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UNIVERSIDAD DE JAÉN
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Trabajo Fin de Grado
Factores de riesgo y
protección de la depresión
infantil: una revisión
bibliográfica.
Alumno: Macarena Ortega Osorio Tutor: Prof. D. Lourdes Espinosa Fernández Dpto: Psicología
Julio, 2015
2
Índice
1. Resumen/ Abstract y palabras clave/key words…………………………….3
2. Introducción…………………………………………………………………...5
3. Factores de riesgo y de protección……………………………………….....13
3.1 Factores individuales…………………………………………………………14
3.1.1 Biológicos……………………………………………………..14
3.1.2 Psicológicos…………………………………………………...15
3.1.3 Demográficos………………………………………………….17
3.2 Factores ambientales…………………………………………………………17
3.2.1 Familiares……………………………………………………..18
3.2.2 Escolares………………………………………………………21
4. Propuestas de prevención………………………………………………………...23
5. Conclusiones………………………………………………………………………25
6. Referencias bibliográficas………………………………………………………..26
7. Anexos……………………………………………………………………………..28
3
1. Resumen/Abstract y palabras clave/ key words
Resumen: En este trabajo se realiza una revisión bibliográfica acerca de los factores de
riesgo y de protección de la depresión infantil, dado que la frecuencia de esta patología está
aumentando en los últimos años. En un principio se tratará su historia, definición, relevancia,
posibles causas y consecuencias. Una vez contextualizado el término, se describirá cuáles son
los factores de riesgo y de protección individuales y ambientales. Dentro de los individuales
hay tres tipos: biológicos, psicológicos y demográficos, y dentro de los ambientales se van a
tratar factores familiares y escolares. Por último se va a describir un programa de prevención,
el programa Fortius.
Palabras clave: depresión infantil, factor de riesgo, factor de protección, relaciones familiares,
escuela, vulnerabilidad biológica, vulnerabilidad psicológica, prevención.
4
Abstract: This work presents a bibliographical review about risk factors and protection
of childhood depression, since the frequency of this disease is increasing in recent years.
Initially, its history, definition, relevance, possible causes and consequences will be treated.
When the term is contextualized, the risk factors and individual and environmental protection
will be described. Within the individual factors, there are three types: biological,
demographic and psychological factors and within the environmental ones, we can appreciate
familiar and scholar factors. Finally, a prevention program, known as ‘Programa Fortius
(fortius program),’ will be also described.
Key words: childhood depression, risk factor, protection factor, family relationships, school,
biological vulnerability, psychological vulnerability, prevention
5
2. Introducción
Este trabajo consiste en una revisión bibliográfica sobre los factores de riesgo y de
protección de la depresión infantil. La depresión es uno de los trastornos más frecuentes en la
población adulta, hasta el punto que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2012)
la depresión afecta a más de 350 millones de personas. La depresión puede afectar a cualquier
persona independientemente de su edad, estatus socioeconómico, nivel de estudio, etc. Por
tanto no sólo existe en los adultos sino que también afecta a los niños y a los adolescentes.
La mayoría de los adultos piensan que la infancia es la época más feliz, que los niños
no tienen problemas, responsabilidades ni preocupaciones, pero no es así. Los niños se
sienten responsables de muchas cosas incluso de los problemas de los padres, y tienen
preocupaciones no solo referentes a problemas reales sino a cosas que ellos imaginan (García-
Vera y Sanz, 2012). La depresión infantil es un tema importante hoy en día porque cada vez
son más los niños que presentan esta patología. En un estudio realizado en España, con una
muestra clínica de 404 niños, se encontró que los trastornos depresivos ocupan el segundo
lugar entre las patologías más frecuentes en niños (Martínez, Rodríguez y Aláez, 2000).
Algunos estudios indican una prevalencia del 5% al 10% (Del Barrio, 2007 citado por Del
Barrio, 2010, p.50), señalando además que el número de niños con depresión infantil está
aumentando en los últimos años.
Un dato bastante alarmante es que en USA el suicidio es la primera causa de muerte y
la depresión adolescente está aumentando a pasos agigantados (Costello, Erkanli, y Angold,
2006; citado por Del Barrio, 2010, p. 50). El diagnóstico de la depresión infantil es
complicado, ya que al tratarse de niños pueden tener dificultades para el reconocimiento y la
expresión de algunos síntomas, además, los familiares, profesores, etc., pueden tardar más
tiempo en buscar ayuda profesional por diferentes motivos como la creencia de que en la
infancia no existe depresión.
Es esencial que los problemas emocionales de la infancia se traten de manera
adecuada si tenemos en cuenta las repercusiones que estos pueden tener en etapas posteriores.
Así, autores como Marsh y Graham (2001) afirman que “existen continuidades a lo largo de
la vida en muchas formas de psicopatología infantil. Aunque la naturaleza y gravedad de sus
problemas puedan cambiar, muchos niños no superan las dificultades de la infancia”. Por
esto es muy importante el diagnóstico temprano en la vida de los niños (Citado por Esparza y
Rodríguez, 2009, p. 48).
6
Durante muchos años, se puso en duda la existencia del término “depresión infantil”,
ya que como se ha comentado anteriormente, incluso en la actualidad resulta extraño para
muchas personas relacionar infancia con depresión. Durante los siglos XIX y principios del
XX los dos modelos teóricos predominantes eran el psicoanálisis y el conductismo, y aunque
ambas corrientes coincidían en la negación de la existencia de depresión infantil, la
justificación era distinta. Para el psicoanálisis la depresión infantil no podía existir ya que en
los niños el ego no está formado y por tanto no se puede comparar el ego y el superyo, y es
esta comparación lo que produciría la depresión según Freud (Del Barrio, 1997). Para el
conductismo, por esos años, solo debía ser estudiado lo observable, por tanto la depresión
quedaba fuera de su interés (Del Barrio, 1997).
Los autores pioneros en el estudio del concepto “depresión infantil” fueron Spitz y
Bowlby.
Spitz encontró mediante un estudio que los niños podían experimentar síntomas
depresivos desde edades tempranas, luego fue Bowlby, quien obtuvo datos similares a los de
Spitz. En concreto, Spitz llevó a cabo un estudio en un hospicio con niños pequeños y
comprobó que la mayoría de los niños presentan un patrón de conducta muy parecido cuando
se separaban de sus madres. Este patrón se caracterizaba por tres etapas. La 1ª etapa, llamada
“periodo reactivo”, tenía una duración de aproximadamente 3 meses, y predominaban los
llantos, los gritos, las rabietas, la angustia, alteraciones del sueño, etc. En la 2ª etapa,
denominada “periodo depresivo”, predominaba la indiferencia, desgana, disminución del
interés por las cosas, disminución del apetito, hostilidad y disminución de la movilidad, En la
última etapa, denominada “periodo de hospitalismo”, predominaba la disminución de
contacto con su entorno, pasividad, aislamiento, retraso psicomotor y un déficit intelectual y
lingüístico. Spitz denominó “Síndrome de hospitalismo” a lo que hoy conocemos como
depresión infantil. (Spitz y Wolf, 1946 citado por Del Barrio, 1997, p. 13).
