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Nuevo poemario de José Ángel Conde
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“ F e t o O s c u r o ” , p o r J o s é Á n g e l C o n d e B l a n c o © 2 0 1 1 J o s é Á n g e l C o n d e B l a n c o P r ó l o g o p o r J o r g e H e r a s G a r c í a T o d o s l o s d e r e c h o s r e s e r v a d o s . E d i t a d o d i g i t a l m e n t e p o r G r o e n l a n d i a c o n p e r m i s o d e s u a u t o r . D i r e c t o r a : A n a P a t r i c i a M o y a R o d r í g u e z C o r r e c c i ó n : A n a b e l O c a ña \ A n a P a t r i c i a M o y a D i s e ñ o : F e l i p e S o l a n o ( P o r t a d a y C o n t r a p o r t a d a ) \ A n a P a t r i c i a M o y a D e p ó s i t o l e g a l : C O - 1 2 2 - 2 0 1 1
C ó r d o b a , 2 0 1 1
Un profesor de Estética que tuve en la universidad me dijo una
vez que la poesía no es publicable. Este prólogo no es una
explicación del poemario de José Ángel Conde, es un parecer de
mi experiencia sobre su lectura; la poesía no se origina desde el
lenguaje ordinario, establecido. La poesía es la serpiente que se
muerde la cola. El significante en el poema ya no se subordina a
su significado. El destino de la poesía-magma de significante es
la experiencia de la nominación originaria. José Ángel Conde
expone su colección de poemas “Feto Oscuro” y nos expone y se
expone él mismo desde el primer verso: “De mi doloroso parto
nutro lo oscuro”. La primera impresión del libro es que está
“embarazado” (sigo al título) de imágenes poderosas y oscuras.
Es un libro oscuro: “De mi doloroso parto nutro lo oscuro. / No,
tú no puedes estar dentro de mí”. Es un libro oscuro y
sugestivo, y desde el título parece querer cumplir la vida como
obra de arte. Poemas “feto”, poemas embrionarios; en proceso
hacia. Desde lo “oscuro” hasta, más que ver la luz, hacer la luz.
Es una poesía existencialista. El poeta (se) hace poemas, pero
no ejerce el oficio de escritor, sino que el mismo escribir(se) es
una forma de ser y de estar en el mundo. Aquí lo escrito late:
“el feto embadurnado de sangre creativa”. Aquí lo escrito se
independiza del escritor, lo trasciende: “el recién nacido no
reconozca a la madre”. José Ángel Conde expone el mundo y se
expone al mundo. Y en esa exposición revela una actitud y
preocupación existencialistas ante un mundo tecnológico
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contemporáneo que le aliena y aniquila. Pues siente que la
técnica imbuida de razón instrumental se olvida de lo absoluto,
y le cosifica en su torbellino de orgía con las cosas: “Los neones
vistiendo la pérdida de valores”, “Yo veo pasar sus dígitos como
cuchillas, \ en los días de la pérdida del cielo”. Lo que genera en
el poeta un sentimiento de inautenticidad de la vida que le lleva
a sus márgenes y al dolor de vivir: “Echados de todos los
lugares”, “hombres llorando porque saben que van a vivir”. El
poeta se desmarca de esa inautenticidad y reflexiona acerca de
ella, de su vorágine que todo engulle, de esa maquinaria de
disimulo que trata de disolver lo insoluble. A esta vida
inauténtica, desposeída, que se pierde a sí misma en las cosas…
opone una vida auténtica, una vida que se hace cargo de sí
misma en su plena consciencia de la muerte; sin distracciones
ni analgésicos: “No se puede estar vivo si se quiere engañar a la
muerte con un sudario de glamour \ telaraña de seda sobre un
esqueleto de mentiras”; “No merece la pena vivir si no eres
quien eres”; “Hay que amar la vida incluso en las cucarachas y
dejar que su reptante negrura angélica acaricie todos los
agujeros de nuestro cuerpo”; “De esa putrefacción interior se
alimentarán las cucarachas del devenir”. Asunción de la vida
que se hace en un proceso hacia. Sin delegar, hacerse
plenamente responsable de la propia vida en una mayoría de
edad intelectual. Un proyecto que es proyectado en sus
posibilidades, sin embargo, hacia la muerte. José Ángel Conde
es vitalista en este punto, enseña la alegría del que se sabe libre
como una especie de embriaguez de borde de precipicio: “En
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mis sueños hablo con los insectos. / Ellos me enseñan con qué
pinceles pinto mi sombra, / es entonces cuando dejo que mi
mano fluya / por el lienzo que me ofrece el suelo blanco de la
vida, / danzando, escuchando, amando, mostrando. / La sombra
es mi hermana”. A lo largo de los poemas el enfrentamiento
entre lo auténtico e inauténtico se traslada al antagonismo
naturaleza-ciudad. La ciudad constituye la amenaza de
cosificación, la despersonalización por absorción del entramado
de la cosa-mercancía. La naturaleza, siempre amenazada,
significa el arraigo, un suelo real que se deja tocar entre la
irrealidad de las cosas-mercancías de la sociedad tecnológica:
“Soy el gorrión aplastado en el asfalto”; “La sinfonía de los
animales de la ciudad es la música que ahora escucho, / la
sinfonía de seres que viven en medio de la amenaza diaria / de
una muerte de asfalto y ruido, de escaparates y de tedio”.
