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Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Boletín de Antropología Americana. http://www.jstor.org filosofía y ecología Author(s): mario payeras Source: Boletín de Antropología Americana, No. 18 (diciembre 1988), pp. 119-125 Published by: Pan American Institute of Geography and History Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40977341 Accessed: 07-02-2016 17:04 UTC Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at http://www.jstor.org/page/ info/about/policies/terms.jsp JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. This content downloaded from 148.223.96.146 on Sun, 07 Feb 2016 17:04:05 UTC All use subject to JSTOR Terms and Conditions

Filosofia y Ecologia Mario Payeras

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filosofía y ecología Author(s): mario payeras Source: Boletín de Antropología Americana, No. 18 (diciembre 1988), pp. 119-125Published by: Pan American Institute of Geography and HistoryStable URL: http://www.jstor.org/stable/40977341Accessed: 07-02-2016 17:04 UTC

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mario payeras*

filosofía y ecología

Debido a ilustrar con su suerte el actual con- flicto entre la cultura tecnológica y la natu- raleza, quizás convenga iniciar estas refle- xiones haciendo alguna referencia a lo que la biología contemporánea ha logrado esta- blecer acerca de las ballenas. Recordemos, para comenzar, que los movimientos vitales de esta especie tienen el planeta entero por escenario: en el verano septentrional fre- cuentan en manadas los océanos glaciales, en busca de las sopas pelágicas de superfi- cie, el plancton inmemorial que aflora con las estrellas y relumbra de noche como en- jambre de luciérnagas en perpetua deriva. En invierno, al llamado de la vida, estos gran- des cetáceos recorren miles de leguas, en el camino de vuelta al cinturón de aguas tibias de la franja tropical. Son las regiones propicias para dar las batallas anuales por la especie. En el horizonte líquido, hin- chado por el imán de los dos astros cerca- nos, entre sargazos y caminos siempre reco- menzando, estos gigantes del mar se ayuntan en la secuencia de huracanes y calmas. Po- cos espectáculos en la naturaleza compara- bles al hecho de ver a la pareja emerger del

* Escritor Guatemalteco. Premio Testimonio Casa de las Americas.

océano, en el abrazo nupcial, elevar su enorme masa contra la gravedad y hundirse nuevamente en el piélago, provocando *al chocar con la superficie líquida un chapoteo tal, que podría escucharse desde la luna.

Las ballenas se cuentan entre los máxi- mos bancos vivientes de información gené- tica. Procedentes de tierra, se dice que los cetáceos son quizás los mamíferos más es- pecializados, adaptados al mar de manera admirable. Son, en primer lugar, los únicos animales homeotermos y vivíparos que, en el medio marino, lograron de alguna forma eludir los rigores de la gravedad terrestre. Entre su maravillosa organización anató- mica y las presiones mecánicas, las ballenas supieron interponer un líquido colchón de moléculas espaciosas. La fuerza de expan- sión de su materia animal halló de esa ma- nera una forma efectiva de reducir o aliviar el poder gravitatorio. En comparación con el exiguo margen de despegue terrestre de los elefantes, por ejemplo, las ballenas lo- gran transitar del fondo oceánico a la super- ficie y aún penetrar en la atmósfera.

No obstante su perfecta adaptación al agua, la anatomía entera de las ballenas re- vela antiguas nostalgias por tierra firme. Su actual respiradero superior- el agujero con-

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tráctil por el que expelen su típico soplido de locomotoras del mar- migrò a lo largo del tiempo, de las partes sumergidas, hacia la parte a flote de la enorme cabeza, aquella que se encuentra en contacto directo con el aire cuando el animal nada en la superfi- cie. Las aletas delanteras -verdaderos timo- nes direccionales, similares a los propios de los primeros zepelines- son las antiguas pa- tas de un mamífero terrestre. De la pelvis antigua sólo quedan ahora en el gigante del mar dos huesos solitarios, sin función ni sen- tido. La poderosa cola propulsora (dotada de la virtud del movimiento vertical) es ór- gano remanente de sirena antropomorfa.

