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ESCUELA Y DIVERSIDAD CULTURAL: ¿UN CONTRASENTIDO POSIBLE? 1 Zayda Sierra 2 Hilda Mar Rodríguez 3 Gustavo López Rozo 4 GRUPO DE INVESTIGACIÓN DIVERSER UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Uno de los aspectos más importantes a resaltar en la reforma de la Constitución Nacional de Colombia en 1991 fue el reconocimiento a una demanda largamente sentida por diversos sectores sociales, cual es el carácter pluriétnico y pluricultural de nuestro país. Recordemos algunos de sus enunciados: “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana” (Art. 7); todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica (Art. 13); todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico (Art. 16); la mujer no podrá ser sometida a ninguna clase de discriminación. Durante el embarazo y después del parto gozará de especial atención y protección del Estado (Art. 43); los integrantes de los grupos étnicos tendrán derecho a una formación que respete y desarrolle su identidad cultural (Art. 68)”. ¿Hemos estado preparados en nuestros centros educativos para asumir en toda su dimensión el mandato constitucional? A partir de unas anécdotas escolares, invitaremos en este artículo a una reflexión crítica que nos lleva a concluir que no, que mientras no seamos concientes de los procesos discriminatorios –ocultos y manifiestos– que se suceden a diario en el contexto escolar, no hemos estado preparadas ni preparados, tanto en las Facultades de 1 Publicado en: Escritos sobre aprendizaje, enseñanza y diversidad cultural. Egidio Lopera, editor. Medellín: Secretaría de Educación para la Cultura, Gobernación de Antioquia; Facultad de Educación y Grupo de Neurociencias, Universidad de Antioquia. 2005 2 Doctora en Psicología Educativa con énfasis en estudios sobre la excepcionalidad y la creatividad, Universidad de Georgia, EU. Directora del Grupo de Investigación Diverser y profesora titular de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. ([email protected] ) 3 Candidata a Doctora en Educación y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. ([email protected]) 4 Candidato a Magíster en Educación con énfasis en Pedagogía y Diversidad Cultural y profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. ([email protected])

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ESCUELA Y DIVERSIDAD CULTURAL:

¿UN CONTRASENTIDO POSIBLE?1

Zayda Sierra2 Hilda Mar Rodríguez3 Gustavo López Rozo4

GRUPO DE INVESTIGACIÓN DIVERSER UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Uno de los aspectos más importantes a resaltar en la reforma de la Constitución Nacional

de Colombia en 1991 fue el reconocimiento a una demanda largamente sentida por diversos

sectores sociales, cual es el carácter pluriétnico y pluricultural de nuestro país. Recordemos

algunos de sus enunciados: “El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la

nación colombiana” (Art. 7); todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la

misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y

oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar,

lengua, religión, opinión política o filosófica (Art. 13); todas las personas tienen derecho al libre

desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los

demás y el orden jurídico (Art. 16); la mujer no podrá ser sometida a ninguna clase de

discriminación. Durante el embarazo y después del parto gozará de especial atención y

protección del Estado (Art. 43); los integrantes de los grupos étnicos tendrán derecho a una

formación que respete y desarrolle su identidad cultural (Art. 68)”.

¿Hemos estado preparados en nuestros centros educativos para asumir en toda su

dimensión el mandato constitucional? A partir de unas anécdotas escolares, invitaremos en

este artículo a una reflexión crítica que nos lleva a concluir que no, que mientras no seamos

concientes de los procesos discriminatorios –ocultos y manifiestos– que se suceden a diario en

el contexto escolar, no hemos estado preparadas ni preparados, tanto en las Facultades de

1 Publicado en: Escritos sobre aprendizaje, enseñanza y diversidad cultural. Egidio Lopera, editor. Medellín: Secretaría de Educación para la Cultura, Gobernación de Antioquia; Facultad de Educación y Grupo de Neurociencias, Universidad de Antioquia. 2005 2 Doctora en Psicología Educativa con énfasis en estudios sobre la excepcionalidad y la creatividad, Universidad de Georgia, EU. Directora del Grupo de Investigación Diverser y profesora titular de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. ([email protected]) 3 Candidata a Doctora en Educación y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. ([email protected]) 4 Candidato a Magíster en Educación con énfasis en Pedagogía y Diversidad Cultural y profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia. ([email protected])

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Educación como en las instituciones escolares, para asumir de manera adecuada una educación

intercultural que reconozca verdaderamente la diversidad cultural del país.

Son muy variadas y complejas las situaciones de la vida cotidiana escolar que debemos

analizar, así como las perspectivas teóricas para su reflexión e interpretación. Enunciaremos

brevemente aquí problemáticas relacionadas con exclusiones de carácter étnico, de género y

orientación sexual diferente. ¿Obedecen éstas exclusiones a una simple desinformación sobre

personas de grupos culturales diversos o llegan nuestras actitudes sobre estas personas al

extremo del prejuicio y la discriminación? Para leer con mayores elementos las historias que

relataremos más adelante, aclaremos inicialmente algunos conceptos que nos puedan ayudar a

interpretar mejor las situaciones en ellas presentadas.

ETNOCENTRISMO, ESTEREOTIPOS, PREJUICIOS Y DISCRIMINACIÓN

De acuerdo con el psicólogo japonés-estadounidense David Matsumoto (2000), puesto

que existimos dentro de nuestras propias culturas y en nuestros propios contextos culturales,

tendemos a ver las cosas a través de esos contextos. La cultura actúa como un filtro, no

solamente cuando percibimos cosas, sino también cuando pensamos e interpretamos eventos.

No siempre tenemos la habilidad de separarnos de nuestro propio contexto y sesgo

cultural para comprender el comportamiento de otros. Este tipo de resistencia forma la base del

etnocentrismo—ver e interpretar el comportamiento de otros a través de nuestros propios filtros.

