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Gilbert Badía, Los Espartaquistas, Vol. I

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GILBERT BADIA

F L A i.-- S ( J A RCi >1M i N /•

!U 11: U( aOí'.M.I h.»

LOS ESPARTAQUISTAS

ILOS ÚLTIMOS AÑOS

DE ROSA LUXEMBURGO Y KARL LIEUKNECIIT1914 - 1919

D O N A C I O N.Ju a n C a r l o s p o rtiiu f iirro

éE D IT O R IA L M A T E U

Balmes, 341 B A R C E L O N A

Page 3: Gilbert Badía, Los Espartaquistas, Vol. I

Título original de la obra LE SPARTAKISM E

Traducción deBERNARDO M U N IE SA BR ITO

YARM ANDO SABAT

Portada de M AN U E L AM IGO

Depósito legal, B. 23331-1971 ( I )

@ Copyright by L'Arche. París, 19ó7 © Copyright by EDITORIAL MATEU, 1971

Todos ios derechos reservados para la lengua castcllr.na

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N o t a E d i t o r i a l

Hubo un emblema que engarzaba tres « L », tres revolucionarios : Lenin, Luxetnburgo y Liebk- necht. H oy n i siquiera se sospecha de él, la gloria del revolucionario bolchevique ha eclipsado la de los activistas de Espartaco. Nunca se había dado a los lectores de habla hispánica tina visión de los hechos ocurridos en aquellos años en Alema­nia y una presentación de los dirigentes de aquel m ovim iento. Creemos que, con esta obra. Colec­ción M aldoror viene a llenar este vacío.

Advertim os para la lectura de la obra:Las llamadas que figuran entre paréntesis [ej.:

(JJJ constituyen las típicas notas de pie de pá­gina. Las que aparecen en form a de e-xponentes son las referencias que rem iten a tas notas del fina l de cada capítulo.

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INTRODUCCIÓN

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¡E sp a rta co ! ¿Qué s ign ificad o tiene este té rm i­no p a ra e l h om b re de hoy? ¿Qué figuras evoca? ¿S u g ie re acaso la s ilu eta de un esclavo revo lu c io ­n a r io o nos recu erda m e jo r a R osa Luxem burgo y a K a r I L iebkn ech t, asesinados en BerJín du­ran te la noche del 15 de enero de 1919?

D u ran te la rg o tiem po, sobre todo en el perío ­d o en tre guerras, se han conm em orado sus nom ­bres asoc iados al de Len in , desaparecido a l igual qu e e llo s en un m es de enero. Se han honrado las tres L com o vincu ladas p o r un m ism o cora­zón ; lo s revo lu c ion a rios del m undo entero no han d ife ren c ia d o sus luchas. S in em bargo, actualm en­te, la g lo r ia d e l d ir ig en te bo lchev iqu e eclipsa en c ie r ta m ed id a e l recu erdo de los com batientes espartaqu istas.

C uriosam en te, e l recu erdo del Espartaqu ism o lo han m an ten ido m ás v iv o c iertos m ilitantes que los h is to r iad o res especia lizados en la m ateria, ya que aqu é llos ve ían en él un m odelo de la revo lu ­c ión en su estado m ás puro. (T an to es así que

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en Francia llegaron incluso a aparecer los Ca- hiers de Spartacits.) Entre determinados m ilitan­tes revolucionarios, el Espartaquismo encarna una concepción especial de la revolución, una vía distinta, que ellos oponían de manera vo- Juntarista a la práctica de los bolcheviques. A los ojos de sus valedores, el Espartaquismo es la revolución sin com prom iso, sin ninguna de las alteraciones que el e jerc ic io del poder habría de producir en Rusia. Las manos de Rosa Luxem­burgo y de K arl Liebknecht están limpias. Mas todo deseo de pretender ubicar al Espartaquis- mo y tratar de ju zgarlo según su va lor intrínseco, ¿no im plica desde el princip io la necesidad de centrar el tema de una m anera absoluta, descri­birlo con suma minuciosidad, de form a que pue­da llegar a captarse toda su com plejidad?

I ‘ :E l propósito esencial de esta obra es tratar

de facilitar al lec to r una relación exacta de los hechos: ¿Cómo nace y se desarrolla el Esparta- quismo? ¿Cuáles fueron las actividades de K arl Liebknecht y de Rosa Luxem burgo entre 1914 y 1918? ¿Cómo defin ían ellos m ism os su actitud y de qué m anera precisaban sus propias con­cepciones?

Muchos contem poráneos han pretendido con­vertir el Espartaquism o en un espectro, debido a lo cual, tras su desaparición, ha llegado a trans­form arse en un m ito. En p rim er lugar qu isiéra­mos establecer las condiciones históricas reales de su nacim iento y de su desarrollo.

A través del presente estudio analizarem os de­tenidamente las figuras de sus dirigentes, consi­derándolos no com o personajes de leyenda, sino com o seres de carne y hueso sumidos en e l tor­bellino de una lucha que los sitúa en toda su grandeza, incluso cuando nos preguntam os sobre las posibilidades reales de éx ito del m ovim ien to que animaban y que se esforzaban en d irig ir.

Aún hoy en día, las figuras de K a r l L iebknecht y de Rosa Luxem burgo brillan con una pureza que no ha em pañado el paso de los años. Nuestro

propósito no es el de restarles adm iración , sino ayudar a su m e jo r com prensión, m ostrar su co- ra je y su desinterés, sin que p o r e llo haya que

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LOS IiSI’AKTAQUJSTAS 11reh u sar sil an á lis is c r ít ic o y tra ta r de a verigu a r los p as ib les e rro res de sus dec is iones po l (ticas.

Básicamente, estudiaremos el Espartaquismo del período 1914-1919. Esta segunda fecha puede parecer discutible, ya' que el Partido comunista alemán, que sucedió a la Liga Espartaquista en enero de 1919, presenta aún ciertos rasgos espe­cíficos del Espartaquismo. El nombre cambió, mas la naturaleza del m ovim iento persistía. Sin embargo, 'hay que convenir que, con el asesinato de Rosa Luxem burgo y de Karl Liebkinccht, se inicia una nueva etapa. La revolución alemana no se había realizado, pero en los años subsi­guientes el país habría de verse envuelto en nu­m erosos sobresaltos revolucionarios, a pesar de que el Espartaquismo, privado de su líderes más populares, había perdido no sólo toda posibili­dad real, sino toda esperanza de hacerse con el poder político o de in flu ir sensiblemente en la lí­nea de evolución política de Alemania. El Parti­do comunista, preso en sus profundas divisiones internas que culminarán con la escisión, se defi­nió lentamente, ensanchando su audiencia popu­lar hasta que, en octubre de 1920, la m ayoría del Partido socialista independiente decide fusionar­se con él y constituir e l K.P.D. E llo significa el fin del Espartaquism o: el Partido comunistaalemán (K .P .D .) se convierte en una organización de masas. Su nom bre cambia y constituye parte esencial de la I I I Internacional. Mas Alemania tam bién había cam biado: la República, a pesarde todo, había conseguido consolidarse, y en su seno se realizaron profundos reagrupamientos políticos, desvaneciéndose la posibilidad de una transform ación revolucionaria del régimen. No lo parece, pero en realidad los acontecimientos de noviem bre-diciem bre de 1918 quedan ya muy atrás.

E l nuevo período que se inicia en 1919 mere­ce y requ iere un estudio preciso, que no renun­ciam os a em prender un día, pero que desbor­daría el m arco del presente análisis.

E l fracaso final del Espartaqitismo es quizá la causa que ha m otivado que los historiado­res no se hayan ocupado de él lo suficiente. El

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éxito obtenido por los bolcheviques mantiene en la sombra otras muchas tentativas revoluciona­rias que no consiguieron cristalizar, pero las condiciones y razones de tales fracasos deberían ser analizadas más de cerca. Sin duda, existe una tendencia que considera que el Espartaquis­mo no podía triunfar, y efectivamente así fue, lo que propició la consolidación de su olvido. Mas, al pretender fundar un socialismo basado en la más amplia democracia, ¿no coincidía aca­so el Espartaquismo con controversias muy ac­tuales al respecto? Nosotros tenemos la seguri­dad de que sus concepciones merecen ser estu­diadas con interés.

Su fracaso reviste una considerable im portan­cia desde otro punto ele vista: en efecto, de la orientación tomada por Alemania en 1918 depen­día la de toda Europa. Sin ánimo pr*ofético, ¿no es evidente que una Alemania espartaquisla aliada con la Rusia soviética habría ejercido una influencia considerable sobre la política de los países vecinos? En consecuencia, la luoha contra el Espartaquismo constituyó el fundamento de Ja orientación política de la República de Wcimar. En 1919, Alem ania tenía una doble encrucijada, simbolizada por las dos proclamas de Berlín del9 de noviem bre. En el balcón del Reichstag, el socialdem ócrata m ayoritario Philipp Scheidemann proclam ó la República, m ientras que desde el balcón del Palacio, casi en el m ism o momento, Liebknecht anunciaba el nacim iento de la Repú­blica socialista. Esta últim a no pudo sobrevivir, ya que sus posibilidades de desarrollo desapare­cieron con el fracaso del Espartaquismo.

Para derrotar al Espartaquismo, los M ayori- tarios aceptaron el apoyo activo del e jérc ito im ­perial, representado por H indenburg y Groener, y aceptaron también el apoyo de toda la bur­guesía alemana, que, con gran lucidez, com pren­d ió que el único m edio de salvaguardar las es­tructuras del d ifunto régim en era sostener la acción de los llamados «socialistas m oderados», los M ayoritarios, con Ebert, Scheidemann y Nos- ke a Ja cabeza.

Esta alianza h izo posib le que la reacción ale­mana pudiera conservar intactas o casi intactas

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sus bases políticas, ideológicas y militares. Algu­nos años más tarde, los Mayoritarios fueron ex­pulsados del poder. Paradójicamente, fue el ma­riscal Hindenburg quien sucedió a Friedrich Ebert en el cargo de Presidente del Reich.

El mantenimiento de las bases del conserva­durismo alemán explica parcialmente, en nues­tra opinión, el éxito del nacionalsocialismo doce años después del aplastamiento de los esparta- quistas. En 1933 y 1945, Alemania pagó duramen­te los errores de 1918; en efecto, cristalizó un cambio de régimen, si bien perpetuando lo fun­damental del sistema precedente. Los hombres y las ideas del pasado fueron valorados durante todo el período de la República de Weimar como glorias y valores nacionales tanto por haber ven­cido en la batalla de Tannenberg como por ha­ber aplastado al Espartaquismo.

E l 31 de enero de 1918, Romain Rolland es­cribía un artículo en L'Aven ir in tem ationa l: «Los Scheidemann y los Ebert son, aunque les pese, prisioneros de la reacción; están encajados ya dentro de las fuerzas conservadoras a las que han recurrido contra sus hermanos enemigos...» En una carta al conde de Montgelas, tres sema­nas más tarde, añade: «L a casta m ilitar ha vuel­to a tom ar el poder en Alemania. Mientras no sea liquidada, no habrá democracia ni Re­pública alguna será posible.» Terminaba su ar­tículo diciendo: «E l régimen que se va a insta­lar en Alemania será el de una burguesía capi­talista y m ilitar o el de una dictadura con un hom bre fuerte» (1)- Romain Rolland adivinaba lo que iba a ocurrir. Esta evolución estaba cla­ramente relacionada con la coalición forjada para aplastar a los espartaquistas.

Uno se pregunta a menudo cuáles fueron las razones que en 1932 impidieron la unión de las fuerzas obreras contra el nazismo. ¿Acaso, para comprenderlas, no habría quizá que remontar­se a la semana sangrienta de enero de 1919?

Sin pretender, desde luego, que el Esparta-

1. Todas estas citas han sido extraídas de la t e s is de Renél.'tieval: Romain Rolland, VAllemagne ct la guerre. París, IV , págs. 6S8-690.

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quism o y sus vicisitudes perm itan explicar toda la h istoria alemana de los años siguientes, cree­m os que sus consecuencias se h icieron sentir más allá de 1918, que las orientaciones políticas de esta época tendrían sobre la evolución futu­ra de A lem ania repercusiones cuya im portancia no debería subestimarse.

Por su parte, los h istoriadores en general la han subestimado. Rosa Luxem burgo y K a r l L iébk- necht no han sido su ficientem ente estudiados. En la prop ia A lem ania, apenas se había estudiado el Espartaquism o, excepto, c laro está, en el Este, en la República D em ocrática A lem ana. En el Oeste, desde hace algunos años, los problem as que plantea e l nacim ien to de la República de W eim ar com ienzan, es cierto, a suscitar nuevos y serios estudios. E l E spartaqu ism o sigue sien­do aún un m ovim ien to al que m uchos se acercan con sentim ientos confusos: no se le aborda fron ­talm ente y p o r reg la genera l se acaba por con­denarlo o, p o r lo m enos, se lim itan a m ostrar sus defectos — esto es precisam ente lo que hace Eberhard K o lb — (2 ). Fuera de Europa, es en U.S.A. donde han aparec ido los m e jo res estu­dios (3).

¿Es necesario p rec isa r e l ca rácter d e l presen­te estudio? P o r estar destinado a todos aquellos interesados en la h is to ria de A lem ania, hem os tratado de ev ita r e l v ic io de la erud ic ión inútil. Para que el le c to r pud iera ju zga r textos o r ig in a ­les. hem os publicado, en el segundo tom o, una sección docum ental, re la tivam en te abundante, par-

2. E berhard K o lb : Die Arbeiterrdte in der deutscheti Itt-nenpolitik 1918-1919, Düsseldorf, 1962. Lo m ism o ocurre con Franz Osterroth-Dieter Schuster: Chronik der deutschen So-zialdemokratie, Dietz, H annover, 1963; con H eidegger: Diedeutsche Sozialdemokratie und der nationale Staat (1870-1920), Gottingen, 1956. Osterroth m enciona al E spartaquism o una sola vez en una obra de 600 páginas.

3. O bra de Cari E . Schorske: Germ án Social Dem ocracy1905-1917, The Developnient of the Great Schistn, H arvard Uní-versity Press, 1955, que contiene una excelente b ib liogra fíaanalítica (págs. 330-352). Tam bién puede consultarse a J. A. Bex-- Ir.u: The Germán Social Detnocratic Party, 1914-1921, N ewYork , 1949.

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te de cuyos textos, inéditos en la m isma Ale­mania (in fo rm e Eberlein, cartas de K arl Lieb- neoht y Rosa Luxem burgo), aparecen aquí tradu­cidos por prim era vez. Confiamos en que intere­sen sobre todo a los especialistas. Sin embar­go, e l leotor corriente podrá también hacerse una idea de la agitada vida de aquellos revolu­cionarios, sus preocupaciones, sus luchas y su trágico final.

Sólo nos queda dar las gracias a todos los que han hecho posible la realización de este tra­bajo, y especialm ente a nuestros amigos alema­nes que nos han facilitado el acceso a sus ar­chivos.

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P R IM E R A PAR TE

REAGRUPAMIENTO DE LA EXTREMA IZQUIERDA TENTATIVAS DE ORGANIZACIÓN

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I. L A T A R D E D E L 4 D E A G O S T O .

El 4 de agosto de 1914, el Partido socialde- anócrata alemán vota unánime en el Reichstag a favor de los créditos militares, inaugurando así la política de «Unión Sagrada» que la mayoría de sus dirigentes mantendrán hasta el fin de las hostilidades, aprobando implícitamente la actitud del canciller Bethmann H ollw eg y las decisiones de su gobierno, es decir, la guerra y la invasión de Bélgica.

En la tarde del 4 de agosto, varios miembros de la oposición interna del partido se reúnen en el piso berlinés de Rosa Luxemburgo. Están pre­sentes Franz Mehring, Julián Karski-Marchlewski, E m st Meyer, Kathe y Hermann Duncker, Hugo Eberlein y W ilhelm Pieck. La propuesta de aban­donar el partido es rechazada de plano. Se con­viene invitar a los 'socialdemócratas, conocidos por sus simpatías hacia las posiciones izquier­distas, a una discusión sobre la situación, paralo cual se rem itieron más de 300 telegramas. El resultado constituyó una extraordinaria decepción: Clara Zetkin fue la única en estar de acuerdo

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sin exp resa r n ingún tipo de reservas, m an ifes­tándo lo así inm ed ia tam en te; m uchos no se d ig ­naron n i s iqu iera contestar, y los que a pesar de tod o con testaron a la llam ada lo h ic ieron nega­tivam en te, in vocando una serie d e razones super­fic ia les y estúpidas 1.

Los opos ito res se encontraban prácticam ente solos. Es la señal <lel hundim iento casi to ta l de ia corrien te izqu ierd ista del partido , lo que L iebk ­necht denom ina « la a tom izac ión d e l a la rad ica l».

¿Cóm o exp lica r este fracaso? E n el Congreso ce lebrado en Jena, en 1913, la izqu ierda social- dem ócrata tu vo la oportun idad de ev idenciar su fu erza en e l seno de la organ ización ; en dos escrutin ios d ife ren tes obtuvo poco menos de los dos terc ios del to ta l <ie vo tos em itidos. Sin em ­bargo , la actual declaración de guerra trastocó to ta lm en te la situación, a pesar de que ta l even­tualidad hab ía sido p rev is ta a lo la rgo de apasio­nados debates.

La socialdemocracia y la guerra

M ucho antes de 1914, el partido había decid i­do su postu ra sobre e l p rob lem a de la guerra. E n el C ongreso de la In ternaciona l se habían vo tad o ya resoluciones al respecto. En 1907, en Stutfcgart, Len in y R osa Luxem burgo propusieron con éx ito una m od ificac ión im portan te: se tra­taba de que «en caso de esta llar la guerra, los socialistas se opondrán a e lla con todas sus fu er­zas, procurando u tiliza r la crisis económ ica y po lítica creada com o instrum ento de agitación a n ive l de las capas populares, para acelerar la caída y liqu idación dtíl dom in io capita lista».

P ero las resoluciones que la socia ldem ocracia alem ana votaba en los congresos internacionales eran una cosa, y o tra m uy d istin ta la práctica p o lítica d iaria que desarrollaba. Desde luego, se condenaba la guerra, m as ¿quién se habría atre­v id o a no hacerlo? y ¿acaso un ataque bélico no m erec ía una respuesta defensiva? De aquí p roven ía la t íp ica d istinción entre guerra o fen ­s iva y defensiva , que acabaría haciendo posible cua lqu ier tipo de a rreg lo con el régim en. Después de B ebel, y con mucha m ayor franqueza, Noske

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proclam ó, en e l Congreso socialdem ócrata de Essen, en 1907, que en caso de guerra los socia­listas alemanes no serían menos patriotas que los burgueses: «E n el caso de que nuestro país se vea seriam ente amenazado, los socialdemócra­tas defenderán su patria con entusiasmo (...), pues no son menos patriotas que la burguesía »a. Cla­ra Zetkin, que se oponía a tales ideas, mani­festaba que aducir la necesidad de la defensa nacional sign ificaba sencillamente «conservar (pa­ra los enem igos de la clase obrera ) la patria com o ám bito en e l que se e jerce la explotación y la dom inación de una clase, y perm itir su expansión más allá de las fronteras, frente al proletariado de otros p a ís es »8.

Tam bién Liebknecht preconizaba con insisten­cia la necesidad de difundir propaganda antim ili­tarista, especialm ente entre los jóvenes (sin des­cartar la posib ilidad de las guerras revolucio­narias: pueden darse guerras «que la social­dem ocracia no sabría rechazar») \ Sin embargo, las izquierdas no llegarían a considerar, de la manera que lo hacía Lenin, que el proletariado debería tratar de transform ar en guerra revolu­cionaria toda guerra imperialista.

Las divergencias que se constataban entre la m ayoría y la m inoría del Partido socialdemócra­ta alem án aparecen de nuevo en el seno de la Internacional. Los delegados alemanes se opusie­ron siem pre a las tentativas, que en general pre­conizaban los socialistas franceses, de hacer cons­tar en las resoluciones de los congresos la ne­cesidad de la huelga general, es decir: la insu­rrección a través de los medios más eficaces para luchar contra la amenaza de guerra (m o­ción Vaillant-Keir Hardie, presentada en Copen­hague en 1910s). Los socialistas alemanes no querían verse demasiado ligados a una resolu­ción de esta clase. Afirmaban que la huelga ge­neral paralizaría el país en el que los socialistas eran más fuertes y estaban más disciplinados, fa­voreciendo de esta manera a las naciones mas reaccionarias; igualmente mantenían que un mo­vim iento de tal naturaleza permitiría a los go­biernos r e p r im ir violentamente a las organiza­ciones obreras. Al respecto, cabe resaltar que

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socialistas alemanes se sentían profundamente orgullosos de! estado de desarrollo alcanzado por ru organización.

De hecho, ya desde antes de 1914, a pesar del permanente verbalism o revolucionario que em ­pleaban y de la elección de Haase (represen­tante de una tendencia centroizquierdista en el seno de la organización) para sustituir la vacante dejada por la desaparición de Bebel, la dirección del Partido socialdem ócrata alemán seguía contro­lada por la fracción derechista.

Sin embargo, en 1914, el m iedo a la guerra había decrecido: tras las alertas de Agad ir y las guerras balcánicas, se creyó que el con flicto ser­vio-austríaco sería igualmente aislado en su p ro­pia zona, sin rebasar los lím ites de los países afectados. La idea más en boga entre los socia­listas, que provenía de un profundo análisis, les llevaba a concluir que el capitalism o internacio­nal sería en últim a instancia un factor de paz, ya que los capitalistas sabían perfectam ente que una guerra sería ruinosa incluso para el ven­cedor. Quizás esto explica el hecho de que, en ju lio de 1914, los socialistas alemanes (Rosa Lu­xemburgo incluida), al igual que los socialistas franceses, creyeran en la voluntad pacifista de sus respectivos gobiernos.

El argumento de la legítima defensa...

La guerra estalló repentinamente. Ebert esta­ba de vacaciones en la isla de Rügen, en el mar Báltico, Kautsky se preparaba para partir hacia Italia, Scheidemann descansaba en algún lugar de los Alpes y Bem steín reposaba en Suiza. Añadamos a esto que los je fes socialistas sólo recibían las noticias contradictorias que propor­cionaba la prensa y que el gobierno distribuía según su conveniencia. E l juego diplom ático y político de las cancillerías resultaba prácticamen­te indescifrable para cualquiera que no estuvie­ra ligado directamente a ellas.

A la hora de intentar com prender las reac­ciones de los je fes socíaldemócratas frente al conflicto mundial, no pueden olvidarse una serie de detalles.

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LOS ESPARTAQUISTAS

En lugar de analizar el carácter de la guerra, se atenían simplemente a una distinción entre agresores y agredidos. Rusia había sido la pri­m era en m ovilizar sus ejércitos y amenazaba a Prusia oriental; por lo tanto, Alemania estaba en una postura defensiva. (E n Francia, un razona­m iento del m ism o tipo llevará a la siguiente con­clusión: Alemania ataca y por lo tanto Francia debe defenderse.) «Rusia ha encendido la antor­cha y la ha lanzado contra nuestra casa», grita el 4 de agosto, en el Reichstag, el canciller Beth- mann H o llw eg al anunciar que Alemania está en guerra. E l estenógrafo anota lo siguiente: « (T em ­pestad de gritos: ¡Muy justo! ¡Muy c ierto !) ¡Se­ñores —prosigue el Canciller— nos encontramos en estado de legítim a defensa (clamorosa acla­m ación) y la necesidad hace la ley! (aplausos fre­néticos)» \

En el curso de una entrevista que semanas más tarde mantiene el diputado socialdemócrata David con e l m inistro Delbrück, aquél diría lo siguiente: «S i e l grupo parlamentario se ha de­cidido a aprobar por unanimidad los créditos para la guerra, ello se debe básicamente a que se trata de una guerra que nos ha impuesto Ru­sia. El odio hacia Rusia y e l apasionado deseo de derrocar el zarismo han sido las razones prin­cipales de la actitud de la socialdem ocracia»T. Este argumento, bajo la consigna «popular»: «De­fendamos nuestras mujeres y nuestros hijos con­tra las hordas cosacas», será repetido por la pren­sa socialdemócrata hasta la saciedad.

¿Y en Francia? Alemania, por su parte, acababa de iniciar las hostilidades fundamentándose en las justificaciones elaboradas por un canciller. Si las tropas alemanas han penetrado en Bélgi­ca, explicaba Bethmann H ollw eg en el Reichstag, es porque «sabíamos que Francia estaba dispues­ta a invadir este territorio». La prensa, incluida la socialdemócrata, es más clara todavía: «Nues­tra frontera occidental está amenazada- Según el comunicado oficial, Francia ha iniciado el ata­que. Sus tropas tratan de avanzar hacía Alsacia- Lorena, el sector sur de Alemania y la Renam a»s. Numerosos dirigentes socíaldemócratas llegan a la conclusión de que una vez iniciadas las hosti­

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lidades no quoda o tro rem ed io que e l de luchar.' En un artícuilo d ifundido el 31 de ju lio con el títu lo de «S e r o no ser», F ried rich S tam p fer ha­cía suyos los argum entos de Noske. S i la guerra estalla, « lo s sin p a tr ia » (lo s socia listas) cum pli­rán con sus ob ligaciones y no se dejarán supe­ra r por la acción de los pa tr io tas » La necesi­dad de la defensa nacional se im pone, según ciertos socialdem ócratas, en cualqu ier contingen­cia. «Incluso — escribe W o lfgan g Heine, m iem bro de la extrem a derecha del partido— si el go­bierno alem án hubiera sido el responsable único y d irecto de la ca tástro fe (. . . ) , estaríam os ea la ob ligación d e defender a nuestro país y d e salvar todo aquello d igno de ser s a lv a d o »10.

P or o tra parte, A lem an ia se siente o rgu llosa de su progreso. Contra la reaccionaria Rusia, cualquier v ic to r ia alem ana contribuye a salvaguar­dar los intereses del socia lism o internacional. Con el fin de ju s tifica r estas ideas, se recurre incluso a textos de M arx (en La Gaceta Renana, en 1848 o a un artícu lo de Engels publicado en 1891 en D ie N eu e Z e it, sin p rec isa r e l cam bio de situación desde los sucesos de 1905, tras los cuales, Rusia se había con vertido en un po lvo rín revolucionario.

...y el de la actitud de las masas

A l adoptar una posic ión «p a tr ió tica », an tepo­n iendo p o r p rim era vez e l argum ento «naciona l», parece com o si la ■socialdemocracia in tentara ex­presar los sentim ientos que anim an a las masas en B erlín y en las principales ciudades alem a­nas.

Durante los prim eros días de agosto, la m a­yoría del pueblo alem án se com porta com o una especie de torbellino ; tanto en B erlín com o en París, una extraña fieb re enturbia los cerebros. Rosa Luxem burgo evocará m ás tarde: «L a b o ­rrachera del patrio tism o barato estaba en las calles, las noticias falsas hablando de envene­nam iento de depósitos de agua potab le (. .. ), de estudiantes rusos d inam itando las vías férreas, de franceses sobrevolando N urcm berg, con tri­buían a increm entar los excesos de las m ultilu -

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J OS ESPARTAQUISTAS 25

des, que ve ían espías en todas partes; las con­centraciones en los cafés, en los que en m ed io de una m úsica ensordecedora se in terpretaban cantos pati'ió ticos; la pob lación de ciudades ente­ras, convertida on popu líicho, estaba presta a de­nunciar y m a ltra ta r a quien fuera, y predispues­ta con fac ilidad a a lcanzar e l parox ism o del de­lirio , d ifundiendo e lla m ism a rum ores totalm ente carentes de base cierta ; era un clim a de sacri­fic io ritual, en fin , una a tm ósfera de p ogrom »

Un socia lista boer, Pontsm a, que había perm a­necido en B erlín hasta e l 28 de agosto, habla tam bién del «fren es í pa tr ió tico ». E l español Ál- varez del V ayo, que vuelve a España el 17 de setiem bre, pub lica en E l L ib e ra l d e M adrid sus im presiones, que luego serán recogidas p o r L ’H u- m an ité en su núm ero del 8 de octubre: «E n B er­lín, todo e l m undo está seguro de dos cosas: que los alem anes tienen razón y que vencerán en todas p a rtes »

Un socia ldem ócrata alem án que en agosto pasa bruscam ente d e l ala izqu ierda a la extrem a de­recha, K on rad Haenisch, explica cóm o, tras en­terarse de la declaración de guerra, se d ir ig ió a B erlín convencido de que estallaría la revolución. En la estación, sus cam aradas le notifican que los rusos han invad ido A lem ania, por lo que se d ir ige a su dom ic ilio en donde encuentra a su am igo H erm ann Duncker, a quien trata de con­vencer de la necesidad de defender a la patria am enazada por la invasión rusa.

La votación de los créditos militares

E l 3 d e agosto, en estas condiciones, se reúne en B erlín la d irección socia ldem ócrata para de­fin irse sobre la actitud a tom ar frente a la soli­citud de créd itos m ilitares que ol gobierno se dispone a presentar al d ía siguiente en el Parla­mento. V o ta r en fa vo r de tales créditos es acep­tar el rég im en y aprobar la guerra. En reali­dad el gob ierno sabe ya a ciencia cierta queserán aprobados.

Todavía el 27 de ju lio , la socialdem ocracia ha­bía organizado, en la capital del Reich, veinti­siete m anifestaciones contra la guerra. Sim ilares

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26 GILBERT BADIA

concentraciones tuvieron lugar en Stuttgart, Ham - burgo, Gotha y Sajonia. Sin em bargo, un dipu­tado socialista v is itó secretam ente al Canciller, e l 29 de ju lio ; después de haber hablado y con­sultado con los principales dirigentes del partido, Ebert, Braun, H erm ann M üller, hace saber a Bethm ann H o llw eg lo siguiente: «N o debe tem er ninguna acción (huelga general o parcial, sabota­je , e tc .)» ls.

E l 3 de agosto, en e l curso de la reunión del grupo parlam entario y del Com ité d irectivo (se había invitado tam bién a Kautsky, consideran­do su reputación com o teó rico ), e l Partido social­dem ócrata, pasando de la neutralidad al apoyo, decide v o ta r en fa v o r d e los créd itos bélicos solicitados p o r el gobierno. E ste vo to de apro­bación, que constitu ía una flagran te vio lación del p rogram a y de los com prom isos establecidos en los congresos internacionales, especialm ente en el de Basilea, no h izo m ás que con firm ar la pav lít ica seguida p o r los d irigentes del partido y de los sindicatos.

L a víspera d e la reunión, la d irección del par­tido, que form aba parte del a la derecha de la or­ganización, había ya decid ido e l sentido de la votación. Scheidem ann lo con firm a en sus M e­m orias. En feb rero de 1915, L iebknecht se queja de «estos 20 ó 30 cam aradas que según el testim o­n io de Edm ond F ischer estaban ya dispuestos, el 4 de agosto de 1914, a v io la r la d iscip lina parti­dista y vo ta r en fa vo r d e los créd itos m ilitares en e l caso de que e l grupo parlam entario hubie­ra decid ido vo ta r en con tra ».

Y , sin em bargo, en la reunión del 3 de agosto, la oposición se h izo escuchar. Una oposición débil y divid ida, ya que, en e l m om ento de votar, sólo14 diputados se pronunciaron en contra de la aprobación de dichos créditos.

De todos m odos, m uy a pesar suyo, la m inoría aceptó la decisión de la m ayoría en una sesión pública. Haase, que se negaba a aprobar los cré­ditos, se d e jó convencer y leyó desde una tribuna la declaración p o r la que explicaba y justificaba el voto unánime d e los socialistas. Parece sor­prendente que el 4 d e agosto hubiera votado en contra de sus convicciones, pero para él y sus

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LOS ESPARTAQUISTAS 27

amigos la disciplina interna del partido era una cuestión de principio. En el pasado, la izquierda del partido había luchado siempre por imponer el respeto a las decisiones tomadas en los con­gresos, para im ponerlas, especialmente a la ma­yoría de los diputados revisionistas de Baviera, que no dudaban n i un sólo mom ento en aprobar los presupuestos oficiales y en unirse, en contra de la opinión del Com ité directivo, a los diputa­dos de los partidos burgueses. E l Partido social­demócrata basaba precisamente su fuerza en su cohesión y disciplina internas. De aquí provenían los escrúpulos de los opositores a rom per esta cohesión. P or otra parte, el 4 de agosto no se sabía todavía cuál iba a ser la política del partido. «L a m inoría — dirá Liebknecht— da por desconta­do que, en todo lo demás, e l partido mantendrá una po lítica de oposición, una política de lucha de clases, incluso durante la guerra»

Sin em bargo, no resultó ser así; el chovinismo se apoderó de la prensa socialdemócrata. La in­corporación a filas de un joven diputado, de nom­bre Frank, y el posterior anuncio de su muerte en e l fren te occidental, m otivaron artículos que exaltaban desmedidamente el patrioterism o de la socialdem ocracia y la g loria del Reich. Ante los éxitos iniciales de los ejércitos alemanes, varios diputados socialistas empezaron a vislumbrar la posibilidad de futuros expansionismos territoria­les. Tras su vis ita a Bélgica, Koster, socialista de Ham burgo, y Noske explicaron a sus interlo­cutores belgas que su país no sería anexionado, pero que sus enclaves m ilitares serían arrastrados y que «A lem ania convertiría Amberes en la base de una flo ta de guerra tan poderosa que impon­dría a Gran Bretaña el abandono definitivo de toda idea de guerra futura» 1S. En el fondo, no se trata­ba más que de una aprobación de la política de anexiones territoriales preconizada por los pan- germanistas.

Purga en la socialdemocracia

Desde el m ism o comienzo de la contienda, dos fracciones opuestas s-e enfrentan en el seno de la socialdemocracia alemana. Las consideraciones en

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tes se lian manifestado de manera tan sorpren­dente en el curso de las últimas sem anas»".

Delbrück es más conciso todavía: «H ay quehacer que la vida le sea lo más fácil posible —de­clara en una reunión m inisterial e*l 31 de diciem­bre de 1914— a esta fracción (se refiere al ala derecha del partido ) y, al m ismo tiempo, tratar de m eter una cuña en el seno de la socialdemo­cracia» 1".

Si hemos insistido sobre las tentativas hechas por una parte del Partido socialdemócrata para com partir el poder, ello se debe a que perm ite comprender m ejor Ja actitud de los futuros espar­taquistas, asi com o la dificultad de su lucha. Se verán obligados a batirse en distintos frentes. Tendrán que enfrentarse con un m ovim iento cho­vinista a escala nacional y en función de esta razón analizarán 'las causas de la guerra. Partien­do de los razonamientos socialistas clásicos sobre la guerra, olvidados e ignorados en esos momentos en Alemania, van a dem ostrar que la guerra acen­túa la lucha de clases y agrava la explotación de los obreros por parte de la burguesía. Dentro del partido, denunciarán la política llamada do «Unión Sagrada», que oculta los verdaderos problemas y traiciona los principios socialistas.

De golpe se van a encontrar sometidos a una hostilidad activa y vigorosa, tanto por el aparato disciplinario del partido como por el aparato re­presivo del Estado. Uno y otro, interesados en que las voces de los futuros espartaquistas no sean oídas ni comprendidas, se esforzarán por todos los medios a su alcance en reducirlos al silencio.

Desde el com ienzo da la impresión de que se trata de un m ovim iento condenado al fracaso, que será aplastado bajo el peso del número y de la fuerza. La oposición socialdemócrata da la im pre­sión de lanzarse a una lucha valiente, pero deses­perada y sin esperanzas...

NOTAS

1. Ver en «Documentos», tomo I I de la presente obra, pág. 15, el informe Eberlein. Cf. igualmente Dic Revolation,

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LOS ESPARTAQUISTAS 31

Gcdachiiiisnummer zum 10. Jalirestag der GrlLndung des Spar-t a k u s b u n d c s , núm. 2, Berlín 1924.

2. Protokoll über die Verhandtungen des Parteilaf.es der S.P.D., Essen, 15-21 setiembre de 1907, Berlín, 1907, p¿g. 229.

3. Clara Zctkin, Ausgcwahltc Reden urtd Schriflert. Bd. I,Berlín , 1957, pAg. 368. '

4 . Karl Liebknecht, Gesammelte Reden utid Schriften, Bd.I, B erlín , 1958.

5 . Cf. G. Haupt, Le Congrés manqué, París, 1965, págs. 27y ss.

6 . Citado por Gilbert Badia en Europa, 1964, n.“ 421-422, págs. 55 y ss.7. Citado por Gilbert Badia en el documento cte que es autor y que lleva por titulo Le Mouvetnent Social, 1964, n.° 49,pílgs. 96-97.

8. E u rop c, 1964, ob. cit., pág. 58.9. Articulo difundido por el boletín de prensa que Stampfer

dirigía el 31 do julio, y reeditado luego por numerosos perió­dicos socialistas.10. W. lleine, Cegen die Qtiertreiber. Dessau, s.d., pág. 9.

11. Rosa Luxemburgo, At¡sge\\'Shlte Reden nnd Schriften,Berlín, 1955, Bd. I, pág. 258.

12. Cf. I.'Hutnanité ilel 11 de setiembre y del S de octubre ilo 1914. Alvares del Vnyo evoca la atmósfera de Leipzig y de Berlín en los primeros días del mes de agosto de 1914 en su* «ftlrjnnrias» Las batallas dó ta libertad, París, Maspcro, 19Ó3,pAgs. 59 y ss.

t.l. Europa, 196-1, ob. cit., p.tg. 56.14. Liebknecht, Klasseiikainnf tifien dtn Kricg, llcvlín, 1919.

pt\g. 16. (li.Ntu obra se ellimV bajo U\ abreviatura de sctikarni'/...)

15. Conversación sostenida por los interlocutores belgas do Noske.

16. Clttulo en Monvtint-nt Social, 1964, ob. cit., pAg. °6 , nota 3, y publicado en L'llnmantté del 17 de diciembre de 1914.

17. Id.. prfg. 99.18. Dcutschcs Zcnlral Arehlv Mcrseburi». Staatsmínistrrimu,

Kep. 90 a Uil. I II , N r 6 , Staatsmliilstcrial-SitzunBsprotokolIc, Ud. 163, Ul. 307.

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TT K A R L L IE B K N E C H T , R O S A ‘ L U X E M B U R G O , F R A N Z M E H R IN G

Y C L A R A Z E T K IN C O N F IR M A N SU D E S A C U E R D O C O N E L S.P.D.

E l resultado de su primera tentativa, en la tar­de del 4 de agosto, con vistas a reagrupar a la opo­sición, no desanima a Rosa Luxemburgo. Es más, la actitud de la socialdemocracia reafirm a a los oposicionistas en su hostilidad hacia la línea que sigue el partido, pero ¿cuál es el camino a se­guir?

Su prim era estrategia se reduce a agotar todos los medios legales que tienen a su alcance: «N os ­otros no queremos — explica Eberlein en el in for­me que recoge las tesis espartaquistas— consti­tuir un pequeño club, n i tampoco una secta» \ El ob jetivo estaba claro: reforzar la conciencia de las masas, puesto que sólo la acción por ellas desarrollada logrará poner término a la guerra. Mas ¿cómo realizar este objetivo?

A pesar de su derrota del 3 de agosto, Liebk­necht no se doblega frente a los argumentos de la m ayoría ni está dispuesto a dejarse reducir al silencio. Desarrollando su punto de vista ante asambleas de militantes, a pesar de las dificul­tades que supone el estado de sitio, explica la

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esencia de su argumentación sobre el carácter de fa ^uerra y propone al Comité directivo de la or- ¿n líac idn . durante los últimos días del mes deagosto, que prepare una reunión masiva contia la propaganda anexionista, propuesta que la di­rección del partido rechaza.

Carente de una organización estructurada, la oposición no posee en el partido más que algunos puntos de apoyo y escasos y débiles m edios de acción. En diciembre de 1913, aprovechando una serie de discusiones con la redacción del Le ip - ziger Volkszeitung, que en 1917 se convertirá en el* órgano de los socialistas independientes, Rosa Luxemburgo, Mehring y Karslci fundan un bo­letín periódico ciclostilado denominado Sozialde- mokratische Korrespondenz, que aparece tres ve­ces por semana y del que se im prim en Linos 150 ejemplares, los cuales son rem itidos a los diarios y a determinados militantes de la socialdem ocra­cia. Cada número -comprendía, en sus 5-7 pági­nas, varios artículos políticos, una ed itoria l eco­nómica e información diversa. Antes de iniciarse la guerra, numerosos periódicos utilizaron el bo­letín, mas, después del 4 de agosto, ya fuera por convicción política o simplemente por m iedo a la censura, la m ayoría de los diarios social dem ó­cratas dejaron de reproducir editoriales del boletín espartaquista. Tan sólo siete de estos diarios si­guieron haciéndolo: entre ellos, el SchwabischeTagwacht de Stuttgart, el V olksfreund de Bruns­wick, el Volksblatt de Gotha, el B ürger-Ze itung de Bremen y el D er K a m pf de Düsseldorf.

Pero incluso estos fieles aliados se retraerían lentamente hasta confinarse en una prudente re ­serva, sin atreverse a provocar un enfrentam iento con la dirección del partido. Unicam ente e l Volksblatt de Gotha continuó publicando los pun­tos de vista de la oposición, hasta que el 10 de enero de 1915 fue definitivam ente intervenido por la autoridad m ilitar. Hacia fines del año, c-ortada toda su conexión con los m edios de difusión po­pulares, la Sozialistische Korrespondenz dejó de editarse. Antes, el 22 de agosto, Franz M ehring Había publicado un artículo titulado «E l partida y la patria», en e l que expresaba la esperanza de que Ja guerra no im pediría que la socialdemocra-

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LOS ESPARTAQUISTAS-35

Cia continuara su lucha p o r la em ancipación delos trabajadores.

P qj- si_i parte, L iebknecht hab ía escrito a undiario de B rem en protestando p o r la d ifusión de v e r s i o n e s tendenciosas sobre los de cates del 3 de agosto por parte de la fra cc ión n -ayoritaria , que daban a entender que «e l grupo parlam en tario estaba unido». E l Iiilrger-Zeitu .n .g de B rem en no publicó esta carta, pero s í lo h izo e l ro ta tivo ho­landés H e t V o lk , y luego L ’H u m a n ité , en cuyas pá­ginas aparecieron los fragm en tos esenciales del artícu lo cuj'o orig ina l ten ía fecha 3 de setiem ­b r e 2.

Utilización de la prensa extranjera

Y a que no pod ía d ifund ir sus puntos de vista en Alem ania, la oposic ión tuvo la id ea de darlos a conocer a través de la prensa de las naciones neutrales, especia lm ente en el d ia rio suizo B e rn e r Tagw acht, a l que m uchos socialistas de izqu ie r­da- alemanes se suscrib ieron ( i ) . E-l 13 de setiem ­bre, Rosa Luxem burgo escribe a Franz M eh rin g lo siguiente: «C onsidero que es im pos ib le ca llarse(2). C lara y yo pretendem os consegu ir que se pu­bliquen algunas notas en la prensa socia lista ex­tran jera (Suiza, Italia,. H o landa y Suecia), a tra ­vés de las cuales haríam os saber que, al igua l que nuestros cam aradas, actualm ente no tenem os po­sib ilidad alguna de expresar nuestros puntos de vista, los cuales no coinciden desde luego con la d irección del partido. Rogarnos a nuestros cama- radas extran jeros que tengan esto m uy en cuen­ta » 3. A l serle so lic itado a M ehring que su nom bre figu rara al p ie de tales notas, éste resnond ió a fir ­m ativam ente en un cab le de fecha 17.

La declaración de los cuatro d iscrepantes no apareció en el d ia rio suizo hasta el 30 de octubre, a pesar de que fu e expedida hacia finales de se-

1. La difusión de este periódico en Alem ania sería prohi­bida por las autoridades en agesto de 1915.

2. Tras la publicación de un llamamiento del Comité eje­cutivo de la Internacional a todos los partidos socialistas, el Comité directivo del S .P .D . protestó, arguyendo que no se le había consultado a la hora de redactar la proclama.

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tiem bre. Era breve y concisa. Los abajo firm an­tes precisaban: «N o s vem os en la obligación de in form ar a los camaradas extranjeros que consi­deramos esta guerra, sus causas, su carácter, así com o el papel de la socialdem ocracia en la situa­ción actual, a pa rtir de unos puntos de vista que no coinciden con los de los camaradas Sü- defcum y F isoher»

La repercusión que esta declaración tuvo en e l extran jero fue considerable. En U H u m a n ité del 8 de noviem bre, Edouard Vaillan t le dedica un ed itoria l que se in icia con las siguientes pa­labras: «P o r fin llega de A lem ania un rayo "deluz y de esperanza socialista e intem acionalista». Tras resum ir lo esencial de tan «nob le declara­ción», Vaillant prosigue:

«Esta -declaración (...) tiene un doble valor: es el feliz testimonio de la persistencia, a través de la cri­sis y de la tempestad, de elementos esenciales para la reconstitución de la Internacional sobre sus bases antiguas y futuras, sobre sus bases socialistas perma­nentes, y el testimonio no menos precioso de que Alemania no se encuentra totalmente subyugada por el imperialismo, y que existen aún republicanos, demó­cratas y socialistas que cuentan con sus propias fuer­zas para desembarazarse de é l » B.

La condena de Südekum y F isc lier por parte de la izqu ierda socia ldem ócrata estaba más que justificada. En tre agosto y setiem bre, el gobierno a lem án u tiliza los servic ios de determ inados so- cialdem ócratas com o «em bajadores o fic iosos» pa­ra convencer a la op in ión pública de los países neutrales, tarea para Ja que aquéllos poseían una ven ta ja notab le sobre los funcionarios ordinarios. E l canciller Bethm ann H o llw eg , que el 10 de se­tiem bre pernocta en e l Gran Cuartel General, te­leg ra fía lo siguiente a Berlín : «R u ego envíen aAm érica, tan pron to com o sea posible, a Südekum para contrarrestar la labor de Vandervelde». Desde Berlín , el secretario del In te r io r responde: «E lenvío de Südekum a Am érica es im posible, ya que en su opinión, que yo com parto, su presencia en el partido es indispensable en estos m om en­tos. E l partido sugiere el envío de B em stein , con quien ya nos hem os puesto en con tacto » a.

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Los cuatro dirigentes de la extrema izquierda

Los cuatro líderes -de la extrema izquierda en­viaron un nuevo artículo, en diciembre de 1914, p a ra su publicación en el órgano periódico de la izqu ie rd a laborista británica. (Varios de estos ar­tículos serían publicados a finales de enero de 1915 por un periódico norteamericano, el Arbeiter- zeitung de Saint-Louis.) Liebknecht subraya en su texto que cada partido socialdemócrata debe com­batir a su prop io enemigo en su propio país. Mehring constata «un creciente fermento revolu­cionario en todos los grandes centros que el par­tido tiene en Alemania, especialmente en Berlín, Hamburgo, Leipzig y Stuttgart». Clara Zetkin evoca « la I I I Internacional que nacerá de entre las ruinas y las cen izas»T.

Ya en estas premisas de la lucha encontramos los nombres de aquéllos a quienes podría llamar­se los «T res Mosqueteros» (los «Cuatro») del Es­p a rta q u ism o : K arl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz M ehring y Clara Zetkin. Por encima de al­gunas divergencias de carácter más bien super­ficial, les unía una sólida amistad. E l fundamen­to de todos ellos es e l internacionalismo, y en su corazón albergan el máximo respeto por los principios revolucionarios. Creen esencialmente en la v irtud de la acción, y adaptan su propia exis­tencia a sus ideas, incluso al precio de verse privados de la libertad.

E l más conocido de ellos es K arl Liebknecht. H ijo de un compañero de Bebel, W ilhelm Liebk­necht, es diputado en el parlamento de Prusla desde 1903, representando en el Reichstag a la circunscripción de un barrio berlinés. Se des­taca, tanto en Alemania como en el extranjero, por su lucha contra el m ilitarismo, por lo que m uy pronto conocerá las cárceles imperiales: en 1908, su fo lle to M ilita rism o y antim ilitarism o le acarrea una condena de 18 meses en una fortale­za, aunque esto no consigue hacer mella en su ánimo. En vísperas de la guerra provoca un gran escándalo al descubrir que los Krupp se dedica­ban a sobornar funcionarios con el fin de infor­marse respecto de las decisiones que el gobier­no pensaba tom ar materia armamentista.

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38g i l b e r t b a d ia

K a r l Liebknecht, m uy popular entre la juven­tud socialdem ócrata, trata de obtener, en contra de la opin ión del aparato del partido, el que los jóvenes puedan organizarse y d isfru tar de una cierta autonom ía. P or esta razón, será elegidopresidente de la In ternacional ju ven il durante la guerra.

La ficha ¡policíaca que se le h izo durante su cautiverio de 1916 nos in form a que m edía 1,72 m de estatura, ten ía un rostro algo' alargado', con la fren te elevada, e l m entón prom inente, los ojos grisáceos y las cejas de co lor castaño’. Llevaba bigote. Signos peculiares: boca ligeram ente to r­cida.

Es un gran orador: le agrada hablar a lasmasas, a las que sabe conm over en su fib ra más íntim a. Durante la revolución de noviem bre de 1918 habla en varias ocasiones, a veces subido a un pedestal de las estatuas de la avenida de la V ictoria , otras sobre el techo de un automóvil.

Fanático de la acción, fustigará sin contempla­ciones a los centristas y sus eternas dudas. Su cora je y su célebre grito de « ¡A b a jo la guerra!», así com o su condena en 1916, >le valdrán una inmensa popu laridad que llegará incluso a rebasar las fronteras alemanas.

A l estallar la insurrección de enero de 1919 entra en com bate con toda su energía. A l igual que Rosa Luxem burgo, se negará a huir y caerá jL in to a ella, el día 15 de enero, víctim a de las balas de asesinos enardecidos por una violenta campaña antiespartaquista rayana en la histeria.

Rom ain Rolland dirá de él: «E ra un corazónardiente, ansioso de am or por el pueblo, acongo­jado por la m iseria humana, enervado de odio hacia los opresores».

Rosa Luxem burgo es la teórica del grupo. A los 18 años se traslada de Polonia a Suiza y pos­teriorm ente a Alemania. Gran polem ista, es una period ista de excepcional talento. Sensible hasta el sentim entalism o, ama la naturaleza, los libros, y posee una gran cultura, que le perm ite hablar de cualquier tem a: econom ía, historia, política,literatura. _

Desde hace años, de manera infatigable, se bate en el seno del Partido sociáldem ocrata ale­

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mán contra el ala revisionista, en favor de la pureza marxista. Tras la insurrección rusa de 1905, subraya la importancia de la lucha de masas en contra de los prudentes estrategas que diri­gen el partido. Su lueha contra el militarismo le vale un proceso en 1913.

Pasó en prisión la mayor parte de la guerra: liberada por la revolución de noviembre, corre hacia Berlín y se sumerge apasionadamente en el torbellino de la acción política, tal como hiciera en Varsovia durante e l levantamiento de 1905.

Sus enemigos la han presentado siempre como una vulgar «incendiaria», pero «Rosa la Roja» o «Rosa ia sanguinaria» odiaba la violencia. Duran­te mucho tiempo acusará a los bolcheviques de haber empleado la fuerza contra sus enemigos. A pesar de su frágil aspecto, esta mujer poseía una energía indestructible.

Cuarenta y cinco años después de su trágico fin, sigue aún presente. Centenares de miles de hombres y mujeres, que nada o casi nada saben sobre el Espartaquismo, pronuncian su nombre con emoción.

Franz Mehring era una especie de «mentor» revolucionario cuya dignidad y cultura le hacían acreedor incluso del respeto de sus más encarni­zados adversarios. Su poblada barba blanca le daba todo el aspecto de un patriarca. Escribió ensayos de historia literaria — su Lessing Leg&nde sitúa al autor de Nathan el sabio en su verdade­ra perspectiva— , así como de historia política: durante mucho tiempo, su Historia de la social- democracia no ha tenido equivalente.

A comienzos de siglo, durante varios años, fue redactor-jefe del Leipziger Volk.szeitu.ng, además de colaborar regularmente en la revista Die NeueZeit, que dirigía Kautsky.

Excelente conocedor de la obra de los funda­dores del marxismo, escribirá la primera biogra­fía auténticamente fidedigna de Marx.

Clara Zetkin, que representará al Partido co­munista alemán en el Congreso de Tours, del que nacerá el Partido comunista francés, es una gran especialista en la -lucha feminista. Durante un cuarto de siglo dirige Die Gletchheit, periódico editado por las mujeres social demócratas. Fre-

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40 GILBERT BADIA

sente com o delegado en todos los congresos de laI I In ternacional, en la fundación de la cual pa rti­c ipó activam ente, in ten ta o rgan iza r a las m u jeres socialistas a un n ive l in tem aciona lis ta . A ragón la evoca en Les C loches de Bale.

A l esta llar la gu erra tiene 57 años, pero n i su edad n i la en ferm edad que padecía le im p iden partic ipar activam en te en las lu d ia s desarro lla ­das p o r los espartaqu istas en S tu ttgart, lu gar en e l que resid ía ; am iga de Rosa Luxem burgo, in­tercam bia con e lla una asidua correspondencia , parcia lm ente in éd ita todavía , que contiene p re ­ciosos datos sobre estas dos m u jeres y sus lu­chas. De 'los cuatro líderes, sólo e lla sob rev iv irá a la revo lu ción de n ov iem b re (M eh rin g m u rió en enero de i 919).

En agosto de 1932, casi ciega, d iputado p o r el Partido com unista, tom a p o r ú ltim a vez la pala­bra en su ca lidad de decano del Reichstag, que en el fu tu ro p res id irá G oering: a llí denuncia laam enaza del fasc ism o y hace un llam am ien to en p ro de la un idad ob rera .

M u ere algunos m eses m ás tarde en la U n ión Soviética , en donde reposan sus cenizas b a jo Jos m uros del K r e m lin.

Su compromiso ante los militantes

A parte los artícu los enviados a la prensa so­cia lista de los países neutrales, o tros m edios de d ifusión se o frec ía n a los oposic ion istas pa ra dar a -conocer sus puntos d e v is ta ; especia lm ente aquellas reun iones en e l curso de las cuales los m iem bros de base socía ldem ócratas pagaban re ­gu larm ente sus co tizaciones, y en las que era p ro ­p ic io pasar a la d iscusión po lítica . W ilh e lm P ieck cuenta cóm o Rosa Lu xem bu rgo exp licó en un ba­rr io berlinés, a l d ía s igu ien te de la declaración de guerra, un verd ad ero curso d iv id id o en cuatro sesiones. Estas exposiciones serían e l fundam en­to de la p os te r io r c r ít ica a la d irecc ión del par­tido. Las reuniones fem in istas, es d ec ir, de las jóven es d e l partido , eran tam bién u tilizadas por la izqu ierda , sobre todo en B erlín y sus subur­bios, en donde la oposic ión con taba con num ero­sas sim patías. A pesar del p e lig ro que e llo supo­

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LOS ESPARTAQUISTAS 41

nía, los organizadores, esto es, los responsables de las diversas circunscripciones, solicitaban a Liebk- neoht y a Rosa Luxem burgo que vin ieran a ex­poner la situación p o lítica a sus afiliados.

Ta l es el caso de N íederbarn im , en las cerca­nías de B erlín , en donde el cam arada Gábel había m ontado una sección educativa que difundía un boletín a cic lostil, e l cual incluía algunos artícu­los de la oposición, hasta que cierto día, alertada ya, la d irección de l partido in tervino y obtuvo su supresión.

Los in fo rm es policíacos ponen en evidencia la agitación existente. Una nota del p re fecto de po­lic ía de B erlín , del 10 de setiem bre, explica que «lo s m ilitan tes de extrem a izqu ierda se esfuerzan en p rovoca r un c lim a de hostilidad a la guerra a través de v io len tos discursos», que pronuncian en las reuniones socialistas. O tro in form e, del 19 de octubre, habla de la actitud «sum am ente pro­vocadora de los m ilitantes extrem istas».

E l tem a sobre e l cual se centran siem pre los oposicion istas es la actitud de los socialistas ante la guerra. Su finalidad : d isipar la confusión yacabar con la leyenda de la unanimidad del par­tido. Contra la propaganda o fic ia l, Mehring, en un artícu lo del G othaer V o lksb la tt, fechado el 14 de setiem bre y titu lado «U na buena muestra de je ­su itism o», denuncia a aquellos -que utilizan equi­vocadam ente las tom as de posición de los clá­sicos del m arxism o, deform ándolas. La situación, explica, no es la m ism a que en 1848 (artículos de M arx en la Gaceta Renana ) o que en 1891 (artícu­lo de Engels: «E l socialism o en A lem ania»). Rosa Luxem burgo, a su vez, tom a parte en favor de la posic ión socia ldem ócrata «o rtodoxa ». La Sozialis- tische K orrespon d en z de 17 de setiem bre publica uno de sus artículos, en e l que ataca al H am bur- ger E ch o p o r v ilip end iar a los socialistas extran­je ro s a.

Karl Liebknecht condena su voto del 4 de agosto

Después del 4 de agosto, un problem a preocupa gravem ente a K a r l Liebknecht. ¿Es correcto vo­tar los créd itos de guerra? ¿Qué debe hacer el Partido socia ldem ócrata? Ambas cuestiones no

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42 GILBERT BADIA

cesa de exponerlas y discutirlas con sus cam ara­das. En diez artículos exp lica su posición y las circunstancias de su voto:

«Con (muchos otros camaradas —¡escribe el 18 de enero de 1915 a un ¡militante socialista— !he intenta­do, antes del 4 de agosto, hacer todo lo posible para convencer al grupo parlamentario de que debía votar en contra de los créditos (...) Respecto a separarme de mis amigos políticos más -próximos, miembros del ala izquierda, no pareció adecuado en ese momento —nadie podía imaginarse aún los extremos a que iba a llegar fla organización—. Eil 3 y ©1 4 de agosto iba todo de mal en peor. Sólo disponíamos de algunas horas, de algunos minutos, y, para desesperación y horror nuestro, nos encontramos de repente con que el ala izquierda se había desintegrado <...)

«Fue así, rabiando, como me sometí el 4 de agos­to a la mayoría, cosa que he lamentado profundamen­te; estoy dispuesto a recibir cualquier clase de re­proche que se me ¡haga al respecto» 9.

Como se ve/ al día siguiente de haber votado, K arl Liebknecht pensaba que se había equ ivoca­do. La actitud de la m ayoría con firm aría sus te­mores.

A finales de agosto — con el fin de in form arse sobre la suerte corrida por su cuñado Bela Abra- ham, estudiante ruso 'residente en L ie ja— , L iebk­necht se d irig ió a la recién ocupada Bélgica, en donde se puso en contacto con varios socialistas belgas, especialm ente con Cam ille Huysmans, y «escuchó todos los testim onios (sobre las atroci­dades alemanas) y se m ostró m uy conm ovido». Según testim onios belgas, fu e el único, de entre los cuatro socialdem ócratas (W endel, Noske, Kos- ter y él m ism o) que vis itaron Bélgica en esa época, que se m ostró im parcia l y quiso estudiar la realidad de los hechos por su cuenta.

Liebknecht salvó incluso la v ida de cuatro cam­pesinos belgas a los que unos soldados alemanes iban a fusilar. Explicó en fo rm a larga y tendida a los socialistas belgas su postura, y su posterior oposición al vo to en fa vo r d e los créditos m ilita ­res. «P o r la tarde, que nos tom am os lib re — expli­ca su interlocutor— , teníam os los o jos llenos de lágrimas (. . . ) Se había llevado a cabo la recon­ciliación » J0.

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LOS ESPARTAQUISTAS 43

En Stuttgart, donde v iv ía Clara Zetkin, la iz­quierda era poderosa y controlaba el periód ico local Schw abische Tagwacht. A l día siguiente del 4 de agosto, los m ilitares de la capital de Wur- tem berg ihabían desaprobado por una m ayoría aplastante (80 contra 4) la actitud del grupo par­lam entario; durante la segunda quincena de se­tiembre, invitan a K a r l Liebknecht a que dé una conferencia ante sus partidarios con el títu lo de «Contra la campaña anexionista». E l orador rela­ta una vez más las discusiones que precedieron al vo to del 4 de agosto. «H e venido a tom ar con­tacto con los camaradas para que empecemos a actuar en el sentido de la reconstrucción de la Internacional. N o es precisam ente un trabajo fá­cil, éste ail 'que os in v ito »

Según otra fuente de inform ación, Liebknecht habría d icho a m odo de conclusión:

«En Stuttgart se me reprochaba por primera vez no haber hecho gala de decisión (...) Estas palabras me han trastornado y alegrado al mismo tiempo. Vuestras críticas están totalmente justificadas (...te­nía que) haber gritado mi “ ¡'No!” en pleno Reichstag (...) He cometido una grave falta (...) Sólo me queda prometeros que en el futuro mantendré una lucha sin compromisos contra la guerra y los socialistas de Su Majestad (Kaisersozialisten)»

NO TAS

1. Ver «Documentos», tomo I I de la presente obra, pág. 7.2. L ’H um cin ité del 29 de setiembre de 1914, articula firmado

por JT. L . L a afirmación de U H u m d n ité según la cual el artículo habría aparecido en el diario de Bremen es inexacta.

3. V er «Documentos», tomo I I de la presente obra, pág. 15.4. Texto íntegro traducido en E u rop e , 1964, ob. cit. pág. 59.

Original en D ok u m en te und M a te ria lien z tir Geschichte der D eutschen A rbeiterbexvegung (que citaremos de ahora en ade­lante ba jo la abreviación: D okurnente...') II , 1, Berlín 1958,pág. 31. ,

5. L ’H um an ité , 8 de noviembre de 1914, pág. 1, columna 1 .6 . Deutsches Zentral Archiv Potsdam (abreviación: DZA),

Reichskanzlei <Allgemein), N .° 2.398, Bd. 1, Bl. 167-169.7 . Los textos de los cuatro líderes de la i z q u i e r d a social

demócrata son reproducidos en Dobtujiente..., IT» 1» ° - C1 **

Pa*8 . Ver al respecto las carias de Rosa Luxemburgo enviadas

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44g i l b e r t b a d i a

a Franz M ehring y publicadas en «Docum entos», tomo I I de la presente obra, pág. 17.

9. Carta del 14 de febrero de 1915 (ver «Docum entos», tomo I I de la presente obra, pág. 31) a Bruhw ood.

10. Todas estas citas han sido sacadas de L 'H um anité de] 20 de diciembre de 1914.

11. Die Vorgange in der Schwabischen Tagwacht und ihre Ursachen, Stuttgart, 1914, pág. 15.

12. Dokumente..., ob. cit., I I , 1, pág. 35, nota 1.

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I I I . L IE B K N E C H T V O T A C O N T R A LO S C R É D IT O S M IL IT A R E S

A medida, 'q u e transcurrían las semanas, la brecha interna del Partido socialdem ócrata se fue haciendo m ayor. E l v ia je de Liebknecht a Bélgica y su discurso en Stu ttgart fueron aprovechados por e l Com ité d irectivo para ped irle explicacics nes. E l 2 de octubre fue citado para presentarse ante las m áxim as autoridades del partido. La pe­queña guerra que se in ic ió durante los prim eros tiem pos tom ó ya ’la fo rm a d e un intercam bio de cartas.

Liebknecht d e jó bien sentado que la acción desarrollada por ól estaba basada en los estatu­tos internos del partido, y que era especialmente f ie l a las resoluciones de los congresos naciona­les e internacionales.

Análisis del carácter de la guerra

La discusión g iró esencialmente en torno al carácter de la guerra. A l principio, los futuros es­partaquistas tom aron una actitud defensiva. Sus declaraciones tendían sim plem ente a refu tar las

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tomas de posición oficiales. Sin embargo, iban ya a defin ir y concretar su plataform a. En su car­ta del 26 de octubre, Liebkneoht declara que «es a las claras una guerra imperialista, la guerra mun­dial im peria lista prevista desde hace tiem po (...)• se trata a la vez de una guerra preventiva germano- austríaca y de una guerra de conquista» \ Esta idea es recogida dentro de un esquema propa­gandístico d ifundido por la oposición a comienzos de noviem bre: «S on intereses capitalistas los que han provocado la guerra y los que debían nece­sariam ente llevarnos a ella. Si lo entendemos con claridad, nos será im posib le participar en las campañas nacionalistas que difunden su entu­siasmo por la guerra y hablan de la pa tria ame­nazada-» a. E l 17 de noviem bre, durante una re­unión de los m ilitares encargados de la propa­ganda entre las m ujeres socíaldemócratas, Káthe Duncker expone las causas de la actual guerra y propone a la asamblea una serie de conclusiones, especialmente la 'siguiente: «L a presente guerramundial no tiene su origen n i en la acción arbi­traria de tal o cual personalidad ni el "el odio ra­cial de los pueblos” ; su origen está en la bús­queda de beneficios capitalistas a escala mundial y en las contradicciones im peria lis tas»3.

Desde un punto de vista ob jetivo, el momen­to es más favorab le que en setiembre; m ilitarm en­te, la batalla del M arne diluyó la esperanza ale­mana de que la guerra se convirtiera en una B litzk rieg de varias semanas de duración. Con la llegada del invierno se inició la excavación de las primeras trincheras. Se tem ía ya que la guerra se alargara y no hacía fa lta mucha imaginación para adivinar los próxim os efectos del bloqueo aliado.

Todavía en noviem bre, los líderes de la oposi­ción tenían la posibilidad de expresar legalmente sus puntos de vista. D ie Neue Zeit, órgano teórico del S.P.D. dirigido por Kautsky, publicó el día 20 un artículo de M ehring titulado «De la esencia de la guerra», en donde el autor muestra cómo no existe ruptura alguna entre la política anterior de la burguesía y la guerra. Pone en guardia ante^ la idea, mantenida por la m ayor parte de la social- demccracia, de que lo importante es luchar con-

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LOS ESPARTAQUISTAS 47

ira los enemigos exteriores, después de lo cual se resolverán todos dos problemas de la política in­terior a los que se enfrentaba la socialdemo­cracia.

A comienzos de mes, Clara Zetkin había hecho un «llamamiento a las mujeres socialistas de to­dos los países» que debía aparecer el día 27, en el diario femenino (socialdemócrata) Die Gleich- heit ( La Igualdad). La censura prohibió su publi­cación. E l llamamiento apareció en Suiza, en el Berner Tagwacht y más tarde fue difundido en Alemania en form a de opúsculo. Clara Zetkin es­cribió: «Cuanto más dura esta guerra más palide­cen las frases altisonantes destinadas a camuflar su naturaleza capitalista (...), las máscaras se caen; está aquí, con todo su hedor, esta guerra de conquista capitalista, esta guerra por el poder mundial»

Durante él transcurso del mes de noviembre, desde el m ismo momento en que comprendió que la dirección del partido estaba decidida a votar en favor de nuevos créditos militares que el go­bierno iba a pedir al Parlamento, Liebknecht pre­paró un proyecto de resolución contra la aproba­ción de dichos créditos y lo envió a varios diputados de la minoría. Incluía tesis elaboradas para justificar su toma de posición y en él sitúa directamente a Alemania como acusada: «Unacaracterística esencial del imperialismo, cuyo prin­cipal representante en Europa es actualmente Ale­mania, está constituida por el expansionismo eco­nómico y político que engendra tensiones más y más grandes», y luego enumera los objetivos de la expansión alemana en Europa, Próximo Orien­te y Africa. Más adelante, demuestra por qué esta guerra es una guerra imperialista «de la más her­mosa especie» y no una guerra defensiva ni una guerra por «una civilización superior». «Los Es­tados más civilizados están metidos en ella por­que precisamente son civilizaciones capitalistas.»

No hay que dejarse embaucar por frases que invocan a Dios ni por el patriotismo fácil.

Por otra parte, las clases dirigentes se están aprovechando de la guerra para, instaurar un ré­gimen de. terror.

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«S e ha prohibido hablar de la lucha de clases, lo cual no ha suprimido las contradicciones de clase. Se le ha quitado sus armas al proletariado, que lucha par su liberación, pero en cambio no se ha atacada la opresión política ni la explotación económica. La “ Unión Sagrada” no es más que un juego gramatical para justificar el estado de sitio. E l slogan “ya na existen los partidos” (1) significa simplemente que se le reconoce al proletariado la igualdad de derechos en tanto que carne de cañ ón »5.

S in em bargo, L iebknech t no hab la todav ía con c la ridad sob re la d irecc ión d e l partido . E sto se debe a que n o ha p e rd id o la esperanza de con ­vencer a la soc ia ld em ocrac ia con sus puntos de vista. A pesar de todo, sus in ten tos iban a resu l­ta r vanos.

El “no” -de Liebknecht

E l 30 de n ov iem bre , nuevas y la rgas d iscusio­nes en el seno de la fra cc ión parlam en taria p re ­ced ieron a l escru tin io. L iebkn ech t propuso que se rechazaran los créd itos e invocó, p a ra ju s t ifi­ca r su v o to n ega tivo , la v io la c ión de la n eu tra li­dad b e lga y los bru ta les m étodos del e jé rc ito a le­m án, as í com o los p ropós itos anexion istas de que h acían ga la c ie rtos persona jes o f ic ia le s 8.

L a p rop os ic ión de L iebknech t rec ib ió e l apoyo de o tros 17 m iem bros en el seno del grupo socia l­dem ócrata , lo que s ign ificaba un aum ento de 4 nuevos d iputados respecto a l pasado m es d e agos­to, aunque tam b ién hab ía ten ido lu gar la deser­c ión d e l d ipu tado Lensch, pasado a la m ayoría . E l grupo m ayoritari-o se n egó a con ceder a la m in oría e l derecho a exponer púb licam ente sus puntos de vista. De nuevo, H aase se d e jó conven­cer y leyó desde la tribu na del Parlam en to las razones p o r las que se aprobarían los créd itos so­lic itados. A firm ab a que la socia ldem ocrac ia pensa­b a que «to d a v ía las fron teras de A lem an ia podían considerarse am enazadas p o r las tropas enemi-

1. A lusión a la célebre frase de Guillerm o I I al iniciarse las hostilidades: «Escuchad: yo no reconozco a ningún par­tido, sólo reconozco a los alemarles».

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gas» y que la situación n o había variado desde ©l pasado 4 de agosto. A pesar de todo, se m a­n ifestaba de acuerdo con la In ternacional en el sentido de que todos los pueblos tienen e l dere­cho a ser independientes, si así lo desean.

Insistiendo de nuevo en la fórm u la del 4 de agosto, la d ec larac ión ped ía que, una vez conse­gu ida la seguridad de A lem ania, «s e concertara una paz que p e rm itie ra coexistir con sus vecinos». E l orador p ed ía a l gob ierno m edidas en fa vo r de la ju stic ia socia l y una dism inución de la cen­sura n.

V arios diputados h icieron saber que, si llega­ban a sum arse 15 votos, no tendrían inconveniente en vo ta r en contra de los créditos. A l fina l no si­gu ieron a Liebkneoht, quien prácticam ente se quedó sólo en e l Reichstag al vo ta r en contra, e l 2 de d ic iem bre de 1914.

Con el fin de ju s tifica r su voto , d irig ió una carta al presidente de la Asamblea, quien proh i­b ió que fu era le ída públicam ente p o r todo el país, en la que, entre otras cosas, decía:

«Esta guerra (...) es una guerra imperialista, una guerra por el dominio del mercado mundial (...) El slogan “ Contra el zarismo” , tan usado en Alemania, ha servido, igual -que en Francia y en Gran Bretaña “Contra el militarismo” , para movilizar los instintos más innobles, las tradiciones revolucionarias y las es­peranzas del pueblo al servicio de un odio chovinis­ta (...) La liberación de los pueblos ruso y alemán debe ser su propia obra. Hay que exigir una paz sin anexiones, que no sea humillante para nadie. La paz sólo será duradera y firme si se fúnda en la solidari­dad internacional de la clase obrera y en la libertad de todos los pueblos.»

A l conclu ir y resum ir sus razones, Liebknecht d ice b ien claram ente que una de las principales es su oposición «a los planes anexionistas» s. Man­dó este tex to a la dirección del partido, explican­do que se ve ía ob ligado a oponerse a los créditos con el fin de perm anecer fie l al «program a del partido y a las resoluciones de las conferencias in ternacionales». E l periód ico Vorwarts, él ed iciem bre, publicó una nota lapidaria de Ja di­re cc ión d e l partido en la que se lamentaba «d e

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la fa lta de disciplina p o r parte del camarada L iebknecht» y anunciaba tam bién que el grupo parlam entario se ocuparía del asunto.

E'l gesto de Liebknedht le va lió muchos tes­tim onios de adhesión por parte de socialistas ale­manes y extran jeros. Num erosos soldados le es­crib ieron desde el frente. Incluso, en ocasiones, fueron grupos enteros de socialistas los que le fe lic itaron m ostrándose de acuerdo con sus tesis.

E l «m ensa je de s im patía » enviado p o r W illi Schulz, de NeukoIIn, incluía 26 firm as; Georg Schumann, redactor del Le ip z ige r Voíkszeitung, in form ó que se encargaría de la d istribución de las cartas y m anifiestos de Liebknecht; Heleen An- kersm it, de Am sterdam , en «nom bre de muchas m ujeres socialistas de H olanda», le h izo saber di­rectam ente que, gracias a él, «h e escuchado de nuevo la vo z de la In ternaciona l»; E rnst Chrís- tiansen, de Copenhague, fe lic itó «a l p rim er pre­sidente de la In ternacional juven il, p o r su anti­m ilitarism o y sus sentim ientos de fratern idad in­ternacional»

U H u m a n ité del 8 de d ic iem bre se h izo eco en prim era página del vo to negativo del diputado socialista, b a jo e l sigu iente títu lo : «¿P o r qué K arl Liebknecht ha rechazado los créd itos m ilitares?». E l artícu lo subraya «esta acción, em inentem ente valerosa, del doctor K a r l L iebknecht, quien (. . . ) se ha m antenido en sus trece a la hora de la ve r­dad» (2). E l autor insiste sobre el hecho de que Liebknecht no es m enos pa tr io ta que sus colegas, «p ero no d isponía de ningún o tro m ed io para p ro­testar contra e l m ilita rism o alem án que ya com ­batía antes de esta guerra, así com o contra la vio lación de la independencia e in tegridad te rr i­toria l de los países neutrales». Después de haber estigm atizado la reacción de la prensa socialde­m ócrata alemana, que trataba de cubrir de op ro­bio a K a r l L iebknecht, e l au tor del artícu lo con­cluye «que, si la censura alem ana acalla e l grito sordo ( s ic ) de Liebknecht, no por e llo el p ro le ­tariado habrá dejado de escu ch arlo »10.

2. Se votaba contando los diputados sentados y los le­vantados.

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LOS ESPARTAQUISTAS 51

Ya an tes d e l e s c ru t in io , Kautsky h ab ía p rev is to que L ie b k n ec h t se op on d ría . E l 28 de n o v iem b re esc r ib ía lo s igu ien te a V ictor Adler:

«Lo peor del asuntóles que Karl Liebknecht con media docena de seguidores parece decidido no sólo a no votar con nosotros, a lo que tiene completo dere­cho, sino a votar decididamente en contra de los cré­ditos. Esto, posiblemente, no significará todavía la escisión definitiva del partido. Este desgraciado de Karl está cayendo en la ridiculez (...) Su decisión pue­de U.evar a una escisión definitiva»

En esta m ism a carta, Kautsky éxplica que la derecha de la socialdemocracia, «e l grupo David, Heine, Südekum y los dirigentes sindicales, pasa abiertam ente al ataque contra el "centro marxis- ta” » (3). Opinaba que, si el centro hiciera causa común con David, es decir, con la derecha, mu­chos obreros se inclinarían por el grupo Luxem­burgo.

A pesar del respeto y admiración que Liebk­necht despertaba por su coraje, no todos sus ami­gos parlam entarios lo apoyaban. Ledebour, uno de los animadores de la izquierda, consideró que el vo to de Liebknecht fue un «e rro r político». ¿Pero acaso, incluso Franz M ehring y Julián Karski, el prim ero de diciembre, no habían desaconsejado a su am igo K a r l votar en contra de los créditos, aun en caso de quedarse solo?

La prensa socialdemócrata condenó, en térm i­nos generales, m ny severamente el voto de Liebk­necht.E l Volksw acht de B ielefeld, cuyo redactor je fe era Severing, preconizaba «e l castigo de un hom­bre que no sabe supeditar su vanidad personal a los intereses defl. m ovim iento ob rero alemán». E l Voíkszeitung de A ltenburg publicaba la carta de un soldado que «consideraba deshonroso el com­portam iento de Liebknedht» y concluía: «Vencere­mos a pesar de todo»

Rom ain Rolland, por el contrario, manifestósu «adm iración por la actitud del valeroso Liebk­necht». Escrib ió: «Toda Alemania lo insulta y

! - « ' 5 A ; ' c / " >‘ w' c * A H G E N T IN A

3. Las comilíafe •’soií'del ?<(}(}i¿¡

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52g i l b e r t b ad ia

abofetea. Se le echa a la cara, com o si fuera una in juria, e l nom bre de aventurero y extran jero: ep íteto este ú ltim o que posteriorm ente sería para él un ad je tivo g lo r ioso »

En Alem ania, los adversarios más violentos de Liebknecht son los líderes sindicales. Cari Legien, presidente de la Confederación sindical, pronun­c ió una larga y v io len ta requ isitoria , e l 27 de ene­ro de 1915, contra los «anarqu istas» que deseaban hacer exp lotar la organización, y demanda que Liebknecht sea exclu ido del grupo parlam entario. A continuación añade: «S i e l grupo parlam enta­r io socia ldem ócrata hubiera cum plido con su de­ber e l 4 de agosto, posib lem ente la fo rm a exterior de la organ ización habría desaparecido, pero el esp íritu hubiera perdurado, este esp íritu que ani­m aba a nuestra organ ización en la época de las leyes antisocia listas (d e B ism arck ) y que nos per­m itió superar todas las d ificu ltades» Para L e ­gien, e l v a lo r de la organ ización que constituye e l partido es inestim able. «N o sólo lo necesitam os ahora, sino en cualqu ier circunstancia, y especial­m ente lo necesitarem os después de la g u e r ra »13.

E l ataque de Leg ien y los com entarios de K au tsky dem uestran qu e ya en tre la oposic ión de extrem a izqu ierda y la m ayoría socia ldem ócrata ex istía un foso in franqueab le. L a gente se pre­guntaba sobre las posib ilidades de m antener la unidad del p a rtid o y la pa labra escisión co rr ía de boca en boca.

A p a rtir del 2 d e d ic iem bre, y tras ser acusado p o r la d irecc ión del p a rtid o d e no haber seguido la d iscip lina, L iebknech t se esforzaba todavía más p o r popu la riza r sus ideas. A m ediados de enero, durante una reunión a la que asistían casi dos m il personas y que tuvo lu gar en e l b a rr io b e r li­nés de N eukólln , con la presencia de num erosos d iputados y d irigen tes de l partido , L iebknecht m antuvo sus op in iones sin retractarse lo m ás m í­n im o. D urante d icha reunión, h izo prácticam ente p o lvo los argum entos que la m ayoría había u tili­zado pa ra ju s tifica r la aprobación de los créd itos, especia lm ente lo que é l llam aba «chovin ism o de m asas».

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LOS ESPARTAQUISTAS 53

«Pero aceptemos incluso que la gran mayoría del p u eb lo hubiera pedido la aprobación de los créditos.En este caso, la posición correcta de la socialdemocra­cia sería tener en cuenta, desde luego, la opinión de las masas, con el fin 'de estudiarla y sacar conclusio­nes útiles, pero nunca seguirlas ciegamente. El partido debe dirigir a las masas y no dejarse dirigir por ellas, ya que nunca se había pensado o decidido servir sus ideales cediendo a los instintos de masa o adaptán­dose a ellos. A l contrario: luchando contra los instin­tos de las masas ha sido cómo nuestra organización ha crecido y se ha convertido en lo que hoy en día toda­vía es. Lo que el partido debe hacer es representar los intereses de las masas, así como educarlas para q u e comprendan mejor sus propios intereses, de for­ma' que, una vez aclarados, puedan luchar por sus verdaderos objetivos y no estar dominadas y someti­das a los caprichos de las clases dominantes.»

La socialdem ocracia no debe cambiar su polí­tica antiim peria lista de la época de paz por una política p rom ilitaris ta en período de guerra: «Cual­quiera que no com prenda que no podemos utili­zar esta guerra para nuestros fines com o no sea luchando con todas nuestras fuerzas contra ella y no utilizando los m étodos de la "Unión Sagra­da", sino la lucha de clases, es que no ha com ­prendido el ABC de la dialéctica h is tó r ica »18.

Con esta arrem etida, Liebknedht coincidía con las ideas que Lenin desarrollaba en Suiza en la m ism a época; éste creía que los revoluciona­rios alemanes «deben utilizar la guerra para sus propios y Exclusivos fines». Sin embargo, Liebk- neoht n o llegó a profundizar hasta la tesis leni­nista del «d erro tism o revolucionario»; su objetivo inm ediato, y que proponía sin cesar a cuantos le escuchaban, era poner fin a la guerra. Su «gue­rra a la guerra » no hace especial hincapié sobre las condiciones del derrocam iento del régimen actual creadas por ese m ism o sistema generador de conflictos.

Primeros ataques contra la izquierda

Los ataques de las izquierdas, su actividad, el eco d e sus argum entos en ciertos medios del par­tido, p rovocaron una doble reacción. Por vina parte, la d irección de la socialdem ocracia se es­

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fo rzaba p o r silenciarlas, m ientras que, p o r otra, e l gob ierno ponía en acción a sus fu erzas repre­sivas.

A l com ienzo, la d irección del partido se dedicó a p riva r a la oposición de cualqu ier m ed io legal de expresión. Se apoderó de todos los d iarios en los que los oposicion istas gozaban de sim patías y a través de los que pod ía expresar sus puntos de v ista de fo rm a m ás o m enos clara. A m enudo bastaba con sustitu ir a ta l o cual period ista para que cam biara toda la orien tación de l periód ico. Respecto al Schw abische Tagw acht, é l asunto era mucho más delicado, ya que en S tu ttgart la opo­s ición tenía m ayoría dentro del m ism o partido. Para situarles en m inoría , se convocó una asam ­b lea socia ldem ócrata de todo W urtem berg. La d irección consigu ió así que la asam blea in terv i­n iera la redacción del Schw abische Tagw acht y nom brara al d iputado Kei'l, representante del a la derecha, nuevo redactor-je fe . E s to tu vo lu gar en noviem bre de 1914. L a m ayoría , a pesar de la fuerte oposición, ra tific ó la decisión, excepto en Stuttgart m ism o, en donde, sobre 131 delegados, e l 6 de diciem bre, sólo 40 aprobaron las m edidas tomadas. Estos delegados, al verse en m inoría, abandonaron la sala. Los 90 restantes vo taron y aprobaron una resolución condenando la actua­ción de la d irección d e l p a rtid o y con firm ando al m ism o tiem po su apoyo y s im patía en fa v o r de Liebknecht.

Se trataba de una o fen s iva general. Kautsky, e l 11 de feb rero de 1915, se qu e jó de que el ata­que no sólo i'ba d ir ig id o con tra la izquierda, sino tam bién contra é l m ism o. Algunos (es decir, el a la -derecha) deseaban « lib e ra r al partido de todo vestig io m arx ista »:

«N o les será fácil expulsarnos pura y simplemente del partido —escribe a Víctor Adler—, pero hay que reconocer que dominan la dirección y van colocando a sus hombres en lugares clave, 'ocupando una posi­ción tras otra. Con este propósito llegan incluso al terrorismo y a una brutalidad que es apenas imagi­nable. Desde luego no desean una escisión, pero quie­ren controlar totalmente el aparato del partido, rele­gándonos a actuar como simples perros mudos» ” .

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LOS ESPARTAQUISTAS 55

A lg u n o s días antes, concretam ente e l 2 de f e ­brero <ie 1915, se reunió el grupo parlam entario socialdem ócrata para estudiar e l caso de Süde­kum, a quien muchos diputados reprochaban que durante sus v ia jes al extran jero (Suecia, Ita lia y re c ie n te m e n te a Po im an ia )18 actuara más com o em­bajador extraord inario del gob ierno alem án que c o m o diputado socialdem ócrata. S in em bargo, el asunto Südekum fu e olvidado pronto y los e fecti­vos se concentraron entonces en Liebknecht. En opin ión de la m ayoría , su caso era más grave, y Legien re iteró sus demandas de exclusión del par­tido. Se acusaba a Liebkneoht de organ izar giras por e l país, reun ir «pequeños grupos de jóvenes de15 a 18 añ os» y hacerles vo ta r resoluciones contra la guerra. E l acusado se defend ió con energía y m antuvo que no hab ía v io lado n i los estatutos ni el p rogram a del partido, y que, además, la politiza­ción de la juventud era una necesidad, ya que, de lo contrario, esa juventud «sería mañana la carne de cañón». R eiv ind icó el derecho a la oposición dentro del partido, ya que la política que seguía actualm ente, fundam entada en los nombram ien­tos desde arriba, a «d ed o », sólo «benefic iaría a los enem igos de la clase o b re ra »10.

A continuación pasó a l contraataque, dirigién­dose a la derecha del partido, a «estos 20 ó 30 ca­m aradas que el 4 de agosto de 1914 estaban ya dispuestos a v io la r la disciplina del partido» y que ahora invocaban con grandes gritos esta sa­crosanta disciplina. En cuanto a las conversacio­nes que se le reprochaba haber mantenido con los camaradas extranjeros (belgas), Liebknecht ob je tó que se había lim itado a rectificar ciertas in form aciones provenientes de otros camaradas (W en d e l) que le habían preced ido en -Bruselas y que no habían dudado en hacer declaraciones (a su m anera) sobre los debates internos.

A l final, se adoptó una resolución del Comité d irectivo rea firm ando la disciplina del voto (con­cediendo, sin em bargo, a los opositores el derecho a no tom ar parte en la votación, a condición de no dar a este gesto un carácter de indisciplina), tras un quorum de 93 votos contra 4.

A propuesta de Frohme, adoptada finalm ente p or 65 votos contra 26, se fueron votando cada

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56GILBERT BADIA

uno de los p á rra fo s -de la resolución . L iebknech t fue condenado p o r 82 vo tos con tra 15. L eg ien tuvo que re t ira r su p e tic ión de expulsión del partido p o r no ser estatutaria. E sto le conven ía a l ala derecha, pues a la h ora d e ser vo tad a la expulsión de L iebknech t h ab ría s ido rechazada, lo que hu­b iera s ign ificado un vo to de con fianza en su fa ­vor. P o r 92 vo tos con tra 7 se dec id ió que di p ró x i­m o congreso de l partido , ún ico organ ism o facu l­tado p a ra expu lsar a un d iputado, d ec id ir ía d e fi­n itivam en te sobre la suerte de L iebknecht. V a ló ­rese e l p á rra fo s igu ien te: «E s te gru po rechaza las razones invocadas p o r é l (L ieb k n ech t) pa ra jus­tific a r su vo to , ya qu e las considera irreconcilia­bles con los in tereses de la soc ia ld em ocrac ia a le­m ana». S ó lo fu e vo ta d o a fa v o r p o r 58 diputados, m ien tras que 38 se opusieron . D e estas c ifra s se desprende que una gran p a rte d e d iputados du­daban ya, en feb re ro d e 1915, de que los in tereses superiores de la socia ildem ocracia (a q u í no se tra­taba de su p ro g ra m a ) ex ig ieran una p o lít ic a de «U n ión S agrada ».

Las izqu ierdas pu sieron las d iscusiones pa rla ­m entarias al a lcance de los m ilitan tes de base m ed ian te la ed ic ión de fo lle to s d istribu idos clan­destinam ente.

Rosa Luxemburgo encarcelada

Sin em bargo , e l gob iern o ten ía o tros m ed ios para redu c ir a l s ilen c io a los líd eres de la oposi­ción . A este respecto es cu rioso constatar, s in que se p retenda a firm a r que hub iera hab ido acuerdo p rev io , 'la co in c idencia de las m ed idas tom adas: e l 2 de feb re ro , L iebkn ech t es condenado p o r e l C om ité d irec tivo socia lista ; e l 7, es convocado p o r las au toridades m ilita res y é l com andan te de su dem arcac ión le com un ica solem nem ente, y en p resencia de o tro oficiad, lo sigu iente: «A p a rtirde este in stan te es u sted un so ldado y p o r lo tan­to estará som etido a l reg lam en to m ilita r » . Sin em bargo , e l com andante le conced ió p erm iso para qu e pu d iera p a rtic ip a r en las sesiones parlam en­tarias desarro lladas en la D ieta prusiana, tras ad­v e r t ir le sobre «da p roh ib ic ión de p a rtic ip a r en o tra s reun iones que n o sean las parlam entarias,

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LOS ESPARTAQUISTAS 57

así com o cualqu ier clase de agitación ora l o es­crita en A lem an ia o en e l extran j ero, y especial­mente la p roh ib ic ión de lanzar proclam as revo lu ­cionarias». A continuación le leyó varios párrafos del cód igo de ju stic ia m ilita r y las penas que podía esperar en caso de pers istir en su acti­tud 20.

E l 19 de feb rero , Rosa Luxem burgo, que había sido condenada en 1914 a un año de cárcel por propaganda an tim ilitarista , fu e encarcelada, a pe­sar d e que su pena había sido sobreseída por razones de salud; esta condena no expiraba hasta el 31 de m arzo.

Aparentem ente, la oposición espartaquista ha­bía s ido decapitada; sin em bargo, no estaba re­ducida al silencio. N i la d irección del Partido socia ldem ócrata n i el gob ierno habían previsto que num erosos d irigentes obreros eran conscien­tes de que esos m ilitantes perseguidos por su actitud consecuente contra la guerra no eran más que socia listas fie les a las tradiciones y principios por los que e llos m ism os habían com batido. E l nom bre de L iebknech t se convirtió , a partir de finales de 1914, en un auténtico sím bolo de unión.

«P o r la prensa nos hem os enterado de los ata­ques que se lanzan contra usted — le escribió un obrero de B reslau el 2 de feb rero de 1915— , y qu iero m an ifesta rle que aquí, com o en muchos otros lugares, num erosos cam aradas aprecian su actitud con respecto a la gu e rra ...»21.

inicios organizativos

A pesar de saberse v ig ilados p o r la policía, los oposicion istas p ron to sintieron la necesidad de crear una organ ización clandestina, y al principio tra taron de hacerlo en e l seno del m ism o Partido socia ldem ócrata.

«En cada reunión tomábamos la palabra —cuenta Hugo Eberlein—, y a cada momento se iniciaban vio­lentas discusiones con los partidarios de la guerra. En Berlín, empezamos por apoyarnos en Mariendorf y Charlottenburg, mientras que la juventud del grupo lo hacía por Neukólln. Dentro dé estas secciones or­ganizamos fracciones secretas (...) que no tardaron en

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58 GILBERT BADIA

ser vigiladas por la policía, por lo que no hubo más remedio que organizarías ilegalmente»

Fue p rec isam en te en este m om ento cu and. o en Su iza aparec ió un fo lle to con tra la guerra escrito p o r T ro tsk i. Con el o b je to de ev ita r riesgos a los cam aradas alem anes que se encargaban de su d istribución , se in trod u je ron en él algunos cam ­b ios de ca rácter fo rm a l.

