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TEXTO: Susana Domínguez Imaz FOTOGRAFÍAS: Soledad Sos y Carmen Barriobero (antiguas); Susana Domínguez Imaz (actuales) El Sagasta es un emblema de Logroño con mucho pasado, mucho presente y, sin duda, mucho futuro. Por ello, y aprovechando ese proceso de remodelación en el que se encuentra, vamos a intentar recoger los recuerdos de alumnos que estudiaron allí en los años 30 del siglo XX. Todos ellos tienen hoy más de 90 años, pero su mente es lúcida y su memoria también. Existe documentación exhaustiva tanto en el archivo del centro como en otros, para constatar quién y cuándo trabajó y estudió allí. Todo está escrito, menos las imágenes y experiencias que quedaron impresas en las mentes adolescentes de los estudiantes que pasaron por allí en aquellos años y que vamos a tratar de recuperar a través de estas páginas. entrevista Fachada principal del Instituto. 1920. (48)

Fachada principal del Instituto. 1920. · padre ejercía como farmacéutico. Para con-tinuar sus estudios se trasladó a Logroño, donde vivió con su tía y sus primos, y estu-dió

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Page 1: Fachada principal del Instituto. 1920. · padre ejercía como farmacéutico. Para con-tinuar sus estudios se trasladó a Logroño, donde vivió con su tía y sus primos, y estu-dió

TEXTO: Susana Domínguez ImazFOTOGRAFÍAS: Soledad Sos y Carmen Barriobero (antiguas); Susana Domínguez Imaz (actuales)

El Sagasta es un emblema de Logroño con mucho pasado, mucho presente y, sin duda, mucho futuro. Por ello, y aprovechando ese proceso de remodelación en el que se encuentra, vamos a intentar recoger los recuerdos de alumnos que estudiaron allí en los años 30 del siglo XX. Todos ellos tienen hoy más de 90 años, pero su mente es lúcida y su memoria también. Existe documentación exhaustiva tanto en el archivo del centro como en otros, para constatar quién y cuándo trabajó y estudió allí. Todo está escrito, menos las imágenes y experiencias que quedaron impresas en las mentes adolescentes de los estudiantes que pasaron por allí en aquellos años y que vamos a tratar de recuperar a través de estas páginas.

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LOS RECUERDOS DEL SAGASTACuando, el pasado año, salimos del Sagasta para comenzar las obras de remodelación, me despedí a mi manera del centro, haciendo fo-tos por los bulliciosos pasillos y aulas y, tam-bién, por los rincones perdidos, con el pen-samiento de que no volvería a trabajar en ese espacio y, si lo hiciera, sería un lugar distinto.

Hablando de estas cosas con mi amiga Marga-rita, despertó mi curiosidad cuando comentó que su madre había estudiado el Bachillerato en el Instituto; ya que Sole, con 97 años y una cabeza cuerda y bien amueblada, podría muy bien aportar uno de los testimonios vivos más antiguos de la historia de nuestro centro, doblemente interesante por haber estudia-do allí en los años 30, década relevante y convulsa en nues-tro país.

Quedé un día con ellas en su casa y pude conocer de su boca anécdotas de alumnos y profe-sores, de clases de Gimnasia y de Historia Natural, de excursiones y visi-tas… cosas del Sagasta. De esta manera empe-cé a contactar con algunos de sus compañeros y coetáneos, de los que traslado aquí sus pala-bras, a las que considero, genéricamente, “los más antiguos testimonios vivos del Sagasta”.

Estas personas que estudiaron en el centro durante la República y la Guerra coinci-dieron en contar que las clases eran mixtas (algunas dispuestas en gradas en forma de hemiciclo), que los alumnos pertenecían a familias de clase media y alta y que no lleva-ban uniforme, ni siquiera en clases de gim-nasia; que tenían horario matinal; que no solía haber castigos porque había poca indis-ciplina y que no rezaban ni cantaban himnos en clase, aunque la religión tomó más fuerza a partir del año 39.

