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FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA. III: LOS FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA ALEJO J. SISON C U A D E R N O S EMPRESA Y HUMANISMO I N S T I T U T O 53

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FILOSOFÍA DE LA ECONOMÍA. III: LOS FUNDAMENTOSANTROPOLÓGICOS DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

ALEJO J.SISON

C U A D E R N O S

EMPRESA Y HUMANISMOI N S T I T U T O

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INDICE

Introducción

I. LA BEGRIFFSGESCHICHTE DEL HOMOOECONOMICUS

II. EL HOMO OECONOMICUS DENTRODE UNA ANTROPOLOGIA DE LALIBERTAD

A. La libertad como apertura

B. La libertad como capacidad deelección

C. La libertad como autodeterminación

Epílogo

NOTA BIOGRÁFICA

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INTRODUCCION

Desde los albores de la ciencia económicamoderna hasta la actualidad, toda doctrina oescuela dominante siempre ha contado con unmodelo específico del hombre como agenteeconómico. Este modelo se ha denominado -sea cual sea la versión concreta que adopte- elhomo oeconomicus. El homo oeconomicus encada una de las doctrinas o escuelas cumple lafunción de un “primer principio”; algo similara un axioma o a un postulado. Es decir, desdeel punto de vista de la ciencia económica, lavalidez del homo oeconomicus no se cues-tiona: este principio se admite como siempreverdadero. Gracias a él puede desarrollarse undiscurso económico de modo científico; y sinél, cualquier intento de discurrir con teoríaseconómicas sería fútil, pues caería en elregreso al infinito. No se acepta ninguna afir-mación económica como verdadera si con-tradice en algún aspecto los contenidos o losderivados según estricta lógica del homo oeco-nomicus. Toda explicación en la ciencia eco-nómica, en último término, descansa sobre elhomo oeconomicus como su fundamento.

En cierto sentido se podría decir que laciencia económica acoge la doctrina del homooeconomicus acríticamente: a diferencia de losinsumos provenientes de otras disciplinas, no

se le pide su demostración. Y es justo y razo-nable que sea así, dado su status de “primerprincipio”. Mas nada obsta para que se busquey se exija su demostración o defensa teórica enotra ciencia, tratándose de un saber humano.No basta para la ciencia económica el asentarsin más el homo oeconomicus como su prin-cipal axioma porque alguno tendría que tener;como si diera lo mismo tener éste u otro. Latarea de justificar el homo oeconomicus seencomienda a la filosofía, particularmente, ala antropología filosófica.

Le compete la función de indagar sobre lacoherencia (¿entraña alguna contradicción?) yla consistencia (¿corresponde a la realidad?)del homo oeconomicus. El esclarecimiento dela doctrina del homo oeconomicus constituyeasí una parte integrante esencial de la Filosofíade la Economía.

En una primera fase trazaremos histórica-mente y valoraremos el uso que se ha hechodel homo oeconomicus en las escuelas econó-micas principales. Después estableceremos loslímites y precisaremos el significado de unateoría del homo oeconomicus más acorde conlas conclusiones de una antropología de lalibertad.

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I. LA BEGRIFFSGESCHICHTE DEL HOMOOECONOMICUS

Hay una amplia diversidad de criterios -todos igualmente válidos según el fin que sepersiga- para clasificar las doctrinas y lasescuelas económicas. Algunos son cronoló-gicos, otros más “ideológicos”; algunos estánen función de la metodología, otros se derivande la procedencia geográfico-cultural; actual-mente, todos miran hacia la línea divisoriaentre el liberalismo-capitalismo y el socialismo-comunismo sobre todo en la política. Con inde-pendencia del criterio que se elija a propósitode la clasificación, una constante es la apa-rición de una versión particular del homooeconomicus.

Iniciaremos la Begriffsgeschichte (“historiadel concepto”) del homo oeconomicus con los“padres fundadores” o “clásicos” de la cienciaeconómica moderna, es decir, con Adam Smith,David Ricardo y Thomas Malthus. Estos autoresse consideran metodológicamente “ingenuos”y son anteriores a cualquier diferenciación sig-nificativa entre el temple austro-germano y elanglosajón en la economía -cultivan, sin duda,una “Economía Política” integral.

La razón principal de su ingenuidad meto-dológica yace en su acepción casi fiducial de

los procedimientos y las creencias subyacentesa la física newtoniana, también por lo que serefiere a la naturaleza humana. Operan conuna definición apriorística -o sea, no sometidani contrastada con sus propios métodos experi-mentales- del ser humano como una máquinaen busca de utilidad. Por “utilidad” en prin-cipio se entiende la de cada ser humano indi-vidual, su capacidad aislada para la “felicidad”o el placer. Concretamente, Adam Smith (cfr.“The Theory of Moral Sentiments”, 1790)siendo joven todavía, había tomado esta ideade su profesor en la Universidad de Glasgow,Francis Hutcheson, el cual, por aquel entonces,ya propagaba una “teoría moral benévola”basada en la búsqueda de “la mayor felicidaddel mayor número”. Las convicciones indivi-dualistas le sobrevenían a Smith por influenciade los representantes de la Escuela Británica dela Ley Natural, Hobbes, Bacon y Locke, asícomo por sus contactos personales con DavidHume.

Smith (“An Inquiry into the Nature andCauses of the Wealth of Nations”, 1776) sus-cribía una teoría del valor que lo equiparaba altrabajo: el trabajo es el origen de todo valor oriqueza económica. Por ende, la riqueza deuna nación -que es lo que concierne a la eco-nomía política- depende de su capacidad de

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producción o trabajo, de la cantidad detrabajo que ésta posea. Hay ecos de idénticadoctrina en Ricardo cuando afirma en “On thePrinciples of Political Economy and Taxation”(1817) que otro nombre para el trabajo acu-mulado es el de “capital”. Junto con una visióndel hombre como un individuo ávido de uti-lidad y de placer, cuyo valor se cifra en su capa-cidad de trabajo, los clásicos de la economíatambién abogaban por una razón eminente-mente “calculadora”. Es decir, la opción másrazonable entre las múltiples alternativas deobrar viene determinada por aquella que secalcula que rendirá la mayor cantidad de uti-lidad o placer al sujeto por el esfuerzo que enella invierte.

Un corolario a este supuesto no justificadoacerca de la naturaleza humana es la doctrinade la “mano invisible”: la creencia de que cadaindividuo, guiado por sus propios intereses,actuará de la mejor forma posible para símismo y para la sociedad en general; la con-fianza en que los intereses eminentementeegoístas se conjugarán y se coordinarán haciala organización óptima del mercado. Aunquela expresión primigenia de esta doctrina seencuentra en Smith, esta idea se ha trans-mitido con matices importantes a Ricardo y aMalthus. El primero, por ejemplo, habla de las

relaciones ventajosas entre el “precio natural”(el salario de subsistencia) y el “precio demercado” (la remuneración según oferta ydemanda) del trabajo. El segundo, en un tonomucho más pesimista, asocia el aumento de lapoblación en proporción directa con elaumento de la pobreza y miseria, principal-mente por el agotamiento de los recursosnaturales. Las rectificaciones se introducenmediante los “frenos positivos” de las guerras,las enfermedades, la pestilencia, etc. y los“frenos negativos” del celibato virtuoso y delaplazamiento del matrimonio como conse-cuencia de un mercado laboral difícil. (Debidoa su visión determinista del mundo, Malthusno pudo prever en modo alguno el impactomuy positivo del desarrollo de la tecnología enla producción de alimentos y de otros bienesde consumo, en la construcción de viviendas,en la erección de infraestructuras para el trans-porte y las comunicaciones, etc.) El individuo,sirviéndose tanto de los “frenos positivos”como de los “frenos negativos” al aumento dela población, necesariamente conseguirá lamejora de su estado personal y social; es decir,evitará que el “precio del mercado” de sutrabajo caiga por debajo del “precio natural”de éste. En todos estos pensadores se apela auna racionalidad supraindividual calculadora

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de utilidades y placeres que domina en elámbito económico.