«A finales de 1914 —prosigue Eberlein—, comenza­mos a crear una organización clandestina (...) Durante los primeros meses sólo disponíamos de contactos irre­gulares con los camaradas con quienes habíamos en­trado en relación por azar. Sin embargo, tratamos ya desde un principio de conectar con los grupos obreros revolucionarios allí donde sabíamos que, por una. u otra razón, se reunían. Puede decirse que nuestra organización ilegal se creó a base de dichos contactos <4). En cada localidad de cierta importancia, buscábamos un hombre de confianza que debía mos­trarse prudente en las actividades ilegales y que al mis­mo tiempo trataría de buscar nuevos adeptos. Este hombre de confianza, además de mantenerse en con­tacto con la dirección central, se encargaba de orga­nizar la recepción de material propagandístico y de organizar los contactos con los demás responsables de su demarcación. Estos responsables repartían la propaganda entre los obreros de cada ramo. Todo ello lo hacíamos con el fin de que en cada localidad sólo estuviéramos en contacto con un solo camarada (...) A mediados de 1915 ya habíamos establecido contacto con unas trescientas localidades (...) Los camaradas eran casi todos ¡miembros del Partido socialdemóci a- ta (...) A l comienzo se trataba principalmente de jó ­venes obreros revolucionarios, que pronto fueron mo­vilizados, lo cual no im pidió que nuestra organización

4. S in pretender poner en duda la sinceridad del autor del in form e, nos preguntam os si en realidad no transfiere en el m ism o sus preocupaciones da 1925 o 1926 a 1914-1915, ya que fue diez años m ás tarde cuando este in form e pudo ser distribu ido librem ente. Precisam ente en 1925-1926 se d iscutía acaloradam ente sobre la im plantación de células comunistas organ izadas p o r ram os, m ientras que en 1914-1915, por el con­trario , la oposición socialista escogía a los responsables por zonas y no necesariam ente p o r ram os. E l hecho de que E b e r ­lein hab le m ás adelante en este m ism o texto de la «conquis­ta de zonas» y no de «fá b r ic a s » parece confirm arlo .

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LOS ESPARTAQUISTAS 59

siguiera funcionando, ya que fueron sustituidos por ¡hombres ■de anás edad e incluso por mujeres».

E l re lato de Eberlein describe cómo funcio­naba la nueva organización: al principio, su m i­sión consistía básicam ente en repartir m aterial de propaganda. Los prim eros textos clandestinos fueron octavillas editadas en la circunscripción de N iederbarn im , especialm ente un artículo de Julián M aroh lew ski (K a rsk i) titulado «L a social­dem ocracia alemana está en favor de la guerra», que reproducía la correspondencia intercambiada durante noviem bre de 1914 entre Liebknecht y el Com ité d irectivo . E l 11 de enero de 1915, Ernst Schumacher, de Jena, enterado del contenido de] texto a través del cam arada Schumann, de Leip­zig, escrib ió directam ente a Liebknecht (lo que a la vez dem uestra la debilidad o inexistencia del aparato ilega l de difusión propagandística y la popularidad del líd er de la extrem a izquierda) para obtener algunos ejem plares más, haciéndo­le saber que «en Jena, e l pequeño grupo, a pesar de los ataques a que se ve sometido, sigue dis­puesto a m antenerse fie l a los principios antibé­licos defendidos antes de la guerra, y que además crece sin cesar» 23.

En Navidad , la oposición lanzó unos folletos (2.000 aproxim adam ente) titulados «Paz en la tierra ». En feb rero , apareció un fo lleto titulado «E l m undo escupe sangre», igualmente enviado al extran jero. Parece ser que estos textos eran en­viados periód icam ente «a algunos centenares de responsables de la oposición » si.

Puede suponerse que también localmente, en Sajorna, Stuttgart, Ham burgo, Gotha y Dusseldorf, los M in orita rios no sólo reproducían los textos llegados d e Beülín, sino que tam bién editaban sus prop ios fo lle tos . Sabem os que en Dresde, a partir de enero de 1915, circulaban unos pequeños cua­dernos titu lados «L a m ayoría dice — la m inoría d ice». Sin em bargo, estos esfuerzos, en conjunto, seguían siendo dispersos y caóticos, a pesar de que la activ idad de la «oposición resuelta», como ella m ism a se denom inaba, fuera mucho mas im ­portan te de lo que numerosos h is t o r i a d o r e s es - man. Los oposicionistas se daban cuen a

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60 GILBERT BADIA.

necesidad, de una organ ización centralizada; sen­tían sobre todo la necesidad de reunirse y poner­se de acuerdo, y de ahí p rov ienen las tentativas de organ ización tratadas en 'las conferencias na­cionales celebradas en los p rim eros meses de1915.

N O T A S

1. K a rl Liebknecht, Klassenkam pf..., ob . cit., pág. 31.2. Spartakus im Kriege, B erlín , 1927, pág. 23.3. Citado p o r Heinz W ohlgem uth, Burgkrieg nicht Burg -

friedel (abreviación: Burgkrieg...'),"Berlín, 1963, pág. 77.4. C lara Zetkin, Ausgeivahlte Reden und Schriftert, t. 1,

pág. 636.5. Estas tesis fueron publicadas p o r primera- vez por Heinz

W ohlgem uth, Burgkrieg..., ob. cit., págs. 241-248. U na parte de estas declaraciones aparece de nuevo en el proyecto de m anifiesto que figu ra en Klassenkampf..., ob . cit., págs. 36-33.

6 . Sobre las discusiones del grupo parlam entario, cf. Klas­senkampf..., ob . cit., págs. 38 y ss.

7. Texto de la declaración en Dokum ente..., ob. cit. I I , 1, págs. 62-63.

8 . Klassenkampf..., ob . cit., págs. 40-41.9. A lgunas de estas cartas y telegramas aparecen publica­

das p o r W alter Barte l, com o un apéndice, en su obra: DieLinken in der deutschen Sozialdemokratie im Kam pf gegen M ilitarism us und K rieg (abreviación: D ie L inken ...), Berlín ,1958, págs. 599-605.

10. L ’H um anité del 8 de d iciem bre de 1914. E l artículo, f ir ­m ado po r H om o, contiene algunas inexactitudes (d im isión de L iebknecht).

11. V íctor Ad ler, Briefwechsel m it August Bebel und KarlKautsky, V iena, 1954, pág. 606. _

12. C itado p o r W alter Barte l, D ie Linken..., ob . cit., pág. 2 1 2 .

13. Rom ain Rolland, Journal cíes années de guerre, pág. 152.14. Texto completo en Dokum ente..., I I , 1, ob. cit., pá­

ginas 72-76. Este texto h ab ía sido difundido a través del bo ­letín de la sección de N iederbarn im .

15. Sobre este discurso de Legien, cf. H . J. Varain , Frete Gewerkschaften Sozialdemokratie und Staat, Dusseldorf, 1956, págs. 80-81.

16. K arl Liebknecht, Klassenkampf..., ob . cit., págs. "1-/4. Una parte de este texto aparece en Dokum ente..., ob. cit., II,1, págs. 89-93.

17. V íctor Ad ler, Briefwechsel..., o b . ext., pág. 611._18. V e r capítulo precedente, nota 6 . Estas acusaciones es­

taban fundam entadas.19. Sobre este debate, cf. Liebknecht, Klassenkampf..., ob.

cit., pág. 49 y ss., y P rager, Geschichte der U .S .P .D ., Ber-, lín 1921, págs. 54-55. Sobre las visitas a Bélgica, cf., L ’Hum a­nité del 24 de octubre y 16, 17 y 20 de diciem bre de 1914.

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LOS ESPARTAQUISTAS 61

20. La narración de la escena aparece en una carta de Liebk­necht a Haase. V er en «Documentos», tomo I I de ía presente obra, págs. 29-31.necht a Haase. V er sección «Documentos», págs.

21. Esta carta figura en los archivos del Instituto del M ar­xismo-Leninismo de Berlín (que en adelante citaremos bajo la abreviación de I.M .L .), en donde se encuentran, además de los documentos originales, fotocopias de casi todos los documen­tos importantes respecto al movimiento obrero alemán, cuyos originales están en el I.MJL. de Moscú. Ref. N L 1 IV B/6 , folio 150.

22. Esta cita y las siguientes han sido extraídas de un do­cumento inédito, del que lo más importante se cita en «D o­cumentos», tomo I I de la presente obra: informe Eberlein.Durante mucho tiempo, Eberlein se encargó de los asuntos de organización. Además, él mismo fue quien volvió a tratar sobre estos asuntos durante el Congreso en el que se fundó el Partido comunista alemán.

23. I.M .L ., expediente N L 1 IV B/6 , folio 99.24. A este respecto, véase la carta de Liebknecht a Bor-

chardt, publicada en «Documentos», tomo I I de la presente obra, pág. 1 1 , en donde da indicaciones precisas sobre la actividad espartaquista, etc.

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IV . L A R E V IS T A «D IE IN T E R N A T IO N A L E »

Crispien, m iem bro de la oposición, había en­viado desde Stuttgart, el día 5 de enero de 1915, una carta-circular a los camaradas adictos, para proponer la fecha y el lugar de reunión. Dos se­manas más tarde, el 20, h izo saber a sus compa­ñeros que había recib ido respuesta positiva de «K a r l Liebknecht, Luxemburgo, Julián Borchardt (B erlín ), Dissmann (Frankfurt), Menke (Dresde), N otter : (M unich), Bartel (Dantzig), M inster (Duis- burgo), Z im m er (Karlsruhe), Zetkin y Westmeyer (S tu ttg a r t )»1.

La reunión del 5 de marzo de 1915

H ay fundam ento para pensar que estos son­deos de Crispien tuvieron lugar y origen en la reunión desarrollada él 5 de m arzo de 1915 en Berlín, p r im ero en el bufete de Liebknecht, que era abogado, y más tarde, por razones de segu­ridad, en e l p iso de W ilhelm Pieck, en la que participaron alrededor de 50 militantes.

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64g i l b e r t b a d ia

Los nombres que aparecen en las notas de W ilhelm Pieck no coinciden exactamente con los que da Crispien. Según Pieck, se hallaban pre­sentes, entre otros, Franz M ehring, Kathe y H er­mann Duncker (R osa Luxem burgo estaba detenida en la cárcel de Barnim strasse) y Otto Gábel por Berlín ; O tto Rühle, el segundo diputado que se negó a vo tar en fa vo r de los créditos m ilitares, y M erkel, de Dresde; Paul Levi, jo ven abogado dé Frankfurt, que había defend ido a Rosa Luxem ­burgo durante e l p roceso en el que se la condenó a un año de prisión en 1914; Otto Geithner, de Gotha, cuyo periód ico acababa de ser proh ib ido por la autoridad m ilitar, Peter Berten, de Dussel­dorf, y Crispien =.

Esta lista dem uestra que no todos los presen­tes en la con ferencia acabarían siendo esparta­quistas. Crispien, p o r ejem plo, fue uno de los fundadores del Partido socialista independiente, pero nunca llegó a adherirse al Espartaquism o! En esta época, la oposición todavía se hallaba en proceso de form ación . Les unía una hostilidad a la po lítica de com prom iso llevada a cabo por la d i­rección del partido, p ero discrepaban en cuanto a los m étodos a u tiliza r para poner fin a la gue­rra, a la que se oponían, así com o en la aprecia­ción de la situación po lítica in terio r e interna­cional.

La Conferencia d io origen a un em brión de o r­ganización: se designó un grupo de camaradasresponsables para cada región. Cada uno de ellos pod ía así lle va r a cabo los contactos que consi­derara necesarios con los oposicionistas que co­nociera. En p r im er lugar, se trataba de encontrar las d irecciones de los m ilitantes a los que se pod ía enviar propaganda, si b ien no había aún pos ib ilidad de e laborar una p la ta form a po lítica p recisa n i de p ropon er una organización centra­lizada. Cada cual, p o r su cuenta y con sus am i­gos, luohaba lo m e jo r que pod ía y com o creía que deb ía hacerlo. De m om ento, esta acción clan­destina no se salía dél m arco del Partido social­dem ócrata. E l p rincipa l ob je tivo seguía siendo asegurar posiciones dentro del m ism o partido, tra ta r de convencer a los m ilitantes para que le­yeran y d ifundieran los artícu los de los d irigen­

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LOS ESPARTAQUISTAS 65

tes más conocidos, como Liebknecht, Rosa Luxem­burgo y Mehring.

Preocupada por la fa lta de base teórica de la o p o s ic ió n , Rosa Luxemburgo había propuesto «editar una revista mensual dedicada principal­mente a restablecer el contacto con los otros par­tidos socialistas». Buscó y encontró los apoyos financieros necesarios para llevar a cabo este pro­yecto. En una carta del 11 de febrero da las gra­cias a un camarada por su ayuda material y le hace saber que los preparativos avanzan3. Es pro­bable que tuviera ya preparado en ese momento el artículo titu lado «L a reconstrucción de la In­ternacional», antes de ser encarcelada.

Rosa Luxemburgo, siempre optimista, creía que «e l número uno aparecerá a comienzos del mes de marzo. Los artículos están ya en la im ­prenta». Además, estaba segura de tener, en la luoha contra la guerra y contra los «socialchovi- nistas», el apoyo de las masas «m ás avanzadas del socialism o», en el sentido tradicional de la expresión.

Redactar y preparar la revista era relativa­mente fácil, pero editarla era ya otro cantar. Fue durante la reunión del 5 de marzo cuando se en­contró la solución: Peter Berten, gerente del Volks- zeitung de Düsseldorf, aceptó hacerse responsa­ble ante la ley de dicha publicación.

E l prim er y único ejem plar de D ie In ternatio­nale fue rápidam ente puesto a punto y apareció a mediados de abril. Como subtítulo llevaba la siguiente gacetilla: «Revista mensual para la prác­tica y la teoría m arxista». Se había previsto una tirada de 9.000 ejemplares. Los 5.000 destinados a Berlín fueron repartidos durante la tarde del 14 de abril. Los responsables de su distribución los vendieron a los m ilitantes socíaldemócratas en el curso de las reuniones periódicas que tenían lugar cuando los compañeros cotizaban (Zahla- bende), reuniones que constituían una excelente ocasión para encontrarse, discutir sobre los dis­tintos puntos de vista y o ír opiniones sobre la situación política del momento.

E l ala izquierda, con gran prudencia había enviado los m oldes a Suiza, al socialista de Ber­na R obert Grim m , quien llevo a cabo una según

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X66 GILBERT BADIA

edición de 6.000 ejem plares destinados al extran­jero .

El contenido de la (revista

La revista com enzaba con un artícu lo de Rosa Luxem burgo sobre la reconstrucción de la In ter­nacional socialista (1). La autora no sólo atacaba la actitud de la d irección del partido, sino tam ­bién a Kautsky, el teórico del m arasm o «qu e du­rante años había e laborado una teoría reducida al sim ple papel de dócil s irv ien ta de la p rácti­ca o fic ia l del a la conservadora del partido». Kautsky había anunciado la idea de que la In ­ternacional sólo era vá lida en tiem pos de paz. Para Rosa Luxem burgo, esto no era más que un revision ism o «que, com parado con las tentativas anteriores de Bernstein, convierte las teorías de este ú ltim o en m eros juegos inocentes». Rosa, sarcástica, d ice: «E l llam am iento h istórico quefue el M a n ifies to C om un ista recibe ahora un com ­plem ento esencial. H e aquí la vers ión corregida que propone Kautsky: "P ro le ta rios de todos lospaíses, unios durante la paz y degollaos durante la guerra". H oy en d ía gritam os: “ P o r cada ba la­zo que caiga un ruso, y, p o r cada go lpe de bayo­neta, un fran cés” ; mañana, cuando la paz se f ir ­m e, cantarem os: "Unios, m illones de seres hum a­nos, am or del u n iverso” » (2 ).

Para Rosa Luxem burgo, el 4 de agosto revestía una im portancia capital: «E s el hundim iento h is­tórico de una idea un iversa l». Se trataba de sacar conclusiones d e este fracaso, que, en su opin ión, «com p lica y retrasa la liberación de la hum ani­dad de la dom inación cap ita lista ». S in em bargo, no dudó n i un m om ento que e l p ro letariado «debe m antenerse f ie l a su po lítica de clase y a la solidaridad in ternacional», y crear, desde este m ism o m om ento, las condiciones que perm itirán

1. Esta revista ha sido recientemente reeditada en Berlín . Se trata de una reproducción exacta del original, con p re fa ­cio de Heinz Wohlgem uth. (D ie Internationale, *Originalgetreue

Reproduktion », Dietz, B erlín , 1965, pág. 78).2. Se trata de un verso de la Oda a la Alegría de Schiller,

a la que Beethoven puso música en la Novena Sinfonía.

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LOS ESPARTAQUISTAS 67

la re co n s tru cc ió n de la Internacional. Los social- d em ócra tas se h a lla b a n en aquel m om ento ante una d is yu n tiv a fundam ental: La «U n ión Sagrada» o la doctrina de M arx; «Bethm ann H o llw eg o L ieb k n ech t». Es sabido que con la guerra no te r­minaba la lucha de clases. En aquellos momentos, la lucha consistía en actuar de m anera que la gu erra se acabase lo antes posib le y que la paz ob ten id a «corresponda al interés que es común a todo el p ro letariado in tern ac ion a l»,t.

Clara Zetkin , revisando la situación interna­cional, evocó la situación reinante en aquellos momentos en los distintos países beligerantes (Francia, Gran Bretaña y Rusia) y en los países neutrales. Term ina su artícu lo con un llam am ien­to a los socíaldem ócratas para que luchen enér­gicamente en ía v o r de la paz, «con los dirigentes, si así lo deciden; sin ellos, si siguen m ostrándo­se indecisos, y contra ellos, si se os oponen». Franz M ehring com entaba la posición de M arx y Engels respecto a Rusia y denunciaba a los que habían vo tado en fa vo r de los créditos m ilitares basándose en las opin iones de los grandes maes­tros del socialism o.

B a jo el seudónim o de «Johannes KLámpfer». Julián M arch lew sk i escrib ió un artícu lo titulado: «¿Quién su fraga la guerra?», m ientras que Paul Lange analizaba la situación rea l de los trabaja­dores. K á th e Duncker denunciaba a las cama- radas socía ldem ócratas que colaboraban con las burguesas en los servicios de socorro de Berlín y m anifestaba que las m ujeres socialistas debían em plear su energía en la lucha política . H einrich S trobel expon ía la situación del grupo parlam en­tario socia ldem ócrata en e l Landtag de Prusia. Además, la rev ista o frec ía algunas muestras deliteratura nacionalista.

E l nom bre de Liebknecht no aparecía en el sum ario de la revista. P robab lem ente ello se de­b ía a que, com o estaba m ovilizado, no «ten ía de­recho a p ractica r la agitación ».

La d irección del Partido socialdem ócrata reac­cionó con rap idez y S tam pfer h izo publicar en la prensa socia lista una crítica a la revista de los izqu ierd istas que a lertó en seguida a las autori­dades. N u eve días después de la difusión de los

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68 GILBERT BADIA.

p rim eros e jem p la res en B erlín , e l 23 de abril, la d irecc ión del S.P.D. d ir ig ía una c ircu la r a las d i­recc iones reg ion a les y loca les pa ra p reven ir la s de un pequeño b o le t ín ed itado p o r un opos ic ion is ta berlinés, los L ic h ts tra h le n de Julián B orch ard t, y sobre tod o acerca de D ie In te rn a tio n a le . Los au­tores de la re v is ta eran acusados d e ca lum n iar al p a rtid o y a sus d ir igen tes y, p rin c ipa lm en te , de tra ta r de m in a r la u n idad de la organ ización .

D e cara a l p ró x im o con greso in tern o de l par­tido , la m a yo r ía com paraba la d isc ip lin ada acti­tud de K a u tsk y y H aase, que tam b ién m anten ían d iscrepancias in ternas, p e ro sin v io len c ias n i ataques, con la d e R osa L u xem b u rgo y sus am i­gos. L os au tores de los a rtícu los d e la rev is ta D ie In te rn a t io n a le rep lica ron que, le jo s de sem ­b ra r la d isco rd ia en e l seno de l p a rtid o , com o se les acusaba, su ú n ica in ten c ión era d e fen d er los p r in c ip io s soc ia lis tas v io lad os e l 4 d e agosto .

A este p r im e r n ú m ero de D ie In te rn a tio n a le n o le s igu ió n ingú n o tro . Las au toridades m ilita ­res p u s ie ron com o cond ic ión , p a ra la ed ic ión de nuevos e jem p la res , que fu eran som etidos a la censura p re v ia , a lo qu e F ran z M eh rin g se negó. R esp ec to a l p r im e r n ú m ero , su d ifu s ión fu e p ro ­h ib id a ; según d ec la ra ron las au toridades, ib a en con tra de la «U n ió n S a g ra d a » e in v itab a a la po ­b la c ión a m a n ife s ta rs e y a ac tu ar en fa v o r d e la paz, pasan do p o r en c im a de las personas e ins­titu c ion es a qu ienes in cu m b ía le ga lm en te tom a r estas d ec is ion es .

E l é x ito q u e tu vo la re v is ta n o h izo sino es­t im u la r a la op os ic ión . « L a o rgan izac ión d e la d i­fu s ión de la r e v is ta — cuenta W ilh e lm P ieck — nos l le v ó a c e leb ra r reu n iones p e r iód ica s y regu la ­res con los cam aradas de la op os ic ión », a pesar de los p e lig ro s de d e ten c ión a q u e se expon ían . P o r o tra pa rte , « lo s cam aradas se hab ían vu e lto m ás audaces q u e nunca; tan to es as í que, de cara a la reu n ión de m a yo (d e los m ilitan tes social- d em ócra ta s ), en ca rgam os 1.100 e jem p la re s del opú scu lo de Lau fen b erg , de H am b u rgo , t itu la d o «D e m o c ra c ia y o rga n iza c ió n ». A dem ás, h ic im os im ­p r im ir 8.000 e je m p la re s d e los d iscu rsos qu e Le- d eb ou r y S tad th agen hab ían p ron u n c iad o en el R e ich s ta g (s o b re e l es tado de s it io ). M eh r in g es-

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LOS ESPARTAQUISTAS 69

crib io adem as un fo lle to refu tando la «excom u­n ión » lanzada p o r e l C om ité d irectivo con tra D ie In te rn a tio n a le c.

De esta fo rm a , lentam ente, se organizaba el traba jo clandestino, en condiciones cada vez más d ifíc iles d eb ido a la v ig ilan c ia de que eran ob jeto p o r parte de la po lic ía . L a p rim era conferencia nacional se hab ía celebrado sin m ayores d ificu l­tades, p e ro respecto a la segunda (3 ), que debía ce leb rarse con la asistencia de 100 m ilitantes, se p reve ía p rob lem as con la autoridad.

«T o d o s estábam os m u y v ig ilad os p o r la p o lic ía —-cuenta E b e r le in — . Fue entonces cuando K a r l L iebk ­nech t tu vo una id ea sa lvadora ( . . . ) £>1 e ra m iem bro d e l L an d ta g 'de Prusia, y en tre los u jie res hab ía v a ­r io s que eran am igos suyos, a pesar de no com par­t ir s iem p re las m ism as ideas. L iebkn ech t se las arreg ló de m anera que aquéllos estuvieran de serv ic io un ¿Lía d e fies ta . Aisí fu e cóm o la reun ión pudo llevarse a cabo en e l m ism ís im o Lan d tag prusiano. M ientras la p o lic ía y e l e jé rc ito v ig ilab an y reg istraban todos lo s cafés, n oso tros nos reun íam os tranqu ilam ente en el P a r la m en to » e.

En e l m om en to en qu e apareció D ie In te rn a ­tiona le , la d iv is ión no se 'había consum ado toda­v ía d e fin it ivam en te . C om o se recordará, en e l es­c r ito de C lara Z etk in figu raba la frase: «co n los d irigen tes , si así lo deciden ». E s to s ign ifica que aún n o se h ab ía p erd ido la esperanza de que E b ert o Scheidem ann acabasen «p o r decid irse». Cabe destacar que en tre los autores de la citada rev is ta figu rab a H e in rich S tróbel, fu tu ro líd e r del P a rtid o soc ia ld em ócra ta independiente, quien f i ­na lm en te no se adh irió al m ov im ien to esparta- quista.

Los espartaqu istas d ifund ían tan to sus propias op in iones com o las de- Lau fenberg , e incluso las de Ledebou r, a p esar de las d ivergencias e incom ­p a tib ilid ad es que opon ían a este ú ltim o con L ieb k ­necht, p o r e jem p lo .

A fin a les de 1915 y com ienzos de 1916, la situa-

3. E stas dos conferencias tuvieron lugar en enero y m ar­zo de 1916. A l respecto, véase el capítu lo V I I .

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ción cam bió: p o r una parte, la oposición se re­forzó , pero, p or otra, se escindió en varios grupos. Ta l com o lo destacó Rosa Luxem burgo al salii de la cárcel, se p rodu jo un proceso de c la rifica ­ción. Desde luego, esta evolución no se debió a la persp icacia de ningún político , sino que fue esencialm ente e l fie l re fle jo — el resultado— de los cam bios que se operaban poco a poco en el seno de las masas.

La guerra, al prolongarse, se fue haciendo cada vez más dura. Los frentes se estabilizaron en las trincheras. Los soldados con perm iso contaban la atroz existencia del com batiente, los largos invier­nos en m ed io del barro, los asaltos m ortales casi en su m ayoría para conquistar tan sólo cien m e­tros de terreno que vo lverían a perderse a los ocho días. A esto se añadían los lam entos de las fam ilias en la retaguardia, en situación de crisis creciente. E l pan, las patatas, y e l d inero se esfu­maban. Em pezaron a surgir dudas por todas par­tes y el descontento se h izo patente.

Y a en su carta del 11 de feb re ro de 1914 a W inckler, R osa Luxem burgo hace notar a la vez el in terés de los m ilitan tes p o r las discusiones que tienen lugar en di in te r io r del partido ■— 600 presentes en una asam blea de los socialdemó- cratas d e Charlottenburg— y la oposición de la m ayoría de los m ilitantes berlineses a la política llevada a cabo p o r la d irección del grupo parla­m en ta r io 7. En 1915, y especia lm ente en Berlín , la oposición estaba en cam ino de con tro la r la direc­ción de la organ ización del partido.

A pesar de este éx ito local, el año que term i­naba fu e para la izqu ierda socia ldem ócrata un año desdichado. H ay que recordar que, en otoño de 1914, se esperaba que la guerra sería b reve y que e l p a rtid o no se d iv id iría . Estas esperanzas no se cum plieron en absoluto. Adem ás, exceptuan­do algunas ciudades, la izqu ierda ten ía aún pocos seguidores. E l estado de s itio ahogaba las voces de la oposic ión y sus m edios de d ifusión no ha­b ían rebasado todav ía e l estad io artesanal. Eran conscientes de que cada d ía resu ltaba más d ifí­c il reagrupar a la oposición a lrededor de concep­tos claros, fundam entados en un p rogram a pre­ciso.

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LOS ESPARTAQUISTAS 71

Sin em bargo, entre los futuros espartaquistas no había ni rastro de desánimo.

NOTAS

1. Cf. Heinz Wohlgemuth, Burgkrieg..., ob. cit., pág. 98.2. W ilhelm Pieck, Gesammelte Reden und Schriften, Bd. I,

Berlín , 1959, pág. 333.3. Carta de Rosa Luxem burgo a Winckler, industrial de

Arnstadt, Turingia. V er en «Documentos», tomo I I de la pre­sente obra, págs. 33-34.

4. E l artículo de Rosa Luxemburgo es reproducido íntegroen su obra Ausgerwiihlte Reden und Schriften, Berlín 1955 Bd. I I , págs. 517-532.

5. Notas inéditas de W ilhelm Pieck. Citado por WalterBartel, Die- Linken..., ob. cit., págs. 229-230.

6 . V er al respecto el informe Eberlein, en «Documentos», temo I I de la presente obra, pág. 22.

7. Ver en «Documentos», tomo I I de la presente obra, págs. 33-35, el texto completo de la carta de Rosa Luxemburgo.

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V «E L E N E M IG O P R IN C IP A L . . . » (F IN A L 1915)

E l p rob lem a cen tra l de las discusiones de la oposición en 1914 había sido el carácter de la gue­rra. En 1915, la conclusión de dicha guerra es la cuestión sobre la que se centran los deba­tes. ¿Qué paz pod ía esperarse? ¿Pod ía esperar­se un éx ito m ilita r? S i así fuera, ¿quién se apro­vecharía de la v ic to r ia ? Pero, sobre todo, ¿cuáles eran los m e jo res m edios para term inar con la lucha?

Las perspectivas de un segundo invierno en guerra inqu ietaban m ucho a la población. En m ar­zo de 1915, se em pezó a racionar el sum inistro de pan. A fina les del invierno, las patatas com en­zaron a escasear en varias grandes ciudades, lo que en B er lín p rovocó m anifestaciones delante de m uchas tiendas y alm acenes. S i b ien e l des­em pleo se había reducido lentam ente, los pre­cios de todos los .productos alim enticios subieron hasta casi en un 50 % en el transcurso de un año, según cálcu los de K uczinsk i \

Una n ota del p re fec to de po lic ía del 13 de fe ­b rero de 1915 d ice lo siguiente:

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74 GILBERT BADIA

«E s te aum ento de precios, la escasez de patatas y las d iferentes m edidas tom adas para m antener los stocks de harina y cereales han causado, si b ien p ro ­visionalm ente, honda preocupación en las capas in fe ­riores del pueblo, fác ilm en te in fluenciab les p o r c ir ­cunstancias exteriores, y han deb ilitado la con fianza en la posib ilidad de que A lem ania pueda resis tir económ i­cam ente» 2.

En el p lano m ilitar, las perspectivas no pa­recían m ejores. En Galitzia, los austro-húngaros habían sufrido graves reveses; la esperanza de de­rrotar defin itivam ente a Rusia y term inar con la guerra en dos frentes a la vez parecía esfumarse. E l em pleo de nuevas armas (e l 22 de abril de 1915, los alemanes utilizaron por p rim era vez gases as­fixiantes en el fren te occiden ta l) no d io el resul­tado esperado, ya que el enem igo ha lló la fo rm a de protegerse de ellas y, a su vez, pasó a em plear­las de inm ediato.

Las tentativas alemanas de im ped ir que Ita lia declarara la guerra a Austria-H ungría fracasaron : el 23 de m ayo, el gob ierno de R om a proclam ó el estado de guerra con esos países.

Com o ya no se v is lum braba una v ic to r ia m i­lita r inm ediata, se em pezó a hab lar de paz. C ier­tos grupos com enzaron a dar a en tender b a jo qué condiciones la paz les pa recería posib le. En un m em orándum enviado al C anciller el 20 de m ayo, 6 asociaciones industriales precisaban los te rr ito ­rios que deseaban anexionarse. Ta les re iv ind ica ­ciones no fac ilitaban en nada la posición de la so­cia ldem ocracia, m ás sensible que los partidos de dereoha a la agravación d e la s ituación in terna del país.

Bethmann Hollweg y la socialdemocracia

A princip ios de 1915, asistim os a una m an iobra de «g ra n es tilo » del can c ille r B ethm ann H o llw eg , quien se es fo rzaba p o r m o d ific a r la naturaleza in terna de su m ayoría : si hasta la fecha el go ­b ierno se hab ía ben e fic iado prin c ipa lm en te del apoyo de la derecha y de l centro-derecha, B eth ­m ann qu isiera ahora apoyarse en el Z e n tru m , el P a rtid o p rogresista y la socia ldem ocracia . O pi­naba que la guerra y la «U n ión S agrad a » eran la

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LOS ESPARTAQUISTAS 75

erran ocasión para in tegrar sólidam ente a la so­cialdem ocracia en el régim en, y convertirla así en un partido más, com o todos los otros. E n su opinión, esto sólo era posib le si e l ala derecha revision ista im pon ía defin itivam en te su autoridad en la organización. De esta form a, la socia ldem o­cracia renunciaría a. sus fines revolucionarios, aceptaría la m onarqu ía y el m anten im ien to de un gob ierno parlam en tario (1 ), a cam bio de lo cual el gob ierno llevaría a cabo ciertas re fo rm as : m o­d ificación del sistem a e lectora l prusiano y una progresiva supresión de las m edidas de d iscrim i­nación respecto a los socia ldem ócratas. E n pala­bras del secretario de Estado Delbrück, se trataba de « lle v a r a cabo una re fo rm a en la socia lde­m ocracia en un sentido nacional y m on á rq u ico s». Esta reorien tac ión p o lítica era sostenida p o r una fracción de las fuerzas económ icas d irigentes; otra fracción , es c ierto , seguía apoyando y ani­m ando a los conservadores, s iem pre opuestos a cualqu ier re fo rm a y a toda concesión a la social^ dem ocracia. Adem ás, estos conservadores dispo­nían d e l apoyo de una buena parte de los altos funcionarios prusianos.

E l 9 de d ic iem b re de 1915, e l C anciller expre­só claram ente sus ideas en un in fo rm e adjunto a una nota del m in istro del In te r io r de Prusia, Von Loeb e ll:

«E n con ju n to , la soc ia ldem ocracia s iem pre ha de­seado serv ir a la p a tr ia y co labora r activam en te en m odelarla . N o v eo una actitud pasajera, s ino m ás bien una s ituación estab le y perm anente, que ya desde an­tes de la gu erra h ac ía que los m e jo res elem entos social­dem ócratas lo consideraran com o un idea l hacia el cual d eb ía m archarse ( . . . ) S er ía un e r ro r fa ta l tratar de ap rovech ar la m ás m ín im a ocasión para “ desinte­g ra r del s is tem a” a la socia ldem ocracia , y , sin em ­bargo , m ucha gen te de derechas está siem pre dispues­ta a e l lo » 4.

E l secretario de Estado Delbrück, uno de los p rom otores de la p o lítica in te r io r de Bethmann,

1. Durante el I I Reich, el Canciller era designado po r el em perador, escogía sus m inistros fuera del parlamento y no era' responsable ante el m ismo.

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76 GILBERT BADIA

justificaba las concesiones liechas a la socialde- m ocracia con el fin de im ped ir «que el descon­tento ganara terreno». En 1916, el gobierno ex­presó claramente que se trataba de ev itar que «1 os extrem istas agrupados alrededor de Liebk­necht y Haase reciban nuevos re fu e rzo s »B.

Esta política fracasó durante la guerra, y, en cierto modo, se realizó durante 1918, en el m omen­to de la revolución, pero esta vez ba jo la in iciati­va de la propia socialdem ocracia. De m om ento no se puso en práctica debido a la intransigencia de la derecha y de los je fes m ilitares.

Cuando Bethm ann H o llw eg fue prácticam en­te echado a la calle por el em perador, los espar­taquistas explicaron con toda razón: «E l Canci­lle r ha caído no porque la m ayoría (se trata de la nueva m ayoría de centroizquierda, que incluía a la socia ldem ocracia ) lo encontraba demasiado reaccionario, sino porque era dem asiado “ libera l” a la v ista de los conservadores y de los pangei-- m anistas» a.

Esta tentativa de buscar acuerdos con la social­dem ocracia p o r parte del Canciller co incid irá con la am pliación y desarro llo de la oposición social­dem ócrata. A m ed ida que cundía e l descontento en tre las masas, la m inoría socia ldem ócrata cre­cía y se tornaba más agresiva. La m ayoría del partido se v io ob ligada a increm entar sus exigen­cias, a re iv in d icar nuevas satisfacciones, solicitar re form as más im portantes, insistir en sus deseos de paz y a com batir, cada vez con más energía, las ansias anexionistas de los pangerm anistas.

L a extrem a izqu ierda precisa su posición

La oposic ión popu lar con tribuyó a p rovocar la ruptura, ya que, desde el p rinc ip io , los m edios gubernam entales estaban de acuerdo sobre hasta dónde debían lle ga r en sus concesiones. «E l ca­m ino del gob ierno term ina a llí donde Ja (soc ia l- ) dem ocracia desea v e r com enzar e l suyo: fren te a los asuntos constitucionales, ante e l reparto del p oder in terno en tre el gob ierno y la (representa­ción pop u la r» 7.

P o r su parte, K a r l L iebknech t y sus cam aradas precisaban su posición fren te a los prob lem as del

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partido . Fn un fo lle to firm ado por Junius (2 ), que R osa L u x em b u rg o escribió en abril de 1915 en su celda de la cárcel de Barnimstrasse, pero que no pudo aparecer hasta un año más tarde, en abril de 1916, se analiza « la ? crisis de la socialdemo­cracia».

Concretamente, Rosa demuestra cómo la agra­vac ión de las contradicciones imperialistas ha con­ducido a la guerra, esta guerra abiertamente pre­parada desde hacía varios decenios. La masacre general, diaria, en correspondencia con el enri­quecimiento de los que comerciaban con la gue­rra, constituía el verdadero y auténtico rostro, el horrib le rostro de una sociedad cuyos años de paz y de legalidad aparentes disimulaban su fealdad.

Más adelante, Rosa, siem pre deseosa de edu­car a las masas, trazaba a grandes rasgos la evo­lución del m ovim iento obrero desde la Comuna de París: recordaba las afirmaciones rotundas de la socialdem ocracia sobre la guerra, que, según se decía, sería «e l crepúsculo de los dioses del capitalism o»; citaba extensamente pasajes de la prensa socialdem ócrata de los días 24 y 25 de ju lio de 1914: «L os hombres que están en el po­der — escribe el Bergische Arbs.iterstim m a, de So- lingen— no osarían arriesgar la vida de un solo soldado alem án para defender la crim inal política de los Habsburgo, sin desencadenar contra ellos la cólera del p u eb lo »8. Sin embargo, el 4 de agos­to, la d irección socialdem ócrata traicionó todos los principios, negó la lucha de clases y además pro­longó la guerra, «en donde son asesinadas día tras día las m ejores fuerzas, las más inteligentes y pre­paradas del socialism o internacional...».

A lternando la iron ía con la emoción, Rosa nos describe las facetas de la guerra:

«¡Alemania por encima de todo! ¡Viva la _democra­cia! ¡Viva el zar y el eslavismo! ¡Diez mil tiendas de campaña garantizadas! ¡Cien mil kilos de tocino y ca-

2. B a jo este seudónimo aparecieron en Londres, entre 1769 y 1772, varias cartas que atacaban claramente a los políticos y al rey Jorge I I I , a quienes se reprochaba sus tendencias ab ­solutistas.

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f é para se r en tregados d e in m ed ia to ! ( . . . ) ¡Los d iv i­dendos suben y los p ro leta rios caen! Y cada uno de e llos es un com ba tien te del p orven ir , un soldado de la revo lu ción , un h om bre capaz de lib e ra r a la H um a­n idad del yu go cap ita lis ta que se d ir ige hacia la tum ba».

Deseosa de com b a tir el argum ento de la d irec­c ión del partido , según la cual existía la necesi­dad de d e fen der la pa tria am enazada, R osa Lu­xem bu rgo p ropon e para esta socia ldem ocracia la pos ib ilid ad de estab lecer un p rogram a nacional y la instauración de una G ran R epúb lica alemana (m ien tras que, para Lenin, la única v ía justa para el p ro le ta r iad o revo lu c ion ario es declarar la gue­rra a la burguesía de su respectivo pa ís ). Rosa negaba — punto sobre e l que Len in no estaba de acuerdo— la pos ib ilid ad d e guerras justas, guerras nacionales en la época de l im peria lism o. Por otra parte, en e l fo lle to escrito a p rin c ip ios de 1915, Rosa Lu xem bu rgo d ir ig ió sus ataques p rinc ipa l­m en te con tra la d irecc ión socia ldem ócrata , o lv i­dándose de las responsab ilidades de l-os cen tris­tas (3 ). L en in no co in c id ía con ella ; a firm aba que «n o se puede com pren der n i i r m ás a llá de la crisis d e la soc ia ld em ocrac ia sin pon er al des­nudo la im p ortan c ia y e l papel de las dos tenden­cias , la tendencia ab iertam en te oportun ista (L e ­gien , D avid , e tc .) y la tendencia qu e enm ascara su oportu n ism o (K a u tsk y y con so rtes )» ®.

A lgunas sem anas m ás tarde, K a r l L iebknecht redactó , con ocas ión de la en trada de Ita lia en la gu erra (m a yo 1915), un escrito que tu vo una re ­percu sión con s iderab le : Pa ra cada u n o , el p r in ­c ip a l en em igo está en su. p ro p io país. L iebknech t destaca, en p r im e r lugar, las causas y ob je tivos de esta guerra , los cuales están perfectam en te c la ros p a ra e l pueblo, así com o la vo lun tad , cada vez m ás ev iden te , de ob ten er la paz lo antes posi­b le . M ás adelan te com en ta y p rec isa el títu lo de su escrito :

3. Len in , cuando le ía y criticaba a Rosa Luxem burgo so­bre este punto, a l oponerle, por ejem plo, el artícu lo de Otto R ühie del 12 de enero de 1916, ignoraba que en esa época (co ­m ienzos de 1916) todos los espartaquistas denunciaban ya con v igor la poca energía de los centristas.

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LOS ESPARTAQUISTAS 79

«E l enem igo principal del pueblo alemán está en Alemania: es e l im peria lism o alemán, el partido ale­mán de Ja guerra (. .. ) A este enem igo es al que el pueblo alemán debe com batir ( . . . ) Sólo tenemos en co­mún intereses con e l ■pueblo y nada con un gobierno que se dedica exclusivam ente a la represión, política y social. Nada para este gobierno, todo para el pueblo alemán».

En otro texto, Liebknecht polem izaba con Da­vid, conocido m iem bro del ala derecha del S.P.D., que acababa de publicar (a principios de 1915) un fo lle to titulado: La socia ldem ocracia en la gue­rra m undial. En él estudiaba y analizaba a fondo el argumento, usado m uy a menudo por los so- cialdemócratas, de que una derrota de Alemania acarrearía grandes desgracias para toda la so­cialdem ocracia: porque creían que « la supervi­vencia del régim en capitalista es inevitable in­cluso para el posib le vencido». H e aquí precisa­mente el em brión de la teoría leninista sobre el derrotism o revolucionario. Por su parte, Liebk­necht propon ía que el proletariado denunciase la «U n ión Sagrada» y «se asegure el dom inio y con­tro l de la guerra, la victoria... y la d e rro ta »10.

E l escrito de Liebknecht parece ser que tuvo una gran difusión. Un in form e de la policía del 21 de jun io de 1915 se re fiere a é l de la siguiente m anera: el partido de oposición extrem ista nocesa «d e hacer propaganda en favor de una paz rápida, tanto en los m edios burgueses como en ios socialistas. D istribuye opúsculos que rebosan odio y organiza m anifestaciones en las calles».

E l año 1915 marca, sin duda alguna, el paso que va de la sim ple distribución de octavillas, fo ­lletos, artícu los, etc., a las demostraciones públi­cas. M anifestaciones modestas en las que parti­cipaban principalm ente m ujeres: el 18 de marzo de 1915, entre 150 y 200 m ujeres se reúnen de­lante del Reichstag; el 28 de mayo, nueva mani­festación en fa vo r de la paz frente al P a r la m e n ­to (4 ); e l 28 de octubre, entre 200 y 250 mujeres socialistas consiguen que sus protestas sean leídas

4. W ilhelm Pieck, que la había organizado, fue detenido durante la manifestación.

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por e)l Com ité d irectivo que está en plena sesión. Se desarrollaron tam bién acciones en fa vo r de un m ejo r abastecim iento: saqueo espontáneo de una carnicería y m anifestaciones callejeras de toda ín­dole.

Relaciones entre los ¡centristas ¡y la extrema izquierda

E l m alestar popular se tradu jo en e l plano po lítico en tomas de posición más claras p o r par­te de las distintas corrientes o tendencias social- demócratas.

En m ayo de 1915, K a r l L iebknecht había tra ­tado en vano de reunirse con todos los diputados de la m inoría socialdem ócrata, lo cual con firm aba su opinión de que la oposión estaba tota lm ente dividida. S in em bargo, L iebknecht no cesó en su intento de convencer a sus am igos centristas de que se im ponía una acción enérgica.

Junto con E m st M eyer, Julián M arch lewski, H einrich Stróbel, Ledebour, Lau fenberg y H er­mann Duncker, redactó, el 9 de ju n io de 1915, una carta de protesta que hacía un llam am iento con­tra la po lítica del 4 de agosto y sugería que se pasara a la acción. Este texto tendía a atraerse a los centristas que todavía dudaban. Fue d istri­buido p o r tod o el Reich m ediante más de 100.000 ejem plares im p resos11. Esta «ca rta de p ro testa » fue firm ada p o r un m illa r de socialdem ócratas responsables dentro de la organ ización y en dos sindicatos, e iba d irig ida a la d irección del par­tido.

Los centristas — Kautsky, Haase y B em ste in— llegaron a la conclusión de que no pod ían perm i­tir que sólo la extrem a izqu ierda denunciara la política de «U n ión Sagrada». E l 19 de jun io de1915 publicaron en el L e ip z ige r Volkszeiturvg el m anifiesto «L a exigencia del m om en to » ( Das Ge- bot der S tunde ), que constituye la p la ta form a po­lítica del centrism o, y en el cual se oponían va­gam ente a la d irección d e l partido, criticaban la «U n ión Sagrada» y preconizaban una paz dem o­crática, pero repudiando cualquier acción de m a­sas.

Por otra parte, el 20 d e m arzo, en el m om ento del escrutinio sobre los nuevos créd itos m ilitares.

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LOS ESPARTAQUISTAS 81

una treintena de diputados socialdem ócratas aban­donó la sala para no partic ipar en la votación . Este hecho se rep itió el 20 de agosto en circuns­tancias análogas. En una carta escrita a V íc to r Adler, un año más tardé, Kautsky explica la p ro ­funda razón de su tom a de posición:

«E l p e lig ro p roven ien te de E sparta co es grande. Su extrem ism o corresponde a las necesidades actuales de grandes capas incultas ( . . . ) S i la izqu ierda del grupo parlam entario -(los cen tristas) se hubiera m anifestado a firm ando su au tonom ía un año antes, el grupo E s ­pa rtaco no había consegu ido ninguna im portancia (. . . ) Som os el cen tro y de nuestra fuerza depende que podam os equ ilib rar o no las fuerzas de dereoha e iz ­qu ierda » 12.

La dirección del partido d io a su vez a cono­cer su punto de vista, en un texto publicado el23 de junio. Dos días más tarde, los m ism os argu­mentos aparecían en un docum ento d irig ido al Canciller del Reich. La d irección del partido no se solidarizaba con la p o lítica de conquista, pero es necesario analizar esta tom a de posición. E l socialista H eilm ann escribió, el 2 de ju lio de 1915, en el Volk.sstim.me d e Chemnitz, lo siguiente: «U na guerra defensiva no se transform a fácilm en­te en una guerra de conquista». Südekum se con­vertía, en el H a m b u rger E ch o , en el campeón de algunas «rectificaciones de fronteras y de nexos económ icos» con los Estados vecinos. Incluso Da­vid escribía, el 19 de agosto de 1915, en sus tesis sobre los fines de la guerra: «R eun ir los territo­rios polacos y rusos ocupados en un Estado autó­nomo, aliado de A lem ania y Austria-Hungría, sa­tis facerla totalm ente las aspiraciones nacionales de este pueblo tan duram ente puesto a prueba y constitu iría, en el p lano m ilitar, la m e jo r ga­rantía para nuestras fron teras o r ien ta les »13.

Sin em bargo, es necesario ev ita r e l caer en dos errores. A l in tentar exponer las tendencias in ter­nas de la socia ldem ocracia en 1915, se las crista­liza y aísla, aunque entre estos grupos existían todavía num erosos lazos de com unicación. Desde luego no entre L iebknecht y Südekum, pero sí en tre los centristas y la d irección del partido p o r una parte, y entre los centristas y la izqu ierda,

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82 GILBERT BADIA

con sus diferentes corrientes, por otra. Ledebour hacía de puente entre L iebknecht y Haase. Todos eran aún m ilitantes de un m ism o partido y todos o casi todos, en 1915, lo m anifiestaban así. ¿Acaso la carta de protesta no se presentaba com o alter­nativa: «L a salud del partido o su destrucción»? Liebknecht no había sido todavía excluido y en agosto seguían las discusiones en los diversos niveles.

Por otra parte, cada corriente principa l se subdividía a su vez en una serie de pequeñas frac­ciones, que tan pron to se reagrupaban y se fun­dían com o se separaban de nuevo. La izquierda no estaba menos d iv id ida que el p rop io parti­do. A com ienzos de abril de 1916, e l d iario so­cialdem ócrata de Chem nitz distingue 6 grupos en la m inoría : e l Espartaquism o, e l grupo deLiichtstrahlen (d e Julián B orchard t), el grupo Le- debour-Adolf H offm ann, el grupo Ne-ue Ze.it (es decir, Kautsky), e l grupo B em ste in y la m ayoría de la m inoría, encabezada por H aase y sus am i­gos 14. Evidentem ente, el C heinn itzer V o lk s tim m e exageraba la d ivisión de la oposición, pero las di­vergencias eran reales. Según S chorske1S, «las dos tendencias de la oposición coexistían dentro de una mutua hostilidad ». H ay que añadir que esta hostilidad no im pid ió, y aún m ucho menos en provincias, que se llegase a acuerdos ocasionales.

Cuando Liebknecht rehusó vo ta r en fa vo r de los créditos, en d iciem bre de 1914, Ledebour de­c la ró que era «un e rro r p o lítico que tendía a p rovocar una d ivisión sobre una línea fa lsa», a lo que Liebknecht rep licó que lo que hacía fa lta en aquel m om ento era sacudir a las gentes y aclarar­les las cosas, y no suscitar reagrupam ientos sobre una línea confusa.

Cuando, a finales de 1915, L iebknecht decid ió u tilizar la tribuna del Reichstag haciendo al Can­c iller «pequeñas preguntas», no sólo fue am onesta­do por el Com ité d irectivo del partido; Stadtha- gen, diputado de la m inoría, unido a la oposición en diciem bre, le d ir ig ió una vehem ente carta: «L e ruego que renuncie de inm ediato a pregun­tar tales cosas ( . . . ) Su opin ión sobre la situa­ción (. . . ) es totalm ente errónea ( . . . ) A l obrar

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asi (... ), se convierte en cómplice de la continua­ción de la guerra (. . . ) Usted obstaculiza v hace inútiles nuestros esfuerzos por reunir el "núme­ro de firm as necesarias, e tc .»T0. A l negarse Liebk­necht a no e jercer el derecho de preguntar, fue automáticamente excluido de las deliberaciones del grupo parlam entario de la oposición. «Así, esta m inoría, todavía en estado fetal, empezó á excomulgar. Su prim era acción fue, antes de co­menzar su carrera histórica, m i excomunión.» Sin em bargo, ello no im pidió que el nombre de Lieb- k n eoh t figu rara en e l texto que la m inoría entregó el 21 de diciem bre para justificar el rechazo de los créditos m ilitares.

Resulta curioso que, en la conferencia socia­lista internacional que se reunió en setiembre, en Suiza, los representantes del Grupo de la Internacional, es decir, los futuros espartaquistas, Bertha Thalheim er y Ernst Meyer, unieran sus voces a las de Ledebour y A do lf Hoffm ann en contra de las resoluciones de los bolcheviques, aprobadas en Zim m erwald por Julián Borchardt y en K ien thal p o r Paul Frólich. En la revista di­rig ida p o r Kautsky, Die Neue Ze.it, Ernst Meyer rindió cuenta, en térm inos muy prudentes, de la conferencia de Kienthal.

En realidad, sobre este asunto, los esparta­quistas estaban divididos. Rosa Luxemburgo no esperaba nada bueno de estas reuniones interna­cionales en las que, en su opinión, participaban dirigentes que no estaban respaldados por «tro ­pas». E lla creía que el camino a seguir era in­verso. P rim ero agitar, m ovilizar y ganarse a las masas, y después convocar una reunión en la cumbre. En una carta a Clara Zetkin del 18 dé octubre, y todavía más claramente en una car­ta a Leo Jogiches del 8 de diciembre de 1915, explica sus reservas: «Lam ento no haber sido in­form ada a tiem po sobre el proyecto de Zimmer­wald. Opino que se trata de un fracaso e inoluso de un error catastrófico que ya desde el comien­zo orienta poi~ un camino equivocado el desarro­llo de la oposición (la socialdemocracia) y la In­ternacional». Liebknecht, por el contrario,^ a tra­vés de Sofía, su mujer, envió un mensaje a la conferencia que contenía la famosa expresión:

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84 GILBERT BADIA

«B u rg k r ie g , n ich t B t irg fr ie d e » (5 ). Opinaba que Z im m erw a ld p od ía ace lerar la h ora de la acción.

A fina les de este año 1915, las cosas no estaban claras en las m entes de la m ayoría de los revolu­c ionarios alem anes. L iebknech t denunciaba con v ig o r la b landura e indecisión de los centristas, p ero en el fon d o no hab ía renunciado a atraérse­los hacia sí. T a l com o lo m an ifestaba en su carta a Z im m erw a ld , qu ería «h acer avanzar a los inde­cisos aunque sea a go lpes de lá t ig o », y no desea­ba rom p er con ellos. E l 12 de enero de 1916, Otto Rüh le dem uestra en un artícu lo que la escisión es in ev itab le , aunque es in teresante hacer n o ta r que d icho a rtícu lo to d a v ía se pub lica en el V orw arts , ó rgano cen tra l del P a rtid o socia ldem ócrata . Los’ cam bios ocu rridos en e l Parlam en to (e l 20 de m ar­zo de 1915, R ü h le un ía su «n o » a'l de L iebknecht y abandonaba la sala ju n to con o tros 30 diputa­d os ) le lle va ro n a c re e r que era p os ib le un cam ­b io . R osa Lu xem bu rgo estaba m uoho m ás preocu ­pada que é l con respecto a la necesidad de una c la r ifica c ión teórica , ya que a firm a r -simplemente que debe «v o lv e r s e » a los «v ie jo s p rincip ios socia­lis ta s » n o le p a rec ía su ficien te. H ab ía que v e r las cosas claras, aunque fu era a costa de asustar a P ed ro o a Pab lo , y ad op ta r una posic ión de p rinci­p io in equ ívoca . A pesar de todas estas conside­raciones, R osa Lu xem bu rgo s igu ió dudando de se­pararse o rgán icam en te del P a rtid o socia ldem ó­crata.

E n B erlín , la op os ic ión consegu ía m ás y m ás adeptos. S in em bargo , este p rogreso represen­taba un recru dec im ien to de la hostilidad por p a rte de la d irecc ión soc ia ldem ócra ta y de la p o li­cía . E n el inf-orme m ed ian te e l cual e l je fe de po­lic ía de B e r lín p on ía regu larm en te a l corrien te a la C an cillería sob re e l c lim a de la capital, po­dem os lee r 'lo sigu iente, con fecha 26 de jun io de 1915: «E n el p a rtid o (soc ia ld em ócra ta ), lose lem en tos m oderados parece que no só lo piensan m al, sino qu e tam b ién esperan m edidas rigurosas p o r p a rte de los poderes púb licos contra los agi-

5. Bitrgfriede que aqu í se traduce, por conservar el para­le lism o con Burgkrieg, p o r «p az interior», corresponde a la fó rm ula castellana: «U n ión Sagrada».

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LOS ESPARTAQUISTAS 85

tadores extrem istas»” . En este caso, la policía no se re fería n i a la derecha ni al centro del partido, sino a Liebknecht, cuya agitación era cada vez mas molesta.

Se pensaba ya en la «.posibilidad de excluir a los indeseables. E l in form e de la Oficina de polí­tica socia l (6 ) del 15 de diciembre de 1915 refie­re la opin ión de «un je fe sindical conocido», cuyo nombre, sin embargo, no se menciona: «La ma­yoría lam enta rnueho en la actualidad no haber dado curso, p or escrúpulos formalistas, a la peti­ción de Legien de excluir a Liebknecht; de haber sido así, el m al no habría progresado. Sin em­bargo, si la ocasión se presenta de nuevo, esta vez tendrem os menos escrúpulos...»18.

Primeras manifestaciones

Por su parte, las autoridades militares trata­ban tam bién de reducir al silencio, por todos los medios, al diputado de la extrema izquierda. En feb rero de 1915, el comandante m ilitar en Sa­jorna se d irig ió a las autoridades civiles en los siguientes térm inos: «E l comandante de la re­gión de B erlín nos ha hecho saber que el Doc­tor Liebknecht, diputado del Reichstag, tiene la intención de dar una conferencia en Dresde el 20 de feb rero de 1915. Esta conferencia (...) no debe llevarse a cabo. Se ruega al ministerio del In terio r que tom e todas las medidas necesarias y ponga al corriente a las autoridades de la re­gión sobre la posibilidad de que Liebknecht trate de tom ar la palabra en otras localidades»1B. Poco después de haber publicado su «carta de protes­ta » del 9 de junio, Liebknecht fue interrogado por un capitán que disponía de un (mandato mili­tar. A l m ism o tiempo, Clara Zetkin fue deteni­da el 29 de ju lio y permaneció encarcelada has­ta e)l 12 de octubre.

E l 14 de setiem bre de 1915, otros dos j de la «oposición decidida», Hugo E x t e r n y E ^ t

M eyer, fueron movilizados. Hermann Dun

6 sobi tcrior.

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86 GILBERT BADIA

lo había sido ya un mes antes. Era así com o las autoridades trataban de acabar radicalm ente con el m ovim iento. Propósito im posible de cumplir pues, llegado el caso, las m ujeres sustituían a los hombres, a veces mucho más radicales por co­nocer m ejor el aumento de la carestía de la vida. E l 28 de octubre, las m ujeres se d irig ieron a la dirección para preguntar qué medidas se pensaba tom ar al respecto.

«E n la época de las leyes antisocialistas, el partido no se som etió nunca y perseveró en su lucha de clases a través de los m étodos apropiados. H oy en día, la d ifusión de octavillas no censuradas p or el gobierno sería mucho más fá c il que años atrás, ya que dispo­nem os de un aparato organizado. Lo que le fa lta al partido no son m edios ni posib ilidades, sino la vo ­luntad...» Las m u jeres sugerían «qu e se organice un m ovim ien to espontáneo contra la v ida cara» para «co n ­vertir lo en un poderoso m ovim ien to p op u la r »20.

En una carta d irig ida a Julián Borchardt el 4 de d iciem bre de 1915, L iebknecht asegura, ha­ciendo probablem ente alusión a las m anifesta­ciones del 23 y del 30 de noviem bre en U nter den Linden, en donde la polic ía veía la obra «'de la oposición extrem ista», que «las m anifes­taciones ca lle jeras estuvieron b ien organizadas, a pesar de que el aparato técnico <7) no haya fun­cionado com o d eb ie ra »S1.

Káthe Duncker, en carta a su m arido, evoca la m anifestación 'del 30 de noviem bre, en la que sin duda tom ó parte:

«H o y ha ten ido lugar una m anifestación im ponente en U n te r den L inden, entre las ocho y las nueve de la tarde ( . . . ) De repente, vem os acercarse hacia nosotros, p roven ien te del palacio (8), un inm enso corte jo . A lo le jos da la im presión de una enorm e masa negra (. .. ) A l com ienzo, reinaba un s ilencio total; de repente, nos d io la im presión de que polic ías vestidos de paisano se

7. Es decir, el aparato técnico del Partido socialdemó­crata.

8 . E l palacio real, hoy destruido, estaba situado en el extre­mo de la avenida que tei-mina, por el otro lado, en la puerta de Brandeburgo.

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mezclaban en el corte jo y empezamos a oír gritos y vimos a varias personas caer al suelo. Entonces se oyó gritar: ¡Paz, ipan, abajo los especuladores, paz,paz! (...) ¡Nuevos gritos! Nos dirigimos al café Bauer, desde donde pudimos contem plar la manifestación H abía por lo menos de 10.000 a 15.000 personas»22.

Incluso considerando que en aquel momento la embargaba el entusiasmo y la emoción, y K á­the Duncker acostumbraba ser muy imprecisa cuando se re fería a las manifestaciones, y acep­tando también que entre los mismos ¡habría pa­seantes e indiferentes, lo cierto es que se con­gregaron varios m iles de personas, lo cual no de­jaba de ser una cantidad considerable en aquella fecha (1915).

Nuevas manifestaciones se desarrollaron en diciem bre y en enero, en Neukolln y en la Pots- damer Plcitz- «L os je fes de la oposición, especial­mente el grupo de Liebknecht, que se otorgan a sí m ismos el nom bre de “ socialistas intemacio­nalistas” , no cesan de difundir consignas como: “Acabemos con la campaña m ilitar de invierno” y “ Camaradas” , en las que invitan a las masas a oponerse al gobierno, culpable de que el pue­b lo pase tantas privaciones», según n-ota oficial de enero de 1916.

La O ficina de policía social señala, en su in­form e del 15 de diciem bre de 1915, lo siguiente:

«D etrás de las manifestaciones que tuvieron lugar en U n te r den Linden, están Breitscheid (m iem bro del ala izqu ierda y fu turo líd er del Partido socialista in­dependiente, o U.S.P.D.) y la señora Duncker. Las ma­n ifestaciones han sido sistemáticamente preparadas y gran cantidad de octavillas fueron distribuidas en fa­bricas y talleres. La juventud ha participado activa­m ente»

Y esto era sólo el comienzo...

NOTAS

1. J. Kuczynski, Die Geschichte der Lage der ^Deutschland von 1789 bis in die G cge^a rt, Bd. I. 2, Berlín,1954, pág. 98 y siguientes.

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2. D .Z .A . Reichskanzlei (A llgem eines), N o . 2398/2, B d . ? B l. 8.

3. Sobre este asunto, ver en especial e l artículo de W . Gut. sche en Zeitschrift fiir Geschichtswissenschaft, 1965, 2, págs. 209- 234.

4. Ib ídem , pág. 219.5. D .Z .A ., M erseburgo , Rep. 90 a. T ítu lo I I I , 2 b . N o . 6 ,

Abt. B , B d , 165, B l. 121.6 . Spartalcusbriefe, B e rlín , 1958, pág. 370.7. W . Gutsche, artícu lo citado, pág. 215.8 . Texto íntegro del folleto de Rosa Luxem burgo Aasgc.

ivahlte Reden..., ob. cit., t. I ., págs. 258-399.9. E l artícu lo de Lenin, escrito en ju lio de 1916, figura en

el tomo 22 de las Obras (en ruso, págs. 291-305). Se encuentra íntegram ente traducido en Ausgewahlte Reden... de . Rosa Luxem burgo, t. I , págs. 116-135.

10. K a rl Liebknecht, Ausgewiihlte Reden, B rie fe und Auf- satze, B erlín , 1952, pág. 376.

Al- Cf. la carta de Liebknecht a Borchardt citada en «D o ­cum entos», tomo I I de la presente obra, págs. 11-13.

12. V íctor Adler, Briefw echsel..., ob . cit., pág. 631.13. Citada p o r W ohlgem uth, Burgkrieg..., ob . cit., pág. 131.14. K u rt Koszyk, Zwischen Kaiserreich und Diktatur. Die

Sozialdemokratische Prasse von 1914 bis 1933, H eidelberg, 1958, pág. 30-

15. Cari E . Schorske, Germ án Social Dem ocracy 1905-1911. The Developm ent of ths Great Schism, C am bridge (M ass.),1955, pág. 302.

16. Esta carta de Stadthagen aparece reproducida en laparte docum ental de la ob ra de W ohlgem uth, págs. 273-274.

17. D Z A , Reichskanzlei ( A l l g e m e i n e s ) , N o . 2398/3, B d . 4, B l. 143.

18. D Z A , M erseburgo , Pep. 92, Pachlass Berlepsch, N o . 28, B l. 7.

19. Sachsisches Landeshauptarchiv, D resde, M in isterium des In n em , N o . 11, 153, B d . 2, B l. 39.

20. Dokum ente..., o b . cit., I I , 1, pág. 247.21. Carta citada en «D ocum entos», tom o I I de la presente

obra , pág. 1 1 .22. Esta correspondencia, de la que sólo una pequeña parte

ha sido publicada, se halla en los archivos de la Escuela su­perior de los sindicatos de la R epública Dem ocrática A lem ana (E scuela Fritz Heckert), en B ernau , H erm ann-Duncker-Archiv, Fondo N o . 6 , 732.

23. D ZA , M erseburgo , Rep. 92, Nachlass Berlepsch , N o . 28, B l. 8-9.

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SEG UND A PARTE

PRIMERAS ACTIVIDADES DE ESPARTACO

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V I. N A C IM IE N T O D E E SPA R TA C O

E l 27 de enero de 1916 aparecieron las pri­meras de las diez «Cartas políticas» ( Politische Br i e f e ) que fueron publicadas durante dicho año y que, entre otras cosas, presentaban la gacetilla que sigue: 1 «Q ueridos camaradas, os rogamos, para vuestra in form ación personal, que toméis conciencia del contenido de las informaciones que siguen. Saludos socialistas. Espartaco». A partir del 20 de setiembre, las «Cartas políti­cas» cam biaron de títu lo y de aspecto: ahora se llam aban Cartas de Espartaco . Hasta m ayo de 1917 apareció prácticam ente una carta por mes. Más tarde, la publicación se espació y fue irre­gular (só lo tres títulos desde enero a agosto de 1918), aunque en dichos intervalos se publicaron innumerables m anifiestos, proclam as y material in form ativo de toda índole.

Es decir, que, a partir de 1916, podemos ya hablar litera lm ente del m ovim iento espartaquis- ta para referirnos a la oposición de extrema iz­quierda, a pesar de que los partidarios de Liebk­necht y de Rosa Luxem burgo todavía eran desig-

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nados por el nom bre de «Grupo Internacional»o «G rupo Liebknecht».

La Conferencia de enero de 1916

La edición de las «Cartas po líticas» había sido decidida en el curso de la Conferencia que re­unió a cierto número de dirigentes de la extrem a izquierda y que se celebró el 1 de enero de 1916 en Berlín. «R ec ib í una invitación a través de nuesti'o correo clandestino», cuenta Bruno Peters, y continúa: «Fu i convocado de madrugada eldía prim ero de año a una dirección en la que nunca había estado. Sin em bargo, la conferen­cia no iba a celebrarse allí; un camarada me ■recibió y, tras muchas idas y venidas, m e condu- j o al piso de Liebknecht en la Chausseestrasse» Estas precauciones eran necesarias, ya que L iebk­necht, desde que había sido m ilitarizado, te­nía proh ib ido participar en cualquier clase de reunión política. Káthe Duncker escribió a su m arido, que se hallaba en e l frente, la siguiente carta: «A ye r se celebró un consejo de fam ilia con los tíos Franz y Karl. Se trataba de poner en orden la sucesión de tía Rosa y, com o era de esperar, vin ieron todos los parientes de Stuttgart, Frankfurt, Leipzig, Dresde, Chemnitz, Jena, Bruns­w ick, Dusseldorf, Brem en y Ham bungo» 3. Apar­te de los participantes habituales, tam bién se encontraban presentes Johann K n ief, de Bremen, un am igo de K arl Radek, por aquel entonces en Suiza, Georg Schumaim, de Leipzig, y Paul Lindau, de Ham burgo; C lara Zetlcin, p or en fer­medad, no pudo hacer e l v ia je. Rosa Luxem burgo seguía en la cárcel.

Sin embargo, era un texto de Rosa lo que iba a ser el centro del debate: los Leitsdtze (P r in c i­pios clásicos o tesis ) 1, que debían, según su op i­nión, ser a la vez una p lata form a internacional y un m étodo de acción en la m ism a Alemania. Este texto, que, según parece, lo escrib ió Rosa e l d ía siguiente de la Conferencia de Z im m er­wald, fue ob jeto antes de un am plio intercam bio de puntos de vista con Liebknecht, probablem en­te cuando éste, que había sido enviado en otoño de 1915 al fren te ruso, vuelve, a principios de in-

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LOS ESPARTAQUISTAS 93

vierno, al hospital m ilita r de Berlín-Sohoneberg, ya que se han encontrado las solicitudes que hizo Liebknecht para que por dos veces se m odifica­ra e l texto original de Rosa, aunque siempre ba­sándose en é l B. *

Sus puntos de vista y sus concepciones no coincidían del todo, aunque no parece que sus divergencias fueran tan serías como afirm a W ohl­gemuth, llevado por el deseo de mostrar la pers­picacia de Liebknecht. Rosa Luxemburgo, sin embargo, no se preocupaba demasiado por «estas pequeñas divergencias», propias de «cualquier hom bre po lítico en situación com pleja». Rosa deseaba desde el comienzo «que estas tesis fue­ran publicadas com o expresión de sus opiniones coincidentes» Apenas podía distinguirse que Liebknecht no com partía con Rosa el pesimismo m om entáneo de ésta. E lla subrayaba los aspectos negativos de la guerra para el proletariado, mien- ti-as que Liebknecht afirm aba que «da guerra con­duce a un agudizam iento de los antagonismos de clase (...), da un nuevo impulso a la lucha revo- lucionai-ia de masas, situación favorable que los partidos soaiañistas tienen la obligación de utili­za r» T. Contra la rigidez disciplinaria que Rosa Luxem burgo quería im poner a cada partido socia­lista respecto a las decisiones de la Internacional, Liebknecht insistía sobre el derecho de las masas: «Las masas internacionales son la Internacional». De aquí la necesidad de educarlas dentro del es­p íritu del m arxism o y el internacionalismo. Sólo entonces podrem os estar seguros de que las de­cisiones de la Internacional serán aplicadas por ■las diferentes secciones nacionales, venía a de­cir el líder espartaquista.

Los prolongados intercambios de puntos de vista no llegaron a crear un texto común. Pare­ce ser que Liebknecht deseaba someter algunas de sus enmiendas a la Conferencia, que designó una com isión redactora, de la que probablemen­te form aron parte Franz Mehring, Ernst M eyer y Julián Borohardt.

B l 22 de enero, Kathe Duncker anunció a su m arido que « la discusión del testamento de Rosa ha term in ado »s. Las tesis no tardarán en ser publicadas, precedidas por una breve nota, emi-

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tida por la com isión: «U n gran número de ca­maradas de todas las regiones de A lem ania han adoptado las tesis que a continuación figuran y que representan la aplicación del program a de E rfurt a los problem as actuales del socialism o internacional» 9.

En una carta del 8 de d iciem bre de 1915, Rosa Luxem burgo había subrayado que, en su opinión, las tesis debían «adoptarse o abandonarse», y que antes p re fer ía verlas rechazadas que trans­form adas en «a lim en to para tantas bocas», a la manera de las resoluciones café-con-leche de los congresos de an taño ,0.

Varios de los delegados asistentes a la Confe­rencia rehusaron aprobar esta política. Los ca­maradas de Chemnitz no estaban de acuerdo con las tesis de «una reliqu ia in tocab le» y pedían que se elaborase un program a de acción inmediata, más adaptado a las condiciones locales.

La m ayor preocupación de Rosa Luxem burgo, convencida por aquel entonces de que la única so­lución para e l triun fo del socialism o era que éste tuviera una dim ensión internacional, estaba en ed ificar las bases de un nuevo organism o que sustituyera a la hundida y fracasada I I In terna­cional. A partir de la ú ltim a reunión en B ru ­selas, en vísperas de in iciarse la guerra y en la que partic ipó com o m iem bro del com ité e je ­cutivo y com o representante del partido polaco, y considerando su experiencia con la socialde­m ocracia alemana, especialm ente después del 4 de agosto, Rosa llegó a la conclusión de que la In ternacional se había hundido por fa lta de dis­ciplina. Cada sección nacional tra tó de solucio­nar sus prop ios problem as según sus condicio­namientos nacionalistas. De aquí la necesidad de crear una Internacional cuyas decisiones es­tarán por encim a de las tomadas por las d i­versas secciones nacionales: ello significa quese im pone una disciplina férrea. P or su parte, Liebknecht hacía más hincapié sobre la «vo lu n ­tad revolucionaria y la capacidad de acción del pro letariado in ternacional», que, en su opinión, constituyen la única garantía de paz.

A pesar de las divergencias, L iebknecht com ­partía varios puntos de vista con Junius-'Rosa. Lu-

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LOS ESPARTAQUISTAS 95

xemburgo, criticados antes por Lenin. Rosa nie^a siempre la posibilidad de «guerras nacionales en la era del im peria lism o» (punto 5). Opina que de ninguna guerra im perialista país alguno po­drá conseguir su libertad e independencia, y que «esta guerra significaría, tanto en caso de vic­toria com o de derrota, una derrota del socialis­mo y la dem ocracia». Sin embargo, la frase si­guiente suaviza su afirm ación: «E sta guerra sólo refuerza al m ilitarism o y las contradicciones in­ternacionales, sean las que sean, si se exceptúa el caso en que el proletariado interviene de ma­nera revo lucionaria» (punto 7). De todos modos, en honor a la verdad hay que indicar que Rosa no insistió demasiado sobre lo último. En 1915, cuando estaba redactando sus famosas tesis, se m anifestaba m uy pesim ista respecto a las posibi­lidades revolucionarias a corto plazo, siempre en función de la situación de Alemania. A l con­tra rio que Lenin, no consideraba la posibilidad de u tilizar la guerra para derrocar al capitalismo.

Ruptura de Liebknecht con Ledebour

A l térm ino de la Conferencia de Zimmerwald, y tras la publicación de sus tesis, la oposición socialdem ócrata se escindió irremediablemente en dos grupos: los futuros espartaquistas, quese opondrán ya violentam ente, y la m ayoría (de la oposición ), capitaneada por Ledebour y Haase.

Este año 1916 fue testigo de ün doble m ovi­m iento: por una parte, y en el in terior de lasocialdem ocracia, la oposición se reforzó y cada vez estaba más lejos de la dirección del partido: el 21 de d iciem bre de 1915, 18 diputados siguie­ron el e jem plo de Liebknecht y de Otto Rühle, y votaron en contra de los créditos militares. Tres meses más tarde, en marzo de 1916, el grupo parlam entario socialdemócrata en el Reichs­tag expulsó prácticam ente a los de la oposición, quienes se v ieron obligados a crear un grupo dis­tin to, la S o z ia ld e in o k ra t is c h e A rb e itsg e rn e in sch a ft. N o era más que la escisión de la socialdemocra-cia alemana.

Sin em bargo, al m ismo tiempo, los esparta­quistas criticaban duramente la debilidad de los

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96 GILBERT BADIA

expulsados. En su artícu lo titu lado «Los decem­bristas de 1915», L iebknecht constató que el re­chazo de los créditos m ilitares era evidentem ente un paso positivo. ¿Pero era suficiente? No. Ahora sería necesario que el grupo en cuestión, en lu­gar de fren ar la acción extraparlam entaria, la encabezara, pues de lo contrario no serv iría para nada. La declaración de los expulsados, en lugar de «echar ohispas», parecía más b ien redactada por «esp íritus ponderados y m oderados», señala- laba L iebknecht irónicam ente, añadiendo: «Sehan com portado con extrem a gentileza y distin­ción, com o si se tratara de dem ostrar que, a pesar de la guerra y del estado de sitio, los 'so­cialistas son ante todo gente m uy educada. ¿Qué es esto sino la “ Unión Sagrada” o tra v e z ? »12.

Entre d ic iem bre y febrero, aum entaron las d i­vergencias. Los am igos de Haase y Ledebour no estaban dispuestos a aceptar las tentativas es­partaquistas de organ izar m anifestaciones ca lle je ­ras. Ledebour opinaba que no existían condicio­nes ob jetivas y que serían un fracaso. En el fon ­do, se ve ía b ien claro que, para este grupo de la oposición, su único cam po de lucha sería el P a r­lam ento.

Además, Ledebour, Haase y A d o lf H offm ann querían con tro la r la d irección del nuevo m ov i­m ien to y p roh ib ir a los espartaquistas cualquier decisión o acción autónom a. Y a hem os visto bien claro cóm o las «pequeñas preguntas» de L iebk ­necht les m olestaban, así com o las m an ifestacio­nes de m u jeres y las tom as de posición públicas, tanto en A lem an ia com o en el extran jero. (S e reprocha especialm ente a los espartaquistas el ■haber dado a conocer los Leitsa tze en el extran­je r o — ‘Suiza— antes que entre la oposición .)

En el p r im er m an ifiesto preparado p o r Le- debour-H offm ann el 25 de feb rero de 1916, los autores aparecían tota lm ente opuestos a las tesis espartaquistas. D eploraban que «va rios partidos nacionales fueran reducidos al rango de organis­m os subalternos de una In ternacional centralista». En el fondo, esta discusión prefigu raba ya la que sacudirá a todos los partidos socialistas en el m o­m ento de la constitución de la I I I In ternacional a propósito de las llam adas 21 condiciones.

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LOS ESPARTAQUISTAS 97

Poco a poco, los espartaquistas se fueron dan­do cuenta de que toda colaboración con sus com­pañeros de oposición, a los que se consideraba muy tibios y timoratos, era imposible. Kathe Duncker escribe lo siguiente a su marido el 5 de diciem bre de 1915: «M e temo que nos veamosobligados a rom per con ellos (se trata de Lede­bour y Joseph H erzfeld ). No son más que un freno para llevar a cabo cualquier activ idad»13.

La carta política del 3 de enero de 1916, que publicaba las tesis, contenía unas opiniones de Liebknecht que explicaban la necesidad del rom ­pim iento: «L o que necesitamos, por encima detodo, es la claridad, no la “unidad” (. . . ) Los cami­nos de la unanimidad teórica y táctica, así como el de la capacidad de acción y de la unidad, pa­san por una descubierta implacable y total de las d ivergencias»11. Rosa Luxemburgo desarrolló la m ism a idea en un fo lleto difundido más o menos por esas fechas, titulado: «De dos cosas, una» (E ntw eder... oder). Fustigaba a los centristas en los siguientes términos: «N o hay en ellos nipizca de lógica, de voluntad de acción, de estilo, de r igo r teórico. Sólo medianías, términos me­dios, debilidades e ilusiones vanas» (1). Es indu­dable que la unión hace la fuerza, pero «la unión de convicciones profundas y firmes, no el amon­tonam iento mecánico de elementos dispersos por divergencias internas. La fuerza no está en la cantidad, sino en el espíritu, en la claridad, en la voluntad de actuar que nos an im a»1¡>.

Esta voluntad de actuar es quizás una de las características prim ordiales de los espartaquis­tas. E ran revolucionarios impacientes. Impacien­tes por acabar con la guerra, con la dominación y explotación capitalista. Impacientes por ver al pueblo, especialmente al proletario, tomar con­ciencia de su fuerza. Impacientes, en suma, por actuar.

1. Puede apreciarse que una parte de las críticas dirigidas por Lenin a Juntas no tienen ya razón de ser en

4

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98 GILBERT BADIA

Acción “über alies” (por encima de todo)

De lo antedicho proven ía a veces el tem or que inspiraban los espartaquistas. Un in fo rm e de la O ficina de po lítica social, del 12 de feb rero de1916, señala que no pasa semana sin que se d i­fundan p o r lo m enos de 2 a 3 m an ifiestos en to­das las grandes ciudades de la A lem an ia septen­trional y central

E l e jem p lo de Berlín , en 1916, es m uy s ign ifi­cativo. Las cartas de K áthe Duncker nos dan una idea aproxim ada de lo que sucedía en e l seno del Partido socia ldem ócrata berlinés. Todas las direcciones locales de las 8 circunscripciones de la capital fu eron renovadas, en ju n io de 1916, com o consecuencia de asam bleas generales de m i­litantes. Más adelante, la m asa m ilitan te berlin e­sa estará en manos de la oposición. «B ien enten­dido, aparte de la circunscripción de Teltow - Beeskow — K áthe Duncker había sido elegida, el 18 de junio, m iem bro de la nueva d irectiva p ro ­visional de esa circunscripción— , todas las d irec­ciones son de "c o lo r Ledebou r” » 17, escribe el 22 de junio. Los je fe s derrotados se negaron a en­tregar a los recién eleg idos los fondos y las listas de m ilitantes. La d irección del partido , puesta al corrien te del asunto, op tó p o r no tom ar ninguna decisión y da r largas al asunto.

«O cho días m ás ta rde — escrib e K á th e D uncker el 16 -de ju lio— se nos con ju ró para que ced iéram os. Pau l H o ffm ann , E ichhorn y otros tres héroes (2 ) tra taron de convencernos p ara que actuásem os con más p ru ­dencia. Ahora nos dicen que ten íam os qu e h aber in ­form ado a la d irecc ión del p a rtid o sobre nuestra in ten ­ción de con voca r una nueva asam blea general. Si la d irección se negaba, cederíam os una vez más. Hber- lein y yo, ya lo sabes tú bien , no les hem os heclio ningún regalo. E staba tan llena de rab ia — sigue K a th e Duncker— ante eí-ia ra lea de tim ora tos que se hacen llam ar “ opos ic ión ” , que, la verdad sea dicha, no he sido muy tierna con ellos. Nuestra d irecc ión (la de T e ltow -B eeskow ) había tom ado la dec is ión de no ce­der; tam bién yo, harta de esos sapos, he dec id ido ib an d on á rlos » 'V

2 . Opositores centritlss.

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LOS ESPARTAQUISTAS 99

Com o se ve, e l com ienzo de 1916 se caracte­riza por el deseo de los espartaquistas de c la r ifi­car su posición. Estaban convencidos de la nece­sidad de distinguirse y de rom per defin itivam ente con la oposición centrista (especialm ente con Le- debour-H offm ann). Los núm eros 14, 15 y 16 de las «C artas p o líticas» dem ostraban las discusio­nes habidas al respecto. E l princip io de los es­partaquistas era: N ada de unión en la confusión. N ada sobre una oposic ión que no incluya tam ­bién una acción extraparlam entaria.

A l adoptar estas tesis, la Conferencia de ene­ro de 1916 había puesto a punto la p lata form a teórica de los espartaquistas: una nueva confe­rencia fue convocada en m arzo; su propósito era señalar la o rig ina lidad de la extrem a izquierda con re lac ión a los centristas, m arcar la d ife ­rencia y m ostra r cóm o se pasa de la teoría a la práctica. S i la con ferencia de enero puede con­siderarse com o consagrada a la elaboración de un p rogram a espartaquista, la de m arzo se cen­tró en la ap licación práctica de este program a, lo que lle vó a los espartaquistas a d iferenciar­se ya claram ente de los centristas.

Todas las «C a rta s » espartaquistas de com ien­zos de 1916 tratan casi exclusivam ente de la polé­m ica con los centristas. Ledebour y H offm ann habían pretend ido que el Com ité socialista in­ternacional (3 ) rechazara las tesis espartaquistas, p o r lo que la «C a rta » del 9 de m arzo refutaba esta aserción y publicaba un anexo, en form a de circu lar, del Com ité de Berna que hacía suyos los puntos 10, 11 y 12 de las tesis (artícu los que tratan de la d iscip lina de las diversas secciones de la fu tura In ternacional).

D ocum entos recientem ente pub licadosM sumi­nistran in fo rm ación precisa sobi'e la Conferencia espartaqu ista del 19 de m arzo (4).

3. E ste com ité reu n ía las fracciones m inoritarias de d i­versos p a rtid as socia listas opuestos a la p o lítica de «U n ión S agrad a ». Su creac ión hab ía s id o decid ida en Z im m erw a ld .

4 . La «C a rta F .spartaqu ista», K o . 17. del 30 de m arzo de 1916, ren d ía cuanta sobre esta con ferencia , pero indicando í|uu -h a b la ten ido lu gar u m ediados de m arro en una localidad do A lem an ia c en tra l», lis tas (fa lsa s ) indicaciones eran para encunar a la p o lic ía . 1.a con ferencia tuvo lugar en los locales do la D ieta prusiana. V e r al respecto el cap ítu lo IV .

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100 GILBERT BADIA.

Una carta no firm ada, pero en la que figu ­raban los «cam aradas Duncker, Liebknecht, Rosa Luxem burgo, M ehring, Ernst M eyer, O h lho fí com o an fitriones», invitaba a esta reunión, en la que los participantes se pondrían de acuerdo «sob ré la situación actual de la oposición ».

Ledebour y H offm ann , enterados del p lan de los espartaquistas, convocaron para el m ism o día una reunión de sus partidarios (5).

La carta convocando a los espartaquistas pre­cisaba: «N o nos situam os en el terreno del m a­n ifiesto (d e l 25 de feb rero , en donde Ledebour atacaba las tesis), sino en e l terreno de las “ Te­s is " y de las Cartas de E sp a rta co ». L a con feren­c ia reun iría representantes de 20 circunscripcio- •nes electora les. Ocho de las circunscrpiciones b e r­linesas hab ían delegado 17 de sus m iem bros. Adem ás, estaban representadas las ciudades de •Leipzig, Dresde, P irna, Ohem nitz y Freiberg, en Sa jon ia ; Jena, A rnstaa t y Gera, en Turingia ; Bruns­w ick , H a lle , F rank fu rt y H annover; todas ellas hab ían enviado tam bién delegados. En represen­tación de Renan ia sólo se m enciona las ciudades de Essen y Duisburgo, y, p o r W urtem berg, S tu tt­gart y Góppingen.

V arios grupos de H am burgo, B rem en, M agun­cia, M unich y B reslau habían in fo rm ado que estaban de acuerdo en princip io. Durante la Con­feren c ia se com probó que tam bién existían gru ­pos espartaqu istas en W urzburgo, Dusseldorf, M agdeburgo y Nordhausen.

E l orden del día inclu ía 6 puntos: in fo rm e de Ernst M eyer sobre la escisión en el seno de la opo­sic ión berlinesa (6 ); in form es de los delegados so­b re la activ idad e ideas de la oposic ión en sus

5. La carta de invitación sólo iba dirigida a los oposicio­nistas que aprobaron el manifiesto Ledebour-H offm ann del ‘ 25 de febrero de 1916, d irigido esencialmente contra el «grupo intem acionalista».

6 . E l 15 de febrero, durante una reunión de la oposición socialdem ócrata en B erlín , el grupo Ledebour-H offm ann, ma- yoritario en el seno de esta oposición, decidió dejar de cola­bo rar con los espartaquistas. V e r al respecto las cartas de Liebknecht, M ehring, etc., de fecha 24 de febrero de 1916 pu ­blicadas en «Docum entos», tomo I I de la presente obra, én donde se cuenta la decisión de los centristas.

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LOS ESPARTAQUISTAS 101

respectivos sectores; comunicación de Bertha Thalheim er sobre la reunión del Comité Interna­cional de Berna, destinada a preparar la Confe­rencia de K ienthal; in form e de Rosa Luxemburgo sobre la Conferencia de Zim m erwald y sobre la que se iba a celebrar en Kienthal (e lla sometió a la consideración de la Conferencia las resolucionesI y m form e de Liebknecht sobre la tarea dela oposición en Alemania, que culminaría con la a d o p c ió n d e -la. r e so lu c ió n I I I , y, en genera l, dis- cusiones sobre varios problemas propios de la v ida de l partido.

L a Conferencia aprobo las tesis por votación unánime. Los delegados de Brunswick, Stuttgart, Dresde, Arnstadt y Hanau afirmaron que los oposicionistas en esos sectores estaban decididos a rechazar cualquier com prom iso con el grupo Ledebour. En Chemnitz, los espartaquistas habían establecido contactos y nexos sólidos con diver­sos barrios de la ciudad: en los más pobres, en donde habitaban los obreros del ramo textil, la m ayoría apoyaba los puntos de vista de Liebk­necht. E l cam arada M inster declaró que en Rena­n ia la m ayoría estaba de acuerdo con las tesis. P o r e l contrario, los delegados de Pirna, Jena, Gera, y los representantes de ios distritos prim e­ro, segundo, tercero y sexto de Berlín eran m e­nos optim istas; manifestaban que todavía reina­ba una gran confusión entre los medios de la oposición socialdemócrata.

Rosa Luxem burgo expuso que creía imprescin­d ib le e ineludible reconstruir y reorganizar la In ternacional sobre bases completamente nuevas. C riticó a los centristas «que según parece no han aprendido nada n i han olvidado nada» y que to­davía soñaban con la Internacional de antes de 1914. Rosa, sin embargo, no creía en la posibili­dad de hacer rev iv ir la organización en conferen­cias nacionales «en donde generalmente se reúnen una docena de delegados que representan las capas de obreros de tendencias oposicionistas». M anifestaba en princip io que «la existencia y Ja e ficacia de la Internacional no es una cuestión de organización (...), depende del movim iento de masas del proletariado de todos los países en su retorno a las ideas socialistas». ¿Cómo se pro­

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102 g il b e r t bad ia

duciría este «re to rn o a l socia lism o»? A través de acciones organizadas desde la base. De Z im ­m erw ald o K ien thal sólo esperaba un «nuevo im ­pu lso» susceptible de acelerar e l «nacim iento de la In ternacional a p a rtir de la voluntad de ac­ción de las masas pro letarias». En estas confe­rencias aparecía un síntom a que no debe deses­tim arse: de nuevo, Rosa Luxem burgo d ifería de Lenin. Además, opinaba que los espartaquistas de­bían asistir a la segunda Conferencia de Z im ­m erw ald (es decir, en K ien tha l), en donde pre­sentarían las tesis, denunciarían la actitud de Ledebour y H offm ann y harían saber que «en A lem ania existe una oposición v e rd a d e ra »20.

La prim era resolución adoptada por la Con­ferencia vo lv ía a tener en cuenta estas conclu­siones. La segunda exponía la agravación de la situación en Alem ania después de dos años de gue­rra, evocaba el espectro de la ruina que amenazaba a todos los beligerantes y fijab a para los parla­m entos de la oposición en cada país tareas m uy precisas: 1) rechazo de los créditos m ilitares; 2) rechazo de todos los im puestos, y 3) utilización de todos los m edios parlam entarios para «sacu­d ir » a las masas y anim arlas a que se m an ifies­ten contra la guerra y en fa v o r de la solidaridad in tern ac ion a l21.

En su in form e, L iebknecht exig ió de los es­partaquistas que se separaran claram ente de « to­das las .tendencias oportunistas», aunque «lleven el pasaporte de la oposición », y que rechazaran cualqu ier colaboración con los centristas (7). R e ­fir iéndose a la resolución del Congreso de S tutt­gart, asignaba a los socialistas la m isión de u tili­zar la guerra para «sacud ir a las m asas» y arrancar la paz consiguiendo al m ism o tiem po la transfor­m ación socia lista de la sociedad.

Liebknecht insistió sobre la necesidad de no

7. N o obstante, un manifiesto espartaquista publicado des­pués del 24 de marzo, es decir, después de la constitución de la Sozialislische Arbeitsgemeinschaft, titulado Fracción Haase y grupo Liebknecht, precisaba: «Entre el grupo Liebknecht y lafracción Haase existen divergencias tácticas y de principio que permiten, quizá, m archar al m ism o paso en ciertos asuntos y dentro de ciertos lím ites, pero que excluyen todo ligamen per­

manente y toda fusión» ¡a.

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LOS ESPARTAQUISTAS 103dirigirse solamente a los obreros organizados Ha bia que ponerse en contacto con los que no ío es­tuvieran, así com o con las mujeres y los ióvene«? auspiciando la idea de los jóvenes socialistas dé crear un m ovim iento .autónomo.

Liebknecht era especialmente popular entre los jóvenes socialdemócratas, de los que en muchas ocasiones y desde hacía tiempo se había conver- tido en portavoz. Un mes mas tarde tomó parte en la Conferencia de la juventud socialdemócrata de la oposición, que se celebró en Jena en los días 23 y 24 de abril. En ella participaron más de 50 delegados *°. Liebknecht volvió a tocar los m ismos temas que ya había tratado en su in for­me a la Conferencia del 19 de marzo: claridad ante todo, después unidad; e l ob jetivo esencial seguía siendo las acciones de masas contra la guerra.

Rindiendo cuentas en Die Gleichheit del 13 de octubre de 1916 sobre la conferencia nacional del Partido socialdemócrata que acababa de tener lugar, Clara Zetkin defin ió las posiciones respec­tivas de 'los diversos oposicionistas:

«E l “ Grupo Internacional” (es decir, los espartaquis­tas) ha dem ostrado que “ la agitación secesionista” na es su especialidad. H a luchado contra el socialimpe- ria lism o junto con el Arbeitsgem einschaft (los centris­tas). Cada vez que éstos se tasen en los principios fundamentales, pueden estar seguros de que tendrán el apoyo del grupo espartaquista, pero cada vez que m uestren debilidades oportunistas y falta de conse­cuencia práctica, ninguna clase de consideración impe­dirá a los intem acionalistas callarse. Este grupo es­tim a que no basta con tener ideas; exige que esas ideas se traduzcan en hechos. Hasta la fecha, los cen­tristas no han mantenido su rechazo de los créditos m ilitares m ediante una declaración de principios, cla­ra y sin ambigüedades. Asim ismo creen que siempre se puede recurrir a la “ v ie ja táctica ya ensayada” , que en lo fundamental consistía en actuar en el_ plan estrictam ente parlam entario (...) Por el contrario, el “ Grupo Internacional” cree que no es suficiente el que de vez en cuando, y en las conferencias, etc., se lan­cen discursos radicales y se recurra a los principios básicos, sino que hay que actuar de acuerdo con los princip ios a toda hora y en toda ocasión, tanto en el Parlam ento com o con el pueblo. Así, este grupo se

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104 GILBERT BADIA

distingue de los centristas p or tener un program a más c la ro y p o r e l énfasis qu e pone respecto a las conse­cuencias prácticas que se desprenden de los p rin c i­p ios teóricos. E n resum en: existe un d ivergencia fun­dam ental en cuanto a la táctica a e m p le a r »21.

