Enero_01 Restauración de La Memoria

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  • algunos nfimos y azarosos fragmentos: el nombre apenas deltenedor de libros del Conde Branitski, dueo y seor de la ciu-dad de Bialystok, un certificado filantrpico firmado por un di-seador de estampados, el obituario en ruso de un periodista demisterioso origen sefard, la historia novelada de un fabricantede pinturas y sus querellas familiares, la imagen ecuestre de unproveedor de carnes para el ejrcito, y los papeles diversos (car-tas, postales, libros) de una rstica genealoga de sastres en Wyz-kow, a setenta kilmetros de Varsovia. Esos vestigios, unas cuan-tas fotos y testimonios orales dispersos es lo que queda de esasremotas ramas, nada extraordinario, todo tpico pero tan arrai-gado a su tronco centenario que su tejido continu sutilmenteen Mxico por largos aos hasta desvanecerse con la vida mis-ma de los abuelos.

    Tenan un sentimiento ambiguo con respecto a Polonia, undolor trabajado por la nostalgia y el resentimiento. Tarareabanlas canciones sobre el pueblo del que no qued nada, ni la casa,ni el rbol infantil, slo las cenizas. Pero como en el cuadro deChagall, vinieron a Mxico en los aos treinta con su aldea acuestas y la trasplantaron primero en las calles de Soledad, JessMara, Brasil y ms tarde en la Colonia Hipdromo. El interior

    de esos pequeos departamentos era un museo de la vida cotidia-na en Polonia. Un mobiliario afrancesado, de maderas oscuras,profusin de miniaturas de cristal, tapetes y tapices, un conjuntode objetos simblicos (los candelabros sabatinos, la mezuzah*resguardando el umbral, la menorah** visible en los estantes, laalcanca de color azul cielo con el mapa de Israel), una atmsferalibresca y grave, una pieza de Chopin al piano, y un olor pene-trante a comida del Bltico: sopas de betabel, arenques, papas ycoles, panes de trenza, festival de compotas y el postrero e inevi-table vaso de t. El trasplante segua ms all de la casa: estabaen las minsculas sinagogas de la vecindad (con sus negros vol-menes de estudio y oracin, y la dramtica vehemencia de lasplegarias), en los hacinados colegios religiosos, las modernasescuelas laicas donde se enseaba tan profusamente la historiay la literatura yiddish como la cultura hmanstica europea y lasorganizaciones juveniles donde se predicaban las utopas sio-nista y socialista. Dentro de esos permetros cerrados al espacio

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    E n r i q u e K rau z e

    RESTAURACIN DE LA MEMORIARecuento de la relacin apasionada con el pas de los ancestros, meditacinsobre la saga de la tribu y las races, este texto de Enrique Krauze estambin un conmovedor retrato de una tierra, Polonia, y una comunidad,la juda, particularmente castigadas por el fanatismo ideolgico del siglo XX:la barbarie nazi del Holocausto y la ocupacin sovitica.

    Polonia no es una nacin ms en mi geografa personal: esel pas de mis antepasados y los antepasados de mis antepasados. Misbisabuelos, abuelos y padres, todos sin excepcin, nacieron y vivieronall. He rastreado la historia familiar hasta el siglo xviii sin encontrar,por supuesto, personajes de alcurnia sino gente del comn que sobrevive en

    Para mis hijos Len y Lorena, para mis amigos Basia y Marek

    * Mezuz: Palabra que en hebreo significa jambra. Se trata de un pergamino rectangular en elque estn inscritos dos pasajes del Deuteronomio que consignan el dogma fundamental deljudasmo.

    **Menor: Candelabro de siete brazos que, segn la literatura rabnica, simboliza la creacindel mundo en siete das y cuya luz central representa al sbado.

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    y el tiempo, Mxico pareca una provincia de Polonia, una Polonia con palmeras.