Pero entre las ballenas la yubarta es sin duda la más desconcertante. Sus depreda- dores identifican a este cetáceo por la ma- ciza joroba, por los labios empedrados de crustáceos parásitos y porque entre los más crecidos habitantes del mar es el único ca- paz de exhibirse completo sobre la superfi- cie, mediante saltos espectaculares a través de los cuales incursiona en el aire de mari- posas y pájaros. Como todos sus congéneres de la familia balenopteridae, las yubartas se comunican entre sí a través de señales que suelen emitir a muy baja frecuencia. Los balenólogos piensan que la fuente principal

de los sonidos debe ser la laringe (despro- vista sin embargo de cuerdas vocales), acti- vidad sonora que en las ballenas yubartas alcanza rango de canto. Se trata, según se sabe, de composiciones repetitivas de gran- de complejidad, formadas por un número constante de estrofas, con un componente de información muy elevado y de alcance transoceánico. De manera que en virtud de este sonoro tejido submarino, el océano, en ciertas áreas y estaciones, ha de ser seme- jante a una sala de música.

No obstante las viejas claves del cosmos que cada ballena encierra en su organismo, varias familias del orden se hallan actual- mente en riesgo de extinción, a causa de la depredación que sobre este mamífero pro- voca la industria ballenera. Desde el siglo IX, cuando menos, existen testimonios escri- tos de reyes y navegantes sobre la cacería del cetáceo. Son crónicas de vejez o cuader- nos de bitácora donde está consignada la depredación anual sobre los entonces vastos rebaños trasatlánticos, los cuales antes de la Revolución Industrial alcanzaban en con- junto millones de cabezas. Sólo en el Pací- fico norte, antes de 1905, se estimaba que había 1 5 mil ejemplares de ballena yubarta. En 1966 se encontró un millar apenas.

Siendo los mayores animales existentes, nuestro conocimiento sobre las ballenas es aún rudimentario. Todavía en el siglo XVIII, Buffon consideraba que estos grandes ma- míferos podían vivir mil años. De entonces para acá es poco lo que se ha avanzado en su conocimiento. ¿Cómo es el mecanismo de la impronta neural en su memoria, siendo que acumulan información planetaria y por periodos vitales que se encuentran entre los más prolongados del reino animal? ¿Existe correlación entre su mapa cerebral y el de la materia líquida que recorren? Al igual que las yubartas, la filosofía es un saber en peligro de extinguirse. Salvo, pro- bablemente, por el empeño poco conocido de solitarios filósofos marxistas que en sus reductos de Praga, de México o de alguna otra capital del hemisferio norte cultivan la dialéctica materialista, la tendencia domi- nante en la filosofía de nuestros días -de manera particular y significativa en las es- cuelas de tradición alemana- es declarar estéril este árbol del conocimiento que fio-

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reciera en occidente por más de dos mile- nios. Puede ser una moda filosófica más; pero también puede tratarse de una tenden- cia más de fondo del pensamiento contem- poráneo. Y si con las yubartas desaparece- rán definitivamente claves únicas de lo real, con la filosofía dejará de existir la prueba de que como especie nos esforzamos por hallarle sentido a la historia y al lenguaje cifrado con que se expresa el cosmos.

Surgida históricamente en las socieda- des humanas más desarrolladas, allí la filo- sofía es en la actualidad erosionada bien por el cientifismo, bien por el misticismo que, paradójicamente, prevalece ahora en las sociedades capitalistas altamente indus- trializadas, fenómeno al que debe agre- garse el debilitamiento teorético del pensa- miento marxista, tras una era de dogma y represión intelectual en el campo socialista. De pasada, y únicamente para ¡lustrar el talante suicida de ciertas escuelas filosóficas contemporáneas, en el presente artículo alu- diremos a dos de las posturas más relevan- tes: al racionalismo crítico de Karl R. Popper y a la teoría crítica del último ilustre repre- sentante de la interpretación del marxismo asumida por la escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas.