De esta manera, C lara Zetkin. definía, grosso m odo, las posiciones espartaquistas.

A'l sa lir de la cárcel, en febrero, Rosa Luxem ­burgo fue recib ida p o r «m ás de m il personas, en su m ayoría m u jeres». Días más tarde a firm a­ba «que, al cabo de un año, se ha dado un gran paso adelante » zs, ¿os espíritus se han clarificado y las posiciones se d iferencian más netamente.

Estas observaciones adquieren todo su va lo r si se las com para con una carta escrita oolio m e­ses antes: «Cuanto más pienso en la situaciónactual, más confusa m e parece ( . . . ) S in em bargo, no m e desanim o en ab so lu to »2a. La situación era más c la ra que en 1915, es c ierto, pero en ningún m om ento durante la Conferencia del 19 de m ar­zo se pensó en la posib ilidad de crear una orga­n ización fu e ra defl Partido socialdem ócrata. La tercera resolución se abría con esta frase harto s ign ifica tiva : «L a socia ldem ocracia alemana, cuyo hundim iento no ha sido más que la m anifesta­ción d e una debilidad existente desde hace mu­cho tiem po, debe necesariam ente experim entar una transform ación total, si desea tener la ca­pacidad de d ir ig ir a la masa p ro letaria en el cur­so de su m isión h istórica ». Todavía más c lara­mente, la «C arta p o lít ica » núm ero 19 (22 de abril de 1916) se titu la «Lucha p o r el p a rtid o » y, en ella, los espartaquistas exponían la idea de que hay que «reconqu istar e l partido a partir de la base»-7, haciendo que las masas com prendan y adopten las tácticas espartaquistas. La conclusión de la «C a rta » aclara la am bigüedad del títu lo:

«T od as nuestras fuerzas para e l partido , para el so­cialism o. P ero n i un h om bre n i un cén tim o para este partido , su sistem a y sus d irigentes, que son unos tra idores. C on tra ellos, luoha a m uerte.

»Y , en este com bate, quien no esté con nosotros está con tra noso tros» -s.

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LO S e s p a r t a q u is t a s *lü3

En un año, las posiciones se habían clarifi­c a d o , pero entre los diferentes grupos de la o d o sicion la ruptura no se habíS consumado ^ siquiera a nivel directivo, ya que los espartíquis tas seguían considerándose como miembro? rlíl Partido socialdemócrata.

Podemos imaginarnos, considerando las condi­ciones de la guerra, que dos obligaba a actuar en las semitílandestmidad, lo difícil que resul­taba para los espartaquistas el conseguir nuevos militantes provenientes del mismo Partido social­demócrata. Es muy probable que gran número de estos militantes vieran con gran congoja la escisión jQ.ue inexorablemente se aproximaba. Si los oposicionistas aprobaban los ataques contra ls dirección del partido, en el fondo es porque soñaban en un partido renovado, pero muy imi­do, como sucedía antes de 1914.

La vida de una militante espartaquista

Las cartas de Kathe Duncker nos dan una im agen exacta de la vida de los militantes, tanto hombres com o mujeres.

«N o tienes ni idea — escribía a su marido en setiem­bre de 1916— de la vida que llevo. Desde haoe cuatro días tengo dolores en todo el cuerpo y no dispongo ni d e un m inuto de reposo. E l limes, 4, reunión de d irigentes en Teltow-Beeskow. De ahí se me envía, com o delegada, el martes a Adlershof para hablar sobre la conferencia nacional (S). E l miércoles sentía que m e m oría . M e he pasado todo el tiempo hablan­do y escribiendo. B l jueves, clase con los empleadas de com ercio (9) y, más tarde, en Spamdau, conferencia y varios mensajes de K arl (10). E l sábado estaba tan agotada que me acosté a las once. Esta mañana, asam­blea general en Teltow-Beeskow. Hay mucha vigilancia policíaca. Un am igo que m e aprecia habló de m í com o de la representante del "grupo espartaquista", a lo que el teniente de policía prestó mucha aten-

8 . Conferencia nacional del Partido socialdemócrata que tuvo lugar en Berlín del 21 al 22 de setiembre de 1916 y en la que Kathe Duncker expuso el punto de vista espartaquista.

9. Daba clases y lecciones para ganar algún dinero.10. Liebknecht había sido detenido y condenado en mayo,

y no podía desplazarse; se trataba de proponer la candida­tura de Hermann Duncker.

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106 GILBERT BADIA

ción. Mañana, lunes, nueva reunión en la dirección. El martes, reunión de la comisión de la juventud. El miércoles trataremos de las cotizaciones y rendiré cuentas en Steglitz. E l jueves me voy a Leipzig a par­ticipar en la conferencia femenina <11) y el viernes otra vez reunión del com ité directivo.

»Y , aparte de esto, todo lo demás: ila casa, los ni­ños (12), las compras y yo misma, que estoy ago­tada. Algunos días tengo de cuatro a cinco visitas. A veces coloco un letrero en la puerta de casa en el que escribo que no estoy disponible para nadie, sea quien sea. El sábado tengo que repasar la ropa que los niños se pondrán el domingo. ¿Cuándo terminará esa tres veces maldita, conferencia nacional?, porque en ese mismo momento desaparezco. Estoy m uerta20.

»Casi todas las noches hay reuniones —'escribía dos meses antes—; sustituyo (a Rosa Luxemburgo) en la comisión de prensa, Clara (Zetk in ) reclama los ar­tículos. La ropa sucia se acumula en casa. Las dificul­tades de reaprovisionamiento empeoran de semana en semana. Todo esto junto supera mis energías (...)

»Lo peor aquí, actualmente, es tener que hacer cola para comprar carne y patatas; en general, todo aumenta continuamente.

»Estoy casi al lím ite de mis fuerzas, siempre irri­table y amargada y cualquier detalle me saca de qui­cio. No puedes imaginarte m i situación. N i hablar de salir el domingo; lo único que deseo es poder dor­mir, cosa que jamás consigo hacer a entera satis­facción.» (16 de ju lio de 1916) s0.

S i b ien las d ificu ltades para aprovis ionarse eran cada vez m ayores, a pesar de todo se las iban com pon iendo:

«N o te preocupes respecto a nuestra alimentación. A pesar de todo no lo pasamos tan mal, y desde lue­go m ejor que otros muchos millones. Esta semana, aunque no hubiéramos tenido carne, nos hubiésemos podido arreglar de todas las maneras. Sin embargo, la posibilidad de no tener más leche a partir del pró­ximo primero de setiembre, y sólo media libra de azú­car por quincena, es un golpe duro que difícilmente podremos encajar. La leche nos ayudaba mucho a seguir tirando» (20 de agosto de 1916)al.

T odos estos prob lem as, m ateria les y políticos, pon ían los n ervios a prueba: «Y a no sé dónde

11. Asam blea de las m ujeres socialistas del distrito.12. T en ia tres hijos.

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LOS ESPARTAQUISTAS 107tengo la cabeza (. . . ) Todo m i sistema nervioso esta a lte rado » (27 de setiembre de 1916). Po? otra parte, hay que añadir el continuo tem or a ser detenida, asi com o el im pedir a los agentes del enem igo introducirse »en la organización clan­destina.

«E l m artes fu i a Lindenstrasse. para discutir con la d irección berlinesa del partido (socialde- m ocrata ) sobre la ayuda que nos pueden prestar en Teltow -Beeskow , pero m e encontré con la po­lic ía y con el secretario Weise detenido» (10 de a g o s to )32. K athe Duncker esperaba ser detenida de un m om ento a otro, y ya había previsto dón­de dejar a sus niños: «Para W o lf está todo arre­glado: la señora Ernst y el Dr. T. harán todo lo que sea necesario. Los mayores se podrán arre­g lar m e jo r por su prop ia cuenta. Un poco de re­poso m e haría bien. Además, al fin y al cabo, (la cárce l) es hoy en día el único sitio para la gente decente» <10 de agosto). Los m ilitantes esparta­quistas tem ían tanto a los socialdemócratas de derecha com o a la policía. «M e temo que la con­ferencia nacional sea nuestro canto del cisne. Con­siderando que cada uno firm arem os nuestra in­tervención, estoy segura de que alguien, bien sea en la C (o rrespon sa lía ) l(n te rn a c ion a l) (13), o en algún o tro lugar, dará los nombres a la policía. De todas maneras, no te preocupes demasiado por­que, en defin itiva , no m e m oriré de eso» (20 de setiem bre).

Las detenciones

Si las m ujeres espartaquistas tenían tantas cosas que hacer era porque los hombres ya no estaban presentes. Tanto la policía como las auto­ridades m ilitares disponían de un gran arsenal de m edidas represivas contra los dirigentes de la extrem a izquierda. E l estado de sitio perm itía m ovilizarlos, y uno tras o tro eran enviados al

13. Cada orador en la conferencia nacional tenia que fir­mar de puño y letra el texto de la alocución que pronunciaba en la tribuna, y que sin lugar a dudas estaba destinado al proceso verbal. La C o r r e s p o n d e n c ia I n t e r n a c i o n a l era un ór­gano sindical dirigido por un socialdemócrata de derechas, Bnumeister.

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108 GILBERT BADIA

frente. En su unidad, por lo menos al principio, se sentían com o perdidos. Era d ifíc il hacer am i­gos y poder confiar en alguien; e l correo estaba vig ilado y los perm isos eran m uy poco frecuentes. Cuando, tras asrduo trabajo, establecían nuevos contactos, y « la literatura» comenzaba a llegar, bastaba un sim ple cambio de unidad m ilita r para que todo el trabajo se diluyera completamente.

Liebknecht, como ya hemos visto, había sido tam bién m ovilizado, lo que lim itaba en gran ma­nera sus posibilidades de acción. Rosa Luxem ­burgo estuvo en la cárcel desde febrero de 1915 hasta feb rero del año siguiente. W ilhelm Pieck, que estaba encargado del trabajo técnico (ed i­ción, difusión del m ateria l), fue detenido e l 28 de m ayo de 1915 y enviado casi de inm ediato a p ri­m era línea, en el fren te occidental. Esto es lo que esperaba a la m ayoría de los m ilitantes en edad de llevar armas. Pero utilizaban cualquier perm i­so para seguir con sus actividades: «D e l lunes14 al sábado 19, Frolich (d e B rem en ) ha dorm i­do en su casa: desde Grodno lo enviaron aquípara reparar su m áquina de escrib ir ( . . . ) E l sá­bado (ayer), Pieck, que tiene perm iso para una semana, v ino a verm e. Lo que cuenta sobre la gue­rra en el Som m e (hab ía estado 15 días en prim era línea y previam ente ya había estado en el «H o m ­bre M u erto » (14) y en otros lugares) es para po­nerle a una los pelos de punta. P ero lo cuenta todo sonriendo». (Carta de Káthe Duncker a su m ari­do, del 20 de agosto de 1916) ®4.

H erm ann Duncker fue m ovilizado en agosto de 1915, enviado al fren te orien ta l a com ienzos de 1916, cam biado a G reifsw ald poco después, para ser más tarde destinado, en agosto, al fren ­te francés en un depósito m ilita r (Duncker tenía 42 años).

Eberlein, que sustituyó a P ieck en el puesto de «responsable técn ico», fue detenido casi ál m ism o tiem po que Ernst M eyer, e l 18 de se­tiem bre de 1915. Sería puesto en libertad 6 m e­ses más tarde y e leg ido presidente de la c ir­

14. Sector del frente occidental en donde los combates fue­ron durísimos.

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LOS ESPARTAQUISTAS 109

cunscripción de Teltow-Beeslcow por la asamblea general de militantes sociaildemócratas, exacta­mente e)l 18 de junio de 1916. Luego volvería de nuevo a ser m ovilizado35.

Las autoridades m ilitares no dudaron ni si­quiera en detener a Franz Mehring, a quien los es- partaquistas a menudo llamaban familiarmente «e l abuelo». En Stuttgart, Crispien fue condenado a 3 meses de cárcel por infracción a la ley del estado de sitio. Edwin Hoem le, un perio­dista del Volksfreund de Brunswick, fue encar­celado, lo m ismo que su mujer, por orden de las autoridades m ilitares.

Julián M archlewski y Clara Zetkin fueron tam­bién detenidos. Numerosos miembros de la orga­nización que distribuían octavillas fueron metidos en la cárcel en Chemnitz, Essen, Brunswick, Gera, Halle, Magdeburgo, Stuttgart y Berlín.

A menudo, los responsables socialdemócratas denunciaban a los espartaquistas a la policía, cuando éstos trataban de repartir literatura clan­destina en las reuniones del partido. La «Carta» espartaquista del 5 de noviembre de 1916 nos da un claro ejem plo. La guerra de 1914-1918 es tam­bién la época de los confidentes. La policía tra­taba de introducir a sus hombres entre los es­partaquistas, cosa que empezó a hacer ya en 1914, y los espartaquistas se vieron obligados a actuar con prudencia y a emplear tretas.

Eberíein nos cuenta: «Durante la guerra éra­mos siete los camaradas que manteníamos la di­rección de la L iga Espartaquista, aunque a menu­do sólo uno estaba presente, j a que los demás estaban en e l frente o en la cárcel. Y, cuando uno salía de la cárcel, no pasaba mucho tiempo sin que otro fuera a parar al m ismo s it io »=0. El am igo de Rosa Luxemburgo, Leo Jogiches, acos­tum brado durante muchos años a la lucha clan­destina por haber pertenecido al Partido obrero polaco, no fue jamás encontrado ni detenido por las autoridades en esa época.

Todas estas dificultades proporcionan una ima­gen de lo d ifíc il que era mantener una rigurosa unidad ideológica. Si bien los dirigentes espar­taquistas estaban de acuerdo en muchos puntos — internacionalismo, guerra a la guerra, hostili­

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110 GILBERT BADIA

dad a la d irección socia ldem ócrata— , en otros muchos asuntos d ivergían . Con frecuencia, la de­cisión tom ada en determ inado m om ento depen­día de la o rien tac ión dada p o r el d irigen te l i ­bre en aquel m om ento. R especto a las relaciones entre espartaquistas e Independientes, m u y po­sib lem ente habrían s ido otras de n o ser por Leo Jogiches, que d ir ig ía e l E spartaqu ism o a com ien ­zos de 1917,

En cuanto a Liebknedht, hab ía sido deten ido el P r im ero de M ayo de 1916 en la P o tsd a m er P la tz de B erlín .

NO TA S

1. Esta «C a rta » era. la duodécim a de la serie. E l texto se reproduce en Spartakttsbriefe..., ob. cit., pág. 86 y ss.

2. Citado p o r Paul Schwenk, Die Gründung der kommunis- tischen Partei Deutschlands, B erlín , 1960, pág. 17.

3. Herm ann-Duncker-Archiv..., ob. cit.. Fondos N o . 6 , 748.4. Cf. a este respecto la ob ra de W ohlgem uth..., ob . cit.,

pág. 155 y ss.5. Hem os publicado nosotros m ism os una versión de estas

tesis com o anexo a nuestro artícu lo del M ouvem ent Social. En relación con la hipótesis form ulada entonces respecto a la fecha de redacción, nos parece hoy en d ía errónea. La de­

m ostración de W ohlgem uth es convincente. Fue sin lugar a duda Rosa Luxem burgo quien redactó las tesis, p robablem en­te después de Z im m erw ald , y parece ser que Liebknecht no se enteró de ello hasta finales de 1915 (d ic iem bre). D ebió ser en esta fecha cuando p ropuso m odificaciones. E n su parte docu­mental, W ohlgem uth..., ob. cit., págs. 283-297, publica tres versiones de estas tesis: e l proyecto de Rosa Luxem burgo y dos redacciones de K arl Liebknecht.

6 . Cf. E rnst Meyer, Unter dem Banner des M arxism us, 1925,2, págs. 416-425.

7. Citado por Heinz Wohlgem uth..., ob . cit., págs. 161-162.8 . Hercnarm-D'uncker'ríArcIiiv..., ob cit.. Fondos N o . 6 ,

758-759.9. Texto de los Leitsatze en Spartakusbriefe..., ob. cit., pá­

ginas 113-117.10. Carta publicada po r D ie R ote Fahne el 15 de enero de

1929.11. Spartakusbriefe..., ob . cit., pág. 114.12. Id ., pág. 8 8 . E l texto aparece íntegram ente reproducido

en la núm ero 12 de las Politische Briefe, la prim era firm ada por Espartaco.

13. H erm ann-Duncker-Archiv..., ob . cit.. Fondos N o . 6 , 734.14. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 1 1 2 .15. Este folleto aparece reproducido por Rosa Luxem burgo

en Ausgewahlte Reden u.nd Schriften, B erlín , 1955, I I , pági-

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LOS ESPARTAQUISTAS 111

ñas 533-554. Las dos citas que se dan aquí figuran en las páginas 543-544.

16. Sachsisches Landeshauptarchiv, Dresde, Kxiegsministe- num , n .° 25011, Berichte des Büros für Sozialpolitik, B l, 74.

17. Carta reproducida en la revista Zeitschrift für Geschichr- swissenschafi {abreviación: Zt. -f. Gew .), 1965, 4, pág. 652.

18. Id ., pág. 652.19. E l original del escrito por el que se convocaba se en­

cuentra en los archivos del I.M .L . de Moscú. Este texto aparece reproducido por Heinz Wohlgemuth, ob. cit., pág. 178. Más adelante se descubrió otro escrito taquigrafiado y abreviado de la Conferencia, escrito por uno de los participantes: Ohlhoff. E l original está en los archivos del I.M .L ., de Berlín . Fondos W ilhelm Pieck.

20. Texto ya citado de Ohlhoff, Cf. Wohlgemuth, ob. cit., página 182.

21. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 139.22. Original del m anifiesto en el I.M .L . de Moscú. Fondos

K PD (Preh istoria ), n .° 1255, citado por Wohlgemuth, pág. 176.23. Se llevó a cabo un seminario sobre esta conferencia en

1966. Aparece en Zeitschrift für Geschichtswissenschaft, 6 , 1966, páginas 967-968.

24. C lara Zetkin, Ausgewahlle Reden und Schriften, Ber­lín 1957, I, págs. 738-739.

25. V e r en «Docum entos», tomo I I de la presente obra,

^ 26. I.M .L ., expediente N L 2 I I I A/20, f. 76. Carta del pri­mero de ju lio de 1915 a C lara Zetkin.

27. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 133.28. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 157.29. Zt. f. Gew ., 1965, 4, pág. 661.30. Id ., pág. 655.31. Id ., pág. 660.32. Id ., pág. 657.33. Id ., pág. 6 6 6 .34. Id ., pág. 659.3 5 . V er en «Docum entos», tomo I I de la presente obra,

pág. 23, la narración de su prim er arresto.36. Id . pág. 336.

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V II . L IE B K N E C H T : «¡A B A T O L A G U E R R A !»

Los espartaquistas no querían dejar pasar el segundo «P r im ero de M ayo» en guerra sin «m ovi­liza r a las masas, sin m ostrar cara al extranjero que la oposición era activa, para testimoniar que los socialistas alemanes tenían voluntad de lu­cha» \

«Nos dirigimos al "grupo Ledebour" y les invita­mos a que se unieran a nosotros en una manifesta­ción en Berlín —informa la “ Carta Política” del 15 de mayo de 1916— . La respuesta fue... un total rechazo, en parte motivado por razones subalternas: se nosacusaba que haber redactado y distribuido octavillas por nuestra cuenta sin consultar con los demás, etc. Sin embargo, el argumento principal (que invocaban contra nosotros) era el siguiente: las masas, en el fon­do, no deseaban manifestarse y, en consecuencia, no se conseguiría nada y no haríamos más que el ridículo.

sComo se comprenderá, ante esta situación no nos quedó más remedio que tratar de organizar la mani­festación por nuestra cuenta, contando sólo con nues­tras fuerzas. Distribuimos gran cantidad de propagan­da en forma de octavillas y manifiestos» 3.

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114 GILBERT BADIA

La octavilla a que nos re ferim os a continua­ción había sido redactada por Liebknecht. Sus argum entos eran m uy simples. Evocaba en p ri­m er lugar las grandes desgracias que había aca­rreado la guerra y dem ostraba luego quién se beneficiaba de ella: los Junkers, los industriales,

reacción. S i la guerra seguía, probablem ente se extendería a Am érica (1). ¿Debía la clase obrera alemana quedarse m uda e inactiva? E l texto ha­cía un llam am iento a los obreros para que re­tornaran «a l evangelio del socia lism o liberador de los pueblos».

Insistiendo en la idea de que la In ternacional no sería estab lecida por la reunión de pequeñas élites, sino p o r la voluntad de m illones de pro­letarios, L iebknecht escrib ió lo siguiente:

«L a In ternacional p ro leta ria no podrá ser recons­tru ida en Bruselas, La H aya o B erna p or algunas do­cenas de personas. Sólo podrá resucitar a través de la acción de m illones de hom bres (2 ). Sólo podrá rena­cer aqu í, en A lem ania, y en Francia , en Gran B reta ­ña, en Rusia, a cond ic ión d e que p o r todas partes las masas obreras enarbolen ellas m ism as la bandera de la lucha de c lases» 3.

Para term inar, señalaba claram ente quién era el enem igo: el gob ierno alemán, en el fondo «g e ­ren te » de los capitalistas y de los Junkers.

S i los m anifiestos daban los argumentos, las octavillas indicaban los lugares de concentración: «T odos los que estén contra la guerra se encon­trarán e l día P rim ero de M ayo a las 8 de la tar­de en la Po tsd a m er P la tz de B erlín ». Y llevaban

1. En su obra Las batallas de. la libertad, Alvarez del Vayocuenta que, a su vuelta de Alemania, en la prim avera de 1916, se encontró con Rosa Luxem burgo y K arl Liebknecht: «Am ­bos querían hablar con un socialista recién llegado de Nueva York , sobre la posib le entrada de Estados Unidos en la guerra». (Pág. 77.)

2. Esta indicación es importante. Será este punto de vis­ta el que Eberlein defenderá durante el Congreso en el quess fundaría más tarde la I I I Internacional. Sabemos que el delegado espanaquista se abstuvo en la votación final. De esto se desprende que Liebknecht no atribu ía demasiada im por­tancia a las reuniones de Zim m erwald y de Kienthal.

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LOS ESPARTAQUISTAS 115

escrita la siguiente consigna: «¡Pan, Libertady Paz!»

«H e aquí cóm o el Prim ero de Mayo, en Berlín, se organizó una im ponente m anifestación —prosigue la “ Carta p o lít ica ” número 20— . La polic ía se mostraba tem erosa y hab ía tom ado grandes medidas de seguri­dad. Desde las 7, las calles que daban a la Potsdam er Platz estaban llenas de gente y de policías a pie y a caballo. A las 8 en punto, una gran masa de obre­ros, entre los que había numerosas mujeres y jó ­venes, se reunió en la plaza; la masa era tan densa que p ron to em pezaron las típicas escaramuzas con la policía. Los “ azules” (agentes de policía), sus oficia­les, sobre todo, estaban tan nerviosos que la empren­d ieron a puñetazos contra los manifestantes.

»E n ese m om ento, en m edio de la plaza y en el m is­m o cen tro de la m anifestación, retum bó la voz sonora de K a r l L iebknecht: " ¡A b a jo la gu erra !” “ ¡Abajo elgob iern o !” . En seguida, un grupo de policías se aba­lanzó sob re él, lo separaron, de la gente y lo llevaron a la com isaría de polic ía de la Potsdam er Bahnhof. M ientras ¡lo llevaban detenido se oyó un grito: “ ¡V iva L iebk n ech t!” . A l o ír esto, la polic ía vo lv ió a lanzarse contra las masas y llevó a cabo nuevas detenciones. Después de haberse llevado a Liebknecht, los policías, excitados p or sus oficiales, que hacían gala de una brutalidad, bestia l, in tentaron rechazar a los manifes­tantes hacia las calles adyacentes. De este modo se form aron tres grupos en la Kóthenerstrasse , la Links- strasse y la Koniggra tzerstrasse ( . . . ) Se o ía gritar “ ¡Aba jo la gu erra !” “ ¡V iva la p a z !” “ ¡V iva la In ter­n ac ion a l!” , exclam aciones que repetían a continuación m iles de pechos. S in embargo, “ ¡V iva Liebknecht! ” era el g r ito que predom inaba, ya que la noticia sobre su detención se había extendido com o reguero de pól­vora. M iles de personas lo habían visto a la cabeza de la m anifestación y habían o ído su sonora voz ( ..) La m anifestación duró hasta las 10; los cantos obreros se a lternaban con exclam aciones de índole revoluciona­r ia (. . . ) Según estim aciones más bien conservadoras, el núm ero de m anifestantes ascendió a 10.000» *.

Es posib le que el redactor espartaquista se dejara lleva r p o r el entusiasmo. Parece poco pro­bable, aun adm itiendo esta versión, que en la con­fusión reinante en la plaza, sin duda mal ilumi­nada, «m ile s » de personas hubieran podido ver u o ír a Liebknecht. En todo caso, debieron ser unos cientos. Por 'lo tanto, se trata de analizar

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116g i l b e r t b a d i a

e l, escrito de una m anera crítica . Las c ifras su­m in istradas p o r la p o lic ía en e l transcurso del p roceso son tod av ía m ucho m ás fantásticas... y con trad ic torias . S e hace m ención de 200 p a rtic i­pantes, p e ro el acta de acusación hace n otar que va rio s cen tenares de so ldados a travesaron la pda- za y que c ie r to n ú m ero de e llos qu ería «aparen ­tem en te » p erm an ecer a llí. L iebknech t ind icó a sus acusadores que era m u y extraño que para una m an ifes ta c ión de só lo 200 personas hubieran he­cho ta l desp liegue de po lic ía . P o r o tra parte, p a rece d if íc i l de c re e r qu e los espartaquistas’ sodo hub ieran p od id o m o v iliza r a 200 personas, ten iendo en cuenta que e l s im p le anuncio de la* condena de L iebkn ech t t r a jo com o consecuencia; la p ro tes ta y d ec la rac ión de huelga d e varias de­cenas de m iles de ob reros, con tando só lo Berlín .

Q u izá va lga la pena in vo ca r de nuevo el tes­tim on io de un «n eu tra l» . E l español Á lva rez del V ayo , p o r aquel en tonces corresponsa l de prensa en B e r lín y q u e p a rtic ip ó en la m an ifestación , escrib ió : «U n os 100.000 obreros se congregaronen la P o ts d a in e r p la tz »- D esde luego, esto tiene qu e ser un e r ro r d e l au to r o de la traducción , a m enos que e l recu erdo h u b iera sido d e fo rm ado p o r e l tiem po . S in em bargo , durante e l trans­cu rso de su re la to , del V a yo nos da deta lles que tienen toda la aparien c ia d e rea lidad :

«Liebknecht acababa de bajar del estrado después de haber lanzado una proclama, cuando varios poli­cías trataban ya de detenerlo (...Rosa Luxemburgo) fue herida; todos recibimos golpes, que, desde luego, devolvimos. Cuando finalmente Liebknecht fue deteni­do por un contingente policíaco suplementario, pudi­mos convencer a Rosa para que desapareciera. A con­tinuación, la policía montada cargó contra nosotros; yo recib í fuertes golpes que rasgaron m i abrigo (...) Más adelante, perseguido por un policía a caballo, y tras correr un trecho, torcí por una calle y encontré una puerta abierta en donde me metí. A llí estuve oculto hasta que desaparecieron los ruidos del caballo en la calle...»®.

P o r 'lo tanto, pa rece le g ít im o el es tim ar en v a r io s m illa res (5.000-6.000, qu izás ) eíl núm ero de m an ifes tan tes berlin eses en aqu ella jo rnada.

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LOS ESPARTAQUISTAS 117

E l m ism o día , otras manifestaciones tuvieron lugar en diversas partes de Alemania, especial­mente a llí donde los espartaquistas tenían in­fluencia: Dresde, Jena, Pirna, etc.

En B runsw ick fueron los jóvenes quienes prin­cipalm ente se manifestaron. En esta ciudad, la celebración del Prim ero de M ayo coincidió ’con una protesta contra la decisión del general-coman­dante de la X región m ilitar, que pretendía im­poner a los jóvenes obreros un sistema de ahorro ob liga torio para todo salario superior a 16 m ar­cos semanalles: este sistema debía precisamenteentrar en v igo r ese m ism o día. Estallaron huelgas en varias em presas y en un m itin se reunieron ■unas 500 personas. E l im puesto fue entonces de­clarado ob liga to rio para los salarios superiores a24 marc-os. S in em bargo, el 3 de m ayo hubo una nueva m an ifestación : 1j800 jóvenes, 300 de loscuales oran muchachas, desfilaron por la Chaussee am M a stb ru ch y la huelga siguió en varios talle­res. F inalm ente, el 5 de mayo, el general anuló la m edida.

E l ¡p roceso

E l Reichstag aceptó retirar a Liebknecht su inm unidad parlam entaria. Los socialdemócratas vo taron en contra, pues d ijeron que no era peli­groso. D avid declaró ante la com isión competen­te: «P e r ro que ladra no m uerde», lo que le va­lió una m ord ien te rép lica de Rosa Luxemburgo, en un fo lle to titu lado «P o lít ica de perros» (H un-d&politik ') ®. .

Se instruyó el proceso rápidamente. Un juez que las autoridades consideraron demasiado blan­do, M atschke, fue reem plazado en 24 horas por el doctor Coerrens, cuya reputación era de n e iab le » A las acusaciones habituales se anadio, a sugerencia del p re fecto de poHcía Von Jagow in de alta traición. Se acusaba a Liebknecht «h aber ayudado a sabiendas y en tie™ ^ bJ JU£yv r a a una p o t e n c i a e x t r a n j e r a . . . » Ledebour yB ernstein no consideraban im posible e q

1 1 6 1 a b r i ó o s de junio en Berlín . ante un tribunal m ilita r que desde un pnncipi

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118 GILBERT b a d ia

im puso que se celebrara a puerta cerrada. N i los parientes más próxim os del acusado — su m ujer S o fía y su herm ano Theodore— pudieron asistir a los debates.

Com pletam ente aislado, condenado de antema­no por un tribunal cuyos m iem bros ¡habían sido cuidadosam ente elegidos, L iebknecht se defendió con v igo r y energía. Com enzó por. rechazar la acu­sación de a lta traición, ya que tratándose de un socialista in tem aciona lista constituye, d ijo , un ab­surdo, «pues lucho en nom bre del proletariado internacional contra e l cap ita lism o internacional, al que hay que atacar y go lpear donde se pueda, es decir, en el p rop io p a ís »7. U tilizando su ex­periencia com o abogado, rechazó punto p o r pun­to la acusación: no era él el origen del descon­tento, sino sus acusadores, los que aprobaban la continuación de la guerra. A dm itió haber sido el autor de los m an ifiestos y octavillas llam ando al pueblo a m anifestarse el P rim ero de M ayo y repi­t ió e insistió de nuevo que en sus acciones lo úni­co que buscaba era decir a los obreros y solda­dos que vo lv ieran sus armas contra su enem igo común.

E l p rocurador general p id ió 6 años de cárcel y 5 años de p rivac ión de los derechos políticos. E l tribunal lo condenó a 30 meses de cárcel. La proclam ación del vered ic to fue publicada, aunque no se h izo lo m ism o con los textos del ju ic io .

E l m in isterio público apeló contra este vere­dicto, p o r considerarlo dem asiado benévolo.

Huelgas de solidaridad

E l 29 de j^m io> al anunciarse la condena de Liebknecht, esta llaron huelgas en diversas ciuda­des. Según un in fo rm e de la policía , sólo en B er­lín pararon unos 26.000 obreros m etalúrgicos. «G ru ­pos de m anifestantes, unas 2.000-4.000 personas, se d irig ieron desde los suburbios del norte hasta Lehrterstrasse, lugar en donde se había celebrado el proceso. O tro grupo de unas 2.000 personas se d ir ig ió hacia el Reichstag, y luego hacia la Puerta de Brandeburgo y la avenida U n ter den L in d e n » K. Según fuentes espartaquistas («C a rta p o lítica » del12 de agosto), los obreros berlineses declarados

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LOS ESPARTAQUISTAS 119

en 'huelga sumaban unos 55.000. A l parecer, la huelga fue organizada por los «Delegados revo­lucionarios», i esponsables clandestinos que en Iss fábricas bei-linesas doblaban ya en número a los representantes de los siifdicatos oficiales, y que comenzaban a organizarse por su cuenta. Polí­ticamente, estos «Delegados revolucionarios» se unieron a la oposición, y en el seno de ésta sus simpatías se d irig ían especialmente hacia los hom­bres de Ledebour, aunque la mayoría de ellos adm iraban e l cora je de Liebknecht y no eran hostiles a los espartaquistas en general.

La huelga no quedó lim itada en Berlín. En Brunswick, 8.000 obreros se declararon en huelga e¡l 27 de junio. Según un in form e espartaquista, al d ía siguiente los obreros reunidos protestaron «con tra e l proceso que amenaza con imponerle al camarada K a r l Liebknecht varios años de cárcel». •La huelga, explicaba la resolución que votaron, tenía com o propósito «m anifestar las simpatías de los obreros d e Brunswick hacia aquel que, por sus palabras y por sus acciones, demostraba ser fie l a l pueblo y un in fatigable luchador por el fin de esta g u e rra »9.

Otras huelgas y manifestaciones tuvieron lugar en Brem en y Stuttgart. En Leipzig, la policía pro­m etió 50 m arcos de recompensa a todas aquellas personas que denunciaran a los que colocasen pas­quines de propaganda espartaquista en los muros de la ciudad.

En numerosas ciudades se difundieron dos fo ­lletos elaborados por Rosa Luxemburgo: Política de pe rros y ¿Qué le ha sucedido a L iebknecht? 10. Un re la to del proceso figuraba detallado en un fo­lle to titu lado: D os años y m edio de cárcel.

La dirección socialdem ócrata y la Comisión central de los sindicatos se vieron desbordados por estos m ovim ientos huelguísticos, los de ma­yo r envergadura habidos desde el inicio del con­flic to bélico. En ju lio de 1916 difundieron un texto poniendo en guardia a los obreros frente «a los irresponsables que les incitan a recurrir a m edios totalm ente equivocados para tranquilizar sus m alas conciencias», y denunciaban «la pro­paganda en favor de las huelgas y las acciones de masas de las que tanto el Partido socialdem

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120 GILBERT BADIA

cra ta com o los S ind ica tos n o asum ían responsa­b ilid a d a l g u n a » E l llam am ien to a lertaba a los ob reros a lem anes pa ra que n o se d e ja ran arras­tra r p o r «actitu des ir re fle x iv a s », exp res ión que a p a r t ir de estos sucesos m enudearía en los parla ­m entos y escritos de los je fe s de la s-ociaddemo- crac ia alem ana.

P o r su parte , las au toridades m ilita res no te­n ían n inguna con fian za en las am onestaciones y llam am ien tos; pensaban que la ¿mejor m anera de acabar con la ag itac ión ex isten te era ordenando una detención m as iva d e lo s d ir igen tes esparta­quistas. Después d e h aber cu m p lido la condena de un año de cá rce l que le im puso en 1914 e l tr i­bunal de F ran k fu rt, R osa Lu xem bu rgo fu e pues­ta en lib e rta d e l 18 de fe b re ro de 1916. D e todos m odos, se la a rrestó de nuevo el 10 de ju lio , p re ­ven tivam ente, y no recu peraría la lib e rtad hasta noviem bre de 1918, en m ed io de los acon tec im ien ­tos revo lu cionarios . Así, en e l curso d e l desarro llo de la guerra, R osa so lam ente d is fru tó de un año de lib ertad , y perm an ec ió encarcelada duran te 3 años.

E l 17 de ju lio d e 1916, e l genera l en je fe de la reg ión m ilita r de B erlín hacía saber al subse­cre ta rio d e Estado, W ahnsohaffe, que, «según in ­form aciones con fidencia les, R osa Luxem burgo era la au tora in te lectual de una serie de opúsculos: ¿Qué le ha suced ido a L iebknech t? , H a m b re y P o lít ic a de pe rros , este ú ltim o cen trado en e l caso Liebknecht y concluyendo con un llam am ien to a los obreros para que organizasen huelgas de soli­daridad, llegando incluso a incitarlos a la huelga general». Estos «a g ra v io s » justificaban, en op in ión del m ilitar, el encarcelam iento de la activ ista roja.

E l 23 de agosto de 1916 se abrió una revisión del caso L iebknecht, tras lo cual se le increm entó la pena de prisión : 4 años de cárcel, expulsión de l e jé rc ito y p rivac ión de derechos c iv iles p o r un periodo de 6 años. A l enterarse de estas «b u e­nas nuevas», L iebknecht d ijo a sus jueces estas célebres palabras:

«Vuestro honor no es mi honor. Ningún general habrá llevado su uniforme con tanta satisfacción como

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LOS ESPARTAQUISTAS 121

llevaré yo el de presidiario (...) Estoy aquí para acu- sar y no para ser acusado (...) M i consigna no es la “Union Sagrada m la paz interior, sino la guerra in­terior. ¡Abajo la guerra! ¡Abajo el gob ierno !»12.

Los ju eces le respondieron que a fin de cuen­tas era e l pueb lo a lem án quien le condenaba, alo que L iebknech t respondió:

«¿Acaso pretendéis llamar al pueblo contra mí? Pues bien, si esto fuera cierto no os limitaríais a de­cirlo ni me enjuiciaríais encerrados aquí, bajo diez cerrojos. Quitad al pueblo las mordazas y esposas del estado de sitio, y haced que venga aquí, con nosotros, y llamad también a los soldados de las trincheras. Presentémonos ante todos ellos y sometámonos a su veredicto: de un lado todos vosotros, el tribunal, los fiscales e incluso esos señores del Estado Mayor y del ministerio de la Guerra y todos aquellos que creáis conveniente, y enfrente yo solo o cualquiera de mis compañeros. ¿A quién seguirá la masa del pueblo cuando se le arranque la máscara desorientadora que nubla sus ojos? ¿A vosotros o a mí? En realidad, yo ya conozco el vered icto»1S.

La popularidad de Liebkncchí

E l líd e r espartaquista tenía razón al estar tan seguro de que el pueblo le apoyaría. Si bien esverdad que rec ib ió cartas insultantes, en generalde carácter anónim o, los testim onios de adhesión fueron indiscutiblem ente mucho más numerosos. U n p ro fe s o r universitario, llam ado Sering, escri­b ía el 30 de agosto de 1916 al Canciller para ase­gu rarle que la m ora l del fren te estaba en descen­so y que esto se traducía en «un aumento de la popu laridad de Liebknecht, tanto en las trinche­ras com o en la retaguardia, sobre todo entre la gente más pob re» Su propuesta era que se re­du jera la reclusión de Liebknecht, a lo que elCanciller rep licó que siem pre era posible^ recu­rr ir al derecho de gracia cuando la situación lo requiriese.

En la m ism a época, la opinión de Kautsky, poco sospechosa de parcialidad en favor de Liebk­necht, coincid ía con la del p ro fesor Sering. Refe­rente al caso del líd er espartaquista escribió a su am igo A d ler lo siguiente: «H oy (en agosto

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122 G I L B E R T B A D I A

de 1916) es al hombre más popular en las trin­cheras; todos los que retornan del frente son uná­nimes al respecto. Las masas descontentas no en­tienden nada en absoluto de su política, pero ven en él al hombre que actúa y se mueve con la úni­ca finalidad de acabar con la guerra, y esto es lo esencial para ellas» “ .

Este fragmento de Kautsky adquiere todo su valor si recordamos lo que opinaba en la vís­pera del prim er voto negativo de Liebknecht con­tra los créditos militares, en noviem bre de 1914. Por aquel entonces pensaba que Liebknecht aca­baría haciendo el «rid ícu lo».

E l ejem plo de Liebknecht exaltaba las men­tes:

«Tú no has caído en vano —le escribían sus am i­gos— . Ahora estás ausente, pero, en tu estrecho cala­bozo, tras los barrotes de hiei'ro, prosigues tu com bate por una causa sagrada, y te mantienes firm e coma combatiente y guía; cada día que pasas en la cárcel es una nueva espina que se clava en las carnes de la clase obrera alemana, cada rechinar de tus cadenas es una llamada de com bate para todos nosotros. ¡A la Iuchai ¡Por tu liberación y p o r la nuestra !» 16.

Como contrapartida a este entusiasmo, cabe citar un fragm ento del in form e de prensa del m i­nisterio de la Guerra, fechado el 6 de d iciem bre de 1916, que en el fondo dice lo m ism o, aunque desde luego con un lenguaje d istinto: «L a agi­tación de la socialdem ocracia revolucionaria no cesa de ganar terreno, especialm ente en la región de Sajonia, así com o tam bién en Baviera, en Co­lonia, en la cuenca del Ruhr, en H alle, en Mag- deburgo, K ie l, Stettin, P forzheim y S tu ttga rt»

tercera y u ltim a vez, Lieblcneoht com pare­ció ante los jueces efl 4 de noviem bre, para Que éstos le con firm aran defin itivam ente la senten­cia. Tras los dos procesos de agosto y noviem bre, as protestas populares fu eron onenos v igorosas

que las producidas durante el mes de ju n io pe.ro incluso así, el p re fec to de po lic ía de B e r lín 'a d m i­tió que, el 4 de noviem bre, 3.000 obreros se decla­

raron en huelga en 7 fábricas.

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LOS HSPARTAQUISTAS 123

La m anifestación de l Prim ero de Mayo popu­larizada por los espartaquistas y el proceso y sub­siguiente condena de Liebknecht — que las autori­dades no pudieron cam uflar— hicieron de éste un símbolo. E ra el prim er diputado alemán encarce­lado porque apoyaba e l final de la guerra. Se co­nocía su firm eza en la defensa de la causa del proletariado y no se ponía en duda su sinceridad e integridad.

E l « ¡V iv a L iebknecht!» lanzado por los mani­festantes que se oponían a la guerra se convirtió para las autoridades en un grito sedicioso, en tan­to que, para los socialistas fie les a las trad icio­nes de luoha de la socialdem ocracia, era una con­signa de unión. Las anteriores críticas de Lede- bour o de Stadthagen a la táctica espartaquista se diluyeron, tanto en las fábricas cómo en los suburbios populares, a causa de la actitud de Liebknecht. E l Espartaquism o había ganado e l co ­razón del pueblo.

En e l extran jero , Len in adm iraba la actitud de Liebknecht, y a partir de entonces le consi­deró com o e l je fe del m ovim ien to revolucionario alemán. E l año 1916 fue testigo de un endureci­m iento de las diversas posturas políticas: losfrentes se estab ilizaron y, en la retaguardia, las d iferencias ideológicas com enzaron a delim itarse claram ente.

A l m ism o tiem po, la represión se increm en­tó v io len tam ente. L a m ayoría de los dirigentes espartaquistas fu eron encarcelados más o menos al m ism o tiem po. Los poderes públicos com enza­ban a in tu ir que, a causa del aum ento de la m ise­ria, consecuencia del b loqueo, y del continuo in­crem en to de las listas de m uertos en e l frente, las consignas espartaqu istas encontrarían condi­ciones favorab les para su desarro llo . D e ahí el deseo de ap lastar d e fin itivam en te a l Espartaqu is­m o antes de que se h ic ie ra con e l con tro l y fa vo r to ta l de las masas.

N O T A S

1. Spartakusbriefz..., ob . cit., pág. 166.2. Id ., pág. 166.3. Id ., págs. 175-176.

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124 GILBERT BADIA

4. Id ., págs. 166-167.5. J. A lvarez del Vayo, Las batallas de la libertad, ob. cit.,

página 78.6 . Texto com pleto -en la ob ra de R osa Luxem burgo Ausge.

wahlte Reden..., ob. cit., I I , págs. 558-562.7. K a rl L iebknecht, Ausgewáhlte Reden, Briefe und Auf-

s'átze, B e rlín , 1952, pág. 407. Todos los documentos del procesofueron publicados en jun io de 1919 en Das Zuchthansurteil ge. ben Karl Liebknecht.

8 . Archivos del I .M .L ., dosier 8/7. Citado tam bién por Wal. ter B arte l en Die Linken..., ob. cit., pág. 323.

9. Spartakusbriefe..., ob. cit., págs. 200-201.10. Texto en la ob ra de Rosa Luxem burgo Ausgew'dhlte

Reden..., ob. cit., págs. 563-566.11. Citado po r W alter Bartel, D ie Linken..., o b . cit., pá­

gina 328.12 . Das Ziichthausurteil gegen Karl Liebknecht, ob. cit.,

página 108.13. Id ., pág. 109.14. E l original de esta carta del p ro fesor Sering figura en

los archivos del I .M .L ., dosier 8 /8 , folios 51-53.15. V íctor Adler, Briefwechsel m it August Bebel und Karl

Kautsky, etc., V iena, 1954, pág. 630.16. Spartakusbriefe..., ob . cit., pág. 239.17. Archivos del I .M .L ., dosier 9/42, folio 112.

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V I I I . F U N D A C IÓ N D E L P A R T ID O S O C IA L D E M Ó C R A T A IN D E P E N D IE N T E

E l año 1917 señala un giro muy importante en el desarrollo de la guerra. Las tentativas de los poderes centrales por im poner al adversario una paz que les 'fuera favorab le 'fracasaron. A pesar de las vacilaciones del canciller Bethmann H o ll­weg, A lem ania desencadenó, el 1 de febrero de 1917, la guerra submarina a ultranza, que preci­p itaría la entrada en conflicto de U.S.A. (ó de abril) al lado de las potencias de la Entente.

E l tercer invierno bélico fue todavía más duro que los anteriores: varias «revueltas por ham­b re » lo testifican. E l descontento popular au­mentaba. Mediante la ley sobre servicios auxi­liares (H itfsd ienstgesetz), que perm itía movilizar a todos los alemanes hasta los 60 años en la eco­nom ía de guerra, el gobierno alemán intentaba increm entar al m áxim o las fuerzas de que dis­ponía.

Todo esto — a lo que debe añadirse las repercu­siones de la revolución rusa en febrero— explica los progresos de la oposición en Ja política de la «U nión Sagrada» continuada por la dirección del

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126 GILBERT BADIA

Partid o socialldem ócrata y p o r la Confederación sindical.

El asunto “Vorwarts”

Esta oposic ión se reunió en la Conferencia nacional convocada p o r la socialdem ocracia, del 21 al 23 de setiem bre de 1916. K áthe Duncker ex­presó en ella e l punto de vista de los espartaquis­tas, m ientras que H aase lo hacía p o r parte de los A rbe itsgem einscha ft. De 450 delegados, 169 a lgo m enos de dos quintos, se oponían a que un vo to cu lm inara los debates. Los derrotados se negaron a partic ipar en los escrutinios siguien­tes.

La oposición se m an ifestó tam bién en Berlín, con ocasión del asunto V orw arts . E ste periódico' era a la vez e l órgano centra l del partido y el periód ico de los redactores berlineses, quienes por haberlo fundado tenían derechos sobre su con­tenido.

E l 8 de octubre las autoridades m ilitares vo l­v ieron a p roh ib ir e l periód ico, poniendo como condición para su nueva aparición varios cam­bios en el equipo redactor, que re fle jaba en fo r ­m a bastante f ie l la opin ión de los socialistas ber­lineses (opuestos a la dirección, en su m ayoría ). La d irección del partido se inclinó ante los m i­litares y nom bró un nuevo redactor, Friedrich Stam pfer, que en 1914 ya se había unido a la m ayoría. Las secciones berlinesas del partido vie­ron en esta m edida un golpe de fuerza. De aquí provienen los asaltos al local del V orw arts en d iciem bre de 1918 y enero de 1919, cuando, a l tér­m ino de un m itin, los m anifestantes ocupaban espontáneamente el inm ueble del periódico, al que consideraban de su propiedad.

Sin em bargo, la oposición se lim itó a protes­tar verbalm ente: no siguió a los espartaquistas, quienes propusieron m anifestarse, proteger al an­tiguo cuerpo de redacción, boicotear al periódico, fundar uno nuevo en Berlín y desautorizar a los diputados socialdem ócratas que habían apoyado a la d irección del partido. En la asamblea gene­ral del 29 de octubre de 1916, los espartaquistas berlineses no pudieron im poner sus puntos de

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vista a la m ayoría de los socialdemócratas de lac a p ita l1.

Asamblea de la oposición

Deseosos de entregar una plataforma común a los oposicionistas, Ledebour y Haase decidieron convocar una asamblea nacional de la oposición. A este respecto cabe recordar las grandes dife­rencias que en febrero de 1916 habían opuesto ya a los espartaquistas y a los centristas, Kathe Duncker frente a Ledebour y Liebknecht con­tra H e rz fe ld 2, así como los violentos ataques de Rosa Luxem burgo contra Kautsky.

De esto podría deducirse que los espartaquis­tas rechazarían de plano el sentarse a conversar con los centristas. N o solamente no fue así, sino que, en una carta dirigida a los militantes en di­ciem bre de 1916, Leo Jogiches predijo que los es­partaquistas seguirían en el Partido socialdemó­crata, aunque bajo ciertas condiciones:

« L a o p o s ic ió n só lo p e rm a n e c e rá en el P a rt id o soc ia l­d e m ó c ra ta m ie n tra s éste n o le ob stacu lice su au to ­n o m ía de a c c ió n p o lít ic a . L o c ie rto es qu e si la op o ­s ic ió n p e rm a n e c e e n el p a r t id o es p a r a co m b a t ir y c o n t ra r r e s ta r la p o lít ic a de la m a y o r ía , p ro te g e r a las m a sa s c o n tra la p o lít ic a im p e r ia lis ta cam u flad a en la s o c ia ld e m o c ra c ia y u t i l iz a r e l p a r t id o com o cen tro de re c lu ta m ie n to p a r a la lu c h a de c lases p ro le ta r ia y an ti­im p e r ia l is t a »

Las propuestas elaboradas de cara a la asam­blea de la oposición, en enero de 1917, preveían la continuación, en el seno del partido, de una or­ganización especial a la que se entregaría el di­nero proveniente de las cotizaciones. Se hacía ne­cesario luchar contra «la burocracia» política y sindical y utilizar también las tribunas del Par­lamento, pero sobre todo hacer hincapié en lasacciones de masas. .

Sin embargo, Leo Jogiches no era demasiado optim ista, al igual que los demás líderes espar­taquistas, sobre la posibilidad de unir bajo las concepciones antes citadas a toda la oposición. Opinaba que la asamblea que se iba a celebr no daría «resultados prácticos», debido a las p

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siciones centristas del Arbeitsgem einschaft y por sus coincidencias ideológicas en cuestiones funda­mentales con la m ayoría. A pesar de todo, se mos­traba inclinado a participar en dichos ta-abajos, ya que, según él, form aban parte de esta oposición gran cantidad de elementos obreros «qu e ideo­lógica y políticam ente están con nosotros, pero que siguen a los centristas por fa lta de contactos con ¡nosotros y porque desconocen lo que en rea­lidad sucede en el seno de la oposición».

En el fondo, lo que da a entender esta circu­lar de Jogiches es un tem or que ya hemos encon­trado anteriorm ente en los futuros espartaquis­tas. Tem ían que, tras su salida del m arco del partido y su ruptura con e l resto de la oposi­ción, o sea, una vez reducidos a sus propias y únicas fuerzas, em brionarias todavía, no podrían m ovilizar n i ponerse en contacto con los elem en­tos que ellos creían poder convencer para luchar contra la guerra. E l partido era para ellos «una zona de reclutam iento» priv ilegiada y un m arco legal. Los espartaquistas tem ían la clandestinidad, aunque no por fa lta de coraje, sino por las lim i­taciones que com portaba.

En e l fondo, secreta o abiertamente, aspiraban todavía a «reconqu istar» el Partido socialdemó- crata, restaurarle su pureza orig ina l en las ideas de fidelidad a los principios y a las resoluciones de los Congresos internacionales.

Sin embargo, y a com ienzos de 1917, di punto de vista de Jogiches no es di de todos los espar­taquistas. Los delegados de provincias habían sido precisamente convocados en Berlín , el 6 de enero, para discutir la posición a adoptar al día siguien­te, en la asamblea nacional convocada por la oposición (Arbeitsgem einschaft). En esta reunión, los delegados de Brem en (1 ) se m ostraron partida­rios de rom per con los centristas (2). Defendían

1. A este grupo, quo representaba el punto de vista de la extrema izquierda de Bremen, Ham burgo, etc., se le designa­rá por el nombre de Izquierdas de Bremen (en alemán: Bre-

m e r L i n k e n ) .2. Su máximo dirigente, Johann JCnief, defenderá este pun­

to de vista hasta el Congre&o de fundación del Partido comu­nista alemán, a finales de 1918.

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LOS ESPARTAQUISTAS 129

sus puntos de vista desde hacía veinte meses en un semanario de curso legal, aunque de poca im ­portancia, fundado en junio de 1916 y llamado el A rbe ite rpo litik . Tras el asunto del Vorw arts, en esta publicación podía leerse: «¡Abandonemos la ilusión de un frente de 'lucha común con el Cen­tro! ¡Que la extrem a izquierda se una! Sólo debe contar con sus propias fu e rza s »5.

En su boletín (L ich tstrah len ), Julián Borchardt, que encabezaba un pequeño grupo de intelectuales en Berlín , m anifestaba desde hacía tiempo una opinión idéntica. Tras la aparición de la revista D ie In terna tiona le , había escrito que la lucha con­tra la derecha del partido era inconcebible «sin una lucha paralela contra las concepciones del ca­m arada Kautsky», ba jo cuya autoridad una parte de los oposicionistas «oscila entre la derecha y la izquierda: ataca de palabra a la derecha, pero de hecho la apoya con sus actos» 8.

N i los delegados de Brem en ni Borchardt pu­dieron im poner sus puntos de vista el día 6 de enero. Los espartaquistas confirm aron su parti­cipación en la asamblea de la oposición, a la que aportaron aproximadamente un quinto de los delegados (34 sobre 157 presentes).

Ernst Meyer, su portavoz, al hablar desde la tribuna, se hizo eco de las ideas de la circular de Jogiches: «N o queremos la escisión», pero de­seamos poder llevar a cabo en el partido la lu­cha de clases contra la dirección. «E n el mismo instante en que se oponga obstáculos a esta lu­cha, abandonaremos el partido» T.

A la hora de las votaciones, la asamblea no aprobó la proposición de los espartaquistas en el sentido de suspender las cotizaciones a la direc­ción del partido. Adoptó, por 111 votos contra 40, una resolución m uy vaga dirigida contra la d i­rección «qu e ponía al partido en peligro» y un texto de Kautsk31’ haciendo un llamamiento en favor de la paz «sin vencedores ni vencidos» y proponiendo som eter los distintos puntos de vista a los correspondientes tribunales internacionales de arbitraje.

La «C a rta » espartaquista de abril de 1917 iro­nizaba sobre esta tím ida copia del mensaje de W ilson y atacaba la resolución de llegar a acuer­

5

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dos internacionales, después de tres anos de gue­rra, ya que «la diplomacia burguesa utilizará esa resolución para engrasar sus cánones» .

La escisión

La oposición había manifestado su deseo de permanecer en el partido; no fue ella quien se marchó, sino que la m ayoría la expulsó. Cuando la dirección deíl partido se reunió el 8 de enero, varios oradores, entre ellos Lóbe, de Breslau, ma­nifestaron que en su opinión la asamblea que había celebrado la oposición equivalía a la crea­ción de una nueva organización, divisionista, y, por lo tanto, prohibida por los estatutos. La ma­yoría de la dirección socialdemócrata hizo suyos estos argumentos. Se votó una resolución que obli­gaba a las secciones a «acabar con este juego de dos caras que los saboteadores de/1 partido lleva­ban a cabo, y a tom ar las medidas que fueran ne­cesarias para acabar con los divisionistas»

Uno se pregunta por qué la m ayoría decidió e impuso esta escisión. N o parece que básica­mente fuera por razones ideológicas, ya que las diferencias entre Kautsky o Haase y Ebert no eran tan grandes. Sin embargo, algunos años más tar­de, un grupo de los excluidos, entre ellos Berns- tein y Kautsky, volverían a unirse al S.P.D.

La razón invocada por W alter B a rte l10, según la cual los partidarios de la «Unión Sagrada» te­nían miedo de perder las ventajas materiales que les producía su política, no parece muy convin­cente. En realidad, antes ya de que el descon­tento popular creciera, la dirección quería evitar a toda costa que la oposición ganara terreno. E l número creciente de diputados que en el Reichs- tag votaba contra los créditos m ilitares era prueba fehaciente de que existía tal peligro. H a­bía que cortar por lo sano, puesto que los sen­timientos contra la guerra podían, y empezaban ya de hecho, a ser corrientes en todos los niveles del partido: cada vez había menos disciplina.

Por otra parte, la dirección estaba segura de sí misma. No sólo tenía en sus manos el apa­rato del partido, sino que también se había ase­gurado el control de toda la prensa. Además, es­

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taba convencida de contar con el apoyo de la dirección sindicalista de las cooperativas obreras y de las cajas de ahorro. De esta forma, la direc­ción pensó en poder silenciar a la oposición ex­cluyéndola. Por último, para un partido que tenía pretensiones a largo plazo, que preveía una m o­narquía constitucional en la que ól m ismo tendría iguales responsabilidades que las otras organiza­ciones políticas, era im portante desligarse total­mente de todos aquellos parlanchines, intem acio­nalistas utópicos, que en definitiva utilizaban un lenguaje ya superado.

Por otra parte, ¿qué podría hacer la oposición, atrapada por el estado de sitio imperante, por su casi total carencia de periódicos, por la fa lta de organización estructurada y carente de un pro­grama? Poca cosa, debía ser la respuesta. Ade­más de todas estas ventajas, el Partido socialde­m ócrata aumentaba su prestigio entre los otros partidos, de centro o de centroizquierda, con los que en defin itiva form aría una nueva mayoría en el Reiohstag.

De¡l otro lado, los oposicionistas centristas no podían repetir una nueva Canossa. A l fundar su Arbeitsgem sinschaft y diferenciarse de los defen­sores de la «Unión Sagrada», estaban convencidos de que trabajaban en pro del partido, por su integridad. Sin embargo, conocían la creciente in­fluencia de los espartaquistas, cuyas iniciativas se habían m ultiplicado desde el comienzo de 1916, y de ahí provenía su necesidad de adoptar un lenguaje nuevo, vo lver a tom ar como propia la fraseología socialista con el fin de evitar que las masas se desplazaran hacia la extrema izquierda. Kautsky lo d ijo claramente: «S i (nuestro grupo)no se hubiera constituido, Berlín habría sido con­quistado por los espartaquistas y se habría per­dido para el partido»

El Congreso de Gotha

En estas condiciones, la oposición se reunió en Gotíha con el fin de celebrar, del 6 al 8 de abril, un congreso que daría nacimiento al Partido so­cialdemócrata independiente de Alemania ( Una- bhangige sozialdemokratische Parte i Devitschlands)

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132T T c p r j C o n f i r m a n d o su toma de posicion ele

o U.S.P.D. Oonnrm decidieron unirse, aun-o S fa c la ra ifd n u e 5 ¿ensacan mantener su auto­nomía. El U.S.P.D. sería el techo bajo el cual c es-

arrDeT?choSUd u ía n t r Ídcongreso de fundación, la aparente voluntad de no ahondar las diferencias y e í deseo de llegar a un acuerdo de pnnap ios Lenas ocultaban las diferencias reales. Haase habló de la n ecesidad de la disciplina, mientras que Fritz Heckert, representante espartaquista, ata­có duramente las concepciones pacifistas de Kautslcy, fondo sólo servían, com o lasde Soheidemann, para sembrar la confusión entre

las masas.Por otra parte, las elecciones £?ara cresignai los organismos rectores ddl partido habían des­pertado también muchas dudas sobre la fa lta de u n an im id ad . Es cierto que Clara Zetkin reunió el mayor número de votos (126), pero el cargo en litigio era un puesto en la com isión de con­trol. E l Comité directivo no incluía un so'lo es- partaquista: Haase obtuvo 114, Ledebour 90 vo­tos y el espartaquista Erast M eyer 60 votos.

Los dirigentes espartaquistas habían dudado mucho sobre si debían participar en la nueva organización política. Cada uno de ellos concebía a su manera la autonomía y la fo rm a en que debían ponerla en práctica. N i aun los más par­tidarios de la adhesión al nuevo partido (.Togi- ches, por ejem plo) se hacían la m ás .m ínima ilu ­sión sobre la firm eza revolucionaria de los je ­fes del U.S.P.D. Ya se sabía por anticipado que este partido sería el de las grandes proclam acio­nes y de las pequeñas acciones, e l de las bellas frases y las inedias tintas. Clara Zetlcin. escrib ió en Diz G leichheit que se trataba de co laborar simplemente con el U.S.P.D. respecto a ciertas acciones concretas. Había que re fo rm ar la idea lanzada p o r Katlie Duncker en la con ferencia del i a L puand ° declaró en lo que entonces era

e Arbettsgem einschaft: «M archarem os separada- S ie m t^ Per° ? ° de™OS derro tar juntos a nuestro tunT^H com un^ Es cierto que en aquella opor-

mdad había añadido: «Suponiendo que la Ar~ bcttsgememschan se convivía en una oposición

CILBERT BADIA

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LOS ESPARTAQUISTAS 133

activa, practicando una política de principios v no contentándose sólo con hacer discursos...» ■

Los grupos espartaquistas de Frankfurt del <r eL-^>rescle, Duisburgo rehusaron unirse

al U.Í3.P.D. A través «Je esto puede apreciarse e moluso m edirse lo poco centralizado, como gru­po, que era el Espartaquismo. En la práctica, cada grupo provincial disponía de una libertad de decisión casi total.

Julián Borchardt y las Izquierdas de Bremen adoptaron, una posición análoga. E l ejem plar del 10 de m arzo del Arbeiterpolitik . decía:

«L a extrem a izquierda se halla frente a una deci­sión muy seria. Es al “ Grupo Internacional” (los es­partaqu istas) a qu ien incumbe la m ayor responsabi­lidad, ya que, a pesar de todas las críticas que nos vem os obligados a hacerle, reconocemos que constituye el grupo más activo, e l más numeroso, el núcleo del partido de extrem a izquierda. Sin él (e l grupo esparta­qu ista), reconozcám oslo francam ente, nosotros mismos, y todo el I.S.D. (e l grupo Borchardt o los Socialistas in tem acionalistas alemanes) no tendríam os en un fu­turo p róx im o ninguna posib ilidad de organizar un par­tid o capaz de aotuar. Del “ Grupo Internacional” de­pende que la extrem a izqu ierda com bata en un fren te organizado, ba jo su p rop io lema, o bien que las con­trad icciones existentes en el m ovim ien to obrero no des­aparezcan sino al térm ino de un com bate muy largo, llevado a cabo confusam ente; la presente lucha es un elem ento de c larificación y un im pulso de nuestra fu erza »

Las divergencias entre los espartaquistas y las Izqu ierdas de Brem en no fueron superadas hasta d ic iem bre de 1918, en el m om ento de la funda­ción del Partido com unista alemán. A las oposi­ciones doctrinarias reales se añaden, sin lugar a dudas, incom patib ilidades personales. B rem en es tam bién la ciudadela de Radek, que, re fugiado en Suiza, había m anten ido nexos con los socialistas del norte de Alem ania. S in em bargo, Rosa Lu- xem burgo sentía una gran antipatía p o r Radelc, del cual llegaba a dudar incluso sobre su honesti­dad. Es posib le que las condiciones de la clan­destin idad no fa c ilita ran el reexam en de la po­sic ión espaortaquista. L eo Jogich.es, sobre quien reposaba toda la organ ización , estaba preocupado

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134 GILBERT BADIA

por organizar y mantener «en p ie » por lo menos un aparato de difusión, así como por reunir asam­bleas en las que serían examinadas y discutidas las líneas políticas a seguir. La represión, la en­carcelación de los dirigentes, hacían im posibles ta­les reuniones. Absorbidos por la acción inm edia­ta, los jefes espartaquistas que todavía estaban libres no pudieron o no quisieron reconsiderar su posición sobre este asunto antes de diciem bre de 1918.

Es así cómo, a partir de la prim avera de 1917, Alemania era el prim er país beligerante de Eu­ropa en donde la socialdem ocracia se escindió en dos partidos. A diferencia de lo que sucedió en Rusia, el nuevo partido no elaboró una p lata for­ma ideológica rigurosa. E l U.S.P.D. era quizá más débil numéricamente '(3), pero su principal handi­cap era la ausencia de cohesión ideológica.

Respecto a los espartaquistas, analizado hoy, parece defin itivo el ju ic io de considerar que su decisión de adherirse al U.S.P.D. fue un error. Sus posibilidades de acción no se increm entaron y, por otra parte, manteniéndose autónomos podían haber seguido sosteniendo contactos con los Inde­pendientes. Quizá no habría sido así si las cosas hubiesen estado más claras para los m ilitantes de base del partido. Los espartaquistas, una vez adheridos al U.S.P.D., continuaron expresando en sus escritos el sarcasmo y desprecio que sentían por la m ayoría de los dirigentes del nuevo par­tido. Por el contrario, las críticas que numerosos militantes fo rm ulaban contra la ociosidad del nuevo partido alcanzaban a todos sus m iembros, incluidos los espartaquistas, aunque la realidad no era ésa.

3. Esta oposición es, sin embargo, mucho más importante que la que existía en los otros partidos socialistas, especial­mente en Francia.

NOTAS

1. E l boletín espartaquista n .° 2, del 5 de noviembre de 1916, relata extensamente esta asamblea general. Cf. Sparta­kusbriefe..., ob. cit., págs. 257-267.

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LOS ESPARTAQUISTAS 135

2. Ver en «Documentos», tomo I I de la presenté obra, págs. 37-44.

3. La «Carta Política» n .° 22, del 12 de agosto de 1916 (Spar­takusbriefe..., ob. cit., pág. 204), incluye, al final, un violenta ataque contra Kautsky, relacionado con el artículo que había publicado en el Vorwarts «il cumplirse el segundo aniversario de la muerte de Jaurés. Dicho artículo fue calificado como «difamación incalificable destinada a desorientar a la clase obrera alemana» (pág. 205).

4. Esta cita y las siguientes han sido extraídas de la cir­cular n .° 23 del «G rupo Espartaco» reproducida en Sparta­kusbriefe..., ob. cit., págs. 206-210, y firm ado W . K ., iniciales que corresponden a W alter Kraft, seudónimo de Leo Jogiches.

5. Cf. Arbeiterpolitik y en especial los números 14, del 23 de setiembre de 1916, y 26, de donde se ha sacado esta cita.

6. Lichtstrahlen n .° 13, del 4 de julio de 1915, pág. 260.7. Citado por W alter Bartel, Die Linken..., ob. cit., pág. 407.8 . Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 308.9. Protokoll del S.P.D.-Parteitages, W ürzburg, 1917, pág. 36.10. Walter Bartel, Die Linken..., ob. cit., pág. 411 y si­

guientes.11. V íctor Adler, Briefwechsel..., ob. cit., pág. 631.12. Citado en Illustrierte Geschichte der deutschen Revolu-

tion, Berlín , 1929, pág. 146.13. Arbeiterpolitik del 10 de marzo de 1917, n .° 10, pá­

ginas 74-75.

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IX . P R IM E R O S R E S Q U E B R A J A M IE N T O S

Las huelgas de abril de 1917

La causa inm ed iata de la p rim era gran huelga que tuvo lugar en A lem an ia durante la guerra fue e l anuncio de la d ism inución de las raciones de pan: 1.450 gram os p o r semana (en lugar de1.900), que no com pensaban 100 gram os suplemen­tarios de carne. Esta reducción debía hacerse e fectiva el 15 de abril de 1917. P o r o tra parte, el secretario del S indicato de torneros, R ichard Mü- 11er, fu e repentinam ente m ovilizado, e l 13 de abril, la antevíspera de la asam blea general de los m e­talúrgicos de Berlín .

Esta m edida, tom ada p o r m ilitares sin lugar a dudas m iopes, fue la gota que co lm ó el vaso de la paciencia d e gran parte de los trabajado­res. Los Revolu.tion.are. Obleute. (Delegados revolu ­cionarios) decid ieron contestar a esta m edida con la huelga inm ediata. E l e jem p lo de la revolución rusa acaecida en feb rero encendía las pasiones, especialm ente en Berlín, en donde la oposición socialdem ócrata, que a pa rtir del 8 de abril se

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llamará Partido socialdemócrata independiente, ha­bía arrastrado prácticamente a todos los m ilitan­tes de la socialdemocracia.

E l lunes, 16 de abril, cerca de 300.000 obreros suspendieron su trabajo en 319 empresas de la capital; la envergadura del m ovim iento fue una sorpresa para todos, incluidos los organizadores. Un in form e de la policía del 5 de m arzo de 1917 aseguraba:

« N o h a y in d ic io s p a r a c re e r q u e u n a p a r t e im p o r ­tante de lo s o b r e ro s p a re n e l t r a b a jo , n i q u e se m a n i­fiesten en la ca lle , n i q u e lle v en a c a b o a c c io n e s r e ­vo lu c io n a r ia s . L a in flu e n c ia d e l A rb e its g e m e in s c h a ft es m u y fu e rte , m ie n t ra s q u e la d e la e x t r e m a iz q u ie rd a es d éb il. E l a r r e s to d e su s d ir ig e n te s (L ie b k n e c h t - L u x e m b u rg o ) la h a p r iv a d o c a s i to ta lm e n te d e u n a d irecc ió n e n é rg ic a » x.

Sin embargo, el m ovim iento huelguístico no podía considerarse sólido. Los líderes sindicales, hostiles como ios dirigentes m ayoritarios de la socialdemocracia ( 1) a toda suspensión del traba­jo, se dedicaron rápidam ente a corta r e l m ovim ien­to. Por su paarte, el gob ierno prom etió m e jo ra r algo el suministro de alim entos y se com prom etió a no tom ar represalias contra los huelguistas. El día 18, el trabajo se había reanudado.

Sin embargo, 3 im portantes fábricas seguían en huelga: Deutsche W affen und M u n ition s fa b rik , K norr-B rem se y A.E.G. H en n igsd orf (casi 50.000 personas en tota l). Circulaban octavillas tituladas: H em os sido tra icionados, re fir iéndose especial­mente a las m aniobras del je fe sindical Cohén.

E l general al m ando de la zona de B erlín in­tervino a continuación; puso las fábricas de ar­mamentos ba jo d irección m ilita r y am enazó a los huelguistas con penas m uy serias: todos los hom ­bres m ovilizables serían incorporados a filas a partir del 21 de abril. Tres obreros: K i'onenthaler,

Eg- ' v -.‘.

j3 g GILBERT BADIA

1. De ahora en adelante denominaremos así a l antiguo Partido socialdemócrata. A estos M ayoritarios se oponen los Independientes, que acaban de organizarse en un partido dis­tinto.

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LOS ESPARTAQUISTAS 139

Fischer y Peters, acusados de d ir ig ir las acciones, fueron arrestados. Se tenía la sospecha de que el ú ltim o era espartaquista.

La huelga de Berlín tuvo eco en provincias, especialm ente en Halle, Brunswick y Magdeburgo. En Leipzig, en donde las autoridades indicaban que existía una gran actividad espartaquista (m i­les de octavillas fueron lanzadas haciendo un lla ­m am iento a la huelga e l día 15), más de 30.000 personas suspendieron su trabajo. «L a cuestión de la ración de pan es sólo un p retexto para los espartaqu istas»s, a firm a un in form e o fic ia l. De hecho, las octavillas explicaban que e l m eollo del m ovim ien to no era la m edia libra de carne o las vagas prom esas respecto al derecho a vo to des­pués de la guerra: « ¡A b a jo esta guerra de asesi­nos! ¡A ba jo el estado de sitio !... ¡Que la bandera ro ja ondee sobre la República lib re ! ¡M anejad vuestro p rop io destino! ¡S i os unís, el poder os pertenecerá !» 3.

Una gran asam blea de huelguistas adoptó una res-olución de 7 puntos en donde las reivindica­ciones netam ente políticas (paz sin anexión y li­bertad para los presos p o líticos ) dejaban de lado la exigencia de un m e jo r aprovisionam iento de ali­m entos. Se decid ió que una delegación, a la que se unieron varios representantes del U.S.P.D., ir ía a som eter dichas reivindicaciones al Canciller.

H e aquí, posib lem ente, el em brión del p rim er «C onse jo o b re ro » que se conoció en Alem ania.

En Leipzig , com o en Berlín , la po lic ía in terv i­no enérgicam ente, m ientras que los líderes sin­dicales no se solidarizaban con los huelguistas, a los que acusaban de haberse organizado p o r su cuenta. C incuenta y dos activistas fueron deteni­dos y condenados a penas que llegaban hasta los9 m eses de prisión .

E l com andante en je fe , H indenburg, cuya auto­ridad abarcaba todo lo que de cerca o de le jos se relacionase con la guerra y que poco a poco extend ía tam bién su p oder a lo c iv il, se había sentido m uy disgustado por esa huelga en la que ve ía «u n ablandam iento en la capacidad defensi­v a » y, p o r lo tanto, «una tra ic ión al soldado de las trincheras». La carta en la que H indenburg

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140 GILBERT BADIA

expresaba su punto de vista fue rem itida por Groener, je fe del K riegsam t — O ficina encargada de la m ovilización económ ica— , a los je fes sindi­cales. En ella se podía leer que «cualqu iera que se declare en huelga es un p erro ...» Los dirigen­tes sindicales no dudaron en publicar la carta en sus periódicos y en sus com entarios, pero estos insultos indignaron a gran parte de los traba­jadores.

Sin em bargo, la represión había causado sus efectos; com o prueba de ello, el P rim ero de M ayo, a pesar de los llam am ientos espartaquistas, no se llevó a cabo m anifestación alguna en Berlín. En Dresde, 500-600 jóvenes desfilaron aclam ando a Liebknecht.

La resolución de paz

Los M ayoritarios desaprobaban cualquier ac­ción susceptible, por lo menos en su opinión, de debilitar el potencial m ilita r del R eich y que lle ­vara a la rendición de A lem ania a sus enemigos. A pesar de ello, aprovechaban a su m anera los acontecim ientos de la guerra, para presionar al gobierno con el f in de que d iera algunas satis­facciones al pueblo. Su «lu cha» ten ía siem pre lugar en e l Parlam ento. Sus consignas eran: ganar las elecciones en Prusia y estudiar qué clase de paz interesaba conseguir.

A posteriora, cuesta im aginarse que la reform a electoral de Prusia (que hoy en d ía se ve com o algo secundario e irr isorio ) constituyera, en aque­llas circunstancias, en plena guerra, una de las principales reivindicaciones de los socialistas.

En Prusia se votaba según el sistema de las tres clases: un escrutinio que aseguraba a losJunkers, a los terratenientes y a los industriales una representación en la D ieta que no estaba en proporción directa con su número. Un Junker «pesaba» más, electoralm ente hablando, que 1.000 proletarios berlineses. En 1903, 239.000 electores de la clase poseedora enviaban a la D ieta prusiana el m ism o número de diputados que 6 m illones de electores del pueblo.

Los socialdemócratas reivindicaban desde ha­cía tiem po la instauración en Prusia del sufragio

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LOS ESPARTAQUISTAS 141

universal, ya en v igo r en todo el Reich. Bethmann H ollw eg , deseoso de desplazar hacia el centro- izqu ierda el e je de su m ayoría, incluyendo a los socialdem ócratas, opinaba que había que satisfa­cer esta reivindicación! En su mensaje de Pascua, en abril de 1917, e l em perador daba a entender una posible y futura reform a del escrutinio pru­siano «tras la vuelta de nuestros guerreros», es decir, después de term inadas las hostilidades.

Una carta del secretario de Estado Delbrück a V on Valentin i, je fe de la casa civil del empe­rador, y d e fecha 1 de ju lio de 1917, sitúa bastan­te bien el problem a. Tras haber previsto el fra­caso de la guerra submarina y el peligro de la entrada de U.S.A. en el conflicto, Delbrück con­tinúa:

« S i h e m o s d e s o p o r t a r o t ro in v ie rn o e n g u e r ra , es d e t e m e r u n a m u y g r a v e c r is is in te rn a , c a s i u n a c a tá s ­t r o fe . L a x in ica m a n e ra d e p re v e n ir la es u n a g r a n co n ­c e s ió n a la s o c ia ld e m o c ra c ia , y é s ta só lo p u e d e s e r la re a liz a c ió n in m e d ia ta d e la r e fo r m a e le c to ra l en P r u ­s ia , c o n la p u e s t a e n p rá c t ic a d e l s u fr a g io igualatario ( . . . ) D e m o m e n to , (e l s u f r a g io u n iv e r s a l ) e s p a r a n o s ­o t r o s u n fo r m id a b le re c o n st itu y e n te d e s a lu d » *.

Behtmann H o llw eg tenía opiniones parecidas. Durante la reunión del Consejo de la Corona, el9 de ju lio , explicó a sus colegas la necesidad de la re form a electoral con el fin de obtener el apoyo de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales. De lo contrario, «e l gobierno, en su lucha con los m ovim ientos huelguísticos, no dis­pondrá de la ayuda de los sindicatos» ®.

Bethmann H ollw eg obtuvo del em perador un decreto <11 de ju lio de 1917) aprobando el su­frag io universal para las próximas elecciones. Sin em bargo, el Canciller no sobrevivió a la aparición de dicho texto. Atacado por los je fes militares y eíl Partido conservador prusiano, violentamente hostiles a la reform a, Bethmann H ollw eg no re­cib ió el apoyo de la nueva m ayoría que se iba form ando en el Reichstag y que iba de la social­dem ocracia al Zen tru m católico y a los nacio­nales-liberales. Dicha m ayoría aspiraba a más y soñaba en un sistema verdaderamente parlamenta­rio. E l 9 de ju lio, el Canciller, delante de la Comi-

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■■ • ■142 GILBERT BADIA

ccntr^il del R c id is tag ( H a i tjy t civls s clivis s'), había rechazado categóricam ente este sistema.

Tres días antes, e l 6, y fren te a esta m ism a comisión, E rzberger, líd e r del ala izqu ierda de1! Zen trum , había pronunciado un gran discurso. Convencido de la im posib ilidad de una v ic to ria m ilitar, preconizaba que se vo ta ra en fa vo r de una resolución de paz concebida en térm inos bastante vagos y ambiguos, que sería aprobada e l 19 de ju lio en e l Reichstag y aceptada por e l nuevo can­c iller M ichaelis, sucesor de Bethm ann. Es to ta l­m ente cierto que A lichaelis declaró: acepto estaresolución «ta l com o yo la en tiendo», lo que lim i­taba su trascendencia.

Por o tra parte, e l tex to en cuestión hacía p os i­ble cualquier in terpretación . S in consecuencias prácticas en p o lít ica ex terio r, la reso lución ser­v ía los designios d e l gob iern o y los de la social- democracía, sobre todo a n ive l in terio r.

Los espartaquistas despreciaban estas m an io­bras, que la «C arta p o lít ic a » n.° 6, de agosto de1917, ca lifica de «trá g ica fa rsa ». «S o lam en te — de­clara la Carta— e l d errocam ien to de los gob iernos reaccionarios puede traernos la p a z » e. Y e l tex to term ina con la sigu iente a firm ac ión categórica : «E l único cam ino que conduce a la paz es la re ­vo lu ción » T.

Respecto a l m odo de vo ta r, era absurdo, en opin ión de los espartaquistas, qu erer re fo rm a r el absolutism o prusiano, y aún m ás pensar que estas reform as pudieran lleva rse a cabo pac íficam en te , «s in que el pueb lo tenga necesidad de m o v e r un solo dedo».

H e aquí cóm o se rea firm ab a la idea-fuerza d e l Espartaquism o: no es en los parlam en tos donde se lleva a cabo la revo lución , sino en la calle. «L a s revoluciones no se hacen en los parlam en tos, n i incluso cuando se d ispone d e una "m a y o r ía ” con un p rogram a "revo lu c ion a r io ” . 'Las revo lu ciones se hacen en la calle, y sólo pueden llevarlas a cabo las masas tra b a ja d o ra s »8.

A l m ism o tiem po que denunciaban la «re so lu ­c ión de paz», los espartaqu istas tam bién hacían lo m ism o con las conversaciones de E stoco lm o , en donde Scheidem ann y D avid habían in ten tado, sin resu ltado alguno, y con la bend ic ión de l gob iern o

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im peria l, ponerse en contacto con los socialistas de los países de la Entente.

Sin em bargo, no deben desestim arse las m a­n iobras de los M ayoritarios . A l in s istir sobre las condiciones de paz, al 'a firm a r que deseaban una paz sin anexiones y a l oponerse con m ás viru len­c ia que en los años precedentes a la po lítica m i­lita ris ta , los am igos de Scheidem ann y E bert ha­b laban un id iom a que iba d irecto a l corazón de m uchos sim patizan tes y m iem bros de la social­dem ocracia , sin que al m ism o tiem po e llo signi­fica se obstácu lo alguno para p oder co laborar con los partidos del centro.

A lertados p o r las p rim eras huelgas, sensibles a l desconten to popu lar y a l deseo de paz del pueb lo , m od ificaban , si no su po lítica , sí p o r lo m enos su propaganda. Con este fin no trataban de reb a tir los argum entos del pueblo, sino que se ded icaban espec ia lm en te a im p ed ir que los Independ ien tes se h ic ieran con las masas. Poco a poco se con v ir t ie ron en e l « v ie jo partido que h a pasado p o r tantas pruebas». V o lv ía n a usar e l len gu a je d e la soc ia ldem ocrac ia de antaño que, p o r o tra parte , hab ían ten ido la prudencia de no abandonar nunca to ta lm en te . Se presentaban com o p a rtid a r io s de la paz y com o los únicos capacita­dos pa ra consegu irla .

La (rebelión de fia flota.

L a in qu ie tu d que em bargaba a D elbrück res­p ec to a l p e lig ro de graves sucesos in ternos au­m en tó con los inciden tes que se p rod u je ron du­ran te e l v e ra n o de 1917 en los barcos de guerra anclados en los puertos del m a r del N orte .

L o s m arin os se quejaban del m a l tra to que se les daba. L os m ás activos le ían la prensa de los In depen d ien tes , espec ia lm en te e l L e ip z ig e r V o lks - ze itu n g (2 ); se pu sieron en con tacto con los gru-

2. ¿Por qué esta agitación sucedía en la flota y no en el ejército de tierra? Los m arinos estaban agrupados y podían reun irse fácilm ente. L a actitud de los oficiales de la M arina respecto de los m arinos era m ás arrogante que la de los o fi­ciales de In fan tería , que en p rim era línea com partían la suer­

te del so ldado. E n los navios, las diferencias de clase eran

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144 G I L B E R T H.ADIA

pos socialdemócratas independientes que se cons­tituyeron en K iel y Wilhelmshaven.

Bajo el impulso de algunos marinos se organi­zaron «com ités» encargados de representar a la tripulación, especialmente en las discusiones refe­rentes al rancho. Uno de los dirigentes del mo­vimiento, Reichpietsch, veía en estos comités «el primer paso hacia la form ación de Consejos de marinos bajo el m odelo ru s o »p.

Los primeros incidentes serios se produjeron en junio-julio en distintos puntos: desobediencia, desembarcos no autorizados, etc. E l 2 de agosto, 400 marinos del Prinzregen í Lu itpo ld desembarca­ron sin perm iso y celebraron un m itin político en el transcurso del cual uno de ellos, Kobis, tomó la palabra.

Cuando regresaron a bordo, el barco recib ió la orden de salir de inmediato. Rápidam ente hicie­ron saber a sus camaradas de los otros barcos: «Salim os de inmediato; si no recibís noticias dentro de tres días, adelante» J°.

Advertido por sus espías, el A lm irantazgo se encrespó. Los principales organizadores del m o­vim iento fueron arrestados y juzgados rápidamen­te. Se sentenciaron 5 condenas a muerte, de las que sólo 3 fueron conmutadas por penas de cárcel. E l 5 de setiembre de 1917, Reichpietschy Kobis fueron fusilados en Wahn, cerca de Co­lonia

E l 9 de agosto, antes de que se difundiera la noticia, el m inistro de Marina, Von Capelle, con­vocó al líder m ayorítario Ebert para in form arle que las octavillas encontradas culpaban a los In ­dependientes. Algunos diputados del U.S.P.D., es­pecialmente Dittmann, habían recibido la visita de Reichpietsch solicitando consejo.

Ebert defendió a los M inoritarios. Según él, el U.S.P.D. no tenia «nada que ver con esta octa­villa, obra, sin lugar a dudas, de un grupo de

más notorias; además, gran número de estos marinos eran también obreros especializados que ya se interesaban desde antes de la guerra por las cuestiones políticas. Constituían un medio más homogéneo y, sin lugar a dudas, políticamente más consciente que, por ejemplo, un batallón de Infantería.

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exaltados animados por un falso deseo de actuar». Añadió que «un tal movim iento (el de los marinos) estaba en total contradicción con las concepciones de Haase y de Ledeboyr; sabía positivamente que éstos, bajo ningún concepto, se prestarían a una acción de este tipo, de alta tra ic ión »13.

Ebert se enteró así de un asunto del que no tenía n i la m enor idea; insistió en «que el go­bierno podía contar totalmente con su partido», se indignó por la acciones de los marinos y, para dem ostrar su buena fe, hizo saber al m inistro «que los partidarios de Haase proyectaban o ya habían lanzado una gran campaña propagandís­tica para celebrar huelgas que afectarían a todos los obreros, aunque no a los m ilitares»

Tras el debate público en el Reichstag sobreel proceso de los marinos, los diputados indepen­dientes fueron ob jeto de grandes ataques por parte de la derecha. Si bien lamentando las víc­timas de la represión, Vogtherr, portavoz de los Independientes, se desentendió e hizo saber que en ningún m om ento ellos habían sugerido tales acciones, lo cual no dejaba de ser cierto.

Sólo los espartaquistas se solidarizaron total­m ente con los marinos. En un fo lleto tituladoSeguid su e jem plo, los calificaban de héroes «que arriesgaron sus vidas por su clase obrera y porel socialism o».

Sin embargo, los incidentes de los navios de guerra nos demuestran la debilidad de los espar­taquistas. Entre los marinos, como en muchas fábricas, Liebkneoht era muy conocido, pero el Espartaquism o era una pura entelequia. Los es­partaquistas no eran todavía el partido de la re­volución. La prueba es que Reichpietsch se puso en contacto con los diputados independientes, ideológicam ente menos cercanos a él, m ientras que los espartaquistas se lim itaban a darle como con­signa el reclutar m ilitantes para el partido con ánim o de que pudieran reunirse durante el con­greso socialista internacional que tenía que cele­brarse en Estocohno (3).

3. Los zimmei-waldianos habían rehusado participar en la primera conferencia de Estocolmo convocada para el 15 de agosto de 1917 po r los holandeses y los escandinavos, y a la

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í f " * GILBERT BADIA

E n el «d ia r io » que e l m a rin o R ich a rd S tru m p f, del barco H elgo la n d , guardó, podem os leer:

«C u a n d o o igo a m is c a m a ra d a s m a n ife s ta r su m al h u m or, les d igo : ¿Q ué h a r ía is , si fu e ra is D io s , p a r am e jo ra r n u e stra triste situac ión? R esp u esta s la s hay de todas c lases: F irm a r la p a z in m ed ia tam en te ; m a n ­d a r a io s m a rin os y a lo s so ld a d os a casa; n o m b r a r a Sch eidem an n can c ille r y a L ie b k n e c h t m in is t ro de la G u e rra » J3.

Esta última frase es bien reveladora, tanto de la popularidad de Liebknecht com o de la confu­sión reinante: a los ojos de ese marino, Liebk­necht y Scheidemann son. socialdemócratas, y entre ellos al fin y al cabo no hay tantas diferencias. TaJ estado de cosas explica por una parte lo que pasaría en Alemania después de la revolución de noviembre.

que los Mayoritarios habían mandado a Scheidemann y David como representantes. Del 5 al 12 de setiembre se celebró en

Estocolmo una segunda conferencia de socialistas de izquier­da, en la que el U.S.P.D. sí participó.

NO TAS

1. Archivos del I .M .L ., expediente 9/11.2. Cf. el informe del m inisterio del Interior de Sajonia,

de fecha 17 de abril, publicado por Leo Stern, Archivalische Forschtingen zur Geschichte der deutschen Arbeiterbewegung (abreviación: Archivalische Forschtingen...'), B e rlín , 1959, 4/II, págs. 447-448.

3. Texto proveniente de los archivos de Sajonia, citado porII. I-Camnitzer-Klaus Mammach, Zeitschrift fiir Geschichtswis- senschaft, 1953, 5, pág. 792.

4. Archivalische Forschtingen..., ob cit., 4/ II, págs. 571-572.5. Id., págs. 594-595.6. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 372.7. Id ., pág. 375.8. Id ., pág. 374.y. Illustrierte Geschichte..., ob. cit., pág. 158.10. Id ., pág. 158.11. E l novelista Theodor Plievier explica este episodio en

Des Kaisers Kulis.12. Este proceso verbal figura en los archivos del I .M .L .,

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expediento 8 /8 . Aparece tam bién reproducido en ArchivalischeForschungen..., ob . cit., 4/II, págs. 646-650.

13. C itado p o r G ilbert B a d ia , H istoire de VAllemagne con- temporaine, I , pág. 80. Sobre los incidentes a b o rd o de los navios de guerra, ver especialm ente Revolutioniire Ereignisse u n d Problem a in D e u t s c h la n d Kvahrend der P&riode. der G ros- s e n SozialisticUen R evolu tion 1917-198 (abreviación : Revolutio-nare E reign isse...}, B e r lín , 1957, págs. 89-140.

LOS ESPARTAQUISTAS 147

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x . L A S H U E L G A S D E E N E R O

E l posible cese en eil trabajo del que hablaba E bert a V on Capelle tuvo efectivam ente lugar en enero de 1918 (1).

Negociaciones en Brest-Litovsk

A las razones de índole general mencionadas anteriorm ente (abastecim ientos insuficientes, fa l­ta de interés por la guerra ) se sumó una nueva causa: la paz con Rusia y e l deseo de las masas alem anas de im ped ir el sabotaje a esta paz.

En feb rero , el zar fue depuesto, y en noviem ­bre, K erensk i fue «b a rr id o » definitivam ente.

E'l p rim er acto d-ei gobierno bolchevique fue o frecer la paz a las naciones beligerantes. S i b ien la Encente se desinteresó p o r el asunto, e l go­b iern o alem án aceptó en seguida la o ferta . E l 5 de nov iem bre se firm ó un arm istic io de 10 días en el fren te oriental.

1. Cf. capítulo anterior.

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150g il b e r t bad ia

Las negociaciones de paz se in iciaron en Brest- L itovsk el 22 de diciem bre. E l 18 de enero, el general H offm ann, je fe de la delegación m ilitar alemana, d io a conocer cuáles eran sus intencio­nes, d ictando unas condiciones que preveían im ­portantes anexiones territoria les.

La opinión popu lar en A lem ania se convulsio­nó; se tem ía que la Rusia soviética no aceptara tales condiciones y que la guerra vo lv iera a en­cenderse en el fren te oriental.

