Goldman, William - (1974) Marathon Man (v1.2)

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MARATHON MAN (1974) William Goldman

A Edward Neisser

ANTES DEL COMIENZO

Cada vez que cruzaba Yorkville en su coche, Rosenbaum, por sistema, se encolerizaba. La zona de la Calle 86 era el ltimo reducto de los alemanes en Manhattan, y cuanto ms pronto fueran sustituidas las cerveceras por nuevos edificios de apartamentos, mejor sera. No es que hubiera sufrido personalmente durante la guerra l y toda su familia haban residido en los Estados Unidos desde los aos veinte, pero el solo hecho de conducir a travs de calles pobladas por mentes teutnicas era para ponerle los nervios de punta a cualquiera. Especialmente a Rosenbaum. Todo le pona los nervios de punta. Si la ms mnima injusticia se insinuaba en su vecindario, la pillaba y la exprima con toda la bilis que an le

quedaba en su organismo de 78 aos. El que los Giants1 se mudaran a Jersey le pona los nervios de punta; los morenitos le ponan los nervios de punta, ahora ms que nunca, con sus ideas de que eran iguales e incluso mejores que los blancos; los Kennedy le ponan los nervios de punta. Y que no le hablaran de comunistas, de pelculas pornogrficas, de revistas licenciosas, de la inflacin alimentaria; porque, al instante, le rechinaban los dientes. En este da se septiembre, Rosenbaum estaba particularmente encolerizado. El da era caluroso y se haba retrasado un tanto. Se diriga a Newark, a un sanatorio donde sus nicos camaradas supervivientes celebraban su partida de cartas semanal. Tres fsiles, eso es lo que eran, unos psimos jugadores de cartas y, a decir verdad, una gentuza abominable, pero todos podan an respirar cuanto queran, y cuando se acerca uno a los 78 aos, eso es algo que cuenta mucho. Tampoco ellos simpatizaban excesivamente con Rosenbaum, los juegos terminaban invariablemente en medio de gritos y amenazas, pero l no dejaba de acudir siempre all porque era el mejor procedimiento que haba encontrado para pasar el jueves, un da funesto que le pona los nervios de punta. Una cancin deca: La noche del sbado es la noche ms solitaria de la semana, y otra: Lunes, lunes, cmo puedes hacerme1

Un famoso equipo de bisbol norteamericano. (N. del T.)

esto a m?, pero Rosenbaum saba que era el jueves el da del cual deba uno precaverse. Todo lo malo que le haba ocurrido en su vida haba sucedido en jueves. Se haba casado en jueves; sus dos hijos haban muerto en jueves, en aos distintos, pero ambos en ese mismo da fatdico. No es algo absurdo que uno haya de sobrevivir a los suyos? Otra cosa absurda. Rosenbaum, a los 55 aos, fumaba unos tres paquetes diarios, y su hijo no haba fumado un solo pitillo en toda su vida; ahora bien, quin crees t que muri de cncer de pulmn? Se volvi y revolvi, incmodo, en su asiento; le haban ajustado el braguero un jueves. La Calle 86 era una verdadera calamidad. Gimbels East1. Desde el da en que Gimbels East (maldita sea su estampa!) tuvo la idea de instalarse en la Calle 86, lo ech todo a rodar. Sola ser su calle transversal favorita, diez veces mejor que la Calle 79 y slo los turistas solan pasar por la Calle 72. Decididamente, la 86 era la calle que un buen conductor elegira para circular con rapidez, y tuvo que venir Gimbels a estropearlo todo. Nadie haca sus compras en Gimbels East, excepto los morenitos, porque apuesto doble contra sencillo a que ningn judo compraba nunca ni un botn en ese Gimbels de mil diablos. Esto no era Gimbels. Gimbels estaba en la

1

Grandes almacenes de Manhattan (N. del T.)

Calle 34, frente a Macys1 y a esta masa ingente de cemento y de hierro podran llamarle Gimbels o lo que quisieran, pero, para Rosenbaum, no era ms que un montn de mierda... No dobl por la 86; en su lugar, subi por la Primera Avenida hasta la 87 antes de doblar a la izquierda. La sola mencin del nmero 87 le pona los nervios de punta. La primera exploracin del pecho de su mujer le haba costado 87 machacantes. Slo para que un elegante carnicero tomara una radiografa y le dijera: Definitivamente, hay un bulto en el pecho izquierdo de su esposa. No bien hubo pronunciado estas palabras, Rosenbaum, estupefacto ante la estupidez del matasanos, se volvi hacia su mujer, plida y temblorosa, y le dijo: Podemos considerarnos dichosos de haber venido a consultar a este genial especialista! Le decimos que hemos notado un bulto en tu pecho izquierdo y, provisto tan slo con esa pequesima informacin, puede asegurarnos de un modo terminante que ese bulto es un bulto. Se volvi ahora hacia el doctor, un joven galn casado probablemente con una rubia nrdica, y le dijo: Por supuesto, hay un bulto en su pecho, santo Dios! y para saberlo no tena necesidad deOtros grandes almacenes situados en el centro de Manhattan (N. del T.)1

sobarle las tetas y fotografiarlas como si fueran monumentos pblicos. No vine aqu para preguntarle a propsito de ese bulto que tiene mi mujer en la mitad de la cara, a eso le llaman nariz, y supongo que es cosa tambin que les ensearn en la facultad de Medicina. Es muy gracioso su marido le dijo entonces el doctor a Mrs. Rosenbaum, y sta, desalentada, le respondi: No para m. La Calle 87 no se port mal. Rosenbaum la recorri sin el menor tropiezo hasta la Segunda Avenida, y de sta, con el beneplcito de los semforos, alcanz la tercera, donde tuvo que detenerse. Esper, impaciente, a que cambiara la luz del semforo, toc dos veces la bocina y, como si obedeciera a su conjuro, el semforo le dio paso libre. Rosenbaum se lanz a todo gas hacia la Avenida Lexington. Todos decan de l, especialmente su familia, que conduca muy mal. Los hechos contradecan esta opinin general. Ni una multa en treinta y cinco aos! Alguna que otra colisin ineludible, a buen seguro, dos o tres raspaduras y cuatro o cinco intercambios de insultos y amenazas, sin consecuencias, y ni una sola multa! Por tanto, todos los que le criticaban podan irse al cuerno. Esa gentuza, al parecer, no tena otro propsito en la vida ms que fastidiarle. Rosenbaum comenz a enfadarse seriamente en la esquina de la Calle 87 y Lexington. La luz era roja, lo cual, al fin y al cabo no era para molestar a nadie, pues

es un drama cotidiano al que solemos siempre sobrevivir. Pero el coche que estaba delante del suyo era uno de esos ridculos y estpidos Volkswagennazis, y lo peor del caso es que se hallaba en el centro de la Calle 87, de tal forma que no poda pasar por la derecha ni por la izquierda, para dejarlo atrs cuando la luz cambiara. Rosenbaum toc la bocina un par de veces, pero qu poda uno esperar de un imbcil conductor de un podrido VW? l era un adepto del Chevy1 y lo haba sido desde antes de la guerra. Si uno entenda algo de coches, si en verdad se quera ahorrar dinero, haba que comprar un Chevy. El que no lo hiciera era un schlemiel.2 La luz cambi, pero el VW no se movi. Rosenbaum volvi a tocar la bocina, esta vez con ms intensidad, pero el maldito coche sigui obstruyndole el paso. Oa el crepitar del motor tratando de embragar. chese a un lado! grit Rosenbaum. O es que ha comprado usted la calle para su uso particular? Finalmente, el VW se puso en movimiento, cruz, traqueteante, la Avenida Lexington y, lentamente, pas por detrs de Gimbels East. Rosenbaum hizo los esfuerzos ms denodados para adelantarle, pero no loNombre que se da familiarmente en los Estados Unidos al Chevrolet. (N. del T.)2 1

Botarate o alocado, en yiddish. (N. del T.)

consigui; el VW no quera apartarse ni un centmetro del centro exacto de la Calle 87. Y, nuevamente, el motor dej de funcionar y el coche hubo de detenerse, bloqueando por completo al enfurecido Rosenbaum. Este asom la cabeza por la ventanilla, tocando repetidas veces la bocina e imprecando a la vez al conductor del ruin cochecillo. Vamos, vamos, aprtese a un lado! Djeme pasar, estpido, idiota! No ve que est bloqueando la calle? Es usted el enemigo nmero uno de la circulacin! Aprtese, o yo mismo lo apartar! Desde el interior del Volkswagen le lleg a Rosenbaum una sola palabra: Langsamer! Langsamer. Afloje. Tmelo con calma. Tradzcase del alemn como se quiera. Rosenbaum comenz a sudar copiosamente, tanto a causa del calor como por el agravio que le infera el maldito tudesco. Langsamer tu padre! Cabeza cuadrada rellena de mierda! le grit Rosenbaum. La momia que conduca el VW asom la cabeza por la ventanilla, mir hacia atrs y, blandiendo un puo medio fosilizado en direccin a Rosenbaum, exclam una vez ms: Langsamer! La vista del anciano exalt al mximo la indignacin de Rosenbaum. Un vejestorio, prcticamente a punto de ser embalsamado, con ojos azules, como todos los

nazis! un vndalo suelto en el centro de Manhattan, marchito y senil, y era inconcebible que le hubiesen permitido sentarse al volante de un coche, si es que se le poda dar el nombre de coche a aquel infame trasto! Por un momento, despus del segundo langsamer, Rosenbaum se qued sin habla y se enjug el sudor. Y seguidamente hizo arrancar suChevy y embisti por detrs al Volkswagen. Sin titubear ni un momento, retrocedi un par de metros y volvi a embestir, esta vez ms duramente, al utilitario. Desde haca muchos aos no se haba sentido instintivamente como aquel da tan inclinado a subir al ring y a enzarzarse con un adversario extranjero. Por qu? Bueno, estaba a) en Nueva York; b) en la Calle 87, c) detrs de Gimbels East; d) bloqueado, e) por un Volkswagen; f) conducido por un carcamal comedor de Limburger, el ms hediondo de los quesos; g) que estaba retrasndole ms en su partida de cartas de todos los jueves en Newark; h) lo que era particularmente irritante, puesto que su Chevy no tena aire acondicionado y aunque era una tarde de mediados de septiembre, la temperatura reinante suba a 34 C; e i) iba en aumento. Rosenbaum embisti por tercera vez al infame Volkswagen y consigui que avanzara unos pocos metros, una feliz circunstancia para el vejete que lo conduca, porque con el empujoncito embrag instantneamente el motor de su coche y ste sali

disparado en direccin a la Avenida Park. La sorpresa paraliz un instante los reflejos de Rosenbaum, pero se repuso al momento y, pisando a fondo el acelerador de su Chevy, alcanz al VW y se dispuso a pasarlo por la derecha, porque ahora saba a ciencia cierta cul era la misin de su vida: pasar al maldito Volkswagen, situarse delante de l, cerrarle el paso e imponerle, finalmente, una marcha forzada, zigzagueante... Pero el otro coche se cerr en banda, y si el Chevy iba a la derecha, a la derecha iba el Volkswagen, y si el Chevy iba a la izquierda, a la izquierda iba el Volkswagen, hasta que, de sbito, en la Calle 87 la guerra qued declarada entre ambos, y este hecho satisfizo plenamente a Rosenbaum, porque el da en que un Chevyno pudiera vencer a un deplorable producto importado del extranjero, ese da proclamaba el fin del mundo. Se habla mucho en Francia a propsito del mistral y de la locura que se apodera de la gente cuando comienza a soplar, y en California es sobradamente conocido que cuando sopla en viento de Santa Ana todos se encierran en sus casas para no enloquecer. Pues bien, tambin en Manhattan sopla, en ocasiones, un viento semejante, al que nadie se ha molestado an en ponerle nombre. Cuando un da caluroso llega a ser verdaderamente sofocante y el viento, procedente del Oeste, arrastra consigo una ingente masa de mosquitos de los pantanos de Jersey a travs del Hudson, cabe la