John Stuart Mill, William Nassau Senior yJohn Elliot Cairnes recogen apenas sin modifi-cación alguna las enseñanzas de Smith acercadel homo oeconomicus. Para Stuart Mill (“Onthe Definition and Method of PoliticalEconomy”, 1836) el homo oeconomicus es elhombre real, deseoso de acumular riquezas,placeres, honores, etc. y capaz de calibrar laeficiencia comparativa de los distintos mediospara alcanzar éstos. Los únicos “frenos” a estainclinación definitoria del ser humano son laaversión al trabajo y la propensión al disfruteinmediato, ambas igualmente naturales. Larazón humana, por tanto, delibera acerca dela mejor mezcla entre la tendencia al placer yel dolor o trabajo necesario que su adquisicióny disfrute entraña. Senior (“IntroductoryLecture on Political Economy”, 1827) cita comoprimer principio de su ciencia el “hecho” deque todo el mundo desea maximizar suriqueza con el menor sacrificio posible. Sinembargo, discrepa de Stuart Mill en que éstasea una descripción del hombre real; no es másque una ficción o abstracción de la que se sirvela ciencia económica para entender en parti-cular las actividades realizadas con afán delucro. (En este punto concreto John Neville

Keynes coincide con Senior). Dicho de otraforma, este principio enuncia la razón regu-ladora de las actividades económicas quebuscan beneficios.

La concepción del hombre como maximi-zador de beneficios se halla hasta en la mismadefinición de la ciencia económica segúnLionel Robbins, uno de los últimos “verificacio-nistas”, desde la perspectiva metodológica. Ensu “Essay on the Nature and Significance ofEconomic Science” (1932) afirma que su disci-plina estudia el comportamiento humano encuanto relación entre medios, escasos y conusos alternativos, y fines, múltiples y suscep-tibles de diversa ordenación jerárquica. Sinembargo, insiste en que su objetivo no está enguiar al hombre hacia una elección moral-mente correcta sino en ayudarle a que suelección sea “racional”; es decir, “maximi-zante” de sus fines, sean cuales sean éstos. (Porejemplo, con respecto a su fin propuesto deexterminar a los judíos, Hitler podía haberechado mano de la ciencia económica paradeterminar cuál fuera el método más eficaz yeficiente en términos de tiempo, de dinero yde medios técnicos, etc. que tenía a su alcance.No estaba sujeto a censura alguna, al menos,por parte de la ciencia económica estricta-mente.)

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Operacionalistas como Paul Samuelson en suprimera época (“Foundations of EconomicAnalysis”, 1948) siguen un planteamiento másrefinado de los presupuestos mecanicistas yhedonistas de los pensadores económicosanteriores. El hombre, el homo oeconomicuses esencialmente un calculador: asigna valoresnuméricos a las distintas realidades que lerodean y que son posibles objetos de su deseomientras opera con éstos. Cualquier viso derealidad de una cosa depende de su capacidadde ser objeto de medición; o lo que es lomismo, sólo lo medible -las propiedadesmedibles- es real y significativo.

A pesar de su gran influencia en el quehacereconómico posterior, la contribución de los fal-sacionistas a la doctrina del homo oecono-micus ha sido muy escasa. La razón funda-mental es su enseñanza acerca de la irrele-vancia de las hipótesis con respecto a las con-clusiones en las investigaciones económicas(cfr. Milton Friedman, “Essays on Positive Eco-nomics”, 1953). En realidad, lo que más cuentapara el falsacionista es la comprobabilidad ensentido negativo -la invalidación empírica- delresultado predicho por un supuesto. TerenceHutchinson (“The Significance and Basic Postu-lates of Economic Theory”, 1938) parececontar entre las “generalizaciones de alto

nivel” o los “supuestos fundamentales” lateoría del homo oeconomicus, como ser capazde ordenar sus apetencias y de aprovecharsede los medios disponibles para satisfacer éstasmáximamente. Pero entonces perteneceríaprecisamente a ese género de supuestos inal-canzables para la refutación empírica; no seríafalseable... En última instancia, nada del falsa-cionismo puede tomarse excesivamente enserio.

La tradición germana también ha hecho unuso extensivo del homo oeconomicus. Loencontramos sobre todo en la rama austríaca,en las obras de Carl Menger y de sus segui-dores, Ludwig von Mises y Friedrich Augustusvon Hayek.

Las indicaciones mengerianas acerca delhomo oeconomicus están estrechamenteligadas a su teoría de necesidades (cfr. “Lehrevon den Bedürfnissen”, el anexo a la ediciónpóstuma de “Grundsätze” de 1923). Elhombre, el homo oeconomicus es, ante todo,un ser de necesidades (Bedürfnisse); su natu-raleza o esencia se define en términos de nece-sidades. Las necesidades que en parte son bio-lógicas, y en parte, psicológicas, constituyen lamateria y la forma, el fin y el motor eficientede las actividades económicas, de modoanálogo a la cuádruple causalidad aristotélica.

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A ellas acuden las ciencias económicas enbusca de su explicación última. Los bienes seidentifican por su capacidad de satisfacer lasnecesidades humanas, y a esta peculiar capa-cidad se le llama “valor”. En otro nivel másfenoménico de análisis, las necesidades seequiparan a la demanda, los bienes a la ofertay el valor al precio.

Las necesidades, los bienes y los valores, porun lado, y la demanda, la oferta y los precios,por otro, se relacionan según las disposicionesde la “ley de la utilidad marginal decreciente”.Dadas las restricciones de un determinadonivel de ingresos, cada individuo en el papel deun consumidor procura invariablemente maxi-mizar su utilidad; o sea, asigna sus recursos detal manera que obtiene el mayor grado desatisfacción posible. Este mecanismo universalde decisión postula una constancia en losgustos y en las preferencias. (Existen unas dife-rencias importantes entre la versión menge-riana del homo oeconomicus y aquella propiade miembros de la escuela neoclásica, comopor ejemplo, Alfred Marshall. En la primera nose dispone de una información gratis y com-pleta, ni es el ajuste a los cambios del mercadoautomático y sin problemas (i.e., hay costes detransacción); mientras que en la segunda,ambas condiciones se presuponen. Menger

cuenta con la ignorancia, con un conocimientoimperfecto y por tanto, sujeto al error y alriesgo.) Conviene también subrayar que laselecciones racionales en materia económicaestán hechas por individuos en función de loque a estos mismos individuos interesa y afecta(el principio del individualismo metodológico).Para Menger, el homo oeconomicus es unRobinsón Crusoe: no cuenta con una familia nicon una empresa ni con cualquier otro grupo ocomunidad a quien deba su lealtad y por cuyobien o “bienestar” deba velar.

Mientras que en muchos autores siemprequeda algún resquicio de duda o de confusiónsobre si su relato específico del homo oecono-micus se refiere a un ser abstracto o a unhombre vivo, real y concreto, en el caso deLudwig von Mises, no se presenta tal difi-cultad. Clave para esclarecer esta cuestión es la“praxeología”, el subtítulo de “Human Action.A Treatise on Economics” (1940). Para él, laciencia económica -que también recibe elnombre de “sociología”- desarrolla una doc-trina a priori sobre el comportamientohumano. Es decir, expone lo que, según él, sonlas leyes universalmente válidas del obrar delhombre: las regularidades que cabe esperar enlas acciones humanas con independencia deltiempo y del lugar de su realización, así como

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del sexo, de la raza, de la nacionalidad, de laclase socio-económica y de las otras determi-nantes histórico-empíricas de su agente. Niegapor principio cualquier posibilidad de acer-carse a analizar los datos históricos sin ningunateoría interpretativa subyacente, al igual quela derivación por inducción de proposiciones apartir de meras observaciones históricas. Paravon Mises, los últimos constituyentes delmundo real son los hombres y las mujeres indi-viduales. Cualquier evento, institución osituación social, por complejas que parezcan,no son nada más que el resultado de una con-figuración particular de individuos y de sussituaciones, creencias y recursos idiosincráticos.En la percepción e interpretación de estosfenómenos siempre somos deudores de unascategorías a priori.

La aproximación de von Mises al obrarhumano es absolutamente “economicista”.Toda acción humana racional y propositiva -esdecir, aquella que delibera acerca de mediosalternativos para los fines elegidos es por natu-raleza “económica”. La vida misma, que es unaadaptación continua a los cambios delentorno, es “económica”, por cuanto escogenecesariamente un camino entre muchos haciaun estado mejor. Lo único que queda fuera delas consideraciones praxeológicas es la valo-

ración ética de los fines: ante ellos la praxeo-logía se declara indiferente.

Probablemente la mejor personificación delhomo oeconomicus sea el hombre denegocios. Se dice con llaneza que el empre-sario quiere comprar o producir lo más baratoposible y vender los más caro posible, obte-niendo así el máximo beneficio. El negocianteconsigue hacerlo prestando una atención dili-gente al mercado y esforzándose por eliminarcualquier origen potencial de error en su infor-mación.