JOSÉ ALFONSO ECHEVARRÍA MACUA (PIRRO)José Antonio me recibió en su despacho de Vara de Rey 41, edificio proyectado por él mismo; un espacio vestido con muebles anti-guos y estanterías repletas de libros. Su aspec-to y su comportamiento eran el de un dandi: no quiso decirme su edad ni dejarme hacerle fotos, me saludó con protocolo al recibirme y me besó la mano cuando me despedí.

Estudió en el instituto de 1934 a 1941, cuando hizo la reválida obteniendo el título de Bachi-llerato. Según su percepción los alumnos no notaron mucho el cambio político, ni siquiera durante los años de la Guerra; en la que no

se dejó de dar clase en nin-gún momento y durante la que se mantuvieron los mis-mos libros de texto. Recalca que no sentían en las aulas el ambiente político, aunque se ríe si le pregunto si había li-bertad de expresión por par-te de profesores y alumnos. Recuerda que, hasta el año

39, en la planta baja del institu-to, estaba el cuartel de los italianos, y que le daban cigarrillos y sellos; iniciando entonces una afición al tabaco y a la filatelia que ha mantenido siempre.

Con respecto a la enseñanza de las diferentes disciplinas, recuerda a la profesora de Litera-tura, la Sra. Amigo; al profesor de Francés, al que apodaban “qu est que ce”; al profesor de dibujo, el Sr. Mauro, con quien realizaban di-bujo del natural y sombras con carbón, pero, sobre todo, recuerda al Sr. Melón que, para él, fue un magnífico profesor de Física y Quími-ca. También recuerda el estupendo museo de Historia Natural y el hecho de que un jueves al mes salían a recoger insectos y coleópteros al Ebro o al monte Corvo y, posteriormente, los clavaban y guardaban las colecciones en cajas de camisas.

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José Alfonso se sentía satisfecho del instituto, del que considera que recibió una muy bue-na formación, seguramente más humana que en otros colegios. Posteriormente estudiaría Arquitectura en Madrid, en un curso donde solo había 17 alumnos. Ejerció su profesión en la capital y en Logroño, donde tuvo un papel importante en la creación del Colegio Uni-versitario. Murió a finales de enero de 2017, unos meses después de haber conversado con-migo de forma completamente lúcida.

VALENTÍN FERNÁNDEZ PINEDOValentín nació el 1 de enero de 1921 y vivió hasta los 12 años en Fuenmayor, donde su padre ejercía como farmacéutico. Para con-tinuar sus estudios se trasladó a Logroño, donde vivió con su tía y sus primos, y estu-dió en el Sagasta durante 7 años, hasta 1939. No le dieron el título de bachiller porque suspendió el examen de latín en la Reváli-da: “Me hicieron preguntas sobre Las Ga-lias, un desastre”, me dice. Aunque eso no le impidió posteriormente hacerse Perito Agrícola.

No recuerda que hubiera muchos castigos durante su estancia en el centro; pero sí que resalta que los profesores trataban de usted a los alumnos, que solían pasar lista y que rara-mente expulsaban al pasillo a alguno de ellos. Igual que José Antonio, no notó ambiente político en las aulas, ni tendencias entre pro-fesores o alumnos. No rezaban ni cantaban himnos, excepto en las manifestaciones, a las que les obligaban a asistir, suspendiendo al-gunas clases.

Sobre los profesores tiene varias evocaciones interesantes: el director, el Sr. Marroyo, que vivía en el instituto y que era profesor de Ma-temáticas, corría mucho en las explicaciones y fue sustituido por otro después del comien-zo de la guerra. El Sr. Ángel Melón, profesor de Física, que pasaba lista y era, según él, algo burlón; o los profesores Fradejas, de Latín, el sacerdote Calixto Terés, que impartía Ética y Lógica y a la Sra. Amigo. Las explicaciones de un estupendo profesor de Literatura, cuyo nombre no acierta a adivinar, pero que habla-ba de los clásicos, sobre todo de Ulises, y que

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Valentín Fdez. Pinedo el día de la entrevista.

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les pedía que hicieran redacciones sobre su explicación, se mantienen en su memoria. Y tampoco ha olvidado a su profesor de inglés, que era un exmarista o al profesor de Histo-ria Natural, Lorenzo López Vila, uno de los mejores según su criterio. Valentín también recuerda el museo de Ciencias Naturales, así como la colección de 40 o 50 insectos cogi-dos del campo que tuvieron que hacer y que él presentó en éter, en una caja de la farmacia de su padre.