    A menudo pienso en los bisabuelos sentados en las bancasarboriformes del Parque Mxico. Eran sobrevivientes. Cada daque despuntaba era un milagro y cada noche un vago temor deno despertar. `Cmo les horrorizaba que los nios llevsemosla estrella de David en el uniforme escolar! Pero obstinada y orgullosamente seguan leyendo y hablando en yiddish y hastaocultaban su elemental conocimiento del espaol que pronun-ciaban con vaivn melodioso y un pesadoacento. En sus estructuras sintcticas yguios dialectales se perciba fcilmentela raz del yiddish. Un diptongo carac-terstico era el motivo de todas nuestrasburlas: el uso del oi por el ue, el boi-no en vez del bueno, por ejemplo, alcontestar el telfono.

    Ni ellos ni sus hijos, y ni siquiera susnietos es decir nuestros padres, naci-dos todos en Polonia, hubieran vuelto.En el sueo y la vigilia regresaban una yotra vez, pero no queran mirar atrs. Yvolver para ver qu o a quin? Slo rui-nas y fantasmas. Polonia, el parasonuestro, viejo hogar de los judos, tannacional y autnomo como lo haba si-do alguna vez la Espaa musulmana o lade Alfonso el Sabio, no exista ms paraellos: era una inmensa tumba colectiva.No podan reconciliarse con aquel pasa-do. Pero nosotros, los bisnietos, extraoscriollos americanos de ese universo eu-ropeo oriental, s podamos intentar lareconstruccin de esa memoria. El pro-ceso, en mi caso, se aceler por un factorinesperado: la pasin democrtica com-partida con intelectuales polacos de mipropia generacin que a lo largo de losaos setenta y ochenta se empearon en una batalla similar a laque por esos aos librbamos en la revista Vuelta.

    En el nmero 4, correspondiente a abril de 1977, apareci untexto titulado La resistencia polaca. Lo firmaban Leszek Kolakowski (el clebre filsofo exilado en Oxford y colabora-dor frecuente de Plural) y un joven autor nacido en 1947 y desconocido en nuestra lengua: Adam Michnik. Su tema era laconstitucin de un Comit de Defensa de los Trabajadores reprimidos por el Estado policiaco tras las manifestaciones deprotesta de 1976. El Comit tena una peculiaridad notable: laconvergencia, ideolgicamente impensable, de obreros, estu-diantes, intelectuales ex socialistas (muchos de ellos judos), escritores y sacerdotes catlicos, todos ocupados en el rescate de

    una parte mnima de las libertades que sus homlogos disfru-taban en Europa Occidental. Aquella publicacin representabael bautizo o, ms bien, la confirmacin de Vuelta en la lucha antitotalitaria, porque Paz y el grupo de escritores reunidos entorno suyo habamos asumido desde haca tiempo la responsabi-lidad de informar al lector de habla hispana sobre las incmodasrealidades del universo comunista. No fue una misin heroica,pero s ingrata: la cultura predominante en la academia, los crcu-los intelectuales y la prensa en Latinoamrica, y en particular

    en Mxico, gener alrededor nuestro una atmsfera de repro-bacin y aislamiento.

    El bloqueo intelectual y moral del aparato cultural mexicanocon respecto a los horrores del totalitarismo comunista es untema inexplorado. Sobre la paradjica supervivencia del comu-nismo en Occidente al tiempo en que casi nadie tomaba en serioel marxismo en Polonia, Lech Walesa afirmaba: es muy senci-llo: no saben qu cosa es el comunismo. Nosotros s sabemos.Tal vez no hay ms conocimiento que el que proviene de la dura experiencia, pero para 1980 las evidencias del fracaso comunista y sus crmenes eran abrumadoras. Con el antecedentede la Primavera de Praga y tras la invasin a Afganistn en 1979,Europa comenz a despertar, pero Latinoamrica se aferr anms a la distorsin ideolgica. El ascenso de Reagan y la bruta-

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    lidad de los regmenes castrenses en el Cono Sur contribuyerona la ceguera: fueron la contraparte del nuevo impulso revolu-cionario que cubri la dcada siguiente en la zona andina y Centroamrica. Tras la guerra sucia de los setenta, Mxico pareca inmune a ese destino pero las guerrillas se transfirierona los mbitos universitarios, donde Vuelta era una lectura a contracorriente.

