Gordimer Nadine _El Ultimo Mundo Burgues

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  • 7/27/2019 Gordimer Nadine _El Ultimo Mundo Burgues

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    EL LTIMO MUNDO BURGUSTitulo original en ingls: The Late Burgeois World

    Traduccin: Jordi Fibla

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    Diseo de la maqueta de la coleccin Fin de Siglo: Carlos Bernal G.

    1966, Nadine Gordimer

    1987, Ediciones Versal, S.A.PL Lesseps, 33 entresueelo 08023 Barcelona Telfono (93) 217 20 54

    1990, Editorial Patria, S.A. de C.V.bajo el Sello de Ediciones Versal, S.A. San Lorenzo 160, Col. Cerro de la Estrella, Mxico, D.F. CP 09860

    Primera edicin en la Coleccin Fin de Siglo

    Coedicin: Direccin General de Publicaciones de! Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Editorial Patria, S.A. de C.V

    Todos los derechos reservados.La presentacin y disposicin en conjunto y de cadapgina de EL LTIMO MUNDO BURGUS, as como los derechossobre esta traduccin y para publicar esta obra

    en espaol en nuestro pas son propiedad del editor. Estapublicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni enparte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema derecuperacin de informacin, en ninguna forma ni porningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico,magntico, electro-ptico, por fotocopia, o cualquier otro,sin el permiso previo por escrito de [a editorial.

    ISBN 84-86311-74-8 (Edicin espaola) ISBN 968-29-2737-4. (Edicin mexicana)

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    Tengo posibilidades, desde luego, pero bajo qu piedra se encuentran?

    Franz Kafka

    La locura de los valientes es la sabidura de la vida.

    Maxim Gorki

    IMPRESO EN MXICO

    Scan y correcion cesar

    http://bestseller.webcindario.com/http://bestseller.webcindario.com/
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    Abri el telegrama y dije: Ha muerto..., ymirar a Graham Mili vi en su expresin que sabquin me refera antes de que se lo dijera. Haba visMax, mi primer marido, en algunas ocasiones y, deluego, lo saba todo de l, pues me haba ayudado p

    que pudiera visitarle cuando estaba en la crcel.Cmo ha sido? inquiri en su tono neuprofesional, tendiendo la mano para que le diera ellegrama.

    Se ha suicidado! exclam, y slo entonceentregu el papel.

    El texto deca: ENCONTRADOMAXAHOGADOENCHEHUNDIDOPUERTOCIUDADDELCABO. Lo habaviado un amigo en cuya casa probablemente se haalojado. Yo no tena noticias de Max desde haca mde un ao, y ni siquiera se haba acordado del cu

    pleaos de Bobo el mes pasado.No dice cundo ha sido observ Graham.Debi de ser anoche o a primera hora de esta

    ana. Me di cuenta de que mi tono fro y enojpona nervioso a Graham, quien asinti lentamemientras desviaba la vsta. De lo contrario habralido en el peridico de la maana. Creo que no mirltimas noticias...

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    El peridico estaba sobre la mesa, junto al serviciodel desayuno, las tazas semillenas, nuestros cigarrillosconsumindose en los platillos. Los sbados no tengoque ir al trabajo y, como de costumbre, Graham se ha-

    ba presentado para compartir conmigo el tardo de-sayuno. Siempre nos dividimos el peridico, comocualquier matrimonio veterano, y la pgina que con-tena la columna de cierre descansaba contra el tarro demiel. Haba una mancha viscosa sobre las ltimas cla-sificaciones de un torneo internacional de golf: eso eratodo.

    Quisiera saber por qu lo ha hecho dijo Gra-ham, sin levantar la vista del telegrama.Aqul no era un final imprevisible para Max; Gra-

    ham se refera al motivo concreto que lo haba ocasio-nado.

    Sent una inmensa irritacin que me cubra como unsudor fro.

    Ha sido por m!Despus de ir a la puerta para recoger el telegrama,

    no haba vuelto a sentarme y segua en pie como pa-ralizada por un insulto. Graham soport pacientementemi enojo. Sin embargo, aunque deba de saber que yome refera a que Max lo haba hecho para fastidiarme,vi en su rostro la sorprendente certidumbre de una acu-

    sacin a m misma que yo no haba formulado, una cul-pabilidad que, bien sabe Dios, l tena el convenci -miento de que no era ma. Pero el muy condenado ha-

    ba decidido a propsito interpretarme mal.Es un hombre muy prctico, y fue el primero que

    pens en Bobo.Qu hacemos con el chico? No querrs que lea

    la noticia en el peridico de la tarde. Quieres que vayaa buscarle a la escuela y se lo diga?

    Siempre se refiere a Bobo como el chico, expre-sin indicadora de una preocupacin formal por la san-

    tidad de la infancia que me resulta divertida. Pero le dijeque no, que ira yo misma. Al fin y al cabo, el chicoes mo. Tal vez de un modo inconsciente seamos jus-tos con l, Graham trataba de arrogarse la respon-sabilidad del nio como una manera de crear una es-

    pecie de seguridad en su relacin conmigo. No en vanotiene mentalidad de abogado. Si Bobo empieza a con-siderar a cualquier hombre con el que trabo amistadcomo un padre, sera embarazoso que la amistad de-cayera.

    Toma un poco ms de caf. Graham llen mi

    taza y dio unas palmaditas a la silla, invitndome a to-mar asiento, pero lo beb en pie.Era como si me hubiera peleado pero con

    quin? y esperase que mi contrario dijera lo que seracorrecto pero quin?

    Tendr que ir esta maana. Por la tarde he de vera la abuela.

    El sabe que no visito regularmente a la vieja dama.Podras ir maana.No, hoy es su cumpleaos, no puedo dejarlo para

    maana.Graham me dirigi una sonrisa comprensiva.

    Qu edad tiene?Ochenta y tantos.

    Saba exactamente lo que deca el telegrama, perovolv a leerlo antes de estrujarlo y arrojarlo a la bandejadel desayuno.

    Mientras me baaba y vesta, Graham estaba sen-tado al sol, junto a las puertas abiertas del balcn, le-yendo el peridico con la atencin que nunca se le

    presta en la mesa. Cuando deambulaba de un lado aotro poda verle: sus largas piernas enfundadas en unos

    pantalones de tela basta y fuerte, con la raya difumi-nada en las rodillas, la chaqueta de tweedque se ponalos fines de semana y una vieja camisa limpia, la man-

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    dbula marcada por una arruga y los ojos hundidos de-trs de las gafas, ojos de un hombre que trabaja hasta

    bien entrada la noche. Graham tiene una boca alargadacuyos labios, con el perfil claramente definido por uncambio en la textura de la piel, como el canto acor-donado de una moneda, tienen un extrao color azu-lado. Bajo las luces de la sala de justicia, con el capri-choso atuendo del abogado que interviene en los tri-

    bunales superiores, su rostro se reduce a las gafas demontura gruesa y la boca.

    Cuando ya estaba lista para irme, l se levant, dis-puesto a salir tambin del piso.

    Dejars a la abuela con tiempo suficiente paratomar una copa en casa de los Schroeder? Maana semarchan a Europa.

    No lo creo.Y esta noche? Te gustara cenar en alguna

    pane?No, imposible -le dije. Tengo que asistir a

    una puetera cena. No puedo.A sus cuarenta y seis aos, ya no es un nio, as que

    cogi sus cigarrillos y las llaves del coche sin enfurru-arse. Pero cuando salamos del piso, fui yo quien ledijo:

    Podras hacerme un favor? Te sera posible pa-sar por una floristera y pedir que enven unas flores ala vieja? Las tiendas ya estarn cerradas cuando vuelvade la escuela.

    l asinti sin sonrer y anot la direccin con sucaligrafa menuda y bonita.

    La carretera que conduce a la escuela abandona loscerros de Johannesburgo y pronto avanza en lnea rectaa travs de los maizales y la planicie de la alta estepa.Comenzaba el invierno y era una de esas maanas sin

    el menor soplo de viento, sosegadas y con la lumino-sidad ininterrumpida de la luz solar que da a los rbolesun aspecto negro en contraste con la hierba plida. Dela escarcha nocturna no quedaba ms que el aromafresco. Aqu y all se alzaba un viejo lentisco, dondeen otro tiempo debi de haber una granja, eucaliptoscon retorcidos jirones de corteza, acacias de innume-rables ramitas, los muros de barro de una cabaa aban-donada, una tienda india, un sauce amarillento junto auna grieta en la tierra.

    Todo era exactamente como en mi infancia, cuando

    Max era tambin un nio; la misma maana a la quehaba despertado, a la que haba salido una y otra vez.Cmo era posible que pudiera seguir all, exactamenteigual, con el sol, la hierba plida, el aire difano, la sen-sacin de aquel mbito tal como era cuando no tena-mos la menor nocin de lo que realmente exista en suinterior? Despus de todo lo que nos haba ocurrido,cmo poda seguir existiendo aquella maana en la quean no haba sucedido nada? El tiempo es cambio, ymedimos su paso por la cantidad de cosas que sufrenalteracin. Dentro de esta determinada latitud espacial,que es intemporal, un meridiano solar es idntico aotro, cambibamos nuestra perniciosa inocencia por loque nos aconteca; si hubiera ido a vivir a algn otro

    lugar del mundo, nunca habra sabido que esta maanaconcreta fenmeno de posicin geogrfica, precipi-tacin anual de lluvia, presiones atmosfricas conti-na, siempre seguir existiendo.

    Max creci ante esta estepa. Sus padres tenan unagranja lo que los agentes inmobiliarios llaman unafinca rural en las afueras de la ciudad. Su padre fuemiembro del Parlamento, y solan dar all grandes re-cepciones del partido. Criaban perros perdigueros y

    patos... porque quedaba bien, sola decir Max. Pero mecont que, de nio, regresaba de sus juegos solitarios

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    en la estepa y, en un momento determinado, oa de re-pente los graznidos distantes de los patos como unaconversacin que no poda entender.

    Supongo que estas reflexiones eran mi forma depensar en la muerte de Max, porque el hecho de esamuerte, incluso la manera en que se produjo, era algoque me haban contado, algo a lo que mi yo actual decaen voz queda: naturalmente. Max se haba lanzado almar dentro de un coche y se haba hundido con l, delmismo modo que, en cierta ocasin, haba quemado lasropas de su padre y... s, lo mismo que cuando, tres

    aos atrs, haba intentado volar una oficina de correos.Esta vez yo no estuve all para verlo, eso es todo. Esque no terminar nunca este juego infantil entre Max yyo? Eso fue lo que me produjo una clera fra cuandolleg el telegrama; la sensacin de que l miraba porencima del hombro de la muerte para ver... si yo es-taba mirando?

    Quiz me halagaba a m misma (era un terrible ha-lago, un blsamo que quemaba como hielo) y ahora ha-

    ba alguien ms en cuyos ojos se vea -amiga, mujer,pero no importaba, porque yo saba, al leer el tele-grama, que lo haba hecho por m. Las frases trilladasdel fracaso humano, todo haba terminado, estabadeshecho, haban adquirido una nueva vitalidad de

    significado literal entre Max y yo, habamos pasadorealmente por todas las posibilidades que permiten lasupervivencia del vnculo, desgastndolas todas hastadejarlas radas, hasta que ya no contenan rastro algunode comunicacin, sino que eran como un puo que gol-

    pea el aire. Y en cuanto a lo de que estaba deshecho...,las sucesivas imgenes en las que yo..., nosotros... noshabamos visto juntos se haban astillado hasta quedarreducidas a cristal en polvo, como los fragmentos devidrio, residuo de alguna colisin, que me hacan darun rodeo para evitarlos en la carretera. Pero, desde los

    restos, Max accionara de un puntapi el botn quehace valer la identidad de los muertos.