Toda la gente debe tomar conciencia de estos sesgos cuando trata de comprender el

comportamiento de otros pertenecientes a contextos culturales diferentes (37). Podemos decir

que cada persona en el mundo es etnocéntrica, puesto que cada persona aprende una cierta

manera de comportarse, y al hacerlo, aprende cierta manera de percibir e interpretar los

comportamientos de otros. Es una consecuencia normal de crecer en sociedad. En este sentido,

el etnocentrismo no es bueno ni es malo, simplemente refleja una situación: que todos tendemos

a ver el mundo a través de nuestros propios filtros culturales. El etnocentrismo es una

consecuencia normal del proceso de socialización y enculturación (77). Dado que todos somos

etnocéntricos de algún modo, lo importante es saber si somos o no conscientes de dicho

etnocentrismo. El asunto, entonces, no es si el etnocentrismo existe, sino si la gente

reconoce o no que es etnocéntrica (79).

Puesto que no es posible que nos deshagamos del etnocentrismo, es importante

desarrollar la capacidad de ser flexibles cuando interactuamos con otros, mientras al mismo

tiempo reconocemos nuestro propio etnocentrismo. El etnocentrismo flexible significa aprender

a ver el mundo desde otras perspectivas. Esto no significa que tengamos que aceptar o que nos

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gusten otros puntos de vista; significa hacer el esfuerzo de comprenderlos. El etnocentrismo

inflexible se refiere a la noción tradicional del término, esto es, la inhabilidad de ir más allá de

nuestros propios filtros culturales al interpretar los comportamientos de otros. Surge por

ignorancia de los procesos necesarios para ganar un punto de vista cultural diferente, o por un

rechazo a involucrarse en dicho proceso. Es importante hacer la diferencia entre el

etnocentrismo como un proceso general aplicable a las gentes de todas las culturas, y el uso

flexible o inflexible de dicho etnocentrismo en modos positivos o negativos.

Para Matsumoto, el etnocentrismo está relacionado muy cerca de otro tópico importante:

estereotipos. Los estereotipos son actitudes, creencias, opiniones generalizadas sobre gente

que pertenece a culturas diferentes de la nuestra. Los estereotipos pueden basarse en hechos

pero a menudo son combinaciones de hechos y ficciones acerca de la gente de un grupo cultural

particular. Los estereotipos pueden ser útiles en darle a la gente alguna base para juzgar,

evaluar, e interactuar con gente de otras culturas—una especie de marco referencial—pero

pueden ser muy peligrosos y destructivos cuando la gente se adhiere a ellos inflexiblemente y los

aplica a toda la gente de ese contexto cultural, sin reconocer las bases falsas del estereotipo o

las diferencias individuales dentro de esa cultura. El hacer juicios de valor prematuros y

mantener una actitud inflexible etnocéntrica no conduce a ningún avance en el campo de la

interculturalidad (38).

De acuerdo con el autor, no es posible evitar la formación de estereotipos pues ellos son

parte inevitable de la vida psicológica de los seres humanos. Como categorías generales de

conceptos mentales, los estereotipos ayudan a guardar información del mundo, organizada en

represenaciones mentales. Formamos representaciones categóricas de muchos objetos en el

mundo, y no seríamos capaces de seguirles el trazo sin ellas. Cuando estas representaciones

categóricas se refieren a la gente, se les denomina estereotipos. El problema es que es

relativamente fácil que surjan estereotipos negativos, porque nuestra propia crianza y filtros

culturales, y el etnocentrismo crean una serie de expectativas en nosotros acerca del

comportamiento y características de otros. Cuando observamos gente de otros contextos

culturales, nos exponemos a comportamientos, actividades o situaciones que no concuerdan con

nuestras expectativas iniciales, basadas en nuestras pautas de crianza y contextos culturales.

Esto puede llevar a que demos atribuciones negativas a eventos, intenciones o características

psicológicas de gente diferente que observamos. Una vez un estereotipo se forma, este se

refuerza fácilmente, puesto que los estereotipos están íntimamente atados a nuestras

emociones, valores y ser interno, por lo tanto, son difíciles de cambiar una vez los

adquirimos.(89-90).

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Los estereotipos existen, aún, entre la gente más pluralista. La gente se forma

estereotipos de su propio grupo tanto como de otros y éstos pueden ser positivos o negativos,

apoyados en informaciones certeras o totalmente falsas. Distintos estudios, señala Matsumoto,

han mostrado que la estructura de los estereotipos se asocia con factores como la edad, el

género y el status socioeconómico. Lo importante es saber como ir más allá de ellos, usándolos

sólo como guías básicas para interactuar con personas de otros contextos culturales. Como

guías, los estereotipos no están escritos en piedra, sino que nos dan ideas, impresiones o

imágenes de la gente que podemos usar en nuestros encuentros iniciales, después de los cuales

se pueden desechar o reforzar dependiendo de la naturaleza de la interacción. Hay una línea

muy débil entre usar una generalización como guía o usar un estereotipo para defender nuestra

manera personal de ver el mundo. Defender puntos de vista usando estereotipos rígida e

inflexiblemente permite una muy limitada perspectiva del mundo, sus gentes y eventos, lo cual

provee el marco dentro del cual aparezca el prejuicio y la discriminación (85-92).

El prejuicio se refiere a la tendencia de prejuzgar otros con base en la pertenencia a un

grupo. Esto es, gente con prejuicios piensa acerca de otros solamente en términos de sus

estereotipos. Aunque el etnocentrismo y los estereotipos son consecuencias normales e

inevitables del funcionamiento psicológico, el prejuicio no. Los prejuicios resultan solamente

de la inhabilidad individual de reconocer las limitaciones del propio pensamiento

etnocéntrico y estereotipado. Aquellas personas que reconocen que tienen estereotipos, que

sus estereotipos pueden no ajustarse a la realidad, y que los estereotipos nunca describen a

todos los miembros de un grupo, son menos dadas a ser prejuiciadas.