Denuncia la falsedad de un mundo-artefacto, la falsedad de un
mundo de plástico. Mundo-objeto hecho de objetos, de la
proliferación de objetos que se suceden e imponen al deseo del
individuo, revelándose al final (una vez despojados del
espumillón y de las luces), como fetiches famélicos que
enajenan y hacen sufrir al individuo al imponerle en realidad el
deseo del deseo mismo: “Escucho alaridos de carencia /
saliendo del interior de los supuestos paraísos de la
abundancia”; “La felicidad cosmética deja transparentar el
sufrimiento” ; “pensamiento licuado y falsificado en frascos”.
Denuncia la indiferencia y deshumanización de un mundo de
consumo en el que todo se ha vuelto cosa-mercancía. El poeta a
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lo largo del poemario tiene una postura combativa, pero se
duele, se angustia ante el espectáculo del uso y del vertedero
protagonizado por hombres-maniquíes vestidos y desvestidos
incapaces de verdadero contacto, pues ya no se toca carne sino
plástico: “Su mundo huele a esclavitud y a soledad
desesperadamente estancada. / En ese mundo vives y vivo” ; “La
vida envolviéndome con su plástico asfixiante / que me deja
tirado en cualquier parte, / cunetas de la existencia”.
José Ángel Conde es un poeta oscuro y profundo, con un
imaginario rico y un lenguaje personalísimo. Habla de la vida
en términos telúricos, viscerales, con imágenes poderosas.
Aplica epítetos de orden abstracto a seres materiales. Por todo
esto exige del lector, que lea cuidadosamente cada verso.
Considero este prólogo como un texto de un texto que lo ha
suscitado. En mi opinión la poesía es autosuficiente y dice lo
que dice; no necesita prólogos ni sinopsis. Aconsejo al lector
que lea este poemario por su calidad, humanidad y por su
evocadora capacidad de atracción.
6Jorge Heras García
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De mi doloroso parto nutro lo oscuro.
No, tú no puedes estar dentro de mí.
Sólo puedo levantar edificios de desidia.
Necesito que te alejes de mis sentimientos
antes de que te estrangule su frío cordón umbilical.
Mi cara y mi actitud son una película negativa de una sola cara
que te borra la conciencia cuando la besas,
un fundido a negro que tú crees un ligero brillo
pero que recoge tus impresiones para almacenarlas y que nunca más
sean tuyas,
tuya tan sólo quedando la cara negra
que no te sonríe ni se atreve a estar contigo,
detenida en su propia sombra,
cobarde como una espalda vuelta.
Mis caricias sólo te pueden hacer llorar
porque dan calambres a tu pulso, pero buscando detenerlo,
buscando matar tu esperanza fluyente
o sacar a cuchilladas tu dolor con uñas que entendieron mal el amor,
hechas del material que duele.
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Reivindico el arte de oír llover,
las ilusiones cayendo en una infinita tormenta de melancolía azul,
relámpagos lejanos que susurran posibilidades en el cielo del otro
lado,
recogido de la ciudad en este mi patio.
Reconforta mi condición de leñador mental,
los troncos dentro de mí como ideas apiladas,
dejando que el agua los llene con su sexo estable,
un embarazo acuoso de posible esperanza
que los hace brillar con inesperada sencillez,
humedad que se queda para abrazarme,
para tenerme con el desinterés de la naturaleza
que se me antoja la única capaz de hacerlo.
En el arco iris que desafía a la contaminación
vuela su esperado beso de confirmación.
¿Quién dijo cielo?
La respuesta de la lluvia.
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Confusa música de jazz del vagón de metro
que llena otra vez mi cabeza con su reprimenda negra,
sólo entendible para mi córtex interno.
En la parada de mi deambular,
pisando una a una todas las monótonas estaciones,
me observo reflejado en la oscuridad,
mi cara, un zarpazo definitivo marcado por mi mano en la piel de mi
cabeza.
Las Disas descansan en sus pechos de madre,
las promesas que su esperanza confundida duda en darme,
estrellas brillando en los pezones de sus piercings,
mis bellas joyas mundanas.