No obstante sus propósitos críticos -o quizás debido a reducirse a ellos-, ambas posturas agotan su perspectiva bien en la recreación, bien en la coexistencia con el embate cientifista sobre el saber contempo- ráneo. Sierva de la teología en el medievo, la nueva propuesta de servidumbre de la filosofía es en función epistemológica. Es, por cierto, la postura metodológica que co- rresponde a una sociedad de cultura tecno- logizante y horizonte productivista. En el prólogo de 1957 a su obra Miseria del his- toricismo, por ejemplo, escribe Popper:

El curso de la historia humana está fuerte- mente influido por el crecimiento de los conocimientos humanos. No podemos predecir, por métodos racionales o cientí- ficos, el crecimiento futuro de nuestros co- nocimientos científicos. No podemos, por tanto, predecir el curso futuro de la historia humana. Esto significa que hemos de re- chazar la posibilidad de una historia teóri- ca, es decir, de una ciencia histórica y social de la misma naturaleza que la física

teórica. No puede haber una teoría cientí- fica del desarrollo histórico que sirva de base a la predicción histórica.

Nuestro sentido crítico no puede menos que establecer la correlación existente entre la actual crisis de la biosfera y la abdicación teorética del pensamiento occidental frente a la categoría de totali- dad, castegoría hacia la cual Popper diri- ge en realidad de filo de sus argumentos. Nuestra postura parte de considerar que, ante el grado de desarrollo tecnológico logrado por la especie y ante determina- das necesidades de aseguramiento mate- rial de su sobrevivencia, la consideración por separado de una realidad "física" y una realidad "social" carece de sen- tido y de eficacia explicativa. El riesgo de colapso en que el industrialismo ha colo- cado hoy al universo físico manipulable, en efecto, es el mejor criterio para medir la pretensión de suficiencia de la postura cien- tifista. Ciertamente, los órganos cognosciti- vos del ser humano están hechos espontá- neamente para orientarse en la naturaleza. De ahí el notable avance de las ciencias que consideran la realidad física (las cien- cias físico-matemáticas), en contraste con aquellas que se ocupan del mundo humano específico (historia, política, arte), y de ahí sobre todo el monstruoso desbalance entre la explicación teórica de la naturaleza y los resultados prácticos de las aplicaciones tec- nológicas. Que el "agujero" de la Antártida en la capa de ozono esté siendo provocado por gases artificiales, utilizados rutinaria- mente en refrigeración y en la producción de esponjas plásticas, ilustra elocuente- mente la aplicación real que se hace de la que en la actualidad es considerada como la principal fuerza productiva.

Ante esta constatación, ¿puede ponerse en cuestión la validez de la física teórica? La ciencia de Galileo y Newton es irrefuta- ble; pero igualmente cierto es el absurdo tecnológico creado por la burguesía a partir de su corpus teórico. El contraste que hemos hecho busca simplemente señalar que el sa- ber no se puede ni se debe escindir; que de la totalidad forman parte tanto la ciencia "pura" como la acción que la aplica; que la primera no es tal si ignora sus resultados,

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ya que de cara a la materialidad unitaria del mundo no existe la inocencia heurística. Así como la barbarie de Auschwitz tuvo un claro ascendiente ideológico en los gestores del irracionalismo filosófico en las primeras dé- cadas del siglo (Heidegger, Jaspers, etc.), el ecocidio industrialista contemporáneo que- dará vinculado a quienes erosionan actual- mente la capacidad de la razón para vincu- lar una cosa con la otra y elevarse a la sín- tesis de la totalidad concreta. Hace falta, ciertamente, un saber que articule los resul- tados de la ciencia en una sola imagen del mundo y sea a la vez capaz de proporcionar orientación a la praxis transformadora hu- mana. Filosofía, hoy como hace veinticua- tro siglos, significa esfuerzo por desentrañar los problemas que plantea la totalidad.