    En ese contexto de febril polarizacin, no era sencillo defen-der los valores democrticos y liberales. Vuelta esa es la verdadque descubrir un futuro investigador literario navegaba sola.De pronto, en 1980, una luz inesperada brill en el horizonte.Vena de Polonia, nacin desgarrada durante dos siglos por dosimperios: Rusia y Prusia. Esta vez la reivindicacin iba ms allde las fronteras e implicaba una refutacin definitiva de la ideolo-ga totalitaria: no en las ideas sino en la realidad, no en las aulassino en los astilleros, no por parte de pensadores o intelectualessino de obreros. El sujeto y objeto mismo de la teora marxistadesmenta sus mitos y profecas. El proletariado se levantaba con-tra el Estado que deca representarlo.

    Vuelta reconoci esa lucha como propia y la document pasoa paso. Polonia, adems, nos abra los ojos a Mxico. En otra di-mensin, tambin nosotros padecamos un sistema autoritario,corrupto, ineficaz, mentiroso y anquilosado. Polonia demostra-ba que tena sentido pensar en la democracia posible. Por unmomento, cremos que la transformacin polaca propiciara unambiente de crtica y tolerancia civilizada en el debate intelec-tual mexicano, pero no fue as. En los rganos influyentes de laizquierda, la huelga de Solidaridad era vista con reserva, des-confianza y hasta una abierta hostilidad: los obreros polacos sehaban equivocado, aburguesado, los haba infiltrado el vi-rus capitalista. Cuando el propio ejrcito polaco ahog tempo-ralmente el movimiento, apenas hubo protestas en la prensa. EnVuelta, en cambio, lamentamos los hechos. En esos das publi-qu Invierno polaco, un texto incidental en el que citaba aquelpasaje del libro del profeta Isaas que le gustaba a Max We-ber sobre el centinela de tiempos bblicos que inquiere repe-tidamente cundo terminar la noche para obtener una y otravez la misma respuesta: no ha terminado an. Si quieres saber,vuelve y pregunta.

    Dos aos ms tarde, en octubre de 1983, mientras escriba unensayo sobre la necesidad de la democracia en Mxico, entre-vist a Kolakowski en Oxford. Titul la conversacin La no-che del marxismo. Irnico y sabio, viejo prematuro, Kolakows-ki era el centinela del pasaje: haba publicado sus tres volme-nes definitivos de historia del marxismo y saba que la perpe-tuacin del rgimen sovitico era insostenible, pero no se atre-va a profetizar cundo sobrevendra el derrumbe. Su mente eraoptimista, su nimo sombro. En 1985 coincid con l en un con-greso sobre Intelectuales en Skidmore College. Con su nava-ja filosfica, refut pblicamente a algn profesor latinoameri-cano que propona a Cuba como la verdadera democracia. Creoque por un momento vislumbr la condicin del intelectual li-

    beral en nuestro medio y me desliz esta frase: No permitanque a su pas le ocurra lo que al nuestro. En abril de 1985, noera un consejo balad.

    La noche comenz a clarear en mayo de ese ao. Las reformasde Gorbachov respondieron a una lgica interna, al agotamientomaterial del modelo sovitico, pero la contribucin polaca habasido decisiva en el plano simblico y poltico. Arrojaba una nuevaluz sobre la rebelin hngara del 56 o la Primavera checa del 68.Cuando el gobierno de Jaruzelski decidi finalmente negociarcon Solidaridad y dar pie a un rgimen de transicin, la Europasecuestrada en su conjunto entrevi su inminente liberacin.