E l a rm istic io había suscitado una gran espe­ranza: quizá, se pensaba, esta paz se extendería. E l U.S.P.D. hab ía in v itado a sus m ilitan tes a rec lam ar un arm istic io general, lo que sería el p relud io de una paz sin anexiones. E n un m an i­fies to titu lado L a h o ra de la decis ión , los esparta­quistas repetían su solución : «S ó lo ex iste unam anera de detener la m asacre de los pueblos y con segu ir Ja paz: lle v a r a cabo una lucha demasas, de huelgas m asivas qu e para licen toda la econom ía y la industria d e guerra, es decir, ins­taurar, a través de la revo lu c ión de la clase obre­ra, una R epú b lica popu la r en A lem an ia. Y es sólo de esta m anera que p o d rá sa lvarse a la R evo lu c ión R u sa » *.

L a d irecc ión de los Independ ien tes dudaba. V eam os a l respecto la n arrac ión del espartaqu ista Le-o Jogiches, que c iertam en te no d e ja de ser poética :

«E n tre las masas, dicen ellos (los Independientes) que el clim a no es favorable a una acción tal. Bien, sabemos que esta gente, cada, vez que sufren diarrea, pretenden que las masas tengan mal de vientre. La Comisión administrativa no quedó satisfecha con esta respuesta. Se tomó la decisión de “ interrogar” a las masas: nos reunimos en la razón social y los locales de la organización berlinesa del partido y convocamos a algunos dirigentes sindicales de la oposición ( 2), quienes declararon que el ambiente era muy bueno y que había que hacer algo, ya que, si no, el partido per­dería todo su prestigio.

»E 1 Comité d irectivo (C.D.) se reunió de nuevo con la Comisión adm inistrativa y se pasó una resolución

2. Es decir: miembros del U.S.P.D. Se trata, sin lugar a dudas, de los «Delegados revolucionarios».

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LOS ESPARTAQUISTAS 151

que ped ía al grupo parlamentario lanzar un llama­m iento a la huelga, acompañado de las firmas de to­dos lo s diputados. E l C. D. buscó la manera de sua­vizar la resolución, m odificándola de tal form a que el grupo parlam entario se , com prom etía a apoyar una solicitud de huelga de tres días, llegándose a un acuerdo sobre el texto de un llam amiento ad hoc. Este últim o estaba subordinado a la aprobación del grupa parlam entario convocado telegráficam ente a tal efec­to. La decisión fue arrancada, impuesta, al Comité d irectivo . Cuarenta y ocho horas más tarde, el grupo parlam entario se reunía. Excluyó del llam amiento ctlal- qu ie r clase de in v ita c ión a la huelga; incluso la huelga lim itada. Adem ás, 'descartó e l p royecto adoptado por el C om ité d irec tivo y redactó otro , completamente d istin to. A continuación m e enteré de que en esta reun ión nuestros héroes declararon que estaban dis­puestos a ir a la cárcel, p ero en realidad el grupo p arlam en tario era la cabeza del partido (3 ); por lo tan to se les arres ta ría de inm ediato si un llamado de tal naturaleza se publicaba y no teníamos derecho a p r iva r a l m ov im ien to de su cabeza ( “ v iv ir por la pa­tr ia es tan dulce com o m o r ir p o r ella” ) (4). Dicho de o tra m anera: la ed ic ión de un pan fleto con las firm as de los d ipu tados estaba ya hecha, por lo que tuvieron que hacer cien com binaciones para dar a entender que no estaban de acuerdo, p ero salvando las apariencias».

E l tex to en cuestión, publicado el 10 de enero, se lim itaba a decir: «H a llegado la hora de levan­ta r vu estra v o z p o r una paz sin anexiones n i in­dem nizaciones. Ahora, vosotros tenéis la pala­b ra » a.

«D e paso, con v ien e exp licar —prosigue Jogiches— un in c id en te : lo s Indepen d ien tes no pod ían ed itar el fo lle to en cuestión ... ¡no ten ían im prenta! (5 ) y se d i­r ig ie ro n a noso tros . Pusim os nuestras condiciones, p e ro n o se lle gó a un acuerdo. E d itaron el llam am ien­to c la n d es tin a m en te . E n tre tanto, e l p eriód ico de Gotha (d e lo s In d ep en d ien tes ) h ab ía publicado e l hecho

3. Nótese la importancia del grupo parlamentario y su autonomía frente al Comité directivo. El U.S.P.D. conservaba la organización tradicional de los partidos socialdemócratas.

4. Cita, en forma de parodia, de un célebre verso.5. Los espartaquistas estaban, técnicamente hablando, me­

jor organizados para el trabajo clandestino. Se trata de undetallo importante.

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152 GILBERT BADIA

mencionado, lo que demuestra que tenía la bendición de la censura. .

»Aparte del fo lleto en cuestión, los Independientes decidieron llevar a cabo una intensa propaganda en favor de la huelga a través de las organizaciones, y «obre todo a través de los sindicalistas adictos a la oposición, así com o 'de d ifundir, en la víspera de la huelga, octavillas sin firm ar haciendo un llam am iento claro y conciso para suspender el trabajo. De esta manera se retrasó la acción en 8 y hasta en 15 días. Durante ese tiempo, dado que la propaganda ora l en favor de la huelga ya había com enzado (e l U.S.P.D. no lanzó en realidad ninguna consigna antes de la huel­ga), nos enteramos, aunque con retraso, de los su­cesos que estaban ocurriendo en A u s tr ia »s.

Del 14 al 20 de enero, los obreros austríacos habían dado el ejem plo: estalló a llí una huelga general, con el propósito de presionar a los nego­ciadores de Brest-Litvosk para que no com pro­metieran, p or su intrasigencia, las oportunidades de paz.

Cuando se supo e l u ltim átum d irig ido p o r H o f f ­mann a la delegación soviética, la idea de la huel­ga general ganó terreno. La d irección de los Independientes había decid ido p ropagar verba l­mente la consigna d e suspender e l trabajo.

D elegados revo lucionarios y esparíaqu isfas

La huelga fue organizada p o r los «D elegados revolucionarios». Contrariam ente a lo que decían los diputados independientes sobre que e l c lim a no era propicio, los «D elegados revo lu c ionarios » no tuvieron ningún inconveniente en convencer a los obreros de las principales fábricas. E l 26 de enero se distribuyeron octavillas sin firm a con­vocando a la huelga para pasado mañana. P o r su cuenta y riesgo, los espartaquistas ed itaron en Berlín un m an ifiesto especial. E l lunes 28 de enero empieza, la huelga de las masas. Un in fo r ­m e policíaco d e Ohemnitz acusaba a F r itz H eck ert (espartaquista d irigen te de la sección loca l de los Independientes) de haber organ izado la d ifusiónde fo lletos titu lados: ¡V iva la huelga de masas!¡A l com ba te ! *.

Los espartaquistas reclam aban el fin d e l es-

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tado de sitio; com o siempre, confiaban en que el m ovim iento ir ía más allá de este sim ple ob jetivo . A tribu ían a las acciones de masas una especie de v irtu d secreta, in trínseca e independiente del éxito: «L a im portancia de ¿a sublevación obrera de A u s t r i a -H u n g r í a ( 6 ) no reside en estas concesio­nes (las c o n c e s io n e s arrancadas al poder), sino en e l hecho de la sublevación en sí m ism a» s. M ás allá de las reivindicaciones económ icas, a las cua­les no situaban en lugar preponderante, difundían la sigu iente consigna: «S e tra ta de convertir atoda costa la paz separada (germ ano-rusa ) en unapaz gen-eral».

En fin — y posib lem ente se trataba del puntomás im portan te en ese m om ento— , sugerían la creación en todas las fábricas, «d e acuerdo con los m odelos ruso y austríaco», de un Consejo obrero (a razón d e un delegado p o r m il ob reros ) y preven ían contra las acciones de los «dispues- t o s -a - t o d o » de!l m ov im ien to obrero. «H a y que v i­g ila r para que los responsables sindicales, los socialistas gubernam entales y otros " dispuestos- a-todo " no sean e leg idos p o r ninguna razón », pue.; estos « lo b o s d is frazados de corderos representan para e l m ov im ien to un p e lig ro m uoho m ayor quela p o lic ía p ru s ia n a »8.

P a ra e l d om in go 27, los obreros-torneros de B er lín hab ían convocado una asam blea general: los 1.500 ob reros que asistieron representaban a casi todas las fáb ricas de arm am entos de la re ­g ión berlinesa . A p ropu esta de R ich ard M ü ller, la asam blea, en m ed io de un silencio im pres io ­nante, sin g r ito s n i aplausos, decid ió p o r unani­m id ad segu ir con la consigna de huelga. Las con­signas serían só lo d ifund idas verba lm en te, para im p ed ir que los responsab les sindicales, opuestos a la huelga, pu d ieran sabotearla .

E n e l transcurso de este m ov im ien to se com ­p rob ó la e fica c ia de los «D e legados revo luciona­r io s », constitu idos casi espontáneam ente en B er lín tras las huelgas d e so lida ridad en fa v o r de L ieb k ­necht, y qu e desde en tonces p ro life ra ro n de ma-

6. En Viena, el Gobierno se había visto obligado a nego­ciar con el Consejo obrero que dirigía el movimiento.

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ñera im presionante. E n su ob i'a V o m K a iser, re ich z tir R epub lilc ( D e l Im p e r io a la República '), R ichard M ü lle r7 asegura que en la asam blea de los torneros no h ab ía n i un so lo espartaqu is­ta. Sin em bargo, es fá c il darse cuenta de que la acción de los «D elegados revo lu c ion arios » y la de los espartaquistas coincidían. S i R ich ard Mü- Ile r decía la verdad, e llo re fle ja r ía la deb ilidad de la organ ización espartaquista. En rea lidad, no hay p o r qué tom ar a l p ie de la le tra las a fir ­m aciones de M ü ller. E l in fo rm e de Jogiches, que se lee en e l anexo, dem uestra que los espartaquis­tas estaban presentes en todos los n iveles de las organizaciones surgidas de la huelga de enero. Por lo tanto, este in fo rm e, preciso, docum entado y redactado en el m ism o m om ento que ten ían lu­gar los acontecim ientos, es más de f ia r que la crónica de M ü lle r publicada 6 años m ás tarde.

En el Reichstag, e l 26 de enero, e l m in istro del In te r io r declaró que en su op in ión un peque­ño grupo d e obreros habían suspendido e l traba­jo obedeciendo órdenes anónimas, Todav ía el día 28 p o r la mañana, la m ayoría de la prensa se m ostraba con fiada: los obreros no se m overán.

Cuatrocientos mil obreros en la huelga del lunes

La huelga, a p a rtir d e l lunes, abarcaba unos 400.000 trabajadores. Las principales fábricas es­taban paralizadas; en todas ellas fueron elegidos delegados que se reunieron a l m ed iod ía en el local de los S indicatos en donde adoptaron una resolución de 7 puntos que en p rim er lugar ex i­g ía la «conclusión ráp ida de una paz sin anexión ni indem nización», hacía referencia a las decla­raciones de los delegados rusos en Brest-L itovsk y pedía que «representantes obreros de todos los países fueran enviados a partic ipar en las nego­ciaciones de paz». Luego, venían las re iv ind ica­ciones económ icas (m ejoram ien to de los suminis' tros) y, para terminal-, los huelguistas pedían que se levantara el estado de sitio, la liberación de los presos políticos, la dem ocratización de las instituciones y la instauración del su fragio uni­versal en Prusia 8.

L a in flu en c ia e sp a rta q u is ta en la a sa m b lea en

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LOS ESPARTAQUISTAS 155

c u e s t i ó n puede m ed irse a través d e la lectu ra de una segunda reso lu ción : un llam am ien to a to­dos los p ro le ta r io s de A lem an ia y de los países beligerantes, ya que «s ó lo la lucha de clases in­ternacional com ún nos asegurará defin itivam en­te la lib e rtad y e l p a n » V

L a asam blea de los delegados huelguistas eli­g ió a su v e z un C om ité d e acción de 11 m iem ­bros, inclu ida una obrera . L a m ayoría se situaba po líticam en te en la lín ea d e los socia listas in­dependientes. U no de los eleg idos era esparta- quista. L eo Jogiches declaró : «E n tre los delega­dos del C onsejo (es te té rm in o designa aqu í a la asam blea de delegados del lunes p o r la ta rde ) hubiera h ab id o m uchas de nuestros partidarios, pero estaban dem asiado dispersos, no tenían un p lan de acción y puede decirse que estaban dilu i­dos en tre las m asas. Adem ás, no ten ían las ideasm uy c la ra s » 10.

Esta fa lta de lu c idez p o lít ica no tardará enm anifestarse.

Un ta l W uschek (m a yo r ita r io y responsable sin­d ica l) p ropuso asociar a los M ayorita rios y a los líderes sindicales en la d irección de la huelga,lo que traería com o consecuencia, según él, la partic ipación de m ás obreros en e l m ovim ien to huelgu ístico. A n terio rm en te , la asam blea había de­cid ido in v ita r a los líderes independientes a to­m ar parte en los trabajos. S in em bargo, parece ser que la p rim era p roposic ión para asociar a los socialistas m ayorita rios con la d irección de la huelga pa rtió de un espartaqu ista que daba p or descontada la negativa de todos los scheide- m annianos: « lo que traería com o e fec to su desen­m ascaram ien to » a la v ista de todos los obreros.

Para apoyar al Com ité de acción, la asamblea e lig ió a 3 líderes independientes: Haase, Lede­bour y D ittm ann. A l com ienzo, la asam blea se m ostró poco deseosa tíe efectuar un llam am ien­to a los M ayoritarios. Fue necesario que, tras dos votaciones negativas en ta l sentido, toda la insistencia e in fluencia de R ichard M üller, presi­dente de la sesión, se pusiera en activo para ha­cer triun far ese punto de vista: Ebert, Scheide­mann y Braun fueron delegados al C om ité de ac­ción p o r e l S.P.D.

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JEU (papel de los JVInyoritarios

M ás tarde, en d ic iem bre de 1924, durante e] Congreso de M agdeburgo (7 ), la derecha reprocha­rá a Ebert, p o r aquel entonces Presidente de la República, e l haber tom ado parte en esta huelga de enero de 1918 acusándolo de alta tra ic ión , por haber deb ilitado a l país con la huelga. E b ert y Scheidem ann se defenderán con energ ía : «L ahuelga — dirá E bert— estalló sin que nosotros lo supiéramos. B a jo la presión d e nuestros cam ara­das (. . . ) en tré a fo rm a r pa rte del Com ité de huel­ga con in tención deliberada de acabar con e lla lo antes posib le e im ped ir que el país sa liera per­ju d icado »

T od o hace pensar que esta dec larac ión re fle ­ja perfectam en te la verdad, pero los M ayorita ­rios, en enero de 1918, luchaban contra corrien te: se les h izo m uy d if íc i l consegu ir que preva lec ie­ran su-s opiniones, o sea atenuar e l im pu lso huel­gu ístico para redu cirlo a pequeñas re iv ind ica ­ciones económ icas. Las negociaciones que por su in fluencia y p res ión se en tab laron con e l go­b ierno eran confusas y com plejas. Sucedía que las autoridades só lo querían tra tar con los par­lam entarios o los líd eres sindicales, p ero éstos se hallaban en la incóm oda situación de aisla­m ien to respecto de las masas.

Es s ign ifica tiva la actitud de E b ert en la re­unión del 31 de enero sobre la T re p to w e r Sp ie lw ie- se. Cuando a firm aba que los obreros tenían la ob ligación de «sostener a sus herm anos y padres ahora en e l fren te y sum in istrarles las m ejores arm as» y que «to d o alem án desea la v ic to r ia (m ilita r )» , fu e in terru m p ido varias veces al g r ito de « ¡e sq u iro l!». Se v io ob ligado de inm ediato a a firm ar que las reiv ind icaciones de los huelguis­tas eran justas, invitándolos sim plem ente a con­servar la ca lm a y a ev ita r encuentros y choques oon la po lic ía

E l m artes, la h-uelga se había extend ido y afec­

7. Proceso de difamación intentado por Ebert contra un periodista de derecha que lo acusaba de haber traicionado a la patria durante la guerra.

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taba a casi todas las grandes fábricas de p rovin ­cias: el Ruhr, K ie l, Brem en, H am burgo y Dresde especialm ente. E l tota l de los huelguistas se es­tim a en un m illón , de los que la m itad estaban en B erlín .

Los poderes p ú b lico s ' estaban divididos. Los que no deseaban que la socialdem ocracia se pa­sara a la oposic ión e h ic iera causa común con los Independientes, preconizaban la negociación. Los m ilita res (y H indenburg) no querían n i o ír hablar de esto. Durante los prim eros días, ambas opin iones se desarro llaron paralelam ente. Des­pués, los m ilitares, presin tiendo el peligro , tom a­ron la represión en sus manos. La po lic ía ocupó la casa de los S indicatos e im p id ió la reunión delCom ité de huelga.

E l p rim ero d e feb rero , la autoridad m ilita r p roc lam ó «e l estado de s itio agravado» y asumió la d irecc ión d e las 7 grandes fábricas berline­sas. L a v íspera d e la reunión de T rep tow , Ditt- mann, d iputado independiente, fu e detenido y lue­go condenado a 5 años de traba jos forzados p o ra lta tra ición .

La p o lic ía y e l e jé rc ito habían recib ido la or­den de u tiliza r sus arm as para d iso lver y disper­sar a los m anifestantes. B l 31 (ju eves ) la situa­c ión en B erlín se agravó. Un grupo de empleados de tranvías se n egó a unirse a la huelga, por lo que los tranvías fu eron saboteados y sus conduc­tores agred idos. Así, en cada veh ícu lo iban m ili­tares arm ados. E n los barrios este y norte, su circu lación tuvo que ser suspendida.

Un testigo espartaquista, cuya opinión hemos citado an teriorm ente, describe la com batividad obrera de la s igu ien te fo rm a :

«E l miércoles y el jueves se percibía como un cier­to aroma revolucionario, pero no sabíamos qué hacer. Tras cada choque con la policía, •oíamos: “ Camaradas, mañana vendremos con armas” . El jueves se produ> jeron las primeras acciones violentas de las masas, el sabotaje de tranvías.»

A p a rtir del jueves, com enzaron los arrestos. Tribunales m ilita res extraord inarios iniciaron los ju ic ios con tra verdaderas «hornadas» de huelguis-

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tas. Quinientos obreros d iarios recib ieron órde­nes de m ovilización .

E l V orw a rts fu e p roh ib ido ol día 30. M otivo : c itar una cantidad de huelguistas dem asiado alta en opin ión de las autoridades.

E l testigo espartaqu ista ju zga severam ente la indecisión del Com ité de huelga:

«E l Comité, con los diputados independientes a la cabeza, no sabía qué hacer con la energía revoluciona­ria de las masas. Por cretinismo parlamentario, por su deseo de aplicar e l esquema F previsto para todas las huelgas sindicales, sobre todo por falta de confianza en las masas, pero también —y ésta no es la razón menos impoi'tante— porque, desde el comienzo, los Independientes imaginaban la huelga como un simple movimiento de protesta. A causa de predominar esta mentalidad, el Comité se limitó, bajo la influencia de los diputados, a intentar el inicio de negociaciones con el gobierno, en lugar de rechazar categóricamente cualquier negociación y desencadenar la energía de las masas bajo las formas más variadas. De todos estos hechos, “ las altas esferas” sacaron la conclu­sión de que era simplemente un movimiento de pro­testa, mientras que las masas y el Consejo obrero le daban un carácter revolucionario. La conclusión es que el movimiento se convirtió en un híbrido y, cuando el gobierno se negó a negociar, el Comité se encontró con que no sabía qué hacer. Durante la pos­trera (segunda) reunión del Consejo obrero, el últi­mo día de huelga (sábado), la disposición de los de­legados era todavía excelente» 1S.

D esorien tado p o r la represión , las m aniobras de una parte d e sus m iem bros y, sobre todo, p or la ausencia de ob je tivos precisos, el Com ité de acción dio, el 3 de feb rero , la orden de vo lve r a l trabajo. Es así com o fracasó la huelga más im ­portan te de todo el p eríodo de guerca.

El trabajo de los espar¿aquistas

A los huelguistas les fa ltaba in form ación . Sus reuniones eran dispersadas p o r la policía . N o dis­ponían de un bo letín que les in form ara a l día de la situación en la inm ensa ciudad que era Berlín .Los espartaquistas tra taron de rem ed iar estos m a­les: só lo ellos tuvieron un em brión de organiza-

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ción ilegal, só lo ellos pudieron editar rápidamen­te octavillas y m anifiestos. Redoblaron sus activi­dades. Durante las últim as semanas de enero y las prim eras de febrero, publicaron un total de 8 docum entos diferentes, cuyas tiradas pueden calcularse en 25.000-100.000 ejem plares 18.

Tam poco se olvidaron de d irig irse a los sol­dados:

«De dos cosas una: o nos hundimos en un mar de sangre o derrocamos al gobierno. No hay un tercer camino. La causa de los trabajadores es también la nuestra. A nosotros, soldados, se nos sacrifica para satisfacer la sed de saqueo y de lucro de los Junkers y de los capitalistas»

O tros m anifiestos espartaquistas convocaban a los obreros a responder a la policía : «H ay que hablar en “ ruso” con la rea cc ión »33.

S in em bargo, la d irección deü Com ité de huel­ga no se a trev ió a escuchar estos consejos. R i­chard M ü lle r d iría más tarde:

«Los obreros berlineses no (podían ir solos a la lucha final contra el gobierno y la burguesía. Tal tentativa habría costado sacrificios inconmensurables, y 3a pérdida del impulso revolucionario en el momento más importante» 10.

Podem os preguntarnos si el fracaso del m ovi­m ien to no com prom etió todavía más este «im ­pulso revo lucionario ». En todo caso, la represión no cesó al vo lve r a reanudarse el trabajo. E l to­ta l de obreros m ovilizados ascendió a 50.000. En sus cartillas m ilitares se estaanpó un sello que decía «B e r lín 1918», con lo que todo perm iso les era denegado y eran ob jeto de una vigilancia es­pecial.

Los d irigentes sindicales aclararon de nuevo su posición en un documento de 4 páginas: Los s ind ica tos y las htie-lgas políticas. Condenaban form a lm en te toda agitación, especialmente las consignas anónimas. «Las gentes que tienen la conciencia pura y desean sinceramente una me­jo ra genera l de los obreros, no emplean talesm edios de lucha» 17.

A pesar de ello, los líderes sindicales eian lo

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160 GILBERT BADIA

suficientemente listos com o para m edir la serie­dad de los acontecim ientos y el descontento obre­ro, de lo que hacían responsable al gobierno. La causa de las huelgas, decían, es « la situación po­lítica interna y la actitud del gobierno». Reclam a­ban también más libertad para reunirse y una m ejor organización para la distribución de a li­mentos. Destacaban que «e l gobierno no tuvo su­ficientem ente en cuenta la exigencia de paz rápi­da; paz que la gran m ayoría del pueblo alemán y la clase obrera desean» 1S.

No podemos d e ja r de sorprendernos ante cier­to cambio en el tono de esas palabras. Estos líderes sindicales estaban preocupados y no que­rían aislarse de las masas.

En Brest-Litovsk, los negociadores alemanes eran cada vez más exigentes. Trotsk i se negó prim ero a firm ar. Lenin sustentaba la opinión de que la Rusia soviética no podía resistir un ataque de Jas tropas imperiales: de hecho, laofensiva del e jército alemán, lanzada el 18 de fe­brero, progresó rápidamente hacia Petrogrado sin encontrar una oposición importante. E l 3 de mar­zo, la delegación soviética firm ó sin discutir «las condiciones que Alemania dictó al gobierno de Rusia, apoyándose en su superioridad m ili­tar».

En el Reichstag, el 22 de marzo, el tratado de Brest-Litovsk fue aprobado por todos los parti­dos con excepción de los Independientes. Los Ma­yoritarios se abstuvieron.

Es así como, al fracaso de la huelga interna, si­guió el triunfo de los imperialistas alemanes en el exterior. Habían conseguido imponer la paz a uno de sus enemigos anexionándose, al propio tiempo, territorios importantes. No sólo esto, sino que conseguían propinar un serio golpe al joven poder soviético.

En febrero, numerosos militantes espartaquis­tas, tanto en provincias como en Berlín, fueron movilizados. En marzo, Leo Jogiches, principal organizador del movimiento desde los arrestos de Liebknecht y Rosa Luxemburgo, cayó en manos de la policía. Sería liberado con la revolución.

En la primavera de 1918, el porvenir se pre­sentaba más sombrío que nunca. Las masas ale­

LOS ESPARTAQUISTAS 161

manas estaban agotadas, deseaban la paz, pero escuch aban todavía a los que recomendaban te­ner paciencia, y en cambio no hacían caso a las voces que las incitaban a la revolución. Sin em­bargo, la revolución estallaría en menos de 6 meses.

NOTAS

1. Octavilla espartaquista reproducida en Dokum ente..., ob.cit., I I . 2, pág. 51.

2. E l texto firmado por los 25 diputados independientes aparece reproducido en Dokum ente..., ob. cit., II , 2, págs. 59-61.

3. Estas citas están extraídas del informe espartaquista del que publicamos lo fundamental en la sección «Documen­tos», n .° 11, págs. 361-367.

4. Texto de estas dos octavillas en Dokum ente..., ob. cit-,págs. 67-73.

5. Id ., pág. 71.6 . Id., págs. 72-73.7. Richard Müller, Von t Katserreich zur Republik, Viena,

1924, I, págs. 102 y siguientes.8 . E l texto de la resolución fue publicado por el Vorw arts

el 29 de enero de 1918. Aparece reproducido en Dokum ente...,ob . cit., I I , 2, pág. 75.

9. Citado por Richard Müller, ob. cit., I , pág. 204.10. V er en «Documentos», tomo I I de la presente obra,

pág. 6 6 .11. K arl Brammer, D er Prozess des Reichsprasidenten, Ber­

lín, 1925, pág. 21.12. Cf. Revolutiondre Ereignisse..., ob. cit., pág. 163.13. Ver en «Documentos», tomo I I de la presente obra,

pág. 67.14. Texto de la octavilla reproducida en Dokumente..., ob.cit-, II, 2, págs. 82-83.

15. Texto que figura en los archivos del I.M .L. Citado enDokum ente..., ob. cit., II , 2, pág. 99.

16. Richard Mülier, ob. cit., I, págs. 109-110.17. Citado por Walter Bartel, D ie Linken..., ob. cit., pá­

gina 507.18. Resolución adoptada por los dirigentes de las federa­

ciones sindicales el primero de febrero de 1918 y reproducida en Dokum ente..., ob. cit., II , 2, págs. 96-97.

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X I . L A C O N F E R E N C IA N A C IO N A L D E L 7 D E O C T U B R E D E 1918

E l in fo rm e espartaqu ista sobre la huelga de enero recog ía en conclusión la posib ilidad de nue­vos m ov im ien tos : «L o s poderes públicos espe­ran una nueva huelga en la segunda quincena (d e m a rzo )» . A l m ism o tiem po, se daban consig­nas precisas, no só lo vá lidas para los obreros, sino tam bién para los soldados: cada regim ien to e lig ir ía un C on se jo de soldados; deb ían consti­tu irse grupos encargados de «su m in is tra r arm as y m uniciones a una p a rte de los ob reros», e tc . 1

De todo e llo se desprende que la esperanza de re fo rza r el im pu lso revo lu cionario n o se llevó a cabo. E l P r im e ro de M ayo de 1918 no se p ro ­du jo ninguna m an ifestac ión de envergadura. El rechazo del su frag io un iversal p o r parte de la D ieta prusiana, así com o la reducción d e la ración de pan, no p rovoca ron reacciones im portantes.

Causas de la apatía de las masas

La represión , la d iv is ión po lítica la decepción causada p o r B rest-L itovsk , quizá tam bién las his-

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torias que se contaban sobre el caos y la m iseria remantes en Rusia, las victorias m ilitares que in ­ducían a creer que e l enem igo se hundía: todo esto, sin duda, contribuyó a m antener a las m a­sas alemanas liasta finales de 1918 en una especie de apatía que los espartaquistas constataban con am argo desespero.

« E l p r o le t a r ia d o a le m á n — le e m o s en la “C a r t a ” e s ­p a r t a q u is t a núm esro 6 , d e ju n io d.e 1918— , q u e h a d e ja ­d o p a s a r e l m o m e n to d e d e te n e r la s r u e d a s d e l c a r ro d e l im p e r ia l is m o , s e d e ja c o n d u c ir h a c ia la d e s t ru c ­c ió n d e l s o c ia lism o y la d e m o c ra c ia en to d a E u ro p a . M a r c h a n d o s o b r e lo s c a d á v e re s d e lo s p r o le t a r io s r e v o ­lu c io n a r io s d e R u s ia , U c r a n ia , lo s p a ís e s b á lt ic o s y F in la n d ia , a r r a n c a n d o la s o b e r a n ía a lo s b e lg a s , p o la ­c o s , litu a n o s , r u m a n o s , y d e sp u é s d e h a b e r a r r u in a d o la e c o n o m ía d e F r a n c ia , c h a p o te a n d o e n s a n g r e h a s ta lo s m u s lo s , e l o b r e r o a le m á n a v a n z a p a r a p la n t a r p o r d o q u ie r la b a n d e r a v ic t o r io s a d e l im p e r ia l is m o a le ­m á n » a.

■Ernst M eyer, representante d e los espartaquis­tas, se d ir ig ió a Lenin el 5 de setiem bre de 1918 a través de una carta, dándole a entender que no se esperaba ningún acontecim iento im por­tante en Alem ania antes del invierno 1918-1919:

« C o n n u e s t r a m is m a im p a c ie n c ia d e b e u s te d h a b e r e s p e r a d o y s e g u ir á e s p e r a n d o lo s s ín to m a s d e lo s m o ­v im ie n to s r e v o lu c io n a r io s e n A le m a n ia . A fo r t u n a d a ­m en te , m is a m ig o s s o n m á s o p t im is ta s . S in e m b a rg o , to d a v ía n o p o d e m o s h a b la r d e ao c io n e s o h e c h o s im p o r ta n te s , n i e n e l p r e s e n te n i en e l fu t u r o in m e ­d ia to . P e r o p a r a e l in v ie r n o (1 ) te n e m o s p ro y e c to s im p o r ta n te s y la s itu a c ió n g e n e r a l a q u í a c a b a r á a p o ­y a n d o n u e s t ra p o s ic ió n y n u e s t r a a cc ió n . C a d a d ía h a y m á s r e s is te n c ia e n e l m is m o e jé r c ito y , a u n q u e len ta ­m e n te ( 1 ) , s e e s tá d e s a r r o l la n d o e n l a c la s e o b r e r a la id e a d e q u e lo s m é to d o s 'de o p o s ic ió n p a r la m e n t a r ia o s im p le m e n te v e r b a l is t a h a n p a s a d o a la h is t o r ia » 3.

Varias huelgas estallaron en ju lio y agosto en Silesia, en H am burgo y en Renania, pero lo fun­dam ental de sus reclam aciones era lo puram ente

1. Soy yo mismo quien subraya estas palabras (G . B .).

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LOS ESPARTAQUISTAS 165

económ ico: m ejoras salariales, m ejoram iento del suministro, reducción de las horas de trabajo. Lo m ismo sucedía en el Ruhr, en donde los obreros v/estfalíanos pedían a comienzos de agosto que la semana laboral fuera» reducida a 53 horas.

Los servicios policíacos de Düsseldorf no se equivocaban cuando el 11 de setiembre señalaban que e l am biente no parecía ser propicio para una huelga de masas que, «com o en Rusia», ten­dría su prim er ob jetivo en in flu ir para el final de la guerra. E incluso, si una compañía de se­guros de Stuttgart tuviera la idea de enviar a sus clientes una circular proponiéndoles un tipo nuevo de seguro para cubrir los «posibles daños causados por los desórdenes públicos», esto no sign ificaría en absoluto que la eventualidad de tales desórdenes fuera precisada.

La guerra iestá ¡perdida

L o que en realidad precipitó los acontecimien­tos, lo que bruscamente creó en Alemania una situación revolucionaria fue la declaración emi­tida por eil A lto Mando sobre el hecho de que la guerra estaba perdida. Von Kíihlmann, en el Reichstag, el 24 de jun io de 1918, pronunció una frase que im plicaba la congelación de las deman­das de H indenburg-Ludendorff: «E s d ifíc il es­perar que podam os acabar esta guerra por me­dios sim plem ente m ilitares». Esta declaración, de momento, no suscitó grandes controversias ni emociones. P o r otra parte, era poco clara y fue dicha dentro de un discurso de larga duración. Además, su autor era simplemente un alto fun­cionario no responsable ante el prim er je fe de la po lítica alemana.

En cam bio, las declaraciones de Ludendorff d-el11 de agosto eran completamente distintas: «Hay que buscar el fin de la guerra por medios diplo­m áticos». A l comienzo, sólo los altos círculos gu­bernamentales fueron puestos al corriente de la situación. S in embargo, las proposiciones de paz de Austria-Hungría, un mes más tarde, no pasa­ron desapercibidas para el público, lo mismo que (y para term inar con las últimas ilusiones sobre una v ic to ria ) la nota enviada por el nuevo

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166 GILBERT BADIA

can c ille r A íax de B adc al P res id en te de U.S.A., VVilson. E sta p ropuesta de a rm is tic io , pues en d e fin it iv a n o era m ás qu e eso, tran sm itida la n o ­che d e l 4 a l 5 d e octu b re , con stitu ía la c o n firm a ­c ión c la ra y ro tu n da d e la d e rro ta m ilita r , e l re con oc im ien to d e que la gu erra estaba d e fin it i­vam en te p erd ida .

E sta n o t ic ia fu e p a ra e l p u eb lo a lem án , in ­clu idos la m a y o r ía de los m in is tro s y d ipu tados, una sorp resa to ta l. T ra s to rn ó y a lte ró en un día la s itu ación p o lít ic a 3' las p ersp ec tiva s d e las d iversas fu erzas p re s e n te s c.

T ra jo con s igo p ro fu n d os cam b ios en p o lít ic a in te rn a : p o r una parte , se in ic ia b a una ve rd a d e ­ra p a r lam en ta r iza c ión d e l rég im en y, p o r o tra , los soc ia ld em ócra tas m a y o r ita r io s eran llam ados , p o r p r im era v e z en la h is to r ia de A lem an ia , a p a rtic ip a r en un g o b ie rn o d e l Reicih: a cep ta ­ron de in m ed ia to y en v ia ro n com o de legad os a Scheidem ann, B au er y D av id . L o s M a y o r ita r io s tem ían en estos m om en tos la p o s ib ilid a d d e un hund im ien to to ta l d e l pa ís y q u er ía n e v ita r lo a toda costa, aunque fu e ra p ro vo ca n d o una « r e ­vo lu c ión desde a rr ib a », es d ec ir , ob ten ien d o un acuerdo con los o tros p a rtid o s p o lít ic o s de la m ayoría pa ra con segu ir una se r ie de re fo rm a s que, g rosso m od o , h ab rían c o n v e r t id o a A lem an ia en una m on a rq u ía con s titu c ion a l

¿C óm o reacc ion a ron los o tro s soc ia lis tas an te el anuncio de la d e rro ta y de los cam b ios en p o lít ica in tern a? E l 5 de octu b re , lo s In d ep en ­dientes p u b lica ron un m a n ifie s to . H a a se expuso su punto de v is ta en e l P a r lam en to .

Los In depen d ien tes , ad h erid os a las tesis de W ilson, se fe lic ita b a n p o r la p ró x im a paz: c r i­ticaban las re iv in d ica c ion es im p e r ia lis ta s — el A lto M ando M il ita r in s is tía tod av ía sob re la n eces i­dad de re iv in d ica c ion es te r r ito r ia le s — y a los M ayo rita r io s p o r h ab er sos ten id o y ap rob ad o ta­les re iv in d icac ion es . S in em bargo , se a b s tu v ie ­ron de h acer un lla m a m ien to a l p u eb lo y d e lanzar consignas p a ra p asa r a la a cc ión in m e­diata. O p inaban que la luoha d eb ía can a liza rse a través del p a r ia m en ta r ism o trad ic ion a l. H aase se q u e jó de que e l R e ich s ta g n o tom ase en sus m anos les n egoc iac ion es «e n e l m o m en to en que

LOS ESPARTAQUISTAS 167

se in ten ta o r ien ta r la C onstitu c ión a lem ana por la v ía de la d e m o c ra t iz a c ió n »T.

L a ú lt im a «C a r ta » espartaqu ista , b a jo e l t í­tu lo de «L o s pequ eños L a fa y e tte » , reco rdaba los p receden tes h is tó r ico s *de este «m in is te r io » de ú lt im a hora . «E 'l P a r t id o soc ia lis ta gubernam en­ta l ( 2 ) — con c lu ía e l au to r del a rtícu lo— , al p a r­t ic ip a r en e l ac tu a l gob ie rn o , ob s tacu liza e l ca­m in o de la re vo lu c ión p ro le ta r ia que se acerca. L a re v o lu c ió n p ro le ta r ia le pasa rá p o r encim a. Su p r im e ra consigna , su p r im era e tapa debe s e r la R e p ú b lic a A le m a n a »8. A los In d ep en d ien ­tes se les rep ro ch a b a e l d e ja rse en can d ila r p o r las ilu s ion es w ilson ian as , « e l b lu f f de W ilson ». ¿A qué ven ía n y p a ra qu é serv ían estos d iscu r­sos « 'd u ros » de H aase y com pañ ía con tra los S ch eidem ann , s i en d e fin it iv a d ec ían lo m is m o ? B.

B revem en te , la c ita d a «C a r ta » r in d e cuentas d e la c o n fe ren c ia esp a rtaqu is ta qu e tu vo lu gar en B e r lín e l 7 de octu b re . «E s ta b a n rep resen ta ­dos esp a rtaqu is ta s d e todos los d is tr ito s y de todas las lo ca lid ad es im p ortan tes , as í com o va­r ias secc ion es lo ca le s de los L in k s ra d ik a le n (s e tra ta b á s ica m en te de las Izq u ie rd a s de B rem en ), qu e n o fo rm a n p a r te d e l U .S .P .D .» 1Q.

Se in te rca m b ió in fo rm a c ió n sob re e l tra b a jo de los esp a rtaqu is ta s en el seno de este partido . Las con sta ta c ion es n o eran exces ivam en te op­tim is tas . «S o la m e n te en las lo ca lid ad es donde las o rgan iza c ion es d e l U .S.P.D . están en m anos de los espartaqu is tas , lo s cam aradas aparecen satis­fe ch os .de la a so c ia c ión lle va d a a cabo en G o th a » (es d ec ir, de la d ec is ión esp a rtaqu is ta d e en tra r en e l P a r t id o s o c ia lis ta in d ep en d ien te ).

E l te x to c r it ic a de nu evo las tácticas de los In d ep en d ien tes .

T ra s d iscu tir la s itu ac ión gen era l y h ab er lan ­za d o un lla m a m ie n to a la p ob la c ión , la c o n fe ren ­c ia a d op tó va r ia s m ed id as p rác ticas : «C o n s titu irin m ed ia ta m en te C om ités de ob re ro s y de so lda ­dos en to d o lu g a r don d e to d a v ía n o fu n c ion en ». T a m b ién se d e c id ió in c rem en ta r la ag ita c ión en tre los so ldados.

2. A s í design aban los espartaqu istas a los M ayoritarios.

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168 GILBERT BADIA

La Conferencia ■demostró que los diversos gru­pos revolucionarios «qu e se constituyeron después de la descom posición del S.P.D .» .aceptaban cola­borar sobre una base sólida. S in em bargo, esta asociación «n o impdica ingresar en el U.S.P.D.». Es decir, que las Izqu ierdas de Brem en, y sin lugar a dudas una parte de los espartaquistas m ismos, m antuvieron sus reservas respecto al U.S.PJD. ¿Acaso M ehring, en una carta d irig ida a los bolcheviques (veran o de 1918) no constataba que la asociación Espartaquis tas-independientes había sido un com pleto fracaso? Esta Confe­rencia de octubre señala claram ente el reagru- pam iento de las diversas tendencias espartaquis­tas, hecho que se concretará en d ic iem bre con la fundación de l Partido comunista.

Es d ifíc il dar una idea precisa de los e fe c ti­vos de estas tendencias. S in em bargo, a lgo es cierto, y es que los espartaquistas prop iam en­te dichos eran los m ás num erosos, los m e jo r organizados y los m ás activos. Las Izqu ierdas de B rem en no sólo desarrollaban actividades en B rem en y H am burgo; su publicación semana'] Die A rb e ite rp o lit ik era un bo le tín d e en lace m uy eficaz. Aunque estaban sólidam ente establecidos en Brem en, tenían in fluencia en B erlín y en va ­rias ciudades del país, verdaderos is lotes de sim ­patizantes.

Las d ivergencias con los espartaquistas eran numerosas, p ero no graves (3). S in em bargo, el desacuerdo sobre un punto era total. Desde 1916, las Izqu ierdas de B rem en pedían a los esparta­quistas que se constituyeran en partido d istin­to, cosa a la que éstos se negaron.

P o r ú ltim o, los delegados tom aron la decisión de transm itir a los cam aradas rusos « la expre­sión más sincera de gratitud, so lidaridad y sim ­patía fra terna », p rom etiendo hacer uso de esta solidaridad en el sentido de «rea liza r acciones concretas siguiendo el m odelo y e jem p lo dado por los rusos». A dm itían que « la Revolución Rusa

3. M ás adelante se publica un artículo del líder de las Izquierdas de Brem en, Johann Knief, en el que define las re ­laciones de su organización con los -espartaquistas.

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LOS ESPARTAQUISTAS 169

había aportado al m ovim iento alemán un apoyo m ora l esencial»

S i b ien las resoluciones aprobadas por la Con­ferencia no tuvieron gran difusión en Alemania — tareas prácticas, preparación inmediata de la revolución , la conducta a seguir, en fin, todo lo que absorbería en las semanas futuras las actividades de los espartaquistas— , es evidente que representaban el amanecer de un futuro cam­b io de régim en.

E l program a, si b ien es demasiado general, rebasaba, sin em bargo, las reivindicaciones inme­diatas (ta les com o liberación de los presos polí­ticos y f in del estado de sitio ). Los espartaquis­tas pedían, en el plano político , la supresión de todas las dinastías; en el plano económico, la exprop iación d e l capital bancario, m inero y si­derúrgico. Respecto a la agricultura, proponían que fueran expropiados todos «los grandes y m edianos p ro p ie ta r io s »1S. Se ha dicho que esta ú ltim a m ed ida encerraba una incom prensión del p rob lem a agrario , ya que colocaría en e l m ism o terreno a los Junkers y a los campesinos pro­pietarios. E n realidad, los espartaquistas no es­taban enraizados en las zonas rurales, ya que todas sus activ idades estaban centradas en las ciudades. T ras la fundación del Partido comu­nista alem án, R osa Luxem burgo ped iría a los delegados que se esforzaran en llegar al campo, hasta entonces prácticam ente abandonado y me- nospreoiado.

Las regiones rurales de Alem ania, especial­m ente Prusia, e l norte y e)l nordeste del país, poco in fluenciadas por la revolución, permane­cerían conservadoras y m uy hostiles a todo aquello que fuera ro jo e incluso rosa pálido, y a todo aquello que, a pa rtir de octubre de 1918, fuera etiquetado com o «bo lchev iqu e».

E s c ierto que los espartaquistas no fueron los únicos a rtífices de la revo lución de noviem ­bre, pero sí hay que reconocer que fueron los únicos no sorprendidos por la explosión que tanto habían esperado y por cuya realización tan­tos sacrific ios habían hecho.

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Liberación de jOcbknccht

170«

GILBERT BADIA

Uno de los prim eros asuntos de política inter­na abordado por el nuevo gobierno del príncipe Max de Bade fu e el de la am nistía de los pre­sos políticos, y especialmente de Liebknecht, convertido en un sím bolo viviente. Varios minis­tros — Lewald, Von Payer (v icecanciller)— opina­ban que la reclusión de Liebknecht podía, com o máxima concesión, convertirse en residencia en un castillo.

E l 10 de octubre se in ició la discusión de este asunto en el Consejo de m inistros. E l Can­ciller se d ir ig ió a Soheidemann: «¿Puede ustedin flu ir sobre L iebkneoht?» — «N o — respondió Scheidemann— , no será posib le.» — «¿Asum e us­ted la responsabilidad de lo que pueda suceder?»; Soheidemann contestó: «N o llegarem os a esos ex­trem os»

En ese m om ento, los M ayoritarios parecían estar convencidos de que gracias a sus consig­nas de apaciguam iento y a su presencia en el m inisterio no pasaría nada grave. E bert declaró: •«El clim a general es espléndido en todo el Reich. Mantendremos la ca lm a» David, p or su parte, había dicho unos días antes: «L o cierto es quela situación interna ha m ejorado hasta tal punto que era d ifíc il p reverla a s í » la.

E l 16 de octubre, Scheidemann insistía de nue­vo ante sus colegas para conseguir la liberación de Liebkneoht, haciéndose responsable de lo que pudiera suceder, «pues Liebknecht lo difam ará, pero su liberación es indispensable». Si rehusa­mos a ello, aconsejó al gobierno, habrá que «cap itu lar en la calle com o lo hemos hecho fren­te al extran jero»

Estas frases demuestran una vez más la enor­m e popularidad del diputado espartaquista y de qué m anera su libertad, en cuestión de días, se había convertido en una exigencia de las ma­sas. E l día 21, nueva discusión m in isteria l sobre lo mismo. Scheidemann y E rzberger acaban por conseguir de sus colegas que Liebknecht sea indultado pura y sim plem ente (e l Consejo rehu­só la amnistía).

Liebkneoht salió en seguida de la cárcel y se

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LOS ESPARTAQUISTAS 171

dirigió rápidamente a Berlín en el primer tren que encontró. En la estación fue objeto de un reci­bim iento tan entusiasta que dejó sorprendidos a todos los m inistros. Scheidemann, perspicaz, consideró esta recepción como «un hecho pro­pio del m om ento (. . . ) Liebknecht llevado a hom­bros triunfálm ente por soldados condecorados con la cruz de hierro: ¿Quién habría pensadoen cosa semejante tres semanas antes?»18.

A esta multitud, estimada en varios miles de personas, Liebknecht lanzó las mismas consignas que el día de su arresto, el Prim ero de Mayo de 1916: «¡A b a jo el gobierno! ¡Abajo la guerra!»

NOTAS

1 Ver en «Documentos», tomo I I de la presente obra, pág. 64.

2. Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 422.3 . Texto íntegro de esta carta en Dokumente..., ob. cil.,

II , 2, pág. 195. Cf. igualmente Gilbert Badia, Les Spartakis- tes..., ob. cit., págs. 35-36.

4. Citado por Walter Bartel, Die Linken..., ob. cit., pág. 558. Poseemos una fotocopia de todo el expediente que nos fus suministrado por la D.Z.A., Potsdam.

5. Sobre este punto, cf. Gilbert Badia, Les Spartakistes,1918: VAllem agne en révotution, París, 1966, págs. 16-18.

6 . Sobre estas jornadas decisivas existen muchos testimo­nios en las memorias de los principales dirigentes socialde­mócratas. Cf. especialmente Scheidemann, D er Ztisamtnen- bruch, pág. 176.

7. Debates del Reichstag, sesión del 5 de octubre de 19id, pág. 6154.

¡5 En «Documentos», tomo I I de la presente obra, n." 13, pág. 7 5 , aparece un extracto de este texto cuyo original íigura en Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 467.

9. Id., pág. 469.10. Todas estas citas son copia de las que aparecen en

Spartakusbriefe..., ob. cit., págs. 469-471.11. La carta abierta de Mehring, de fecha 3 de junio de

1918, fue publicada en el boletín de enlaces de los socialde­mócratas berlineses, n .° 16, del 21 de junio de 1918- Aparece reproducida en Dokum ente..., ob. cit., págs. 158-162.

12. Spartakusbriefe..., ob. cit., págs. 470-471.13. E l texto de la resolución, que no figura en la última

«Carta espartaquista», aparece en Dokum ente..., ob. cit., II,2, págs. 232-233.

14. Todas estas deliberaciones ministeriales aparecen repro­ducidas en la obra de E. Matthias y R. Morsey D ie Regierung des Prtnzen M ax von Badén (abreviación: Matthias, Die R&gierung...}, Berlín, 1962, pág. 130.

15. Id., pág. 156.16. Id., pág. 92.17. Id., pág. 213.3 8 . Id., págs. 346-347.

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XII. ESPARTAQUISTAS Y BOLCHEVIQUES

A partir de feb rero de 1917, los acontecim ien­tos da Rusia tienen una influencia tal en. A le­m ania que sería incorrecto subestim arla1. Si el 16 de abril de 1917, los huelguistas de Leipzig propusieron la «constitución de un Comité obre­r o » 2, y sobre todo si a partir de enero de 1918 estas palabras «ca lan » entre las masas alema­nas, es deb ido a la in fluencia de la Revolución Rusa sobre la revo lución alemana. Estos Comi­tés, llam ados Rate, fueron creados ba jo e l mo­de lo soviético. Com o m uestra de ello basta decir que, en da v íspera de la revolución de noviembre, Soheidemann, que ya form aba parte del gobier­no, a lteró las órdenes del general Von Linsin- gen en e l sentido de proh ib ir la form ación de tales com ités. Scheidem ann a firm ó que sería com o querer im ped ir que llov iera cuando había nubarrones.

Es tam bién evidente que tales comités no s iem pre desem peñaron el m ism o papel que sus correspondien tes en R u s ia s. Los Comités de obre-

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ros y de soldados ( 1) estaban a menudo dom i­nados por los M ayoritarios, y los pocos revo lu ­cionarios que figuraban en ellos dejaron que se escapase de sus m anos e l poder que e fectiva ­m ente detentaban. E sto ocurrió en numerosas ciudades durante los prim eros días de la revo- ción de noviem bre. E l Partido socia ldem ócrata m ayoritario no tardó m ucho en desautorizarlos. Los Independientes se inclinaban por la idea de una Asam blea constituyente, lo que equ iva ldría a reducir considerablem ente la im portancia de los com ités. Su ala izqu ierda, sin em bargo, soñaba en conservar su fo rm a original, institucionalizán­d o la 4. Los espartaquistas, aunque en m inoría en estos com ités, fueron los únicos que reclam aron todo el poder para los nuevos organism os po líti­cos, fieles, en este punto también, a la táctica bolchevique.

Admiración y criticas

Sería sim plista e inexacto suponer que existía un total acuerdo entre espartaquistas y bolchevi­ques. En realidad, s i b ien los espartaquistas ad­m iraron siem pre a los revolucionarios rusos, varios de entre ellos adoptaron posiciones críticas respecto a la po lítica del jo ven poder soviético.

Cuando en Alemania, en el período febrero- m arzo de 1971, los dirigentes espartaquistas se en­teraron de que en Rusia había estallado la revo­lución, dem ostraron gran alegría. Desde la cárcel, Rosa Luxem burgo escribió:

«Los m agn íficos acontecim ientos <ie Rusia actúan en m í com o un e lix ir de vida. Para todos nosotros, lo que llega desde a llí es com o u.n m ensaje anunciador de salud; pienso que no todos le concedéis la im portan­cia que realm ente tiene, y que no os ¡dais cuenta de que es nuestra m ism a causa la que vence a l l í » B.

1. Los designaremos a menudo por las iniciales C.O.S. En la continuación de este texto hablaremos de Consejos obra­ros o Consejos d-e obreros y de soldados para designar estos organismos.

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LOS ESPARTAQUISTAS 175

Clara Zetkin reaccionó de la m isma manera, y en su m ensaje al Congreso de fundación de] U.S.P.D. decía:

«V u estra Con ferencia sp in icia ba jo el signo de fue­go de la poderosa acción popular que acaba de suceder en Rusia (. . . ) Espero, deseo, que vuestras delibera­ciones y resoluciones sean dignas de este aconteci­m ien to » 6.

De m om ento se trataba simplemente de la re­volución que había derrocado al zarismo y había colocado a Kerenski en e l poder. Sin embargo, las otras corrientes de la oposición socialdemó­crata no estaban totalm ente de acuerdo con el entusiasmo espartaquista. E l U.S.P.D., recién cons­tituido, insistía en las diferencias:

«L a situación en Alem ania es completamente dis­tinta de la que actualm ente existe en Rusia y, poz lo tanto, la lucha por nuestra libertad interna debe tom ar otras form as. B a jo el e fecto de los aconte­cim ientos de Rusia, esta lucha ha comenzado en Ale­mania en el terreno parlam en tario »7.

La Revolución Rusa había suscitado la sim­patía de las capas obreras. «Esta simpatía por el pueblo ruso y su revolución —señala un in for­m e o fic ia l— no cesa de manifestarse. Sin embar­go, todo el mundo responsable opina que sería lam entable que la revolución acabara envuelta en sangre y m iserias» s.

Tras la Revolución de Octubre y la toma del poder por parte de los bolcheviques, las postu­ras en el seno de la socialdemocracia alemana se hicieron más claras y críticas. Al día siguiente de la revolución de febrero, un telegrama firma­do por Ebert-Scheidemann aseguraba al nuevo gobierno ruso la simpatía de los obreros alema­nes. Pero, en febrero de 1918, el Vorwarts publi­có una nota de la dirección que decía lo si­guiente:

«L o que están haciendo los bolcheviques en Rusia no es ni socialismo ni democracia. Por el contrario, es putschismo en su manifestación más violenta, es anarquismo. Es necesario que dejemos bien clara Ja línea que nos separa de ellos»

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176 GILBERT BADIA

Todo está b ien claro, considerando que para los M ayoritarios el orden era el b ien supremo. La posición de los Independientes era m ás m ati­zada. S i p o r una parte su d iario, e l Le ip z ige r Volkszeitung, abría sus páginas a los m enchevi­ques y publicaba artícu los sobre «las a trocidades» de Rusia, es tam bién c ierto que insertaba artícu­los de Franz M ehring exaltando el e jem p lo bo l­chevique.

E l más fam oso d e los teóricos del U.S.P.D. ha­bía tom ado desde e l com ienzo una posic ión con­traria a la experiencia rusa. Con la ayuda de las «sab ia s » estadísticas, K au tsky hab ía dem os­trado que en Rusia era im pos ib le instaurar la dictadura del p ro le ta riad o ( . . . ) p o r fa lta d e p ro­letariado. M ás adelante, durante e l verano de1918, exp licará que los bolcheviques han instau­rado una d ictadu ra terroris ta , cuando el socia lis­m o im p lica dem ocracia ; llega r ía incluso a conde­nar la R evo lu c ión de O ctubre en n om bre del m arx ism o 10.

Esta tom a de pos ic ión desencadenó los sar­casm os de R osa Luxem burgo desde e l m om en­to en que se en teró de ello. Los espartaquistas, única de las tres corrien tes de la socialdem o- cracia que aprobaron la R evo lu c ión Rusa, tem ían sin em bargo que ésta no pudiera sob rev iv ir . E n una carta a Lu isa Kautsky, R osa Luxem burgo señala (e l 24 de n ov iem bre de 1917):

« ¡ E s t a r á s c o n t e n t a d e lo s r u s o s ! D e s d e lu e g o , en e s t a c a s a d e b r u j a s , q u é d i f í c i l v a a s e r q u e p u e d a n m a n t e n e r s e — n o rp o rq u e la s e s t a d ís t ic a s d e m u e s t r e n q u e la e v o lu c ió n e c o n ó m ic a d e R u s ia e s t á d e m a s ia d o a t r a s a d a , c o m o a c a b a d e c a lc u la r tu s u t i l m a r id o — , s in o (p o rq u e , e n n u e s t r o O c c id e n te s u p e r d e s a r r o l la d o , la s o c ia ld e m o c r a c ia s e c o m p o n e d e la m e n t a b le s g lá n ­d u la s q u e t r a n q u i la m e n t e v e n c ó m o lo s r u s o s s e d e ­s a n g r a n . . . » l l .

La idea de que los rusos estaban perd idos a rra igó bastante en tre los espartaquistas. E sta­ban perd idos, pero p o r lo m enos habían osado m ostra r el cam ino y levan tar e l estandarte de la revo lución . Esta adm irac ión no exclu ía ju ic ios críticos , p o r lo m enos en la fa se in icia l.

T ras las d iscusiones de B rest-L itovsk , los es-

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LOS ESPARTAQUISTAS 177

partaquistas no cesaron de declararse enemigos de « la paz separada». En su m anifiesto La hora de la decisión, de diciem bre de 1917, a f i r m a n - «N uestra consigna debe ser: ¡No a la paz separa­da! ¡V iva la paz general!»

E l razonam iento es simple. La paz con Rusia traería com o consecuencia la continuación de la guerra y re forzaría al im perialism o alemán. Por lo tanto, debía ser condenada. Sabemos que Lenin no opinaba lo m ism o y que los acuerdos de B rest-L itovsk h icieron posible que el nuevo régi­m en soviético pudiera sobrevivir.

N o hay solución justa para los bolcheviques

Los espartaquistas se daban perfecta cuenta de la gravís im a situación por la que estaban pa­sando los bolcheviques. Incluso los consideraban perdidos. Según ellos, hicieran lo que hicieran, no darían con una solución justa. F irm ar la paz por separado era p erm itir que el im perialism o ale­m án concentrase sus fuerzas en un solo frente. N o firm a r la paz era exponer a la joven Revolu­ción Rusa a ser aplastada por los ejércitos de Lu- d en dorff 33.

L a única esperanza para Rusia era que esta­lla ra la revolución mundial. Los espartaquistas no acusaban a los bolcheviques, sino a la social­dem ocracia alemana, a los soldados alemanes (inclu idos los proletarios de uniform e) que se convertían en instrum entos del imperialismo.

L a «C a rta » espartaquista número 7, de no­v iem bre de 1917, publicó un llamamiento del C om ité del X I I E jérc ito Ruso, que éste había d i­fundido en R iga en e l m om ento en que la presión de los e jérc itos alemanes — que entrarían en la ciudad pronto— los ob ligó a evacuar la plaza. En dicho texto se le ía lo siguiente: «L a historia pro­c lam ará un día que e l proletariado alemán ha luchado contra sus hermanos rusos, menospre­ciando así la solidaridad internacional» . L l tex to era clarísim o. Los espartaquistas hicieron suya la declaración. E l núcleo del problem a se­gu ía siendo, en su opinión, el saber situarse enAlem ania. , .

En la penúltim a Carta de Espartaco (setiem­

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bre de 1918), Rosa Luxem burgo habla de la «tra ­gedia rusa». Este títu lo es extraído de la siguien­te nota:

«E ste artícu lo expresa tem ores que encontramos a menudo incluso entre nuestra m ism a gente (2).

»Estos tem ores resultan de la s ituación ob je tiva de los bolcheviques, no de su com portam iento subjetivo. Reproducim os este artícu lo sobre todo p o r la con­clusión a que llega: sin revo lución aflemana, la R evo ­lución Rusa no d isfrutará d e buena salud y desapare­cerá la esperanza <del socialism o tras da guerra mundial. Sólo hay una solución: levantam iento m asivo del p ro­letariado alem án» 1B.

Esta posición era, grosso modo, la de la mayo­ría de los dirigentes espartaquistas, aunque con matices. Franz M ehring y Clara Zetkin, en los periódicos de que disponían, exaltaban sin re­servas el ejem plo bolchevique 10.

Lo m ism o hacían las Izqu ierdas de Brem en en su A rbe ite rpo litik . Desde el 15 de diciem bre de 1917, ba jo el seudónimo de «P e te r Unruh», Johann K n ie f escribe que los bolcheviques han entrado en el cam ino que conduce «a la victoria defin itiva del socialism o».

«En unas pocas semanas —prosigue K n ie f— , una obra de incom parable grandeza se ha cum plido. Una obra que no tiene igual en la h istoria mundial. ¿Acaso no parece un sueño el que la Rusia gim ientc bajo las cadenas del zarism o más retrógrado haya sido dotada de una dem ocracia taíl com o no la hay en lodo el globo? (. .. ) E l Com ité de obreros y de soldados dirige ya los destinos del país».

El autor responde por adelantado a los ar­gumentos de Kautsky:

«L a dem ocracia rusa (... ) se refuerza día a d ía y se desarrolla con el único propósito que incumbe a una 'democracia 'proletaria, (lo que por sí solo justifica su existencia: es la palanca de la revolución mun­dial (...) Y si, a d ilerencia de lo q^^e existe actual­mente en Europa occidental, las condiciones económ i-

2. Lo que significa que no todos compartfan sus temores.

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cas de Rusia no están hoy en d ía lo suficientemente desarrolladas y maduras para el socialismo, las nuevas estructuras creadas p or la revolución acelerarán con­siderablem ente el proceso de m aduración (... ) Ru­sia se halla entregada totalm ente a la lucha p or el socialism o y sólo tiene un único enem igo: el im pe­ria lism o».

K n ie f explica que estos resultados se han con­seguido en Rusia porque existía un partido de extrem a izqu ierda autónomo que desde un prin­c ip io luchó por la revolución social auténtica” . A continuación echa en cara a los espartaquistas el no separarse de los Independientes y cons­titu irse en un partido distinto.

Con respecto a la experiencia bolchevique, Rosa Luxem burgo adoptó una actitud más crí­tica.

Su posición puede en juarte explicarse, sub­jetivam ente, por la v ie ja querella que la oponía a Lenin. Entre ellos existían varios puntos de desacuerdo: el ju ic io que ella em itió en 1903 so­bre el m enchevismo, el problem a de la dictadura y el de la dem ocracia en el seno del movim iento obrero, la concepción del centralismo democráti­co, el papel de las nacionalidades, etc. Lenin criticó su obra sobre la acumulación de capitál y el fo lle to firm ado por ella como Junius.

Cuando Lenin habla de los revolucionarios alemanes, es a Liebkneoht a quien cita más a menudo.

Estas divergencias eran reales y profundas (3). Subsistirían largo tiempo. Ellas explican el por­qué Eberlein, ejecutor testamentario de Rosa Luxemburgo, se abstendrá en la votación final, du­rante la prim era reunión de la I I I Internacio­nal. La «Carta po lítica » número 21, del 28 de ma-

3. En 1915 Lenin escribe que «la lucha por la revolución socialista exige actualmente, después de 1914, que los parti­dos obreros se separen de los oportunistas» (¿Qutl hacer?. Obras, tomo 21), mientras que los espartaquistas no se cons­tituirán en partido autónomo hasta diciembre de 1918; además, analiza d : forma distinta a los espartaquistas las causas del oportunismo, en el que no ve una casualidad o la traición de individuos aislados, sino «el producto de toda una época ll¡3- tórica».

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yo de 1916, precisaba que sería d ifíc il pensar en crear una nueva Internacional mientras «e l socialismo y la lucha de clases revolucionaria no se conviertan en una realidad en todos los países, y en prim er lugar en Alemania», pues la Internacional, en opinión de los espartaquis­tas, son «las masas y no unas cuantas docenas de delegados» ls.

Algunos historiadores han pretendido ver en estas divergencias una hostilidad entre Rosa Lu­xemburgo y Lenin, y entre los espartaquistas y los bolcheviques, lo cual es una exageración.

El texto sobre el que se apoyan dichos histo­riadores es La Revolución Rusa, editado después de la muerte de Rosa por Paul Levi. En reali­dad, Robert París tiene razón, en su prefacio a la reciente edioión en lengua francesa de esta obra, al decir «que no existe un elogio m ayor de los bolcheviques» y que «'esta crítica de ciertos aspectos de la Revolución Rusa no significa un desacuerdo sobre las cuestiones de principio, sino todo o contrarío» 13.

Es curioso hacer notar que Rosa Luxemburgo, que hizo publicar muchos textos en 1918, no perm itió editar las notas que componen el l i ­bro. E llo se debe a que posiblemente no tenía suficiente in form ación o bien no quería, por con­siderarlo inoportuno, unir sus críticas a las de Kautsky en aquellos momentos. Además, la crí­tica de ambos era de muy distinta naturaleza.

En un fragm ento de aquella época, no publi­cado en la reciente edición francesa, Rosa Lu­xemburgo escribe:

«E l bolchevismo se ha convertido en el símbolo del socialismo revolucionario práctico, de la lucha de la clase obrera por conquistar el poder (...) y todas las faltas y errores particulares del bolchevismo se con­vierten en irreales y desaparecen delante de esta ingen­te significación y frente al contexto de los grandes acontecimientos históricos» 20.

Lo que Rosa Luxem burgo reprochaba a los bolcheviques era la dictadura que éstos ejercían sobre los otros socialistas. Estaba de acuerdo con la dictadura de clase, pero reprochaba a los

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bolcheviques que ejercieran la dictadura de un partido. Les reprochaba también el que hubieran distribuido las tierras entre los campesinos, en lugar de nacionalizar las grandes propiedades.

Sin embargo, y en * respuesta a una carta de noviembre de 1918, enviada a su camarada po­laco, Adolphe Warski, que también criticaba a los bolcheviques, decía lo siguiente:

«Yo también he compartido todas tus dudas y re­servas, pero han desaparecido respecto a los proble­mas fundamentales (...) El terror ruso es antes que nada la expresión de la debilidad del proletariado eu­ropeo (...) Estoy segura de que las relaciones creadas en la agricultura constituyen el problema más grave y delicado con la Revolución Rusa (...) Este mal sólo se curará con la revolución europea que ya llega21.

La Revolución Rusa -nos ha mostrado el camino

A partir del momento en que estalló la revolu­ción en Alemania, los espartaquistas no cesaron de reclam ar qu.e se establecieran las relaciones con la Rusia soviética, rotas el 5 de noviembre por in iciativa de Scheidemann y del gobierno alemán. Tras su liberación, Liebknecht había sido festejado en la embajada rusa en Berlín y Lenin le había enviado un telegrama de felici­tación.

B l program a espartaquista del 8 de noviembre preveía, en e l punto 6 : «Unión inmediata con el proletariado internacional y especialmente con la República obrera rusa» *8. Era tal la exalta­ción de los bolcheviques por parte de los espar­taquistas que, para la prensa adversaria, ambos térm inos acabaron por ser sinónimos, utilizán­dose indistintam ente para designar a la extrema izquerda alemana.

D ie R o te Fahne, el d iario de la L iga Esparta­quista, publicó, al d ía siguiente de la revolución alemana de noviem bre de 1918, los llamamientos soviéticos lanzados por radio y captados por di­versas estaciones m ilitares (antes de que fueran establecidos contactos de gobierno a gobierno).

A l d iscutir la política del Partido indepen­diente fren te a la asamblea general de militan-

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tes del Gran Berlín , el 15 de diciem bre de 1918, Haase declaró que «n o debemos copiar servil­mente la táctica de los rusos, pues Alem ania está económ icam ente más adelantada que Rusia». A esto, Rosa Luxem burgo rep licó: «Tenem os queaprender de los bolcheviques. E llos han tenido que sem brar para recoger frutos; frutos que po­demos considerar nuestros y que nos servirán de experiencia»

Incluso en la cuestión táctica, los espartaquis­tas, y no sólo ellos sino el conjunto de revolu­cionarios alemanes, aprovecharon la experiencia soviética. Es sorprendente que los m inistros de los gobiernos alemanes salidos de la revolución tom a­sen el nom bre de Volksbeauftragte , térm ino que corresponde al de Com isarios del pueblo rusos. Es también interesante ve r que, com o en Rusia, los espartaquistas (y e l Com ité e jecu tivo de los Con­sejos, el 10 de n oviem bre) solicitaban la cons­titución de una «gu ard ia ro ja ».

Sobre este últim-o propósito, la conferencia de Comunistas intem acionalist'as de Alem ania precisará, en una resolución de diciem bre, que «respecto a la cuestión de la recuperación de armas y a la form ación de guardias ro jos co­munistas, los camaradas rusos podrán darnos in­dicaciones m uy va liosas» 23.

La m ism a táctica p reva lecía sobre el asunto de la Asam blea constituyente. Com o en Rusia, los espartaquistas buscaban que todo e l poder recayera en los Com ités de obreros y de solda^ dos; rechazaron el partic ipar en las elecciones de enero de 1919 y se m antuvieron firm es en su consigna: «T o d o e l poder para los C.O.S.», incluso cuando se ve ía m uy claro que estos organismos, d irig idos por los M ayoritarios, no estaban deci­didos en absoluto a seguir adelante con la revo ­lución.

Adem ás, hay que destacar e l hecho de que, si la concepción espartaquista de los Com ités se m od ificó , fue precisam ente b a jo la in fluencia rusa. Prim itivam en te habían sido concebidos co­m o organism os de lucha revolucionaria. A partir de octubre y dé noviem bre de 1918, se em pezó a ver en ellos la base de un nuevo poder p o lít i­

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co y se esperaba poder transformarlos en ver­daderas instituciones políticas.

En el Congreso de fundación del Partido co­munista alemán, Rosa Luxemburgo manifestó:

9

«Cuando se lanzan calumnias contra los bolchevi­ques rusos, no debem os recatarnos en constestar: ¿Ydónde habéis aprendido vosotros el ABC de la revolu­ción? De los rusos, inventores de los Comités de obre­ros y de soldados (. . . ) (Incluso los gobernantes actua­les) que consideran que su tarea principal es asesinar a los bolcheviques rusos, cogidos de la mano con los im perialistas británicos, tienen form alm ente por base los Com ités de obreros y de soldados, y se ven obliga­dos a reconocer que la Revolución Rusa es portaestan­darte de las prim eras consignas de la revolución mun­d ia l» 2a.

E l internacionalism o de los espartaquistas y su adm iración por los bolcheviques se manifies­tan no sólo por sus tácticas, sino también por boca de sus dirigentes; en noviem bre y diciem­bre de 1918, los pocos comunistas rusos que con­siguieron cruzar las líneas y llegar a Berlín fue­ron acogidos con los brazos abiertos. Se les pidió de inm ediato que hablasen en público y explica­sen qué sucedía en Rusia. Jelisaweta Drabkina explica que en Berlín , a donde había sido envia­da com o delegada por los komsomoles rusos, «te ­nía que hablar ante los jóvenes obreros de dos a tres veces d iarias » 27. En diciembre, Radek, recién llegado, se «puso a trabajar» como si fue­ra un espartaquista más (es cierto también que m ilitó mucho tiem po en el seno de la socialde­m ocracia alem ana); durante el Congreso de fun­dación del K.P.D. y en la reunión del Comité central, pudo hablar con gran autoridad precisa­m ente por ser bo lchev iqu e2S.

Resum iendo: no hay duda de que los espar­taquistas h icieron todo lo posible por populari­zar y exaltar las realizaciones bolcheviques. Si la Revolución de Octubre tuvo en Alemania tal in fluencia que muchos nom bres de instituciones revolucionarias (Com isarios del pueblo, Comités, guardia ro ja ) quedaron arraigados én el país, e llo se debe fundam entalm ente a los espartaquis­tas. Por o tra parte, Lenin consideraba a los es-

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partaquistas y a su je fe Karl Liebknecht como a los únicos y auténticos revolucionarios alemanes. En marzo de 1917 escribe: «E l proletariado ale­mán es el aliado más fie l y más seguro de la Revolución proletaria rusa y mundial...». Creía que «e l futuro (en Alemania) pertenece a la ten­dencia dirigida por K arl Liebkneoht, creador del grupo Espartaco que hace su propaganda en el Arbeiterpolitik de Brem en» *D.

En enero de 1919, en tanto que los dirigen­tes espartaquistas eran asesinados sin él saber­lo, Lenin se expresó en los siguientes térm inos:

«T od o lo que de honesto y revolucionario queda entre los socialistas alemanes, los m ejores elementos, los más com bativos, los más convencidos del poder de las masas proletarias, y de su capacidad para lle­var adelante la revolución victoriosa, siguen a L iebk­necht y los espartaquistas» 30.

NOTAS

1. Sobre esta cuestión se puede consultar a Klaus Mam- mach, Der Einfluss der russischen Februarrevolution und det Grossen Sozialistischen Oktoberrevolution auf die deutsche Ar- beiierklasse, Berlín , 1955, y Leo Stern, Die Auswir kungen der Grossen Sozialistischen Oktoberrevolution auf Deutschland, en Archivalische Forschungen, 4/1, Berlín , 1959 (abreviación: Ar­chivalische Forschtingen...).

2. V er K laus Mammach..., ob. cit., pág. 27, y Leo Stern, Archivalische Forschungen..., 4/1, pág. 101 y siguientes.

3. V er a este respecto Eberhard Kolb, Die Arbeiterrate in der deutschen Innenpolitik 1918-1919, Diisseldorf, 1962 (abre ­viación: K olb , Die Arbeiterrate...) Betriebsrate in der Novetn- berrevolution, D iisseldorf, 1963.

4. Se trata principalmente de la opinión de K urt Eisner. Cf. sobre esta materia el documento publicado en Revue d 'H is- toire moderne et contemporaine, París, 1966.

5. Rosa Luxem burgo, Briefe an Frcunde, H am burgo, 1950, pág. 157.

6 . C lara Zetkin, Ausgewiihlte Reden und Schriften, Berlín , 1957, I, pág. 754.

7. Citado en Spartakusbriefe..., ob. cit., pág. 349.8 . Citado por Leo Stern, Archivalische Forschungen..., 4/1.

pág. 85.9. Vorwarts del 15 de febrero de 1918.10. C f. sobre esta m ateria K a rl Kautsky, Die Diktatur

des Proletariats, Viena, 1918, y Demokratie oder Diktatur, Ber­lín , 1919.

11. Rosa Luxem burgo, Briefe an Karl und Luisa Kautsky, Berlín , 1923, pág. 210.

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LOS ESPARTAQUISTAS 185

12. D okum ente..., ob. cit., II , 2, pág. 51.13. Spartakusbriefe..., ob. cit., «D ie russische Tragodie»,

págs. 453-460.14. Id., pág. 405.15. Id., pág. 453, nota 1.16. Mehring especialmente-^ publicó una serie de artículos

muy favorables a los bolcheviques en el Leipziger Volkszeitung del 31 de mayo, del 1 de junio, del 10 de junio y el 17 de ju ­nio de 1918, titulados: «Los Bolcheviques y nosotros».

17. A rb e ite rp o lit ik 2. Jahrgang, n .° 50, del 15 de diciembre da 1917, págs. 375-376.

18. Spartakusbriefe ..., ob. cit., págs. 178-179.19. Rosa Luxemburgo, La R evo lución rusa, París, 1964. pá­

ginas 13 y 15.20. Fragmento publicado en la revista G rünberg -A rch iv ,

192S. Citado por Paul Frolich, Rosa Luxem burgo, París, 1965, pág. 310.

21. Adolphe Warski, Rosa Luxem burgs S te llung zu den tak- tischen Proble-,nen der R evo lu tion , Hamburgo, 1922, pág. 7.

22. D oku m en te ..., ob. cit., I I , 2, pág. 264.23. Id ., pág. 325.24. D ie F re ih e it, n.° 57, del 16 de diciembre de 1918.25. Citado en D er fCommunist, Dresde, Primer Año, n.° 5.26. Discursos sobre el programa. Rosa Luxemburgo, Ausge-

w dhlte R eden ..., ob. cit., I I , págs. 668-669.27. Jelisaweta Drabkina, Schw arzer Zw ieback, Berlín. 1964,

pág. 269.28. V e r en «Documentos», tomo I I de la presente obra,

págs. 123-138, los extractos del Diario de Radek.29. Lenin, Obras, tomo 23, pág. 402.

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TERCERA PARTE

LOS ESPARTAQUISTAS EN LA REVOLUCIÓN

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X I I I . L A R E V O L U C IO N D E N O V IE M B R E

E n las p rim eras sem anas de octubre, toda A le­m ania com p ren d ió que la guerra estaba perd ida. La m ayo r ía de la pob la c ión hab ía cre ído hasta pocos días antes que, si n o se consegu ía una v ic ­to r ia total, p o r lo m enos se llega r ía a la paz a través d e un a rre g lo fa vorab le . A los p rim eros m om en tos de estu por y s-orpresa sigu ieron reac­ciones de desán im o y d e có lera . ¡Cuatro años de sa cr ific io s p a ra lle g a r a esto ! E>el aparato del E stado se ap od eró p o co a p oco una especie de le ta rgo — fu n c ion arios , po lic ías , e incluso m ilita ­res, v e ía n an te e llos un fu tu ro desconocido e in­c ie rto , p e ro p o r o tra p a rte estaban ob ligados a h acer resp e ta r , b ru ta lm en te a veces, las órdenes que re c ib ía n d esde a rr ib a— y la pob lac ión en su m a yo r ía só lo deseaba una cosa: acabar con laca rn ice r ía in ú til p ro vo ca d a p o r la guerra .

Las n o tas sucesivas d e W ilson daban a enten­der, cad a v e z m ás o la ram en te , qu e e l em p erad or y los qu e le rod eab an eran los p rin c ipa les obs­tácu los p a ra la con secu c ión de la paz.

E l d eseo de paz, de una paz inm ed ia ta , lo su-

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peraba todo ( 1) ; fu e este deseo el que durante los ú ltim os días de octubre cata lizó la vo lun tad de desem barazarse del em perador. L a re iv in d i­cación in icia l, la paz, tom ó ráp idam en te un cariz p o lítico : expu lsar a l em perador y, s i era necesa­rio, cam biar el régim en , puesto que la m onar­quía constitu ía un obstácu lo para consegu ir la paz.

Durante todo di m es de octu bre asistim os en A lem an ia a una ca rrera con tra re lo j. Los M a yo ­rita rios m ed ían b ien la «ra d ica liza c ió n » de las masas y se es forzaban p o r con tenerla y rom p erla al m ism o tiem po, p ropon ien do re fo rm as a los otros partidos de la m ayoría , represen tados ju n to con ellos en e l gob iern o del p r ín c ip e M a x de Bade. S in em bargo , los o tros pa rtid os , que no contaban o que n o deseaban v e r basta qué punto el rég im en se tam baleaba, no estaban dispuestos a fa c ilita r concesiones de im portan c ia . E l 8 de noviem bre, los M a yo r ita r io s llegan a la conclu ­sión de que la exp los ión revo lu c ion a ria no p od rá ser evitada, e in esperadam en te tom an b a jo su con tro l e l m ov im ien to que a la v ísp era conde­naban.

Las re iv in d icac ion es d e los In depen d ien tes — especia lm en te las del núcleo H aase-Bernstein- JCautsky— no se d ife ren c iab an en casi nada, p o r lo m enos en e l fon do , de las de los M a yo r ita r io s . N o ex ig ían un cam b io d e rég im en , s ino s im p le ­m ente la paz; aunque se d is tin gu ían de aqu é llos en que no negaban la p o s ib ilid a d de acciones de m asas para ob ten er esa paz.

S in em bargo , en e l fon d o , estaban con ven c i­dos de qu e la in te rven c ión « c a l le je r a » no era decisiva. Las m an ifes ta c ion es p od ía n sacu d ir y ace lerar los cam bios, p e ro n o lo g ra r ía n e l hun­d im ien to de l rég im en ; en o tras pa lab ras , todos, tanto M a yo r ita r io s com o In d ep en d ien tes , fu eron

Este deseo de paz no cesó de aum entar durante toda el ano de 1918; com o ya hem os visto, era e l le it-m otiv de las reivindicaciones fo rm u ladas p o r los huelgu istas en enero de 1918. E n el te legram a que los o b re ro s de los astilleros de K ie ] habían d irig ido a l Canciller el 29 de enero, puede leerse lo si­guiente: «L o s ob re ros reun idos declaran e l en orm e deseo depaz que em barga a todo el p u eb lo . Este deseo es tan pe ren ­torio que debe hacerse todo lo posib le p a ra acabar la guerra cuanto antes» K

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s o r p r e n d id o s p o r la ve loc idad de los aconteci­m ientos revo lucionarios a pa rtir de la revuelta de los m arinos.

Los únicos que con fiaban tota lm ente en las masas eran los espartaqu istas. Sólo e llos desea­ban un cam b io to ta l de rég im en , sin am bigüe­dades d e n inguna clase. Y a en unas octavillas, fechadas en feb re ro d e 1918, p reveían la consti­tución «d e un C om ité (c en tra l) de soldados y de obreros a'l que in cu m b iría hacer un llam am iento revo lu c ion a rio a las m asas, tom ar e l poder y p roc lam ar la R epú b lica p o p u la r »2.

T o d a v ía en la c itad a fecha consideraban la p o s i b i l i d a d de con voca r una Constituyente®, pero durante e l ve ran o abandonan ta l reivindicación , que fu e sustitu ida p o r la consigna de «T o d o el p oder p a ra los C om ités de soldados y de obre­r o s » *. A fin a les d e octubre, en todas las grandes fáb ricas , los ob re ros e lig ie ron «com ités », siguien­do e l m o d e lo de los S ov ie ts en Rusia.

L a A lem an ia de n ov iem b re de 1918 es la A le­m an ia de los C om ités.

D e todos m odos, aunque los deseos revo lucio­narios de los espartaqu istas estaban a la altura de la im p a c ien c ia de las masas, sus tropas, poco num erosas, n o d ispon ían d e un aparato organ i­zado cap az d e desencadenar y d ir ig ir la insurrec­c ión de las m asas.

Indecisiones en Berlín

C uando L ieb k n ech t lle g ó a B er lín eil 3 de oc­tu b re fu e a co g id o p o r va r io s m iles de personas, en teradas n o se sabe cóm o de su regreso . Se le lle v ó tr iu n fa lm en te en h om b ros y fu e agasa jado p o r sus am igos p o lít ico s . E l p e r iód ico d e los In d e ­pend ien tes , e l L e ip z ig e r 'V o lksze itung , pu b licó un ex tenso a r t ícu lo t itu lad o : ¡L ie b k n e ch t, te sa lu­dam os!, qu e em p eza b a con estas palabras: «E lp u eb lo a lem án se en tera con sa tis facc ión de que su (s ic ) L ieb k n ech t se h a lla de nuevo en libertad »® . E ra tan g ra n d e la p op u la r id ad y p res tig io d e l l í­d e r e sp a rtaqu is ta que e l m ism o día, en una re­u n ión e le c to ra l en M un ich , K u r t E isn er ex ig ió «u n a A lem a n ia a cu ya cabeza se en con tra ría el p res id en te L ie b k n e c h t» 6.

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Este se puso rápidamente en contacto con los elementos más activos del Partido independiente. Por otra parte los Delegados revolucionarios, des­pués del verano, habían invitado a sus reuniones a los líderes independientes, Ledebour y Dau- mig, con el ánim o de organizar una gran mani­festación, un paro laboral y, si era necesario, la insurrección, con el fin de conseguir a todo trance la paz. Los espartaquistas participaban también en todas estas actividades. L iebk­necht y P ieck — quien había regresado ilegalm en­te e l 27 de octubre desde Holanda, en donde se había refugiado en enero de 1918 tras haber perm anecido arrestado, por rebeld ía m ilitar, en la capital alemana, de octubre de 1917 a enero de 1918— propusieron otra táctica. En lugar de pre­parar m inuciosam ente « la gran noche», sería m e­jo r habituar a las masas a m anifestarse, llevar a cabo de inm ediato acciones de hostigam iento (huelgas parciales, m anifestaciones en barrios, etcétera). N o se les h izo dem asiado caso. C iertos m iem bros del com ité ca lificaron peyorativam ente esta táctica de «g im nasia revo lucionaria ». En cuanto a Haase, es fá c il im aginarse su precaución y escepticism o ante tales proposiciones. S in em ­bargo, todos sentían el aum ento de la tensión: los obreros y el pueblo en general se im pacientaban por las tergiversaciones y len titud gubernam en­tales. M ientras p o r una parte Rathenau propo­n ía un «levan tam ien to de las m asas», e l Consejo de m in istros d iscutía la m ovilizac ión de 600.000 hom bres. E l A lto M ando, que p o r su cuenta había previsto la pos ib ilidad de enviar las tropas contra los «re vo lto so s » del in terior, h izo saber o inicial- m ente que se opon ía a un arm istic io y que los m ilitares no aceptarían una paz deshonrosa, lo cual era falso, aunque pocos lo sabían.

En la m añana del 2 de noviem bre, el Com ité de acción de los D elegados revo lucionarios (R i­chard M ü ller, Barth , Franke, W egm ann, etc.) se reun ió en presencia de Liebknedht, P ieck, Lede­bour, D áum ig y H aase. E n esos m om entos no d is­pon ían de in fo rm ac ión alguna sob re lo que estaba ocu rriendo en prov inc ias , p ero la situación pare­cía estar lo su fic ien tem en te «m a d u ra » en B erlín p a ra que se h ab lara sobre la decis ión de escoger

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el día 4 de noviembre, pasado mañana, como la jornada de la insurrección.

Barth había organizado grupos armados de re­vólveres que deberían cubrir la manifestación obrera, y dispuestos a enfrentarse con la policía. Dáumig estaba en contacto con algunas unidades m ilitares acantonadas en Berlín: opinaba que los soldados no se enfrentarían a los obreros.

Por la tarde se había convocado una asamblea en la que participaban representantes de nume­rosas fábricas berlinesas. Sin embargo, los dele­gados vacilaban: por 21 votos contra 19 rechazaron la fecha del 4 de noviem bre; la insurrección fue pospuesta. Haase y Dittmann (U.S.P.D.) apoyaban la tendencia que deseaba contemporizar. Se sepa­raron sin haber fijado ninguna fecha concreta, aunque se c itó el 11 de noviem bre.

M ientras en B erlín se vacilaba, la revolución estallaba en K ie l casi espontáneamente. E l S.P.D. envió rápidam ente a N oske con el fin de tratar de circunscribirla y controlarla. Ningún partido po lítico organizado había tom ado la in iciativa de la sublevación, sí bien se seguía una línea si­m ilar a la propugnada por los espartaquistas. Haase, que tam bién se desplazó a K iel, a invita­ción de los m arinos sublevados, constató, e l 6 de noviem bre, al llegar a Ham burgo, que el m ovi­m iento se había apoderado de la ciudad; supera­do por los acontecim ientos, trató también de li­m itar su desarrollo, con el fin de evitar e l que se llegara a'l punto d e l que ya no es posible vo lver atrás. N i H aase n i los M ayoritarios, n i por des­contado las otras fuerzas políticas moderadas y conservadoras habían tom ado conciencia todavía, e l ó de noviem bre, de la frag ilidad de los cim ien­tos im periales.

Todas las m aniobras y escrúpulos fueron ba­rridos p o r los m arinos, que desde K ie l se exten­d ieron p o r todo e l norte de A lem ania con una fac ilidad desconcertante, provocando la insurrec­ción en todas las ciudades adonde llegaban7.

Independien tem ente de este foco revoluciona­r io de l n orte del Reich, los acontecim ientos se p rec ip ita ron tam bién en e l sur, en Stuttgart, pero esta vez b a jo la tutela e in iciativa de los espar- taqoistas.

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L a revo lución en Stuttgart y en Brunsw ick

Y a hemos visto anteriorm ente que, desde agos­to de 1914, la izquierda socialista en Stuttgart era pujante. Cuando se fundó el U.S.P., Stuttgart se convirtió en uno de los bastiones de este partido. B l ala izqu ierda era activa y numerosa, y los es­partaquistas disponían de numerosos puntos de apoyo. Uno de ellos, Rück, era presidente del co­m ité loca l del U.S.P.D. En otoño de 1918, los es­partaquistas constituyeron en esa ciudad un Co­m ité de acción de 5 m iem bros.

Eran lo su ficientem ente in fluyentes para or­ganizar, el 30 de octubre, una reunión en e l m o­m ento en que e l U.S.P.D. convocaba a sus m ili­tantes. En las dos reuniones se distribuyó un m an ifiesto de la d irección loca l del U.S.P.D. (en donde predom inaba el a la izqu ierda ) y que incluía varios puntos del p rogram a espartaquista del 7 de octubre, p id iendo la creación de un «Parlam en ­to popu lar com puesto p o r obreros y soldados» y « la exprop iación de bancos, m inas y de la indus­tria s iderú rg ica » ®.

A la sa lida de la reunión espartaqu ista se fo r ­m ó una m an ifestación que se d ir ig ió al palacio rea l gritando « iV iv a la R epú b lica !».

Po r la noohe, R ück se d ir ig ió a la fáb rica Daim - le r : tom ó la pa labra ante los obreros del tur­no de noche, e h izo é leg ir a llí m ism o un Com ité obrero. A l m ism o tiem po, los espartaquistas m an­daban a uno de ellos a B erlín para averiguar qué sucedía en la cap ita l y d iscu tir la táctica m ás con­ven ien te a seguir. E l em isario v o lv ió la noche del 2 a l 3; se le in fo rm ó de que la decisión , tom ada en la m adrugada del 2 p o r e l C om ité de acción berlinés, era f i ja r la huelga genera l para el d ía 4. M archó de la cap ita l antes de que se con firm ara la noticia .

E l C om ité de acción de S tu ttga rt d ec id ió m a­n ifestarse tam bién el 4, y ed itó , duran te la no­che, octav illas incitando a la huelga. R ück se puso en con tacto con las p rin c ipa les fáb ricas y la con ­signa de huelga, fu e aprobada. E fec tivam en te , la m añana del 4, conducidos p o r los espartaqu istas R ück y Tha lheim er, que d esa rro lla ron durante estos días una ac tiv idad p rod ig iosa , los ob reros

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detuvieron el trabajo y desfilaron por las calles de Stuttgart hasta la plaza del Castillo. No sólo Rück — a quien las autoridades habí aun prohibido el 31 de octubre hacer uso de la palabra— se di­rig ió a los manifestantes, sino que se constituyó una delegación de 5 m iem bros que fue recibida por el m inistro del In terior, a quien entregó el lla­mamiento del U.S.P. del 30 de octubre®.

A l atardecer, se pasó a organizar un Consejo obrero central, a razón de un delegado por cada 500 obneros. Se haría un llamamiento a los obre­ros de otras ciudades de W urtem berg para que constituyeran localm ente sus propios comités. Se decidió publicar un diario del Comité obrero, que se titu laría D ie R o te Fahne ( La Bandera R o ja ) y a cuya cabeza estarían Rück y Thalheimer. E l Co­m ité ob rero ped ía la disolución de la Dieta local y que los obreros tom aran en sus manos todos los asuntos a través de sus delegados, ya fueran obre­ros, soldados o pequeños propietarios y obreros agrícolas.

Los poderes públicos parecían paralizados, im ­posib ilitados de oponerse a l m ovim iento. Sin em­bargo, la situación descrita se lim itaba solamen­te a S tu ttgart. Rück y Thalheim er partirían la noche del 6 a l 7 hacia Fiiedrichshafen, que se ha­b ía convertido, durante la guerra, en un im por­tante cen tro de fab ricac ión de armamentos (fá ­bricas Zeppe lin ) y en donde los espartaquistas eran tam bién m uy activos: desde el 22 de octubre, grandes m an ifestaciones se habían desarrollado en la ciudad; e l 5 de noviem bre se había consti­tuido, en e l curso de una gran concentración, un C om ité ob rero , e l cual envió un telegram a al m i­n isterio del In te r io r , en Stuttgart, recordando las reiv ind icaciones de l 30 de octubre, y amenazando adem ás «c o n arrancar las reivindicaciones a cómo d iera lugar y, si e ra necesario, m ediante procedi­m ientos revo lu c ion a rios » 10.

Fue en este m om en to cuando Jos poderes públi­cos reacc ionaron : durante la noohe diel 6 al 7, la p o lic ía detuvo a R ü ck y Tha lheim er cuando se di­r ig ían a F riedriohsha fen y los llevaron a la p ri­sión de Tübingen . A l d ía siguiente, 5 m iem bros de l C om ité ob re ro de Friedrichshafen eran a su vez arrestados u. E n la noche del 7 a l 8, e l m in is­

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tro del In te r io r h izo detener en Stu ttgart a 16 m iem bros de l Com ité obrero de las fábricasDaimler. _ , , . . „

A l día siguiente por la manana, desde el instan­te en que se d ifundieron estas noticias, la m ayoría de las fábricas suspendieron e l trabajo . En tre­tanto, se había recib ido noticias sobre la insu­rrección en el norte del país y en Munich, en donde e l poder estaba en m anos del U.S.P., la noche del 7 de noviem bre.