    Entonces se disip mi enojo. Me gusta ir siempre alvolante, pues eso me devuelve algo de la autarqua in-fantil y, adems, tena la curiosa libertad de una pausaen la rutina. Max haba muerto y ese hecho no desper-taba en m ningn sentimiento concreto, excepto quelo crea. Sin embargo, esa certeza divida la maana en-tre antes de que leyera el telegrama y despus de ha-

    berlo hecho, y esa ruptura me dejaba en libertad. Claroque puedo hacer lo que me venga en gana los sbados

    por la maana, pero desde haca semanas me limitabaa recibir a Graham para desayunar juntos, lavarme lacabeza y quiz ir de compras a las tiendas de la peri-feria. Incluso una cosa tan irregular (en todos los sen-tidos de la palabra) como esta relacin entre Graham yyo ha adquirido una especie de pauta; salimos juntoslos das de fiesta, pero no dormimos juntos con fre-cuencia en casa... y, sin embargo, esta improvisacinse ha convertido en un arreglo, y hasta mis veladasen bares y clubs con personas de las que l nunca haodo hablar forman parte del hbito.

    Tampoco es frecuente para m tener ocasin de vera Bobo en sbado, pues slo le permiten salir dos vecesal mes, en domingo, y la escuela no fomenta las visitas

    de los padres entre esas ocasiones. Me di cuenta de queno le haba comprado nada. Tal vez podra llevrmeloe invitarle a t y pastas de crema en el hotel que habacerca de la escuela. En cualquier caso, soy la nica per-sona para quien regalar cosas a Bobo es necesario.Puedo verlo en su rostro cuando vaco ansiosa mis bol-sas de manzanas y los paquetes de golosinas. S que saes mi manera de compensarle por haberle enviado a unaescuela semejante, pero tena que hacerlo; he de ocultarmis motivos, dejando que den por sentado que queratenerle alejado, pues lo cierto es que, si me lo permi-

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    tiera, me aferrara a Bobo, podra tenerle pegado a mivientre como esas hembras de mandril que llevan a sus

    pequeos aferrados bajo su cuerpo, y nunca lo soltara.No puedo darle esa vida con los elementos indis-

    pensables, una madre, un padre, una familia, que meensearon era una obligacin sagrada para con todonio que pudiera traer al mundo. Ni siquiera estoysegura de que, si pudiera ofrecrsela, fuera suficiente.Yo tuve esa vida, igual que Max, y, sin embargo, to-dava no parece habernos ofrecido lo que luego ha re-sultado que necesitbamos en realidad. S, ya s que es

    muy fcil culpar a los padres de nuestros problemas yque pertenecemos a una generacin que deposita suscargas en Freud del mismo modo que nuestros padreseran exhortados a depositar las suyas en Jess, pero nocreo que el cdigo de la vida familiar decorosa, la ama-

    bilidad con los perros y los vecinos, las limosnas a loscriados agradecidos, nos haya proporcionado muchoms que perplejidad. Qu decir de todos aquellos des-conocidos a los que el cdigo no tena en cuenta, loshombres que no se consideraban nuestros criados y notenan nada que agradecer porque les persuadieran aaceptar limosnas, las personas que no eran vecinos yque nos acosaban con unas penalidades y un hambreque la amabilidad no poda apaciguar? No s qu le pe-

    dirn a Bobo cuando sea adulto, pero estoy segura deque ese ambiente que a m me imbuyeron como el queun nio debera esperar le dejara bastante impotente.Slo puedo hacer lo posible para procurar que l bus-que su seguridad en otros lugares que no sean los ba-rrios blancos.

    No fue engendrado ah, gracias a Dios, sino en unautomvil, que es donde se lleva a cabo la actividad se-xual de los barrios blancos. Pero, por lo menos, ocurrifuera de la ciudad, en la estepa. Fue uno de los millonesde bebs engendrados en coches, plantaciones, parques

    o callejones en todo el mundo. Porque en los barriosblancos, mientras se dicen tonteras romnticas sobrelos jvenes entre las flores y las botellas de licor delas salas de estar, se ignora el sexo, la necesidad quedefine a la juventud. Hay dormitorios, estudios, cuar-tos de trabajo, porches, pero ningn lugar para eso.

    Te has olvidado le dije a Max. l se encogi dehombros sombramente, como si nunca lo hubiera pro-metido. Pero yo saba que aquel desliz era tantoculpa ma como suya.

    Luego Max, hablando sin ninguna relacin con las

    circunstancias, como sola hacer, me dijo:Quisiera tener un hijo propio, un nio que mesiguiera a todas partes. Un pequeo no es en absolutocomo un perrito. Un nio grita: Mira! continua-mente, y ves toda clase de cosas reales, colores y pie-dras y fragmentos de madera.

    La ltima vez que vio a Bobo fue hace ms de unao. Observ que le gustaba ms que cuando era chi-quitn y berreaba; me complaci que pudiera bromearcon l y olvidar que l gritaba a su vez hasta que el niose quedaba mudo de miedo y yo tena que llevrmeloy andar con l por las calles.

    Antes de llegar a la escuela vi uno de esos camionesque venden fruta al lado de la carretera, y un negro que

    estaba agachado junto a una pequea fogata encendidapor l mismo se incorpor de un salto y empez a hacercabriolas con una naranja clavada en un palo. Comprunas naranjas para Bobo.

    La escuela tiene unos terrenos muy extensos, conun pequeo embalse y una plantacin de eucaliptos.Ese fue uno de los motivos por los que la eleg: as elnio estara en un lugar que por lo menos le dara lasensacin de naturaleza, donde podra alejarse de los

    patios y corredores. Me resulta difcil recordar lo quesenta de nia, pero s que tener un sitio as era esencial.

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    Los edificios (y los postes de la entrada con un arco dehierro que ostenta el blasn de la escuela y el nombreen letras de estilo cltico) son de ladrillo amarillo y bro-tan en forma de cruces, sobresaliendo como puntos delalfabeto Braille en todo el lugar. La visin de la escuelame deprime e intimida un poco, y desde el momentoen que cruzo la puerta de la verja ando mentalmente de

    puntillas. En los terrenos hay siempre negros enfun-dados en limpios monos de faena, podando los setos

    para que formen ngulos rectos perfectos y cavando al-rededor de los cuadros de flores y los arbustos recor-

    tados. Esta vez barran las hojas cadas. Unos indica-dores de hojalata en forma de mano con el dedo ndiceextendido y pintados con la caligrafa cltica de la es-

    posa del director, sealaban Aparcamiento de visitan-tes, Slo personal, Oficina... Toda la curva delcamino que conduca al edificio principal estaba vaca,

    pero, con la servil ansiedad que se apodera de m porhacer las cosas bien, dej el coche en el aparcamientode visitantes. Eran las once, ms o menos, y los gritosde los chicos a la hora del recreo surgan de los patiosy campos de juego que estaban detrs de los edificios.S que mi visin de ese lugar es absurdamente subjetiva,

    pero se pareca tanto a una prisin! Tras los limpios yfeos ladrillos se alzaba un gran grito de vida que se di-

    lua en el vaco iluminado por el sol. Sub los escalonespulimentados y accion la pesada aldaba en la granpuerta engrasada.

    Me abri un joven que deba de ser un profesornuevo, de fuerte mandbula y buen aspecto, con las ma-nos grandes y algo temblorosas, poderosas pero im-

    potentes, del joven que atraviesa la etapa de intensodeseo hacia las mujeres sin saber cmo aproximarse aninguna. Llevaba unos pantalones de pernera estrecha,rados y elegantes, y corbata de punto, y era con todaevidencia uno de esos graduados de Oxford o Cam-

    bridge que trabajan durante una temporada en frica yen los que se confa para que aporten una saludable r-faga de actualidad al plan de estudios. (Bobo me ha ha-

    blado de uno que tocaba la guitarra y enseaba a loschicos canciones populares americanas contra las bom-

    bas y la segregacin.)El director estaba tomando el t en la sala de per-

    sonal, pero el joven me acompa al despacho y medijo que tomara asiento mientras iba en su busca. Heestado en ese despacho varias veces: es de una pulcritudhostil, las paredes con fotos de equipos atlticos cru-

    zados de brazos, el suelo de plstico marrn brillantecubierto por una alfombra del mismo color, con esaconcesin estereotipada a la comodidad que se encuen-tra en las habitaciones de los administradores de insti-tuciones. Incluso haba una caricatura enmarcada deldirector, recortada de la revista de la escuela. Todo elmundo hablaba de lo accesible y humano que eraaquel hombre.

    Lleg el director y dijo que estaba encantado deverme, como si una pudiera presentarse en la escuela acualquier hora, en vez de acatar el severo aviso sobrela conveniencia de no aparecer por all fuera de los dasde visita prescritos, y aunque deba de saber que yotena algo grave que comunicar, su voz rpida y gan-

    gosa emiti una serie de trivialidades que nos tuvo a losdos en suspenso durante un rato. Pero sin duda el po-bre hombre teme los problemas de los padres y se esun mecanismo inconsciente para impedir su recitado.Le dije que el padre de Bobo haba muerto, y de qumanera. El se mostr comprensivo y sensible, deacuerdo con el manual de conducta apropiada para se-mejante ocasin, pero en la ptina de atencin artificialque cubra su rostro poda ver de manera inequvoca sudistanciamiento de las personas como nosotros. Co-noca las circunstancias familiares de Bobo, el divorcio,

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    la prisin por motivos polticos... y ahora esto. Lo co-noca de pe a pa, como un hombre de anchas miras y

    buen cristiano; supongo que sigue en los peridicos elexamen de conciencia de la Iglesia acerca de la homo-sexualidad o el aborto. El y la seora Jellings, que en-sea arte en la escuela, deben de llevar por lo menosveinticinco aos de matrimonio, y el ao pasado su hijase cas con un guardia de honor, alumno de ltimocurso.

    El director se levant, abri la puerta y detuvo a unmuchacho que pasaba por el corredor:

    Braithwaite! Dgale a Bruce Van Den Sandt quevenga, quiere? Le conoce? Est en cuarto.S, seor, conozco a Van Den Sandt, seor, creo

    que est de turno en la biblioteca.Y el muchacho se desliz con una celeridad que

    hizo aparecer automticamente un surco entre las cejasdel director.

    Bruce Van Den Sandt. Casi nunca oigo pronunciarsu nombre. ste es el otro Bobo, al que nunca cono-cer. Sin embargo, siempre me complace orlo; es una

    persona por derecho propio, completa, evocada enaquellas palabras, que eran el apellido de Max. Y Maxha muerto, pero, como una palabra transmitida, sunombre sonaba ahora en el corredor de la escuela.