Como se ha comentado anteriormente Bowlby, encontró resultados similares a los de
Spitz, denominando a la depresión infantil como “depresión anaclítica” (Bowlby, 1958 citado
por Del Barrio, 1997, p. 13). Más tarde, otros autores como Seligman (1975) corroboraron
estos resultados (Citado por Del Barrio, 1997, p. 14).
Fue en la 3ª edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales
(DSM-III) (APA, 1980), cuando se aceptó formalmente la existencia de depresión infantil
considerando que “los síntomas del episodio depresivo mayor eran similares en niños,
adolescentes y adultos, aunque la edad modificaba la frecuencia de algunos síntomas y como
se expresaban”. Esto fue el empuje para el estudio de la depresión infantil y, desde este
7
momento, el interés por el estudio de la depresión infantil fue creciendo paulatinamente
(citado por García-Vera y Sanz, 2012, p. 198).
Antes de pasar a la definición propiamente dicha de depresión como trastorno es
necesario realizar una diferenciación con respecto al uso de depresión que se hace
coloquialmente. Cuando se habla de depresión se puede hacer alusión a 4 conceptos: tristeza
normal, síntoma, síndrome y trastorno (García-Vera y Sanz, 2012).
El sentirse triste es una emoción normal tanto en adultos como en niños, incluso se
podría decir que es una emoción adaptativa y frecuente en el ser humano; de hecho cuando no
se consigue aquello que uno se ha propuesto o se tiene la pérdida de algo valioso es normal
que uno se sienta triste (García-Vera y Sanz, 2012).
Cuando esa tristeza es muy habitual en la persona que casi forma parte de su vida
diaria por la frecuencia e intensidad que tiene la misma, se convertiría en una tristeza
patológica. En este caso nos referiríamos a la depresión como síntoma. Como síntomas
depresivos se puede encontrar: sentirse triste, sentirse infeliz, sentirse desgraciado, etc.
Conforme aumenta el número de síntomas depresivos, aumenta la probabilidad de sufrir
depresión (García-Vera y Sanz, 2012).
En muchas ocasiones también se hace uso del término depresión como un síndrome.
En este caso se refiere a la presentación simultánea de un conjunto de síntomas como: tristeza,
falta de apetito, pérdida de peso, irritabilidad, pérdida de interés, insomnio, fatiga,
sentimientos de inutilidad y culpabilidad, enlentecimiento psicomotor, dificultad para
concentrarse y pérdida de interés, siendo esa asociación de síntomas no debida al azar
(García-Vera y Sanz, 2012).
Finalmente cuando nos referimos a la depresión como un trastorno, se tienen que
cumplir los requisitos del síndrome depresivo, perdurando durante un periodo mínimo y
provocando interferencia significativa en la vida del sujeto (García-Vera y Sanz, 2012).
No hay una única definición de depresión infantil, sino que dependiendo de cada autor
se le otorga más énfasis a unos aspectos o a otros.
Wicks e Israel (1997) sugieren que el síntoma característico de la depresión es un
estado de ánimo triste (Citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 50). Para otros autores, la
depresión es un fallo en la regulación de la tristeza que se produce cuando se pierde o no se
consigue algo deseado (Del Barrio, 2007; citado por Abello, Cortés, Barros, Mercado y
Solano, 2014, p. 192).
La depresión también puede ser definida como un problema psicológico complejo que
se caracteriza por un estado de ánimo predominantemente irritable, escasa motivación y un
8
descenso de la actividad realizada por la persona (Caballo y Simón, 2003; citado por Abello et
al., 2014, p. 192). Hay otros autores que definen la depresión tal y como la definen Caballo y
Simón (2003), aunque añaden que a pesar de que los tres síntomas principales son el estado
irritable, la escasa motivación y la disminución de la conducta adaptativa, existen otros como
baja autoestima, dificultad para concentrarse, dificultad para pensar, alteraciones del sueño,
alteraciones del apetito e ideas de suicidio, entre otros. Además, señalan la interferencia
negativa que tiene en los distintos niveles de la vida del niño (Méndez, Olivares y Ros, 2001 y
Weinber, Rutman, Sullivan, Pencik y Dietz, 1973; citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p.
50).
Méndez et al. (2001) define la depresión como un problema complejo que se explica
por la interacción entre factores ambientales, biológicos, personales y psicológicos (citado por
Esparza y Rodríguez, 2009, p. 53).
A continuación, se van a exponer los criterios diagnósticos de la depresión según el
Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales (DSM-V) que es uno de los más
utilizados.
Los criterios diagnósticos para el episodio depresivo mayor según el DSM- V (2014)
son:
A. Cinco o más de los síntomas siguientes han estado presentes durante al menos dos
semanas y representan un cambio del funcionamiento previo; al menos uno de los síntomas es
(1) estado de ánimo deprimido o (2) pérdida de interés o de placer.
1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi todos los
días, según se desprende de la información subjetiva (por ejemplo, se siente
triste, vacío, sin esperanza) o de la observación por parte de otras personas (por
ejemplo, se le ve lloroso). (Nota: En niños y adolescentes, el estado de ánimo
puede ser irritable)
2. Disminución importante del interés o el placer por todas o casi
todas las actividades la mayor parte del día, casi todos los días (como se
desprende de la información subjetiva o de la observación).
3. Pérdida importante de peso sin hacer dieta o aumento de peso.
(Nota: En los niños considerar el fracaso para el aumento de peso esperado).
4. Insomnio o hipersomnia casi todos los días.
9
5. Agitación o retraso psicomotor casi todos los días (observable
por parte de otros, no simplemente la sensación subjetiva de inquietud o de
enlentecimiento).
6. Fatiga o pérdida de energía casi todos los días.
7. Sentimientos de inutilidad o de culpabilidad excesiva o
inapropiada (que pueden ser delirantes) casi todos los días (no simplemente el
autorreproche o culpa por estar enfermo).
8. Disminución de la capacidad para pensar o concentrarse, o para
tomar decisiones, casi todos los días (a partir de la información subjetiva o de
la observación por parte de otras personas).
9. Pensamientos recurrentes de muerte (no sólo miedo a morir),
ideas suicidas recurrentes sin un plan determinado, intento de suicidio o un
plan específico para llevarlo a cabo.
B. Los síntomas causan malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social,
laboral u otras áreas importantes del funcionamiento.
C. El episodio no es atribuible a los efectos fisiológicos de una sustancia o de otra
enfermedad médica.
Nota: Los criterios A-C constituyen un episodio depresivo mayor.
Nota: Las respuestas a una pérdida significativa (por ejemplo, duelo, ruina económica,
pérdidas de vida a una catástrofe natural, una enfermedad grave o discapacidad) pueden
incluir los sentimientos de intensa tristeza, rumiación sobre la pérdida, insomnio, falta de
apetito y pérdida de peso que figuran en el Criterio A, y pueden parecerse a un episodio
depresivo. Aunque tales síntomas pueden ser comprensibles o considerarse apropiados a la
pérdida, también se debería pensar atentamente en la presencia de un episodio depresivo
mayor, además de la respuesta normal a una pérdida significativa. Esta decisión requiere
inevitablemente el criterio clínico basado en la historia del individuo y en las normas
culturales para la expresión del malestar en el contexto de la pérdida.