Los compañeros también permanecen en su retina: López de Calle; Valentín Espuelas, Pirro, Martínez Bujanda, que venía en bici desde Oyón, y también a algunas chicas, “la hija de Cospedal” o “la hija de Francés”.

CARMEN SOLEDAD SOS ILARRAZASole no quiso que le hiciera fotos ni que la grabara en vídeo, tampoco la voz. Una pena, porque habla mejor que cualquiera de noso-tros (fue maestra muchos años), tiene mucha gracia y está bien guapa. Nació el 3 de fe-brero de 1920, y como su padre ejercía de

veterinario en Rincón de Soto inicialmen-te estudió 1º y 2º de Bachillerato, interna, en el Colegio de Teresianas de Calahorra. Posteriormente, al ser destinado su padre a Logroño la matricularon en el Sagasta para que realizara los 4 cursos restantes de Bachi-ller Superior. Aunque había otros colegios de “señoritas” en Logroño, sus padres prefirie-ron este, porque era el único lugar donde se podía obtener el título de Bachiller. Sus estu-dios, durante 4 años, transcurrieron durante los años de la República, de los 13 a los 16, terminando el Bachillerato en junio del 36.

Sole recuerda claramente que en sus tiempos los chicos y las chicas se sentaban en zonas separadas del hemiciclo, Dulín, Vallejo, Ra-món Cajal y Perucha eran algunos de ellos, siendo el número de varones el doble que el de chicas, de las que solo terminaron 16 en sexto curso. Varias visitas permanecen en su memoria: a la Harinera del Ebro, en la carre-tera del Cortijo, a la Azucarera de Calaho-rra, a una piscifactoría en el Iregua, e incluso a una fábrica en Vitoria que fabricaba piezas

Carmen Barriobero y otras compañeras delante del Instituto.

Sole, abajo 1ª a la drcha, junto con compañeras, el director, Sr. Marroyo, en el centro, y otro profesor.

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metálicas. Pero de quien tiene un recuerdo nítido es de sus profesores y de algunas cla-ses. Por ejemplo, que los libros de Ética y Lógica que usaban en las clases de D. Calix-to Terés estaban en Latín, que el profesor de Física trató de forma burlona a una alumna, que a su vez se encaró con él terminando el asunto con la expulsión de la chica y, proba-blemente, la reconvención del profesor, por-que nunca volvió a hacerlo. La Sra. Amigo, rubia, y la Sra. Revuelta, morena, que ex-plicaba Literatura, eran dos de sus mentoras; pero de quien mejor recuerdo tiene es de D. Benigno Marroyo Gago, buen profesor de Matemáticas, pequeñito y andaluz, que vi-vía en el propio instituto y que, según su opinión, porque tenía coche y chófer, y de-bió de suspender a alguno, fue retirado de su puesto, detenido y encarcelado en el año 36.

Mª CARMEN BARRIOBERO PADILLAMª Carmen nació en Entrena el 13 de Julio de 1920 y estudió en la escuela de Doña Juanita Madroñero. El maestro D. Eladio Palacios la preparó para el examen de ingreso y entró en el Instituto, donde estudió tres o cuatro años antes de la guerra; terminando después en Agustinas, aunque tuvo que examinarse en Zaragoza para obtener el título. Trabajó como maestra durante 45 años.

Sus principales recuerdos son para sus compa-ñeros y profesores. Hizo muchas amigas, Jua-nita Martínez, Carmen Ortigosa, Nori Frías, Carmen Francés, Fabián y Pilar Cabañas, Josefina y Valentín Fdez-Pinedo, Espuelas, Dulín, Sofía Barrio… son solamente algunas.

De sus profesores, como los testigos anterio-res, hace mención del director, Marroyo, del secretario, Serapio Saénz Torre, que la llama-ba por el segundo apellido y del profesor de Francés, que se subía al estrado y envolvía la tiza en una entrada del teatro para no man-charse. Del de Geografía, Don Gabino Fdez. apodado “el traganiños”, porque era muy

serio, nos cuenta que vivía en la casa de “La Violeta”; del profesor de Latín, José Fradejas, nos cuenta que era muy joven y que a to-das les gustaba, mientras que el profesor de Dibujo les pedía llevar animales vivos para dibujarlos.

