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GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ DE IGNACIO DE LA LLAVE
Cuitláhuac García JiménezGobernador del Estado
Eric Cisneros BurgosSecretario de Gobierno
Israel Hernández RoldánDirector General de la Editora de Gobierno
Octavo Concurso de Cuento Infantil 2018Categoría amateurSegundo lugarTítulo de la obra: Don Luis Perdiz, de jardinero simple aprendizAutora: Angélica González MacíasDirectora de arte: Alejandra Palmeros Montúfar(Universidad Gestalt de Diseño)Ilustraciones: Alix Cruz(Universidad Gestalt de Diseño)
Primera edición: 2019ISBN: 978-607-8489-53-4
Derechos reservadosEditora de Gobierno del Estado de VeracruzKm 16.5 de la carretera federal Xalapa-VeracruzC.P. 91639, Emiliano Zapata, Veracruz, México
Impreso y hecho en México
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Esto pasó en un país que no lo era, donde las estrellas no iban a ninguna parte durante el día; en un pueblo
que no parecía pueblo, donde las casas no eran iguales,
ni parecidas, ni diferentes a ninguna otra que hubieras visto;
donde los gallos no decían kikirikí ni kakaraká, sino kukurukú y
kokorokó. Había una vez, dos veces y tres veces…
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Había una raza de hombrecitos que se especializaban
en diferentes oficios oficiosos: el que desde su rincón ponía
tachuelas en el tacón, ese era el zapatero, Mateo Timoteo; quien
de ladrillos sacaba castillos, era el albañil, Felipín Mocasín;
Filemón Castor, de todo el componedor; vecino de Emil Camil,
el de ocupaciones mil. Bueno, te decía que esta es la historia
de cosas que nunca pasaron (¿o sí?) en un reino que no lo era.
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Esa mañana, don Luis Perdiz despertó después de haber soñado
con unicornios, arcoíris y gatitos parlantes, tenía ganas de taquitos de
frijoles y plátanos fritos. “Uuuummmm, qué bello día para ir al jardín”,
pensaba. Él sabía que una nube puede contener el cielo, pero no sabía
que en el jardín a veces crecen más que flores.
Pasó oliendo las rosas, deshojando los
capotes. Pasó junto a la sombra
morada de la buganvilia, llegó a
una maceta, ¿y qué encontró?
¡Oh, mi Dios, una florcabeza!
Era grande, redonda y rosada, como pudiera esperarse,
creció durante la noche, con la luz de la luna menguante,
alimentada con tierra, como todas las demás, creadora
de gusanos.
—¡Una florcabeza en mi jardín, qué prodigioso suceso!
—se dijo a sí mismo, mientras brincaba de contento ante
tan codiciado espécimen vegetal. Al verla, don Luis Perdiz,
de jardinero simple aprendiz, solo pudo murmurar:
—Flor floreada floratura,
floreadora florescencia,
dime, dime, florecita,
¿en dónde está tu querencia?
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Don Luis se propuso cuidarla hasta que abriera
los ojos (como todo mundo sabe, cuando los
capullos de las florescabeza nacen, tienen
los ojos cerrados, igual que los gatitos de los
sueños de nuestro personaje, de manera
que uno no puede saber su color, hasta
después de un tiempo). Le arropó con una
franela las raíces para protegerla del
asco del mundo y se propuso quitarle
los gusanos y espantarle las moscas
con una varita.
—Flor floreante floreadora,
flor floreada floratura,
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dime, dime, florecita,
¿en dónde está tu hermosura?
Se escuchaba por la vereda todos los días,
cuando iba a arrancarle la mala hierba (porque
en los jardines de los hombres a veces crece la
hierba mala, la mala hierba, que es peor que las
florescabeza). Nadie le había advertido que
las florescabeza, de mejillas tan dulces,
pueden tener espinas rojas, venenosas.
Y no queremos que a nuestro don Luis
Perdiz, de jardinero simple aprendiz, le pase
lo de la bella durmiente del bosque,
¿verdad?
“Las florescabeza, las flores más dulces
del reino jardín. Gotas
azucaradas en la boca,
peinar la verde cabellera”,
dice el antiguo recetario de
hortalizas de traspatio. “Ojo:
cuide que su florcabeza no
desarrolle piojos, échele
hojas de jitomate remo-
lidas; si tiene suerte, su
ejemplar florecerá en
marzo. No olvide rodearla
de las floresombrero
para procurarle sombra
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refrescante, el exceso de sol les
sobrecalienta los recuerdos, esto
puede hacer que desarrollen
pesadillas, es muy importante
que cuide que su florcabeza
no tenga sueños feos, pues le
cultivarían un carácter agrio y
amargado, estropeando su perfume,
volviéndola altamente apestosa.
Nota: no les gusta que las
peinen de raya en medio,
ni se le ocurra”.
El señor Perdiz recordó
que el día que la florcabeza
llegó a su jardín, había soñado con unicornios, arcoíris y gatitos parlantes,
también recordó que una hoja puede contener el bosque, y susurró:
—Flor floreada, florecita,
¿con qué sueñas,
con qué sueñas, cabecita?
Mientras tanto, ejecutaba una
extraña danza, que consistía en
saltitos y hartos dengues. Desde
entonces se dedicó a cantarle todas
las canciones que sabía:
—Floripondia floripuesta,
flor floreciente florecita,
dame, dame tu manita.