Pareciera ser vicio recurrente del pensa- miento occidental fracturar lo que existe, escindirlo, sin que la facultad para conjun- tar, para reconstruir, para instalarse en el todo aparezca en nuestro espíritu como vir- tud correlativa. Es ello justamente lo que nos hace tomar como movimiento una serie de posiciones, como cambio una serie de cualidades, como devenir una serie de esta- dos, sin que acertemos a captar el movi- miento como nervio de lo real, en su des- pliegue perpetuo y simultáneo, irreductible por ello a sus instantes o a sus puntos. A la misma hora en que en occidente se inaugura la filosofía moderna, el alma queda desga- rrada del cuerpo, el ser del pensar, la mate- ria del espíritu. Dice Descartes (Discurso del método):

De manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que él, y aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser lo que es.

De ahí su célebre explicación de que el ce- rebro es un piano, un instrumento pasivo, y que el alma es el concertista que extrae de ese piano toda la música que quiere.

La filosofía moderna desde Descartes, en efecto, es una vicisitud constante del pen- samiento frente a la totalidad como saber necesario. Vico y Hegel se cuentan, sin duda, entre los hitos más relevantes en este esfuerzo del pensamiento por aprehender el

conjunto. Hoy, las divisiones tajantes de nuestro saber se quedan sin fundamentos a la luz de los descubrimientos científicos. Si el postulado galileano de que el lenguaje de la realidad física está escrito en lingua mathematica es una de nuestras certezas, ¿también está escrito en la misma lengua el de la realidad espiritual, toda vez que hoy sabemos que en el cerebro humano está el "nudo del mundo", es decir, el flujo de los iones a través de las membranas en que des- cansaría el hecho físico-químico del pensa- miento? Celebramos que las matemáticas irrumpan hoy en la memoria, por ejemplo, y que a través de ecuaciones establezcan las elongaciones de la mielinización en las neuronas, a semejanza de sus cálculos de los ángulos astrales. Pero debiéramos esfor- zarnos también porque las categorías pro- pias del espíritu enmarquen, interpreten y contribuyan a gobernar las microprimaveras de la flora neural en el cerebro. Porque en esta ambigua franja entre el espíritu y la materia comienza el reino de la totalidad. Y es a esta esfera a la que corresponden las antiguas preguntas de la filosofía que aún esperan respuesta. Porque hoy, al igual que hace veinticuatro siglos, seguimos discu- tiendo si entre el ser y el pensar cabe hacer diferencia; si cuando afirmamos que el todo es mayor que las partes, ese "todo" existe objetivamente o está colocado ahí por nues- tro pensamiento; si la historia tiene algún sentido más allá de ella misma y es previsi- ble su rumbo, etc. Para ilustrar el infinito, lo nuevo es que hoy podemos compararlo a una cifra tan grande como un cometa, donde la cola de ceros tendría la extensión de la cauda luminosa del astro.

Para Habermas, por su parte, no parece posible ya una filosofía sistemática, salvo quizás como crítica de la pretensión de to- talidad del pensamiento metafísico. En su opúsculo de 1971, Para qué aún filosofía, propone el pensador alemán:

Si pudiese darse una filosofía ante la cual ya no se plantease la pregunta, ¿para qué aún filosofía?, ésta debería ser hoy, con- forme a nuestras consideraciones, una filo- sofía de la ciencia no cientifista (...) Le correspondería, al arremeter contra la do- ble irracionalidad de una limitada auto-

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concepción positivista de las ciencias y de una administración tecnocràtica separada de la voluntad general que discurre públi- camente, una misión de graves conse- cuencias políticas.

Casi no reconocemos ya a la filosofía en este tejido de límites, prohibiciones y adver- tencias. El señalamiento de Adorno a las posturas popperianas (Sobre la lógica de las ciencias sociales) es válido en esa medida también para Habermas: "No hay valor para pensar el todo porque se duda de poder transformarlo". En las sociedades opulentas, el derrotismo de la filosofía no es sino la expresión de males más a fondo que aquejan a la sociedad. El mismo Habermas se encar- ga de caracterizar el actual clima espiritual en la Alemania neocapitalista. Dice en el opúsculo citado:

El enjambre de religiones-sustitutivas sub- culturales se cultiva en grupos marginales y sectas, tremendamente diferenciados re- gional, objetiva y socialmente. Ellas inclu- yen, desde la meditación trascendental, nuevos rituales comunitarios, programas de entrenamiento para científicos o las de- cisiones, con frecuencia sólo en apariencia, de objetivos de organización colectiva para la autoayuda, hasta ideologías radica- les de pequeños grupos activistas bajo el signo de una transformación del mundo teológico-político, anarquista o político- sexual.