Los prejuicios pueden tener dos componentes: un componente cognitivo (pensamientos)

y otro afectivo (sentimientos). Los estereotipos forman la base del componente cognitivo—

creencias, opiniones y actitudes estereotipadas que uno se forma acerca de otros. El

componente afectivo compromete los sentimientos personales hacia otros grupos de gente.

Estos sentimientos pueden incluir ira, desprecio, resentimiento, o desdén, o aún, compasión,

simpatía y afinidad. Los componentes cognitivos y afectivos, aunque relacionados, pueden existir

independientemente dentro de la misma persona.

La discriminación, finaliza Matsumoto, se refiere al trato injusto de otros con base en la

pertenencia a un grupo. La diferencia entre prejuicio y discriminación es la diferencia entre

pensar/sentir (prejuicio) y actuar (discriminación) sobre otro. Como los estereotipos y prejuicios,

la discriminación puede incluir tratamientos positivos o preferenciales, tanto como tratamientos

negativos o desfavorables. Si uno tiene estereotipos positivos acerca de un grupo de gente y

está prejuiciado a su favor, por ejemplo, uno puede involucrarse en comportamientos que

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activamente promueven o engrandecen individuos de dicho grupo solamente con base en la

pertenencia a dicho grupo. Desde luego, la discriminación siempre es negativa, resultando en un

trato menos justo y favorable hacia otros. El aspecto importante para definir la discriminación es

que esta gira alrededor del concepto de injusticia en el trato a otros con base en su pertenencia a

un grupo (93).

Prejuicios y discriminación son procesos que ocurren en el campo individual.

Cuando ocurren a nivel de grupo o a nivel organizacional, se conocen como ’–ismos’

(racismo, clasismo, sexismo) o discriminación institucional. Constituyen una ideología y,

como tal, pueden pasar de una generación a otra, de la misma manera que otros elementos

culturales (100).

Veamos ahora en las siguientes historias, si las personas actuaron (en especial aquellas

en situación de mayor poder, como las y los docentes) motivadas por simples estereotipos o si

en su comportamiento, consciente o inconscientemente, se puede apreciar el prejuicio y la

discriminación.

HISTORIA 1: Con el entusiasmo propio de la juventud y la alegría que embarga el emprender una experiencia novedosa, salieron una mañana cuatro estudiantes de Licenciatura en Educación Infantil rumbo a una institución escolar, cuya directora amablemente había aceptado que realizaran allí sus prácticas pedagógicas tempranas. La escuela estaba localizada en uno de los barrios denominados “populares” de la ciudad de Medellín, pues el ingreso diario de sus habitantes no alcanza a satisfacer sus necesidades mínimas. Muchas mujeres se emplean en el servicio doméstico y muchos hombres dependen su sustento de los inciertos avatares del negocio de la construcción, por mencionar algunas de las mejores posibilidades de empleo en el contexto. Violencia y agresividad de una juventud sin futuro son, en este barrio, flor de cada día. Las jóvenes de nuestra historia sentían entonces la maravillosa oportunidad de contribuir con un mayor bienestar al grupo de niños y niñas de cuarto grado, que participarían de las sesiones de juegos y actividades artísticas que ellas realizarían durante un semestre, con el objetivo de conocer mejor su manera de sentir y pensar y así poder planear una propuesta curricular más adecuada a sus intereses y necesidades. El primer día se organizó una ronda de integración y en un contento indescriptible, niñas, niños y jóvenes universitarias giraban cantando al unísono en el pequeño patio de recreo, “Agua limón limonada, vamos a jugar, el que quede solo, solo quedará”. La ronda súbitamente fue interrumpida. La maestra del grupo, desde la puerta del salón gritó: “¡Carmen! ¡Carmen!” La niña negra del grupo, originaria del Pacífico Colombiano, se detuvo al oír su nombre y obediente se dirigió donde su maestra, que le entregó una escoba para que barriera el salón. Las universitarias sorprendidas y estupefactas, con dificultad volvieron a retomar la ronda pretendiendo ignorar lo sucedido. Al finalizar la sesión de juegos y cantos, retornaron al salón de clase con el resto de niños y niñas, y con esforzada cortesía le preguntaron a la maestra, “¿Por qué nos sacó a Carmen de la ronda?” La maestra sin inmutarse contestó: “Pues que haga desde ya lo que le va a tocar hacer toda la vida.” (Relato verbal, agosto de 1994).

