde estéis; volved, volved, mis fieles, dadme a expresar en silencio el regocijo de estar erguido sobre la tierra que pisó Isaías. Sobre las espaldas del Monte Carmelo Sobre las espaldas del Carmelo brotan casas nuevas, blancas, que estirándose otean hacia el mar y la distancia. Casas, se diría, comunes: puertas, balcones, ventanas; pero en cuanto lo meditas intuyes el milagro. Las puertas se echan a temblar con un batir de alas, hasta que en ellas, con ellas, estallan cerrojos y trabas. Cada muro, no bien recuerda el milagro desatado, sobre las piedras de sus cimientos se echa a danzar de un salto. Y los balcones, mayor prodigio, se deslizan como naves unidas y solitarias, del mar a las profundidades. Sobre ellos, los cielos azules Flamantes, como recién tendidos; y por encima la palabra y será de El fin de los días de Isaías.

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Y cuando preguntes Y cuando preguntes si alguno me ha traído, si alguno me ha arrojado a este confín del mundo, no podré responderte una sola palabra, y si lo hiciera sería con vocablos oscuros. Cuántas palabras abiertas ya he pronunciado y ni una celda siquiera he abierto con ellas, ni un charco de sangre he borrado en la nieve, ni quebré con palabras una sola cadena. Ni un solo pogrom deshice con palabras; con palabras no evité ni una muerte en el gueto; ahora todas gritan: —Queremos ser inscriptas sobre azul y rojo; sobre blanco y negro. Por labios cerrados, de mudez ocluidos, capto más cabalmente la última esencia. De la horda palabrera huye, corazón mío, y húndete en el silencio como en el musgo una piedra Carcelero Carcelero, quita ya tu ojo de la puerta, ve y tiéndete a dormir; para descansar fue dada la noche, para tí igual que para mí. Apoya en el portón tu arma, reclina tu frente en la mesa; de pasearte el día entero ya han de dolerte las piernas. Ninguno dejará la celda y nadie ha de escurrirse en ella; en torno de mi camastro danza una enorme rata negra. Danza, salta y urde trampas a mi derredor, círculos mágicos; quita tu ojo de la puerta que ya estoy, carcelero, embrujado.

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El camastro es corto El camastro de la celda es corto pero echarse a dormir necesitan todos, coloca uno los pies sobre los ojos del otro y sobre sus cadenas apoya el rostro. El camastro de la celda es angosto aprieta24 cada cual el cuello del prójimo. Toco la puerta de mi padre Toco la puerta de mi padre, pero sin golpear; dejo apenas el roce de mi mano sobre ella y vuelvo a mi vida de todos los días. Ando por la ciudad, por sus silenciosas calles nocturnas y escucho que a cada uno de mis pasos lo acompaña un singular llamado: —Anuda tu mano en un puño, cuanto más grande, cuanto más fuerte, y embriagado de ardiente ira, de mi sepulcro, quiebra el cerrojo. Me echo a correr de nuevo hacia la puerta como si fuese un muchacho todavía, y la toco con un roce más intenso, con una caricia de todos mis dedos. Pero no fuerzo la cerradura. En cambio me asalta una serena sonrisa, y al extraño llamado de mi padre sólo respondo: —Padre mío, debes disculparme. Hoy vi a mi madre Hoy vi a mi madre en sueños ׳ los ojos llorosos, sentada a la puerta de su tienda, cabeza inclinada hacia el suelo.

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En su regazo mi pequeño hermano busca amamantarse de su seno, pero no contiene una gota de leche su pecho reseco. El chico llora y llora hasta quedar en silencio. Sentada, callada, escucha mi madre llorar al pequeño. Un campesino, dinero en mano, entra por pan a la tienda, esperando que, como siempre, mi madre salga alborozada a su encuentro. Pero mi madre, como si durmiera no se mueve de su sitio. Echa otra mirada muda y huye aterrado el campesino. No digo No digo que mi vida haya sido un fracaso; solamente digo que la tormenta quiebra al manzano más recio, y sus frutos los va recogiendo el guardián en su cesta. No digo que mi vida haya estado errada; solamente digo que un trapecista sobre su hilo cruza profundos abismos cantando como si bajo sus pies tuviera un puente tendido. No digo que mi vida haya sido un sueño; solamente digo que un jinete, sobre su cabalgadura, atraviesa todo un mundo al galope y retorna al rincón donde descansa su cuna. No digo que mi vida esté terminada; solamente digo que el sol se hunde en las aguas hecho una esfera inflamada de ocaso, que incendia el occidente con una llamarada.

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Una simple plegaria ¿Donde tomar fuerzas, dime, Para este debatirse, Dios mío; Para caer erguirse, y volver a esperar? Para miles de senderos escapé ya de la muerte: Por el heroísmo, por el miedo, E incluso por la casualidad. Dime׳ ¿cuántas pruebas más tiene la vida, Creador? ¿Cuántas más? y aún habiendo ya escapado tantas veces, sin embargo no olvido, —para llevar, como corresponde, la cuenta— todas las formas de muerte, todos sus colores que mis ojos mamaron para revertirlos a su vez, algún día, en los tuyos. He visto la muerte roja, he visto la muerte negra, he visto la muerte azul, y por sobre todos los tonos, la muerte blanca, blanca, blanca, ciega. Dime, ¿cuántas energías posee el hombre para alimentar sus fuerzas; para ser contigo un socio igualitario? Por lo que vieron mis ojos hay días en que abrigo la clara sospecha de que no son iguales nuestras cargas; que mi porción de dolor es mucho más intensa. Solamente una vez evitaste que se hinque un cuchillo en un cuello. El entregarse del cuello de Isaac quedó desde el monte Moría por señal ungida del judío para toda la eternidad. También yo cargo esa seña, por supuesto. La cargo —ambas cosas a un tiempo— como un prodigio y como un anatema. ¿Y es que tengo acaso otro remedio?

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Justamente, dime, ¿es que puedo acaso escoger para el futuro otra senda? Escucho dentro de mí una voz que dice: —No corresponde con la majestad divina descargar con tanta familiaridad el corazón ante el Creador Supremo. Pregunto entonces:—Dime, ¿cuántas montañas de insomnio le corresponde cargar a un frágil párpado? ¿Y cuántas lenguas de fuego deben regocijarse sobre un trozo de cuerpo torturado? ¿Y cuántas veces debe estrellarse una frente contra un muro para que el hombre permanezca intacto? Intuyo tu secreto de introversión, reserva, pero precisamente ya es tiempo de hablar contigo cuanto más simple; cuanto más clara y largamente. Con toda tu ubicuidad, no ves a veces; con tu omnivisión entera, pasas sin darte cuenta a mi lado. Disculpa que te hable casi en prosa. No levanto la voz, pero tampoco ruego. No te hablo con humildad, pero con soberbia mucho menos. Hablo como si las palabras por sí solas se unieran y se ordenaran en versos por sí mismas; hoy no quiero versificar de ningún modo. Sin embargo, Creador, te ruego no lo impidas; lo hacen ya, sin duda, por costumbre o quizás precisamente para continuar disimulando todavía todo el abismo de su pena. Quieren, a pesar de tu presencia, permanecer acurrucadas entre sí a la soterrada herida de su claror. Saben que ante tí han de revelarse; lo que ignoran es si Tú has de curar su herida. Y no es su culpa que, como de un cuchillo que sí se hincó en una garganta, yazga anegado en sangre mi pacto contigo. 1959

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A América Cuarenta y un años ya que estoy entre tus límites, América, llevo en mí tu libertad bendita, aquella que Lincoln santificó con su sangre-ofrenda y Walt Whitman con sus cantos. Observa qué notable: aún hoy busco respuesta a mis contradicciones, a la inquietud que anima mi vida; y me pregunto, por qué hasta hoy no te canté con alabanza, con alegría, con transparente admiración, tal como cabe a tu envergadura, a tus ciudades y praderas, a tus valles y montañas; y más aún: a mis pequeñas paredes, ora en Bronzville, ora en Clinton Street, ora en Borough Park, o en Bronx, o en The Hates; y sobre todo a mis caminatas por East Broadway, el East Broadway que me repleta de vitalidad aún hoy, de intimidad en cuanto apoyo sobre él mi planta. Cuarenta y un años ya que estoy bajo tus cielos, ya más de treinta que soy tu ciudadano, y hasta hoy no hallé en mí ni la palabra ni la manera de relatar mi arribo y retoñar sobre tu tierra con pincelada tan amplia y colorida como tú, América. En cuanto mi voz quería acercársete, limitaba mis palabras, las reprimía endureciéndolas, guardándolas avaro en mi interior. Toda mi vida y mi mundo quedaban callados bajo secretas llaves, lejos de tu excesiva envergadura. Ahora te lo confieso: cuando bajé del barco, cuando pisé tu tierra, quise arrojarme a besarla, a rozarla con mis labios. Sí, quise, pensé hacerlo y no lo hice. Luego, sobre tu tierra bendita, escribí cantos de añoranza y de culpa en recuerdo de la figura de mi padre diciendo a su imagen: —Acoge en mi tardanza los besos que, aún siendo niño, pensé, quise, y siempre tuve pudor de darte. No me dirás, en toda tu grandeza, América, que tú eres más, que es mayor tu ascendiente; que eres más importante que mi padre.

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Pero tal vez me digas: —Yo no soy más, ¿pero es que soy acaso menos? En realidad quisiera escuchártelo decir, porque escucharlo sería un bálsamo para mi pecho, y podría, por lo menos en el declinar de mis años, abrirte las fronteras de mi corazón; revelarte mis aún escondidas confesiones sobre tí, América. Lo repito: intenté hacerlo mediante cientos de alusiones, en prosa y en verso, en el estallido de diálogos dramáticos, en el caer y levantarse de telones; traté más de una vez de arrancar de mi propio corazón los velos, de abrirme e intimar contigo, América, por lo menos la mitad de lo que intimo con aquel cementerio en donde yacen mis padres en el pequeño Iehumen desde los oscuros días de la primer guerra mundial; la mitad de mi intimidad con las ardientes nieves de Vitim, aldehuela perdida en las heladas arideces de Siberia; de mi intimidad con la marcha de Isaac al monte Moría, o con la tumba de la madre Raquel; con las preces de David o con las profecías luminosas de Isaías; de mi intimidad con la ascensión de Lekert a la horca o con las danzas ascendentes de Ein Jarod. Lo intenté, y está claro que es mi culpa y no la tuya que hace treinta años anduviera ya bajo tu cielo con duelo en el corazón, lamentando llevar con angustia mi canto judío por tus calles y avenidas, apretado entre mis dientes, como una gata solitaria lleva a sus cachorros, buscando en algún sotano, para ellos, un escondite de paz; y en cuanto pienso en mis hermanos, poetas judíos, me oprime como una tenaza su destino, y siento necesidad de orar por ellos, por su suerte, pero precisamente entonces enmudecen mis palabras. Por supuesto que es mi culpa y no la tuya también hoy cuando, pasados aquellos treinta años, vuelve con tristeza a clamar mi corazón porque la adversidad, hoy más que nunca, arroja a los bardos judíos a nuevas siberias y precipita al abismo de las tempestades, hacia mortales riesgos, nuestra estremecida nave poética, a un abismo de tempestades que alcanzó también tus aguas, América;

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entre los riesgos mortales, busco la brava canción del capitán bravío también hoy; que el bravo capitán no traicione hoy también su canción del destino. Ya ves, soy cruel conmigo al decir: por supuesto que es mi culpa. Si pudiera decir "tal vez", "quizás", no "por supuesto". Pero me cuido de arrojar siquiera una parte de culpa sobre tí, América, y dios mismo, en el cielo, es testigo de que no mereces todavía sentirte completamente libre de culpa, del todo blanca como nieve. Ya ves, en este momento deberías tu misma venir en mi ayuda y aliviarme el hallazgo de aquellas palabras que expresen a un tiempo acercamiento, fusión y despedida. Fusión con toda tu belleza y tu amplia complexión. ¿Despedida? Cuanto mayor es la amalgama tanto más cercano se hace el instante de la separación. Ella puede sobrevenir entre tus límites, pero puede también ocurrir fuera, lejos de ellos; ella puede transportarme a aquellas regiones de maravilla que transité siendo aún niño, de la mano de Abraham, por los alrededores de Beersheva; de la del rey David por las callecitas de Jerusalem; ella puede transportarme también a las calles de la Jerusalem renacida. También tú, América, anduviste junto a ellos; también tú acogiste en el corazón el mandamiento y la bendición divinos: de ser tierra que mane leche y miel, multiplicando tu simiente como las estrellas del cielo y las arenas de la orilla del mar; de ser proféticamente libre como soñaron para tí tus creadores. ¡Oh, que el sueño de Walt Whitman y el de Lincoln sea hoy también tu sueño! En los días de mi ancianidad, al detenerme ante la clara imagen de esta o de aquella luminosa hora evoco nuevamente aquel instante en que,

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hace cuarenta y un años alcancé tu orilla, América, y pensé y quise dejarme caer sobre tu tierra con mis labios, y en mi conmovido desconcierto no lo hice. Permíteme hacerlo ahora, tal como estoy, así, de pie, abrasado por un claror de acercamiento y despedida, América. 1954

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IIZJOK KATZENELSON (YITZHAK KATZENELSON*),

nacido en 1886 en Karelitz, cerca de Minsk, Rusia Blanca, se traslada de muy joven a Varsovia. Allí comienza a escribir en hebreo igual que su padre, cobrando fama con sus obras drama- ticas. La segunda guerra lo sorprende en Varsovia, en cuyo gueto es recluido. En 1943 logra huir a Francia siendo atrapado, enviado al gueto de Vittel y luego a Auschwitz donde es asesinado en 1944. En el gueto de Vittel, bajo las raices de un viejo árbol, deja enterradas en tres botellas herméticamente cerradas, un tremendo poema testimonial —"El canto del pueblo judío asesinado"—, una obra dramática y otros poemas, como los que se publican aquí, escritos en el gueto.

Canto del hambre Ven, salgamos a la calle, querida; ven a morir por las calles, sobre las duras, tristes veredas. Y trae contigo a nuestros pálidos hijos. Trae al mayor; trae al mediano; trae a nuestro tercero que es aún muy joven pero que también ha de lograr, como un judío adulto, irse muriendo por la calle, de hambre. Ven a la calle, ven a Karmelitzka; entre la variedad humana no desentonamos; hay por Karmelitzka un gran tumulto: unos andan, otros caen, otros permanecen sentados. ¡Ven afuera! Oh, sal de casa, una casa vacía; me avergüenzo ante mí mismo permaneciendo tendido allí, vivo, en la fosa; un hambriento no debe morir en su casa, solitario. En la calle no hay de qué avergonzarse; uno sale, hinchado, se tiende. allí se muere al por mayor; Por la calle va muñéndose toda junta una legión.

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También nosotros nos tenderemos sobre las veredas; no, tendernos no, iremos cayéndonos; no, no, cayéndonos tampoco; nos acostaremos, un corazón contra el otro a morir, a morir como todos. Ven a la calle. Gueto de Varsovia, 28 de mayo de 1941 Canto del frío En casa hace frío, un frío amargo; lobos andan corriendo por mi casa, los vidrios se han poblado de osos, mi mujer, yo y mis hijos tiritamos sin poder ayudarnos. Y nadie lo ve ni quiere escucharlo. No lloren, oh, no lloren: las lágrimas, aun calladas pueden, Dios nos guarde, quedárseles en los ojos congeladas. En casa hace frío. Tengo miedo, el pánico me asalta en casa y salgo a las calles desoladas. Ando por sobre personas congeladas como árboles hachados, con manos caídas en un terror enmudecido como en un desolado, inútil grito pidiendo socorro o saludándome acaso, precisamente a mí, con un saludo tan rígido. Gueto de Varsovia, l3 de febrero de 1942

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MOISHE LEIB HALPERN (M. L. HALPERN*),

nacido en 1886 en Zlochev, Galitzia oriental. Luego de vivir una década en Viena, llega en 1908 a Nueva York, donde luego de ejercer diversas tareas, divide su tiempo entre el periodismo y la poesía. Comienza publicando en los órganos literarios del grupo Di Iungue —Los jóvenes— pero sin integrarse al mismo. Posteriormente colabora con el diario comunista judío, pero también durante un período limitado. Su obra poética se resume en cuatro volúmenes, —dos de ellos póstumos—de una intensidad inusual. Fallece en Nueva York en 1932, a los 46 años.

Mi inquietud de lobo Mi inquietud de lobo y mi serenidad de oso; la ferocidad aúlla dentro de mí, el hastío atiende. Yo no soy lo que pienso ni soy lo que quiero; soy el hechicero y el encantamiento. Soy un enigma que se atormenta a sí mismo; un hombre con agilidad de viento, atado a una piedra. Soy el sol del estío y el frío del invierno; soy el elegante opulento que arroja monedas de oro; soy el muchachón que anda, la gorra de costado, y silbando se roba a sí mismo el tiempo. Soy el violín, el tambor y el contrabajo de tres músicos ambulantes que tocan por las calles. Soy la ronda infantil y el resplandor de la luna; soy el simple que siente nostalgias por el país azul. Y cuando paso ante un edificio derruido soy también la desolación que asoma entre las ruinas. Ahora soy el miedo, afuera, ante mi puerta; la fosa abierta que me espera en el camino. Ahora soy un cirio encendido recordando a un difunto; un viejo retrato inútil sobre un muro polvoriento. Ahora soy el corazón, la tristeza en una mirada que hace un siglo sintió por mí añoranzas. Ahora soy la noche que me ordena estar cansado; la pesada neblina nocturna; el canto quedo del atardecer; la estrella encima mío, arriba, en las alturas; el murmullo de un árbol; un son de campanas; una exhalación.

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Extrañeza entre nosotros Callamos. Escucho cómo solloza mi ataúd en medio de la casa porque es enteramente negro y porque no posee siquiera la pequeña ventana de la más mísera casa derrumbada donde ya nadie vive. Y tú, a la leve luz de la lámpara, con la cabeza gacha, regalas el más trémulo acento a tu vestido negro que abraza tu cuerpo casi tan oscuramente como a mí mi ataúd, que ahora veo. Noche Yo pensé, a un hombre de mi edad, ¿qué lo atrae aquí al mar en este atardecer de otoño? si ya conoce estas piedras; y ¿qué le importa ese humo que se estira desde la chimenea de un barco, cielo arriba? y ¿qué le importa esa nube que desaparece por el borde occidental del firmamento? Un niño comienza a ir a la escuela y le enseñan a bendecir el trozo de pan que sostiene su manita, pero ¿quién enseña a un hombre de mi edad a deambular a solas y a protestar a la neblina del espacio nocturno? ¿al viento que llora como él y a la blanca espuma que danza mar afuera su eterno baile mortal? Oh Guinguelí, inquietud mía, llevo la soledad sobre mis huesos como lleva herrumbre una vieja espada; y tal como un pájaro moribundo cae de su nido así cae sobre mí la noche. Y eternamente discurro sobre esto conmigo mismo como un santo simple le habla al viento por la ventana abierta, al mismo viento que ante el libro apagó su vela.

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Porque sí Moishe Leib se detuvo en medio de la noche a meditar el mundo. Presta atención entonces a su propio pensamiento: alguien le murmura al oído que todo está derecho y que todo está torcido y que el mundo gira alrededor de todo. Tironea Moishe Leib una pajuela con las uñas y sonríe. ¿Por qué? Porque sí. Así tironea la pajuela en la noche; de pronto se le ocurre nuevamente algo. Se le piensa, presta atención de nuevo: alguien le murmura al oído que nada está derecho y que nada está torcido y que el mundo gira alrededor de nada. Tironea Moishe Leib la pajuela con las uñas y sonríe. ¿Por qué? Porque sí. ¿Quién es aquél? ¿Quién es aquél que allí cabalga sin moverse de su sitio? Calla, sangre mía, no llores; aquel jinete soy yo mismo. En medio del mundo, a medianoche, ¿quién le obstruyó el camino? Calla, sangre mía, no llores; aquel jinete soy yo mismo. Y si por todas partes hay tinieblas ¿por qué no deshace el camino? Calla, sangre mía, no llores; aquel jinete soy yo mismo.

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Yo y tú Yo y tu, ni paz ni inquietud; gris y rubio que se acercan uno al otro. Nos encontramos de improviso, como dos mendigos con linternas y cayados, deambulando de noche. Como dos mendigos, con su atado y su jarra de agua, que, como en un espejo, . se ven el uno en el otro. Levantan una ceja; el ojo se enturbia. No te amo ni me odias. Cómo ahuyentarlos. Si viene gente con grandes pies embarrados y sin pedir permiso, abren las puertas, y comienzan a pasearse por tu casa como por un prostíbulo perdido en una callejuela, entonces, el placer más grande consiste sin duda, en tomar en la mano un látigo, como un barón que enseña a su esclavo a dar los buenos días, y echarlos sencillamente como a perros. Pero ¿qué se hace con el látigo, si viene gente con cabellos rubios como espigas y ojos azul-cielo, se introducen hábilmente, volando como pájaros; hacen como si te acunaran con hermosos sueños mientras se escabullen subrepticiamente en tu corazón; se quitan los pequeños zapatos cantando, y como quien baña un niño en un arroyo estival, bañan en la sangre de tu corazón, sus hermosos pies?

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Cuando yo esté muerto. Cuando yo esté muerto, levántame, átame sobre un caballo, y déjame ir así por el camino, muerto, sin que nadie me acompañe hasta deshacerme paso a paso sobre hierba y piedra por mí mismo. Y tú, que inútilmente a mi lado transformaste en un erial tu vida, destruye aquí la última señal de quien ya no está. Haz de cuenta que sólo fui una pesadilla que sobrevino y pasó. Nunca estuve yo aquí. Nadie nunca aquí me vio. Giba tú. Giba tú que estás sobre mi alma, tristeza bajo el resplandor lunar; qué bueno estar así perdido por toda la eternidad. Las palabras que resuenan nunca me dieron consuelo; levantada la cabeza entonces, lloraré, aullaré noche adentro. Escucharé mi llanto, escucharé mi aullido, y ya no necesitaré de palabras para perderme a mí mismo. Me pareceré entonces a un enorme perro negro; giba tú que sobre mi alma, tristeza bajo el resplandor lunar del cielo.

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El pájaro Mertzifint ¡Oh, hermanos míos! Quien quiera mi gorro de payaso con las campanillas de plata porque piensa que es bueno gustar tal vez a mujeres que parecen cargar contrabando en sus pechos, que sepa que se lo entrego con mi más profunda reverencia, y si lo necesita, le obsequio incluso mi tambor y le enseño cómo golpear para que lo escuchen y comprueben que desde hoy él es el tonto por si a alguno se le ocurriera brindarle honores por eso. Y yo he de volver a casa y, con el saco arremangado igual que Reb Moishe, el pobre sepulturero de Bialikomen, he de pararme con un barril de grasa allí, en el viejo mercado. Y cuando aparezca un menesteroso no-judío y yo vea que su carro chirría tanto como mi alma, he de engrasarle las cuatro ruedas embarradas por medio centavo y podrá seguir viaje, con salud, adonde quiera, digamos a Sasov, si le agrada o incluso a Stremblie. El último canto Han dejado de creer en Dios, entonces el amor también se ha ido; los hombres se ahorcaron en el bosque y se arrojaron al río. Del río se alejó el cielo, en el bosque hizo silencio el pájaro, el arado y la flauta del pastor quedaron en el campo, abandonados. La tierra se volvió desierto, todos los caminos se han perdido; el profeta se sentó sobre una piedra hasta tornarse piedra él mismo.

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Memento morí .y si Moishe Leib, el poeta, les contara que vio a la muerte sobre las olas como se ve uno mismo en un espejo y precisamente de mañana, a eso de las diez, acaso han de creerle a Moishe Leib? ¿Y que Moishe Leib saludó a la muerte desde lejos con la y le preguntó cómo le iba y precisamente cuando miles de personas se alegraban en el agua salvajemente con la vida, acaso han de creerle a Moishe Leib? ¿Y si Moishe Leib les jurara con lágrimas en los ojos que la muerte le atraía tanto como a un enamorado en la noche lo atrae la ventana de la mujer que adora, acaso han de creerle a Moishe Leib? ¿Y si Moishe Leib les pintara a la muerte ni gris ni oscura sino hermosamente colorida tal como se le apareció a eso de las diez allá lejos, sola, entre las olas y el cielo, acaso han de creerle a Moishe Leib? Este es nuestro destino Jóvenes pescadores cantan como el mar libre y fornidos herreros cantan como el fuego. Nosotros, igual que ruinas en una tierra desolada, cantamos como el vacío cuando fluye y llueve. En el parque juegan reunidos los chicos cantando y vive en su canto amor de madre. Parecería que a nosotros nunca nos parió una madre. La desdicha nos perdió, cantando, por el camino y, como desgraciados, entonamos cantos sin sentido como un papagayo sobre la barra de su jaula o como la rana, al anochecer, entre la hierba y el pantano o como ropa colgada a merced del viento o como espantapájaros olvidados en el campo cuando ya lo devoró todo el invierno.

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Eibi Kirli, el héroe de guerra Eibi Kirli, el héroe de guerra, con las medallas sobre el pecho y la muleta, cierra el ojo izquierdo cuando llora. Sin embargo ayer, un miércoles cualquiera, se hizo una fiesta a medianoche devorando siete sapos vivos. Siete veces creí que en mi jardín sólo lloraba el viento de la noche. Pero ni siquiera intenté preguntarme por qué llora. Quizás lo enfurezca no poder agitar las flores de mi jardín. Son de piedra tal cual las soñé. Pero, por más extraño que parezca, no era el viento nocturno. Era Eibi Kirli quien lloraba. Cada vez que tragaba un sapo vivo lloraba su muerte. Ahora está de nuevo sentado al sol y espera que vengan los chicos a decirle: —Buenos días. Los quiere. La ternura de los chicos le recuerda a su esposa, la salvaje Barla. Una vez, riendo, le mordió el hocico. Pero entonces tenía todavía su organito y una pluma de pavo sobre el sombrero verde y pantalones ajustados, y las botas que brillaban como espejos al sol. —¡Hey, mi Barla! Eibi Kirli no puede recordar su dicha porque grita, se echa a toser y escupe sangre. Pero Eibi Kirli no se enoja; sólo cierra el ojo izquierdo cuando llora con las medallas sobre el pecho y la muleta.

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Lina noche (parte XI del poema) Si pagas, hermano, viajarás en carroza, ay, liu-liu, liu-liu; si no pagas andarás sobre piedras y espinas; cierra entonces los ojitos ay, liu-liu, liu-liu. Como a un perro extraño te echarán de todas partes, ay, liu-liu, liu-liu; donde pases el día no te dejarán pasar la noche; cierra entonces los ojitos, ay, liu-liu, liu-liu. Y si, a golpearte el corazón, te sientas sobre una piedra, ay, liu-liu, liu-liu, la madre Raquel llorará tu suerte negra; cierra entonces los ojitos ay, liu-liu, liu-liu. No podrá el Mesías soportar tu llanto, ay, liu-liu, liu-liu, se arrancará las cadenas y dará su cabeza contra una piedra; cierra entonces los ojitos, ay, liu-liu, liu-liu.

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Desfile 1920 Una vieja bandera sucia llevada por alguno sobre un caballo de cabeza colgante. Tras él una tropa de seres que parecen difuntos que se hubieran excavado de su propia sepultura; y delante y detrás algunos músicos que se tambalean, se arrastran y tocan. Tendida todo alrededor una modorra como el monótono chirriar de ruedas de viejos molinos aguateros. La espera, con la sangrante herida desolada en pleno corazón, aguza los oídos de nuevo y aúlla como un perro que perdió a su amo en medio del camino. Y desde lo alto, cubriéndolo todo, una nube que se tiende como una niebla de lejanas tierras; y por encima de todo una mecánica quietud que oprime con peso de metal. Y nada más. Añora tu casa natal Añora tu casa natal y odia tu patria; sé una rama quebrada de un árbol hace tiempo reseco; sé un montículo de ceniza de una torre en llamas. Enfurécete, hombrecillo, en tu pena. Si un león llegara aquí extraviado, enloquecería, se destrozaría a sí mismo. Llora tus años, hombrecillo; tus lágrimas caen como una llovizna en el océano.

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La plegaria de un lumpen Toma mi talento y dáselo a un perro viejo o a un burgués que persigue honores para que sus amados vecinos lo envidien, oh ayúdame, ayúdame, Dios. Oh, ayúdame Dios a que cuando un atorrante me ataque en pleno día yo haga retumbar su hocico como una campana, oh ayúdame, ayúdame, Dios. Oh, ayúdame Dios a que mis camaradas, apretando los dientes, se pregunten de qué vivo mientras yo, precisamente, ande con las manos en los bolsillos, oh ayúdame, ayúdame, Dios. Oh, ayúdame Dios a que al santurrón le resulte mi presencia tan insoportable y ardiente como un tazón de jrein fresco, oh ayúdame, ayúdame, Dios. Oh, ayúdame Dios a que mis palabras hiedan como un gato muerto en la basura y a que quede desolado el lugar donde yo pise, oh ayúdame, ayúdame, Dios. Oh, ayúdame Dios a que, como una lúgubre danza de putas, salte a los ojos de todos mi insolencia y a que cada hombre casado me maldiga, oh ayúdame, ayúdame Dios Oh, ayúdame Dios a que yo sea la guadaña y yo mismo sea la piedra y a que escupa sobre el mundo, sobre tí y sobre mí mismo, oh ayúdame, ayúdame, Dios.

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La última Sol del atardecer. Todas las moscas en los rincones de la ventana endurecidas por el frío de la tarde o tal vez ya muertas; y sobre el borde del vaso de agua, la última, una única en toda la casa solitaria. Le digo: —Cántame algo de tu lejana patria, mosca querida. Escucho como llora y me responde, que se le seque la patita derecha si roza siquiera una cuerda a la orilla de aguas extranjeras; si olvida las queridas montañas de basura que antaño fueran su tierra.

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MOISHE NADIR*, seudónimo de Itzjok Raíz nacido en 1885 en Naraiev, Galitzia oriental, de donde emigró con sus padres a los Estados Unidos en 1898. Allí comienza empleándose como obrero en una fábrica y cambiando permanentemente de ofició. Prolífico escritor, fue poeta, autor dramático, periodista, traductor—de O'Neill, Twain, Kipling— pero fundamentalmente fue un extraordinario prosista y el más renombrado humorista ídish después de Scholem Aleijem. Durante un breve periodo estuvo cerca del grupo Di Iungue, pero luego comenzó a publicar permanentemente en el diario comunista judío, para renegar del PC en sus últimos años, a partir de la firma del pacto Hitler-Stalin. Falleció en Nueva York en 1943.

Tierra Broté de tí, fui arrancado, tierra, un trozo de tu aliento. El sueño pacífico de tus himalayas, el fulgor de tu pavo real y también el subterráneo rugido de furia que conmueve con lava tu pecho. En mí resplandece, fluye, el caudaloso fuego de tu ardiente cerebro. Por encima de mí, dentro de mí habita una enorme claridad. Yo soy tu brillante, luminosa mota de polvo. Como tú, yo soy de cerca sólo dura realidad, corteza solamente. Pero en mis profundidades es el mar, es la voz olvidada de la eternidad. Por venas secretas: oro, radio y carbono. Como en tí, en mí se oculta tras la boca fría, la llamarada.

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Un deshollinador ¡Y si hace falta ser deshollinador, se es! ¿Qué tiene de vergonzoso y qué de feo? Hay que procurarle un camino al humo si se quiere que arda el fuego. ¡Y si hay que ensuciarse el rostro, uno se ensucia! Los chicos ríen, ríen el tonto y el malvado; pero tú, que pasas un instante entre gargantas negras, recibes la claridad del fuego a cambio. Quien barre una chimenea sale sucio si es necesario hacerse deshollinador; pero debe ser así seguramente y uno se arrastra por la chimenea hacia el sol.

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ZUSMAN SEGALOVIGH (Z. SEGALOWICZ*),

nacido en 1884 en Bialistok, Polonia, en el seno de una familia rabínica Influido por la literatura rusa, sus primeros escritos fueron en ese idioma para pasar luego al ídish. En 1919 se establece en Varsovia, donde permanece hasta 1939. Al estallar la guerra se traslada a Israel. Autor de una obra polifacética que incluye cuento, poesía y ensayo, su producción gozó de gran popularidad y fue traducida a cantidad de idiomas europeos. En 1954 fallece en Tel Aviv, Israel.

Una nave ¿Me preguntas qué quiero, qué necesitaría mi serenidad? Una nave que no se detenga en ningún puerto; un barco que siempre navegue. Irme del mundo enfermo, de todo lo que destruyó mi fe. Una nave que no sepa de anclas; un barco que no regrese. Como escritura jeroglífica Como escritura jeroglífica se esparcen tus cabellos sobre la blanca almohada. Tus ojos cerrados; tus labios cerrados, ¡¿quién eres, mujer?! ¿Qué te trajo a mí? ¿Qué te apartará de mí? Tu corazón es más profundo que el mar, es como un secreto del cielo. ¿Quién entiende de un corazón el palpitar? Estás completamente desnuda ante mí, y sin embargo me resultas un misterio. ¡Despierta, despierta! Entre tus brazos quiero quemar un universo.

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El mecenas El poeta de cabello largo seguido por el mecenas viene cada noche a la taberna, los ojos cansados, agobiados. Sentados hablan, comen, ríen, bostezan hacia la noche, bostezan noche adentro. Y ya muy tarde, sentados, cansados, escribe un canto así el poeta sobre una servilleta, un epigrama, un verso, una canción. El mecenas, repleto, cuerpo y cabeza pesados, toma en la mano la pequeña servilleta, el canto del poeta, y se limpia los grasientos labios con ella. El mecenas.

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MANI LEIB*, seudónimo de Mani Leib Brahinski, nacido en 1883 en Niezin, Rusia, en una familia muy humilde. Su padre era buhonero, su madre vendía verduras y Mani Leib ejerció durante toda su vida el oficio de zapatero. En 1905 se radicó en los Estados Unidos integrando el grupo literario Di Iungue Los jóvenes—junto con Zishe Landau, Leivik y otros. Autor de una rica obra poética que incluye poemas infantiles, baladas, soné-tos y otras composiciones dotadas de una gran sencillez, musicalidad y lirismo, falleció en Nueva York en 1953.

Espejos muertos Mi hermano yace en mis espejos muertos y duerme. Descansa. Sobre su cara una sonrisa enferma. Y delicadamente mana sangre de sus alas cerradas. Y nuestra hermana se inclina ante los espejos; es suave y bondadosa como nuestra madre, y de las alas cerradas de nuestro hermano, con sus cabellos tiernos, limpia la sangre. La noche La noche ha de andar a ciegas tanteando con dedos ciegos por calles apagadas; golpeando con ciegos dedos ventanas clausuradas. Ha de sentarse, despeinados los cabellos negros, al pie de una tapia, al acecho de alguien, para hechizar a alguien, para llorar a alguien. Versos ¿Quién te necesita aquí, poeta? ¡Sofoca tu fuego silencioso! ¡Fluyan por todas partes sueño y noche prolongados! ¡Y preciado y triste, aparécete en sueños, a algún otro poeta, dentro de cien años!

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Extraños El se arrojó como un niño sobre su corazón con su soledad enorme y su tristeza. Mamaba de los dos despiertos manantiales de oro con ojo desfalleciente y sangre hambrienta su sabor a leche; y se estiraba como un cuchillo a abrir de par en par su dulce cuerpo, a disolverse en su fresca hueva, a deshacerse en ella, en su abismo; volver a hacerse parte de su hueva. A la noche, con las estrellas, estaban sentados a la mesa Los dos comían pan. Entre ellos, yacía el cuchillo sobre la mesa. Pero extraños, los ojos de ambos se eludían como si el cuchillo cortara en dos el lazo y los separara, como a los dos extremos de la mesa. Me gustan Me gustan las mujeres preñadas con los puntiagudos vientres hinchados, cuando, como las vacas por los valles con hierba, cargan sus cuerpos duplicados. ¡Cuanta seguridad hay en sus ojos que relampaguean como torrentes! Aroman con leche como un atardecer de verano en los establos. Con ojos como puñales de acero, te olvidas en un incendio de heridas, que las rosas de sus pezones se encendieron alguna vez sobre tus labios.

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ELIEZER SHTEINBARG (ELIEZER STEINBARG*),

nacido en 1880 en Lipkan, Besarabia, fue el maestro de ese grupo artístico-literario que floreció en la Rumania judía de los años 20 y que estuvo integrado, entre otros, por poetas como Shternberg y Manguer. Estudioso del Talmud, dedicó su vida a la enseñanza, dejando a la literatura un volumen de fábulas, donde la ironía y la inteligencia se unen a una gracia particular. Vivió algunos años en Brasil para retornar a Chernovitz, en donde falleció en 1932.

El gato y el salchichón E1 gato andaba acongojado: —¡Miau, miau, miau; la patrona se olvidó de mí y la mucama me pegó! ¡Estoy hambriento y quiero comer! ¿A quién quejarme? ¿Ante quién llorar? Miau, ¡me muero de hambre y sed! Entonces el salchichón, entrado en carnes, comienza a predicarle moral al gato; (ya que no va en su ayuda, se siente obligado a brindarle una palabra al menos): —¡Qué feo ver llorar a un gato! Decididamente no queda bien. ¿Hambriento? ¿Y qué? Y si alguna vez uno no se llena el buche, ¿es tan terrible? Hasta diría que es mejor no comer. ¡Quién tiene hambre no se olvida de Dios! ¿Dónde está el arrepentimiento si no se ayuna? ¿Acaso tiene sentido llenarse de carne el vientre? Agua, sal y una piedrita por almohada. —Miau —dice el gato— tu discurso entero no reemplaza a la comida. Todo lo que dijiste ya se me olvidó. Yo sólo recuerdo lo que pongo en mi barriga. soy nada más que un gato. Quiere escapar el salchichón Pero con dientes y uñas el gato lo atrapa y lo devora junto con su sermón. Una vez tragado y repleto el vientre con el salchichón y su lección, Se va el gato a visitar a los ratones, a impartirles clases de moral.

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AVROM REIZEN (A. REISEN*), nacido en 1876 en Koidanov, licalidad de la provincia de Minsk, Rusia Blanca. Extraordinario poeta y cuentista, fue uno de los discípulos favoritos de Peretz. En 1908 emigró a los Estados Unidos donde publicó cientos de relatos y poemas, algunos de estos, adoptados por el pueblo como verdaderas creaciones populares y anónimas. Falleció en Nueva York en 1953.

Voces ¿No es un milagro acaso lo de nuestros lejanos hermanos? Por su lado, en cada tierra, canta cada cual su canto; todas las voces cruzan luego los océanos todos, y los cantos lejanos se hacen uno solo. Una familia de ocho Solo un par de camas para una familia de ocho. ¿Cómo duermen entonces cuando llega la noche? Tres con el padre y tres con la madre, brazos y piernas mezclados, trenzados. Y cuando cae la noche y hay que tender las camas, comienza a pedir la madre la muerte sobre sí. Y lo piensa de veras, y no tiene nada de extraño: también la tumba es estrecha, pero se yace separado.

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Campanas de iglesia ¡Qué repicáis, campanas de iglesia! ¡Basta! Suficiente terror ha sembrado ya vuestro siniestro sonido en nuestro pobre mundo. Vuestras campanadas parecen llamar a quemar cuerpos humanos en los altos patíbulos que habéis levantado. Vuestro sonido convoca a verdugos a martirizar a todo aquel que piensa y a cortar las cabezas que no quieren doblarse. Vosotros pretendéis acunar al mundo con un negro canto de muerte y cubrirlo con un manto jesuita. Yo construí una nueva campana para despertar esclavos agobiados y no la cuelgo en iglesias sino en el aire; una campana que en vez de asustar, despierte por todos los rincones, al mundo entero con un entusiasta y alegre llamado: levantaos a vivir.