D. El episodio depresivo mayor no se explica mejor por un trastorno esquizoafectivo,
esquizofrenia, trastorno esquizofreniforme, trastorno delirante, u otro trastorno especificado o
no especificado del espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos.
E. Nunca ha habido un episodio maníaco o hipomaníaco. Nota: Esta exclusión no es
aplicable si todos los episodios de tipo maníaco o hipomaníaco son inducidos por sustancias o
son atribuibles a los efectos fisiológicos de otra enfermedad médica.
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Hay que tener en cuenta a la hora de diagnosticar un trastorno depresivo mayor en
niños que según la edad predominan unos síntomas u otros. Los síntomas psicofisiológicos y
motores, son más frecuentes en los niños pequeños, en cambio, en los niños mayores son más
habituales los síntomas cognitivos (García-Vera y Sanz, 2012). En la tabla 1 de los anexos,
(Méndez, 1998; citado por García- Vera y Sanz, 2012, p. 203) se puede observar cuáles son
los síntomas predominantes en cada rango de edad.
En muchas ocasiones se subestima la gravedad que puede tener la depresión infantil;
sin embargo, ésta constituye uno de los principales factores de riesgo del suicidio. Aunque
pueda resultar extraño utilizar la palabra “suicidio” en la infancia, existen estudios que
indican que un 72% de niños y adolescentes deprimidos tienen ideas de suicidio (Myers,
McCauley, Calderon y Treder, 1991; citado por García-Vera y Sanz, 2012, p. 204). Cabe
señalar que el suicidio es más probable en adolescentes que en niños (García-Vera y Sanz,
2012). Este hecho lo corroboran los datos de la Organización Mundial de la Salud, que
señalan que en 2005 en España se suicidaron 7 niños con edades comprendidas entre 5 y 14
años, en cambio este número se elevó a 202 en adolescente de entre 15 y 24 años (citado por
Méndez, 2011, p.44).
Además del riesgo de suicidio, la depresión infantil puede ocasionar otras dificultades
importantes en el niño que la sufre, pudiendo afectar al desarrollo de habilidades sociales,
emocionales, cognitivas e interpersonales, incluyendo las relaciones de padres e hijos
(Kovacs, 1996; citado por García-Vera y Sanz, 2012, p. 204).
Existen distintos tipos de depresión infantil teniendo en cuenta diferentes criterios de
clasificación (Méndez, 2011):
- Unipolar y bipolar. La primera se caracteriza por un estado de ánimo
deprimido y la segunda se caracteriza por cambios en el estado de ánimo
(alteraciones entre un estado de ánimo deprimido y estado de ánimo eufórico).
- Primaria y secundaria. La diferencia entre una y otra es que en la
segunda la depresión es consecuencia de otra enfermedad, en cambio en la
primera no es así.
- Depresión mayor y distimia. La primera cumple los requisitos del
trastorno depresivo y es más grave que la segunda.
- Endógena y exógena. La primera es causada por factores internos y la
segunda por factores externos.
11
En cuanto a las posibles causas que pueden originar la depresión, existen distintas
teorías que proporcionan diferentes explicaciones. Cabe señalar que no existen modelos
explicativos específicos de la depresión infantil sino que son una adaptación de los que
explican la depresión en adultos (García-Vera y Sanz, 2012).
Según las teorías biológicas la depresión se produce por un desajuste en los niveles de
neurotransmisores, concretamente se produce una reducción de los niveles de serotonina,
dopamina y norepinefrina (García-Vera y Sanz, 2012). Algunos autores como Rubin et al.
(1992) que siguen esta línea de investigación, centrándose específicamente en la depresión
infantil, han encontrado diferencias entre la depresión en niños y en adultos, por ejemplo los
adultos deprimidos presentan un patrón característico de movimientos oculares (REM), sin
embargo en niños deprimidos no aparece este patrón. Desde este punto de vista la depresión
tiene un origen físico (citado por Del Barrio, 1997, p.29).
Actualmente, se defiende que los niños depresivos presentan alteraciones en algunas
estructuras del cerebro como: amígdala, cíngulo, hipocampo, y por último en la asimetría
frontal derecha (Coan, Allen, 2004; citado por Del Barrio, 2010, p.52). Por otro lado, hoy en
día también se están realizando estudios para comprobar si los niños deprimidos, procesan de
manera diferente situaciones negativas y positivas (reforzamiento y castigo). Estas
investigaciones han mostrado que ante una situación negativa (castigo) las estructuras de
mayor activación son distintas en los niños con alto riesgo de sufrir depresión a la de los niños
con bajo riesgo de sufrir depresión. Lo mismo que ocurre con el castigo ante una situación de
reforzamiento, las estructuras activadas también son diferentes en ambos grupos de niños
(Gotlib, Hamilton, Cooney, Singh, Henry y Joormann, 2010; citado por Del Barrio, 2010,
p.52).
Desde el psicoanálisis se plantea que la depresión infantil se debe a una pérdida de
autoestima, la cual se debe a la interiorización de sentimientos negativos debidos en un
principio a la pérdida de la madre (Bowlby, 1969; Lasa, 1995; Spitz, 1946; citado por Del
Barrio, 1997, p.31). Los motivos de la pérdida pueden ser diversos. En un principio, desde la
orientación psicoanalítica, se negó la existencia de depresión infantil, dado que los niños no
tenían desarrollado el ego (yo), y sin el “yo” no podían tener depresión (Del Barrio, 1997).
Desde una perspectiva conductista, se defiende que la depresión aparece cuando las
conductas de los niños no son reforzadas lo suficiente, esto quiere decir, que los niños
deprimidos presentan una carencia de reforzamiento. Desde esta postura se defiende que la
probabilidad de una conducta depende de las consecuencias de la misma (Del Barrio, 1997).
Costello (1972) considera que “es el fallo en la cadena de refuerzos lo que ocasiona que se
12
rompa el equilibrio de toda la cadena” (citado por Del Barrio, 1997, p. 30). Otros defienden
que la depresión se aprende de otros modelos como pueden ser los padres (Bandura, 1987;
citado por Del Barrio, 1997, p. 31).
Desde una visión cognitivista, la depresión se explica por la presencia de un estilo
cognitivo distorsionado, y tal como afirma Beck los sujetos deprimidos tienen una visión
negativa acerca de sí mismo, el mundo y el futuro (Beck, 1967; citado por Del Barrio, 1997,
p. 32). El sujeto procesa la información que le llega a partir de ese esquema negativo. Otros
autores de esta misma línea defienden que la depresión se produce por un déficit en la
resolución de los problemas (Nezu, 1987; citado por Del Barrio, 1997, p. 32).