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Con el tiempo, la flor parecía un niño acuclillado en un
rincón del jardín, tal vez castigado por haber roto una ventana
de un pelotazo, tal vez dormido y soñando, igual que
don Luis, con unicornios, arcoíris y gatitos
parlantes o con viajes espaciales o con
caravanas en el desierto a lomo de camello
o con exploraciones al África o la India
sobre elefantes orejones.
—¿Sueñas con una princesa?
¿Sueñas con una casita?
¿Con qué sueñas,
con qué sueñas, cabecita?
Cabecita, cita, cita,
cabeza, cabezurrita.
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En esas estaba don Luis Perdiz, de jardinero simple aprendiz, cuando
a la flor le empezaron a temblar las ramas, se le juntó un montoncito de
hojas y formó algo así como una mano vegetal, y entonces, la levantó
en un puño.
Don Luis le contestó levantando también el puño, y entendió que lo
que la florcabeza quería era un poco de silencio.
La flor movió otra de sus ramas, extendió sus hojas como una palma
abierta y sobre ella depositó su hoja-dedo medio:
—Gracias.
Don Perdiz puso cuernos debajo de su mentón:
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—Perdón, no sabía que te molestaba mi canto, hola.
Llevó dos dedos a su sien y movió la mano como
hacen los marineros a su capitán, del mismo modo le contestó
la florcabeza (vaya, el saludo del mar lo conocen hasta las flores
terrestres).
—Bienvenida al mundo, ¿cómo estás?
—Estoy bien, me siento feliz.
Llevó su palma vegetal hacia su boca, como si bostezara, y
después la giró sobre la zona donde podría estar su corazón, verde
y palpitante, si lo tuviera.
—Hoy es lunes —le dijo don Luis formando una ele con su pulgar
e índice, y girándola—. Abriste los ojos en lunes, por eso te llamarás
Luna —y ponía la misma mano en ele, como pistola apuntando
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desde su nariz, para atinarle a una mariposa que
se aproximaba.
—¿Luna? Bueno, está bien —decía ella tocando con los
dedos su barbilla—. Te quiero mucho, porque me has
cuidado y me aceptaste como soy —hacía dos
ces con sus hojas-manos—. Porque
gracias a ti no soy una florcabeza
que apesta —hizo cuernos
de lado sobre su nariz—, sino
una florcabeza que perfuma
—ahí mismo estiró sus últimos
tres dedos.
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Con una de sus manos, hizo un conejito de orejas alertas que llevó a
tocar su boca. Los ojillos de la florcabeza se iluminaron, parecía haber
descubierto un secreto muy valioso.
—Sí, tal vez yo sea algo así como
tu hijo.
Con la mano sobre el pecho
vegetal, intentó agarrar su verde
corazón inexistente.
—Hijo, hijuelo, jardinero, te
libré de la lombriz, hijo del
simple aprendiz —dijo don Luis—. Oh, ahora me parece
que te quiero más, me aseguraré de que siempre
sueñes con unicornios, arcoíris y gatitos parlantes
Don Luis se quedó viendo a los ojos de la florcabeza y se dio cuenta
de que eran grandes, negros y profundos, como los suyos, y recordó
que una estrella puede contener a la noche.
—¿Somos amigos? —con su mano derecha apretó el dorso de su
izquierda—. Amigorrito rito rito, amigoturro en un susurro, amigozuelo
vuelo vuelo, amigoreto cotoreto.
La flor lo veía imaginando qué tipo de relación podía unirla a un sujeto
tan extravagante y poco cuerdo que canta de ese modo a las flores.
—Creo que somos más que amigos.
De repente, a don Luis Perdiz, de jardinero un
aprendiz, se le ocurrió una ocurrente ocurrencia:
—¿Soy como tu papá, papacillo, papacito,
papanteco, panecito?
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—hizo como si rasguñara
su mejilla con todos sus
dedos— o con caravanas
en el desierto a lomo de
camellos y elefantes orejones,
lo que más te guste, y te can-
taré: flor floreada, florecita
—con la mano parecía persig-
nar su nariz—, ¿con qué sueñas,
con qué sueñas, cabecita? —y
acompañaba su extraña danza
moviendo en círculos sobre su
frente los dedos índice y medio,
y con hartos dengues.
Esto pareció agradarle a la florcabeza. Decidió guardar sus espinas
rojas. Con don Luis Perdiz, de jardinero simple aprendiz, no las iba a
necesitar.
Don Luis Perdiz vivió sabiendo que un hombre puede contener un
corazón y que un corazón puede contener al amor.
Esto pasó o no pasó, en un pueblo que no lo parecía, en un reino que
no lo era, en un mundo que todavía no existe, en un universo donde las
estrellas nunca se van y solo las tapa el sol.
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Don Luis Perdiz, de jardinero simple aprendiz de Angélica González Macías se imprimió
en marzo de 2019 en la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, siendo Gobernador
del Estado, Cuitláhuac García Jiménez, y Director General de la Editora de Gobierno, Israel
Hernández Roldán. Coordinación y edición: Víctor Manuel Marín González. Cuidado de la
edición: María Elena Contreras Costeño. Ilustraciones: Alix Cruz de la Universidad Gestalt de
Diseño. Formación: Dalila Islas Ladrón de Guevara. Diseño de portada: Gladys Patricia Morales
Martínez. El tiraje consta de 300 ejemplares más sobrantes para reposición.
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