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IEHOIOSH*, seudónimo de lehoiosh Shloime Blumgarten nacido en 1870 en Virblán, Polonia, recibiendo una educación tradicional en la academia talmúdica de Volozhin. En 1890 emigra a los Estados Unidos. Junto con Reizen es el poeta más importante de la primera generación americana de escritores ídish y su prestigio sólo se equipara al del poeta Morís Rozenfeld. Iehoiosh introdujo un hálito de modernidad en la poesía ídish y los poetas introspectivos lo adoptaron como maestro. Su obra magna es la traducción de la Biblia al ídish. Falleció en Nueva York en 1927.

El profeta Ellos se inclinaron ante él: —Hombre de Dios, vamos a coronarte. Él se sonrió quedamente: —Vais a hacerlo al lapidarme. Ellos sitiaron su tienda: —Hombre de Dios, vamos a alzarte. Él sacudió apenado la cabeza: —Y alzándome hundiréis mi creencia. Ellos le cantaron su más hermosa alabanza: —¡Eres aquel que necesitamos! El se sobresaltó: —Cuidado, que yo soy la llama y vosotros, las espigas secas. Atado Y tal como estabas hincado ante tu ídolo, inclinándote piadosamente ante su santa imagen, salió una araña de su red, te envolvió en su tejido, y su nudo te tiene inseparablemente atado a tu ídolo hasta que la misma boca os devore a ambos.

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Arboles Mi cabecera son duras raíces retorcidas. Sucederá, me digo: una de las raíces ha de crecerme cuerpo adentro y sorberá a través de mi sangre agua de ríos subterráneos y la esencia de mudas cosas tristes que no hablan ni piensan pero crecen, crecen, crecen. Miniatura De una rama pende un sol de oro atrapado en una gota; en la minúscula jaula un bosque de canciones tiembla y brilla. De las cenizas Quemaste puente tras puente y observa qué ha sucedido: tras cada incendio manos extrañas hurgaron y extrajeron de entre las brasas la maravillosa piedra que escondiste.

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MORIS ROZENFELD (MORRIS ROSENFELD*),

nacido en 1862 en Bokcha, Polonia, en el seno de una familia obrera En 1882 emigró a los Estados Unidos donde ejerció su oficio de sastre en talleres asfixiantes, volcando en su poesía una rebeldía que expresaba la de toda esa masa de obreros judíos llegados en la gran corriente migratoria. La poesía de Moris Rozenfeld cobró gran popularidad, siendo traducida luego al inglés, alemán y francés con lo que trascendió del marco judío. Representante de una generación de poetas proletarios, Rozenfeld pasó sus últimos años en la miseria, falleciendo en Nueva York en 1923.

Héroes ¿Quién dice que ya pasó el tiempo de los héroes; que el hombre no posee ya coraje para mirar al peligro cara a cara; que nadie viene ya a ofrecerse para luchar por la humanidad y sus derechos como en aquellos viejos tiempos? ¿Quiénes se atreven descaradamente a negar la grandeza de la humanidad; quiénes arrojan embustes y desatinos sino los enemigos del presente? El hombre es hoy como lo fue siempre coronado de espíritu, para la lucha listo. ¿Acaso no es un vencedor, un héroe aquel que lucha con la necesidad y la miseria; que sobrenada las negras olas de la soledad y no se vuelve estafador ni villano; que sigue en esa lucha hasta el fin de su vida intentando crear, esperanzado? ¿Acaso no es un gran hombre, un héroe aquel que mitiga penas ajenas; que toma parte de sus alegrías para compartirlas con el oprimido; que se esfuerza por su compañero y comparte con él su único mendrugo?

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¿Acaso no es un héroe, un luchador enorme el hombre que corta, cava y construye; que se ríe del peligro que lo acecha y hace seguir girando la rueda del mundo? ¿Acaso no es un noble caballero, un héroe ese hombre que crea los bienes del hombre? Crisis (fragmento) Todos los paladares están resecos, y adormecidas las lenguas; ¡qué tiempo esplendoroso, pueblo dio a luz tu confianza! Soñabas y trabajabas dando fe al poderoso y ahora te atrapan el hambre y la miseria. Porque produjiste sin cálculo los comercios están repletos y las fábricas vacías. Tus patrones viven en la abundancia aunque en la feria reine el silencio; su rostro grosero engorda y se torna más rojo su cuello; pero tú, pálido suspirante de la calle miserable, sin un mendrugo de ira marchas en silencio a morirte de hambre. ¿Has de tomar con indiferencia el sufrimiento de tus hijos? ¿No te empuja tu corazón de padre a buscar pan ya mismo? ¿Acaso va a permanecer tu mano soñando en tu bolsillo mientras tu mujer recoge mendrugos de entre los desperdicios de los ricos?

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Todos tus opresores temen que ahora te levantes; la fuerza que posees sólo tú no la sabes. ¿No ha llegado la hora, acaso, que aún sigues pensativo; que no te atreves a tomar ya mismo lo que tu mano ha construido? 1919

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ITZJOK LEIBUSH PERETZ (I. L. PERETZ*), nacido en 1852 en Zamoscz localidad ubicada en la zona de Lublin, Polonia, hijo de padres pudientes. Recibió educación religiosa y general graduándose de abogado. Como poeta y dramaturgo, pero en especial como cuentista, abrió caminos nuevos para la literatura ídish e influyó sobre su posterior desarrollo. Junto con Mándele Moijer Sforim y Scholem Aleijem es considerado un clásico de la literatura ídish moderna. Falleció en Varsovia en 1915.

No creas ¡No creas que el mundo es una taberna creada para abrirse paso a la barra con codos y uñas, a devorar y emborracharse, mientras otros miran desde lejos con ojos vidriosos, tragando, desmayados, saliva y apretándose el vientre que tiembla convulso! ¡Oh, no creas que el mundo es una taberna! No creas al mundo una bolsa de comercio hecha para que el poderoso trafique con los débiles, comprando el pudor de las muchachas pobres; comprando a las mujeres la leche de sus pechos; a los hombres, el tuétano de sus huesos, y a los niños la sonrisa, esa rara visita de sus rostros de cera. ¡Oh, no creas que el mundo es una bolsa de comercio! No creas que el mundo marcha a la deriva, creado para lobos y zorros, estafa y rapiña; y que el cielo es un cortinado para que Dios no vea, y que las nubes existen para ocultar tus manos, y el viento, para ahogar los gritos salvajes, y la tierra, para absorber la sangre de las víctimas. ¡Oh, no creas que el mundo marcha a la deriva! El mundo no es taberna, ni bolsa, ni marcha a la deriva! ¡Todo es medido y pesado! No se evapora una lágrima ni una gota de sangre, ni se apaga inútilmente la chispa de ojo alguno! Las lágrimas se hacen río; los ríos se hacen mares; los mares, un diluvio; las chispas, un rayo. ¡Oh, no creas que no hay juez ni justicia!

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CANCIONES FOLKLORICAS

La vieja pregunta El mundo se hace una vieja pregunta: —¿Trai-dim-tadiridi-bom? A la que se responde: —¡Oy, oy, ta-diridi-bam! Pero si alguno argumenta: —¡Trai-dim! Sigue en pie entonces la vieja pregunta: —¿Trai-dim-tadiridi-bom? a la que se responde: —¡Oy, oy, ta-diridi-bam! Sobre la buhardilla duerme el techo Sobre la buhardilla duerme el techo con las tejas tapadito; en la cuna, sin pañales, duerme el niño desnudito.

Oy, oy, así, así se come la cabra la paja del techo; Oy, hop, así

En la buhardilla hay una cuna y una araña se mece en ella; esa araña sorbe la vida y me deja la miseria.

Oy, oy, así, así se come la cabra la paja del techo; oy, hop, así.

En la buhardilla hay un gallo y su cresta es rojo fuego; que mi mujer, para los niños pida prestado un pan de nuevo,

oy, oy, así, así se come la cabra la paja del techo; oy, hop, así.

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El ayer ya no existe25

El ayer ya no existe, todavía no hay mañana, sólo un trocito de hoy; no lo estropeen con lágrimas. Mientras les queda vida tómense una grapa. En el otro mundo, si Dios quiere, no van a servirles nada. ¿Cómo vive el rey? —¡Señores, señores, sabios insondables! quiero preguntarles, quiero preguntarles. —Pregunta, pregunta, te escuchamos. —Respondedme a este interrogante: ¿cómo bebe té el rey?

—¿Té? Toma un gran terrón de azúcar, y le hace un agujerito por donde echa agua caliente y revuelve, revuelve. Oy así, oy así toma té el rey.

—¡Señores, señores, sabios insondables! quiero preguntarles, quiero preguntarles. —Pregunta, pregunta, te escuchamos. —Respondedme a este interrogante: ¿cómo come papa el rey?

—¿Papa? Levantan un muro de manteca y un soldadito con un cañoncito dispara a través del muro una papa caliente directamente en la boca del rey. Oy así, oy así come papa el rey.

—¡Señores, señores sabios insondables! quiero preguntarles, quiero preguntarles. —Pregunta, pregunta, te escuchamos. —Respondedme a este interrogante: ¿cómo duerme de noche el rey?

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—¿Cómo duerme? Llenan con plumas una habitación entera, arrojan dentro al rey y tres batallones gritan todo el tiempo: ¡Silencio, silencio, silencio! Oy así, oy así duerme de noche el rey.

Un jazán para el sábado26 A una pequeña aldea llegó un jazán a oficiar un sábado. Y acudieron a escucharlo los tres señores más distinguidos de la aldea: uno, un sastrecito, el otro un herrerito y el tercero un carrerito. Comenta el sastrecito: —¡Oy-oy-oy, cómo rezó! Como una puntada de la aguja, como el deslizarse de la plancha. ¡Oy, oy, que jazán! ¡Oy, oy, cómo cantó! Comenta el herrerito: ¡Oy-oy-oy, cómo rezó! Como un golpe del martillo, como un soplido de la fragua ¡Oy, oy, que jazán! ¡Oy, oy, cómo cantó! Responde el carrerito: ¡Oy-oy-oy, cómo rezó! Como un silbido del látigo, como un tirón de riendas. ¡Oy, oy, que jazán! ¡Oy, oy, cómo cantó!

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NOTAS

1. Señoras: en castellano en el original.

2. Treinta y seis: número que hace a la leyenda popular judía según la cual siempre viven en el mundo 36 justos, que ambulan por la tierra mezclados con los demás hombres, haciendo el bien de incógnito. Según dicha leyenda, el mundo existe gracias a su santidad.

3. Slijes: plegarias que se efectúan de madrugada durante la semana anterior a

Rosh Hashaná, el año nuevo judío.

4. Imprenta de Rom: tradicional editorial judía de Vilna que editó, durante décadas, numerosos libros de plegarias y de estudio hebreos.

5. Pesadillas: último poema de Iankev Fridman, escrito en el hospital.

6. Seder: cena pascual judía; textualmente significa orden de donde sur-ge un

juego de palabras intraducibie utilizado en este poema, seder desordenado. (Ver nota 13).

7. Dieciocho bendiciones: párrafo principal de cada una de las tres plegarias que

recitan diariamente los judíos piadosos. Se recita de pie y con el rostro vuelto al oriente, es decir, a Jerusalem.

8. Jacob camino de Jarán: referencia al famoso sueño de Jacob con los ángeles

que subían y bajaban por una escala tendida entre cielo y tierra. Ver Génesis, capítulo 28.

9. Amalequita: generalización de los enemigos mortales del pueblo judío,

mediante referencia al pueblo bíblico de Amalek, que atacara alevosamente la retaguardia del pueblo judío a su salida del Egipto de los faraones.

10. Alma-Ata: capital de la república soviética de Kazajtán, donde muchos judíos

encontraron refugio durante la segunda guerra mundial. Alma-Ata significa textualmente "el padre de las manzanas".

11. Jeider: tradicional escuela judía de primeras letras de las pequeñas aldeas de

Europa oriental, ]eider en hebreo significa literalmente "habitación", nombre que recibían dichas escuelas por tratarse precisamente de una sola habitación donde un único maestro impartía instrucción ele-mental de un modo simultáneo, a niños de diferentes edades y niveles.

12. Eliezer: referencia al viaje del siervo del patriarca Abraham, enviado en busca

de esposa para Isaac, según el relato bíblico. Ver Génesis capítulo 24.

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13. Seder: cena pascual que recuerda la salida del pueblo judío de su esta-do de esclavitud en Egipto. Durante dicha cena se lee la Agadd, relato de dicha epopeya, que comienza con las palabras "Fuimos esclavos."; el dueño de casa y su mujer, vestidos con ropas blancas y festivas, comen reclinados como lo hacían los reyes en la antigüedad. (Ver nota 6). La rebelión del gueto de Varsovia tuvo lugar en la primer noche de Pascua.

14. Descarga tu ira: en el transcurso del seder pascual se dice al Eterno: "Des-carga

tu ira sobre las naciones idólatras que no te reconocen ." (Salmos 79: 6-7).

15. Agadá: texto tradicional que se lee durante la noche de la Pascua judía y que incluye el relato de la salida de Egipto, leyendas y canciones.

16. Majzer: libro hebreo de plegarias para los días de fiesta.

17. Sidur: libro hebreo de plegarias para todo el año.

18. Shmá Israel: primeras palabras de la exhortación secular judía que reza

textualmente "Oye Israel, el Señor, nuestro Dios, el Señor es Uno". Se considera que esta frase resume el credo judío e históricamente es la frase con la cual mueren quienes lo hacen por la fe judía.

19. Remiendo amarillo: trozo de tela amarilla que, con o sin el dibujo de la estrella

de David, estaban forzados a usar sobre sus ropas los judíos como distintivo infamante durante diferentes épocas y en especial durante el régimen nazi.

20. Posapies: escabel para apoyar los pies; alusión a la imagen bíblica en la cual la

tierra asume el rol de posapiés de Dios.

21. Elí, lama azavtani.: textualmente "Dios mío, por qué me has abandonado.״ (Salmos, XXII/2)

23. Ieshiva: academia talmúdica.

24. Aprieta: este término pretende traducir el verbo ídish "haldzrt" que significa

simultáneamente abrazar y asfixiar.

25. Este pequeño texto figura en algunas antologías como canción popular anónima y en otras se señala a Jaim Zhitlowski como su autor.

26. Jazán: chantre, cantor litúrgico.

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CLAVES PARA LA LECTURA DE LA GUIA DE DATOS BIOGRAFICOS

1) Las columnas corresponden de izquierda a derecha a: Primera: nombre y

apellido de los antologados; segunda: año de nacimiento; tercera: año de fallecímiento cuando corresponde; cuarta: ciudad y país o región de nacimiento; quinta: año de emigración al lugar de última radicación o actual residencia, y país y ciudad de última radicación (en el caso de poetas asesinados por el nazismo o por el régimen stalinista en circunstancias poco claras, el lugar presunto de su muer-te, precedido del adverbio en).

2) En la transcripción de nombres, apellidos y ciudades, se apeló a la utilización de ciertas letras o combinaciones de letras, para expresar aquellos sonidos propios del ídish que no cuentan con equivalencia fonética en español. A continuación se detallan dichas letras y el modo de pronunciarlas. En las breves notas biográficas incluidas en las páginas precedentes, tras la transcripción fonética del nombre de cada poeta, figura señalada con un asterisco, la forma como suele aparecer en sus libros su nombre en letras latinas. sh: representa el sonido de la letra hebraica shin de uso muy frecuente en ídish.

Equivale a la ch francesa (charmant), la sch alemana (Schubert) o la sh inglesa (Shaw). La grafía adoptada corresponde a esta última lengua por las razones apuntadas (ver págs. 13 a 15) con referencia a la escritura del vocablo ídish. (Ejemplos: Fishman, Ashendorf, Moishe).

tz: representa el sonido de la letra hebraica tzadi, cuya pronunciación, corresponde

aproximadamente a la combinación castellana de las letras ts o tz. (Tzeitlin, Itzjok, Tzvi).

z: representa el sonido de la letra zain que suena como la s intervocálica francesa

(liason). (Reizl, Reizen, Leizer). zh: representa el sonido de la combinación de las letras hebraicas zain-shin y suena

como la ye española cuando va seguida de vocal (yo, yarará) o como la jota francesa (joli). (Ejemplo: Zhijlinski).

Para ampliar el conocimiento sobre el tema, pueden consultarse la introducción

al diccionario de Lerman y Niborski o "College Yiddish" de Uriel Weinreich (ver Bibliografía).

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GUIA DE DATOS BIOGRAFICOS

Rojl Fishman 1935-1984 Filadelfia, EE. UU. 1954 a Israel (Bet Alfa)

Alexander Shpiglblat 1927 Kimpolung, Bucovina 1964 a Israel (Petaj Tikva)

Moishe Iungman 1922-1983 Jodorov, Galitzia 1947 a Israel (Kiriat Tivón)

Hirsh Glik 1922-1944 Vilna, Lituania en Estonia

Isroel Bercovich 1921-1988 Botosani, Rumania a Rumania (Bucarest)

Dora Teitelboim 1914-1992 Brest-Litovsk, Polonia 1972 a Israel

Rojl Boimvol 1914 Odesa, Ucrania 1971 a Israel

Avrom Sútzkever 1913 Smorgón, Lituania 1947 a Israel (Tel Aviv)

Shloime Roitman 1913 Mohilev-Podolsk, Ucrania

1973 a Israel (Hertzlía)

Leizer Aijenrand 1912-1985 Demblin, Polonia a Suiza (Zurich)

Meier Jaratz 1912-1993 Markulesht, Besarabia 1972 a Israel (Jerusalem)

Iehuda Leib Teler 1912-1972 Tarnopol, Galitzia 1920 a EE.UU. (Nueva York)

Moishe Shulshtein 1911-1981 Kurow, Polonia 1937 a Francia (París)

Moishe Waldman 1911 Ozorkov, Polonia 1949 a Francia (París)

Reizl Zhijlinski 1910 Gombín, Polonia 1951 a EE.UU. (Nueva York)

Iankev Fridman 1910-1972 Melnitze, Galitzia 1948 a Israel (Tel Aviv)

Leizer Wolf 1910-1943 Vilna, Lituania 1942 a U.R.S.S. (Uzbekistán)

Jaim Grade 1910-1982 Vilna, Lituania 1949 a EE.UU. (Nueva York)

Moishe Knaphais 1910-1992 Varsovia, Polonia 1952 a Argentina (Buenos Aires)

Isroel Ashendorf 1909-1956 Melnitze, Galitzia 1952 a Argentina (Buenos Aires)

Itzjok Ianasovich 1909-1989 Iezev, Polonia 1973 a Israel (Jolón)

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Isroel Emiot 1909‐1978 Ostrov-Mazovieka,

Polonia a EE.UU.

(Rochester) Hirsh Osherovich 1908-1994 Poniewiez, Lituania 1971 a Israel

(Jaffa) Binem Heler 1908 Varsovia, Polonia 1956 a Israel

(Tel Aviv) Avrom Gontar 1908-1981 Berdichev, Ucrania Shmerke Kacherguinski

1908-1954 Vilna, Lituania 1950 a Argentina (Buenos Aires)

Arie Shamri 1907-1978 Kaluszin, Polonia 1932 a Israel (Ein Shemer)

Nojem Bomze 1906-1954 Sasov, Galitzia 1948 a EE.UU. (Nueva York)

Ioisef Rubinshtein 1904-1978 Skidei, Grodno 1948 a EE.UU. (Nueva York)

Kehos Kliguer 1904-1985 Wladimir-Volinsk, Volinia

1936 a Argentina (Buenos Aires)

Iankev Glantz 1902-1982 Novovitebsk, Ucrania 1925 a México (México DF)

Itzik Manguer 1901-1969 Chernovitz, Bucovina 1967 a Israel (Tel Aviv)

Itzik Fefer 1900-1952 Spole, Ucrania en U.R.S.S. (Moscú)

Shneier Waserman 1899 -1982 Odaltza, Polonia 1924 a Argentina (Buenos Aires)

Arn Tzeitlin 1898-1973 Uvarovich, Bielorusia 1940 a EE.UU. (Nueva York)

Izi Jarik 1898-1937 Zemblin, Bielorusia en U.R.S.S. Rojl Korn 1898-1982 Pidlisik, Galitzia 1948 a Canadá

(Montreal) Ioisef Papiérnikow 1897-1993 Varsovia, Polonia 1924 a Israel

(Tel Aviv) Shmuel Halkin 1897-1960 Roachov, Bielorusia en U.R.S.S. Eliezer Grinberg 1896-1977 Lipkan, Besarabia 1913 a EE.UU.

(Nueva York) Iankev Glatshtein 1896-1971 Lublín, Polonia 1914 a EE.UU.

(Nueva York) Malke Jeifetz Tuzman 1896-1987 Volinia, Ucrania 1912 a EE.UU.

(California) Moishe Kulbak 1896-1937 Smorgón, Lituania 1928 a U.R.S.S. Peretz Markish 1895-1952 Polnoe, Volinia,

Ucrania en U.R.S.S.

Kadie Molodovski 1894-1975 Bereza-Kartuska, Polonia

1935 a EE.UU. (Nueva York)

Uri Tzvi Grinberg 1894-1981 Bilkomin, Galitzia 1924 a Israel

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Isroel Shtern 1894-1943 Ostrolenka, Polonia en Polonia

(Treblinka) Arn Lutzki 1894-1957 Lutzk, Volinia a EE. UU.

(Nueva York) Melej Ravich 1893-1976 Radimno, Galitzia 1941 a Canadá

(Montreal) Zishe Wainper 1893-1957 Trisk, Volinia 1913 a EE. UU.

(Nueva York) Moishe Dovid Guiser 1893-1952 Radom, Polonia 1933 a Chile

(Santiago) Efroim Oierbaj 1892-1973 Beltz, Besarabia a EE. UU.

(Nueva York) A. Almi 1892-1963 Varsovia, Polonia 1912 a EE.UU.

(Nueva York) Iankev Shternberg 1890-1973 Lipkan, Besarabia 1935 a U.R.S.S.

(Moscú) Arn Kushnirov 1890-1949 Boiarski, Ucrania en U.R.S.S. Leib Kvitko 1890-1952 Oleskov, Podolia en U.R.S.S. Moishe Broderzon 1890-1957 Moscú, Rusia 1955 a Polonia

(Varsovia) Zishe Landau 1889-1937 Plotzk, Polonia 1906 a EE.UU.

(Nueva York) Dovid Hofshtein 1889-1952 Korotichev, Ucrania en U.R.S.S. H. Leivik 1888-1962 Iehumen, Bielorusia 1913 a EE.UU.

(Nueva York) Itzjok Katzenelson 1886-1944 Karelitz, Bielorusia en Polonia

(Auschwitz) Moishe Leib Halpern 1886-1932 Zlochev, Galitzia 1908 a EE. UU.

(Nueva York) Moishe Nadir 1885-1943 Naraiev, Galitzia 1898 a EE.UU.

(Nueva York) Zusman Segalovich 1884-1954 Bialistok, Polonia 1939 a Israel

(Tel Aviv) Mani Leib 1883-1953 Niezin, Ucrania 1905 a EE.UU.

(Nueva York) Eliezer Shteinbarg 1880-1932 Lipkan, Besarabia 1919 a Rumania

(Chernovitz) Avrom Reizen 1876-1953 Koidanov, Bielorusia 1908 a EE.UU.

(Nueva York) Iehoiosh 1872-1927 Wirblán, Polonia 1890 a EE. UU.

(Nueva York) Moris Rozenfeld 1862-1923 Bokcha, Polonia 1882 a EE. UU.

(Nueva York) Itzjok Leibush Péretz 1852-1915 Zamoscz, Polonia a Polonia

(Varsovia)

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BIBLIOGRAFIA ELEGIDA

ANTOLOGÍAS Español

• Eduardo Weinfeld: "Literatura ídish", tomo II de la colección "Tesoros del Judaismo", 496 pp. 45 autores prosa y poesía, Ed. Enciclopedia Judaica Castellana, México D.F., 1957.

Inglés

• Joseph Leftwich: "The Golden Peacock", 950 pp., 237 poetas; Ed. Sci-Art (USA) y Anscombe (Londres), 1939. Id., 1961.

• Joseph Leftwich: "Anthology of Modern Yiddish Literature", 346 pp., International Pen Books, La Haya y Paris, 1974.

• N. y M. Ausubel: "A treasury of Jewish poetry", Nueva York, 1957. • Ruth Whitman: "An anthology of modern yiddish poetry", Nueva York, 1966. • Howe y E. Grinberg: "A treasury of yiddish poetry", Schocken Books, Nueva

York, 1976. • Irving Howe, Ruth R. Wisse & Khone Shmeruk: "The Penguin Book of Modern

Yiddish Verse", 719 pp., Penguin Books, Nueva York, 1987. Francés

• Edmond Fleg: "Anthologie juive", Ed. George Crés et Cié., 750 pp. en 2 tomos incluyendo literatura, filosofía, etc.; París, 1923.

• Charles Dobzynski: "Le miroir d'un peuple", antología de la poesía ídish 1870-1970; 518 pp., 84 poetas, Ed. Gallimard, París, 1971.

Alemán

• Hubert Witt: "Der fiedler vom getto", poesía ídish de Polonia, 286 pp., 61 poetas; tomo 195 de la Biblioteca Universal Reclam; Ed. Philipp Re-clam jun., Leipzig, 1966.

• Hubert Witt: Id., Ed. Claassen, Hamburgo y Düsseldorf, 1971. • Hubert Witt: "Meine Judischen augen", Leipzig, 1969.

Idish

• M. Bassin: "500 ior idishe poezie", 500 años de poesía ídish, 2 tomos, Ed. Dos Buj, Nueva York, 1917.

• E. Korman: "Idishe dijterns", antología de mujeres poetas de lengua ídish desde el siglo XVI; 390 pp., 70 poetas; Ed. L. M. Stein, Chicago, 1927.

• Di Presse: "Antologuie fun der idisher literatur in Arguentine", antología de

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la literatura ídish en Argentina, edición de homenaje al 25e aniversario del diario "Di Presse", 950 pp., Buenos Aires, 1944.

• Rushovski, Shmeruk y Sútzkever: "A shpigl oif a shtein", antología de 1a prosa y poesía de doce escritores judíos asesinados en la U.R.S.S. 812 pp.; Ed. Di Goldene Keit y I. L. Peretz, Tel Aviv, 1964. '

• Arn Verguelis: "Horizontn", antología de la actual poesía ídish soviética 535 pp., 50 poetas; Ed. Sovietish Heimland, Moscú, 1965.

• J. y E. Mlotek: "Perl fun der idisher poezie", antología de 33 poetas y una selección de canciones folklóricas; Ed. I. L. Peretz, Tel Aviv, 1974.

• B. Katz y B. Kopshtein: "Unter Iankeles viguele", antología de unas 400 can-ciones de cuna de unos 240 poetas; Ed. Shalom, Tel Aviv, 1976.

OBRAS ACERCA DE LA LITERATURA Y LENGUA ÍDISH En Español

• Salomón Resnick: "Esquema de la literatura judía", 150 pp., Ed. M. Gleizer,

Buenos Aires, 1933. • Leib Bayon: "La literatura ídish", introducción al segundo tomo de Teso-ros del

Judaismo; 16 pp., Ed. Enciclopedia Judaica Castellana, México DF, 1957. • Menajem Boreisho: "La historia del ídish", 32 pp., Biblioteca Popular Judía,

Congreso Judío Latinoamericano, Buenos Aires, 1966. • Simja Sneh: "Breve historia del ídish", 48 pp., Biblioteca Popular Judía, Con-

greso Judío Latinoamericano, Buenos Aires, 1976. • J. J. Lerman e I. Niborski: "DiccionarioYidish-Español", 350 pp., Ed. Instituto

Científico Judío IWO, Buenos Aires, 1979.

En Portugués

• J. Grinsburg: Aventuras de urna língua errante, Ed. Perspectiva, 510 pp. San Pablo, Brasil, 1996.

En Francés

• Regine Robin: "L'amour du yiddish, escriture juive et sentiment de la langue

(1830/1930)", Editions du Sorbier, Paría, 1984, 324 pp.

En Inglés

• A. A. Roback: "The story of yiddish literature", 510 pp., Ed. Instituto Cien-tífico Judío IWO, rama americana, Nueva York, 1940.

• A. A. Roback: "Contemporary yiddish literature", a brief outline, 110 pp.,

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Ed. World Jewish Congress, British section, Lincoln-Prager Publishers Ltd., Londres, 1957.

• Uriel Wienreich: "College Yiddish", una introducción al idioma ídish v a la vida y cultura judías; 397 pp., IWO, Nueva York, 1949.

• Sol Liptzin: "A history of Yiddish literature", 521 pp., Jonathan David Publishers, Nueva York, 1985.

En ídish

• Isroel Tzinberg: "Di gueshijte fun der literatur bai idn", 10 tomos, Ed. Aso-ciación pro Cultura Judía, Buenos Aires, 1964/70.

• Najmen Maizl: "Doires un tkufes in der idisher literatur", Ed. Ikuf, Nueva York, 1942.

• Shmuel Niguer: "Idishe shraiber in sovet-rusland", ensayos sobre escritores de lengua ídish en la URSS, 475 pp., Ed. Congreso de Cultura Judía, Nueva York, 1958.

• Shmuel Niguer: "Idishe shraiber fun tsvantsikstn iorhundert", ensayos sobre escritores ídish del siglo XX, 2 tomos, Ed. Congreso de Cultura Judía, Nueva York, 1972/73.

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INDICE DE AUTORES POR ORDEN ALFABETICO

Leizer Aijenrand 45 Arn Kushnirov 207A. Almi 203 Leib Kvitko 209Isroel Ashendorf 87 Zishe Landau 213Isroel Bercovich 27 Mani Leib 255Rojl Boimvol 31 H. Leivik 219Mojem Bomze 107 Arn Lutzki 185Moishe Broderzon 211 Itzik Manguer 120Isroel Emiot 95 Peretz Markish 169Itzik Fefer 125 Kadie Molodovski 173Rojl Fishman 17 Moishe Nadir 251Iankev Fridman 65 Efroim Oierbaj 201Iankev Glantz 117 Hirsh Osherovich 97Iankev Glatshtein 149 Ioisef Papiérnikov 143Hirsh Glik 25 Itzjok Leibush Péretz 267Avrom Gontar 101 Melej Ravich 193Jaim Grade . 77 Avrom Reizen 259Eliezer Grinberg . 147 Shloime Roitman 43Uri Tzvi Grinberg 175 Morís Rozenfeld 263Moishe Dovid Guiser 199 Ioisef Rubinshtein 109Shmuel Halkin 145 Zusman Segalovich 253Moishe Leib Halpern 239 Arie Shamri 105Binem Heler 99 Alexander Shpiglblat 19Dovid Hofshtein 215 Moishe Shulshtein 55Itzjok Ianasovich 89 Eliezer Shteinbarg 257Iehoiosh 261 Isroel Shtern 183Moishe Iungman 21 Iankev Shternberg 205Meier Jaratz 51 Avrom Sútzkever 33Izi Jarik 139 Dora Teitelboim 29Malke Jeifetz Tuzman 163 Iehuda Leib Teler 53Shmerke Kacherguinski 103 Arn Tzeitlin 131Itzjok Katzenelson 237 Zishe Wainper 197Kehos Kliguer 111 Moishe Waldman 57Moishe Knaphais 85 Shneier Waserman 129Rojl Korn 141 Leizer Wolf 73Mnishp Knlbak 167 Reizl Zhiilinski 59

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Titulamos EL RESPLANDOR DE LA PALABRA JUDÍA a esta Antología de la Poesía ídish del siglo XX

—la única existente en lengua española— porque a lo largo de esta obra

los poetas contemporáneos de lengua ídish dan expresión al alma judía

conmovida por el amor, la belleza, la condición humana, la vida y la muerte,

es decir la experiencia de ese pueblo, intensa, actual, riquísima,

una y múltiple, viva y vital.

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El ídish es también Latinoamérica

Eliahu Toker

Ensayos y antología de textos vertidos y compilados por ET. Ediciones Desde la Gente,

Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Bs.As. 2003

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Introducción La historia de la conformación de una lengua y la de su

articulación con otras lenguas y culturas es siempre fascinante. Y si esto puede afirmarse acerca de cualquier idioma, resulta particularmente cierto en lo que hace al ídish. Sin embargo es notable el desconocimiento que existe en América Latina acerca de la entidad de esta lengua, la de la mayoría de los inmigrantes judíos arribados a este continente desde fines del siglo XIX y en la que desarrollaron una vasta cultura literaria, periodística y política. Más honda es aún, si cabe, la ignorancia acerca de lo creado en ídish en estas latitudes, incluida la mirada particular que sobre Latinoamérica brinda esa creación.

Lo que las presentes páginas se proponen es precisamente organizar una expedición al universo del ídish y al de sus vínculos con la cultura de este continente, aventura ilustrada por una antología de textos literarios vertidos de ese idioma al castellano.

Esta obra incluye también un par de ejemplos puntuales de esa articulación de culturas: La evocación de un trovador popular --creador e intérprete de centenares de canciones en un singular castídish-- y la de un notable prosista ídish, Premio Nobel de Literatura, que anduvo por estas tierras y volcó en algunos relatos su particular visión de las mismas.

Esta obra reúne, ampliados y corregidos, trabajos míos aparecidos en diversas publicaciones a lo largo de los años.

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También es mía la versión española de todos los textos literarios que se incluyen, muchos de ellos traducidos especialmente para esta edición.

Eliahu Toker Nota: La lengua ídish se escribe con caracteres hebraicos, de modo

que las palabras y textos ídish incluidos en estas páginas han sido transliterados fonéticamente.

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ídish, el país de la palabra Eliahu Toker

Fragmento de “El ídish es también Latinoamérica”

"Antes de que se reciten los primeros versos de los poetas judíos de Europa Oriental, quisiera decirles, distinguidas señoras y señores,

que ustedes entienden mucho mas ídish de lo que creen. Si permanecen quietos se encontrarán repentinamente en medio del ídish.

y cuando éste se haya apoderado de ustedes --e ídish es todo, palabra, melodía jasídica y el espíritu mismo de este actor judío oriental--

no recobraran ya la calma anterior..."

Del discurso de Franz Kafka sobre el ídish presentando en febrero de 1912

a Isaac Löwy, actor trashumante de esa lengua.

Cuando en 1936 tuvo lugar en Buenos Aires el Congreso Internacional de los PEN clubs, lado a lado con las delegaciones de Argentina, México, Francia, España, Bélgica o Japón, participaba un representante del "país ídish", el poeta H. Leivik. Hoy, a más de sesenta años de aquel congreso y a más de cincuenta del establecimiento del Estado de Israel, --el Estado de los judíos, cuyo idioma oficial es el hebreo-- la lengua ídish sigue siendo un país cultural sin territorio, un país de la palabra, un país que comenzó a despoblarse dramáticamente a partir del Holocausto nazi que en los años '40 aniquiló la principal judería ídish-parlante, la de Europa Oriental.

Sin embargo nunca contó el ídish con un reconocimiento académico como el que tiene hoy en gran parte del mundo. De las humildes y populosas callejuelas de los ghettos y villorrios que lo empaparon de ternura y espiritualidad; de los hogares y ferias que le dieron sabor y olor; de los conventillos y bajos fondos que lo cargaron de picardía, el idioma ídish saltó a la cátedra de más de medio centenar de universidades, fue declarado por la UNESCO parte del patrimonio de la humanidad e incluso recibió en 1978 el reconocimiento de un Premio Nobel de Literatura en la

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persona del narrador Isaac Bashevis Singer. Pero en América Latina y en el mundo de habla hispana en general, el ídish sigue siendo una lengua fantasmal, o casi.

Para el Diccionario de la Real Academia Española --que recién en su última edición se decidió a eliminar las definiciones peyorativas de judío, judiada, sinagoga, cohén, etc.-- el ídish sencillamente no existe. También es ignorado por el Diccionario Ideológico de J. Casares (G.Gili, Barcelona, 1942), por la Enciclopedia Barsa (Bs.As, Chicago, México, 1964) y por otros once de la veintena de diccionarios y enciclopedias consultados. Y en los que la incluyen, esa ignorancia del mundo de habla hispana respecto de la lengua ídish y de su cultura se vuelve más evidente todavía con sólo prestar atención al caos imperante, primero en la transcripción española de su nombre mismo, y luego, en su definición (1). Lo más usual es encontrarlo escrito según la grafía inglesa: yiddish , matizada por una cantidad de variantes. Es sabido que el conocimiento y reconocimiento de una persona, una cultura, una lengua, comienza por nombrarla. ¿Por qué no adoptar para el ídish una transcripción acorde con la lengua española? Enfrentado al problema y apoyado en una serie de antecedentes y razonamientos (2) opté por la grafía ídish. Y no se trata de un debate abierto sólo en la lengua española. En francés sucede algo semejante(3). Se diría que el ídish, este país de la palabra, sin territorio, sin ejército ni policía, sin gobierno ni legitimación política, sigue siendo una lengua irreductiblemente extraña, la extranjera por antonomasia.

Los mil años del ídish

Esa extranjería envuelve al ídish de prejuicios e ignorancias. Están los que lo confunden con el hebreo y los que lo creen un alemán congelado o un alemán venido a menos. La aventura de este idioma, particularmente dramática y creativa, comienza allá por el año mil de nuestra era, con el asentamiento en las márgenes del río Rhin, en la región de Alsacia-Lorena, de unas comunidades judías venidas del norte de lo que hoy es Italia y del sur y centro de la actual Francia. Esos grupos humanos traían lógicamente consigo un léxico formado por expresiones hebreas y arameas de las plegarias cotidianas, de la Biblia y el Talmud, y de una vida pautada por las normas religiosas judías, pero en las regiones de las que venían habían integrado a ese léxico cierto número de vocablos de un itálico y un franco primitivos. Algunas de esas palabras románicas, rodando de boca en boca durante

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casi un millar de años, llegaron hasta nuestros días como reliquias de aquella primerísima época del ídish.

Por ejemplo: fachéile*, ese pañuelo que cubría la cabeza de abuelas y bisabuelas judías, toda una institución, y palabra que evoca de inmediato a las mujeres de los cuentos de Scholem Aleijem, sentadas en la feria o conversando con sus vecinas, andando lentamente por las calles de tierra de una aldea o sobrevolando los cielos de Chagall. Resulta conmovedor comprobar que fachéile es una recreación de la itálica fazzoleto, rodada de país en país con los judíos, e integrada a la lengua ídish con todo su poder evocador. Lo mismo sucede con algunos nombres de mujer como Iénte, Shpríntse, Braine, de las italianas Gentile, Speranza, Bruna, tal como del franco Belle se acuñó en ídish el nombre femenino Beile, y de Bon Homme, el masculino Búnem. Del latín: bentchn (bendecir) de benedicere; léienen (leer) de legere, etcétera.

La n y en finales de bentchn y de leienen provienen del germánico, ya que en su nuevo asentamiento, en Alsacia-Lorena, entre el Rhin y el Mosela, esta comunidad judía entró en contacto con una de las variantes de la primitiva lengua germana, el medio-alto alemán, del sur y centro de Alemania. A partir de allí, en un proceso que se extendió a lo largo de varios siglos, estos tres componentes --el hebreo-arameo, el románico y el germánico-- fueron combinándose creativamente en boca de aquellos judíos, hasta dar vida a un nuevo idioma, escrito con caracteres hebraicos, el ídish antiguo. Era un ídish europeo-occidental, alsaciano, hablado aún por alguna gente.

Vale la pena acotar que el inglés se conformó por la misma época que el ídish a partir del vecino medio-bajo alemán, de ahí el estrecho parentesco entre tantos vocablos del ídish y del inglés. Listar las semejanzas entre ambas lenguas sería interminable. Pueden resultar ilustrativos, a título de ejemplo, las versiones ídish e inglesa de mano, viento, sangre, noche, madre, puerta:

ÍDISH hant vint blut najt muter tir INGLES hand wind blood night mother door

Resulta interesante observar las particulares funciones que los componentes germánicos y hebreos asumen en el habla ídish. Los términos provenientes del alemán designan en general, objetos o tareas comunes, mientras que los venidos del hebreo tienen una connotación santificada. Tomando algunos aparentes sinónimos:

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buj (del alemán Buch) significa en ídish simeplemente "libro" mientras que seifer (del hebreo sefer) significa "libro sagrado"; lérer (del alemán Lehrer): es "maestro", mientras melámed (idem en hebreo) es "maestro hebreo de primeras letras"; frágue (del alemán Frage) equivale en ídish a "pregunta", mientras káshe (del arameo kashiá) es "pregunta ritual o talmúdica", por ejemplo, las cuatro preguntas de la noche de Pascua, di fir káshes.