Las espaldas se me ofrecen como hormigueros de columnas
que erigieran un templo de objetividad en el que encerrarme.
Afuera de todo esto vuelvo siempre y caigo
y caigo contra el suelo,
sin metáfora ni posible moraleja,
contra la mismidad del mismísimo suelo,
como respuesta a mis discusiones casi mortales con la ebriedad.
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Al levantarme de la corteza de acera
los cráteres marcan agujeros en mi rostro
donde poder leer o introducir las experiencias,
y así, con esta nueva cara, tomo posesión de este planeta,
para darle la forma y el color que no poseía.
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Ojos en la oscuridad,
miradas perdidas en el bosque de las perspectivas,
filamentos que buscan brillar en medio de la negrura,
tejiendo esperanzas en lo oscuro,
recordando con los ojos cerrados
que tú también estabas en esa telaraña,
al principio de todo,
enredándonos sin piedad en un manto de carne
que no necesitaba nada más allá de los besos de sus fibras.
Despierto y me vuelvo a lanzar sobre la cama
que como un foso sin paredes no me da razones para despertarme,
porque siempre es de noche
y mis pensamientos reflejados hacen que la habitación se convierta
en una araña gigante negra que huye de mí.
El parto de la mañana es como un aborto,
la ducha definitivamente un implacable bautismo.
"Ya estoy despierto otra vez", gritan todas las dudas.
Inicio así la tarea de tener que encontrarme cada día,
mi cuerpo encerrado en el cuerpo de ella,
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los ecos de la oscuridad que nos cegaba tras nuestro abrazo,
y ahora ya separados, arrancados, sin saber porqué.
Me escapo del tiempo que me desprecia.
No se puede asir el tiempo ni a ella y por ello es mejor
que su sabia melena castaña vuele en el mar del tiempo, sobre su
cuerpo.
Pese a todos mis intentos
me están echando definitivamente del mundo
aunque ya nací fuera de él.
En la enésima de las prisiones urbanas surge el arma;
la cojo, la botella con el elixir que me hace sentir
que yo también puedo ser estúpido,
regalar mi cabeza a los elementos.
Junto a la botella,
adopto la postura adecuada al trono de la embriaguez,
exhalando anillos de humo dorado que recogen las palabras sentidas
que no me dan ocasión de pronunciar.
Es el silencio de la abulia, del tedio,
que me impone la rutina de ser humano
y no puedo contener cada cierto tiempo
el tumor que se acumula en mi cerebro,
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explotando con su diástole de creatividad.
Sigo sintiendo que sólo puedo ser lo que siento,
acepto el fuego.
Tras todo eso viene siempre el dolor,
la soledad del feto que no sabe si está dentro de un útero.
Pero, ¿cómo puedo nacerme?
Las mujeres, tan maravillosamente primarias,
huelen mis sentimientos como madres confundidas
y reaccionan como lo haría una estación: variables.
Perdido en los complejos túneles del metro del devenir,
recién despierto y temblando otra vez,
te veo en los vagones, recortada oscura, contra la luz artificial;
si me miraras de nuevo tal vez podrías parir,
alumbrar la belleza de la que estás preñada.
Sucesión de estampas de la mente que se desmorona,
el tiempo cayendo y yo volviendo a colocar sus ladrillos,
erosionados, pero siempre dispuestos a sostener con su argamasa de
nubes
mi confusa existencia.
Yo quiero tu sombra.
Las lágrimas dejaron con el tiempo cicatrices en su cauce,
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cicatrices que se filtraron al pensamiento, a cada idea,
rememorándote como quien quiere reconstruir algo.
Bajo la represión del amor acumulado
soy una eterna apertura al mundo que me hiere,
esperando copular con el exterior.
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Un tapón en la existencia, para que no se derrame.
Esa angustia tan brutal de la habitación a oscuras,
en la que sabes que estás, pero a la que nunca ves,
por mucho que avances por todas sus infinitas direcciones.
Me cuesta vivir lo mismo que escribir,
esa descodificación del absurdo vital
en un Morse de puntos sangrantes como eternos granos supurantes
de una piel que nunca se reconoce,
arrojada al diálogo intraducible del frío aire respirado por el mundo,
pero que acaba por seguir palpitando.
De alguna forma comienzo a escribir como quien empieza a nacer,
tan necesario,
un cuerpo presionando con su vida a través de un túnel que debería
ser cálido,
el dolor de parirse desde el interior,
el feto embadurnado de sangre creativa
sobre la plana hoja de papel de la existencia,
ese parto que escribe el mundo vacío,
aunque a veces el recién nacido no reconozca a la madre.
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No necesito saber qué ser para ser.