    Venga por aqu dijo el director. Supongo quequerr hablarle a solas. Eso ser lo mejor.Abri una puerta que haba visto antes, pero nunca

    cruzado, con la indicacin Sala de visitas. Por co-barda perd la ocasin de decirle: Me gustara lle-varme al chico y hablar con l por el camino. Por qusoy tan estpidamente tmida ante esa clase de perso-nas, mientras al mismo tiempo crtico tanto sus limi-taciones?

    Me sent en aquella sala y aguard bastante rato an-tes de que la puerta se abriera y Bobo apareciese en el

    umbral. Sin duda le haban hecho abandonar algnjuego, pues tena las orejas enrojecidas, la nariz ale-teante, las manos prestas a recoger la pelota y la ropadesordenada, y su sonrisa se confunda con una muecade pasmo. La elevada nota de su energa, al igual quecierta altura musical, habra podido hacer aicos el ja-rrn vaco y el cristal de los grabados con escenas deEl Cabo.

    Nadie me dijo que ibas a venir, mam!Me abraz y nos remos, como hacemos siempre,

    con el jbilo de estar juntos, ajenos a la escuela y a todo

    lo dems.Cmo has entrado?No haba pensado qu iba a decirle a Bobo, y ahora

    era demasiado tarde. Le cog la mano y, apretndoselauna o dos veces, para que estuviera bien atento, le dije:

    Tenemos que hablar, Bo. Se trata de Max, tu pa-dre.

    Me caz en seguida, como si l fuera el adulto y yola nia. Comprendi que cuando me refera a Max nole daba ms nombre que se, Max. El era muy pe-queo cuando su padre fue sometido a juicio y encar-celado, pero hace ya mucho tiempo, cuando creci losuficiente, se lo cont todo. Movi la cabeza con uncurioso gesto de aceptacin. Sabe que la posibilidad de

    que surjan contratiempos siempre est ah.Nos sentamos en el pequeo y horrendo canap,como amantes que se sientan uno frente al otro parahacer una declaracin en una ilustracin victoriana. Sesubi los calcetines.

    Jelly me ha dicho: Sbete los calcetines, que havenido tu madre....

    Ha muerto, Bobo. He recibido un telegrama estamaana. Saldr en los peridicos, as que debo decr-telo... Se ha matado.

    Quieres decir que se ha suicidado?

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    El asombro suaviz y ensanch sus facciones, y elrubor abandon su rostro con excepcin de dos retazosirregulares, como araazos de algn animal, en la parteinferior de las mejillas. En aquel momento debi de

    percibir la realidad de todas las cosas sobre las que ha-ba ledo y que sucedan a otras personas, la X dibujadaen el suelo, indicando el lugar donde haba cado elcuerpo, la flecha sealando la figura borrosa en el bal-cn.

    S respond, y para no prolongar el impacto dela noticia, para confinarla en una explicacin definitiva,

    aad: Debi de arrojarse al mar en su coche. Nuncatuvo miedo al mar, se senta en l a sus anchas.Bobo asinti, pero no desvi la mirada de m, ceji-

    junto, sumido en una profunda concentracin. A quse enfrentaba? Al hecho de su propia muerte? Bobo yyo no tenamos que fingir que la muerte de Max nosafliga de una manera personal. Si uno no ha tenido pa-dre, puede perderlo? Bobo apenas le conoca, y aun-que yo no se lo haba explicado, no haba podido ha-cerlo, sabe que yo al final haba dejado de conocera Max.

    La verdad es que no puedo recordar su caradijo Bobo.

    Pero no hace tanto tiempo que le viste; slo ao

    y medio.Lo s, pero entonces apenas recordaba su as-

    pecto, y le miraba como miras a una persona nueva.Luego ya no te acuerdas de su cara.

    Sin embargo, tienes una fotografa.Tena en su armario el portafotos con la madre a

    un lado y el padre al otro, igual que todos los demschicos.

    S, claro.Pareca como si no tuviramos nada ms que decir-

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    nos, por lo menos no en aquel momento ni en aquellasala.

    Te he trado unas naranjas. No me he acordadode comprarte algo en la ciudad.

    Hummm, gracias dijo l distradamente, con laexpresin de placer que es su manera de mostrar unaafectuosa cortesa, pero no las coger ahora... Lohar antes de que te vayas, y as, despus de despedir-nos, podr guardarlas en mi escritorio antes de que na-die las vea. Entonces propuso: Vamos a dar unavuelta.

    Pero nos lo permiten? Quera preguntarle a laseora Jellings...

    Vamos, mam, a qu viene tanto miedo? No scmo te las arreglaras en este casern!

    Cuando cerrbamos la puerta de la sala de visitas,le dije:

    Es la primera vez que hemos estado ah dentro.Eso es para los padres que vienen de muy lejos,

    aunque la verdad es que no s para qu sirve..., por eltufillo que se respira, ya se ve que nunca entra nadie.

    Lo del tufillo me hizo sonrer. Bobo ya lo dominatodo; el lugar carece de horrores para l.

    Paseamos por el jardn delantero, bien cuidado,apartados de los dems muchachos. Ibamos de arribaabajo, hablando de trivialidades, como visitantes en el

    jardn de un hospital a los que alivia dejar al paciente

    durante un rato. Bo me dijo que me haba escrito parapedirme unas botas de ftbol nuevas y preguntarme siestaba de acuerdo en que Lopert fuese a casa con l el

    prximo domingo. Yo haba recibido una circular de laescuela sobre unas clases de boxeo, y quera saber si Boestaba interesado. Entonces fuimos a sentarnos en elcoche, y l brome:

    Por qu no lo dejas aparcado en la ciudad y vienescaminando, mam?

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    Como la mayora de los chicos, Bobo tiene con res-pecto a los coches una sensacin parecida a la de lugar,y cuando sube al vehculo me doy cuenta de que sesiente casi como si estuviera en casa. Husmea todos los

    papeles viejos acumulados en el estante debajo del sal-picadero y busca caramelos de menta y multas de tr-fico en la guantera. A menudo me pide explicaciones.

    Estaba sentado junto a m, tocando un botn flojo,tal vez dicindose mentalmente que deba arreglarlo al-guna vez.

    Supongo que no ha sido doloroso para ti dijo

    de pronto.Oh, no, no debes preocuparte por eso.Durante toda su vida ha sido consciente de la ne-

    cesidad de reconocer y aliviar el sufrimiento; es la nicacosa que le ha sido ofrecida como algo que est fuerade duda, desde la primera vez que presenci el atropellode un gatito y que vio a un mendigo callejero mos-trando sus llagas.

    Es slo la idea... Tena la cabeza gacha, y lavolvi hacia m sin levantarla, mirndome de soslayo;supe muy bien que en realidad le intrigaba el territoriodesconocido de la vida adulta en el que uno poda elegirla muerte, pero no me senta con fuerzas para abordarese tema. Balbuce: Ahora siento no haberle que-

    rido.Le mir abiertamente, sin emitir ninguna disculpa.

    Slo hay una cosa que espero con toda mi alma no ha-cer jams, y es persuadirle con excusas para que aceptealgo.

    Puede que los chicos hablen... pero ya sabes queMax fue en busca de cosas justas, aunque quiz lo hi-ciera de un modo equivocado. Lo que intent no tuvoxito, pero por lo menos no se limit a comer, dormiry darse por satisfecho con su pequeo mundo personal.

    No poda conformarse a no hacer nada para tratar de

    cambiar lo que estaba mal. Aunque fracasara, eso esmejor que no hacer ningn intento. Ciertos... iba adecir padres, pero no quera que atacara a todos losvastagos de los negocios de bolsa... ciertos hombresviven con xito en el mundo tal como est, pero ni si-quiera tienen el valor de fracasar en el intento de cam-

    biarlo.Bobo pareca satisfecho. Despus de todo, es slo

    un chiquillo. Exhal un ronco suspiro.Hemos tenido muchos problemas por culpa de la

    poltica, verdad?

    Mira, no podemos culpar de esto a la poltica. Escierto que Max lo pas muy mal a consecuencia de susopiniones polticas, pero no creo que esto, lo que hahecho ahora, sea un resultado directo de algo poltico.Quiero decir que... Max estaba en un lo, no poda con-trolar lo que le ocurra, debido en gran parte a sus ac-ciones polticas, desde luego, pero tambin a que..., engeneral, no estaba a la altura de las exigencias que lmismo se impona. Aad sin conviccin: Es comosi te empearas en jugar en primera divisin cuandoslo eres bueno para tercera.

    Mientras me escuchaba, la cabeza de Bobo se movaligeramente, como impulsada por la corriente de las pa-labras del adulto, del modo en que a veces se mueven

    las plantas bajo un soplo de aire que no percibimos.Al final tiene que aceptar a ojos cerrados lo que ledicen, y su nica eleccin posible es la de quin se lodice. Me elige a m, y en ocasiones me inquieta ver conqu escepticismo informa de lo que le dicen otros. Perola reaccin llegar con la adolescencia, si he de creer loque me han dicho que es un desarrollo saludable. En-tonces me derribar, pero con qu? Desde luego megustara averiguarlo astutamente, para poder defen-derme por anticipado, pero una generacin nunca

    puede conocer las armas de la siguiente. Me cogi la

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    mano y la bes rpidamente en el dorso, cerca del pul-gar, como acostumbraba a hacer de sbito, sin ningnmotivo que yo conociera, cuando era pequeo. Handebido de transcurrir cinco aos desde que dej de ha-cerlo, porque le turba o porque no siente esa necesidad.Pero all, dentro del coche, nadie poda verle.

    Qu vas a hacer hoy? Vendr Graham?No lo creo, porque ya le he visto esta maana.

    Hemos desayunado juntos.Espero que Jellings mande rezar por Max esta no-

    che. Normalmente, cuando muere un familiar, rezan

    por l.As que aquella noche habra un servicio por el almade Max en la capilla de la escuela. Sera el nico; no era

    probable que aquellos para quienes haba trabajado, ya los que traicion, rezaran por l. Max no fue el hroede nadie, pero quin sabe? Cuando fabric una bom-

    ba de dudosa eficacia lo hizo para ayudar a la libera-cin de los negros, y cuando se convirti en un testigodel Estado, supongo que los blancos lo tomaron comouna justificacin para considerarle de los suyos. Puedeque incluso haya sido la clase de hroe que debemosesperar.

    He observado que Bobo siempre percibe cundo es-toy a punto de irme. Me pregunt si le dejaba dar una

    vuelta con el coche, y no me atrev a sugerirle que po-dra encontrarse en un aprieto si alguien le vea, sinoque me deslic obedientemente al asiento del pasajero,mientras l bajaba y rodeaba el vehculo para sentarseal volante. Dio una vuelta al solar del aparcamiento.

    Bueno, ya es suficiente, baja le dije.El se ech a rer, hizo una mueca y pis el freno.

    Entonces nos veremos el domingo. As que ven-drs con..., cmo se llama?

    Lopert.Creo que no le conozco, verdad? Y Weldon?

    No quiere venir tambin? Weldon es otro de loschicos que vive demasiado lejos para ir a casa el do-mingo. Durante todo el curso anterior, Bobo lo trajoal piso.