Por parte de von Hayek (“ Economics andKnowledge”, 1937) recibimos una críticaradical a la doctrina del homo oeconomicus.Las razones que aduce son de naturaleza emi-nentemente ideológica, aunque tampococarecen de una sofisticada apoyatura episte-mológica. Para von Hayek, la teoría del homooeconomicus al estilo de la escuela neoclásicafácilmente decae en una apología velada de laplanificación central o del socialismo político-económico. Con dicho modelo del hombre encuanto agente económico parece suponerse -oal menos, hay una fuerte tendencia para pre-sentarlo como objetivo o meta- la posesiónperfecta de todo el conocimiento relevanteacerca del mercado, del conjunto de prefe-rencias de los compradores individuales y de

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los márgenes de beneficio de los productores yde los proveedores. Se conciben los procesosmercantiles -que son las auténticas actividadeseconómicas, y no las cifras que inventan ymanejan los planificadores- como asimilablesal taxis y sujetos a ese orden (nomos, thesis)que es artificial, convencional o deliberado;cuando en realidad, pertenecen a la physis, aotro tipo de orden (cosmos) que es natural,espontáneo y evolutivo. Si las transacciones enel mercado realmente fueran taxis, las deci-siones económicas no tendrían mayor compli-cación que la de un algoritmo lógicoarit-mético.

Pero como nadie de hecho puede poseerjamás un conocimiento total y perfecto -éstenunca dejaría de ser una presunción, una pre-tensión, un fingimiento- el problema eco-nómico jamás se limita a la asignación derecursos para la consecución de unos fines yadeterminados. Antes bien el gran reto de laeconomía consiste en cómo procurar el mejoruso de los recursos -un conocimiento en prin-cipio accesible a cualquiera de los agentes- conrespecto a los fines, la importancia relativa delos cuales sólo conoce puntualmente cada unode los consumidores individuales. El mejorarreglo en cada caso y situación, por tanto,jamás es fruto de una decisión del comité

central de planificadores, sino siempre elresultado de la libre competencia en elmercado. (Von Hayek incluso acude a la auto-ridad de los escolásticos españoles del s. XVIque enseñaban que el pretium mathematicumdepende de tantas circunstancias individualesque no lo puede conocer nadie excepto Dios.)En definitiva, la objeción de von Hayek a ladoctrina del homo oeconomicus se dirige haciael conocimiento total y perfecto que ésteparece reivindicar para sí. El problema funda-mental de la ciencia económica concierne alrecurso del conocimiento.

Desde la perspectiva de von Hayek resultadel todo comprensible que de entre losmáximos defensores recientes del homo oeco-nomicus se encuentren neo-marxistas comoJoan Robinson y filomarxistas como MartinHollis y Edward Nell (“Rational Economic Man:A Philosophical Critique of Neo-Classical Eco-nomics”. London/New York: Cambridge Uni-versity Press, 1975). Estos autores se sirven dela doctrina del homo oeconomicus comovehículo, por un lado, de su crítica al individua-lismo metodológico y al empirismo-positivismode la Escuela dominante. Y por otro lado,también usan del homo oeconomicus parapropagar sus ideas acerca de la necesidad deunas verdades a priori así como de una defi-

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nición del hombre como ser esencialmentepolítico y social. La pregunta por el carácterreal o ficticio del homo oeconomicus una vezmás cede su lugar prioritario ante la afir-mación del mismo como “condición de posibi-lidad” no sólo cognoscitiva sino tambiénfáctica.

II. EL HOMO OECONOMICUS DENTRODE UNA ANTROPOLOGIA DE LALIBERTAD

El breve repaso histórico de la doctrina delhomo oeconomicus nos revela que ésta se hautilizado fundamentalmente como una piezaexplicativa clave en las diversas teorías econó-micas y empresariales. Las consideraciones entorno al homo oeconomicus se han limitadoprácticamente al ámbito epistemológico, sobrela necesidad y la validez de tal principio. Perolo que ahora cabe preguntarse es si el homooeconomicus corresponde con algo real, sitiene cabida dentro de la antropología.

Todos los saberes que versan sobre elhombre pueden reunirse bajo el rótulogeneral de la “antropología”. Entre los múl-tiples rasgos definitorios de su objeto material,el ser humano, hay algunos que merecen una

clasificación aparte por su exclusividad: lafacultad de hablar, el sentido del humor, lacapacidad de proyectar y de realizar proyectos,etc. Estas características se llaman “propie-dades” por su cercanía a la esencia misma delobjeto al que se refieren. Ha habido algunosintentos de construir una antropología preci-samente sobre la base de una de estas propie-dades, la libertad. Desde luego, no se trata deuna libertad “absoluta”, sino de una, al menosinicialmente, limitada por el tiempo, operanteen el tiempo. Una reformulación de nuestrapregunta entonces podría ser ésta: ¿Cómorendir cuenta del homo oeconomicus desdeuna antropología de la libertad?

En definitiva, la doctrina del homo oecono-micus se ha desarrollado como un modelo deracionalidad. Este es el término de su utili-zación tanto en el ámbito anglosajón como enla mayor parte de la tradición austríaca. Lo quenos proponemos ahora en este epígrafe esestudiar al homo oeconomicus no tanto en suaspecto de “razón” como en su aspecto de“principio de operaciones” y “comunidad defines” o “naturaleza”. Nos servirá de guía paraeste cometido el libro “Economía y Libertad”(1974) del prof. Antonio Millán Puelles. Es unaobra original tanto en su planteamiento comoen su desarrollo, aunque la formación aristo-

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télico-tomista y fenomenológica del autor, aligual que su provechosa lectura de Menger,por decir la verdad, no tardan en patentizarse.

La actividad económica es una actividad pri-vativamente humana, por cuanto implica lacapacidad de elegir, de proyectar y de razonar:exige el uso de una razón libre (o de unalibertad racional) espacio-temporalmentesituada. Libertad y razón no son potenciasantitéticas, sino que se complementan. Surelación complementaria se realiza en distintosniveles, el más básico de los cuales es el físico:aquí la libertad se muestra como apertura y larazón, como la salida o el medio o instrumentopara la satisfacción de necesidades y deseos.

A. La libertad como apertura

Tendríamos que considerar dos presu-puestos extra- económicos que son el funda-mento antropológico de esta suerte de activi-dades: Primero, el hombre es un ser de necesi-dades, y segundo, el hombre busca satisfacerestas necesidades como parte integrante de sutendencia al bienestar y a la felicidad.

Respecto al anterior supuesto, ¿qué enten-demos por “necesidad”? Es un término ambi-valente en muchos de los idiomas modernos,porque puede referirse tanto a lo que es “per-

fecto” y “no puede ser de otra forma” (Not-wendigkeit en alemán, necessity en inglés,nécessité en francés), como a una “falta” o“indigencia” (Bedürfnis en alemán, need eninglés, besoin en francés). El segundo tipo denecesidad es el que concierne a la economía:las exigencias vitales, los requisitos del hombrepara la subsistencia. Carecemos de listas com-pletas de cuáles sean estos bienes primarios yelementales -las necesidades “naturales” en elsentido de “previas” a cualquier elecciónracional-. Cualquier relación de bienes no esmás que indicativa u orientativa. Sin embargo,existe un consenso sobre algunos de sus ele-mentos fundamentales como la alimentación,el vestido, la vivienda -bienes o necesidadesmateriales- y la educación o la cultura -bieneso necesidades espirituales-.

La felicidad entendida como el bienestar, lasatisfacción cumplida de unos deseos, es algotan etéreo como la misma noción de nece-sidad. El bienestar es un concepto polivalentecuyas acepciones principales son médicas, filo-sóficas, económicas y políticas. Los médicos loasocian con la salud psicosomática del orga-nismo; los filósofos con la felicidad o una vidalograda; los economistas con la renta percápita, el nivel o la calidad de vida de los habi-tantes de una determinada región; y los polí-

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ticos y los gobernantes, con un objetivo quecumplir o una meta que alcanzar para todos, sino la mayoría, de sus ciudadanos. A nadie se leescapa que estas afirmaciones están hechasmuy grosso modo, y que exigen múltiplesmatizaciones para que se llegue realmente aun acuerdo sustancial en su contenido.

El nivel más básico del bienestar es elmédico, o sea, lo referente al estado de saludde un individuo. El bienestar aquí equivaldríaa no estar enfermo, a poder ejecutar, por partedel ser vivo, todas sus funciones con norma-lidad. Aunque tanto en el lenguaje comúncomo en las experiencias cotidianas nosolemos tener especiales apuros para discernirquién esté enfermo y quién no, en el terrenoya más científico y medible nos topamos conmuchas barreras. En primer lugar, ni la salud nila enfermedad se dan de hecho en estadosabsolutos, sino que siempre se dicen con res-pecto a un patrón ideal. No hay nadie que estéperfectamente sano, ni completamenteenfermo, sino que siempre se dice “sano” o“enfermo” de acuerdo con los paradigmas desalud o de enfermedad que se establecen.Entre los múltiples disponibles, se elige elpatrón que mejor se adecúa al caso concreto:estos patrones cambian según trate de hombreo mujer; de niño, joven o adulto; de com-

plexión robusta o frágil, etc. Lo mismo sucedea la hora de determinar cuáles sean las fun-ciones psicosomáticas que haya que realizar ycómo debería establecerse en ellas la norma-lidad. La salud y la enfermedad de personasconcretas no sólo son relativas a modelos espe-cíficos (los cuales representan la función“normal”), sino que además, en relación concada modelo particular, también admiten unadiversidad de grados.