El componente eslavo del ídish

Cuando las Cruzadas y demás movimientos agresivos empujaron a gran parte de los judíos de Alsacia-Lorena hacia el este, hacia Europa Oriental, los hablantes de aquel ídish primitivo entraron en contacto con las lenguas eslavas cuyo riquísimo folklore, convertido al judaísmo e incorporado al habla, le agregó al ídish un sabor inconfundible, hondamente comprometido con las emociones y los afectos. Este componente eslavo --sobre todo polaco, pero también ruso, ucranio y checo-- particularmente popular, sabroso y fecundo, fue el cuarto elemento fundante del ídish moderno, y el que terminó de diferenciarlo claramente del alemán y de todos sus demás progenitores. Del eslavo incorporó el ídish, sonidos palatales (niánie, niñera; liálke, muñeca); interjecciones intraducibles (nu, que acepta cien entonaciones distintas significando cien cosas diferentes, como ¡vamos!, ¿y?, ¡adelante!, etc.), o diminutivos de ternura (góteniu, Diosecito, no como expresión diminutiva sino de cariño, siendo Gott, Dios en alemán, y la terminación niu, eslava. Sólo en ídish, mediante una conjunción así, se expresa esta cercanía y familiaridad con lo divino, que no es propia del hebreo ni del románico, y mucho menos del alemán). Sólo sobre este tema de la síntesis espiritual lograda en el ídish con la incorporación de eslavismos, podrían llenarse páginas y páginas. Para ejemplificar agreguemos algunas palabras más, convertidas del eslavo al ídish, y dotadas de un sonido y sabor particulares: iáshtcherke, lagarto; kliámke, picaporte; bóbe, abuela; paskudniák, atorrante; kátchke, pato; shmáte, trapo. Para cerrar esta referencia a las diferentes confluencias idiomáticas, corresponde señalar la íntima fusión, palabra a palabra y frase a frase, que estas lograron en la lengua ídish. Un ejemplo es el góteniu que mencionamos más arriba; para dar un par de ejemplos más: la palabra shlimazálnik, desgraciado, es la

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conjunción de shli, partícula negativa del alemán; mazl, suerte en hebreo, y la terminación nik, eslava que sirve para atribuir una cualidad a una persona; póierim, campesinos, de poier, campesino en alemán, y terminación im hebrea para el plural masculino; pénimer, rostros, donde al revés del caso anterior: panim, es rostro en hebreo y er, terminación germana para plural. El lingüista Max Weinreich solía citar una frase para mostrar la complejidad de esa fusión: Nojn bentshn hot der zeide guekóift a séifer (tras la bendición el abuelo compró un libro sagrado). Séifer proviene del hebreo; bentshn, del románico; zeide, del eslavo; nojn, hot, der, guekóift, del germánico.

Hablada hasta las vísperas de la Segunda Guerra Mundial por unas doce millones de personas, esta lengua sin territorio propio ni Estado nacional, dio nacimiento a una impresionante literatura, tan rica como poco conocida fuera de sus propios límites idiomáticos. Luego de una larga Edad Media, con trovadores y poetas religiosos creando en un ídish primitivo, al igual que las lenguas romances en su lucha con el latín, ese ídish --adoptado masivamente por los judíos de Europa Oriental-- tuvo que enfrentarse con el hebreo de los rabinos ortodoxos y con el alemán de los iluministas. Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX que encontró su propia voz en un conjunto de escritores de altísimo nivel, comenzando por los tres clásicos --Méndele Moijer Sforim, Scholem Aleijem e Itzjok Leibush Péretz-- detrás de quienes surgieron caudalosamente, generación tras generación, como el estallido de una voz largamente contenida, prosistas y poetas, dramaturgos y ensayistas, que expresaron en ídish sus preocupaciones universales con una densidad contemporánea y milenaria.

Conociendo lo producido en lengua ídish en el curso de los últimos cien años, no suena exagerada la propuesta que hiciera después del Holocausto el poeta Méilej Rávich: la de reunir las principales obras de esa literatura y canonizarlas, conformando con ellas una nueva Biblia judía, esta vez en ídish. Pese a que falta la perspectiva que brinda el paso del tiempo, la dramática experiencia judía a lo largo del siglo XX, expresada en ídish por voces de primerísimo nivel poético y literario, tiene efectivamente una clara resonancia bíblica.

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El ídish, el hebreo e Israel Como es sabido, en 1948, al constituirse en Estado tras el Holocausto, Israel

adoptó el hebreo como lengua oficial, seguida por el inglés y el árabe como lenguas auxiliares; el ídish quedó reducido entonces, en el país de los judíos, a lengua extranjera. Esta dramática paradoja fue la culminación de una larga pugna ideológica entre el ídish y el hebreo, dos lenguas hermanas. El escritor israelí Aarón Megued es autor de un ensayo, “Reflexiones sobre dos lenguas”, donde dice: “Hay momentos en que miro por la ventana hacia la calle y juego con una idea: ¿Qué hubiese ocurrido si toda esta gente en Tel Aviv y en el resto de Israel, los dueños de los negocios, los conductores de taxis y ómnibus, los policías, los soldados, los niños bronceados que vuelven de la playa, los hombres jóvenes en shorts, los niños que juegan a la pelota, los empleados de bancos y correos, si todos ellos hablaran ídish en vez de hebreo en la calle, en sus casas, en el ejército, en el campo, en la fábrica? No dudo que todo sería distinto; el carácter de esta gente sería distinto, sus conceptos, sus modales, sus relaciones, sus actitudes hacia el país, sus actitudes hacia una cantidad de valores. Porque si es cierto que la gente moldea su idioma, es igualmente cierto que un idioma moldea a la gente que lo habla.” (4) Pero Israel se constituyó en derredor del idioma hebreo, como resultado de un proceso ideológico complejo y notable, pero frustrante y doloroso para los enamorados de la lengua ídish y su cultura, lengua y cultura que acababan de sufrir pocos años antes del nacimiento de Israel, la tremenda pérdida de la mayor parte de sus hablantes y creadores.

A finales del siglo XIX este par de lenguas unidas por lazos fraternales, el entonces pujante ídish y el hebreo casi reducido entonces a silencio, habían ingresado en un terreno conflictivo. Por esos años la mayor comunidad ídish-parlante --compuesta por más de cinco millones de almas-- estaba concentrada en Rusia(5), y recluida allí por la antijudía legislación vigente a una Zona de Residencia. Su vida, signada ya por una dura pobreza, sometida por añadidura a persecuciones y pogroms, se volvió insoportable. Esa olla a presión produjo oleadas migratorias que llevaron judíos rusos a los Estados Unidos, a Cuba, a Brasil, a la Argentina, y también produjo corrientes ideológicas de diferente signo.

Algunas llamaban a luchar por el logro de una vida digna en el lugar, sea integrados a los movimientos socialistas generales o --según el Bund-- como minoría

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cultural judía socialista. Encarando la encrucijada desde una otra perspectiva, los sionistas consideraban la emigración a Palestina y la constitución de un Estado propio, la única solución definitiva para la dramática situación de los judíos rusos y para la cuestión judía en general.

Quienes proponían que los judíos se uniesen a la lucha general por los derechos del hombre y del trabajador, tenían naturalmente por idioma el ruso, pero los bundistas, que llamaban a los judíos a participar, sí, de la lucha general, pero defendiendo sus derechos particulares como proletarios y como judíos, tomaban al ídish de las masas judías por bandera. Los sionistas, por su parte, que soñaban con crear en las históricas tierras de Israel un país nuevo y un hombre judío nuevo, dejando atrás los para ellos despreciables dos milenios de Diáspora, ambicionaban remozar la antigua lengua de la independencia judía, el hebreo.

Esta divisoria de aguas resume uno de los puntos de partida de la pugna ideológica entre el ídish y el hebreo. Desde ya que no todo se dio en blanco y negro. Una parte de los sionistas --que eran también socialistas-- reivindicó al ídish por ser la lengua de las masas judías. Es clásico el caso de Ber Borojov, “el genio de Poltava”, ideólogo del sionismo socialista y brillante orador en lengua rusa, que habiendo estudiado ídish sólo para tener un idioma común con el pobrerío judío, se enamoró a tal punto de esta lengua que terminó dedicándole notables estudios filológicos.

Las escaramuzas entre el ídish y el hebreo tuvieron lugar en diversos escenarios. Una vez conformada, tras la revolución, la Unión Soviética, consideró al sionismo un "movimiento burgués reaccionario" y sencillamente prohibió el hebreo llevando el ridículo al extremo de castigar las palabras ídish de origen hebreo cambiando su grafía tradicional. Por otra parte, para la población judía de la Palestina preestatal su lucha por el renacimiento del hebreo simbolizaba sentirse continuadores, con la lengua bíblica, de la antigua nación judía independiente, y asimismo lograr la unidad del pueblo judío mediante la fusión, en un idioma común, de hablantes y culturas. Apuntaban a quienes traían un bagaje lingüístico ídish o judezmo, pero también a los portadores de todas las otras lenguas habladas por los judíos que llegaban al Estado judío en ciernes desde todos los rincones de la Diáspora. El costo de esta borratina forzada de lenguas y culturas recién se pudo apreciar en casos arquetípicos, como el de los judíos venidos del Yemen o de

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Etiopía, pero eso fue mucho más tarde. En aquella primera época primaba la ilusión de la fusión de diásporas.

Fue recién a partir de la Primera Guerra Mundial y de la tercera oleada inmigratoria a la entonces Palestina, que se impuso la tendencia hebraísta. Pero la Segunda Guerra Mundial, destruyendo físicamente hasta su raíz las principales juderías ídish-parlantes, otorgó una triste victoria a los defensores del hebreo, consagrado como lengua oficial del Estado de Israel.

Sin embargo, pese a la falta de reconocimiento oficial, Israel se transformó en uno de los principales centros de una cultura ídish viviente. Desde las apasionadas diatribas anti-ídishistas de líderes como David Ben Gurión pasó mucha historia. En el ínterin el ídish integró términos, conceptos y expresiones al hebreo, ocupó por derecho propio un lugar destacado en las universidades israelíes, fue incluido como materia optativa en sus escuelas secundarias y su cultura mereció un reconocimiento especial por parte del Parlamento de Israel, todo lo cual no mitiga la difícil situación de esta lengua con más historia, literatura y prestigio que hablantes.

Pero como decía Isaac Bashevis Singer parafraseando a Mark Twain, “los rumores acerca de la muerte del ídish son muy exagerados. El ídish tal vez esté mal de salud, pero en nuestra historia, entre estar enfermo y estar muerto hay un gran trecho. Por otra parte los judíos suelen sufrir de muchas dolencias, pero la amnesia no es una enfermedad judía.”

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El ídish es también Latinoamérica Los idiomas son organismos vivos, complejos, dinámicos, impredecibles, y

resulta interesante observar qué sucede cuando dos lenguas, dos culturas, se ponen en contacto. Es con esta mirada que intentamos una aproximación a los puntos de encuentro entre el ídish y América Latina, tema que suena tan fascinante como complejo. América Latina sigue siendo un continente amplio, diverso, desconocido, y por añadidura los libros y las publicaciones literarias o periodísticas producidas en ídish en Latinoamérica constituyen un territorio intrincado, donde lo que no está perdido permanece disperso u oculto.

Si una primera aproximación a la presencia del ídish en América Latina consiste en observar la inserción lingüística del ídish en esta parte del globo, posiblemente podamos decir que ocupa muy poco lugar en la lengua coloquial y literaria castellana y portuguesa. No se trata de un caso como el del inglés americano, particularmente el neoyorquino, que adoptó gran cantidad de expresiones del ídish (5), quizás debido al parentesco existente entre esta lengua y la inglesa, pero seguramente más debido al lugar que los inmigrantes judíos de Europa Oriental ocuparon, numérica y culturalmente, en los grandes centros urbanos, generadores de pautas culturales.

Como señalamos más arriba, en el caso del castellano, tanto en América Latina como en España, a juzgar por los diccionarios, el ídish es una lengua inexistente, o casi. En el marco de la literatura latinoamericana, hasta donde pudimos comprobarlo, prácticamente no se incluyen términos tomados del ídish como parte del habla corriente. Cuando aparecen es casi siempre en itálica o entrecomillados y con referencia al mundo judío.

Es lo que sucede, en el caso argentino, en algún aguafuerte de Roberto Arlt (6), torrencialmente en las obras de César Tiempo o de Mario Szichman, y por sólo mencionar algunos ejemplos, en Caballos por el fondo de los ojos de Gerardo Goloboff o en Feiguele y otras mujeres de Cecilia Absatz, en Músicos y Relojeros de Alicia Steimberg o en Grietas como templos de Arnoldo Liberman, en el Krinsky de Jorge Goldenberg o en Blues de la calle Leiva de Manuela Fingueret. Con las mismas limitaciones, también se pueden encontrar ídishismos, por ejemplo, en varias obras

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del brasileño Moacyr Scliar, en Las Genealogías de la mexicana Margo Glantz, en El rumor del astracán del colombiano Azriel Bibliowicz, o en La vida a plazos de Don Jacobo Lerner del peruano Isaac Goldemberg.

Resulta interesante observar que la transcripción de los términos ídish, en la mayoría de los casos no corresponde a una trasliteración "correcta" --desde lo léxico o gramatical-- sino a un lenguaje familiar recordado, a un sabor oído.

Como parte de la leyenda creada alrededor de la experiencia colonizadora judía en la argentina, abundan los relatos acerca de gauchos que, merced a su intenso contacto con los colonos, aprendieron a hablar, o al menos a comprender, el ídish. En ese sentido existen, desde sabrosas anécdotas contadas por don Máximo Yagupsky, con gauchos discutiendo entre ellos si un vacuno era kusher o treif, --es decir, apto o no para el consumo, según las normas dietéticas de la religión judía-- hasta ese personaje femenino de El judío Aarón de Samuel Eichelbaum.

En el caso del español urbano argentino resulta llamativa la falta, en su lunfardo, de palabras venidas del ídish, pese a la presencia prostibularia ídish-parlante porteña a principios de siglo. En el Diccionario Lunfardo de José Gobello (7) sólo encontramos moishe, como sinónimo de "judío", y papirusa o papusa, por mujer hermosa, como deformación de papjerosy, "cigarrillo" en polaco y en ídish. Conversando con el mismo Gobello, éste atribuía esa ausencia de expresiones lunfardas provenientes del ídish a que el puñado de rufianes judíos se habría mantenido apartado y a que, según él, eran pocos los inmigrantes judíos que concurrían a los prostíbulos. Habría que investigar qué sucede con el ídish en el argot de otros países de América Latina, como así también qué inserción tuvo y tiene en el lenguaje coloquial y literario de esos países.

Desde ya que hay aspectos que trascienden lo puramente lingüístico. La inmensa mayoría de los primeros inmigrantes judíos llegados de Europa Oriental al Río de la Plata eran de habla ídish, muchos de ellos anarquistas, comunistas o socialistas de diversos matices, por lo que no es de extrañar que "La Protesta", el periódico anarquista de la Argentina, publicara en 1908 una página en ídish, ni que en este país también llevaran entonces sus libros de actas en esa lengua algunos sindicatos. Pero habrá que estudiar todavía, qué de ese espíritu anárquico, familiar y libertario del ídish quedó en la cultura argentina, y qué le quedó de la

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importantísima experiencia teatral y periodística ídish de los años '20, '30, '40. Y cómo fue en el resto de América Latina.

En esta búsqueda de puntos de encuentro entre América Latina y la lengua ídish corresponde mencionar, aunque sea tangencialmente, el tema de las traducciones, lugar donde el encuentro entre las lenguas y las culturas se materializa. El argentino Salomón Resnick, redactor de la revista Judaica, fue el primero en proponerse la traducción sistemática de textos de la literatura ídish al español, y otros continuaron tras él esta tarea. Pero casi todo lo que vertieron al español o al portugués fueron textos clásicos y en una muy pequeña escala autores ídish latinoamericanos, y eso sólo en los últimos años.

América Latina en ídish

Invirtiendo el espejo, hubo --y hay-- quienes tienden un puente idiomático en la otra dirección, del castellano y portugués al ídish. El periodista y crítico literario Pinie Katz cuenta cómo dio comienzo su tarea de traductor: "A poco de mi llegada a Buenos Aires encontré en un quiosco de libros usados un tomito de ‘Leyendas aztecas’ del mexicano Heriberto Frías. Me puse a leerlas y de inmediato me atrapó su desborde de colores como sólo se ve en sueños. (...) Nunca había encontrado hasta entonces tal riqueza de idioma y colorido, salvo en los profetas, en la más poderosa de las lenguas, la bíblica, y no pude vencer la tentación de sentarme de inmediato a volcar esa magnificencia al ídish."

Así comenzó Pinie Katz su intensa tarea de traductor llevando al ídish, además del Quijote y de otras obras de autores españoles, el Facundo de Sarmiento, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, Nacha Regules de Manuel Galvez, Cuentos de la Selva y Anaconda de Horacio Quiroga, Los Gauchos Judíos de Gerchunoff, Los caranchos de la Florida de Benito Lynch, Pago chico y La vuelta de Laucha de Payró, Huasipungo de Jorge Icaza y una increíble cantidad de obras más.

El Martín Fierro de José Hernandez, pese a lo difícil que resulta volcar a otra su lengua gauchesca, tuvo dos traducciones al ídish, una de Samuel Glasserman y otra del poeta Kehos Kliguer. Y vaya esto como expresión del interés de los inmigrantes judíos por conocer las creaciones literarias de su nueva tierra.

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Ensayando otra aproximación a la inserción de América Latina en la cultura ídish se puede observar la manera creativa que encontró el ídish, en estas latitudes, de incluir en su estructura al castellano.

El inmigrante judío recién llegado a las ciudades de América Latina comenzó, en muchos casos, a ganarse la vida como vendedor ambulante, tal como aparece de un modo magistral en El día de las grandes ganancias, ese cuento autobiográfico de Gerchunoff, o desde el título mismo en La vida a plazos de Don Jacobo Lerner, del peruano Isaac Goldemberg, y en Cláper de la venezolana Alicia Freilich.

Alguno comenzó como vendedor ambulante de chucherías (cachebáchnik, le decían en ídish en Uruguay), otro vendía de puerta en puerta cortes de tela (córtenik) y estaba el que cargando sobre las espaldas una gran canasta o una valija, visitaba a las marías --que así llamaban en su media lengua a todas sus clientas de los conventillos y los barrios miserables-- y les vendía a crédito colchas, frazadas, ropas y hasta muebles, registrándolo en su ídishñol en unas tarjetas de contabilidad elemental. En el Río de la Plata se lo llamaba cuéntenik o cóntenik, en Brasil, clientélchik, en Venezuela, cláper. Está demás señalar que el neologismo ídish cachebáchnik deriva de cachivache, córtenik de corte, cuéntenik de cuenta y clientélchik de cliente. Esto en cuanto a las ciudades.

En las colonias agrícolas del interior argentino, la lengua importada por los gauchos judíos se fue enriqueciendo de modo natural incluyendo en su ídish coloquial o en el literario, palabras castellanas referidas al campo, como peón, mate, lazo; pero además conjugando cómodamente, siguiendo las estructuras del ídish, los verbos de su hacer campesino: enyugar, enlazar, cosechar, se volvió así en su habla enyuguirn, enlasirn, cosechirn (8). También en la ciudad, al pasar del castellano al ídish, verbos como atender o cobrar, aparecían en medio de una frase en ídish, como atendirn, cuvrirn; del mismo modo "se equivocó" era er hot zij equivoquirt.

Esta suerte de castídish o ídishñol, del que se encuentran innumerables ejemplos a lo largo de toda la literatura ídish latinoamericana, incluye una enorme cantidad de sustantivos que cambian por la vocal e las terminaciones en a u o, creando plase, bombiye, balnearie, camisete, coseche, conventiye, asade, quinsene, farmasie, mercade, y así hasta el infinito. Sonará cómico, pero esta ídishización del castellano aparecía de manera seria no sólo en el ídish coloquial, sino también en el literario de una cantidad de autores ídish. Por otra parte hubo un cantor, un

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personaje de enorme popularidad que durante los años '30 ironizó en el Río de la Plata ese habla gringa. Dedicamos en estas páginas un capítulo especial a las ocurrentes y tiernamente irónicas canciones de Jevel Katz, a sus tangos, rancheras y rumbas en ese peculiar ídish-porteño, para extraer de ellas expresivos cuadros del mundo de los inmigrantes judíos latinoamericanos y afinar el oído a esos creativos enlaces idiomáticos que fueron evaporándose junto con la generación primera.

Desde ya que este encuentro entre el ídish y Latinoamérica no sólo se

expresa lingüísticamente. Corresponde detenerse en algunos rasgos de la literatura ídish del continente, pero la mayor parte de las citas y ejemplos van a referirse a la Argentina, en primer lugar porque es, de lejos, el país con mayor producción literaria en ídish, y además porque a lo producido en esta lengua en el resto de América Latina apenas se accede mediante algunas antologías y algunas obras sueltas de determinados autores.

El mencionado periodista y ensayista Pinie Katz incluyó entre sus trabajos un tomo, aparecido en 1947, sobre la literatura ídish argentina, donde sostiene:

"En la Argentina posiblemente sean los judíos el único grupo nacional inmigrante que creó una literatura propia en su idioma. (...) También se escribió y se escribe aquí en otras lenguas extranjeras: italiano, alemán, inglés, francés y ruso, pero sin pretensiones de conformar una literatura aparte, tal como sucede en el caso del ídish." (9)

Ya con anterioridad el poeta Meilej Rávich, tras visitar en 1938 la Argentina, se refirió a lo creado literariamente en ídish en este país, acuñando la expresión: "Se trata de la rama ídish de la literatura argentina y de la rama argentina de la literatura ídish".

¿Qué tiene esta literatura de peculiar? En la primera época expresa la todavía lejana mirada del inmigrante judío sobre su nueva tierra. En su introducción a la primera antología literaria argentina en ídish, Oif di bregn fun Plata (10), el periodista José Mendelsohn, escribiendo en Buenos Aires, se refiere a la Argentina como "terra ignota": "Argentina está lejos, lejos del gran mundo judío, lejos de los grandes centros judíos de Europa y de América del Norte, lejanía que se percibe en el concepto que tienen acerca de nosotros, y lejanía que percibimos también en nosotros mismos.” (11)

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Y más adelante --esto fue publicado en 1919-- decía Mendelsohn: "En el campo se conservó más genuinamente la vida de allende los mares, aunque cambió su contenido. Los pequeños comerciantes y pequeños tenderos, vueltos colonos, atados a la tierra, siguen viviendo una vida judía. Los hijos que se acriollan no tienen todavía una influencia demasiado notoria, en un lugar donde los gauchos hablan a menudo en ídish. Hasta los animales domésticos son los del shtetl en un ambiente distinto. Zaino y Lobo son Di Kliache, Metushelaj y Rabchik de Méndele y Scholem Aleijem, pese a que los primeros nacieron y se criaron entre colonos judíos en Entre Ríos, La Pampa o Moisés Ville, mientras los otros nacieron y se criaron en Kabtsansk y en Kasrílevke. No es poca diferencia, pero no salta a la vista. A veces podría creerse que los colonos los trajeron consigo del shtetl, mientras que ese mismo zaino en manos del gaucho es un cimarrón, un rebelde, y el perro del colono judío, en manos gauchas es un animal bravo, prepotente, que no perdona liebre ni zorro." (12)

En muchas de las primeras obras argentinas en ídish se refleja el impacto del encuentro con el paisaje de la nueva tierra, donde el cielo es mucho más azul, el sol mucho más fuerte y hasta las estaciones guardan un orden diferente del de sus países natales, esos que los expulsaron y a los que siguen llamando di alte heim, el viejo hogar.

También en los demás países latinoamericanos la fuerza del paisaje y del clima cobran entidad en la poesía ídish, hasta hacerse metáfora. Canta el mexicano Iankev Glantz:

"Rodeada de profundas sombras / la palmera sueña latitudes / estira su cuello de jirafa / para cazar las estrellas / pero el nudo de raíces / la aprisiona a la tierra." (13)

El chileno Itsjok Blumshtein dice ante la cordillera: "Un luminoso gigante se refugió en la montaña / a flagelarse... / Silencio; este

momento es sagrado: / ahí en fila están sus acompañantes / vistiendo blancos camisones nevados..." (14)

Pero no sólo el encuentro con el paisaje natural aparece reflejado en esos

textos literarios ídish; también está el impacto del paisaje humano.

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El poeta mexicano Itsjok Berliner publica en 1936 su primer poemario, que ilustra Diego Rivera, y que incluye un texto, Contrastes, que dice en algunas de sus estrofas:

"Ciudad de palacios, (...)// Tienes en tus tripas monasterios e iglesias / edificios hechos de piedra y de mármol / y calles polvorientas con casitas de barro / sucios agujeros donde la gente vive como gusanos. // Una soga y un trapo es la cuna de un niño / las camisas que visten son bolsas harapientas / y en palacios de piedra, tras cerrojos de hierro, / pieles femeninas se cubren de sedas // oh, ciudad de palacios..." (15)

El poeta Moishe Dovid Guiser, que vivió tanto en la Argentina como en

Chile, pero cuya más importante producción poética es chilena, dice: "Por las calles de Santiago / pasa silbando un coche / como embrujado por una

varita mágica / y chiquitos ofrecen en venta / la más desnuda de las tristezas / con vocecitas trágicas." (16)

Habría que mencionar muchísimos otros textos poéticos en ídish

protagonizados por América Latina; quizás el más impresionante sea Cristóbal Colón, poema de casi 300 páginas, escrito en 1939 por el mexicano Iankev Glantz, pero el poema, a mi juicio, más potente escrito en ídish acerca de América Latina pertenece a Itsjok Ianasovich, poeta que llegó a Buenos Aires tras la Segunda Guerra Mundial, vivió veinte años en la Argentina y se radicó luego en Israel. Este poema cuya traducción reproducimos íntegramente más adelante, se titula Lateinamericanish, "Latinoamericana" (17), y dice en una de sus partes:

"Allí donde cada cual es un señor en su fantasía, / y cada cual posee, en sueños, todo lo que

desea, / allí florece el orgulloso árbol de la libertad. // Allí donde el cuchillo responde con

agudeza a tu ofensor, / allí donde la guitarra reúne a tus amigos / y ablanda el duro corazón

de tu amada, / allí mora la fuente de la dicha. // Incluso si inclinas la espalda sobre un

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campo ajeno / y depositas la cosecha en un granero ajeno, / eres un hombre libre y nadie

puede forzar tu corazón / para que estime aquello que desprecias. // Oh, extranjero, / no es

una vergüenza vivir en una jaula de madera y lata; / no es humillante criar hijos bajo una

enramada; / lo vergonzoso es alquilarse para el trabajo / cuando no se tiene hambre, /

cuando la botella de vino aún no está vacía / y es posible prolongar aún la dulce hora del

amor / por toda una jornada de Dios. // Malditos sean los malvados / que encendieron en

nuestra sangre la envidia / hacia quienes poseen cosas innecesarias / y conseguirlas exige

trabajar duro la semana entera..." Pero no todo es poesía en la literatura ídish latinoamericana. Existe también

una importante narrativa ídish acerca de América Latina escrita en este continente, de la que se incluyen en estas páginas a título de ejemplo algunos textos de Marcos Alpersohn, que tienen por escenario el campo argentino, de Osher Schuchinsky, situados en La Habana, y un relato de Aarón Faierman que se desarrolla en la ciudad de Buenos Aires. Pero todo esto es apenas una introducción al tema. Queda pendiente recorrer, por sólo nombrar unas pocas, las obras de José Rabinovich, Berl Grinberg o Nahón Milleritsky acerca de Buenos Aires, las de Boruj Bendersky acerca del campo argentino, la novela de Leib Malaj ambientada en Río de Janeiro, los cuentos de Pinjas Bérniker, los relatos mexicanos de Moishe Rubinshtein o los chilenos de Noaj Vital.

* * * * El 19 de febrero de 1995 se apagó en Buenos Aires la vida de Shmuel

Rollansky, uno de los últimos --si no el último-- de los grandes maestros de la cultura ídish-latinoamericana. Somos muchos aún los que pertenecemos a la generación de sus hijos, a una generación nacida en ídish y educada en castellano; a una

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generación que, sin haber sufrido personalmente la Segunda Guerra Mundial quedó, a partir del Holocausto, huérfana de aquella cultura y se considera a sí misma parte de los últimos sobrevivientes de la lengua ídish, parte de aquellos que en las calles de Montevideo o Santiago, en las calles de Caracas o La Habana, en las calles de Lima o Buenos Aires, todavía se estremecen con el olor y el sabor de una palabra en ídish..

Estas páginas pretenden una primera aproximación a un necesario estudio

sistemático de lo producido en ídish en América Latina, ese tesoro repleto de vida, oculto en cuartos cerrados que esperan abramos sus puertas de par en par y traduzcamos sus textos secretos. Posiblemente exclamemos entonces con el poeta Jacobo Glatshtein: "Había tan poco, ¿cómo es que quedó tanto?" Y podremos decir, parafraseando a Bernardo Verbitsky: EL ÍDISH ES TAMBIÉN LATINOAMÉRICA.

NOTAS

(1) La Gran Enciclopedia del Mundo, bajo los auspicios de Ramón Menendez Pidal, (Bilbao,

Tomo 19, pp.367) lo transcribe por duplicado: yiddish o jiddish. El Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa Calpe (Barcelona, 1932, Tomo III, pp.1150) también da esas dos opciones pero con una letra menos: yídish o jídish. El Manual de Español Urgente, de la Agencia EFE, (Madrid, 1990, pp.215) trae: Yiddish: escríbase Yídish.

Y éstas son algunas de las singulares definiciones halladas: "Yiddish: judeo-alemán; idioma de los judíos alemanes (es forma corrupta del hebreo y del

alemán antiguo o provincial, hablado por los judíos alemanes, extendida en el East End de Londres”, en: Enciclopedia Ilustrada Sopena, (Barcelona, 1982, Tomo II, pp.1140).

"Yiddish: llámase así a varios dialectos hebreos de Europa Oriental", en: Alonso, Martín, Enciclopedia del Idioma, (Aguilar, 1982, Tomo III, pp.4220).

"Yiddish: lengua de los judeo alemanes", en: Vox, Diccionario General Ilustrado de la Lengua Española, (España, 1980, pp.1647).

(2) Al realizar El resplandor de la palabra judía, antología de la poesía ídish del siglo XX, selección y traducción de Eliahu Toker, Ed.Pardés, Buenos Aires, 1981, pp. 17/19 y 326.

(3) El poeta Charles Dobzynski, autor de la más importante antología francesa de poesía ídish viene luchando desde hace años por imponer allí la grafía yidich, a la francesa, pero llamativamente también allí la influencia del inglés en este campo continúa siendo muy intensa. Dobzynski, Charles, Le miroir d'un peuple, Anthologie de la poesie yidich, 1870-1970, Gallimard, París, 1971.

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(4) Megued, A., “Reflexiones sobre dos lenguas”, Nueva Sión, Buenos Aires, 5/VII/1968, pag.7.

(5) Ver, entre muchos otros: Steinmetz, Sol, Yiddish and English, A century of Yiddish in America, The University of Alabama Press, Alabama, 1986, pp. 173.

(6) Arlt, Roberto, Nuevas aguafuertes, Comerciantes de Libertad, Cerrito y Talcahuano, Ed. Losada, Buenos Aires, 1975, pp. 10/14. (7) Gobello, José, Diccionario Lunfardo, Peña Lillo Editor, Buenos Aires, 1982, pp. 138 y 157. (8) Alpersohn, Marcos, Colonia Mauricio, Comisión Centenario Colonización Colonia Mauricio - Carlos Casares, Buenos Aires, 1991, 402 pp. Introducción, versión española y notas de Eliahu Toker. (9) Katz, Pinie, Ídishe literatur in Arguentine (Literatura ídish en la Argentina), tomo VII de sus Gueklibene Shriftn (Obras Elegidas), Comité Institucional en la Editorial IKUF, Buenos Aires, 1947, 213 pp. (10) Oif di bregn fun Plata (En las Orillas del Plata), Ed. Ídishe Tzaitung, Buenos Aires, 1919, 194 pp. (11) Mendelsohn, José, “Undzer svive un undzer gueshtalt (Nuestro ambiente y nuestra imagen)”, Oif di bregn fun Plata, op. cit. p.4. (12) Ibídem, pp. 11/12 (13) Rollansky, Samuel, Mexikanish, urugvaish, cubanish antologuie (Mexico, Uruguay y Cuba en la literatura ídish), Obras Maestras de la Literatura Ídish, tomo 92. Ateneo Literario en el Instituto Científico Judío IWO, Buenos Aires, 1982, p. 22. (14) Rollansky, Samuel, Chilenish antologuie (Al pie de los Andes. Poesía y prosa ídish de Chile), Obras Maestras de la Literatura Ídish, tomo 54. Ateneo literario en el Instituto Científico Judío IWO, Buenos Aires, 1972, p. 15. (15) Rollansky, Samuel, Mexikanish, urugvaish, cubanish antologuie, op. cit. p.22/23 (16) Rollansky, Samuel, Chilenish antologuie, op. cit. p. 48. (17) Toker, Eliahu (Prefacio, selección y traducción), El resplandor de la palabra judía, antología de la poesía ídish del siglo XX, Ed. Pardés, Buenos Aires, 1981, pp. 105/110.

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HOGAR fragmento de un poema de Moishe Pinchevski (Argentina)

¡Ardiente Argentina! ¡Ardiente Buenos Aires! Tus estepas son de fuego, de fuego es tu aliento; de fuego tus mujeres y tus gauchos, de fuego. Yo busqué amparo y sombra en tu puerto. Ardiente Argentina de pan y ganado salvaje; ardientes tus miserias, ardiente tu infortunio. Cuántos kilómetros cubren tus alambradas, las que protegen tus campos, tus latifundios. Pero el ágil caballito del gaucho salta las alambradas y al galope atrapa un ternero, y con su cuchillo corta astillas, enciende una fogata... ¡Toda la tierra es del gaucho, sin muros ni cerrojos! Toda la tierra es del gaucho, pero él no necesita nada salvo lazo, cuchillo, caballo y guitarra... Las extensiones son suyas, no necesita techo; pero si roba lo suyo y lo prenden, es hombre muerto. ¡Gaucho, querido gaucho, rebelde de mañana! Cuando arremetas desde los caminos vagabundos, yo me haría gaucho, pero tengo miedo de que mi padre se ría de mí dentro mío: --Míralo, míralo al gaucho; míralo al campesino, con una página del Talmud, infierno y paraíso... Mis dieciséis años... ¿Acaso he de marchitarme aquí? ¿Moriré en una taberna extrañando a mi abuelo?

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Riquísima Argentina, del pan y del ganado, de las mujeres más hermosas y la más hábil muchachada, ¿de qué te sirve todo eso si tus hijos padecen; si estás a otros países vendida y alquilada?

--------------------- Moishe Pinchevski, poeta de lengua ídish nacido en Besarabia en 1894. En 1913 viajó a la Argentina donde permaneció varios años, publicando poemas y cuentos, incluso un poemario en 1918. En 1921 se echó a recorrer América Latina y luego se radicó en la Unión Soviética. Como otros escritores judíos soviéticos, en 1949 es confinado en un campo de concentración donde fallece en 1955. El poema “Heim”, al que corresponde este fragmento, apareció en el Almanaque de la Sección ídish de la Asociación Ucrania de Escritores Proletarios, Jarkov, 1929.

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LATINOAMERICANA poema de Itsjok Ianasovich (Argentina)

A Allí donde el idioma se acaricia a sí mismo en el entrebesarse de palabras; allí donde la canción es triste y provocativa como una bailarina de zamba; allí donde el amor es consagrado por el sangriento puñal de los celos y la soledad enciende la ardiente noche del carnaval en una prolongada violación; allí, sólo allí plantó el refinado Colón su primera pisada luego de haber exclamado triunfalmente ¡tierra! Todo lo que crece en el paraíso crece en Latinoamérica. Aquí posee el cielo abundantes estrellas para cada rancho. Aquí tiene la pampa caballos suficientes para cada lazo. Hasta las bestias que iluminan las tataranieblas del bosque con la verde fosforescencia de sus ojos, son sagradas: en sus entrañas se encuentran los sepulcros de los patriarcas. Dios detuvo sobre nuestra tierra su tempestuoso carruaje y ató sus caballos al umbroso ombú. Nuestros ríos son espejos de la eternidad. Nuestras montañas son los lechos del tiempo adormecido. Igual que antaño, hace mil generaciones, aún viven sobre nuestros cerros los rojos dioses de los quechuas, charrúas y guaraníes. En los valles aún hoy se sigue tomando el espumoso mate verde con el antiquísimo ritual de los aztecas

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que perforaban con sus flechas el corazón de la luna y acumulaban sus fragmentos de oro en las catacumbas de sus reyes. B ¿Quién afirma que quienes murieron ya no viven más? ¿Quién asegura que los caídos en batalla no conducen más guerras? En Latinoamérica un día recién nacido ya tiene mil años. Cada ocaso inaugura aquí una noche más antigua aún que el caos del génesis. Cada niño es aquí su propio bisabuelo. En su sangre gime el esclavo y se regocija el esclavizador. Su cuerpo constituye el campo de batalla donde vencido y vencedor se abrazan en la borrachera de la mutua matanza. Por separado es cada uno de nosotros un águila montaraz diestro en su sueño-vuelo de rey y dominador, pero reunidos somos un hato de asnos que cualquier látigo puede arrodillar y someter. Orgullo y sumisión, esta es la cruz que arrastramos camino del Gólgota para morir en la dulce voluptuosidad de la insurrección. Oh, no existe mayor placer que el de la rebelión. No existe, no existe felicidad mayor que la de derribar muros; muros de palacios, de cárceles y de los propios hogares construidos por manos heridas y amasando cuerpos queridos entre los cimientos. C

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Allí donde cada cual es un señor en su fantasía y cada cual, en sueños, posee todo lo que desea, allí florece el orgulloso árbol de la libertad. Allí donde el cuchillo responde con agudeza a tu ofensor, allí donde la guitarra reúne a tus amigos y ablanda el duro corazón de tu amada, allí mora la fuente de la dicha. Incluso si inclinas la espalda sobre un campo ajeno y recoges la cosecha en un granero ajeno eres un hombre libre y nadie puede forzar tu corazón para que estime aquello que desprecias. Oh, extranjero, no es una vergüenza vivir en una jaula de madera y lata; no es humillante criar hijos bajo una enramada; lo vergonzoso es alquilarse para el trabajo cuando no se tiene hambre, cuando la botella de vino aún no está vacía y es posible prolongar aún la dulce hora del amor por toda una jornada de Dios. Malditos sean los malvados que encendieron en nuestra sangre la envidia hacia quienes poseen cosas innecesarias y que para conseguirlas es necesario trabajar duro la semana entera... D ¿Has prestado atención alguna vez al canto de Latinoamérica? Hace mil años los pueblos de nuestro continente introdujeron en sus canciones

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el clamor por la desdicha presentida. El presentido final. Por eso se percibe en nuestras canciones la desolada pena de la extinción; en nuestros cantos flota, por eso, el polvo de reinos desmoronados; y como el humo de una llamarada hace tiempo extinguida y como la ceniza de un fuego que hace mucho ardiera, llora en nuestro canto el miedo por un peligro que, de cualquier forma, ya lo destruyó todo. E Oh, qué hermosas son tus playas, Latinoamérica, cuando cae el sol y tiñe las olas de un color rojo-cobre. Y qué hermoso, qué hermoso cómo chapotean en nuestras aguas los tiburones después de haber destrozado con sus dientes oblicuos --y devorado ávidamente-- a aquellos que se sublevaran contra el dictador del país. Oh, heroicos muchachos rebeldes, oh, luchadores por nuestra libertad; cuando otro tirano decapite a vuestro verdugo hemos de cantar en hermosas canciones vuestras muerte heroica. Latinoamérica posee la magia de las canciones que transforman el infierno en un paraíso de cantos. F Diez mujeres tuvo el don juan criollo. En cada caserío donde trabajara una temporada o dos se tomó una mujer y ella le dio un hijo. Pero él sabía muy poco de sus hijos

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porque cuando se marchaba del caserío empujado por su afán errante dejaba los niños en brazos de su madre. Sólo a una, a la hija menor de su última esposa, a ella la amaba, la mimaba y hasta le compraba golosinas. Aunque a la madre la azotara con el látigo porque su piel ya era tan dura como el cuero de una vaca vieja y sus pechos le colgaban hasta las rodillas. Su hija hubiera cumplido catorce años en otoño, recién en el otoño venidero, tras la cosecha de la alfalfa. Pero la desgracia sobrevino ahora, en plena efervescencia del carnaval, cuando él la perdió en una apuesta en la taberna junto con su cuchillo y su rebenque. Oh, no habrá de evitar la desgracia aquel a quien la mala suerte le echara el lazo amarrándolo como a un caballo en la pampa ¡por todas las putas madres hasta la séptima generación! Menos mal que salvó la guitarra y ahora, cuando su corazón desborda de pena, existe el consuelo en la tristeza de la canción. ¡Oh, vida mía, vidalita! Qué hermosura cuando sus pechos jóvenes se alzaban como cuernos; con qué dulzura sus caderas llenas despertaban una calle entera de muchachos, ¡oh, vida mía, vidalita!