posibilidad de que todo esto explique lo inexplicable, el duelo insensato de dos ancianos en el centro de Manhattan. Una aberracin creada por el clima. El conductor del Volkswagen pareca decidido a no ceder el paso al obstinado conductor del Chevy, y todos los esfuerzos desesperados de ste para adelantarle fueron intiles. Jams, jams, jams pasars!, se deca el vejestorio germano, y, acoplando la marcha de su vehculo a los intentos de adelantamiento del Chevy, pisaba el acelerador e iba dando bandazos de una acera a otra, sembrando el terror entre los transentes. Mientras las madres con sus retoos se ponan asalvo en los portales y unos cuantos peatones, desconcertados, buscaban a un agente que pusiera fin al estpido duelo de dos vesnicos que sumaban, entre los dos, ms de ciento cincuenta aos, stos seguan empeados en su ronda infernal. Y todo ello porque el motor de un Volkswagen, alquilado, se haba calado unos minutos antes en la Avenida Lexington. Un suceso vulgar, que ocurre todos los das en las grandes ciudades y que, por lo regular, no tiene consecuencias. En el presente caso s las tuvo, y ello se debi a la presencia de un tercer protagonista: Hunsicker. Hunsicker era un repartidor dedicado aquellas horas a la entrega de combustible. Odiaba la Calle 87 porque era estrecha, pero al mismo tiempo la adoraba, porque en la Calle 87, en su cruce con la 88, se hallaba

situada la Delikatessen Store Lenox Hill1 en la que serva Ilene, una guapa divorciada con una figura que era una pura delicia. Desde haca ms de un ao, Hunsicker frecuentaba este establecimiento y se haca servir por la hermosa dama un caf y un tortel dans, pero, pese a sus continuas solicitaciones, jams consigui que Ilene saliera con l despus de terminadas sus tareas. Bromeaba con l, por supuesto, y en ocasiones la acariciaba y le revolva los cabellos con travieso desenfado, pero de ah no pasaba. Su primer marido haba sido un zafio, y no quera repetir la experiencia. Pero yo soy diferente le deca Hunsicker. No soy de esos que pasan el tiempo en las boleras o en las tascas jugando a los dados; leo todos los bestsellers que valen la pena, como por ejemplo, Love Story, El Padrino y otros de la misma categora. Pero Ilene no dio su rollizo brazo a torcer. Hunsicker estaba hablndole de la ltima novela de Jackie Susann, Una vez no basta, comentando que tanto el estilo como el contenido de la obra indicaban una mayor madurez de la escritora, cuando oyeron ambos el estruendo de la colisin. Hunsicker, sospechando al instante que se trataba de su vehculo, se precipit a la puerta y ech a correrEstablecimiento dedicado a la venta de fiambres, particularmente embutidos. (N. del T.)1

como un desatado hacia la Calle 87 e incluso antes de doblar la esquina sinti el calor, el indescriptible calor, porque cuando un camin cisterna estalla, puede incinerar un ladrillo, y oy el gritero de la multitud, y vio, en cuanto lleg a la Calle 87, que las llamas que envolvan al camin chamuscaban ya la fachada de la casa a la que deba suministrar combustible. Aquello era un verdadero infierno, por lo que, cuando lleg a cierta distancia, tuvo que retroceder, desencajado. Al parecer, dos coches haban chocado, precipitndose luego contra su camin. Este haba estallado, Santo Dios!, y deban ser muchos los muertos. Tambalendose, con la cara y las manos tiznadas por el humo, Hunsicker volvi al Delikatessen e hizo dos llamadas telefnicas, una a los bomberos y otra a la Polica. Se sent, deprimido, ante el mostrador, e Ilene, motu proprio, le sirvi una taza de caf. Hunsicker lo sorbi lentamente. De un modo u otro, algo en l conmovi el corazn de la rolliza divorciada, pues dio la vuelta al mostrador, se sent junto al repartidor y limpi con un pauelo limpio su tiznado rostro. Aquella noche, por primera vez, fue al cine con l, y unos das despus, Hunsicker logr romper la ptrea resistencia de la hermosa. Por consiguiente, para Hunsicker fueron muy gratos los efectos del dramtico percance. No menos gratos lo fueron para Bibby. Este era un muchacho negro, con menos de veinte aos, que ambicionaba ser fotgrafo y que se hallaba camino del

parque cuando ocurri la dramtica peripecia. Llevaba consigo la cmara y obtuvo una serie de fotografas estupendas. El Daily News las adquiri en exclusiva y las public en primera plana y en las pginas interiores, a la vez que ofreca a Bibby un empleo fijo: por lo tanto, ste tampoco poda quejarse de su suerte. Y, en realidad, llmesele suerte, coincidencia o prueba evidente de la intervencin de la Divina Providencia, slo los dos conductores de los coches pagaron con su vida su locura, y no poda decirse que su prdida representara realmente un grave quebranto para la Humanidad. Rosenbaum era un anciano irascible, luntico, maligno; tena 78 aos y apenas amigos. En cuanto al conductor del Volkswagen, era ms viejo an, 82 aos, un viudo que slo tena un hijo, al que pocas veces haba visto en el transcurso de su dilatada existencia, y aun cuando sus lazos de sangre eran fuertes, como es de rigor, cualquier intercambio emocional se haba desvanecido desde haca largo tiempo y slo les ligaba un inters puramente comercial. Este viudo era un refugiado que haba sobrevivido a todos sus amigos y al que le importaba un ardite el haber acumulado un gran nmero de enemigos. Todos le llamaban Kurt Hesse, aunque no era ste su verdadero nombre. Su permiso de conducir figuraba a nombre de Kurt Hesse y lo mismo su pasaporte; los doctores y los carteros le llamaban Mr. Hesse, su barbero, Mr. H.; los nios, gracias, seor! cuando

reparta caramelos entre ellos en el parque, una cosa que le gustaba hacer; y su hermana, en vida, cuando ya se haba acostumbrado a ello, lo llamaba Kurt. Haba sido Kurt Hesse durante tanto tiempo que si le preguntaban cmo se llamaba, sin preparacin, esto es, si uno fuera de puntillas y le preguntara de repente: Cmo te llamas?, lo ms probable sera que balbuceara: Hesse! Kurt Hesse!, sin demostrar por ello que fuera un embustero. Su verdadero nombre era Kaspar Szell, pero haban transcurrido veintiocho aos desde que alguien le llamara as, y en algunas ocasiones, cuando se hallaba en ese estado de modorra que precede al verdadero sueo, se preguntaba si, en realidad, haba sido un hombre llamado Kaspar Szell, y si haba existido como tal, por qu el destino le haba obligado a desviar el curso de su existencia. Su muerte fue instantnea. Fue el choque con el otro automvil la causa de su muerte, no el fuego. El fuego slo demor su identificacin. Todo el incidente, a partir de Gimbels East requiri un espacio de tiempo inferior a los tres minutos, y todo lo ms, en el caso de Rosenbaum, menos de cinco segundos de sufrimiento radical. En conjunto, y teniendo en cuenta de que fuera de esos ancianos no se haba producido vctima alguna, haba que convenir en que no poda haberse deseado una

tragedia ms feliz.

PRIMERA PARTE BABE

1

Ah est ya el espantajo! exclam uno de los chicos del barrio de las escalinatas1. Levy hizo cuanto pudo para ignorarlos. Se hallaba en el peldao ms alto de la escalera de la casa de arenisca de color pardo en la que resida y estaba cerciorndose de que sus zapatos de lona con suela de goma estuviesen bien atados. Eran sus mejores zapatos, zapatos de corredor de la ms alta calidad, que se ajustaban a sus pies como si un artfice divino los hubiera moldeado especialmente para ellos. Levy no era un fantico del atuendo, pero, en materia de zapatos, exiga lo mejor de lo mejor. Espantajo! Fantasmn! grit otro de los chicosBarrio en el que abundan las casas de una o dos plantas a las que se accede por una escalinata de cinco o seis peldaos. (N. del T.)1

al aparecer el jefe de la banda, pequeo, gil, ms elegantemente vestido que sus camaradas. Con una nota de petulancia en su voz chillona dijo: Lo que absolutamente adoro es su chapeau e indic el sombrero de Levy. Sin que se diera cuenta de lo innecesario de su ademn, Levy ajust sobre su cabeza la gorra de golf y, al hacerlo, los chicos de las escalinatas, tres casas ms all de la suya, se echaron a rer a mandbula batiente. Levy era muy sensible acerca de esta prenda de su atuendo. Haba llevado durante muchos aos esa gorra y nadie haba hecho el menor caso de ella, hasta que, en las Olimpiadas de 1972, Wottle gan para los Estados Unidos los 800 metros lisos, llevando una gorra de golf y, desde ese momento, todos supusieron que Levy era nicamente un imitador. Levy se senta inclinado a creer en muy pocas cosas de este bajo mundo, pero s crea en s mismo, en la magna calidad de su mente. Presuncin? Egolatra? Fuera lo que fuese, para l era artculo de fe. Para un joven que an no haba cumplido los veinticinco aos, tena una mente relativamente original, y jams habra descendido a copiar a persona alguna, y no digamos a un camarada corredor a pie. En esta particular ocasin, tom aliento, se acoraz contra las cuchufletas de los chicos, y, as dispuesto, comenz a bajar, lentamente, los peldaos de la escalinata. Los muchachos lo contemplaban, encantados de su descomunal torpeza.

Batieron los brazos a modo de alas e imitaron el graznido de los gansos. Levy detestaba que lo imitaran. No porque lo hicieran mal, sino al contrario, porque eran tan irritablemente exactos en su mmica. El, T. B. Levy, pareca, en efecto, un ganso, por lo menos en ciertas ocasiones. No le gustaba la idea, pero desgraciadamente era correcta. Los muchachos por lo general seis de origen hispnico, puertorriqueos o cubanos, vivan, al parecer, en las escalinatas de sus casas, tres o cuatro puertas ms cerca del Central Park que la habitada por Levy. Por lo menos, en ellas anidaban cuando l lleg al barrio en junio, y aunque ya estaban en septiembre, no mostraban seales de emprender el vuelo hacia el Sur. Tenan 14 o 15 aos, eran pequeos, delgados, e indudablemente peligrosos si se les provocaba, y coman en las escalinatas, jugaban a la pelota contra las escalinatas y, por la noche, Levy los vea en ellas enredando con las chicas del vecindario. Desde la maana a la noche, aquellos muchachos de las escalinatas estaban en ellas, de pie o sentados, jugando, fumando, sin que les importara un pimiento lo que pasaba en el mundo, porque ellos mismos formaban un mundo, cerrado, hermtico, impermeable y, a veces, por esta razn, se preguntaba Levy si no los envidiaba. No es que deseara, ni remotamente, que le ofrecieran un sitio en ese mundo que les era privativo. Ciertamente

habra rechazado una oferta semejante. Pero, con todo y con ello, quin sabe cmo se habra comportado en el caso, hipottico, de que la hubieran formulado. Levy avanz por la acera hacia central Park y, al pasar ante ellos, el que le haba dicho antes que adoraba su chapeau le pregunt: Por qu no ests en la escuela? Estas palabras, pronunciadas tan sbitamente, sorprendieron tanto a Levy que no pudo por menos que echarse a rer, porque en una ocasin, en el mes de junio, exasperado por sus insultos y cuchufletas, les haba dicho por qu no estis en la escuela?, palabras inoportunas que los muchachos no se cansaron de echarle en cara durante mucho tiempo. Pero, en esta ocasin, fue la primera vez, en muchos das, que utilizaban aquella expresin, y por eso se ech a rer. El humorismo era la inesperada yuxtaposicin de incongruencias... quin haba dicho esto? Levy intent recordar unos momentos y decidi que fue Hazlittel autor de la frase. No. Quiz Meredith? G. Bernard Shaw? Piensa!, orden a su mente, pero sta no le obedeci y no pronunci el nombre exacto. Levy bram de clera interiormente, porque uno tena forzosamente que saber eso si quera ser alguien en esta vida. Su padre lo habra sabido sin el menor titubeo, al instante, no slo el nombre del autor de la frase, sino tambin la obra en que apareca la misma y el estado mental del creador en el momento de concebirla. Avergonzado,