    Creo que ir a casa de los Pargiter.Acaso os habis peleado?No, pero siempre habla mal de los negros, y

    cuando estamos sudados despus de los partidos de ft-bol dice que olemos como cafres. Entonces, cuando meharto, cree que es porque me ofende orle decir que soycomo un cafre..., no puede comprender que no se trata

    de eso y no puedo soportar que les llame cafres y hablede ellos como si fueran los nicos que huelen. Mi reac-cin slo le hace rer. Casi todos los chicos son as.Llegas a apreciarlos de veras, y entonces dicen esas co-sas y tienes que aguantarlo. Me miraba con el ceofruncido, la expresin estoica, consternada, buscandouna respuesta pero ya con la certeza de que no hay nin-guna. A veces deseara que furamos como otras per-sonas.

    Qu personas? le pregunt.Esas a las que no les importa nada.Lo s. Llegamos ante los anodinos edificios es-

    colares e intercambiamos el beso en la mejilla social-mente sancionado y que se espera entre madres e hijos.

    Hasta el domingo.No te retrases. No te duermas, como haces siem-pre.

    Jams!... Las naranjas!Dio media vuelta para recoger la bolsa de papel que

    le tenda a travs de la ventanilla, y le vi correr por elsendero con el bulto bajo la chaqueta cruzada y abro-chada, los pies raudos y los cabellos de punta. Sent,como me ocurre a veces, una confianza irracional enBobo. Tiene buenos sentimientos y siempre los tendr.A pesar de todo.

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    DESDE una distancia considerable, el ruido dciudad en sbado era como el de una concha giganteaplicada a mi odo. Mi distraccin me haba hecho etuar un giro errneo en el camino de regreso, y acercaba a la ciudad por una carretera que atraves

    una de las zonas industriales nuevas que hacen ricpas... o, mejor, ms rico. En los jardines de la fbque los produca haba muchos tractores de orugas neados como estatuas. A lo largo de unos dos kmetros tuve que avanzar lentamente detrs de unmin enorme que transportaba sacos de carbn yequipo habitual de descargadores, ms negros todaa causa del reluciente polvo de carbn, agrupadosrededor de un brasero encendido para protegerse dvelocidad del vehculo. Siempre dan la impresin deguna alegre escena del infierno, y parece no preo

    parles la proximidad del depsito de combustiLuego, al llegar a las inmediaciones de la ciudad, encontr con otro camin delante, cargado con m

    bles de poca cuidadosamente acolchados, a los se aferraban unos negros sin que les preocupara la pcariedad de su posicin; tambin les importaba

    bledo. Uno de ellos, un joven con una gorra de gbajada hasta los ojos, se sujetaba con una mano y usa

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    la otra para hacer gestos obscenos a las muchachas ne-gras, quienes se rean o le hacan caso omiso, pero no

    parecan ofendidas. Sin embargo, cuando vio mi son-risa, su mirada pareci atravesarme como si no estu-viera all en absoluto.

    En un supermercado de las afueras hice un alto paracomprar cigarrillos y algunas cosas en la charcutera.Tom un caf en un establecimiento que tena mesas enla acera entre tiestos con plantas tropicales atacadas porla helada. Ya era casi la hora de cierre de los comercios,y el lugar estaba lleno de mujeres jvenes con panta-

    lones caros y botas, mujeres de edad con trajes elegan-tes y pieles recin sacadas de los armarios, hombres conel atuendo informal de los directores de empresa en losfines de semana y nios exigentes que laman helados.Una mujer que haba en la mesa a la que tambin yome sentaba deca:

    ...He hecho una pequea lista..., mira, en primerlugar, no tiene pitillera de plata... y la necesita de veras,

    para las salidas nocturnas, cuando va a las fiestas.Y cuando baja al fondo del mar? Necesitar ah

    una pitillera de plata?Aquella mujer era exactamente como la madre de

    Max, tan rosada y blanca como la buena dieta y loscosmticos podan hacerla, su capacidad de rer habatallado finas lneas que estriaban su piel alrededor desus bonitos ojos azules, y mova con ademanes de con-fianza los dedos provistos de uas rosadas. Tena in-cluso el aspecto de viuda de la seora Van Den Sandt,que luca tanto en el gran cuadro al pastel colgado sobrela chimenea en el saloncito amarillo. Cmo me im-

    presion la primera vez que Max me llev a la granja,cuando yo tena diecisiete aos! Era encantadora, y yono saba que la vida cotidiana pudiera ser tan bonita yagradable. Los armarios estaban perfumados y los ba-os tenan alfombras mullidas y altos frascos de aceites

    y colonias que todo el mundo poda usar. S habadicho Max, mi madre pone en todo una cubiertaadornada: el asiento del water, su mente... Podas ha-cer que te plancharan la ropa o tocar el timbre para quete trajeran un zumo de naranja fresco, t o caf cuandote viniera en gana. Haba criados con uniformes blancosalmidonados y fajas rojas, a los que la seora Van DenSandt hablaba en xhosa, y un cocinero mestizo de ElCabo al que hablaba en afrikaans, utilizando todos losdiminutivos lisonjeros y los trminos de respeto pro-

    pios de la jerga de El Cabo.

    Conozco a esta gente como si perteneciera a supueblo sola decir cuando los invitados decan que leenvidiaban su excelente servicio. Crec entre ellos, ytodava puedo recordar que los nativos recorran mu-chos kilmetros para visitar a m madre. Haba unviejo, de quien se deca que haba sido un cacique deSandile, el jefe gaika, que acuda regularmente una vezal mes. Se sentaba bajo el rbolysterhouty mi madrele serva personalmente una taza de caf. Lo recuerdocon toda claridad.

    La madre de Max descenda de una antigua familiaholandesa de El Cabo, mezclada con personas de hablainglesa, y haba servido en diversas embajadas sudafri-canas en Europa. Aunque su conversacin rpida y li-gera estaba salpicada con los trminos de afecto que es-taban de moda entre las mujeres inglesas de su gene-racin, mantena aqu y all una ligera entonacin afri-kaans, como una diseuse francesa que se ha expresadodurante aos en ingls pone cuidado para no perder porcompleto la peculiar distincin de su acento. La gentetambin la encontraba encantadora cuando negaba, conorgullo ingenuo y juguetn, su aspecto de oriunda deun condado ingls los suteres y las perlas di-ciendo vigorosa y sencillamente:

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    Mire, soy una ber; de vez en cuando tengo quesalir y ensuciarme los pies entre los maizales.

    El padre de Max, a pesar del nombre flamenco, pro-ceda de una familia inglesa que emigr a Sudfricacuando empezaron a funcionar las minas de oro. Eraun hombre de baja estatura, el rostro grande, rojizo,

    brillante, como si se lo hubiera dejado secar al sol sinusar primero la toalla, el cabello reluciente, echado ha-cia atrs y pegado rgidamente al cuero cabelludo, y unhoyo en el mentn. Tena el don de mostrarse espe-cialmente amistoso con las personas que le disgustaban

    o a las que tema y, con uno de sus cortos brazos sobreel hombro de un rival poltico a cada lado, daba riendasuelta a la risa que le produca la misma ancdota queestaba contando.

    Incluso la primera vez que fui a la casa haba gente.Siempre daban fiestas o veladas de bridge, reuniones degente a las que era necesario agasajar, ms que amigos,o reuniones que finalizaban con las bebidas y los bo-cadillos que introducan Jonas y Alfred, con sus fajasrojas, en la sala donde flotaba el humo espeso de loscigarros. Ms tarde, cuando visit la casa con regula-ridad, la seora Van Den Sandt abandonaba en ocasio-nes la reunin de gente que charlaba, beba y coma,

    para acercarse a nosotros:

    (Los nios, los nios! Venid a comer un poco.Pero despus de que nos hubiramos abierto pasoentre los traseros enfundados en negros vestidos decctel y las barrigas cubiertas por telas de rayas finas,y nos hubieran presentado a algunas personas aqu yall (Sin duda conoces a Max, mi hijo. Y sta es la

    pequea Elizabeth... Come algo, Max, cario..., nocuidas de esta chica, est plida...) nos olvidaba. Lacharla sobre acciones y obligaciones, el mercado de va-lores, el cabildeo para apoyar los proyectos de ley quetendran el efecto de bajar o elevar el inters bancario,

    del que dependan sus inversiones, las leyes industrialesque necesitaban para obtener mano de obra barata, oel reparto de la tierra, del que dependan para conservarla mejor parte... Todo esto se mezclaba en una densachachara al margen de la cual nosotros terminbamosnuestros platos de pollo en gle y tombamos en si-lencio el vino blanco fro. Max haba crecido en aquelsilencio; la chachara era quiz lo que oa en la distanteconversacin de los patos, cuando se acercaba a lagranja, caminando solitario por la estepa.

    Digo que los Van Den Sandt eran esto o aquello,

    pero, naturalmente, son. En algn lugar de la ciudad,mientras yo tomaba caf, la seora Van Den Sandt, consu bolso lleno, como el de la seora que estaba sentadaa mi lado, de juguetes para adultos el llavero mas-cota, el pequeo lpiz dorado, el cuaderno de direccio-nes con las cubiertas de punto de tapicera, la cajita deorfebrera para guardar las pildoras se enteraba deque Max haba muerto... de nuevo. Su hijo muri paraellos el da que le detuvieron bajo la acusacin de sa-

    botaje. Theo Van Den Sandt renunci a su escao enel Parlamento y nunca acudi al Palacio de Justicia,aunque financi la defensa de Max. Ella se present va-rias veces. Nos sentbamos all, en el lado reservado alos blancos de la galera para el pblico, pero no juntas.

    Un da, cuando acababa de salir de la peluquera, sepuso una elegante mantilla de encaje en lugar de unsombrero, que le habra revuelto el peinado. Sus za-

    patos y guantes armonizaban a la perfeccin, y vi confascinacin que una parte de su mente atendera a esascosas mientras viviera, al margen de lo que sucediese.Sigui sentada con rigidez en el duro banco, las pes-taas embadurnadas de rmel bajadas hasta tocar casi lasmejillas, y ni una sola vez mir a su alrededor, ni a losdems presentes en el lado de los blancos, esposas, ma-dres y amigos de los acusados blancos (no slo acusa-

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    ron a Max sino tambin a sus cmplices), con nuestrospaquetes de comida que nos permitan traerles a diariopara su almuerzo, ni tampoco mir a su izquierda, alotro lado de la barrera, donde unos ancianos negroscon abrigos hechos jirones y algunas mujeres con sus

    bultos permanecan sentados, pacientes, como muellesenrollados.

    En el intermedio, cuando todos salamos a losresonantes corredores del Palacio de Justicia, ola su

    perfume. La gente que deambulaba conversando, for-mando grupos que se obstruan entre s, nos haba

    aproximado sin querer. La sorpresa de encontrarnos desbito frente a frente, despus de aos de silencio entrenosotras, la dej boquiabierta.

    Qu hemos hecho para merecer esto! exclam.Bajo los ojos y de los labios al mentn haba lneas

    profundas, los trallazos del combate de una belleza conla edad. No s por qu se me ocurri en aquel mo-mento, pero le dije:

    Acurdese de cuando quem las ropas de supadre.

    La gente se deslizaba a nuestro alrededor, nos em-pujaban.

    Qu? Todos los nios hacen cosas as. Eso notuvo importancia.

    Lo hizo porque tena problemas en la escuela, eintent hablar de ello con su padre durante das, perosu padre estaba demasiado ocupado.

    Su boca pintada se contorsion en una mueca deincredulidad.

