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1 ARGENTINA, TIERRA DE PROMISIÓN: IMAGINARIOS DE ASCENSO SOCIAL DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX Enrique Garguin Universidad Nacional de La Plata [email protected] "En los Estados Unidos como en la Argentina, no hay clases. Todos somos pueblo [...]. No hay más que aptitudes personales para prosperar... ". (Leopoldo Lugones, 1930). "Se ha dicho y se repite continuamente que la República Argentina es una tierra de promisión, en que faltan por completo los grandes motivos de división entre los hombres, que se observan y actúan en otros países” (Juan B. Justo, 1912). "Pero no es suficiente que ofrezcamos una tierra de promisión [...]; es necesario también que brindemos garantías morales y un <seguro de vida> que tutele el bienestar de los que vengan (Asociación de Maestros de la Provincia de Buenos Aires, 1908) “La expresión <M’hijo el dotor> [..] alude al ejercicio de la libertad de que en nuestro país goza el hijo del pueblo para ascender a las más altas cumbres de la cultura […] Como consecuencia de ello, los países del Plata y los Estados Unidos hemos venido gozando de un privilegio singular, ya que en ellos ni la raza, ni el color, ni la riqueza cuentan para condicionar la suerte del niño que desea ubicarse (Ernesto Nelson, 1956) En la Argentina, la noción de clase media es frecuentemente presentada como indisociable de un imaginario de movilidad social ascendente, a su vez íntimamente ligado a las ideas de progreso (individual y colectivo), trabajo, esfuerzo y mérito. Todas estas nociones se encuentran conjugadas en un imaginario que hace de la Argentina una tierra de promisión, abierta, con posibilidades de progreso y ascenso social para todos los que lo intenten trabajo y esmero, según sus méritos; esto es, un país de clase media. Desde mediados del siglo XX, autores como Gino Germani y José Luis Romero han difundido la imagen de una temprana y pujante clase media surgida en el país gracias a la virtuosa combinación de modernización, inmigración y ascenso social. Daniel Lvovich (2000), Diego Zenobi (2005), y Ricardo Fava (2005), entre otros, han mostrado claramente el papel que el imaginario de una (pasada) movilidad social juega en la clase

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ARGENTINA, TIERRA DE PROMISIÓN: IMAGINARIOS DE ASCENSO SOCIAL DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO

XX Enrique Garguin

Universidad Nacional de La Plata [email protected]

"En los Estados Unidos como en la Argentina, no hay clases.

Todos somos pueblo [...]. No hay más que aptitudes personales para

prosperar... ". (Leopoldo Lugones, 1930).

"Se ha dicho y se repite continuamente que la República

Argentina es una tierra de promisión, en que faltan por completo los

grandes motivos de división entre los hombres, que se observan y

actúan en otros países” (Juan B. Justo, 1912).

"Pero no es suficiente que ofrezcamos una tierra de

promisión [...]; es necesario también que brindemos garantías morales

y un <seguro de vida> que tutele el bienestar de los que vengan

(Asociación de Maestros de la Provincia de Buenos Aires, 1908)

“La expresión <M’hijo el dotor> [..] alude al ejercicio de la

libertad de que en nuestro país goza el hijo del pueblo para ascender a

las más altas cumbres de la cultura […] Como consecuencia de ello,

los países del Plata y los Estados Unidos hemos venido gozando de un

privilegio singular, ya que en ellos ni la raza, ni el color, ni la riqueza

cuentan para condicionar la suerte del niño que desea ubicarse

(Ernesto Nelson, 1956)

En la Argentina, la noción de clase media es frecuentemente presentada como

indisociable de un imaginario de movilidad social ascendente, a su vez íntimamente

ligado a las ideas de progreso (individual y colectivo), trabajo, esfuerzo y mérito. Todas

estas nociones se encuentran conjugadas en un imaginario que hace de la Argentina una

tierra de promisión, abierta, con posibilidades de progreso y ascenso social para todos

los que lo intenten trabajo y esmero, según sus méritos; esto es, un país de clase media.

Desde mediados del siglo XX, autores como Gino Germani y José Luis Romero han

difundido la imagen de una temprana y pujante clase media surgida en el país gracias a

la virtuosa combinación de modernización, inmigración y ascenso social. Daniel

Lvovich (2000), Diego Zenobi (2005), y Ricardo Fava (2005), entre otros, han mostrado

claramente el papel que el imaginario de una (pasada) movilidad social juega en la clase

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media contemporánea (incluso en muchos que consideraban ya no pertenecer a ella

durante los peores años de la crisis del neoliberalismo). Y estas ideas podemos

encontrarlas a diario, tanto en conversaciones informales, como en los medios masivos

de comunicación, la publicidad y los escritos académicos.1 Si tenemos en cuenta que los

discursos políticos tienden a tocar las fibras íntimas de lo que se considera son

imaginarios ampliamente compartidos, la difusión de ideas semejantes en distintas

expresiones del espectro político puede darnos una idea de la extensión de ese sistema

de representaciones. Esto fue particularmente notable durante la crisis que marcó el fin

de la hegemonía neoliberal, momentos en que la movilidad social, la tierra de promisión

y la clase media fueron vistas como otras tantas marcas de la ausencia: la diferencia

específica entre el presente oprobioso y la edad de oro perdida.