Un festín de caras que se devoran
apartándose unas a otras en su camino virtual,
los neones vistiendo la pérdida de valores,
esa sociedad que me rodea, pero en la que no estoy,
como un núcleo borroso alejado de sus electrones
que se coordinan en un juego perfectamente codificado,
preestablecido,
pero que ni siquiera entienden.
Yo veo pasar sus dígitos como cuchillas,
en los días de la pérdida del cielo,
la lluvia cayendo espesa como si escupiera el rechazo,
empapándome.
Las almas de los seres humanos que podrían ser en mi vida
las dejo colgando en una percha de aislamiento.
El soplo del frío pasa siempre entre ellos y yo,
ese clima como un muro, esa estación de absurdo,
real como la vida de la que no se puede escapar,
sufriéndola con el aliento de mi cerebro atrapado
dentro de la línea congelada que atraviesa el mundo.
Camino tan solo que hasta las calles se apartan,
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torturándome con los presuntos días de desahogo mal elegidos,
que siempre acaban en remordimiento,
ese ácido cotidiano que mi corazón bombea a mi sangre,
recordando que perdí el cielo por merecerlo,
haciendo de mi vida un anatema.
Sólo porque convivo aquí dentro con todos mis espejos,
gaseoso entre estas nubes cuyas formas cambiantes
me hacen pensar cuántas vidas puede haber,
incubado en las oscuras paredes de mi placenta.
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Echados de todos los lugares
sólo podemos encontrarnos en aquellos sitios que no tienen entrada,
aquellos donde tu piel no tiene cobertura de hueso,
aquellos donde tus miembros son hojalata comparativa
y aquellos donde tu piel se pregunta si está en su sitio.
Traumas que se estudian a sí mismos,
hombres llorando porque saben que van a vivir,
los raíles de todos los trenes pasando por encima de ellos
y pensando que cualquier palabra puede pasar con la misma velocidad
y tan inadvertida como si tu dolor no existiera.
La sinfonía de los animales de la ciudad es la música que ahora
escucho,
la sinfonía de seres que viven en medio de la amenaza diaria
de una muerte de asfalto y ruido, de escaparates y de tedio.
Soy el gorrión aplastado en el asfalto
el ojo afilado de mi angustia, separado y escupido de mí
por una máquina cuya función es aplastar,
como todas las máquinas.
Me retuerzo en un inútil estertor contra el suelo pegajoso,
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observando los trozos de mi corazón
como si así pudiera juntarlos.
En medio de esta artística y melancólica putrefacción
el sol me lanza sus feromonas
como si quisiera copular con una creación en dorado.
Soy la rata,
atenta siempre al concierto de los gusanos,
huyendo de la luz que quema
para lanzarme voluntariamente a la inmundicia,
para en ella buscar respuestas.
Esa luz es como el palo que remueve los restos del gorrión,
como ese rechazo tuyo,
lo formado y terminado apartando con bello desprecio
las deformes partes imaginarias que me forman,
las rosas marchitas desmembrándose sin que siquiera las cojas,
formando un camposanto de posibilidades perdidas.
Todo esto forma el gusano
que se retuerce en sus propios anillos de frustración,
anatómico collar que acaso porte alguna mariposa intoxicada,
errante entre las torres de lo supuesto,
volando en la polución
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hacia el gran corazón gris que desafía a la ciudad.
Prosigue el lenguaje alquímico de la fauna urbana,
la paloma posándose sobre la tubería anclada a la pared que se
desconcha
en el momento preciso para que mi mente de piedra la recoja
dentro de una de tantas habitaciones a las que me retiro.
Vivo con la lógica de las tuberías
que me rodean con sus laberínticas evoluciones,
atravesando pilares, edificios y todo lo que seamos capaces de crear,
en una perforación constante que se me escapa,
brazos huecos sin vida que buscan llegar a todos sitios
mientras yo no sé moverme de mi casa.
De la perforación surge ese polvo desconocido
que me cubre allá donde voy como una menta de oxígeno,
sucio aunque no deje de lavarme,
ordenando una y otra vez el desorden que provoco y me provoco,
llevando a todas partes un vertedero no se sabe de qué escombros fue
formado,
antes de convertirse en una piel propicia para las carreras de insectos
que degustan a los que se arrastran.
La paloma gris se posa sobre el blanco patio decaído,
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tras ella la luz naranja de la mampara de un aseo
formando una especie de sol doméstico,
enmarcado por una ventana como otra cualquiera.
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Dolor pasado que no tiene sentido
y que intento amamantar como mi único fruto.
¿De qué me separé y qué solté
en ese siniestro embarazo que me separó del amor,
mis negritudes incubadas esparcidas para mí sólo,
para mi propia, solitaria y horrorizada contemplación?