    De qu estas hablando?No, no se acuerda, pero s debe de acordarse de

    que era la poca en que su marido llevaba a cabo sus pla-nes tortuosos para meterse en el gobierno, la poca enque era pescador en ro revuelto y estaba tan ocupado.

    Me excitaba el mismo aborrecimiento que me pro-

    duca aquella compasin de s misma, el olor de suranciedad en mi nariz. Ah, las damas blancas baadas,

    perfumadas y depiladas, en cuyas matrices est sepul -tada la santidad de la raza blanca! Qu mejunje de al-mizcle y ptalos hervidos puede disimular las cosas su-cias hechas en nombre de esa santidad? Max carg conaquella suciedad, se embre y emplum con ella, y lamujer se quej por su respetabilidad martirizada. Que-ra herirla, es que nada podra hacerle dao? Me volvila espalda como se hace con alguien de quien es intilesperar nada.

    Y no obstante, al principio, los Van Den Sandt meconsideraron como una aliada, no personalmente, sinoporque constitua un inters normal para un mucha-cho que no tena muchos. Si su Max no ingresaba en elclub de campo o cumpla con su papel como miembrode las Juventudes del Partido Unido, por lo menos ha-

    ba encontrado una chiquita. Eso de chiquita servapara indicar mi posicin social, no mi talla. Yo era hijade un tendero de una pequea poblacin, mientras queel padre de Max no slo haba ocupado un escao enel Gobierno de Smuts, sino que adems era director devarias empresas, desde fbricas de tabaco a plantasde envasado de plstico. Como es lgico, cuando Maxera estudiante no le tomaban muy en serio, y consi-

    deraban lo que saban de sus actividades en la polticaestudiantil, junto con su significativa ausencia en las ce-nas y sus ropas radas como un perodo transitorio de

    bohemia juvenil. No s si llegaron a enterarse de queera miembro de una clula comunista, probablementeno. Para ellos todo aquello era un juego, un baile dedisfraces como aquellos a los que ellos asistan en losaos treinta. Pronto dejara de lado el disfraz, se pon-dra un traje, ingresara en una de las empresas de su

    padre, invertira en el mercado de valores y construiraun bonito hogar para la muchacha con la que se casara.

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    No tenan idea de que pasaba el tiempo con estudiantesafricanos e indios que le llevaban a lugares en los quenunca haba estado, a las reservas y los guetos, y le pre-sentaban a hombres que, aunque trabajaban como con-ductores, empleados de limpieza y obreros de los blan-cos, haban formulado sus propias opiniones sobre sudestino y tenan sus ideas de lo que deban hacer paralograrlo. Nada de esto exista para los Van Den Sandt;cuando la madre hablaba de nosotros los sudafrica-nos, se refera a los blancos afrikaans y de habla in-glesa, y cuando Theo Van Den Sandt peda una Su-

    dfrica unida, en marcha hacia una era de progreso yprosperidad para todos, pensaba en la unidad de esosdos mismos grupos de blancos, salarios ms altos y me-

    jores coches para ellos. En cuanto al resto, los diez uonce millones de nativos, su trabajo estaba dirigidomediante diversas leyes que no tenan ningn intersfuera del Parlamento, y sus vidas eran una consecuenciade su trabajo, dado que hasta la llegada del hombre

    blanco no conocan nada mejor que una choza de barroen la estepa. Algunos haban logrado hacerse con unaeducacin, uno o dos individuos sobresalientes a losque dejaban entrar en la universidad junto con su pro-

    pio hijo, y la seora Van Den Sandt pensaba que eramaravilloso cmo algunos consiguen superarse si ha-

    cen el esfuerzo; pero en su mente ese esfuerzo nose relacionaba con una habitacin cochambrosa en unbarrio segregado, donde el hijo de otros estudiaba a laluz de un cabo de vela, aplastando con el pulgar (siem-

    pre recuerdo esta descripcin de sus das estudiantilesque nos hizo un amigo) los bichos que salan de susgrietas.

    Los Van Den Sandt debieron de confiar en m paraque condujera a Max cogido del pene, por as decirlo,hacia la vida para la que haba nacido, y supongo que

    por este motivo su madre acept con una refinada to-

    lerancia, al contrario que mis propios padres, el hechode que me quedara embarazada a los dieciocho aos.No es ms que un error, eso es todo, dijo como stratara de calmar a un beb, como si un cachorro sehubiera hecho pip en la alfombra. Y cuando Max y yonos casamos, me miraba con burlona censura; un daque fuimos a comer a su casa, enarc las cejas, sonriy dijo:

    Fjate en esa barriguita! Pronto empezarn aechar cuentas todos los carcamales... pero nos impor-tan un bledo!

    La expresin de Max cambi y, sin saludar a su ma-dre, sali de la sala. Le encontr en su antiguo dor-mitorio.

    Si a m no me molesta, por qu ha de fastidiartea ti?

    Pero lo que para m era un incidente estpido, paral era la implacable persistencia de una conducta socialque le haba empequeecido afectuosamente durantetoda su vida. Slo un hombre puede engendrar un hijo,

    pero aquella mujer se las arreglaba para que aquello pa-sara por algo inteligente y travieso que haban he-cho los nios.

    Mientras estaba embarazada, en 1952, se inici laCampaa de Desafo. Max perteneca a un grupo de

    blancos que se internaron en una zona africana prohi-bida a los blancos, y tambin fue a Durban para acam-par con africanos e indios en una plaza pblica, en pro-testa contra la segregacin. Naturalmente, la idea con-sista en hacer que los arrestaran e ir a la crcel. Peroretiraron las acusaciones contra Max, y aunque nuncadescubrimos por qu, siempre estuvo convencido deque haba sido cosa de su padre. De ser cierto, le ha-

    bran hecho a Max algo terrible, pero, desde luego, nolo hicieron por Max sino por ellos mismos. Habra sidoinconveniente que un miembro importante del Parla-

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    ment, perteneciente al Partido Unido, tuviera un hijoencarcelado por desafiar las leyes segregacionistas, aun-que por aquel tiempo los nacionalistas llevaran cincoaos en el poder y Van Den Sandt hubiera perdido parasiempre su oportunidad de llegar a ministro. Si Max noactuaba como un hombre blanco en favor de los de suraza, los Van Den Sandt no le dejaran actuar en ab-soluto. Eso es lo que queran hacerle. Y entonces llegel momento en que fabric una bomba.

    Los buenos ciudadanos que jams tenan duda al-guna sobre el lado en que estaba su fidelidad acumu-laban a mi alrededor sus compras del fin de semana. Elsol de invierno, estable, clido, agradablemente be-nigno (quiz no podemos evitar la sensacin de que sigozamos del mejor clima del mundo es porque lo de-

    bemos de merecer), arrancaba destellos de las botellasde vino y whisky, las gambas, los pasteles y los ramosde flores, clara evidencia del superior nivel de vida dela civilizacin blanca, que se llevaban a casa. Les veadar monedas a sus nios para introducirlas en las hu-chas del SPCA y echarlas al gorro del mendigo negro.Las bombas de fabricacin casera no haban agitado elsuelo bajo sus pies, como tampoco los alborotos, las

    marchas, los tiroteos de pacos aos atrs, aunque,como todas las personas decentes, deploran la inhu-manidad de la violencia y, reservndose para ellos solosel derecho a la accin constitucional, la recomiendan aotros como la nica manera decente de conseguir elcambio..., si es que uno desea tal cosa.

    Tambin yo tena mi paquete de filetes de cerdo ymi silla al sol, y no me distingua en nada de los dems.Todos estamos vivos todava y los coches se arrastrancon impaciencia unos detrs de otros, mientras queMax est en el mar, en apuros, en el fondo del mar;

    pobre loco: supongo que ahora podr decirse eso,como al final ha podido decirse satisfactoriamente demuchos cuya torpeza ha quedado probada, incluidoaquel que desconoca que un primer ministro con unamisin divina podra necesitar una bala de plata. Slolos locos hacen tales cosas. Pero puede ser uno de elloscualquier hombre blanco que quiere el cambio? Es un

    pensamiento consolador.Algunos recordarn hoy que tuvieron razn al no

    tomar a Max en serio, pobre diablo, cuando pronunciaquel espantoso discurso en la boda de su hermana. Los

    critic severamente, s, pero el pobre muchacho estabadesequilibrado. Eso fue mucho antes de la bomba, Diosmo, s, mucho antes de que hubiera llegado a seme-

    jante extremo..., mucho antes de que hubiera llegado aun montn de cosas. Max y yo todava estbamos jun-tos, Bobo era un beb de meses y an, curiosamente,tenamos un lugar en la vida familiar de los Van DenSandt. Fue despus de la Campaa de Desafo, natu-ralmente, pero supongo que, como la participacin deMax en aquel acontecimiento se haba silenciado, losVan Den Sandt no crean que constituyera una brechaverdadera entre Max y ellos. Para ellos slo cuenta elescndalo pblico. En una de estas tergiversaciones deun cdigo antiguo que degenera lejos de su origen y que

    es caracterstico de una civilizacin trada de allende elmar y conservada con naftalina, los Van Den Sandt In-terpretan el honor como algo que existe slo para losojos ajenos; la gente puede matarse en privado, pero lavergenza o el dolor slo proceden de lo que se revelaal exterior. La boda de una hija con un candidato apro-

    piado era una ocasin pblica (mi embarazo les habaprivado de Max, aunque ste no se hubiera negado ajugar) y el nico hermano de la novia era un partici-pante tradicional en el alegre sentimentalismo de clan

    impregnaba la celebracin. En consecuencia, Max

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    perdi toda otra identidad; los Van Den Sandt insistie-ron en que deba proponer el brindis por Queenie y sunovio. Creo que tenan confianza en que se dejara lle-var por la convencin de aquel acto, como les sucedaa ellos, que como estaba casado, con una esposa y un

    beb propios, las ceremonias y las lealtades hacia suclase le dominaran por fin, que no podra resistirse aestar a la altura de las circunstancias, como el rectoindividuo que debe ser todo hijo suyo en el fondo.

    Me sorprendi que Max cediera, pues haba tenidomis dudas de si conseguira que acudiera a la ceremonia.

    Pens que lo haca por Queenie, de la que estaba en-cariado de un modo natural, sin racionalizar..., eratan bonita, una de esas muchachas que se aceptan a pri-mera vista, sin ms necesidad de justificar esa impresininicial.Qu diablos les vas a decir? le pregunt, di-vertida ante la idea de Max pronunciando un discurso.

    Qu dir as t, si te lo pidiesen? replic.Por la feliz pareja!

    Agit una copa imaginaria y respond:S! Hurra!La seora Van Den Sandt me dio dinero para que

    me comprara un vestido para la boda; un regalo ge-neroso, estropeado por su imposibilidad de resistirse a

    observar:Que no se entere Theo de lo que cuesta el ves-tido... Mi extravagancia le pondra furioso!