Pero tanto las múltiples menciones de políticos contemporáneos que citamos en

el texto (desde Nestor Krichner y Cristina Fernández a Julio Cobos, Ricardo López

Murphy y Francisco de Narvaez), como los trabajos de Lvovich, Zenobi y Fava que

mencionábamos antes, muestran muy bien un punto (necesariamente inestable) de

llegada: el de una idea de clase media basada en imaginarios de ascenso social según los

méritos y su extensividad al conjunto nacional, idea construida a lo largo del siglo XX.

Por nuestra parte, intentaremos mostrar la temprana difusión de aquellos

imaginarios y dar cuenta de que, en cierto sentido, su extensividad surgió antes que la

propia noción de una clase media argentina diferenciada (situación que ayuda a explicar

las implicancias actuales entre clase media y nación). Siguiendo hipótesis desarrolladas

en trabajos anteriores (Garguin 2007 y 2009), el presente trabajo señala que si bien

aquellas ideas no son nuevas, su articulación alrededor de la clase media tiene menos

antigüedad que la usualmente sospechada. Y es que durante la primera mitad del siglo

XX, las mismas ideas sobre Argentina hoy asociadas con la clase media (tierra de

promisión-esfuerzo individual-progreso-movilidad social) buscaron más bien

representar a toda la Nación e invisibilizar las diferencias de clases dentro de un pueblo

imaginado como carente de clivajes abismales. La operación pudo sustentarse en índices

de desarrollo económico y social significativos así como en un alto grado de movilidad

ocupacional, pero se explica fundamentalmente por la construcción de un de relato

hegemónico sobre la nación que excluyó de manera sistemática los elementos 1 Ver no sólo los clásicos escritos de Germani, sino también los más recientes de Svampa (2001)

y Wortman (2003)

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disruptores. Ese relato, sin embargo, incluyó de formas más o menos coherentes

representaciones diversas de los distintos elementos que intentamos reconstruir aquí:

esos elementos, que tienden a aparecer encadenados unos con otros son las ideas de

Argentina como tierra de promisión; el progreso individual, fundado en el esfuerzo, el

trabajo y el mérito; y la movilidad social ascendente a ellos asociada. Prácticamente

todas esas representaciones están estrechamente relacionadas con el impacto del

acelerado proceso de inserción de Argentina en el capitalismo mundial, modernización e

inmigración ultramarina que caracterizó las últimas décadas del siglo XIX y primeras

del XX; pero han adquirido, en verdad, formas múltiples y diversas a lo largo del

tiempo.

En principio, aparecen más como promesa que como realidad tangible. Para

hombres como Bartolomé Mitre, la región del Plata se le presentaba, ya desde la

colonia, como una tierra particularmente fecunda que, sumada a un proceso de

colonización virtuosa y a una inmigración aún en ciernes, conformaba el sustento de

futuros venturosos, sólo parcialmente perceptibles en su presente, pero de cuya

realización no parece haber dudado un instante.

Ya inmersos en el proceso transformador finisecular, cambian las condiciones de

producción de esas imágenes, y las imágenes mismas. La Gran Aldea iba quedando

atrás, pero los primeros que intentaron describir y analizar de manera perdurable esos

cambios no fueron sus nuevos y recién llegados productos sino los herederos más

rancios y patricios de aquella Gran Aldea en vías de desaparición. En autores como

Cambaceres y Argerich, la promesa se transformó en amenaza. Una amenaza

individualizada: eran los individuos enriquecidos y mejor posicionados de los sectores

populares, de la frecuentemente execrable pero no siempre temida plebe, los que en su

éxito económico y su simulación social sembraban de inseguridades el espacio vital de

aquellos testigos, inquietos con su propia criatura. Muchas, si no todas, las cargas

positivas de la promesa se pierden o invierten en estas nuevas representaciones del

progreso individual y la movilidad social que ofrecía esta generosa tierra argentina a sus

inmigrantes mejor dotados (aunque de moralidad dudosa).

Con el siglo XX aparecerá otro complejo de sentidos articulando a la

mencionada cadena de significantes. Frente a las impugnaciones colectivas que de

manera creciente fueron construyendo los trabajadores, la idea de una tierra de

promisión abierta en su generosidad a la movilidad social de todos los que lo intentasen

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con honestidad y esmero fue presentada como contraimagen de las lecturas clasistas y

conflictivas que comenzaban a circular. Como en la promesa mitrista, la generosa tierra

argentina reduce las distancias y desdibuja las fronteras sociales, permitiendo la

conformación de un pueblo único e indivisible, “sin motivos de división entre los

hombres”, “sin clases sociales”, con sólo “aptitudes personales para progresar”.