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HISTORIA 2: En otro contexto similar al anterior, donde la pobreza ronda obstinadamente a las distintas familias que se han enclavado en un cerro sin mayores servicios básicos, tres estudiantes de Licenciatura en Educación Primaria consultan confundidas a su profesora de la Universidad sobre su fracaso en el trabajo con un pequeño grupo de niñas de tercer grado, con quienes adelantan una práctica pedagógica basada en juego dramático: “Es que hay tres niñas muy llevaditas de su parecer, cuando por fin acordamos en el grupo realizar una actividad, ellas se enojan y se van”. La profesora de la Universidad les preguntó si ya habían conversado con el grupo y qué decían en particular las tres niñas. “–¿Hay algo que las caracterice, en particular? –Si, contestaron las estudiantes, son las tres niñas negras del grupo. Pero son muy rebeldes, cuando menos pensamos, se sientan en el corredor y dicen que no van a jugar más”. La profesora las invitó nuevamente a escuchar con cuidado las razones que pudieran tener las tres niñas, antes de rotularlas como “rebeldes” y “llevaditas de su parecer”. En la asesoría siguiente, las estudiantes compartieron contentas su “hallazgo” con su profesora. En el diálogo grupal, las tres niñas negras expresaron su malestar: “es que las ‘paisas’ (sus otras compañeras, de origen mestizo) se creen muy blanquiadas y cuando vamos a jugar al Centro de Salud, ellas se escogen los mejores papeles: la doctora, la enfermera y nos dejan a nosotros los más malucos. Y cuando vamos a jugar a la Escuelita, pasa lo mismo, que la una es la directora, que la otra es la maestra... y no nos dejan escoger esos papeles. Entonces nosotras decimos que no, que así no jugamos”. (Relato verbal, abril de 1995). HISTORIA 3: “Cuando yo estaba en el bachillerato tenía que exponer el mito de Orfeo, cuando salí a exponerlo me equivoqué en una palabra; el profesor me dijo: ‘cholo es cholo, ¿verdá?, por más que se civilice siempre es cholo.” (Relato verbal, estudiante Embera-Chocó universitario, septiembre de 2002). HISTORIA 4: “Yo diría que a nivel de bachillerato, una de las cosas que pasaron y que lo marcan a uno siempre y que son como huellas imborrables que quedan dentro, donde uno se mueve, en los espacios donde uno llega, siempre es esa discriminación tan marcada que uno encuentra allá. Se cree, pues, que los indígenas, por el sometimiento que hemos llevado todos estos años, se piensa que es un indígena que no piensa, que los indígenas no sentimos, que los indígenas no lloramos, que no reímos, que no sentimos, pues, necesidades. Entonces se veía mucho la parte discriminativa, comenzando por la educación que se daba, donde no le enseñaban a uno a sentirse identificado con sus cosas, con sus tradiciones, con su familia, con el nombre que uno llevaba, la región de donde uno venía.” (Entrevista grupal, estudiante Guambiano universitario, junio de 2002).

HISTORIA 5: Después de varios años de graduado, fue un placer para su profesora volver a ver a Mario, uno de los mejores estudiantes de Licenciatura en Educación Especial y uno de los primeros hombres en acoger esta carrera, de predominancia femenina en la Universidad. Fue un encuentro casual y la conversación giró espontáneamente. Mario contó cómo él y otro compañero “se regalaron” a la Secretaría de Educación Departamental, pues se ofrecieron a ir a enseñar en un contexto al que es difícil que vayan docentes. Ellos querían prestarle un servicio al país y aceptaron ser enviados a la región de Urabá, a trabajar en una escuela de vereda por el Municipio de Necoclí. Su relato giró inicialmente alrededor del abandono y la desidia del Gobierno con sus servidores públicos, en especial, sus educadores, pues durante los 10 meses que duró el contrato, nunca llegó el sueldo a tiempo para pagar el alquiler y la comida, ni

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tuvieron acceso a los recursos de salud adecuados para atender a tiempo una lesmaniasis, enfermedad que afecta la piel en esta zona húmeda tropical, lo cual les obligó a regresarse a la ciudad. Luego la conversación giró sobre su experiencia como maestro: –Y qué grado escolar te tocó? –Un primerito. Fue interesante. El problema es que la deserción escolar es muy alta. En especial de las niñas. –¿Por qué? ¿Algún problema con su rendimiento? –No, profe, lo que pasa es que muchas quedan en embarazo... –¿En embarazo? ¡Pero me dijiste que enseñabas en primer grado! –¡Ah! No profe. Es que en esos lugares, usted sabe, a primerito se llega de once, doce, trece años... –¿Y, entonces, qué trabajabas con tus estudiantes sobre educación sexual? –¡Ah! No profe. Es que ese tema no se toca en primero sino en quinto grado. (Diciembre de 1998). HISTORIA 6: En el marco de una investigación sobre la homosexualidad en el ámbito escolar, se realizó una entrevista a un joven universitario de la ciudad de Medellín. Interrogado sobre la reacción de sus maestros y maestras ante las agresiones físicas y verbales que tuvo que soportar en la Escuela por parte de compañeros y compañeras, relató, entre otras, la siguiente experiencia:

“A ver, no hacían mucho, pues, realmente no colaboraban bastante porque siempre yo llegaba a la casa llorando, yo era un niño. Siempre me ha gustado el arte, entonces yo siempre he estado en danzas, eso era otra cosa. Yo estuve siempre en danzas, eso también lo veían raro en esa época porque es que estamos hablando de 1986, 1987, donde veníamos de una cultura donde el hombre tenía que ser alto, musculoso; esa era la imagen del hombre de esa época ¿Sí? La típica imagen de las películas norteamericanas donde uno ve que los chicos populares, los que juegan fútbol americano, supergrandes, superlindos, acuerpados ¿Sí? En cambio los enclenques, los delgados eran tomados como nerdos o bobos. En ese caso me tomaban como nerdo en cierta manera y agregándole el que yo sea marica. Sin yo haber asumido eso a la edad de siete u ocho años ¿Cierto? Y es muy raro, porque yo sin asumir esa, esa identidad, a esa edad, yo ya tenía amigos homosexuales ¿Sí? Yo ya conocía gente homosexual. Entonces esto llevó a que, supongamos, fue muy poca la ayuda porque siempre llamaban a mi mamá, que vea, Julio no se integra fácil con los chicos.” (Entrevista, febrero de 2002).

¿Por qué se presentan estas situaciones en nuestras instituciones escolares? ¿Qué

puede explicar el carácter excluyente y discriminatorio que caracteriza la experiencia

escolar para miles de nuestros y nuestras compatriotas? Una mirada a la historia siempre

será una consejera ineludible si queremos lograr una mayor comprensión de los problemas que

nos aquejan en el presente.

