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LA FRANJA AMARILLA En “La franja amarilla” el autor hace una serie de reflexiones con las que busca mostrar la cara del país donde vivimos y la triste situación en la que estamos, un país con serios problemas sociales, políticos y económicos en el que los dirigentes muestran total desinterés e incompetencia al momento de cumplir con las funciones que les corresponden y garantizar el bienestar a toda la sociedad. Un país que se desborda en crisis porque el Estado no asume los deberes que le son propios y un pueblo que no ejerce sus derechos porque no está preparado para ello; no existe compromiso en las responsabilidades que atañen al gobierno y el pueblo a su vez las desconoce. Es importante la temática que trata William Ospina en este libro, pues podemos notar que aunque hayan pasado varios años desde su publicación la situación que se expone de Colombia no ha cambiado, incluso, ha ido en detrimento. La crisis social es más grave cada día y el Estado no diligencia una solución frente a ella, no se busca el bien común, por el contrario, cada quien se interesa por sus individualidades. Podemos ver lo anterior reflejado en la actitud que asumen nuestros dirigentes al momento de obtener el poder de la nación, pues observamos que no se terminan de posesionar cuando ya muestran total indiferencia frente a las problemáticas sociales del país, teniendo como única intención satisfacer sus intereses egoístas. Por tales razones podemos afirmar que estamos en manos de unos dirigentes que no se identifican con la nación que dirigen, a la cual pertenecen, aquellos que más se lucran del país son quienes más se avergüenzan de él, unos dirigentes que no cumplen con la función de ser los representante del pueblo, que no se preocupan por estrechar sus lazos con él y juntos trabajar por el bienestar y el desarrollo de la nación, sino que tienen como único objetivo trabajar para beneficio

Franja Amarilla (1)

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LA FRANJA AMARILLA

En “La franja amarilla” el autor hace una serie de reflexiones con las que busca mostrar la cara del país donde vivimos y la triste situación en la que estamos, un país con serios problemas sociales, políticos y económicos en el que los dirigentes muestran total desinterés e incompetencia al momento de cumplir con las funciones que les corresponden y garantizar el bienestar a toda la sociedad. Un país que se desborda en crisis porque el Estado no asume los deberes que le son propios y un pueblo que no ejerce sus derechos porque no está preparado para ello; no existe compromiso en las responsabilidades que atañen al gobierno y el pueblo a su vez las desconoce.

Es importante la temática que trata William Ospina en este libro, pues podemos notar que aunque hayan pasado varios años desde su publicación la situación que se expone de Colombia no ha cambiado, incluso, ha ido en detrimento. La crisis social es más grave cada día y el Estado no diligencia una solución frente a ella, no se busca el bien común, por el contrario, cada quien se interesa por sus individualidades. Podemos ver lo anterior reflejado en la actitud que asumen nuestros dirigentes al momento de obtener el poder de la nación, pues observamos que no se terminan de posesionar cuando ya muestran total indiferencia frente a las problemáticas sociales del país, teniendo como única intención satisfacer sus intereses egoístas. Por tales razones podemos afirmar que estamos en manos de unos dirigentes que no se identifican con la nación que dirigen, a la cual pertenecen, aquellos que más se lucran del país son quienes más se avergüenzan de él, unos dirigentes que no cumplen con la función de ser los representante del pueblo, que no se preocupan por estrechar sus lazos con él y juntos trabajar por el bienestar y el desarrollo de la nación, sino que tienen como único objetivo trabajar para beneficio propio. <<…no es un Estado que represente una voluntad nacional […] sino que representa sólo intereses mezquinos y está hecho para defenderlos, a veces, incluso, con ferocidad. >>

En este libro Ospina también nos cuenta cómo desde hace siglos atrás se acostumbró a los dirigentes a las riquezas y el poder de manejar los bienes y patrimonios del pueblo según los intereses de unos pocos; y de esta misma manera aquellos que nos dirigen nos acostumbran a recibir y agradecer como limosna lo que se nos debe por derecho. Sin embargo somos un país en el que no se escuchan quejas, donde nadie se siente con derecho a exigir ni hacer valer sus derechos porque en su mayoría no los conocen, somos ciudadanos sumisos y agradecidos mendigos. Es alarmante la visible pasividad de la sociedad colombiana, puesto que permitimos toda clase de atropellos contra nuestros ciudadanos, contra nuestros derechos, nuestros bienes, nuestros patrimonios, nuestra nación en general, y lo más triste es que no accionamos contra ello, nadie