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G Amor es en Latinoamérica profundo y efervescente como el mar. Amor es en Latinoamérica misterioso y oscuro como la muerte. Entre nosotros amor y violencia marchan juntos y tras ellos viene la canción. ¿Oíste alguna vez aquel hermoso canto de amor y traición? Ella, la bella muchacha, era la mujer de un fiero jaguar; alguien cuyas charreteras eran de oro puro. Pero ella amaba al peón, buen mozo, que atendía a su marido y cepillaba su caballo marrón. Una noche de luna los olfateó el fiero jaguar entre las hierbas pero no los mató en cuanto los descubrió. Largamente los acechó en las sombras del placer, y recién cuando el amor de ellos alcanzó el momento en que los instantes crecen como soles y encienden las tinieblas de la noche, los consagró con el signo de la cruz y hundió sus dientes en las dulces carnes de la traidora mujer y se emborrachó con la sangre del ardiente muchacho. Matar por amor y traición no tiene castigo de ley entre nosotros; En estos casos Dios mismo es el juez. Sólo él puede juzgar el corazón del hombre engañado. Sucedió así: el fiero jaguar tomó luego otra mujer más joven que aquella muchacha traicionera. Pero desde entonces no tuvo más un peón para su caballo e incluso vendió su caballo marrón cambiándolo por un automóvil nuevo;

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un nuevo automóvil made in usa, obsequio del dictador a su fiel general. H ¿Es éste acaso el fin de la canción? Oh, no; una canción no tiene fin, porque donde se clava la aguja: pecado, sigue detrás el hilo: castigo. Una noche habrán de sublevarse sus compañeros, los que están sentados a su alrededor y han de organizar una conspiración contra el dictador del país porque a ellos no les obsequió automóviles nuevos, y entonces ha de recibir ya su paga por la muerte de la muchacha, por la sangre del peón y por los rebeldes que los tiburones devoraran. -------------------- Itzjok Ianasovich, poeta y ensayista, nacido en 1909 cerca de Lodz, Polonia, participó de los movimientos obreros judíos de esa ciudad. Durante la Segunda Guerra Mundial recorrió Europa Oriental como refugiado hasta recalar, en 1952 en la Argentina. En 1973 se radicó en Israel donde falleció en 1989. “Latinoamericana” apareció en ídish en “Oif iener zait vunder”, Tel Aviv, Israel, Editorial I.L.Peretz, 1974. En español en El resplandor de la palabra judía, de Eliahu Toker, Ed.Pardés, Bs.As., 1981.

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LA BALADA DE HUMAHUACA poema de Leizer Aijenrand (Argentina)

A ¡Vosotras, antiquísimas montañas, ocres, petrificadas! En azules mañanas atraviesa vuestras cúspides desnudas un sol sangriento. El oscuro grito de un pájaro sobresalta las arcillosas chozas amarillas del valle; la pesada, profunda quietud estival alienta en el ocre silencio. B Humahuaca es antiquísima. Un millar de ardientes vientos grabaron a fuego sendas secretas en el arcilloso rostro reseco de Humahuaca; de sus pupilas creó Dios la noche. De sus dedos, en sueños, brotan cactus salvajes; la sed de la tierra arcillosa le secó el cerebro. Está dispuesta a morir dos veces por un trozo de pan negro. Con los blancos huesos de su asno alguno le levantó una lápida

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a la petrificada montaña; un vaho de muerte se tiende cada noche sobre el corazón angustiado de Humahuaca. Humahuaca se trenza una cuerda con el ocre silencio estival, pero severos ángeles impiden que se ahorque. ¿Quién clama por misericordia para Humahuaca? El sol, al atardecer, recoge en su ocaso las lágrimas de Humahuaca; las sombras de la petrificada montaña, huyen como perlas negras del olor de su cuerpo sudoroso; Humahuaca quiere morir. Tilcara, 14 de marzo 1954 Leizer Aijenrand, poeta ídish nacido en 1912 en Polonia. Durante la Segunda Guerra Mundial participó como voluntario en el ejército francés. Tras viajar por numerosos países, incluida la Argentina, se radicó en Zurich, Suiza, donde falleció en 1985. Este texto está tomado de El resplandor de la palabra judía, de Eliahu Toker, Ed.Pardés, Bs.As., 1981.

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LITTLE ROCK poema de Kehos Kliguer (Argentina)

Lincoln, levántate de tu sillón de piedra y vete hasta Little Rock. Faubus tortura a tus hermanos liberados. Yo, un poeta judío te traigo tristes noticias de tus hermanos de color en Noráfrica, en India, en Dakar y Medina, en Barbados y Saint Thomas, en Trinidad, en Brasil y en Harlem. (En Trinidad vi la escalofriante imagen negra de un linchado hamacándose cabeza abajo en un árbol. Sólo el día lagrimeaba suavemente. En Santos vi el torcido rostro muerto de un negro acuchillado; el cuchillo clavado en su vientre todavía y un gato blanco lamía sus entrañas.) En todas partes oí el grito de la piel negra.

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En todas partes vi el ardor de la encendida furia negra. En todas partes oí su canto, que brota del dolor. En todas partes vi la negra llamarada de manos hechas puño: Oh, valiente leñador, vuelve tu maciza espalda hacia la ardiente nube, la enloquecida turba de Arkansas, y observa cómo, para vergüenza de tu enorme país democrático a la luz del siglo veinte, arde la hoguera en la pequeña Little Rock. Blanco y negro permanecen tensos en excitada lucha.

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Puño contra puño de hermano contra hermano en vital pugna de luz y sombra. Faubus y Eisenhower. Alambre de púas y bayonetas. Sangre y lágrimas. Odio. Ira. Furia y dolor en el alto día luminoso del siglo veinte. (Y Langston Hughes, de Missouri, es todavía tu joven alegría rítmica. El lustroso músculo de acero de Owens es todavía la gloria de tu fuerza. Y el arpa vocal de la Anderson arranca todavía la lágrima y el beso desde el triste Missisipi hasta el alegre Hudson.) Veinte millones de hermanos negros en tus cuarenta y ocho estados son cuarenta millones de puños encendidos. Pero veinte millones de pares de ojos inyectados en sangre alzan su fuego hacia ti en un solo, singular, profundo y rugiente grito: --¡Poderoso libertador, ven a liberarnos otra vez! ¡Valeroso redentor, ven a redimirnos de nuevo!

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Lincoln, baja de tu sillón de piedra y apúrate hacia Little Rock. Faubus tortura a tus hermanos liberados. 1960 Kehos Kliguer, poeta ídish argentino, nacido en 1904 en Volín, Rusia. Radicado desde 1936 en Buenos Aires, parte de su obra poética está reunida en una docena de volúmenes. Tradujo al ídish a una cantidad de autores de lengua española, desde Pablo Neruda hasta el “Martín Fierro” de José Hernandez. Falleció en Buenos Aires en 1985. Este texto está tomado de El resplandor de la palabra judía, de Eliahu Toker, Ed.Pardés, Bs.As., 1981.

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CONVENTILLOS poema de José Rabinovich (Argentina)

Bajo cielos azules, bajo soles claros, hay sombríos edificios dispuestos como mendigos. Las casas se lamentan: En ellas cantan niños con ojos añorantes, entre ciegos muros sin vidrios. Las calles de la ciudad están bañadas de sol pero estas paredes no dejan que se filtre un rayito; los atardeceres vacilan y el sol no cruza la puerta; el sol se niega a entrar a los conventillos. Una ciudad tan luminosa y yo andando a tientas. Para ver su rostro alzo sobre mi cabeza a mi hijo. Por la ciudad anda el sol pero aquí reina el barro. En fila, como corrales, casas de lata y sin vidrios.

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¿Afuera será de noche? ¿Ya habrá amanecido? José Rabinovich, prolífico poeta y cuentista ídish nacido en Bialistok, Polonia, en 1903. Se radicó en Buenos Aires en 1924 publicando gran número de textos poéticos y en prosa, primero en ídish y luego en castellano. Falleció en Buenos Aires en 1978.

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HACIA NUESTRAS TIERRAS relato de Marcos Alpersohn (Argentina)

Nadie nos esperaba en la estación ni nos recibió ningún empleado de la

empresa colonizadora del Barón Hirsch. El jefe de la estación ferroviaria de Casares, un morocho, alto, de espesa cabellera encrespada, salía a cada rato de la casucha de la estación, sonreía zalameramente a nuestras hermosas mujeres pero, aparentemente, al comprobar que ninguna de ellas le prestaba atención, se enojó, sacudió la cabeza, se encerró en su oficina y no volvió a aparecer.

Aquellos de nosotros que aún tenían en sus bultos algún trocito de pan, se lo comieron. Poco a poco los chicos comenzaron a sentir hambre; la gente se acercó a ese par de pequeños boliches a comprar pan pero descubrió que allí no se vendía este tipo de mercadería... Los ojos se nos salían de las órbitas mirando impacientes hacia todas partes, esperando a quienes debían conducirnos hasta "nuestras" tierras. Pero pasaban una hora tras otra y no aparecía nadie.

La gente comenzó a levantar presión, a enfurecerse; al principio protestaban en voz baja y luego fueron haciéndolo cada vez más ruidosamente y en voz más alta. Puñados de judíos se estacionaron al lado de los rieles discutiendo y gesticulando con pies y manos... El descontento y la desesperación fueron invadiendo los corazones y creciendo de minuto en minuto.

Todos los ojos permanecían clavados en los pastizales. "¡Ya vienen!" imaginaban. Algunos lanzaban por cuenta de los negligentes funcionarios de la colonización gruesas "bendiciones" en ruso... Otros se echaban a andar por los senderitos entre los altos yuyos y maleza pero pronto volvían jadeantes, transpirados y cubiertos de abrojos amarillos.

Así fue estirándose el día hasta eso de las dos de la tarde. De pronto se escuchó el restallar de un látigo y surgió de entre los pastizales una carreta con dos ruedas extrañamente altas, tirada por una decena entera de caballos.

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Tras ella otra, y otra, y otra más, hasta ocho, todas sobre esas insólitas ruedas, se estacionaron en fila, a lo largo de la línea ferroviaria.

En ese momento llegó un joven rubio, montando un fuerte caballo salvaje, impartió en castellano algunas órdenes a los morenos conductores de las carretas, y cada uno de los carreros volcó sobre los pastos, desde su alto vehículo, una montaña de duros bizcochos resecos, que durante la colonización cobraron renombre como galletas. Entretanto llegó otro hombre más, joven, blanco como la leche, de rostro suave y movimientos delicados; montando un caballo hermosamente enjaezado, nos saludó en alemán y se presentó como nuestro administrador, señor Guerbil.

-Quien tenga hambre, que tome estas galletas y las coma -nos dijo. Dado-el hambre que teníamos y también que nuestro pudor ya se había

quebrado en la frontera germana -recibiendo el bocado que de lástima nos arrojaron los judíos alemanes- no encontramos inconveniente alguno, y sin esperar que nos insistiesen nos arrojamos atropelladamente sobre esos magros bizcochos, disputándonoslos.

Contemplando esta escena se dibujó una mueca sobre los broncíneos rostros de los carreros argentinos, pero cuando notaron que los hambrientos chicos no podían hincar sus dientitos en esas petrificadas galletas, bajaron de sus carretas para enseñarnos cómo había que manejarse con este manjar: las golpearon contra las llantas metálicas de las ruedas y las galletas se quebraron en trozos como vidrio. Pusieron esos trozos en agua para ablandarlos y luego se los entregaron a las hambrientas criaturas, murmurando: "¡Pobres niños! ¡Pobres emigrantes!"

Cuando hubimos acallado el hambre con las remojadas galletas, desde las altas carretas de unos cuatro metros de altura dejaron caer unas escaleras y el administrador Guerbil, tomando en la mano su gorra de doble visera, hizo una caballeresca reverencia ante nuestras mujeres y dijo amablemente:

-¡Ahora, queridas señoras y niños, suban a las carretas para viajar a vuestras tierras, a vuestro hogar!

A los hombres se dirigió luego en un tono bastante diferente: -Ustedes, futuros colonos, van a tener que hacer el camino a pie. No

pudimos conseguir carretas para todos. -Y volviendo su rostro hacia el joven

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rubio, le dijo: -Señor Tirachini, encargue usted a cuatro baqueanos que indiquen el camino a los colonos. ¡Adiós colonos! exclamó dirigiéndose de nuevo a nosotros. El señor ingeniero ya va a solucionarlo todo.

Golpeando con las espuelas a los costados de su caballo desapareció rápidamente entre el bosque de pastos y espinos. Como sardinas en un barril metieron a los chicos y a las mujeres en los carros. Los latigazos cortaron el aire con su restallido y los insólitos vehículos con su tropel de caballos partieron llevándose a nuestras familias.

También el rubio ingeniero nos dejó yéndose al boliche, seguramente a comer algo o quizá a mojarse el garguero... Pero, por lo visto, se olvidó de nosotros porque las horas seguían pasando una tras otra mientras los hombres, esperando al lado de la línea ferroviaria, estallábamos casi de impaciencia... Y del ingeniero, ni noticia.

-¿A dónde ir a buscarlo? -nos preguntábamos uno al otro-. Tenemos que arrancarlo del boliche y que nos conduzca, que nos indique el camino -decidimos.

El sol se hundía cada vez más tras la casucha de la estación y la noche caía rápidamente. De pronto aparecieron cuatro jinetes ante nosotros, como caídos de las nubes. ¡Ninguno advirtió de qué lado habían venido!

Eran altos, morenos, con largas, lustrosas cabelleras negras y profundos ojos oscuros y ardientes. Anchos cinturones claveteados con monedas de plata rodeaban sus cinturas y del cinturón, todo alrededor, bajaba un pañuelo de lana envolviendo hasta las rodillas la parte inferior del cuerpo, el chiripá. Sus monturas también estaban cubiertas de adornos plateados y bajo ellas ardían caballos de pura sangre.

Nos saludaron amablemente inclinándose con elegancia, y al divisar a nuestros jasidim con sus largos caftanes, asomó una sonrisa a sus gruesos labios mientras murmuraban con curiosidad:

-¿Curas? ¿Santos? En seguida apareció también el rubio Tirachini -estaba un poco

borracho- y comenzó a dar órdenes con tono prepotente: "¡De a dos en fondo! ¡De a dos en fondo!" Y sentimos que algo se desgarraba en el corazón de cada uno de nosotros.

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Como a soldados nos colocó en filas de a dos; como Avrum "el shames del infierno" -sobrenombre que recibiera por su delgadez, estatura y fanática religiosidad- no se tensó en la fila como una cuerda, el alcoholizado ingeniero le dio tal empujón con el pecho de su caballo, que el pobre cayó tendido cuan largo era, mientras el borracho y los baqueanos se reían a las carcajadas, y a mí y a muchos otros se nos llenaban los ojos de lágrimas.

-¡En marcha! -gritó el ingeniero haciendo un movimiento con su mano. -¡Vamos! -lo ayudaron los baqueanos. y dos de ellos se adelantaron con

sus caballos colocándose a la cabeza de la caravana mientras los otros dos se colocaban a nuestros costados. Y la caravana se puso en marcha.

El ebrio ingeniero apuró su cabalgadura, pasó disparando al costado de nuestra larga hilera, y se perdió entre los altos pastizales.

A nuestras espaldas el sol se hundía rápidamente entre los yuyos y sus rojas llamaradas teñían de fuego el campo entero.

Los cuatro criollos, nuestros guías, se hicieron señas entre ellos indicando con la mano hacia Occidente.

-¡Una lluvia! -comentó un viejo campesino judío-. Esta noche va a llover...

Algunos se echaron a reír estruendosamente. -¡Si todo está tan calmo y cálido que da gusto! Ni una hierbecita se

mueve; no hay una nube en el cielo, ¿de dónde saca lo de la lluvia? -preguntó uno en voz alta.

-¡De allí! -respondió el viejo, señalando una angosta faja nublada, que parecía una delgada cinta de seda sobre el borde mismo del cielo, allí donde el sol se estaba hundiendo en la noche.

-¡Vean judíos, ya tenemos un nuevo astrónomo! -se burló Sh- neur Melamed, de Dinivitz- ¿Qué me dicen de este astrólogo de aldea? ¡Muevan las piernas, hijos, que con la ayuda de Dios, todavía vamos a tomar un vasito de aguardiente en nuestro nuevo hogar antes de que llueva!

Y apuramos el paso marchando entre yuyos y matorrales.

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EL PAMPERO

relato de Marcos Alpersohn (Argentina)

De pronto sobrevino la noche y bruscamente cayó sobre nosotros la oscuridad.

Los cuatro criollos se detuvieron, bajaron de sus caballos y de debajo de sus monturas sacaron un enorme chai, como un tales1 con un rajo en el medio, un poncho, y se lo pusieron por la cabeza, como un arbekanfes2. Se fumaron unos cigarrillos, volvieron a montar sus caballos y pegados unos a otros salieron cabalgando delante nuestro.

El cielo fue cobrando un color ceniciento, "en algunas partes gris incluso; en seguida fueron cambiando los colores: unas zonas del cielo se volvieron verdes y otras, negras. Comenzó a envolvernos una especie de densa negrura; las tinieblas nos cubrieron y encerraron como entre tenazas. Instintivamente nos apretamos los unos a los otros; nos dominaba cierto terror informe y en seguida escuchamos, efectivamente, un sordo agitarse de los pastizales. Todo el desértico entorno comenzó de pronto a susurrar, a rugir, a estremecerse. Los caballos de los criollos resoplaban con fuerza, mordían el freno y tiraban de las riendas.

-¡El pampero! ¡El pampero! -se dijeron asustados los baqueanos. Entonces no comprendimos el significado de esa palabra, pero

momentos más tarde se nos aclaró su sentido. Desde el noroeste llegó hasta nosotros el bramido de la tormenta. Desencadenado, el pampero tomaba las cabezas de los yuyos lanzándolos con furia unos contra otros, desmenuzándolos y arrojándonos el polvillo contra el rostro... La atmósfera toda estaba estremecida; el viento, descontrolado, aullaba enfurecido y rugía de un modo espantoso... Ráfagas de viento, como oleadas marinas, cruzaban por sobre nuestras cabezas; paja triturada y arena nos golpeaban los ojos. Seguir andando resultaba ya imposible; como obedeciendo a una orden los trescientos errantes nos echamos instintivamente al suelo.

Súbitamente se detuvo el viento y sobrevino un opresivo silencio. Un relámpago atravesó la negrura del cielo y un trueno aterrador estalló

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sacudiendo la tierra. Al resplandor del relámpago descubrimos que los encargados de guiarnos se alejaban rápidamente y desaparecían... Shneur Melamed pronunció con voz trémula la bendición del trueno y, como sí hubiese sido una señal, comenzaron a oírse, desde todos lados, un trueno tras otro, uno encadenado con el otro, y los relámpagos eran tan seguidos que podíamos vernos nítidamente.

Gruesas gotas de lluvia, cálidas al principio y heladas luego, comenzaron a caer. El viento, que se había acallado por un rato, volvió a soplar con más violencia y furia que antes: bramaba, tironeaba, hacía un ruido increíble y apartaba la lluvia de nosotros...

Una terrible batalla, lucha aérea entre la lluvia y el pampero tuvo lugar por encima de nosotros, venciendo finalmente la lluvia. Un diluvio se descolgó entonces de las nubes y doblegó a la tormenta acallándola.

-jVamos! -nos animábamos entre nosotros poniéndonos de pie. La lluvia caía a baldes empapándonos hasta los huesos. Las frazadas de lana del barco, que casi todos llevábamos con nosotros, se volvieron como de plomo. Mojados hasta el tuétano, nos tomamos por grupos de las manos, empujando hacia adelante, hacia las tinieblas. ¿Adonde? ¡No lo sabíamos! Chapoteábamos entre hierbas y arbustos mojados sin senda y sin rumbo.

Acompañados por ininterrumpidos relámpagos y por ensordecedores truenos, nos arrastramos así durante casi una hora, temblorosos y tensos, hasta llegar a un alambrado.

-¡Deténganse! ¡Una pared! se escucharon voces desde las filas delanteras que ya se habían lastimado las narices y golpeado contra los postes.

-¡Cuidado, una pared! ¿Pero quién podía escuchar, algo en medio de ese temporal? La gente

empujaba, tropezaba y se lastimaba, sangrando y pisoteada. Fue una suerte que entonces no se utilizara aun alambre de púa, caso contrario las heridas hubiesen sido serias y tal vez hubiese habido incluso que lamentar algún muerto... Todos llegamos, finalmente, hasta el alambrado y nos detuvimos sin saber qué hacer.

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En eso oímos un grito: "¡Rusos!" y un agudo silbido de los gauchos atravesó el aire y retumbó en nuestros oídos.

Al resplandor de un prolongado relámpago distinguimos al otro lado del alambrado a dos de nuestros guías, montados tranquilamente en sus caballos, de lo que dedujimos que nuestras tierras debían de ser las que estaban del otro lado del cerco. Presurosamente comenzamos a cruzarlo trepando el metro y medio del alambrado. (¡Tontos gringos, no se nos ocurrió que podíamos pasar por entre los alambres!) Con esfuerzo logramos finalmente llegar al otro lado.

La lluvia seguía cayendo torrencialmente pero nosotros, convencidos de que allí nomás estaba el poblado, nos dábamos ánimo, forcejeábamos con el viento y avanzábamos.

Un par de veces todavía escuchamos el agudo silbido gaucho de nuestros guías -que silbaban del mismo modo que cuando conducían hacienda- y luego no volvimos a escucharlos más.

Aproximadamente una hora más tarde se detuvo el diluvio y una fina llovizna estival lo reemplazó. La gente mayor estaba agotada. La lluvia había empapado los caftanes y las piernas se negaban a seguirlos llevando, de modo que fueron quedando rezagados. Los más jóvenes y fuertes marchaban adelante. ¿Hacia dónde? Directamente en la boca de las tinieblas.

La caravana se fue desmembrando, primero en grandes grupos de treinta, cuarenta hombres; luego en grupos más pequeños y en más pequeños aún, de cinco, seis personas. Así nos arrastrábamos por la estepa. Y un grupito le gritaba al otro: "jHep! ¡Hep!", hasta que los grupos se fueron separando y las voces dejaron de escucharse...

Yo iba en un grupo de cuatro. Nos teníamos de las manos y seguíamos andando. Uno de ellos era un shifbrider3 del Tioko y los otros dos habían venido en el Lisboa. Reuniendo nuestras energías seguíamos marchando en la dirección de la que por última vez se había escuchado la voz de los baqueanos. De pronto uno de nosotros se detuvo. No podía dar un paso más; las piernas ya no le respondían...

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-Hermanos, por favor, déjenme aquí -rogaba apesadumbrado-, jse me acabaron las fuerzas! -No había terminado de decirlo y ya estaba tendido sobre la hierba mojada.

-¿Pero qué dice, hombre? ¡Ánimo! ¡Ya estamos por llegar a un poblado! Pero el hombre no se movía del lugar... Entretanto la lluvia seguía

azotando y su cuerpo ya estaba como en un lago. ¿Qué hacer? Lo tomamos en brazos y lo cargamos unos cien metros pero era imposible, ¡nos cansábamos demasiado! ¿Qué hacer? ¡No íbamos a dejarlo allí abandonado!

-Escúchenme, hermanos -nos decía el hombre con voz débil- Déjenme aquí; ustedes no pueden ayudarme, siento que las fuerzas me abandonan... Ya tengo más de cincuenta años, no comí durante todo el viaje en barco, también en el Hotel de Inmigrantes la comida era treif4 Hoy ayuné todo el día... Esos bizcochos de Colón, esas galletas resecas no son para mis dien-tes... ¡Y esta carrera por el desierto terminó de matarme! Saquen de mi bolsillo del pecho una libreta, allí está mi pasaporte, y en la media del pie izquierdo tengo 35 rublos envueltos en un pedazo de hule, que escondí allí para que los malvados del comité de Lemberg no los encontrasen. Me proponía mandar ese dinero a mi mujer y a mis cuatro hijas que se están muriendo, literalmente, de hambre, allí en Rusia. Ahora este dinero va a ser-vir para mis mortajas... -y diciendo esto, el anciano se echó a llorar como un chico.

-¡No tenga miedo, viejito -dijimos los tres a un tiempo-, no va a morirse todavía! Ese dinero, si no se deshizo con la lluvia, aún va a enviárselo a sus cuatro hijas.

-¡Muchachos, hagamos una angarilla y llevémoslo entre los tres! -propuso uno. Tendimos una de las frazadas del barco, lo cargamos dos adelante y yo atrás, y seguimos andando empecinadamente. Entretanto la lluvia se había detenido pero los tres estábamos bañados en transpiración... De pronto subimos a una pequeña loma y uno de nosotros exclamó jubiloso:

-¡Luz! ¡Veo fuego por allí!

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Dejamos en el suelo nuestra carga y forzamos nuestras miradas con ansiedad en la dirección señalada. ¡Era cierto! Vimos delante nuestro el resplandor de una fogata. "Un poblado", exclamamos jubilosos.

El viejecito, que parecía un cadáver, revivió al escuchar estas palabras. "¡Estamos salvados!", dijo con alegría y se puso de pie.

Descansamos unos diez minutos v animados de nuevas esperanzas llevamos al viejo por los brazos y nos dirigimos hacia la fogata.

Pronto escuchamos voces: "¡Hulla! ¡Huha! ¡Heehep!" Respondimos y nos encaminamos más presurosamente aún en dirección de las voces. -¡Aquí! ¡Aquí¡ ¡Acá estamos! -escuchamos ya muy cerca, y apelando a las últimas fuerzas nos arrastramos hacia aquel lugar.

Notas 1) Tales: manto de oradores. 2) Arbekanfes: prenda interior usada por los judíos ortodoxos. Cubre el pecho y la parte superior de la espalda, tiene una abertura para introducir la cabeza y flecos en cada una de las cuatro esquinas. 3) Shijbrider: literalmente "hermano de barco"; se solían llamar así entre ellos, afectuosamente, quienes habían compartido en un mismo barco la larga travesía del emigrante. 4) Treif; no kasher, o sea prohibida por las normas dietéticas judías a causa de la impureza ritual del animal (puerco, mariscos, crustáceos, carroña), purificación impropia de la carne o su contacto con leche o con productos lácteos.

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El GAUCHO BARRABUENO relato de Marcos Alpersohn (Argentina)

Este buen gaucho se merece que dedique unas gotas de tinta a su

memoria, y usted, lector de estas líneas, prepárese a conocer el alma noble de un gaucho semisalvaje, dotado de la sencillez de un hombre primitivo, el misterioso Barrabueno.

Tenía unos cuarenta años. ¿Quién puede saber a ciencia cierta la edad de los hijos de la pampa? ¡Ellos mismos tampoco la saben!

Moreno, con un rostro surcado de arrugas, pelo liso y brilloso, negro como la cola de su caballo Oscuro. Usaba una larga barba negra y debajo de sus espesas cejas caídas asomaban dos grandes ojos diamantinos, que parecían bañarse en un arroyuelo blanco, rodeado de arenas rojas. Una aguileña nariz judía, un par de gruesos labios carnosos, algo caído el inferior, con una sonrisa constante flotando cordialmente sobre ellos, ese era su aspecto entonces.

Llevaba atada su abundante melena con un pañuelo de un blanco níveo sobre el cual descansaba, cayendo sobre la nuca, su gran sombrero amarillo de ala ancha. Usaba sobre el cuello un pañuelo rayado, como corbata; llevaba sobre la cintura una faja de cuero adornada con monedas de plata; detrás suyo asomaba un largo, filoso facón de mango de plata; caderas abajo estaba envuelto con un chiripá hasta los pies, sobre los que usaba unas medias coloridas y alpargatas blancas.

Estaba sentado sobre su Oscuro con la soberbia y seguridad de un general. Éste era un caballo negro, aterciopelado, fogoso, ágil, de pequeñas orejas y ojos chispeantes, adornado con un hermoso bozal trenzado y una mullida montura española, a cuyos costados colgaban el lazo y las boleadoras. Sobre su espalda colgaban una guitarra, una pavita metálica y un mate con su bombilla.

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Su familia consistía de un perrito manchado -que iba acostado delante de su montura- y de una niñita morena, graciosa, de unos diez años, que iba en ancas abrazándose firmemente a él con sus bracitos.

Así, con esa indumentaria, con este patrimonio, entró cabalgando a nuestro grupo.

Me pidió que lo dejase vivir en un rincón del galpón... Allí se instaló Barrabueno; la calavera de una vaca le servía de silla, con yuyos secos que había recogido hizo fuego, y puso la pavita a calentar agua para el mate.

Después de chupar algunos mates, solía tomar en su mano la guitarra y un mar de melodías desgarradoras brotaba de sus dedos morenos v velludos.

Al resplandor de la luna clara, todos los integrantes del grupo nos sentábamos en el galpón alrededor suyo a escuchar embelesados su dulce voz melancólica acompañada por los sones de su guitarra. Sus tristes melodías solían despertar en nosotros nostalgias por el viejo hogar; también transportaban nuestra imaginación hasta el Monte Carmelo, a los campos de Basán y a las calles de la legendaria Belén; a menudo, incluso, nos tras-ladaban a otros mundos, mucho más elevados, más dichosos y mejores, donde no existía la miseria ni abundaba tanto el dolor y donde reinaban la justicia, la piedad y la amistad...

Cantaba acerca del amor y de la libertad, acerca de los hermosos, verdes, impenetrables, antiquísimos bosques chaqueños, acerca de los famosos héroes nacionales, los generales José de San Martín y Manuel Belgrano quienes liberaron a su muy querida patria del yugo extranjero.

Con infinito cariño trataba a su familia, al perrito y -salvando las distancias- a la chiquilla.

-Huérfana queridita -solía decirle siempre, mientras acariciaba con devoción su largo cabello renegrido, musitando en voz baja-: igual a mi querida Anita, su madre. -Y sus ojos tomaban de inmediato una expresión triste, dolorida.

Se volvía entonces tierno y dulce como un corderito, abrazaba a nuestros niños y los apretaba contra su pecho. Los chicos lo querían muchísimo. En cuanto tenía unos centavos compraba cigarrillos y yerba, pero también confites y los distribuía entre ellos...

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Los chicos ya sabían que cuando Barrabueno asaba una mulita o un peludo, o cuando lograba cazar un cervatillo o una martineta, tenían que sentarse alrededor del fuego a compartir con él el asado y tomar algunos mates dulces.

Tal como era suave, noble y delicado con la guitarra en la mano, así se volvía fiero, bravo y ágil blandiendo el cuchillo. Cuando montaba su Oscuro y tomaba el lazo o las boleadoras en la mano, ningún potro o novillo podía escapar por más arisco que fuese. Cualquier parte de un animal salvaje que le indicasen, el cuello, los cuernos, la pata derecha o la izquierda, allí acertaba el lazo. Barrabueno lo enrollaba, un agudo silbido cruzaba el aire v el animal va se debatía en el lazo.

Nos demostró su destreza con aquella vaca baya a la que nos referimos antes. Con sólo el rebenque en la mano se acercó a aquella vaca salvaje, y cuando ella se lanzó sobre él con la intención de destrozarlo, él saltó a un costado con agilidad de gato, la tomó por un cuerno e instantáneamente estuvo montado sobre ella. La fiera saltaba, se retorcía, mugía aterradoramente, escarbaba el suelo con las pezuñas, pero el heroico gaucho, semiacostado sobre ella, le asestaba rebencazos entre las astas, y así pudo finalmente dominarla.

Resultaba de veras impresionante y sorprendente observar la lucha del hombre con el animal. La vaca quedó cubierta con una espuma caliente, y bufando, con toda la lengua colgando afuera, se dejó caer extenuada sobre la tierra. Entonces de un salto se bajó Barrabueno de ella y declaró:

-¡Bueno! ¡Ya es mansa! -y efectivamente esa vaca se volvió serena, contenida, tranquila como un chico. Durante muchos años la ordeñamos y obtuvimos de ella varias generaciones de novillos.

Al principio Barrabueno me inspiraba temor. Su aire taciturno, su silencio permanente, solían infundirme miedo. Todos los descendientes de los indios, seres -según se dice- sanguinarios y ladrones, son conocidos, sin embargo, por su ensimismarse, por su callar... Pero Barrabueno era, también en este sentido, una excepción. A veces se volvía confiado, locuaz; se sentaba con nosotros tomando mate y hablando largamente; contando, como era su costumbre, acerca de la inmensa pampa, de la vida libre en la

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selva y en el llano, pero en el medio de una conversación así, se interrumpía de pronto y enmudecía como una roca.

¡Ah, qué espléndidos y excitantes eran sus relatos sobre los misterios de los viejísimos bosques del Chaco, donde había pasado su juventud y donde se encontró, frente a frente, con el jaguar!

-Con el poncho envolviéndome el brazo y el cuchillo en la mano, yo esperaba al fiero y sanguinario jaguar -contaba Barra- bueno-. Y cuando se lanzó sobre mí con un salto felino para clavarme sus garras, no perdí la sangre fría. Tranquilamente sostuve mi cuchillo y, en su salto, él mismo clavó su cruel corazón en el agudo acero... Sin perder el tiempo lo desvestí de su piel manchada, desollándolo...

Fascinados escuchábamos sus descripciones del león sudamericano, el puma.

-¡Ah, patrón! -decía entusiasmado-, ¡Si sólo hubieses visto al puma\ ¡Seguro que hubieses admirado a ese animal tan hermoso como digno! ¡Cuando ve a un hombre, abre sobre él sus bellos ojos rojizos, lo observa de pies a cabeza, pero no mueve un músculo siquiera! Permanece ante él con la redonda cabeza alta, erguida, como si dijera: "¡Mira, hombre, observa qué soberbio es el monarca del bosque!" Muy raramente ataca al hombre. Sólo lo hace cuando está terriblemente hambriento o cuando el hombre lo ataca primero.

Era un narrador extraordinario, un hombre de verbo fácil. Pronunciaba cada palabra con claridad y precisión, y cuando no comprendíamos algo, lo repetía y preguntaba luego:

"¿Comprenden?" Y hasta que no le contestábamos: "¡Sí. sí, compren-demos!" no seguía con su relato.

Se lo veía especialmente animado cuando contaba acerca del Río Negro, donde había cazado a su favorito, el Oscuro.

-Yo estaba acostado calladito entre el pajonal -nos contó Barrabueno-, e igual que un tigre acechaba a mi presa. El sol ardía cada vez con mayor fuerza y la sed empujaba a las tropillas de caballos salvajes hacia el río. Un joven potro, de largas crines negras,» con la cabeza estirada hacia el suelo como un arco, se acercó lentamente al río, con la lengua reseca fuera de su

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boca. Yo contuve el aliento y esperé. Cuando estuvo muy cerca, al lado mío, pegué de pronto un salto, me tomé de sus largas crines y ya estaba sentado sobre él... El potro comenzó a brincar, a correr enloquecido, a corcovear, a pararse sobre las patas traseras; yo le hacía cosquillas con mi rebenque entre las orejas, le golpeaba la cabeza y le daba a entender que ya era su amo... Hasta que quedó blanco de espuma y sudor, cansado de galopar, agobiado por la sed, entonces se rindió. "¡Manso!", dije. ¡Le puse un freno y basta!

Y en medio de un relato así, de pronto se interrumpía y se quedaba callado... Pero con un silencio que tenía algo de sobrecogedor. Sus ojos negros, algo enrojecidos, solían retraerse bajo sus largas cejas, nublarse, se metía la bombilla en la boca, la mordía con los dientes, y quedaba como petrificado, sin articular palabra... Un silencio mortal se extendía a su alrededor; su fogoso entusiasmo se apagaba y Barrabueno quedaba mudo...

Su silencio me infundía temor. El enorme facón, que siempre asomaba de su cinturón, acrecentaba mi miedo. Mi dolorida alma amasada en el exilio judío solía sobresaltarse: un cuchillo tan grande, un hombre salvaje, solos en el campo en medio de la noche... Yo me apartaba prudentemente dejándolo en su ensimismamiento y me metía en mi casa.

Poco a poco me fui acostumbrando a él y el temor se esfumó. Escuchaba con curiosidad sus Cándidas preguntas.

-Patrón -me preguntó cierto día-, ¿qué es lo que tu amigo Rosenfeld, a quien me enviaste el viernes por la noche en busca de un libro, hablaba con dos panes trenzados?

-Barrabueno, ¿qué tonterías dices? ¿Qué quiere decir que hablaba con los panes?

-¡"Devera", se lo juro patrón! -insiste-. Yo mismo vi la mesa servida, cubierta con un mantel claro. En la cabecera había dos panes blancos y el señor Rosenfeld les decía algo, después cortó esos panes rusos; le dio un trozo a su hijo mayor, Mondik, otro ai menor, Zazie, y también a doña Sara le dio un trozo del pan trenzado. ¿Qué significa todo eso?

-Barrabueno, estaba rezándole a Dios, ¿entiendes? -¡Qué rusos zonzosl -responde meneando la cabeza-. ¡Hasta al pan le

rezan..A ¡No hacen más que rezar! ¡Qué pueblo extraño son ustedes!

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Otra vez vio a mi vecino, el sboijet Krell, haciendo la bendición del vino sobre una copa.

-¡Hasta cuando toma caña reza esta gente! -se asombró Barrabueno. Estaba admirado del modo ritual judío de faenar y miraba al matarife

con muchísimo respeto. -¡Buen matarife! -lo elogiaba-. Degüella con rapidez y tiene un lindo

cuchillo. -¿Por qué no matas tú mismo un animal? ¡Es un verdadero placer,

patrón! -intentaba convencerme a su manera. -¿Un placer derramar sangre? ¿Qué dices Barrabueno? ¿Acaso el animal

no siente dolor cuando lo degüellan? -Bueno, ¿y por qué hizo Dios así su mundo? ¡Si vieses, patrón, allí en la

selva; todo vive sólo de sangre, de sangre ajena...! -En la selva, Barrabueno, es otra cosa. ¡Pero nosotros somos gente, no

bestias! -¡Gente! ¡Dios mío! -replicó sarcástico mientras asía con furia el mango

de su facón y dejaba salir, de entre sus dientes apretados, una amarga maldición contra Dios y su madre, como es costumbre en el gaucho. Y en ese mismo momento su sangre india se congeló bajo su piel cetrina y sobrevino el silencio.