EL CARÁCTER HEGEMÓNICO Y HOMOGENEIZANTE DE LA ESCUELA (LA ESCUELA PARA CONTROLAR)

Según Gisela Daza & Mónica Zuleta (2002: 52-63), el capitalismo, principalmente desde

finales del siglo XVIII, al promover la liberación de los movimientos del capital y del trabajo de su

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subordinación a la tierra, afianzó la organización de la sociedad en clases sociales, por género,

edades, competencias y secuencias de etapas vitales, ajustados a los ciclos de la producción

industrial. De esta manera, paulatinamente, se fue estableciendo un parámetro de lo “normal”, de

la medida de lo común, como punto de referencia de valoración de los grupos y las personas, lo

cual conllevó al surgimiento de prácticas de subjetivación y de socialización disciplinares en la

escuela, la familia nuclear y la organización fabril. La Escuela en occidente surge, entonces,

íntimamente ligada a los requerimientos del capital (a la organización de la economía alrededor

de la producción industrial) y, como otras instituciones, se ha encargado de nutrir y reproducir los

procesos de socialización que direccionan los ámbitos social, subjetivo y de la producción, hacia

los fines propios de la ideología capitalista tal y como ésta surge en Europa, con una perspectiva

colonialista y etnocéntrica inflexible hacia los territorios de ultramar.

Estos desarrollos socioeconómicos promovidos por el capital, encarnan, hasta nuestros

días, en el contexto internacional y nacional, consecuencias de diversa naturaleza, entre las que

se cuentan: un descuido de las realidades culturales, lingüísticas, sociales y económicas locales

al trasplantar, de manera acrítica, modelos escolares foráneos que no reconocen la diversidad

cultural de cada país y su enorme valor; la asunción de un pensamiento antropológico

eurocéntrico que pone a Europa y Norteamérica en la cima del desarrollo, como modelos

sociales y culturales indiscutibles para ser seguidos por el resto de las culturas del planeta; una

visión de ser humano que presenta como ideal antropológico máximo al hombre blanco,

heterosexual, de clase media, de los países con mayor avance industrial en el mundo, señalando

como contraparte primitiva o menos evolucionada a personas o pueblos que no se enmarcan en

este patrón; ideología muy conveniente durante la conquista, la colonia y los procesos

contemporáneos de globalización o neocolonialismo. Consecuentemente, se asume una

concepción de la ciencia y del conocimiento europeos y anglosajones como los saberes más

avanzados; el conocimiento de ‘verdad’ al que hay que adherirse sin reparos desde las

diferentes disciplinas sociales y naturales (Lander, 2000).

De tal suerte que los modelos antropológicos tácitos o explícitos de la Escuela y de la

pedagogía occidental corresponden a un pensamiento eurocentrado que todavía hoy se

caracteriza por ser colonialista, monocultural, patriarcal, androcéntrico y homofóbico. La

introducción de la Escuela en Colombia no ha estado, entonces, al margen de esta visión

controladora y discriminatoria, con una fuerte visión racista, clasista y sexista, propia de la

herencia colonial-capitalista hacia los sectores con menos poder económico: las mujeres, los

sectores sociales desfavorecidos y las personas de origen étnico indígena o africano. En la Ley

Uribe de 1903, por ejemplo, se adjudicaba la debilidad de la industria nacional y el lento avance

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de la prosperidad, a los defectos raciales del pueblo colombiano caracterizado por su arraigo a la

tradición y el pasado, la ociosidad y el “funcionarismo”, a diferencia del individuo productivo,

amante del trabajo y de la economía, individuo pensado a la imagen y semejanza de los pueblos

anglosajones, de acuerdo con el investigador de las prácticas pedagógicas en Colombia, Javier

Sáenz (1997:7)

Con la inclusión de la perspectiva biológico-médica y psicológica, el país no se libró de

prácticas racistas que se venían ejecutando en Estados Unidos. En ese país, desde 1921, y a

pesar de sus controvertidos resultados e interpretaciones, las pruebas de Coeficiente Intelectual

(CI) se convirtieron en los principales instrumentos para establecer distinciones y excluir a la

población negra y a otras minorías de servicios educativos privilegiados (McLemore 1994). En

Colombia, con el propósito de impulsar la eficiencia social de corte taylorista, se proponen en la

década de los años 30, los exámenes individuales, psicológicos y médicos, de las aptitudes y

condiciones de salud del alumno. De esta manera “por medio de las prácticas de la clasificación

y la selección escolar, así como de la orientación profesional, se debía colocar a cada individuo

en el lugar exacto que le correspondía en el organismo social, de acuerdo a la división ‘natural’

de las aptitudes y la división social del trabajo” (Sáenz, 1997:10). Las prácticas educativas que

se generaron a partir de estas mediciones “se articularon estrechamente a la noción de la

degeneración de la raza colombiana. Degeneración cuyo principal síntoma psíquico sería la

debilidad de la voluntad y los consecuentes excesos enfermizos de los sentimientos y las

pasiones” (13), resultado de “una civilización que no busca sino el goce de los sentidos y la

complacencia sensual” (17-18). De esta manera se desviaba la atención de las reales causas de

la crisis social y de los enfrentamientos civiles que se venían dando en el país desde los albores

mismos de la Independencia (como la subyugación y apropiación violenta por parte de una élite,

de los bienes, tierras y trabajo de grupos poblacionales indígenas, negros, campesinos y

artesanos, y los consecuentes movimientos de resistencia).