Tú no puedes estar dentro de mí,
ahora no quiero que lo estés
cuando sólo consigo parir este líquido vacío negro
y me intento definir con números cercanos a la locura,
ideas que son dolores,
los icebergs acuchillantes de hielo tan solidificado y abrasador,
sedimentos desesperados de lo que he perdido,
polos que navegan a través de lo que queda por perder,
posos del todo,
negruras de un ártico que me quemó con su río, sus posibilidades,
y que se estancó cuando, una vez más, dejé pasar al miedo.
Huyo de mí, paso tangencialmente por la vida,
una línea de secante gris sufriente,
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interno y callado como el resto de números,
en la habitación en que me han encerrado,
una oscuridad uniforme con ninguna estrella,
una noche particular en la que cegarme una y otra vez.
Fantasma derretido,
pasivo ectoplasma de impotencias e inseguridades,
con dientes que afila el miedo para morder
a los que sí se atreven a vivir, con o sin conciencia,
mis paladares de arena movediza
buscando atrapar conciencias hacia la esterilidad de mi boca,
caverna ahora sorda de palabras,
barrera que no deja pasar el cosmos de poesía del interior.
¿Cómo consigo moverme con este caparazón fallido,
cómo no lo resquebrajan las palabras del cielo que no comprende,
cómo no caen los meteoritos de mi amor reprimido hacia la realidad?
No entiendo la frontera entre el barro que dejo atrás impidiéndome
andar
y el agua que quiere fluir para envolver
a todos aquellos que quieren y que yo querría amar.
¿Por qué este vivir estanco,
por qué las vidas dejadas a un borde del camino,
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por qué mirar hacia atrás es insultarlas
sin poder levantarlas para proseguir andando juntos?
No deja de llover,
no consigo ver entre tantos nubarrones de confusiones,
la cabeza duele de tantos golpes contra paredes de gas,
contra remolinos que creo y no me dejan de atrapar.
Mi salud se fue cuando nací y dejé lo incomprensible,
mi cordura cuando empecé a amar al mismo tiempo que a hacer daño.
Quiero liberar a los que hice sufrir,
quiero que entre la aridez de las tormentas de arena de la vida
que pasa creándome el desierto,
mis versos sean granos de sentido,
si descomponiendo poco a poco el páramo que voy viviendo
abarco todo lo que es.
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Contaminación rosa, amor candil.
No temer la leche del mundo que cae desde el cielo estrellado,
sudada por el universo, siempre cansado y siempre observando.
Escucho alaridos de carencia
saliendo del interior de los supuestos paraísos de la abundancia.
La felicidad cosmética deja transparentar el sufrimiento
y la baba desdichada de los que se creen únicos,
individuos agusanados que se retuercen dentro de sus bubas sin llegar
a germinar.
Es la lucha contra el lenguaje,
la lucha contra el mundo que quiero expresar,
mis uñas afilando desesperadas en busca de la vida.
Filosofía de la patada,
navajazo contra el grito global de autodestrucción,
el silencio y las espaladas respondiendo al deseo de la mariposa
pegada contra el líquido de frenos de este motor,
un excremento diesel que ningún tubo de escape consigue escupir,
hacia qué cloaca, hacia qué brazos generosos que lo aguanten,
sin tener por qué buscar los pedazos para recomponer mi rostro,
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en un supermercado de pérdida de colores y sonidos,
busco palabras entre lo acristalado que me susurren cómo vivir,
cómo salir del pensamiento licuado y falsificado en frascos,
en busca de lo que tiene qué existir, en busca de esa otra piel.
Anemias de carne, el alma gritando a través de la entrepierna,
insultos como firmas de autenticidad,
el cobro violento de un día en sociedad.
Disección del horror,
la saliva de la lucidez entubada en su hospital por labios de silicona
digital,
cisnes tecnológicos enmarcando un lago que refleja la ciudad
y su apocalíptico deseo de explicar el beso, sin personas ni personajes.
No puedo soltarme de la vida cuando sus cadenas son mis venas.
Dos barrenderos flanquean el portal del reino de la realidad,
lleno de humildes que llegan cansados a sus hogares.
No merece la pena vivir si no eres quien eres,
no se puede estar vivo si se quiere engañar a la muerte con un sudario
de glamour,
telaraña de seda sobre un esqueleto de mentiras.
Hay que amar la vida incluso en las cucarachas
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y dejar que su reptante negrura angelical acaricie todos los agujeros de
nuestro cuerpo.
Hay que dejar entrar en nosotros a los insectos
para mirar cara a cara la conversación de sus antenas
y así comprender lo que hay detrás de esa tapadera del asco.
Las sombras reptan y cambian de forma y no podemos escapar de
ellas,
son nuestro traje y a la vez nuestro residuo
pero siempre quedan como la auténtica biografía de lo que somos,
espejo sin reflejo de los actos, textura cambiante de nuestra historia.