-¿Por qué te entristeces tan a menudo? -le pregunté cierto día. -¡Mi tristeza viene de la soledad, patrón! ¡Oh! -suspiró dolorido-.

¿Puede haber algo peor que la soledad acaso? Sientes que estás siempre solitario, abandonado. ¡No tienes a quién revelar tu pena; no tienes una mano amiga que te acaricie el pelo cuando estás sumergido en pensamientos tristes! No tienes...

-¿Qué sucedió con tu Anita? -me atreví a preguntarle un día. Al escuchar mi pregunta un temblor cruzó su cuerpo y su mano se

aferró instintivamente a la blanca empuñadura de su facón; los ojos se le inyectaron de sangre... Apretó los dientes y se apartó de mí, yéndose en silencio. Nunca más volví a recordárselo.

Unos cinco años estuvo entre nosotros y cierta hermosa noche estrellada desapareció, junto con toda su familia, y nunca volvimos a verlo.

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Marcos Alpersohn, nacido en Rusia en 1860 arribó a la Argentina en 1891 integrándose como colono a la colonia Mauricio, en las cercanías de Carlos Casares. Al poco tiempo comenzó a publicar en periódicos del exterior y bajo seudónimo, opúsculos críticos acerca de la JCA. Luego, ya con su propio nombre dio a luz en ídish varios dramas, libros de cuentos, novelas y tres tomos de memorias. Al primero de ellos, (Colonia Mauricio, memorias de un colono, introducción, traducción y notas de Eliahu Toker. Carlos Casares, 1991) pertenecen los capítulos que se reproducen. Alpersohn falleció en Buenos Aires en 1947.

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UN VISITANTE NOCTURNO cuento de Aarón Faierman (Argentina)

Don Simón estaba sentado muy tarde en la noche leyendo un libro en su pequeña tienda, ubicada en un perdido rincón de la ciudad. Devoraba página tras página y cada tanto daba rienda suelta en voz alta a su entusiasmo. Desde el otro cuarto, donde dormía la familia, de a ratos lo llamaba su esposa entre sueños: “¡Simón! ¡Simón! ¡Ya es muy tarde!” y seguía durmiendo sin esperar respuesta. De pronto le pareció a Don Simón que llamaban a la puerta. Pero sabía que de noche había que hacerse el desentendido cuando golpeaban la puerta. Corrían malos tiempos, tiempos de guerra. Todo estaba caro, increíblemente caro; los artículos de la tienda costaban el doble o el triple y el trabajo valía cada vez menos porque los patrones bajaban los sueldos. Ninguna familia podía vivir con un sueldo, e incluso a plena luz del día había clientes que lo miraban como queriendo devorarlo: “¡Todos ustedes tienen siempre la misma excusa para quitarle su centavo al pobre: La guerra..!” --Mi Dios --solía responder a las clientas-- el mayorista me arranca la piel y ustedes creen que soy yo el que se enriquece. Yo soy apenas un pobre aguatero... Pero los clientes sólo lo conocían a él e incluso de día era un riesgo estar en la tienda, cuanto más de noche. Hizo, entonces, como si no escuchase los golpes en la puerta y siguió leyendo. Pero tras el inseguro primer golpe, vino un segundo, y un tercero, y Don Simón pensó: “Tal vez sea un vecino que necesita con urgencia una aspirina”, y se asomó a la sala delantera: --¿Quién golpea? Desde afuera le respondió una voz joven, casi infantil: --Soy yo, Don Simón; y necesito hablar con usted. --Y comenzó a disparar apresuradamente frases entrecortadas desde el otro lado de la puerta, como si temiera que su interlocutor se fuese sin escucharlo.

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--Soy de Jujuy... Mi madre, Concepción, me mandó que lo viera... Le ruego que me abra... Un temblor recorrió el cuerpo de Don Simón mientras abría la puerta. Se acordaba muy bien de Jujuy, y se acordaba muy bien de la gorda cocinera Concepción, y sintió que lo que cruzaba la puerta era la posibilidad de un fenomenal conflicto entre esta visita, él y su familia. Durante un rato permanecieron sentados frente a frente, sin decir palabra, envueltos en el silencio de la noche sólo cortado por los ronquidos de la familia. El muchacho comenzó en voz baja: --Durante todo el día estuve dando vueltas alrededor de su tienda, buscando el mejor momento para encontrarlo solo, por eso esperé hasta tan tarde... Mi madre murió hace un mes, y antes de morir me pidió que viajase a verlo, a pedirle... Ella me contó todo... El joven se sonrojó hasta las orejas sin terminar de decir qué tenía que pedirle ni qué es lo que su madre le había contado. Don Simón hizo un esfuerzo para recuperarse de la inesperada conmoción. Se puso de pie y dirigió a su visitante una cordial sonrisa: --Bueno, hermano, ante todo preparemos un mate, después vamos a conversar un poco y ver qué se puede hacer. Y mientras las manos de Don Simón encendían con movimientos automáticos la primus y preparaban el mate, su mente recordaba un pasado no tan lejano. ¡Jujuy, Jujuy, sofocante ciudad norteña! Sus torcidas callejuelas de piedras puntiagudas le freían el cuerpo y lo inflamaban de deseo tropical. Solía pasar días enteros en los cafés, jugando con todo tipo de muchachos a las cartas y ahogando las noches en alcohol; un criollo como cualquier otro. Como ellos había tomado a la cocinera, la gorda Concepción, y vivido con ella. Convidó al jovencito con un mate amargo, hervido, al estilo jujeño; le hizo un sandwich y se quedó observándolo masticar vorazmente con sus dientes jóvenes y fuertes. Cuando le tocó a Don Simón el tercer mate, el de la calma, comenzó a decir entre sorbo y sorbo:

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--Escuchá con atención, hermano, voy a aclararte las cosas. Cuando yo vine al país creí que llegaría lejos, que lo olvidaría todo y me volvería un hombre nuevo. Yo creía que aborrecía mi origen, que odiaba a mi propio pueblo. ¿Cómo puede entender un argentino que se pueda aborrecer al pueblo de uno? Sí, yo odiaba su modo de vida, sus costumbres, y me fui de veras lejos, a Jujuy. Me hice amigo de compadres y copié sus costumbres. Conocí a tu madre, que en paz descanse, y creí que ellos serían mis amigos y ella, mi hogar. Pero pronto me desilusioné. Ellos, mis compañeros, se burlaban de mí a mis espaldas y tu madre... pero para qué seguir; que Dios la tenga en la gloria. Levantó la mirada hacia el muchacho, que seguía sonrojándose y asentía con la cabeza. Don Simón se acercó a él, le alcanzó otro mate, lo tomó paternalmente de los hombros y como razonando con un amigo más joven le dijo: --Comprendeme; vos naciste entonces pero yo no podía saber hijo de quién eras. Yo te llevaba en brazos y buscaba en tu rostro alguna huella mía, de mi raíz milenaria. A veces me parecía que este o aquel rasgo tuyo era el que yo buscaba y me sentía dichoso, pero apenas por un momento. Mis amigos, con sus burlas, despertaban en mí todo tipo de sospechas, hasta que un día decidí irme, volver a los míos. Recién entonces sentí que mi odio había sido una fantasía como todas las fantasías juveniles; que al propio pueblo no hay que odiarlo sino amarlo, como a la propia madre. Y que su modo de vida es otra cuestión, que depende de circunstancias a menudo ajenas al pueblo mismo. El muchacho dejó caer la cabeza con gesto desesperanzado. De pronto sintió que se esfumaba su única esperanza, depositada en ese hombre a quien su madre lo había enviado; sintió que estaba solo en medio de la enorme ciudad extraña, como perdido en el mar. Don Simón notó la tristeza y desesperación que demudaban el hermoso rostro cetrino del joven criollo, y le dijo: --No te preocupes, hermano; yo voy a encontrar la manera que tu futuro quede asegurado. Y cuando el muchacho se tendió sobre el lecho improvisado en la tienda, Don Simón lo arropó paternalmente, indicándole: “A mi familia vamos a decirle que tu padre, Anselmo, --acordate, “Anselmo”-- me hizo muchos favores en Jujuy y por eso te mandó a mí. Los detalles ya voy a inventarlos luego yo mismo.”

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El resto de la noche Don Simón y su esposa ya no durmieron. Don Simón se la pasó contándole qué buena persona era el padre del muchacho y cuántos favores le debía; cómo lo alojó en su casa cuando Don Simón estuvo enfermo y sin un centavo, cómo llamó a un curandero, lo atendió y se preocupó por él como sólo lo hace un padre. Ahora vino a Buenos Aires el hijo de 17 años de este hombre, buscó su domicilio en El Diario Israelita y acudió a él por ayuda, tal como se lo encargó su padre antes de morir. ¿Qué opina ella, Beilke? No se trata de un cualquiera, ¿qué se hace con el joven Juan? El corazón de Doña Berta se llenó de piedad hacia el joven huérfano, pobre, a solas en la gran ciudad, y respondió maternalmente: “Esa criatura debería quedarse con nosotros por lo menos hasta que se case y forme su propio hogar, pero tenemos una hija de su misma edad, y no es bueno que compartan la misma casa. Por lo tanto mi consejo es que le pidamos a Don Isaac que lo tome en su fábrica, que le enseñe el oficio y lo aloje en el cuartito que tiene allí arriba. Entonces algo va a ganar y el resto, qué remedio nos queda, vamos a dárselo nosotros hasta que aprenda bien el oficio y se gane lo suyo. Y que todos los domingos los pase con nosotros, como un hijo.” Era así que los tenderos vecinos se asombraban cuando veían todos los domingos y feriados a ese joven criollo de tez oscura como uno más de la familia de Don Simón, y comentaban: “Un ruso como todos los rusos, ¿qué hace un mestizo en su familia?”

Aarón Faierman, nacido en 1896 en Ucrania, emigró a la Argentina en 1922. Publicó una novela y un volumen de cuentos, "Tsvei Shtromen" (Dos corrientes), al que pertenece el que se incluye en estas páginas.

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CONTRASTES fragmento de un poema de Itsjok Berliner (México)

Tú, ciudad de palacios, caja de piedra plantada en un valle envuelto por montañas; tus vísceras son una tierra de contrastes salvajes de ahíta alegría, de soledad y de hambre. En impetuosa carrera, por tus empedradas calles corren personas, tranvías y autos pero tienes callejuelas hechas basurales por las que se arrastra el día envuelto en trapos. Tienes en tus tripas monasterios e iglesias, edificios levantados en piedra y mármol y calles polvorientas con casitas de barro, agujeros donde las gentes viven como gusanos. Una soga y un trapo es la cuna de un niño, las camisas que visten son bolsas harapientas y en palacios de piedra, tras cerrojos de hierro, pieles femeninas se cubren de sedas... Oh, ciudad de palacios...

Itsjok Berliner, poeta mexicano nacido en 1899 en Lodz, Polonia y emigrado a México en 1919. Estas estrofas pertenecen a su primer poemario, aparecido en 1936 con dibujos de Diego Rivera.

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ALDEA INDÍGENA poema de Iankev Glantz (México)

Una casucha en una cueva, como una herida abierta. Niñitos vacíos, de cuerpitos mustios, como gusanitos se arrastran por las puntiagudas piedras. Viejas mujeres, sentadas sobre tejidos de paja como anudados ovillos de trapos, ríen entre dientes en una lengua indígena extrañamente blanda. Semidesnudos indios de cobre, con achinados ojos, anchas narices y labios carnosos, saltan como duendes por los soleados campos de maíz con pasitos cortos. En el blando valle aterciopelado, una india canta tristezas de una reina azteca... El sol se dejó caer tras las montañas y sin encontrar su camino se quedó dormido en los valles como un niño... 1931

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PASOS EN LAS MONTAÑAS poema de Iankev Glantz (México)

México, mis ojos no se cansan de mirar tus agrestes paisajes. Son como un manantial que se bebe a sí mismo sin secarse nunca...

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COMO RAMAS SECAS, TU IRA poema de Iankev Glantz (México)

¡México, tu día tropical arde como las llamas en un ramaje seco! Y cuando cae la noche y la ciudad se enciende con fuegos festivos como amapolas recién florecidas en un campo primaveral, se arrastra sarnoso, abandonado, como un chico sin madre, sin saber dónde apoyar su cabeza. Entonces tu miseria se arrebuja de frío en medio de avenidas de luminosos palacios, de tantos magnates extranjeros, y en medio de prostíbulos, cabarés, catedrales. Pero en alguna parte, en oscuras casuchas, retumban tambores y repican platillos, una marimba deja oír su triste melodía de largas esclavitudes y barrotes carcelarios, de angustia de generaciones y de bravos soldados que pagaron con sangre la mentira y el engaño de los opresores españoles que construyeron tantas cúpulas, que colgaron tantas campanas, que con sordos sonidos medievales quisieron adormecer la voluptuosidad guerrera de los errantes indígenas, los conquistadores quisieron nublarla

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mediante dulces palabras y alegría canalla. ¡Oh, por eso arde tu ira, México, como ramaje seco! 1934 Iankev Glantz, poeta ídish mexicano nacido en Ucrania en 1902, llegado a México en 1925 y fallecido en 1982. Padre de la escritora Margo Glanz, era dueño de un café literario en el que se reunía la intelectualidad de esa ciudad, incluídos los grandes muralistas mexicanos. Estos tres poemas son del libro Trit in di berg --Pasos en las montañas-- aparecido en México en 1939.

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PRODIGIOS DE LAS CALLES SANTIAGUINAS

poema de Moishe Dovid Guiser (Chile) Por las calles de Santiago /ruido, estrépito y confusión. Un carro anda entre silbidos /como embrujado por varitas mágicas y chiquillos venden su desnuda tristeza /con vocecitas trágicas. Qué hermosas sois, muchachas santiaguinas, en vuestros ojos arde un diamante; muchachos vagabundos andan por las calles, los brazos colgantes y los automóviles vuelan impetuosos y ciegos por caminos zigzagueantes. ¡Oh, prodigiosas ferias de frutas santiaguinas /con criadas, esclavos y señores, con racimos de uvas, peras y manzanas! /Yo agradezco con mis versos tu dramatismo, dulzura y hermosura /abrazados por mágicas montañas.

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MANZANITAS ROJAS poema de Moishe Dovid Guiser (Chile)

Un niño con una canasta de rojas manzanitas. Piececitos descalzos, cubiertos de mugre, escondida en el cuello la melenuda cabeza, para vivir ya se gana su pan solito. “¡Hey, manzanitas rojas!” --como una campanita suena la voz del mísero rotito. La lluvia lo moja, el viento lo besa y afiebradas arden sus pálidas mejillas. De pronto quita de sus hombros la manta de arpillera y cubre con ella sus manzanitas. Y ya grita más luminosa y más alegremente: “¡Huelen a vino estas rojas manzanitas!” La llovizna empapa el infantil cuerpito, sus piernitas tiemblan, se quiebran de cansancio. Su carita arde y su infantil cabecita cae y se sumerge entre las rojas manzanitas... Moishe Dovid Guiser, nacido en 1893 en Polonia, llegó a Buenos Aires en 1924 y en 1933 se radicó en Santiago de Chile donde falleció en 1952. Estos dos poemas pertenecen a la antología del autor Dos guezang fun a lebn --El canto de una vida-- editada en Buenos Aires en 1953 por la Unión Central Israelita Polaca en la Argentina y el Comité pro-homenaje a M.D.Guiser en Chile.

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BRASIL poema de Moishe Lakietch (Brasil)

fragmento Oh, gigantesco Brasil, patria nuestra nueva, con tu entrañable pueblo y tu extensa tierra, acorralaste Río entre Atlántico y morros con verdor en tu regazo y un sol para todos. No florece en tu tierra el látigo racista, aquí se mezclan libremente los diversos colores. Tu pueblo se despliega en impetuosos carnavales con ritmo de sangres en un retumbar de tambores. Tienes oro minero y piedras preciosas, la nafta anda tus venas en azules oleajes, están listos para construir tu gigante futuro como nunca amazónicos bosques ancestrales . Los músculos de tu corazón son gigantescas fábricas que hacen latir la tierra en una marcha ascendente despertando hermanos menores del norte pero llora todavía en su canción el hambre. Moishe Lakietch nacido en Varsovia en 1911. Se refugió en la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial y en 1947 se radicó en Río de Janeiro, Brasil. Colaboró allí en diversas publicaciones y en 1969 publicó su primer poemario.

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ANOCHECER EN LA HABANA poema de Arn Tzeitlin (Cuba)

El anochecer, --mulato narcotizado, demasiado alegre-- relampaguea sobre La Habana con oscuridad de chocolate; baila y vocifera con encendido aliento. Y yo, un judío, a una Don Quijote y molino de viento, en medio de la barahúnda escuchar a Dios pretendo. 1940

LOS PRÍNCIPES DE LOS ORÍGENES fragmento de un poema de Arn Tzeitlin

Cuando yo, un judío de Varsovia, quedé suspendido entre Nueva York y La Habana, las veintidós letras de mi abecedario me descolgaron del patíbulo y me llevaron a su sagrada casa. Y cuando yo dejaba mi refugio de letras para ir a ver desfiles de mulatos por las calles de La Habana, yo sabía que tal como yo, judío, sigo andando entre rocas y profetas por alguna parte del desierto de Judea, así sigue eternamente vivo el hondo espíritu ancestral de África en los ojos, gestos, danzas y tambores de sus hijos; y que no perdieron nada de su encanto original

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ni sus danzas inmemoriales perdieron su ritmo. Y cuanto más salvaje y propio era en sus maneras el carnaval de la jungla más claro se me hacía lo inmutable de las eternas formas: Los príncipes de los orígenes humanos que más allá de lugar y tiempo se alzan como gigantes y es imposible cambiar lo que tienen de distinto. Arn Tzeitlin, poeta ídish nacido en Rusia Blanca en 1889. Formó parte de grupos literarios de vanguardia y desarrolló una importante poética filosófico-mística. En 1939 pasó diez meses en Cuba, dedicando a ese país un ciclo de poemas. En 1940 se radicó en Nueva York, falleciendo allí en 1973.

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EN EL PUERTO DE LA HABANA relato de Osher Schuchinsky (Cuba)

Cuando Shloimke llegó a La Habana corrían los años veinte y aún vivían allí

muchos judíos europeos. Su pariente trabajaba en el ferrocarril, en algún lugar lejano ubicado en el sector oriental de la isla. Al dejar su hogar y mientras viajaba en el barco, Shloimke se mantuvo sereno, seguro, sin preocuparse por la suerte que lo aguardaba en el nuevo país. No dedicó un pensamiento siquiera al idioma que se hablaba allí ni a lo que lo esperaba tras su llegada, dónde viviría, qué haría. "Una persona puede adaptarse a cualquier circunstancia, puede aprenderlo todo..." pensaba.

Antes de desembarcar, igual que todos los demás pasajeros, se acercó Shloimke a la mesa de los inspectores de inmigración. Les tendió sus papeles, pero cuando uno de los funcionarios le hizo una pregunta, Shloimke lo miró y se quedó callado... En ese momento perdió toda su serenidad y su seguridad... "¿Qué me está preguntando? No lo sé..." Se sintió como alguien enfrentado, por primera vez, a una puerta extraña.

Shloimke captó que el inspector le preguntaba si hablaba polaco o alemán, y movió la cabeza afirmativamente.

Le indicó entonces, amablemente, con la mano, que se pusiera a un costado y mandó llamar a alguien. En seguida apareció un joven de rostro judío. Habló un momento con el inspector y de pronto dijo en ídish, dirigiéndose a Shloimke:

--Quiere saber si tienes aquí algún amigo. Dile que sí... Shloimke se sintió aliviado. Tomó su pequeña valija y extrajo una carta de su

pariente. --¿Sabes dónde queda? --Del otro lado de la isla. --¿Cómo vas a llegar a él? ¿Tienes dinero? --Tengo treinta dólares, pero necesito volver a mandarlos a casa. Mi madre

los tomó prestados de un tío --le explicó Shloimke, totalmente confiado. --Dile que tienes treinta dólares. Y no le cuentes historias...

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Iankl, que trabajaba en la oficina de migraciones, era el traductor de todas las lenguas. Entonces cambió unas palabras con el inspector y éste selló de inmediato el pasaporte de Shloimke y le ordenó que fuera hasta la escalerilla del barco.

--De aquí van a conducirte hasta el puerto de La Habana --le aclaró Iankl. Cuando Shloimke miró a su alrededor buscando al joven que lo había

ayudado a solucionar su primer problema, éste ya no estaba. De pie junto a la escalerilla que colgaran al costado del barco, esperando su

turno para descender, oyó que aquel a quien había estado buscando le decía: --No lejos de aquí, sobre la primera calle a la derecha, en cuanto bajes del

barquichuelo, está la oficina del ferrocarril. Pregunta allí que ellos te van a enviar de inmediato al trabajo costeándote el viaje. No conoces el idioma y en la ciudad es difícil conseguir trabajo. Allí vas a aprender a hablar un poco.

Dicho esto Iankl desapareció. Cuando Shloimke descendió del barquichuelo a motor y pisó la costa, miró a

su alrededor y vio ante sí un mundo diferente. Viejas casas de gruesas paredes, edificios de uno, dos y tres pisos con abovedadas entradas a portales. Y adentro, tabernas con marineros bebiendo de pie ante el mostrador. Y tras el mostrador había muchachas vertiendo aguardiente en vasitos. Uno para el parroquiano y uno para ellas mismas. Shloimke se quedó observando los letreros: "Taberna", "Bar", "Bodega". Nombres extraños, calles extrañas, otro mundo...

Sobre las puertas que llevaban a los distintos pisos colgaban viejos letreros oxidados con la inscripción "Hotel".

El oscuro saco de cuello cerrado sofocaba su cuerpo y ardía alrededor de su cuello. La casi vacía valija y el bolso con la frazada se le hicieron más pesados bajo el sol ardiente. En sus oídos resonaban las palabras de Iankl: "Pregunta allí, que van a darte trabajo en el ferrocarril".

Se le ocurrió: "Voy a quedarme un día aquí a ver la ciudad; el ferrocarril no se va a escapar".

Recuperó la confianza en sí mismo. Miró a su alrededor y subió los escalones de madera de un viejo hotel. Cada uno de sus pasos resonaba como si pisara sobre un barril vacío. "Estoy dando mis primeros pasos sobre el vacío" penso, y se asustó de la idea rechazándola.

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Un hombre de edad mediana se le acercó en el hotel. Shloimke le preguntó con las manos cuánto le costaría pasar allí la noche. El hombre lo introdujo en una habitación donde había, una al lado de la otra, una cantidad de camitas de hierro:

--Aquí medio dólar. Si quieres compartir la habitación con una sola persona, un dólar.

Y mientras se lo decía le mostró una habitación para dos. Shloimke se alegró. Le entendía perfectamente. "Tal vez no resulte tan difícil

arreglarse sin saber el idioma. Voy a aprenderlo." Pero se acordó de cómo el inspector del barco lo había interrogado y de cómo se había quedado mudo. Menos mal que Iankl lo había salvado...

Como en una hamaca se balanceaba entre la inquietud y la esperanza, entre la duda y la seguridad. De pronto tenía fe en sí y olvidaba el temor ante todo lo que lo esperaba, y de pronto se sentía preocupado e inquieto, como si se moviera el suelo bajo sus pies.

Decidió dormir en la habitación de un dólar. Pero ¿quién sería su compañero? Con ademanes y gesticulaciones se esforzó por averiguar quién iba a ser su vecino, pero no logró hacerse entender.

Shloimke preguntó luego al empleado dónde podría poner su valija, y éste le señaló debajo de la cama.

Shloimke no confiaba en ese hotel, abierto a la deriva. Le podían quitar todo lo que tenía.

--¡No! --dijo, e indicó con la mano que quería ponerla en la habitación del empleado. Éste asintió con la cabeza. Shloimke extrajo el único dólar que había traído desde Polonia y quedó como huésped de ese hotel por una noche.

Pagó, entregó su pequeña valija y su bolso y salió a la calle en seguida. Shloimke se echó a pasear por las calles del puerto. Todo le resultaba

extraño: el ruido, los edificios, el sonido de las palabras. No oía uno solo sino diversos sonidos. Allí se hablaban diferentes idiomas. Descubrió un grupo de hombres de poca estatura. No eran negros ni blancos, sino morenos, como tostados por el sol. Oyó que desde atrás del mostrador de un bar gritaba una muchacha:

--Hey, indians, come here...! Se dio cuenta que debía de tratarse de la tripulación de un barco anclado en

el puerto.

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Advirtió que golpeaban el vidrio con una moneda. Se volvió y vio que una mujer joven le señalaba, a través de la ventana, a una muchacha que estaba parada al lado de ella. Shloimke pensó: "Se ofrecen como mercancía". Miró en todas las direcciones. Todo le resultaba tan nuevo y extraño. Estaba como aturdido. Acababa de bajar del barco. Zina había quedado allí. ¿Qué sería de ella? Un hombre con collares colgados sobre su brazo izquierdo se paseaba tranquilamente entre la gente, esforzándose por vender su mercadería a los transeúntes. De pronto se echó a correr tras un marinero gritándole:

--¡Compre! ¡Compre! Shloimke entendió el significado de esa palabra. Al rato se acercó otro hombre que traía unas maracas colgadas sobre su

brazo. Eran unos instrumentos musicales de madera confeccionados con frutos secos. Con dos maracas ejecutaba melodías que Shloimke nunca había escuchado antes. Tocaba rítmicamente. Los sonidos retumbaban con fuerza. Shloimke no podía tolerarlos. Los sonidos, el hombre, el instrumento: todo le resultaba nuevo.

De las tabernas brotaba olor a vino. Dos paredes estaban cubiertas de botellas de aguardiente y dos paredes estaban abiertas, como si formaran parte de la calle. En la esquina, un mulato daba vueltas a la manivela de una vieja pianola instalada sobre un carrito, ejecutando una serenata. Su ayudante, un negro alto con la nariz rota, bailaba por la acera siguiendo el ritmo. "Otro mundo" pensaba Shloimke andando por las calles. "Nunca se me hubiese ocurrido que mujeres pudieran venderse tan desvergonzadamente." Se mezclaban las muchachas que llamaban desde las ventanas, los bares con muchachas tras los mostradores, el sonido de las maracas, la serenata, el negro... Ya no sabía en qué dirección quedaba su hotel.

Lo envolvió cierto olor. Quería recordar qué olor era, a achicoria, a café quemado. En el borde de la acera estaba detenido un hombre con un pequeño carrito de dos ruedas hirviendo café negro en una botella de vidrio sobre una tablita donde estaba escrito: "Dos centavos".

"No tengo dos centavos --pensó--; tengo un dólar. ¿Cómo sacarlo aquí del zapato...?" Se fue y el olor lo siguió.

En la calle, apenas iluminada, abundaban las tabernas, la gente, los bares, la música, pero Shloimke se sentía como si anduviera por un denso bosque cubierto de ramas. Sintió temor, tristeza y cierta añoranza por aquella vida de la que se había

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arrancado... "¿En qué dirección debo ir?" pensó de pronto. Miró un momento a su alrededor, se volvió y echó a andar en la dirección contraria. No estaba seguro. Observó los edificios. Por aquí ya había pasado. ¡Iba bien! "Mañana voy a recorrer otras calles, mañana voy a decidir qué hacer."

Desde una calle lateral llegó el llanto de una mujer. La estaban golpeando. A cada golpe se hacía más fuerte el llanto, perdiéndose en la noche.

Al tomar la calle donde estaba su hotel, vio Shloimke las ventanas iluminadas de los barcos anclados en el puerto. A lo lejos distinguió luces de casas tendidas sobre la montaña. Escuchó el zumbido de las lanchas a motor que iban hasta los barcos y el chapotear de remos que movían pequeños botes por el agua tranquila. Un muro gris se alzaba a la orilla del agua y semejaba una vieja fortaleza abandonada.

Shloimke devoraba todo lo que pasaba ante sus ojos. "Aquí todo es diferente, ¿cómo voy a poder habituarme?" Recordó su hogar, su villorrio, los amigos que le tenían envidia. Pensó en Zina, a la que dejó sola en el barco. "Tal vez debí haber seguido viaje."

"No se me ocurrió siquiera que encontraría un mundo así, que no tienen nada que ver con el mío... ¿Será así la vida en una ciudad portuaria? ¿Será así el mundo nuevo al que me sentía atraído...?"

Shloimke se detuvo a observar las puertas de bares y hoteles, buscando los escalones de madera que había cruzado ese mismo día. En los pasillos veía hombres y mujeres besándose, abrazándose. De pronto descubrió los escalones del hotel donde había estado. Se sintió bien: ¡acertó!

Su compañero de cuarto dormía; no era blanco ni negro. Shloimke se quitó la traspirada chaqueta y se preguntó si desvestirse o dormir con la ropa puesta. Se tendió en la cama pensando: "Soy un extraño aquí, sin idioma; nadie me conoce y no conozco a nadie. ¿Para qué seguir dando vueltas? Mi tío está en alguna parte al otro lado de la isla. Mañana voy a ir a la oficina del ferrocarril a anotarme para el trabajo".

Cansado por el intenso día vivido, por las difíciles experiencias del barco, por su paseo a través de las calles del puerto, sintió que se iba quedando dormido.

Durante muchos años, cada vez que Shloimke oía el fuerte resonar de unas maracas, revivía aquel primer paseo por las calles de La Habana.

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EN EL CENTRAL CHAPARRA relato de Osher Schuchinsky (Cuba)

A fines de noviembre llegó Shloimke al “Central” Chaparra. Central, sabía él,

era el nombre de las fábricas donde se muelen las cañas de azúcar transformándolas en azúcar.

Las copas verdes de las esbeltas palmeras que se levantaban hacia los cielos y los árboles recortados de diferentes formas que brotaban de las alfombras de hierba, parecían rodear la entrada de un lujoso palacio.

Shloimke se olvidó por un momento de sí mismo; olvidó que venía a buscar trabajo, olvidó la triste realidad que lo rodeaba y quedó extasiado ante la paradisíaca belleza.

El autobús se detuvo. Una brisa tropical soplaba como si la produjeran las altas palmeras. Shloimke miró a su alrededor y vio el edificio de oficinas. Dejó la valija en el porche de madera y entró en la administración.

La cerrada chaqueta que trajera de Europa ya había quedado atrás. Ahora usaba una blanca camisa deportiva de cuello abierto que hacía juego con su rostro y su cuello tostados. Los pantalones de color marrón le quedaban como pintados y su alta figura respiraba juventud.

Varias personas bien vestidas estaban sentadas ante los escritorios. Shloimke se acercó a una de ellas.

--¿Qué deseas?-- preguntó el empleado observándolo atentamente. El que estaba sentado ante el escritorio vecino volvió la cabeza y prestó

atención. --Busco trabajo-- respondió Shloimke en un fluido español. --¿Eres de aquí...? --preguntó el empleado. --No sé qué responderte... Ahora soy de aquí, pero nací en Polonia. Llegué en

enero de este año; trabajé nueve meses en la línea ferroviaria que construyen cerca de Bayamo. También trabajé algunas semanas en el tren que va de Camagüey a Santa Cruz. Ahora vine aquí.

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El que estaba sentado ante el otro escritorio prestando atención, volvió la silla. Su rostro daba muestras de que las palabras del joven habían despertado su interés.

--¿Cuánto tiempo hace que estás en Cuba, dijiste? ¿Desde enero de este año? --¡Once meses! --le contestó Shloimke con una sonrisa. --¿Dónde estudiaste español? ¿En Europa? --No, allí no estudié español. Allí aprendí otras lenguas que aquí no hacen

falta. --¿En once meses aprendiste español? ¿Eres judío? --¡Sí! --Yo soy el gerente del Central. Me alegro mucho que hayas venido a mi

mesa... Quiero que sepas un par de cosas importantes: El Central pertenece a una compañía americana. Aquí todo se maneja en inglés. Me gustaría mucho incorporarte a la oficina, pero tengo otra tarea para la que creo que vas a servir. Seguramente sabes calcular, ¿no es así...?

Shloimke se sonrió. --Vas a quedarte a trabajar aquí desde hoy mismo. Quiero que te familiarices

con El Central. Vas a tener ocasión de trabajar en diversas secciones... El gerente se dirigió a su ayudante en inglés. A Shloimke le pareció entender

que le estaba indicando que buscara para él un buen alojamiento. --¿En las barracas? --preguntó el ayudante. --¿No habrá alguna habitación desocupada sobre las oficinas? --Va a ser un problema cuando llegue todo el personal. --Dale lo mejor que encuentres... Shloimke se sintió crecer ante sus propios ojos: “¿Qué habrá visto el gerente

en mí?” pensaba mientras salía con el ayudante. “Sea lo que fuese, no va a ser peor que la carpa de la línea ferroviaria...”

--¿Sabes qué trabajo te confió el gerente? La balanza. Es una tarea de mucha responsabilidad.

Shloimke prestaba atención pero le resultaba difícil creer lo que oía. --¿Cuándo comienzo a trabajar? --No te preocupes. Ya vas a enterarte. De todos modos estás trabajando

desde ya... Pero hoy tienes franco...

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Shloimke salió en seguida a caminar por El Central, a observar los edificios y el conjunto. Las puertas de las fábricas estaban abiertas y adentro se veía gente trabajando.

Shloimke se detuvo al lado de un viejo jardinero que estaba regando el césped y los árboles.

--¿Hace mucho que trabajas aquí? --¡Muchos años! Muchos... Pero no vivo en El Central. Vivo en un pueblito

cercano, con mi familia. Tengo casa propia, una casucha. Estamos satisfechos. Una vida tranquila.

--¿De dónde provienes? --Nací en España. Llegué a Cuba de niño. Mi mujer es de aquí desde hace

muchas generaciones; proviene de la tribu de los siboneyes. Es una indígena, una mujer buena y trabajadora. Me dio once hijos pero sólo ocho siguen con vida...

--¿Quién recorta los árboles formando tan hermosas figuras? --¡Yo! --contestó el anciano con orgullo. Shloimke sintió afecto por el viejo

jardinero que acababa de conocer. “Tiene mucho para contarme...” --¿Te molesto? --No, de ninguna manera. Yo cumplo con mi trabajo. Llego aquí de

madrugada, cuando el sol se levanta. Mi trabajo me gusta. Quiero a las palmeras, a los árboles, al césped. Ellos viven y respiran y yo les doy de beber... A menudo sueño que ellos me hablan... ¿Eres español? ¿Naciste aquí?

--¡No! Yo nací en Polonia. ¿Oíste alguna vez acerca de un país llamado así? --Claro que escuché. --Cuéntame algo acerca del Central. Yo me quedo a trabajar aquí, así que

quiero saber. --Oh, hijo mío, ya vas a saber. Veo que te interesa la gente, su vida. Aquí vas a

tener bastante para ver y aprender. El Central es americano... Aquí se muele muchísimo. Tienen grandes plantaciones de caña de azúcar. También hay colonias, plantaciones de particulares. Durante la zafra esto parece una colmena; hay un hormigueo y un zumbar de gente, de vagones con caña, de carros tirados por bueyes y de bolsas repletas de azúcar amarilla que colocan en jaulas, hasta el cielorraso de zinc de los enormes graneros. Durante la zafra se siente aquí el fuerte olor de la caña molida; una dulzura pegajosa que te penetra en la boca, en la nariz, en los ojos.

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El viejo respiró profundamente, descansó un momento y luego agregó: --Todo lo que vive tiene un final... Un hombre recorre el camino que le está

destinado... Pero el tiempo es eterno. Recuerdo cómo solía llegar a casa; una casa llena de niños, con un griterío que a menudo me agobiaba. No había sillas para todos, de modo que los más pequeños se sentaban en el suelo a esperar que la madre les diera su plato de maíz. Y he aquí que los niños se fueron cada cual por su lado; se casaron en la ciudad, en otros centrales... En casa quedaron sólo dos, los enfermos... Es bueno acordarse de viejos tiempos, pero también es duro, triste...

Shloimke pensó en su padre, cuyos dos hijos se fueron. En lo duro y triste que también a ellos debió resultarles...

--Me alegro mucho de haberte conocido. Debo irme. Recién hoy llegué. Mi nombre es Salomón. Voy a venir de nuevo a verte...

--¡Salomón! Es el nombre de una persona inteligente. A mi me llaman Mateo. Mateo Bartolomé. Puedes preguntar por mí en la administración. Soy el trabajador más viejo de aquí... Cumplí ochenta y tres el mes pasado. Que Dios te bendiga.

El anciano siguió a Shloimke con los ojos, con una mirada llena de afecto. Cuando Shloimke entró al día siguiente a la oficina a preguntar qué hacer, el

gerente le pidió que se sentara un momento en la silla frente a su escritorio. --Te hemos destinado para un trabajo de mucha responsabilidad y confiamos

que lo realices bien. Te designamos para vigilar la balanza. El peso de cada vagón, de cada carreta, debe ser anotado en la cuenta de aquél a quien pertenezca. Se trata de un trabajo muy importante.

Nunca en su vida había visto Shloimke cómo se pesan vagones con caña. Ni siquiera había visto una balanza así. Pensó un momento y comentó:

--Entiendo que la caña que pertenece al Central habrá que pesarla aparte de la de los colonos.

El administrador lo miró. --¿De dónde sabes que El Central tiene plantaciones propias de cañas y que

también compramos a los colonos? --Conversé con el viejo jardinero... --Ese viejo es el empleado más antiguo. Ya trabajaba al construirse El Central.

Lo quiere mucho... Continúa conociendo al Central como lo hiciste ayer... Mi

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ayudante va a mostrarte la balanza y cómo se la maneja. Te va a mostrar también todo el proceso de transformación de la caña de azúcar.

El ayudante condujo a Shloimke al depósito. --Ésta es la balanza. Cuando el vagón o la carreta llegan, se descargan sobre la

balanza. Tú ves claramente el peso sobre la barra. Las cañas suben a las esteras que las conducen hasta las cuchillas que las cortan, las despedazan y las llevan hasta los rodillos cilíndricos que exprimen de ellas el jugo.

El ayudante explicó a Shloimke paso a paso todas las operaciones que se efectuaban hasta que el azúcar caía en grandes bolsas.

--Estoy asombrado. Me resulta increíble que de sus bastones de caña color verde-bronce salga ese azúcar amarillo --exclamó Shloimke.

--Ahora que ya sabes cómo las cañas se transforman en azúcar, familiarízate con nuestros hermosos jardines. Yo vuelvo a la oficina.

Shloimke fue directamente en busca del viejo jardinero. --¡Buen día señor Mateo Bartolomé! ¿Cómo está? --¡Buen día, Salomón! Me alegro de verte. Hoy pensé no venir... Me sentía

tan mareado como si mi cabeza fuera una soga trenzada... --Tal vez sea mejor que no lo moleste... --¡Oh, no! No me molestas. Para mí es un placer conversar contigo. Al venir

hoy al trabajo encontré al gerente. Ya hace dieciocho años que administra El Central. Le conté que ayer había conversado con un joven llamado Salomón. "Es una persona fina", me contestó. "Hace un año que está en el país y ya habla castellano mejor que yo que estoy hace dieciocho años." Yo no lo podía creer y pensaba preguntarte...

--Sí, amigo Mateo, ni siquiera hace un año entero que estoy aquí. --Me cuesta creerlo. A una persona como tú vale la pena contarle todo lo que

uno sabe... Va a quedar en tu memoria durante muchos años, hasta mucho después que de uno ya no quede recuerdo. Hoy a la mañana sentí que si la soga llegaba a apretar apenas un poquito más, no volvería a ver mis palmeras, mis verdes jardines. Un hombre debe saber que cada día de su vida es un regalo, un hermoso regalo que hay que saber aprovechar bien. Pero no hay que pensar en eso...

--Cuéntame más acerca del Central, acerca del corte de caña de azúcar; cuéntame que yo voy a recordarlo todo...