    As se aseguraba de que comprendiera lo generosaque haba sido y lo modestas que deban ser mis ex-

    pectativas con respecto a los Van Den Sandt. Lo queno supo fue que el vestido me cost menos de la mitadde lo que le dije, y us el resto del dinero para pagar lacuenta de la farmacia y la lechera. All estaba sentadatras los centros de claveles y rosas que decoraban lamesa de la novia, comiendo salmn ahumado y be-

    biendo champaa, sintiendo slo una vibracin internade pura timidez oculta por la sonrisa cortsmente in-tercambiada con el to que se sentaba a mi ladocuando Max se levant para hablar. Max es, era, del-gado y no muy alto, pero tena las muecas gruesas ylos ojos de un azul brillante y vista aguda que carac-terizaba el lado materno de la familia; era inequvocaen l la identidad ber que ella misma se adjudicabacoquetamente. Llevaba un traje oscuro y su mejor cor-

    bata de seda, que yo le haba regalado. Dirigi al mantelque estaba bajo l, ms que a los reunidos, la sonrisa

    nerviosa que siempre me recordaba el movimiento dela boca de cierto felino, sin rezongar, incapaz de ex-presar una salutacin, pero reconociendo la proximidadde alguien. No me mir, ni a nadie ms. Sus primeras

    palabras se perdieron en la charla que no se haba ex-tinguido del todo, pero entonces emergi su voz:

    ...mi hermana y Alian, el hombre que ha elegidopara casarse, una feliz vida en comn. Se lo deseamos,naturalmente, aunque no podemos hacer mucho msque desearlo. Quiero decir que depender de ellos.

    Hubo un conato de risas, un falso comienzo... Es-peraban tener que responder pronto a una broma o unaindirecta, pero Max no pareca entenderlo, y prosigui:

    No conozco a Alian en absoluto, y aunque creoconocer a mi hermana, supongo que tampoco s grancosa de ella. Slo de ellos depender que su matrimoniosea un xito, y... que tengan buena suerte. Son jvenes,mi hermana es guapa...

    Esta vez el estallido de risas fue confiado. La vozde Max se hizo inaudible, aunque supuse que proba-

    blemente deca que su hermana era bella a pesar de lostrapos con que se haba disfrazado para la ocasin. Losinvitados tomaron el hecho de que Max hiciera casoomiso de su reaccin como una muestra de ingenio im-

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    pasible, y rean con ponderacin en cada pausa o ti-tubeo mientras l prosegua:

    ...entre ellos dos. Pero la clase de vida que lle-varn, la manera en que vivirn entre otras personas...,sa vuelve a ser otra cuestin, y aqu uno puede teneralgo que decir. S que esperis de m que hable en nom-

    bre de todos los presentes hubo un emotivo mur-mullo de apoyo, todos los que conocis a Queendesde que naci y los que habis conocido a su marido,a Alian... y estis aqu llenos de los buenos sentimien-tos que ellos experimentan cuando estn juntos y bebis

    a su salud vuestra salud, Queen y Allan pero ahoraquisiera hablar por m mismo le miraban con la aten-cin indulgente y sonriente que exigen las buenas ma-neras y deciros que no permitis que el mundo em-

    piece y termine para vosotros con las..., cuntas son?Cuatrocientas?..., personas reunidas hoy en este clubde campo y deportivo de Bonnybrook. Estos buenosamigos de nuestros padres y de los padres de Alian, el

    presidente regional de nuestro padre y los antiguos mi-nistros de esto y aquello (no quiero equivocarme en lascarteras) y todos los dems, cuyos nombres ignoro

    pero cuyos rostros reconozco, en fin, quienes nos hanhecho, y han hecho este club y han hecho de este paslo que es... Hubo un aplauso prolongado, iniciado

    por alguien que bati palmas con estrepitoso bro.Hay todo un mundo fuera de ste los aplausos se rea-nudaron, encerrado fuera de ste, mantenido a raya,y este mundo tambin est encerrado... No os quedisdentro, dejando que se os endurezcan las arterias, comolas suyas... No me refiero a la clase de dolencia que

    padecen algunos de ellos, los que han padecido unatrombosis, no hablo de las venas qu se van obstru-yendo de tanto sentarse en lugares como este club ele-gante y de tener ms comida de la suficiente... Se ini-ciaron unos cuantos aplausos, como esas palmas equi-

    vocadas entre los movimientos de un concierto. Loque os pido que tengis en cuenta para prevenirla es...,es la esclerosis moral. S, la esclerosis moral, el endu-recimiento del corazn y el estrechamiento de la mente,mientras los dividendos van en alza, lo que les hace dis-tribuir mantas en los barrios segregados cuando llega elinvierno, en vez de pagar a la gente unos salarios queles permitan vivir, la satisfaccin vanidosa. Y entre no-sotros nunca se es demasiado joven para contraer esaenfermedad, que se declara con mucha rapidez y estms extendida que la bilharzia en los ros y es mucho

    ms difcil de curar.Se oy un murmullo ahogado. El to que estaba sen-tado a mi lado susurr con inquietud:

    Ha heredado el don de su padre como orador.Es endmica al ciento por ciento en lugares como

    este club de campo y deportivo de Donnybrook, y entodos los barrios residenciales que probablemente ele-giris para vivir. Slo os pido que no estis demasiadoconvencidos de que nuestros bonitos y limpios barriosslo para blancos son saludables.

    Los invitados sonrean, ciegos y sordos, mante-niendo sus actitudes de atencin imperturbable, comohabran hecho si la camarera hubiera perdido las bragasen la pista de baile, o hubieran odo de pronto el ruido

    de una sonora ventosidad liberada por alguien....y vuestros hijos. Si tenis pequeos, Queeniey Alian, no os preocupis demasiado por quienes los

    besen..., eso es lo que les dirn ms tarde, que infectan.Es lo que una exquisita educacin har de ellos, lo quehabis de vigilar. Esclerosis moral... S, eso es todo loque quera decir; seguid bien vivos, sintiendo y pen-sando... y eso es todo cuanto puedo decir que sea dealguna utilidad...

    De repente Max tuvo conciencia de la gente que lerodeaba y se sent. Hubo un instante de silencio, y en-

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    tonces el mismo par de manos que antes haban aplau-dido con estrpito empezaron de nuevo, y algunas otrasle imitaron, pero alguien en la mesa de la novia se pusoen pie y alz su copa para hacer el brindis del que Maxse haba olvidado: Por los novios!, y todas las sillas

    plegables doradas se movieron y todos los asistentes selevantaron con gesto solidario: Por los novios! Vilos rostros decididamente sonrientes tras las copas devino, como si se dirigieran a l, pero las voces de feli-citacin sonaron por encima de mi cabeza, los msicostocaronPor ser unos muchachos excelentes y el estrpito

    se derram sobre Max, ignorndole, afirmando a losdems. Al cabo de un rato nadie pareca recordar queel discurso se haba diferenciado en algo de las docenasde discursos que haban escuchado en su vida y que norecordaban. Slo el maquillaje de la seora Van DenSandt descollaba como un rostro dibujado sobre el rostroverdadero, mientras se inclinaba vivazmente sobre lamesa para recibir besos y felicitaciones; la piel debajo deaquel maquillaje deba de estar blanca como la cera.Pobre Max..., esclerosis moral! Cmo se enamor deesa frase pedante y sigui repitindola: esclerosismoral. De dnde diablos la haba sacado? Y todas lasanalogas que sac a relucir para acompaarla. Aquellorecordaba a nuestras viejas lecciones de la escuela do-

    minical: el mundo es el jardn de Dios y nosotros so-mos Sus flores, etc. (La Plaga de la Deshonestidad, losPulgones de la Duda.) Y podra haber habido un mo-mento y un lugar menos apropiados para semejante in-tento? Qu clase de espectculo poda dar su torpe sin-ceridad en contraste con su absoluta descortesa? Todosellos volvan a tener razn de nuevo, y l estaba equi-vocado. Sent deseos de golpearle. No abandonamos lafiesta, sino que nos quedamos, bebimos bastante y bai-lamos, mostrando una ostentosa solidaridad propia,

    pero no pude decirle ni una palabra sobre el discurso,

    tan horriblemente divertido, y supongo que l se sintiavergonzado, pues estuvo de mal humor durante variosdas.

    En cuanto a la novia, su hermana Queenie, el hogary la escuela haban tenido tanto xito con ella que nocomprendi suficientemente aquella extraa y confusasalida de su hermano para ignorarla.

    Vaya palabrera el da de nuestra boda! sequej afablemente. Me pareci que haba vuelto a laescuela! Crees que porque te casaste primero puedesdarme lecciones como un abuelo!

    Esclerosis moral, Dios mo.Despus del tiempo transcurrido, esas estpidas pa-labras todava me avergenzan... y aparentemente ex-

    preso el desconcierto hacia afuera, con una sonrisa:cuando par ante el polica de trfico con una manoenguantada alzada, el que siempre est de servicio enmi esquina los sbados, me di cuenta de que l devolvala sonrisa a la hembra tras el parabrisas, como quienresponde a una inesperada pero nunca mal recibida in-sinuacin.

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    El telfono sonaba cuando entr en el piso, pcall antes de que pudiera responder. Estaba seguraque era Graham, y entonces vi un ramo de flores vueltas en celofn sobre la mesa; le dijo a la florista las enviara a casa en vez de hacerlo al asilo. Pero e

    remilgado sobrecito constaba mi nombre... Me haenviado flores al mismo tiempo que las haba encargpara la vieja. Samson, el empleado de la limpieza, dde estar trabajando en el piso cuando las trajeron yrecogi. Estaban apretadas como rostros contracristal. Las liber de la crujiente transparencia y letarjeta: con amor, G.>>. Graham y yo no tenemnombres, referencias o palabras de amor privadausamos el vocabulario corriente cuando es necesaDe las flores algo magulladas brotaba un aroma freeran campanillas de febrero, con sus tallos y hojas

    recidos a cebollas, su fresco verdor. Graham scunto me gustan esas flores, como el muguet-du-bque compramos en Europa el ao pasado, cuandotuvimos una semana en la Selva Negra. No hay nque objetar a una sencilla declaracin: con amor. Gham se encontr en la floristera y por eso me enunas flores. No es algo que hara especialmente, a nos que se tratara de un cumpleaos o algo por el estil

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    Podra deberse a lo de Max, pero no, Dios mo, no locreo, eso sera terrible y l no lo habra hecho. Hicimosel amor la noche anterior, pero eso no tiene nada deespecial. No es agradable considerarlo un hbito, perolo cierto es que al da siguiente l no tiene ningn juicio,no ha de pensar en ello los viernes por la noche, y yono tengo que levantarme a la maana siguiente para iral trabajo.

    Cuando estaba poniendo las flores en agua son denuevo el telfono.

    Son preciosas... Acabo de llegar. Las primerascampanillas que he visto este ao.

    Cmo estaba el chico?Oh, todo ha ido bien. Gracias a Dios, es un nio

    muy juicioso.Empec a desear que viniera a almorzar conmigo,

    pero yo no iba a proponrselo, porque hemos decididofirmemente que cada uno ha de vivir su vida, y si yoempiezo a solicitar su compaa cuando me viene engana, tendr que aceptar que l haga lo mismo en algnmomento que podra ser inconveniente. No se puedetener ambas cosas. Probablemente almorzara en casadel joven abogado con el que haba estado jugando algolf y cuya esposa es tambin abogada, una chica sim-

    ptica.. . Me gusta su compaa y me han hecho unaespecie de invitacin abierta, pero ante esa clase de

    gente, los colegas de Graham, no nos gusta dar la im-presin de que vamos juntos a todas partes y dejamosclaro tcitamente que no deben considerarnos comouna pareja. No tendra sentido que un hombre comoGraham se pavoneara de que tiene una mujer, a menosque..., qu? No creo que pudiera decirse de nuestrarelacin que no es seria, pero, de todos modos, no estclasificada, etiquetada.