Despegarse de lo oscuro es caer en el abismo, en la locura de no
aceptarse.
De esa putrefacción interior se alimentarán las cucarachas del devenir,
pero, si las miramos, veremos nuestro rostro reflejado en su coraza.
En mis sueños hablo con los insectos.
Ellos me enseñan con qué pinceles pinto mi sombra,
y es entonces cuando dejo que mi mano fluya
por el lienzo que me ofrece el suelo blanco de la vida,
danzando, escuchando, amando, mostrando.
La sombra es mi hermana.
29
Los años de creación van transcurriendo
surgidos con el resplandor de mi primera lágrima adulta,
antorcha arrebatada a los posos petrificados de la inocencia,
van corriendo como un río de fuego que se va derritiendo
para que su liquidez me permita coger sin quemarme
el sudor del origen innombrable que los va pariendo,
un caliente río amniótico sin origen ni destino conocidos,
pero cuya composición química tiene un sabor
que se parece al mío después de haber besado el tuyo.
Siempre preguntas y no constas, preguntas que buscan solidificarme
escarbando las respuestas en el sufrimiento de la congelación.
En esos momentos no observo la vida y me paro y me estanco en mí
mismo,
duro y opaco para el fluir humano,
los pingüinos oscuros que habitan las neuronas
picoteando la corteza de mi glaciar craneal,
creando una angustia de niebla,
vapor de agua de la melancolía escapando del tacto imposible de la
desesperación,
30
en esa noche del norte donde acaban todos los mundos,
sobre todo el mío,
donde nadie me puede tocar.
Entre las pausas de las elipses de los cambios de tantos planetas,
sociales o físicos,
los amaneceres levantan mis párpados para que mis manos se crean
rayos de los astros que conciben en el sudor de su eterna mañana
sexual.
Sin preguntas, porque respiramos,
la muerte blanca llama a la vida ocre.
El sol hunde sus dedos en la corteza melancólica de mi cuerpo,
provocando una agradable ceguera ante todo lo que veo.
El amanecer que se produce, en imprevistos entretiempos del fluir,
no está tan lejos, pues se esconde debajo de tu gabardina,
en tu cuerpo que sonríe, una armadura de tela oscura
que te protege de las nieblas grises de los cuerpos que te rodean
mientras andas por los hilos de calles rocosas, manchadas de humo,
laberinto diario al otro lado del cual podemos encontrarnos.
También puedes o podemos desaparecernos
mirando nuestro rostro reflejado desvanecerse
en el vaso de cristal que sirve de rompeolas al alcohol,
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ese anhelo de tiempo artificial detenido,
operando el falso milagro de robar nuestra esencia a la habitación
para introducirla dentro de la botella.
No sé dónde miro,
pero las ventanas palpitan con latidos de luz
que tornan los cristales en diamantes que hablan,
diciendo a mi gris cuerpo y a mi habitación
las infinitas posibilidades de salir a la calle.
Con la pluma limo las rejas de esta casa
para dibujar fragmentos de lo que puedes ser,
trozos de anhelo que reparto entre túneles y tugurios,
pedazos de gente para componer un gran cuerpo, celeste o no,
pero, en todo caso, carne amorosa.
No tengo palabras, por eso para buscarlas sigo escribiendo.
No te tengo a ti, por eso para tenerte sigo viviendo.
Inútil o muerto, sigo en el corazón del sueño,
y a veces no me importa si no te tengo y pasas de largo,
cuando me basta con el vuelco en el corazón que me produce soñarte.
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El vagón de metro avanza con un suave golpe de los dedos de mi
decisión,
cuando entro en su útero de oscuridad prefabricada,
sin que sepamos que supone la mayor pausa de nuestras vidas,
como un gusano primigenio de vinilo
que va recogiendo todos los corazones que escupe la ciudad de su
saliva
hecha de jornadas impuestas, grapas de trabajo o de esclavitud
en cuerpos cuyo material formante ya ni se conoce, de puro
tergiversado.
La prostitución involuntaria de la voluntad.
Estamos aquí dentro, todos juntos,
en estos intervalos entre estación y estación
que forman ese instante en suspenso,
tan buscado.
¿Por qué no podemos amarnos,
por qué no puedo abrazaros,
separar vuestros asalariados y alquilados cuerpos de mármol
de esas paredes de aluminio que quieren absorberlos,
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chuparlos hacia la masa negra del exterior
hasta devolverlos como las páginas inconexas de un libro que nunca se
lee?
Yo quiero recoger las hojas y formar con ellas la sangre de un nuevo
árbol
que se lee sin necesidad de abrirlo, en cada pared de la ciudad…
pero no sé cómo hacerlo.