Los dos partidos socialistas in tercam biaron m ensajeros: com o al d ía siguiente en Berlín , M!a~ yoritarios e Independientes tom aron el poder en Stuttgart (2).

En Brunswick, los espartaquistas fu eron tam ­bién el elem ento m otriz de la revolución . E l 2 de noviem bre, uno de sus representantes se d ir ig ió a B erlín para conseguir que L iebkneoht fu era a ja ciudad a tom ar la palabra. Éste sin em bargo, no pod ía abandonar la capital. L a reunión pre-

2. N o podemos hacer demasiado caso de las conclusiones a que llega el historiador alemán K o lb , quien afirm a que la detención de Rück y Thalheim er aniquiló por completo ¡a acción de los espartaquistas y que a las autoridades les bastó con detener a 5 m iem bros del Comité obrero de priedrichsha- fen, el d ía 7, «para paralizar el movimiento extrem ista». V e la prueba de esto en el hecho de que «hasta el d ía 9, no huba más problem as» 12. Por el contrario, señala que el arresto de 16 obreros de la fábrica Daim ler, en la noche del 7 al 8 , p ro ­vocó «una enorme emoción en las fábricas, porque se trataba de obreros muy queridos».

Entonces uno se pregunta: «¿ Y R ück y Thalheim er, quehabían entrenado a tantos obreros a declararse en huelga y a manifestarse — esto lo acepta y reconoce el m ism o K o lb— no eran acaso queridos? ¿Qué tiene de sorprendente el que

en Friedrichshafen no hubiera problem as "hasta el 9 de no­viem bre” , es decir, si se observa de cerca, durante sólo 48 horas?».

Kolb da a entender que los espartaquistas no tenían nin­guna base sólida, que el movimiento quedó cancelado desde el momento en que fueron detenidos 3 ó 4 dirigentes. Sin em ­bargo, la propia narración de K olb , al establecer que estos dirigentes habían im pulsado a la acción a miles de obreros, del 4 al 6 , desmiente su propia demostración.

Por el contrario, el hecho de que el S .P .D ., como afirm a Kolb, hubiera intervenido en el momento oportuno en Stuttgart y en otros lugares, para recoger los frutos de una revolución quo no había deseado, es e:'l resultado del m ism o proceso.

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vista se ce lebró el d ía 3, y la p o lic ía no in tervino, a pesar de que los organ izadores no habían p-edido e x p re s a m e n te la au torización necesaria.

E l 7 de noviem bre, delegados de varias em ­presas y de los espartaquistas, que estaban en c o n t a c t o desde hacía varios meses, se habían re­u n i d o y d iscutían sobre qué acciones conven ía l le ­va r a cabo y en qué fecha, cuando de repen te se en teraron de que en la ciudad se hab ía p rodu ­c ido una m an ifestación encabezada p o r los m ari­nos rec ién llegados de los puertos d e l m a r del N orte .

Un C om ité de obreros y de soldados tom ó la d irección d e las operaciones. Después d e haber ab ierto las puertas de la cárcel, los m an ifestan ­tes se d ir ig ie ron hacia e l Castillo , en donde el gran duque aceptó, f irm a r su abdicación , avalada por los m iem bros del C om ité de ob reros y de sol­dados, m ien tras que en e l pa lacio se izaba la ban­dera ro ja .

E n M unich, fu e K u rt E isner, d ir igen te inde­pendiente, qu ien durante la noche del 7 a l 8, y después d e una reun ión a la que hab ían asistido m iles de personas, p roc lam ó la República.

E n B erlín , la m añana del d ía 9, las fábricas de ja ron de fu nc ionar y grandes m ultitudes de obreros con verg ieron hacia e l centro, consiguien­do que, a su paso, m iles de soldados proven ientes de los cuarteles vecinos se les unieran. P o r la noche, casi sin derram am ien tos de sangre, B erlín estaba en p o d e r de los revolucionarios.

E l C om ité de acción hab ía dado precip itada­m en te la o rden d e huelga pa ra e l d ía 8; uno de sus m iem bros , D áum ig, acababa de ser arrestado cuando lle vab a con s igo docum entos com prom ete­dores: las d isposiciones tom adas respecto a la in­surrección , y las listas de nom bres. E n conse­cuencia, se esperaban nuevas detenciones y en p rev is ión se im p rim ieron octavillas haciendo un llam am ien to a m an ifestarse a l d ía siguiente.

Liebknecht se niega a participar en gobierno

Cuando constataron que la revo lución triun­faba, los socia listas m ayorita rios , que hasta e l 8 de n ov iem b re hab ían in ten tado im ped irla p o r to-

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dos los medios y 110 cesaban, de advertir a los obreros contra «acciones irreflexivas » 13, decidie­ron «apoderarse» de ella. Ebert, quien la mañana del 9 había sido nombrado canciller por el prín­cipe Max de Bade, y quería organizar un minis­terio análogo al precedente, en donde habría pro­puesto a los Independientes que ocuparan ciertos cargos ministeriales de segunda importancia, de­cidió esa m isma noche ofrecer a Haase y a sus amigos el com partir con los M ayoritarios la res­ponsabilidad del poder.

¿Cómo iban a responder los espartaquistas? La víspera, el día 8, habían publicado una octa­villa, firm ada por Liebkneoht y Ernst Meyer, que con ten í a un program a d e 6 puntos y que preveía la tom a del poder por parte de los Comités de obreros y de soldados, y que prevenía a éstos de los «socialistas (en tre com illas) que trataban por todos los m edios ( . . . ) de sofocar e l m ovi­m iento»

Antes de responder a las proposiciones de los M ayoritarios, e l Com ité d irectivo de los Indepen­dientes p id ió su opin ión a Liebknecht, quien había sido sondeado durante todo e l día 9 de noviem bre para conseguir su entrada en el go­bierno. L iebkneoht ind icó cuáles eran las condi­ciones m ínim as. E l 15 de d iciem bre, en el curso de una asam blea general de Independientes del Gran Berlín , R osa Luxem burgo explicó:

«Haase acaba de decir que Liebknecht estaba dis­puesto (e¡l 9 d-e noviembre) a entrar en el gobierno, pero ha olvidado mencionar la condición que Lieb­knecht (puso: que el nuevo gobierno practicara unapolítica socialista desde el principio. Bajo esta con­dición estamos todavía dispuestos a entrar en el go­bierno» 1S.

¿Pero qué hay que entender p o r po lítica so­cialista? Parece ser que Liebkneoht p id ió que A le­m ania fu era proclam ada una República socia­lista; que todos los poderes fueran entregados a los representantes de los obreros y d e los sol­dados, y que los m in istros burgueses fueran excluidos del gob ierno. Los In depen d ien tes16 se contentaron con respuestas evasivas o apacigua­

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doras y consintieron en designar a 3 de los suyos, Haase, Dittnrvann y Barth, para sentarse junto á Ebert, Scheidemann y Landsberg en el seno de] Comité de Comisarios del Pueblo.

*L a reunión de l circo Busch

Pero... ¿iba la revolución a aprobar todos es­tos tejem anejes entre los estados mayores de los partidos políticos?

Las antiguas estructuras estaban en apariencia deshechas, en los balcones ondeaban las banderas rojas, la policía estaba ausente de las calles re­pletas de gente, entre la que había muchos sol­dados (arm ados o no ) y marinos, muchos obreros y simples observadores. Los oficiales del ejército procuraban pasar desapercibidos frente a esas masas prestas a escuchar y a seguir consignas que apoyaran la paz y el socialismo.

Los partidos no socialistas parecían no existir; los funcionarios públicos se preguntaban a sí mis­mos qué debían hacer. E l je fe de la policía, Von Jagow, había cedido su cargo, sin rechistar, al in­dependiente Eichhorn. La prensa seguía publicán­dose norm alm ente; e l único periódico nuevo era el de los espartaquistas, D ie R ote Fahne, que se im prim ía en las rotativas del B erliner Lokal-An- zeiger, a pesar de las vehementes protestas de los prop ietarios d e l mismo. En el Reich, la situa­ción era d istin ta de una ciudad a otra. Si por una parte en el campo, en los pueblos y en las pe­queñas ciudades no había sucedido nada, en la m ayoría d e las grandes aglomeraciones urbanas el poder estaba de hecho en manos de organismos de com posic ión m uy variada, todos bautizados com o Com ités de obreros y de soldados, en el seno de los cuales participaban siem pre los socia­listas m ayoritarios, m uy a menudo los Indepen­dientes, en algunos casos los espartaquistas, con bastante frecuencia representantes de organizacio­nes po líticas m oderadas y casi siem pre soldados sin etiqueta po lítica , aunque vagam ente socialistas. A m enudo, este nuevo poder colaboraba con el antiguo: e l consejo m unicipal, e l Landrat, etc., y en los d iferen tes Estados no era extraño, en el sur y el oeste especialm ente, que los partidos de

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la exmayoría, Zeñ trtim y Progresistas tuvieran voz y voto en las decisiones a tomar. En Karls- ruhe, p or ejem plo, se había constituido un comité de salud pública que incluía, «ju n to a los parti­dos de la m ayoría, representantes de la oíase obrera» 1T.

E l 10 de noviem bre fue en Berlín un día de actividad febril. Los organizadores del m ovim ien­to, es decir, los Delegados revolucionarios, convo­caban para la noohe del d ía 10, en e l circo Busch, a dos pasos de la estación de la Friedridhstrasse, no le jos de la avenida U nter den Linden, una asam blea general de los delegados d e los Com i­tés de obreros y de soldados. Su m isión era cons­titu ir un Com ité e jecu tivo representante de todos los demás y e leg ir un gobierno provis ional y con­firm arlo en sus funciones.

Conscientes de la im portancia de esta asam­blea, los M ayoritarios la «prepararon cuidadosa­m ente». O tto W els, en particu lar, a quien Ebert acababa de nom brar Com andante de Berlín , se había puesto en contacto con los soldados de d i­ferentes cuarteles y les había exp licado la necesi­dad de lleva r a cabo la un ificación de los d iver­sos partidos socia listas existentes “ . Esta consigna de unidad co incid ía con el deseo de los soldados y de los obreros. M a l in form ados de las razones y condiciones de la escisión, para muchos de ellos era m ás im portan te la etiqueta «soc ia lis ta » que lo que la m ism a encubría. ¿Acaso no todos los socia­listas deseaban la paz, no eran todos adversarios de los que querían llega r hasta el fin a l (en la guerra ), los Junkers y los pangerm anistas?

Los soldados aceptaron en v ia r varias delega­ciones que ex ig ieran la un idad en e l c irco Busch. Y e l adversario de la unidad les hab ía sido se­ña lado: L iebknech t.

La noche del 10 de noviem bre, los hechos pa­rec ían co n firm a r lo que hab ía d icho W els. F ren­te a la en trada del c irco Busch, los esparta­qu istas d istribu ían unas octav illas , cuya tin ta estaba fresca todavía , que decían: « N i un solovo to a los socia listas gubernam entales. E llos han tra ic ionado a la revo lu c ión durante cuatro años y seguirán haciendo lo m ism o. N i un v o to para cua lqu ier socia lista que esté d ispuesto a p a rtic i­

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L O S e s p a r t a q u i s t a s•201

par en un gobierno del que formarían, parte m i­nistros burgueses o socialistas gubernamentales». Estas consignas significaban adoptar posiciones más radicales que las^ del propio Liebknecht, quien en la víspera parecía dispuesto a participar bajo determinadas condiciones.

Liebknecht, en el curso de la reunión, trató en vano de poner en guardia a la asamblea contra los M ayoritarios, a quienes acusó públicamente de apoyar la contrarrevolución. N o tuvo éxito. En determinado momento, un grupo de soldados llegó incluso a apuntarle con sus fusiles.

A l llam ar contrarrevolucionarios a Ebert y sus amigos, Liebkneoht iba contra corriente. La mayo­ría de la asamblea, e incluso los miembros que conocían la actuación de los Mayoritarios, desea­ban que se acabara con la lucha fratricida entre los dos partidos socialistas. Estaban cansados de la guerra. Se deseaba unánimemente la unidad y la paz. La m ayoría rehusó escuchar a las Casan- dras, aunque éstas tuvieran razón.

Ebert, hábilm ente propuso e hizo adoptar él princip io de paridad Mayoritarios-Independientes no sólo en el gobierno (cuya composición fue aprobada), sino incluso en el Comité ejecutivo de los C.O.S. berlineses.

Este Com ité ejecutivo, que entró en funciones el 11 de noviem bre se consideraba depositario de todos los pareceres, y creía que simplemente ha­bía delegado una parte d.el poder al Comité de Co­m isarios del pueblo, sobre e l que, sin embargo, pretendía e je rce r un fé rreo control.

A pesar de su derrota en la asamblea del circo Busch y de no partic ipar en el gobierno, los es­partaquistas disponían de un cierto número de representantes en el Com ité ejecutivo. Y Dáumig, que era uno de los m iem bros más prestigiosos, defend ió en e l curso de las deliberaciones del Co­m ité puntos de vista m uy parecidos a los de los espartaquistas.

S in em bargo, la autoridad del Comité ejecu­tivo no tardó en dism inuir. E l Com ité de los Co­m isarios se rea firm aría en el transcurso de las ú ltim as semanas de noviem bre y primeras de d ic iem bre com o el detentor del verdadero podex e jecu tivo . E l C om ité ejecutivo, que no consiguió

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3S&'

organizarse debidamente, fue poco a poco rele­gado a un segundo plano, reducida su acción a un control teórico, .hasta que, en diciembre, el pri­m er Congreso nacional de los C.O.S. eligiría un Zentra lrat, un Com ité Central, dominado por los Mayoritarios, e l cual aprobaría la acción del go­bierno.

Excluidos del poder, los espartaquistas no ha­bían sido reducidos al silencio. P o r e l contrario, su influencia no dejó de crecer durante las p ri­meras semanas del nuevo régimen. En las ciuda­des, la «c a lle » les escuchaba atentamente.

202 GILBERT BADIA

NOTAS

1. E l texto íntegro del telegrama aparece reproducido en Dokumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 78-79.

2. V e r en «Docum entos», tomo I I de la presente obra,pág. 64.

3. Id ., pág. 65.4. V er en «Docum entos», tomo I I de la presente obra,

núm. 12, pág. 73. E n esta octavilla, de fecha agosto de 1918, se lee lo siguiente: «Organizaos, form ad Comités de obrerosy de soldados po r la revolución alemana... Preparaos para la lucha con el fin de ejercer una influencia dominante en elEstado y en la sociedad.» E l llamamiento espartaquista del 8 de noviem bre de 1918 form ula la reivindicación precisa: «Los delegados de los Comités de obreros y de soldados se harán cargo del Gobierno.»

5. Leipziger Volkszeitung, n .° 248, del 23 de octubre de191S.

6 . En Bayerischer Kurier, n .° 296, del 24 de octubre de 1918, citado según una publicación de Eberle por K o lb , Die Arbeiter­rate..., ob. cit., pág. 6 8 .

7. N os lim itam os aqu í a dar un resum en indispensable de los acontecimientos, para, com prender la actitud espartaquista. Para m ás detalles, ver nuestra obra Les Spartakistes..., ob . cit.

8 . Texto íntegro en Arch iva lische Forsch u ngen ..., ob. cit., 4/1V , págs. 1752-1753.

9. Sobre estos acontecimientos ver K o lb , Arbeiterrate..., ob. cit., págs. 62 y siguientes.

10. Texto íntegro en Archivalische Forschungen..., ob. cit., 4/IV , pág. 1755.

11. Id ., págs. 1754-1755 (in form e de la po lic ía sobre las circunstancias de la detención).

12. K o lb , Arbeiterrate..., ob. cit., pág. 6 6 .13. Esta expresión aparece en num erosas ocasiones en los

docum entos de los M ayoritarios, especialm ente al final del llam am iento del comité directivo del S .P .D . del 17 de octubre ( Vorw arts , 1S de oc tu bre ), en el llam am iento del C .D . del 4 de noviem bre y en e l del 7 de noviem bre ( Vorw arts del 8 ).

14. C itado en Dokum ente..., ob . cit., I I , 2, págs. 324-325.15. L a intervención de Rosa Luxem burgo fue reproducida

por el periódico de los Independientes D ie Freiheit, n .° 57, del

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LOS ESPARTAQUISTAS 20316 de diciembre de 1918. Cf. igualmente Dokumente..., ob. cit..

« . * ' ^Sobre estas negociaciones, ver los textos de las cartas intercambiadas en Dokumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 331-332 y 346.

1?. Id., pág. 338. *18. Sobre esta actividad de Wels y la acción de los Mavn-

ritariós respecto a los soldados, ver Kolb, Arbeiterrate..., ob. cit.. pág. 117, nota 6 .

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X IV . E N F R E N T A M IE N T OE S P A R T A Q U IS T A S -M A Y O R IT A R IO S

Es c ie rto que los espartaquistas eran, poco nu­m erosos en e l Reich , pero tam bién lo es que des­p legaban una activ idad prod ig iosa . En Berlín , se hallaban en todas partes a l m ism o tiem po: to­m aban la pa lab ra en la calle, en las fábricas, es­crib ían artícu los y d istribu ían octavillas, escucha­ban los in fo rm es de los delegados llegados de le janas barriadas o de cua lqu ier ciudad de p ro­vincias y ce lebraban una reun ión tras otra. En el transcurso de las sem anas de los m eses de no­v iem b re y d ic iem b re de 1918, e l Espartaqu ism o crec ió hasta con vertirse , a los o jos de una parte de la burguesía y d e la pequeña burguesía, en un p od er m is te r io so y fan tástico , un m onstruo de cien cabezas al que h abría que destru ir com o fu e­ra con e l f in d e m an tener e l R eich , el v ie jo Reich de ayer y d e m añana.

La aparición idel idiario espartaquista

E l p r im e r o b je t iv o de los espartaquistas fue asegurarse la pu b licac ión de un d ia rio prop io .

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206 GILBERT BADIA

Uno de ellos, H erm ann Duncker, detuvo en plena calle un cam ión cargado de soldados sobre el que ondeaba una bandera ro ja . (E l 9 de noviem bre cir­culaban docenas de cam iones, centenares de vehículos m ilitares inundaban las calles. Se g ri­taba, se cantaba y se b landían fusiles oon el beneplácito del e lem ento c iv il. L a bandera ro ja aparecía p o r todas partes, era el em blem a de la revolución .)

E l cam ión en cuestión se d ir ig ió , a petic ión de Duncker, a la sede del B e r lin e r Loka l-A nze iger, uno de los principa les periód icos de la capital. Ese m ism o d ía apareció D ie R o te Fahne.

En v ista de lo avanzado de la hora., los espar­taquistas só lo pud ieron cam biar la primera, pá­gina del d iario ; lo dem ás fu e la ed ic ión norm al dél Loka l-A nzeiger.

Rosa Luxem bu rgo llegó a B e r lín e l 10 de no­v iem bre p roven ien te de las p ris iones im peria les, Im paciente, tras sus largos m eses de encarcela­m iento, p or pa rtic ipa r activam en te en la revo lu ­ción. De in m ed ia to se h izo cargo del p eriód ico ; los espartaquistas conced ían gran im portan c ia a la prensa y todav ía más a la propaganda. E l p er ió ­d ico era e l m ed io de ag itac ión p o r excelencia, ya que s ign ificaba la pos ib ilidad de d ir ig irse d irec­tam ente a las masas, dec irles la verdad , m o v ili­zarlas. E ra tam bién , p o r fa lta de apara to sólido, e l m e jo r nexo con los espartaqu istas de p ro v in ­cias; se tra taba p rácticam en te de la única pos i­b ilidad de m an tener la un idad id eo ló g ica d e l m o ­vim ien to.

S in em bargo, la aparic ión d e D ie R o te Fahne lio se p rod u jo sin d ificu ltades. Los p rop ie ta rios del L ok a l-A n ze ige r se d ir ig ie ro n a l «c a n c ille r » E bert p id ién do le que m an tu v iera la p rom esa de garántizar- el respeto a personas y b ienes y dem os­trara su avers ión hacia este a taque con tra la p ro ­p iedad p rivada . Ten ían adem ás e l apoyo de una parte del person a l de la im p ren ta m u y sensib le a los aspectos lega listas, d escon fiado y h os til p a ra con los nuevos ocupantes x.

E l d ía 11, e l d ia r io espartaqu ista no salió. Tu v ieron que transcu rrir 7 días de incesantes fo r ­ce jeos para que R osa Lu xem bu rgo pu d iera escri­b ir a su am iga C lara Z etk in : «P o r fin , ya sa le » 3.

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LOS ESPARTAQUISTAS 207

E li las cartas escritas por Rosa Luxemburgo durante noviem bre y d iciem bre se aprecia que el periód ico es su preocupación prim ordial: «Técn i­cam ente sé que todavía no está a la altura (...). Pero lo que m e interesa., es saber las opiniones so­bre (su ) con ten ido».

En estas cartas se siente una extraña fiebre. Rosa Luxem burgo no ha pod ido ir n i a su casa! V ive en e l corazón de B erlín , casi todo e l tiem po en la redacción de D ie R o te Fahne, cuyo local no deja hasta la m edianoche para ir a descansar al­gunas horas en un hote l cercano.

Los espartaquistas no disponían de periodistas experim entados. Tu v ieron que hacer ven ir a Thal­he im er y H o e m le de S tu ttgart, ya que preten­dían ed ita r una h o ja especia l para los soldados y o tra para los jóvenes. C lara Zetkin, que por el m om en to no p od ía abandonar Stuttgart, se encar­garía de p rep a ra r un sirplem ento fem enino se­m anal.

D ificu ltades con el personal y dificu ltades con el m ateria l. Se les con tab ilizaba incluso el papel de l p er iód ico y las octavillas. A pesar de todo, D ie R o te Fahne sa lió a la calle, cum plía su m i­sión y era p o r decis ión unánime, según Rosa Lu­xem burgo, « e l ún ico d ia r io socia lista de B erlín ». ¡P ero a qué p rec io ! L a v id a de Rosa Luxem burgo «es un in fie rn o » 2.

«H a b ía en ve jec ido , estaba en ferm a. Ahora po­d ía ap rec ia rse lo que para e lla habían sido estos arios de cárce l. Sus cabellos, antaño de un negro azabache, se hab ían vu e lto grises; aunque necesita­ba u rgen tem en te reposo, desde -este instante no hubo pa ra e lla y sus com pañeros n i un m om ento de r e s p iro » nos cuenta uno de sus com pañeros.

El punto <de vista espartaquista sobre la revolución del 9 ide noviembre

D erro tad os en e l c irco Busch, e l 10 de n oviem ­bre, los espartaqu istas no se h ic ieron dem asiadas ilusiones duran te las p rim eras sem anas de ese m es. Se daban p e r fe c ta cuenta de la actuación y m o tivac ion es de los M ayorita rios , revo luciona­r io s «a la fu e rza », y de los p e lig ros que rodeaban a la jo v e n revo lu c ión .

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208 GILBERT BADIA

Un artícu lo publicado por L iebknecht e l 21 de noviem bre en D ie R o te Fahne dice lo siguiente:

«La victoria de las masas de obreros y de soldados se debe menos a sxi fuerza ofensiva que al hundimien­to interno del sistema anterior; la forma política de

revolución no ha sido -sólo el resultado de la acción proletaria, sino también de la fuga de las clases dominantes que con un suspiro de alivio dejaban al proletariado encargado de liquidar su bancarrota, es­perando así evitar la revolución social, cuyos primeros síntomas y señales les hacen sudar de angustia» \

¡D ivina sorpresa! Resu lta entonces, según los espartaquistas, que esta revo lución es más e] fru to de la voluntad d e la paz de los soldados que e l resu ltado de la acción de los revo luciona­rios conscientes y consecuentes.

¿Podem os en rea lidad hab lar de revo lución y sobre todo de revo lución socia lista? Para los es­partaquistas, lo ocu rrido el 9 de n ov iem bre no fue m ás que un p r im er paso. L a revo lu ción estaba aún p o r 'hacerse (1 ). E n función de este c riterio , se opusieron v io len tam en te a los M ayorita rios , qu ié­nes sólo deseaban organ izar los te rr ito r io s con­quistados, consolidar la República, instaurar en A lem an ia un rég im en parlam en tario y rea liza r al­gunas re form as dem ocráticas qu e no trastorna­sen en lo fundam ental n i el apara to de l E stado n i las estructuras económ icas del Reioh.

Los espartaqu istas sustentaban que el p roceso revo lucionario no se in m oviliza ría , s ino que, al contrario , o b ien ir ía adelan te barriendo todos los obstácu los — en p r im er lu gar e l gob ierno Ebert-S oheidem ann— o b ien tr iu n fa r ía la con ­trarrevo lución . D e hecho, los d irigen tes esparta­quistas se hallaban im bu idos de una f e casi m í­tica en e l p rogreso necesario y casi fa ta l de la revo lución : «N o se puede detener la m archa dearranque d e la revo lu c ión », escrib ió R osa Luxem-

1. Rosa Luxem burgo insistía en este punto en sii discurso sobre el program a en el Congreso de fundación del Partido co­m unista, a finales de diciem bre: «E l 9 de noviem bre fue unarevolución llena de insuficiencias y debilidades (... ) E l 9 de noviem bre fue, en gran parte, m ás el hundim iento del Im perio que la victoria de un nuevo princip io».

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LOS ESPARTAQUISTAS 209

burgo a m odo de conclusión de su artícu lo del 18 de noviembre®.

Esta creencia les daba una m ayor lucidez frente a las fuerzas contrarrevolucionarias. T o ­dos sus artícu los, todo^ sus documentos son una llam ada de alerta. Se ha visto que el 10 de no­viem bre, en el c irco Busch, Liebknecht había de­nunciado esta coalición contrarrevolucionaria, en la que englobaba a E bert y a los je fes m ayorita­rios.

Espartaqu istas y so ldados

¿Con qué fuerzas contaba la contrarrevolución? Los soldados, en p rim er lugar, ya qu e ellos, y p rincipalm ente los com batientes, no habían sido in fluenciados p o r la revolución .

E l 2 de d ic iem bre, L iebknecht escrib ía lo si­guiente:

«En su gran mayoría, (las tropas que vuelven del frente) no han tomado hasta ahora tona parte activa en la revolución; en general, durante las últimas se­manas se han visto influidos por el chovinismo, esa agua milagrosa del militarismo (...) Durante los pri­meros días de la revolución, el militarismo se mostró debilitado, pero no derrotado: la revolución no pudo aplastarlo y ahora aquél renace: he aquí un factor con el que cuenta la contrarrevolución» °.

E l fen óm en o era general. Un hom bre de la popu laridad d e K u rt E isner, especia lm ente en M u­nich, ten ía m uchas m ás d ificu ltades a l en fren tar­se con los soldados que con los Com ités de obre­ros, e incluso m ás que con los cam pesinos, exalta­dos p o r ob ra de su com pañero G andorfer. Esto se deb ía en gran p a rte a que habían sido adoctrina­dos durante un la rgo p er íod o de tiem po, ya que en las trinoheras les era. necesario, para poder soporta r la situación, c reer que estaban defen ­d iendo una causa «n ac ion a l». Se m ostraban bas­tan te sensibles a la propaganda nacionalista, que la prensa burguesa, aprovechando ¡las circunstan­cias, d is tr ibu yó profusam ente.

E isner, en su d iscurso a los delegados de los C om ités ob reros del 30 de noviem bre, hubo de de­

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210 GILBERT BADIA

fenderse de la acusación que se le h izo de «estar a fa vo r de la Entente».

H e aquí cóm o in terpela a las personas

«...que no han tomado parte en la revolución y que no se han opuesto, durante cuatro años y medio, a la política de guerra. ( G ritos: ¿Cómo lo sabes?) (...) No os conozco, pero sí conozco a todos los que han toma­do parte en . la revolución. (G ritos : [Nosotros estába­mos en el fren te l) Por lo tanto, no habéis ayudado a la revolución. ( G rito : \No de vina manera actival \Larevolución se ha ganado poco a p oco ! ) No, la revolu­ción no se ha ganado poco a poco, sino que se ha he­cho. (Fuertes aplausos.) El día que aquí se hizo la re­volución, la mayoría estaba contra ella. (\Cierto\) Es por eso que afirmo, sin intención de señalar a nadie, que sólo aquel que defiende totalmente a la revolu­ción tiene derecho a participar en un C.S. (Bravos.) Acabo de demostrar cómo se tergiversan mis palabras, cómo se me convierte en un dócil miserable instru­mento de la Entente T.

E l 18 de noviem bre, Rosa Luxem burgo había sido todavía m ás clara:

«Los soldados que ayer mismo actuaban como los gendarmes de la reacción y asesinaban proletarios re­volucionarios en Finlandia, Rusia, Ucrania y los países bálticos (...) no se han podido convertir en veinticua­tro horas en los portadores conscientes de las ideas del' socialismo» s.

F ren te a este p e lig ro , los espartaqu istas actua­ron en dos d irecciones. P o r una parte, ex igían en cada ocasión, y sobre todo después de las p rim e­ras jornadas con trarrevo lucionarias d e l 6 y del 12 de d iciem bre, lá constitución de una «gu ard ia ro ja », de una tropa fo rm ada p o r revo lucionarios conscientes, encargada de defender la revolución . Esta p ropos ic ión fu e m anten ida desde su p rim era reunión p o r el C om ité e jecu tivo d e los Consejos berlineses, que incluso llega ría a hacer un llam a­m ien to a la pob lac ión — aparecido en e l V orw a rts del 13 de n ov iem bre— con el fin de rec lu tar «d os m il cam aradas y obreros que tengan una buena educación socialista, estén organ izados po lítica ­m ente y tengan c ierta fo rm ac ión m ilita r ». Este pequeño e jé rc ito estaría a toda hora a la dispo-

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LOS ESPARTAQUISTAS 211

lición del Com ité e jecu tivo y tendría como mi­sión prim ord ia l «p ro teger a la revolución»®.

Sin em bargo, esta proposición hizo qué se «alzaran los sables». N i el gobierno — Ebert en particular— ni el Comandante de Berlín __el so­cialdem ócrata m ayoritario W els— deseaban en absoluto una «guard ia ro ja ».

Rápidam ente se d irig ieron a los soldados de las guarniciones de Berlín : ¿Acaso queremosbolchevism o? ¿Acaso no confiam os en las tropas regulares acantonadas en la capital y cuyos dele­gados form an parte del Com ité ejecutivo? Los sol­dados protestaron de inm ediato y la idea fue de­jada de lado en seguida. Nueva resolución del Com ité ejecu tivo, que el V orw arts publicó e l 14 de noviem bre: «S e aplaza provisionalm ente la crea­ción de una guardia r o ja » 10.

De hecho, e l fracaso era total, ya que cien veces sería rechazado. Ante esto, los espartaquis­tas trataron de in fundir en los soldados el espí­ritu revo lucionario de que carecían.

Asim ism o, denunciaban tam bién las tentativas de los o fic ia les de hacerse escoger para participar en los Com ités de soldados. E l A lto Mando M ili­tar se había dado cuenta rápidam ente del benefi­cio que pod ía sacar de los nuevos organismos: «Desde el m ism o m om ento en que el movim iento tendente a constitu ir Com ités de soldados apare­ció en e l e jé rc ito (... ), se h izo necesario que los oficia les trataran de tom arlo en sus manos», les había aconsejado.

Esta nota data del 10 de noviem bre. Una or­den secreta, de fecha 16, era más clara todavía: «H an sido creados en el e jérc ito Comités de sol­dados, con función consultiva, para recoger las quejas y al m ism o tiem po preservar a las tropas de las in fluencias ex trem is ta s »11.

Para oponerse a estas maniobras, los esparta­quistas crearon, aunque no sin dificultades, un organism o encargado de la propaganda dirigida a los m ilitares : D e r rote. Soldatenbund (litera l­m ente: Unión d e soldados ro jo s )

E sta Unión haría llam am ientos a los soldados para que desfilasen por las calles de Berlín el 8 de d iciem bre, con ob je to de protestar contra la acción que había ocasionado la muerte de 14

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personas, «soldados que se manifestaban pacífica­mente y que han sido traidoramente atacados porm ilitares» _

L a L ig a E sp a rta q u is ta ed itó , c o n m o t iv o deocurrir estos sangrientos sucesos, varias octavillasdirigidas a los «A be jo rros » y a los Fra.nz.er, esdecir, a dos regim ientos de la guardia en los queel A lto Mando había depositado isus esperanzaspara vo lver a dom inar la situación en B e r lín 1*.

Los resultados fueron bastante pobres y la gran m ayoría de los soldados perm aneció, de no­viem bre a diciem bre, bajo la in fluencia de los o fi­ciales y de la prensa burguesa o socialdem ócrata. Dioho de otro m odo, los soldados, en su gran ma­yoría — especialmente aquellos recién llegados del fren te— desconfiaban de «esos agitadores que quieren sum ir a la patria en el caos» (as í es com o se presentaba a los espartaquistas).

La debilidad num érica de la Unión de soldados ro jos y e l rechazo por parte de los poderes públi­cos de organ izar una guardia ro ja no am ilanaron a los espartaquistas. En el fondo, muchos soldados les escuchaban con interés cuando les oían decir que había que acabar con el e jé rc ito regu lar y atacaban al m ilitarism o.

E specia lm ente Liebkneoht se aseguró varios contactos con los m iem bros de la D iv is ión popu­lar de la m arina, ya que era am igo del Com an­dante en je fe d e esta unidad, Dorenbach, quien sim patizaba con los espartaquistas.

Am bos partic iparon activam en te en la reunión de los delegados de los Com ités d e soldados ber­lineses, el 17 de d iciem bre, en el curso de la cual se e laboró la p la ta fo rm a que luego se som etería a la aprobación de l Congreso de los C.O.S.

Y , b a jo la presión de las unidades de guarn i­ción berlinesa, e l Congreso nacional de los C om i­tés de obreros y de soldados será inducido a vo ta r, el 18 de setiem bre, una reso lución que p revé la su­presión de todas las d istinciones de grado, la p ro ­h ib ición de lle v a r arm as fu era de serv ic io , la elección de los o fic ia les, la p róx im a creación de una m ilic ia y que con fía el m an ten im ien to de la discip lina no ya a la au toridad m ilita r , sino a los Com ités de soldados.

P o r o tra parte, los espartaqu istas no pudieron

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LOS ESPARTAQUISTAS 213

impedir que se constituyeran grupos paramilita- res de m ilicias burguesas y estudiantes reaccio­narios. Y no se les puede echar en cara el que no pudieran im pedirlo, ya que desde el principio hi­cieron todos los esfuerzos posibles para oponerse a ellos

Relaciones con la R usia Soviética

A l anunciarse el in icio de la revolución ale­mana, todos los revolucionarios de l mundo m os­traron grandes esperanzas. Los bolcheviques ya n o estaban solos. ¿N o sería que la revolución ale­mana anunciaba e l alba de esa revolución mun­dial que los socialistas de antes de la guerra de­seaban y que sólo ella, creían, podía, asegurar el éxito del m ovim ien to?

E l gob ierno alem án de los Com isarios del pue­blo adoptó, desde e l com ienzo, una posición su­m am ente reservada respecto a la Rusia revolucio­naria. Persuadido de que todo contacto o fic ia l con los rusos desagradaría a la Entente, hostil por convicc ión a l bolchevism o, e l gob ierno ale­mán se opuso al restab lecim ien to de las relacio­nes d ip lom áticas suspendidas desde el 6 de no­viem bre.

Kautsky, ad junto al m in istro de Asuntos E xte­riores, op inaba que los Soviets no tardarían m u­cho en desaparecer, y Scheidem ann no estaba dispuesto a o lv id a r n i a perdonar los llam am ien­tos hechos p o r M oscú o Petrogrado a los Com ités de soldados y de ob reros alemanes p id iéndoles «qu e no to lera ran un gob ierno com puesto por príncipes, p o r cap ita listas y p o r S che idem an n »16.

C om o era ló g ico , los espartaquistas no cesaron de a tacar esta actitud. E n todas sus m ociones saludaban (c o m o igua lm en te lo h izo el C om ité e je ­cu tivo de los C onsejos berlineses en su llam a­

m ien to del 10 d e n o v iem b re ) a «lo s obreros y sol­dados rusos p o r ser los p rim eros en en trar por el cam in o de la r e v o lu c ió n »1T.

R ep itám os lo : cualesqu iera que hubieran sidoen los m eses p receden tes las críticas d e ciertos espartaqu istas con tra los bo lcheviques y sus tác­ticas, incluso ten iendo en cuenta que actualm ente Rosa Lu xem bu rgo no se m ostraba de acuerdo

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con la represión desencadenada en Rusia contra los adversarios de los bolcheviques, públicam ente no se m encionaba nada a l respecto. N ad ie en A lem ania defend ió tan ardorosam ente a los b o l­cheviques com o los espartaquistas (2). S in em bar­go todos sus esfuerzos fueron vanos. E l gob ierno se opuso tenazm ente a rec ib ir a cualqu ier clase de delegación que v is ita ra A lem ania. Los represen­tantes de los Soviets, invitados p o r e l Com ité e jecu tivo berlinés a p a rtic ip a r en e l p r im er Con­greso nacional de Com ités del Reich, no rec ib ie­ron sus visados alem anes y en la fron tera se les p roh ib ió e l p a s o xo. S ó lo R adek llegó clandestina­m ente a B erlín a fina les de d ic iem bre.

Es ev iden te que en tre las causas p o r las que el gob iern o a lem án adop tó esa postu ra figuraban m otivos de o rd en in terno: n i m ás n i m enos que aquéllos expuestos en un artícu lo pub licado en d ic iem bre y titu lado «R enunciam os a la v is ita de los ru so s »"0, que aparec ió en el d ia r io de los M a­yorita rios , e l V orw a rts . E n tre o tros argum entos decían que no deseaban que los bo lcheviques in­terv in ieran en los asuntos in ternos de A lem ania, y que si qu erían v en ir a A lem an ia era s im p le­m en te con fin es propagand ísticos.

La acción de los Mayoritarios

Fren te a las re iv ind icac iones espartaqu istas, los M ayorita r ios , E b ert y Scheidem ann actuaron con una hab ilidad consum ada. C onsigu ieron ráp ida­m en te dom in ar e l C om ité de C om isarios del pue­b lo y re lega r a segundo p lano a los In depen ­dientes.

Celoso en im p ed ir com o fu era que el R e ich se d isgregase y que el caos se instaurase en A le ­m ania, E b e rt se es fo rzaba p o r m an ten er firm es las antiguas estructuras. N o se echó a la ca lle a n ingún fu ncionario , a n ingún m ilita r y a n in ­gún em ba jador. Aún m ás, c ie r to núm ero de m i­n istros an teriores, en tre e llos el de la. Guerra, fue-

2. M ientras que un independiente de izquierda, K u rt E is ­ner,- se quej<$ de que los «bo lc liev ik i» sólo desean «socializar la m iseria» y entretener la guerra c iv i l1S, K urt E isner era ya- je fe del gobierno bávaro desde el 8 de noviem bre, y m o­r ir ía asesinado el 21 de feb rero de 1919.

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LOS ESPARTAQUISTAS 215

ron mantenidos en su puesto y llegaron incluso a desempeñar un papel preponderante. Y «todos los que trabajan en e l m in isterio de Asuntos Exterio­res», declaró K u rt E isner en Munich, a finales de noviem bre, durante un xnitin, «poco im porta que sean pangerm anistas o gente de esa que desde hace poco o m ucho tiem po se dedican a buscar una paz basada en la conciliación: todos, absolu­tam ente todos representan al antiguo régim en {¡M uy c ie r to /) y en sus manos está toda la ma­quinaria que hace funcionar a la opinión pública, la in form ación in te r io r y la extranjera. Esta má­quina funciona igual que cuando la guerra. (¡M uy c ie rto /) H ay agentes por todas partes, en Berlín, en La Haya, en Copenhague, en los periódicos ale­manes y en los países neutrales; tratan de demos­trar que no podríam os v iv ir sin ellos y lo em­brollan todo para salvarse a sí m ismos (. . . ) E l juego que se p ractica hoy, noviem bre de 1918, no es m enos crim ina l que e l que se hacía en 1914 (¡M u y c ie r to ! B ravos. Grandes aplausos). Esos po­líticos de bancarrota que pretenden acabar con las organizaciones populares, y los políticos cri­m inales, que han provocado la guerra mundial y la han p ro lon gado tanto tratan de nuevo hoy de avivar e l od io y la có lera del pueblo alemán con­tra la Entente, a fin de que nos olvidem os de ellos y su m iserab le conducta»

Cuando en d ic iem bre hubo que reem plazar al m in istro de Asuntos Exteriores, Solf, se llam ó, a propuesta de Scheidem ann, a uñ em bajador del Im perio , e l conde B rockdorff-Rantzau , quien, an­tes de aceptar, puso sus condiciones (que tam ­b ién inclu ían asuntos de índole interna. En provincias, la organ ización po lic ia l permanece intacta.

Durante las prim eras semanas de l nuevo rég i­men, asistim os a una lucha sorda entre el Comité de C om isarios del pueblo y del Com ité ejecutivo de los Consejos berlineses. E bert consiguió en poco tiem po asegurarse e l con tro l de los puestos cla­

ve. Desde p rim eros de d iciem bre, los Mayordta- rios ten ían en sus m anos e l verdadero poder ejecu tivo .

Responsable de los asuntos m ilitares, Ebert se con v irtió en e l en lace con e l Estado M ayor. Los

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je fes m ilitares, con gran perspicacia y no sin ha­bilidad, decid ieron apoyar la acción de estos «so ­cialistas m oderados», insistiendo en que se man­tuviera la disciplina, así com o la autoridad de los oficia les. En el fondo, E bert y casi todos los M a­yoritarios sentían un p ro fundo respeto y adm ira­ción p o r e l e jé rc ito im peria l. Dadas estas circuns­tancias, e l acuerdo en tre am bos era fácil. Uno de los je fe s d e l A lto M ando indicó, en noviem bre, a los o fic ia les que e l nuevo gob ierno necesitaba un « fa c to r de p o d e r » para oponerse a los «g o l­pes» que puedan ocu rrir y a la acción de los «te rro ris ta s ». Es ev iden te que este « fa c to r de po­d e r» no sería o tro que el p rop io e jérc ito . Así, e l retorno ordenado de las tropas a A lem an ia ad­qu irió una im portancia que desbordó tota lm ente su aspecto puram ente m ilita r: «p reservará a la"soc iedad " d e nuevas a g ita c io n es »22.

M uy p ron to el e jé rc ito pensó en u tiliza r dicho « fa c to r de p o d e r » para asegurar en el m ando a E bert fren te a los revo lucionarios consecuentes, y especia lm ente fren te a los espartaquistas. La p rim era ten tativa se lle vó a cabo el 10 de d ic iem ­bre. E b ert saludó so lem nem ente a estos «héroes in v ic tos », a quienes d io la b ienven ida en la Puer­ta de Brandeburgo. S in em bargo, una vez en la cap ita l, y deb ido al am bien te existente en Berlín , estos héroes resu ltaban d ifíc iles de m anejar. P o r o tra parte, los e fectivos se redu jeron ráp ida­m ente: unos p o r desm ovilizac ión o fic ia l y otros porque se desm ovilizaron a sí m ism os. La verdad es que deseaban regresar a sus casas.

E l 24 de d ic iem bre se p rodu jo la segunda ten­tativa para «res tab lecer el orden ». E l general Le- quis atacó con 1.200 hom bres a la D ivis ión popu­lar de la m arina que se hallaba acantonada en e l corazón m ism o d e B erlín desde e l 9 de noviem ­bre, y que era considerada com o el guard ián de la revolución . Se buscó un pretexto : la liberación de O tto W els, capturado com o rehén p o r los m a­lignos tras un con flic to surgido con un m arino respecto a una supuesta m alversación de fondos. En rea lidad, E b ert y el A lto M ando estaban ha­ciendo todo lo posib le p o r desem barazarse, en la capital, de estas tropas « irregu la res » tan m oles­tas. S in em bargo, in terv ino la pob lación y Lequis

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LOS ESPARTAQUISTAS 217

se vio obligado a batirse en retirada. La posición de los M ayoritarios com o resultado de lo ocurri­do quedó m uy confusa a los ojos de la opinión pública. ¿Acaso no fueron ellos quienes dieron carta blanca al m in istro de la Guerra y al ejér­cito para in terven ir contra los marinos? Los Com i­sarios independientes, atacados por su ala izqu ier­da, que les reprochó ser cómplices de todas estas maniobras contrarrevolucionarias, se vieron obli­gados a d im itir a finales de diciembre.

Durante estas semanas decisivas de diciem­bre, los espartaquistas denunciaron por todos los medios los proyectos contrarrevolucionarios «p ro ­vocados», m e jo r dicho, «auspiciados» por Ebert y sus amigos. Lanzaron continuas advertencias para poner sobre aviso a la población berlinesa. Los días 6, 12 y 24 de ese mes habían conseguido frustrar v ictoriosam ente las tentativas contrarre­volucionarias. Su m ovim iento no de jó de ganar terreno, qu izá dem asiado rápidamente, aunque di­chos progresos se lim itaban a Berlín y algunas grandes ciudades. E l desfase entre las grandes aglom eraciones urbanas y e l resto del Reich se acentuó, fa lseando la vis ión y perspectiva de bas­tantes dirigentes berlineses.

Constituyente -o ¡Consejos

Acerca del p rob lem a de la Asamblea Constitu­yente, los espartaquistas parecían tener menos éxito. Ráp idam ente los M ayoritarios consiguieron que se fija se la fecha para la elección de una Asamblea Constituyente. Los Independientes, al princip io indecisos, acabaron por ceder. Toda la prensa y los partidos burgueses, el e jército e in­cluso e l Congreso de los Comités obreros estaban de acuerdo para que las elecciones se realizaran lo antes posible.

A l m ism o tiem po, en provincias había gran inquietud por los sucesos de Berlín. A l llegar a la capital, en los ú ltim os días de noviem bre, para par­ticipar en el C om ité e jecu tivo de los Comités ber­lineses, los delegados de Badén y de Baviera con­taron los rum ores que corrían p o r Munich y Fn- burgo. Se creía que B erlín era presa de los extre­mistas, se acusó al Com ité ejecutivo de los C.O.S.

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berlineses — precisam ente en e l m om en to en que sus poderes d ism inuían— de pretender e j ercer una dictadura. Eli 23 d e noviem bre, R ichard Mü­lle r rec ib ió dos telegram as de B av iera y W urtem - berg. E l segundo precisaba «q u e L iebkneoht no debe, b a jo ninguna circunstancia, fo rm a r parte del gob iern o » 53 y p ed ía al Com ité e jecu tivo que tran sfir iera su isede desde B erlín a algún lugar del centro de A lem ania. K u rt E isner, llegado a Ber­lín e l 25 de noviem bre, pa rtic ip ó tam bién en la p ropagación de dichos rum ores "1. Es ev iden te que estos hechos se debían en parte a la acción in­fo rm a tiva period ís tica de los partidos burgueses, los o fic ia les, etc.

El principal enemigo

Puede extrañar que laís denuncias hechas por los espartaquistas respecto a la po lítica seguida por los M ayorita rios no gozara de una m ayor po­pularidad, especia lm ente entre los m edios obre­ros. Pero los M ayorita rios E b ert y Scheidem ann eran los je fe s de un gob ierno qu e ganó la paz, y la paz ex te r io r era la p rim era re iv ind icación de A lem ania. Estaban tam bién deseosos de m ante­ner la paz social, la calm a. Aseguraban que la re ­vo lución se había ya rea lizado y que ellos la d irig ían : ¿Acaso no fu e Scheidem ann el que p ro ­clam ó la República? ¿Acaso e l gob ierno no res­tab leció las libertades y decretó la jo rn ada labo­ral de 8 horas? Sus consignas respondían a una necesidad de tranqu ilidad que en el fondo tenían muchos alemanes, ob reros y soldados incluidos, después de 4 años de guerra, de su frim ientos y de m iseria.

De acuerdo con los cam bios ocurridos en el país, la situación p o lítica tam bién d io un giro. Durante la guerra, para los poderes públicos, el Espartaqu ism o era un m ovim ien to detestab le pero que no pon ía en pe lig ro a l Estado. E l centro de gravedad de la acción po lítica no era la lucha de estos «ex trem istas», sino que hab ía que situarlo en las relaciones existentes entre las fuerzas mo- dei'adas y conservadoras con la socia ldem ocracia.

-Del lado espartaquista, el enem igo p rin c ipa l era el im peria lism o alemán. La socia ldem ocracia, al

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ser atacada, lo era por el apoyo que concedía a los im perialistas en su política de «Unión Sa­grada».

A pa rtir de noviem bre, e l fren te se desplazó; el e je principa l se situaba en el centro m ism o dé las fuerzas socialistas: entre espartaquistas e In­dependientes de izqu ierda p o r una parte, y Ma­yoritarios apoyados por las fuerzas conservadoras, por otra.

Para los espartaquistas, el principal enemigo era en abstracto la contrarrevolución, aunque el elem ento fundam ental de esta contrarrevolución, al que se denunciaba continuamente, era el go­bierno Ebert-Scheidemann. De noviem bre a di­ciem bre la presión se incrementó. Cuando Radek llegó a Berlín , e l 20 de diciem bre, quedó impre­sionado de la v io lencia em pleada por el diario espartaquista. Inversam ente, para los Mayoritarios, y sobre todo para Ebert, los espartaquistas eran el enem igo núm ero uno al que había que destruir; ellos representaban el caos y e l des-orden. Los espartaquistas querían la socialización total, en tanto que E bert opinaba que cualquier medida socialista desorganizaría aún más la ya caótica situación actual, especialm ente en momentos en que había que transform ar las industrias bélicas.

La idea de que había que acabar con «los per­turbadores» para obtener tranquilidad y paz se fue im pon iendo poco a poco. Los Mayoritarios tenían la ven ta ja de estar apoyados por la bur­guesía y e l e jérc ito , y disponían de un aparato organizado, de una prensa eficaz propia y de cuadros experim entados. Estos últimos perm itie­ron a los M ayorita rios tom ar la dirección, es­pecialm ente en provincias, de m iles de Comités nacidos casi espontáneam ente durante una revolu­ción a la que los M ayoritarios se habían opuesto hasta el ú ltim o cuarto de hora (esto sucedió en noviem bre).

Espartaquistas y Consejos

Los espartaquistas depositaron todas sus espe­ranzas en la tom a de conciencia de la clase obre­ra. Más adelante verem os cóm o concebían el papel de las masas en la revolución.

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220 GILBERT BADIA

Su proposic ión in ic ia l de e leg ir «una Consti­tuyente a través del su frag io u n iversa l» destinada a. reem p lazar a todos « lo s organ ism os parlam en­tarios, que serían inm ed ia tam en te d isueltos», fo r ­m ulada en m arzo de 1918, fu e ráp idam ente aban­donada, casi seguro que com o consecuencia de los hechos ocurridos en Rusia, y sustitu ida por la ex igencia de que todos los poderes queda­ran en m anos d e los Com ités d e ob reros y de soldados.

S in em bargo, los C.O.S. no estaban siem pre y necesariam ente an im ados p o r un esp íritu ver­daderam ente revo lu c ion ario . Es ev id en te que no eran im perm eab les a la p ropaganda espartaquista, p ero tam poco inaccesib les a los argum entos bur­gueses y a la p res ión d e la pequeña burguesía. Es s in tom ático e l hecho de qu e los p rim eros Com ités comstituidos com o te les , en K ie l, hubieran llam ado a H aase y no a L iebknedht, y que obedecieran tan fá c ilm en te las órdenes d e N oske, enviado ráp ida­m en te com o rep resen tan te a l m ism o tiem p o del S.P.D. y d e l gob ierno . T am p oóo en Rusia, a l prin­c ip io , los S ov iets eran la fra cc ión m ás revo lucio ­naria.

E n A lem an ia se asiste a la p a rad o ja de que, m ien tras los espartaqu istas rec lam aban sin cesar todo el p od er para los C.O.S., sus in tegrantes, en m uchos casos, se con form aban con un program a de re fo rm as dem ocráticas.

L a p a ra d o ja se lia rá ev id en te durante e l Con­greso de los C.O.S., a mediad.os de d ic iem bre. N o só lo e l C ongreso estaba fo rm ad o p o r casi tres cuartas partes de delegados M ayorita r io s o p ró ­x im os a ellos, sino que los d irigen tes espartaqu is­tas, tan to L iebkneoh t com o R osa Luxem burgo, no eran delegados en d icho Congreso.

A p esar de ello, los espartaqu istas no abando­naron sus re iv ind icaciones. Precon izaban e lecc io ­nes periód icas, una renovac ión perm anente de los m iem bros de los Com ités, de m od o que re fle ja ran de la fo rm a m ás exacta y en cada m om en to el estado de án im o de las masas. T o d o e llo tiene una causa: pa ra dos espartaqu istas, la m archa de los acontecim ientos no encerraba duda alguna; la his­to r ia y la revo lución tienen sus prop ias leyes. H as­ta e l m om en to no se p rodu jeron cam bios im p or­

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LOS ESPARTAQUISTAS 221tantes: se había sustitu ido a JVlax de Bade por Haase-Scheidemann, en su opinión, se trataba de un pequeño cam bio, insignificante. El fuego revo­lucionario, creen, se propagará y unirá a todós los proletarios. Entonces- las masas obreras, en las minas, etc., in tervendrán directam ente. L a revo­lución po lítica se prolongara con la revolución económ ica, los proletarios serán los dueños de sus destinos y el socialism o será impuesto por los m ism os obreros. En este momento, y sólo en este m om ento, se producirán cambios cualitati­vos en las estructuras políticas y en la super­estructura d irigen te.

Rosa Luxem burgo expresó (3 ) esta concepción en un ed ito r ia l d e D ie R o te Fahne del 27 de no­viem bre; a l anunciarse las grandes huelgas que habían estallado en las minas de carbón y en las fábricas de la A lta Silesia, Rosa escribe: «Son el com ienzo de un enfrentam iento general entre el capitalism o y e l traba jo ; anuncian el com ienzo de la lucha de clases directa, cuyo desenlace no puede ser o tro que la desaparición del asalariado y la instauración de una econom ía socialista. Están liberando la fu erza socia l activa de la actual revolución : la energ ía revolucionaria de las masas proletarias. Están inaugurando el período de la actividad de masas m ás im p ortan te »25.

N o sería ju s to tra tar de ju zgar esta concep ción tachándola de utópica, alegando, com o prue­ba defin itiva , e l trág ico desenlace de la revolución alemana. Tam poco sería exacto, y tendremos oca­sión de com probarlo , ta l com o tratan de hacei muohos h istoriadores, presentar a la L iga Espar­taquista com o un puñado de agitadores sin una base firm e y carentes de una visión de la rea­lidad.

En la maiyoría de 'las grandes ciudades, en Berlín , Leipzig , H am burgo o en el Ruhr, los espar­taquistas se presentaban en los Comités obreros, en donde eran escuchados atentamente. Su in­fluencia crecía. E l in fo rm e del alcalde de Ham- born, en el Ruhr, es un ejem p lo fehaciente delo d id h o36.

3. V e r en el capítulo siguiente su discurso sobre el pro- grama.

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¿Era posible un frente izquierdista?

Desde el in ic io de noviem bre, en Berlín , por e jem plo, en donde L iebknecht se había negado a fo rm ar parte d e l C om ité e jecu tivo de los C.O.S. S7¡ las ideas espartaquistas eran expuestas y defendi­das enérgicam ente p o r e l independiente Dáumig. É l será quien, a p a rtir de las prim eras reuniones, hablará sobre la necesidad de consolidar e incre­m entar los poderes d e los C.O.S. £L1 será quien se opondrá a la convocatoria de la Constituyente, etcétera.

E sta posición de D áum ig p lanteó un asunto de gran im portancia. ¿Cóm o explicarse e l hecho de que los espartaquistas no hubieran fo rm ad o un bloque con los Independientes de izqu ierda, que com partían buena parte de sus ideas? ¿Por qué no form aron un b loque para oponerse a los M ayori­tarios, apoyados a su vez p o r e l a la dereoha de los Independientes, incluyendo un p rogram a común para espartaquistas e Independientes de izquierda?

Desde el com ienzo, los espartaquistas rehusa­ron ocupar puestos de responsabilidad, a lo que los Independientes les em pujaban, porque no querían estar ju n to a los M ayorita rios . Para los espartaquistas era inconceb ib le com partir e l p o ­der con hom bres a los que no habían cesado de com batir desde hacía 4 años, a los que con­sideraban tra idores a la clase ob rera y a los que im putaban la responsabilidad p o r la prolon­gación innecesaria de la m asacre bélica.

H e aquí p o r qué, p or e jem p lo , K á th e Duncker, solicitada por e l m in istro de Educación de Pru- sia, A d o lf H o ffm an n (U .S.P.D .) para co laborar con él, rehusó después d.e haber tratado el asunto con la d irección espartaqu ista2S.

Esta actitud no im plicaba un redhazo total de traba jar con los Independientes de izqu ierda por parte de los espartaquistas. A l contrario , du­rante todo e l período revolucionario, los con­tactos entre ambos grupos fueron continuos. En varias ocasiones, en las jornadas revolucionarias, Ledebour y Liebknecht se sucedían en una m ism a tribuna hablando a los m ism os m anifestantes. Téngase en cuenta que, hasta diciem bre, los es­partaquistas form aban parte del U.S.P.D., y parti­

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LOS ESPARTAQUISTAS 223

cipaban en las deliberaciones de todos sus orga­nismos. Es por todas estas razones que resulta caricaturesco y fa lso e l hablar del «au to aisla­m ien to» de los espartaquistas, com o lo hace K olb 29-

Sin em bargo, es posib le que, llevados por su propio im pu lso y entusiasmo, demasiado confia­dos en que « la ley ineludib le de la revolución» conduciría a las masas a ocupar sus propias posi­ciones, no considerasen correctam ente la posib i­lidad de una alianza de todas las fuerzas antima­yo ritari as sobre un program a m ín im o e inm edia­tamente rea lizab le. A l d ía siguiente de la muerte de Liebknecht, Rom ain Rolland le reprochaba «e l no haber p rocu rado la unión de todas las fuerzas populares contra las fuerzas de la reacción, en m om entos en que era indispensable hacerlo » *°.

A pesar de todo, esto es desconocer la realidad, o sea, las enorm es divergencias que les separaban de los «o tro s » grupos populares. Consideremos, por e jem plo , a K u rt Eisner, cuyos puntos de vista conocem os perfectam ente. E n tre los Independien­tes representaba sin lugar a dudas una corriente muy cercana a los espartaquistas. En cambio, d ifería de ellos respecto a cuestiones m uy im por­tantes. «E l e jem p lo ruso no (le ) tienta, ni sus m étodos tam poco » ”-. Ca lificaba de «enem igos del socia lism o » a2 a aquellos que proponían, com o los espartaquistas, la socia lización inmediata.

E l 8 de noviem bre, en su prim era proclama, p rom etía « la convocatoria de una Asam blea nacio­nal constituyente ( . . . ) tan pronto com o sea posi­b le » BS. Durante las siguientes semanas, m atizó, es cierto, su posición : ante tod o pretendía asegurar el sistem a de Com ités; luego se procedería a las elec­ciones generales. S in em bargo, acabó cediendo y la D ieta bávara fu e renovada en febrero.

Sobre todo d ife r ía de los espartaquistas en la actitud a tom ar respecto a los otros socialdem ó­cratas. C riticó a m enudo a los M ayoritarios, pero se sentía orgu lloso de haber sido el p rim ero en haber «p ed id o la fusión de todos los partidos h erm an os »M, es decir, del U.S.P.D. y del S.P.D. Fue tam bién E isner quien im puso al m ayoritario Auer com o m in istro del In te r io r de Baviera, a pesar de las protestas de una parte de los Comi-

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tés de obreros y de soldados, reunidos en Munich el 9 de noviem bre85, porque veía en la presencia del je fe de los Mayoritarios bávaros «e l símbolo de la nueva unidad de toda la socialdemocra- cia»

Todavía hay más. E l 28 de noviembre, delante de los obreros, y el 30, delante de los soldados, después de haber atacado duramente la acción nefasta de Scheidemann y David en el ministe­rio de Asuntos Exteriores, hizo m odificar, a pesar de las interrupciones, una m oción que exigía la «retirada de esos elementos contrarrevoluciona­rios» y la «caída del gobierno», porque esto «con­tradice (. . . ) nuestros sentimientos conciliato­rios» aT. Estaba dispuesto a confiar a David y a Scheidemann otras funciones; no deseaba la caída del gobierno ni rom per la unidad de los dos par­tidos socialistas. Asistió con los M ayoritarios a la conferencia de Berna de feb rero de 1919, y se es­forzó por resucitar la I I Internacional.

Como puede apreciarse, las diferencias entre Rosa Luxemburgó y K u rt E isner eran insalva­bles. Diferencias tan im portantes, Daiumig lo cons­tata, com o las que surgieron en el m om ento de negociar entre e l Partido comunista y los izquier­distas independientes, el día 1 de enero de 1919.

A pesar de todas estas circunstancias, durante los nleses de noviem bre y diciem bre, los esparta­quistas no estuvieron aislados de las masas ni un solo momento, y nunca dejaron de m ostrarse como revolucionarios intransigentes, opuestos a cualquier com prom iso o pacto con los M ayori­tarios.

¿Socialización?

Su intransigencia se m anifestaba igualmente en e l p lano económ ico. Recordem os que la Confe­rencia nacional espartaquista del 7 de octubre de 1918 había fija d o un program a haciendo las si­guientes previsiones:

«2. La exprop iación de todo el cap ita l bancario, las m inas y las fábricas siderúrgicas; la reducción de las horas de trabajo y la fija c ión de salarios m í­nim os. : . i d í

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LOS ESPARTAQUISTAS 225

»3. La expropiación de todas las propiedades agra­rias grandes y medianas; el traspaso de la dirección de la producción a delegados de los obreros agríco­las y pequeños propietarios» ss.

En la prim era octavilla repartida por los es­partaquistas en Berlín, incluso antes de publicar su periódico, se dieron a conocer los siguientes puntos:

«6. Entrega a los delegados de los Comités de obre­ros y de soldados de todos los locales m ilitares y fá­bricas de armamentos...

»12. E lección en toda Alemania de Comités de obre­ros y de soldados sobre quienes recaerá única y exclu­sivamente el poder legislativo, ejecutivo, y la admi­nistración de todas las instalaciones sociales: cajas de ahorros y otros bienes p ú b licos »30.

Las organizaciones patronales, adelantándose a los acontecimientos, firm aron un acuerdo con las direcciones sindicales (acuerdo llamado Arbeits- geineinschaft, que literalmente significa «comuni­dad de traba jo »), que regulaba ciertos cambios a raíz de la desmovilización; fijaba en 8 horas la duración m áxim a de la jornada de trabajo, preveía convenios colectivos y sentaba las bases para lo que más adelante séirían los Comités de empresa, cuyos poderes, sin embargo, desde el punto de vista del trabajador, nunca llegarían a ser gran cosa. La reunión y sus acuerdos reci­bieron el visto bueno político o fic ia l" .

Estas reform as no tenían nada de socialistas. E l gobierno, en su llamamiento del 12 de no­viem bre, había proclam ado su deseo y voluntad de mantener una producción «organizada» y «ga­rantizar la propiedad contra las intervenciones particulares», lo que parecía dejar la puerta abier­ta para una intervención estatal. E l texto del llam am iento a los campesinos era más vago y preciso a la vez. Aseguraba a la población del campo que recib iría « la protección del gobierno contra toda inversión arbitraria de personas no autorizadas en las relaciones de propiedad y de producción»

En flagrante contradicción con lo manifestado anteriorm ente, el Com ité ejecutivo de los C.O.S. de B erlín había proclam ado dos días antes que «la

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socialización, rápida (. . . ) de los m edios de produc­ción (. . . ) era rea lizab le ( . . . ) sin. graves pro­b lem as» *a.

Esto era lo que pensaban numerosos Comités obreros de las regiones industriales. Im pacien­tes por ver cóm o se realizaba el socialism o, irr i­tados por el silencio y la pasividad del gobierno, pasaron a la acción d irecta; en el Ruhr, por e jem ­plo, p roced ieron al arresto y detención de los grandes industriales Stinnes y Thyssen. Sin em bar­go, éstos fueron pronto libertados por la inter­vención de los Com isarios del pueblo m ayoritarios.

Con e l fin de no defraudar tota lm ente las as­piraciones de las masas, el gob ierno nom bró ana com isión encargada de la socia lización S com ­posición m uestra bien a las claras su fin a li­dad. Sus m iem bros se preocupan ante todo por m antener una producción «'organizada», es decir, no tom ar ninguna m edida susceptible de desor­ganizar la econom ía, en un m om ento en el que abundaban las dificu ltades económ icas y aum enta­ba el paro obrero. Fundam entalm ente se buscaba la reconversión de la industria bélica.

Que éste fuera e l punto de v is ta de los grandes industriales m iem bros de la com isión parece ló ­gico. Lo que no es tan lógico , aunque tam poco sorprendente, es que en el fondo era com partido por numerosos socialistas m ayoritarios, e incluso p o r . Independientes com o Kautsky. Para ellos, sólo podía llegarse a la socia lización de aquellos sec­tores considerados «m adu ros». Y , claro, sobre «e l grado de m adurez» pod ía d iscutirse la rgo y . ten­dido. Por otra parte, tenían en cuenta considera­ciones «naciona les»: m edidas radicales desequili­brarían la com p le ja m aqu inaria económ ica y traerían com o consecuencia el caos, el desem pleo, etc., y tam bién exteriores: había que tra tar deno deb ilita r la posic ión de A lem an ia en los m er­cados extran jeros.

Es curioso constatar que esas ideas estaban m uy extendidas en tre los socialistas. K u rt E isner tam bién las com partía . E l 25 de noviem bre, las defend ió fren te a l Com ité e jecu tivo de los C.O.S. berlineses:

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«Respecto al hecho de que la producción debe ser colocada bajo eil control de la colectividad, de acuer­do (•••) (P er° ) actualmente no disponemos de -ana (producción en expansión, sino que, al contrario, asis­timos al hundimiento (de esta producción). Para mí, es una simple cuestión de oportunidad. ¿Debemos encargarnos de la produción en el momento en que prácticamente es inexistente? Como Ministro-Presiden- te de Baviera he dado las órdenes para que en casc necesario se ponga en nuestras manos la carga de la economía, ya que la producción disminuye más y más, todo ello, claro, a cambio de unas indemnizaciones y ciertas rentas. Sin embargo, pienso que actualmente hay que utilizar el sistema capitalista, y así lo he hecho saber a mis amigos, ya que, en definitiva, se trata de reconstruir la industria» is.

P o s t e r io r m e n t e , K u rt E isner v o lv ió otra vez a tocar el tem a de la siguiente manera:

«Nuestro ministro de Finanzas, Jaffe, es sin lugai a dudas uno de los partidarios más decididos de la socialización de la economía, y tres días después de la revolución consideró que su primera tarea era so­cializar los bancos. Para m í fue muy interesante constatar las enormes dificultades que significaba la realización práctica de tales proyectos (...) Las dificul­tades eran tan grandes que provisionalmente dejó ds lado el asunto» <u.

E isner quería, p o r io menos durante los pri­m eros tiem pos, lim ita rse al «c o n tro l» de la p ro ­ducción. Pero, Domo se ha visto, hacía especial hincapié en la «reconstrucción de la econom ía». Los je fes sindicales em plearon argum entos sim i­lares para defender y ju s tifica r los acuerdos f ir ­m ados con los industria les:

«Lo que confiere gran importancia a esta “ Comu­nidad de trabajo” no es que sólo sirve al interés general, que coloca al servicio de la reconstrucción económica a las fuerzas recalcitrantes de la economía nacional, sino también la grandiosa organización que representa (...), la potencia económica que encarna. Se alza entre la angustia de la patria como gigantes­ca construcción que da nuevas y sólidas bases a la economía en pe lig ro ...»15.

Los espartaquistas, com o era lógico, opinaban de fo rm a m uy d iferen te sobre dicho acuerdo.

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Desde su aparición, el 21 de noviem bre, D ie Rote Fahne, ba jo la pluma de Paul Lange, atacaba violentam ente el acuerdo firm ado con los pa­tronos: ,

«Las hojas sindicales, aparecidas en los primeros días de noviembre, hablan todavía de la necesidad de la defensa nacional (...) La burocracia sindical no debería tener voz alguna en la transformación polí­tica actual (...)

»Es clarísimo que la Revolución no se realiza con simples transformaciones democráticas; su objetivo real es la socialización de los medios de producción, es decir, que debería liberar a los obreros de su con­dición de asalariados explotados. Es frente a esta perspectiva que los patronos y la burocracia sindical se pusieron de acuerdo y se “ abrazaron” unos a otros (...) De esta manera, los nuevos acuerdos no son más que una prima que hay que pagar, cosa que los ca­pitalistas están dispuestos a hacer para protegerse de los ataques reales contra su sistema...»10.

Conviene insistir de nuevo en que algunos In ­dependientes de izqu ierda no se hallaban m uy alejados de las posiciones espartaquistas (4). Su opinión aparece m uy clara en un artícu lo de D ie Freiheit, del 16 de noviem bre, en el que, tras enumerar todos los sectores (m ineros, siderúrgi­cos, textiles, quím icos, etc.) cuyas empresas debe­rían ser socializadas de inm ediato, afirm a:

«En este mismo instante, por doquier, cualquier capitalista trata de poner a salvo sus beneficios con­seguidos durante la guerra, especialmente en algún país extranjero para mayor seguridad. Se multiplican los hechos y las pruebas de que el capitalismo está tratando de aprovechar la situación actual para subir los precios y obtener beneficios usureros (...)

»E1 gobierno debe ordenar inmediatamente la in­cautación de todas las fábricas importantes. La discu­sión sobre el aspecto financiero de la operación pue­de posponerse.

»Todo esto es posible y ha sido cien veces posible durante la guerra. En territorio enemigo o en territo-

4. Ya hemos indicado anteriormente las posiciones de Bis- ner y Kautsky. Esto demuestra la falta de homogeneidad den­tro del partido.

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rio ocupado se ha hecho trabajar a todas las fábricas que eran consideradas importantes militarmente (. )

»Por lo tanto, es hora de que el gobierno actúe: que nombre comisarios-directores y los coloque a la ca­beza de las empresas»

Comentando las huelgas que acababan de es­tallar en Silesia, el 27 de noviembre, Rosa Lu­xemburgo escribe que «m arcan el comienzo del directo enfrentam iento de clases cuyo desenlace no será otro que la abolición de los asalariados y la instauración de la economía socialista»

La Comisión de socialización

La Com isión de socialización nombrada por el gobierno, y de la que form aban parte economis­tas com o el p ro fesor Bailad, pero también in­dustriales com o W alter Rathenau, propietario del poderoso trust de la A.E.G. (industria eléctrica), y socialdem ócratas famosos com o H ilferding, Kautsky, etc., acabó finalm ente por reunirse. Sin embargo, e l día en que se llevaba a cabo la pri­m era reunión, el órgano die los M ayoritarios, el Vorw arts, previno a los lectores que no debían esperar m ilagros:

«El objetivo de la socialización no está en perju­dicar a los poseedores, sino en ser útil a los que na poseen nada (...) El socialismo no es sólo un proble­ma de repartición, sino, en primer lugar, un problema de producción (...)

»La tarea de la Comisión consistirá en ejercer, aJ comienzo, una acción de apaciguamiento: dejará muy claro y precisará que no debe verificarse ninguna cla­se de experiencia poco razonable y que nadie lamente haber vuelto, tras la guerra, a sus ocupaciones habitua­les. Por otra parte, deberá ser bien consciente de que toda nacionalización, estatificación o socialización su­ponen la existencia de una nación, de un Estado, de una sociedad sólidamente constituidos, circunstancia que lamentablemente no se da ahora en Alemania. Hemos de crearlas primero para luego poder edificar un futuro sobre bases sólidas.

«Conviene reflexionar sobre si sería conveniente que la Comisión celebrara sesiones públicas y si no sería interesante que una de las dos máximas autoridades del grupo Espartaco, Karl Liebknecht o Rosa Luxem­burgo, participara. Aquí, por lo menos, tendrían la ocasión de poder demostrar lo que son capaces de

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hacer, e n la p rác t ic a , p o r e l soc ia lism o ( . . . ) L a s m asas q u e n eces itan a ú n q u e se les e x p liq u e n m u ch as cosas p o d r ía n d a rs e cu en ta d e q u e n in gú n p u tsch a r re g la r ía la s itu ac ión . P o r e l c o n tra r io , lo q u e h ace fa lta es un t r a b a jo se r io , o b je t iv o , b ie n m a d u ra d o .

»D e la fra c c ió n m a y o r i ía r ia d e la c la se o b re ra , que p o r su fo rm a c ió n p o lít ic a y s in d ic a l h a c o m p re n d id o la esen c ia d e l so c ia lism o , e sp e ra m o s to d o su ap o y o p a ra la C o m is ió n . S in e m b a rg o , n o d e b e n e s p e ra r m i­la g ro s ( . . . )

» L a a sc e n s ió n es d o lo ro s a y d if íc il; to d o s aq u e llo s q u e tien en u n a p r is a i r r a c io n a l n o so n m á s q u e a lp i ­n ista s q u e n o s a b e n a d o n d e v a n : “ E s cu estión detie m p o ” » JS>.

Este texto es característico. Se pretendía ante todo que A lem ania vo lv iera a trabajar y producir. Consideraban los proyectos espartaquistas com o simples pamplinas; de ahí la alusión irón ica a Rosa Luxem burgo y Liebkneoht, acusados de no hacer nada «p rá c tico » p or el socialism o y pasarse e l día conspirando.

Una vez reunida, el 5 de diciem bre de 1918, la Comisión de socialización se puso de inm ediato a trabajar. F inalm ente había renunciado a hacer más llam am ientos a los espartaquistas y, el 11 de diciembre, publicaba en el D ia r io O fic ia l una serie de artícu los sobre los p rim eros trabajos, una especie de p rogram a m uy vago y ambiguo. H e aquí sus fragm entos esenciales:

«La Comisión es consciente de que la socialización de los medios de producción no puede llevarse a cabo más que al término de un largo proceso de reorgani­zación económica. La primera condición es alcanzar los anteriores niveles de producción. Antes que nada, la situación económica de Alemania exige imperiosa­mente la reanudación de las exportaciones y los inter­cambios exteriores.

»La Comisión opina que en estos sectores conviene mantener la organización anterior. Del mismo modo, la puesta en marcha de la industria exige el manteni­miento y la ampliación del crédito: por lo tanto, los bancos de créditos deberán poder cumplir con su co­metido sin trabas de ninguna clase.

»(La Comisión precisa que no hay que alterar las relaciones de propiedad en el campo) en beneficio de los suministros de productos alimenticios {...)

»Por el contrario, entran dentro de la posibilidad

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dtj se r so c ia lizad o s e n p r im e r lu g a r los sectores de la eco n o m ía en d o n d e se h a c read o u n a situac ión de m o ­n op o lio cap ita lis ta . E spec ia lm en te , la co lectiv idad debe d isp o n e r de la s m ate r ia s p r im a s m ás im portan tes , a sab e r : el c a rb ó n y e l h ie rro . M á s ade lan te se exam in a ­r á q u é sec to res p u e d e n ser n ac ion a lizad os ( . . . ) L a C o ­m is ió n e s con sc ien te de q u e e l éx ito d e la soc ia liza ­c ión d e p e n d e d e l au m en to de la p ro d u cc ió n

D espués de h a b er pasado re v is ta a varias fo rm a s de exp rop iac ión , e l te x to p rec isa :

«J u n to a la in cau tac ió n to ta l p u ed en estud iarse o tra s fo r m a s d e p a r t ic ip a c ió n o c o n tro l p o r p a rte de la c o le c t iv id ad .

»L a C o m is ió n o p in a q u e lo s p ro p ie ta r io s h an de ser in d e m n iz a d o s p o r la ces ión d e sus em p re sa s m ed ian te u n s is te m a d e b o n o s a m o rt iz a b le s » 50.

Para concluir, la Comisión prometía someter de inm ediato a la opinión pública las proposicio­nes, sector por sector. En realidad, las delibera­ciones de esta Comisión no tuvieron consecuen­cias prácticas.

Num erosas voces autorizadas dentro del parti­do se elevaron en contra de cualquier socializa­ción. August M üller, je fe del Reichswirtschuftaint, declaró lo siguiente en una entrevista el 28 de di­ciem bre: «N-o compren-do cóm o se puede, si sequiere o frecer servicios responsables, jugar con la idea de nacionalizar eil carbón. Sería un crimen o una im becilidad » 31.

K rupp y Thyssen continuaron siendo los due­ños de sus minas en el Ruhr. Era claro que, si no se socializaba en el m om ento en que la produc­ción decaía, toda tentativa de socialización sería ya inviable.

En el Congreso de fundación del K.P.D., los espartaquistas rea firm aron su punto de vista:

«Las masas del proletariado deben aprender a diri­gir el proceso de producción, a convertirse en sus guías inteligentes, libres e independientes. Deben apren­der a interesarse por el trabajo, aunque no exista el patrón, a conseguir los rendimientos más altos sin guardianes capitalistas, demostrar su gran disciplina sin que exista el látigo del amo (...) Esta socialización sólo podrá realizarse tras una lucha conducida infa­tigablemente por las masas obreras unidas» 52.

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En este inform e, Lange preconiza la creación de Consejos de fábrica, los cuales servirían para «reg ir las condiciones de trabajo, controlar la producción y asumir la dirección de la empresa». Cada sector industrial tendría en su dirección un Consejo encargado de d ir ig ir la econom ía de la región y, desde el punto de vista nacional, un Consejo económico central desempeñaría tareas análogas.

E l program a espartaquista preveía la instaura­ción de la «jornada de 6 horas com o m áxim o» y fijaba cierto número de medidas inmediatas, entre las cuales figuraban las siguientes:

«La expropiación de todas las grandes y medianas propiedades agrarias (...), la constitución de cooperati­vas agrícolas socialistas (...); los pequeños propieta­rios conservarían sus tierras a la espera de que pro­gresivamente se incorporaran a las cooperativas;

»Qa expropiación de todos los bancos, minas y fá­bricas siderúrgicas, así como la de todas las grandes empresas;

»Ia confiscación de todas las fortunas superiores a cantidades previamente fij adas;

»la toma por su cuanta, por parte de la República de los Consejos, de todos los transportes públicos;

»Ia elección de Consejos de empresa que tendrían como tarea regular la reglamentación de los asuntos referentes al trabajo, al control de la producción y, finalmente, encargarse de la dirección de la empresa;

»la constitución de un Comité central de huelga, que tendría como misión el unificar y dirigir el mo­vimiento 'huelguístico que se anuncia en todo el Reich, orientarlo en el sentido socialista y asegurarle el más seguro y activo de los apoyos por parte del poder político de los C.O.S.»5S.

Se opine lo que se op ine de este program a, no sería exacto, com o ¡hace K o lb , p o r dos veces B4,J acusar a los espartaquistas de haber p racticado la peor po lítica y haber pretend ido hacer «tab la rasa, condición indispensable (para e llo s ) de toda política revo lucionaria ». K o lb cita la siguiente nota de Eisner, al d ía sigu iente de una en trevista m antenida con Liebkneoht, e l 24 de noviem bre: «L a rea lización d e l socia lism o no será pos ib le sino después de que todo se haya derrum bado ( n ied er- gerisseit), y solam ente después de la destrucción

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LOS ESPARTAQUISTAS 233

del sistema capitalista podrá iniciarse la recons­t ru c c ió n » s3. Nada perm ite a firm ar que estas fo r ­m u la c io n e s re fle jen exactamente las palabras o el pensam iento de Liebknecht; puede interpre­tarse sim plem ente corrío un deseo de proceder a un cam bio rad ical del régim en económico, sin más lucubraciones.

E l 31 de diciem bre, en el Congreso, e l delegado de Essen escrib ía: «H em os encargado a los obre­ros que tom en todas las medidas convenientes para im ped ir la inundación de los pozos (. . . ) Es una calum nia in fam e pretender que los obreros p r a c t ic a n un sabotaje susceptible de convertir a las m inas en inservib les». O tro delegado (de D i i s s e ld o r f ) m ostró, con la ayuda de ejem plos precisos, que los industriales ocultaban en lugares seguros stocks de m aterias prim as para que los Consejos de fábrica, en caso de socialización, no pudieran hacer funcionar las fábricas B°.

Así, a l leer los textos hay un (heciho que aparece muy claro. Es absurdo acusar a los espartaquis­tas de haber pretend ido crear el caos. Por e l con­trario, es c ierto que llevaban a cabo una lucha intransigente con tra el sistem a capitalista y que querían m od ifica r a fon do las estructuras. M as de eso a presentarlos com o incendiarios y a dar a entender que querían hacer «tab la rasa » en todo, conscientem ente o no, cam bia mucho. Una octavi­lla que vo lverem os a v e r m ás adelante decía lo siguiente: «U n bo lchevique (léase: un esparta­qu ista ) es un hom bre que desea la revolución por la revo lución , un hom bre (. . . ) que lo destru­ye todo, tan to lo bueno corno lo m a lo »ET.

En e l m ov im ien to espartaquista, a finales de d ic iem bre de 1918, se sentía una feb rilidad ex­traord inaria . Se hab ía in ic iado una terrib le ca­rrera . ¿Consegu irían los revolucionarios que los obreros y los soldados se adh irieran a sus ideas?

E n un artícu lo redactado para e l segundo nú­m ero de D ie Junge Garde, d ia rio destinado a ■ los jóvenes, R osa Luxem burgo desarro lla su concep­c ión de la «soc ia liza c ión de la sociedad». Explica que las industrias de lu jo desaparecerán y que tod o el m undo traba jará . T erm ina con los si­guientes versos de R ich ard Dehm el:

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« N o n os fa lta n ad a , h i jo m ío , p a ra se r fe lices y lib re s -como lo so n lo s p á ja r o s en lo s cielos;Sólo necesitamos tiempo».

E l Espartaquismo fue aplastado, desde luego, pero ¿no es cierto que ello se debió principalmen­te a la falta de tiempo?

NOTAS

1. Sobre este episodio, ver «Documentos», tomo I I de la presente obra, págs. 93-99.

2. Cartas de Rosa Luxemburgo a Clara Zetkin. Hemos publicado algunas en Les Spartakistes, ob. cit., págs. 150-156 y 182-185.

3. Paul Frólich, Rosa Luxemburgo, París, 1965, pág. 320.4. Reproducido íntegramente en Dokumente..., ob. cit., II , 2,

págs. 441-443.5. Ver al respecto el capítulo X X . Artículo reproducido

íntegramente en Rosa Luxemburgo, Ausgewahlte Redan..., ob. cit., «Das alte Spiel», I I , págs, 599-602.

6 . Dokumente..., ob. cit., I I , 2, pág. 527 (artículo apare­cido en Die Rote Fahne).

7. Discurso de Eisner en los Consejos de soldados de M u ­nich, el 30 de noviembre de 1918. Cierto número de discursos y proclamas de Kurt Eisner han sido publicados en versión francesa desde 1919, con un prefacio de Jean Longuet, bajo el título de La Révolution en Baviére (N ovem bre 1918). D is- cours et proclamations. La cita reproducida aquí figura en la página 87. Citaremos sin em bargo esta obra ba jo la refe­rencia Eisner, La Révolution...

8 . Rosa Luxem burgo, Ausgewahlte Reden... ob. cit., II, pág. 597.

9. Llamamiento reproducido en Dokumente..., ob. cit., I I , 2 , pág. 364.

10. Id., pág. 374 ( Vorwarts, n .° 314, del 14 de noviembre da 1918).

11. Id., págs. 147 y 410.12 . Sobre la constitución de este organismo, ver el artículo

de Schrefner en Zeitchrift für Geschichtswissenschaft.13. Dokumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 54S-549.14. Id., págs. 550-553.15. Id., pág. 632.16. Cl:. nuestra obra Les Spartakistes..., ob. cit., pág. '14217. Dokumente..., ob. cit., I I , 2, pág. 349.18. Discurso en el C.O.S. de Munich; E isner, La Révoht-

tion..., ob. cit., pág. 88 y siguientes.19. Sobre este episodio, leer los párrafos publicados en

Dokumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 590-592, 608, etc. V er igual­mente el Diario de Radelc en «Docum entos», tomo I I de lapresente obra, págs. 123-138.

20. Vorwcirts, n .° 340, 11 de diciem bre de 1918.

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LOS ESPARTAQUISTAS 235

21. Eisner, L a R é v o lu t io n .. . , ob. cit., págs. 40-41.22. Dokumente..., ob. cit., II , 2, pág. 411.23 I.M .L., proceso verba l del Comité ejecutivo, documento

inédito, jo rnada del d ía 23 de noviem bre, folio 71.24. Eisner, La Révolution..., ob. cit., pág. 46.2 5 ’ Reproducido íntegram ente en Rosa Luxemburgo, Ausge-

w'áhlte. R e d e n ..., ob. cit., II , págs. 617-622. Esta cita apareceen la página 620.

26. Cf. Gilbert Badia, Los Espartaquistas..., ob. cit., pags.194-195 y 266.

27. P o s e e m o s una fotocopia. Original en e l I.M .L.28. Cf. V ie r te lja h rs h e f te f ü r Z e itg e s ch ic h te , 1965, 2, pág. 164.29. K o lb , Arbeiterrate..., ob. cit., pág. 138 y siguientes.30. Rom ain Rolland, Journal des Années de guerre, pág. 1704.31. Eisner, L a R é v o lu t io n . . . , ob. cit., pág. 89.32. Id., pág. 89.33. Id., pág. 9.34. Id ., pág. 82.35. Id-, págs. 15 y 83.36. Id ., pág. 83.3 7 . Id ., págs. 48 y 82.38. Dokurnente..., I I , 2, pág. 232.39. Id ., págs. 328-329.40. Cf. texto de este acuerdo en los Archivos del I.M .L .,

Reichskanzlei, expediente 8/30.41. Texto publicado en Vorwarts del 13 de noviembre.42. Texto aparecido en J. O. Deutscher Reichsanzeiger und

Preussischer Staatsanzeiger, n .° 268, del 12 de noviembre d« 1 9 1 S -43. Aparecerá una traducción completa de este documen­to inédito en un próxim o número de la Revue d'histoire moder- ne et contemporaine. E l original figura en los archivos delI.M .L ., expediente St. 11/1, f. 131.

44. Id ., folios 141-142.45. Correspondenzblatt der Generalkommission der Gewerk-

schaften Deutschlands, n .° 50, 14 de diciembre de 1918.46. Die Rote Fahne, n .° 6 , del 21 de noviembre de 1918.47. Die Freiheit, n .° 3, del 16 de noviembre de 1918.48. Die Rote Fahne, n .° 12, texto reproducido en la obra de

Rosa Luxem burgo Ausgewahlte Reden..., ob . cit., I I , pág. 620.49. Vorwarts, n .° 334, del 5 de diciembre de 1918 (edi­

torial).50. Deutscher Reichsanzeiger und Preussischer Staatsanzei­

ger, n .° 292, del 11 de diciem bre de 1918.51. Citado p o r H . Schieck, D er Kampf um die deutsche

Wirtschaf tspolitik nach dem Novem bersturz 1918, Heidelberg. 1S5H, pág. 94.

52. En «Docum entos», tomo I I de la presente obra, págs.111-115, aparecen otros extractos de este program a. Cf. Doku- mente..., I I , 2, pág. 699.

53. Id ., pág. 703.54. Cf. K o lb , Die Arbeiterrate..., ob. cit., págs. 141-142.55. Id ., pág. 142.56. E l resum en de estas intervenciones figura en el P ro ­

ceso verbal del Congreso publicado en B e rlín en 1919 (tercera sesión).

57. V er cap ffu lo siguiente.

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X V F U N D A C IO N D E L K.P.D.

Durante el Congreso de fundación del Partido socialdem ócrata independiente, del 6 al 8 de abril de 1917, celebrado en Gotha, los espartaquistas, como ya vim os, decidieron utilizar el aparato de dicho partido para desarrollar desde é l su propia propaganda.

Sin em bargo, la revolución provocó una crisis en el seno del U.S.P.D. P or una parte, las masas proletarias de las grandes ciudades, sobre todo de Berlín, se «rad ica lizaron ». La situación económica se agravó rápidam ente. Las fábricas dedicadas a 2a producción de armamentos fueron cerrando una tras otra. E l abastecim iento alim enticio era precario.

Eran las masas de parados forzosos las que acudían a las m anifestaciones convocadas por D ie R o te Fahne. Se daban cuenta de que las de­nuncias de los espartaquistas contra el gobierno Scheidem ann-Ebert eran ciertas. Se convencieron de que la presencia de Haase, D ittm ann y Barth en e l gob ierno no había ten ido efectos prácticos, enlo que al pueblo se refería .

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238 GILBERT BADIA

E n consecuencia, los je fe s espartaqu istas, aun­que d ir ig ían sus go lpes p re fe ren tem en te contra Ebert-S-oheidemann, se v e ía n tam b ién ob ligados a recon ocer que los d ir igen tes d e l U .S.P.D . ha­blaban m ucho m ás de lo q u e actuaban. 'Los es­partaqu istas op inaban que en los Independ ien tes ex istía un d iv o rc io en tre la base y los d ir igen tes (p o r su parte , e l V o rw a rts , en un a rtícu lo d e l 16 de d ic iem bre, con s id erab a q u e e l S.P.D. y e l ala derecha de los In depen d ien tes constitu ían en la p ráctica un so lo b lo q u e ). D e estos hechos p ro v ie ­ne la idea espartaqu ista d e con vo ca r un C ongreso que les p e rm it ir ía exp on er sus id eas y con ven cer a una p a rte de los de legados p a ra que se pasa­ran a sus filas .

Los d ir igen tes in depen d ien tes n o deseaban ce­leb ra r n ingún congreso . A legab an d ificu ltad es m ateria les, len titu d e irre gu la r id a d en las con ex io ­nes fe rro v ia r ia s , lo que h a ría cas i im p os ib le e l d esp lazam ien to a B e r lín de los de legados de p ro ­vincias. E stos argu m en tos m a l pu eden o cu lta r las d iferencias de fon do . P a ra H aase, K au tsky , H ilfe r - ding, D ittm an , etc., los espartaqu istas e ran d em a­s iado aparatosos. E staban con ven c idos d e que L iebknech t y R osa L u xem b u rgo n o h ac ían m ás que ag ita r de una m anera n e fasta a las m asas. D e m o ­m ento, e llo s pa rtic ipaban en el g ob ie rn o de E b ert y en lo esencia l estaban casi co m p le ta m en te de acuerdo con los M ayo rita r io s .

E l asunto del C on greso se s o m e tió a la consi­deración de ¡los m ilitan tes del G ran B erlín , en e l curso de una asam b lea ex tra o rd in a r ia celebrada el 15 de d ic iem b re d e 1918. R osa Lu xem b u rgo p re ­sentó un co in fo rm e . E ra cos tu m bre , en las re ­uniones soc ía ldem ócra tas, con ced er así la pa lab ra a la tendencia m in orita r ia . L a b a ta lla se lib ró so ­b re las cuestiones sigu ien tes: p a rt ic ip a c ió n de los d irigentes independ ien tes en e l g ob ie rn o (R o sa Luxem burgo acusó v io len tam en te a H aase y su p o lítica ), e lecciones p a ra la A sam b lea C onstitu ­yen te (f ija d a s p a ra e l 19 de en e ro ) y con voca to ­ria del congreso.