Por ello no podemos más que coincidir con este filósofo cuando plantea que si la filoso- fía es rebasada en este empeño, "el futuro del pensamiento filosófico es asunto de la praxis política". Porque en las sociedades altamente industrializadas de occidente, la crisis de la filosofía es, en primer lugar, crisis de los filósofos. Son los filósofos profesora- les y el filosofar correspondiente los que se hunden sin remedio bajo el aparato de for- malización de la ciencia o se extravían en los laberintos del Absoluto, incapaces de instaurar una terra filosófica segura, frente a la deshumanización del mundo burgués de la opulencia y el despliegue tecnológico. Y no podrá haber nueva filosofía sin una nueva praxis de los filósofos. La patria de la "gran filosofía" dará nuevos maestros cuando el albatros de la revolución desplie-

gue otra vez su vuelo en la borrasca y cuando en la parte socialista los trabajadores emprendan la subversión de su propia pri- mavera.

De manera que por lo menos en tres aspectos clásicos la filosofía sigue siendo necesaria: como saber global y articulador sobre la naturaleza y las ciencias físico-ma- temáticas, como saber sobre la historia y el actuar humanos y como saber sobre el arte y la belleza. El resto se lo dejamos a los positivistas, como Heine dejaba la metafí- sica a los gorriones y a los ángeles. En 1 800, Alejandro de Humboldt emprende uno de los grandes viajes exploratorios de la naturaleza, e inaugura en el siglo XIX una nueva forma de la praxis científica. En 1 807, Hegel escribe la Fenomenología del espíri- tu, el mayor intento humano por abarcar la totalidad con el pensamiento. Ambos son, sin embargo, proyectos paralelos del espí- ritu científico. El impulso de la ciencia que explora la naturaleza se perpetuaría en Dar- win y en el Beagle, y su descendencia actual navega por el cosmos, inventariando gala- xias; el impulso del saber que se ocupa de lo humano, a través de Carlos Marx, se ha instalado en la historia y se empeña en trans- formar el universo social. Y resultan parale-

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los porque con todo y su esfuerzo totaliza- dor, a Hegel se le escapa la dialéctica de la naturaleza. Dice el filòsofo absoluto en Lec- ciones sobre la filosofía de la historia univer- sal:

Las variaciones en la naturaleza, con ser tan infinitamente diversas como son, muestran sólo un círculo, que se repite siempre. En la naturaleza no sucede nada nuevo bajo el sol; por eso el espectáculo multiforme de sus transformaciones pro- duce hastio.

Habrá que esperar a Darwin para incorporar a nuestro saber la idea de la evolución natu- ral. Y la visión hegeliana del Nuevo Mundo es correlativa a su filosofía de la naturaleza. Dice de nuestro continente en la obra cita- da:

América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual. Los indígenas, desde el desembarco de los españoles, han ido pe- reciendo al soplo de la actividad europea. En los animales mismos se advierte igual inferioridad que en los hombres. La fauna tiene leones, tigres, cocodrilos, etc.; pero estas fieras, aunque poseen parecido nota- ble con las formas del viejo mundo, son, sin embargo, en todos los sentidos más pequeñas, más débiles, más impotentes.

Gracias a su prolongado curso por las regio- nes equinocciales, a su ascenso afortunado al Chimborazo, a sus navegaciones por el golfo de México (y a su añoranza incluso por los volcanes de Guatemala, por el istmo, por todo lo que me faltó ver), Humboldt podía decir en 1834:

Tengo la disparatada idea de plasmar en una sola obra todo el universo material, todo lo que sabemos sobre los fenómenos del cielo y de la tierra, desde las nebulosas estelares hasta la geografía de los musgos y las rocas de granito, con un estilo vigo- roso que excitará y cautivará la sensibili- dad. Paralelamente a los hechos, mi obra registrará todas las ideas importantes y va- liosas. Sería como un retrato de una época de la génesis espiritual de la humanidad, del conocimiento de la naturaleza. Pero no ha de ser considerada como una des- cripción física de la Tierra: abarca el cielo y la tierra, la totalidad de la creación.