Como se ha comentado anteriormente desde que el término “depresión infantil” se
reconoció en el DSM III en 1980 el interés por su estudio se incrementó paulatinamente. Así,
por ejemplo, en los 10 últimos años se ha producido un aumento en el número de trabajos, y
uno de los principales focos de interés es la búsqueda de un tratamiento eficaz. Actualmente
se apuesta por un tratamiento de tipo psicológico (terapia cognitivo- conductual), ya que la
eficacia de los tratamientos farmacológicos está aún por demostrar, dado que en algunas
ocasiones, los síntomas secundarios son más que los beneficios que éstos causan, incluso en
unos de los fármacos más utilizados como la fluoxetina (García-Vera y Sanz, 2012).
Al comenzar este apartado se comentó que este trabajo se centraba en el estudio de los
factores de riesgo y de protección pero no se dio una definición de los mismos, a continuación
se va a describir a que nos referimos cuando hablamos de estos factores.
Cuando se habla de factor de riesgo se está haciendo referencia a rasgos,
características, situaciones o circunstancias de la persona, en este caso del niño, que aumenta
la probabilidad de sufrir en este caso, depresión infantil. Aunque cabe destacar que esta
relación es correccional y no de causalidad.
En cambio cuando se habla de factor de protección se hace referencia a rasgos,
características, situaciones o circunstancias del niño que disminuyen la probabilidad de sufrir
depresión infantil. Al igual que ocurre con los factores de riesgo, la relación entre los factores
de protección y la depresión infantil es correlacional.
En el próximo apartado se va a especificar cuáles son, de manera concreta, los factores
de riesgo y de protección en la depresión infantil, según la revisión de estudios que se ha
realizado; se va a hacer referencia a factores relacionados tanto con el entorno (familia y
escuela), como al propio individuo.
13
3. Factores de riesgo y de protección
El estudio de los factores de riesgo y de protección de cualquier enfermedad mental es
un objetivo prioritario para la investigación, ya que de esta manera se pueden identificar
grupos de riesgo, prevenir la aparición, desarrollo y mantenimiento de patologías, etc.
(Bragado, Bersabé y Carrasco, 1999). Por tanto identificar cuáles son los grupos de riesgo
para cada enfermedad es un fin para la investigación, aunque ello sea una tarea complicada
(Anderson, 1994; Costello, 1989; citado por Bragado et al., 1999, p. 941).
A pesar de que los grupos de riesgo no están definidos de manera unánime por todos
los autores (Fitzmaurice, Laird, Zahner y Daskalakis, 1995; Offord et al., 1996 citado por
Bragado et al., 1999, p. 940), parece que hay coincidencia en señalar que algunas variables,
entre las que se encuentran: el sexo, la estructura familiar, la edad y determinadas
características de personalidad, juegan un papel importante en el inicio y mantenimiento de la
depresión infantil.
La depresión infantil no se explica por un solo factor sino por la combinación de ellos,
así autores como Rodríguez y Martínez (2001) indican que la presencia de factores estresantes
en los distintos ambientes que rodean al niño ayudan al desarrollo de problemas emocionales
(citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 59) y si esto se combina con una vulnerabilidad
biológica aumenta aún más la probabilidad de sufrir estos problemas (Diez y Sánchez, 2000;
citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 59). Por lo tanto, hay que decir que la depresión
infantil es el resultado de una interacción entre factores individuales y factores ambientales.
En la siguiente tabla, se muestra, siguiendo a Méndez (2011), diferentes
combinaciones entre ambos factores dando como resultado un mayor o menor riesgo de
desarrollar depresión infantil.
Tabla 1.
Interacción entre factores ambientales y factores personales.
Factores ambientales Interacción Factores personales Resultado Riesgo depresión
infantil
Ambiente muy negativo X Niño muy vulnerable = Máximo
Ambiente muy negativo X Niño competente = Medio
Ambiente neutro X Niño muy vulnerable = Medio
o algo positivo
Ambiente muy positivo X Niño competente = Mínimo
14
Como se ha señalado en el apartado anterior, se va a realizar una revisión de factores
relativos tanto a características individuales (biológicas, psicológicas y demográficas) como a
características ambientales (entorno familiar y escuela).
3.1 Factores individuales
3.1.1 Biológicos
Como recoge García-Vera y Sanz (2012) la depresión infantil, al igual que la adulta,
se relaciona con desequilibrios en algunos neurotransmisores, en concreto con un descenso en
los niveles de serotonina, norepinefrina y dopamina. Aunque una posible explicación sea que
este desequilibrio sea consecuencia de algún acontecimiento traumático (e.j., muerte de algún
familiar, fracaso escolar y/o aparición de enfermedades), el hecho es que no todos los niños
que viven algún acontecimiento de este tipo desarrollan depresión, lo que puede indicar una
posible vulnerabilidad biológica, es decir, ante un mismo acontecimiento estresante, la
probabilidad de desequilibrios en los niveles de estos neurotransmisores es mayor en las
personas que tienen esta vulnerabilidad que en las que no la tiene. También se ha relacionado
con la depresión infantil altos niveles de cortisol y descenso de la hormona del crecimiento tal
y como recoge Del barrio (1997). Méndez (2011) señala que la mayor parte de estas
alteraciones bioquímicas surgen junto a la depresión.
Hay datos que indican que una señal de un episodio depresivo puede ser la presencia
de algunas alteraciones del electroencefalograma durante el sueño aunque esto aún no está
comprobado (Méndez, 2011).
Por otro lado la depresión se ha relacionado con una posible transmisión genética, ya
que se ha encontrado que ésta es más frecuente en aquellos sujetos que tienen antecedentes
familiares (Del Barrio, 1997). Estudios con gemelos indican que, es más probable la
coincidencia de depresión en gemelos monocigóticos que en dicigóticos y hermanos comunes
(Kashani et al., 1981; citado por Del Barrio, 1997, p. 37).
En un estudio realizado por Sanz, Gómez, Almendro, Rodríguez, Izquierdo y Sánchez
(2006), con una muestra de 395 niños, pacientes del servicio de salud mental de Getafe
(Madrid), encontraron que el 41% de la muestra tenía un familiar en tratamiento y, en la
mayoría de las ocasiones, en concreto el 26%, el familiar era la madre (citado por Sanz et al.,
2009, p. 503).
Aunque la depresión materna constituye un importante factor de riesgo, su influencia
en la depresión infantil puede tener otra explicación ajena a la transmisión genética ya que, la
15
madre deprimida tiene una interacción diferente con su hijo desde sus primeros contactos;
tiende a tener una, mayor hostilidad hacía su hijo, le presta menos atención a sus necesidades,
el niño recibe menos cuidados, la madre juega menos con el niño, le habla menos y el número
de interacciones negativas es mayor (Méndez, 2011).
Por otra parte, padecer algún tipo de enfermedad grave y crónica aumenta la
probabilidad de padecer depresión (Méndez, 2011).
3.1.2 Psicológicos
Existe una vulnerabilidad psicológica que puede explicar las diferencias individuales
en la depresión, es decir cómo ante un mismo acontecimiento algunos niños desarrollan
depresión y otros no. Así esta vulnerabilidad psicológica hace que ante un mismo
acontecimiento las consecuencias sean más perjudiciales y prolongadas (García-Vera y Sanz,
2012).