«S í — escribe Rosa Luxemburgo— , la situación es insostenible en el seno del U.S.P.D., ya que se han mez-

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L.OS ESPARTAQUISTAS 239

c iad o elementos que no funcionan juntos. De dos co­sas una: o bien se está decidido a hacer causa común con los socia'lpatriotas (se trata de los Mayoritarios), o bien hay que unirse a la L iga Espartaquista. Es ei C o n g r e s o el que tendrá q¿íe separarnos. Pero, cada vez qu e 'ped im os la celebración de un congreso, Haase se hace e l sordo, ta¡l como hacía Scheidemann durante la g u e r ra , fren te a una reivindicación análoga» \

R osa L u xem b u rgo hab ía , en conclusión , p re co ­n izado la d im is ió n in m ed ia ta d e los m in is tro s in ­depend ien tes , u na cam pañ a con tra la A sam b lea C onstituyen te, e l r e to rn o de tod o e l p o d e r a los C.O.S. y la c o n vo ca to r ia .inm ediata de ^^n con greso del p a rtid o . Su m o c ió n re c ib ió 195 vo to s , m ien tras que la de H il fe r d in g fu e ad op tad a y ap rob ad a por una m a y o r ía d e 485 vo to s . L a m oc ión d e la m a­yo r ía d ec ía : «A c tu a lm en te , la ta rea p o lít ic a m ásim p orta n te d e l U .S.P.D . es la o rgan izac ión de las e lecc iones p a ra la A sa m b lea n a c io n a l»2. R especto a la cu estión d e la p a r t ic ip a c ió n de los In d ep en ­d ientes en e l g o b ie rn o , era m u ch o m ás evasiva . T erm in ab a d ic ien d o q u e los In depen d ien tes c on ti­nuarían ac tu an do p a ra h acer avan zar a la R evo lu ­c ión «y a sea d esde e l gob ie rn o , ya esa opon iéndose resu e ltam en te a to d o m o v im ien to con tra rrevo lu ­c ion a r io ». D e l con greso n o se h acía la m ás m ín im a m ención .

E n una c a r ta d ir ig id a a C la ra Z etk in , fechada el 22 de d ic iem b re , R osa Lu xem b u rgo a firm a que «d i p a r t id o (U .S .P .D .) está en p len o p roceso de d i­so lu c ión » 3. D e iheoho, los reagru pam ien tos se es­taban d esa rro llan d o . E l a la d erecha y una parte d e l c en tro p ed ía n «q u e se tra ce una d iv iso r ia con la izq u ie rd a », es d ec ir , los espartaqu istas, m ien ­tras que, en p ro v in c ia s , In d ep en d ien tes y M a ­y o r ita r io s re co n s titu y e ro n en m uchas loca lidades un so lo p a rt id o . E n e l C on greso d e fundación , L ieb k n ech t d i r á 4: «L a s fo rm a c io n es d e base delU.S.P.D. hacen causa com ún, en m uchos casos, con m o tiv o de las e lecc ion es , con los soc ia lis tas m a ­yo r ita r io s , y sus o rgan izac ion es se fusionan , s i­gu iendo e l e je m p lo de B e rn s te in » (1 ). L a v íspera ,

1. B ernste in , d irigente del U .S .P .D ., no tardó en unirse a l S .P .D . K au tsky hizo lo m ism o a lgo m ás tarde.

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240 GILBERT BADIA

según in form a Rosa Luxem burgo, la d irección de los Independientes se «'había negado to ta lm en te» a la proposición espartaqu ista de convocar un congreso m ientras q u e Lu ise Z ietz, que an terio r­m ente había m ostrado com prensión p o r las pos i­ciones espartaquistas, p ropon ía s im plem ente «una Conferencia nacional», lo que, según R osa Luxem ­burgo, sería «to rp ed ea r » e l c o n g re so 3.

Deseosos de acorra la r la d irecc ión de los Inde. pendientes, los espartaquistas lleva ron a cab o una últim a tentativa. E l 22 d e d ic iem bre , e l secreta­riado central de la L ig a Espartaqu ista , con la f i r ­ma de W ilhe lm Pieck, d ir ig ió una carta-u ltim átum a la d irección del U.S.P.D. L a p r im era fra se era: «L a situación actual del U.S.P.D. es in sosten ib le ». E hecho de que lo que sigue a con tinuación es casi exacto a la carta de R osa Lu xem bu rgo a C lara Zetk in hace pensar que fu e R osa qu ien redactó el texto. T ras haber «p ro cesa d o » la p o lít ic a de los Independientes y denunciado su co in c idencia con los M ayorita rios , la ca rta concluye así: «D a d a la situación actual, es e l p a rtid o en su con ju n to y to ­ta lidad el que debe dec id ir y so lu c ionar este asun­to de fin itivam en te ». E l congreso, cuya con voca ­toria se rec lam aba «p a ra fin a les d e d ic iem bre , a más ta rdar», ju zga r ía a los cóm p lices d e la con ­trarrevo lu ción e « im p o n d r ía una p o lít ic a p ro le ta ­r ia y revo lu c ion aria sin com ponendas». «O s p ed i­m os una respuesta — concluye e l docu m en to— an­tes del 25 de d ic iem bre ».5

E l p eriód ico de los Independ ien tes , D ie F re i- he.it, pub licó el d ía 24 un com u n icado que daba el punto de v is ta de la d irecc ión del p a rtid o y se negaba a ce leb rar e l congreso : «L a s d ificu ltades de transporte son ta les... que e l p e r ío d o de la cam paña e lectora l sería casi to ta lm en te absorb ido por el v ia je de ida y vu e lta d e los d e legad os al congreso». P o r lo tanto, pa ra la d irecc ión d e l p a r­tido, las elecciones eran m ás im p ortan tes qu e el congreso. Com o consecuencia de tod o lo d icho, los espartaquistas dec id ieron fu ndar su p ro p io par-

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l o s e s p a r t a q u i s t a s241

La posición de los Comunistas intemacionalistas

Este nuevo p a rtid o agruparía organ izaciones de audiencia m ás lim itad a — activos especia lm ente en B r e m e n , H am burgo» D resde— , que a su v e z se habían fu s ion ado del 15 a l 17 de d ic iem bre de1918 en B e r lín b a jo el n om bre d e «C om un istas in ternacionalistas a lem anes» o I.K .D . A l térm ino d e su con feren c ia nacional, estos com unistas pu ­b licaron una dec la rac ión p rec isando su estrategia y su tá c tica (2 ).

Desde 1917, ta l com o hem os v is to , tras la cons­titución del U.S.P.D., e l G rupo de B rem en (JSremer Lin'ken'), in flu en c iado p o r R adek , hab ía ind icado ya su opos ic ión a ios Independ ien tes y aconsejaba a los espartaqu istas no un irse con este nuevo pa r­tido socia lista . E n d ic iem b re de 1918, su oposic ión al U .S.P.D. n o só lo no h ab ía d ism inu ido, s in o que estaba aum entando.

E l 24 de d ic iem b re d e 1918, estos Com unistas in tem ac ion a lis tas se d ec la ra ron d ispuestos a fu ­sionarse con la L ig a E spartaqu is ta para constitu ir un nu evo p a rtid o . H e aqu í e l tex to de su reso lu ­ción:

«1. — L a C o n fe ren c ia de lo s I.K .D . (C om u n is tas in te rn ac ion a lis ta s de A lem a n ia ) con sta ta qu e las d iv e r ­gencias tá c tica s y d e p r in c ip io qu e ex isten en tre losI.K .D . y la L ig a E sp a rtaq u is ta han s ido actu a lm en te rebasadas. D eb id o a la e vo lu c ió n de la s ituación , las an tiguas d ive rgen c ia s se h an con vertid o h oy en d ía en s im p les d ife ren c ia s en la fo rm u la c ió n de concepciones id én ticas .

»2. — L a s d ife ren c ia s en e l p lan o de o rgan izac ión — ellos con una c en tra liza c ió n im pu esta desde a r r ib a (3 ), n oso tros con gru pos loca les au tón om os que só lo se cen-

2. E stos in tem acionalistas reagrupaban a la pequeña frac­ción be rlin esa que d ir ig ía Julián B orc liard t, editor de la re ­vista IÁchtstrahlzn, la s Izqu ie rdas de Brem en , con su líd e r Johann K n ie f, el g ru p o de H am bu rgo , con sus líderes L a u ­fenberg y W o lfflie im , y a lgunos otros núcleos d ispersos en Sajon ia.

3. T o d a v ía la concepción espartaqu ista está bastante a le ­jad a del centra lism o precon izado p o r los bolcheviques. D e hecho, la au ton om ía de la s secciones locales e ra , in c luso entre lo s espartaqu istas, que ten ían fam a de centralistas, considerable.

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242 GILBERT BADIA

tralizaría en el proceso de la luoha de clases y a partir de la base— desaparecen en el curso de la revolución, ya que ésta lia provocado de una parte una acción autónoma de las masas obreras y de la otra ha mos­trado la necesidad de una centralización de las acciones autónomas.

»3. — I>e ahora en adelante, la Conferencia de losI.K.D. declara que la cuestión de la unificación de las dos organizaciones revolucionarias ha madurado, y que se puede prever una solución práctica. Dando su acuer­do de principio a la unificación de los I.K.D. y de la Liga Espartaquista, la Conferencia designa una comi­sión de 5 miembros que tendrá como misión iniciar ne­gociaciones con la Liga Espartaquista para la fusión de ambas organizaciones. Propondrá a la Liga Esparta- q-uista convocar una Conferencia de fundación del Par­tido comunista alemán {L iga Espartaquista), en el cur­so de la cual serán fijados los estatutos y ©1 programa del partido.

»4. — En el estadio actual de la revolución alema­na, la unificación de nuestras dos organizaciones es un imperativo categórico; en efecto, las vanguardias aisla­das de la clase obrera tienen tareas históricas de una importancia excepcional. Es por esto que la Conferencia nacional de los I.K.D. pide a las organizaciones que re­presenta que se consagren con energía, incluso a nivel local, al problema de la unificación» °.

Un artícu lo de Johann K n ie f, aparecido en la revista D er K om m u n is t, el 1 de enero de 1919, aclara varios aspectos de las relaciones re c íp ro ­cas entre los dos grupos.

Según Radek, su am igo Johann K n ie fí, líd e r de las Izqu ierdas de Brem en, era en p rin c ip io opues­to a la fusión de su organ ización con la de los espartaquistas, porque tem ía que Jogiches im pu­siera al nuevo partido una estructura excesiva­m ente centralizada; sin em bargo, hab ía acabado cediendo a los argum entos d e Radek, sin estar totalm ente convencido T.

Jogiches tam poco parecía dem asiado entusias­m ado por acoger a «los de B rem en » en las filas

el. nuevo partido. Es ev iden te que en tre ambos dirigentes existía una m utua incom prensión . Jo- giches no sentía sim patía p o r K n ie f, n i éste por aquel. K n ief, en el artícu lo de referencia , hab lá en aos ocasiones de esas «an im osidades personales», de esos «m alentendidos, sospechas, fa lsas acusa­

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LOS ESPARTAQUISTAS 243

c i o n e s » 8 que p ro life ra n en los períodos de clan-

deSSinÍC«n b a r g o , K n ie f hace suya una declaración ríe su am iga L o tte K o m fe ld , aparecida el 5 de d ic ie m b re en el núm ero 8, de D e r K om m u n is t, en la que d e ja b ien sen tado que:

«A p ro b a m o s to ta lm e n te la s acciones rev o lu c io n a ria s de la Liga E s p a r t a q u is t a ; a p ro b a m o s a la vez lo s p r in ­c ip ios s o b re los q u e esas acciones se basan, q u e so n los d ¿ b o lch e v ism o y la manera cómo se llevan a cabo. S e g u i r e m o s a p o y a n d o p o r doquier acciones análogas».

K n ie f subraya que espartaqu istas e Izqu ierdas13 rem en «t ien en p o lít ica y socia l m en te las

m ism as ra íc e s » R ecu erda cóm o sus am igos y é l m ism o han ap robado la acción de L iebknech t y su m anera de u tiliza r e l Parlam en to . S in em bar- cr0, tam poco ocu lta que su periód ico , e l A rb e ite r - ‘po litilc , ha c r it ica d o rec ien tem en te ciertas fo rm u ­laciones de las tesis espartaqu istas y d e l fo lle to firm ado p o r Junius. R ecu erda que los bo lchev i­ques, espec ia lm en te Len in , consideraban más co­rrectas las acciones de L iebknech t que las teo­rías de R osa Lu xem bu rgo .

C om o ya h ab ía hecho en 1917 <4), K n ie f reco ­nocía. «s in rece los que la C entra l espartaquista d ispon ía de un n ú m ero superior de m ilitan tes» que su p ro p io grupo. O pinaba que la situación po lítica era m ás co m p le ja en B er lín que en B re­m en o H am bu rgo . E s to es correcto , ya que, en las dos ciudades del n orte , los centristas erain casi inexistentes. L a lucha se desarro llaba en tre la extrem a izqu ie rd a y los M ayorita r ios . E n Berlín , por e l con tra rio , e l U.S.P.D. d ispon ía de num ero­sas fuerzas.

Quizás esta situación exp lica p o r qué los espar­taquistas se hab ían adh erido a;l U.S.P.D., m ientras que las Izqu ie rd as de B rem en hab ían op tado p o r m antener su independencia .

Sea lo que sea, esas «d ivergen c ia s esencia les» en tre los dos grupos habían sido elim inadas, ya

4. V e r a l respecto el cap ítu lo V I I I .

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244 GILBERT BADIA

que los espartaquistas habían decidido por fin se­pararse de los Independientes. K n ie f confiaba en que «conseguirán separarse netamente, lo más cla­ramente posib le», lo que parece im plicar que algu­nos espartaquistas m ostraban indecisiones de úl­tim a hora al respecto.

Durante el transcurso de la entrevista m ante­nida con los líderes espartaquistas antes de cele­brarse el congreso, Radek se enteró de que el ú l­tim o entre ellos en oponerse a la fundación del Partido com unista era Jogiches. P or o tra parte, Rosa Luxem burgo le d ijo : «H abéis acabado porconvencerm e». Prueba fehaciente de que estaba persuadida de que era necesario separarse y fo r­m ar un partido d istin to al U.S.P.D. son sus cartas de d iciem bre enviadas a C lara Zetkin.

E l Congreso previsto se celebró en Berlín , en la sala de recepciones del Parlam ento prusiano. Duró tres días (30 y 31 de d ic iem bre de 1918 y 1 de enero de 1919), a razón de dos sesiones por día, de 9 a 1 y de 3 a 7 horas. Estaba presid ido por W ilh e lm Pieck, de Berlín , y Waldher, de Stuttgart. E l secretariado lo com pon ían Heckert, de Chemnitz, y R os i W olfste in , d e Düsseldorf.

La víspera, una Conferencia a puerta cerrada de la L iga Espartaqu ista decid ió, p o r unanim idad m enos 3 votos, rom per defin itivam ente con e] U.S.P.D.

B l Congreso deba tir ía 6 puntos:1. La crisis del U.S.P.D. Ponente: K a r l L iebk­neoht.2. L a Asam blea nacional. Ponente: Paul Levi.3. N uestro p rogram a y la situación política . Po­nente: Rosa Luxem burgo.4. N uestra organ ización . Ponente: H ugo Eberlein.5. Luchas económ icas. Ponente: Paul Lange.6. Con ferencia internacional. Ponente: Herm annDuncker.

N i C lara Zetk in n i Franz M ehring, ambos en­ferm os, pudieron asistir al Congreso. Fue una reunión m odesta, de só lo unos 100 delegados. E l in fo rm e de la com isión de representantes hizo que se produ jeran num erosos «huecos»: ciuda­des tan im portantes com o H annover, Karlsrúihe, K ie l, p o r sólo c itar algunas, no se hallaban rep re­sentadas. E l cam po estaba tota lm ente ausente.

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LOS ESPARTAQUISTAS 245

C u a re n ta y seis localidades habían enviado a la C o n fe re n c ia a 83 d e le g a d o s en total. La Unión de so ld a d o s rojos disponía de 3 delegados y la juven­tud de 1. Asistían también al Congreso 16 repre­sen tan tes sin mandato. *

H e aquí la lista de las localidades representa­das: Berlín (barrios 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 16, 17, 18), Barmen, Beuthen, Brandeburgo, B isx n a rc k h ü tte , Chemnitz, Cuxhaven, Dortmund, D u is b u rg o , Dresde, Deuben, Diisseldorf, Dantzig- Ohra, Dantzig, Essen, Erfurt, E lberfeld, Frankfurt del Main, Góttinge, Hanau, Halle, Herne en West- falia, Jena, Colonia-Ehrenfeld, Colonia-Niehl, Ko- n ig s b e r g , Lübeck, Leipzig, Leipzig-Eutritzch, Mui­da, M agdeburgo, Munich, Nurem berg, Pirna, Ober- hausen, Rathenow, Remscheid, Spandau, Stettin, S tu ttg a r t , M ülheim (Ruhr), Brunswick, Breslau, K re fe ld y B rom berg.

La prim era sesión se caracterizó por la alocu­ción de Ernst Meyer, que hizo un resumen his­tórico del Espartaquismo. Después, Liebknecht trató larga y detenidam ente sobre « la crisis del U.S.P.D .». Fustigó sin indulgencia «las continuas indecisiones» de un partido que se m ovía «por caminos trillados por el parlam entarism o» y te­nía «una concepción mecánica y lim itada de la revolución». Desde el 9 de noviembre, las cosas habían em peorado todavía más. Los Comisarios del pueblo independientes fueron cómplices «dé las in fam ias del gob ierno», han «sostenido la campaña de od io contra la L iga Espartaquista ( . . .contribuyendo así) a crear condiciones que han favorecido un desarrollo rápido de las fuerzas contrarrevolucionarias».

Liebknecht pasó a ju stificar el ingreso de los espartaquistas en el seno del U.S.P.D. «Este par­tido todavía era un campo de actividad más que aceptable para ios espartaquistas». Aceptaron en­trar en él para «tra ta r de ganar lo más sano (... ) T raba jo de S ísifo. A los je fes ha sido imposible convencerlos, pero, en cambio, han conseguido la adhesión de numerosas fracciones de base».

Quizá Liebkneoht pecaba de cierto optim ismo cuando d ijo que «las masas saben perfectam entequiénes somos y qué querem os».

Hasta a q u í , los e s p a r ta q u is ta s habían llevado

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246 GILBERT BADIA

a la práctica su program a. A hora lo form ulaban exp líc itam ente:

«D ebem os con stitu ir un nuevo p a rtido autónom o, decid ido a segu ir adelante con audacia, un p a rtido só­lido y hom ogéneo en su teo r ía y en su voluntad , con un p rogram a c laro qu e f i je las m etas y fines, así com o los m edios aprop iados a los in tereses de la revolución m und ia l» °.

N o suscitó discusión alguna. E l Congreso con­sideró que el asunto había sido su ficientem ente debatido la víspera. A s í nació e l Pa rtid o com u­nista de A lem ania {L ig a E spartaqu ista ) (5 ).

E l Congreso, tras haber adoptado «p o r unani­m idad menos un v o to » la m oc ión que resum ía el in form e de Liebknecht, escuchó a Radek, cuyo dis­curso «desencadenó una tem pestad de entusias­m o » y al fina l del cual se decid ió d ir ig ir a la República rusa de los Soviets un caluroso te le­grama.

El Congreso rehúsa participar en la elección de la Constituyente

La cuestión de la partic ipación en las e leccio­nes que se ce lebrarían dos semanas después sus­citó, en la tarde del 30 de d ic iem bre, violentas discusiones. Los dirigentes espartaquistas p recon i­zaban la partic ipación en las elecciones, juzgando que se podría u tilizar la tribuna del Parlam ento para la lucha revolucionaria.

Paul Lev i presentó un in fo rm e en representa­ción de la «C en tra l». E xp licó que hacía fa lta ac­tuar sobre la Asam blea desde den tro y desde fuera. Ciertamente, esta Asam blea «pod ríam os dis­persarla, pero ¿de qué nos serv iría? ». E l poder de la burguesía no sería por ello deb ilitado.

In vocó e l e jem p lo de Rusia, en donde « lo s b o l­cheviques com enzaron por partic ipar en las e lec­ciones».

Este discurso fue in terrum pido en numerosas ocasiones y fue seguido de una apasionada dis-

5. En alemán, Konununistische Paríei Deutschlands ( Spar- takusbtmd). De ahí las iniciales K .P.D .

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L OS ESPARTAQUISTAS 247

usión en la que in te rv in ie ron a lternativam en te p a r t id a r io s y adversarios de la partic ipación .

R ü h l e se p ronu nció p o r e l b o ico t: las masas no lo com prenderían . «N o haríam os sino co labo­rar en los in ten tos qu e s<í hacen de traspasar la r e v o lu c ió n desde l a ca lle al Parlam en to ( . . . ) y, si v e n im o s a h u n d ir la A sam blea naciona l de Ber- lín p o r m i e d o a las m asas, tendríam os entonces que fo rm a r un nuevo p od er en la cap ita l ( fu ertesaclam aciones) » .

R e s p e c to a R o s i W o lfs te in , precon izaba hacer po lvo la A s a m b le a naciona l «m ed ian te la huelga crenera l ( grandes o v a c io n e s )».° Rosa Lu xem bu rgo n o consegu iría hacer que to­dos los congres istas com partieran su punto de vista. D uran te su in terven c ión puso especia l én fa­sis sobre lo s igu ien te:

«E l e jem p lo de R u s ia n o pu ede ser c itado aq u í con ­tra la p a rt ic ip a c ió n en las elecciones. A llí, cuando la A sa m b le a naciona l fu e d isuelta , nuestros cam aradas rusos ten ían y a un go b ie rn o Len in -T rotsk i. N oso tros tod av ía estam os en Ebent-Scheidem ann. E l p ro le ta r ia ­do ruso ten ía tras d e s í una larga h is to r ia de luchas revo lu cion arias . N o s o tro s estam os a l p r in c ip io de la revo lu c ión ( . . . ) D ebem os hacernos la s igu iente pregun­ta: ¿Cuál es e l m e jo r cam in o para educar a las m asas? (. .. ) L o que v eo hasta ah ora es .la inm adurez d e las m a­sas llam adas a d e rro c a r Ja A sam blea nacional. E l arm a con la que el en em igo tra ta de com batirnos, debem os vo lv e r la con tra él.

»P o r una p a rte , os creéis capaces d e d err iba r la Asam blea n ac ion a l en un (plazo d e 15 d ías y , p o r o tra parte, tem éis los resu ltados de las elecciones. Y o no tem o educar a las m asas p ara que ju zgu en en su p rop io va lo r los m o tivo s de nuestra p a rtic ip ac ión en las elec­ciones. V u estra acc ión d irec ta es pos ib lem en te m ás s im ple y m ás cóm oda, p ero nuestra táctica es justa p orqu e tien e en cuenta que el cam in o a re c o r r e r es más la rgo de lo que voso tro s suponéis» 10.

A continuación iron izó sobre el op tim ism o de Rühle: «M u y bon ito , p e ro s irve de m uy poco ».

La decis ión del Congreso era defin itiva . Las opin iones de la m ayoría estaban ya tom adas. En vano, L iebknech t y los o tros dii'igentes esparta­quistas tra ta ron de convencerles sobre la conve­n iencia de p a rtic ip a r en las elecciones. E l Con­

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greso no Ies sigu ió. P o r 62 vo tos contra 23 rechazó la pa rtic ip ac ión en cuestión. La prim era asam blea -de la R epú b lica de W e im a r no tendría n ingún d ipu tado com un ista .

E sta dec is ión d e l C ongreso a la rm ó especial­m en te a C lara Zetk in . T e le g ra fió en segu ida y es­c r ib ió luego a su am iga R osa Luxem burgo . Temía que en B e r lín h u b iera ven c id o una tendencia anarqu ista encabezada p o r Rühle.

L a respuesta de R osa Lu xem bu rgo 11 es d e gran in terés. Se es fu erza p o r asegu rar a su am iga que no hay «q u e h acer una tra ged ia » d e la resolu­ción. Se tra ta s im p lem en te de lo que ha decid ido la «C en tra l», es d ec ir , la d irecc ión del partido . Es ev id en te que, en e l m om en to de escrib ir, en pleno com bate, e l 11 de enero, R osa Lu xem bu rgo no cre ía en la p os ib ilid ad de qu e las e lecciones ge­nera les tu vieran lu ga r una sem ana m ás tarde.

S ob re todo, ca rac te r izó p erfec tam en te e l am ­b ien te de l C ongreso : «N u es tra d erro ta ( la de lad irecc ión qu e p recon izaba la p a rtic ip a c ión ) no ha sido nada m ás qu e la v ic to r ia de un extrem is­m o pueril, en p len a fe rm en tac ión , sin m atices». L a causa p r im o rd ia l de este extreon ism o era la ju ven tu d e in exp erien c ia de los delegados: «N oo lv ides que los espartaqu istas son, en gran parte, una nueva generac ión , sob re la que no pesan las trad ic ion es em 'bru tcoedoras de l “ v ie jo ” pa rtid o (e l P a r t id o soc ia ld em ócra ta ); el p a rtid o ha de pa­sar sus pruebas, y h ay que acep tar e l hecho con sus luces y sus som bras».

S in em bargo , e lla pensaba que se h ab ía p rod u ­c id o un cam b io en e l am b ien te durante e l trans­curso del Congreso. E l rad ica lism o in transigen te fu e ced iendo p oco a poco , p o r lo m enos sobre esta cuestión . «E s ev id en te que se estab lec ió un con tacto en tre noso tros ( la d irecc ión ) y los de le­gados. E n e l m om en to etn e l que, leyen do m i in fo r ­m e, he tocado e l tem a de la p a rtic ip ac ión en las elecciones, h e sen tido a lgo d ife ren te que a l co­m ien zo ».

Es in teresan te a n a liza r m ás deta lladam en te e l d iscu rso que R osa Lu xem bu rgo m enciona en esa carta . R osa tom ó la p a lab ra p o r segunda vez, e l 31 de d ic iem bre , pa ra p resen ta r y com en ta r e l p ro g ra m a . P a rtien d o del M a n if ie s to C om un ista ,

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LOS ESPARTAQUISTAS 249

dem ostró que las m edidas prácticas tomadas en 1848 para pasar a l socia lism o eran todavía actua­les. La socia ldem ocracia alem ana se había orien­tado, desde fina les del s ig lo x ix , no hacia la rea­lización del^ socia lism o, sino hacia la teoría de «las pequeñas re iv ind icaciones». La lucha se l i ­m itaba a l Parlam ento . Esta concepción se hundió el 4 de agosto de 1914.

A c t u a lm e n t e ya no se trataba, com o en E rfu rt, de d istingu ir en tre reivindicaciones inm ediatas y « o b j e t i v o f in a l» ; « e l socialism o es las dos cosas a la vez: es lo m enos que podem os hacer hoy en día». ( In te r ru p c ió n : « M u y b ie n ».)

M ás adelante, R osa Luxem burgo hacía un re­sumen de la situación. Según ella, la p rim era fase de la revo lu c ión estaba finalizando. «E l 9 de no­v iem bre tu vo lu ga r una revo lución rep leta de in­s u fic ie n c ia s y debilidades (. . . ) L o que se produ jo en esos días fue, en sus tres cuartas partes, el hundim iento del im peria lism o actual, niás que la v ic to r ia de unos nuevos p rin c ip ios».

L o ún ico que la revo lución había creado eran los Com ités de soldados y de obreros, y aun así siguiendo e l e jem p lo bolchevique. P o r todo lo demás, e l 9 de n ov iem bre no sign ifica sino el triun fo de la ilusión. L a ilusión de las masas que creían h ab er hecho una verdadera revolución, ilu­sión de E b e rt y sus partidarios que se im agina­ban, u tilizando a los soldados que vo lv ían del f r e n te , que pod rían m antener subyugados a losproletarios.

Estas ilusiones se disipaban ya. «E l gobierno Ebert-Scheidem ann p ierde cada día más el apoyo de las m asas, apoyo del que hasta ahora se be­n e fic iaba ...». L os M ayorita rios iban, por lo tan­to, a te rm in ar con su com edia de socialism o y a m an ifestar a las claras el carácter contrarrevolu­cionario de su p-olítiiea, que . se evidenciaba ya en su p ropos ic ión de e leg ir un Presidente de la Re­pública «q u e está a m itad de cam ino entre el rey de In g la te rra y el Presidente de los EstadosUnidos».L a p r im era fase de la revolución era política. La segunda sería más im portante; consistía en la m od ificac ión de las relaciones económicas e im ­plicaba la partic ipac ión dii'ecta de las masas. «La

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batalla por el socialismo sólo podrá ser realizada por las masas, enfrentándose directamente con el capitalismo, pecho contra pecho, en cada em­presa, cada obrero en sus discusiones con el patrón».

Era una ilusión pretender que bastaba con hacer una revolución para derrocar al gobierno. Esta segunda fase de la lucha que Rosa Luxem­burgo anuncia será, afirmaba, mucho más amp’ ia y más dura. Sin lugar a dudas, Ebert-Scheide- mann deberían ser barridos, ya que la burguesía los encontraría demasiado blandos y preferiría un gobierno netamente contrarrevolucionario.

Aquí, Rosa Luxemburgo abría un paréntesis. A continuación pasó a leer al Congreso los men­sajes que relataban ilos contactos de W innig (6) con el representante británico. W innig parecía es­tar de acuerdo en utilizar, según deseo de ía Entente, las tropas alemanas del B altikum contra los bolcheviques. Estas noticias indignaron al má­xim o a todos los congresistas.

La oradora demostró que no son los esparta­quistas quienes desean reem prender las hostilida­des, como se les ¡había acusado hasta la fecha, sino que eran los socialdemócratas.

A l final de su intervención, Rosa Luxemburgo insistía sobre la necesidad de llevar la revolución al campo. «L a revolución del 9 de noviem bre ha sido una revolución urbana, m ientras que el cam­po no ha sido tocado hasta la fecha (. . . ) Debéis interesaros por él tanto com o por los centros in­dustriales y, al respecto, por desgracia, no esta­mos todavía ni en el princip io del com ienzo». Téngase en cuenta que no habrá socialism o sin agricultura y, p o r otra parte, no debem os olvidar que «e l campesinado (...), por no haber sido tra­bajado hasta ahora, constituye una reserva para la burguesía contrarrevolucionaria».

¿Cuáles eran las tareas inmediatas de los es­partaquistas? D esarrollar el sistema de Consejos, de m anera que pudiera tom arse el poder por la

6. August W innig, socialdemócrata, nom brado comisario del Gobierno para los Países Bálticos, en aquel entonces ocu­pados por el ejército alemán.

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LOS ESPARTAQUISTAS 251

base (en cada pueblo, en cada fábrica) y minar así el poder del Estado. Pero había que comenzar por instruir a los camaradas y proletarios sobre lo que se esperaba de esos Consejos, pues «in ­c lu s o aquí, donde existen Consejos de obreros y de soldados, no se tiene una conciencia clara de sus posibilidades».

De paso, Rosa Luxemburgo ironizaba sobre los viejos métodos socialdemócratas que pretendían convertir a los proletarios en socialistas a base de conferencias: la acción era la m ejor y la única escuela de los trabajadores.

Rosa vo lv ió otra vez a repetir lo dicho la no­che anterior. Puso en guardia a los espartaquistas contra la ilusión de que *la lucha sería fácil y la victoria rápida:

«C reo que os conviene tener bien -presentes las d ifi­cultades y com plicaciones de esta revolución, pues es­pero que la descripción de estas dificultades y los pro­blemas con que tenem os que enfrentarnos no reducirán vuestro ím petu n i paralizarán vuestra energía (...) Lo im portante es tener b ien claro y preciso lo que debe­mos hacer» la.

La exposición, com o se ha visto, no carecía de lucidez y de cora je. Quizá Rosa Luxemburgo, y sin duda alguna el Congreso en su conjunto, sub­estimaban e l arra igo que la socialdemocracia tenía todavía en tre las masas obreras. Es posible que ella pecara de optim ista al decir que los sol­dados ya no se dejaban u tilizar contra los obre­ros. Sin em bargo, se daba perfecta cuenta del peligro que representaban para la revolución ale­mana las tropas del Baltikum , que un año más tarde serían la base del putsch de Kapp. Con los ojos fijo s en R iga, nadie reparó en cómo se cons­tituían los cuerpos francos que días más tarde aplastarían a los espartaquistas berlineses.

Sobre el Congreso disponemos de otro testi­monio, el de Radek.

Él m ism o tom ó la palabra fren te a los delega­dos; en varias ocasiones señaló el entusiasmo y la juventud de los congresistas que querían «es­calar e l c ie lo », que creían que «K a r l y Rosa fre­naban» y que opinaban «que la v ictoria estaba

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muy cercana». Radek apoyó la opinión de Liebk­neoht del siguiente m odo: «L a j u v e n t u d camina con nosotros. Es influenciable, apasionada (...) Las cosas van a ir muy d ep risa »13.

Comunistas e Independientes de izquierda

Durante la segunda quincena de diciembre, las posiciones adoptadas por los Delegados revolucio­narios de Berlín coincidían en su m ayoría con las de los espartaquistas. E l 21 de d iciem bre se d irigieron a la sede disi U.S.P.D. m ediante una moción adoptada en asamblea general, exigiendo, como los espartaquistas antes y en térm inos aná­logos, « la convocatoria de un congreso para fina­les de diciembre, lo más tarde», la dim isión in­mediata de los m inistros independientes y ana campaña electoral dirigida contra los M ayorita­rios. Además, estaban dispuestos a rea lizar una campaña «antiparlam entaria» y practicar una polí­tica revolucionaria «sin concesiones n i com pro­m isos»

Este texto, que muchos espartaquistas estaban dispuestos a firm ar, fue íntegram ente publicado en D ie R o te Fahne.

La cuestión era si los Delegados revoluciona­rios se adherirían en bloque al nuevo partido. Según parece, Liebknecht, que gozaba entre ellos de gran popularidad, así lo esperaba. Cuando el día 31 Pieck anunciaba que se iban a entablar conversaciones, propuso al m ism o tiem po suspen­der la sesión que en aquel m om ento se celebraba «durante m edia hora para tratar de lleva r a cabo la rubificación» \ De esto se desprende que a Pieck le parecía que la discusión sería breve y fácil.

Sin embargo, los Delegados revolucionarios se hallaban divididos. Hom bres com o R ichard ' M ü­ller, que se consideraban a sí m ism os com o los artesanos de la revolución, d ifíc ilm ente aceptarían ingresar en un partido ya constituido, con un pro­grama, con sus propios cuadros, y en el seno del cual no desempeñarían roles de prim era im portan­cia. Designaron una com isión de 7 m iem bros, en­tre. los que figuraban R ichard M üller, Ledebour, Dáumig, Now akow ski (lo que indica que de hecho

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se trataba de un debate entre espartaquistas e In ­dependientes de izquierda).

La delegación negoció durante casi dos días, el 31 de d iciem bre y el 1 de enero. N o se llegó a un acuerdo . La delegación exigía que el Congreso se retractara de su decisión de no presentarse a las elecciones generales, y pedía también partici­par, con igualdad de derechos, en los trabajos de la com isión redactora del program a del parti­do; tam bién pedían que, en la denominación del nuevo partido desapareciera toda referen­cia a Espartaco. Todas -estas reivindicaciones parecieron inaceptables a los espartaquistas, que, a su vez, propusieron a sus interlocutores so­meterlas a una asamblea general de los De­legados revolucionarios. Sin duda, esperaban que la asam blea desautorizada a la delegación. Sin embargo, los Delegados revolucionarios se pro­nunciaron p o r la participación en las eleccio­nes p o r 26 votos contra 16 y reclam aron por 35 votos contra 7 la paridad en la com isión encargada de elaborar el program a y la táctica de la nueva organización. Esta exigencia se expli­caba p o r lo siguiente: en Berlín , los Delegados revolucionarios tenían más influencia en las ma­sas que los espartaquistas, pero su organización era prácticam ente nula en provincias. E l congre­so del Partido comunista, por el contrario, era nacional. N o pod ía por lo tanto con fiar los des­tinos de un nuevo partido a m ía com isión en donde los no espartaquistas berlineses habrían te­nido tanta im portancia com o todos los esparta­quistas de la capital y provincias juntos.

Pero incluso cuando rendía cuentas a l Con­greso del fracaso de las conversaciones, L iebk­necht, que criticó duram ente a R ichard M üller, ya que según él hablaba com o un representante del Vorw arts (e l d iario acusaba a los espartaquistas de putschistas), así com o a Ledebour, a quien acu­saba de ser «un fanático enem igo de los espar­taquistas», e logió en cam bio a. los Delegados re­volucionarios en térm inos totalm ente inequívocos:

«Y a he reca lcado de fo rm a b ien clara que los D e­legados revo lu cionarios de l Gran B erlín son los m e jo ­res y m ás activos elem entos del p ro le ta r iado berlinés.

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Dejan, m il veces atrás a esos bonzos que constituyen los cuadros d e l U.S.P.D. Son dignos de toda nuestra confianza y el trab a jo en com ún con ellos constituye para m í uno de los cap ítu los m ás esperanzadores de nuestra activ idad p o lít ica . S in em bargo, y lam entán­dolo m ucho, no debem os hacernos ilusiones; no todos están situados a la extrem a izqu ierda de la clase obrera revo lu cionaria » 1T.

Liebknecht opinaba que las tom as de posición de los Delegados revolucionarios eran « la conse­cuencia de cierto cansancio no del todo in ju sti­ficado». E l Congreso vo tó p o r unanim idad la re­solución siguiecnte:

«E l p r im er Congreso del K .P .D . constata con pesar, según el in fo rm e del cam arada L iebknecht, que algunos m iem bros d e l P a rtido independiente, 'hoy en p lena de­cadencia, y que parecen ju ga r a ser extrem istas, tratan de crear con fusión entre las filas de los Delegados re ­vo lucionarios, tu rbar la a lianza rea lizada en B erlín en tre los espartaquistas y los D elegados revo lu cionarios y poner obstáculos al desarro llo de nuestro partido en B erlín (7 ).

»E1 Congreso declara que el P a rtid o com unista a le ­m án no se d e ja rá in flu en c iar p o r esas m aniobras. Sa­luda a aquellos delegados que en aipretadas filas se han situado b a jo la bandera de la revo lu c ión m undial, que nuestro p a rtido es el único en m antener izada en A le ­m ania.

»E I Congreso está seguro de que las masas del p ro ­le tariado revo lu c ion ario del G ran B erlín , a la h ora de e leg ir en tre el P a rtid o com un ista y el P a rt id o socia l­dem ócrata independien te, se p ronunciarán a nuestro fa v o r » ls.

Esta esperanza se rea lizaría , pero sólo en par­te y más adelante. De m om ento, incluso en B e r ­lín, el p ro le ta riado no v e ía m uy c lara la situación. Muchos de ellos, hostiles al apaciguam iento y al com prom iso de H aase o de Kautsky, escuchaban a Ledebour y todavía dudaban en unirse a l nuevo partido, cuya agitación , a lgo desordenada, les asus­taba. H ab rá que esperar hasta el o toño de 1920 y el Congreso de Hialle para que se op ere tota l-

7. Aquí, sin lugar a dudas, se re fe r ía a Ledebour y R ichard M üller.

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mente el cam bio del que habla la resolución. Sólo entonces, las masas propietarias que seguían al U.S.P .D . se pasarán a las filas del Partido co­munista.

E l fracaso de la fusiója no sign ificó e l fin de la co laboración entre comunistas y Delegados re­volucionarios. Liebkneoht, partidario de mantener 01 fren te an tim ayoritario , h izo precisar que « la d irección (com unista ) debe seguir, com o en el pasado, fac ilitando que se consolide la unión de com bate con los Delegados revolucionarios y que se diluyan los obstácu los que se oponen a su ad­hesión al Partido com u n ista »10. E l Congreso lo aprobó unánim em ente.

P o r o tra parte, hay que destacar que en los días inm ediatos, especialm ente durante la semana sangrienta, L iebknech t contactó casi permanente­m ente con el representante de los Delegados re­volucionarios (Soho lze ) y con Ledebour, pensando incluso en la pos ib ilidad rea l de derrocar el go­b ierno de E bert y tom ar el poder con ellos.

E l Congreso hab ía dedicado largos debates, du­rante la m añana del 31 de diciem bre, a cuestiones sindicales. H ab ía m andado un m ensaje de adhe­sión y apoyo a los huelguistas de la A lta Silesia y denunciado las m aniobras del gobierno y de los d irigen tes sindicales, enem igos de las huelgas y de la socia lización .

R especto a la hostilidad hacia la burocracia sindical, todos ‘estaban de acuerdo. E l acuerdo era tam bién to ta l sobre la necesidad de con fiar d i­rectam ente a los Consejos obreros, en cada em­presa, la cuestión sindical. Una parte de los de­legados iba todav ía más lejos. Paul Frolidh, de H am burgo, dando a entender su punto de vista, lanzó la consigna: «¡D estruyam os los sindicatos!».

P recon izaba la fo rm ac ión d e grupos de fábrica encargados d e rea liza r al m ism o tiem po la lucha po lítica y la lucha económ ica. H eckert y Rosa Lu­xem burgo se opusieron a este punto de vista: «E s­tim o errónea la p roposic ión de los camaradas de H am burgo en el sentido de constitu ir organizacio­nes económ ico-políticas aisladas», m anifestó. «E n m i op in ión , las tareas y funciones de los sindica­tos deben ser tom adas en sus manos por los Con-

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sejos de obreros.» Y, en su informe de clausura, el ponente concluyó en sentido parecido: «Debe­rnos seguir la lucha sobre el terreno político, mientras que los obreros, a través del canal que les ofrecen los Consejos de fábrica, y con todo nuestro apoyo, tomarán las medidas económicasdirectas»

Bl Congreso terminó la discusión con la redac­ción de un texto. Encargó el preparar más concretamente su estrategia a una comisión de 25 miembros, 5 designados por la dirección, 16 por los grupos de provincias y los restantes por las mujeres, los jóvenes y «los soldados ro jos».

Juventud entre los espartaquistas

E l Congreso revelaba la impetuosidad de los participantes. La juventud era una de las caracte­rísticas del nuevo partido, que también «debe de pasar su s a r a m p ió n in fantil». E l ímpetu, el cox-a- je , la p a s ió n , etc., no siem pre eran capaces de sustituir la necesaria lucidez del m om ento ni el contacto indispensable con las masas.

E l cambio de nom bre no había transform ado la naturaleza del más revolucionario de los par­tidos políticos alemanes. Dicho de otro m odo, e l Espartaquismo no ise detuvo el 31 de d iciem bre de 1918, sino que prosiguió con sus cualidades y de­fectos ba jo el nom bre de Partido oo-munista, el cual conservó durante mucho tiem po, tras las iniciales del K.P.D., la gacetilla «L iga Esparta­quista».

La m uerte de Rosa Luxem burgo y K a r l L iebk­necht y, algunos meses después, la de L eo Jogi- cihes, destrozaron al Espartaqu ism o y a l jo ven K.P.D., pero no fueron el fin a l de una época.

En opinión de Lenin, la fundación del P artid o comunista alem án rev istió una im portancia ca­pital:

«Cuando la Liga Espartaquista, conducida por sus brillantes líderes, conocidos en todo el mundo, esos fieles paladines de la clase obrera que son Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y Franz Mehring, rom ­pió toda relación con socialistas del tipo de Scheide­mann y Südekum (...), cuando la Liga Espartaquista tomó el nombre de Partido comunista de Alemania, en­

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tonces la fundación de la I I I Internacional, de la In te r ­nacional Com unista verdaderamente proletaria, verda- ■ deramente internacional, verdaderamente revoluciona­ria, se convirtió en un hecho »

Las reticencias de los espartaquistas respecto a la nueva Internacional, que se habían manifes­tado en la Conferencia de Zim m erwald y Kienthal, no se habían disipado. E l Congreso condenó sin lugar a dudas las tentativas de los M ayoritarios y los Independientes de vo lver a rev iv ir la I I In ­ternacional: «Los traidores del 4 d e agosto de1914, que, durante 'los cuatro años de guerra, han sido los soportes activos de l capitalism o en su país, han estrangulado la lucha de c la s e s y vio lado las ideas socialistas, han perd ido el derecho a ha­b lar en nom bre de la In ternacional obrera».

Sin em bargo, expresaban desconfianza hacia toda conferencia. Lo que im portaba en prim er lugar era la acción revolucionaria en cada país.Y de esta acción nacería, no se concretaba cómo, la nueva organización. «E l fu turo no pertenece a una In ternacional de congresos y resoluciones, sino a una In ternaciona l de la acción revolucio­naria » conclu ía la m oción en unos térm inos que recordaban singularm ente lais fórm u las ya u tiliza­das en las «C artas p o lít ica s » (8).

8. V er al respecto el captítulo V .

NOTAS

1. El texto de la alocución de Rosa Luxemburgo aparece re­producido en el diario de los Independientes, Die Freiheit, n.° 57, del 16 de diciembre de 1918. Cf. igualmente Dokumen- te..., ob, cit., I I , 2, pág. 605.

2. Id. pág. 607 (y en el mismo número de Dia Freiheit).3. Gilbert Badia, Les Spartakistes..., ob. cit., pág. 183.4. La mayor parte de la información que se facilita sobre

este Congreso proviene del documento publicado poco después de celebrarse: Bericht iiber den Gründungsparteitag der Kom- munistischen Partei Deu.tschla.nds (Spairtakusbund) vom 30 De- zember 1918 bis 1. Januar 1919, que no lleva indicación algu­na sobre la fecha o el lugar, publicado en Berlín en 1919. Lo esencial ha sido publicado en la obra de André y Dori Prud- .hommeaux Spartacus et la Commune de Berlín, 1918-1919 págs. 39-63 (que citaremos bajo la referencia: Prudhommeaux, Spar-

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tacas...) Hemos traducido 3a mayor parte de la^ textos

citados-5. Citado en Dokumente..., ob. cit., I I , 2, pág. 647. (Pub li­cado en el número del 24 de diciembre de Die Rote Fahne.)

6. Pub licado en D er K o m m u n is t , Dresde, n.° 6, 13 de ene­ro de 1919. R eproducido en D o k u m e n te .. . , ob , cit., II , 2, pág. 653.

7 . Ver en «Documentos», tomo I I de la presente obra,págs. 128-129.8. Todas nuestras citas han sido extraídas del artículo de Johann Knief titulado: Spartakus und w ir (Espartaco y nos­otros). Der K o m m u n i s t , n .° 1, 1 de enero de 1919.

9. Bericht über den G r ü n d u n g s p a r t e i t a g . . . , Cf. igualmente Pruclhommeaux, S p a r ta cu s ..., ob. cit., págs. 40-42.

10. Id ., págs. 45-50.11. Gü-bert Badia, Les Spartakistes..., ob. cit., págs. 277-230.12. Todas nuestras citas han sido extraídas del folleto de

Rosa Luxemburgo titulado Rede zum Programm, Berlín , 1919, 26 páginas. Traducción francesa en Prudhommeaux, Sparta­cus..., ob. cit., págs. 65-88.

' 13. V er en «Documentos», tomo I I de la presente obra,pág. 130.14. D o k u m e n t e . . . , ob. cit., I I , 2, pág. 645.

19. Id ., Prudhommeaux, Spartacus..., ob . cit., pág. 63, D o - hommeaux, Spartacus..., ob. cit., pág. 58.

16. Id ., pág. 62.17. Id ., págs. 61-62.18. Bericht über den Gründungsparteitag..., ob. cit., Prudom -

meaux, Spartacus..., ob. cit., 63. Original reproducido en D o ­kumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 694-695.

19. Id ., Prudhommeaux, Spartacus..., ob, cit., págs. 63, D o ­kumente..., ob. cit., pág. 695.

. 20. Bericht liber den Gründungsparteitag..., ob. cit., P ru d ­hommeaux, Spartacus..., ob. cit., págs. 53-56.

21. Lenin, Obras, tomo 28, « Carta a los obreros de Europay Am érica», pág. 451.

22. Bericht über den Gründungsparteitag..., ob. cit., P rud ­hommeaux, Spartacus..., ob. cit., pág. 60.

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X V I. LA CAM PAÑ A ANTIESPARTAQ U ISTA

E l h is to r iad o r a lem án K o lb tiene razón a l se­ñalar que, en los p rim eros tiem pos, la im portan ­cia de los espartaqu istas fu e sobreestim ada por los h is to r iadores \ N oso tro s pensam os que hoy, p o r e l con trario , com o reacción , m uchos h is to r ia ­dores de A lem an ia occ iden ta l — p o r razones m uy diversas, no s iem pre ausentes d e m o tivos p o lít i­cos dem asiado actuales, conscientes o no— tienen tendencia a m in im iza r e l pape l del E spartaqu is­m o, p o r no c ita r a los que em pleando los m ism os lem as an tiespartaqu istas de hace 50 años p re ten ­den red u c ir la acc ión de aquéllos a una s im p le consp irac ión de e lem en tos ex tran jeros , en su m a ­yo r ía ju d ío s (1 ).

I>e hecho, esta p rop agan d a an tiespartaqu ista com en zó p ron to , in clu so antes de l n a c im ien to del g ru po E spartaco . Se atacaba p r im e ro a L ieb k n ech t

1. E sta es la opin ión del genera l G roener, la de au tores franceses com o Benoist-M éch in y R iv a u d ,. y la de l h is to r ia d o r alem án H eidegger, etc.

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y su negativa de aprobar los créditos, dentro mis­mo de las filas de la socialdemocracia, califican­do su posición de «galimatías anaroo-socialdemó- crata» y su gesto de «quijotism o ridículo de individuo aislado».

A l ser juzgado en 1916 recibió numerosas car­tas anónimas amenazándole. A l respecto, existe un expediente muy com pletoa: sus corresponsales le trataron de «villano impúdico». Y le prometieron «cien bastonazos diarios». Una de esas cartas es­taba dirigida «a l judío Liebknecht», mientras que otra le juzgaba así: «Es usted un cerdo; no llega ni a la categoría de inglés».

Estas cartas son las prim eras manifestaciones de una campaña que se iría ampliando desde las primeras semanas de la Revolución de noviembre.

La campaña en cuestión no matizaba en abso­luto. La asim ilación del bolchevism o perm itió atri­buir a los espartaquistas alemanes ©1 deseo de orear en Alem ania la situación reinante, o que se decía que reinaba, en Rusia y que, desde luego, se describía de la m anera más som bría: hambre, m iseria, caos.

Kautsky se opuso tenazmente durante todo el año 1918 a la dictadura bolchevique, presentando a los socialistas com o defensores de la democra­c ia 3. E l V orw arts del 21 de octubre de 1918 hace suyas esas ideas en un ed itoria l que no de ja lugar a equívocos: «L a Revolución Rusa ha acabado con la dem ocracia y la ha sustituido por la dicta­dura de los Consejos de obreros y de soldados. E l S.P.D. rechaza de p lano y sin ambigüedades la teoría y los m étodos bolcheviques en lo que respecta a A lem ania y se declara en fa vo r de la dem ocracia » *. Así estaban de claras las cosas: Espartaquism o y bolchevism o eran la dictadura; Ebert, Scheidem ann y N oske eran la dem ocracia. Este esquem a sim plista e inexaoto será repetido con m achacona insistencia ante la m ayoría de los alemanes.

E n un fo lle to e lectora l ed itado a prim eros de 1919 p o r los partidos de derecha, K a r l L iebknecht es presentado com o un fan toche gesticulante, con un revó lv e r en la m ano derecha y un puñal en la izqu ierda, m ientras que a su lado aparece esa «a rp ía aullante», con su nariz incon fundib le: Rosa

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LOS ESPARTAQUISTAS 261

L u x e m b u rg o , q u ien con su p u n o izq u ie rd o am en a ­za a en em igo s in v is ib le s , m ien tra s q u e en. su m a n o d erech a so stien e u n a g ra n a d a .

Que desde lu ego hubo cam paña es innegable.En un artículo lleno de mordacidad y sarcasmo, de fecha 18 de noviembre, Rosa Luxemburgo es' cribe lo siguiente:

«En Spandau, Liebknecht asesinó a doscientos o fi­ciales.

»En Spandau, Liebknecht fue asesinado.»Los espartaquistas han asaltado e l Marstall (edi­

ficación m ilita r situada en U nter den L inden).«Los espartaquistas, armados de ametralladoras, han

intentado penetrar en el inmueble del B erliner Tage- blat (gran d iario burgués).

«Liebknecht se dedica al p illa je de tiendas.»Liebim echt distribuye dinero entre los soldados

para incitarles a la contrarrevolución.»Los espartaquistas se aproximan al Parlamento.

Ante estas noticias, e l grupo parlamentario del Parti­do popular progresista, que participaba en la sesión, es presa del pánico, y la honorable asamblea se dispersa abandonando som breros, paraguas y otros preciosos ob jetos casi irreem plazables en los tiempos que corren.

»E s así cóm o desde hace una semana circulan por B erlín los rum ores más disparatados sobre nuestro m ovim iento. S i un cristal se rom pe en algún lugar, si un neum ático exp lota en un rincón de la calle y un pe­queño burgués sien te cóm o se le ponen de punta los cabellos .y se le h iela la sangre, m ira a su alrededor asustado y exclam a: “ ¡Deben de ser los esparta­quistas! ” .

«V arias personas se han d irig ido a Liebknecht su­plicándole que h ic iera una excepción con sus maridos, sus sobrinos o sus tías, en v ista de lo que los esparta­quistas pensaban hacer... ¡H e aquí lo que ha sucedido durante e l p r im er año, e l p rim er mes de la gloriosa revo lución a lem ana !» °.

Luego, R osa Luxem burgo saca conclusiones m uy claras e interesantes sobre tales m anifes­taciones :

«D etrás de esos rum ores, esas fantasías ridiculas, esas aún m ás rid icu las h istorias sobre bandidos y esas m entiras indecentes, se esconde algo m uy serio; todo e llo responde a una c lara prem editación . La cam ­paña d e exc itación está d ir ig id a sistem áticam ente. T o ­dos estos rum ores se fo r ja n y son puestos en circu­

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262 GILBERT BADIA

lación con. ob jetivos muy procisos. Lo que se pretende es crear un c lim a de pánico entre la pequeña burgue­sía con la ayuda de esas historias, alterar la opinión pública e in tim idar y desconcertar a los obreros y sol­dados. Se está tratando de crear un am biente de p o ­grom- pai-a apuñalar políticam ente al m ovim iento es- partaqu ista antes de que haya pod ido dar a conocer su po lítica y sus ob je tivos a las m asas» °.

Y el 24 de noviem bre, Rosa concreta:

«E l órgano cen tral de la socialdem ocracia depen­d iente (as í designaba R osa a los M ayoritarios ), el V orw arts , es ahora e l órgano central de la batida con­trarrevolucionaria que se organiza contra los espar­taquistas.

»E1 Com andante de B erlín (W els ) da a sus patrullas órdenes, arm as y balas para oponerse a im aginarios “ golpes de m ano” espartaquistas. E n tre los soldados, los satélites de W els y com pañ ía trataban de lanzar a los elem entos m enos lúcidos con tra L iebknecht y sus am igos. Se nos envían cartas am enazadoras continua­m ente...»

Es interesante rem arcar las fechas, 18 y 24 de noviem bre, una o dos semanas después de la fo r­m ación del gob ierno de los Com isarios del pue­blo. E l 30 de octubre, el je fe de po lic ía de Berlín , en su in form e, negaba a los espartaquistas, m uy débiles en su opinión, la posib ilidad de em prender acciones de im portancia. Dos semanas más tarde estarán p o r todas partes, com o gnom os m alignos surgidos de la tierra , pululando sobre el cadáver de una inocente A lem ania in justam ente derrotada.

Los ¡motivos de la campaña

E l análisis del Espartaqu ism o, o sea, e l ju ic io que se puede em itir sobre esta corrien te política , presenta serías d ificu ltades, incluso h oy en día, deb ido a la v io len c ia de la cam paña hostil que provocó. A pa rtir de nov iem bre de 1918, desde la socia ldem ocracia hasta la extrem a derecha, se desató, exp lotó, p o r así decirlo , una v io lencia inusi­tada. E l E spartaqu ism o apareció de repente con­vertid o en e l responsable esencial, cuando no úni­co de las desgracias que aquejaban y, sobre todo, que am enazaban a A lem an ia ; fu e visto , representa­

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do y descrito a través del prisma deformador de una campaña de prensa que hizo pooos esfuerzos por ser objetiva. E l Espartaquismo se convirtió en un espectro que acosaba a Alemania. Se le confun­día con el bolchevism o' (es esta última palabra la que al princip io fue más usada) para designar todo m ovim iento, toda acción calificada como sub­versiva. Se hizo de Espartaco un m ito al que se daba más im portancia de la que realmente tenía, con el propósito deliberado de que a la larga se transfigurara para la m ayoría de los alemanes en un m onstruo real.

Dos razones principales influyeron en este pro­ceso. En prim er lugar, había que dar una explica­ción de cóm o y por qué el coloso alemán, con su celosa burocracia sus estructuras políticas y su patriótico e jército , se había esfumado en pocos días; era urgente encontrar una cabea de turco, un responsable de tal hundimiento.

En segundo lugar, era de gran utilidad a todas las fuerzas reaccionarias polarizar el resentimien­to y el od io sobre un enemigo único. En esa épo­ca, de grandes transform aciones políticas e ideo­lógicas, en m om entos en que un mundo que se creía indestructibles vacilaba, es lógico que se die­ra. fác il créd ito a los rumores y a las leyendas. Los m edios de in form ación de masas eran to­davía lim itados. La rad io casi no existía, a efec­tos prácticos. Los periód icos tenían una difusión restringida. Las comunicaciones eran lentas e irre­gulares. Las octavillas, los folletos, los panfletos y las noticias oralm ente propagadas eran todavía los m edios de in form ación más importantes. Fue­ron em pleados a fondo para concentrar sobre los espartaquistas los ataques más terribles. Se les llegó incluso a achacar crímenes que nunca ha­bían soñado com eter.

A princip ios d e diciem bre, un ta l Stadler fundó en B erlín un «Secretariado general contra el_ bol­chevism o», que rec ib ió considerables subvenciones en m etálico. E l banquero H elfferich le regaló 5.000 marcos y F ried rich Naumann ie prestó 3.000 mas. M uy pronto, si dam os créd ito al prop io Stadler, los grandes industriales, con Stinnes a la cabeza, recogerían 500 m illones de marcos destinados a

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ese o rgan ism o d ed icad o a «e s tu d ia r y c o m b a tir al b o lch ev ism o » s.

Soldados y obreros afectados

Fue la prensa la encargada ele llevar a cabo la campaña. N o olvidemos que, en definitiva, se tra­taba de lia prensa de l I I Reich y que, por lo tan­to, era totalmente libre. La m ayoría de los perió­dicos fueron durante casi 4 años partidarios de una política anexionista hasta las últimas conse­cuencias. Si hemos de creer lo que decía Eisner, sus dudas sólo duraron una semana, ya que en seguida vo lv ieron a las m ismas consignas y lemas de siempre.

Eisner insistía sobre e l tem a en su discurso a los Consejos de obreros de Munich, el 28 de no­viem bre, recalcando especialm ente la m ala fe de la prensa, que desnaturalizaba los hechos sistemá­ticamente. Los periódicos habían em prendido una campaña de psicosis:

«E n este m ism o instante encontraréis la prensa llena de in form aciones sobre los designios de la Entente. Tan p ron to -se d ice qu e la E nten te va a entrar en B er­lín com o que está en M unich, o que bandas negras devastan el P a la t in a d o »8.

E l orador dem uestra los verdaderos propósitos de esta campaña:

«S i la iprensa continúa d ifund iendo esas notic ias fa l­sas y p rom ov ien do toda esa exc itación con tra la E n ­tente, no creáis que lo hace p o r d ivers ión , sino con e l fin de que la op in ión púb lica o lv id e a los verdaderos culpables de la actual s ituación en A lem ania, y que el pueb lo desv íe sus iras hacia e l e n e m ig o »10.

K u rt E isner se d ir ig ía a los soldados bávaros dos días más tarde y lo hacía en los siguientes térm inos:

«A d m iro la va len tía de la prensa qu e tod av ía se a treve hoy en d ía a p rosegu ir con la m ism a m iserab le tarea que ha llevado a cabo durante 4 años y m ed io ; p ero todavía adm iro m ás a las masas, al púb lico , que sabe perfectam en te , incluso en la a ldea m ás recónd ita , que ha s ido engañado p o r esa prensa du ran te estos 4

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LOS ESPARTAQUISTAS265

a f.o s y m ed io , lo cua l, según parece , n o es inconve ­n ien te p a r a q u e con tin úe actuan do d e l a m ism a m a ­n e ra . S o y consc ien te de lo q u e m e e sp e ra s i m e e n ­fre n to co n e sa o la g igan te q u e es la p ren sa . N o l ia b rá p e rd ó n p a r a m í; e sa b a n d a d e s in vergüen zas sab en p e r fe c ta m e n te q u e están d e fen d ien d o su p e lle jo . E n se­t ie m b re d e 1914 estu ve en B e r l ín y p a r t ic ip é en la s reu n io n es d e l a p<rensa; s é m u y b ie n có m o se fa b r ic a la o p in ió n p ú b lic a . T o d o s e s to s señ o res s e r e u n ía n y u n re p re se n ta n te c u a lq u ie ra d e l m in is te r io d e A su n to s E x te r io re s o d e l G .Q .G . v e n ía y les d e c ía lo s igu ien te : ¡S e ñ o re s , o p in o y c r e o q u e m a ñ a n a y p a s a d o m a ñ a n a

e s c r ib ire m o s t a l o c u a l c o sa en l a p r e n s a ! ... A l m o m e n ­to, en to d a la p r e n s a d e A le m a n ia a p a re c ía lo m ism o . H e a q u í la o p in ió n p ú b lic a . A s í es c ó m o se fa b r ic a b a y se f a b r i c a l a o p in ió n p ú b l i c a » XL.

Por otra parte, el gobierno de Baviera no te­nía ningún d iario ( lo m ismo sucedía con e l Co­m ité ejecu tivo de los Consejos berlineses); en consecuencia, se ve ía ob ligado a exponer y dar a conocer sus ideas y decisiones oralmente. En Mu­nich consiguió hacerse oír, pero su voz no lle­gaba más allá de los muros de la capital. En cam bio, y p o r tem or a atentar contra la liber­tad recientem ente conquistada, dicho gobierno se negaba a sancionar a los diarios que ignora­ban decisiones surgidas del poder de la revolu­ción. L om ism o sucedía en todo e l Reich, ya que ni uno solo de los d iarios reaccionarios dejaba de aparecer, puesto que gozaban de las máximas libertades.

E l m ism o E isner no podía refu tar por escrito, por no d isponer de un periódico, las calumnias difundidas sobre su prop ia persona: una octavilla exp licaba que su verdadero nom bre no era Kurt E isner, sino ¡Salom ón Kuchinski!

¿Qué es lo que en realidad se pretendía con esta cam paña? S im plem ente, crear el m ito de una bonachona A lem an ia v íc tim a de agitadores apá- tridas, los bolcheviques, los espartaquistas. «Los bo lchew ik i — escrib ía E isner irónicam ente— , he aqu í e l coco, e l gran pe ligro que nos amenaza».

Las nueve décim as partes de los m edios de in­fo rm ac ión básicos estuvieron durante este período en m anos de la burguesía y de la contrarrevolu ­ción.

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266 GILBERT BADIA

Las a u to r id a d e s m ilitares también participaban activamente en esta campaña antiespartaquista. E l Consejo de soldados del IV ejército, por e jem ­plo, difundía, el 20 de noviem bre, m ía octavilla en la que se mostraba la diferencia entre la discipli­na de los soMa-dos, el retorno m etódico y organi­zado d e l ejército, su deseo de construir «nuestra nueva patria alem ana» y el «bolchevik-type»:

«¿Sabéis qué es un bolchevique? Un bolchevique es un hombre que quiere la revolución ... por la revolu­ción; un hombre que, con el fin de enriquecerse mediante el robo y el pillaje, lo destruye todo, tanto lo bueno como lo malo, con tal de que pueda aprove­char la ocasión para saquear. Para el bolchevique sólo cuenta un ser: él mismo. Que su camarada se muera de hambre a su lado, ¿a él qué le importa? En el fon­do está dispuesto, si hace falta, a quitarle su último mendrugo de pan».

Toda la octavilla estaba escrita en el m ism o tono. Una frase m ostraba claram ente que bolche­vique era sinónim o de espartaquista.

«Es asi cómo sucedió en Rusia y así sucedería tam­bién en nuestro país si los bolcheviques tomaran el poder (...) Vigilad (...) y si los bolcheviques se dirigen a vosotros, mostradles que sois hombres de verdad, hombres de libertad y de orden, y no hienas de la re­volución»

E l Consejo de soldados del V I I I e jé rc ito quiso constitu ir una D ivisión b lindada «pa ra im pedir, con las armas en la man-o, que la m area bolche­vique inunde A lem an ia » 1S.

E l delegado del Consejo de soldados del e jé r ­cito alem án del este (fren te ruso) declaró 'lo si­guiente al Com ité e jecu tivo berlinés: «T am b ién en nuestra casa, en el fren te del este, abunda la op i­nión de que hay que e lim in ar a los espartaqu is­tas». A finales de mes, al conocerse la entrada en B erlín de las tropas, los m iem bros del Com ité e jecu tivo se preguntaban si los soldados no ha­rían uso de las arm as: «E l m iedo a l bolchevism o, que según los periód icos que reciben está a pun­to de tom ar e l poder, puede llevarles a com eter barbaridades»; y un delegado, Cohén, con firm ó el adoctrin am ien to de esas tropas: «L a s tropas sólo

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LOS ESPARTAQUISTAS 267

saben una cosa: deben obedecer al gobierno deEbert-Haase y acabar con el grupo Espartaco»1*.

E l 6 de diciembre, los soldados ocuparon las oficinas del d iario espartaquista D ie Rote. Fahne y trataron de detener á Liebknecht. E l diario des­cribía los hechos al día siguiente:

«Los soldados no son los culpables (. .. ); son sim­plem ente las tristes y lastim eras víctim as de los exci­tadores ( . . . ) que han organizado una campaña anties­partaqu ista sistemática, creando una guardia blanca com puesta p o r suboficiales que han difundido en Berlín un verdadero am biente de pogrom , agitando el “ espanta jo” b o lch ev iqu e »1E.

Sabemos, a través de cartas de Rosa Luxem­burgo, que ella m isma, en varias ocasiones, lo m ism o que Liebknecht, fu e invitada, por voces oficiales, a m antenerse vigilante del acecho de asesinos a sueldo.

En diciem bre, la -campaña se tornó todavía más violenta. Una octavilla , sin feoha, posterior al 24 de d iciem bre, describe lo que ocurriría si los es­partaquistas llegaran a tom ar el poder:

«E l Reich se disolvería (...), cundiría la secesión entre las provincias (...), Berlín pasaría hambre, Berlín tendría frío. La guerra civil, el terror y la anarquía se apoderarían de nuestro país (...) La Entente no firma­ría la paz (...) y no nos enviaría víveres. Las fábricas se detendrían como sucede en Rusia desde hace un año (...) ¿Qué nos traerían de nuevo Liebknecht y compa­ñía si llegaran al poder?

«Respuesta: el hambre, la muerte, el fin de Alema­nia» le.

Un pasa je de la conclusión del program a es­partaquista, presentado por Rosa Luxem burgo en el Congreso de fundación del Partido comunista, m uestra la am plitud del antiespartaquism o y sus resu ltados:

«...Pox’que constituye la conciencia socialista de la Revolución, la Liga Espartaquista es odiada, calum­niada y perseguida por todos los enemigos secretos y conocidos de la revolución y del proletariado.

» ¡Clavad a Espartaco en la cruz!, gritan los capita­listas teniblando por sus cajas de caudales.

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268GILBURT BADIA

» ¡C la v ad lo s en la c ru z !, g r ita n lo s p eq u e ñ o s b u r g u e ­ses lo s o fic ia les , lo s an tisem ita s , lo s la cay o s d e la p ren sa b u rg u e sa , tem b la n d o p o r la s c h u lc t a s q u e re c i­b e n com o rec o m p e n sa p o r la d o m in a c ió n d e c la se d e laburguesía. .

» ¡Clavadlos en la cruz!, repiten como un eco parte de las capas de la clase obrera, a la que se engana y se la que se sirven, y los soldados que no saben O*152 se están matando a sí mismos al atacar a la Liga Es-, partaquista.

»En este odio, en estas calumnias, se mezcla la voz de todos los elementos contrarrevolucionarios, hostiles al .pueblo y al socialismo, de todos los elementos sucios y sospechosos que en el fondo temen a la claridad de la lu z »17.

N ó tese la con fes ión del penú ltim o p á rra fo : la cam paña an tiespartaqu ista ha a fectado no só lo a los soldados — ya lo sab íam os— , sino tam bién a «p a rte de las capas de la c lase ob re ra ». C óm o iba a ser de o tra m anera si en esta cam paña los M ayorita r ios eran los p r im eros en pa rtic ipar, y en tre n ov iem b re y d ic iem b re de 1918 todav ía e je r ­c ían in flu encia sobre un sec to r m u y im p ortan te de la clase ob rera alem ana.

Es m uy ca racterís tico quie en los com bates ocu rridos durante enero en B erlín , e l ún ico ene­m igo dec larado fuese e l gru po E spartaco . C om o verem os m ás adelante, e l o r igen de esos com ­bates fu e el n om bram ien to , com o p re fe c to de po lic ía , de un m iem b ro dé l U.S.P.D., y los l la ­m am ien tos revo lu c ion arios aparecían en un p r in ­c ip io firm ad os p o r un C om ité que in c lu ía tres o r ­gan izaciones, a saber: Independ ien tes , D elegadosrevo lu c ionarios y Com unistas, hasta e l d ía en que estos ú ltim os dec id ieron re tira rse de d icho o rga ­nism o.

Los estudiantes berlin eses — los m ed ios u n i­vers ita rios eran en aqu ella época reacc ion arios en su gran m ayoría , dados sus o rígen es socia les y sus trad ic iones— lan zaron , e l 8 de enero, un llam am ien to in v itan do a la p ob la c ión de B e r lín a en ro la rse en las tropas de N osk e «p a ra d e fen d er en A lem an ia , y espea ia lm en te en B erlín , e l sagra ­do o rd en ». A ñad ían que p o r f in «n u es tro g o b ie r ­no p rov is ion a l ha com p ren d id o que no es pos ib le tra ta r du lcem ente v con ca lm a a esos fanáticos.

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LOS ESPARTAQUISTAS 269

E spartaco está arm ado y los que nos son fie les han perm an ec ido in m óviles hasta ahora. S in em ­bargo, ha llegado e l m om en to de em puñar las a rm as» 19.

T od a la prensa s^. re fe r irá a la «d e rro ta de E sp a rta co » cuando el m ov im ien to sea aplastado en enero. E l ú ltim o a rtícu lo de L iebkneoh t titu ­lado «A p esar de tod o », y que apareoió e l m ism o d ía de su m uerte , com enzaba así:

« “ ¡Asalto general contra los espartaquistas!” “ ¡Aba­jo los espartaquistas!” , oím os gritar en las calles som­brías. “Agarradlos, azotadlos, golpeadlos, fusiladlos, pasadlos por las armas, pisoteadlos, hacedlos pedazos!” Se cometen atrocidades que superan las famosas barbaridades de las tropas alemanas en Bélgica.

»Del Post al Vorw arts, sólo suena un grito de ale­gría: “ Espartaco aplastado” » 19.

E n d ic iem b re , la cam paña hab ía tom ad o un g iro m ás p erson a l. U n so ldado le escrib e a L ieb k ­necht y le com u n ica que en e l d epós ito de a r t ille ­r ía d e Spandau se han d is tr ib u id o oc tav illa s en las qu e se p ro m eten 30.000 m arcos a qu ien « le e lim in e a u s ted » (zu r S e ite s c h a fft ) 20.

E s ta cam pañ a exp lica las a troc idades de las que h ab la L ieb k n ech t en este a rtícu lo , la m asa­cre de p a r lam en ta r io s sa lidos d e l V o rw a rts s itiado, con una b an dera b lan ca en la m ano, y fin a lm en te su p ro p io ases inato y el de R osa Luxem burgo. E stos cr ím en es n o fu e ron la s im p le ob ra de unos o fic ia le s , s ino d e los so ldados o de los su b o fic ia les p rev iam en te p reparados y a lecc io­nados p a ra un desencadenam ien to h is tó r ico de ín d o le reacc ion a ria .

Un m a y o r ita r io , M o lkenbuhr, dec la raba al d ía s igu ien te de la sem ana sangrien ta : «C rim in a les ,c r im in a les consum ados están operan do en B er­lín, qu e ac tu a lm en te se h a lla su m erg ido en un m a r d e asesinos. Y tod o esto se ha llevad o g cabo b a jo la m áscara de la lucha con tra los es­p a rta q u is ta s » 2°.

Fue p rec isam en te en esta época cuando nacie­ron en A lem a n ia los m itos de l hom bre-con-el- cu ch illo -en tre-los-d ien tes , de los b o lch eviques- de- voradores-de-n iños-y-violadores^de-jm ujtares. Fue en esa época cu ando se en cerrab a en un m ism o

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lu ga r a los delin cuen tes com unes con los esp a r­taqu istas, a qu ienes se con s id eraba una especie de subhom bres, m a lh ech ores a qu ienes h ab ía que ex term in ar.

Es en esa ép oca cuando n ace e l m ito de que to d o « r o j o » es un c r im in a l. Y los ecos de esta cam paña de o d io se h ab rán d e o ír du ran te toda la R ep ú b lica de W e im a r , an tes de ser a m p lif ic a ­dos p o r e l n az ism o . E je m p lo de una in tox ica c ión s is tem á tica de la o p in ió n cuyas consecuencias na se d eb er ía n d eses tim ar, la cam p añ a an tiesparta - qu is ta tu vo rep ercu s ion es m u ch o m ás a llá del E sp a rta q u ism o m ism o .

NOTAS

1. Eberhard Kolb, Die. Arbeiterrate..., ob. cit., pág. 48.2. Archivos del expediente N L , 1/IX, B/10.3. Cf. Karl Kautsky, Dernokratie- odre Diktatur, Berlín

Í91S.4. Editorial de Vorwarts, n .° 290, 21 de octubre de 1918.5. Artículo publicado en Die Rote Fahne, reproducido ín­

tegramente en Rosa Luxem burfo, Ausgewahlte Reden..., ob. cit., págs. 599-602.

6. Id., pág. 611.7. Cf. J. Kuczynski, Stndien zur Geschichte des deutschen

Itnperialismus, Berlín , 1950, tomo I I , págs. 264 y 271.8. Kurt Eisner, La Révolution..., ob. cit., pág. 40.9. Id ., pág. 73.10. Id ., pág. 52.11. Reproducido en Dokumente..., ob. cit., I I , 2, págs. 433-

439.12. Citado por K arl Liebknecht en su artículo de Die

Rote Fahne, del 22 de diciembre de 1918, n .° 17.13. Todas las citas son extraídas de procesos verbales iné­

ditos del Comité ejecutivo de los Consejos berlineses que he­mos consultado en el I.M .L .

14. Reproducido en Dokumente..., ob . cit., I I , 2, pág. 545.15. Id ., pág. 6¿S.

• 16. Id ., pág. 704.17. Id ., I I , 3, pág. 30.18. Id ., I I , 3, pág. 76 (Die Rote Fahne, n .° 15, del 15 de

enero de 1919).19. Archivos del I .M .L ., expediente N L 1/IX B/10, hoja 127.20. Archivos del I.M .L . (Procesos verbales del Comité eje­

cutivo de los C.O.S. berlineses, enero de 1919).

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XVII. LA SEMANA SANGRIENTA

Nuestra intención no es relatar los pormeno­res de los acontecimientos desarrollados en Ber­lín durante la prim era quincena del mes de ene­ro. Quisiéramos poder hacerlo, mas no tenemos ninguna posibilidad. Los hechos presentan tal em­brollo, hay tantas contradicciones y las intrigas son tan numerosas, que harían falta muchas más páginas de las que componen el presente estudia para poder c larificar algo aquel panorama histó­rico. Para ello debería seguirse detenidamente, paso a paso, la actuación de cada uno de los pro­tagonistas, analizar sus hechos y sus palabras, y ve r ifica r en qué m edida existió una. correlación entre lo dicho y lo hecho, demostrar la casi-auto- nom ía de ciertas fuerzas {p o r un lado el ejército, por otro los revolucionarios berlineses) y delim i­tar el desarrollo de sus propias dinámicas de ma­nera tal que quedase bien claro, por ejemplo, que no es posib le responsabilizar absolutamente a la d irección revolucionaria de todas las apro­piaciones de inmuebles y empresas que se lleva­ron a cabo a sus expensas, es decir, utilizando su

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nom bre, al igual que tam poco es p os ib le acusar a l gob ierno Bbert-Scheidem ann de h aber hecho detener y asesinar de lib eradam en te a R osa L u ­xem burgo y K a r l L iebknech t, aunque am bos d irU gentes espartaqu istas fuesen asesinados p o r m ili- ■£ares a las órdenes de la au toridad del m in is tro socia ldem ócrata N oske.

A l con trario , e l o b je t iv o de nuestro ensayo no es o tro que e l de in ten ta r d e lim ita r lo m ás clara- ■ m ente pos ib le las p rin c ipa les fu erzas p ro ta g o ­nistas, haciendo espec ia l h incap ié en la pos ic ión espartaqu ista.

Cada vez estam os m ás convencidos de que e] en fren tam ien to era. am p liam en te deseado y que fu e p reparado p o r los M ayo rita r io s , apoyados des­de luego p o r las fu erzas m ilita res . E s to nos lo con firm an las d ec la rac ion es de E u gen E rnst, de­signado sucesor de E iob h orn en el ca rgo de p re ­fe c to de p o lic ía , d ec la rac ion es expresadas a d iv e r­sos corresponsa les de p rensa ex tran je ros , d e l D a i­ly Herald. y de A va n tu L o c o n firm a tam b ién la ex trao rd in a ria am p litu d de la cam paña antiespar- taquista, cuyo in crem en to en las ú ltim as sem anas de d ic iem b re con stitu yó la base d e la ind ispensa­b le p rep a rac ión p s ico lóg ica . Y o tro fa c to r a ten er en cuenta en es>te m ism o sen tido es la dec is ión deil A lto M an d o M ilita r y d e l g ob ie rn o de a len ta r y coord in ar, h ac ia m ed iad os de d ic iem b re la cons­titu c ión de com an dos m ilita res espec ia les , en los cuales tom aron la in ic ia t iv a m uchos o fic ia les , com o, p o r e jem p lo , e l g en era l M aerck er.

E n rea lidad , ya desde los p r im e ro s d ías del m es de d ic iem b re , e l E s tad o M a y o r ansiaba to ­m ar B e r lín en sus p rop ia s m anos, u tilizan d o para e llo las d iv is ion es que v o lv ía n de l fren te b é lico y que estaban com andadas p o r e l g en era l Lequds. L a operac ión fracasó , en p a rte a causa de las du­das que en vo lv ían a E b ert, p e ro sob re to d o p o r ­que las m asas berlin esas, a lertadas acerca d e l des­a rro llo d e los acon tec im ien tos , p a ra liza ro n la operac ión desde su m ism o in ic io , desarm ando ráp idam en te a los so ldados de Lequ is .

E l A lto M an do reco g ió b ien la le c c ió n re c ib i­da durante esta experiencia . L le g ó a la conclusión de que era con trap rodu cen te u t iliza r las tropas «o rd in a r ia s » con tra los revo lu c ion a rios , d eb ido a

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la fa c ilid a d con que los so ldados se de jaban in ­flu enciar p o r e l c lim a ex isten te en la c iudad, y que lo c o rre c to era la fo rm a c ión de un idades es­peciales, con ven ien tem en te ad iestradas p a ra e l caso. Igu a lm en te se con ven c ieron de que era im ­posib le tom a r B e r lín desde d en tro m ism o de la c iu d a d . L o m ás e fic a z era p a r t ir d e la p e r ife r ia urbana y c o n ve rg e r h ac ía e l cen tro , y era as im is­m o p rec iso c rea r un vac ío en to rn o a lo s so lda ­dos, con e l f in de que este a is lam ien to pud iera fa c ilita r e l que op era ran según las reg las típ icas de l a r te m ilita r , y no v e rs e «e n g u llid o s » p o r la acción de las m asas popu la res .

Así, h ac ia fin a les de d ic iem b re , y con e l p re ­v io con sen tim ien to d e l gob ie rn o , fu e ro n reagru - pándose en lo s a rraba les de la p e r ife r ia b erlin esa las fo rm a c io n es m ilita re s trad ic ion a les y los nuevos cu erpos espec ia les . E n un in ten to de en ­m ascarar la a m p litu d y en vergad u ra de tan to m o ­v im ien to m ilita r , todas estas un idades fu e ro n en­globadas b a jo e l n o m b re d e «S e c c ió n L ü ttw itz » . N osk e (q u e con Wissell, m iem b ro co m o é l d e la M ayoría , re em p la zó desde e l g ob ie rn o a los com i­sarios in d ep en d ien tes d im is io n a r io s ) se encargó , desde e l p r im e r in s tan te de su ocu pac ión d e l ca r­go, a fin a les de d ic iem b re , de todas las cuestiones m ilita res , qu e an tes e ran de la exc lu s iva com p e­tencia de E b e rt . A p r in c ip io s d e enero , m an tu vo im p ortan tes con versac ion es con lo s p rin c ip a les genera les qu e h ab ían d e d ir ig ir las operaciones.

Eichhom destituido

Cuando, e l 4 d e enero , E ich h o rn es destitu ido de sus fu n c ion es d e p re fe c to d e p o lic ía p o r su su p erio r je rá rq u ic o , e l m in is tro de l In te r io r p ru ­siano, ta n to lo s In d ep en d ien tes d e izqu ie rd a com o los D e legad os revo flu c ionarios d ec iden que su de­ber es n ega rse a aban d on ar é l -puesto.

E s ta a c titu d t ien e u na c la ra exp licac ión . Los tres C o m isa r io s defl. p u eb lo independ ien tes , H aase, D ittm an n y B a rth , a cababan de d im it ir p o rq u e no qu erían o n o p o d ía n a p o y a r la p o lít ic a d e los M a y o r ita r io s tras la con m oc ión suscitada en B e r­lín p o r e l as-unto d e la D iv is ió n d e la M arina , que costó la v id a a va r ia s deqenas de m arin os re v o lu ­

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c io n a r io s . E ic h h o rn e i'a u n o d e lo s d ir ig e n te s de] P a r t id o s o c ia ld e m ó c ra ta in d e p e n d ie n te , y, en c o n ­secu en c ia , a p r im e r a v is ta , lo m á s ló g ic o p a re c e q u e e r a s e g u ir e l e je m p lo d e H aase, D ittm ann y Bar til.

Sin em bargo, n i L ed eb ou r n i L iebknedht pen­saban así. T ras su n om bram ien to en la prefectu ra de policía , E ichhorn m antuvo excelentes re lac io ­nes con e l p ro le ta r iad o berlinés y con sus líderes principales. En num erosas ocasiones lle gó inclu­so a rend ir cuentas de la s ituación en B e r lín ante el C om ité e jecu tivo de los Consejos de obreros y de soldados de la cap ita l, to le ran do y fa vorec ien do el reparto de a rm am en to en tre I-os ob reros. E l 7 de d ic iem bre, tras la p r im e ra .intentona contra­rrevo lucionaria d ir ig ió person a lm en te e l reg is tro del hote l B r is to l e h izo a rres ta r a a lgunos de los organ izadores de la llam ada «M ilic ia estu d ian til»( Studerztenw ehr), qu ienes se d ispon ían a dem os­trar con las arm as en la m ano su apoyo a l g o ­b ierno lo cual le v a lió a E ich lio rn un v io len to ataque p o r p a rte de los com ponen tes de ta les «m i­lic ias». E n uno de sus opúsculos, ed itad o pocos días después, pu ede leerse :

«De esta manera, el prefecto de .policía, en lugar de realizar una labor por encima de los intereses partidis­tas, trabaja — conscientemente o inconscientemente— en favor de los espartaquistas en el seno mismo del gobierno, y utiliza los servicios de un organismo pú­blico en contra de otro de igual naturaleza (1). Por otra parte, es de una evidencia absoluta que Die Rote Fahne ha sido el prim er y único diario en beneficiarse de las nuevas directrices que rigen hoy en la policía».

Y el opúscu lo concluye:

«Esta es una situación intolerable que pone en gra­ve riesgo la seguridad colectiva (. . . ) N o está conforme con las nuevas formas de libertad el arrestar a los ca­maradas (2) que no hacen otra cosa que estar al ser­

1. A lusión a la r iva lidad de tipo po lic íaco existente en­tra la Republikanische Soldatenwehr de W -els-Fischer y la SicHe.rheitswe.hr, creación del p rop io E ich lio rn .

2. La octavilla em plea curiosam ente el térm ino Volksge-nosse que luego será adoptado p o r los nacionalsocialistas.

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vicio del gobierno provisional, en tanto que se deja circu lar libremente a aquellos que practican la lucha abierta contra el g ob ie rn o »1.

In depen d ien tes d e izqu ie rd a y espartaqu istas tem ían que, u n a v e z con so lid ad a la d im is ión de E ichhorn, e l nu evo pnsfeoto d e p o lic ía p roced er ía al desarm e de lo s o b re ro s d e B e r lín . (E n este pun ­to con v ien e re co n o ce r que los espartaqu istas b e r ­lineses estaban p res to s a a p ro vech a r cua lqu ier ocasión p a ra m a n ife s ta rse con tra e l gob ie rn o .) C reían igu a lm en te qu e ser ía d isu e lta la fo rm a c ión po lic íaca con s titu id a p o r E ichhorn , es decir, la Sicherheitsw ehr que, según D ie R o te F a h n e de l 5 de en ero de 1919, «q u e r ía se r una. v e rd a d e ra m i­lic ia re v o lu c io n a r ia ».

Los esp a rtaqu is ta s v a lo ra ro n la d es titu c ión de E ic líh om co m o «u n a p ro v o c a c ió n d ir ig id a contra los ob reros re v o lu c io n a r io s ( . . . ) q u e no debería ser acep tad a tra n q u ila m en te ». L la m a ro n a los trab a jad ores p a ra q u e d e rr ib a ra n a l gob iern o E bert-S oh e idem an n ( lo cu a l no con stitu ía ninguna novedad ), p recon izan -do « e l d esa rm e de la con tra ­rrevo lu c ión , la en tre ga de arm as a l p ro le ta r iad o y la fu s ió n d e tod a s la s u n idades fie le s a la re ­vo lu c ión ». S ó lo la ú lt im a p e t ic ió n p resen taba c ie r ­ta orig ina ilidad . R e sp ec to a las o tras , tan to las octav illas c o m o lo s ó rgan os de exp res ión esp a rta ­quistas n o cesa ron nunca de rep e t ir la s m ach aco­nam ente. E l d ía en qu e a p a re c ió es te a rt ícu lo (5 de enero ), una o c ta v il la f irm a d a p o r lo s D e legados revo lu c ion a rios d e la d ire c c ió n b e r lin esa d e l U.S.P.D. (e r a sa b id o qu e la fe d e ra c ió n de B e r lín estaba en m an os d e l a la iz q u ie rd a d e l p a r t id o ) y por la C en tra l e sp a rta q u is ta c o n ten ía un lla m a ­m ien to p a ra m a n ife s ta rs e p ro te s ta n d o p o r «e s te golpe d ir ig id o c o n tra la re v o lu c ió n a lem an a ». E l d esa rro llo de estos a con te c im ien to s tu vo lu ga r a las dos de la ta rd e d e l d o m in g o en la S iegesa llee . E l lla m a m ien to a p a re c ió en la segu nda ed ic ión del d ia r io e s p a r ta q u is ta 2.

A l p a rece r , la p o te n c ia m ism a de la m a n ife s ­tación re a liz a d a ese d o m in g o e x p lic a los e rro re s tácticos q u e c o m e te r ía n sus o rga n iza d o re s en lo s días su ces ivos. S egú n R a d e k 3, la C en tra l e sp a rta ­qu ista h a b ía a c o rd a d o e fe c tu a r una lla m a d a a la

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huelga general: «Q ueríam os v e r — (había dichoRosa Luxem burgo— hasta dónde osaría llegar E b e r t , y cóm o reaccionarían los obreros de las provincias. Después se ob raría en consecuencia. De todos m odos, L iebkneoht cre ía en la posibili- dad de form ar, a p a rtir de este m om ento, un go­b ierno pres id ido p o r Ledebour, apoyado p o r los Delegados revo lucionarios, aunque no es absolu­tam ente verdad que el líd e r a lem án pronunciase las palabras que le a tribuye Radek, que poste­riorm en te aparecieron publicadas.

Lo que sí parece c ierto es la trem enda im pre­sión genera l que causó la m u ltitud que integró la m an ifestación convocada para aquel dom ingo. E l m ism o R adek asegura que « la partic ipac ión de las masas en las m an ifestaciones era tan extraor­dinaria, que durante esos días hubiera sido po­s ib le tom ar el p od er en B er lín ».

A p ropós ito de las m an ifestaciones del 6 de enero, en sus M em oria s , N osk e escrib irá lo si­gu iente: «S i aqu e lla m asa hub iera ten ido unosje fe s con ob je tiva s c la ros y precisos, aquel m ism o d ía hubieran ten ido B e r lín en sus m anos».

E se dom ingo, decenas de m iles de m an ifes­tantes desfila ron p o r la aven ida de la V ictoria hasta la p re fec tu ra de po lic ía , y, durante el des­a rro llo de la m archa, L iebkn ech t lo s arengó en varias ocasiones.

Los o rgan izadores dec id ieron que esto no era m ás que el p r in c ip io y acordaron con voca r una nueva m an ifestac ión para las 11 horas del lunes d ía 6 . E l llam am ien to , aunque b reve , iba mucho m ás le jos qu e e l an terio r; en tre otras cosas decía: «S e trata de conso lidar la revo lu c ión y de con­ducirla a buen fin . ¡Adelan te! i Luchem os p-or el socia lism o y e l p oder del p r o le ta r ia d o !»4.

¿Cuántos m an ifestan tes d es fila ron aquel lu­nes? Sin duda m ás de 100.000. Una oc ta v illa es­partaqu ista del 8 de enero a firm a rá lo siguiente: «B e r lín no conoció jam ás una m an ifestac ión de ta l envergadu ra » c. E n un b o le tín em itid o e l d ía 7 p o r los M ayorita r ios , m u y hostiles a los espar­taquistas, se hab la de «grandes m an ifestac iones» y se a tribuye a éstos (s in duda generosam en te) « la posesión d*e 20.000 fu s iles ».

S i hay que creer a los autores de la I l lu s tr ie r tc

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G eschichte der deutschen R évo lu tion (algunos de los cuales fueron testigos de los sucesos que rela­tan y tuvieron oportunidad de reunir al e fec­to un considerable núm ero de documentos), los organizadores de la m anifestación se habían re­unido la noche del 5 de enero con Eichhorn en la prefectura de policía , y fue probablem ente en tal reunión donde se tom ó el acuerdo fina l de lan­zarse a la conquista del poder, es decir, de pasar del estad io defensivo al estadio ofensivo, de la protesta a la insurrección. Seis de los reunidos se pronunciaron en contra., en tre ellos Dáum ig y R i­chard M ü ller, m ientras que, entre otros, L iebk­necht y P ieck vo taron a favor.

E l cam b io de actitud d e lo s m arin os

La asam blea acababa de escuchar las declara­ciones de l delegado de la D ivis ión popular de la Marina, Dorenbach, qu ien tra ía para los revo lu ­cionarios e l apoyo de sus hom bres y de sus ar­mas. L a orden d e en trar en com bate dependía de las tropas acantonadas en Berlín , la m ayor parte de las cuales no tardarían en proclam ar su neu­tralidad. M as si los m arinos se encontraban a fa ­vor- de los revo lucionarios, éstos tenían una base correcta para pensar que podrían tom ar el poder sin excesivas d ificu ltades.

Sin em bargo, p ron to se v io c laro que las p ro­mesas de D orenbach eran poco firm es. Los m ari­nos, que lo habían e leg ido, no lo s igu ieron 6 y lo destituyeron (3 ). De este m odo, los revolucionarios quedaron p rivados del apoyo de las únicas tropas organizadas que pod ían hacer triun far su causa y abandonados a su p rop ia suerte.