Levy apret el paso. Levy viva en la Calle 95 Oeste, entre Amsterdam y Colombus, un vecindario muy poco agradable, pero cuando se es estudiante becario se tiene que vivir donde le permiten a uno sus medios econmicos, y, en el mes de junio, lo nico que le permita el estado de sus finanzas fue una sola habitacin con bao en la ltima planta de una casa de color pardo de la Calle 148 Oeste. En realidad, no estaba mal situada, a media distancia de la Universidad de Columbia, que se hallaba al otro lado de Riverside Park, y desde all, bordeando el ro, a la calle 116 para un corredor pedestre, un magnfico paseo. Levy cruz la avenida Colombus, acelero el paso en las proximidades del Central Park, dobl a la izquierda, corri toda una manzana en la Calle 95 y, ya en la zona verde, a travs de los campos de tenis, alcanz su objetivo: el estanque. El que ide situar all el estanque, se haba dicho a s mismo Levy algunos meses atrs, lo haba hecho pensando nicamente en l. Era una obra impecable, un lago perfecto situado en uno de los lugares ms inesperados de la gran ciudad, limitado por los millonarios de la Quinta Avenida y sus deudos lejanos del Central Park Sur y sus otros deudos lejanos a lo largo del Central Parle Oeste. Levy pas fcilmente a otros corredores al iniciar su marcha alrededor del estanque. Eran las cinco y media

de la tarde; siempre corra a esa hora: para l, era la hora ideal. Algunos pensaban que, lo ms sano,era un paseo matinal, mas no Levy; era por la maana cuando su mente se hallaba ms clara y activa, por lo que siempre se dedicaba a los estudios ms complejos a esas horas hasta medioda, dedicando las tardes a tomar notas y a materias ms sencillas. A las cinco estaba mentalmente agotado, pero su cuerpo le reclamaba movimiento, actividad, con desesperada ansiedad. Por consiguiente, Levy, a las cinco y media, se dedicaba a correr. Claramente era ms rpido que cualquiera de los jvenes que frecuentaban aquel lugar y no se necesitaba poseer grandes dotes de observacin para advertir que aquel muchacho larguirucho, flaco y cimbreante, con un estilo de correr que le recordaba a uno, inevitablemente, la andadura de un ganso, era un estupendo atleta. Pero uno deba tener en cuenta sus ensueos, sus ambiciones. Iba a tomar parte en un maratn. Como Nurmi. Como el ya mtico Nurmi. En los prximos aos, los aficionados a las competiciones atlticas de todo el mundo discutiran acaloradamente sobre quin fue el ms grande, si el fenomenal finlands o el intelectual T. B. Levy. Levy diran algunos de ellos; no haba en el mundo quien corriera las ltimas cinco millas como las corri Levy.

Otros, por el contrario, argumentaran que, cuando Levy llegara al comienzo de las ltimas cinco millas, Nurmi estara ya en la misma meta. Porque Levy no se haba propuesto llegar a ser un maratoniano: eso era algo que cualquiera poda llegar a ser siempre que dedicara su vida a ello. No, l iba a ser un corredor de maratn. Esto, ms una inteligencia superior, de gran potencia creadora, unida a una extensa e incomparable cultura, y todo ello circunscrito por un sentido de modestia tan profundo como sincero. Hasta ahora slo haba obtenido el ttulo de licenciado en literatura en Oxford y poda correr 15 millas sin fatiga alguna. Pero, dentro de unos cuantos aos ms, sera doctor en Filosofa y Letras, y campen. Y las muchedumbres lo aclamaran: Levy! Levy! Su nombre estara en todos los labios, el nombre de un hroe: Levy! Levy! Y no les importara lo ms mnimo su forma desmaada de correr. Ni su estatura, que pasaba de 1,80 m, ni su peso, que apenas llegaba a los 70 kg. Por muchos vasos de leche que bebiera al da, no poda traspasar la lnea que media entre lo flaco y lo esbelto. Levy! Levy! No les importara un comino su pelo revuelto, indmito al peine, y su aspecto alelado de campesino de Indiana, que an despus de pasar tres aos en Inglaterra conserva la expresin del hombre al que le

venderas el puente de Brooklyn si tuvieras ocasin de hacerlo. Era amado por muy pocos, por nadie conocido, excepto, gracias a Dios, por Doc. Doc. Pero todo esto cambiara. Oh!, s, s, s. LEVY! LEVY! All estaba Levy, corriendo, adelantndose a todos, con el firme convencimiento de que nadie poda vencerlo, excepto, probablemente, Mercurio. Incansable, fabuloso, arrogante, invencible, el finlands volador en persona, Nurmi. Levy apret nuevamente el paso. La meta estaba an a muchas millas de distancia, pero ahora se hallaba prxima la ms dura de las pruebas, la prueba del corazn. Levy apret cada vez ms el paso. Levy estaba ganando. El medio milln de espectadores que presenciaba la carrera no poda creerlo. Gritaba, aullaba, perdido el dominio de sus nervios. Era algo increble lo que suceda, pero no haba lugar a dudas. Levy le estaba ganando terreno a Nurmi! Levy, el bello norteamericano, iba acercndose a l. Era cierto. Levy, tan confiado y seguro de s mismo, que incluso se atreva a sonrer yendo a un paso sin precedente en la historia del maratn; estaba superando la marca mxima alcanzada por Nurmi. Este se daba cuenta, ahora, de algo inaudito, inconcebible. Se volvi y mir por encima de su hombro y todos observaron su

expresin de indecible desconcierto. Nurmi trat de acelerar el paso, pero fue en vano. Haba alcanzado su velocidad mxima, y, roto el ritmo de sus zancadas, se embarull y perdi el dominio de s mismo. Levy iba aproximndose a l y se preparaba para ponerse a su altura y superarlo. Levy iba... Thomas Babington Levy se detuvo un instante y se recost en la barandilla del estanque. No era un da que se prestara a concentrar sus pensamientos en Nurmi. Porque sufra un terrible dolor de muelas, y cuando empez a correr, tan pronto como su pie derecho toc el suelo, un dolor punzante recorri todo su cuerpo y repercuti en su mandbula superior. Por un momento, Levy se frot suavemente el diente dolorido, preguntndose si deba ir al dentista o no. Esta caries haba estado molestndole ltimamente y haba pensado que el dolor desaparecera del mismo modo que haba aparecido, porque no se haba agravado y tan slo le molestaba cuando corra. Le aterraba la sola idea de ir a un dentista. Le explotaban a uno de la manera ms indigna. Cobraban una barbaridad por dos minutos de trabajo, y ese dinero poda uno emplearlo en comprar cosas mejores, como, por ejemplo, libros, todos los libros jams publicados, y tambin discos. Finalmente, Levy opt por no ir al dentista. Al infierno todos los dentistas! Por consiguiente, descart al dentista. Ignoraba que algn da, no lejano, descubriran este

punto flaco de su organismo y que faltara poco para que lo mataran...

2

As que Scylla entr en el bar del aeropuerto, distingui inmediatamente al hombre del peluqun y, durante unos instantes, titube en cuanto a lo que deba hacer, pues la ltima vez que se vieron trataron lindamente de matarse el uno al otro. Es cierto que esto haba ocurrido en Bruselas, estando los dos en servicio activo, mientras que ahora l se hallaba en Los Angeles, en viaje de placer, si poda considerarse placer viajar en avin, pero esta circunstancia no haca menos tangible el problema de Scylla; en suma, cmo decirle a un individuo al que, recientemente, habas tratado de liquidar que ahora estabas libre de servicio e interesado slo en algo tan poco peligroso como una pequea conversacin? No era cosa de acercarte a l y decirle sencillamente: Hola! Cmo estn las cosas?, porque, lo ms probable, sera que antes de que hubieras terminado de pronunciar la ltima palabra se abriera en tu sien un inesperado agujero. Ape, con la pistola, era sumamente rpido. Ape estaba trabajando ahora para los rabes, Libia o Irak o cualquiera de esos pases Scylla nunca poda

distinguir unos de otros, por lo menos en aquellos das en que tuvo lugar su ltimo encuentro, en bruselas. Tan pronto como regres a la Divisin, Scylla haba solicitado ver el expediente de Ape, persuadido de que tena uno y de que estara muy bien documentado, pues la Divisin se jactaba de su habilidad en recoger y pormenorizar toda la informacin posible sobre cualquier adversario. No siempre haba sido Ape un enemigo. Cambiaba de pases y lealtades con frecuencia, pero, durante seis aos, haba trabajado para los ingleses y los dos siguientes para los franceses. Despus, trat de operar independientemente, pero, al parecer, los resultados no haban sido satisfactorios. En realidad, el operar por cuenta propia no daba resultados prcticos; nicamente el inescrutable y virulento Mr. S. L. Chen poda permitirse trabajar independientemente sobre una base ms o menos permanente. Despus de su intento de independizarse, Ape se movi mucho ms rpidamente que antes: Brasil durante algn tiempo, a continuacin Albania, para la que realiz una o dos operaciones, antes de conseguir el presente trabajo con los rabes. Scylla clav la vista en el hombrecillo del peluqun que se hallaba sentado, slo, en el taburete ms alejado del que ocupaba Scylla. Lo verdaderamente notable era que este ltimo se sintiese afectado por el problema de presentarse a l sin peligro alguno, porque fue algo inslito que Ape y l se hubiesen enfrentado

anteriormente y que ambos hubieran sobrevivido. Aunque Ape era ms pequeo y de aspecto ms inofensivo que Mickey Rooney, durante los diez ltimos aos haba adquirido una fama internacional indiscutible en el manejo de las armas cortas, a pesar de que Scylla, junto con Chen, gozaban de la reputacin de ser los ms rpidos y hbiles en el empleo de sus manos, una forma de matar silenciosa y terriblemente eficaz. Lo ms lgico, decidi Scylla, era hallar otro bar. Los riesgos no le amedrentaban, pero siempre trataba de esquivar lo inesperado. Haba retrocedido unos pasos cuando se detuvo, porque maldita sea! tena deseos de hablar con Ape. No se le ofreca a menudo esa oportunidad, ya que cuando Scylla ingres por primera vez en ese endemoniado ambiente de espas y de contraespas, Ape era uno de los pocos agentes apenas llegaran a la media docena que gozaba ya de una fama casi legendaria. Varios nombres acudieron a la memoria de Scylla: Brighton, Trench, Fidelio, todos ellos retirados de la circulacin. Violentamente. Y, de repente, Scylla entr en accin. Era en extremo rpido para un hombre de su corpulencia, sobre todo al principio: no era excesivamente veloz, porque la velocidad en s nada significa, la reprise, el modo de acelerar lo era todo. En una ocasin oy que un entrenador de baloncesto le preguntaba a otro a propsito de un jugador: Qu tal est de reprise?