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protesta, nadie reacciona movido por la indignación que causa nuestra situación; somos un país carente de dignidad y de carácter que no es capaz de hacer nada cuando sus gobernantes olvidan que son pagados por el pueblo y que son apenas los representantes de su voluntad. Se hace incomprensible observar la actitud de la sociedad colombiana ante una situación tan deplorable donde ni siquiera los sectores pertenecientes a la opulencia pueden sentirse realmente satisfechos, puesto que el Estado que sostienen ya ni les garantiza la vida, le ha quedado grande también proteger a esa “tan importante” minoría; donde nadie está protegido, donde día a día ocurren cosas indignantes, pero nadie protesta, nadie es capaz de expresarse, de exigir, de imponer cambios, de colaborar siquiera con su presión o con la manifestación de sus inconformidades a las transformaciones que todos necesitamos. Ospina hace un breve recuento de lo que ha sido nuestra historia: colonización, desigualdades, poder en manos de unos pocos, diferencias ideológicas, violencia, pobreza, crisis económicas y sociales, deudas externas y un sinfín de sucesos que nos han llevado poco a poco a ser el increíble nido de injusticias, atrocidades y cinismo que somos hoy.<<Más asombroso aún es que quienes precipitaron al país en ese horror sean los mismos que siguen dirigiéndolo, aquellos cuyo discurso es el único que impera en la sociedad, aquellos que se resisten a entender que si bien se han enriquecido hasta lo indecible, han fracasado ante la historia; que tuvieron el país en sus manos durante más de un siglo y que el resultado de su manera de pensar y de obrar es esto que tenemos ante nosotros: violencia, caos, corrupción, inseguridad, cobardía, miseria y la desdicha de millones de seres humanos. Afortunadamente ya no es necesario agotarse en argumentos para demostrar el fracaso de los dos partidos y de sus élites: basta mostrar el país que tenemos. >> Se hace incluso más incomprensible que en un país donde los dirigentes trabajan para sí mismos, donde se violentan los derechos de todos los ciudadanos prácticamente no exista la protesta y la movilización ciudadana, puesto que seguimos dejando nuestro país en manos de unos dirigentes que no tienen ningún compromiso con el pueblo ni la nación en general, que nos han llevado a esta situación tan lamentable, pues sólo es necesario mostrar el país en el que habitamos para dejar en evidencia la total ineptitud del Estado que nos dirige. Pero esta falta de espíritu transformador en nuestros ciudadanos se presenta como consecuencia de aquella esperanza que una y otra vez le han obligado a dejar a un lado a causa de hechos hostiles, porque sí existieron quienes un día levantaron su voz buscando transformaciones en el país, quienes fueron por un momento la voz del pueblo y expresaban todas sus inconformidades, quienes tuvieron el sueño de una mejor Colombia, un país realmente democrático con un proyecto nacional que cobijara a toda la nación y los pertenecientes a ella, pero estas personas y sus ideales se enfrentaban ingenuamente a esa clase dirigente que se lucraba de la miseria del país y que despreciaba profundamente todo aquello que no hacía parte de su mezquina esfera de privilegios. Una clase con fortuna que nunca había intentado ser