    Era hora de visitar, y en algn sentido de volver, a Polonia, a Varso-via. No hubiera podido escoger un momento mejor: noviembrede 1989. Acababa de derrumbarse el Muro de Berln y en la veci-na Checoslovaquia comenzaba el breve y sorprendente episodiode la Revolucin de Terciopelo. No sin renuencia, me acompaa-ba mi padre, que haca 59 aos haba dejado Polonia. El inviernoera seversimo. A l lo empez a envolver una atmsfera sombra, tan sombra como las avenidas apenas iluminadas de aquella triste capital que alguna vez gracias al pincel de Cannaletto, a las maneras aristocrticas de sus hombres y muje-res, y a su corazn libertario haba sido conocida como la Parsdel Este. Necesitbamos una gua y gracias a Danuta Rizercz traductora y amiga de Mxico la conseguimos. Trabajaba conella: era diligente y bonita, y tena un nombre absolutamente impronunciable: Agnieszka Joanna Yezierska. La llamamos Aga.

    Mi objetivo inmediato era presentarme en las oficinas de laGazzetta Wyborza, el admirable peridico fundado y dirigido porMichnik, y llevarle los solidarios ejemplares de Vuelta. Pero antesnecesitaba conseguir una prenda de sobrevivencia: un sombreroo al menos un gorro en cualquier variedad. Mientras mi padreconsolaba su melancola en la contemplacin de las bellezas pola-cas, escuchando un tro de cuerdas y piano o consumiendo todaslas variedades de pato que le recordaban la mesa de la abuela,tuve mi primer roce econmico con el socialismo real: Aga y yo recorrimos la ciudad un da entero sin poder encontrar la ansiada prenda. No haba productos en las fantasmales tiendasde Varsovia, haba estantes vacos. Pero, significativamente, haba algo ms, una ubicua seal de dignidad en la necesidad:anuncios de certmenes piansticos. Chopin sin pan.

    En la pequea casa que alojaba a la Gazzetta se respiraba anuna atmsfera de Zamisdat. El diario tiraba entonces 550 milejemplares y gozaba de un inmenso prestigio internacional gra-cias a la red de corresponsales e informantes muchos de ellosclandestinos que haba establecido en Europa del Este y la URSS.En ausencia del director habl con Kristof Slivinski, coeditor deldiario (si los soviticos no hubiesen expropiado la noble palabracamarada dira que me senta en mi casa, con uno de ellos). Ensu detallada narracin de la historia de Solidaridad haba doselementos que llamaron mi atencin: la importancia del movi-miento estudiantil y obrero del 68 paralelo al de Mxico y la

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    carga, dura pero a fin de cuentas contraproducente, del antise-mitismo oficial sobre varios lderes intelectuales que descubran,precisamente en ese momento, su soterrada identidad (muchoshaban sobrevivido a la guerra escondidos por familias polacas).Me conmovi sobre todo la referencia de Slivinski a los resortesmorales del movimiento: recobramos la nobleza, el cdigo dehonor de nuestra tradicin. Podamos sentirnos orgullosos de serpolacos. ramos actores de una fecha histrica, como el levan-tamiento del Ghetto de Varsovia en 1943. Y haba madres que preferan a sus hijos presos pero no vencidos.

    Al paso de los das descubr que Varsovia era un herviderode ideas democrticas y liberales. Convers con Czeslaw Bie-lecki, arquitecto, escritor y activista disidente que haba pasadoaos incomunicado en la crcel de Mokotow. Tena un proyectointegral de reconstruccin econmica y poltica para Polonia.Otra sorpresa fue Res pblica, la revista de Martin Krull, que traduca a los autores liberales afines a Vuelta: Isaiah Berlin, KarlPopper. En el Parlamento, un caballeroso profesor de historiamedieval francesa, emrito en la propia Francia Bronislaw Geremek, explicaba la antigedad de la vida constitucional polaca, apenas recobrada tras casi dos siglos de intermitente obstruccin. Gracias a una indicacin de Slivinski, acud con Agaa una misa si no recuerdo mal en memoria de la esposa de

    Jacek Kuron y termin la noche colndome al departamento delpropio Kuron, con varios de sus amigos. Era la primera vez queentraba en un interior domstico polaco. El golpe del pasado fue fulminante: el mobiliario era idntico al departamento de laabuela en la Hipdromo. Slo faltaba ella ofreciendo galletas y t.