La frase se le qued grabada en la mente, no haba sabido hasta entonces que uno poda ser a la vez rpido y lento. Scylla anduvo a lo largo del bar, por detrs de los taburetes, y cuando lleg a la altura del que ocupaba Ape, pas los brazos alrededor del talle del hombrecillo y lo estrech firmemente. Se hubiese dicho que eran dos Rotarios o dos Caballeros de Coln que se encontrasen despus de muchos aos de ausencia y se abrazaban cordialmente, al tiempo que Scylla susurraba en su odo: Quieto, Ape. Vengo en son de paz. A lo que le contest instantneamente el interpelado: No llevo ningn arma. Scylla se sent en el taburete de al lado, impresionado por la velocidad de los reflejos de Ape; eso era lo que le haca insuperable con una pistola; no su puntera, que era excelente, sino el hecho de que su bala estuviera ya en el aire cuando su adversario estaba an apuntndole. Eso te preocupa? le pregunt Scylla. El qu? Qu est desarmado? No, por qu ha de molestarme? Acaso te molesta a ti? Scylla no dijo nada y extendi sus grandes manos sobre el mostrador. Ape las contempl de reojo y observ: T nunca vas desarmado. Scylla se encogi de hombros.

Son las mejores armas, las manos dijo Ape. De cerca, nada hay comparable a ellas. Si yo hubiera tenido tu estatura y corpulencia, me habra especializado en las manos. Scylla pens inmediatamente en Chen, que era an ms pequeo que Ape, frgil, apenas 46 kg. Jams habra mencionado su nombre, pero no tuvo necesidad de hacerlo porque Ape se le adelant. Scylla tuvo que sonrer. No tena la menor idea de cundo y dnde haba recibido Ape su entrenamiento bsico, pero no crea que fueran sus antecedentes muy distintos de los suyos. En realidad, todo lo que saban el uno del otro estaba registrado en los respectivos ficheros de sus diferentes oficinas principales. En cierto sentido, esto no era nada; en otro, lo era todo. Casi podran, en algunas ocasiones, adivinar, uno y otro, sus respectivas intenciones, y sta era, evidentemente, una de esas ocasiones. La razn de que Mr. S. L. Chen pueda matar tan hbilmente con una y otra mano se debe al hecho de que es un maldito pagano chino, y entre los orientales eso es innato, como es innato en los negros bailar. Ape ech una ojeada al resto de whisky que haba quedado en su vaso. Esto lo he dicho sin otro propsito que bromear dijo, sin intencin de molestarte. Antes de que Scylla pudiera contestarle, prosigui: Ahora pensars hasta el ltimo instante de tu vida que soy un tipo cargado de prejuicios. Ape?, dirs. Lo vi una vez. Un

pequeajo mojigato con un peluqun que no le cae bien. Otro. Esta vez se diriga al barman, que asinti, fue en busca de una botella de whisky y volvi a servirle. Pngalo triple indic Ape. El barman asinti y le llen el vaso. Scylla pidi, como siempre: Scotch, por favor, mucha soda y mucho hielo dijo, pensando que Ape era demasiado listo para pedir triples. Los triples eran peligrosos; entorpecan la lengua, el cerebro, las reacciones de la pistola. Todo esto era cierto, pero, por supuesto, no poda decirlo; se desvi del tema. No es una mala peluca declar. No me digas! Con el viento que hace hoy, me jug una mala pasada. La parte de delante la levant el aire, mientras que la de atrs quedaba pegada al crneo. Se hubiera dicho que mi tup, agitado por el viento, saludaba a alguien. Se detuvo y mir al trasluz el whisky que contena su vaso. Tampoco esta vez me sali graciosa la frase. Sin embargo, sola ser muy gracioso. De veras, Scylla. Era muy cmico. Te creo. No me crees ni una pizca. Te importa? No contest Ape, pero al momento rectific: S, s, me importa mucho. Scylla pens que lo mejor era guardar silencio. Yo escog mi nombre prosigui el hombrecillo. Yo eleg mi propio annimo. Me preguntaron: Por

qu nombre quieres ser conocido? Y, como desde que tena veintids aos era calvo, sin pensarlo dos veces, repliqu: Ape! Como el Hairy Ape1 de ONeill, el norteamericano. No te das cuenta de lo gracioso que era en aquellos tiempos? Me rea que era un contento. Scylla sonri porque era lo ms decente que poda hacer y tambin porque una de las pasiones de Ape era guardar en secreto su origen. No hablaba lengua alguna lo suficientemente bien para dar a comprender cul era su verdadera nacionalidad, y al referirse a ONeil como elnorteamericano pareca querer descartar a esta nacin como lugar de su nacimiento. A propsito de tu peluca dijo Scylla, no creo que desmerezca de las dems. Tal vez sean mejores las que usa Sinatra, el norteamericano, pero tampoco t cantas como l. Ape se ech a rer. Hubo una vez un sujeto antes de que t te metieras en estos los, creo yo que se llamaba Fidelio y no sabes las ansias que tena de saber de dnde era yo. Para l, constitua una verdadera obsesin y dedicaba todos sus momentos libres a averiguarlo. Yo le confunda, salpicando mis conversaciones con indicios que l segua hasta convencerse de que eran falsos. De todas las historias la que ms le fascinaba a Scylla era aquella que se refera a Fidelio. Era un1

El mono hirsuto. (N. del T.)

fervoroso amante de la msica, haba sido en su infancia con el violn, un nio prodigio, pero el talento no le haba acompaado en su adolescencia, y slo le haba quedado su pasin por la msica, y segn los antecedentes que haba de l en la Divisin, en ese aspecto no haba ningn agente que pudiera compararse con l. Conociste bien a Fidelio? le pregunt. Si le conoc? Cmo no iba a conocerlo, Santo Dios, si fui yo el que lo retir de la circulacin! Fuiste t? Lo ignoraba! Nuestros ficheros no dicen una sola palabra acerca del particular! Cmo lo hiciste? Debi de ser algo tremendo. Inconcebible y Scylla habra proseguido si, percatndose que estaba haciendo el ridculo, no se hubiera detenido. Se sinti como se habra sentido un joven Joe Di Maggio preguntndole a Babe Ruth 1: Es cierto que te bastaba apuntar con el bate a la meta para ganar el partido, o era precisamente buena suerte? Sabas de antemano que ibas a ganar el partido? Qu sensacin experimentabas cuando recorras las bases en medio de las aclamaciones del pblico? Por favor, dime, es importante que yo lo sepa. Ape cogi su vaso y mir el licor. Scylla aguard, paciente. Cuando se habla con Babe Ruth a propsito de bisbol, es l quien debe llevar el1

Famossimo jugador de bisbol. (N. Del T.)

peso de la conversacin. Me alegro de que hayas venido a sentarte a mi lado, Scylla dijo Ape, sin dejar de contemplar el whisky. Esperaba que lo hicieras. Te vi cuando te paraste en el umbral de la puerta. Hizo un ademn, sealando a una pintura detrs del bar; el cristal reflejaba dbilmente una parte de la entrada principal. Una imagen imprecisa, pero suficiente. Estuve a punto de llamarte cuando retrocediste unos pasos. Por qu no lo hiciste? Ape sorbi su triple en realidad lo toc con sus labios, sin que una gota entrara en su garganta. Este es mi segundo vaso, y no hago ms que saborearlo. Disto mucho de estar embriagado. Scylla no supo a qu vena el comentario hasta que Ape aadi: No te llam porque no me gusta imponerme a la gente. Supongo que eso es algo que arrastro desde la infancia. No deberas hablar as, pens Scylla casi en voz alta, pero como era cierto, se abstuvo de pronunciar palabra alguna. Observ en Ape una inquietud interior; algo terrible le roa por dentro. Ibas a decirme algo sobre Fidelio dijo Scylla. S, lo recuerdo, no te impacientes, Scylla, no estoy borracho y a punto de perder la chaveta. Fuera lo que fuese lo que angustiaba a Ape intuy Scylla, no tardara en salir a la superficie. No sera

mucho lo que podra hacer, pero esperara a que Ape le revelara lo que le atosigaba. Sin embargo, como la espera no era nada agradable, deriv la conversacin por derroteros de mutuo inters, como, por ejemplo, su ltimo encuentro en Bruselas, del que ambos sobrevivieron. En realidad, un encuentro casual, porque, al parecer, los dos iban detrs del mismo falsificador de pasaportes, asesinado, y de repente se hallaron en el domicilio de ste ltimo. Ape dispar y Scylla fue a golpearle con la mano derecha, pero apunt mal y, en vez de darle en el cuello, le dio en un hombro que, con gran asombro por su parte, era sumamente musculoso. Ape dispar una segunda vez, pero resbal y, finalmente, cada uno se fue por su lado, indemne. En realidad, fue una advertencia ms que un intento verdadero de matar. Por qu fallaste en el primer disparo? observ Scylla. No es que lo lamente, entindeme. No fue porque hubiera bebido. Haca ms de un ao que no probaba un trago. Quince meses, creo. Ape hizo un ademn de asentimiento. Sombras! exclam. Las sombras entorpecen tu pulso. Estaba borracho de sombras, creo yo. Te apunt a la cabeza y di en la pared. S te hubiese apuntado al corazn, te habras sentido muy incmodo por algn tiempo. Scylla levant su vaso:

A las sombras! Ape juguete con su whisky. El altavoz anunci un nuevo aplazamiento del vuelo polar a Londres. Ape lanz una blasfemia y apur un largo trago de whisky. Tambin yo voy a Londres declar Scylla, y toc el sobre del billete de primera clase que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Estupendo. Siempre he ido solo, sin que nadie me acompaara, en ese largo y fastidioso viaje de once horas. En avin no acostumbro a leer nada ms profundo que una revista. O la autobiografa de Hedy Lamarr. Esta era una lectura perfectamente polar. Yo voy en turismo dijo Ape, y Scilla supo entonces lo que estaba destruyendo al hombrecillo. Para pasar inadvertido? Ape hizo un ademn negativo. Algn error, tal vez? Ape volvi a repetir el gesto. Scylla comprendi que lo mejor era callarse. En realidad, nada poda decir. Cuando se desempeaba esta clase de trabajo, uno viajaba siempre en primera clase. Invariablemente. No exista jubilacin, ni subsidio de vejez, ni nada que le garantizara a uno un retiro digno. Si volabas en clase de turismo era porque la misin que te haban encomendado era de pequea importancia, la seal inequvoca de que tu cooperacin

no les era ya necesaria y de que tu retiro era ya cuestin de semanas, de das. Aunque, por supuesto, no te estaba permitido el retirarte. Trampa-23. No obstante, le pareca a Scylla que el mandar a un hombre legendario como Ape en tercera clase, que eso era, en realidad, el turismo, era algo verdaderamente indecente. Cristo! Vala ms que le hubieran encomendado una misin sin escapatoria posible; que le hubiesen dejado morir en acto de servicio, honorable, gloriosamente. Se lo mereca. Pero, acaso los Yankees no haban traficado con Babe Ruth? He hecho una buena carrera manifest Ape. Mejor que la mayor parte de ellos. Y retiraste a Fidelio. Y a Trench. No lo sabas? Los liquid a los dos. El mismo ao. Entonces no me perseguan las sombras. Tom un nuevo sorbo de whisky: No sabes en lo que estaba pensando antes de que llegaras? Scylla movi la cabeza en un gesto negativo. Quieres saberlo? En realidad, no quiero saberlo, pens Scylla. El eterno lamento del hombre fracasado. Si no te molesta hablar, hazlo dijo Scylla. Estaba pensando en que jams se me entreg una mujer sin que tuviera que pagarla previamente o conoc a un nio que supiera mi nombre, o tuve un peluqun que realzara mi semblante.