MERCEDES VOZMEDIANOFue Carmen Barriobero la que mencionó a Don Simón Vozmediano, conserje del insti-tuto, que se subía a un banco y, llamando a los alumnos por sus nombres, les entregaba las notas. Recordó que vivía en el propio institu-to y que tenía varios hijos, una de ellas llama-da Merche. Atando cabos caí en la cuenta de que Merche es madre de Marcelino Izquier-do y abuela de Clara, una de nuestras alum-nas; por lo que no fue difícil hablar con ella.

Vivió allí desde los 13 hasta los 32 años, de donde salió para casarse; pero no lo hizo en la capilla del instituto, que estaba en la planta baja, donde sí se casaron otros, y adonde acu-día todas las tardes Doña Blanca, la mujer del director, Don Félix Ros, para oír misa.

A diferencia de sus hermanos, ella no estu-dió en el instituto, pero conoció, de primera mano, otros aspectos interesantes del centro. Su padre llevaba vara y uniforme, no como los bedeles, que estaban bajo sus órdenes y usaban guardapolvo. También recuerda que había un equipo de limpieza y que las au-las se calentaban, por entonces, con estufas de carbón vegetal, aunque los profesores te-nían brasero. Entre sus cometidos estaba el de subir todas las noches por la escalera de caracol, para encender la luz del reloj de la fachada, debajo del tejado. El precioso museo de reproducciones de esculturas que estaba en el, hoy, Salón de Actos, y las coleccio-nes de animales disecados, son algunos de sus recuerdos más llamativos. Pero su expe-riencia más interesante fue asistir al juicio de “el Satanás”, que se celebró en la biblioteca del instituto, por las obras de El Palacio de

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Justicia. Era un pastor de Entrena acusado de haber matado a un tratante y como mucha gente quería lincharle, había serias medidas de seguridad y acceso restringido, a pesar de todo ella pudo entrar tranquilamente por vi-vir allí mismo. El juicio duró un solo día y el reo fue condenado a muerte: se trató de la última y espeluznante ejecución a garrote vil practicada en la cárcel de Logroño, el día 28 de noviembre del año 48.

LA INMORTALIDAD DEL SAGASTALos relatos hasta aquí traídos nos permiten afirmar que resulta muy interesante observar que a pesar de aquellos años tan convulsos en nuestro país, no se dejó nunca de dar clase en el centro, donde los alumnos no fueron conscientes de ideologías ni cambios políti-cos, donde se siguieron utilizando los mismos libros de texto y donde la mayoría de los pro-fesores permanecieron, pero no todos.

El instituto fue sede del museo de Esculturas, del de Ciencias Naturales, de la Biblioteca, del cuartel de los italianos, de una capilla con misa diaria, de un juicio famoso y, sobre

todo, un lugar lleno de vitalidad, de sueños, de ideales, de lecturas, de dolor, de pasiones... dando vida a las historias inmortales de un colegio.

Para finalizar, me gustaría recordar uno de los elementos más famosos del Sagasta entre los estudiantes de todos los tiempos: el esque-leto del aula de Historia Natural. El éxito de este esqueleto radica no solo en el hecho de que, probablemente, es la primera vez que uno se enfrenta a su propia imagen al des-nudo cuando lo ve, sino en que es de hue-so natural y al que la leyenda le atribuye a diversos orígenes, desde ser propiedad de un barquillero logroñés que lo donó, hasta haber sido algún cadáver autopsiado en el anatómi-co-forense, cuando el Sr. Elizalde, profesor de Fisiología del instituto, era director del mismo. Nos cuenta Laura Fernández, cate-drática del departamento de Ciencias Natu-rales durante muchos años, que los alumnos le han hecho todo tipo de perrerías, incluso llevarlo a la discoteca de enfrente y disfrazar-lo en carnaval.

Merche Vozmediano mostrando el libro donde aparece su padre.

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