¿Cómo podríamos medir los estados desalud en sus distintos grados? Hay múltiplesprocedimientos clínicos, antropométricos ybioquímicos, los cuales podrían complemen-tarse con una entrevista sobre la historiaclínica y la observación del comportamientodel sujeto concreto. Estos indicadores suelenagruparse en las medidas antropométricas, enlos índices de mortandad y de morbidez. Lagran ventaja del dato del estado de salud conrespecto a los otros factores constituyentes delbienestar es que es puramente individual.Dicho de otra forma, para averiguar la inci-dencia de la salud física en el bienestar per-sonal no hace falta acudir, en principio, a losotros miembros de la comunidad en la que unser humano vive.

En el campo de la filosofía, la noción del bie-nestar ha interesado a los psicólogos, éticos y

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políticos; y a cada uno desde su propia pers-pectiva. Los autores que más han elucubradosobre el tema del bienestar (well-being,welfare) han sido los filósofos británicos, enconcreto, aquellos pertenecientes a lacorriente que ha venido a llamarse “utilita-rista”. Desde David Hume a finales del XVIIhasta Henry Sidgwick en tiempos aúnrecientes, pasando por James Mill, JeremyBentham y por supuesto, John Stuart Mill,estos autores han introducido toques persona-lísimos a la idea de “bienestar” entendidacomo “utilidad”. En la medida en que la MoralPhilosophy anglosajona abarca no sólo el com-portamiento individual y la actividad políticasino también la producción, la distribución y eldisfrute de bienes y riquezas, el utilitarismo haservido igualmente para la elaboración deteorías económicas y empresariales.

La felicidad y el bienestar consiste para latradición utilitarista en sus orígenes, antetodo, en un estado mental o psicológico desatisfacción. Esta satisfacción podría cifrarsenegativamente en la nocarencia de bienes ymedios para hacer frente a las múltiples nece-sidades y deseos del hombre. En términos posi-tivos, la “utilidad” podría definirse como lacualidad que poseen algunos objetos deaquietar los deseos, de producir una sensación

global de agrado. No es, en absoluto descabe-llado suponer que el nombre más apto paradesignar tal estado sea el de “placer”; y apartir de entonces -concretamente, deBentham- ya se podría hablar de un nexoforjado entre el utilitarismo y el hedonismo. Elhombre feliz es aquél que ha acumulado parasí la mayor cantidad de utilidades y de pla-ceres.

A lo largo de su historia, ha habido muchosintentos de mitigar la postura utilitarista enversiones menos individualistas y más bené-volas para con los demás, menos vulgares ymás refinadas (e.g. el consecuencialismo y elproporcionalismo). Sin embargo, ninguna deellas ha conseguido salvar los escollos ni delapriorismo (¿por qué razón es lo útil y lo pla-centero el bien supremo?) ni de la incomensu-rabilidad (¿cómo podríamos comparar signifi-cativamente las distintas funciones de utilidadde los sujetos individuales?). De modo que lailusión de haber encontrado por fin en el utili-tarismo un método verdaderamente “cien-tífico” y universal, capaz de resolver los con-flictos morales, económicos y políticos se haquedado al final en un mero espejismo.

En lugar de la satisfacción psicológica pro-ducida por una experiencia placentera, propiadel utilitarismo, como referente del bienestar

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y de la felicidad, también se ha propuesto laprovisión de “bienes” en cuanto oportuni-dades, derechos o recursos. Es una alternativabastante más comedida y conservadora que laanterior, porque pretende moverse exclusiva-mente en el campo de los medios y no de losfines. Se fundamenta en el principio de quecada sujeto individual es absolutamente libre ala hora de decidir para sí qué es la felicidad yel bienestar. Por tanto, nadie le debe imponera otro su visión particular de la vida lograda; ylo mejor que se puede hacer es garantizar a lagente los recursos para que individualmentepueda alcanzar la meta que se ha propuesto.

La versión rawlsiana de este modo de pensares bastante concreta, pues enumera una listabásica de “bienes primarios” (primary goods)cuya distribución se realiza tras el “velo de laignorancia”(veil of ignorance) (cfr. John Rawls,“A Theory of Justice”, 1971). Dworkin, por suparte, insiste en “tomar los derechos en serio”(taking rights seriously); pues estos repre-sentan los bienes fundamentales para el bie-nestar, ejérzanse (o no) del modo que sequiera (cfr. Ronald Dworkin, “Taking RightsSeriously”, 1978). Y finalmente, está Nozick,quizás el más radical en su propuesta, quedeposita una confianza ciega no ya en losderechos individuales inalienables, sino en el

Estado mínimo libertario como camino hacia elbienestar (Robert Nozick, “Anarchy, State andUtopia”, 1974). Son todas concepciones “mini-malistas”, que se desentienden bastante de lanoción del bien, del bienestar y de la felicidadque cada cual, con pleno derecho pueda tener.Se preocupan casi exclusivamente de que, seacomo sea la meta que se pretenda alcanzar,cada uno tenga el poder y los medios paraacceder a ella. Gana en importancia el con-cepto de justicia en cuanto “igualdad de opor-tunidades” e “imparcialidad”; o sea, en suacepción puramente formal. Huelga añadirque para semejantes posturas liberales, cual-quier indagación sobre una “naturaleza pres-criptiva” del bien, del bienestar y de la feli-cidad es una incursión indebida, más propiadel pensar utópico y totalitarista.

Una tercera posibilidad para la determi-nación del bienestar en términos filosóficosnos brinda la posesión de capacidades (capabi-lities según Amartya Sen en “Capability andWell-Being, The Quality of Life”, 1993, func-tions según Martha Nussbaum en “Nature,Function and Capability: Aristotle on PoliticalDistribution”, Oxford Studies on Ancient Phi-losophy, supplementary volume, 1988). Surgede la observación, en primer lugar, de que lagente necesita “cantidades” diferentes de los

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bienes básicos, y en segundo lugar, de que másimportante que la posesión o el acceso a losbienes es lo que dichos bienes realmentehacen a los individuos. Piénsese, por ejemplo,para los casos de una persona parapléjica y deotra que goza de una movilidad normal, en losdiferentes niveles de renta que cada unonecesita y lo que efectivamente puede hacercada cual con su renta. Este tercer indicador esequiparable -según Sen- con las actividades olas funciones valiosas que un sujeto efectiva-mente es capaz de realizar en cuanto inte-grantes de una vida personal (la cual, a su vez,se inserta en una sociedad). Su filiación aristo-télica -en concreto a partir del concepto dedynamis- es rotundamente manifiesta.

Hace un par de años salió un libro titulado“El trabajo de las naciones. Hacia el capita-lismo del siglo XXI” (original en inglés: “TheWork of Nations”, New York,1992), cuyo autores Robert Reich, actual ministro de trabajo delgobierno de Clinton. Observa que en la décadade los 80 el bienestar de los norteamericanosen general, entendido en términos de nivel devida (standard of living), no había aumentadotanto como el de los ciudadanos de los paísesrecientemente industrializados (newly indus-trialized countries or economies), los cuales,por encontrarse en el sudeste asiático, pró-

ximos a China y a Japón, vinieron a llamarse los“pequeños dragones”. La razón no está en ladisponibilidad del capital, de maquinarias yotros bienes de equipo: gracias a las tecno-logías de vanguardia y a la apertura de losmercados, éstos eran cada vez más móviles(Tanto es así que Reich incluso llega a cues-tionar la validez de una “economía nacional”;y en la medida en que la nación cumple princi-palmente con una función económica como laprovisión del bienestar, su crítica llega hasta lamisma existencia de una “nación”). La ver-dadera explicación yace en el trabajo comofactor de producción; y no en un tipo detrabajo cualquiera como el de los “productoresen cadena” (routine producers) o el de los“servicios en persona” (in-person service) -loscuales obedecen a la política de “pan para hoy,hambre para mañana”- sino en el de los “ana-listas simbólicos” (symbolic analysts). Es preci-samente en este sector del mercado laboral,compuesto por científicos, consultores-acadé-micos, gerentes, empresarios y demás “crea-tivos”, donde ha perdido competitividad laeconomía estadounidense. Y todo ello por unapolítica educativa inadecuada a los tiempos,diseñada más bien para la formación de “pro-ductores en cadena” que de “analistas simbó-licos”. O sea, la nación de los Estados Unidos sehabía volcado excesivamente hacia una con-

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cepción del bienestar de sus ciudadanosbasada en utilidades, placeres y “bienes” (i.e.derechos) y no en “capacidades” y recursoshumanos.