Además de enunciados clasistas, “de desconfianza hacia los pobres”, el sexismo y la

homofobia hizo igual presencia en los discursos pedagógicos del presente siglo, asociando a lo

femenino, la formación débil y sensible. De acuerdo con Sáenz (1997: 17), “el ideal del individuo

a formar era claramente espartano, un individuo viril y trabajador, dispuesto a la lucha por la vida,

alejado de la femenina corrupción, del ocio, de la sensibilidad, del placer, de la ensoñación y de

la expresión de las emociones (Subrayado nuestro). En las escuelas se debían desarrollar las

características consideradas “viriles”, forjando la voluntad y fortaleciendo el carácter. “Se

pensaba que el sentimiento y la imaginación, —consideradas características femeninas—

desviaban al individuo de la lucha biológica y moral, le debilitaban la voluntad y el carácter, se

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desperdiciaban preciosas energías necesarias para el trabajo productivo, e introducían factores

impredecibles de agitación y desequilibrio individual y colectivo” (Sáenz 1998:119-120).

ESCUELA Y REPRODUCCIÓN DEL PODER OPRESIVO

Este análisis propuesto acerca de la Escuela y su función social, debe mirarse a la luz de

lo que significa el poder en manos de quienes detentan los medios de subsistencia de otros;

aquel que define cuándo, dónde y cómo se otorga la palabra, la posición, la mirada o el silencio.

El mismo poder que en su ejercicio se vuelve prejuicio, estereotipo y discriminación. Desde

Foucault (2001), el poder es “una estructura total de acciones dispuestas para producir posibles

acciones: incita, induce, seduce, facilita o dificulta; en un extremo constriñe o inhibe

absolutamente” (253). En las instituciones educativas o en las relaciones pedagógicas, este

principio del poder adquiere connotaciones importantes al momento de visibilizar a los sujetos

que hacen parte de esa relación:

“Puede tomarse como ejemplo una institución educacional: la disposición de sus espacios, la meticulosa regulación que gobierna su vida interna, las diferentes actividades que se organizan en ella, las diversas personas que viven o se encuentran allí, cada una con sus propias funciones, su carácter bien definido –todas estas constituyen un bloque de capacidad-guión-poder–. Esta actividad, que asegura el aprendizaje y la adquisición de aptitudes o tipos de conducta, se desarrolla por medio de un conjunto total de comunicaciones reguladas (lecciones, preguntas y respuestas, órdenes, exhortaciones, signos codificados de obediencia, marcada diferenciación del valor de cada persona y del nivel de conocimientos) y por medio de una serie total de procedimientos de poder (encierro, vigilancia, recompensa y castigo, la jerarquía piramidal)” (Foucault, 2001:251). Dicho conjunto de comunicaciones reguladas y procedimientos de poder nos van

delimitando un lugar y una manera de pensar, una forma de concebir la razón, la normalidad, la

belleza, la verdad, el saber; y así, sin darnos cuenta, aprendemos a diferenciar a los otros por su

incapacidad de parecerse a los que creemos ser. Así, el otro no es más que parte de un

discurso, es un otro que sólo aparece como objeto de acción de diferentes técnicas de poder:

vigilancia, normalización, exclusión, clasificación, distribución, regulación.

¿Es posible contrarrestar tan complejo panorama normativo y disciplinar en el cual se

erige la institución escolar, que niega, inhibe o reprime cualquier expresión diversa que se aleje

de los parámetros históricamente establecidos como correctos y aceptables? Retomando la

pregunta de González Placer (2001), “¿querremos algún día suspender nuestros principios de

identificación, de visión, de jerarquización y clasificación?, ¿podríamos?, ¿sabremos?”

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¿CÓMO IDENTIFICAR Y ABORDAR DE MANERA SENSIBLE Y ADECUADA, SITUACIONES DE PREJUICIO Y

DISCRIMINACIÓN –INDIVIDUALES E INSTITUCIONALES– EN NUESTROS CONTEXTOS ESCOLARES?

Varias vías se vienen proponiendo, entre ellas, los aportes de la pedagogía crítica y los

estudios culturales y poscoloniales, con la apertura de la posibilidad de reflexionarnos,

deconstruirnos y cuestionar el lugar desde el cual ejercemos nuestras acciones. También la de

habitar poéticamente la diferencia; babelizar la existencia, la lengua, la comunidad, la

experiencia, y pensarnos como unos y múltiples en la búsqueda de lo que somos y sentimos

(Larrosa y Skliar, 2001). Se trata entonces de ver:

“Cómo la mirada del loco, del niño, del primitivo, del marginado, del extranjero o del deficiente es capaz de inquietar el edificio bien construido de nuestra razón, de nuestra madurez, de nuestra cultura, de nuestra buena socialización o de nuestra normalidad. El otro, al mirarnos, nos pone en cuestión, tanto a lo que nosotros somos como a todas esas imágenes que hemos construido para clasificarlo, excluirlo, para protegernos de su presencia incómoda, para atraparlo en nuestras instituciones, para someterlo a nuestras prácticas y, en el límite, para hacerlo como nosotros, es decir, para reducir lo que puede tener de inquietante y de amenazador. La atención a la mirada del otro (...) acaso permita la emergencia de otra forma del pensamiento y, quizá, de otro tipo de práctica social (Larrosa y Pérez de Lara, 1997). Los estudios culturales hacen parte de un movimiento de resistencia a aquellas

prácticas educativas homogeneizantes que ignoran el contexto de los estudiantes. Para el

pedagogo estadounidense, Henry Giroux (1998), los estudios culturales están profundamente

relacionados con la conexión entre cultura, saber y poder, pues implican un alejamiento de las

narrativas dominantes eurocéntricas, del conocimiento disciplinario, del cientifismo, herencia del

legado modernista, para ocuparse de la gran diversidad de fenómenos sociales y culturales que

caracterizan a un mundo cada vez más hibridado y postindustrial (48, 51). Los estudios

culturales reconocen a alumnos y alumnas como portadores de diferentes memorias sociales,

con el derecho a hablar y a representarse en la búsqueda del conocimiento y la

autodeterminación; es una postura pedagógica orientada por “la cuestión de cómo democratizar

las escuelas para implicar a esos grupos, en buena parte apartados o simplemente no

representados en el currículum, para que lleguen a ser capaces de producir su propia

autoimagen, relatar su propia historia y entablar un diálogo respetuoso con los demás” (54).