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--Cuando dé comienzo la zafra vas a ver aquí a mucha gente. Vienen de las islas cercanas a trabajar. De Jamaica, de Haití, de otras islas también. A los cubanos no les gusta cortar caña. Lo consideran el más bajo de los trabajos. Prefieren trabajar en El Central... Oíste la canción cubana:

Yo no tumbo caña. Que la tumbe el viento con su movimiento. --Los haitianos --prosiguió el viejo jardinero-- son los mejores cortadores de

caña. Es como si hubiesen nacido para hacerlo... Sus abuelos y bisabuelos ya la cortaban hace ciento cincuenta años. Bajo el dominio francés los haitianos entregaban el azúcar a Francia. Hoy tienen una república pero buscan trabajo en la isla cubana... ¡Oh, los haitianos son hábiles cortadores de caña! Bajo el dominio francés sembraban en Haití algodón, tabaco, cacao y caña. Ahora Haití está muy empobrecida... Los de Jamaica también son buenos trabajadores, pero tienen otro carácter: son peleadores, rencorosos, y desconfían del hombre blanco...

--Tal vez sea porque están bajo la férrea dominación inglesa. Un hombre es aquello que la educación hace de él... --dijo Shloimke.

El viejo guardó silencio. Se tomó un respiro y luego agregó: --Todos son buenos y todos pueden ser malos. --¿Cómo reconoces quién es jamaicano, quién haitiano y quién cubano? El viejo se echó a reír: --Tienes razón. Son todos negros. Entre los haitianos hay mulatos. Los

mulatos tienen un color blanco amarillento, a menudo tienen el cabello rubio. Los mulatos cubanos son de un color blanco oscuro. Muchos tienen los rasgos del rostro más parecidos a los de los blancos. Las mujeres mulatas son hermosas. Se ve que no conoces la historia de esta isla, por eso haces esta pregunta.

--Los soldados españoles que dominaron Cuba --prosiguió-- no tenían mujeres blancas; sólo los aristócratas trajeron consigo a sus mujeres blancas, por lo tanto los demás vivían con negras, esclavas todavía. Una gran parte se casó con esas mujeres, otros no. Por eso criamos en Cuba una raza híbrida, ni blanca ni negra: los mulatos. Mi mujer es una indígena que proviene de los antiguos habitantes de la isla cubana, los siboneyes. Si no hubiese encontrado a mi mujer en aquella época, también yo tendría una esposa negra e hijos mestizos. Pero yo estoy contento así...

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Los dos somos católicos, de la fe que traje de España. Los negros introdujeron en nuestra religión a los santos; la alteraron con costumbres que trajeron del África. Seguramente sabes que en los parques de las ciudades y pueblos a los negros no les está permitido sentarse en los blancos ni pasearse.

--¿Y a los mulatos? --Depende de lo blancos que sean. A menudo tienen lugar peleas entre

blancos y negros. Me dijeron que en La Habana los negros pueden pasear por los parques junto a los blancos. ¿Tú los viste?

--No puedo decírtelo. Estuve allí apenas un par de días... ¿Qué sucede con los niños en las escuelas?

--En las aldeas y en los pequeños pueblos no existen escuelas, y donde las hay, de todos modos son muy pocos los niños negros que concurren.

--Bueno, amigo Mateo, que tengas un buen día. Volveré a verte en otro momento.

--¡Buen día! Que Dios te colme de dicha...

* * * * * * Los días corrían, lo mismo que las semanas que se deslizaban

imperceptiblemente. Todo resultaba nuevo: la gente en el trabajo, su propia tarea, la asombrosa transformación de las cañas de azúcar de color verde-bronce en harina de azúcar, los verdes parques con árboles recortados como esculturas... Pero lo que más fascinaba a Shloimke eran los relatos del viejo jardinero, que conocía la historia del Central desde que fuera construida.

El Central estaba afiebrado de gente, de trenes, de sacos de azúcar. Los domingos se trabajaba como cualquier otro día. Para tomarse un domingo libre había que pedir permiso con una semana de anticipación para que buscaran un reemplazante.

Una noche estaba Shloimke sentado en el balcón de madera de su habitación. Soplaba una brisa tropical trayendo sonidos que fluían como oleadas. Eran los sonidos tristes, penetrantes, de una melodía que nunca había oído. Estos sonidos lo envolvieron, lo atraparon. Se dejó ir hacia el lugar de donde provenía la música. La melodía se hacía cada vez más nítida; era como si alguien volcase su

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corazón, su alma, hechos añoranza. Una delicada voz pectoral se fundía con los sonidos de un instrumento. A la puerta de una barraca vio a un hombre sentado, cantando noche adentro. Acompañaba su canto con el rasgueo de una tablita de madera dotada de algunas cuerdas, un instrumento africano.

En cuanto oyó los pasos el hombre dejó de cantar. --Buenas noches --lo saludó Shloimke, distinguiendo apenas la sombra de su

figura.-- ¿Te molesto? Dejaste de cantar... --¡No! Mi nostalgia por algo que ni a mí mismo me resulta claro, se detuvo.

Uno añora y no sabe qué... ¿Acaso es posible ir en busca de lo que se extraña...? Un hombre siente nostalgias durante toda su vida; sobre todo añora el ayer... el pasado... A menudo siente nostalgia por la nostalgia. Voy a encender la luz así nos vemos...

--No lo hagas. Tu canto me trajo hasta aquí. Sólo vine a escucharte cantar. --No, ahora no. Alguna otra vez, alguna noche tal vez vuelvas a escucharme...

El canto brota por sí mismo, sin que te des cuenta. Encendió la pequeña lámpara eléctrica, echó una mirada sobre Shloimke y

dijo sorprendido: --¡Salomón! Pero si tú eres el que pesa las cañas. ¿Y tú me reconoces? --Seguro; tú eres el que limpia los convoyes para que no se llenen de bastones

de caña pegados. No sabía que cantaras tan bien. --A veces algo le da un tirón al alma y comienzas a cantar a pesar de ti, sin

darte cuenta siquiera. --¿Hace mucho que trabajas aquí? --Ya hace mucho... Vivo lejos, del otro lado de la sierra. Mi padre se

construyó una casa cuando lo liberaron de la esclavitud. Está muy viejo pero completamente lúcido. Me cuenta cómo era Cuba hace ochenta, noventa años. Su patrón era una buena persona; lo había tratado muy bien de modo que cuando abolieron la esclavitud siguió trabajando con él por propia voluntad. Se mudó de la colonia, se casó y formó una familia. Es en esa casa donde vivimos.

--¿Qué edad tiene tu padre? --No lo sé... Él tampoco lo sabe, pero más de cien. ¿También a él le gusta cantar? --Él me enseñó... Q él ahora ya le resulta difícil hacerlo. Trajo estas melodías

de otro continente. Hoy cantan en Cuba muchas viejas melodías pero las cantan de

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un modo diferente. Las actualizaron, las castellanizaron. Puedes escucharlas, pero no como nosotros las cantábamos, con añoranzas por nuestra tierra natal... con añoranzas por los campos abiertos y los bosques de aquella tierra, de aquel continente...

--Ven alguna vez con tu padre. Quisiera conocerlo, quisiera que me cuente acerca de aquellos años, acerca de la esclavitud.

--Le va a resultar difícil... Pero pregúntame, tal vez yo sepa... Él nos contó mucho pidiéndonos que no olvidemos...

--Dime, ¿los esclavos nunca se rebelaron? --No sé qué responderte... Sé que tomaban venganza cuando los golpeaban o

cuando les quitaban la mujer o los hijos. Sé que solían huir a los bosques, a las sierras, y se alimentaban con frutas silvestres. A los esclavos prófugos los volvían a traer. Los dueños los hacían buscar con perros, ubicaban sus escondrijos y los atrapaban... Muchos sucumbieron en esas cacerías, por mano de los hombres o por obra de los perros. No faltan años siniestros en nuestro cercano pasado...

--Ahora me voy --bramó Shloimke.-- Tal vez quieras volver a cantar. Te veré mañana. ¡Buenas noches!

--Si Dios quiere.

* * * * * * Shloimke le dijo al viejo jardinero que el domingo siguiente tendría franco.

Cierta vez el jardinero le había dicho: --Existe algo que no puedo contarte con palabras... Debes verlo con tus

propios ojos, sólo entonces podrás creerlo. Si tienes libre algún domingo voy a llevarte al pueblito.

"¿Qué me querrá mostrar?" se preguntaba Shloimke, "¿su mujer indígena, sus hijos, su casa? ¿Qué me preparará...?"

El domingo siguiente de mañana, cuando Shloimke llegó al portón del Central, allí estaba Mateo esperándolo.

--Buenos días, Salomón. Vamos. No queda cerca pero tampoco lejos. Yo hago el camino todos los días; no existe mejor paseo. Observas la hermosura de la naturaleza y nadie te molesta... En el camino a casa existen incluso pájaros que ya me

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conocen y me siguen volando. No sé, Salomón, por qué se me ocurrió invitarte a ver una pelea de gallos. Tal vez te eche a perder un domingo; tal vez tenías planeado visitar a alguna muchacha. Pero estoy seguro de que nunca en tu vida viste algo igual. Por una vez no importa... Un hombre tiene que verlo todo. Seguramente no te enojarás conmigo... Pero al gerente no se lo cuentes.

El viejo le tiró de la manga: --¿Ves allí, ese edificio de madera con techo redondo? Allí es... Entraron por una puerta abierta de par en par... Shloimke miró a su alrededor. Rodeando el centro despejado del viejo

edificio parecido a un corral, sentados sobre bancos se veían blancos, negros, mestizos, rubios. Reinaba un enorme griterío. Un hombre andaba corriendo con un paquete de dinero en la mano:

--Yo apuesto al pardo... ¿quién quiere apostarle al castaño? Tres a uno. Si gana el castaño pago tres por uno.

Muchos le tendían dinero diciéndole su nombre y mirándolo a los ojos para comprobar si los veía, si los iría a reconocer más tarde...

Luego apareció otro que apostaba por el gallo castaño. Éste pagaba dos a uno. Nadie apostaba por el pardo, todos lo hacían por el castaño. El banquero que apostaba por el pardo inspiraba mayor confianza...

Detrás de sendas cortinas a ambos lados del despejado centro surgieron dos hombres tostados por el sol, cada uno sosteniendo un gallo en su mano. Desde lejos excitaban a los gallos entre sí y éstos, coléricos, se esforzaban por soltarse. Alguien dejó oír un silbido y los dos hombres dejaron los gallos en el suelo, dándoles un empujón en dirección a su contrincante. Los gallos se mantuvieron por un momento a distancia, como observándose. Se levantó un tremendo griterío; los alaridos parecían aullidos de lobos. Los gallos, asustados, se lanzaron el uno contra el otro. Se mordían con los largos picos puntiagudos, se atacaban con las afiladas uñas. Cuando uno de ellos quería huir, el hombre, tras la cortina, volvía a echarlo al ruedo y el gallo se trenzaba de nuevo en pelea con todas sus fuerzas. Los espectadores se sacudían al mismo tiempo que los gallos... Querían ayudar al castaño... Si el castaño ganaba ellos ganarían... Los dos gallos yacían sobre la tierra y reñían con sus afiladas uñas. Por fin el pardo se levantó y el castaño quedó tendido

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con la cabecita destrozada, sangrando... Los gritos aumentaron. El gallo caído se quiso levantar y no pudo. Estiró su cabecita...

--¡Nos engañaron! ¡Nos engañaron! Los gritos se hicieron salvajes. Todos gritaban furiosos; todos habían

apostado por el castaño. Les habían mostrado los gallos en el patio y el castaño parecía el más fuerte... El que había recogido las apuestas contra el pardo llevándose el dinero de todos, había desaparecido... Se había ido a tiempo para evitar que el público se echara sobre él...

Shloimke se quedó sentado, pensativo. Quería comprender cómo es que la gente podía venir a ver esa salvaje carnicería entre un par de aves inocentes. Sintió vértigo: "Tal vez haga falta esta carnicería entre pobres aves para satisfacer la sed de sangre de la gente. En España están las corridas de toros, donde un hombre se enfrenta con un toro salvaje y excitado. Aquí dejan que un par de gallos se destroce entre sí. ¿Cómo puede sentir la gente tal éxtasis, tanta salvaje alegría con la muerte de un pobre animal? ¡No lo puedo comprender!"

Osher Schuchinsky nació en 1915 en Polonia y en 1934 se radicó en Cuba integrando un grupo literario ídish llamado "Joven Cuba". En 1961 emigró a Nueva York. Los extos que se incluyen son capítulos de "Fun land tsu land" (De país en país) obra aparecida en 1979 en Tel Aviv, Israel.

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¡Andá a cantarle a Jevel Katz!

Está pendiente todavía una aproximación sistemática a los personajes y a las leyendas del folklore judío latinoamericano. En los campos del sur del continente --Argentina, Uruguay, Brasil-- se conformó el “gaucho judío” que dio pie a toda una literatura en ídish, castellano y portugués. A lo largo y ancho de América Latina el inmigrante urbano --en especial el judío-- creó el personaje del vendedor ambulante, cuyo nombre en castídish varió de lugar en lugar, y también encontró expresión en diferentes textos literarios en esas tres lenguas. La intención de este capítulo es recordar a un cantautor que a lo largo de los años ‘30 fascinó al Río de la Plata judío componiendo y cantando en un lenguaje a mitad de camino entre el ídish y el porteño, canciones que reflejaban con espontaneidad, gracia y picardía las vivencias de los inmigrantes judíos de esta parte del mundo. Pese a los sesenta años transcurridos desde su temprana muerte, para quienes saben de Jevel Katz, evocarlo es levantar el recuerdo de una leyenda tibia todavía, y para quienes no saben de él es la oportunidad de tomar contacto con un singular personaje del folklore judío argentino. ¿Quién era Jevel Katz? Era "un cantor callejero" como él mismo se definía. Era un juglar, un trovador, un Gardel judío irónico y tierno, un cantautor, como se diría hoy. Era todo eso a un tiempo, un fenómeno popular y también --sin saberlo y sin proponérselo-- un testigo de la vida y los milagros de los judíos argentinos de los años treinta, esos gringos con pretensiones de criollos, retratados de cuerpo entero en canciones afectuosamente burlonas acerca del Buenos Aires judío de entonces: Si andan por Corrientes / tiendas judías sin fin, /cafés llenos de gente / como seguidores de un rabí; / jugando dominó y dados / disfruta la gente; /allí hay muchos más / comerciantes que clientes, /unos pocos banquitos / y demasiados presidentes, /se vota, se arman listas / y pelean como mujeres... (1)

“Se vota, se arman listas” es en su castídish "Men votevet, men listevet". Ejemplo de la inagotable creatividad idiomática que Jevel Katz sumaba a la ironía. La siguiente

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es parte de la receta que brindaba a los gringos para aprender rápidamente a hablar en castellano: Castellano es muy fácil, / sólo hay que decir todo con “ere”. Si en el viejo hogar cosía ropa / aquí es un “sastrere”. Si anda vendiendo cortes de tela / aquí es un “marinere. Si le gusta una dulce María / se dice aquí “te quiere”. Cuarenta años en el país / aquí es un “extranjere”. Tiene esposa e hijos en Europa / aquí es un “soltere”. Los manda buscar a los veinte años / aquí es muy “lijere”. Y si prefiere no traerlos / es aquí “no quiere”. (2) Jevel Katz adaptó a este texto la música de LA CUCARACHA, canción entonces en boga. Este era precisamente uno de sus fuertes: tomar canciones de moda y adaptar a su melodía una letra escrita por él. Así pasaron a su repertorio vidalitas, rancheras, fox-trots, tangos y rumbas. Por sólo nombrar algunas: "La cumparsita", "Mucho lujo", "Ranchera de mi corazón", "El manisero", "Tango secreto", "Qué decís mi chico bien" o "Yo soy así". La letra original de esta última, por ejemplo, dice: Si soy así / que voy a hacer / nací porteño y embalau para el querer. La versión de Jevel Katz es algo diferente: Si soy así / que voy a hacer / mi lengua todavía está en pañales. Si soy así / que voy a hacer / a mí me cuesta mucho acriollarme. (3) Jevel Katz había nacido en Vilna, la llamada Jerusalem de Lituania, el 10 de mayo de 1902, en el seno de una familia de pocos recursos, de modo que comenzó a trabajar desde muy joven como matricero en una famosa imprenta vilniana, la de los hermanos Rom, centenaria editora de libros sagrados y también profanos.

Fue en el sindicato de obreros gráficos de Vilna donde Jevel Katz comenzó a cantar sus primeras parodias. Se cuenta que cuando, a los 27 años, decide seguir a un hermano suyo radicado ya en Buenos Aires, --esa ciudad tan lejana y de tan mala fama, Semana Trágica y trata de blancas mediante-- un capataz de los Rom le recomienda que en esa ciudad “abra bien los ojos”, zol hobn gut an oig. Ese consejo se transformó en una de sus primeras y más famosas canciones porteñas:

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En la ciudad donde nací / tuve un maestro /que antes de mi viaje / me dio esta lección: // Vas a un país lejano / sólo ten en cuenta / mirar a todas partes / y abrir muy bien los ojos. / Ten ojo, ten mucho ojo, / ten ojo, no te olvidés; /quien tiene ojo es afortunado, / y quien no lo tiene ¡ay de él! (4)

Jevel Katz desembarcó en Buenos Aires el 20 de mayo de 1930 y de

inmediato se enamoró de la ciudad y del país. Aquí decidió dedicar todas sus energías a componer, cantar y actuar sus canciones paródicas. Con un talento musical innato, una simpatía desbordante, un agudo sentido del humor y un ojo atento, sacaba partido de todo lo que veía y oía. Con la gracia del cocoliche se burlaba de su propia media lengua:

Nacido yo soy lituano / es año y mes que estoy en país / y ya sé cantar castellano. / Castellano aprendí muy ligero / porque yo sabía / tres veces por día / hay que comer buen puchero.

En sus diez años de carrera porteña Jevel Katz escribió y musicalizó unas 500

piezas, entre parodias, cuplés, cuadros, sátiras y pequeñas descripciones lírico-musicales de la vida judía en Buenos Aires y en las colonias agrícolas judías de Santa Fe y Entre Ríos. Cantaba en un ídish lituano mechado de términos porteños y lunfardos, riéndose de y con los gringos, satirizaba la vida en la gran ciudad, los pic-nics, los banquetes, las pujas electorales de las instituciones, los teatros judíos, los actores y a sí mismo.

Los títulos de algunas de sus composiciones más famosas pueden dar una idea de cuáles eran sus temas favoritos: Dados, Radio, Un poquercito, Colchas, En un conventillo, De noche con un tranvía por Corrientes, Canning, Busco un cuarto, Una ranchera, Te, El gringo en la plaza, Mi viaje a Tucumán, Un colono, Basavilbaso, Moisés Ville, y muchas, muchas más. Resulta sorprendente la cantidad y variedad de canciones que Jevel Katz compuso en los diez años transcurridos desde su llegada a Buenos Aires en 1930 hasta su fallecimiento en 1940.

Sólo interpretaba canciones compuestas o arregladas por él mismo, acompañándose con una enorme variedad de instrumentos musicales, algunos extravagantes, otros de su propia factura. Guitarras y mandolinas --que sonaban

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como las que acompañaban a Carlos Gardel-- a menudo cedían el lugar a extraños instrumentos de percusión o a una gama de armónicas y silbatos de todo tamaño, incluso algunos minúsculos que disimulaba en su boca. Muchos de esos instrumentos se hallaban expuestos en una vitrina del IWO, en el tercer piso del edificio de la AMIA destruido por el atentado de 1994 y en su mayor parte fueron rescatados de entre los escombros y restaurados.

Según el profesor Samuel Rollansky, en esos instrumentos y en los diversos vestuarios que usaba en sus presentaciones, gastaba la mayor parte de lo que ganaba. Jével Katz fue uno de los que inauguraron las recién nacidas emisiones de radio tanto porteñas como montevideanas, y vestido de gaucho, de mujer, o con un sombrero de copa y smoking, recorría los escenarios de Buenos Aires, de ciudades del Uruguay y de Chile, y también los improvisados tablados de las colonias agrícolas judías del interior argentino. Voy de turné por la provincia /a probar fortuna. /Con todos mis instrumentos /y un pasaje de tren ida y vuelta. /Arre, arre, Jévele; arre, arre, kétzele / Los gastos son enormes, / que al menos vuelva seco, /que tenga suerte y no llueva. (5)

La conmiseración y la ternura con que Jével Katz mira a los artistas,

posiblemente esté resumido en ese diminutivo entre triste y burlón que se aplica a sí mismo: de Jévl, Jévele; de Katz, kétzele. Las canciones que dedica a las colonias judías son particularmente hermosas en su melodía y en su letra, como la dedicada a Basavilbaso, cuya versión española reproducimos más abajo. pero no todo es ligero y festivo en la obra de Jevel Katz. Tiene algunos textos conmovedores, como ese monólogo empapado de nostalgia por el viejo hogar, “El gringo en la plaza”, del que se conservó una vieja grabación en la voz de Jevel Katz mismo.

Yo me abriría el corazón /para que vean como llevo escondida allí /una larga nostalgia /que no deja de doblegar en mi /la sola idea de ser feliz; /que me tironea hacia atrás, /hacia el pueblito en el que nací...

Pasan flotando ante mis ojos /viejas casitas encorvadas / y entre ellas, allí, /me atrae aquella casita /con dos ventanitas al jardín, /donde mi padre y mi madre, / hermanitos y hermanitas / se sentaban los sábados / alrededor de la mesa / y tras la comida / mi padre se echaba a cantar / una melodía que sonaba así. (6)

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Y el juglar entona la bellísima canción sabática del padre. Y en su monólogo sigue luego contando por qué dejó su hogar. Es que “atraía mi corazón / lo que mis ojos no veían, / el país del gran mundo / donde el hombre es una máquina, / el mundo de una cultura / sin sombras de grosería, / sin armónicas de campesinos / y donde música es sinfonía.” (7)

¿Pero qué encontró en este nuevo mundo? Sigue “El gringo en la plaza”: "Y deambulo por las calles /entre masas de gente / entre bocinazos salvajes / y tintinear de tranvías, / entre relampagueo de lámparas / y apurados rostros desconocidos; / corren caballos y automóviles / chirrían radios encendidas / todo mezclado en una danza demoníaca. / Y yo ando de la mañana a la noche / la cabeza mareada y los ojos confundidos / y me arrastro hasta un rincón / hasta el banco de una plaza / y allí me derrumbo / lejos de ruido y barullo, / no siento los pies ni el cuerpo / y me echo a pensar: / Si pudiese quedar dormido / y al menos en sueños / volver a ver mi viejo hogar. (8)

Tendido en una cama de hospital, cantando para sí mismo canciones dedicadas a su viejo hogar cerró Jevel Katz los ojos el 8 de marzo de 1940. Tenía 37 años. La inesperada noticia de su muerte recorrió como un escalofrío las calles del Buenos Aires judío de entonces, sobrecogido todavía por el reciente estallido --en setiembre, hacía apenas seis meses-- de una guerra terrible, que se iba extendiendo como una mancha de sangre por tierras y calles de ese viejo hogar europeo. Y ahora, repentinamente, cuando más falta hacía un poco de canto y risa, enmudecía ese cantor alegre y familiar. "El Diario Israelita" tituló su nota necrológica "MURIO EL MAS ALEGRE DE LOS JUDIOS DE ARGENTINA, EL ARTISTA MAS POPULAR Y QUERIDO DE BUENOS AIRES, JEVEL KATZ". Velado en la Sociedad de Actores Judíos --entonces en Paso 550-- una conmovedora multitud se reunió a rendirle homenaje. Decían los diarios que fue la mayor expresión colectiva de dolor después de la provocada por la muerte de Carlos Gardel, cinco años antes. La calle Paso y las laterales, estaban totalmente cubiertas, desde Corrientes hasta Córdoba, por un compacto gentío. Cuando lentamente comenzó a moverse el carro fúnebre para tomar Corrientes en dirección del cementerio de Liniers, fueron colocándose detrás centenares de automóviles formando una interminable caravana, que se detuvo frente a los teatros judíos Mitre y Excelsior. Esa lenta caravana tuvo siempre a ambos lados, a lo largo de todo su

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trayecto, una multitud enmudecida, que no entendía por qué, de pronto, le habían quitado su cantor.

Jevel Katz había iniciado su carrera artística cuando recién comenzaban a desarrollarse las técnicas de la grabación. De ahí que sea muy poco lo que dejó grabado. Apenas ese monólogo “El gringo en la plaza”, su famoso “Mucho ojo” y muy poco más. Pero este poco y la gracia testimonial de sus textos y melodías alcanzaron para dar categoría de leyenda a este cantor popular, Gardel judío y porteño que, igual que el otro, cada día canta mejor. (1) Gueit ir durj Corrientes gas / guesheftn on a tsol / di cafeen zainen ful / vi jsidim bai a rebn / men shpilt a dómine, a dado / un men majt a lebn. /Sojrim zenen dortn do / merer vi klientn / benklaj zainen venik do / un tsu fil prezidentn, /men votevet, men listevet, / men krigt zij oft vi vaiber /... (2) Castellano iz zeier gring / men darf nor zogn alts oif ere. / Zait ir gueven in der heim a shnaider / heist ir do sastrere. / Klapt ir do arum mit kortlaj / heist ir "marinere". / Libt ir a Marie zis / heist dos do "te quiere". / Zait ir fertsik ior in land / heist ir "extranjere". / A vaib mit kinder in Europe / heist ir a "soltere". / In tsvontsik ior nemt ir ir op / heist es do "lijere". / Un tomer vilt ir ir nit brenguen/heist dos do "no quiere". (3) Si soy así / que voy a hacer / az main tsung in kimpet ligt dervail bai mir. // Si soy así / que voy a hacer / az tsu acrioyirn zij iz mir zeier shver. (4) In shtot vu ij bin gueboirn / a rebn hob ij guehat /hot er mir far main forn / guelernt ot dem pshat:/Du forst in land in vaitn / vu vos ein zaj dort toig, / kukn in ale zaitn / un hobn gut an oig. // Hob ojo, hob mucho ojo, / hob ojo, zai nisht fartrajt. / Ver es hot ojo, hot mazl brojo / un ver es hot nit, iz nit far mir guedajt. (5) Main tur in provintz: For ij mir arois oif a tur in der provints / oistsuprubirn main glik. / Nem ij mir mit main klaper-guetsaig / un a bilet in un tsurik. // Vió, vió, Jévele / vió, vió, kétsele, / di gastes zenen zeier grois. // Zol dir guts bagueguenen, / zol dort jotch nit reguenen, / trukn zolstu jotch arois.

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(6) Ij volt main hartz oif tsveien shpaltn / un kukt, ir zet, dort ligt bahaltn / ir zet a benkshaft dortn lign / vos es halt in ein bazign / dos guedank tsu naiem glik; / un es shlept, es tsit tsurik, / tsu dos shtetl vu gueborn / vu farbrajt di kinder iorn / un es shvebn far di oign / di alte aizkes oisgueboign. / Un tsuvishn zei ot dortn / mit tsvei fentsterlej in gortn, / punkt antkegn altn klaizl / ot dort tsit tsu ienem haizl, / vu der tate mit main mamen / shvester, briderlej tsuzamen /zainen bai ein tish guezesn / un dem shabes nojn esn /flegt der tate zij tsezinguen / mit a nign vos flegt klinguen... (7) Un dos hartz hot mir guetsoign / tsu dos vos zeen nit di oign /tsu der groiser velt medine / vi der mentch iz a mashine / tsu der velt fun kultur / vu fun prostkait iz kain shpur / vu kain poier shpilt garmonie / vu muzik iz a simfonie. (8) Un tsvishn mentschn masn / blanke ij tsvishn di gasn /unter vilde truberaien / un dos klinguen fun tramvaien / tsvishn blitsn lompn lijter / fremde loifnde guezijter, / s’loifn ferd, oitomobiln / unter griltsn radio shpiln / un es guist tsunoif ingantsn / punkt vi sheidim voltn tantsn. / Fun fri biz najt halt ij in gueien, / di oign shvindlen, der kop tut dreien, / biz ij dershlep zij in a vinkl, / tsu a plase oif a benkl / vait fun tuml un guerider / fal ij dortn koim anider, / ij shpir kain fis un shpir kain glider, / un ij oib on trajtn, klern, / ven ij volt konen atntshlofn vern /un jotch in jolem, jotch in troim / zen tsurik di alte heim.

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EN UN CONVENTILLO canción de Jevel Katz

Mi novia Reizl vive en un conventillo y en Lavalle, en pleno centro, al lado, yo también vivo en un conventillo, siempre ruidoso, como una feria, con gente y más gente, cuartos y más cuartos. Cuartitos, cuartitos, cuartitos, y nunca falta algo de barro. Hay gente allí de todo el mundo árabes, españoles, turcos, italianos, todos apiñados en un mismo patio; y tampoco faltan judíos de Lituania, y polacos, y galitzianos. Cada uno habla allí su propia lengua, no sea que otro lo entienda. Sólo hablan entre sí castellano cuando se mandan a los antepasados. Y da gusto cuando empiezan a pelearse entonces no hay pobres ni ricos, entonces no hay grandes ni chicos, entonces están todos igualados. Una lavandera friega y tiende la ropa absorta, en medio del patio; entre las ropas colgantes los niños saltan y bailan en el barro. Y cuando llega la hora de comer sólo se oyen cacerolas y platos.

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Una turca revuelve porotos agregándole azúcar de a puñados; a su lado, cansado de andar un judío se cura los callos. En otro rincón una mujer fríe latkes; en una olla burbujea un caldo; desde una soga gotean sobre las cabezas unos calzoncillos recién lavados. Es una maravilla cuando llega la noche: A esa hora descansa todo el vecindario y de todo los cuartos se escucha una sinfonía de ronquidos cansados. Entonces, me reúno con mi Reizl en la puerta y le acaricio la cabeza. Al conventillo de la calle Lavalle pronto va a sumarse otra pareja.

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BASAVILBASO canción de Jevel Katz

En cuanto uno toma el tren en la estación Lacroze sólo encuentra a Jaim, a Moishe, a Iosl; con un boleto de segunda se viaja en primera clase sólo hay que decir que uno va a Basavilbaso. Basavilbaso, pueblito mío voy a recordarte en donde esté; eres mi vida, mi alegría, Basavilbaso, pueblito mío, Kasrílevke* de Entre Ríos. Hay judíos piadosos de largas barbas grises, hijos acriollados que andan a caballo, en la sinagoga hay viejos, chicos en la plaza adultos y negocitos en Basavilbaso. Los negocitos tienen de todo, como Gath y Chaves, zapatos, comida, cuellos palomita, clavos, aserrín para las ruedas, pomada para el peinado, incluso helados calientes en verano. Por las tardes, cuando viene el tren, el pueblito entero va a la estación; las chicas dan vueltas sin por qué, y si en el tren viaja un buen mozo le gritan “adiós”.

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Y cuando el pueblito queda en silencio y está romántica la luna, si ven de la mano ante el portón a una pareja, no crean que conversan de amor o casamiento. Dicen que la hermosa noche es buena para la cosecha... * Kasrílevke: Ciudad judía, creada con humor por la imaginación de Scholem Aleijem, el famoso escritor de lengua ídish, cuya obra más conocida es “Tobías, el lechero” recreada en el cine como “El violinista sobre el tejado”.

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MI TURNÉ POR LA PROVINCIA canción de Jevel Katz

Voy de turné por la provincia a probar fortuna. Con todos mis instrumentos y un pasaje de tren ida y vuelta. Arre, arre, Jévele; arre, arre, kétzele* Los gastos son enormes, que al menos vuelva seco, que tenga suerte y no llueva. Tarde en la noche llegué a la colonia a un galpón en medio del campo. De casas perdidas a mucha distancia vienen en sulquis colonos viajando. Arre, arre, caballitos; arre, arre, condorcitos se oye por los campos. Jevel Katz da un concierto, apúrense, salgan del barro, así se los lleve el diablo. A la luz de un farol de kerosén con tablas y bolsas armaron un escenario; de frac tras la colcha-telón está Jevel, ataviado a todo trapo. Arre, arre, judíos; arre, arre, queridos; vengan a llenar el salón. Vine por ustedes, a mostrarles de qué soy capaz, vine a mostrarles mi arte. Se empujan en la caja pidiendo entradas, uno a crédito hasta la cosecha;

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otro paga al contado y otro dice a los gritos: “Pago con huevos, no tengo dinero.” Arre, arre, cajerito; arre, arre, empresarito; acepta de cada cual lo que tenga, dinero, huevos, gallinas que el concierto ya comienza. Se levanta la colcha y estalla un aplauso Jevel Katz saluda desde el escenario; un chico a los gritos pide “chocolatines”, otro llora que quiere ir al baño. Arre, ríe, Jévele; arre, alégralos, kétzele; estos son judíos de trabajo y esfuerzo; eres un artista judío y a la vuelta sólo te llevarás el éxito... * Jévele: diminutivo de Jevel. Kétzele: diminutivo de Katz, apellido que es anagrama de “cohen tzedek”, es decir “sacerdote justo” en hebreo, pero aquí el autor juega con su significado literal en ídish, lengua en la que katz significa gato y kétzele, gatito.

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Bashevis Singer en América Latina, América Latina en Bashevis Singer

"Todo fue como un largo sueño, el viaje de dieciocho días en barco hasta la

Argentina, los encuentros con mis paisanos polacos en Montevideo y en Buenos Aires, mi conferencia en el Teatro Soleil y, después, la excursión en automóvil a la vieja colonia judía en Entre Ríos, donde debía dar una conferencia. Fui en compañía de una poeta de lengua ídish, Sonia Lopata, que leería unos poemas suyos. Hacía calor aquel sábado de primavera. Pasamos por adormecidos pueblecitos bañados por el sol, cuyas casas tenían todos los postigos cerrados. La polvorienta carretera discurría por entre grandes campos de trigo y ranchos en los que millares de cabezas de ganado vacuno pastaban sin necesidad de que nadie los vigilara. Sonia hablaba en castellano, idioma que yo desconozco, con el chofer. Al mismo tiempo me daba palmaditas en la mano, me la tomaba, me la pellizcaba. Llegó incluso a clavarme la uña de su dedo índice. Oprimía su pierna contra la mía. Todo me parecía muy raro y muy conocido al mismo tiempo."

Así comienza La colonia, uno de los cuentos que el gran narrador de lengua

ídish Isaac Bashevis Singer, dedicó a su viaje al sur de América Latina. No son muchos los que aún recuerdan aquella visita que el autor de La Familia Moskat hizo en 1957 a esta parte del mundo (1), y son menos aún los que se detuvieron --si es que alguno lo hizo-- a seguir las huellas de aquel viaje en su obra.

La ciudad de Buenos Aires aparece mencionada en varios relatos de Bashevis, fascinado por la leyenda negra que durante toda una época unió el nombre de esta ciudad a la prostitución y a la trata de blancas organizada (2), pero hay tres cuentos suyos directamente dedicados a recrear episodios de ese viaje: La colonia (3), que describe su dramática visita a una colonia judía de Entre Ríos; Janka (4) que tiene lugar en una siniestra Buenos Aires, y Una noche en Brasil (5) cuyo escenario es un suburbio de Río de Janeiro. En estos tres cuentos, relatados en primera persona, impera esa especie de realismo fantástico tan propio de Bashevis, que toma sucesos cotidianos cuya realidad quiebra de pronto para dar lugar a una otra realidad,

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ominosa, fantasmal, que habría estado allí siempre, y en la que nos deja sumidos al volver la última página. Sólo que en este caso los escenarios donde suceden esos hechos extraordinarios no son aquellos donde Bashevis los monta siempre; no suceden en Varsovia ni en Lublín ni en Bilgoray ni en Tishevitz, ni en Nueva York siquiera, sino en lugares familiares, aquí nomás, al lado nuestro. En las porteñas calles Junín o Corrientes, en un pueblito de Entre Ríos, en un teatro marplatense, en las afueras de Río de Janeiro. La América Latina que pinta en esos cuentos, es un sitio exótico y salvaje, inquietante, amenazador incluso.

En esos escenarios despliega su habitual tuteo con el misterio, con lo sobrenatural, dando por sobreentendido que lo diabólico es un dato más de una realidad, en la que un mismo personaje puede ser poseído sucesiva o simultáneamente por las pasiones más extremas. Los protagonistas de sus relatos no son sólo las personas; también lo son el placer y el sufrimiento, lo sutil y lo grosero, la sensualidad y la violencia, la depravación y el amor. Tanto bajo ropaje judío ortodoxo como bajo ropaje moderno, hierve la comedia humana, la tensión entre el abismo y la espiritualidad. “La función del escritor --dijo alguna vez Bashevis-- es leer la naturaleza de los personajes de Dios, y Dios también dejó sus huellas sobre el barro que usó para crear a los extraviados.”

Por aquel entonces yo era colaborador permanente de un diario, y por hablar ídish me encomendaron que lo entrevistara y siguiera de cerca sus conferencias, de modo que conversé a menudo con él durante aquella estada suya en Buenos Aires.

Ni bien llegado, Bashevis se mostró ansioso por caminar las calles porteñas cuya particular fama lo había fascinado desde siempre. Para su primera conferencia faltaba una semana, tiempo que aprovechó andando la ciudad. Cuando volvimos a vernos comentó que Río de Janeiro, donde su barco había hecho escala antes de arribar a la Argentina, lo había impresionado como una ciudad poseída por la poesía; Buenos Aires, en cambio, le resultaba una ciudad en prosa, dramática, sin decoraciones, una ciudad hecha para vivirla y no para turistas, una ciudad densa, nerviosa, con todas las vivencias y problemas de una gran metrópolis. Siendo prosista, si tuviese que elegir entre ambas, aseguró, sin dudarlo elegiría vivir en Buenos Aires. La Buenos Aires que alienta en su cuento Janka es misteriosa, habitada por gendarmes, duendes y fantasmas. “Aquel viaje fue un desatino desde el comienzo

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mismo. En primer lugar, desde un elemental punto de vista económico, no me convenía abandonar Nueva York y mi trabajo durante casi dos meses y medio para viajar a la Argentina a dar algunas conferencias; en segundo lugar debí haber tomado un avión en lugar de arrastrarme con un barco durante dieciocho días. Pero yo ya había firmado un contrato y recibido los pasajes del empresario Jatzkl Poliva.” Así comienza Janka. “...Jatzkl Poliva me llevó con su coche a un hotel de la calle Junín , una calle que alguna vez tuvo fama de ser un centro de prostitución. Poliva me dijo que el barrio había sido saneado y que allí se alojaban todas las visitas literarias. Los tres cenamos en un restaurante de la calle Corrientes y Jatzkl Poliva me dio el programa de todas mis actividades en la Argentina. Daría una conferencia en el Teatro Soleil y en la sala de la Comunidad, (en la calle Pasteur), también viajaría a disertar en Rosario, en Mar del Plata y en colonias judías, como Moisesville y algunas de Entre Ríos.” Y más adelante cuenta: “El largo día me había agotado y en cuanto Janka se fue me derrumbé vestido sobre la cama y quedé dormido. Pero me desperté a las pocas horas. Había llovido durante la noche y el cielo estaba cubierto. Resultaba extraño estar a miles de millas de mi actual hogar, Nueva York, en un país ubicado al sur del mundo. América estaba llegando al otoño y aquí se abría paso la primavera. Me resultaba difícil darme cuenta si aún era de noche o si el sol ya se había levantado pero estaba oculto por las nubes. La calle Junín se extendía húmeda, se veían casas viejas y tiendas cerradas con cortinas metálicas. Desde mi ventana distinguía techos y edificios de otras calles. Aquí y allá titilaba un resplandor rojizo en una ventana. ¿Algún enfermo? ¿Algún muerto? En Varsovia, siendo un chico, había escuchado a menudo escalofriantes relatos acerca de Buenos Aires. Que pequeños coches andaban por las calles de Varsovia atrapando muchachas. Un rufián atraía con engaños a una chica pobre o a una huérfana, la llevaba a un sótano y trataba de pervertirla con promesas, con joyas baratas, y si no aceptaba ser prostituida la golpeaban. (...) Ahora Varsovia está en ruinas y yo estoy en Buenos Aires, precisamente en el barrio donde todas estas desventuras tuvieron lugar."