Cambiando nuestro punto de referencia alcontinente europeo, este mismo mal endémicoha tenido una manifestación distinta en eldesempleo. Y los estragos que causa el paroprolongado no sólo en los jóvenes sinotambién en las personas ya adultas, con res-pecto a su bienestar tanto actual como futuroya no requiere mayores abundamientos. Estu-diando la situación de estas personas en parose ve claramente la falta de “bienestar”; nopor carecer ellas de utilidades, placeres oderechos (que por suerte, el Estado aún hapodido proporcionar), sino por dejar en bar-becho sus habilidades y demás capacidadespersonales.

La dimensión política de la noción del bie-nestar irrumpe tan pronto como se planteenlos términos entre los cuales debería (re-)esta-blecerse la relación de igualdad o de equidad,tal como exige la justicia. Si la justicia, en elsentido clásico, se define como “la constante yperpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo”,cabe preguntarse entonces por el contenidode “lo suyo”. La determinación de dichoobjeto le incumbe primordialmente al político,

no ya como filósofo sino como gobernante. Noignoramos que haya quienes incluso cues-tionan la legitimidad y critican el hecho de queel Estado se preocupe e intervenga en el bie-nestar de sus ciudadanos, como los liberalesradicales, anarquistas y ácratas... Estos desco-nocen algo tan elemental como lo que podríallamarse el “fin inmanente” del Estado encuanto forma histórica concreta de sociedadcivil; y por tanto se descalifican a sí mismoscomo interlocutores válidos. En cualquier ejer-cicio serio de la política siempre se halla ope-rante una noción de “lo suyo” -utilidades yplaceres, derechos y capacidades, etc. -la distri-bución y reasignación del cual es tarea delgobernante. Mas para distribuir y asignar -“operativizar”- el bienestar, se exige primeroel volverlo medible y cuantificable. Y es a estecometido al que finalmente nos vamos adedicar.

En épocas recientes la medición del bie-nestar se ha conformado a tres patrones dife-rentes, los cuales han ido sucediéndose con eltiempo. El más antiguo de todos es el de la“renta per cápita”, que se consigue dividiendoel equivalente en términos monetarios (e.g.dólares norteamericanos de 1970) del PNB(“Producto Nacional Bruto” o el conjunto debienes y servicios producidos por un deter-

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minado país durante un año) entre losmiembros de la población. Es una funciónpuramente aritmética que no tiene en cuentalos aspectos distributivos (las rentas distintasque necesitan los ciudadanos según sus necesi-dades) ni las diferencias de precios (un corte depelo, ¿en Tokio o en Timbuctú?) o desde otropunto de vista, el poder adquisitivo real, la dis-ponibilidad (carencia o abundancia) de los dis-tintos tipos de bienes, entre otras cosas, queinfluyen muy directamente en el bienestar per-sonal.

La segunda medida utilizada es la del “nivelde vida” (standard of living). Desde 1954 losdocumentos de la Organización de lasNaciones Unidas (ONU) utilizan esta medidaque comprende la renta per cápita nacionalreal más otros indicadores cuantitativos en loscampos de la salud, de la educación, delempleo y de la vivienda en contextos fami-liares. Podría ampliarse para incluir todo un“sector informal” compuesto por la esperanzade vida al nacer, la supervivencia infantil y elgrado de alfabetización de la población adulta-todos los cuales ofrecen información valiosareferente a la capacitación y productividadlaboral de un pueblo-. La lista de elementosincorporados en el concepto “nivel de vida”podría variar más o menos; pero hay un

acuerdo general de que el más importante detodos es el de la nutrición. Resulta que la des-nutrición -y no el fenómeno psicológico delhambre ni tampoco necesariamente la malanutrición que podría darse aún en una personaobesa- es lo que establece el umbral depobreza (miseria, destitución) en un país con-creto. Este hecho se debe a que por la desnu-trición, medida clínica y antropométricamente,los individuos se encuentran incapacitadospara realizar actividades y tareas sencillascomo el andar, el transportar cosas, el concen-trarse mentalmente, el hacerse cargo deasuntos, etc. Una vez clarificado el umbral depobreza en una región se procede a elaborarlas distintas “estaciones” en función del nivelde ingresos, de los precios y del estilo de vidabásico que llevan sus habitantes.

Por último, para determinar el grado de bie-nestar de una población, se ha recurrido alconcepto de “calidad de vida”. Originario enlos ámbitos de la salud pública y de la éticamédica, se refería a los criterios para decidirsobre la conveniencia de unos tratamientosespecialmente dolorosos, agresivos, radicales,de alto costo o todavía en fase de experimen-tación para los enfermos, ante todo, para loscasos terminales. El propio enfermo, el médico,un familiar cercano o algún otro tercero

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realiza una comparación entre la “calidad devida” antes y la “calidad de vida” previsibledespués de la terapia específica, para ver si lasmejoras superan las inconveniencias. Tambiénpodría aplicarse -en ocasiones menos dramá-ticas- para valorar, sencillamente, la influenciao el impacto de unos programas de sanidadparticulares en el bienestar ciudadano. Estáclaro que esta concepción del bienestar sepresta mucho al modo de actuar consecuencia-lista...

No obstante, la noción de “calidad de vida”ha evolucionado para significar, en la jerga delos economistas del desarrollo, además del“nivel de vida”, también el grado de libertadespolíticas y civiles. De modo que para el econo-mista y filósofo bengalí, Partha Dasgupta (“AnInquiry into Well-Being and Destitution”,1993), cualquier medición de la calidad de vidaque pretende ser relevante tendría que contarcon los constitutivos de la renta per cápitanacional, la esperanza de vida al nacer, la tasade la mortandad infantil, el grado de alfabeti-zación de la población adulta y el indicador delas libertades políticas y civiles. Por las “liber-tades políticas” se entienden los derechos delos ciudadanos a participar en la elección desus gobernantes así como en la legislación;mientras que por las “libertades civiles” se

refiere a los derechos del individuo de cara alEstado (e.g. la libertad de expresión y deprensa, la independencia del poder judicialcon respecto al ejecutivo, etc.). Curiosamente,los científicos sociales procedentes de lospaíses escandinavos donde han alcanzadocotas máximas de bienestar, coinciden con loseconomistas del desarrollo en el sentido conque dotan la expresión “calidad de vida”: eldominio que un individuo tiene y puedeejercer sobre sus recursos, en la forma dedinero, propiedades, conocimientos, energíasmentales y físicas, relaciones sociales, segu-ridad, etc. para configurar directamente suscondiciones de vida. En la determinación de la“calidad de vida” por tanto, se pone el énfasisen la realización personal mediante la conse-cución de un mayor dominio sobre sí mismo yla libre participación en relaciones socialesenriquecedoras. La tarea de perfilar y valorarel bienestar se ha reconducido, de este modo,de la ciencia económica a la política.

Ahora ya hemos cumplido con un cometidoprimordial de aclarar el significado del “bie-nestar”, instado por la confusión respecto a sucontenido. Hemos visto que el bienestar vienea significar lo mismo que la felicidad y que harecibido precisiones conceptuales a partir de lamedicina, de la filosofía, de la economía y de

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la política. Indirectamente, por tanto, hemostenido que proponer un modelo de articu-lación entre estos distintos saberes, de modoque los logros de alguno de ellos -por ejemplo,el de la salud en la medicina- se vaya inte-grando con los logros de los demás -las capaci-dades y funciones humanas en la filosofía-. Porlo que se refiere a la medición del bienestar,nos hemos dado cuenta que la economíapropone distintos patrones, de grados diversosde amplitud: la renta per capita, el nivel devida y la calidad de vida. Y también hemos des-cubierto que el bienestar es preponderante-mente un tema político; o sea, que sólo desdeun planteamiento (filosófico-)político cabal yválido podrían acogerse adecuadamente lascontribuciones de las otras ciencias.