Y es que a pesar del reconocimiento social progresivo a la infancia logrado durante el

siglo XX, niños, niñas y jóvenes, en especial aquellos de las clases económicamente deprimidas

o de grupos étnicos no mayoritarios, siguen siendo el sector más desfavorecido en las

intervenciones y decisiones formales del currículum, el cual continúa desconociendo que el

contexto cultural, la clase social, la etnia, el género o la edad a la que niños, niñas y jóvenes

pertenezcan genera una forma distinta de adaptación a la escuela (Martínez, 1995).

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La pedagogía crítica propone entonces una nueva sociología del currículum, que deje

de lado la pretensión ideológica de estar libre de cualquier clase de valor, lo que invita a

maestros y maestras a desarrollar una sensibilidad crítica que sea extensión de su conciencia

histórica. Esto es, reconocer que la realidad no es estática, sino que por el contrario, es algo que

debe cuestionarse y analizarse continuamente, de esta manera contribuir con desenmascarar las

relaciones de dominación y propender por “la emancipación de la sensibilidad de la razón y la

imaginación en todas las esferas de la subjetividad y la objetividad” (Giroux, 1997:60-61).

La pedagogía crítica aporta elementos para interrogarse sobre el impacto en estudiantes

de diversos contextos culturales de concepciones y prácticas pedagógicas asimilacionistas, de

resistencia o transformativas. Mientras las primeras sugieren que el deber de la educación es

preparar a cada estudiante para su debida integración a la sociedad vigente, la segunda y la

tercera, deconstruyen el significado de dicha asimilación y proponen alternativas. Entre ellas, el

cuestionamiento a la visión del sujeto meramente determinado por las circunstancias económico-

sociales que le rodean, reconociendo, en cambio, su potencial como agente de cambio en su

interacción con el medio. Esto es posible a través de dos elementos básicos: (1) de un lado, un

profundo replanteamiento del papel de la Escuela; y del otro, (2) una redefinición de la

pedagogía.

Para autoras y autores de la pedagogía crítica, al reconocerse la Escuela como un

espacio propio de construcciones culturales, sociales e intelectuales; la enseñanza se debe

convertir en una práctica política vinculada a la transformación de modos de producción,

circulación y uso del conocimiento en la institución educativa. Es decir, la pedagogía crítica es un

modo de reestablecer relaciones: escuela/vida, producción/significación, cultura/subjetividad. Se

trata de convertir a la pedagogía en una práctica que busca comprender la construcción de

significados al interior del aula y la influencia de éstos en la producción del conocimiento escolar.

De este modo, la pedagogía llega a ser una forma de práctica [social y cultural] que surge de

ciertas condiciones históricas, contextos sociales y relaciones culturales; es decir, que surge de

la experiencia del estudiante [o del sujeto] con el mundo, y de este modo “el terreno del

aprendizaje queda inseparablemente vinculado al cambio de los parámetros de lugar, identidad,

historia y poder” (Giroux, 1997:47).

De esta manera, la pedagogía se convierte en un discurso potente, con capacidad de

alojar múltiples relaciones, de responder a los interrogantes actuales acerca de los y las

docentes, la institución y el conocimiento. Dentro de este contexto, la pedagogía deja de ser

mera transmisión de conocimiento, para potenciar la capacidad de producir, significar y

resignificar las relaciones entre el saber y el sujeto. En otras palabras, la pedagogía debe

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permitir la conexión de la escuela con el contexto, con el entorno; al tiempo que vincula al

estudiante con su experiencia, con su historia constructiva y su poder de transformación;

expresado a través de sus esfuerzos por crear nuevas formas de conocimiento que superen la

fragmentación disciplinaria y se aproximen a un conocimiento interdisciplinario; que no niegue,

además, la estrecha relación entre razón y emoción. Además, busca que las distinciones u

oposiciones entre conocimiento escolar/conocimiento extraescolar, la cultura y lo popular se

superen en el espacio escolar para hacer del plan de estudios un tipo de conocimiento sensible a

la diversidad de experiencias de las personas. En palabras de otro pedagogo crítico, Peter

McLaren (1990:22): “el conocimiento no puede continuar siendo visto como algo objetivo, sino

que ha de comprenderse como parte de las relaciones de poder que, además del poder mismo,

producen a quienes se benefician de él”.

Así, la pedagogía crítica busca develar sentidos alrededor de los sujetos de la educación,

niños, niñas y jóvenes que no son seres pasivos y extraños a las lógicas de operación de la

Escuela; sino que son seres con capacidad de operación en contextos y entornos definidos por

los bienes culturales. Se los ve como portadores de historia, constructores de sentidos y

multiplicadores de significados. Para la pedagogía crítica, cada alumno y alumna no es un sujeto

estático, con una estructura rígida heredada de la cultura, las prácticas de escolarización, la

experiencia o la interacción social. Los y las estudiantes se construyen desde la diversidad de

voces, contactos, condiciones, acciones, actuaciones, narrativas; en fin, se constituyen y actúan

desde la multiplicidad, y ello hace que la Escuela deba ser pensada desde la multiculturalidad y

sus docentes invitados a comprender las complejas relaciones entre los contextos en los que

actuamos, así como los tejidos que se originan de los hilos cruzados de ámbitos que

compartimos: clase, sexo, origen étnico.