    Pero el futuro, no el pasado, llamaba a la puerta. Era un momento de exaltacin colectiva: todos hablaban de la inmi-nente cada del rgimen en Checoslovaquia. Haba que subirseal tren de la historia y ser testigo de ese cambio. Contagiado deese entusiasmo cvico, sub en el ltimo vagn y viv aquellosdiez das que cambiaron al mundo en Praga. Un ao ms tarde,invitamos a Michnik y a Geremek a Mxico al Encuentro Vuelta:La experiencia de la libertad. Con ellos vinieron Kolakowskiy Milosz. El mensaje de todos debi ser aleccionador para la edificacin de una izquierda democrtica (de donde casi todosvenan), pero hasta la fecha no s si dej alguna huella. Recuerdosu indignacin cuando un sector de la prensa progresista los llam fascistas (ellos, que haban pasado parte de su vida operdido a sus padres en campos de concentracin). El aguerridoMilosz redact un documento de protesta que se public al da siguiente. En el fondo, supongo, la incomprensin no los sorprenda: saban por experiencia que los prejuicios ideolgi-cos suelen ser inmunes a la realidad.

    La solidaridad de la revista Vuelta con Solidaridad y la inspi-racin de aquel movimiento democrtico me haban acercadoa la patria de mis antepasados. Polonia haba sido el patbulo enque el totalitarismo nazi haba exterminado a casi todos los seismillones de judos, pero el sacrificio polaco en la guerra habasido inmenso (una sexta parte de su poblacin, cerca de tres millo-nes de personas) y ahora, al cabo de los aos, ese mismo puebloy su vanguardia del 68 haban catalizado la cada del otro totali-tarismo. Me sent unido a ellos en una mutua reivindicacin.

    Pero faltaba otra, ms profunda: dnde buscar la memoria juda en Polonia? Tena sentido buscarla? Cmo restaurarla?El Ghetto de Varsovia era un espacio vaco en cuyo extremo selevantaba un fro relieve alusivo. El viejo teatro judo exhiba laobra Der Dibbuk (El maleficio), pero sus actores no eran judosni saban una palabra del idioma yiddish en el que mecnicamen-te la representaban. Esas visitas me producan un desasosiegopeculiar: el riesgo de incurrir en un turismo histrico, mrbi-do y fcil. Un personaje extraordinario lo impidi. Antes del viaje haba ledo el libro de Hanna Krall Shielding the Flame, una conversacin ntima con Marek Edelman, el ltimo lder sobreviviente de la sublevacin del Ghetto de Varsovia, en abril de 1943. Hombre reconocido en Polonia sobre todo a raz de su apasionado involucramiento con Solidaridad, Edelman ejerca la cardiologa en Lodz y casualmente estaba de visita enVarsovia. Aga se las ingeni, no se cmo, para concertarnos unaentrevista. La pltica fue breve, entrecortada, mitad en polacoque Aga traduca vertiginosamente y mitad en un yiddish desonoridades lituanas. Mi padre y yo tratbamos a Edelman como

    Juan Soriano, Cementerio judo, Varsovia.

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    un santo. l nos miraba mirarlo as y rechazaba casi fsicamentetoda forma de piedad en el encuentro. Si yo buscaba el pasadovivo, me equivocaba: Hitler no perdi apunt secamente. Hitler gan: aquellos doce aos de hitlerismo destruyeron el humanismo europeo. El pasado que usted busca est muerto.