*****

Hay economía, actividad económica, porcuanto el hombre tiene necesidades: su natu-raleza está incompleta, inacabada, y esta“carencia” se demuestra en sus inclinaciones,tendencias y deseos. Este rasgo distintivo delser humano es ya en sí una prueba de sulibertad; aunque sólo sea del nivel más básico,de su libertad como apertura al mundoexterior, al espacio para sus movimientos. Escurioso pero el hombre, a pesar de ser parte dela naturaleza, estrictamente no tiene “necesi-

dades naturales” o “instintos”. (Estamosendeudados con los estudios de los antropó-logos alemanes Gehlen, Plessner y Uexküll poreste “descubrimiento”.) Sus necesidades de ali-mentación, vestido, vivienda, cultura, etc. pre-cisan de una “objetivación”, identificaciónimaginativa o reconocimiento por parte de élmismo; y aquí ya queda implicada la razón. Lacapacidad discursiva obra cuando se advierte yse especifica dicha tendencia. Por eso, no obs-tante el deseo “natural” de bienestar y feli-cidad, podemos decir que una vida lograda estambién artificio de la razón, fruto de unalibertad bien ejercida. Los momentos poste-riores de elección y de ejercicio, no obstante,ya son objeto de otros niveles superiores de lalibertad, y por consiguiente, también de otrasdimensiones de la vida económica...

B. La libertad como capacidad deelección

Una vez que hayan quedado advertidas yobjetivadas por el hombre las necesidades y losdeseos -para lo cual ya hace falta la razón,aunque sólo sea por cumplir con una funcióntodavía muy básica- entonces llega elmomento de optar o elegir. El hombre se dis-tingue de los demás seres naturales porque

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tratándose de él, cabe más hablar de “deseos”,en cuanto mediatizados por la razón, que de“necesidades”, es decir, exigencias directas einflexibles de instancias naturales. El serhumano es el único que problematiza intelec-tualmente su existir, imaginándose problemase inventándose soluciones para los mismos.Además del mundo natural, el hombretambién vive en un mundo de ficción.

Esta capacidad de elegir o “arbitrio” es exac-tamente lo que pretende negar o ignorar eldeterminismo. Se supone que el hombre, encuanto agente económico, es incapaz de elegirpor sí mismo su modo de actuar porque estádeterminado. El que de verdad elige, en últimainstancia, no es el sujeto humano individualsino algo por debajo (e.g. algún instinto) o porencima (e.g. la razón histórica) de su con-ciencia. El ser humano no es más que vehículoo instrumento de ese otro principio. Quedaprivado de su libertad de elegir y de arbitrio; alo sumo, ésta se transforma en una ilusión o enun engaño.

Conviene saber que todo determinismo es, ala vez, un reduccionismo. Los determinismos semultiplican según los aspectos de la acción ode la vida humana cuya importancia tienden aexagerar. Si lo propio del determinismo esnegar la eficacia de la voluntad humana en

cuanto capacidad de elegir, resulta que lo con-sigue sólo en la medida en que establece eldominio tiránico de una facultad sobre lasotras. La pluralidad de instancias y principiosque, de otra manera, intervendría ordenada-mente en la acción humana ahora estádisuelta. Hay una única fuente de dinamismoen el hombre y las reglas de su mecanismo o“lógica” rinde cuenta exhaustivamente de laconducta humana.

En primer lugar, hay un determinismo bio-lógico como aquél que propugna Darwin consu teoría general de la evolución. Necesitamosdistinguir entre la teoría biológica de la evo-lución y la teoría generalizada de la evolucióno el “evolucionismo”. La primera es una teoríacientífica según la cual se traza el origen y ladiversificación de las especies -las diferentesformas de vida biológicamente considerada-de lo más simple a lo más complejo a lo largodel tiempo. La segunda, en cambio, es unaextrapolación de esta doctrina biológica aotros campos científicos hasta alcanzar la uni-versalidad. El evolucionismo es un “natura-lismo” por cuanto pretende explicar la tota-lidad de los fenómenos -incluso aquellospropios de niveles superiores de vida inte-lectual como la actividad económica- a partirdel nivel puramente biológico. Y lo intenta a

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pesar de que matemáticamente, por ejemplo,hay razones conclusivas en contra de quehubiera sucedido así: por la ley de los grandesnúmeros o el azar es imposible que formasorgánicas elementales hayan dado lugar a lasformas complejas tales como las conocemos, ymucho menos, a las formas dotadas de un psi-quismo racional. Ni los procesos biológicosexclusivamente, ni el azar son suficientes paradar razón de la riqueza de los vivientes.Además del cambio según el tiempo -factorespara los cuales la teoría restringida de evo-lución biológica parece dar cuenta- estátambién la libertad por medio de la cual elhombre elige y delibera acerca de su formaconcreta de conducta.

Sobre la base de una biología que con-cuerda con la de Darwin, Marx construye unalectura determinista de la sociedad y de la his-toria. El hombre no supera el status de un“animal complejo” cuyo comportamiento estáreglado por la búsqueda de utilidad. Mas estautilidad no se refiere a la suya individual sino ala de su clase social. La historia en su totalidadno es otra cosa que el drama de la formación ydel acceso dialéctico a una posición dedominio de una clase social, la cual, en elúltimo momento, se denominará la “huma-nidad” en la sociedad comunista.

La utilidad que promueve el hombre -segúnel marxismo- no es una utilidad “biológica”, enel sentido de algo que está al servicio de lasupervivencia del individuo o de la especie.Antes bien, es una utilidad “económica”: sebusca lo provechoso para un grupo socialdefinido por las relaciones de producción. Laactividad productiva en la sociedad industrial ymecanizada permite establecer dos clases: unaque representa el factor trabajo, la obrera, yotra que contribuye el factor capital, la capita-lista. El comportamiento del sujeto está deter-minado por su pertenencia a una u otra clasesocial y necesariamente está ligado a lo querinde para dicha clase la mayor utilidad. Lainflexibilidad con que se realiza la conductamás útil para la propia clase social es atribuiblea la “astucia” o “listeza” de la razón trascen-dente e histórica, que siempre vence a la razónempírica y particular. Aquí hay una indiscutibleherencia hegeliana.

En la simplificación marxista ni siquiera secontempla la posibilidad de una clasegerencial, de personas que desempeñan untrabajo directivo sin ser ellas mismas las dueñasde la empresa. Por otra parte, tampoco se con-sideran las diversas fórmulas de propiedad,como las sociedades limitadas, las sociedadesanónimas, la variable participación del estado

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y de intereses privados en empresas comunes,etc. A pesar de todas sus pretensiones profé-ticas sobre cómo sería la sociedad del futuro ysu disponibilidad para sacrificar por completoel presente para ello, Marx no fue nunca capazde ver más allá de sus circunstancias socialesmuy limitadas.

Freud, por su parte, igualmente ensaya otraespecie de determinismo, el psicológico. Segúnél las motivaciones humanas obedecen o al ins-tinto del amor (eros) o al instinto de la muerte(thanatos). El motor de absolutamente todaslas actividades humanas se reduce a uno deestos dos (movimientos opuestos de idénticapotencia), y ambos anidan en en el meollo dela personalidad humana, en el ello (id). De estamanera, se elude cualquier elección y respon-sabilidad, pues una acción humana siempreconsiste en un “dejarse llevar” por alguno deestos impulsos.

Otro tanto podríamos decir de la postura deComte, que estila un determinismo“absoluto”. Las empresas humanas tiendentodas hacia un mayor grado de positivización,entendiendo por ésta, simultáneamente, laracionalización y la eliminación de restos reli-giosos y metafísicos en el conocimiento o en laexplicación de los fenómenos. La historia de lahumanidad converge en la sociedad industrial

occidental con su organización científica deltrabajo. En este tercer y supuestamente últimoestado, la tarea de la ciencia se limita a laobservación empírica de los sucesos junto conel establecimiento de regularidades entre ellosen forma de “leyes”. Todo se supedita al adve-nimiento de dicho “estado positivo”, tanto enla ciencia como en la vida social.

¿Qué hay de verdad en los determinismosque haya permitido tanta confusión? Podríaser el equívoco, bastante fácil, entre “condi-cionar” y “determinar”.

Resulta que el hombre, en cuanto agenteeconómico, siempre está “condicionado”aunque nunca “determinado”. El primero sediferencia del segundo en que el sujeto aúnguarda para sí la capacidad o la libertad deelegir. Lo único que pasa es que tal capacidadde elección no opera en el vacío sino que estálimitada o circunscrita por posibilidades realesy factibles. Estas posibilidades reales y factibles-las “alternativas”- son precisamente las condi-ciones de la elección. Sin embargo, que laselecciones estén condicionadas no significaque estén dirigidas unívocamente hacia unsolo sentido, de modo que sea predecible conexactitud cómo el agente económico actuaríasólo sobre la base del dato proporcionado porlas condiciones.

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Por lo tanto, no hay determinismos en elcomportamiento humano, sino sólo condicio-namientos. ¿Qué lugar queda, entonces, paralas leyes económicas que supuestamenteregulan las actividades humanas? Para res-ponder a esta pregunta es menester queentendamos correctamente la naturaleza deestas leyes.