Estas preocupaciones deben reflejarse en el currículo, y de manera evidente en la forma

como alumnos y alumnas estudian. El currículo, como señala el pedagogo brasileño Paulo

Freire (1983), no debe ser un acto pasivo, de recepción e inmediatez. Se trata de una

construcción del mundo. El estudiar debe permitir a cada estudiante ser él mismo y ella

misma a través del conocimiento. En otras palabras, se trata de una pedagogía de la

experiencia (Dewey, 1961) que busca hacer conscientes los procesos de subjetivación a partir

de un análisis de las condiciones históricas que nos han llevado hasta el lugar de sujetos y a la

forma como nos insertamos en la dinámica social.

En este sentido, la pedagogía crítica tiene una tarea importante: construir una pedagogía

del otro que, como sustenta McLaren (1997:43), se fundamente en la importancia del “otro” y en

la necesidad de crear una base común para unir la noción de diferencia a un lenguaje

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compartido públicamente sobre la lucha y la justicia social; un sentido de sujeto que lo ubique en

el lugar de las relaciones, evitando señalamientos, desprecios u olvidos. En palabras de este

autor:

“Los educadores tienen la responsabilidad de construir una pedagogía de la ‘diferencia’ que ni exotice ni demonice al ‘otro’, sino que se intente situar la diferencia tanto en su especificidad como en su capacidad de proporcionar elementos para establecer críticamente relaciones sociales y prácticas culturales” (36). Con respecto al papel de maestros y maestras en la pedagogía crítica, Freire, en su

Pedagogía del oprimido (1983:27-98), sugiere, con su habitual fuerza, que deben ser personas

con vocación humanista, capaces de generar una “pedagogía de la problematización” y de la

“concienciación”, entendida como un camino liberador, creado y recreado constante y

responsablemente por la persona oprimida. Ésta descubre el modo de construcción de la

“conciencia humana” por medio de una autocrítica y reflexión con respecto a su propio “universo

vocabular” (sus propias palabras y expresiones), que viene luego descodificado en su contacto

directo con la existencia (antes que con las ideas).

Se establece consecuentemente un nexo entre antropología, educación y pedagogía en

cuyo centro se encuentra la preocupación por el diálogo –entendido como la historia humana

misma y no sólo como su producto– y la convicción de que el proyecto liberador de las personas

oprimidas no puede provenir sino de ellas mismas: atender el llamado a “ser más” implica

liberarse de la mentalidad del opresor (cuya lógica constituye los sujetos) y transformar las

condiciones materiales de opresión; para “ser más” (según la vocación humana) hay que

enfrentar la lógica violenta de quienes oprimen, los cuales –olvidándose del mundo de la vida–

miran su entorno y a los otros como objetos de dominación (39-65).

Siguiendo a Freire, la “educación bancaria”, que narra discursos desde currículos

inflexibles y niega el diálogo con alumnos y alumnas, establece una relación docente-estudiante

que es reflejo de una “sociedad opresora” y de una “cultura del silencio”. A ella se le debe oponer

una “educación problematizadora” en la que predominen las “palabras verdaderas” que superen

el verbalismo de la escuela bancaria y el activismo de las luchas liberadoras que operan sin la

participación de los oprimidos. De tal suerte que, al imperio de conquista, a la manipulación de la

conciencia, a la invasión cultural y a la violencia divisoria de los opresores, se debe oponer un

“humanismo dialógico transformador” (69-240).

En este orden de ideas, maestros y maestras comprometidos con la atención a la

diversidad cultural, se convierten en educadores y educadoras interculturales en la

medida que establecen con sus alumnos y alumnas un diálogo permanente, en el que

ambas partes se reconocen mutuamente el derecho a la palabra y –sin ignorar el bagaje cultural

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propio– mantienen la apertura a la reflexión crítica sobre actitudes opresivas, correspondiéndole

en especial a maestras y maestros potenciar en sus estudiantes la maravillosa capacidad de

proponer transformaciones de la Escuela y de su entorno.

Lo anterior exige de educadores y educadoras, el ejercicio de una pedagogía de la

diversidad en la que no exista desconexión entre la Escuela y su contexto. Para lograrlo,

maestros y maestras debemos ser concientes de la necesidad de poner en perspectiva crítica e

histórica los contenidos de los saberes disciplinares y las normas que se nos han impuesto como

“natural” enseñar, no olvidando que son construcciones socioculturales que conllevan de manera

oculta o manifiesta mensajes llenos de prejuicios y discriminación. Al mantener un contacto

directo con la realidad social y cultural del entorno escolar, una mirada permanente a la historia

que nos permita explicarnos el presente y un diálogo abierto y respetuoso con nuestros alumnos

y alumnas, podemos contribuir a generar espacios de interacción intercultural llenos de

esperanza.

AGRADECIMIENTOS:

A las y los estudiantes de los cursos de Expresión Teatral Infantil de la Licenciatura en

Educación Básica Primaria y Educación Especial (profesora Zayda Sierra), de quienes se

retomaron los testimonios de las Historias 1, 2 y 5.

A los y las estudiantes indígenas de las Historias 3 y 4, que participaron en el proyecto de

investigación “Situación del/la Estudiante Indígena Universitario/a: necesidades y perspectivas.

Un estudio en Antioquia y Chocó”, financiado por COLCIENCIAS y la Universidad de Antioquia,

con apoyo de la OIA-INDEI-UPB y la OREWA. Medellín, 2002-2003.

Al participante del testimonio de la Historia 6, retomado del trabajo de grado “Hojas en la

tormenta. Un estudio fenomenológico sobre la homosexualidad en la Escuela”, de Gustavo

López Rozo, candidato a la Maestría en Educación en Pedagogía y Diversidad Cultural de la

Universidad de Antioquia.

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