Despojada de su costado más explícitamente reaccionario y contrainsurgente, la

imagen impactará también en impulsores de ideas clasistas, como Juan B. Justo, primer

traductor al castellano de El Capital; y en observadores que se querían objetivos como

el sociólogo visitante Adolfo Posada (por no mencionar al socialista italiano Ferri,

comprador mucho más ferviente de dicha imagen). En grados diversos, todos ellos

utilizarán estas ideas que articulaban de manera positiva la tierra de promisión y su

movilidad social con una escasa definición de las clases sociales en argentina.

Naturalizadas al limarse sus aristas polémicas, finalmente, estas mismas ideas

podemos encontrarlas adoptadas y difundidas por una infinidad de asociaciones

barriales, gremiales, étnicas y de otros tipos. Con su enorme capacidad de llegada por

los intersticios del tejido social, estas asociaciones casi literalmente sembraron el

territorio argentino (tan promisorio él) con las semillas del progreso y la movilidad

social. Con ellos, a su vez, el postulado círculo virtuoso que formaban la tierra

promisoria, el sacrificio y progreso individuales y la movilidad social encontraban

frecuentemente el valor agregado de la prueba viviente: ¿quién mejor que un maestro

fundador de una sociedad de fomento y posiblemente hijo de un inmigrante analfabeto,

para hablar de la generosidad de estas tierras, sus puertas abiertas a la movilidad social y

su actuación, desde ese nuevo lugar logrado no sin sacrificios pero con esmero, en pos

de hacer aún más promisorio el suelo patrio? Si incluso algunos gremios, como el de

docentes o los viajantes de comercio, reivindicaban las enormes posibilidades que

ofrecía el país para los que quisieran emprender el camino del progreso individual,

aunque no se privaran de reclamar que para ello no resultaban redundantes diversas

medidas de bienestar social.

Por cierto, no siempre faltaron voces disonantes de manera más radical y los

momentos de crisis, particularmente la del 30, resultaron particularmente fructíferos al

respecto. Sin embargo, aún en estos casos no fueron pocos los que al intentar cuestionar

el mito de la movilidad social de una tierra de promisión, reafirmaron, simultáneamente,

más de uno de sus componentes. Los personajes de Roberto Arlt de los años 20 ofrecen

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un contraejemplo al círculo virtuoso que mencionábamos antes (tierra generosa-trabajo

sacrificado-progreso individual/movilidad social). Pero si ellos son fracasados –y no

sencillamente pobres, ni siquiera proletarios— es precisamente porque el paradigma

parecía tan absoluto y ubicuo que quien no lograra encarnarlo tenía, a ojos de Arlt, una

sola salida: la locura y/o la marginalidad, esto es, ser un fracasado.

Adentrándonos en los años inmediatamente posteriores a la crisis del 30,

numerosos tangos de esos años pusieron en duda la vigencia de la generosidad de la

tierra argentina, en la voz de sujetos frecuentemente tan vencidos como los personajes

de Arlt. Pero, nuevamente, no es infrecuente que esos mismos tangos lo hagan no en

pos de algún modelo superador sino, como Cambalache, lamentando el fin del sistema

de valores meritocráticos que le daban sustento De manera similar, Ernesto Palacio

podía sentenciar hacia 1938 que “nadie cree ya entre nosotros en el progreso indefinido

[…]; ni en la retórica de la tierra de promisión […]; ni en el mito de la prosperidad

creciente”, pero para concluir en la “convicción consiguiente de que no debemos

«esperar» sino «hacer» nuestro destino” –que era un modo voluntarista de no renunciar

a las promesas que parecían alejarse.

Aquí concluye nuestra indagación; y no sólo por cuestiones de tiempo y espacio.

El repertorio de ideas parece ya bastante completo y las nuevas pesquisas (que, no

obstante, seguimos realizando) no prometen mucho más que repeticiones y

combinaciones diversas, variaciones sobre los mismos motivos que aún nos interpelan

en nuestros días. Y esto último, ocurre no sólo en relación a las representaciones del

progreso individual y la movilidad social, también los rasgos que cada imagen fue

aportando en distintos momentos (simulación, ostentación, virtud, esfuerzo, solidaridad,

apatía, individualismo egoísta…) resultan particularmente significativos ya que muchos

de ellos, aunque no siempre compatibles y frecuentemente contradictorios entre sí,

pasaron a formar parte de los contenidos en disputa que encierra ese otro significante

(más “flotante” que “vacío”) que es la clase media.

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