Esta vulnerabilidad procede del tipo de ambiente familiar y social, las pautas de
crianza, el tipo de educación recibida, aprendizajes y situaciones estresantes que haya
experimentado en su vida (García- Vera y Sanz, 2012).
A continuación se van a explicar de manera individual los factores que constituyen
esta vulnerabilidad.
En primer lugar, algunas características de personalidad correlacionan con la
depresión como introversión e inestabilidad emocional (Fisher, 1993; citado por Del Barrio,
1997, p. 43). Del Barrio et al. (1997), señalan de manera similar que el neuroticismo es un
factor de riesgo para la depresión, ya que aumenta la probabilidad de la misma, en cambio los
niños extrovertidos, tienen una vulnerabilidad menor a desarrollar una depresión (citado por
Del Barrio, 1997, p. 43). En esta misma línea, Chien, Ko y Wu (2007) mencionan una
correlación positiva entre baja cordialidad, baja extraversión y neuroticismo con depresión
(citado por Del Barrio, 2010, p. 51).
También se encuentra una relación positiva entre baja autoestima y depresión infantil
(Altmann y Gotlib, 1988 citado por Del Barrio, 1997, p. 44). La autoestima de los niños se
forma, al igual que la de los adultos, a partir de las valoraciones de otros. En el caso de los
niños, se forma especialmente a partir de las valoraciones de los padres (Del Barrio, 1997).
Méndez (2011) señala que la depresión está relacionada con la presencia de déficits
en habilidades como: solución de problemas, sociales, de atribución, de autoobservación, de
autorrefuerzo y de autoevaluación.
16
La depresión se relaciona con el estilo atribucional negativo caracterizado por la
tendencia a considerar que los acontecimientos negativos tienen una causa interna, global y
estable. Así, el niño tiende a pensar que él es el responsable de la aparición de un
acontecimiento negativo, y además que no puede hacer nada para cambiarlo ni va a cambiar
nunca. Sin embargo, las causas atribuidas a los acontecimientos positivos son externas,
específicas e inestables (García- Vera y Sanz, 2012). Actualmente estudios como el de
Jacobs, Reinecke, Gollan y Kane (2008) apuntan que uno de los predictores más importantes
de la depresión infantil es este tipo de estilo atribucional (citado por García- Vera y Sanz,
2012, p. 207).
Por otro lado, la depresión también se relaciona con un déficit en habilidades sociales
(García- Vera y Sanz, 2012). Vinaccia, Gaviria, Atehortúa, Martínez, Trujillo y Quiceno
(2006) señalan que los resultados de su estudio apuntan a que los niños depresivos presentan
una escasa motivación por mantener relaciones con otros, debiéndose ésto al déficit que
presentan para establecer contacto con los demás. La consecuencia de este escaso contacto
con los demás es una disminución o ausencia de reforzamiento positivo (citado por Esparza
y Rodríguez, 2009, p. 50). Del Barrio (1997) recoge que una buena interacción con los
compañeros constituye un factor de protección frente a la depresión infantil.
Con respecto al déficit en solución de problemas, este hace que el niño tenga
dificultad para adaptarse y afrontar las consecuencias negativas de los sucesos estresantes
(García- Vera y Sanz, 2012).
Por su parte, el déficit en autoobservación hace que los sujetos depresivos le den más
importancia a los acontecimientos negativos que a los positivos y a las consecuencias
inmediatas que a las de largo plazo. Además, presentan niveles estrictos de autoevaluación
(déficit en autoevaluación) y una predisposición a administrarse más castigos que refuerzos
(déficit en autorreforzamiento) (García- Vera y Sanz, 2012).
Por último, otro factor importante que contribuye a la vulnerabilidad psicológica, son
las actitudes disfuncionales o creencias irracionales que hacen que las valoraciones acerca de
uno mismo sean poco realistas, inadecuadas e inflexibles. Estas creencias dan lugar a la
llamada triada cognitiva depresiva, ya que los acontecimientos de la vida diaria se viven
como estresantes si no se cumplen los criterios que ellos se han establecido. La triada
cognitiva hace que el niño tenga una visión negativa acerca de sí mismo, el mundo y el futuro
(García- Vera y Sanz, 2012). Los resultados de estudios como el de Jacobs et al. (2008)
muestran que las actitudes disfuncionales correlacionan de manera positiva con la aparición
de la depresión (citado por García- Vera y Sanz, 2012, p. 207).
17
3.1.3 Demográficos
Con respecto al sexo, en la infancia no se encuentra una diferencia significativa entre
niños y niñas (Del Barrio y Mestre, 1989; Polaino y Domènech, 1988; Polaino y Domènech,
1990; citados por Del Barrio,1997, p. 49), sin embargo, en la adolescencia es más frecuente
en mujeres que en hombres (Anderson, Williams, McGee y Silva, 1987; Baron y Campbell,
1993; Block et al., 1991; Bragado, 1995; Kandel y Davies, 1982; Lewinsohn et al., 1993;
Mestre et al., 1992; Roberts, Andrews, Lewinsohn y Hops, 1990; citados por Del Barrio,1997,
p. 49).
En relación a la edad, la depresión está relacionada con el aumento de edad, es decir,
cuanto más edad, más probabilidad de sufrir depresión (Bird, Gould, Yager,Staghezza y
Canino, 1989; Del Barrio, Moreno y López, 1997; Lewinshon et al., 1994; citado por Bragado
et al., 1999, p. 940).
No se han encontrado diferencias significativas con respecto a la raza. Tampoco
existen diferencias entre los niños españoles que viven en un medio urbano y los que viven en
un medio rural tal y como recoge Del Barrio (1997).
Hasta aquí se ha comentado los factores relativos al sujeto pero tanto las
características del entorno que rodea al niño como las experiencias estresantes que vive el
mismo durante la infancia son esenciales para su desarrollo emocional, cognitivo y social.
3.2 Factores ambientales
Muchos autores como Rice (2000) señalan la influencia que los contextos que rodean
a los niños y a los adolescentes pueden llegar a tener en los problemas de los mismos. Tres
son los contextos claves que hay tener en cuenta: familia, amigos y escuela (citado por
Galicia, Sánchez y Robles, 2009, p. 227).
La vivencia de acontecimientos estresantes o traumáticos correlaciona con la aparición
de problemas en la infancia y en la adolescencia, tal y como indican Sanz et al. (2009).
Centrándonos en la depresión, los resultados de estudios cuyo objetivo era concretar la
relación entre esta patología y los acontecimientos afrontados, indicaron que la cantidad de
acontecimientos estresantes vividos era mayor en los adolescentes deprimidos que en los no
deprimidos (Sheeber et al., 2007; Windle, 1992; citado por Sanz et al., 2009, p.502). Estos
estudios también indicaron que la duración de los síntomas depresivos dependía del tipo de
experiencia traumática vivida, así cuando el acontecimiento era relativo a problemas
18
cotidianos o a los amigos, los síntomas tenían una duración breve, en cambio cuando los
problemas eran referidos a la familia como conflictos familiares, muerte de algún familiar…
los síntomas depresivos perduraban más tiempo.