Los p rim eros choques con las tropas fie les al

3. T ras los com bates del 24 de diciembre, Ebert negoció con los m arinos, prom etiendo pagarles su sueldo de manera regular a condición de que en adelante se abstuvieran de tomar cualquier tipo de iniciativa contra el Gobierno. Lam ayoría de los m arinos llegaron a la conclusión de que para ellos resu ltaba m ás beneficioso respetar dicho acuerdo, el cual no hay que o lvidar que fue violado dos meses despuéspor las tropas de Noske. E l 10 de m arzo de 1919, 29 m arinosque se h ab lan unido a los revolucionarios fueron fusiladosen un patio de la Franzosische Strasse.

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gob ierno tuvieron lugar a com ienzos del m ed io­d ía del lunes. P o r la noche, las ba jas eran muy num erosas.

H ay que recon ocer que los insurgentes care­c ieron en todo m om en to de una d irección orgá- n izada y de un p lan insurreccional m ín im am ente trazado. N ad ie f i jó los lugares claves a ocupar. Se d istribuyeron arm as en la p re fec tu ra de p o li­cía y en el A-tarstall (d on d e estaban acuartelados los m arinos), p ero los com batien tes no estaban encuadrados en unidades n i eran d irig idos n i obe­decían a clase alguna de con tro l. Es así cóm o la ocupación de l V orw a rts , de las principa les o fic i­nas de los órganos in fo rm a tivo s (U lls te in , M ossé), fue decid ida y rea lizada de m anera espontánea, sin p rev io acuerdo p o r pa rte de los líderes. Es casi seguxo que a lgo s im ila r ocu rrió en el asalto al cuartel de la ca lle K op en ick , que tu vo lugar el m artes p o r la ta rde y en e l que en tre los m an i­festantes se m ezc la ron agentes p rovocadores con­trarrevo lucionarios.

Una prueba m ás de esta im peric ia : según Illu s - tr ie r te G esch ich te (y e l D ia r io de R ad ek confirm a esta vers ión ), los in su rrectos p retend ían ocupar el m in is terio de la Guerra, en cuyas o fic inas, en representación del gob ierno , so lam ente se encon­traba un subsecretario de E stado: Gohre. Esteind ividuo 'se ha llaba d ispuesto a e fectu ar la trans­m isión de sus poderes, m as, com o buen funciona­rio que era, ex ig ió un docum ento escrito . E l desta­cam ento revo lu c ion ario lo m andaba un m arinero que d e jó a sus hom bres fren te al ed ific io m in iste­ria l y se m archó p a ra ■ en trev is ta rse con los je fes del m ov im ien to : L iebkneoht, Ledebou r y Scholze, quienes suscrib ieron el m en tado docum ento en nom bre del nuevo gob iern o p rov is ion a l. E l m ari­nero en cuestión, con el texrto en su bo ls illo , m ar­chó tranqu ilam ente a com er, en tan to que e l des­tacam ento que le aguardaba se d ispersó. Algunos días m ás tarde, este m ism o m arin ero ven d ió el docum ento que llevaiba la f irm a de L iebknech t y Ledebour al gob ierno, que encargaría su rep ro ­ducción y d ifusión en el V o rw a r ts 7.

Abandonados a su suerte, sin un plan, carentes de una d irección p o lít ica y m ilita r, los insurrec­tos acabaron siendo aplastados p o r pequeños gru­

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pos, a p a r t i r d e l m o m e n to en q u e las tro p a s d e N o s k e y lo s r e g im ie n to s d e la g u a rd ia pasaron a la o fe n s iv a e l d ía 8 d e en ero .

D i v i s i ó n entre lo s e s p a r t a q u i s t a s

Los m ism os espartaquistas estaban divididos. Al parecer, L iebknecht, im presionado por e l ardor y el núm ero de m anifestantes que respondieron a las llam adas, y an im ado p o r las declaraciones de Dorenbach, se com prom etió dem asiado precip ita ­damente. L a tra ic ión de los m arinos se produ jo el d ía 7, aunque ya desde el d ía 6 había empezado a co rre r la sangre. Fueron ocupadas las estacio­nes de los fe rroca rr iles , y es a partir de ese m o­m ento cuando se p lan teó la cuestión de ¿qué ha­cer? Quizá cons ideró L iebknech t la posib ilidad de ordenar el cese de la lucha al verse traicionado por los m arinos; sin em bargo, debió im ponerse la consideración de que no era posib le abandonar a los hom bres y m u jeres que com batían en las calles. R adek se m an ifestó partidario de ordenar la retirada . R osa Luxem burgo, Jogiches, Levi, Duncker y la m a yo r ía de la Centra l espartaquista ju zgaron que e l derrocam ien to del gob ierno y so­bre todo la instauración de o tro encabezado por L iebknech t-Ledebour no era posib le en aquellos m om entos. E l p a rtid o era déb il y su influencia sobre las m asas m uy lim itada , y ya es sabido que los espartaqu istas no p reveían la tom a abso­luta del p od er (hasta la cu lm inación de m ovim ien ­to insurreccional.

La con fu sión se in crem en tó p o r las m últiples negociaciones que las d iversas tendencias del U.S.P.D. m an tuvieron con el gob ierno, lo que per­m itió a E b ert y sus am igos ganar un tiem po pre­cioso. Una vez N osk e term inó sus preparativos, las negociaciones fu eron in terrum pidas y los ca­ñones sustituyeron a las palabras.

Es m u y p robab le que, desde e l m iércoles 8, los m ism os je fe s independientes se diesen cuenta de que la partida estaba perd ida. A pa rtir de ese m om ento se v ie ron en la ob ligación de abrir ne­gociaciones, tras una vo tac ión de 51 contra 10. Sin em bargo, en ese instante se esfum aron las d ivergencias en tre los espartaquistas, y la d irec­

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c ión del partido vo lv ió a m ostrar su cohesión a través de la siguiente p la ta fo rm a po lítica : no es concebib le n egociar con el enem igo (Ebert-Schei- dem ann) en p leno com bate; no se abandona a las masas después de haberlas lanzado im prudente, m ente a la b a ta lla 8; los je fes revo lucionarios na só lo deben com partir las v ic torias , sino también las derrotas de la clase obrera. Ta l es la razón de que, en un B erlín rep le to de soldados y ' poli­cías, Rosa Luxem burgo sigu iera d irig iendo tran­qu ilam ente el ro ta tivo D ie R o te Fahne y la causa de que Liebknedht, Jogiches y la m ism a Rosa, así com o el res to de d irigen tes espartaquistas, se ne­gasen. a em pren der la huida, ta l com o lo hizo E ichhorn una vez p erd ida d e fin itivam en te la ba­talla.

E sta fid e lid ad , m ás rom án tica que realista, esta vo lu n tad de lig a r su suerte a la de las m a­sas, de estar s iem pre con ellas, incluso en m edio de los errores , es tam b ién una caracterís tica del E spartaqu ism o. Esrta m anera de ser costó la vida a L iebkn ech t y a R osa Luxem burgo. Pud ieron ha­b er hu ido al ex tra n je ro o incluso h aber tratado de ocu ltarse en la m ism a A lem an ia , y sin em bar­go dec id ieron p erm an ecer en B erlín , en donde fue­ron asesinados.

Len in , tras la a cc ión revo lu c ion aria de feb rero , re fu g ióse en F in land ia , en donde estuvo oculta du ran te varias sem anas.

R ep re s ió n en B e r lín

E l 8 de enero, las tropas d e N osk e in ic ia ron su im pacab le acc ión rep res iva en la cap ita l a le­m ana. L a so ldadesca se com p ortó com o s i estu­v ie ra en un país enem igio ocupado. N o había p iedad para los revo lu c ion arios . E l d ía 11, du­ran te e l asa lto a l V o rw a rts ocupado, a los pa rla ­m en tarios que se en trega ron en arbo lando bande­ra b lanca se les ap lastó lite ra lm en te e l cráneo a cu latazos. Los e jem p los de crím enes análogos y de e jecuciones b ru ta les son num erosos e incon­testab les: p o r lo írmenos se estim a en 150 é lnúm ero de revo lu c ion arios m uertos en com bate o e jecu tados sum arísim am en-te. E n la noche del 10 al 11, Ledebou r ¡y E rn st M ey e r son deten idos en

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circunstancias confusas. En la noohe del 15, se­guramente a causa de alguna denuncia Liebk­neoht y Rosa Luxem burgo siguen la m isma suerte en W ilm ersdorf, en el centro de Berlín . Inm edia­tamente se les condu jo *al hotel Edén, sede del Estado M ayor de un regim iento de la Guardia- ai m ando de l capitán Pabst.

Durante la noche, y tras un breve in terroga­torio, varios m ilita res los ejecu taron du ran te°e l trayecto hacia el parque de Tiergarten. E l cuerpo de Rosa fu e a rro jad o al Landwehrkanal, y no sería recuperado hasta pasados varios meses, exacta­m ente e l 31 de m ayo.

Desde e l m ism o instante en que se conoció la noticia d e l asesinato, la ciudad d e B erlín quedó sumida en una inm ensa em oción. Centenares de m iles de berlineses asistieron a los funerales de L iebkneoht en. m ed io de un silencio, una tristeza y un estup-or indescriptib les.

A pesar de la persecución desatada contra ellos y de la clausura de su periód ico, los comu­nistas tra ta ron de esclarecer las circunstancias del crim en. L a vers ión o fic ia l es que Rosa Lu­xem burgo fu e asesinada p o r unos descocnocidos (4), y que L iebknech t m u rió al tra ta r de huir. Desde luego, estos argum entos no convencieron en absolu to a nadie. D eb ió haberse deten ido al teniente V oge l, a l cap itán Pfluck-Hanttung, je fe de la esco lta de L iebknecht, y a l húsar Runge, que fue qu ien asesinó a R osa Luxem burgo de un cu­latazo en la cabeza cuando iba a ser conducida al lu ga r de e jecución .

4. H istoriadores que parecen gozar de cierta reputación siguen propagando la versión tergiversada, tratando todavía en nuestra época de encubrir a los asesinos. En su Historia de la República de Weitnar, E rich Eyck escribió: «L a mayo­r ía de la población se alegró de su muerte, como si con ella se viera liber-ada de una gran amenaza (. . . ) Hoy en día puede considerarse com o un hecho com probado que Rosa Luxem­burgo fue, com o m ín im o, v íctim a de una multitud excitada que hizo justic ia ap licando la ley del linchamiento (...) Sus com pañeros (lo s de Liebknecht y Rosa) cometieron demasia­dos crím enes para que tengamos que indignarnos por la suer­te que corrieron ». E rich Eyck, Gaschichte der Wcunarcr Ke.- ptiblik, 1954, I , págs. 77-78.

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282 GILBERT BADIA

Sin em bargo, aquellos individuos fueron pro­tegidos p o r sus m andatarios en el m ism ísim o hotel Edén, e incluso tuvieron tiem po de com uni­carse entre sí para ponerse de acuerdo. Los jueces que traba jaron en la instrucción de su proceso com partían iguales convicciones sociopolíticas y aprobaron e l asesinato. Fueron, absolutamente vanos los esfuerzos que h icieron los m iem bros del Com ité e jecu tivo de los C.O.S. berlineses duran­te las d iligencias del asunto cerca de Landsberg, Com isario del pueb lo m ayorita rio , para conseguir un proceso y unas sentencias justos. B a jo e l p re­texto de que no qu erían com eter acción alguna ilega l y que respetarían a u ltranza las leyes, los Com isarios del pueb lo m ayorita r io rehusaron el designar una com isión encuestadora, asegurando con este hecho la to ta l im pun idad de los asesinos de los líderes espartaquistas. A lgunos delegados del C om ité e jecu tivo asistieron im potentes a] desarrollo de las d iligencias de instrucción, te­niendo que rehusar incluso al derecho de poder im pugnar el d esarro llo de determ inadas cuestiones y a in ten tar a traer la atención de los jueces sobre las flagrantes vio laciones de la lega lidad juríd ica que se com etieron en el proceso. E l consejero de ju stic ia m ilita r E rhard t, asistido p o r Canaris (fu ­turo a lm iran te y je fe de los servic ios de contra­esp ionaje h itlerianos), condenó a los culpables a penas irrisorias, que n i siqu iera llegaron a verse cum plidas, puesto q u e una densa red de com p li­cidades fa c ilita ron la evasión de los misinos. E l 17 de m ayo, e l ten ien te V oge l se fugó a los Países B ajos, hasta e l decreto que le am nistió en 1920. E l húsar Ruinge, que fue condenado a dos años de prisión , y a quien sus je fes se encarga­ron de am parar en todo m om ento, acabó, varios años m ás tarde, elaborando -una la rga confesión que sería publicada en las páginas de D ie R o te Fahne D.

En la actualidad, algunos de estos criminales,, el excoronel Baibst en tre otros, antiguo je fe de la soldadesca acantonada en el .hotel Edén, llevan una tranqu ila existencia en la Repúb lica Federal A lem a n a 20. H ace ahora algunos años, en la Repú­b lica D em ocrática A lem ana se in tentó una re v i­sión de los hechos, es decir, desarro llar un ver-

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LOS ESPARTAQUISTAS 283

dader-o proceso; sin em bargo, las autoridades oc­cidentales rehusaron no ya la extradición de los interesados, sino incluso ed intentar su interro­gatorio para esclarecer los sucesos.

Por una curiosa coincidencia histórica, en el m ism o instante en que estaban asesinando a Liebkneoht, Len in hacía, en su «Carta a los obré- ros de Europa y de Am érica», un gran elogio del líder espartaquista: «K a r l Liebknecht, he aquíun nom bre que es conocido de los obreros de todo el mundo. Principalm ente en los países de la Entente, este nom bre es sím bolo de la dedicación m áxim a de un líd er hacia los intereses del pro­letariado y de la fide lidad a la causa de la re­volución social. Este nom bre es el símbolo de una lucha rea lm ente sincera, plena de abnegación, de una luoha im placab le contra el capitalismo. Es el s ím bolo de un com bate intransigente, no de palabras, sino de hechos, contra el imperia­lismo, de una luoha que requiere los mayores sacrificios, precisam ente en la hora histórica en que su p rop io país está enajenado por las vic­torias im peria listas. Todo lo que resta de hones­tidad y de auténtacamente revolucionario en el seno del socia lism o alemán, sus m ejores elemen­tos, los más conscientes del proletariado, las masas explotadas, h ierven de indignación y p ro ­clam an su voluntad de alcanzar la victoria de la revolución b a jo la d irección de Liebknecht y de los espartaqu istas»

Rom ain R o llan d rind ió también homenaje a los espartaquistas, «lo s más idealistas, los más desinteresados y los verdaderos supercampeones de la causa de l pu eb lo » y singularmente a Liebknecht, haciendo especial hincapié en su am oi por el pueblo. S in em bargo, Rolland cree que Liebknecht, «pu ro, febril, indulgente y violento», estaba «obsesionado por la idea de un golpe de fuerza al estilo de los bolcheviques rusos» y que «una vez más, cual nuevo Espartaco, cayó en pleno c o m b a te »13.

Un jo ven poeta, desconocido aún en aquella época, de nom bre B erto lt Breoht, todavía bajo el in flu jo em ocional del desarrollo de los aconte-

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cim ientos (5) compuso este «E p ita fio 1919» a la m em oria de Rosa Luxem burgo1*:

«R osa la R o ja ha desaparecido,incluso se desconoce dónde reposa su cuerpo.H ay que explicar a los pobres la verdad:que los ricos la han ejecutado.»

284 GILBERT BADIA

5. E l cuerpo de R osa Luxem bu rgo fue descubierto a tí­ñales del m es de m ayo, y el poem a deb ió de se r com puesto probab lem ente entre el- 15 de enero y d icho m es de mayo.

NO TAS

1. Un ejem plar de esta, octavilla figura en un dosier (ale­m án) de la B iblioteca de documentación internacional con­temporánea, París .

2. L a m ayor parte de estos textos se encuentran en un tercer volumen de la serie I I de los Dokum ente..., ob. cit., II ,3, págs. 7-10.

3. V e r en «Docum entos», tomo I I de la presente obra, págs. 130-131.

4. Dokum ente..., ob. cit., I I , 3, pág. 11.5. Id , pág. 20.6. V e r e l relato que proporcionaron los periodistas del

Vorw arts acerca de este cam bio de actitud en el apartado20 de «Docum entos», tom o I I de la presente obra , págs. 117-122.

7. V e r los extractos del Diario de Radek, pág. 409.8. V e r a este respecto los artícu los de Rosa Luxem burgo

aparecidos en Die R ote Fahne del 11 de enero ( «L a caída de los je fe s » ) y del 14 de enero ( « E l orden reina en B e r lín » ), Am ­bos artícu los son reproducidos íntegram ente en Rosa Luxem­burgo , Ausgewahlte Reden..., ob . cit., págs. 698-702, y 708-714. Nosotros los hem os reproducido , el prim ero parcialm ente y el segundo en su totalidad, en Les Spartakistes..., -oh. cit.,pág. 222, 236 y siguientes.

9. Se encuentra una versión detallada de los hechos enIllustrierte Geschichte..., ob. cit., págs. 292-307.

10. Sobre estos hechos, Pabst fue interviuado por .dos re ­dactores de D er Spiegel. Sus respuestas confirm an su culpabi­lidad . Cuarenta y cinco años después, Pabst continúa sinpagar por su crim en. C f. D er Spiegel, n .° 16, de 18 de abrildo 1962, págs. 38-44.

11. Lenin, Obras, tom o 28, pág. 454. •12. Rom ain R olland, Quinze ans de combat, pág. 13.13. Nosotros hem os ya citado un fragm ento de este juicio

de Rom ain Rolland. V e r a l respecto el capítu lo I I , pág. 33; el original de este a rtícu lo , aparecido en L 'A ven ir intem atio- nal del 31 de enero de 1919, fue reproducido en el Journaldes années de guerra, pág. 1704. '

14. Berto lt Brecht, Poém es 3, pág. 17. E l texto francés es do Guillevic. L ’Arche, P a r ís , 1966.

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CUARTA PARTE

INTENTO DE ANÁLISIS

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X V III. FUERZA REAL DEL MOVIMIENTOESPARTAQUISTA

¿Cuál era la fu erza rea l de los espartaquistas? ¿Con qué e fectivos contaban? H e aquí dos cues­tiones de verdadera im portancia. ¿Fue acaso el Espartaquism o el p roducto voluntarista de unos cuantos revo lucionarios sin base en la que apo­yarse o, p o r el con trario , representó una fuerza real, auténtica, susceptib le de p rovocar cambios sociales rad icales? Y si esto ú ltim o era lo cierto, ¿en qué fracc ión del p ro letariado se apoyaban?

E l h is to riador K o lb sostiene la tesis de que la com binación de tres factores fue la causa esen­cial que condu jo a l m ov im ien to espartaqu ista a la im potencia, ob ligán do lo a re fugiarse en la pura y sim ple ag itación político-socia l, puesto que toda e ficacia le estaba vedada, a saber: la fa lta deorganización, la d eb ilidad de sus cuadros políticos y la carencia de una fu erza de choque. Según Rosenberg, en tod o el Reich , en enero de 1919, efl E spartaqu ism o no contaba más que con algunos «centenares de m iles d e partisanos». Fundam en­tándose en esto, F lech theim em pleará e l térm ino «sec ta » y no se reca ta rá en afiraciar que, desde su

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288 GILBERT BADIA

fundación m ism a, e l K .P.D . ¡no pudo reclu tar más de 50 m iem bros en todo B erlín ! \

L o s m illares de m anifestantes

Las precisiones in icia les desarro lladas en tom a a este asunto se han reducidlo s iem pre a puras conjeturas, p roducto de la extrapo lación o de la deducción.

En su in form e, E berle in asegura que a p rin ­cipios de 1918 el m ov im ien to espartaqu ista tenía «■dirigentes responsables en unas 3.000 loca lida­des de A lem an ia » Las autoridades polic íacas se m ostraban m ás b ien escépticas sobre la capaci­dad de in fluencia d e l m ovim ien to , fundam entán­dose en que era una organ izac ión con m ás je fes que tropa; « lo que le fa lta a esa agrupación (e l grupo E spartaco ), com o a todos los m ovim ien tos jóvenes de la ex trem a izqu ierda , no es precisa­m ente d irigentes, sino base, m asas m ilitan tes » se lee en un in fo rm e del p re fe c to de p o lic ía de B erlín fech ado e l 20 de se tiem bre de 1917. E n un in fo rm e p receden te a l an terior, de fecha25 de m arzo de 1917, se hace un análisis de las p rincipa les ciudades del R e ich : S tu ttgart, Bres-lau, M unich, B erlín , H am bu rgo , Colon ia, Essen, B rem en , Osnabrück, M ünchen-G ladbach, S tettin , D iisse ldorf y D u isburgo; e l au to r d e l m ism o de­duce que «B rem en es la ún ica loca lidad , aparte N eu kó lln (suburb io b er lin és ), en la que existe un núcleo de ex trem a izqu ierd a poten te, im pa­cien te p o r ac tu ar» 4. E ste in fo rm e concluye: «A f i r ­m ar que en las citaidas ciudades, excep to Brem en, existe una e fica z vo lu n tad de suiblevarr a la clase ob rera reve la una im ag in ac ión c a len tu r ien ta »B. P o r o tra parte, se señala que los espartaqu istas rehusaron organ iza r m an ifestac iones que reun ie­ran a «va r io s m iles de person as» porqu e la m a ­yo r ía de ellas as is tir ían «p o r m era cu rios idad ». E ste in fo rm e , a l que p o r e jem p lo K o lb señala com o «m u y fid ed ign o » ®, p ros igu e: «N a d a indicaque fracc ion es im portan tes d e la c lase ob re ra alem ana fu eran a in ic ia r huelgas, m an ifestaciones ca lle jeras y acciones de tip o revo lu c ion ario . En p r im er lugar, la in flu encia de la opos ic ión socia l­dem ócra ta ( A rb e itsg em e in sch a ft ) es dem asiado

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/

fuerte para q.ue ello ocurra; en segundo lugar, la extrem a izqu ierda es m uy d é b il »T. Sin embargo, poco menos de tres semanas después estalla la* huelga en Berlín . E l 16 de abril, la m ism a pre­fectu ra de po lic ía señala quie en la capital de A lem ania hay unos 84.000 huelguistas, y que han fracasado los intentos de la autoridad para evitar que los grupos penetren ¡hasta e l cen tro de la ciudad, lois cuales se com ponen de « 5.000 e inclu­so a veces de 10.000 p erson as »8. De todo lo ex­puesto hasta aqu í só lo puede deducirse una cosa: que es necesario e l em pleo de tona considerable dosis de prudencia a la hora de va lo ra r los in form es po lic íacos, luego reputados com o «fu en ­tes b ien in fo rm adas».

Un m ed io im portan te para va lo ra r la fuerza del E spartaqu ism o consiste en rea lizar un análisis cuan tita tivo d e sus publicaciones clandestinas. Según las declaraciones de E rnst M eyer, que datan de 1927, de las p rim eras Cartas de E spa rta co ci­clos tiladas se d ifu n d ieron unos 500 ejem plares, es decir, una m odesta cantidad. Sin em bargo, esto es desm entido p o r la existencia de una carta de L iebknech t a B orch ard t (4 de d ic iem bre de 1915), en el anexo de la cual puede leerse que e l líd er espartaqu ista eva lúa en un m illón e l t ira je total de octav illas y fo lle to s publicados p o r la opos i­ción durante los 15 p rim eros m eses de la gue­rra °. H ay que destacar que e l tira je del único núm ero de la rev is ta D ie In te rn a tion a le fu e de unos 9.000 e jem p la res , y e l de las Cartas im pre­sas (a p a rtir de 1917) se puede c ifra r en unos6.000 e jem p lares , cantidades éstas que no inclu­yen las re im pres iones rea lizadas con destino a las p rovincias. P o r o tra parte, una publicación sindi­calista, In te rn a tio n a le K .orrespondenz, reprodu jo el con ten ido de las «C artas po lítica s » para m ante­ner in fo rm ados a sus lectores y así ponerlos en guardia, lo que ind irectam en te fa c ilitó a los es­partaqu istas el que sus tesis se d ifundieran en los m ed ios sind ica les m ás legales del país. Además, conviene h acer m en ción de que, hasta 1918, les espartaqu istas, que no d ispon ían m ás que de los fondos m onetarios recogidos entre " sus m ili­tantes y sim patizan tes, gastaron en propaganda no m enos de unos 25.000 m arcos mensuales. Pero

LOS ESPARTAQUISTAS 289

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290 GILBERT BADIA

incluso tan m odestas cifras pueden inducir a error. E berle in re la ta cóm o los dirigentes espar­taquistas asesoraban concienzuda y personalm en­te e l traba jo de los tipógra fos de las im prentas que aceptaban la responsabilidad de elaborar sus publicaciones, con e l ob je to d e reducir los textos al m ín im o, sin que p o r e llo perd ieran eficacia. La m u ltip licación del traba jo p o r parte de los m ilitantes suplió la escasez de recursos econó­micos.

Todo e llo a pesar de que el aparato esparta­quista estaba perm anentem ente a fectado por las acciones policiacas. Las detenciones (1 ) de d i­rigentes (n o hubo n i s iqu iera uno so lo que no pasara com o m ín im o varios m eses en la cárcel), la brutal represión em pleada contra ellos y *os continuos desm antelam ientos de grupos prov in ­ciales h ic ieron de la lab o r espartaqu ista una es­pecie de traba jo de Penélope. S in duda, a esta represión debe a tribu irse e l re la jam ien to de acti­vidades constatado en 1918, tras las grandes huel­gas de enero.

1. Rosa Luxem burgo fue encarcelada en dos redadas y permaneció en prisión la m ayor parte del tiem po que duró la guerra. Liebknecht estuvo preso desde m ayo de 1916 a oc­tubre de 191S. W ilhelm Pieck fue oficialm ente arrestado en mayo de 1915; tras 5 meses de prisión preventiva, es final­mente movilizado; estuvo fugitivo en B e r lín desde octubre de 1917 a enero de 1918, fecha en la que huyó a los Países Bajos para no regresar hasta octubre. E berle in fue capturado el 18 de agosto de 1915 y retenido hasta prim eros de oc­tubre. para ser tam bién movilizado. E rnst M eyer fue arrestado al m ismo tiem po que Eberlein . Julián M arch lew ski, aprehen­dido en 1916, pasó dos años en residencia vigilada. Herm ann Duncker fue m ovilizado en 1915. Bertha Thalheim er, captura da en 1917, fue condenada a dos años de prisión. Franz M eh­ring y C lara Zetkin pasaron asim ism o varios meses en p ri­sión. Borchardt fue encarcelado el 11 de febrero de 1916.

En provincias, concretamente en Stuttgart, Hoernle, Cris- pien y V/estmeyer estaban vigilados o fueron encarcelados o movilizados; en Chemnitz, Heckert pasó en prisión los ú lti­mos años de la guerra; etcétera.

Los arrestos no sólo afectaron a l nivel dirigente. En junio de 1915, en Berlín , 5 hom bres y 2 m ujeres fueron aprehendi­dos por d istribuir ejem plares del folleto de Liebknecht titulado E l enemigo principal... Los hom bres su frieron condena de 3 meses. En 1916, una parte de la organización de Leipzig fue desmantelada, y 23 responsables residenciados en diversas lo ­calidades 10.

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LOS ESPARTAQUISTAS 291

Lo que resulta indiscutible, según se desprende del in fo rm e Jogiches de m arzo de 1918 (ve r ane­xos), es que los espartaquistas eran el único grupo de la oposición que, a principios de 1918, contaba con un aparato técn ico clandestino capaz de im ­p rim ir y d ifundir m iles de octavillas o folletos en un tiem po m ínim o. En enero-febrero de ese m ism o año, e l U.S.P.D. y e l Com ité de acción se d irig ieron a ellos para que les facilitasen la po­sib ilidad de im prim ir en sus máquinas una serie de publicaciones clandestinas.

En defin itiva , siem pre en función del citado in fo rm e Jogiches, que hasta el presente no ha podido ser desm entido por nadie y que fue ela­borado para la in form ación de m ilitantes más que con fines propagandísticos, no existe razón alguna de peso para fa lsear las cifras sobre los tira jes de los 8 docum entos que editaron los espartaquistas durante las huelgas de enero-febre­ro, y que se ouantifican en 25.000-100.000. Desde luego, los acontecim ientos quedan algo lejos de la rea lidad actual, pero e l testim onio aportado por E rnst M eyer 10 años después constituye un pel­daño in term ed io de va lo r extraordinario.

E l 30 de octubre de 1918, el prefecto de po­lic ía a firm aba que «tod os los extremistas de iz­qu ierda juntos no pasan de ser un grupo relativa­m ente m ín im o (. . . ) N o se les debe sobreestim ar n i o lv id a r que sus llam am ientos y la actividad que desarro llan n o tienen com o resultado real más que ev idenciar una tota l im p oten c ia »11.

Las suposiciones de un p re fecto de policía al que la revo lu ción sorprend ió unos días más tarde de haberlas em itid o no deben considerarse, pues, au ténticam ente certeras; sin em bargo, tam poco deben despreciarse de una m anera absoluta, por lo m enos en lo que respecta al núm ero de m ilitantes, es decir, de espartaquistas declarados, así com o sus opiniones sobre la potencia del m ovim ien to .

K o lb estim a que, en noviem bre de 1918, «e l núcleo a c t iv o » de los espartaquistas es de «m il personas com o m áx im o » ’2. La verdad es que la expresión «n ú c leo a c tivo » ( a k tive r Krei's ) es alga confusa. P o r e jem p lo , tam bién podría hablarse del «núa leo a c t iv o » del Partido socialista francés

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292 GII.BERT BADIA

en 1967, y en cam bio todos sabemos que ese núcleo está constitu ido p o r un núm ero de m iem ­bros considerable. Dada la confusión existente al respecto, la c ifra de m il personas no debe tener­se en cuenta en un estudio serio de la cuestión. En un in form e polic íaco del 30 de octubre, .se estima que, sólo en Stuttgart, e l grupo que d irig ía W estmeyer, separado del S.P.D. en 1914 y «rá ­pidam ente adherido al m ov im ien to espartaquis­ta » 3S, in tegra a unas 600 u 800 personas.

H e aquí un dato más: carentes de un perió ­dico d iario que expresara sus puntos de vista, los espartaquistas m antenían relaciones con d i­versos d iarios de p rovincias e incluso del extran­jero , sobre todo con e l B e rn e r Tagw acht y luego con el Volksfr-cund de B runsw ick. Una nota o fic ia l ded 20 de enero de 1917 estim a en 1.700 el núm ero de e jem plares de este ú ltim o d iario leídos en Berlín , y en 1.000 el de núm eros vendidos en B rem en 14.

Desde luego, es c ie r to qu¡e, en nov iem bre de 1918, la situación era todav ía m uy confusa. ¿Cóm o pod ía distinguirse a un espartaqu ista de un inde­pendiente? ¿Acaso los m ism os espartaquistas no constitu ían una fracc ión del U.S.P.D.? Num erosos m iem bros de los llam ados D elegados revo lu c io ­narios estaban m uy próx im os a las posiciones es­partaquistas. Asim ism o, e l C om ité e jecu tivo de los C.O.S. berlineses inclu ía a bastantes esparta­quistas declarados; eso sin con tar a los s im pati­zantes secretos.

E l E sp artaqu ism o n o estaba a is lado

N o es correcto e l en fren tar a los espartaqu is­tas con los D elegados revo lucionarios, ta l com o ha intentado hacerse en ocasiones. Sus (relaciones eran estrechas y bastante cord ia les. Y si no, ¿por qué causa éstos habrían de haber in v itado a Liebknecht y P ieck para que fo rm aran parte del Com ité de acción que crearon en octu b re de 1918? Los contactos en tre am bos grupos n o se rom p ie­ron jam ás, n i s iqu iera en los m eses d e noviem bre y d ic iem bre. N o podem os o lv idar, com o ya se v io an teriorm ente, que no fa ltó la adhesión de los D elegados revo lu c ion arios cuando la fundación de]

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nuevo partido (K .P.D .). Es cierto que las negocia­ciones de fusión fueron interrum pidas; sin em ­bargo, esas m ism as negociaciones perm itieron com probar que las tesis de unos y otros no es­taban dem asiado alejadas entre sí. A l anunciar en el Congreso de la organización e l fracaso de dichas negociaciones, L iebknecht alentó e l trabajo «hecho en com ún con los Delegados revoluciona­rios ».

Durante las jornadas de los días 5 y 6 de enero, L iebknecht com partió su puesto con los d irigentes de los Delegados revolucionarios y con los Independientes de izqu ierda. Es p o r ello fa lso hab lar del a islam iento de dos espartaquis­tas en los n iveles de d irección del m ovim ien to revo lucionario , así com o a n ive l de masas, por lo m enos en los centros urbanos.

S i es necesario aporta r m ás pruebas en apoyo de esta tesis, puede hacerse. Los m ovim ientos un itarios que se m an ifestaron en las fábricas ber­linesas durante las jom ad as del 9, 10 y 11 de enero lo confinm an. E l personal obrero de las fábricas se m ostró partidario de que cesaran los com bates que oponían, p o r una parte, a los es­partaqu istas, a los D elegados revolucionarios y a los Independien tes de izquierda, y p o r otra a los llama-dos M ayorita rios y a las tropas de N oske. E l P a rtid o com unista (espartaqu ista ) se opuso v io len tam en te a todo tipo de com prom iso, m as e llo no constituyó ningún im pedim ento para que, en la com is ión de 8 m iem bros designada fin a lm en te p o r los 40.000 obreros de las fáb r i­cas A.E.G. y S ch w artzk op ff reunidos en asamblea en H um bold thain , e l 9 de enero, figurasen: dos m ayorita rios , dos independientes de izquierda, dos com unistas y dos delegados 'revolucionarios, los cuales, e l m ism o día, som etieron al gob ierno y al Z e n tra lra t de los C.O.S. una resolución de los obreros precon izando e l cese de la luoha. Entre los días 9 y 11, una verdadera oleada de resolu­ciones análogas p roven ían del Z en tra lra t con­ten iendo las op in iones de 200.000 obreros (225.000 según F re ih e it del 11 de enero). Todas las con­clusiones co incid ían en so lic ita r un nuevo gob ier­no estab lec ido sobre una p la ta form a paritaria «d e las tres tendencias soc ia lis ta s »15.

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294 GILBERT BADIA

Incluso cabe citar a títu lo de e jem p lo la re­solución votada p o r los 4.000 obreros de la Na- tionale Autom obilgesellschaft el día 9 de enero, así com o la del personal de las fábricas de Span­dau (80.000 personas) que reclam aba, el d ía 10 de ese m ism o mes, la reunión de «com isiones' paritarias de los tres partidos con el fin de so­lucionar los problem as locales y nacionales».

Todo esto no dem uestra otra eosa que, para los obreros de Berlín , los com unistas (esparta­quistas), le jos de ser considerados com o un grupo de apestosos o un grupúsculo aislado, hacia m e­diados del mes de enero de 1919, eran valorados en un plano de igualdad con los otros dos p a rti­dos socialistas ■— a despecho incluso de tener una n ó m in a de m ilitantes re la tivam ente m enor— y que no se conoce una so la reso lución satisfactoria de los problem as existentes en B erlín y en el Reich en la que e llos no estuvieran presentes.

Que tales resoluciones no culm inaran con el triunfo dél levantam iento revo lu cionario es o tra cuestión, la cual n o es posib le abordar aquí.

El prob lem a que nos ocupa consiste en saber hasta dónde alcanzaba la in fluencia rea l de los espartaquistas, y qué fracciones del p ro le ta riado y del pueblo eran capaces de m ovilizar.

H ay un punto sobre el que todo el m undo está de acuerdo: antes de la guerra, los esparta­quistas tenían una notab le incidencia en la ju ­ventud del país. L o con firm a el heoho de que la In ternacional Juvenil h ic iera a L iebknech t su pre­sidente, exaltando así su figura. Una de las acu­saciones que la d irección soc ia ldem ócra ta lanzó contra ellos en 1915 es la de que organ izaban pe­queñas reuniones, «jun tas ilega les » de jóvenes. Por lo visto, para el p re fec to de po lic ía de B erlín , en setiem bre de 1917, «la s juventudes de ex trem a izqu ierda » eran un m ovim ien to perfec tam en te asi­m ilab le por el Espartaqu ism o.

Si consideram os que la m ed ida de fu erza de un partido está en fu nc ión de su capacidad para m ov iliza r a las masas, la potencia del m ov im ien ­to espartaquista no puede ponerse en duda. En pleno desarro llo d e la acción revo lu cionaria , el núm ero de m ilitan tes de un p artid o 110 constituye un. c r ite r io m uy só lido para va lo ra r su potencia .

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LOS ESPARTAQUISTAS 295

Prueba de e llo es el e jem p lo de Munich. Los In ­dependientes mo oontaban entonces con más ds 400 m iem bros. E l Partido socia ldem ócrata pare­cía incom parab lem ente más fuerte. E l 12 de ene­ro de 1919, en las elecciones para la D ieta, estos ú ltim os ob tu v ieron 62 fescaños, vein te veces más que los Independientes, qu e sólo obtendrían 3 es­caños. S in em bargo, dos meses después de estas elecciones, durante los días 7 y 8 de noviem bre d e 1919, será K u rt E isner y su pequeño núcleo de socia listas independiéntes quienes d irig irán los acon tecim ien tos revo lucionarios de Munich que cu lm inarán con la tom a del poder; y e l m is­m o E isn er n o sólo fu e nom brado je fe del go­b ierno, ca rgo que ooupó hasta su asesinato, sir*o que su au to ridad 'fue am pliam ente respetada e in­contestab le.

¿Es posiííle c iía a ílffc a r lo s e fec íivos esparíaquistss?

In ten tem os ahora estab lecer un balance de los e fec tivo s del E spartaqu ism o. En el Congreso de Jena, ce leb rado en ju n io de 1913, la izqu ierda to ta lizó a lgo m ás de una cuarta parte de los vo tos to ta les em itid os . E l 3 de agosto de 1914, durante la d iscusión sob re la concesión de los créd itos bélicos, so lam en te 14 d iputados se opusieron a la p ropu esta a firm a tiva , es decir, una séptim a p a rte del g ru po parlam en tario , y los espartaqu is­tas no eran m ás que una pequeña fracc ión de esta m in oría .

Su c rec ien te in flu en c ia la .desarrollaran a pa r­t ir de las ciudades o pueb los en los que encon­tra ron a lgún pu n to de apoyo (p o r e jem p lo , S tu tt­ga rt), ya fu e ra un d ia r io fa vo ra b le a sus tesis o algún gru po de s im patizan tes. Los p rim eros cen tros espartaqu istas fu eron B erlín , S tu ttgart, Gotha, B ru n sw ick , B rem en , H am burgo, la reg ión de S a jon ia y la cuenca d e l Ruhr. Es a p a rtir de la con so lid ac ión de estos núcleos cuando in i­cian sus cam pañas p ropagand ísticas, cuando esta­b lecen los con tactos m ás d irectos y desarro llan su la b o r de ag ita c ión p o lít ic a y social.

A p esa r de la rep res ión , su in flu en c ia se des­a rro lló con e l in c rem en to de la op os ic ión en e l seno de l P a r t id o soc ia ld em ócra ta . E n 1916, sobre

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296 GILBERT BADIA

8 circunscripciones electora les en litig io , alcanza­ron m ayoría en la de Teltow -Beeskow . E l in fo r­m e del p re fec to de po lic ía , dtel 25 de m arzo de 1917, les ad jud ica unos 60 escaños en tre los 400 que to ta liza la oposic ión socia ldem ócrata b er­linesa. Cuando esta oposición se constituyó en partido, los candidatos espartaquistas a l Com ité d irec tivo no fu eron elegidos, pero ob tu vieron un apreciab le y s ign ifica tivo núm ero de votos: E rnst M e jrer consigue 60 votos fren te a los 115 de Luise Z ietz y 114 de Haase.

E l 15 de d ic iem bre de 1918, consigu ieron re­unir una asam blea general d e m ilitan tes de l Gran B erlín . L a m oción de R osa Luxem burgo recogió 195 votos, en tan to que la d e H ilfe rd in g (qu e apoyaba a la d irecc ión ) ob tu vo 485 votos. Gene­ra lizando, puede a firm arse que, en d ic iem bre de 1918, en B erlín , en el seno del P a rtid o socialde­m ócrata independiente hab ía dos espartaqu is­tas por cada siete m ilitantes.

Todas estas cifras señaladas hasta aquí deben ser con frontadas, sobre todo durante e l período revo lucionario , con otros datos; p o r e jem plo , la capacidad de acción rea l de los espartaquistas y la ex traord inaria popu laridad d e sus líderes. L iebkneoht era, desde la deserción de K au tsky en 1916, e l hom bre m ás popu lar en tre todos los re ­beldes. É l se m antuvo firm e. La honestidad de su acción y sus tom as de posición le va lie ron innu­m erables od ios y rencores; se llegó incluso a a irear con eviden te m ala fe que no era un ob re­ro —cosa cierta— y que su desm esurado interés por la causa de las clases traba jadoras era m uy sospechoso.

La popu laridad de sus d irigentes era una de las características principales del Espartaqúis- m o, y lle gó a desbordar incluso las fron teras del Reioh. Las actitudes po líticas de L iebknecht eran am pliam ente conocidas en el ex tran jero : en Francia, en Gran Bretaña, en Rusia y en buena p a rte de Am érica .

Sin em bargo, conviene segu ir centrados en A le ­m ania. D esde Bi'eslau, A lb ert Engem ann le escri­b ió lo s igu ien te con fecha 2 de feb re ro de 1915:

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LOS ESPARTAQUISTAS 297

«A pesar d e los ataques que pueden leerse en toda la prensa, y o os aseguro que aquí, com o en muchos o tros sitios, hay un gran núm ero de camaradas que saben aprecia r vuestra actitud. Esto lo he podido cons­tatar y o personalm ente durante el desempeño de m is funciones com o tesorero y en m i participación en las discusiones. Desde luego, estos apoyos no se encuen­tran en los perm anentes n iveles d irectivos del partido y de los sindicatos ( . . . ) P ero son los m ejores cam ara­das de la organ izac ión (los que os ap ru eb an )»1B.

Un m es antes, los jóvenes de Dresde le roga­ron que fu era a exponer su punto de vista so­bre las causas de la guerra. Nosotros conocemos b ien la op in ión del p ro fesor Sering, quien corro­bora la ya citada del corresponsal de Breslau.

E l m om ento culm inante d e esta popularidad coincide con su salida de la cárcel en octubre de 1918; lo atestiguan los telegram as de Paul Haa­se en nom bre de los obreros de Telefunken, el de los em pleados de la cafetería Branne, en la A lexanderp latz, la carta de Marftha Sanders, que le asegura el fe rv o r de la juventud, y e l testim o­n io escrito de un obrero berlinés: «¿T e sientessatisfecho de la recepción? La noticia de tu li­bertad no se conoció en estas fábricas hasta 3 horas antes ¡y f í ja t e qué a lga ra b ía !»17.

En sus M em orias , Scheidemann explica cómo y p o r qu é luohó en octubre de 1918 para conse­gu ir la lib ertad de Liebknecht. A sus colegas que pretend ían decretar una amnistía excluyendo de la m ism a al líd er espartaquista, les respondió: «Ahora , si hacéis eso, para m illones (s ic ) de obre­ros esa am nistía no será más que una fa lacia » “ .

Tres m il obreros de Stettin d irigieron un men­sa je a L iebknecht liberado; en Friedriahshafen,4.000 personas que se m anifiestan en favor de la paz en un Estado socialista «saludan a su precursor, e l cam arada Liebknedht». Un bávaro de 35 años de edad, a pesar de que no le cono­cía, le escrib ió para «ponerse a la disposición del representante más autorizado de la revolu­ción alem ana». E in fin idad de telegramas le lle­garon de Noruega, de Bélgica, de los Países Bajos y sobre todo de Rusia.

Esta popularidad, la incertidum bre del porve­n ir y e l paro obrero explican e l que, a la llam ada

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de los espartaquistas, tan to en la de d ic iem bre com o en la de enero, respond ieran cientos de m iles de m anifestan tes con su presencia en las calles- Así, p o r e jem p lo , en los d ías 7 y 8, para p rotestar con tra la m asacre del d ía 6 (en la que según ciertas fuentes se p rod u jo una m archa de50.000 personas com o respuesta a la p rim era lla ­m ada de los espartaqu istas), y e l d ía 16, cuando se reunió e l Congreso de los Consejos, las c ifras, de m anifestantes qu e se ba ra jan oscilan a lrede­dor de las 100.000 personas (2 ). M an ifestaciones todas ellas qu e tu v ieron sus efectos. Fue la m o­v ilizac ión de masas la que h izo fracasar el asalto de las tropas de Lequ is con tra la D iv is ión de la M arina, y la que red u jo a la nada los planes del Estado M ayor (en d ic iem b re ) pa ra reconqu istar Berlín .

D e todos m odos, e l fa c to r m ás im portan te ha­b ido durante los ú ltim os m eses de 1918 y en1919 fue el ráp ido p roceso de rad ica lizac ión de las m asas. E n sus Cartas de.sd.-c le jos , Len in des­taca que « lo s lím ites d e lo pos ib le son m il veces superados en las épocas re v o lu c io n a r ia s »1B. La tom a de conciencia de l p ro le ta r iad o alem án, que había p rogresado m u y len tam en te durante la gue­rra, se aceleró bruscam ente. N o tab les fracciones de la oíase obrera , que só lo ten ían audiencia para l'os M ayorita r io s y que apoyaban su po lítica , cam ­b ia ron súb itam en te de cam po, en ap oyo de los In ­dependientes o d e l E spartaqu ism o. Un fenóm eno análogo se p ro d u jo en R usia : de go lp e se in cre­m entaron las fila s bo lchev iqu es con num erosas adhesiones: 23.600 m iem b ros a p rin c ip ios de 1917;40.000 en abril, tras dos m eses de activ idad legal, y 250.000 en las v ísperas revo lu c ionarias de O c­tubre.

L a rad ica lizac ión de las m asas

Las elecciones que tu v ie ron lu ga r en 1919 'no son más que un in d io io d e este desp lazam iento,

2. L a estim ación espartaquista. c ifra e l núm ero de m ani­festantes en 250.000 personas.

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LOS ESPARTAQUISTAS299

pero un ind ic io especialm ente sign ificativo To m em os com o e jem p lo Berlín . En las eleccione¡ para la Asam blea nacional del 19 de enero de 1919, los Independientes obtuvieron el 27 6 % de los su fragios emitidos;*- fu eron superados por los M ayorita rios , que recog ieron e l 36,5 % de los vo ­tos, en tan to que los Comunistas no presentaron candidatos: sus sim patizantes y m ilitantes o se encontraban entre el 27,6 % de los Independien­tes o no concurrieron a las urnas. Una semana m ás tarde, e l 26 de enero, se e lig ieron los dipu­tados pa ra la D ieta prusiana: Independientes28.1 °/o, M ayorita r io s 35,1 % . En sólo 8 días, los In ­dependientes ganaron e l 0,5 % de votos", y los M ayorita r io s com enzaron a «p a g a r » la acción de N oske y su alianza con los cuerpos francos con­tra rrevo lu c ion arios perd iendo el 1,4 % de los su­frag ios. Un m es m ás tarde hay nuevas elecciones (23 de fe b re ro ); se tra ta esta vez de escoger los consejeros m unicipales d e B erlín : Independien­tes 33 % (ganan 5,4 % ), M ayorita rios 31,7 % (p ier­den 4,8 % ). Cabe destacar que e l tota l de votos socia listas constituyen un porcen ta je m uy esta­b le con una lig e ra tendencia a incrementarse, y en e l seno del p artid o hay un deslizamiento' hacia la izqu ierda .

D iec iocho m eses m ás ta rd e se e lig ió e l segun­do Reichstag. Los resu ltados que nos interesan fu eron en B er lín los siguientes: Independientes42,7 %, M ayorita r io s , 17’5 % , Comunistas 1,3 % . El to ta l de vo tos socia listas d ism inuyó, pasando del64.1 % a l 61,5 % d e l to ta l d e su fragios em itidos, p e ro lo que m ás se ev idencia es e l desplazam ien­to hacia la izqu ierda en e l seno del partido. En enero de 1919, los M ayorita rios adelantaban neta­m en te a los Independ ien tes; en feb rero , los pape­les se hab ían in ve rtid o y, en jun io de 1920, en B erlín , p o r cada 2 electores del S.P.D. hay 5 que vo tan p o r e l U.S.P.D.

Estos resu ltados tu vieron su re fle jo en las su­cesivas e lecciones en el C om ité e jecu tivo de los Con'sejos ob reros del Gran Berlín . E l Com ité e jecu tivo fu e renovado el 17 de enero de 1919 por la A sam b lea General: 346 vo tos fueron para los M a ­yoritarios, 331 para los Independiientes, 117 para

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lo s D em ócra ta s . L o s e sp a rta q u is ta s n o se p res en ­ta ron en ta n to qu e ta les (su s d e le ga d o s f ig u ra b a n b a jo la e t iq u e ta d e l U.S.P.D.); e l 28 d e fe b r e r o h ubo n u eva v o ta c ió n con lo s re su lta d o s s igu ien ­tes: 271 v o to s p a ra e l S.P.D., 305 p a ra lo s In d e ­pen d ien tes , 99 p a ra lo s C om u n is ta s y 95 p a ra los D em ócra tas . E l 19 d e a b r il, te r c e ra re n o v a c ió n d e l C o m ité e je c u t iv o : M a y o r ita r io s (S.P.D .) 164 v o to s . In d ep en d ien tes (U.S.P.D.) 312, C om u n is ta s 103 y D em ócra ta s 73.

¿Qué deducciones pueden extraerse de todas estas cifras? E l desplazam iento hacia la izqu ier­da es aquí aún más acentuado que en las elec­ciones generales. E l avance de los Independientes y el progreso de los Comunistas son más netos y más acelerados que en las elecciones generales. Cabe preguntarse qué es lo que provocó este tras­trueque de posiciones. L a in fluencia de los Inde­pendientes creció ráp idam ente hacia el predo­m inio. En el curso del año 1919, e l ala izqu ierda de este grupo se rad ica lizaría aún más, aproxi­m ándose netam ente a la p la ta fo rm a comunis­ta. Este deslizam iento tiene varios m otivos que lo explican, en tre los cuales hay que destacar la in fluencia e je rc ida en el seno del grupo p o r los espartaquistas.

Todas las c ifras expuestas hasta aquí s e ' ci­ñen estrictam ente a Berlín , ta l com o se ha indi­cado ya al princip io. A n ive l de todo el Reich, las dos agrupaciones socialistas obtuvieron , en con­junto, el 45,7 % y el 40 % respectivam ente en las convocatorias de enero d e 1919 y d e jun io de 1920, en tanto que en B erlín obtuvieron apro­xim adam ente los dos tercios de los votos em itidos, al igual que en los núcleos urbanos donde las masas obreras se rad ica lizaban progresivam ente. Debe añadirse que el Partido com unista era una organización rela tivam ente nueva, y que, cuando se realizaron estas dos elecciones, .sus líderes más prestigiosos habían sido ya asesina­dos. Am parados tras la etiqueta del U.S.P.D., los Comunistas en general no rehusaron la asisten­cia a las urnas. A/Iás b ien al contrario. En el transcurso de dos años, 1919 y 1920, con más o menos rap idez según las regiones y localidades,

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los Comunistas aparecen ya directamente en el juego po lítico del Reich. Entre tanto, los votos aportados por los espartaquistas han alimentado las filas de los Independientes hasta mediados de 1919, y pudiera ser que algunos prosiguieran en esta situación hasta incluso el otoño de 1920 es decir, hasta el Congreso de Halle, en el qué con una fuerte m ayoría se decidirá la fusión de Independientes y Comunistas. En sólo 1-8 meses, tal com o Rosa Luxem burgo p red ijo en aquel di­ciem bre, los espartaquistajs habían sabido ga­nar para su causa a la m ayoría de los m ilitan­tes del U.S.P.D.

Antes incluso de entrar en 1920, se constata ya una notable in fluencia espartaquista entre los Independientes,- sobre todo en los meses de no­viem bre, d iciem bre y e l siguiente mes de enero, ya dentro de dicho año. En Berlín , Rosa Luxem­burgo había expuesto sus esperanzas en su co­rrespondencia: el 29 de noviem bre le escribióa C lara Zetk in respecto a un suplemento fem e­nino que esta ú ltim a debía editar, p idiéndole que no aceptara las colaboraciones de Lu ise Zietz ni de A-lathilde W urm (am bas del U.S.P.). «N os ­otros debem os m antener con ellas las m ejores re­laciones posibles, p ero nuestro ob je tivo es que se adhieran a nuestra línea, cosa que tarde o tem prano acabará p o r suceder». Y sigue: «Dau-mig, E ichhorn, etc., a firm an que están totalm ente de acuerdo con nuestras posiciones, lo m ism o que Ledebour, Zietz, K u rt Rosen feld y... las ma­sas. Esta izqu ierda no sólo aprueba nuestra crí­tica, sino que incluso nos reprocha nuestra débil actitud fren te a los Independientes» (es decir, contra la d irección del U.S.P.D.). Y en su ú ltim a carta, del 11 de enero, Rosa escribe: «N uestrom ovim ien to se desarro lla m agn íficam ente en todo el R e ia h »20. N o hay razón alguna para pensar que ella se estuviera engañando a sí m isma. Arin­que, p o r o tra parte, es tam bién cierto que los sucesos acaecidos durante la semana sangrienta y las punitivas expediciones decididas por Noske y ejecutadas por M aercker, con la finalidad de li­quidar los núcleos espartaquistas de las provin ­cias, p roporcionaron un duro golpe a la evolu-

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c ión p rev is ta p o r R osa , ya bastan te co m p ro m eti­da p o r las luchas in ternas que desgarraban al jo v en P a r t id o com un ista .

Los e jem p lo s de la cuenca deJ R u h r y de Va­rios pueb los m erecen s e r destacados.

E n los C on se jos ob re ros de los d is tr ito s de E r fu rt (T u r in g ia ) y M erseb u rgo (A lta S a jon ia ), los Com unistas d ispon ían d e una cu arta p a rte de los vo to s en fe b re ro d e 1919, en tan to q u e e l U .S.P. ten ía e l 50 % y e l S.P.D . e l 25 % . E n D iisse ldorf, a fina les de n ov iem b re , los M a y o r ita r io s d im iten de l C on se jo O b re ro qu e a p a r t ir de ese m om en ­to se com p on e exc lu s ivam en te de In depen d ien tes y espartaqu istas (e s te C on se jo ib a p ro n to a cons­titu ir una m ilic ia de 1.500 h om b res ). E n H am - born, e l a lca lde, en un in fo rm e e lab o rad o hacia m ed iados de fe b r e r o de 1919, d estaca e l que «d e s ­de e l 28 de d ic iem b re ( . . . ) la fu e rza está to ta l­m en te en m anos d e l P a r t id o com u n ista ( . . . ) De todos m odos, en gen era l, la s itu ac ión p erm an ece en c a lm a » a\ E n O berhau sen e l 3 de enero , e l Con­se jo O b re ro es ren ovad o , y en su nu eva com p o ­sic ión só lo figu ra n C om un istas e Independ ien tes . E n M üliheim o cu rre lo m ism o : du ran te e l m esde d ic iem bre , los M a y o r ita r io s son exc lu idos del C onsejo O brero , in te g ra d o ah ora exc lu s ivam en ­te p o r espartaqu istas e In dep en d ien tes .

A m ed iad os de fe b re ro de 1919, los p a rtes o f i ­cia les c itan la ocu p ac ión d e B o ttro p (cu en ca del R u h r) p o r 2.000 espartaqu istas , seña lando qu e e l 18 de fe b re ro , en la re g ió n de D iisse ld o r f, los espartaqu istas han con segu ido a rm a r a unos 15.000 h om bres la.

L o s tes tim on ios y da tos hasta aqu í expuestos nos p a recen de ta l con tu n den cia qu e casi r id icu ­lizan las tes is qu e m an tien en qu e los esp a rta ­qu istas n o pasaban de se r un grupúsou lo , una secta o un pu ñado d e je fe s sin tropa . Es m ás, dem u estran que, a p a r t ir d e l m es d e n ov iem b re , su in flu en c ia era crec ien te , sob re to d o en los cen ­tros u rbanos d e B e r lín , B rem en , S tu ttg a r t ,-en la cuenca del Ruhr, etc.; qu e la p o ten c ia rea l d e l m o v im ien to y su fu e rza d e a tra cc ión eran m u­cho m ayores d e lo qu e daban a en ten der las ci­fra s de sus m ilitan tes ; q u e la ra d ica liza c ión de las m asas se p ro d u jo con una ex tra o rd in a r ia ace­

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leración , y que en e lla ju garon un papel decisivo las fuerzas espartaqu istas; y, en fin , que ba jo la e tiqu eta de «In d ep en d ien tes » se encontraban can­tidad de m ilitan tes que no tardaron en in tegrar­se en las fila s de l com unism o.

Los resu ltados e lec to ra les ' que hem os citado m ás a rr ib a a testiguan que cam bios de notable im p ortan c ia se p rod u je ron en meneas de un mes, a p rin c ip ios d e 1919, y la o rien tac ión en e l seno de l soc ia lism o d io un g iro to ta l en m enos de una sem ana. Estas tran sform acion es rad icales no fu e­ron un p rod u cto espontáneo de la situación , sino e l resu ltado de los hechos acaecidos duraxnte los dos ú ltim os m eses del año an terior, esto es, de 1918. E n e fec to , es a p a r t ir de dietho m es de n o v iem b re cuando los espartaqu istas consiguen h ab lar d irec tam en te y sin im ped im en tos con las m asas, cuando p o r f in pueden ed ita r lega lm en ­te su p ren sa y d ifu n d ir la con m enos d ificu lta ­des. A dem ás de D ie R o te Fcúrne, pub licada en B erlín , en las p rov in c ia s de l R e ich aparecieron gran can tidad d e h o jas de in fo rm ac ión espar­taqu istas.

C u a lqu iera qu e in ten te es tab lecer un balance de la fu e rza rea l d e l E spartaqu ism o debe tener m uy en cu en ta las fechas. L o que en octubre de 1918 eran unos m iles d e partisanos, a princip ios de 1919 con tro la b a a va rio s centenares de m iles de luchadores.

S in d irecc ión c e n íra liz a d a

S in em b argo , no es p os ib le o lv id a r un hecho fu n dam en ta l: es c ie r to que e l d esa rro llo del m o­v im ien to espartaqu ista fu e considerab le , m as tam ­b ién es v e rd a d qu e su o rgan izac ión no pasó de un n iv e l em b rion a rio . E l E spartaqu ism o, y el P a rtid o com u n ista q u e n ac ió b a jo su égida, n i p recon iza ron n i in ten taron nunca c rea r una d i­recc ión cen tra lizada . E n la expresión «cen tra lis ­m o d em ocrá tico », k>s bo lchev iqu es ¡hicieron espe­cia l h in cap ié en e l «c en tra lism o », en tanto que los espartaqu istas lo h ic ie ron sob re lo «d em o ­c rá tico ».

D u ran te la gu erra fu e necesario d e ja r a los núcleos espartaqu istas d isem inados p o r todo el

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territorio alemán en la más absoluta autonomía. E l «Centro» tan sólo envió a los organismos provinciales unos cuantos textos de propaganda o de información, intentando únicamente el en­sayo de una plataform a común que reuniera a las diversas Conferencias nacionales, lo que tro­pezó en su desarrollo con enormes dificultades.

Las acciones revolucionarias habidas apenas m odificaron este estado de cosas. En noviembre de 1918, los nexos eran difíciles de establecer en todo el Reioh, pero las interrelaciones de los nú­cleos espartaquistas eran particularm ente defi­cientes. Se tardaba 2 ó 3 días para llegar a Berlín desde K ie l o Mannheim. A pesar de que el servicio postal funcionaba, C lara Zetkin no recibía con regularidad los 'ejemplares de Die R ote Fahne. Desde una perspectiva actual, cues­ta im aginar -la m agnitud del aislam iento de los nú­cleos provinciales y de cualqu ier localidad en­tre sí.

A causa de este estado de cosas, los núcleos comunistas constituidos a princip ios de 1919 en las principales piudades del país tenían com o ca­racterística una gran autonom ía, lo cual se co­rrespondía perfectam ente con la concepción es- partaquista de la organización. S i la verdad es que la auténtica energía reside en las masas, es decir, que constituye una prop iedad inherente de ellas, ¿por qué las masas de Le ip zig o de Brem en habrían de rec ib ir órdenes de la direc­ción berlinesa? «N o debéis .esperar órdenes de arriba; -deben surgir de vuestra p rop ia in ic ia ti­v a » 23. Esta frase de Eberlein , encargado de p re­sentar al Congreso de fundación del K.P.D. el in fo rm e sobre organización, se inscribe p lena­m ente en la línea de actuación espartaquista.

Una de las consecuencias >de esta posic ión será la no-coord inación de las diversas acciones ¡lleva­das a cabo en los d istin tos puntos del país. La ocupación decretada ■— o consentida— p o r e l presi­dente (com un ista ) del Consejo O brero, Rcígg, el 11 'de enero, de los locales de un p eriód ico social- d em ócra ta de D uisburgo p o r un grupo de espar­taquistas — acción que p o r o tra parte será ap ro bada p o r la buena fe de l C onsejo O brero e l día 7 de en ero— n o respon d ió a una coord inación

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política con la organización de Berlín, y acabó por diluirse en su propia ineficacia. L o m ismo _ ocurrió con in fin idad de golpes de mano espar­taquistas, incluso con los que tenían auténtica envergadura, todos ell©s improvisados sobre la marcha, y que acabaron siempre siendo utiliza­dos por la prensa reaccionaria para popularizar­los con el ánim o de presentar al Espartaquismo unas veces com o un espantajo y otras com o un gruipo terrorista, cuando no ambas cosas a la vez.

En la trinchera enemiga, el gobierno y el e jército disponían de un aparato incom para­blemente más sólido, m ejor organizado, centra­lizado: esto fue sin duda una de las causas de la derrota de los espartaquistas alemanes.

NOTAS

1. Cf. Kolb, Die Arbeiterrdte..., ob. cit., Rosenberg. Ents- tehung tind Geschichte der Weimarer Reptiblik. Frankfurt, 1955, pág. 15; Flechtheim, Die kommunistische Parte-i Deutschlandsin der Weimarer Republik, Offenbach, 1948, pág. 47.

2. V er en «Docum entos», tomo IX de la presente obra,pág. 15.

3. Archivalische Forschungen.... ob. cit., 4/II, pág. 708.4. Id ., pág. 396.5. Id ., pág. 398.6. Cf. K o lb , Die Arbeiterrdte..., ob. cit., pág. 48, nota 2.7. Archivalische Forschungen..., ob. cit., 4/II, pág. 398.8. Id ., pág. 438.9. V er en «Docum entos», tomo I I de la presente obra,

págs 11-13.10. V e r el capítulo siguiente sobre el origen social de los

espartaquistas.11. Archivalische Forschungen..., ob . cit., 4/IV, pág. 1713.12. Cf. K o lb , Die Arbeiterrdte..., ob. cit., pág. 47.13. Archivalische Forschungen, ob. cit., 4/IV, pág. 1712.14. Archivos del I.M .L ., dosier 8/8, hoja 128.15. C f. K o lb , Die Arbeiterrdte..., ob . cit., pág. 236, nota 1.16. Archivos del I.M .L ., dosier N L IV B/9, ho ja 150.17. Id . (m ism o dosier).18. P . Scheidem ann, M em oiren eines Sozialdemokraten, IT,

pág. 233.19. Lenin, Obras, tomo 23, pág. 351.20. Cf. Les Spartakistes..., ob. cit., págs. 155 y 230.21. Id ., págs. 194-195 y 266-267.22. Archivos del I.M .L ., dosier 9/13, h o ja 244.23. D ie R ote Fahne del 2 de enero de 1919 y proceso ver-

T5al del Congreso. C f., igualmente, Prudhom m eaux, Sparta- cus..., ob . cit., pág. 58.

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XIX. EL ORIGEN SOCIÁLDE LOS ESPARTAQUISTAS

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La m ayoría 'de los historiadores coinciden en que, 'dadas las actuales lagunas de inform ación existentes, resulta prácticam ente im posible reali­zar un estudi-o sociológico del Espar.taqu.ismo, so­bre todo del período anterior a noviem bre de 1918. A partir de esta fedha, especialm ente en el curso del desarrollo de los acontecim ientos re­volucionarios, los datos existentes inducen a pen­sar que las filas espartaquistas se v ieron engro­sadas esencialm ente por una m asiva afluencia de jóvenes y 'de obreros a los que las circunstan­cias socioeconóm icas despertaron s<us conciencias.

La fa lta de traba jo se extendió con una ace­leración inaudita al fina lizar el con flicto bélico. A prim eros de d iciem bre de 191S, se contaban unos 300.000 parados seguros en todo el Reicli, y 1.100.000 a fin es de feb rero de 1919. En menos de 3 meses, e!l núm ero de parados se trip licó, y la cuar­ta parte del to ta l eran personas residentes en Ber­lín; en H am burgo, e l núm ero de parados crece de 40.000 obreros en enero a más de 70.000 en fe ­brero, a los que debe añadirse unos 100.000 obre-

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ros con tra b a jo s even tua les y p a rc ia les ; en M u ­nich, du ran te e l m es de m a rzo , h ab ía 30.000-40.000 ob re ros en p a ro ; en en ero -feb re ro , 9.000 en B rem en , 6.000 en M an n h e im y 4.000 en B ru n s­w ick . E n D resde, e l 27 de fe b re ro de 1919, se anuncia que la c ifra d e p a rad os asc iende a 25.000 trab a jad ores , y en F ra n k fu rt, e l 8 d e enero, se cuentan 14.258 p a rados seguros.

E stos s in -traba jo eran h om b res y m u je res es­p ec ia lm en te sensib les a la p ro p a ga n d a esp a rta ­qu ista. T o ta lm en te d esocu pados y d isp on ib les , constitu ían e l g ru eso de la m asa de m an ifes tan tes que sa lían a la ca lle en resp u es ta a los p r im e ro s llam am ien tos . H a b la n d o so b re e l b o lch ev ism o a los so ldados de M u n ich , K u r t E isn e r p en saba en estos in fe lic es a l d ec ir : « E l b o lch ev ism o , en tan ­to q u e e lem en ta l fen ó m en o p ro d u c to d e la m ise ­r ia y la d esesperac ión , no p u ed e se r v en c id o p o r n inguna p o ten c ia d e l m u n d o ( . . . ) C uando y a no nos qu ed e n ada qu e c o m e r se tom a rá n a l asa lto las p a n a d e r ía s »x. E xasp erad os , acosados p o r e l h am b re y p o r e l fr ío , es taban p res to s a escuchar y ob ed ece r las ó rd en es p a ra la a cc ión : a un só lo g r ito se u n ían de in m ed ia to y estaban d ispuestos rá p id a m en te p a ra e x ig ir cuentas a la au to r id ad o p a ra asa lta r las o fic in a s d e a lgú n p e r ió d ic o lo ­ca l, sob re to d o si és te e ra p o r ta v o z de la b u rgu e ­sía o ten ía c o lo ra c ió n m a y o r ita r ia .

U n despacho fe c h a d o e n D iis s e ld o r f, a m ed ia ­dos de fe b re ro , anunció q u e los esp a rtaqu is ta s h a ­b ían o rga n iza d o a «d o s m il jó ven es , fo rm a n d o un b a ta llón de asa lto dé dos m il h om b res , r e fo rza d o p o r los o b re ro s d e la R h e in is ch e M e ta llw a ren -fa - b r ik » .

R esp ec to a la ju ven tu d de l m o v im ie n to hay datos an á logos en las pág in as d e l L a n d ra t d e B eu then : «E n genera l, los o b re ro s d e m ás edadtienen ten den c ia a con tin u a r tra b a ja n d o , p e ro con frecu en c ia se lo im p id en lo s e lem en tos m ás j ó ­ven es ». S egu idam en te , -el d ocu m en to h ace h in ca ­p ié en qu e ta les e lem en tos jó v en es s ien ten ex ­tra o rd in a r ia s im p a tía p o r las id eas « r a d ic a le s »2. R adek , en su D ia r io , rem a rca esta c ita d e L ie b k ­nech t: «L o s soc ia ld em ócra tas son m ás n u m erosos qu e n oso tros , p e ro son v ie jo s .. . la ju ven tu d m a r ­cha a n u estro l a d o » 8. T a m b ién R o sa Lu xem bu r-

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go a d v ir t ió la ju ven tu d de los delegados que asis­tie ro n a l C on greso de fu n dac ión del K .P .D .

M as tra tem os de v o lv e r a lgo hac ia atrás. ¿E n qué capas de la p o b la c ió n se apoyaban los espar­taqu istas antes d e los a con tec im ien tos re vo lu c io ­narios? Según K o lb , «e ra n sob re tod o in te lectu a­les y m iem b ro s p roven ien tes de las ju ven tu des so c ia lis ta s »* . A es te esqu em a le fa lta p rec is ión si nos p regu n tam os p o r e l o r ig en de esta ju ­ven tu d soc ia lis ta . L a respu esta só lo es una: p ro ­ven ían de am b ien tes esen c ia lm en te ob reris tas , d esem peñ aban tra b a jo s d e aprend ices, m e r ito ­rios, e tc . D e n u evo h em os d e sa lir a l p a so de las tes is de K o lb cu ando a firm a que lo s espar­taqu istas ca rec ía n d e con tactos con lo s m ed io s ob reros . « N o ex is t ía n — escr ib e— re la c ion es con los o b re ro s d e las gran des fáb ricas , sa lvo en a l­gunas pequ eñ as c iudades (Chem m itz, B ru n sw ick , S tu ttg a r t L---] B r e m e n ) » 5.

E n B e r lín , en n u es tra op in ión , K o lb subesti­m a las re la c ion es qu e los espartaqu istas m an te­n ían con lo s ob re ra s . ¿D e dón de , s i no, h a b r ía n su rg ido los m ile s d e m a n ifes tan tes qu e a cog ieron a L ieb k n ech t en B e r l ín du ran te la jo rn a d a del26 de o c tu b re? A d em ás , e l in fo rm e J o g ic h e s 3 se­ñ a la qu e n u m erosos espartaqu istas p a rtic ip a ron en la h u e lga de en ero de 191S, en ca lid ad d e d e­legad os o de respon sab les .

R eco n o cem o s in d iscu tib lem en te que la m a yo r p a rte de los d ir ig en tes espartaqu istas — L u x em ­bu rgo , L ieb k n eoh t, L e v i, M eh r in g Z etk in , Dun­cker, E b e r le in — n o p ro ven ía n d e la c la se o b re ­ra. T a n s ó lo P ie c k e ra o b re ro ; lo s dem ás eran p er iod is ta s , p ro fe so re s , abogados, e tc . P e ro este re co n o c im ien to d eb e ta m b ién h acerse ex ten s ivo a la s o c ia ld em o c ra c ia a lem an a en gen era l. D esde hace m u ch o t iem p o , n u m erosos h is to r ia d o res han d estacado e l h ech o d e qu e n o eran p rec isam en te ob reros , s o b re to d o o b re ro s n o -cu a lificad os , lo s qu e a lim en tab an sus cuadros p o lít ic o s , n i tam -

" p oco en tre sus m asas p red om in a b a n d e m an era c la ram en te su p er io r . B eb e l e ra un p equ eñ o indu s­tria l, H a a se un ab ogad o , N o sk e y E b e r t ja m á s han s id o con s id e ra d os p ro le ta r io s n i se les h a im p u ta d o u na co n d ic ió n o b re ra s a lv o e n la é p o ­ca de sxi ju ven tu d , y a qu e fu e ro n rá p id a m e n te

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«e le v a d o s » en la je ra rq u ía de la organ ización , y redacta ron a p a r t ir de entonces artícu los para p eriód icos de d iversas p rov in c ias .

S ería espec ia lm en te ú til p a ra el análisis del E spartaqu ism o el con ocer m ás de cerca a sus cuadros p rov in c ia les . Joharm K n ie f, en un artícu ­lo de fecha 1 de enero de 1919, los c ita de j a ­sada, resum iendo s im p lem en te que los esparta­quistas e izqu ierd is tas de B rem en fo rm a n «soc ia l y p o líticam en te p a rte de la m ism a ra íz ». Y aña­de que am bos se apoyaban sob re « la fra cc ión revo lu cionaria d e l p ro le ta r iad o , es decir, e l sec­to r con una conciencia m ás a g u d iza d a »T. Des­de un punto de v is ta soc io lóg ico , esta conclu­sión es poco precisa . S ob re esta cuestión te­nem os a nuestra d ispos ic ión u n ■documento que fac ilita la rev is ión de tan concluyentes a firm a ­ciones.

C ierto núm ero de d ir igen tes p rov in c ia les del E spartaqu ism o fu eron incu lpados en L e ip z ig tras e l a rresto de l ca rp in te ro H e r re ( ju n io de 1916). La p o lic ía estaba al c o rr ien te de sus actividades, al igu a l que ocu rrie ra antes en e l caso de E b e r­lein. Pasó que los espartaqu istas enviaban el m ateria l p ropagan d ís tico a L e ip z ig a través de los conductos posta les que un ían esta c iudad con B erlín , y que a llí era recog id o p o r los responsa­bles. U n día, p o r causas indeterm inadas, uno de estos paquetes que llevab a la d irecc ión del des­tinatario equ ivocada fu e re ten id o en la adm in is­tración posta l, donde se in ves tigó su conten ido: m ateria l subversivo. A p a r t ir de este anteceden­te, la p o lic ía p id ió a los em p leados de correos de la loca lidad que la p rev in ieran sobre la persona­lidad de quienes 'depositasen paquetes análogos. De este m odo fue deten ido H erre .

Luego, la p o lic ía p iído hacerse con las d irec­ciones de c ie rto núm ero de corresponsales de H erre a ra íz de l env ío del fo lle to ¿E n dónde, está L ie b k n e ch t?, escrito p o r R osa Luxem bu rgo .'

E n apoyo del acta de acusación levan tada en el «a su n to H e rre » , la p o lic ía presentó un in fo rm e en e l qu e adem ás de los nom bres figu raban las d irecc ion es y las p ro fes ion es de los destinatarios. H e aqu í las páginas 8, 9 y 10 de l m ism o:

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LOS ESPARTAQUISTAS 311

«E l 21 d e ju n io han s id o depositados en la o fic ina posta l n .° 14 d e L e ip z ig los sigu ientes paquetes:

n.° 256 d ir ig id o a L e n i E ifin ge r , en M aguncia, Lohrstr., núm . 2 2 . *

n .° 258 — E rn s t Schum acher, en Friedrichsha-fen , G ebhardstr., 28.

n .° 260 — H e in r ich Schaub, carp in tero en Bü-d esh eim , K re is F ried b erg , Hesse.

n .° 261 — W ilh e lm Lauben, h oste lero en M ag-d eb u rgo , Fassch lochsberg, 9.

n.° 262 — Pau l Banse, a fila d o r en H a lle , Sch-le ifw e g , 3.

n .° 263 — ■ K a r l Lü tge , m aestro zapatero enN ordh au sen , Judenstr., 1.

n .° 264 — M a x K ah n , com erc ian te en M unichK yre in s tr ., 9.

n .° 265 — Alber-t E ngem an n (1 ), capataz enB res lau , H erda in str., 95.

n.° 266 — W illi W illk om m , alm acen ista en Streh-la , B adergasse, 157.

n .° 267 — ■ P au la K och , en B runsw ick , K lim t, 31.n .° 268 — A lex an d re W in k le r <2), fab rican te en

A rn stad t, M arlits tr ., 19. n.° 269 — F erd in an d W ill, adm in is tra tivo de la

VoJkszeitung de K ón igsberg , Yorck - ' str., 91.

n.° 270 — F é lix Schm id t, l itó g ra fo en Hanno-ve r , S trieM str., 21.

n .° 271 —■ W ilh e lm Hannen, zapatero en Gotha,H oh ersan d , 48.

n .° 274 — O tto B auer, ahora en Unterm hauscerca de Gera, H einrichstr., 37.

n .° 275 — • W ilh e lm E rn st Rüthm ann, sastre enF re ib erg , Teichgasse, 2.

¡n.° 276 — M a r ie Z ilisen , en D antzig, EnglischcrDarrnn, 38.

n .° 277 — ■ F r ied r ich K a r l Stucke, sastre en B re­m en, Ferd inandstr., 3.

n.° 278 — ■ G ustav W ischeropp , p rop ie ta rio deuna ca fe te r ía en M agdeburgo, Neus- tad terstr., 36.

n.o 279 — Leb erech t M artin Scbafer, ob rero de■una fáb r ica de G opitz.

n.° 280 — K a r l Julius H em m in ger (3), Pl&tz-meister en Karlsruhe, Nelkenstr., 27.

n.o 281 — O skar Schram m , p in to r de porcela­nas en Selb, Gartenstr., 35.

n.o 282 — K a r l M eve, fabrican te de tapones enM aguncia, M ark t, 39.

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Desde luego, som os p erfectam en te conscien­tes de que esta lista de 23 d irecciones represen ­ta una m uestra ind icativa de la que no es p os i­b le extraer grandes conclusiones de t ip o general. Igualm ente es co rrec to suponer que tales "desti­natarios fuesen escogidos prec isam en te en función de las fac ilidades que su p ro fe s ión representaba para la d istribución del m a teria l p ropagand ís­tico: el dueño de una ca fetería , un zapa tero o un sastre pod ían rep a rtir los fo lle to s a sus v is itan ­tes sin llam ar la atención, puesto qvie son m u­chos los clientes que n orm alm en te entran y salen durante el d ía de ta l tipo de estab lec im ien tos co­m erciales. Es en razón de esto que cabe pensar que fueran sim ples «es ta fe tas p osta les » m ás que auténticos responsables po líticos ; sin em bargo, los nom bres de Schum acher, Engem ann, W inck ­ler, citados ya a lo la rgo de este estudio, pa re­cen desm entir esta h ipótesis, ya que e llos sí eran auténticos m ilitan tes. •

T ras expresar estas reservas, se puede pasar a exam inar la lis ta un p oco m ás de cerca. In ­cluye 3 m u jeres y 20 hom bres. En el Com ité d irec tivo espartaquista, e leg ido e l 4 de ju n io de 1916, figu raban 2 m u jeres: K a th e Duncker y R e ­gina Rubén. Igu a lm en te había 2 m u jeres en e l Co­m ité Central de 11 m iem bros eleg idos en e l con­greso del K.P.D., p o r no hab lar ya de C lara Zetk in y de lo activo que era el m ov im ien to en p ro de la liberación de la m u jer. L a conclusión es una: no hay ninguna duda de que las m u je ­res desem peñaron un papel im portan te en el seno del m ovim ien to espartaquista.

E l análisis de la situación geográ fica de los m iem bros no perm ite ex traer conclusiones de­m asiado netas y contundentes. N o figu ran co­rresponsales en la cuenca del R uhr n i en gran ­des centros urbanos com o H am burgo, Stuttgart, N u rem berg o Frankfurt, de lo que parece plausi­b le deducir que L e ip z ig «a lim en tab a » a la A lem a­n ia com prendida entre K ón igsberg y M aguncia, y entre Brem en y Munich, en función probab le­m ente de relaciones personales más que coarto resu ltado de una c lasificación geográ fica p lan ifi­cada. E n otras palabras, B erlín sé encargaba de un sector y Le ip z ig de otro.

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LOS ESPARTAQUISTAS 313

E n cam bio, es in teresante observar que 8 de estos corresponsales hab itan en ciudades im ­portan tes o m u y im portantes, y o tros 8 en ciu­dades de t ip o m edio , que en la actualidad cuen­tan en tre 20.000 y 100.000 habitantes. M uy pocos de ellos res id ían en puéblecitos o en e l cam ­p o : Schaub, ca rp in tero en B iidesheim , O tto Bauer (a pesar d e lo que se ind ica en el c itado docu­m ento, hab itaba «c e rca de G e ra ») y Schram m , de Selb, un pequeño pu eb lo de 5.000 habitantes, pero bastante industria lizado, en donde ' é l trabajaba com o decorador de m anufacturas de porcelana. Igu a l ocu rre con M artin Saháfer, dom ic iliado en G opitz, v il la que no hem os pod ido situar, pero que m u y b ien pu d iera tra tarse de un suburbio industria l in corporado o adyacente a algún gran cen tro urbano, puesto que no podem os o lv idar que Sohaifer era «o b re ro de una fáb r ica ». Todo esto con firm a a lgo que ya sabíam os: que losespartaqu istas contaban con partisanos, especia l­m en te en las grandes agrupaciones urbanas, y fu e sobre la pob lac ión de estas ciudades donde ellos con cen tra ron esencialm ente sus esfuerzos propagand ísticos.

V eam os ahora las profesiones. Cabe d istin­gu ir 4 grupos m ás o m enos iguales desde un punto de v is ta cu an tita tivo : 6 artesanos, 6 com er­ciantes (un indu stria l), 6 obreros y 5 sin p ro fe ­s ión declarada, en tre los cuales figu ran las 3 m ujeres, O tto B au er y Sohram m . Según el in­fo rm e de la po lic ía , deducim os que B auer era, adem ás de W erk zsu gm a ch er (textualm ente en ale­m án: fab rican te de u tilla jes ), «h om bre de con­fianza del g ru po E spartaco »; nosotros más bien creem os que deb ía de tra tarse de algún obrero especia lizado, que a lo m e jo r trabajaba en el m an ejo de alguna máquina-'herram ienta. E l ba­lance señala que los obreros constituyen el gru­po onás num eroso de los 4 establecidos, pero en­tre ellos se encuentran un litógra fo , un decorador de porcelanas, un operario especializado y un con tram aestre de obras, es decir, hom bres con una cu a lificac ión p ro fes iona l en c ierto m odo e le ­vada. R especto al grupo de los «artesanos», no hay n ingún in d ic io que perm ita asegurar rotun­dam ente si el zapatero de Gotha, los dos sastres

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e incluso el carpintero eran asalariados o autén­ticos artesanos (esto es, pequeños propietaiios de ta ller), aunque nosotros nos inclinamos por la últim a posibilidad.

Cabe notar que el núm ero de artesanos y de com erciantes (9 ó 12, según se suponga que" un zapatero y 2 sastres son obreros o no ) es rela ti­vamente elevado, pero no debe o lvidarse que, an­tes del 1914, el Partido socialdem ócrata incluía en sus filas gran núm ero de estos pequeños arte­sanos o com erciantes, algunos de los cuales eran simples obreros m uy especializados que habían abierto algún pequeño taller, y que en ocasio­nes se trataba de personas con cierta cultura, lo que les perm itía actuar a veces com o cuadros políticos de la organización. La industria arte­sanal tenía un desarro llo y una pujanza muy superiores a los actuales, y em pleaba a gran cantidad d e trabajadores. E l m ism o Friedrich Ebert fue un antiguo ca fetero y N oske había tra­bajado com o obrero en una fábrica de cunas para niños y cestillos de m im bres, p o r lo que resulta bastante d ifíc il c lasificarlos com o obre­ros industriales.

Aunque fragm entarias y escuetas, las conclu­siones extraídas de l análisis de este docum en­to bastan para re fu tar las rotundas afirm aciones de K o lb : los corresponsales espartaquistas p ro­venían m ás a m enudo de l m ed io ob rerista y ar­tesanal que de ios am bientes intelectuales. P o r otra parte, e l m ateria l propagandístico tenía una difusión cuantitativa im portante. K o lb ase­gura que no hab ía «gru pos (espartaqu istas) ca­paces de m overse adecuadam ente m ás que en m uy pocas ciudades, quedando al m argen cen­tros tan im portantes com o, por e jem p lo ' (. . . ) Hannover, M unich y Bneslau (...), a l igual que todo el te rr ito r io situado al este del E lb a »10. Sin em bargo, acabamos de ve r que, en las tres ciu­dades citadas por K o lb y en otras dos situadas en los territorios al este d e l E lba (D antzig y K ó ­nigsberg), los espartaquistas ten ían corresponsa­les y, en consecuencia, su m ateria l de propaganda podía ser difundido. P o r o tra parte, Eberlein , quien hasta e l fin a l de la guerra, en noviem bre de 1918, se encontraba refugiado en un puerto de

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la Prusia oriental, fundó en este lugar un Con­sejo obrero, del que fue elegido presidenteTl.

Resumiendo: los cuadros espartaquistas deprovincias estaban principalm ente reclutados en­tre obreros cualificados y artesanos, y no olvide­mos que este grupo político buscaba precisamente im plantarse en las ciudades, más concretamen­te en las grandes ciudades. En esencia, pues, el origen de los cuadros políticos espartaquistas no parece d ife r ir demasiado del de los cuadros de la socialdem ocracia. En la lista no se encuentra un solo peón: todos sus componentes pertenecen a la fracción más cu ltivada de la clase obrera, cuando no a la pequeña burguesía.

Por el contrario, a partir del mes de diciem ­b re de 1918, se asiste al nacim iento de numero­sos nuevos cuadros políticos, provenientes, sobre todo, de jóvenes que se iniciaban en las lides de la v ida política , con más ím petiiosidad que experiencia, im pacientes por actuar, por alcan­zar la revolución, y con un balance no muy co­rrecto de sus propias fuerzas y de la potencia de los adversarios.

E l brusco increm ento de l paro obrero forzoso en todo e l R eich y el consiguiente aumento de la m iseria fueron las causas principales de que una notable masa de hom bres sin-trabajo (en gene­ral obreros poco cualificados o sin especiali-dad, ya que es de suponer que muchos especialistas encontraron nuevos traba jos ) acudieran a engro­sar las llam adas a la m anifestación efectuadas por los espartaquistas, pero sin llegar a consti­tu ir cuadros d e l m ovim ien to revolucionario. Es un hecho indiscutib le el que, p or lo menos a n ivel de órganos dirigentes, en el período 1918-19 aparecen m uy pocos nom bres nuevos.

Aparte las d iferencias d e origen social y de edad existentes entre los diversos m edios del Es­partaquism o, e l desnivel de form ación política explica en parte las difere¿ncias de criterio que se pusieron de re lieve en su seno. Un ejem plo claro a este propósito lo constituye la división existente en torno a la cuestión de la participa­ción en las elecciones: por una parte, unida,aparecía toda la d irección de la L ig a Esparta­quista, es decir, la «C en tra l», que constaba de

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10 m iembros, y que era de la opinión de pre­sentar una docena -de delegados a m odo de entre­namiento y tanteo; contra esta posición sie encon­traban las cuatro quintas partes de los delegados provinciales de la organización, al parecer - los «recién llegados» a la anisma. Y entre los delega­dos provinciales que se pronunciaron en favor de la participación aparecen dos «v ie jo s » espar­taquistas: H eckert y M in s te r ,a.

N O TA S

1. K u rt E isner, Ixl R é v o lu tio n ..., ob . c it., pág. 91.2. I .M .L ., d os ier 9/13, ho jas 326, 285 y 132.•3. V e r en «D ocu m en tos », tom o I I de la presente obra

pág. 130.4. K o lb , D ie A rb e ite r ra te ..., ob . c it., pág. 47.5. Id ., pág. 47.6. V e r en «D ocu m en tos», tom o I I de la presente obra,

págs. 24-25. /7. A r t íc u lo de Johann K n ie f, D e r K o m m u n is t, n .° 1, 1 de

enero de 1919.8- V e r en «D ocu m en tos», tom o I I de la presen te obra, el

in fo rm e E berle in , pág. 15.9- A rch ivos de l I .M .L . , d os ie r N L IV/24, ho jas 1-14.10. K o lb , D ie A rb e ite r ra te ..., ob . c it., pág. 48.11- V e r fin a l d e l in fo rm e E b erle in , tom o I I de la presen­

te ob ra , pág. 27.12. B e r ic h f . . . , ob . c it .; c f. igua lm en te Prudhom m eaux,

S p a rta cu s ..., ob . c it., págs. 48-49.

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X X. CAR ACTER ISTICAS ESENCIALES D E L ESPAR TAQ U ISM O

Com o apéndice final de este análisis cabe pre­guntarse si es posib le especificar las característi­cas más im portantes del m ovim iento esparta­quista. S iem pre en función de dar respuesta a esta cuestión, nuestro trabajo ha tratado de si­tuar sus ob jetivos, de establecer sus líneas de acción y de delim itar su composición social. Qui­zá con las conclusiones extraídas hasta aquí sea factib le avanzar alguna hipótesis sobre las razo­nes de su fracaso fina l y de su fugaz tránsito por la h istoria contemporánea. ¿Puede conside­rarse a l Espartaqu ism o como un m ovim iento ex­clusivam ente alem án y típ ico de determinada épo­ca h istórica, o más bien es una simple etapa por la que necesariam ente ha de pasar todo m ovi­m ien to revo lucionario? Estos interrogantes no son fáciles de contestar correctam ente, y mucho me­nos aún de una m aiiera rotunda.

La lucha contra la guerra

Los orígenes del m ovim ien to son uno de los factores más claram ente defin idos. Guerra y Es-

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318 GILBERT BADIA

partaquismo constituyen dos fenómenos insepara­bles. Es indiscutible que en el Partido socialde­mócrata alemán existía tma sólida ala izquierda, y que de ella surgirán los líderes espartaquistas’ pero no todos los componentes de la m isma si­guieron igual camino; así, la base inicial del Es­partaquismo fue bastante más estrecha que la de la llamada Izqu ierda socialdem ócrata. Es más, numerosos m iem bros de esta Izqu ierda socialde­mócrata, com o Haase, Ledebour, Kautsky, Berms- tein, etc., adoptaron frente al m ovim iento espar­taquista y a sus líderes actitudes que variaron desde la reserva a la hostilidad abierta y decla­rada. La izquierda no-espartaquista se reagrupó — aunque no íntegram ente— en el Partido social­dem ócrata independiente. Pues los espartaquis­tas, incluida la etapa de fusión de ambos m ovi­mientos izquierdistas para constitu ir e l U.S.P.D., nunca llegaron a consolidar un b loque sólido y homogéneo, sino que el resultado fue una agrupa­ción de diversas fracciones más o menos autó­nomas.

Además, el con flicto bélico habría de p rovo­car nuevas m odificaciones y reagrupam ientos. So­cialdem ócratas com o Haeniscfo (qu ien no cons­tituye un e jem p lo aislado), m ilitan te del ala iz­quierda antes de 1914, se m etam orfosearon a ra íz de la guerra en encarnizados partidarios de la po lítica de «U n ión Sagrada». Conclusión: toda com paración entre Espartaqu ism o e Izqu ierda so­cialdem ócrata debe ser perm anentem ente m ati­zada; de lo contrario , se co rre e l riesgo de llegar a deducciones incorrectas.

En sus inicios, la m e jo r d efin ic ión que se puede hacer del E spartaqu ism o es consideradlo com o una p la ta fo rm a s im p lem en te contesta taria , mucho más correcta que la de considerarlo com o una agrupación po lítica fundam entada sobre un program a concreto. H asta 1916 no crista lizará la p rim era .base p o lítica del m ovim ien to , p ero las. tesis que la fo rm arán son ante todo el resultado de una v io len ta reacción p o lít ica con tra la d i­rección del P a rtid o socia ldem ócrata tras la « tra i­c ión » del 4 de agosto de 1914.

Los espartaquistas pretend ían encarnar las au­ténticas trad iciones de esa socia ldem ocrac ia dege­

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LOS ESPARTAQUISTAS 319

nerada, permaneciendo fieles a las resoluciones aprobadas en los congresos internacionales, so­bre todo con respecto a los celebrados en Stutt­gart y Bale; en ellos se concluyó que los socialis­tas estaban obligados, ^n caso de estallar la gue­rra, «a actuar con la única finalidad de contribuir a su cese »\

Fidelidad a la Internacional

Impulsados por reacción frente a un partido (e l socialdem ócrata) que hizo de la «Unión Sa­grada» su línea de conducta, es decir que se afir­m ó nacional y, en consecuencia, adoptó posturas nacionailistas, los espartaquistas no cesaron nun­ca de proclam ar su fidelidad al internaciona­lism o.