    El ttulo del libro debi advertirme sobre su repudio al sen-timentalismo histrico. Su papel haba sido proteger la llama de la vida, no slo de la maldad humana sino de Dios que en palabras de Edelman apoyaba a los perseguidores: Dios tra-ta de apagar la vela y yo me apresuro a cubrirla, tomo ventaja deSu breve desatencin. Debo hacer que la llama brille aunquesea por momentos, ms de lo que l hubiese querido. Edelmanhaba visto pasar, literalmente, a cuatrocientas mil personas enmarcha silenciosa, obediente, ordenada hacia los vagones de lamuerte que se dirigan a Treblinka. Haba atestiguado la viola-cin de una joven por siete guardias ucranianos en un gimnasioescolar repleto de personas aterradas y pasivas. Haba visto auna enfermera ahogar, en el instante mismo del parto, a un recinnacido bajo la mirada discreta y agradecida de la madre. Habasobrevivido el suicidio colectivo de sus camaradas en el bunkerde la calle Mila 18. Su recuento era implacable, no omita el incmodo dato sobre la existencia de prostitutas en el Ghetto,

    pero tampoco apagaba la flama: Amar era la nica manera desobrevivir dijo a Hanna Krall. Las personas se acercaban unasa otras como nunca antes. Vi a un recin casado quitar el rifleque amenazaba al vientre de su mujer y cubrirlo con la mano.A ella la transportaron y l muri tambin, finalmente, en la sublevacin general de 1944. Pero eso precisamente es lo queimportaba: que alguien estuviese dispuesto a cubrirte el vientresi fuera necesario. Cubrir el vientre: Edelman lo segua haciendoen su hospital en Lodz. Preservar la flama: su arresto domici-liario durante la huelga de Solidaridad lo convirti en un hroenacional. Era como volver a vivir la insurreccin de 1943, y ganarla, por el honor polaco, por el honor judo. Uno solo.

    Y sin embargo, la flama se haba extinguido para su pueblo.Edelman no crea que el Estado de Israel representase la solucinpara el ancestral problema judo. Tampoco los Estados Unidos,lastrados segn l por su hedonismo trivial y su insufrible superficialidad. Aquella esencia estaba muerta. Sombro, sobre-humano, sencillo, afilado, ferozmente honesto, Edelman se despidi de nosotros con una profeca: El antisemitismo no necesita a los judos para persistir. Nos sobrevivir.

    Al da siguiente rentamos uno de esos autos soviticos especies de ruidosas teteras cbicas para viajar a Wyzkow. Mipadre, en silencio, se adentraba en un estoico sonambulismo.No recuerdo nada, no reconozco nada, no queda nada. No deb haber regresado. Deb quedarme con el sueo de la infan-cia. Los nazis haban entrado a Wyzkow el 5 de septiembre de1939 cuatro das despus de Varsovia y la haban bombardeadode manera inmisericorde. A primera vista, Wyzkow pareca uninmenso edificio multifamiliar. Nada, ni el mercado, ni las casas,las sinagogas o el cementerio, ni el orgulloso puente de maderasobre el ro Bug, que llevaba a la cabaa en el bosque de Skuszew,donde la familia pasaba los veranos. Aga pregunt al azar por elantiguo domicilio de mis abuelos: Rinek 15, murmur mi padre.No pudimos localizarlo con exactitud, pero en una zona aledaaconversamos con un matrimonio de ancianos que nos narr escenas del primer da de la ocupacin: el fusilamiento de unosjudos elegidos al azar, todava se advierten las balas en la pared, y la narracin puntual de un doctor que suministr cianuro a sus hijos antes de morir con ellos.

    No s qu pasa por la mente de mi padre. Esa noche escri-bira en un cuadernillo: mi espritu est con los antepasados,con los que no sobrevivieron. Qu pena, una pena muy grande.Lo veo recoger y guardar en el bolsillo una pequea piedra. Depronto, en la salida del pueblo, comienza a cantar el himno dePolonia y a pronunciar palabras olvidadas en polaco que le llegan como en cascada. Le pide a Aga que nos tome una fotojunto al ro: Al menos queda el Bug y los recuerdos. En el fondo del ro, intactas, yacan cientos de lpidas arrojadas por los nazis. Algn da, milagrosamente, las recuperaramos, pero la memoria de ese pasado esencial no estaba ya en un lugar fsico de Polonia: brillaba como una flama eterna slo enel acto mismo de buscarla. ~