Afuera y adentro, entre la vida, sigue lloviendo...
Sabemos por todas las crónicas que el hombre no quiere estar solo,
pero puede que no esté hecho para estar acompañado
cuando la luz blanca sale por su boca en las babas del egoísmo
que quieren besar sin importarles lo que ensucian.
No se puede huir, ya jamás se podrá huir hacia los otros.
Si no te llamo no significa que huya de ti;
se trata de no huir de mí,
asistir al espectáculo del mar que se seca en las venas,
cuando mi conocimiento amenaza con matarme,
los desahogos de la razón exprimiéndola en las transfusiones
de los cadavéricos elixires artificiales,
muertos restos y cenizas de otros muertos,
los mundos que me rodean tambaleándose...
34
Sólo hay vacío detrás del gas que genera las imágenes en las pantallas
y yo desearía que mi voz, que compone palabras solas en la oscuridad,
no fuera devuelta por el techo de mi habitación,
en este mundo.
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El cielo sigue haciendo arañazos a las estrellas, implacable,
como buscando hacer brotar una sangre que sirva para algo.
Mi jersey parece un cuerpo muerto sobre la cama
cuando me he despojado ya del día,
nueva piel de serpiente formada por anillos de tiempo
que pasaron una vez más sin ser analizados,
tal vez sin ser disfrutados,
una vez más no hay tiempo para detenernos.
La cuestión que nos ocupa es la vida.
Las palabras forman lo escrito en una acción que actúa como un
suicidio,
la pluma abriendo las venas que dejan escapar
la suma alquímico-espiritual de sentimientos e ideas,
desangrándose sobre el papel como una vida que se está escapando,
lenta y susurrante en una sangre transparente,
agua llena de estados y experiencias,
llevándose todos los fragmentos de mi personalidad,
reclamando su justa muerte en la eternidad del poema
que deja al cuerpo agonizante
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para yacer en medio de la nada que le es propia,
un limbo donde existe por siempre separada de todas las cosas.
Entremedias del líquido de la vida que escapa
se criba el dolor del amor,
el crisol que separa la muerte de la vida como una frontera eléctrica
que me da la consciencia en un espasmo inmensurable,
un suspiro mixto entre dos mundos,
cuando el rostro amado es la vela que se derrite
y su cera se funde quemándose sobre mi piel,
hasta endurecerse en un bloque que es mi rostro,
alrededor del cual los restos de mi conciencia
comienzan a girar para volver a formarme.
La serpiente afilada del sentimiento,
reptando afilada por todo mi cuerpo,
abrazando mi cerebro hasta el día que me muera.
En mi vida
los ángeles pierden su androginia en el momento en que se abrazan
cuando les invade una terrible melancolía
vertida hacia los mortales en lágrimas de sangre,
sus rostros púrpura, un teorema del amor.
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Su mundo huele a esclavitud y a soledad desesperadamente estancada.
En ese mundo vives y vivo
y en su noche apareces como una reina oscura que no me quita el
valor,
pero que controla mis movimientos para despeñarme en el ridículo y la
angustia.
Las oscuridades acumuladas me paralizan
y me reconvierten en una polilla encerrada en su propio capullo de
asfixia.
Mis miembros de insecto no consiguen arrancarte una sonrisa.
La distancia entre una mesa y otra se torna infranqueable
como el vacío de palabras que nunca se pronunciarán entre ellas.
Sufro porque no puedo conocerte,
seas quien seas,
quien está delante de la vida.
Temblando todo mi tiempo cuando te veo,
como si tu rechazo fuera la muerte
arrastrándome y succionándome hacia su letrina oscura,
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relegado al lugar inexplicable donde siempre me encierro cuando te
encuentro,
donde todo es miedo y esquizofrenia.
Alguna vez te conocí,
pero tu mirada se retira ahora de mí como una cuchilla en vuelo raso
por mi piel ,
la vida envolviéndome con su plástico asfixiante
que me deja tirado en cualquier parte,
cunetas de la existencia.
Vivo en un mundo que no existe
porque mi calor lo derrite constantemente,
escapándose así de mi esperanza en riadas de alineación,
las caras de esas mujeres que nunca me amarán pasando de largo,
aprisionadas dentro de oscuros vagones de metro
que las devuelven a su propia oscuridad,
esa en la que no habrá posibilidad de contacto,
esa en la que no hay amor,
donde sólo podrá abrazarlas el negro de su soledad,
cuando todo lo que han dado y esperado no les es devuelto,
cuando su belleza no les es correspondida y se queda con ellas
quemándolas como un monstruo hambriento y vengativo
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que sólo sabe devorar.