3.2.1 Familiares
La familia juega un papel importante en el desarrollo de los niños, ya que es el
entorno más cercano a ellos. Las pautas de crianza de los padres durante la niñez son
fundamentales en el desarrollo social, cognitivo y emocional, ya que en la infancia se
desarrollan los afectos, los hábitos, las motivaciones y el lenguaje.
Autores como Kovacs (2010) defienden que el predictor más importante de la
depresión infantil es la depresión materna (citado por Del Barrio, 2010, p.50). Algunos
estudios especifican un poco más esta relación ya que en sus resultados han encontrado que
no solo se relaciona la depresión materna con la depresión infantil (dato que está muy
consolidado), sino que también el miedo y la ansiedad por parte de los padres se relaciona con
la misma (Gartstein et al., 2010, citado por Del Barrio, 2010, p. 50).
En esta misma línea, en un estudio realizado por Rodríguez, Carrasco, Del Barrio y
Lozano (2002), se estudió la relación entre características temperamentales de la madre y
psicopatología en niños. La muestra estaba formada por 271 madres y 271 niños y uno de los
resultados hallados mostraba que los hijos de las madres con mal humor presentaban altas
puntuaciones en el Inventario de depresión infantil (CDI).
Las relaciones entre los miembros de la familia son esenciales para el ajuste emocional
de los niños, por lo tanto hay que tener en cuenta, las relaciones entre los padres, las
relaciones entre los hijos y los padres y las relaciones entre hermanos (Méndez, 2011).
En cuanto a las relaciones entre los padres, una relación caracterizada por continuos
conflictos, influye de manera negativa en el ajuste emocional del niño, ya que el hijo se siente
incompetente ante las mismas (Méndez, 2011).
Otra situación que se puede encontrar en la relación conyugal es el divorcio, la cual
constituye un importante cambio en la familia, ya que el contacto con uno de los miembros se
restringe. Con esta situación, el niño pierde una fuente de reforzamiento (Méndez, 2011).
Además algunos divorcios tienen consecuencias estresantes como: chantaje emocional, peleas
frecuentes… (Méndez, 2011).
Estudios como el de Kasen, Cohen, Brook y Hartmark (1996) señalan que
independientemente del carácter previo y los aspectos educacionales del niño, la situación
19
post divorcio influye en el desarrollo emocional de los niños. En ese estudio, se encontraron
diferencias dependiendo del sexo, así las mujeres tenían un alto riesgo de sufrir depresión
cuando un nuevo miembro se incorporaba a la familia (nueva pareja de la madre), en cambio,
los varones tenían un alto riesgo de sufrir depresión cuando vivían sólo con la madre después
del divorcio (citado por Sanz et al., 2009, p. 504).
En estudios posteriores a los de Kasen et al. (1996) se concretan un poco más los
resultados encontrados por estos, señalando que los resultados del BDI (Inventario de
Depresión de Beck) no indican diferencias significativas entre hijos de padres divorciados e
hijos de familias estructuradas, pero se encuentra un malestar asociado al divorcio
acompañado de incertidumbre en relación al cariño de los padres y la sensación de pérdida,
entre otros (Laumann-Billings y Emery, 2000; citado por Sanz et al., 2009, p. 504). Además
señalan que los estresores que rodean al divorcio, son incluso más perjudiciales que la
situación en sí como incluir a un nuevo miembro en la familia y los conflictos anteriores al
divorcio.
Según Méndez (2011) la situación familiar caracterizada por conflictos continuos es
más negativa para el niño que una separación de mutuo acuerdo; en estos casos, se
recomienda explicarle al niño la situación para que la comprenda y se prepare
psicológicamente para la misma.
Otra variable de la organización familiar que influye de manera negativa en el ajuste
emocional del niño es la situación de maltrato, tanto físico como verbal. Esta situación
aumenta la probabilidad de sufrir depresión mayor (Stein et al., 1996; citado por Sanz et al.,
2009, p. 504), entre otras patologías.
Se ha señalado anteriormente que es también importante la relación entre padres e
hijos, ya que ésta también puede constituir un factor de riesgo para el desarrollo de patologías
como la depresión (Méndez, 2011).
Así, se ha encontrado que, una mala comunicación entre los miembros de la familia
constituye un importante factor de riesgo (Estévez, Musitu y Herrero, 2005; Jiménez, Murgui
y Musitu, 1999; citado por Galicia et al., 2009, p. 228). En cambio, unas buenas pautas de
comunicación ayuda a prevenir la depresión.
Por otro lado, también constituye un factor de riesgo tanto la falta como el exceso de
control conductual (Villatoro, Andrade, Fleiz, Medina-Mora, Reyes y Rivera, 1997; citado
por Galicia et al., 2009, p. 228).
20
La falta de afectividad, cercanía, emociones positivas… por parte de los padres
también aumentan la probabilidad de desarrollar depresión infantil (Pardo, Sandoval y
Umbarita, 2004; citado por Galicia et al., 2009, p. 228).
Por el contario la expresión de emociones positivas así como el afecto, la cercanía
por parte de los padres actúa como factores de protección (Estévez et al., 2005; Jiménez et al.,
1999; Pardo et al., 2004; citado por Galicia et al., 2009, p. 228).
También ayuda a un buen ajuste emocional un claro establecimiento de las reglas que
los niños deben seguir en casa (Villatoro et al., 1997 citado por Galicia et al., 2009, p. 228).
Ramírez (2002) encontró que tanto el control autoritario como el énfasis en el logro
por parte de los padres actúan como predictores de la depresión entre otros problemas. Así,
señala que comportamientos por parte de los padres como el control autoritario, el afecto
negativo y algunas pautas de crianza inadecuadas, aumentan la probabilidad de que sus hijos
sufran depresión infantil (citado por Cuervo, 2010, p. 117).
Pero no sólo los estilos autoritarios son un factor de riego para la depresión infantil, ya
que también se ha encontrado relación entre la misma y los estilos permisivos. De hecho los
estilos autoritarios y permisivos no solo tienen relación con el desarrollo emocional sino que
también influyen en el desarrollo cognitivo. Esto lo corroboran estudios realizados por Arvelo
(2003) cuyos resultados muestran relación entre estos estilos parentales y problemas en los
niños tales como: problemas de comunicación, bajo rendimiento escolar, depresión, hostilidad
entre otros (citado por Cuervo, 2010, p. 117).
Además también se ha encontrado relación entre la sobreprotección y problemas
emocionales como depresión y ansiedad (Newcomb, Mineka, Zinbarg y Griffith, 2007; citado
por Cuervo, 2010, p. 113).
En otros estudios realizados por Arvelo (2003) y Builes, Múnera, Salazar y Schnitter
(2006) se ha encontrado una correlación entre depresión infantil y falta de reforzamiento. Se
puede decir, que el reforzamiento es una pauta conductual que ayuda a un buen desarrollo
emocional durante la infancia, y su ausencia aumenta la probabilidad de depresión infantil; de
hecho esa falta de reforzamiento puede explicar la escasa actividad que muestran los niños
depresivos (citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 53). Así, dado que sus conductas no se
ven reforzadas, éstas están sometidas a un proceso de extinción La pérdida de un ser querido
constituye también una pérdida de reforzamiento positivo (Méndez et al., 2001; citado por
Esparza y Rodríguez, 2009, p. 53).