Extraños temores asaltan al alter ego de Bashevis: --“¿Y si resulta que mi viaje a

la Argentina fue en realidad un viaje al otro mundo?”-- sumados a otros temores tal vez no tan extraños: “En la Argentina hasta podía estallar una sangrienta revolución.”

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“No hacía mucho que había sido depuesto Perón y en la Argentina reinaba una crisis política y tal vez también una crisis económica. Buenos Aires no contaba, aparentemente, con suficiente energía eléctrica. Las calles estaban semioscuras. Aquí y allá se veían de guardia gendarmes armados con fusiles. Janka me tomó del brazo y caminamos a lo largo de la calle Corrientes.”

Janka, la protagonista, cuyo nombre lleva el cuento y que guía al escritor por una laberíntica Buenos Aires, aparece y desaparece con la ciudad. El relator la vislumbra luego entre el público marplatense durante una conferencia que dicta en esa ciudad, para volver a esfumarse en cuanto la conferencia llega a su fin.

La colonia incluye escenas más significativas y reconocibles, en especial

aquella parada al anochecer en las cercanías de una colonia agrícola judía entrerriana. "Llegamos a la posada en la que habíamos proyectado pasar la noche. En el patio había una mesa de billar y unos barriles rebosantes de libros desencuadernados y con las hojas rasgadas. Una mujer con aire de española planchaba una camisa. A uno y otro lado del patio había puertas que se abrían a los dormitorios sin ventanas. Me asignaron una habitación y a Sonia otra contigua a la mía. Yo creía que alguien acudiría a recibirnos, pero nadie vino. Sonia se encerró para cambiarse las ropas. Salí al patio y me acerqué a uno de los barriles. ¡Dios santo! Estaba lleno de libros en ídish que ostentaban sellos de bibliotecas públicas. En la semioscuridad del ocaso leía títulos de obras que me habían entusiasmado en mi juventud. (...) Ahora no podía leer, pero toqué sus cubiertas y acaricié sus páginas. Olí el olor a moho que despedían. Saqué un libro del fondo y me esforcé en leer el título a la luz de las estrellas. Apareció Sonia en bata y zapatillas, con el cabello suelto. Me preguntó: '¿Qué haces?' Y contesté: 'Visito mi propia tumba'."

Una noche en Brasil relata el encuentro, en las afueras de Río, de un escritor --

su alter-ego literario-- con una extraña pareja: él, un grafómano judío que lo abruma con sus escritos filológicos; ella, una delirante mujer que intenta seducirlo. Todo envuelto en un bucólico y salvaje paisaje brasileño. “...Ella abrió de un tirón la puerta a un enorme jardín cubierto de hierba detrás de la casa. La lluvia había cesado el día anterior y el atardecer era fresco, envuelto en olores tropicales y brisas oceánicas. El sol rodaba hacia el oeste como una brasa, tiñendo de un rojo ardiente los restos de nubes de

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la tormenta. Lena encendió la radio y escuchó un rato la noticias, mientras yo prestaba oído al canto de los pájaros que venían a pasar la noche sobre las ramas de los árboles. Yo nunca había visto en libertad pájaros de ese colorido. Aún flotaba por aquí en todo su esplendor la fuerza del Génesis.”

Luego: “La noche cayó abruptamente, como si de pronto se hubiera apagado una luz celestial. El aire de la habitación se llenó de minúsculos mosquitos y de moscas. Enormes escarabajos comenzaron a brotar de grietas de las paredes y el piso. Lena dijo: ‘La vida es tan exuberante aquí que de nada sirven redes ni mosquiteros. En el Gymnasium me enseñaron que la materia no puede atravesar la materia, pero eso era cierto para Polonia, no para Brasil’.”

En ese clima Lena le confiesa que se halla poseída por un dibuk y lo incita a

que lo compruebe palpándole el vientre: “Lena me tomó del brazo, apagó las luces y abrió la puerta al jardín. Una ola de calor como salida de un horno me golpeó el rostro. El cielo se veía bajo, densamente cubierto de constelaciones sureñas. Las estrellas parecían enormes racimos de uvas de un viñedo cósmico. Grillos aserraban árboles invisibles con invisibles sierras. Ranas croaban con voces humanas. De bananeros, flores salvajes y espesas hierbas, se levantaba un vapor seco que me atravesaba la ropa y me oprimía con un calor asfixiante. Lena me conducía a través de la oscuridad como si estuviese ciego. Mencionó que por allí reptaban víboras y lagartijas, pero que no eran de las especies ponzoñosas. Alguien, en el barco, me había contado en broma que lo que el gobierno de Brasil roba durante el día vuelve a crecer de noche. Me parecía ahora que yo podía percibir las savias fluyendo a las raíces y transformándose en mangos, bananas, papayas y ananás. Lena inclinó la hamaca para que yo pudiese entrar, le dio un juguetón envión y pronto estuvo acostada a mi lado. Entreabrió el kimono que cubría su desnudo cuerpo, tomó mi mano y la colocó sobre su abdomen...”

La sensualidad y el misterio que alimentan toda la obra de Bashevis cobran un color y densidad diferentes cuando transcurren en Buenos Aires o Río de Janeiro. En esos cuentos y de la mano de Bashevis Singer, la literatura ídish se impregna de realismo mágico latinoamericano.

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-------------------------------------------- (1) Isaac Bashevis Singer (1904-1991 / Premio Nobel de Literatura 1978) llegó con

su esposa Alma a Buenos Aires en la mañana del 7 de octubre de 1957 a bordo del vapor "Río Jáchal", tras una escala en Río de Janeiro. Venía invitado por el diario Di Presse y por la Sociedad de Escritores Ídish de la Argentina, a dictar conferencias en la capital y en el interior del país. Su primera conferencia, el 14 de octubre en el Teatro Soleil, se titulaba "¿Pueden los judíos seguir siendo el pueblo del libro?" La siguiente conferencia fue el 27 de octubre en el Salón Teatro de la AMIA, sobre "Buscadores de Dios entre judíos y no judíos en nuestros días". El 7 de noviembre estuvo en Montevideo y el 13 en Dominguez, Entre Ríos.

(2) Por ejemplo, tangencialmente en El Spinoza de la calle Market (Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1967, pg. 18) y a lo largo de todo el relato, en Escoria (Ed. Planeta, Barcelona, 1991).

(3) En Un amigo de Kafka, Ed. Planeta, Barcelona, 1973, pg. 180/191. (4) En Di Goldene Keit, número 83, Tel Aviv, 1974, pg. 74/88. (5) En Uma noite no Brasil e outras historias, Editorial Guanabara, Brasil o en Old

Love, Farrar Strauss Giroux, NY, 1979

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Epílogo Las páginas de este libro constituyen una primera aproximación a algunas de

las formas que tomaron los encuentros entre el paisaje lingüístico, humano y físico de América Latina y el universo de la lengua ídish, una lengua que tras los dramáticos hechos que la tuvieron por protagonista, pareció haber entrado en una irreversible crisis terminal.

En Latinoamérica la influencia del ídish describió, desde finales del siglo XIX y hasta los años '60 del siglo XX, una parábola que acompañó el auge y la declinación de la vida ideológica, literaria y periodística en ese idioma, en boca de las primeras generaciones de inmigrantes de Europa Oriental. A partir de su paulatina desaparición, el mundo del ídish se vio confinado cada vez más al recinto de la cátedra y al de la investigación.

Pero desde fines del siglo XX y en lo que va de éste, ese inexorable apagón del ídish como instrumento vivo de creación y comunicación, comenzó a verse atravesado por raudales de luz que vienen cruzando todas las fronteras, incluídas las de América Latina. Hoy la letra y la literatura ídish viven y se multiplican en internet, la red de redes, tal como su melodía y espíritu, crecen y cobran insólitos auditorios con el impactante auge de la música klezmer.

La paradoja actual consiste en que los mismos ácidos que disuelven las singularidades, las refuerzan. La globalización y la hipercomunicación son virus que carcomen y liman los matices, pero también convocan anticuerpos que llevan a pueblos y comunidades a aferrarse con desesperación a sus voces más entrañables y a servirse precisamente de las poderosas redes informáticas para afirmar y difundir su particularidad.

Es el caso de la lengua ídish, que circula --sobre todo trasliterado en letras latinas-- por centenares de foros y sites, a través de los cuales muchos miles de navegantes hambrientos de ídish intercambian informaciones, memorias, preguntas, respuestas, cuentos o poemas. En un nuevo soporte pero conservando su honda intimidad dialogan así en ídish via red Montevideo con París, Sidney con Nueva York, Ottawa con Buenos Aires, Jerusalem con México, Caracas con Vilna.

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Otro ámbito que expresa esa extraña vitalidad del ídish lo constituye el de la música klezmer, una música surgida hace varios siglos de pequeños conjuntos instrumentales de Europa Oriental, y conjuga en su clima melodías gitanas, eslavas y jasídicas, blues y jazz, embebidas en el fuerte licor agridulce de la alegre nostalgia judía. Existen hoy en el mundo centenares de conjuntos klezmer alemanes, húngaros, franceses, israelíes, americanos, polacos, argentinos, integrados por hombres y mujeres, por viejos y jóvenes, por judíos y no judíos. En el mundo están de moda festivales de música Klezmer que duran varios días: uno cada año en Cracovia, uno hace poco en Canadá, otro en Vilna, uno pronto en Buenos Aires...

El aroma, la letra, la voz y la melodía de la lengua ídish, multiforme, íntima, inquieta, contestataria, dramática y alegre, está muy lejos aún de haber escrito su último capítulo en el mundo en general y en América Latina en particular.

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Índice *Introducción *Ídish, el país de la palabra *El ídish es también Latinoamérica Moishe Pinchevsky, Hogar (Argentina) Itsjok Ianasovich, Latinoamericana (Argentina) Leizer Aijenrand, La balada de Humahuaca (Argentina) Kehos Kliguer, Little Rock (Argentina) José Rabinovich, Conventillos (Argentina) Marcos Alpersohn, Hacia nuestras tierras (Argentina) Marcos Alpersohn, El pampero (Argentina) Marcos Alpersohn, El gaucho Barrabueno (Argentina) Aarón Faierman, Un visitante nocturno (Argentina) Itsjok Berliner, Contrastes (México) Iankev Glantz, Aldea indígena (México) Iankev Glantz, Pasos en las montañas (México) Iankev Glantz, Como ramas secas, tu ira (México) Moishe Dovid Guiser, Prodigios de las calles santiaguinas (Chile) Moishe Dovid Guiser, Manzanitas rojas (Chile) Moishe Lakietch, Brasil (Brasil) Arn Tzeitlin, Anochecer en La Habana (Cuba) Arn Tzeitlin, Los príncipes de los orígenes (Cuba) Osher Schuchinsky, En el puerto de La Habana (Cuba) Osher Schuchinsky, El Central Chaparra (Cuba) *¡Andá a cantarle a Jevel Katz! Jevel Katz, Basavilbaso Jevel Katz, En un conventillo Jevel Katz, Mi turné por la provincia *Bashevis Singer en América Latina y América Latina en Bashevis Singer

*Epílogo

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AARON TSEITLIN

Antología poética

Por Eliahu Toker

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Antología poética de Aarón Tseitlin

Por Eliahu Toker

También a mí me disgusta la metáfora vacía, / también yo soy, como tú, un realista, / sólo que mis realidades / no alcanzan para ti. // Yo también desprecio la retórica, / sólo que Dios es real para mí, / el alma, para mí, algo tangible / y concretos la culpa y Satanás. // Todo lo que para ti es retórica, / para mí es real y natural, / no meras palabras, versos a pulir, / materia literaria. // Mi verdad tiene otro rostro / que forjaron generaciones, / y otro es mi realismo, / el realismo de un judío. Este texto de Aarón Tseitlin resume el misticismo que atraviesa toda la obra de este poeta ídish, cuya íntima relación con la figura divina se expresa dialogando a menudo con ella, peleando, imprecando e, incluso, apiadándose a veces de la impotencia de ese Dios. “¿Y tal vez Él no sea tan gran Señor / como los filósofos lo consagraron? / ¿y tal vez padezca igual que la gente? / ¿y tal vez no sea en absoluto tan poderoso? / ¿y tal vez golpee al portón de los mundos / cada noche, como un mendigo agobiado?” Primogénito del famoso escritor y pensador religioso Hilel Tseitlin, Aarón nació en 1898 en Uvarovich, Rusia Blanca, y en 1907 se radicó con su familia en Varsovia. Poeta, ensayista, dramaturgo y periodista, utilizaba el ídish como su principal lengua de expresión poética, pero con idéntica soltura creaba en hebreo. En esta lengua publicó en dos grandes tomos una suerte de antología titulada Ha’metsiut ha’ajeret, La otra realidad. Pero no se consideraba un escritor bilingüe: “Yo escribo en una sola lengua, en la lengua sagrada ídish y en la lengua sagrada hebreo; se trata de una sacralidad lingüística interior. Cuando compongo un poema en ídish no me doy cuenta de que estoy escribiendo en ídish y lo mismo me pasa al escribir en hebreo. La que yo utilizo es la lengua sagrada del alma judía, de todas las almas judías”.

Ligado al movimiento expresionista, redacta en Varsovia desde 1930 una revista literaria, Globus, interesada en profundizar problemas de poética. El judaísmo no estaba de moda por ese entonces en el mundo literario, y mucho menos el misticismo judío —la revolución social era considerada la respuesta a todos los problemas de la humanidad—, sin embargo Tseitlin no sólo continuó desarrollando poéticamente su particular visión de mundo, sino que lo hacía sin ocultar sus dudas y contradicciones. “Yo no sólo no escondo mis contradicciones íntimas, sino que les doy especial expresión, las subrayo. Más aún, no puedo imaginarme una poesía que no esté movida por fuertes conflictos interiores. Dicen que soy un poeta religioso, pero la poesía, en la medida en que merezca ese nombre es, a mi juicio, de todos modos religiosa, siempre que no se entienda ese término en un sentido estrechamente ritual. Es religiosa incluso cuando blasfema. Pero en mi caso, yo diría que más que la religión lo que me ocupa es la fe. Y yo definiría la fe como algo dinámico y dialéctico; es decir, no algo cerrado y congelado, sino como un proceso continuo. Un personaje de Dostoievsky dice en alguna parte ‘Durante toda la vida me torturó el tema Dios’. Esto es lo que yo llamo fe.” Algunos de sus poemas ironizan a los escépticos: “Ustedes dicen: ‘¿Qué nos importuna / con realidades diferentes de esta / que conocemos por nuestros sentidos? / Con los dos pies estamos parados aquí / sólida, segura y concretamente. / También a la luna hemos de acostumbrarla / a los pasos del hombre. / Hemos de instaurar / nuestra realidad / sobre las estrellas / y ellas han de volverse mundos /iguales al nuestro. / También allí, sobre aquellas tierras, / hemos de erguirnos sobre ambos pies, / sólida, segura y concretamente.’ // Pero tontos, ¿es que acaso están parados vuestros pies? /

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¿Está la tierra detenida acaso? / Por el contrario, / la tierra es sólo una porción de cielo. / Junto con ella viaja el hombre; / junto con ella, sus pies. / Sólo esto es seguro y concreto: / todo es espíritu y está en el espíritu; / todo está en los cielos, y es cielo”. Desde ya que una parte importante de la poesía de Tseitlin está marcada por la Shoá, durante la que fueron asesinados su esposa y su único hijo, mientras él estaba ausente de Polonia. Pero resulta sobrecogedor encontrar entre sus textos, como entre los de otros poetas ídish, uno premonitorio, escrito en Varsovia en 1933: “¡Quién tiene la culpa de que sucumbamos, / de que no sepamos qué hacer con nuestras vidas! /.../ Quien sucumbe es culpable. Desolación es culpa; / y la culpa es castigo, y el castigo no ha de omitirnos / porque se rebasaron las medidas / y lo que una mano siembra, ha de cosecharlo. // Gases han de asfixiarnos. Hemos de yacer bajo cenizas / y el verdor heredará las parcelas muertas; / y una joven lluvia lavará la vieja tierra / y las cosas hablarán una nueva lengua / y Dios descenderá y resonará la risa de los niños”. Y también cabe un paralelo entre Tseitlin y otros poetas judíos, en la expresión de la culpa por haber sobrevivido. Escribe Tseitlin: “Me fui a tiempo y Dios ocultó / de mí los horrores. / ¿Por qué? ¿Por qué me fui de Polonia? // No tuve el privilegio de andar con mi pueblo / la senda de fuego, / y me tortura, como un pecado imperdonable / la culpa de seguir viviendo, / de seguir viviendo y haciendo versos”. Del mismo modo escribía Leivik: “Yo debí morir con vosotros / pero las fuerzas me faltaron, / y ahora lo hago todo por ocultar / el debatirse de mi verbo, de mis manos. // Ni la ira ni el dolor ayudan a ahogar / en sus abismos tormentosos mi culpa de ser; / la culpa de que las llamas de Treblinka / hayan omitido mis entrañas”. Pero, sin embargo, Tseitlin se apiada de Dios: “Me dan ganas de blasfemar por el dolor, / de blasfemar por el desastre que nos sucedió, / pero percibo la desventura del Creador; / puede que ella sea todavía más atroz. / Tras Maidanek el Creador es un Job, / un Job que no puede demandar a un Creador; / y cuando yo increpo, Él mismo increpa en mí. / En Él el llanto / y todas las penas en Él. // Enloquecidamente gira un círculo en un círculo, / y por los años que se hunden en maldad, / se deja oír —y yo también lo percibo— ese gemido, / el gemido de pena por Dios”. En 1940, tras pasar diez meses en Cuba, a la que dedica un ciclo de poemas, Tseitlin se radica en los Estados Unidos, donde aparecen, en 1967 y 1970, dos grandes volúmenes que reúnen toda su obra poética en lengua ídish: Lider fun jurbn un lider fun gloibn, Poemas de desolación y poemas de fe. Poco después, en 1973, fallece en Nueva York.

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Ser judío Ser judío significa correr hacia Dios siempre aun siendo alguien que huye de él; es esperar escuchar cualquier día, aun siendo ateo, la trompeta del Mesías. Ser judío significa no poder abandonar a Dios aun queriendo hacerlo; significa no poder dejar de orarle aun de vuelta de todas las plegarias, aun de vuelta de todos los aúnes. Si ves sufrir y no te enfureces Alábame, dice Dios, y sabré que me amas. Maldíceme, y sabré que me amas. Alábame o maldíceme y sabré que me amas. Canta Mis gracias, dice Dios. Levanta los puños contra Mí e injúriame, dice Dios. Canta Mis gracias o injúriame; también la injuria es una alabanza. Pero si permaneces encerrado en tu indiferencia, y atrincherado en tu qué-me-importa, dice Dios, si miras las estrellas y bostezas, si ves sufrir y no te enfureces, si no bendices ni injurias, significa que te creé en vano, dice Dios. Una lluviecita Ángeles que no crecen ni mueren; planetas cansados que rotan sin fin sobre sus propios ejes; seres de lejanas galaxias cósmicas, envidian a una lluviecita que salpica, mezclada con sol, rápida y luminosa; que, como la vida, llora un poquito, ríe un poquito y desaparece, dejando, por toda herencia, sobre la tierra, un retoño verde.

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Respecto de mí Soy metafísico y periodista: busco la rima entre eternidad y desperdicio. Soy la necesidad de Dios del ateo y la melancolía del humorista. Soy un bufón: mis realidades se burlan de vuestras realidades. Hay en mí un muerto que observa cómo yo, el viviente, vivo. Soy un sectario que no pertenece a secta alguna. Mi ojo pretende ver el mirar. Mi oído quiere escuchar el oír. Porque a la muchedumbre le resulta sospechoso todo sí, tomo venganza sin los sabios noes. También sobre la palabra y sus sentidos quiero encender un nuevo ojo; como una estrella, un tercer ojo: el tercer ojo del ciego. Yo soy yo, más… (Fragmento) Yo soy yo, más un libro que leo, más años que van y vienen, más todas las máscaras que llevo de día, más lugares por donde ambulo de noche en sueños, más todo lo que quiero y espero, más todos los todos, sin límite ni término. Ustedes dicen... Ustedes dicen: “¿Qué nos importuna con realidades diferentes de esta que conocemos por nuestros sentidos? Con los dos pies estamos parados aquí

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sólida, segura y concretamente. También a la luna hemos de acostumbrarla a los pasos del hombre. Hemos de instaurar nuestra realidad sobre las estrellas y ellas han de volverse mundos iguales al nuestro. También allí, sobre aquellas tierras, hemos de erguirnos sobre ambos pies, sólida, segura y concretamente”. Pero tontos, ¿es que acaso están parados vuestros pies? ¿Está la tierra detenida acaso? Por el contrario, la tierra es sólo una porción de cielo. Junto con ella viaja el hombre; junto con ella, sus pies. Sólo esto es seguro y concreto: todo es espíritu y está en el espíritu; todo está en los cielos, y es cielo. Desde el profundo desconocido Yo vivía hondamente en mí, no donde me encuentro. El estar, el encontrarse, eran para mí sólo intuición. Me enviaban mensajes desde el profundo desconocido. Largos años me esforcé por descubrir al barquero. Largos años me esforcé y ya estoy cansado de adivinar e interpretar. ¡Oh, amada mía, te quiero; estoy totalmente pendiente de tu labio; tiemblo por tu pequeña mano! Pero también tú, también tú eres intuida por mí, intuida solamente. Ardiente exterior ¡Si pudieses oír! Las estrellas ríen carcajadas de fuego cuando las paredes,

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esos oscuros guardianes, guardan tus sueños. Tú crees que duermes. Las paredes creen que cuidan. En el afuera cósmico, ardiente de estrellas, ven que tú giras como gira tu planeta. Tu fin está entre mundos, y tu cama, en el cielo. Visitas Nosotros somos visitas, nunca nos arraigamos en arenas terrestres, en mío y tuyo; nos resulta ajeno lo sólido y asentado, somos pájaros sin nido, visitantes apresurados. nosotros sólo somos minuto, viento, hálito; nube del anochecer, mitad sombra, mitad sangre, nube del anochecer, sin tiempo vacante, que se apresura y cambia, mudanza tras mudanza. No nos queda un sitio, el mundo nos resulta chico. Debemos transcurrir, no nos queda tiempo. No nos queda tiempo, en algún lugar nos esperan. ¡Rápido, rápido! Por si las puertas se cierran. El otro mundo del otro mundo es este mundo El otro mundo del otro mundo es este mundo, el mundo de aquí. Los espíritus de los seres del otro mundo somos nosotros, que llenamos este lado, el lado del empeño, el lado del hacer. Yo, Aarón de aquí, soy el espíritu de un Aarón de allí, y lo que yo hago aquí resuena sobre aquél, a quien no conozco y conozco: mis actos se hacen el paraíso de aquel Aarón o su infierno. Aarón de aquí, no tortures al de allí; él es tú. Entrégale actos límpidos y nobles. Ilumínalo desde aquí, desde este mundo. No te apartes de tu propia carne y sangre.

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Sencillo Todo este asunto que llamamos mundo, que llamamos persona, que llamamos historia, es, tal vez, en esencia tan terriblemente sencillo que cuando logremos levantar el velo, nos echaremos a reír y nos dejaremos caer de Dios a los pies: ¡Fíjate, mira, lo sencillo que es! Imagen “Es gloria de Dios tener secretos...” (Proverbios 25:2) ¿Quién dice que imagen es evidencia? La imagen es aquello que oculta. Cuando Dios quiso ocultarse creó la imagen. El mayor de todos los creadores de imágenes, cuanto más revela, más oculta. La clave Tus ambiciones diurnas son tus sueños nocturnos. Tu noche es como es tu día. ¿Dónde está la clave de la muerte? Está en tus jornadas. Tal como las vivas así morirás. Cuando la gris madrugada disuelve los sueños La banda toca con todo. La banda toca y los bailarines mueven las piernas. De pronto pega el silencio un papirotazo; los músicos se vuelven: —¿Qué sucede? La gris madrugada disuelve los sueños. Se burla en la sobria ventana: —Tontos musiqueros, vuestra paga está kaput

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esqueletos no pagan. Para cadáveres fue el concierto y los difuntos volvieron a sus fosas. Del baile, vuelta al gusano. —Madrugada, ¿de qué te burlas, gris y fría? ¿Ni paga ni bailarines? ¿Y qué hay con eso? Lo importante fue el juego. ¿Nu? ¿Y? Tengo alquilado un cuarto. Cuando me voy me llevo la llave. En el cuarto queda el silencio encerrado. Por la noche, cuando vuelvo, él se levanta contento de un salto. Tal vez traiga alguna respuesta a sus porqués. Se levanta de un salto y me mira a los ojos. ¿Nu? ¿Y? ¡Eh! ¡Dónde! hago un gesto con la mano. Él yace tendido sobre la cama como un pájaro medio muerto. (Yo no tengo para él consuelo... ¿Cómo dice Baudelaire? Poetas, albatros rengos...) Lobos Y en cuanto el reloj dé las doce van a venir manadas de lobos gris cenicientos; van a venir y alzar un llanto salvaje. En cuanto el reloj dé las doce los lobos van a comenzar a gemir, y tú tienes una puerta abierta por la que van a entrar corriendo en ti. Y a la noche siguiente vendrán los lobos y tú le pedirás a tu propia sombra “¡ayuda, socorro!” pero tu sombra permanecerá inmóvil sobre el muro, petrificada, y tú estarás solo. ¿De qué puede servirte tu pedido de socorro? Las doce son las doce y aparecen los lobos. De ti, de ti mismo es de donde vienen los lobos.

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El fondo ¿Ser o no ser? Ésta no es la pregunta. Sentido o sinsentido, quiero saber. Tal vez desde hace mucho, el balance divino haya hecho pedazos nuestras humanas cuentas. El balance justo es redondo: luna clara sobre valles ensangrentados. Pero las unidades lloran como niños torturados. Ser o no ser no es la pregunta; Sentido o sinsentido quiero saber. Quiero una rendición de cuentas no-divina por las lágrimas que los no-divinos debemos verter. Asesinos y palabras Cada día soporto menos las palabras que digo, las palabras que otros dicen. El mundo está colmado de palabras. La tierra está colmada de matanza. No existe región suficientemente apartada para librarte de asesinos y de palabras. Dramas en él Un actor le preguntó a mi padre cierta vez si vendría al teatro. Entonces sus pupilas se sobresaltaron como pájaros sacados de improviso del sueño. Yo tengo —dijo— mi propio teatro. Aquél no entendió, pero yo sabía bien a qué aludía mi padre. Sentado entre sus cuatro paredes sin cesar, sin cesar, sin que nadie los viese, sin que nadie lo supiese, en él subían dramas a escena.

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Dios, dejaste de creer en mí Dios, dejaste de creer en mí, eres un hereje, Dios, un hereje de mí; me arrastro en cuatro patas al abismo y no sé cómo se sale de allí. No sé cómo se llega, cómo se llega a Ti. Desde que dejaste de creer en mí está abierto mi abismo y cerrada Tu puerta, la puerta que lleva a Ti. ¿Qué se hace para que comiences a creer en mí? Cimientos (Fragmento. Versos parahamletianos, Varsovia, 1936.) 3 ¿Y tal vez Él no sea tan gran Señor como los filósofos lo consagraron? ¿Y tal vez padezca igual que la gente? ¿Y tal vez no sea en absoluto tan poderoso? ¿Y tal vez golpee al portón de los mundos cada noche, como un mendigo agobiado? 4 ¿Cuándo fue que una noche así anocheció? ¿Cuándo fue que un tiempo como éste maduró? Puede ser que Él se lo esté preguntando como yo en la noche, cuando el demonio golpea y vocifera. El asesino está de un lado de la noche, del otro lado estamos Él y yo. ¿Cuándo fue que una noche así anocheció? ¡Una misma noche para Él y para mí! A los dos nos dice el asesino: ¡Mata! ¿Cuándo fue que una generación así se generó? Los príncipes de los orígenes (Fragmento) Cuando yo, un judío de Varsovia, quedé suspendido entre Nueva York y La Habana, las veintidós letras de mi abecedario me descolgaron del patíbulo y me llevaron a su sagrada casa. Y cuando yo dejaba mi refugio de letras para ir a ver desfiles de mulatos por las calles de La Habana,

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ya sabía que tal como yo, el judío, sigo andando entre rocas y profetas por alguna parte del desierto de Judea, así sigue eternamente vivo el hondo espíritu ancestral de África en los ojos, gestos, danzas y tambores de sus hijos; y que no perdieron nada de su encanto original ni sus danzas inmemoriales perdieron su ritmo. Y cuanto más salvaje y propio era en sus maneras el carnaval de la jungla más claro se me hacía de las eternas formas lo inmutable: es imposible cambiar lo que tienen de distinto los príncipes de los orígenes humanos, que más allá de lugar y tiempo, se alzan como gigantes. Anochecer en La Habana El anochecer, —mulato demasiado alegre, narcotizado— relampaguea sobre La Habana con oscuridad de chocolate; baila y vocifera con encendido aliento. Y yo, un judío, a una Don Quijote y molino de viento, en medio de la barahúnda escuchar a Dios pretendo. ¿Quién tiene la culpa? (Varsovia, 1933) ¡Quién tiene la culpa de que sucumbamos, de que no sepamos qué hacer con nuestras vidas! Dentro de centenares de años, un ojo se atragantará de sol, y de niños resonará la risa. Y aún surgirán manos piadosas en lugar de las que alzan bayonetas; y florecerán poetas bucólicos cuya grandeza consista en que nada recuerdan. Quien sucumbe es culpable. Desolación es culpa; y la culpa es castigo, y el castigo no ha de omitirnos porque se rebasaron las medidas y lo que una mano siembra, ha de cosecharlo.

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Gases han de asfixiarnos. Hemos de yacer bajo cenizas y el verdor heredará las parcelas muertas; y una joven lluvia lavará la vieja tierra y las cosas hablarán una nueva lengua y Dios descenderá y resonará la risa de los niños. Enero 1938 Un perro cansado que dormita ante su cucha, yazgo ante Ti sin transgresiones ni buenas obras, un hijo malogrado de antiquísimos padres, leones en Judea. La cabeza sobre las patas yo acecho en la arena, acunado por moscas y en mí el vacío. El sol, Tu palabra que arde, sólo me calienta el lomo en mi pereza. Pero en alguna parte domina ya Tu mano la tormenta, y mientras mi cabeza sigue apretada contra la arena, Tu rayo todo temblor ata en un haz de fuego cielo y tierra. Como leve rocío se va a evaporar mi sueño, va a despegarse de las patas mi cabeza y yo voy a echarme a aullar. Enseguida va a desatarse al galope Tu tormenta. Señor de las catástrofes “Apaga, sueño tú, mi día, no quiero mantener los ojos abiertos. ¡Pena mía, duérmete! ¡Duérmete, duérmete, esperanza mía!

”Una cuna soy, una cuna, y a través de tiempo y sucesos me acuna y me mece cierta mano que no veo...” Así bramo verleniano, bramo una estrofa cansada... Pero aquella mano que no veo una catástrofe prepara. ¡No, no te duermas, pena mía, y no te duermas, mi esperanza! ¡Revélate, redentor mío, Señor de las catástrofes!

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En recuerdo de mi hijo en el no aquí a. El llanto Como hienas se echaron a aullar sobre Varsovia las sirenas. Eran advertencias contra ataques aéreos. Todavía no se había enfurecido entonces la furia divina. Faltaban para la guerra un par de años todavía. Pero aunque era solamente un simulacro Hersh-Bérele se echó a llorar como si los demonios de la guerra se hubiesen desatado ya, e incluso luego, cuando el aullido hubo terminado, el llanto siguió, siguió. Y ya no era él quien lloraba; él ya no. El llanto mismo se ahogaba en llanto. Desconsoladamente lloraba sin parar. El llanto lloraba. Debía hacerlo. Ahora, sabiendo lo que pasó luego, sé también por qué lloraba el llanto, y lo que él sabía sin nosotros saberlo. b. El abismarse Cuando una nubecita se queda en los cielos sola, puede detenerse y permanecer quieta tal como en plena vigilia se detenía en un sueño mi hijo, con sus cabellos de seda. Profundo y asombrado se abismaba, lo poseía cierta fuerza. ¿Estaría viendo y escuchando acaso a aquellos a quienes antaño perteneciera? Allá, en su luminosa inmortalidad, Hersh-Bérele ya vuelve a pertenecerles. c. La despedida Te despertaron en tu camita para que te despidieses de tu padre, y me entregaste para el camino una mirada que no deja de acompañarme. ¿No provendrá esa mirada de aquel sitio donde nada cesa nunca, donde tú mismo sigues siendo siempre? Así escucho hablar a mi hijo en el gueto En recuerdo de mi primogénito, el pequeño pintor, (que Dios vengue su sangre).

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Cuando papá me besó por última vez, era de madrugada y llovía mucho. ¿Qué distancia hay, mamá, hasta América? Tuve un sueño, mamá. Veo a papá de pie, con una gorra clara. Sobre él, un sol como vino rojo. Él abre América para nosotros y entramos. Así va a ser si no nos matan los alemanes. Mamá, dime: ¿por qué Dios creó alemanes? No llores, mamá. Sólo preguntaba. ¿Habrá algún lápiz? Voy a dibujarte el sol. Voy a dibujarte a papá con una gorra clara. Y los dos vamos a ver mi sueño. No tuve el privilegio Me fui a tiempo y Dios ocultó de mí los horrores. ¿Por qué? ¿Por qué me fui de Polonia? No tuve el privilegio de andar con mi pueblo la senda de fuego, y me tortura como un pecado imperdonable la culpa de seguir viviendo, de seguir viviendo y haciendo versos. Y esta culpa va a envenenarme mientras no obedezca alguna de estas tres ideas que me librarían de ella, ideas que me esperan y me llaman, ideas al rojo vivo: una conduce a la santidad, la otra, a la locura y la tercera, al suicidio. Pero el suicidio es demasiado fuerte para mí, el débil; Mi pequeñez no puede permitirse la santidad y ni siquiera soy capaz de perder el juicio.

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Después de ocurrido todo Ruina, desolación, montañas de basura, piedras, ladrillos, huesos. Quemado el niño, yace su cunita tirada entre los desechos. Trozos de vidrio, montones de ceniza, negras suelas podridas. Si los pies ya no están, ¿suelas quién necesita? ¿De qué sirve la fragua si yace sin herrero el martillo? ¿De qué sirve una gorra sin cabeza; un manto de plegarias sin judío? Sin embargo tal vez Un niñito judío en un campo escribió un poema. Había allí, en ese poema, versos así: ¿Quién sabe? Sin embargo tal vez haya Dios... Sin embargo tal vez...

Un abismo de congoja. Una perla de consuelo. Una perla de consuelo en un abismo de congoja.

No puede olvidar mi corazón ese “sin embargo tal vez”. Biblia Un judío de los sobrevivientes, judío polaco, me dijo: Seguir creyendo en Dios, sólo usted puede hacerlo todavía, usted, porque no estuvo allí... Si hubiese vivido todo aquello se hubiese vuelto otro. Y le pregunté a aquel judío: Siendo así, ¿por qué sigue usando aladares y barba? ¿Qué le queda sin Dios? Y el judío me respondió bajando la voz: La Biblia me queda, la Biblia... Fuera de la Biblia el mundo es todo pesadumbre... La Biblia es la dicha terrena... la única alegría...

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Y el desaliento que envolvía sus palabras se volvió un luminoso desaliento . Pena por el viejo Dios (Fragmento) El dolor me produce ganas de blasfemar, de blasfemar por la catástrofe que nos sucedió, pero percibo la desventura del Creador: puede que ella sea todavía más atroz. El Creador tras Maidanek es un Job, un Job que no puede demandar a un Creador; y cuando yo increpo, Él mismo increpa en mí. En Él arde el llanto y en Él lloran todas las penas. Enloquecidamente gira un círculo en un círculo, y por los años que se hunden en maldad, se deja oír —y yo también lo percibo— ese gemido, el gemido de pena por Dios. Janusz Korczak Y aquel día Dios mismo se volvió un callado hereje. ¿Para qué —se preguntó— habré creado el mundo y las generaciones? Ni el ministro de las risas celestiales logró ahuyentar la tristeza del Todopoderoso. (A menudo solía leerle tonterías que un filósofo filosofaba respecto de Él y cosas por el estilo.) Pero ahora había perdido la fe hasta en su propia existencia. (Si Yo existo, ¿cómo puede existir una inmundicia tal como el nazismo?) Alrededor de Él brotó una muda oscuridad. Pero entonces llegó a los cielos cierto doctor, niños detrás suyo marchando en fila encendiendo el firmamento con una canción. Observa: los tremendos sucesos se evaporan y desaparecen. Mientras viajaban en el vagón de la muerte cantaban esta canción; con la misma canción ascendieron traídos por el humo y continúan cantándola aquí arriba.

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Es una marcha para ir de paseo: “¡Un, dos, tres, vamos a la tierra de la libertad y la frescura, a la tierra del verano; un, dos, tres, a la tierra de sol marchamos, marchamos. Nuestro andar es grato y ligero! ¡Un, dos, tres, a la tierra del sol, a la tierra del verano!” El doctor marcha delante, un poco encorvado; tras los anteojos sonríen sus pequeños ojos bondadosos; siguiendo el ritmo se sacude su rubia barbita cana. Y también él, el hombre mayor, el doctor, con ellos canta: “¡Un, dos, tres y nada de preocuparnos! Vivimos y a la tierra del sol nos llevan nuestros pasos”. Y el Creador les tomó prestada la alegría, y dijo: —Ahora compruebo que realmente existo. Lo que yo sé a. Yo no soy grande, pero sé lo que es grandeza. Llevo en mi corazón su medida y no pueden engañarme. De la grandeza observé los éxtasis y sus hondos pesares. Aquella grandeza de un judío del Salterio que largas generaciones forjaron hasta ser Hilel, hijo de Aarón-Eliezer, que fue asesinado por la sentencia más inicua de todas las sentencias. ¿Pero cómo es que pudo dejar de ser? ¿Cómo puede el asesino matar la eternidad de la grandeza? b. Yo sé lo que es grandeza. Pequeñez no puede engañarme. Y sé lo que es belleza. Bajo un mismo techo conviví con ella. Aquella belleza de las hijas de Israel que generaciones forjaron sobre tierra polaca, hasta hacerse Tolie, la hija de Hirsh-Ber que era mía y no lo era (la belleza sólo es dada en préstamo sobre la tierra). Y ella fue asesinada por la sentencia más inicua de todas las sentencias. ¿Pero cómo es que pudo desaparecer? ¿Cómo puede matar el asesino la eternidad de la belleza?

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El sello de Dios Cuando reflexiono sobre aquello que personas, criaturas de mi especie, le hicieron a millones de seres de mi antiguo origen; cómo cierto alemán-Caín facha de araña, que moviendo un dedo te condenó a las llamas, me devora la vergüenza de ser parte de los vástagos de la serpiente, de los bastardos de Eva (hierve en ellos el veneno de su padre) y maldigo el “creced y multiplicaos”. Pero cuando recuerdo que tú, que también tú, belleza de querubín hecha mujer, fuiste persona, con cuerpo de persona, brota tal luminosidad de tu recuerdo que hondamente asombrado como un niño vuelvo a ver sobre la gente el sello divino, y en voz baja murmuro para mí: Y Dios creó a la persona, a su imagen y semejanza la creó. Canto al sabra (Nueva York, 1948.) (Fragmento) ¡Compréndelo! Aunque en la crónica de las generaciones yo sea apenas un punto sin envergadura, lo que digo te es dicho en nombre de una bimilenaria angustia; en nombre de una santidad torturada que es tu herencia. Constituyes, lo quieras o no, el heredero. Debes corregir las lágrimas que generaciones vertieron por la destrucción de Jerusalén. Debes darle sentido a la sangre que corriera dos mil años y, lo que resulta seis millones de veces más difícil, darle sentido a Maidanek, darle sentido a Treblinka. Generaciones te alcanzaron un vino de vinos, un oscuro brebaje de penas judías; no vuelvas el rostro, ¡bebe! Dos mil años recordamos Jerusalén hasta que te sangramos la nueva. Ahora vamos a tener que recordar Maidanek. Si olvidas, profanas un juramento y el Estado judío sólo será un episodio. En cada una de tus fiestas, en tu mayor alegría,

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no has de olvidar la endecha, ni las lamentaciones. Si te olvidase, Maidanek, que se seque mi diestra; que mi lengua se pegue al paladar, si no te recordase.