Puro sentimentalismo declar Scylla, confiado de que esto le alentara. El hombrecillo guard silencio unos instantes. Luego se ech a rer estrepitosamente. Maldita sea, Scylla! Es estupendo lo que acabas de decir. Y entonces sonri. Scylla dijo: Bueno, cuntame ahora la historia de Fidelio o ir al quiosco a comprar las Confesiones de Lana Turner. Primero, algunas abluciones dijo el hombrecillo, y salt del taburete al suelo. Seguramente eso aparece consignado en mi archivo, en la Divisin y, acto seguido, sali del bar en direccin a los lavabos con visibles muestras de buen humor. Los antecedentes sobre Ape, en la Divisin, indicaban que, a consecuencia de una operacin que sufriera algunos aos atrs, padeca trastornos intestinales. Por tanto, Scylla comprendi a qu clase de abluciones se refera Ape. Apenas se hubo ido el diminuto agente y echado un ltimo trago, Scylla decidi cambiar su billete por uno de clase de turismo. Fue una resolucin sbita y espontnea, y la tom sin pensarlo dos veces. Scylla dej el bar inmediatamente, se dirigi a las taquillas de la Pan Am, esper un tiempo sorprendentemente breve, explic lo que quera, le complacieron en un santiamn y, con su nuevo billete de turismo, volvi al bar. Probablemente su accin era la contrapartida del

estallido sentimental de Ape, pero si la historia de Fidelio tena alguna consistencia o colorido, no dispondra jams de mejor ocasin para orla, y tambin la de Trench. Scylla anot esto para recordarlo exactamente cuando Ape se diera cuenta de que estaban volando juntos; de este modo, Scylla podra pasar por un ejecutivo en vas de desarrollo ms bien que por un prematuro lloraduelos. Scylla volvi a ocupar su sitio en el bar y esper a que volviera Ape de los lavabos. Termin su escocs con soda lentamente. El otro taburete segua vaco. Scylla pidi otro whisky con soda. Y tom un sorbo. Evidentemente, pasaba algo que nada bueno presagiaba. Tom otro sorbo. Para qu preocuparse?, se dijo Scylla a s mismo. Transcurridos unos minutos, Scylla llev el vaso a sus labios y ech un largo trago de escocs. Probablemente fue la cantidad de ese trago lo que determin sus sucesivas acciones, porque nunca beba de un modo desmesurado sin que la puerta estuviera cerrada, y uno, ciertamente, no dispona de esa clase de privilegio en los bares de los aeropuertos, lo que significaba que la ansiedad haba hecho presa en l y tambin dos cosas ms: que quera or la historia de Fidelio y que tena que hacer algo ms que seguir sentado en el taburete del bar. Por tanto, Scylla se levant y se dirigi a los

lavabos. El letrero en la puerta del lavabo para Caballeros lo pona todo en perspectiva. Lo sentimos. Tuberas en reparacin. Por favor. Utilcense servicios en los bajos de la escalera mecnica. Gracias. El papel estaba pegado a la puerta y el texto escrito a mano, con letra muy clara. Scylla movi la cabeza, perplejo, y record que la escalera mecnica se hallaba situada a bastante distancia de all, lo que explicaba por qu el hombrecillo del peluqun haba tardado tanto en aparecer. Se encontraba ya a medio camino del bar cuando se dio cuenta de que el letrero era un engao. Scylla volvi sobre sus pasos y se hall de nuevo ante la puerta de los lavabos para caballeros, preguntndose por qu estaba tan seguro de que all haba gato encerrado. Probablemente le dio la clave la palabra Servicios nadie deca Servicios en su profesin era indispensable desarrollar el sentido del detalle. Saba que el letrero era falso como saba que la puerta estaba cerrada por dentro; no obstante, la empuj ligeramente. Estaba cerrada, pero las cerraduras no significaban nada para Scylla; saba cmo tratarlas, por lo cual introdujo la mano en el bolsillo trasero de su pantaln. Todos hablan de las llaves maestras, los escritores aluden siempre a las llaves maestras, pero Scylla saba que para nada servan, a menos de que uno tuviera centenares de ellas, de todos los tamaos y modelos. No haba nada mejor que una ganza, y siempre tena una

a mano, pues era todo cuanto necesitaba, cuando se tiene, como l, un don especial para las cerraduras. Sac del bolsillo un pequeo cortaplumas, con dos hojas de aspecto completamente normal, salvo que la hoja ms pequea estaba ligeramente aguzada y curvada en su extremidad. No era, en realidad, una ganza, y ningn cerrajero que se respetase la usara en un trabajo serio; sin embargo, a Scylla le era ms que suficiente. La insert, sin hacer el menor ruido, en el ojo de la cerradura, y, con un tacto exquisito, la movi en todas direcciones, consiguiendo su propsito en unos instantes. Scylla entr en los retretes, tambalendose, y se dirigi a uno de los lavabos. Haba all otros dos hombres, un joven mecnico, con un mono azul, que estaba trabajando en las tuberas, y un conserje negro, que se dedicaba a limpiar el suelo, arrastrando por l un enorme saco de lona aparentemente lleno de basura. Los Martinis son puro veneno farfull, dirigindose al negro; acto seguido, abri el grifo y prob el agua. Los Martinis me estn matando; ahora se dirigi al mecnico. Eh, fuera de ah! exclam el mecnico avanzando hacia Scylla. Las tuberas estn estropeadas. Scylla parpade, gesticulando estpidamente, y cerr el grifo. No ley usted el letrero? le pregunt el negro.

El letrero? exclam Scylla, sorprendido. Claro que lo le. !Caballeros! !Cmo no iba a leerlo! Es lo primero que hago... No quiero que las damas me persigan y me linchen. No, querido. Lo dijo todo de un tirn, tartajoso y gesticulante. Movi la cabeza y agreg: Los Martinis son puro veneno se mir al espejo, volvi a abrir el grifo y se humedeci la cara. El mecnico cerr el grifo, mientras el negro iba a la puerta, la abra y se cercioraba de que el aviso escrito a mano segua pegado a ella. Usted no puede utilizar este lavabo, seor. Lo siento, pero no puede hacerlo. Su tono era muy corts y sincero, y Scylla se pregunt quin habra liquidado a Ape, l o el negro, y si eran rabes o enemigos de los rabes. Eso nada le importaba ya a Ape. Estaba descansando, a juicio de Scylla, en el fondo del saco de lona. Lo siento dijo Scylla y no menta. No sabra jams la historia de Fidelio, ni tampoco la de Trench. Pero era algo que deba ocurrir. Ape lo saba al igual que cualquier otro. Scylla se sinti apenado. Sinceramente. Aunque no hasta el punto de perder la calma. El negro volvi al instante: El aviso sigue pegado a la puerta. El mecnico lanz una rpida mirada al conserje. Oh! exclam Scylla. Se refieren al papel pegado a la puerta? Eso no es un letrero. Qu deca?

Que estos servicios no funcionan contest el mecnico. Y que hay que utilizar los de abajo. Scylla casi se ech a rer de su presciencia. Nadie deca servicios en su profesin. Era indispensable desarrollar el sentido del detalle. En verdad, no tena pelo de tonto. Los dos se miraron entre s, y Scylla comprendi que estaban indecisos y no saban qu hacer, si retenerlo o dejarlo ir. Aqu yace Scylla, exterminado la primera vez que tropez con un vocabulario decente. Se qued muy quieto, aferrndose con la obstinacin de un borracho al borde del lavabo, resuelto a no abandonarlo mientras no le ordenaran que se fuera. Estaba seguro de que lo haran, porque era evidente que no figuraba en su agenda; se les haba sealado un trabajo, lo haban hecho y l nada tena que ver con el asunto. Y l, ciertamente, no tena por qu entrometerse en asuntos ajenos: tena el suyo, y punto final. No caba la posibilidad de ms violencia, eso lo saba perfectamente Scylla, y por ello, cuando surgi de repente la violencia se sorprendi y ms an por el hecho de que fuera l quien la provocara. Porque sbitamente, vio, en el suelo, junto a uno de los inodoros, el pattico peluqun de Ape. Los muy cerdos haban atacado al hombrecillo cuando ste se hallaba en la postura ms ingrata y menos decorosa que puede adoptar un hombre haban destruido a un hombre de leyenda con los pantalones bajados!. Cristo! !Habran debido

esperar!, y como si hubiesen adivinado su pensamiento, los dos hombres se precipitaron hacia l. Scylla se abalanz primero contra el mecnico, no porque estuviera ms cerca, sino porque llevaba en la mano una pesada llave inglesa, probablemente el arma que haban usado para poner fin a la leyenda. Le atac con las puntas de los dedos fuertemente apretadas y con un golpe seco debajo de la barbilla lo levant del suelo. En cuanto al negro, la cosa fue an ms fcil porque ignoraba con quin se las haba, y Scylla, aprovechando su confusin, le asent un golpe en el hombro, cerca del cuello; se oy el crujido de un hueso al dislocarse y el negro se desplom al suelo, junto al mecnico. Por qu no esperaron, cabrones? El mecnico boqueaba, lanzando sonidos entrecortados y probablemente jams volvera a hablar como antes, mientras el negro parpadeaba, aturdido, y trataba de poner en su sitio el hombro desencajado. Scylla les dijo blandamente: Creo que les bajar los pantalones. Les gustara? Y luego les pondr en cuchillas, qu les parece? Y entonces les matar. Les gustara eso? rdenes pudo articular el negro. Nada haba contra usted. No nos mate! Sabes quin soy? Ahora, s lo s dijo el negro: Scylla. Scylla les mir, verdaderamente indeciso, sin saber

qu hacer, si acabar con ellos o no. Una furia intensa segua an dominndole, y el rematarlos no constitua para l ningn problema. Como tampoco el de salir de all y ponerse a salvo. No nos mate implor de nuevo el moreno. El mecnico segua boqueando, sin poder recobrar por completo el aliento. Fue entonces cuando el negro salv su vida y la del mecnico. No nos dijeron que era amigo de usted. Pues s, era mi amigo dijo Scylla. S. Pero, ahora, su furor iba cediendo. Durante muchos aos prosigui Scylla sin dejar transparentar su ablandamiento. Pero, para qu seguir fingiendo una amistad que jams haba existido? Porque Ape nunca haba sido su amigo. Ni amigo, ni conocido, ni consocio, ni nada. Tenan en comn una misma ocupacin. Era, tal vez, eso? De repente se acuclill junto a ellos, con las manos engarfiadas, como si se hubiese decidido a matarles. Quera contemplar su terror a la muerte, y lo consigui. Se vea en sus ojos, en la crispacin de sus rostros, que iban a morir. Quiero que recordis esto dijo Scylla y, aunque su furor se haba aplacado ya casi por completo, su voz era todava trmula. Dejad siempre algo a una persona. Me comprendis? Una cosa insignificante si queris, pero dejadle eso. Una migaja ser suficiente,

pero tenis que dejadle esa migaja. Me comprendis? S contest el negro. Scylla baj las manos. Comprendo!grit el negro, sabiendo que nada tena que esperar ya. El mecnico lo crey tambin. Cuando les hubo convencido de su extincin, Scylla se levant, silenciosamente, y los dej all, para en seguida regresar al bar. All termin su scotch y pidi otro. Qu estpida accin! Aquellos dos tipos informaran al cuartel general y ste se apresurara a comunicar a la Divisin que Scylla haba dado un mal paso. Peor an, Scylla haba interferido. Y, por supuesto, la Divisin negara enrgicamente las acusaciones. Pero desde ese momento desconfiaran de Scylla. Por supuesto, utilizaran sus servicios; era todava demasiado valioso para que le descartaran. Pero le vigilaran ms. Mucho ms cuidadosamente que antes; se preguntaran por qu razn se haba comportado de aquella manera tan inslita; qu era lo que le haba ocurrido para obrar as, y si no haba llegado el momento de desconfiar por completo de l. Y la prxima vez que sucediera una cosa as... No habra prxima vez, decidi Scylla. Y los rabes que haban recurrido al mecnico y al negro, si realmente haban sido los rabes, tambin estaran acechndole. Tenan que proteger a los suyos,

y caba la posibilidad de que le liquidaran en estos momentos en que era vulnerable, y le rompiesen un hombro o le dejaran sin voz. O si estuvieran verdaderamente furiosos, que le golpeasen en la espina dorsal y lo dejasen tullido para el resto de sus das. No debo llegar a ser vulnerable, decidi Scylla. Era muy fcil decidir esto o lo otro, pero, por qu se haba enfurecido y ensaado con aquellos dos hombres, en el lavabo? Por qu la vista de un peluqun, junto a un inodoro, le haba hecho perder de tal modo los estribos? Porque... comprendi Scylla... ...porque... le era muy difcil expresar su pensamiento... ...porque quiero morir con alguien que me quiera, a mi lado. Bueno. Ya lo solt. Ranse. Pero, es un deseo tan terrible? Acaso es mucho pedir, pedirle a la vida una muerte decente? Probablemente. La cuenta le pidi Scylla al barman, y pag, no slo sus bebidas, sino tambin las de Ape. Camino del avin, dio un rodeo y volvi a entrar en los lavabos. El papel escrito a mano no estaba ya en la puerta. Ech una ojeada rpida. El peluqun haba desaparecido. Lo que vio le satisfizo. Los hombres no se marcharon precipitadamente despus de que Scylla los dejara. Haban permanecido all el tiempo necesario para limpiar y asear el lugar y dejarlo todo en orden. Probablemente, eran hombres cabales.