    Graham me dijo que en la primera edicin del pe-ridico de la tarde haba algo sobre Max.

    Quieres que te lo lea?No, slo dmelo.Pero l se aclar la garganta como hace siempre an-

    tes de leer algo en voz alta, o inicia sus discursos en lasala del tribunal. Al contrario que la mayora de losabogados, tiene buena voz.

    No es gran cosa. No hay ninguna mencin de ti,slo de sus padres. Han exhumado el caso, desdeluego..., y dicen que fue un renombrado comunista...

    No recuerdo que...No lo fue; no tuvo ningn renombre, a pesar de

    todo.Un equipo de buceo ha logrado extraer el coche.

    Han encontrado una maleta llena de documentos y pa-peles en la parte trasera, todos tan daados por el aguaque no ser posible determinar su naturaleza.

    Mejor as.Nada ms... Hablan de la carrera parlamentaria

    de su padre.Ah, claro. No dicen nada de Bobo?Por fortuna no.Parecamos dos fros criminales comentando una

    fuga que haba tenido xito.La maana ha sido perfecta le dije. Te ha

    ido bien el juego?Booker se ha llevado la mejor parte. Ya es la se-gunda vez esta semana, y le he dicho que no hay de-recho a que me gane as.

    El y su compaero de golf han estado enfrentadosen un caso que Graham ha perdido.

    No lo entiendo le dije. Si yo estuviera en tulugar, le tendra lo suficientemente visto como para

    preferir pasar una temporada sin su compaa.El se ech a rer. Siempre me asombra eso de que

    los letrados se ataquen implacablemente por la vida de

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    otra persona, y luego, en la pausa para tomar el t, sesienten juntos en fraternal camaradera.

    Nada es ms temible que el profesionalismo.Imagnate, que te caigan diez aos o te absuelvan puededepender de que tu abogado sea ms convincente queel del otro, y ambos beben juntos en el club de golf.Eso me aterra ms que la idea del juez. Me gusta pensarque cuando recurro a un abogado est tan absorto enmis problemas como lo estoy yo misma.

    Nos remos; aqul era un terreno que ya habamospisado en otras ocasiones.

    Pero eso no servira de nada, porque si estuvieraabsorto de ese modo, su defensa sera muy mala. Eresdemasiado emotiva.

    Pens en cmo acabbamos de hablar de la muertede Max. La sinceridad parece insensible; por eso unocasi se avergenza de ella.

    De todos modos, Booker no sabe que vamos aapelar me dijo en un seco tono de guasa. Me des-quitar en el juzgado, si no es en el campo de golf. Estatarde voy a trabajar un poco, bueno, si no me echo adormir. Pero no creo que sea capaz de resistir el sueo.Es esa silla que me hiciste comprar.

    En Dinamarca encarg los hermosos muebles decuero que fabrican all, y nos desprendimos de las feas

    piezas que su mujer debi de considerar apropiadaspara el despacho de un caballero. Hay una silla en laque se podra dormir toda la noche, incluso hacer elamor en ella, aunque Graham no lo hara jams. Ayer,despus de que la criada se hubiera llevado el serviciode caf, y aunque sentimos deseos de hacer el amorcuando estbamos sentados ante el fuego, fuimos a sudormitorio, como de costumbre. Qu tontera es sade escribir sobre la voz incorprea por telfono: todoGraham estaba all mientras hablbamos de lugares co-munes. Anoche le retuve largo tiempo en mi cuerpo.

    El llamaba desde una cabina telefnica, y se oy laseal que anunciaba el fin de la conexin. Le dije algosobre las flores, antes de colgar. Una vez a solas, y a

    pesar de mis deseos anteriores, no sent ninguna incli-nacin a salir de casa. Por el contrario, experiment unalivio. Llen el florero de agua hasta el nivel adecuado,tir el papel y el celofn al cubo de la basura y guarden la nevera la comida que haba comprado, desplegumi silla de plstico y aluminio y me sent en la terraza,al sol, fumando. Mucho de lo que exigimos a otros noes ms que hbito nervioso, como tender la mano para

    pedir un cigarrillo. Eso es algo que debera recordar, sialguna vez me casara de nuevo. No creo que vuelva ahacerlo, pero a veces me sorprendo hablando de Maxcomo de mi primer marido, lo cual da a entender queespero tener otro. En fin, a los treinta aos una todavano puede estar demasiado segura de lo que har.

    A los dieciocho estaba completamente segura, desdeluego. Me casara y tendra un hijo. Este futuro se habacumplido tal como esperaba, aunque quiz ms pronto.Puede que Max no fuera el hombre adecuado, pero, enlo ms hondo de mi subconsciente, la situacin con-cordaba con la pauta que me haban dado a seguir. Elconcepto de matrimonio como refugio segua vigenteen m, aun cuando slo fuera un refugio de los padres

    y sus actitudes. All, al margen del material de que es-tuvieran hechos los muros, llevara una vida de mujer,una vida entre mujeres como mi madre, unida a unhombre como mi padre. Pero el problema radica en queya no hay hombres como mi padre, en el sentido deque la clase de hombre a la que pertenece mi padre yano representa en mi mundo lo que represent en el demi madre. Me educaron para vivir entre mujeres comomujeres de clase media, con sus preocupaciones por lacompra, la relacin social y las tareas domsticas c-modamente resueltas, pero tengo que vivir entre hom-

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    bres. La mayor parte de lo que pude aprender de mifamilia y mi ambiente ha resultado irremediablementeobsoleto para m.

    Graham y yo nos conocemos desde el juicio. Ya mehaba divorciado de Max, pero no haba nadie ms que.me ayudara; as es cmo conoc a Graham, pues medijeron que era el hombre apropiado para aquel caso.Al final no pudo encargarse del sumario y se lo dierona otro letrado, pero l sigui interesado y despus,cuando Max estaba en la crcel, me ayud a efectuardiversas solicitudes en favor de Max. Graham no me

    haca preguntas, era como uno de esos mdicos que danla impresin de que lo saben todo sobre ti, simplementepor medio de una lectura profesional de signos que nisiquiera sabes que exhibes. Estuvo casado una vez, conuna chica a la que conoca desde que iban a la escuelay que muri de miningitis cuando era ms joven de loque yo soy ahora. Todava hay cubrebandejas en la casacon las iniciales de la mujer bordadas.

    Graham defiende a mucha gente acusada de delitospolticos, y es uno de los pocos abogados que hacencaso omiso de las posibles consecuencias de adquirir lareputacin de aceptar de buen grado tales casos. Mi tra-

    bajo consiste en analizar heces, orina y sangre, en buscade tenias, bilharzia y colesterol respectivamente (en el

    Instituto de Investigaciones Mdicas). De este modolos dos tenemos las manos limpias, al menos por lo queconcierne al trabajo. Ninguno de los dos gana dineroexplotando mano de obra barata o realiza un serviciorestringido a personas de un color determinado. Encuanto a m, gracias a Dios, la mierda y la sangre sonlo mismo, al margen de quien procedan.

    Europa, el ao pasado, disfrutamos mucho yocuparnos la misma habitacin, la misma cama, con unaintimidad natural. Cada uno fue por su lado parte deltiempo, pero planeamos juntos las vacaciones y no nos

    separamos demasiado. No creo que nos enfadramos niuna sola vez. Pero al regresar volvimos a vivir comoantes; a veces transcurran dos semanas sin que dur-miramos juntos, y gran parte de nuestras actividadesrespectivas eran totalmente desconocidas por el otro.Sentada en mi balcn, al sol, no tena necesidad de l.Una conexin sexual, s, pero hay algo ms. Unaaventura amorosa? Menos que eso. Desde luego, no su-giero que sea una nueva forma de relacin, sino ms

    bien una formada por los fragmentos de anteriores re-laciones que fracasaron. Es bastante decente; no hace

    dao a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Supongoque Graham se casara conmigo si yo quisiera. Tal vezlo desea, pero si lo hiciramos todo cambiara. Si qui-siera un hombre, aqu, en esta poca y en este pas,podra encontrar uno mejor que Graham? Es ciertoque no acta, pero tampoco cede, y eso no es malo enuna situacin de punto muerto. Su estilo de vida es elde la comunidad blanca, pero de qu servira vivir decualquier otra manera? Sobrevivir a sus propias con-vicciones, har lo que se proponga, cumplir sus pro-mesas. Cuando hablo con l de historia o de poltica,me doy cuenta de la atraccin magntica de su mentehacia la verdad. Uno no puede alcanzarla, sino slotener alguna idea de dnde est! Pero cuando entra en

    m, como anoche, ocurre algo muy extrao. Es muchomejor que cualquier otro de mi edad, me penetra conuna. firme y majestuosa ereccin que durar tanto comoqueramos. A veces permanece dentro de m duranteuna hora, y puedo poner la mano sobre mi vientre ynotar la cabeza roma del miembro, como un estandarteerguido a travs de mi carne. Pero mientras me llena,mientras parece que mis ltimos resquicios se cierran

    para siempre, mientras estamos tendidos en silencio,tengo la sensacin de que soy yo quien le ha introdu-cido1 en mi carne, soy yo quien le retiene ah, quien le

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    posee sin que l pueda hacer nada por evitarlo. Si fle-xiono los msculos de mis entraas es como si estran-gulara a alguien. No habla, el tormento del placer cierrasus ojos, de prpados tiernos sin las gafas. E inclusocuando hace que lleguemos al xtasis, sigo sujetndoledespus como si lo hubiera estrangulado: caliente, es-

    peso, muerto dentro de m.As es nuestra relacin.Pero no pienso en ello con frecuencia, y sentada en

    mi balcn, al sol del medioda, al que se le puede llamarinvernal, simplemente ocupaba un lugar en mi con-

    ciencia (el calor seco me adormeca por momentos),con las palomas recorriendo a pasitos el canaln, dosnios en el piso de abajo, a los que no poda ver peroa los que oa mientras se atacaban con pistolas de agua,y unos hombres en un trecho de hierba junto a la aceraopuesta. Eran grupos de negros con sus bicicletas dereparto o con monos de trabajo, y estaban tendidos so-

    bre la hierba, en sus espaldas los letreros de las empre-sas para las que trabajaban. Tenan grandes latas rojasde cerveza que beban al sol. Todos estbamos al sol.Hay una manera de estar con la gente que slo es po-sible cuando no se conocen los nombres. Si uno notiene una necesidad particular de nadie, descubre que

    pertenece a una compaa en la que no haba sido ad-

    mitido antes; no necesitaba a nadie porque tena a esaspersonas que, como yo misma, se pondran en pie y seiran al cabo de un rato. No tena ningn motivo, perome senta a mis anchas. A pesar de todo.

    Charlaban a intervalos, con las cadencias que co-nozco tan bien, aunque no entendiera las palabras. Erala hora en que todos los moradores de los pisos estabancomiendo, y slo ellos tenan tiempo para estar tendi-dos en la hierba, tiempo que careca de cualquier eti-queta adherida. Poco despus entr, cort una rebanadade la hogaza que haba comprado, le puse encima una

    loncha de jamn fina como el papel y lo com junto conun pltano en el que anidaba el invierno, un centroduro y un sabor a fieltro. Despus de comer me invadila fatiga y me tend en el divn de la sala de estar, enel sitio ms clido, bajo la manta que cubra la cama deBobo.