Miro a esa oscuridad que las engulle y no puedo ver el otro lado,
no puedo acariciar con mis ojos esa bondad e inocencia violadas,
y lo único que me une a ellas es ese raíl invisible
por el que nuestras vidas pasan de largo,
y en ese lienzo de sombra cósmica surgen efímeras las estrellas
fugaces,
esplendiendo cada una la palabra que la define,
y todos los días me dedico a recopilarlas
en un inacabable poema dedicado a las que sufren.
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En esta noche que yo ando nadie existe a mi alrededor
aunque incesantes ruidos no dejan de seguirme.
Lo único cierto son las puertas
que pueden abrirse en cualquier parte de la madrugada,
las grietas abiertas a mi realidad
por un bisturí alienado de mí,
ahí afuera.
Lo único verdadero son los claros e hirientes colores
que surgen intermitentes en los eccemas de alucinaciones
supurando del gris dominante y borroso,
enfermedades cromáticas punzando mi ansiedad que nunca deja de
andar.
En este paseo a oscuras por la ciudad vacía de mi mente
los sueños se han quedado en charcos y no puedo parar de pensar,
y las ideas van formando una sintaxis de la locura,
al ritmo de mis pasos generando nubes que devienen en lluvia,
dejándome llevar por la tormenta,
que me engulle,
que soy yo.
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El mundo actual nos aliena hasta ocultar el sol
y no nos queda más remedio que dar tumbos
siguiendo los pasos de nuestra ceguera.
Los posos del deseo absoluto me confinan en el mirador de mi
habitación,
observando el movimiento incesante del infinito mar del tedio,
sus olas de piedra salpicando como ácido la desesperación en mi cara.
La araña surge de la base de mi nuca,
sus patas tejiendo hilos de acero que quieren aferrar mi mente.
Veneno.
Pero sabes que yo siempre lo he dado todo
y por eso saco los huesos de mi cuerpo,
dejándolo detrás en descomposición,
y con este osario de instrumentos tocaré
la música de amor que fluye en su savia.
Señor, no te lleves mi alma todavía;
déjame al menos esperar a ver el amanecer.
El antídoto resulta ser la vida.
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José Ángel Conde Blanco (Madrid, 1976). Licenciado en
Comunicación Audiovisual. Ha sido operador y auxiliar
de cámara, eléctrico y técnico de vídeo freelance para
varias televisiones y productoras (Mediapro, Zeppelin
Televisión, Cuatro, Eurocine Films, etc). Es director,
guionista e iluminador de varios cortometrajes en vídeo
digital; también ejerce como ilustrador, diseñador
freelance, articulista y comentarista de sitios Web
(Ciao.es y Suite101.net). Autor del poemario “Fiebres
Galantes” (publicada en la página de distribución libre
Shiboleth). Obtuvo el accésit de poesía del V Certamen
de Literatura Aenigma. Ha colaborado en distintas
revistas literarias, digitales e impresas, tales como
“Letras Anónimas”, “Groenlandia”, “Enfocarte”, “Gotas
de Tinta”, “Shiboleth”, “El laberinto de Ariadna”,
“Poesía+Letras”, “Divague”, “Narrador.es”, entre otras.
Sus poemas han aparecido en las antologías “Des-amor”,
“El tamaño del tiempo”, “Cuentos selectos, volumen IV”,
“Mañana Luminosa”, etc.
Blog literario: http://negromancia.blogspot.com.
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Prólogo, por Jorge Heras García 3
Feto Oscuro 9
Gotas 10
Caída 11
Lógica del cráter 13
En la oscura placenta 17
Bichos 20
Antinostalgia 24
Alaridos de Carencia 27
Angustia de niebla 30
Variedad de túneles 33
La serpiente del sentimiento 36
Sacadme de la nada 38
Noche de ansiedad 41
Amanecer oscuro 42
Sobre el autor 44
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José Ángel Conde (Madrid, 1976). Licenciado en
Comunicación Audiovisual, actualmente trabaja
en el medio televisivo. Ha dirigido y guionizado
varios cortometrajes. Ha aparecido en antologías
literarias y obtuvo un accésit en el V Certamen
de Literatura Aenigma. Ha participado, con sus
ilustraciones y textos, en diversas revistas
literarias, así como en blogs y páginas Webs. En
el 2009 publicó el poemario “Fiebres Galantes”
(Shiboleth). “Feto Oscuro” es su segundo
poemario digital. “Es un libro oscuro y sugestivo, y desde el título
parece querer cumplir la vida como obra de arte.
Poemas “feto”, poemas embrionarios; en proceso
hacia. Desde lo “oscuro” hasta, más que ver la
luz, hacer la luz. Es una poesía existencialista. El
poeta (se) hace poemas, pero no ejerce el oficio
de escritor, sino que el mismo escribir(se) es una
forma de ser y de estar en el mundo” (del
prólogo de Jorge Heras García).