Hombres cabales? Scylla abandon apresuradamente los lavabos, indignado consigo mismo por el giro que haban tomado sus pensamientos. Qu le ocurra? Haca cinco minutos que estuvo a punto de mandarles al otro mundo y ahora les llamaba hombres cabales. Lleg hasta donde se hallaba el avin de la Pan Am, y ocup su lugar en la cola de pasajeros. Quiero morir con alguien que me quiera, a mi lado. Perdn? le dijo la seora anciana que estaba delante de l. Vlgame Dios! Estoy pensando en voz alta. Scylla le sonri. Tena una maravillosa sonrisa, franca, tranquilizante. La seora anciana se dio por satisfecha y le sonri. Scylla dijo para sus adentros: contina as y pronto te enviarn afuera con billete de turista. La sola posibilidad le hizo estremecerse.

3

Haba cuatro de ellos en el aula de los seminarios esperando al profesor Biensenthal. Tres se conocan entre s y hablaban en voz baja en la parte delantera del aula. Desde el fondo de sta, Levy les observaba. Haba odo hablar de ellos. Incluso cuando cursaba sus estudios en Oxford le haban llegado a travs del Atlntico, vagos informes acerca del tro. El ms notable de ellos era Chambers, un negro, del que se deca que era el historiador de color ms erudito que jams haba existido. Los otros dos eran los gemelos Riordan, un varn y una mujer, y gozaban de fama, en la Universidad de Yale, de poseer las mentes ms brillantes desde Billy Buckley. Desde el lugar donde se hallaba Levy, se haba dado cuanta de que, de vez en cuando, se referan a l. Su persona y su presencia en aquella aula seguramente constitua para ellos un enigma. Si se tiene un complejo muy acentuado de inferioridad, se sabe muy bien cundo la gentese refiere a su persona, y Levy dedujo, por sus ademanes y movimiento de hombros, que, aunque saba muy bien quines eran Biesenthal no

elega ms que a los mejores, la presencia del sudoroso joven en el fondo del aula les confunda. No deb de haber venido hoy, se dijo Levy, estirando su camisa blanca empapada de sudor. Era estpido en un da como aqul de apertura de curso. En una fecha as deba limitarse a dar una buena impresin de su persona y no tena necesidad de batir rcords. Esa es la meta que debes sealarte, idiota, y no debes alcanzarla corriendo hasta perder el aliento y baado en sudor. No se tolera la transpiracin en los jardines de Academo. Biesenthal entr entonces en el aula con aspecto resplandeciente. Resplandeciente era la palabra adecuada. Toda su persona llameaba de inteligencia, especialmente sus ojos, en los que se remansaba todo el esplendor de su sabidura. Biesenthal era, en verdad, un astro con luz propia. Levy haba visto una vez a Oppenheimer y se le pareca. Las camisas de Oppenheimer tenan un cuello demasiado ancho, y sus pantalones tenan rodilleras, pero aunque vagase perdido por las calles del Bowery1 uno sabra que haba un genio en la vecindad. Biesenthal era as. No porque sus camisas se amoldaran a su cuerpo o porque sus pantalones tuvieran rodilleras. En ese aspecto, era muy diferente. Vesta impecablemente. Poda permitirse ese y otros lujos. Era hombre rico y su carrera haba sido, para un1

Barrio bajo de Nueva York. (N. del T)

historiador, increblemente afortunada. Dos Pulitzer, tres bestsellers, numerosas apariciones en la Televisin y entrevistas en New York Times. Biesenthal era incansable, dinmico, un Sammy Glick intelectual. La razn de que, a despecho de ser rico, prspero y famoso, pudiera al mismo tiempo imponer su autoridad en el mbito intelectual, se deba a que pareca conocer todos los hechos jams descubiertos en la historia del mundo, lo que le daba una ventaja sobre la mayora de las gentes. Espero que os suspendan a todos comenz a decir Biesenthal. Estas palabras impresionaron penosamente a los oyentes. Despus de pronunciarlas con evidente fruicin, Biesenthal fue a sentarse a su mesa, situada en la parte de delante del aula y en el centro de ella. Cruz las piernas y prosigui: Hay una gran escasez de recursos naturales en todo el mundo; de aire respirable. Por desgracia, hay tambin escasez de vino clarete de alta calidad. Pero no hay escasez de historiadores! Les molemos, les trituramos como si fueran salchichas en cadena, y acaban por salir tan brillantes como ellas. Bueno, yo les digo: Basta! No se dejen triturar! Busquen en otro lugar un empleo inofensivo. Usen sus msculos. Abranse camino en el mundo a pico y pala. Las universidades les han sometido a una manipulacin

inicua con fines econmicos y, mientras puedan permitirse el lujo de pagarles la enseanza, ellas podrn permitirse el lujo de pagarme a m. Progreso! A eso le llaman progreso! El manufacturar doctorados a troche y moche. Ahora bien, yo les digo Alto a la llamada resonante del progreso! Esto es una cita de un famoso! Vamos, vamos! Quin la escribi? Tennyson, pens Levy. Locksley Hall sesenta aos despus. Exactamente. Estoy seguro de ello. Pero, y si me equivocara? Uno no se presenta sudoroso en un da de apertura de curso; uno no comete errores en un da como se. Probablemente, fue Yeats el que dijo eso. Qu sucedera si yo dijese Tennyson, y Biesenthal me replicara: Se equivoca usted, se equivoca, fue William Butler Yeats, 1865-1939? NO CONOCE la poesa irlandesa? Cmo puede esperar llegar a ser un historiador decente si no conoce la poesa irlandesa, y quin es usted, seor, y por qu est transpirando en mi presencia? En mi lxico, el sudor no sustituye al vino clarete. Tennyson! rugi Biesenthal: Santo Dios! Alfred Tennyson! Cmo puede esperar a competir a un nivel doctoral y no conocer Lockley Hall y Locksley Hall sesenta aos despus? La joven Riordan se puso a redactar una nota. Levy la observ, airado, en el momento preciso en que, indudablemente, transcriba los ttulos a fin de familiarizarse rpidamente con los versos: Lo saba

hubiese querido gritar. Profesor Biesenthal, realmente lo saba. Habra podido citarle ese verso y otros. Levy movi la cabeza, desconcertado. Eres un cretino! habras podido impresionar al profe! Biesenthal se levant de su asiento, rode la mesa y se puso a pasear por el aula. Guard silencio unos instantes, como si les dejara que le contemplasen y se dieran perfecta cuenta de que se hallaban en presencia de Biesenthal. Su seminario de Historia Moderna era la clase ms prestigiosa en la Universidad de Columbia, con la posible excepcin del seminario de BarzunTrilling, en Literatura, pero Levy no estaba seguro de que este ltimo siguiera dando esa clase. Nos reuniremos bisemanalmente. Estar aqu con puntualidad, y exijo de ustedes la misma puntualidad. Les prometo ser deslumbrante, por lo menos la mitad del tiempo que pase con ustedes. En ciertos momentos supero esa marca, pero ms a menudo soy slo brillante. Les pido que me disculpen, de antemano, por esas ocasiones. Por lo general, no veo mucho a mis discpulos, pero me hallarn indefectiblemente en su examen oral, y tengan la seguridad de que dedicar todos mis esfuerzos que no es poco decir a retrasar lo mximo posible la obtencin de sus grados. Piensen de m como un obstculo particular en su camino. En cierto modo, soy tambin un entrometido y tengan la seguridad de que si pudiese adivinar cules son sus puntos fuertes, no me molestara en inquirir acerca de

ellos. As pues, por favor, usted, Chambers, descrbame brevemente los temas de sus disertaciones. La realidad de la experiencia negra en el Sur en contraste con la irrealidad de la ficcin de Faulkner. Biesenthal se detuvo. Y si no existiese tal contraste? Eso es lo que espero repuso Chambers. Me agradara una breve disertacin. Biesenthal sonri. Qu listo es este Chambers!, pens Levy. Por lo menos afable, con ribetes de adulador. Dios! Lo que yo dara por ser as! Miss Riordan? Las alianzas de las potencias europeas en el siglo XIX. Una crtica de las mismas. Y usted, seor? esta vez se dirigi al joven Riordan. El humanismo de Carlyle tartamude: Kuhkuh-Car. Una nocin realmente terrible, Riordan. Nadie, a su edad, debiera interesarse por algo tan aburrido. Se da por supuesto que los intelectuales no pueden ser insufribles, sino hasta despus de que hayan cumplido los veinticinco aos; eso est en nuestros estatutos. Se volvi ahora hacia Levy. Mster..? Tirana, seor declar casi jadeante: La tirana en la vida poltica norteamericana, como, por ejemplo, el caso de Coolidge, desbaratando una huelga de

policas en Boston, o el de Roosevelt, encerrando en campos de concentracin a japoneses-americanos en la costa occidental, en los aos cuarenta. Biesenthal le mir de hito en hito. Hubiera debido tomar en consideracin el caso McCarthy. Seor? fue todo lo que pudo decir Levy. Joseph. Joseph McCarthy. Era senador por Wisconsin. Llev a cabo una serie de purgas tirnicas en los aos cincuenta. Me haba propuesto dedicarle todo un captulo, seor. Biesenthal fue a sentarse a su mesa. Levntense todos dijo y abandonen el aula lo ms rpidamente posible. Con una exhortacin final. El grupo se detuvo: Muchos estudiantes sienten el temor, cuando entran en contacto con sus maestros, de que, de un modo u otro, les importunan. Permtanme que les diga que en mi caso eso es totalmente, ciento por ciento, verdad; me importunarn y les pido que lo hagan con la menor frecuencia posible. Casi sonri cuando dijo estas palabras y los otros se echaron a rer pero con cierta prevencin. Levy llam Biesenthal, cuando el interpelado haba cruzado ya el umbral de la puerta. Seor? Biesenthal seal la puerta. Cirrela dijo. Le apunt con el ndice. Venga

dijo, y le indic una silla en la primera fila. Sintese. Levy obedeci al instante. Estaban solos en el aula. Quietud absoluta. Levy trat de no moverse. Biesenthal clav en l sus ojos llameantes. Conoc a su padre declar finalmente. Levy hizo un ademn de asentimiento. Muy bien, a decir verdad, fue mi mentor. S, seor. Era slo un mocoso cuando me encontr, danzando y usando nicamente los sesos justos para evitar el precipicio. No saba nada de eso, seor. Biesenthal no cesaba de examinarle; sus ojos no dejaron un instante de chispear. T. B. Levy pronunci finalmente Biesenthal. Supongo que, puesto que su padre era un devoto de Macaulay, es usted Thomas Babington. S, seor, slo que trato de mantener el apellido Babington lo ms oculto posible. Que yo recuerde, tiene usted un hermano. En quin se inspir su padre al bautizarle? Thoreau. Su nombre es Henry David. Eso era cierto, slo que Levy jams le llam as cuando estaban solos. Entonces le llamaba Doc. Era su gran y nico secreto. En todo el ancho mundo, nadie ms que l le llamaba Doc. Y en todo el ancho mundo, nadie ms que Doc le llamaba a l Babe.