21
El alcoholismo parental es un importante factor de riesgo para cualquier patología, así
los hijos de padres alcohólicos tienen más probabilidad de sufrir depresión (Aragón, 1997;
citado por Sanz et al., 2009, p.503).
En un estudio realizado con una muestra de 362 niños de edades comprendidas entre 6
y 17 años, cuya finalidad era estudiar cuales eran los factores de riesgo para diferentes
trastornos, como la depresión, ansiedad, trastornos de conducta y de eliminación,
encontraron, en el caso específico de la depresión infantil; que los principales predictores de
la misma eran: depresión materna, preocupaciones familiares, complicaciones en el embarazo,
presencia de enfermedades de forma habitual, problemas con el alcohol en algún miembro de
la familia y aumento de la edad (Bragado et al., 1999).
También se ha encontrado que el nivel de estudios de los padres así como la situación
económica y laboral no correlacionan con la prevalencia de depresión (Bragado et al., 1999).
A modo de resumen, se puede decir por tanto, que en general, las deficiencias en las
pautas de crianza y los estilos educativos inadecuados constituyen factores de riesgo para la
depresión infantil.
Por último es importante tener en cuenta las relaciones entre hermanos, ya que una
relación conflictiva influye en cómo los niños se sienten. A pesar de esto, los factores
relacionados con los padres son los que más influyen (Méndez, 2011).
Henao, Ramírez y Ramírez (2007) apoyan esta idea y resaltan la importancia que la
familia tiene en el desarrollo social, cognitivo y emocional en la infancia y señalan algunos
aspectos que son fundamentales para prevenir problemas futuros en los niños como una buena
comunicación, atender a las necesidades de los niños, expresar afecto positivo y fomentar la
autonomía (citado por Cuervo, 2010, p. 115).
3.2.2 Factores escolares
La escuela es el segundo medio que más influye en la infancia, ya que después de la
familia, es el lugar donde el niño permanece más tiempo, por esto hay que tener en cuenta
qué factores influyen de manera negativa en el desarrollo infantil.
A continuación se van a mencionar los resultados de algunos estudios que muestran
algunas condiciones negativas que pueden provocar problemas emocionales en la infancia. Se
mencionan, incluso determinadas características físicas de las aulas como: temperaturas poco
constantes, presencia de ruido excesivo, escasa iluminación y aulas muy pobladas como
factores que pueden influir en la aparición de problemas (Orlandini, 1996; citado por Esparza
22
y Rodríguez, 2009, p.53). Autores como Barraza (2006), señalan la importancia de la
influencia de las variables escolares en el desarrollo infantil y afirman que “el inicio de la
escolarización y su posterior desarrollo, sin olvidar el tránsito de un nivel educativo a otro,
suelen ser eventos estresantes para el ser humano que en ese momento juega el rol del
alumno” (citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 60).
Una de las variables escolares que más influye en el desarrollo infantil es el
rendimiento escolar, en concreto, un bajo rendimiento escolar aumenta la probabilidad de
sufrir depresión infantil y otros problemas psicológicos infantiles, tal y como muestran los
resultados de un estudio realizado por Rivas, Vásquez y Pérez, 1995 (citado por Esparza y
Rodríguez, 2009, p. 60).
Garcés (1995) recoge que la depresión, junto al fracaso escolar y la fobia escolar
pueden ser desencadenados por las altas demandas escolares y la percepción de indefensión
en el ámbito escolar (citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 60).
En algunos estudios se ha encontrado que cuando los niños no tienen motivación por
los estudios y creen que no son capaces de sacar los resultados académicos que se les exige,
esto provoca un bajo rendimiento académico que actúa como factor de riesgo de la depresión
(Campo-Arias, González, Sánchez, Rodríguez, Dallos, Díaz-Martínez, 2005; citado por
Galicia et al., 2000, p. 228).
En esta misma línea, Sanz et al. (2009) recogen la relación existente entre repetir curso
y sentimientos de culpa, pesimismo y depresión.
A parte de las demandas escolares y del rendimiento escolar hay otras variables
escolares que también influyen en el desarrollo emocional de los niños como es la relación
con los profesores. Una mala relación supone un bajo nivel de reforzamiento lo que aumenta
la probabilidad de aparición de depresión y ayuda a su mantenimiento, además de provocar un
déficit motivacional en relación a los estudios, ya que el niño no es reforzado (Vinaccia et al.,
2006; citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p.60). Estos datos son confirmados por Baker,
Grant y Morlock (2008) quienes encontraron que la relación entre alumnos y profesores tiene
implicaciones tanto en el rendimiento escolar como en los problemas emocionales de los
niños (citado por Esparza y Rodríguez, 2009, p. 60).
No sólo es la relación con los profesores la que afecta a los problemas emocionales de
los niños, sino que la relación con los iguales también influye en los mismos. En un estudio
realizado con una muestra de 254 niños escolarizados con edades comprendidas entre 6 y 11
años encontraron que la presencia de conflictos en la relación con los iguales es un buen
23
predictor de la depresión, es decir que la probabilidad de sufrir depresión aumenta cuando
existen problemas en las relaciones con los iguales (Esparza y Rodríguez, 2009).
Un aspecto importante en relación a los amigos es que la tendencia de los niños
depresivos es buscar amigos que presentan también estos síntomas, y esto hace que
probablemente los síntomas depresivos se mantengan en el tiempo (Zalk, Kerr, Branje, Stattin
y Meeus, 2010; citado por Del Barrio, 2010, p. 51).
Aunque las investigaciones se centran más en estudiar los factores de riesgo que los de
protección, cabe señalar que el estudio de estos últimos también es importante. Así Joseph,
Knibbs y Hobbs (2007) apoyan esta idea y señalan algunos factores de protección como los
relativos al niño o adolescente (autoeficacia, resiliencia, locus de control interno, estilos de
afrontamiento), características del entorno familiar (buenas pautas de comunicación, afecto
positivo, empatía, confianza) y los relativos a otros entornos como la escuela (buena relación
con los profesores, reforzamiento por parte de los profesores, buena relación con los
compañeros) (citado por Sanz et al., 2009, p. 502).
4. Propuestas de prevención
Se ha comentado que el diagnóstico temprano en la vida de los niños es esencial
teniendo en cuenta las repercusiones que los problemas emocionales en la infancia pueden
tener en etapas posteriores, pero no sólo es importante la detección temprana sino que la
prevención es también esencial. Así autores como Beddington et al. (2008) señalan la
importancia de fortalecer la salud mental de los ciudadanos para adquirir el progreso
económico y social (citado por Sánchez-Hernández, Méndez y Garber, 2014, p. 63).