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Diagramación JUAN H. MORO © 1983 by EDITORIAL PARDÉS Mendoza 1638, P.B. Buenos Aires, Argentina Hecho el depósito de ley Impreso en Argentina Printed in Argentine I.S.B.N. 950-9211-03-6

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Abraham Sútskever, testigo poético del reciente pasado judío

por Eliahu Toker

Fueron multitud los poetas judíos que le pusieron palabras a la experiencia

contemporánea de su pueblo, pero ninguno de ellos estuvo, como Abraham

Sútskever, ubicado en el curso de los últimos ochenta años, exactamente en los

escenarios donde se jugaba el drama histórico del pueblo judío, dando testimonio

lírico en lengua ídish. A través de su caudalosa obra poética puede reconocerse una

suerte de hebra que va hilvanando su biografía con la historia de su tribu.

Nacido en 1913 en Smorgón, villorrio lituano plantado en las cercanías de Vilna,

tras una infancia abierta a las inmensidades de Siberia, participó de uno de los más

inquietos grupos literarios de lengua ídish, Iung Vilne, quedando atrapado en el

ghetto al caer Vilna en manos nazis; huyó por las cloacas a los bosques y participó de

la lucha partisana; tras la guerra asumió el rol de testigo en el juicio de Nüremberg y

por fin renació con el Estado Judío en Israel, transformándose, precisamente allí, en

uno de los puntales de la creación en lengua ídish.

Y cada uno de sus encuentros cara a cara con la historia cobró entidad poética

en su palabra, dotada a un tiempo de un vuelo, de una fuerza, de un compromiso y

de una belleza singulares. Varias veces candidato al Premio Nóbel de Literatura,

posiblemente Sútskever no lo haya recibido por pertenecer al mundo poético casi

secreto de esa lengua ídish, no suficientemente traducida a las lenguas centrales.

Recordemos que Bashevis Singer recibió el Nobel a partir de las excelentes versiones

inglesas de sus obras.

POÉTICA DE UNA VIDA

“Treinta años tenía mi padre cuando le estalló el corazón / mientras tocaba la melodía del rabí

Leivi-Itsjok / al anochecer, en un violincito. / El violín se debatía sobre su hombro como una

criatura..” Así recuerda Sútskever a su padre, que murió cuando él tenía sólo nueve

años, pérdida que cortó abruptamente su infancia siberiana, enamorada de la

naturaleza. Había sido allí donde sus ojos se impregnaron de una luz y de una

amplitud que más tarde cobrarían presencia física, palpable, sensual, en su poesía,

cosa totalmente infrecuente entre los escritores de lengua ídish, que en su inmensa

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mayoría eran hijos de los estrechos villorrios judíos de Europa Oriental. En el grupo

literario “Iung Vilne” al que se había integrado, grupo socialista revolucionario de los

años ‘30, él era el único que se permitía cantarle un “Himno a las rocas” diciendo:

“Sólo pretendo, como vosotras, desplegar las manos entre las nubes / y lavar mi cabeza terrena

en fuego cósmico”. Acerca del Sútskever de entonces contaba luego el poeta partisano

Shmerke Kacherguinski en sus memorias: “Su poesía contenía demasiado canto de pájaros

y sonido de cristales para una época de acero como aquella. Lo que queríamos eran poemas

combativos, revolucionarios, pero qué podíamos hacer con él, si donde todos veían los estrechos

jirones de cielo que recortaban las angostas callejuelas de Vilna, él veía los amplios cielos de

Siberia...”

Pero todo cambió con la entrada de los nazis a Lituania y con la clausura de sus

judíos en el ghetto de Vilna. “La primera noche en el ghetto es la primera noche en el

sepulcro, / después uno se acostumbra”, escribe Sútskever, y agrega: “¿Podrán naufragar

barcos en tierra? / Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos.”

En sus poemas del ghetto despliega Sútskever su verdadera estatura poética en

versos memorables, como aquel “Las planchas de plomo de la imprenta de Rom”

donde vuelve leyenda el momento en el que van haciéndose balas las líneas de plomo

que en la famosa imprenta de los hermanos Rom, habían impreso tratados

talmúdicos, novelas en ídish y ensayos rabínicos. Pero su obra más conmovedora

acerca de esa época se titula Gueheimshtot, “Ciudad secreta” o "Ciudad clandestina",

obra maestra que Sútskever compuso al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

UN POEMA SALVAJE Y CONMOVEDOR

“Tan pequeño como es, éste libro da miedo; un león vive agazapado entre sus

páginas.” Así dijo el novelista Sholem Ash refiriéndose a este poema de Sútskever,

escrito tras la salida del poeta del ghetto de Vilna y de los bosques partisanos, obra

maestra de la literatura ídish, aparecida en Tel Aviv en 1948. Extenso poema

orquestado en 42 cantos y compuesto por más de doscientas estrofas de diez versos

cada una, suman a la fuerza y belleza de sus imágenes y de su historia, una singular

musicalidad.

El inicio de esta saga está fijado en 1943, tras la destrucción total del ghetto de

Vilna, y trata acerca de un puñado de judíos que se refugian en las laberínticas

cloacas de la ciudad. El poeta, que deambula por las desoladas calles creyéndose el

último sobreviviente judío, es detenido por una mujer que le dice: “No soy una extraña;

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rica como tú, / pobre como tú, si no tienes un sitio mejor al que ir / ven conmigo a la ciudad

secreta y no hagas preguntas.” Así comienza su descenso a esa ciudad clandestina

habitada por diez personas, el quorum mínimo judío para rezar en comunidad. Vilna

era llamada “la Jerusalén de Lituania”, entonces Sútskever denomina al laberinto de

cloacas en el que sus últimos judíos encuentran refugio, “la Jerusalén subterránea”. Y

esa extraña Jerusalén de las cloacas cobra una inusitada belleza en estas páginas. Los

canales son “palacios acuáticos”, “las cañerías resuenan con una música de pianos rotos”.

“UN PUEBLO DE DIEZ PERSONAS”

“Paciente lector, no busques a la persona del poeta en este poema salvaje.

Si quieres conocer su relación con los demás y consigo mismo,

observa las luces y sombras de sus compañeros y lo cownocerás mejor que él mismo.”

¿Quiénes conformaban ese “pueblo de diez personas” reunido por la casualidad en

esa ciudad secreta? Un maestro, un médico, una mujer embarazada, un refugiado, un

ciego, un anciano religioso, un niño, una muchacha, un partisano, la madre del

partisano y el poeta testigo. Luego, a lo largo del poema, cada uno de los que habían

encontrado refugio en esas entrañas de Vilna, iría hilvanando su historia, pero lo

primero era hacer de ese grupo de sobrevivientes judíos, allí, en la oscuridad de los

canales, entre las aguas servidas, una comunidad. Folie, el joven partisano, asume el

liderazgo y va asignando a cada uno una tarea, la primera de ellas, a Guedali, el

maestro, escribir las crónicas de lo que habían vivido y vivían, para la memoria del

futuro. A Lipman, el médico, le encomienda hacerse cargo --a orillas de las aguas

servidas-- de la salud e higiene de sus compañeros y de la calidad del agua que

beban. A Kraine, la mujer embarazada, le encarga el cuidado del niño y promete

conseguirle, en su próxima salida, una cuna, una lámpara, una sábana, una jarra con

leche. Al ciego le encomienda permanecer despierto y aguzar el oído cuando los

demás duerman, por si descubren su refugio los alemanes. A Arone, el refugiado, que

fuera contador en su otra vida, antes de la guerra, le encarga que administre la

comida y el dinero colectivos. Al anciano religioso lo libera de toda obligación, pero

Reb Nosn ruega que le permitan ser útil, que le permitan ser el zapatero de esa

pequeña comunidad. A Dvoire, la muchacha, la hace cargo del lavado de la ropa de

todos, ofreciéndose a ayudarla de ser necesario; a su madre le confía la tarea de

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alimentar a todos, al poeta le encomienda crear belleza y él mismo, Folie, asume la

tarea de la venganza.

RENACER CON EL ESTADO JUDÍO

Terminada la guerra, Sútskever rechaza una invitación a radicarse en la Unión

Soviética donde ofrecen otorgarle un premio Stalin. En cambio, en septiembre de 1947

arriba a un Israel en pleno trabajo de parto. Con su llegada al inminente Estado judío,

se abre una nueva época en su poesía. Dice en uno de sus primeros poemas israelíes.

Si no estuviese junto a ti / y no respirase aquí dolor y dicha; / si no ardiera con el país, / país volcánico entre dolores de parto; / si ahora, tras la inmolación / no renaciera con este suelo

/ donde cada piedrita es mi abuelo, / el agua no calmaría mi sed / y el pan no saciaría mi hambre.

Sútskever llegó a Israel en plena la lucha idiomática entre el ídish, (presunta

lengua diaspórica y antisionista) y el hebreo, que simbolizaría antiguas glorias

nacionales, en el marco de una fuerte tendencia a negar de un plumazo los dos

milenios de vida judía fuera de su tierra. De ahí el profundo significado que tuvo el

que en 1949, a sólo un año de la proclamación del Estado, la Histadrut, la CGT israelí,

dirigida por el partido gobernante, decidiese solventar una publicación en ídish de

alto nivel literario, y que la dirección de esta revista-libro trimestral le fuese confiada

a Sútskever. No por casualidad el nombre dado a esa publicación fue Di Góldene Keit,

“La cadena áurea”, título que alude a la ininterrumpida continuidad de la historia del

pueblo judío. Esta revista constituyó durante casi cincuenta años un permanente

acontecimiento cultural en el mundo de habla ídish, por la calidad de su material

ensayístico y creativo.

En 1953 estuvo Sútskever en Buenos Aires, invitado por la comunidad judía

porteña. En Buenos Aires lo conocí y comencé a verter poemas suyos al castellano,

versiones que con el tiempo tomaron forma de libro. Volví a encontrarme con él en

su casa de Tel Aviv y siempre seguí encontrándome con él en su inagotable poesía.

Pocos poetas ídish tienen una obra tan empapada de historia y al mismo tiempo una

voz tan lírica, que fluya tan melodiosa y libremente, contagiando de poesía todos los

temas que se ponían al alcance de su mirada profundamente inocente, fuerte,

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refinada y tierna. Abraham Sútskever, que falleció en Tel Aviv en la madrugada del

20 de enero del 2010, concebía así el final de los días:

Y será al final de los días; / sucederá entonces: El hijo del hombre / no llevará más hasta su boca hambrienta / ni pan ni carne vacuna, ni higo ni miel; /

probará apenas una palabra o dos / y quedará saciado.

PARA UNA NUEVA BIBLIA

En diciembre de 1947, en el curso de una conferencia del IWO de Nueva York,

el poeta y ensayista ídish Meilej Ravich formuló una extraña propuesta. Dijo que tal

como en la Biblia hebrea libros compuestos a lo largo de toda una época fueron

canonizados para que siguieran vigentes y no se perdiesen, después de la Shoá habría

que canonizar una segunda Biblia, para que la sabiduría, la belleza y la espiritualidad

de la judería de Europa Oriental sobreviva al fuego y a las ruinas. No creo que

suceda, pero si alguna vez se concretase la idea de Ravich, no me cabe ninguna duda

de que el poema de Sútskever, “Gueheimshtot”, tendría asegurado un lugar en esa

nueva Biblia hebrea, en ese segundo Tanaj.

PEQUEÑA ANTOLOGÍA POÉTICA

La que sigue es una breve antología de su obra poética, vertida al castellano por

mí a lo largo de muchos años, tratando de rescatar la honda y sabia frescura del

original.

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Himno a las rocas Trepo a vuestras alturas, rocas marmóreas, y aunque fuese ciego, con la noche en los ojos, hermanos les juro, no detendría mis pasos, porque traigo en equilibrio, siempre conmigo, libertad y amor, y ninguno pesa más que el otro al borde de los abismos. Amo vuestro coraje, que mira hacia las resonantes esferas; amo vuestro aire frío y fuerte, que lleva en sí vuestro espíritu. Amo el miedo, el miedo de trepar sobre vosotras, miedo de verme a solas, cara a cara, con el filo de vuestros precipicios. Antes aún de haberlas rozado con mis labios, antes aún de haber aspirado vuestro aliento había soñado con ustedes. Y mientras alrededor de mí la maldad y la pequeñez humana levantaban polvo, ustedes brotaban luminosas ante mí, en las sombras del ojo, descubriendo algo más elevado en la desolada confusión. Ahora son ustedes rocosa verdad y orgulloso símbolo, y yo oigo golpear vuestro corazón bajo pieles marmóreas. ¿Qué persigo aquí? Me avergüenza decirles, gigantes, que persigo el mismo fin que maduró antaño en ustedes, aún antes de que se alzaran de entre las bajezas terrenas y penetraran las nubes con vuestras testas. No me apuñalen, marmóreos dioses, con vuestras miradas, no me arrojen a las llamas, luminosos monstruos, por mis ambiciones, no se burlen de mí por la pétrea plegaria que les dirijo. Sólo pretendo, como ustedes, desplegar las manos entre las nubes y lavar mi cabeza terrena con fuego cósmico. Pequeños relámpagos Te resulta un acertijo mi vida; querés que te cuente. ¿Que te cuente qué cosa? Contar porque sí, contar los años nuevamente, para que parezca más luminosa la cueva por la que los dos erramos. De acuerdo. Pero me da miedo tu mano. Ponete un guante: Yo fui quiromántico... Yo fui quiromántico. Y filas de manos

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rodearon mi cuarto para que yo las leyera como cartas y abriera los ojos del mañana. Junto con la milagrosa leche de mi madre penetró en mí el secreto de su escritura. Yo leí su secreto en las arrugas de manos y en palmas que aún acariciaban cuerpos y ejecutaban sinfonías. Yo vi en manos de hombres y de muchachas enamoradas, como pequeños relámpagos en la noche, claramente trazada la firma de un demonio. Yo leía y callaba para no engañar a la verdad con el verbo del embuste. Por eso no pude evitar la pena merecida: todas las manos cayeron sobre mi pupila, vueltas ceniza. Y sólo la mano de un esqueleto, condenado al insomnio vino a preguntarme cuándo resucitaría su dueño. Y hasta mi diván, donde yacía enfermo, tendió su pata un lobo ataviado con una piel azul de nieve para que le revelara si ya se había encendido una hoguera, y una estrella estiró ante mí su dedo diamantino para que yo le dijera quién caería primero, yo o ella. ¿Seguir contando? ¿Terminar rápida o lentamente? Seguramente ya sabes que el contar no alivia. Descalzo Nos descalzamos en medio de la ardiente ciudad, y de veras parecíamos recién nacidos a merced del desparpajo. Si con idéntica rapidez fuese posible descalzar también por un instante de sus pesadas botas a los pensamientos, qué fácil sería salvar mil millas de un salto descalzo y caer en la propia infancia. Elegía a la muerte de un elefante ...Y de pronto se detuvo su corazón en el zoológico. Dentro de él, a un herrero invisible se le deslizó el pesado martillo de entre las manos

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sin que pudiese volver a levantarlo. Inútiles, las traviesas manzanitas rojas ya tienen para él sabor a sombra. Y allá lejos, en las junglas africanas, tras Mozambique, los patriarcas lo lloran. Improvisación No acumules avariento tus horas; que el tiempo no se haga más el payaso. Tiéndelas por sobre todos los abismos y atrapa en una red al ocaso. Que se echen a nadar los mares y salten precipicio abajo con tal de burlar a la muerte. No te arrodilles en su teatro. Arráncale la máscara y échale rápidamente tus horas encima. Los ancianos mueren en plena juventud y los abuelos son sólo niños disfrazados. Balada de una única línea (Fragmento) Los labios de la muchacha son una miniatura, ni una pizca más grandes que sus ardientes ojos entornados. No comprendo entonces cómo logran salir de ellos tantos besos. Cuando el manzano es generoso y se desprende de sus frutos, para que vuelva a frutecer lo tengo que desear un año entero. Pero Zuse, la hija del boticario, con sus pequeños labios, ayer me regaló todos sus besos y, milagro de milagros, hoy ya corre trayendo nuevos. Elefantes de noche (Canción de cazador) Elefantes de noche, que como pesados espíritus vienen uno tras otro

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a bañarse en el río, no son elefantes, sólo llevan puesta una máscara. Yo, el cazador de noches, que vi transformarse estrellas en antílopes, cierta vez, al borde del agua, espié entre la hierba a siete elefantes lunares que se acercaban a la orilla. Uno a uno observaron un rato el río por si alguien los veía, y luego se quitaron sus máscaras de elefante. Desvistieron las orejas, los colmillos, las largas trompas, y aparecieron ante mis ojos siete muchachas. Siete muchachas cortan el agua con sus pechos, se mueven como rayos provocadores, nadan, nadan. Yo lo sabía: enseguida van a volver nadando a vestirse de nuevo orejas, trompas, a volverse otra vez elefantes. Entonces, más sigiloso que una víbora, me arrastré hasta las máscaras, tomé una y volví a esconderme. Y cuando las siete muchachas ataviadas con perlas comenzaron a ponerse sus vestimentas de elefante, a una le faltó su máscara y quedó desnuda sobre una piedra con piel temblorosa, sin amigo, sin cariño, sin ayuda. Y yo, el cazador, me casé con ella; con una muchacha sin máscara. La primera noche en el ghetto “La primera noche en el ghetto es la primera noche en el sepulcro, después uno se acostumbra”, así consuela mi vecino

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a los verdes cuerpos entumecidos sobre el suelo. ¿Podrán naufragar barcos en tierra? Yo siento que bajo mis pies naufragan barcos y sólo el velamen se arrastra por encima, deshilachado y pisoteado en forma de verdes cuerpos duros tendidos sobre el suelo. Llega hasta el cuello. Sobre mi cabeza pende una larga canaleta atada con hilos estivales a una ruina. Nadie habita los cuartos. Sólo aullantes ladrillos arrancados, con trozos de carne, de sus muros. En otros tiempos una lluvia solía desgranar su música en la canaleta leve, blanda, bendiciendo. Madres solían colocar baldes debajo recogiendo la dulce leche de las nubes para lavar el pelo de sus hijas y que las trenzas brillen. Ahora las madres ya no están; tampoco las hijas ni la lluvia, sólo ladrillos en una ruina; sólo ladrillos aullantes arrancados con trozos de carne de los muros. Es de noche. Un negro veneno gotea. Yo soy un rescoldo traicionado por la última chispa y hondamente apagado. Sólo la ruina es mi hermana. Y el húmedo viento, que cayó sin aliento sobre mi boca, con suave piedad acompaña mi alma, que se separa del trapo de la osamenta como se separa la mariposa del gusano. Y la canaleta cuelga todavía sobre mi cabeza en el espacio y fluye por ella el negro veneno, gota a gota. Y de pronto, cada gota se hace un ojo. Estoy completamente empapado de ojos luminosos. Una red de luz recogiendo luz. Y encima de mí, la canaleta atada a la ruina con hilos de araña, un telescopio. Penetro a nado por su tubo y las miradas se unen luminosas. Allí están, como ayer, las familiares estrellas vivientes de mi ciudad. Y entre ellas, también aquella estrella tras-sabática a la que labios de madre elevaban una bendición: Feliz semana. Y comienzo a sentirme mejor. No existe quien pueda enturbiarlo, destruirlo, y yo debo vivir, porque vive la buena estrella de mi madre. Mi madre (Ghetto de Vilna, octubre de 1942)

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VI Busco las queridas cuatro paredes entre las que tú respirabas; bajo mis pies dan vértigo los escalones como si fuera un pozo hirviente. Tomo el picaporte y empujo la puerta hacia tu vida… Me parece: un pájaro llora en la jaula de los dedos. Entro en la habitación donde se cubre de sombras tu sueño. Apenas alienta todavía la luz que encendiste. Sobre la mesa el vaso de té que no alcanzaste a beber. Aún se mueven tus dedos sobre los bordes plateados. En la lamparilla agonizante la lengüita de luz pide piedad. Y para que no deje de arder agrego a la lámpara mi sangre… VII En lugar tuyo encuentro tu camisón rasgado; lo tomo y lo aprieto contra mi corazón avergonzado. Los agujeros del camisón se hacen mis días y su puntilla se vuelve la sierra que corta mi corazón. Rasgo mis ropas y como si penetrara en mí mismo penetro en tu abierto, desnudo camisón. No es ya más una camisa, es tu piel luminosa, es tu fría muerte. Lo que quedó de tu muerte. Ejecución (Ghetto de Vilna, 1942) Cavo una fosa como se debe y ordenan y busco consuelo en la tierra entretanto. Un golpe de azada y aparece debajo debatiéndose, patético, un pequeño gusano.

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Mi azada lo corta y sobreviene un milagro: el gusano partido se hace dos, se hace cuatro. Otro corte de nuevo y ya son seis los gusanos, ¿y todos estos seres creados por mi mano? Vuelve el sol entonces a mi ánimo sombrío y la esperanza fortalece mi brazo: si un gusanito no se rinde a la azada, ¿es que eres, acaso, menos que un gusano? Ante un cálido montículo (Bosque de Vilna, 15 de diciembre de 1941) Ante un cálido montículo de bosta equina caliento, caliento mis manos heladas. Caliento mis manos y mi corazón se entristece: qué poco entendí y reconocí hasta ahora la grandeza de lo pequeño… También puede suceder que se haga canto de sublime belleza, de un montoncito de bosta su cálido aliento. Mientras escribía con ojos cerrados... Mientras escribía con ojos cerrados un poema, sentí de pronto arder fuego sobre mi mano; y cuando desperté, brotaba como una flor, de las negras llamas del papel, el hálito de un nombre: DIOS. Pero, maravillada y temerosa, mi pluma borró ese nombre y escribió en su lugar uno más familiar: HOMBRE. Desde entonces, como un pájaro invisible, me persigue siempre una voz que picotea en las raíces de mi alma: “¿Por quién me has cambiado?” Vino Me rozó el aleteo de un ala:

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—¿Qué desea tu voluntad? —¡Transfórmame en vino! Satisfizo mi deseo. Como oro en un crisol ya me deslío y fluyo en la grieta de una roca como en una copa, y alguien me bebe hasta el fondo y se va flotando cada vez más alto. Tu camino va de comienzo en comienzo… Tu camino va de comienzo en comienzo ya que el final está de incertidumbre hecho; levanta, entonces, más alto la bandera de tu fe y vive, como un águila, en brazos del viento. Un instante (Ghetto de Vilna, 7 de abril de 1943) Un instante cayó como una estrella. Lo atrapé entre los dientes y cuando se partió su pepita me salpicó con un llanto majestuoso. Cada gota refleja en sí una intención distinta, un sueño diferente: he aquí un sendero alado, de mil manos; he aquí un puente para descifrar el sueño. Y he aquí a mi abuelo, con una serpiente en su cabecera, y he aquí a mi pequeño, destrozado contra una piedra. También encontré una gota libre y yo mismo me encerré en ella. Cada hora, cada día (Ghetto de Vilna, 27 de abril de 1943) Cada hora, cada día, ya no es más una hora, ya no es más un día; es un altar alzado en tu interior donde todo es devorado, lo que sientes, lo que ves; y todavía cantas

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mientras te devoras a ti mismo. Las planchas de plomo de la imprenta de Rom (Ghetto de Vilna, 1943) Como dedos que se estiran por entre barrotes para atrapar el aire luminoso de la libertad, así nos deslizamos en la noche para cargar las planchas de plomo de la imprenta de Rom. Nosotros, los soñadores, debemos volvernos soldados y fundir en proyectiles el espíritu del plomo. Y abrimos de nuevo el cerrojo de ese familiar refugio eterno. Blindados por las sombras, al resplandor de una lámpara, fundimos las letras línea a línea tal como los abuelos, hace siglos, en el Templo echaban aceite en los candelabros. El plomo refulge al hacerse bala, pensamientos fundidos letra a letra —una línea de Babilonia, una de Varsovia— hierven, corren a adoptar la misma forma. Oculto en las palabras, el heroísmo judío Con su estallido debe conmover al mundo ahora. Y quien haya visto las armas en el ghetto aferradas por heroicas manos judías, vio debatirse Jerusalén, caer sus muros graníticos; entendió las palabras fundidas en los proyectiles y en el corazón reconoció su voz. Una florcita (Ghetto de Vilna, 29 de mayo de 1943) Por querer pasar una florcita por el portón pagó mi vecino con siete azotes. ¡Qué valiosa es para él ahora esa primaverita azul, esa florcita de pupila de oro! Mi vecino carga el recuerdo sin deplorarlo: la primaverita alienta en su carne; así lo quiso…

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El profeta Ghetto de Vilna, 17 de julio de 1943) …Y ese vecino mío, al que llaman profeta, dice al huérfano: “Toma mi manto de oraciones y cósete con él una camisa y vístela y vive y mira sin temor al mundo que una tela de araña es el muro que te impide ser”. Y como un águila gris se precipita el profeta hacia el que yace asesinado y se arrodilla a sus pies: “Diles a las víctimas de la ciudad, hermano, que ya viene la venganza, nuestro tempestuoso Dios”. Y como una piedra que cae en un río y despierta un círculo así se hunde cada rostro en el anciano. Y alguno dijo: “Loco” y otro se rió cuando el profeta, cierta noche, se echó a cantar. Pero él me explicó de su canto el sentido: “Recibo la venganza que viene, con regocijo”. Mi salvadora (Ghetto de Vilna, 1943) Dime qué te une a mí, luminosa abuela, para esconder a un extraño en tu casa y traerme, tan familiar y dulcemente, leche, una piel de oveja para calentar mis pies, pan tibio, sueño humano, y una sonrisa como el canto de las arrugas de tu piel. El viento tejía tiendas de nieve y yo erraba como el viento entre ellas. A mis espaldas me perseguía un mundo, un mundo alzado contra el mundo, mientras a solas por campos nevados me calentaba con fulgores lobunos la osamenta. Otrora hubo madre y hubo cuna; hoy el hogar se hunde bajo nubes de guerra. Me conjuré: Que sea lo que Dios quiera. Intentaré entrar en la séptima choza en busca de una palabra consoladora.

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Golpeo y comienza a rechinar la puerta. Me recibiste con el halo de una vela como si mi visita no fuera inesperada. En un destello instantáneo se descubrió para ti mi rostro y con él mi voluntad. No te asustaron mi barba congelada ni mi puñal al cinto, aguzado para matar. Me excavaste bajo el umbral una cueva; trajiste una lámpara de aceite, y cobijas con blandura de cabellos maternales; aire e infancia que no tienen hora ni lugar, y una hoja de papel como un brote de guinda para que mi canto pudiese brotar. Y cuando comencé a escupir sangre en el refugio me cargaste en brazos hasta tu casa, me acostaste en tu cama, y de noche llamaste a un médico para que me curara. Y entre el ardor desmesurado de la fiebre te vi de rodillas, con un crucifijo, al lado de la cama. Después tu compasión se me hizo una cadena; la nieve no cubría las sombras del ghetto. En sueños me martirizaban pequeñas criaturas: “Trocaste nuestras lágrimas por pan y descanso”. Y cierta noche de frío y luna, camino del ghetto me eché de nuevo al campo. Pero tú me perdonaste la huida y me traías pan incluso lejos de tu casa. Hasta que un día llegaste trayendo lo que por tanto tiempo había esperado; el sagrado alimento que cura y sacia: ¡entre la miga de pan, una granada! Y cuando la granada apuntó al enemigo resplandeció ante mí tu bondad silenciosa. Veía cómo me cargabas desde la cueva en brazos por escaleras y puertas hacia un sol que quema... ¡Y de pronto tu mano se tiende sobre la mía, y la granada se arranca de nuestras manos y vuela! Si no estuviese junto a ti (Israel, 1947)

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Si no estuviese junto a ti y no respirara aquí dolor y dicha; si no ardiera con el país, país volcánico entre dolores de parto; si ahora, tras la inmolación no renaciera con este suelo donde cada piedrita es mi abuelo, el agua no calmaría mi paladar y el pan no saciaría mi hambre. Llegaste desnudo (Israel, 1948) Llegaste desnudo todo en fuego. Tus ropas —cosidas por dedos maternales como si las agujas interpretaran piano sobre seda y terciopelo— tus ropas, cayeron quemadas en las sombras. Llegaste desnudo. Tu soledad comprende la entereza de tantos. En una pupila, un lobo; en la otra, tu madre. Y ya te será imposible separarlos. ¿Quién puede vestir tu tremendo vacío? Incluso si Isaías te encontrara profetizaría con párpado plomizo y labio avergonzado. No exijas consuelo, entonces, de tu propio hermano. Entre vosotros dos se extiende una rebelión de Varsovia como un eterno Sambatión de llamas que apedrea con el destino judío incluso en sábado. ¿Cómo pueden los de aquí creerte que en Varsovia defendías Jerusalén? ¿Que en la república de los muertos dabas forma a la íntima, joven, república viviente? Pero el volcánico latido del país ha de creerte;

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aquel latido que percibieras cuando tu corazón detuvo su latir por un momento. Y cuando le acerques tu oído como un velero se acerca al secreto de las olas, ha de alzarse una voz como la exégesis de un versículo: “Eres mío. Bendito seas en tu venida. Mi jardín es tu jardín; mis ovejas son tuyas. Con la misma ferocidad con que disparabas tu fusil, con idéntica delicadeza, planta aquí tu viñedo”. Ante el monumento en Iad-Mordejai (Monumento a Mordejai Anilevich, comandante del Levantamiento del Ghetto de Varsovia. Su sede estaba en la calle Mila Nº 18.) Ahora, cuando levantamos un monumento por los muertos, por aquellos muertos que al caer levantaron un monumento por nosotros, para que recordemos al ave fénix nacido de las cenizas del mundo, ¡reunámonos todos en la calle Mila, en la calle Mila número 18, tribu por tribu, y que cada uno y todos juntos nos sintamos como letras de aquel pergamino retorciéndonos, por un momento, entre las llamas! …Nosotros somos el monumento que no va a extinguirse. Nos protege el fuego de Mila 18. Las nietas-madres van a encender los cirios de la bendición por la vida en las noches de los viernes, con nosotros. Una única palmera, molino de viento… Una única palmera, molino de viento de aspas puntiagudas, ventila el arenoso sol del arenoso país. Y yo soy la única nubecita sobre las colinas; enseguida voy a echarme a llover, a curar la ardiente herida. Padre e hija a) Ante la ventana La pequeña hace una pregunta a su padre, el poeta

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que cansado apaga en la hoja de papel su cabeza ante la ventana donde “una estrella habla con otra”: —Dime la verdad, ¿Dios escribe poesías? Y antes aún de que su majestad, el poeta, logre responder a la ardua pregunta, ya lo hace la criatura: —Seguramente escribe. Las estrellas son sus poesías. ¿Por qué no escribes tú con la misma blanca tinta? b) Juguetes Trata con cariño a tus juguetes, hija, a tus juguetes más pequeños que tú; arrópalos con las estrellas del árbol de noche, cuando el fuego se va a dormir; y cálzale botas a tu muñeco cuando se echa a soplar el águila del mar; y deja que el glotón potrillito de oro devore la brumosa dulzura de la hierba. Cubre con un panamá a tu muñeca y ponle una campanita en la mano, que los juguetes le lloran a Dios porque ninguno de ellos tiene madre. Cuida a tus pequeñas princesas, que yo recuerdo un doloroso día: siete calles cubiertas de muñecas y en la ciudad no quedaba un solo niño. Lo eterno Dijiste: “Dichosa renunciaría a todos los años que me están destinados con tal de volver a vivir contigo aquella noche en la que fuimos como música incomprendida”. Y yo, como si agonizara el corazón entre mis dientes, guardé silencio y sólo vi: nosotros dos, tendidos entre pólvora en un campo minado.

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Llanto de piedras Las piedras de mi vieja ciudad lloran de noche como niños: —¿Por qué nos has dejado solas? ¡Oh, avergüénzate por tu desdén! Una piedra está tan sola como una piedra, ¿por qué nos has dejado solas? ¿Acaso es culpa nuestra que se haya deshecho tu casa en el polvo? No tenemos pies ni tenemos alas. ¿Por qué nos has dejado solas? Una piedra está tan sola como una piedra. No tenemos pies ni alas. Leyendo a Shakespeare “Es la maldición del tiempo en que ciegos se dejan conducir por locos.” Líneas actuales del Rey Lear, terribles líneas de uno para ti. No existe para ellas cerca ni lejos adonde puedas escaparte; el eco: “Es la maldición del tiempo” ha de encontrarte. —¿Y fuera del tiempo? —Peor aún… En aquellos sordos castillos no duele la profunda herida de un cuchillo. Y ni siquiera puede uno perder el juicio. El poeta enfermo La muerte viene a curarlo de la vida. Bajo la cúpula del cráneo, sobre ardientes paisajes, llueve. El poeta percibe el hermoso suicidio de la mínima gota. Como una nube pensativa, un médico sangra una receta a su cabecera: —Tres cucharadas diarias de palabras.

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Una visión Veo una fragua renga, sin puerta, perdida en la nieve, entre abismo y abismo, y de entre las ardientes brasas rojas extrae un herrero ciego su alma radiante. Y su martillo cae como un oso de hierro… El alma canta y se regocija: —Ciego herrero, ¿qué puedo probarte? Son de nuevo azules tus pupilas. Círculo áureo El reloj cesó de llorar. Quedó cerrado, mano con mano, el círculo áureo. Ahora debes medir con otras varas: tu corazón es una paloma en una trampa de ratas. El beso El milagro sucedió de manera tan natural: un poeta bajó al mar a buscar perlas que titilan y añoran, impalpables. Y en cuanto besó una perla le desaparecieron los miembros. No está más su rostro. No hay lágrimas. El poeta penetró en sus poemas. Un testigo Prodigioso: una minúscula hormiga, un átomo, introduce en un rincón de su ojo, en pleno abismo, el plomizo planeta del viejo elefante y aún le resta una pizca de tiempo y espacio para sus abuelos… Y aún le queda una pupila disponible para tragar al que testifica.

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Una metamorfosis Mi habitación está guardada por muros fortificados donde se vacunó contra sí mismo el doctor tiempo. Una ventanita con barrotes. Y, como una loca desdentada, el vidrio se estremece entre temeroso y brillante. Los grafismos del agua sobre el vidrio semejan letras de un viejo manuscrito arábigo. Los barrotes recuerdan que escenificaron una ardiente mascarada de dioses, incendiarios y piratas. Tiendo la mirada para descubrir quién vivió antaño en la vieja fortaleza de ladrillos. Y converso con rostros de espinas entre aureolas azules, con perceptibles movimientos y gestos. Aguzo los oídos, los sentidos, y percibo el nacer y agonizar de mi propia cuna. He nacido aquí. He muerto. Me tienen preso, Iafo antigua, tus ladrillos empapados de recuerdos. El ojo del alma llora con imágenes El ojo del alma llora con imágenes para uno mismo como para los demás, para los demás como para uno mismo. El ojo del alma llora con imágenes como la caída del sol, con nubes: ¿dónde y a quién confiarse? Yo quemé mi mesa de trabajo. Era una vergüenza inclinarse ante madera; y la reemplacé por una salvaje noche de pugna en el desierto, en la tienda de un águila, donde el ojo del alma llora con imágenes primerizas, que exigen: Describe, describe para ti mismo como para el resto del mundo. Exposición de pinturas de locos (París, 5 de diciembre 1971) Los pintores tras barrotes, las almas tras barrotes, como leopardos en el zoológico, ebrios de esclavitud, con ellos mismos, en la jungla incendiada de sus memorias. Acompañados por pequeños revólveres, llaves jeroglíficas,

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marchan por grises corredores entre un resonar de timbres. Pacientemente velan camisas de fuerza, piadosas jeringas cargadas con morfina. Triple silencio para el silencio. Pero allí, en su exposición de cuadros en la ciudad, en pleno centro, hay fiesta. De par en par las puertas. Se acercan curiosos, damas y caballeros se apretujan con rosas desorbitadas. (Yo veo a los pintores tras barrotes. Pequeños revólveres.) “El casamiento del bombero”: arden los novios y no hay quien apague. Todos se evaporaron… “El suicida”: de un piso elevado cae un plato. (Pacientemente esperan chalecos de fuerza. Agujas. Corredores.) Y he aquí también “El nuevo Dios”: un gato de siete patas, un gato violeta, embriagado y pensativo. Pero uno del público no está de acuerdo con el cuadro; de la nube de su cerebro pulverizado brotó un destello: —¿Un Dios de siete patas? ¿Y dónde está la octava? Plegaria por un camarada enfermo Los malvados tienen demasiada fuerza y les sobraría con la fuerza de una liebre. Nutre entonces con piedad a un débil que yace aquí: mitad hombre, mitad sábana. Yo soy su plegaria. Sus labios ya perdieron las palabras. Son parábolas robadas sin perlas, sin sal, sin eco. Tiene que encender un verso todavía en el templo de su oscuro refugio. Tiene que escoltar todavía a la joven reina de la colmena, al amanecer, hasta el astro de las abejas. Yo observé a un pez saltando desde el corazón del mar hasta las nubes y lo vi arrastrándolas consigo. ¿Es mi compañero menos que un pez, acaso?

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En lugar de esferitas rojas pequeños violines rojos hechos por ti con maestría nadan por sus venas y ningún otro puede volverlos melodía. Aún tiene que escuchar cómo su pulso se hace en su cuerpo lluvia primaveral y correntada. En el tardío otoño habrá de sellar todavía los cristales y sorber sueños, cosechar esperanzas. Milagro para Dov Sadán Algo así puede darse, a pesar de todo, digan que es milagro o romanticismo acaso: un joven silencio golpea en la ventana y en la habitación la noche es cuadrada. Si esto es un milagro, también es prodigiosa la realidad a ambos lados de la ventana. Lo sé, mi realidad supera a los milagros, lo sé, mi sueño tiene arraigo: nítidamente vi en sueños un verdadero árbol cargado de guindas al alcance de la mano y lejos… Está claro que el árbol tiene arraigo. Y por si fuera poco y no alcanzara al despertar ahora, de mañana, devoro con lengua y dientes guindas entre el rojo-guinda de los parques. Y para convencerme de que sueño y realidad viven de acuerdo en la realidad hamaco ramas brotadas del sueño. ¿Qué pócima darle a la noche…? ¿Qué pócima darle a la noche para que continúe fascinando? Su corazón golpea como un jinete huyendo de un bosque en llamas. ¿Estará despierto, en su botica, mi vecino de la otra callejuela? Sabe mezclar lágrimas de víbora y hierbas en su crisol de hueso.

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¿Tal vez correr en busca de un médico? ¿Qué voy a hacer, realmente, cuando el corazón le estalle? Un corazón como ése no tiene precio. La rosaviolín Bajo la cálida lluvia que la resucita despacito comienza a abrirse, a moverse (a una con la niñez en la vieja memoria) la rosaviolín en su caja negra. Ya no necesita violinista; ya no hay quien ensalce ni hay quien impreque. Con esperanza y alegría suena, sin violinista, en homenaje a una renacida cuerda. En homenaje a una cuerda, a su latido en homenaje a una abeja cuya miel es amarga pero cuyo pinchazo es dulce, jugoso, florido; en homenaje a un dolor renacido. Y será al final de los días Y será al final de los días; sucederá entonces: el hijo del hombre no llevará más hasta su boca hambrienta ni pan ni carne vacuna, ni higo ni miel; probará apenas una palabra o dos y quedará saciado.