Es la diferencia que va entre la aprehensión especulativa de lo real y el camino que a través de la práctica conduce a la totalidad, momentos ambos necesarios en la labor del saber. Porque la lección de Hegel tiene valor permanente, y serguirá teniéndolo mien- tras los seres humanos hagan filosofía. Ciegas, las raíces de su ontologia (su método dialéc- tico) penetran como pocas en la oscuridad subterránea del ser, iluminándolo con fosfo- rescencias que en algo reproducen la verdad maravillante del universo estrellado.

Y reflexionando sobre estos contrastan- tes enfoques de la totalidad, viene a la mente el pensamiento de Vico:

Sólo por la historia puede la naturaleza ser penetrada y comprendida.

Porque hoy, en efecto, la ecología ha sur- gido ya como ciencia del habitat. Su desti- no, sin embargo, no ha de ser similar al de las otras ciencias, forzadas a especializarse en un fragmento del mundo, aunque ello ocurra por la aspiración de dar cuenta ex- haustiva de él, como si ello fuera posible cuando se opera con fragmentos. La ecolo- gía está llamada a ser, en cuanto antítesis teórica de las matemáticas (ciencia abstracta de las magnitudes ideales, ésta, saber con- creto de las relaciones vitales, la primera), antes que una ciencia más, presupuesto me- todológico general, prolegómenos de todo saber y actuar humanos. Debe ser un nuevo punto de partida en nuestro proceso de re- conciliación con la sabiduría, fracturada en el transcurso histórico no sólo como resul- tado de la división social del trabajo, de la contraposición entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, sino también por obra del vicio de juventud de nuestro pensa- miento de pulverizar lo real en el afán de conocerlo. Sabemos que no sólo las ciencias sino también la praxis revolucionaria o el arte, son otras tantas formas de conocer. Y mucho nos acercaría al saber necesario so- bre la índole del cosmos y a nuestro lugar en él, profundizar en el dato de que existen variedades de bambú que reaccionan cada once años al aparecimiento de las manchas solares, confirmar la apreciación de que en el hemisferio norte ciertos desplazamientos de los lobos se producen siempre en el sentido

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de rotación de la tierra, o hallarle explica- ción al hecho de que perros salvajes de la sabana africana hayan sido vistos 6 mil me- tros arriba, en los glaciares del Kilimanjaro.

Nosotros reclamamos una dialéctica más totalizadora y, por lo mismo, más ma- terialista, sabiendo que nuestra aspiración por la totalidad no es una pretensión de ab- soluto. Hoy no puede sostenerse más el pos- tulado de Marx de que está a la orden del día la abolición de la filosofía porque ésta ha comenzado a realizarse. A más de un siglo de distancia se reafirma la certeza de que con el socialismo no se clausuran ni mucho menos los problemas del ser huma- no constatando una vez más que la filosofía no es programa a realizar, sino indagación permanente, y que nada tiene que ofrecer

sino las interrogantes que duran con el ser humano. Porque hoy, ante la crisis a que la civilización tecnológica está llevando el ha- bitat humano, el postulado de Engels de que la unidad del mundo reside en su materiali- dad revela su profunda justeza, y a la vez que cobra rango de advertencia dramática, representa un método en función de trans- formar el mundo. Necesitamos volver a los viejos maestros materialistas, precisamente para rejuvenecer nuestra filosofía y aprender a leer otra vez en el magno libro de la natu- raleza, pues, ¿no pudiera ser que en el canto prolongado de las ballenas yubartas se estu- viera gestando -en la forma de un lenguaje zoológico y con toda la gratuidad y la extrema paciencia propias de la naturaleza- el paso del ser al pensar, de la materia al espíritu, de la necesidad a la libertad?

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