Concretamente en España, la prevención es esencial si se tiene en cuenta que es uno de los
países donde la depresión y la ansiedad es más frecuente, en concreto, en un estudio en el que
se tuvo en cuenta la frecuencia de estas patologías en seis países europeos, se reveló que
España registraba los mayores índices (King et al., 2008; citado por Sánchez- Hernández et al,
2014, p. 63).
Amaya (2008) propone que para la prevención de la depresión infantil es necesario
trabajar con los padres aspectos como (citado por Cuervo, 2010, p. 118):
- Habilidades de comunicación
- Habilidades de solución de problemas y negociación
- Técnicas de relajación
- Potenciar la autoestima y la asertividad
- Estrategias para regular el comportamiento de los hijos
24
Actualmente en España existen programas de prevención como el programa Fortius,
cuyo objetivo es preparar psicológicamente a los niños para reducir el impacto de las
dificultades emocionales e interpersonales y así prevenir problemas emocionales (Méndez,
Llavona, Espada y Orgilés, 2013), por tanto cabe señalar que no es un programa preventivo
específico de depresión infantil sino que también ayuda a prevenir trastornos de ansiedad en
la infancia. Este programa tiene como fin reducir los factores de riesgo personales y
fortalecer los factores de protección personales, dado que está centrado en el niño (Méndez et
al., 2013). El programa está dirigido a niños que cursan 3ª, 4ª, 5ª y 6ª de educación primaria
aunque, también puede implementarse en 1º y 2º de ESO si bien con algunas modificaciones
(Méndez et al., 2013). Normalmente se lleva a cabo en las aulas aunque también puede
implementarse en campamentos de verano, clubs de ocio y tiempo libre entre otros.
Las sesiones de este programa se estructuran en 3 bloques (Méndez et al., 2013):
- Fortaleza emocional: en este bloque se pretende enseñar a los niños la
función de las emociones negativas y se le facilitan técnicas como la relajación
progresiva, respiración diafragmática y visualización mental para que aprendan a
controlarlas.
- Fortaleza conductual: en este bloque se les enseña a los niños a
planificar su tiempo y a practicar habilidades que le faciliten sus relaciones con los
otros como por ejemplo, la escucha activa.
- Fortaleza cognitiva: en este bloque se pretende que el diálogo interno
del niño no sea perjudicial para él. Está formado por técnicas como: la
reestructuración cognitiva, autoinstrucciones, solución de problemas y toma de
decisiones.
En total el programa consta de (Méndez et al., 2013):
- 12 sesiones
- 1 reunión con los padres antes de la implementación del mismo
- 2 sesiones de fortalecimiento una vez implementado el programa (al mes y a
los tres meses).
Cada sesión dura aproximadamente una hora y la duración total del programa son 12
semanas (Méndez et al., 2013).
25
Tal y como anteriormente se ha comentado, este programa no es específico para la
prevención de la depresión infantil, si bien, existen programas específicos para la misma
como por ejemplo es el programa sonrisa, cuyo objetivo es potenciar el bienestar, el
optimismo y la educación emocional entre otras. Para una revisión más exhaustiva consultar
Sánchez-Hernández et al. (2014).
5. Conclusiones
La depresión infantil es un tema importante ya que cada vez son más los niños que
presentan este trastorno. Es importante el estudio de los factores de riesgo y de protección,
con el fin de potenciar los factores de protección y minimizar los de riesgo, ya que este
trastorno interfiere significativamente en la vida de los niños y puede tener repercusiones en
el futuro de los mismos. Las características principales de la depresión infantil son: estado de
ánimo triste o irritable, pérdida del placer por cosas que antes eran placenteras y a cada edad
son más frecuentes unos síntomas que otros. La depresión infantil es el producto de la
interacción de factores individuales y ambientales. Dentro de los individuales encontramos
que la depresión se relaciona con descensos en los niveles de serotonina, norepinefrina y
dopamina, altos niveles de cortisol y descenso de la hormona del crecimiento, con
características de personalidad como introversión, neuroticismo, inestabilidad emocional,
estilo atribucional negativo, y déficit en algunas habilidades. En cuanto a la edad, correlaciona
el aumento de edad con la depresión y en relación al sexo, en la infancia no se encuentra
diferencias aunque no ocurre lo mismo en la adolescencia, ya que a esas edades, afecta más a
las chicas que a los chicos. En relación a los factores ambientales, este trabajo se ha centrado
en la revisión de factores familiares y escolares, ya que estos dos entornos son los que más
influyen en el niño por el tiempo que permanece en ellos. Centrándose en la familia, a los
niños les afecta el tipo de relación que los padres tienen entre ellos; así conflictos conyugales,
divorcio separación etc., aumenta la probabilidad de depresión infantil. También es muy
importante la relación que los padres establecen con los hijos. Un bajo afecto, problemas de
comunicación, exceso o falta de control conductual, sobreprotección, estilos autoritarios o
permisivos, alcoholismo familiar y escaso nivel de reforzamiento correlacionan de manera
positiva con la depresión infantil. Una mala relación con los hermanos también les afecta de
manera negativa a los niños. Por último, en la escuela encontramos como factores de riesgo:
bajo rendimiento, mala relación con los profesores, repetir curso, altas demandas escolares y
malas relaciones con los compañeros.
26
Para finalizar, cabe señalar la importancia de llevar a cabo programas que prevengan
este tipo de trastornos desde edades tempranas y así prevenir, problemas emocionales en
etapas posteriores.
6. Referencias bibliográficas
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28
7. Anexos
Anexo I: Tabla 1
Modificaciones de los síntomas predominantes según la edad en la depresión infantil
Síntoma Niños pequeños Niños mayores Adolescentes depresivo (menores de 6 años) (6-12 años) (13-18 años) Estado de ánimo Irritabilidad (rabietas, Tristeza Tristeza, triste o irritable conductas destructivas) variabilidad, y tristeza irritabilidad (malhumor,
ira y rebeldía) Anhedonia Menos juego con amigos Cambio de Problemas con las apetito o peso comidas, pérdida de apetito, no ganancia
de peso, pérdida de peso, engullir
Cambios en Pesadillas, terrores el patrón de nocturnos, resistencia a sueño irse a la cama, insomnio intermedio Lentitud o Menos actividad física agitación psicomotora Fatiga o pérdida de energía Sentimientos de <<Tonto>> inutilidad o culpa preocupación por el castigo,
preocupación por el fracaso Concentración disminuida o indecisión Pensamientos Autoagresiones en la sobre la muerte, cabeza, arañazos ideación y tragarse objetos, conductas de mayor riesgo de suicidio lesiones
Aburrimiento Hipomotilidad, agitación Baja autoestima, autodesprecio, autoagresividad, autocrítica, sentimientos de culpa Problemas atencionales Ideas, planes e intentos de suicidio
Pasotismo Pérdida de apetito, ganancia lenta de peso, pérdida de peso, comer en exceso, obesidad Insomnio, hipersomnia Cansancio, fatiga, falta de energía Preocupación por la imagen corporal, baja autoestima, autodesprecio Menos pensamiento abstracto, indecisión Ideas, planes e intentos de suicidio; suicidios violentos