Es tambin un retoo intelectual? No, seor, es un prspero hombre de negocios, gana dinero a espuertas y tiene don de gentes; lo malo es que ha dado muestras ltimamente de querer convertirse en un hombre de mundo, hacindose trajes a la medida, frecuentando restaurantes franceses, e incluso bebiendo en las comidas vino de Borgoa. No se cansa de repetir, al que quiera orle, que lo importante en la vida es el acabado y el savoir faire. Yo creo que mi padre le habra repudiado. Biesenthal sonri. Su padre tena una gran fe en la precisin: sus nombres reflejan ese sentir. Cmo es eso, seor? Murieron el mismo ao, Thoreau y Macaulay. No Levy estuvo a punto de corregir al insigne profesor. Macaulay falleci en 1859. Thoreau, tres despus. Levy cruz las manos sobre su estmago. Qu hacer, santo Dios, qu hacer? Tres aos eran casi igual que el mismo ao; aunque probablemente, Tom Macaulay habra discutido ese punto si uno se lo hubiese preguntado en su lecho de muerte. Eh, Babington, quiere vivir tres aos ms o no? Usted dir, hable sin reservas... Yo no estaba... empez a decir Levy. Biesenthal y aquellos ojos suyos infernales seguan mirndole fijamente. Quiero decir que no me di cuenta... siempre cre

que uno de ellos muri en 1859 y el otro en 1862, lo que demuestra lo persistente que es el error. Le agradezco su rectificacin. Biesenthal vacil un momento. No, no, por supuesto, es usted quien tiene razn. Yo estaba equivocado; entre la muerte de uno y otro hubo un intervalo de tres aos. Me confund, perdneme. Lo que quise, decir es que nacieron en el mismo ao, el mismo mes, para ser ms precisos. Levy no poda dejar de acariciarse el estmago. Haban nacido con diecisiete aos de diferencia, pero uno no poda corregir dos veces a un hombre como Biesenthal. De cualquier modo, no dos veces en un mismo da. Acaso dos veces en toda una existencia. El infeliz se vea almismo borde del precipicio. S, seor dijo Levy. No! empez a decir Biesenthal con voz baja, reprimida, pero pronta a estallar. No trate nunca de llevarme la corriente! Jams hara eso, seor! Cundo naci Macaulay? 1800. Y H. D. Thoreau? Prcticamente, el ao 1800. Cundo? Diecisiete aos despus. Corrjame, seor. Cmo, si no, podr sondear su mente? Detesto a los papanatas que dicen a todo que s.

Todos asienten siempre a lo que yo digo, y estoy de eso hasta la coronilla. Yo estoy siempre al acecho de mentes privilegiadas. Yo veneraba la de su padre. Senta por ella un verdadero culto. Es la suya tan privilegiada? No; no, seor. Yo ser quien la enjuicie, pero slo podr hacerlo si me la muestra sin ambages. Si sigue ocultndomela, supondr que es usted un zngano, bajar en mi estima y le pondr al nivel del joven Riordan. El joven Levy? Qu pena! Su padre tena una inteligencia que, por poseerla, sera uno capaz de matar a su semejante, pero su hijo, qu desgracia! tena tan pocos alcances que crea que Alsacia y Lorena eran dos cupletistas de fama internacional. Le gustara eso? Sabe usted muy bien que no, seor. Por qu se halla en la Universidad de Columbia, Levy? Es un buen centro docente. Formule una mejor respuesta, por favor. Porque se encuentra usted aqu. Bueno, eso est mejor y tambin resulta ms halageo para m, pero sospecho que slo es en parte verdad. Naturalmente, revis hoy sus antecedentes. Suelo hacerlo siempre, para saber quin es digno de que yo le ensee. Me considera usted arrogante, Levy? Oh, no, seor! Su padre s me juzg arrogante. Sola castigarme constantemente. Fue usted a Denison; si no me

equivoco, uno de eso gallineros de coeducacin, en Ohio. En sus folletos dicen todo lo contrario, seor. Y gan una beca en Rhodes. Levy asinti. Una beca en Rhodes. En Denison. Debi ser muy astuto para conseguirla. Todos los becarios de Rhodes que yo conozco fueron a universidades de postn. Cmo llev a cabo esa hazaa, Levy? No lo s, seor. Lo ms probable es que el ao estuviera flojo. Lo ms probable: dice usted bien. Me imagino que se volvieron locos en Denison. No tengo la menor duda de que fue usted el primero en obtener esa distincin en la historia de ese centro docente. Levy guard silencio. Probablemente fue usted el primero en cursar la solicitud. Levy sigui callado. Biesenthal, al cabo de unos instantes, le pregunt en voz baja: Por qu est usted en Columbia? Porque as se desenvolvieron las cosas murmur Levy. No fue sa la razn, Levy. Porque su padre fue tambin un becario de Rhodes y porque tambin l se educ en ese gallinero de Ohio y vino aqu a doctorarse. Hay una frase en una novela de James Bond que dice

as: La primera vez es una coincidencia, la segunda, un azar, y la tercera, una accin enemiga. Levy estaba transpirando de un modo atroz. Si nunca ms vuelvo a asistir a clase, me expulsarn, trataba de decirse a s mismo, pero sin convencimiento alguno, porque no era se el motivo de que estuviera baado en sudor. Supongo, Levy, que la parte relativa a McCarthy es el motivo central de su disertacin, no es as? S. Tema muy escabroso, Levy. No es ms que una disertacin, profesor Biesenthal. Usted no puede seguir sus pasos, lamento tener que decrselo. Tal vez llegue a dejar tras s huellas ms profundas, todo es posible, pero sern sus propias huellas, no las de su padre. Mire usted, profesor, estoy aqu... si quiere que le diga la verdad, estoy aqu porque aqu se me ha ofrecido la mejor beca que puedo ambicionar, y eso es todo. No pienso emprender cruzada alguna. Nada de eso! Bueno. Hace mucho tiempo que sucedi eso, y nada puede hacer para rehabilitarle. Lo s, porque no hay por qu rehabilitarle: era inocente. Levy mir a hurtadillas, rpidamente, a Biesenthal. Los endemoniados ojos no cesaron de llamear...

4

Scylla jams desempe su mejor trabajo en Londres. No porque no le agradara el lugar. Todo lo contrario Incluso cuando lo visit por vez primera, aos atrs, tuvo la impresin de que habra debido ser su hogar. Su estimacin por la ciudad no haba hecho ms que acrecentarse a travs de los aos. Tena treinta cuando encontr a Janey en Londres y se enamor de l. Ahora, por importante que fuera el trabajo que deba hacer, jams pudo dedicar al mismo la necesaria concentracin. l y Janey, desde haca cinco aos, haban formado un equipo y, aunque jams correspondi a la pasin que sobrevivi despus de cinco aos de intimidad, las cosas iban todava muy bien, en lo que se refera a Scylla. Aquella misma tarde haba deambulado, despus de cenar, a lo largo de Mount Street, contemplando los escaparates y pensando en Janey, que haba regresado a los Estados Unidos, y, de improviso, se puso a tararear en voz alta Un da de niebla en Londres. Se percat de ello a tiempo y vio que no haba nadie cerca de l que pudiera orle, pero se dio cuenta de que no estaba dedicando a su trabajo la

atencin que era indispensable para seguir viviendo en este mundo. Consult su reloj de pulsera. Haca fro, corra el mes de septiembre y eran casi las tres y media de la madrugada. Se frot las manos unos instantes y a continuacin se subi el cuello de su trinchera, cindolo para protegerse la garganta del fro. La haba comprado, aos atrs, en Burberry, y saba que ya no estaba de moda, pero eso no le importaba un ardite. Se sent tranquilamente, y esper. La espera es algo a lo que uno tiene que acostumbrarse. Prctica detestable, pero necesaria; le pone a uno los nervios de punta y eso es, precisamente lo que se pretende. Vale la pena cualquier ventaja, pese al precio que uno tenga que pagar para obtenerla. Era extrao, pero a Scylla le desagradaba hacer esperar a los dems tanto como le desagradaba que le hicieran esperar a l. Pero esto no perturb su calma. Estaban tratando de obtener una ventaja, y cuando aparecieran sera natural que se mostrase nervioso, ansioso, incluso irritado para hacerles creer que la ventaja era de ellos. Por supuesto, una vez que les hubiera sugerido eso, la ventaja volvera a ser suya. Esto era lo que le haca ser tan bueno como el que ms; no revelaba nada. Por lo menos, cuando practicaba su juego. Pero en Londres jams era as. Se senta vulnerable en Londres, aunque nadie haba podido an aprovecharse de esa vulnerabilidad.

Las tres y treinta y cinco. Scylla cambi nuevamente de posicin; no era un banco a propsito para una larga espera. Recorri con la mirada desde la masa verdoso oscuro de los jardines Kensington hasta el monumento conmemorativo del prncipe Albert. Qu monumento ms grandioso dedicado al mal gusto! Habitualmente no le desagradaba, pero s y mucho, en aquellos momentos en que tena la impresin de estar sentado sobre un tmpano, en medio de una noche lbrega, en una asquerosa misin como la que le haban encomendado. Aquel da, mediada la maana, haba ofrecido a los rusos una prueba en papel ferroprusiato de una seccin transversal de la bomba ingeniosa que los militares estaban ensayando por aquellos das, una bomba dotada de un ingenio infernal que no caa por inercia natural, sino que vagaba por el espacio hasta hallar su blanco predeterminado; entonces caa. Lo que haca que la misin fuera repugnante era el hecho de que los rusos tenan ya en su poder la prueba en ferroprusiato de una seccin transversal de la revolucionaria bomba. Slo que no queran hacernos saber que la tenan, a fin de poder venir al parque para comunicarme que s queran comprarla y despus de cierto regateo, cerrar el trato. Era todo ello tan propio de 1984 que daban ganas de vomitar. Se oyeron pisadas. Scylla apart su mirada del monumento y la fij en

el banco vaco frente al suyo, al otro lado del paseo. Ahora vendra la parte ms ridcula de aquel singular tejemaneje. No obstante el largo tiempo que haba estado practicndolo, no poda reprimir la risa cada vez que tena que emplear las palabras claves. Por Dios y todos los santos! Qu otras personas podan encontrarse en unos bancos del parque a las 3,39 de la madrugada? Sin comentarios. Una joven de aspecto delicado se sent frente a l en la oscuridad. Caso inslito por ms de una razn: a) el sexo y b) que hubiesen encomendado algo de una supuesta importancia a una seorita de tan frgil complexin. Pareca bastante serena y un inexperto podra deducir que se trataba de una muchacha tranquila. Pero Scylla poda escuchar los latidos de su corazn. Le ofreci un paquete de cigarrillos. l movi la cabeza negativamente. Cancerosos. Lo de siempre. Hizo esfuerzos desesperados para reprimir sus deseos de rer. Qu habra ocurrido si no hubiera dicho cancerosos? Qu habra ocurrido si slo hubiese dicho Perdona, cielito, no fumo? Se habra ido? Por supuesto que no. Estaba sentado all donde forzosamente deba encontrarse sentado y a la hora convenida de antemano. Tamaa idiotez! Si alguna vez llegara a ocupar una posicin de responsabilidad, lo primero que hara sera suprimir

totalmente las palabras del santo y sea. Encendi su cigarrillo y dijo: Es un hbito difcil de romper declar la desconocida. De lo contrario no sera un hbito replic Scylla. Y dichas estas palabras, lanz un suspiro. Por fin termin el estpido ritual. Permaneci unos instantes en el banco, fumando e inhalando profundamente. Es usted Scylla? pregunt finalmente. Santo Dios! Para qu tanto prembulo? Para qu crea que estaba l all? Su falta de experiencia comenzaba a irritarle. Mereca otra cosa despus de haber estado tanto tiempo tratando con lacayos e imbciles. No dijo nada; slo asinti con un movimiento de cabeza. Pens que sera usted una mujer. Y yo que sera usted un hombre, estuvo a punto de replicarle. Pero guard silencio. No fue Scylla un monstruo femenino? Scylla fue un escollo. Un escollo cerca de un terrible remolino. Caribdis era el remolino. Y eso es usted? Un escollo? Lo era. En sus mejores das, por supuesto. Guard silencio. Saba ahora que la mujer estaba retrasando el momento de ir al grano. Sin embargo, no saba a qu atribuirlo, a si era inepta e inexperta o a otra razn cualquiera.