Cabe decir, en primer lugar, que hay leyeseconómicas verdaderamente “positivas”. Sonel resultado de una inducción a partir de laregularidad en la ocurrencia de ciertos fenó-menos. Estos fenómenos son directamenteaccesibles para los sentidos, es decir, son“empíricos”, y derivadamente, son medibles.Estas “leyes económicas positivas” nos per-miten predecir acontecimientos desde unascondiciones iniciales similares.

Existe algún modo de aceptar las “leyes eco-nómicas positivas” -cosa bastante ineludible-sin ser “positivista” ni caer en las dificultadesque trae consigo el positivismo. En primerlugar, tenemos que admitir el carácter “hipo-tético” de estas leyes; o sea, hemos de reco-nocer su dependencia de algunas “hipótesis” osupuestos no constatables empíricamente ni,por tanto, “positivables”. La admisión dedichas hipótesis lleva directamente a lapostura contraria al positivismo porque lo que

éste pretende es precisamente eliminar cual-quier tipo de hipótesis, supuesto o funda-mento al margen de la evidencia empírica.

Sin embargo, las leyes económicas siempreserán menos positivas que las leyes físicas onaturales, debido a que entre sus hipótesis secuentan la libertad y la racionalidad humanas.Por su libertad y su racionalidad, la conductahumana es, en gran parte, independiente delas condiciones iniciales e imprevisible. Elagente económico siempre es capaz de actuaren contra de la racionalidad económica -la deganar el máximo rendimiento con el mínimogasto- cada vez que encuentre un motivosuperior. Más aún, un agente que actúe así nocontraviene absolutamente la racionalidadporque hay más racionalidad que la pura-mente económica (e.gr. la racionalidadpolítica).

Otro modo de ver esta cuestión es a travésde la distinción entre la ciencia económica o laeconomía política, por un lado, y la políticaeconómica, por otro, así como en la relaciónentre ellas. No sólo es la ciencia económica -o,para el caso, la economía política- más teóricaque la política económica, que es eminente-mente práctica. La ciencia económica como laeconomía política, además, se fijan en leyespuramente descriptivas (“positivas”) de los

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acontecimientos, en los resultados de cálculosmatemáticos inflexibles, mientras que lapolítica económica siempre apela a una ins-tancia legal superior, al margen, e incluso ensentido contrario de la norma económica.Tanto la ciencia económica como la economíapolítica se convierten fácilmente en presas deuna representación fantasmal del homo oeco-nomicus, sacando, a partir de ella, unas conclu-siones rígidas. Por contraste, la política eco-nómica, en la medida en que se arrima a lapolítica, que es su fuente de fines, incluye másconsiderandos, se acerca más al hombre real.La ciencia económica y la economía políticadependen fuertemente de la estadística; lapolítica económica, de la historia. Casi podríadecirse que la política económica es la que creahistoria; pero lo consigue únicamente cuandose desvincula de parámetros exclusivamenteeconómicos. Después de lo afirmado, huelgadecir que, en realidad, a la política económicase subordinan tanto la economía política comola ciencia económica.

Llegados a este punto, parece convenienteponer a salvo las siguientes conclusiones:Aunque no hay determinismo, sin embargo,existen condicionamientos para la conductahumana, también, por supuesto, en el terrenoeconómico. No hay determinismo porque

existe para el hombre la libertad de arbitrio, lacapacidad de elegir entre alternativas exclu-yentes guiado solamente por su naturalezaracional. La libertad como capacidad deelección no obsta para que haya leyes, concre-tamente, leyes económicas. Las leyes econó-micas, que son el objeto de la ciencia eco-nómica positiva así como de la economíapolítica, ayudan a orientar la libertad deelección pero estrictamente no la perfec-cionan. De lo contrario, no habría sitio para lapolítica económica o ésta quedaría subsumidaenteramente a la ciencia económica calcu-ladora y a la economía política descriptiva. Asícomo la política económica mira a la políticasimpliciter para que le proporcione sus obje-tivos o fines, la libertad de elección está a laespera de la libertad como autodeterminaciónen cuanto su perfeccionamiento. Y tal autode-terminación trasciende lo propiamente eco-nómico para alcanzar ya el ámbito de lo ético-político.

C. La libertad como autodeterminación

En este epígrafe procuraremos esclarecer elsentido de la autodeterminación perfectivacuyo logro se propone el agente económico.La presentaremos como culmen de la libertad

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humana, sobrepasando tanto la mera apertura(el primer nivel de la libertad) como la capa-cidad de elección (el segundo nivel de lalibertad). Veremos que en esencia, no distamucho de una virtud que se llama “tem-planza”, en sentido estricto, ni del proceso de“humanización”, en sentido lato.

Hemos visto que el hombre, en su actividadeconómica, no está determinado, sino que sedetermina a sí mismo. No sólo se escapa de lacoacción que le pueda ejercer lo físico-químico, lo biológico, lo psicológico, lo socio-lógico o lo histórico; sino que esa determi-nación que racionalmente toma sobre sí cons-tituye ya otro grado superior de libertad.Mientras que la libertad como apertura y lalibertad como capacidad de elección sonrasgos que al hombre ya le vienen dados, loquiera o no, la libertad como autodetermi-nación perfectiva le adviene únicamente comologro o conquista. Si la adquiere, es porquequiere, y no tiene otra explicación fuera deésta.

Seguramente habrá quienes piensan queesta perfección de la libertad -sobre todo en elterreno económico- equivale sin más a lariqueza. Esta se toma casi siempre en el sentidomás prosaico del término, es decir, comodinero y posesiones materiales, exclusiva-

mente. De acuerdo con este planteamiento,sólo el rico será libre plenamente. Tendríanparte de la razón, por cuanto las condicionesde miseria y de escasez son infrahumanas, ypor tanto, degradantes. El ser humano es elúnico animal que necesita valerse de mediosmateriales no estrictamente naturales -los“bienes humanos”- para poder desenvolverseen consonancia con su naturaleza humana.Pero más que la facticidad de la riqueza lo queimporta es cómo el hombre se relaciona conella.

Con bastante frecuencia la riqueza -no yacomo ausencia de necesidades o satisfacciónmínima de deseos básicos sino como abun-dancia, el tener excedentes- esclaviza más quelibera. Tal sería la situación paradigmática delavaro, del hombre que es más poseído por susriquezas que poseedor de ellas. Tan poseído,esclavizado, afanoso de guardarlas es, que nisiquiera disfruta de ellas; no las utiliza nimucho menos las invierte. Y todo por un mal-hadado temor de perderlas; porque hasta elinvertir implica separarse de ellas, aunque seapor un mínimo de tiempo, y esta transacciónya, siempre conlleva un riesgo.

Frente al avaro, como aquél que ha conse-guido -determinándose- el grado perfectivo dela libertad, está el hombre templado. Encon-

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tramos su perfil paradigmático en el “Cár-mides” de Platón. El hombre templado es, antetodo, un “señor”: domina todo lo que no es élpero que de él depende de algún modo, y sedomina a sí mismo, señorea sobre sus impulsos,necesidades y deseos. Tiene dominio porque seconoce; conoce tanto sus límites como aquelloque puede llegar a ser; se comprende. Posee laregla o la medida sobre sí mismo; posee, demodo práctico, la verdad sobre sí mismo. Elhombre templado se hace, se ha hecho, con-forme al patrón de lo que verdaderamente esy ha de ser. Si es verdad que “el hombre nonace sino que se hace”, la templanza indicabien claro el camino para ello. Porque elconocer con precisión los límites del ser y delhacer de uno es indispensable para poseerse,dominarse y desarrollarse. Con esta convicciónen mente decimos que la templanza es otronombre, si no una dimensión importantísima,para la auténtica “humanización”...

La “humanización” es un concepto que hallegado a la mentalidad moderna de mano,principalmente, de la ideología hegeliano-marxista. La comprensión peculiar de la dia-léctica como la unión de la materia y elmétodo, del sujeto y el proceso proviene deHegel, mientras que es a Marx a quien se debela concepción materialista-economicista de la

realidad bajo la forma de la historia. La“humanización” significa, ante todo, llegar aser miembro de la clase social del proletariado;la “humanización” es la universalización delproletariado, la cual ocurre al final de la his-toria universal.

