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cuento tradicional, texto del libro colorin colorado ed. Onda,algunas ilustarciones de Combel
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Garbancito
Érase una vez un padre y una madre que tuvieron un hijo
muy pequeño, era tan chiquito como un grano de mijo, tan
menudo, tan pequeñito como un grano de arroz. La verdad es
que los padres se quedaron muy sorprendidos por lo diminuto
que era su hijo pero enseguida lo quisieron con locura y le
pusieron de nombre Garbancito
Los padres estaban muy contentos con el niño que habían tenido.
Garbancito ya caminaba, corría, saltaba y hablaba muchísimo.
Pero crecer no crecía, el niño seguía siendo tan chiquito como
un Garbanzo. Cada día estaba más espabilado y como era muy
trabajador siempre estaba dispuesto a ayudar a sus padres.
Un día su mamá estaba cocinando un riquísimo arroz con
conejo que le salía de rechupete, cuando se dio cuenta que no
tenía azafrán.
- ¡Sí que estoy apañada!- gritó la madre muy enojada
- Pero Garbancito, que oyó el lamento de su madre, dijo
enseguida:
- Yo iré corriendo a comprar lo.
-¡Qué cosas se te ocurren hijo!¿ No te das cuenta de que la gente
no te verá por la calle y te aplastará?
Pero Garbancito era un niño muy terco y lloraba, gritaba y
pataleaba.
- Cantaré muy fuerte, me oirán y no me pisotearán.
Garbancito no atendía a razones y no dejaba de chillar y a la
madre le hacía falta el azafrán. Con que le dio un euro y le
dijo:
- Anda y compra un euro de azafrán. Y ten cuidado, no
vayan a pisotearte y hacerte puré.
- Garbancito agarró el euro y lo cargó en su espalda como si
fuera una rueda de molino.
Más contento que unas pascuas, iba Garbancito corriendo con el
euro a cuestas. Y para no quedar hecho puré cantaba sin parar:
Tachín, tachín, tachín,
tened cuidado y no aplastéis
tachín, tachín, tachín
al Garbancito que no veis.
Y la gente se asombraba al ver un euro que andaba y, por
más señas, cantaba. No se daban cuenta de que debajo del
euro había un niño pequeñito como un grano de mijo.
Garbancito llegó cantando a la tienda de la señora María y
gritó con todas sus fuerzas:
- ¡Quiero un euro de azafrán para echarlo en el arroz que
mi madre está preparando!
- La señora María, al oír aquella vocecita, no sabía lo que le
pasaba.
- ¿ De dónde salía la voz?¿ Quién estaba allí? Y la pobre
mujer miraba y remiraba por todos los rincones de la tienda
- ¿Pero, ¿quién es? Yo no veo a nadie – decía.
Y Garbancito gritaba algo enfadado:
- ¡Soy yo, Garbancito! ¿Es que no me ve? Estoy aquí, delante
de sus ojos, y quiero un euro de azafrán para echarlo en el
arroz que mi madre está preparando.
La pobre María estaba cada vez más asustada. Hasta que, por
fin, vio en el suelo un euro bailando. ¿Qué sería aquello?
Recogió el euro, pero por más que lo miraba y remiraba, no
comprendía cómo era posible que hablase.
Y mientras ella examinaba el extraño euro, Garbancito
perdía la paciencia. Y volvió a gritar:
- ¿Quiere darme de una vez este euro de azafrán para
echarlo en el arroz que mi madre está preparando?
La señora María, muerta de miedo, puso un cucurucho de
azafrán en el mismo punto donde antes estaba el euro. El
forzudo Garbancito cargó el cucurucho a su espalda y … ¡a
casa que me esperan!
La pobre mujer estará temblando todavía, después de ver un
euro de azafrán que caminaba.
Por la calle, Garbancito cantaba a pleno pulmón, para no
quedar hecho puré de azafrán:
Tachín, tachín, tachín,
tened cuidado y no aplastéis
tachín, tachín, tachín
al Garbancito que no veis.
El cucurucho y Garbancito volvieron cantando a casa.
Cuando su madre le vio llegar sano y salvo a se puso más
que contenta.
- Eres muy listo, Garbancito - –le dijo.
Y Garbancito no cabía en su pellejo de lo contento que estaba.
Tan y tan contento estaba que quiso ir a llevarle la comida a
su padre, que trabajaba lejos de casa.
- Garbancito, eres muy chiquito y no podrás siquiera llevar
el cesto – le decía su madre preocupada.
Pero Garbancito cogió el cesto y lo levantó con una sola mano en
menos que canta un gallo. Su madre se quedó tan sorprendida
de la fuerza que tenía, que no tuvo más remedio que dejar que
se marchara con la comida.
Cargó Garbancito con el cesto, y ¡a la calle!
En cuanto llegó a la calle volvió a cantar para no ser
aplastado. Había ya recorrido un buen trecho de camino
cuando comenzó a llover.
- ¡Vaya por Dios!- dijo. Y se agazapó bajo de una col de una
huerta a la vera del camino, no se le fuese a mojar la
comida de su padre.
Pero en éstas que, mientras esperaba que parase de llover, oyó que
se acercaba un buey con el cencerro sonando. El buey a quién no
le importaba aquella poca de lluvia, consideró que le iría bien
comer unas cuantas coles. Se metió en la huerta y se zampó de
un bocado la col, el cesto y Garbancito.
¡ Y ya ruedan los tres por la garganta del buey abajo!
Entre tanto, su pobre padre esperaba la comida. Y espera que
esperarás acabó perdiendo la paciencia. Recogió sus bártulos y se
marchó a casa. Al llegar le pregunto a su mujer si había
olvidado llevarle la comida
Y su mujer, con un susto de muerte, le contó que era Garbancito
quién tenía que llevársela, y si no había ido, algo le habría
ocurrido.
También el padre se asustó entonces, y los dos estaban
preocupadísimos. Marcharon por el camino gritando:
- ¡Garbancito!- ¿dónde estás?
Y Garbancito no estaba en ninguna parte
Hasta que, ya cerca de la huerta, oyeron una vocecita muy lejana
que contestaba:
- ¡Estoy del buey en la panza
y la lluvia no me alcanza!
Y los padres más animados ya repetían:
- ¡ Garbancito! ¿dónde estás?
- ¡Estoy del buey en la panza
y la lluvia no me alcanza!
Y añadía luego:
- Cuando el buey se tire un pedito
Saldrá sano Garbancito!
Y al final, el buey se tiró el pedo y Garbancito salió con tanta
fuerza que quedó colgado de la rama de un árbol.
Y si no lo han descolgado, aún estará allí colgado.