Mis instrucciones son las de decirle que su precio es demasiado elevado. Ha recibido instrucciones para negociar? Realmente era muy bonita, y sus formas, grciles y delicadas. l, en cambio, saba que tena un cuerpo fornido y musculoso. Ella asinti con un movimiento de cabeza. Por supuesto. Entonces canastos! negocie, haga una contraoferta; eso es lo que yo llamo negociar. Por supuesto volvi a decir, moviendo nuevamente la cabeza. Era tan grande el pnico que senta, sentada all, que por muchos esfuerzos que haca no poda ocultarlo; era como si alguien tratara de matarla, y entonces su cerebro, tardamente, le transmiti el mensaje, no era ella, no era ella la amenazada de muerte... eres t al que van a matar... S u reaccin fue instantnea, po rque, instintivamente, alz la mano derecha y se protegi con ella la garganta una fraccin de segundo antes de que la ciera el alambre estrangulador, que, al estrecharse en torno a ella, le cort la palma terriblemente. Scylla pens que aquello era algo que no poda ocurrirle ahora, no aqu, en Londres, pero pensndolo bien era Londres el nico lugar en el que lgicamente poda suceder tal cosa, salvo que la lgica no poda explicarle, pese a que estaba un tanto desentrenado, el hecho inslito de que

alguien pudiera acecharle por la espalda tan solapada y silenciosamente. Nadie posea una pericia tan excepcional. Y como el alambre se introdujera ms profundamente en su palma y su cerebro comenzara a obnubilarse, Scylla se dio cuenta vagamente de que estaba equivocado, de que s haba una persona poseedora de semejante habilidad y que esa personase llamaba Chen, frgil y mortfero. S. L. Chen el maravilloso, que estaba detrs de l, matndole...

Chen se alegr cuando supo que era Scylla el hombre a quien deba ejecutar. No porque tuviera un exceso de confianza en s mismo, sino porque esta confrontacin era inevitable. Puesto que todo se reduca, finalmente, a un duelo decisivo entre Scylla y Chen, ms vala zanjarlo ahora y no despus, tanto ms cuanto que en este momento era l, por mandato expreso, quien llevara la iniciativa y no su adversario. A decir verdad, el ideal de Chen habra sido el de encerrarse los dos en un cuarto vaco, desnudos, salvo un reducido taparrabos y dar por vencedor al que sobreviviera. Pero esto no pudo ser. No obstante, cuando supo que era Scylla, Chen se alegr. Sin embargo, no le complaca el procedimiento que haban planeado para la ejecucin. No le importaba la oscuridad, como tampoco el lugar elegido en el parque o la hora avanzada de la noche. Era la poca del ao lo

que le preocupaba. Chen se dio cuenta de ello inmediatamente. Si hubiese sido durante el verano, Scylla habra aparecido con atuendo veraniego, pantalones de hilo y camisa con el cuello desabrochado, y su garganta habra sido vulnerable a la accin de sus manos. Pero, en septiembre, Scylla llevara indudablemente un abrigo, pues hara fro y todas las probabilidades eran de que Scylla llevara levantado el cuello del mismo, y Chen no podra distinguir los puntos vulnerables de su garganta y, si fallaba sus golpes mortferos, caba la posibilidad de que Scylla tomara la iniciativa e, incluso, que ganara la partida. Esto ltimo era algo que no entraba, ni remotamente, en los clculos de Chen, por lo que decidi emplear su nunchaku. Era un arma honorable, tan antigua como al aire: dos varillas de dura madera unidas por un alambre o una tira de cuero si le gustaba a uno el cuero. Chen prefera el alambre. Era un maestro con el nunchaku y al mundo caucsico, lo inslito del arma le prestaba un aura de temor. Noonchuck, le llamaban los hombres blancos. Manejando el noonchuk, Chen en insuperable. Fue entonces cuando el cine, con Kung Fu, provoc una histeria universal, y Bruce Lee utiliz el nunchaku y ante los ojos horrorizados de Chen, el objeto sagrado se convirti en un juguete apto para los delincuentes de todo el globo terrqueo. En Los Angeles, los nios

utilizaban noonchukus. En Liverpool llegaron a ser algo comn. Comn. Era humillante. Chen vio todas las pelculas de Bruce Lee y se retorci e miedo. Chen lleg a las dos y media para el encuentro con Scylla. Saba que la muchacha tena que llegar a las tres y media, pero apareci con un retraso de nueve minutos, para entretener al corpulento Scylla. Chen supuso que ste llegara a las tres. Chen sola llegar al lugar del encuentro, fuera el que fuese, antes de la hora sealada y le hubiese sorprendido que Scylla no hubiese hecho lo mismo. A las dos y media, Chen hizo un breve, aunque completo examen de los espacios de sombra que haba detrs del banco que deba ocupar Scylla y encontr el que consider ms seguro, guardaba cierta relacin de proximidad con unas matas que no revelaran nada, incluso en el caso de que se levantara un viento inoportuno. Y entonces se acuclill. Chen poda permanecer en cuclillas durante... cunto tiempo? Un da? Ciertamente, un da, ste era el tiempo ms largo que haba permanecido inmvil. Probablemente podra estar ms tiempo an sin moverse. Acaso llegara un da en que esto fuera necesario. En aquel momento adopt la postura elegida, de modo que cuando llegase Scylla, a las 3, y examinara el lugar, Chen formara ya parte integrante del mismo. Nada revelara su presencia. Estaba all antes de que Scylla llegara, y slo se ira despus de que le hubiese

matado. Mantuvo suelto el nunchaku, una varilla en cada mano y el alambre libre. Cuando eran las tres y cuarenta y un minutos, se enderez y prob la fuerza de sus manos. Eran su mayor orgullo las manos; toda su vida la haba consagrado a ellas, porque el resto de su cuerpo era frgil. Jams haba llegado a pesar ms de 46 kg. Chen comenz a avanzar hacia adelante. No fue Scylla un monstruo marino? Scylla fue un escollo. Un escollo cerca de un terrible remolino. Caribdis era el remolino. Y eso es usted? Un escollo? Silencio por parte de Scylla. Chen se fue acercando ms y ms. Mis instrucciones son las de decirle que su precio es demasiado elevado. Estpida muchacha!, pens Chen; haba llegado demasiado pronto a esa fase de la conversacin. Se haba acordado que alargara sta un poco ms. Por qu haban elegido a una novata para una operacin tan importante? Con tal de que Scylla no se diera cuenta de su presencia! Chen quera apretar el paso, pero cuando el silencio es el factor esencial, la rapidez es el mayor enemigo de uno. La lentitud, la atencin extrema al ms mnimo detalle, son imprescindibles. De lo contrario, el roce de la tela, la cada de una hoja o de una ramita representan riesgos tremendos. Ha recibido instrucciones para negociar?

Chen se hallaba a seis pies del corpulento Scylla. Habra preferido hallarse a cuatro, pero la endemoniada fmina le haba estropeado todo el plan. Por supuesto. Estaba ya muy cerca de Scylla. Entonces, canasto! negocie, haga una contraoferta; eso es lo que yo llamo negociar. Por supuesto volvi a decir ella. Y cuando Chen rode con el alambre la garganta de Scylla, supo que ste haba logrado ya interponer su mano. Esta impeda que el alambre le cercenara la garganta. Maldito hijo de perra!, dijo para sus adentros Chen, pero al momento apart de su pensamiento todo lo que no se refiriera a su cometido. Haba empleado el nunchaku en otras ocasiones y saba lo frgiles que eran los huesos de la mano. Puso su cuerpo en perfecto equilibrio y se dispuso a cumplir su cometido, que era la muerte de Scylla...

Le brotaba la sangre a borbotones de la mano herida, cuando Scylla se dio cuenta de que la muchacha sentada en el banco de enfrente se haba levantado y empuaba una pistola, una cosa estpida, porque las pistolas eran, en la oscuridad, armas estpidas, que slo hacan ruido, y si se acertaba con ellas, era por puro azar, pero aun estando equivocada en cuanto al empleo de este arma, habra podido matarle con ella si se

hubiera movido con la suficiente rapidez, porque en ese momento estaba dominado por el dolor, el dolor cambia el mundo. El dolor es como una nube que le envuelve a uno y no puede verse a travs de ella, imposibilitndole de actuar de acuerdo con la lgica, la experiencia y el entrenamiento. As pues, por un instante mientras el alambre se introduca ms profundamente en su mano, Scylla se sinti dbil, obnubilado y resignado a morir. Pero ella fue lenta, demasiado lenta, y el momento pas. Su cerebro comenz a despejarse. Era Scylla, el escollo. Recurdalo! Eres Scylla, el escollo, y tienes que hacer algo, ahora mismo. El impacto de estas palabras fue para su cerebro un portentoso acicate. Entre la pistola vacilante de la muchacha y el nunchaku en las manos firmes del oriental, record: Eres Scylla, el escollo, y tienes que hacer algo. Algo extraordinario, notable, nico, eso es todo y para cumplirlo tienes cinco segundo. Adelante! Chen era fuerte, pero de corta estatura la muchacha estaba aproximndose; Chen era rpido, pero se haba inmovilizado la muchacha alz la pistola, dispuesta a dispararla; por consiguiente, si podas mover a Chen, si podas hacerle perder el equilibrio, si podas conseguir esto... Scylla supo lo que deba hacer para conseguirlo. Haba visto hacerlo una vez. En una competicin de

baloncesto. Competan el incomparable Monroe y el genial Frazier. El nico en el ataque y el ms grande en la defensa. Ningn otro en torno a ellos. Mano a mano1. Monroe corri a la cesta y regate a la derecha, y si uno regatea a la derecha, slo le quedan por hacer dos movimientos: regatear a la derecha e irse a la izquierda, o regatear a la derecha, luego a la izquierda y, finalmente, a la izquierda. Monroe no hizo ni lo uno ni lo otro. Regate hacia la derecha y fue hacia la derecha, contorneando a Frazier, que no pudo sino quedarse all, y observar el tanto. Scylla regate hacia la derecha y fue hacia la derecha. Forz su cuerpo en esa direccin a lo largo del banco y, seguidamente, cuando pareca que iba a detenerse y regatear hacia la izquierda, concentr todas las fuerzas que le quedaban en la ejecucin del movimiento a la derecha y pudo notar, a su espalda, cmo, en el mismo instante en que Chen perda el equilibrio, se aflojaba momentneamente el alambre. Ahora, con toda la potencia de su corpachn, Scylla se abalanz sobre su contrario y se lo llev por d