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colombiana, ni identificarse con nuestra geografía, con nuestra naturaleza, con nuestra población; que continuamente se avergonzaba, como sigue haciéndolo hoy, de este mundo tan poco parecido al idolatrado mundo europeo. Una élite tan deplorable que al viajar a Europa o Norteamérica no buscaba llevar con orgullo el nombre de su nación, sino identificarse con lo ajeno y simular ser parte de ello. Por lo tanto, al considerar a estas personas como una amenaza para sus intereses lo más sensato para ellos era acabar con sus vidas de una manera tan cobarde y disfrazada, y así el pueblo entendía que sus esperanzas habían muerto una vez más y que tal vez el poder imperante no permitiría jamás una trasformación de la sociedad por la vía democrática y pacífica. Por consiguiente podemos afirmar que este ha sido uno de los causantes de la guerra interna que ha estado librando el país por más de 50 años, ya que el resentimiento y el profundo deseo de venganza ha estado creciendo en el corazón de muchos de nuestros colombianos que con la ignorancia más grande han visto la violencia como la única manera de expresar sus inconformidades y buscar algún tipo de transformación política y social. Vivimos en un país sitiado por guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, autodefensas, milicias populares y delincuentes comunes. Los dueños del país tienen que sentir alarma ante esto que no han sabido evitar con su poder. Esos millones y millones de pesos que nunca fueron capaces de invertir en evitar los males de la pobreza, los tienen que gastar en armas para reprimir a los hijos del resentimiento y de la miseria. Y es justo aquí donde encontramos a un Estado que busca hacer cumplir y exige al pueblo cumplir las leyes que ha establecido a toda costa, pero ¿con qué moral puede exigir el Estado a sus ciudadanos el cumplimiento de las leyes cuando ellos son los principales transgresores? Estamos ante el país de la doble moral en el que las leyes están hechas para que las cumpla el pueblo y no los dirigentes, en el que la justicia sólo se aplica al pueblo y en el que reina la impunidad <<Ya se sabe que la única pedagogía es la pedagogía del ejemplo, y un Estado no puede exigir que se respete la ley si él mismo no la respeta. >>

Colombia carece de un Estado, buenos dirigentes y unos ciudadanos comprometidos con el bien común. Prevalece el bien individual sobre el colectivo. Pero no sólo es responsabilidad de los dirigentes, nosotros como colombianos carecemos de sentido de pertenencia, de identidad, de dignidad, de orgullo, no nos identificamos con el país del cual hacemos parte; un país que no conoce su historia, por lo que está destinado a repetirla una y otra vez. Por consiguiente podemos notar que una de las causas principales de nuestra actual situación es el no ser capaces de identificarnos con nuestro país, adueñarnos de lo propio y reconocerlo como bueno, valioso y digno de admirar; la falta de amor por la patria, el no reconocer nuestro país, nuestra tierra, nuestra historia y no identificarnos con ello; el no confiar en nuestras gentes, no reconocerse en el otro, no aceptar la diferencia como aquello que nos identifica, no reconocer que somos un país tan diverso y lleno de tantas cosas hermosas. Por tales razones se hace necesario después de siglos de un esfuerzo vergonzoso por fingir lo que no somos,

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reconocernos en nuestro territorio, en nuestra gente, en nuestra naturaleza, descubrir qué es Colombia; que brote de nosotros un pensamiento, una interpretación de nosotros mismos, una alternativa de orden social, de desarrollo, un sueño que se parezca a lo que somos realmente. Se vuelve urgente dejar de ser el país de la simulación incapaz de construir algo propio en qué reconocerse y asumir nuestra diversidad como una riqueza, aprender a reconocerse en el otro, atesorar nuestra historia y conocerla.

La manera en la que el autor expresas sus opiniones y críticas nos hace ver a unapersona sensible ante esta situación, a la cual le duele su país, le duele Colombia y todo lo que en ella se vive, pero se permite soñar con un país diferente en el que se integre toda su gente, un país que se conocedor de su fuerza, de su diversidad, de su hermosura y de todo lo que puede hacer en el momento que el gobierno olvide que el pueblo es quien le paga el sueldo.

Concluyo con la el siguiente extracto del libro <<Basta que los colombianos nos permitamos ser conscientes de nuestra fuerza, ser los voceros orgullosos de nuestro territorio, los defensores de nuestra naturaleza y los hijos perspicaces de una historia que yace en el olvido. Hoy ya no se trata de alcanzar el cielo sino de salir del infierno, de un infierno de intolerancia y de desamparo circunscrito por la historia a la línea de nuestras fronteras. >>