El triunfo de la revolución francesa inaugurahistóricamente el dominio de la burguesíasobre la aristocracia y la clerecía. La revoluciónindustrial posterior propicia la hegemonía deotra clase social, el proletariado, y -segúnMarx- éste será el estado definitivo de la his-toria. Como siempre, el sucederse de las clasessociales está regido por los acontecimientoseconómicos. En concreto, este último paso deldominio de la burguesía al dominio del prole-tariado, tiene como su condición de posibi-lidad la separación de los dos factores de pro-ducción, el trabajo y el capital, por la intro-ducción de las máquinas (“Salario, precio,ganancia”, 1865). Ahora bien, gracias a losanálisis de Ricardo sobre la teoría subjetiva delvalor, se llega a la conciencia de que lasmáquinas o los medios de producción, cuyapropiedad ostentan los capitalistas, no sonotra cosa que el trabajo acumulado del prole-tariado. El proletariado, entonces, al dejarsedominar por el capital, asume la situaciónanómala de un productor que se deja dominar

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por su propio producto (“Manuscritos”, 1844;“La Ideología Alemana”, 1846; “Gründrisse”,1857-8). (Sirviéndose uno de la metáfora hege-liana, es el caso del amo que se pone al serviciodel esclavo de modo realmente dialéctico.) Ladefinitiva “liberación” o “salvación” del prole-tariado viene dado por la invención de unasmáquinas perfectas que tienen la virtudpeculiar de no producir enajenación alguna,de no separar la propiedad o el producto de suproductor o dueño.

Por muy verosímil que pueda parecer elrelato marxista, no nos parece, sin embargo,adecuado para explicar el fenómeno de unaautodeterminación perfectiva por parte delagente económico. En primer lugar, debido ala ausencia de la libertad para el sujeto -sea elindividuo o la clase social (por antonomasia, elproletariado) de la cual es miembro-. Este esradicalmente incapaz para acometer ningunaacción que sea de verdad “suya”. A lo sumo, elsujeto “se deja arrastrar” sin más por unafuerza dialéctica imponente. El sujeto es senci-llamente una especie de “epifenómeno”sometido a la estructura y al dinamismo eco-nómico-histórico inexorables. En términosafines a los del existencialismo, el sujeto no esnada, es un vacío, un abstracto, antes de invo-lucrarse en el proceso. Sólo al final del proceso

puede pretender ser algo, ser lo que debe ser.Pero todo ello sucede sin que el sujeto figure oentre en la cuenta; todo acontece ni gracias aél ni a pesar suyo. Ciertamente, aún en elesquema marxista puede hablarse de una“perfección” -antes no había nada y ahoraestá todo-, o incluso de una “autoperfección”-el proceso se identifica con el producto-, peronunca se referirán al sujeto como a su dueño.Dicha perfección jamás será muestra deldominio que el sujeto haya logrado sobre losdemás ni sobre sí mismo. En otras palabras,nunca advendrá en forma de “hábito”.

En efecto, según el esquema clásico, cual-quier perfección antropológica adopta laforma de un “hábito”. El hábito representa lasíntesis humana de tiempo y libertad. Como-quiera que el tiempo es el numerar del cambio,el hábito significa para el ser humano la capa-cidad de cambio; concretamente, la capacidadde cambiar sin dejar de ser uno mismo. Porotra parte, la libertad apunta no sólo a unaapertura y a una indeterminación de laelección, sino también a la capacidad de per-feccionarse. Esa perfección radica en las facul-tades o potencias del hombre, y se adquieremediante el recto ejercicio -es decir, a través deun uso encaminado hacia el fin naturalmenteprovisto- de las mismas. Gracias al hábito, el

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hombre se atreve y consigue hacer más cosas yhacerlas mejores; la naturaleza humana -de lacual el homo oeconomicus es una limitadaaproximación- logra un fortalecimiento, unaañadidura cualitativa y operativa.

El hábito se manifiesta ejemplarmente en larealidad económica del trabajo. En primerlugar, el trabajo tiene sentido como unamanera de responder a determinadascarencias e inclinaciones -necesidades ydeseos- de las que se llega a tener concienciaen la naturaleza humana. Desde muy tem-prano en su existencia, el hombre descubreque su hambre y sed, su desnudez, sudesamparo y su ignorancia no tienen ningunasolución “natural” garantizada. Serían unamaldición con la que la naturaleza le castiga sino fuera por su ingenio, quizás el don innatomás importante. Ese ingenio se pone enmarcha tanto a la hora de objetivar comocuando se responde a estas inclinaciones conactividades productivas, apropiativas y deconsumo. Resulta que el ser humano tiene laprerrogativa de hacer frente o no a estas ins-tancias (libertad de ejercicio) así como deelegir el mejor modo de satisfacerlas (libertadde especificación) de acuerdo con su razón. Alfinal, el trabajo en el que uno se involucra nosólo aquieta un deseo natural sino que

también estimula el desarrollo de las facul-tades humanas, capacitándolas a realizar ope-raciones cada vez más sofisticadas, con mayorlibertad y acierto.

Probablemente la mejor tematización deldoble adelanto que representa el trabajo seael documento pontificio “Laborem exercens”,específicamente, por lo que se refiere alsentido objetivo y sentido subjetivo del mismo.El sentido objetivo del trabajo yace en sudimensión “hétero-perfectiva”, o sea, en sucapacidad de mejorar el conjunto de instru-mentos o técnicas con que el ser humanodomina el mundo. Otro nombre para designarel sentido objetivo del trabajo es el de“cultura”, o si se fija en un determinadomomento histórico, el grado de “civilización”conseguido. El sentido subjetivo del trabajoenfoca su dimensión “autoperfectiva”, esdecir, el nivel de apropiación, la intensidad conque el trabajador posee sus facultades y a símismo, su “señorío”. Los hábitos, su armoni-zación y grado de desarrollo, son el indicio másclaro del aspecto subjetivo del trabajo. Loshábitos son la potenciación ulterior de lalibertad humana. En el documento arriba men-cionado, aparte de distinguir entre el sentidoobjetivo y el sentido subjetivo del trabajo,igualmente se establece el orden correcto

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entre ellos, o sea, la primacía de la dimensiónsubjetiva sobre la dimensión objetiva.

La autodeterminación perfectiva que expe-rimenta el agente económico cuando realizasu trabajo encuentra entonces su explicaciónadecuada en la antropología clásica, concreta-mente en la parte que se relaciona con laadquisición, el desarrollo y el perfecciona-miento de los hábitos. Aún al margen de laconocida tesis donde se exige una unidadentre las virtudes (los hábitos buenos) -i.e., nopuede existir un hábito bueno en grado super-lativo si no existieran a la vez en el mismosujeto los otros hábitos buenos- podríamosafirmar que un lugar preeminente pertenece ala templanza (sophrosyne), en su función regu-ladora de la actividad económica. El homooeconomicus puede desempeñar una funciónreal-fundante, y no sólo teórico-explicativa dela actividad económica; pero ha de modificarsesu comprensión, de tal manera que signifiqueque el hombre es “el único ser que eco-nomiza” (como “propiedad esencial”, en ellenguaje de los escolásticos), y no “el ser queúnicamente economiza” . El anterior es real yverdadero; el posterior, abstracto y alienante.Toda acción humana tiene una dimensión eco-nómica; pero no toda acción humana es unaactividad económica.

EPILOGO

Una prolongación natural de nuestro dis-curso -tras esclarecer los supuestos antropoló-gicos de la economía- sería la de buscar eindagar la razón en virtud de la cual una plu-ralidad de actividades tales como la pro-ducción, la distribución, la inversión, el ahorro,el consumo, etc. genéricamente se denominan“económicas”. Además, a la luz de las teoríassistémicas tan al uso hoy en día, sería conve-niente explicar cómo semejante concepción dela economía se integra con las otras esferassociales del derecho, de la ética, de la política yde la religión: ¿cuál de ellas es la más básica,fundamental e inmediata? ¿cuál es la instanciasuperior y rectora de las demás? Por supuestoque el esfuerzo empleado en ambas direc-ciones necesariamente tendría que estaracorde con la premisa inicial acerca de la indi-vidualidad y sociabilidad o relacionalidad de lapersona humana. Mas sería de una enver-gadura tal que exigiría, en justicia, una mono-grafía aparte.

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NOTA BIOGRAFICA

Alejo José G. Sison es doctor en Filosofía. Hadesempeñado su tarea docente en la Facultadde Filosofía y Letras (Pamplona) y en el Ins-tituto de Estudios Superiores de la Empresa(Barcelona), ambas de la Universidad deNavarra, así como en el Center for Researchand Communication en Manila, Filipinas. Esinvestigador del Seminario Permanente

Empresa y Humanismo. Su campo de interés yestudio se ha centrado en la ética fundamental-especialmente desde las claves proporcio-nadas por la filosofía clásica griega-, en la éticaen el mundo de la empresa, y en las relacionesentre la ética, la economía y la política en lasociedad contemporánea. Este es su tercer cua-derno en nuestra colección.

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