    Una visin de algas balancendose en el fondo delas aguas profundas. Eso es lo que vi al abrir los ojosen la sala; no dorma, sino que estaba despierta en la

    visin, junto a las aguas en cuya superficie emergen lascabezas en manojos de cintas de caucho retorcido, hir-vientes al contacto con el oxgeno del agua hendida, en-lodada por el arrastre del agua desde las rocas; y almismo tiempo, mirando desde lo alto del acantilado

    por donde pasa la carretera, las profundidades comocaparazones de tortuga llenos de sol y la distorsin on-dulante de los grandes tallos, pardos tubos aplastadosque se inclinan hacia abajo, fuera del foco de las lentesacuosas gruesas como culos de botella, abajo, abajo.

    El agua entraba por las fosas nasales de Max y lellenaba la boca cuando la abra en busca de aire. Por

    primera vez pens en cmo deba de haber sido aquellamuerte. La hirviente agua salada penetrando impetuo-

    samente en todas partes y las ltimas burbujas de vidasaliendo como eructos de los lugares donde haban que-dado atrapadas: el coche, debajo de su camisa, en sus

    pulmones, llenas del ltimo aliento que haba tomadoantes de hundirse. Abajo, abajo, all donde las algas de-

    ben de tener por fin su principio. Se llev consigo unamaleta llena de papeles que no han podido descifrarse,tan estropeados estaban por el lodo. Se llev consigoescritos, opsculos, planes, cartas, y nadie sabr jamssu contenido. Ha logrado morir de un modo definitivo.

    Estaba tendida, inmvil, en la sala, y mis ojos se

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    llenaban de lgrimas. No lloraba por la muerte de Maxsino por el dolor y el terror de los hechos fsicos con-comitantes. Las flores se haban movido y abiertomientras dorma, y su aroma llenaba la clida estancia.Permanec muy quieta y me sent viva, entre aquellas

    paredes, tan viva como el aroma de las flores.La muerte de Max es una posdata. Una posdata

    puede ser algo trivial, poco pertinente, o puede ser im-portante y de una relevancia definitiva.

    Creo que s todo lo que poda saberse de Max. Sa-berlo, todo puede equivaler a perdonar, pero no es

    amar. Una puede saber demasiado para amar.Cuando Max y yo nos casamos, l dej la univer-sidad y yo tom un empleo..., muchos empleos. Nin-guno de ellos dur mucho; haba muchas otras cosasque hacer, en aquel entonces an haba cosas que uno

    poda hacer y cuya inmediatez nos atraa... Grupos dediscusin y estudio en las habitaciones de personascomo nosotros y en los barrios negros, reuniones al airelibre, manifestaciones. El Partido Comunista habasido declarado ilegal y oficialmente desmantelado, pero

    bajo las siglas de otras organizaciones, todo el arco iris,desde los conservadores polticos bienintencionadoshasta el ala izquierda radical, poda todava mostrarse

    bastante abiertamente. Por encima de todo, el nacio-

    nalismo africano estaba en una etapa de confianza yprestigio a los ojos del mundo por medio de las cam-paas de resistencia pasiva, y en el pas pareca llegadoel momento de reconocer a los africanos de cualquiercolor que quisieran librarse de la barrera racial. Ennuestro pequeo grupo, Solly, Dave, Lily, Fatima,Alee, Charles... indios, africanos, mestizos y blancos...Fatima le dio el bibern a Bobo, Dave se rea de losmalos modales de Max. El futuro ya estaba all, y setrataba de tener el valor de anunciarlo. Cunto valor?Creo que no tenamos la menor idea.

    Max abandon su primer trabajo porque no le die-ron tres das de permiso para asistir a una conferenciade los sindicatos. La poltica era uno de los temas prin-cipales que haba estudiado en la universidad, pero ha-

    ba grandes lagunas en lo que crea que deba saber. Porentonces se concentraba en tratar de proporcionar a un

    pequeo grupo de africanos polticamente ambicio-sos parte de los conocimientos tericos de economaque deseaban. No recuerdo lo que sucedi con el si-guiente empleo..., ah, s, le pidi a una mecangrafaque sacara copias de un panfleto en horas de oficina. Y

    as sucesivamente. Los empleos eran lo ltimo que lepreocupaba, porque carecan de importancia. Aceptabacualquier cosa que nos ayudara a mantenernos. Encualquier caso, no tena cualificaciones especiales; habaestudiado una carrera de letras, que sus padres consi-deraron como una alternativa inocua al comercio ola contabilidad, y que l haba visto como algo que ledara libertad de pensamiento. A sus padres no lesimportaba mucho la carrera que eligiera, con tal queobtuviera un ttulo, y slo esperaban que, una vezconseguido, pasara a formar parte de una de las em-

    presas paternas.A causa de sus dems actividades, Max tena que

    estudiar de noche, pero entonces haba menos tiempo

    que durante el da, puesto que los grupos de estudio ylas reuniones tenan lugar despus de las horas de tra-bajo, y se presentaban amigos para mantener conver-saciones que solan durar la mitad de la noche. Yo volva trabajar cuando Bobo tena cinco meses y dispona-mos de una nodriza, Daphne, una autntica nodriza deJohannesburgo, fuerte y hermosa, que cuando estabaen casa cuidaba tanto de Max como del beb. En unaocasin ambas sospechamos el mismo mes que est-

    bamos embarazadas, y, sin que yo molestara a Max niella se lo dijera a su novio, nos las arreglamos para so-

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    lucionar la situacin tomando enseguida unas pildorasque le exig a mi mdico, quien me advirti de que notendran efecto alguno si estbamos preadas.

    Estaba convencida de que Max deba volver a la uni-versidad y terminar sus estudios. No viviramos a costade los Van Den Sandt (tenamos que recurrir a su ayudade vez en cuando..., cuando naci Bobo, por ejemplo).Quera encontrar un trabajo que pudiera desempearde noche, adems de mi actividad durante el da., Exa-minamos las posibilidades; no poda trabajar como me-cangrafa. Al final dije:

    Acomodadora de cine, eso es. Cunto deben deganar?Por qu no? Con un traje de paje como los de

    Soutine y una linterna.Me di cuenta de que la idea le gustaba de veras, y

    empez a decirle a la gente, como si ya hubiera acep-tado el trabajo: Liz va a trabajar en un cine, no creisque veis visiones. Por entonces trabajaba para unafirma privada de patlogos, y en vez de hacerme aco-modadora consegu un trabajo consistente en redactardebidamente las notas de investigacin de uno de losmdicos. Estaba mejor pagado que el trabajo en uncine, y podra hacerlo en casa. Pero a Max le irritabancon frecuencia las notas del doctor Farber esparcidas

    por el piso atestado donde no haba espacio suficientepara sus propios libros y papeles, y pareci perder in-ters por el objetivo de mi trabajo adicional. El trabajocomo acomodadora de cine era quiz lo ms alejadoque poda existir de cualquier actividad en la que la se-ora Van Den Sandt o la hermosa Queenie pudieranimaginarse implicadas. As pues, priv a Max de unaoportunidad de llegar a un distanciamiento definitivode ellos, y de una satisfaccin de su anhelo de acercarsea otra clase de gente mediante el vnculo de la necesi-dad. Yo era consciente de ese anhelo, pero no siempre

    comprenda cundo mi conducta no favoreca su rea-lizacin.

    Aunque Max haba sido miembro de una clula co-munista en la universidad, no sigui una lnea estric-tamente marxista en sus intentos de ofrecer a los afri-canos unos fundamentos para la evolucin de su propio

    pensamiento poltico, y cuando el Partido Comunistacomenz a funcionar de nuevo, como una organizacinclandestina, aunque le propusieron que actuara bajo sudisciplina, no lo hizo. Durante su breve experiencia enla clula comunista haba sido un miembro muy joven

    e irrelevante; tal vez ello tuvo que ver con su negativa,pues ya no se vea en esa posicin limitada. Despus dela Campaa de Desafo, en la que tomaron parte per-sonas con todo tipo de afiliacin poltica, estuvo untiempo afiliado al nuevo Partido Liberal no racial, yluego al Congreso de Demcratas. Pero los mismosafricanos no se tomaban en serio al Partido Liberal, yMax se vio apartado, incluido en un grupo de blancosdel que los africanos crean que tena el bienintencio-nado atrevimiento de hablar en nombre de ellos. In-cluso en el Congreso de Demcratas, una organizacin

    blanca radical (ofreca una cobertura para algunos co-munistas importantes) que no se limitaba a cortesescontactos de plataforma en conferencias multirraciales,

    Max se senta inquieto. Los del COD trabajaban direc-tamente con los movimientos polticos africanos, peroel motivo principal de su existencia era que, si bien seidentificaban con la lucha africana, comprendan comouna cuestin de tctica que ningn movimiento afri-cano que buscara el apoyo de las masas poda permitirsetener miembros blancos.

    Yo no me haba afiliado al Partido Liberal, pero tra-bajaba en el COD, no exactamente con Max, sino sobretodo en actividades clandestinas, imprimiendo propa-ganda para el Congreso Nacional Africano y cosas por

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    el estilo. Resulta curioso lo profundas que son las amis-tades que entablas cuando trabajas con el temor y laexcitacin de las redadas policiales a tus espaldas. Creaen lo que estaba haciendo y en la gente con la que tra-

    bajaba. Desde luego tena el valor suficiente para estara la altura de lo que entonces se requera antes de los

    Noventa Das y limitaba mis actividades slo porBobo. Otras personas tambin tenan hijos, claro est,y daban prioridad a su actividad poltica, pero en elcaso de que nos detuvieran a Max y a m, no habranadie que pudiera cuidar del nio salvo Daphne, puesto

    que la idea de que se ocuparan de l los Van Den Sandto mis padres constitua para m un autntico abandono.Estoy midiendo mis palabras, despus de todos estosaos, porque Max se ha ahogado. Es como ponerse unsombrero para ir a un funeral, la vieja y gastada con-vencin de que uno debe mentir acerca del que hamuerto. El caso es que nadie era responsable de Boboexcepto yo misma. Max era incapaz de ser conscientede las necesidades ajenas; no le preocupaban ms quelas suyas propias. Cierta vez mi madre calific esta in-capacidad como egosmo horrible. Haba admiradomucho su irreversible preparacin para hacer algo de

    provecho, y ahora vea en l una desviacin demencial.De pequeo, el chfer le llevaba a la escuela e iba a

    recogerle todos los das, y luego le impedan estar enlas habitaciones donde los adultos celebraban sus reu-niones y fiestas. Los Van Den Sandt le trataban comoa un prncipe encerrado en una torre. Ni siquiera la po-

    breza le liber, y bien sabe Dios que ramos pobres.El tena las parcas necesidades del fantico, y esperabaque los dems las satisficieran. Compraba unos zapa-tos, libros o coac a crdito, y se enojaba con arrogan-cia cuando nos pedan que pagramos; o daba por sen-tado que era yo quien deba tratar con los tenderos.Max sencillamente