En su artícu lo «Contra la guerra de los fran­cotiradores», publicado en la Correspondance so- cia liste e l 17 de setiem bre de 1914, Rosa Luxem­burgo escribió lo siguiente con destino a la di­rección socialdem ócrata:

«N o -debemos olvidar que, a pesar del brillante es­tado de nuestras finanzas y de <jue poseemos una no­table organización, sin la Internacional, y mucho me­nos oponiéndonos a ella, no somos, en tanto que socialistas, absolutamente nada. La fuerza, el honor y el porvenir de la clase obrera alemana están y estarán enraizados en la alianza con el proletariado, mundial» *.

Su órgano de d ifusión se llam ará La In te r ­nacional, e l grupo será a menudo conocido como ¿1 «G rupo de la In ternacional» y las Cartas de E spa rta co incluirán- siem pre dos divisas de los Leitsatz.e\

«3. La Internacional es el centro de gravedad de la organización de clase del proletariado.

»4. En cada organización (nacional), el deber de aplicar las resoluciones de la Internacional ha de an­teponerse a cualquier otra obligación»8.

■En 1915, los espartaquistas eran ya conscien­tes de que la I I In ternacional estaba práctica­m ente fenecida. Excitados por su im potencia para con ju ra r la 'guerra y por ;la dislocación

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del organism o intem acionalista desde ©1 in icio del con flicto bélico, cebaron su sarcasm o en un Kautsky que pretendía lim ita r las funciones de la Internacional únicam ente a los períodos de paz. Rosa Luxem burgo le atacó corrosiva denuncian­do su pretensión de co rreg ir la consigna clel M anifiesto com un ista por la suya die « ¡P ro le ta ­rios de todos los países, unios durante la paz y dejaos degollar durante la guerra !». Desde finales del año 1914, soñaban con la fundación die una Internacional más sólida que la antigua, con unos estatutos más categóricos y exigentes.

Clara Zetkin, en su artícu lo publicado con ocasión del 1 -de m ayo d e 1917, y que llevaba por títu lo «L a In ternacional está viva... \& pesar de todo !», p ro fe tiza -que la nueva In ternacional que surgirá de la guerra «n o constitu irá una reunión inoperante de regim ien tos nacionalistas y autónomos concitados en una b rillan te parada. H ace fa lta que sea un todo com bativo, e jecu tor de acciones verdaderam ente eficaces. Las reso­luciones que vo ta rá serán im pulsadas por el lem a: socia lism o ob liga ».

Los espartaquistas recelaban de los m ovim ien ­tos nacionales, de los que siem pre captaron un insoportab le hedor nacionalista. Desde la cárcel, L iebknecht escribe:

«P a ra el soc ia lism o, los m ov im ien tos nacionales no son m ás que uno de tantos fac to res del desarrollo , la m a yo r ía de las veces la an títesis. L a tarea del soc ia lis­m o no será jam ás la de ser agen te gen erador o en­cubridor de los m ovim ien tos nacionalistas, p ero si es­tos m ovim ien tos existen habrá que ex traer de los m is­m os lo m e jo r que contengan, o lo m enos n e fa s to » *.

A l igual que la gran m ayoría de los socia listas en todos los países, inclu idos p o r d escon tad o . los bolcheviques, en 1918 los espartaquistas se cen tra­ron en los llam am ien tos a la revo lu ción m undial, esperando oon tribu ir con sus esfuerzos a acelerar la cu lm inación d e la m ism a. C reían tam bién que la R evo lu c ión Rusa os taba abocada al fracaso si el p roceso revo lu c ion ario lio se ex tend ía a o tros pa í­ses, popu larizando e l e jem p lo bo lch ev iqu e y d e­fen d ien do su acción contra los ataques provenien--

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LOS ESPARTAQUISTAS 321

tes de cualqu ier grupo, fu era cual fuese su e ti­queta política.

Cuando Radek llegó a Alemania, fue acogido con los brazos abiertos. Las d iferencias del pa­sado fueron olvidadas y e l m ilitante bolchevique trabajó jun to a los espartaquistas com o un ca­m arada más. Esta, m uestra de internacionalism o, profundo y auténtico, no tuvo una dirección úni­ca; el 31 de octubre, L iebkneoht lanzó un llam a­m iento a los p ro letarios de los países occidenta­les 5, y poco después se d irig ió d irectam ente al jo ven p a rtid o polaco®. Previam ente, los esparta­quistas habían intentado, v ía Suiza, Suecia y Pa í­ses Bajos, en v ia r artícu los y cartas a los periód i­cos britán icos, para ev ita r que durante la guerra se rom p ieran los contactos d e signo in tem ac io ­nalista.

Contra el aparato burocrático

L a hostilidad espartaquista hacia la po lítica e je rc id a p o r la d irección socia ldem ócrata se trans­fo rm ó p ron to en una hostilidad ab ierta con tra la d irección m ism a. N o se lanzaban aún acusaciones de burocratism o, p ero se hablaiba ya d e las lla ­m adas «in stan c ias» (je ra rqu ía s ) d e l partido. En nov iem bre de 1917, la «C arta p o lít ica » núm ero 7 reprocha a los Independientes «e l p ro fesar el m ism o cu lto a da organ ización , a. las "je ra rqu ías " de todo e l aparato m ontado por la socia ldem o­cracia o fic ia l» ".

F ren te a l bu rocra tism o que im pregnaba a la d irección , ¿era o no correcto in vocar a las bases, a las m asas? An teriorm en te, en el fo lle to escrito tras la in ten tona insurreccional d e los revo lu ­cionarios rusos en 1905, titu lado H uelga de ma~ sas, p a rt id o y s in d ica to , Rosa Luxem burgo de­cía ya:

«H u e lgas p o lít ica s y económ icas, huelgas de masas, huelgas parcia les, huelgas de fu erza y de com bate, huel­gas genera les urbanas, luchas pacíficas salariales y cho­ques v io len tos en las calles, com bates en las b arrica ­das, tod os e llos constituyen factores que se entrecruzan y m ezclan : m a r de fen óm enos en perpetuo m ovim ien to , en tran s fo rm a c ión con tinua ( . . . ) E llo constituye el pu l­so v iv o de la revo lu c ión y al m ism o tiem po su resorte

11

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im pulsor e llo es la expresión de l m ovim ien to delas masas p ro letarias, la fo rm a de m anifestarse la lu­cha p ro le ta ria en la revo lu c ión » 8.

Y más adelante prosigue:

«L a verdadera gran lucha de clases debe reposar en el apoyo y co laboración de las masas m ás conscientes ( . . . ) La va lo rac ión exagerada o fa lsa del papel de la organización en la lucha de clases del p ro le ta riado se com pleta de o rd in a rio con la subestim ación de la clase p ro letaria desorgan izada y de su m adurez p o lít ica »

Este tex to de Rosa Luxem burgo expresa a lo largo y a lo ancho una concepción que se eleva contra e l m ito de la organ ización , es decir, con­tra la pretensión de la d irección , sindical o p o lí­tica, de p rever los detalles de la revolución , o, lo que es lo m ism o, de «o rgan iza r la revo lución ». Para Rosa, la revo lución es una explosión en la que no es posib le determ inar de antem ano sus acontecim ientos, explosión que depende m enos de las virtudes organizativas de sus d irigentes que del «sen tim ien to de clase, d e l instin to de clase», los ouales son el p roducto de la práctica revolu­cionaria:

«E n el seno de la revo lu ción , donde la m asa m ism a surge com o p ro tagon is ta en la escena p o lít ica , la con­ciencia de c lase es p rá c tica y activa. A s í, un año de revo lu ción ha dado al p ro le ta riado m s o la «edu ca­c ión » que 30 años de lucha parlam en tarista y sind ica­lista no han p od id o p rop o rc ion a r a rtific ia lm en te a l p ro ­le tariado de A lem an ia » 10.

Si hem os c itado tan largos extractos de este im portan te fo'lleto, es porqu e sus tesis se rán ' re ­petidas, pa labra a palabra, p o r Rosa Luxem bur­go, en tanto que A lem an ia perm anezca sum ergida en los acontecim ientos revo lucionarios de no­v iem bre y d ic iem bre de 1918 y enero de .1919.

En su discurso sob re la presentación del p ro ­gram a, R osa se m o fó ab iertam ente de los «m ar- x is ta s » de la escuela de Kautsky, quienes p reten ­d ían educar al p ro le ta riado m undia l m ediante con ferencias académ icas. Para ella, la única es­cuela p os ib le es la acción. E n e l p reám bu lo del

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LOS ESPARTAQUISTAS 323

c ita d o program a se precisa que sólo a través del e jerc ic io del poder, ya sea en la revolución o para la revolución , las masas crearán su propia educación. «E l e je rc ic io del poder lo aprenden las masas precisam ente «a través de la acción. No hay o tro m edio de inculcar esta c ien c ia »11.

Frente a los je fes prudentes o pusilánimes, los esipartaquistas depositaron su confianza en las masas. E llo no s ign ifica que se dejaran deslum­brar p o r la sola presencia de las mismas. Rosa Luxem burgo, m enos aún que Liebkneoht, no d i­vin izó jam ás a las masas. En 1914, Rosa juzgó ásperam ente la explosión de chovinismo de la que fu e testigo en las calles de Berlín. K arl L iebkneoht 'hizo tam bién alusión a este asunto en un discurso pronunciado, en enero de 1915, en Neukolln , ante una asam blea de m ilitantes, a quienes d ijo lo siguiente sobre e l c lim a reinan­te en la cap ita l a ra íz de la declaración bélica:

«E sa m asa vo c ife ra n te y fu riosa que llena las calles, que se p rec ip ita sob re cualqu ier supuesto extranjero, agred iéndo le, no es n ingún m odelo , sino un espantajo de los soc ia ld em ócra ta s » la.

E n efecto , p rosigue Liebkneoht, «cuando las masas populares reclam aron la aprobación de los créditos, la 'Socialdemocracia no debió obcecar­se. D eb ió tom ar la in ic ia tiva y convertirse en la gu ía de las masas, y no ir a rem olque de ellas». N o ign ora e l l íd e r espartaquista que sobre es­tas masas pesa la in fluencia de «¿as clases do- xninaintes ( . . .y ) nunca com o ahora estas influen­cias fu eron tan funestas (princip ios de agosto de 1914), nunca tanto com o ahora la socialdem o­cracia deb ió adoptar una actitud firm e, de opo­sic ión a tales in fluencias y centrándose en la tarea de concienciar al p u e b lo »1S.

Esta c ita es inequ ívoca. E l «in stin to » de las masas no em pu ja siem pre a éstas a segu ir la v ía m ás correcta , y en consecuencia debieron haber sido aleccionados ( a tifgek ld rt) p o r e l Par­tido soc ia ldem ócra ta con el fin de conocer la ac­titud que se correspondía m e jo r con sus intere­ses de clase. Los espartaquistas, por esencia p ro­pia, no se desanim aron ante tanta adversidad; eran conscientes de la necesidad de devolver • al

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pro le ta riado su auténtica conciencia. ¿Cuál fue su reacción inm ed iata en aquellos m om entos en que su acción se v e ía ante las d ificu ltades que representaba el hecho de que el p ro letariado alem án no só lo aceptaba la llam ada «U n ión ^Sa­grada», sino que incluso se con vertía en un ins­trum ento del im peria lism o? La «C a rta p o lít ica » nú­m ero 9 (ju n io de 1918) expresa e l reprodhe de los líderes espartaqu istas hacia «e l ob rero alemán (qu e ) m archa sobre los cadáveres de los p ro le ­tarios revo lucionarios rusos y ucranianos, bálticos y fin landeses...»

D ie R o te Fahne del 18 noviem bre se rea fir ­ma en la m ism a idea:

«T o d o está en o rd en — escribe R osa Luxem burgo— . E l E stado m ás reacc ion ario del m undo c iv ilizado no se m etam orfosea rá en 24 horas en un E stado revo lu c io ­nario. Los soldados que to d a v ía ayer (---) eran los gen­darm es de la reacc ión y asesinaban a los p ro letarios revo lu cionarios , así com o los ob rero s qu e lo p erm itían sin oponerse, n o pueden con vertirse en e l p lazo de 24 horas en los soportes conscientes del soc ia lism o» 1'.

A fina les d e l m es de d ic iem bre, ©n el Congre­so fundaciona l del K.P.D., R osa p ro fe tizó que « la burguesía m ov iliza rá al cam pesinado contra las ciudades, y p rovoca rá a los sectores m ás atrasa­dos del p ro le ta riado con tra sus propias vanguar­d ias» 18.

P o r o tra parte, hay que hacer h incapié en el hecho de que en la m ente de la líd e r esparta­quista estaba b ien enraizada la idea de que las masas, a despecho de los desfases que hem os expuesto antes, poseían un instin to de clase y que, en los períodos revolucionarios, ese instin­to se hace d iá fano e im pele a los p ro letarios a la acción y determ ina el curso de los aconteci­m ientos hacia e l socialism o, superando cualquier tipo dé fuerza que se oponga en su cam ino.

Durante é l m es de noviem bre, al ser in form a­da de que habían estallado huelgas en la región de A lta S ilesia, R osa Luxem burgo op inó:

«A b a jo , la m asa p ro le ta ria se subleva y enarbola su puño am enazadoram ente. E l sano instin to de clase del p ro le ta riad o se encabrita fren te al esquem a ela­

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LOS ESPARTAQUISTAS 325

borado p o r el cretin ism o parlam entario (. . . ) Con su m era aparic ión en e l escenario de la lucha de clases la masa p ro le ta r ia trastoca la rutina d iaria y supera las insu ficiencias, los parches circunstanciales v barre a los bastardos de la revo lu ción » 1T.

#■

En nuestra opinión, esto es ir demasiado le­jos. Es una fo rm a de atribu ir ciegamente virtu ­des m ágicas a la «R evo lu c ión » y a las masas en huelga. N o hay duda de que, en los períodos revo­lucionarios, los cam bios producidos son bruscos. Desde nov iem bre de 1918 a la prim avera de 1919, la rad ica lización de las masas alemanas resulta un fenóm eno indiscutible: los súbitos e im por­tantes trasvases efectuados desde los M ayoritarios a los Independientes constituyen el signo más evidente. Para lelam ente a este desarrollo, pare­ce ser que los espartaquistas, excitados por la torm enta revolucionaria, sobre todo en noviembre- d ic iem bre de 1918, ponían menos énfasis en las insuficiencias y retrasos de l p roletariado alemán para rem achar hasta la saciedad su confianza hacia e l «in s tin to de c lase» y las virtudes in trín ­secas de la revolución.

Esta con fianza, que en algunos m om entos a l­canzó un grad ien te casi-m ítico, determ inó funda­m entalm ente la actitud espartaquista durante la llam ada «sem ana sangrienta». La m ayoría de los d irigentes com unistas estaban persuadidos de que la insurrección no tenía posib ilidad .alguna de éxito, ya que se trataba sencillamente de una ex­p losión prem atura. En función de este convenci­m iento, deb ieron haberse opuesto a la acción in ­surreccional y buscar otras form as de lucha más acordes con e l m om ento. Sin embargo, no extra­je ron esta conclusión d e los acontecimientos en curso, a pesar de que, com o ya se ha indicado, estaban absolutam ente convencidos de la im posi­b ilidad de la tom a del poder, según atestiguan Rosa Luxem burgo y Leo Jogiches. «É ste no es nuestro m om ento. H a sonado la hora de la re­tirada», le d i jo Rosa a Radek. Liebknecht escri­be en su ú ltim o artícu lo: «S í. Los obreros re­volucionarios de B erlín han sido derrotados. La h is toria así lo ha querido. Las circumstancias no habían m adurado lo suficiente, y, sin embargo,

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la lucha era inev itab le (los subrayados son míos*, G. b . ) » te. La cuestión está en saber cuál era la causa de la deri'o ta y cuáles los ob jetivos pro­puestos. Rosa. Luxem burgo no razonaba de m ane­ra d iferen te a com o lo thacía L iebknecht: «L aresistencia inm ediata (a la p rovocación del go­b ierno ) surgió espontáneam ente, con una energía indiscutible p o r parte .de las m asas berlinesas, y tras e l p r im e r asalto la v ic to r ia -moral estaba del lado de la “ ca lle” ». Y prosigue e l artícu lo concluyendo que la ley básica de toda revolución es no in terru m p ir su desarro llo .

«E l sano instin to , la frescu ra del esp ír itu y e l v igo r del p ro leta riado berlinés no p od ían qu edar satisfechos con la sim ple re in sta lac ión de E ichhorn en sus fun­ciones: resulta com prensib le que espontáneam ente se qu isiera abarcar m ás allá, es decir, resta rle puntos a la con trarrevo lución , a su prensa burguesa, a sus agen­cias in fo rm ativas de carácter- o fic ia l, y al V orw a rts . Estas m edidas ind icaban de hecho que las masas com ­prend ían in stin tivam en te que la con trarrevo lu c ión no quedaría satisfecha con una situación de m edias tintas, y que en consecuencia p ro vo ca r ía un en fren tam ien to genera l» la.

De este pasa je conviene destacar- qu e la pala- bi~a «espon táneo» aparece claram ente ligada al concepto «in stin to de las m asas» y , en conse­cuencia, aunque e lla pensase que la acción de estas masas era (prematura, no tuvo una so la pa­labra de crítica qu e hacerles, m ás b ien al con­trario : «T odas las 'posibilidades conquistadas (ocu ­pación d e l V orw a rts , d e la agencia W o lff, etc.) han sido el resu ltado de la acción espontánea de las m asas». De aqu í parece desprenderse que, cuando las m asas lian sa lido a la ca lle , todo la que pueden h acer es s iem pre razonable, conclu­sión que con trad ice parc ia lm en te lo que en el m ism o artícu lo se ex ige 'de los je fe s d e l m o v i­m ien to : dar a las m asas «o rien tac iones claras,propuestas de acc ión consecuentes y reso lu tivas» E0.

S ería m uy in teresan te p ro fu n d iza r en la rea li­dad que encu bre aqu í el té rm in o «m asas». En un a rtícu lo de fec'ha 11 d e enero, R osa Luxem burgo rep roch a a los d ir igen tes no com unistas d e l m o ­v im ien to el haberse com p rom etid o en conversa­

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LOS ESPARTAQUISTAS 327

ciones con el gobierno, con la consiguiente des­orientación para 'los insurrectos, aunque al m ismo tiem po reconoce que la causa de este incipiente com prom iso se >dsbió en parte a una «in iciativa unitaria in iciada p o r los obreros de las fábricas S chw artzkop ff y por los d e otras grandes fá ­b ricas » 'de Berlín . E n este caso, los obreros fue­ron «v íc tim as de una m aniobra política», conclu­ye Ros? Lu xem bu rgosí. Gontra ta l maniobra, el «sano in stin to » no parec ió servirles de mucho a las m asas obreras, n i siquiera para ponerlas en guardia.

Rosa atribuye e l fracaso a la fa lta de jefes. Las vacilaciones y e l carácter irresoluto y tím i­do d e los dirigentes b rilla ron poderosam ente du­rante la llam ada «sem ana sangrienta». «L a direc­ción ha m ostrado claram ente su incapacidad, pero sólo puede y debe ser reemplazada a partir de la in ic ia tiva d e las m ism as masas, único ele­m ento 'decisivo, roca sobre la cual se levantará el ed ific io fin a l 'de la revolución ». Esto es desde luego incontestab le, pero lo que sigue a continua­ción resu lta fracam en te discutible:

«L a s m asas han estado a la altura de las circuns­tancias; ellas han hecho de esta «d e rro ta » un eslabón m ás de la cadena, de derrotas h istóricas que constitu­yen. el o rgu llo y la fo rta le za del socialism o internacio­nal. H e aqu í p o r qué la «d e rro ta » actual se transfor­m ará en una v ic to r ia fu tu ra » 22.

A h ora bien, en una de sus intervenciones du­rante el congreso, ella m ism a había insistido en la «in m adu rez de las masas llamadas para derroca r la Asam blea naciona l» y en la necesidad de que los m ilitan tes se esforzaran al máxim o para ed u ca rla s23.

Cuando los revo lucionarios se lanzan a la ac­ción, es 'desde luego im previs ib le el anticipar si e l resu ltado será o no satisfactorio. En^ oca­siones, algunos fracasos resu ltan útiles debido a las enseñanzas que es posib le extraer de ellos. Asim ism o, es coi-recto sustentar la idea de que las masas constituyen el elem ento .primordial, la « r o c a » sin la cual nada se puede construir. Sin em bargo, un análisis <iel conjunto de los textos expuestos no deja en trever la rpósibilidad de que

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328 GILBERT BADIA

p u ed a h a b e r a lg ú n e r r o r en e l ¡m odo d e a c tu a r d e las m asas, e r r o r q u e la « d i r e c c ió n » d e b e r ía e s fo rza rs e e n c o r r e g ir . En e l m is m o p e r ío d o en qu e R o s a L u x e m b u rg o d e s ta c a q u e la s m a sa s h an e s ta d o a la a ltu ra d e la s c ircu n s ta n c ia s , L ieb k n ech t, e n su ú lt im o a r t íc u lo , h a b la d e «m a ­sas e n p le n a c o n fu s ió n » , e x p r e s ió n q u e p a re c e e s ta r m u ch o m á s d e a c u e rd o c o n la r e a l id a d a le ­m a n a d e e n e ro d e 1919.

La fidelidad a la “ley” de las revoluciones

Durante el período revo lucionario , la revo lu ­ción, según las tesis espartaqu istas, deviene una especie de desa rro llo m ecán ico casi-fa ta l que no puede term inar, aunque sea a través d e coseohar una sucesión de derrotas, en o tra oosa que no sea la v ic toria . Para cualqu iera que adm ita la idea de esta m archa adelante en e l cam ino ha­cia el socialism o, es ev id en te qu e e l p rogreso pos itivo se a lterna con períodos d e estancam ien­to y que en ocasiones se producen m om entáneos retrocesos, posib ilidades todas éstas que no pa­recen ser com partidas p lenam en te p o r e l Espar- taquism o en ningún m om en to : «L a s revoluciones nunca perm anecen inm óviles. La ley d e su exis­tencia se fundam enta en un p rogreso ráp ido, en una autosuperación». E l s ím bo lo de la rueda de la h istoria que jam ás se detiene es a m enudo u ti­lizado: «L a orden del d ía de la revo lu c ión es hoy la consecuencia del ob je t iv o socia lista. L a re vo ­lución alem ana ha penetrado ya en esta órb ita de deslum brante belleza, y a lcanzará su o b je t ivo fina l a través d e tem pestades, avanzando en su lucha p o r entre la m iseria y las v íc tim as. Este cam ino es una necesidad absolu ta ( S ie m uss ! ) » a\ «É s ta es una le y in tern a v ita l de toda revo lución : no re troceder jam ás cuando ha dado un paso hacia adelan te» "3. «N o se detiene nunca la m ar­cha p rogres iva de la re v o lu c ió n »20. E n un a rtícu ­lo de fe ch a 15 de d ic iem bre, R osa Luxem burgo disocia c lám ente a los C onsejos (revo lu c ion a rio s ) die la R evo lución : «M as la deb ilidad de los Con­sejos no es la deb ilidad de la R evo lución . E lla está p o r encim a dé tan -superfluas even tua lida­des ( . . . ) La R evo lu c ión v iv e sin los Consejos, p e ro

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LOS ESPARTAQUISTAS 329

éstos sin la R evolución están m u ertos»*7. ¿N o im p lica esta concepción el que la Revolución constituye una (fuerza independiente de todo lo que e lla m ism a encama^ y representa?

R osa Luxem burgo hab ía ya expresado ideas s im ilares p o r p rim era v e z y con gran claridad en su tex to sobre la R evolución Rusa: «L o s tér­m inos m ed ios no tienen cabida en el seno de n in ­guna revo lución ; la ley natural ex ige decisiones ráp idas » 2B.

B ien. L o co rrec to es p ropon er a los revolucio­narios consignas realizab les, correspondientes a las asp iraciones y a las posib ilidades de las m a­sas en una situación determ inada. Rosa Luxem ­burgo no ignoraba esto, y a que ella m ism a había e log iado a Len in p o r haber lanzado «en e l m o­m en to d e c is iv o » la ún ica consigna capaz de m o­v iliza r a las m asas: «T o d o el poder en manosde l p ro le ta r ia d o y de los cam pesinos»

Así, cuando la líd e r espartaqu ista escribe: «E n toda revo lu ción , e l ún ico partido con derecho a hacerse con la d irecc ión y con e l p od er (e s ) aquel que ha ten ido el co ra je su fic ien te para dar la o rden de m ov iliza c ión y de ir hacia adelante arras­trando responsab ilidades y consecuencias» ®°; o cuando a firm a : «S ó lo un p a rtid o que sepa d iri­g ir, es decir, qu e sepa la m anera de cam inar siem ­p re h acia adelante, se 'gana a las masas en m e­d io de la tem pestad revo lu c ion aria » e lla parece, com pren der perfec tam en te que lo esencial para un p a rtid o revo lu c ion ario es la voluntad, e l co­ra je y e l saber po ten c ia r la lucha de las masas. S in em bargo , esta de fensa d e los bolcheviques p o r p a r te de R osa Luxem bu rgo debe tom arse com o lo que fu e : un a lega to en con tra d e la ex­trem a d eb ilid ad de la socia ldem ocrac ia alemana, fren te a la qu e o p on ía la energ ía bolchevique, y no com o una exa ltac ión d e las virtudes y be­n e fic io s que com p orta la organ ización : «N oso tros no podem os d erroca r a l nuevo gob ierno ( . . . ) n i asp ira r a l p o d e r — escrib ió L en in hacia fina les de m a rzo d e 1917— m ás qu e oponiéndonos a la e fic ien te organ izac ión con jun ta de la burguesía i-usa ( . . . ) con una n o m enos e fic ien te organ iza­c ión del p ro le ta r ia d o ( . . . ) ; en todo m om ento, la base d e . cu a lqu ier acción , tanto en las vísperas

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330 GILBERT BADIA.

revolucionarias com o en e l curso de la revo lu ­ción y en e l m añana v ic to r ioso , <lebe ser la orga ­nización p ro le ta ria .» 3a.

En su discurso p ronunciado durante e l Con­greso fundacional del K.P.D ., E berle in , encargado de in fo rm ar sobre los prob lem as organ izativos, reconoció que la L ig a E spartaqu ista «es una o rga ­n ización ilega l sin ninguna estructura coheren te». Tras la crítica , p ropuso la creac ión de grupos comunistas en las fábricas, y qu e los delegados de las d iversas em presas e lig ie ran a la d irección del sector. A s im ism o puso d e re lie v e la necesidad de organ izar a los ob reros en paro , y que para la cam paña a rea liza r e ra necesario encon trar «o tras soluciones», qu e s in em b a rgo no espec ifica en su in form e.

La organ izac ión com unista , según e l l íd e r es­partaquista, d eb e d iferen c ia rse netam en te d e las estructuras socia ldem ócratas, m on tadas exclu siva­m ente en fu n c ión de la m aqu in aria e lec to ra l: la organ ización com un ista debe ten er com o p r im er ob je t ivo la acción. E s te s istem a es e l p recon i­zado p o r E b er le in a grandes rasgos: « In c rem en ta la rap idez de m o v iliza c ión y la capac idad de lucha».

Por o tra parte, E b e r le in in s is te rep etidam en te sobre la necesidad d e n o ca e r en esquem atism os. Las organ izaciones loca les «d eb en d isponer de p lena au tonom ía ». L os grupos d e cada loca lidad «d eben ten er lib e rta d absolu ta p a ra m o d e la r a su a ire la estructura de sus o rgan izac ion es ». Es c ierto que e l con greso e lig ió una «C en tra l», p ero su tarea era s im p lem en te la 'de « r e c o g e r las ex ­periencias loca les c o n e l f in de e lab o ra r tina línea teó rica y p o lít ic a » . N a d a d e c en tra liza r la d irec ­ción, n i s iqu iera p a ra las cuestiones d e prensa y p ropaganda 3B.

L a verd ad es que se estaba m u y le jo s d e l t ip o de o rgan izac ión b o lch ev iqu e ; in c lu so tan estrecha o rgan izac ión era m a l v is ta p o r las Izq u ie rd a s de B rem en .

S u bestim an do la im p ortan c ia de la o rga n iza ­c ión , los espartaqu istas d ir ig irá n sus esfuerzos s o b re tod o h ac ia la m o v iliza c ió n d e las m asas, c o n fia n d o en qu e « e l paso fé r r e o d e la re vo lu ­c ió n » con d u c ir ía a ¿as m asas a la v ic to r ia fin a l.

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LOS ESPARTAQUISTAS 331

En 1906, R osa Lu xem burgo cre ía que é l análisis que hab ía hecho acerca de los acontecim ientos rusos de 1905 era ap licab le a su país de adop­ción. En A lem an ia , una v e z inaugurada la revo lu ­ción, «se is m eses de jfe r íod o revo lucionario ap o r­tarán a esas m asas, actualm ente desorgan izadas, la educación que n o les han p od id o p roporc ion ar d iez años de reun iones parlam en tarias ». P e ro luego irá aún m ás le jo s : son los sectores m ásatrasados y s in o rgan izac ión los qu e «d e m anera natu ra l constitu irán , duran te la ducha, e l e lem en ­to m ás rad ica l, e l m ás tem ib le ( 1) y n o e l r e ­m o lq u e » sl.

De acuerdo con es ta deducción , ¿cabe con c lu ir acaso que las m asas serán m ás rad ica les cuanto m enos organ izadas estén y m ás atrasadas sean? D ebe ca lib ra rse b ien tan p e lig ro sa fo rm u lac ión que id en tific a a los sec to res m ás atrasados de las m asas popu la res c o n e l m o to r de la h istoria . D uran te la revo lu c ión alem ana, los espartaqu istas c on fia ron a m en u do en los e lem en tos m ás « r a d i­ca les », q u e 'desde lu ego eran los m ás d ifíc ile s de o rgan iza r y , sin d iscusión , n o s iem pre los m ás conscien tes. E n L a id e o lo g ía a lem ana, M a rx se­ña ló b ien c la ram en te qu e, si las circunstancias hacen a los ¡hom bres, los ¡hom bres hacen tam bién las c ircu nstancias . >Es p o s ib le que R osa Luxem ­bu rgo y los dem ás espartaqu istas, d eb id o a su p rop ia s itu ac ión y a la de sus enem igos, consi­d era ran in su fic ien tem en te la segunda p a rte de la tesis m arx is ta , en b en e fic io de la acc ión re v o ­lu c ion a ria espon tánea . D e n u evo aparece aqu í la n eces idad de seña la r a la ac titu d d e la d irecc ión so c ia ld em ócra ta com o e l ca ta lizad o r que lle v ó a los espartaqu istas a tan un ila tera les e in transi­gen tes con cepciones po líticas .

Superfic ia lidad

O pon ién dose a una d ire c c ió n qu e p retend ía h acer d e l P a r la m en to e l lu ga r p r iv ile g ia d o de su acc ión p o lít ica , y qu e redu c ía esa acción a

1. P a ra e l o rd e n bu rgu és , d esd e lu ego .

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simples discursos — lo que es verdad incluso para los Independientes— , los espartaquistas a firm a­ban que la acción era p re fer ib le a toda discusión, sobre todo si esa discusión ten ía só lo lugar en Jas «a ltu ras». De ah í tam bién su crítica a la -re­unión <Ie Z im m erw ald . «Tam b ién la In ternacional de Z im m erw ald está en c ierto sentido dentro de un c írcu lo v ic ioso. Su tarea ha de ser la de agitar sin cesar a las masas: e l socia lism o in ter­nacionalista no consiste só lo en conferencias, re ­soluciones, m anifiestos, sino qu e debe basarse en hechos, en la lucha de clases, en la acción de las m asas». N o ¡hay -duda de que la c la rificac ión de posiciones era a lgo indispensable, pero no podía resu ltar de estas reuniones, incapaces de con­clu ir con o tra casa qu e no re fle ja ra «las deb ili­dades y con trad icciones del soc ia lism o en todos los países. L a solución d e estas contradicciones no se encontrará a través de reuniones en la “cum bre” , p ero sí a n ive l de las bases en los p rop ios países, sobre todo en A lem an ia ». L a solu­c ión era la luoha con tra la guerra, con tra el R eichstag y con tra e l apara to d e l partido . «P o r e jem p lo , la pa rtic ipac ión en la m an ifestación del1.° de M ayo en B erlín es m ás im portan te que la “ d igna” convoca toria de la segunda con feren ­c ia d e Z im m erw a ld (se tra taba d e la reunión de K ien th a l), y Kanl L iebknech t, en la célu la de un rincón de su cárcel, ha hecho m ás p o r el resta­b lec im ien to d e la In tern ac ion a l en todos los pa í­ses qu e 10 m etros de m an ifies to zim m erw a l- d ian o » 3S.

En e l curso de la revo lu c ión d e 1918, los es­partaqu istas se encontraban exaltados en el to r ­be llino de la acción, p o r una p a rte a causa de los m ism os acontecim ien tos ( la situación ex ig ía a cada instante una nueva tom a de posic ión ; había que responder adecuadam ente a las m aniobras de los con tra rrevo lu c ion arios y es tim u lar d e con­tinuo a los Independ ien tes y a todos aquellos que se sentían satisfechos con los resu ltados ob ­tenidos sin darse cuenta 'de la fra g ilid a d d e los m ism os ) y p o r o tra parte deb ido a la extrem a ju ven tud de sus e fec tivos m ilitan tes, los cuales consideraban ya, según exp lica R adek — en cuya op in ión esto no era m ás que un exabrupto, lo

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cual es sign ificativo— , la posibilidad de «disper­sar a tiros la Asamblea constituyente» (2). Estos jóvenes desorganizados, los sin-trabajo, «salían a la ca lle » tras cada llamamiento, y tina vez a.lH escuohaban atentos las más violentas consignas. Cualquiera gritaba: « ¡A l Vorw arts '.», y de inme­diato un grupo de manifestantes tomaba posesión del periód ico socialdemócrata.

La correspondencia de Rosa Luxemburgo con C lara Zetk in con firm a el estado feb ril en que se debatían tanto los dirigentes como dos jóvenes m ilitantes recién incorporados. Carta del 18 de noviem bre: «S ó lo dos breves líneas. Tras haberdescendido del tren {q u e la tra jo a Berlín ), aún no ‘he pod ido n i siqu iera poner un p ie en m i apartam ento». Del 24 de noviem bre: «Apenas si tenemos tiem po para resp irar». Del 29 de noviem ­bre: «E s to y agotada; no sólo por el traba jo yel desorden que hay p o r aquí, sino principalmen­te debido al afán que ¡he puesto en e l cuidado de D ie R o te Fahne ( . . . ) Si supieras (. . . ) la vida que llevo aquí: un verdadero in fierno». Del 22de d iciem bre: «E s así como, tras cruzar losprim eros instantes, v iv o envuelta en un torbellino de precip itaciones ta l que a veces m e pongo a dudar de que teoga m i cabeza sobre los hom ­bros». F inalm ente, e l 11 d e enero: «N o sabría des­cr ib irte la existencia que yo — que nosotros— lle ­vam os aquí desde hace algunas semanas en m edio de un verdadero torbellino , de un cam bio de do­m ic ilio perm anente ( . . . ) y, además, un trabajo in­cesante, muchas reuniones...». Y luego: «V iv ir en m ed io de ta l torbellino, con e l pe ligro acechando a cada instante (. . . ) ; n o (hay en absoluto form a de poder tra b a ja r correctam ente, n i siquiera de d iscu tir» sa.

Rosa Luxem burgo era consciente d e que esta m ovilizac ión perm anente de las masas, la suce­sión de jornadas tan agitadas, las huelgas y las m anifestaciones que se sucedían ininterrumpi-

2. E n h on or a la verdad , hay que dec ir que tanto Rosa Lu xem bu rgo com o los dem ás d irigen tes espartaquistas c r iti­ca ron in equ ívo cam en te estas im paciencias y el «op tim ism o fá c il» .

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d em en te 'con stitu ían un ob s tácu lo p a ra rcs lizc ir cu a lq u ie r t r a b a jo en p ro fu n d id a d :

«L a s v io le n ta s c r is is p o lít ic a s qu e n o so tro s v iv im o s aqu í, e n B e r lín , d esd e h ace dos sem anas, y qu e van en a u m en to , s n to rp c c c n c o n s id e ra b le m e n te la puesta en p rá c t ic a d e un t r a b a jo s is tem á tic o d e fo rm a c ió n y o rga n iza c ió n , p e r o c o n s titu y e n a l m is m o t ie m p o -u n a excep c ion a l en señ an za p a ra las m asas. E n f in d e cuen ­tas, n o ca b e o t r a co sa qu e a c e p ta r la h is to r ia ta l com o se d e s a r ro lla » .

H a s ta e l f in a l, lo s esp a rtaqu is ta s a tr ib u yeron v ir tu d es e sp ec ífica s a la «a c c ió n » . L o te s t im o n ia la ú lt im a fr a s e d e su e s c r ito d ir ig id o a lo s D e­legad os re v o lu c io n a r io s e l d ía 10 d e en e ro de1919. E l te x to señ a la las d iv e rg en c ia s ex is ten tes y con c lu ye : « N o ob s tan te , a p e sa r d e nu estrasd ivergen c ia s , c o m b a tire m o s lio m 'b ro con h o m b ro ju n to a los D e le ga d o s re v o lu c io n a r io s , s iem p re que se c o m p ro m e ta n a u n a a cc ió n re v o lu c io n a r ia con secu en te ». E n o tra s p a la b ra s , lo s esp a rta q u is ­tas m a n ifie s ta n q u e e x is te un d esa cu erd o rea l, p e ro que, en caso de p a sa r ( lo s D e lega d os re v o lu ­c io n a r io s ) a la lucha, «e s ta re m o s a v u e s tro la d o ». E l m ás g ra v e e r r o r d e lo s e sp a rtaqu is ta s fu e el d e n o to m a r la in ic ia t iv a , lim itá n d o s e a fa b r ic a r fra ses re vo lu c io n a r ia s .

Necesidad ide una acción organizada

N o ob stan te , p a re c e s e r qu e e l 11 d e en ero , tras co n s ta ta r e l fra c a s o de la in su rre c c ió n y la a cc ión d eso rd en a d a y c a ó t ic a d e las m asas, con los con s igu ien tes d e s fa lle c im ien to s , a s í c o m o la ca ren c ia de je fe s y d e cu ad ros p o lít ic o s capaces de o r ien ta r , c o o rd in a r y d ir ig ir la a c c ió n d e esas m asas, R o sa L u x em b u rg o em p ezó a a tr ib u ir m ás im p o r ta n c ia a l t r a b a jo d e fo rm a c ió n id e o ló g ic a — sob re e l q u e nunca h a b ía n d e ja d o d e d es taca r su im p o r ta n c ia lo s esp a rta q u is ta s— y a la la b o r o rga n iza t iv a , t ra ta d a s iem p re p o r e llo s c o n tan ta n eg lig en c ia . Su c a r ta a O la ra Z e tk in , c ita d a m ᧠a rr ib a , es ro tu n d a so b re las cu es tion es d e f o r ­m a c ió n y o rga n iza c ió n . M as ya e r a d em a s ia d o ta rd e , lo qu e e lla m is m a p a re c e re c o n o c e r en su ú lt im a fra s e : «E n f in de cuentas, n o cab e o tra

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LOS ESPARTAQUISTAS 335

cosa que a cep ta r la ¡h istoria ta l com o se des­a rro lla » , c o m o una sa lida fa ta lis ta .

S in em b a rgo , resu lta ve rd ad eram en te h ir ien te e l que, en su a r t ícu lo d e l 11 de en ero d e 1919, y p o r dos veces , R osa Lu xem b u rgo in s istiera en la n eoes id ad revo lu c io n a r ia de ten er una d i­r e c c ió n o rgan izad a : « L a s itu ación actual — ausen­c ia d e d irecc ión , in ex is ten c ia de un cen tro o rgan i­z a d o r de la c lase o b re ra b er lin esa— es rea lm en te in so s ten ib le » y , m ás ade lan te : «C on cen tra c ión de la en e rg ía re v o lu c io n a r ia d e las m asas y crea ­c ió n de los o rga n ism b s p a ra d ir ig ir la s en la lu ­cha, ta les son las ta reas m á s ev id en tes ded p e r ío ­do qu e v iv im o s » 37.

E s ta im p o r ta n c ia d a d a a l e lem en to de d ire c ­c ión c o n tra s ta con la re iv in d ica c ió n fo rm u lad a en los p r im e ro s d ías de la revo lu c ión :

«S e s ió n p e rm a n e n te d e lo s o rga n ism o s rep resen tan ­tes d e las m a sa s ( lo s C -O -S .) y traspaso del p o d e r p o ­l í t ic o re a l d es d e e l p eq u eñ o c o m ité d e l V o llz u g s ra t (C o m ité e je c u t iv o d e lo s C .O .S. b er lin eses ) a la base m ás a m p lía d e lo s C o m ité s d e o b re ro s y d e soldados.

»C o n v o c a to r ia in m e d ia ta d e l p a r la m en to naciona l d e lo s o b r e ro s y d e lo s so ld ad os con e l f in de con sti­tu ir a los p ro le ta r io s d e to d a A lem a n ia (e n tan to que c la s e ) en u n p o d e r p o l í t ic o c o m p a c to »S3.

E l d ía 18 d e n o v ie m b re de 1918, R osa Lu xem ­b u rg o sueña c o n u na m asa p ro le ta r ia e je rc ien d o d ire c ta m e n te e l p od e r , sin in te rm ed ia r io s ; e l 11 d e en e ro de 1919, e lla con sta ta la neces idad de una d ire c c ió n o rgan izad a . C reem os que va le la p en a d es ta ca r esta evo lu c ión .

Rechazo del putschismo

L o s D e lega d os re vo lu c io n a r io s acusaron a los e sp a rtaqu is ta s d e p ra c t ic a r una «g im n a s ia re v o ­lu c io n a r ia », de soñ a r en h acerse con e l p oder m ed ia n te u n g o lp e pu tsch ista . E l V o rw a rts re ­p e t ía lo m is m o e l d ía 17 d e oc tu b re (3 ). E sta acu-

3. E n su o rd e n d e l d ía 16 d e n o v ie m b re , e l A lto M an do in d ic a b a q u e e l e jé r c i t o «m a n te n d rá a l g o b ie rn o a l a b r ig o de c u a lq u ie r in te n to n a p u ts ch is ta o rg a n iza d a p o r los te r ro r is ta s ».

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sación es to ta lm en te fa lsa , tan to si se p reten de a tr ib u ir a la acc ión d e los d ir igen tes esparta ­qu istas com o a su. te o r ía re vo lu c ion a r ia °°. Es c ie r to q u e los m ilita n tes espartaqu istas sentían una espec ia l p red ile c c ió n p o r las m an ifestac ion es en las ca lles y p o r las acciones revo lu c ion arias ; tam b ién lo es q u e los d ir ig en tes p en sa ron s iem ­p re qu e ta les acc ion es revo lu c ion a r ia s constitu ían ■la m e jo r escu e la p a ra e je r c ita r a las m asas, p e ro no es m en os c ie r to -que nunca lle g a ro n a pensar se r iam en te en la p o s ib ilid a d de to m a r e l p o d e r m ed ian te -un g o lp e d e m ano. E n su a rtícu lo de l 8 de enero , R o sa L u x em b u rg o e sc r ib ió :

«C a za r a l g o b ie rn o E b e rt-S o h e id em a n n n o s ign ific a n i m u ch o m en os p e n e tra r en e l p a la c io d e la C ancille ­r ía y e x p u lsa r o a r re s ta r a m e d ia d ocen a d e in d iv id u os ; s ig n ific a s o b re to d o h acerse con las p os ic ion es de fu e r­za rea les , c o n se rva r la s y u t il iz a r la s » *°.

A s í, p a ra p o d e r o c u p a r p os ic ion es d e fu e rza hace fa lta h a b e rse gan ad o an tes e l fa v o r d e las m asas. L a to m a d e l p o d e r su pon e en tonces que se cu en ta c o n e l c o n sen tim ien to d e la m a y o r ía ddl p ro le ta r ia d o . E l p r o g ra m a d e l P a r t id o com u n is ta n o d e ja lu g a r p a ra e l m ás p eq u eñ o equ ívoco . L a trajas fo rm a c ió n d e la s o c ied a d ca p ita lis ta en so c ied a d s o c ia lis ta «n o se rá d ec re ta d a p o r n in ­gu n a a u to r id a d , n in gu n a c o m is ió n n i n ingún p a r la m en to ; ta n só lo p u ed e s e r em p ren d id a y r e a liza d a p o r las m asas p o p u la re s »

«E n to d a s las r e v o lu c io n e s p rec e d e n te s h a e x is t id o u n a p eq u eñ a m in o r ía q u e d ir ig ía la lu ch a re v o lu c io n a ­r ia , f i ja b a la o r ie n ta c ió n y lo s o b je t iv o s , u t iliza n d o a las m asas c o m o s im p le s in s tru m en to s p a ra con segu ir e l t r iu n fo d e sus in te re se s p a r t icu la re s . L a re vo lu c ió n s o c ia lis ta es la p r im e ra en qu e la v ic t o r ia se c o r r e s ­p o n d e c o n lo s in te re se s d e la g ra n m a y o r ía d e lo s tra ­b a ja d o r e s y , en con secu en c ia , n o p u ed e lle va rs e a cabo s in la p a r t ic ip a c ió n d e e s ta g ra n m a y o r ía ( lo s su b ra ­y a d o s son m ío s , g . b . ) » .

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S i e s to es c o r re c to , re su lta v a n o q u e re r in s­ta u ra r e l s o c ia lism o tra s la to m a d e l p o d e r si an tes n o se h a ga n a d o e l a p o yo d e las m asas. L a to m a d e l p o d e r n o es, pues, e l ú lt im o ■acto, n i s iq u ie ra e l m á s im p o r ta n te . E n d ie z c ita s dis-

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tintas, R osa Lu xem bu rgo insiste sobre esta tesis, es d ec ir , sob re qu e la revo lución se 'hace en las bases, en las fáb ricas . L a conquista del p oder es­tr ib a en p en etra r en e l Estado burgués y copar, paso a paso, todas las posiciones donde rea lm en ­te res id e su 'fuerza. E lla insiste asim ism o sobre lo la rgo de este cam in o y a tem pera e l ir re fle x iv o o p tim ism o de aquellos espartaquistas que im a­g inaban la in stau ración del socia lism o para m a­ñana: «E n m i op in ión , es necesario ser p lena­m en te conscien tes d e todas las d ificu ltades y com ­p licac ion es q u e con lleva e l p roceso revo lu c io ­n a r io » 12.

E l p ro g ra m a prec isa :

« L a L ig a E sp a rta q u is ta rech aza la tom a del poder s im p lem en te p o rq u e los Sch e idem ann -B bert lo utilizan y p o rq u e los In d ep en d ien tes están a pun to de co la ­b o ra r c o n e llo s .

»L a L ig a E sp a rta q u is ta jam ás se lan zará a la tom a d e l p o d e r s in ser con sc ien te de qu e esto es la vo lu n tad c la ra e in e q u ív o c a d e la g ra n m a y o r ía de las m asas p ro le ta r ia s d e A lem a n ia ; n o to m a rá e l p o d e r hasta que n o v e a sus id eas , sus o b je t iv o s y sus m étod os de lucha a p ro b a d o s con sc ien tem en te p o r esas m a s a s »43.

En pro de la más amplia democracia

A p esa r de la acc ión v io len ta desa rro llada en ocas iones p o r e l m o v im ien to espartaqu ista , n in­guno de sus d ir ig en tes pensó nunca en la pos i­b ilid a d de in s tau ra r en A lem an ia una R epú b lica soc ia lis ta s in h a b e r qu eb rad o antes la resistencia de la bu rgu es ía , n i p recon iza ron jam ás e l te rro r p o r e l t e r r o r n i la v io len c ia fís ic a sistem ática .

E s con oc id o qu e e l p r in c ip a l rep roch e d e R osa L u x em b u rgo h a c ia 'Lenin, a. qu ien en 1904 apoda­b a «M a x im il ia n o » (3 b is ) Len in , estribaba en que éste h ab ía in s tau rad o o to le ra d o la d ictadura, li­m ita n d o la lib e r ta d de exp res ión d e las o tras ten ­dencias soc ia lis tas . S u c é leb re d iv isa era : «L alib e r ta d es s ie m p re la lib e r ta d d e aquellos que p ien san d e o t r a m a n e ra » E n 1904 acusó y a a l

LOS ESPARTAQUISTAS 3 3 7

3 b is . E q u ip a rá n d o lo , s in duda , con «M a x im ilia n o » R obes- p ie r r e (N . d e lo s T . ) .

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33S GILBERT BADIA

len in ism o d e n o ser o tra cosa q u e una «tro sp o - s ic ión m ecán ica d e lo s p r in c ip ios o rgan iza tivos bl^nqui^stus, fu n dam en tados en lo s c írcu los de con ju rados». E n La, R e v o lu c ió n R usa condena v a ­rias veces e l e m p le o d e l te r ro r : v

« E l ú n ico cam in o qu e con d u ce a l v e rd a d e ro ren acer es la s im p le escuela de la v id a pú b lica , la d em ocrac ia m ás au tén tica e ilim ita d a , la o p in ió n púb lica . E s ju s ­tam en te e l te r r o r e l fa o to r qu e d esm ora liza ( . . , ) ; el te r ro r es com o una esp ad a de dos f i l o s » 13.

Es in d iscu tib le que R osa acep taba la d icta­dura, p e ro es tr ic tam en te la d ic tad u ra ded p ro le ­tariado, que, p a ra e lla , se id en tific a con la d em o­crac ia m ás a m p lia p o s ib le y q u e n o s ign ifica en n ingún m om en to la d estru cc ión de toda d em o­cracia : «D ic tad u ra de clase, e s to es, la m ás am ­p lia a n ive l púb lico , con la m ás ac tiva p a rtic ip a ­ción , sin trabas, de las m asas popu lares, ¿n una situación d em ocrá tica sin lím ites ( . . . ) ¿D ictadu ­ra? S í, sí, p ero la d ic tadu ra es una m anera de ap lica r la dem ocrac ia , no su a b o lic ió n » *®.

Puede ve rse en e l tex to de R ad ek pu b licado en e l anexo cóm o , tod a v ía a fin a les d e d ic iem bre , e lla c lam aba con tra las m ed idas rep res ivas de los bo lchev iques. V iscera lm en te rehusaba o no acep taba la in stauración de una p o lic ía po lítica . E n e l p rog ram a espartaqu ista p rec isa rá m ás:

« L a re vo lu c ió n p ro le ta r ia n o tien e n in gu n a necesi­dad del te r ro r p a ra con segu ir sus o b je tiv o s . A b o rrece y rech aza e l asesinato . N o tien e n eces idad de u tiliza r esos m ed io s de lucha p o rq u e no com b a te con tra in ­d iv id u os , s ino con tra in stitu cion es , y p o rq u e e l la p e ­n etra en la aren a con sanas ilusiones, que, a i ser bu rla ­das, s í pu eden con ve r tirs e en una am enaza sangrien ta. .No se tra ta de la ten ta tiva desesperada de una m in o r ía p a ra m od e la r p o r la fu e rza a i m u ndo según su p ro ­p io id ea l, s ino la acc ión de la g ran m asa de m illon es de h om b res qu e fo rm a n e l pu eb lo , m asa llam ada a c u m p lir su m is ió n h is tó r ica y a h acer Lina rea lid ad de la n eces id ad h is tó r ic a » tr.

E l p u eb lo — R osa Lu xem bu rgo no c ita aqu í a l p ro le ta r ia d o — es e l in stru m en to d e una nece­s id a d h is tó r ic a que, en su lím ite , parece tener q u e cu m p lirs e in de fec tib lem en te , con o s in su

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partic ip ac ión . P e ro d e jem os a un lado toda re ­fe ren c ia a es ta con cepc ión m ecan ic ista d e la h is­to ria . D estaqu em os tan só lo la re iterada e inequ í­vo ca repu gn an cia hacia e l te r ro r com o m étodo de acc ión p o lít ica .

C om o ya h em os v is to , en el curso de la revo ­lu c ión a lem ana era frecu en te e l que a la salida de un m itin los m an ifestan tes ocupasen los loca ­les d e algún d ia r io — com o ocu rrió en B erlín y o tras m uchas ciudades— e incluso llegasen a a p od era rse de la A lca ld ía , aunque estas acciones ca rec ían de una e fica c ia m ín im a. ¿Deben inscri­b irse en e l h a b e r de los espartaqu istas todas esas operac iones, tod os los go lpes de m ano habidos? E n B erlín , du ran te e l m es de enero, donde se ocu ­paron d iversos locales, parece ser que los agentes p rovocad o res ju ga ron un im portan te papel. Y lo m ism o pu d iera h aber sucedido en las localidades p rov in c ia les . R esu lta d ifíc il, en un período tan in estab le y con fu so com o el qu e atravesó A lem a­n ia en 191'8 y 1919, d e term in ar en cada caso has­ta dónde a lcanzan las responsabilidades de cada o rgan izac ión . P o r e jem p lo : en Berlín , e l V orw arts fu e s iem p re ocupado no p o r orden de los d irigen­tes espartaqu istas, sino de una m anera inopina­da, con su desconocim ien to to ta l d e l asunto.

N a d ie puede asegurar que en ta l o cual ocasión los m ilitan tes espartaqu istas escapasen a l control de sus responsab les. E l a lca lde de M ülheirn anota, iel 21 de fe b re ro de 1919: «L a gran m asa de losespartaqu istas e Independ ien tes se ha escapado p o r com p le to de las m anos de sus dirigentes. D ada la am p litu d qu e está alcanzando la situa­c ión soc ia l de m iseria , los p illa jes , qu e ya han com enzado, es pos ib le que se increm enten nota­b lem en te ». ¿Cabe h ab lar en este caso de la res­pon sab ilidad de los espartaquistas o destacar s im p lem en te e l agravam ien to de las condiciones socioeconóm icas? E l 9 de enero, en el d istrito de H a lle , un d ir igen te sindical, Garbe, exp lica que los «s in d ica tos m ineros son incapaces de con tro­la r las acciones de sus a filiados (. . . ) y que no es p os ib le consegu ir que se respeten los acuerdos tom ados p o r la organ ización s in d ic a l»4S. Es indis­cu tib le que am bos fenóm enos deben ser valorados con el m ism o rasero.

LOS ESPARTAQUISTAS 339

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340 GILBERT BADIA

E s in co rre c to d espach arse c o n la im p u ta c ión a lo s espartaqu istas d e tod os lo s d esb o rd a m ien ­tos, sob re to d o s i ten em os en cu en ta lo con fu so d e l m om en to .

'Los d ir ig en te s -del E sp a rta q u ism o n o ten ían un esp ec ia l « s a b o r » p o r e l -desorden, p e ro sab ían p e r fe c ta m en te qu e 110 se h a ce la re v o lu c ió n con e l s im p le la n za m ien to d e lo s m a n ifie s to s y p ro ­c lam as. D esde h a c ía t ie m p o v en ía n p recon iza n d o la n eces id ad d e a rm a r a l p ro le ta r ia d o y con s ti­tu ir una gu a rd ia r o ja . E ra n con sc ien tes d e qu e una re v o lu c ió n q u e n o c re a sus p ro p io s ó rgan os de d e fen sa es tá v e n d id a (fren te a lo s g o lp es de l ad ve rsa r io .

D u ran te e l m es d e m a rzo d e 1919, en M un ich , fu e ro n los com u n is ta s qu ien es se op u s ie ron a la p ro c la m a c ió n d e la R ep ú b lic a d e lo s C on se jos . E n B er lín , la m a y o r ía d e la d ire c c ió n esp a rtaqu is ta d esap rob ó la co n s ign a d e in su rre c c ió n lan zad a p o r L ed eb ou r-S a h o lze -L ieb k n ech t.

E n B re m e n y en v a r ia s lo ca lid a d es d e la cuen­ca d e l R h u r, lo s com u n is ta s , a p oyad os p o r g ru ­p os a rm a d os p ro v en ien te s d e p u eb lo s de los a lr e ­d edores , s e a segu ra ro n p os ic ion es d e fu erza . ¿D a e l lo p ie a (hab lar d e «P u ts c h ta k t ik » (tá c t ic a pu ts­ch is ta ), c o m o 'hacen a lgu n os? ¿ N o se tra ta r ía d e acc ion es im p ro v is a d a s re sp ec to a las cuales la d ire c c ió n se h a b r ía m o s tra d o p ro b a b lem en te c r í ­tica , y e n con secu en c ia sus con se jo s fu e ro n d es­o íd os?

Por la lucha de clases

F ren te a lo s so c ia ld em ó c ra ta s qu e tra tab an de a rm o n iza r las d ife ren c ia s en tre las c lases y d e in te g ra r a la c la se o b re ra a lem an a en e l R e ich , co n tra su v o lu n ta d d e h a c e r de la s o c ia ld em ocra ­cia-un p a r t id o c o m o lo s dem ás, s itu ado en e l m a rco de la m o n a rq u ía im p e r ia l — ten ta tiva s a len tadas y sosten idas p o r una fra c c ió n -de la b u rgu es ía y de los fu n c ion a m ien to s p o lít ic o s d e l I I R e ich — , lo s esp a rtaqu is ta s n o cesa ron u n so lo in s tan te d e r e fo r z a r la tes is d e la luoha d e clases.

iLa p r in c ip a l c r ít ic a q u e e llo s h ac ían a lo s In ­depend ien tes , despu és d e l 9 d e n ov iem b re , e ra la de qu e p re ten d ían en m asca ra r los an tagon ism os de

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LOS ESPARTAQUISTAS 341

clase. Bartih, d ec la ró L iebkn ech t, se ha d e jad o em b au ca r y actúa com o de legado am bulante para «a p a c ig u a r » e l m o v im ien to huelgu ístico y con­segu ir la vu e lta d e los o b re ro s a l «bu en cam in o», con tr ib u yen d o con e llo ' a « fr e n a r a las m asas ob reras y a los s o ld a d o s »40, p rec isam en te en el m o m en to en q u e los espartaqu istas se lanzaban d ec id id a m en te en e l cam in o de la lucha de clases con e l á n im o de in c rem en ta r la fu erza revo lu c io ­n a ria de lo s ob re ros .

S e op u s ie ron v io len ta m en te a la acción sindi­ca l re fo rm is ta . P o r e llo , L eg ien , p res iden te de la C o n fed e ra c ió n s ind ica l, será e l p r im ero , en 1915, en re c la m a r la exc lu s ión de -Liebknecht. Durante las h u e lgas de a b r il d e 1917, y sobre tod o en las de en ero de 1918, los espartaqu istas denunciaron tod a ten ta tiv a d e co m p ro m iso apoyada p o r los respon sab les s ind ica les o p o r los M ayorita r ios c o m o u n a tra ic ió n a l p ro le ta riad o . L a m ism a ac­titu d de v io le n ta re fu ta c ión tom aron al conocer e l a cu erd o p u b licad o p o r e l A rb e itsgem e in sch a ft, q u e con c illa b a los in tereses d e los industria les con los d e lo s responsab les sindicales en los p r i­m ero s d ías de lo s acon tec im ien tos revo lu ciona­rios.

E l a b o rre c im ien to q u e sentían p o r esos líderes -sindicales re fo rm is ta s l le v ó a algunos esparta­qu istas a p re c o n iza r e l 'bo ico t de las organ izacio­nes s ind ica les.

La República socialista o el caos

L a g lo r if ic a c ió n de la acción revo lucionaria , la » m an ifes ta c ion es qu e convocaron , las huelgas que sos tu v ie ron y su exa lta c ión de la lucha de clases, les v a lie ro n a los espartaqu istas dos serias acu­saciones : n o só lo se les t ild ó de fanáticos delcu lto a Ja v io len c ia , sino de p reten der im plantar e l caos, es dec ir, p ro vo ca r e l desorden p o r el d esorden .

E stas acusaciones fu e ron u tilizadas in fin idad de veces p o r los adversarios d e l Espartaquism o, y hajn s id o esgrim idas de nuevo actualm ente p o r n u m erosos h is to r iad o res . ¿Contienen alguna parte de ve rd ad ?

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3 42 GILBERT BADIA

Com o ya se ha v isto más arriba (4 ), a. pa rtir del mes de n oviem bre los espartaquistas fueron presentados com o los protagon istas del desorden, peligrosos m alhechores a los que se ad judicaron con la m ayor generosidad las intenciones más crim inales.

Los espartaquistas querían (hacer del Reich una República socialista, lo que supone eviden­tem ente una transform ación absoluta de todas las estructuras, tanto económ icas com o políticas. Querían suprim ir el Parlam ento y las M unicipa­lidades, reem plazándolos por Consejos. P o r el con­trario, los M ayoritarios, especialm ente Ebert, p re­tendían conservar y m antener e l I I Reich, para ir reform ándolo lentam ente. Es indiscutib le que el desmanteJ.amiento del sistem a capita lista en les prim eros m om entos hubiera provocado una gran perturbación, principalm ente en el p lano econó­m ico. En este sentido la acusación form u lada contra los espartaquistas está justificada, a con­dición de añadir inm ediatam ente que e l m anteni­m iento del v ie jo sistem a no salvó a A lem ania de los tem idos sobresaltos ni, 15 años m ás tarde, del fascism o y de la guerra.

Tam bién es rea lm ente cierto- que la acción es­partaquista no fue nunca coordinada n i d irig ida de form a centralizada. Las acciones de los d iver­sos grupos, en cualqu ier ciudad, sem braron a menudo la confusión al no tener en cuenta la circunstancia política.

Sin embargo, rotundos ju ic ios expresados acer­ca de este tem a han sido hechos m uy a la ligera. Las responsabilidades del Espartaqu ism o deben estudiarse ligadas a las circunstancias im peran­tes en la A lem ania de la época. N o es posib le se­parar ambos 'factores.

E l país se quebraba por todas partes. Las vie jas estructuras estaban agonizantes, la econo­m ía arruinada y la m iseria era extraordinaria. Con o sin Espartaquism o, los brotes y las explo­siones de vio lencia se (habrían producido igual­mente, en impulsos desordenados, com o el re-

4- En el cap ítu lo consagrado a la campana antiespart:.- quista. ^

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LOS ESPARTAQUISTAS 343

sultado de la có lera de cualqu ier grupo de m an i­festantes.

Los espartaquistas no critica ron estos brotes v io len tos. Sencillam ente: los utilizaron, aunque no constitu ían un punto eséncial de su teoría. La v e r­dad es que el Espartaqu ism o no dispuso de l tiem ­po necesario — y quizá tam poco de la voluntad precisa— para fo r ja r un aparato fuertem ente cen­tra lizado y para im pon er a sus jóvenes m ilitantes una d iscip lina rigurosa. Am bos son sin duda dos factores de su fracaso.

Dos fases del Espartaquismo

En efecto , cualqu ier in ten to de análisis de la rea lidad del Espartaquism o.. ha de partir de la d i­v is ión in ic ia l de dos estadios distintos. Prim ero , el p eríodo que alcanza hasta princip ios de diciem ­bre de 1918. E n él, los d irigentes del m ovim ien to defin ieron su p la ta fo rm a p o lítica y precisaron su posición respecto a los problem as de la gue­rra, de la «U n ión Sagrada», del im peria lism o y de la revolución . Sobre esta base pensaban re- agrupar m ilitan tes desperdigados y seguidam ente entrenarlos para la acción, una acción en verdad lim itada que no constitu ía ningún serio peligro ni para e l v ie jo régim en ni para el «nuevo». En este estadio, las apreciaciones del p refecto de po lic ía de B erlín sobre ese m ovim ien to «qu e rio está fa lto de je fes , pero sí “de tropas» son jus­tificadas.

Segunda fase: la explosión revolucionaria. Con la revolución , se dan c ita con e l Espartaquism o luces tota lm ente nuevas. «E s ta nueva generación sobre la que no pesan las tradiciones embrute- cedoras del " v ie jo ” p a rtid o » (e l Partido socialde­m ócrata alem án), del partido que «ya ha dejado actas para la h is to ria », según Rosa Luxemburgo, quien concluye « y que está dispuesto a aceptar lo qu e sea, la oscuridad o la lu z» °°.

Estos nuevos espartaquistas carecían de expe­riencia po lítica ; habían sido reclutados de entre los sectores más m íseros de la clase obrera. Jó- venes, sin trabajo, inestables p o r naturaleza en una época ya de por sí inestable, no poseían ni de le jos la fo rm ación po lítica de los dirigentes es-

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partaquistas. ‘Del Espartaquism o sólo retuvieron el cu lto a la acción y a la agitación. N o querían ni o ír ¡hablar de Asam bleas constituyentes. Pre­tendían de inm ediato e l poder, e l trabajo , e l socia­lism o y la expu lsión de los sumos sacerdotes. E>llos eran los delegados que aplaudían a rab iar a Rosa Luxem burgo cuando trataba a E bert y demás acólitos del S.P.D. de «bandidos y c r im i­nales del derecho com ún», p ero que luego recha­zaban sus propuestas de acudir a las elecciones. Rosa Luxem burgo no estaba engañada sobre este punto: «N u estro d e fec to — escrib ió— no es o troque la v ic to r ia d e un extrem ism o bastante pueril, en plena ferm entación , sin m atices» 5°. A l conde­nar en c ierto m odo esta inclinación, e lla no lo hacía p o r lo trágico , ya que estaba persuadida de que las cosas se ir ían encauzando p o r sí mismas.

Mas todo «encauzam ien to » requ iere tiem po. Este «ex trem ism o bastante pueril, sin m atices » es el que se m an ifestará en e l m es de enero, tan­to en B erlín com o en otras muchas ciudades del Reioh, y gu iará a los grupos espartaquistas más activos, aunque re la tivam en te pooo numerosos, de un lado para o tro , sobre todo a lo la rgo de la cuenca del Ruhr, tom ando posiciones de fuerza que luego eran incapaces d e sostener.

¿Pueden im putarse al E spartaqu ism o la en fer­m edad in fan til de l P artid o com unista, la consti­tución dada al K .A.P.D . (P a rt id o com unista ob re­ro ) tras el congreso de H e id e lb erg en 1919 y las incursiones d e M ax H o ls t en la A lem an ia central? ¿No serán estos fenóm enos el r e f le jo de la exas­peración o fa lta de re flex ión de una tendencia que los dirigentes conocían, p ero ante la cual se m os­traban im potentes para m antener en guard ia a los prop ios m ilitantes?

Los dirigentes espartaquistas fu eron sin duda presa fá c il de la a tm ósfera berlinesa: la fac ilid ad de encontrar e lem entos dispuestos a todo, así com o la activ idad fe b r il qu e im peraba en la ca­p ita l fu eron e l bosque que les im p id ió v e r la lla ­nura: las masas am orfas del resto del Reich , p rin ­cipalm ente a n ive l cam pesino. Se pusieron a la cabeza de una vanguardia sin asegurarse d e que podrían con tro la r a todo e l grueso de la tropa.

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LOS ESPARTAQUISTAS 345

Tam bién es m uy posib le que ellos fueran dem a­siado adelante en relación a las masas.

En op in ión de Lenin, el od io que los esparta­quistas sentían hacia los contrarrevolucionarios e im perialistas, y el rencor que profesaban hacia los Ebert-Scheidem ann, espléndidos aliados del Im perio , «p r iva ron a estos hom bres de la posib i­lidad de re flex ionar fríam ente, de poder elaborar su p rop ia estrategia , una estrategia correcta en respuesta a la 'brillante estrategia ( . . . ) de los cap ita lis ta s »ei alemanes y sus acólitos.

H asta aqu í (hemos intentado precisar las con­cepciones espartaquistas: p rim acía de la acciónrevolucionaria , pero reohazo del putschismo, ne­cesidad de ganarse las masas proletarias y posibi­lidad de consegu irlo. E ran conscientes de que toda v ic to r ia supone derrotas, que e l cam ino de la R e­vo lución es largo, que ésta sólo se realiza «paso a paso en la ru ta d e l Gólgota, rica fen amargas experiencias», p ero tam bién estaban seguros de la salida v ic to r iosa : « la claridad y m adurez delp ro le ta r iad o » eran la clave. Y tenían confianza inquebrantab le e n , e l necesario progreso de la h istoria , en la m archa indefectib le de « la Revo lu ­c ión ».

Conviene igualm ente recordar que tanto Rosa Luxem burgo com o K a r l L iebknecht y Franz M eh­ring p recon izaron siem pre la necesidad de una re flex ión teó rica profunda. E ran enem igos decla­rados de todo tipo de oportunism o, incapaces de e je rce r lasl menudas habilidades de un Schei­dem ann y de m an iobrar a n ive l parlam entario. Se opusieron a cualqu ier con form ism o ideológico, fren te a los Independientes. Las criticas más du­ras que lanzaron fueron precisam ente contra las «m ed ias tin tas»: en tan to que los otros socialistas p re fe r ían quedarse a m itad d e cam ino, ellos no ten ían o tra m eta que el ob je tivo final, el so­cia lism o.

Fueron m enos tácticos que pensadores. Su arm a era a l p r in c ip io la del r ig o r ideológico, y les agradaba pisar firm e en el terreno de sus propios p rincip ios. D e ahí su oposición a cualqu ier com ­prom iso con fuso: erst K larJisit, dctnn E in h e it (cía-

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ridad in ic ia l, un idad inm ed ia ta ). La fó rm u la es producto de la p lu m a de L iebknech t, qu ien la em pleó m ú ltip les veces en 1915 y en n ov iem b re de 1918, cuando se p lan teaba la pos ib ilid ad de unirse a los M a yo r ita r io s sobre una base que hub iera ten ido com o p r in c ip a l esencia la con fusión .

Este tra b a jo no puede fin a liza r sin una m en ­ción d e la pureza, co ra je , h onestidad y abnega­ción de estos revo lu c ion arios . A todos e llos se lespuede ap lica r lo que B rec lit e scr ib ió en San ta Juana de los m a ta d e ro s E!:, en e l m om en to en que los líderes s in d ica les son a rrestados:

«N a d ie de los p resen tesh abrá pen sado que,tras el cese de la persecución,ellos han com b a tid op o r e l pan de los dem ás...Su sa lario e ra escu á lido , p e ro su tra b a jo ha s ido

[m u y ú t il p a ra m uchos. N in gu n o p o d rá lle g a r al té rm in o de su v ida . N in gu n o h a c o m id o su p an sin h a b er lo sudado. N in gu n o h ab rá m u erto con e l v ien tre rep le to .Y n inguno es sepu ltado con decencia .T od os p erec ie ro n antes de t iem p o ,apaleados, p iso tead os ,a rro jad os a fren to sa m en te a l su e lo ...»

H oy, m ed io s ig lo después d e los acon tec im ien ­tos, Rosa Lu xem bu rgo , K a r l L ieb k n ech t y sus am i­gos parecen en carn ar aún la pu reza y g ra n d io s i­dad revo lu c ionarias . Sus enem igos n o han p od id o en tu rb iar su g lo ria .

Con razón señaló A n d ré P ru d h om m eau x « e l p ro fu n do sen tido de una é tica p e rson a l h e ro ica » que an im aba a los d ir igen tes espartaqu istas . Cuan­do Rosa Lu xem bu rgo escrib ió : «N o se h ace lah istoria de i m u n do sin gran deza esp iritu a l, sin estilo m ora l, sin gestas n ob les », exp resaba indu ­dab lem ente su m ás ín tim a con v icc ión . P a ra ella , igual que para L iebkn eoh t y sus cam aradas, la devoc ión p o r la causa del p ro le ta r ia d o , la lucha p o r la « fra te rn id a d m u nd ia l en tre lo s tra b a ja ­d ores » son razones su fic ien tes p a ra v iv i r y m o r ir . Es p rec isam en te esta trem en da f id e lid a d la que im p ide el que R osa y L ieb k n ech t h u yan d e un B erlín ased iado p o r las tropas m ilitan tes . D e lib e ­

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LOS ESPARTAQUISTAS o-r7

r a d a m e n t e , e llo s p erm an ec ie ron ju n to a l p ro le ta ­r ia d o con e l ú n ico án im o de c o rre r su m ism a suerte.

¿Será que, co m o d ice Prudhom m eaux, « v iv ie ­ron tan con sc ien tem en te , con tanta lucidez, la traged ia de 1918-1919, en su sen tido m ás h on do », qu e su resp on sab ilid ad les fu e «re ve la n d o g ra ­du a lm en te el d eb er d e m o r ir »? N oso tros no op i­nam os lo m ism o . P ru d h om m eau x escrib ió poste­r i o r m e n t e qu e « la causa espartaqu ista no se p re ­senta, tras un aná lis is in te lectu a l, com o uno de los es labones h is tó r ico s n ecesa r io s » Las num e­rosas c itas de R o sa Lu xem b u rgo im p lican do la in e lu c tab ilid ad d e la re vo lu c ió n con trad icen to ta l­m en te , en n u es tra op in ión , este tip o de a firm a ­ciones. ^ *

L o s esp a rtaqu is ta s c re ían firm em en te en e l tr iu n fo d e la re v o lu c ió n m und ia l, rpero la traged ia se les in te rp u so en e l cam in o . A cep ta ron la m uer­te sin in ten ta r e l m ás le ve ges to de rechazo . R osa L u xem b u rgo y K a r l L ieb k n ech t estaban am asados con -op tim ism o re v o lu c io n a r io . E llo s son, desde lu ego , to d o lo opu esto a los típ ico s «R e a lp o íit i - k e r » , los p equ eñ os M a q u ia ve lo s d e la soc ia ld em o­crac ia . E s tab an resu e lta m en te s ituados d e cara a l p o rv e n ir y c re ía n en e l p ró x im o adven im ien to d e la so c ied ad q u e q u e r ía n instau rar.

Su p u reza m o ra l es una a c titu d fu ndam en ta l. D em u estra qu e n o se v io som etid a p o r los ava ­la res qu e p ro p o rc io n a la rea lid a d de l p oder. E n su p ro g ra m a m is m o p u ed e v e rs e esta pu reza ; e l s o c ia lism o req u ie re , p o r p a r te de las m asas p ro ­le ta r ia s , « e l m ás a lto id ea lism o en in te rés de la c o le c t iv id a d ( . . . ) , e sp ír itu d e in ic ia t iv a { . . . ) , sen ­tim ien to s d e re sp on sa b ilid a d , a c t iv id a d y ce lo , e tc é te ra ».

E l E sp a rta q u ism o encarna la m á x im a vo lu n ­tad de p o n e r f in a l ca p ita lism o , p o r ta d o r de la m is e r ia y de la gu erra , y de in s tau ra r e l soc ia ­lis m o m ed ia n te la a cc ió n d ire c ta de las m asas. C on stitu ye e l dese-o de c o n c ilia r e l soc ia lism o y la d em o c ra c ia m ás am p lia . E n 1917-1918, la h is to ­r ia d e l s o c ia lism o to m ó o tra ruta, d is tin ta a la an s iada p o r los espartaqu istas .

Es m u y p ro b a b le qu e las con cepciones espar­taqu istas fu e ra n p rem a tu ras . E s ta d em ocra c ia d i­

Page 174: Gilbert Badía, Los Espartaquistas, Vol. I

recta que constituía su ob jetivo y de la que fue­ron sus máximos precursores, es decir, la con­jugación de la eficacia revolucionaria y de la li­bertad individual total, no pueden situarse más que al térm ino de una larga evolución, y no en los albores de la revolución.

3 4 8 GILBRRT BADIA

MOTAS

1. Sobre estas cuestiones, cf. G. H aupt, Le. C onsrés m an­gué. L ’In te rn a tion a le á la ve ille de la. p re m ié re g u e rre m on - dial'e, París , 1965, en especia l Jas págs. 31-53. E l au tor señala justam ente las reticencias de la d irecc ión socia ldem ócrata a le­mana sobre esta cuestión de la lucha con tra la guerra.

2. A rch ivos del I.M .L ., B e r lín .3. S pa rta ku sbrie fe ..., ob . c it., pág. 211, así com o todas

las cartas siguientes.4. A rch ivos de l I .M .L ., d os ier N L 1 I I I A/6, h o ja 124.5. E l texto de esta llam ada figu ra en «D ocu m en tos», tom o

I I de la presente obra , pág. 89.6. Leer, a este respecto , en «D ocu m en tos», tom o I I de la

presente obra , págs. 107-109, la carta en la que L iebknech t saluda, en d ic iem bre de 1918, a l Congreso fundaciona l del Partido com unista po laco.

7. S p a rta k u sb rie fe ..., ob . c it., pág. 402.S. R osa Luxem burgo, Huelga, de masas, p a r t id o y s ind ica ­

tos, P a r ís , 1964, págs. 51-52.S. Id ., págs. 71-72.10. Id ., pág. 73.11. R osa Luxem burgo , R ed e zu tn P ro g ra tn m , B e r lín , 19.19,

en lo sucesivo c itado : Luxem burgo , R ed e ... C f. igua lm en tePrudhom m eaux, S partacus ..., ob . c it., pág. 87.

12. D o k u m en te ..., ob . c it., I I , 1, pág. 89.13. Id , pág. 89.14. S p a rta k u sb rie fe ..., ob . c it., pág . 422.15. D o k u m e n te ..., ob . cit-, I I , 2, pág. 420.16. R osa Luxem burgo , R ed e ..., ob . c it., pág. 31. P ru dh om ­

meaux, S pa rta cu s ..., o b . c it., pág. 93.17. D o k u m e n te ..., ob . c it., I I , 2, págs. 487-490.1S. Id ., I I , 3, pág. 76.19. Id ., pág. 73.20. Id ., pág. 25.21. Id ., pág. 48.22. Id ., pág. 75. ,23. B e r ic h t ü b e r den G rü n d u n gsp a rte ita g ..., ob . c it., P ru d ­

hom m eaux, S pa rta cu s ..., ob . c it., pág. 48.24. D o k u m e n te ..., ob . c it., I I , 2, pág. 421.23. Id ., I I , 3, pág. 73.26. Id ., I I , 2, pág. 424.27. D ie R o te Fahne, 15 de d ic iem b re de 1918.28. R osa Luxem burgo , L a R e v o lu c ió n Rusa, P a r ís , 1564,

pág. 38.

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LOS ESPARTAQUISTAS 349

29. Id ., pág. 39.30. Id ., pág. 38.31. Id ., pág. 39.32. Len in , Obras, Ed iciones sociales, tomo 23, pág. 351.33. B e r ich t..., ob. c it.; Prudhommeaux, Spartacus..., ob.

c it., pág. 58. ,34. Rosa Luxem burgo, H uelga de masaje, pa rtid o y sind i­

catos, ob. c it., pág. 73.35. Todas estas citas están extraídas de Spartakusbriefe...,

ob. cit., págs. 179-180.36. La m ayor parte de estas cartas han sido publicadas

p or vez p rim era en Z e its c h r if t fü r Geschichts-wissenschaft, 1963, 8, pág. 1466 y siguientes. Tam bién se encuentran largos extractos en la obra de G ilb ert Badia Les Spartakistes..., ob. cit.

37. D ok u m en te , o b . c it., I I , 3, pág. 49. com m unistische Pu tsch taktik », A rb e ite rra te ..., ob . c it., pági-

38. Id ., I I , 2, pág. 419.39. En ella hace fu erte h incap ié el h istoriador K o lb , que

puso a uno de los cap ítu los de su ob ra e l t ítu lo de: «D ie kom m unistische Pu tsch tak tik », A rb e ite rra te , ob . c it ,, págí* ñas 312-321.

40. D o k u m en te ..., ob . c it., I I , 3, pág. 24.41. Id ., I I , 2, pág. 698.42. R osa Luxem burgo , R ed e ..., ob . cit.; Prudhom m eaux,

S partacus ..., ob . c it., pág. 88.43. V e r los extractos del p rogram a del K .P .D . en «D ocu­

m en tos», tom o I I de la p resen te obra, págs. 111-115.44. R osa Luxem burgo , La R e v o lu c ió n Rusa, ob . c it., pág. 62.45. Id ., págs. 65-66.46. Id ., pág. 68.47. C f. extractos de l p rogram a com unista en «D ocum entos»,

tom o I I de la p resen te obra, págs. 111-1115.48. A rch ivos de l I .M .L ., dos ier 9/13.49. B e r ic h t .. . , o b . c it.; Prudhom m eaux, S partacus..., ob.

c it-, pág. 41.50. G ilb e rt B ad ia , Les S partak is tes ..., ob . c it., pág. 228.51. L en in , O bras, tom o 32 («C a r ta a los com unistas a le­

m an es »).52. B e rto lt B rech t, Th éá th e C om p le t, París , 1964, IX ,

págs. 107-108.53. Prudhom m eaux, S pa rta cu s ..., ob. c it., págs. 110-112.

Page 175: Gilbert Badía, Los Espartaquistas, Vol. I

E P ÍL O G O

Tras los sucesos de la «sem ana sangrienta», el jo ven Partido com unista alemán estaba prácti­cam ente abktido. Sus je fes de m ayor prestigio ha­bían sido asesinados. E l día 16 de enero fue in­terven ido su órgano principal de inform ación, Die Rote. Fahne. Los esfuerzos de los m ilitantes en activo se d ir ig ieron entonces — no sin éxito— hacia el ob je tivo de esclarecer la verdad sobre los asesinatos de R osa Luxem burgo y de K arl L iebknecht.

«E l extrem ism o bastante pueril y sin m atices» de que dos delegados habían hecho gala durante el Congreso fundacional d e l K..D.P., según opin ión en su m om ento la m ism a Rosa Luxem burgo, si­gu ió pers istiendo a pesar d.e los graves aconteci­m ien tos. E ran m uchos los comunistas que creían que la tom a del p oder había su frido un retraso a causa de la represión , pero su realización se daba com o cosa inm inente. P o r otra parte, en B rem en se hab ía p roc lam ado ya la República de los Consejos, y o tra proclam ación sim ilar se pre­paraba en M unich. L a consigna «T o d o el poder

Page 176: Gilbert Badía, Los Espartaquistas, Vol. I

352 G IL B E R T B A D IA

para los C onsejos» constitu ía el e je d e la acción de los comunistas.

N o hubo, pues, una ruptura inm ediata con el reciente pasado. E l Espartaquism o no d e jó paso instantáneo a una nueva estrategia comunista que en esencia liaibría de ser distinta. S in em bar­go, mo iba a transcurrir m ucho tiem p o sin que en* e l seno del jo ven partido se p rodu jeran cam ­bios im portantes.

Durante e l mes de m arzo, B er lín fu e el esce­nario d e nuevos sucesos sangrientos (huelga ge­neral y nueva o la repres iva decretada p o r Nos- ke). En Baviera, a fina les del m es de abril, la República de los Consejos era liqu idada. Unos días después, concretam ente e l 8 de m ayo, D ie Rote. Fahne fu e clausurado de nuevo y no re­aparecería hasta el mes de d ic iem bre de l m ism o año. E l estado d e s itio fu e p roc lam ado a lo la rgo y a lo ancho del te rr ito r io de l Reich.

E l Pa rtid o com unista tuvo que sum ergirse fo r ­zosam ente en la clandestin idad. E l segundo con­greso d e la organ ización , ce lebrado en H eide lberg del 20 a l 24 de octubre, se encon tró con la necesi­dad d e analizar un docum ento de Pau l L e v i d i­r ig id o esencialm ente contra la tendencia anarco­sindicalista, representada principa lm ente porLau - fenberg y W o lffh e im , am bos delegados p o r Ham - burgo. E l in fo rm e no fue aprobado p o r el con­greso, ya qu e e l resu ltado del escru tin io fue de 31 votos con tra 18. A pesar de ello , un sector m in orita rio se negó a d iscu tir d ioho in form e, y llegó inoluso a abandonar e l lugar. D iscrepancias entre ambas tendencias se pusieron igualm ente de re lieve al p lantearse la cuestión d e la partic i­pación de los com unistas en las diversas asam­bleas parlam entarias del país, así com o con res­pecto a la actitud a adoptar fren te a los sindi­catos, com ités de em presa, etc. Sobre e l punto de la asistencia a los parlam entos, L e v i obtuvo m ayoría a su favor, pero los m inoritarios se ne­garon a aceptar las conclusiones en función de que consideraban absurdo luchar p o r e l com unis­m o desde el escaño de una d ieta o en e l seno de un sindicato re form ista .

Uno de los resultados del congreso fue la re­

im os E S P A R T A Q U IS T A S 353

novación de los organism os dirigentes; se e lig ió una dirección «estrecha», de 7 m iembros diee > v t c j s 7/j r, i-, _______ _ u tÉ Íengere Zentra le, a la que se adjuntaron 13 micm- bros representantes de las secciones locales p í a constitu ir un Com ité Central de 20 m iembros(Ze.ntralaiisschuss).^ El m Cer congreso (Karlsruhe, 25 de febrero de 1920) v io sus sesiones interrumpidas por la policía. Puesto que persistían en su actitud de no acatar Jas resoluciones aprobadas en Heildel- berg, un im portante núm ero de secciones provin­ciales fue exclu ido de la organización; esta me­dida 'afectó especialm ente a -las regiones del norte y noroeste, y a jas ciudades de Berlín y Dresde. B1 resu ltado fu e un descenso considerable de los e fectivos del partido, que en e l otoño de 1919 llegó a con tar con la adhesión de 107.000 m iem ­bros.

Con las expulsiones m archó una buena parte de las ilusiones espartaquistas. N o es que los comunistas ¡hubieran dejado ya de proclam ar la inm inencia d e la revo lución mundial, pero la nue­va d irección estaba convencida de que la tom a del poder no se produciría bruscamente. «Están en un e rro r aquellos que creen — escribe Paul L ev i— que 2 ó 3 secciones de vanguardia del p ro­letariado se bastan para realizar la tarea que incumbe a todo el proletariado. Los ejem plos de Berlín , Leipzig, H a lle , E rfu rt, Brem en y Munich son auténticas refutaciones de las tesis putschis- tas, y dem uestran que sólo la clase proletaria en su totalidad, urbana y campesina (puede conquis­ta r ) e l poder p o lít ic o » 3. Esto lo había avanzado ya Rosa Luxem burgo poco antes de su asesinato, y es m uy s ign ifica tivo que Paul L ev i lo repitiera de nuevo y aún m ás claram ente.

Las expulsiones redu jeron casi a la m itad los e fectivos del partido. En Berlín, sobre 8.000 afi­liados, só lo 500 perm anecieron fieles a la nueva d irección. Los disidentes fundaron! una nueva or­ganización: e l Partido com unista obrero de A le­m ania (K .A .P.D .).

En el m om ento de producirse el golpe de Es­tado de Kapp, en m arzo de 1920 (go lpe derechista que se adueñó de B erlín y despojó del gobierno

12

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354 G ILBER T BADIA

a los socialistas p o r algunos días), los comunistas vacilaron. Es cierto <jue no dudaron un instante en sumarse a Ja huelga general que h izo fracasar eI golpe de Estado, pero tam bién es verdad que no asumieron una. actitud clara y rotunda en cuanto a la actitud a adoptar fren te al nuevo gobierno socialdem ócrata que se estaba ya fra­guando. La a lternativa era: «oposición lea l» o lu­cha abierta.

Este tem a fue ob je to de discusión durante el IV congreso, que tuvo lugar en Berlín durante el mes de abril de 1920. Las discusiones concluye­ron sin la aprobación de la llam ada línea de «op o ­sición leail», y haciendo hincapié en la necesidad de no recu rrir a m étodos de acción que 110 tuvie­sen e l apoyo de la m ayoría de la clase obrera. Tanto es así que, tras los choques habidos en la cuenca del Ruihr entre el «e jé rc ito r o jo » y las trapas gubernam entales, poco después v ic to r io ­sas, el congreso a firm ó que los sabotajes y la ludha arm ada «a tu rden a las masas e im piden la unidad p ro le ta ria cuando, en el curso de la lucha, determ inadas fracciones del p ro letariado pretenden alcanzar ob je tivos que la m ayoría del pro letariado rechaza».

A despecho de los desacuerdos y discusiones in­ternos, la in fluencia de las ideas com unistas no cesó de desarro lla rse durante todo el período, de­b ido p o r una iparte a la rea firm ación del poder bolchevique en Rusia y p o r o tra a la radicali- zación de las p rop ias masas alemanas.

E l p rogreso de esta in fluencia se puso de m a­n ifiesto en el seno del U.S.P.D., en donde el ala izqu ierda de los Independientes, creyendo firm e ­m ente en la ex istencia de una situación precrre- vo lu cionaria en A lem an ia, propuso la adhesión del U.S.P.'D. a la I I I In ternacional.

En el con greso celebrado en H a lle del 12 al 17 de octu bre de 1920, tras e l en fren tam ien to de las dos tendencias que cr is ta lizó en un duelo o ra to r io en tre Z in óv iev y H ilfe rd in g , los Indepen ­dientes d ec id ieron adherirse a la In ternaciona l com unista p o r 237 vo tos con tra 156. Un m es más tarde, e l 19 de setiem bre, el P a rtid o com unista a lem án dec id ió .suprim ir la d iv isa Spartakusbund (D iga E spartaqu ista ). A p a r t ir de ese m om en to

L O S E S P A R T A Q U I S T A S 355

se constituyó como «Partido comunista alemán, sección alemana de la Internacional Comunista»’

En diciembre, la mayoría de los Independien­tes y los Comunistas resolvieron fusionarse, para lo cual celebraron un Congreso de unificación. Con ello, e l Partido comunista alemán se trans­form ó en una organización de masas. El período espartaquista se cerró definitivamente.

NOTAS

1. Lenin no cesó, en 1919 y 1920, de clamar en contra de tanta intransigencia, señalando la necesidad de ganarse el favor de las masas, «utilizando para ello la más pequeña po­sibilidad», y criticando la fórmula «nada de compromisos», etc. Cf. en particular «L a enfermedad infantil». Obras, tomo 31, págs. 15-116.

2. Citado por Flechtheim, Die kommunistische Partei Deutschlands..., ob. cit., pág. 60.

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ÍN D IC E

F ' L A C » A R G E - N T Í N A

lsjB|_í O fEOÁ DE . ü i h N ü i A t SOOsALEU

I n t r o d u c c i ó n .....................................................

PR IM E R A P A R T E : Reagrupam iento de laextrem a izqu ierda y ten­tativas de organización.

I. La tarde del 4 de agosto ...................I I . K a r l Liebknecht, Rosa Luxem burgo,

Franz M ehring y C lara Zetk in con­firm an su desacuerdo con el S.P.D.

I I I . Liebknecht- vota contra los créditosm i l i t a r e s ...............................................

IV . La revista «D ie In ternationa le»V. «E l enem igo p rin c ipa l...» (fin a l 1915)

SEG U N D A P A R T E : Prim eras actividades deE spa rta co .

V I. N ac im ien to de E spa rta co V I I . L iebknecht: « ¡A b a jo la gu erra !»

V I I I . Fundación del Partido socialdem ó-crata in d e p e n d ie n t e ...........................

IX . P r im eros resquebra jam ien tos X . Las huelgas de enero . . . .

9

1719

33

456373

8991

113

125137149

*-V

X I. L a C on ferencia nacional del 7 deoctu b re de 1 9 1 8 ................................. 15 3

X I I . E spartaqu istas y bolcheviques . . 173

T E R C E R A P A R T E : L os espartaquistas en larevo lu c ión . . . . 187

X I I I . L a revo lu c ión de n ov iem bre . . 189X IV . E n fren tam ien to espartaquistas-ma-

y o r i t a r i o s ................................................205X V . Fu ndación d e l K..P.D. . . . . 237

X V I . L a cam paña an tiespartaqu ista . . 259X V I I . L a sem ana sangrien ta . . . . 271

C U A R T A P A R T E : In ten to de análisis . . 285X V I I I . F u erza rea l d e l m ov im ien to espar-

t a q u i s t a .................................................287X IX . E l o r ig e n soc ia l d e lo s espartaqu is­

ta s ...............................................................307X X . C a rac te r ís tica s esencia les d e l Es-

p a r t a q u i s m o ..........................................317E p í lo g o .......................................................................351