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H o 5 'S BA W M J En c. GU'er~ y f'<;2 en el s~\o XX, 1 GUERRA Y PAZ EN EL SIGLO XX':- El siglo xx ha sido el más sangriento en la historia co- nocida de la humanidad. La cifra total de muertos pro- vocados directa o indirectamente por las guerras se eleva a unos 187 millones de personas, un número que equivale a más del 10 por 100 de la población mundial de 1913. Si tomamos el año 1914 como punto de par- tida, el siglo xx ha sido un siglo de guerras casi ininte- rrumpidas, a excepción de algunos breves períodos sin conflictos armados organizados en todo el planeta. Ha sido un siglo dominado por las guerras mundiales, gue- rras entre estados territoriales o alianzas de estados. Po- dríamos considerar incluso el período comprendido entre 1914 y 1945 como una sola «guerra de los Treinta Años», tan sólo interrumpida por una pausa en los años veinte; una pausa que se inició con la retirada final de los japoneses de las regiones más orientales de la Unión Soviética, en 1922, y que concluyó con la invasión de Manchuria en 1931. A este episodio le sucedieron, casi de inmediato, cuarenta años de guerra fría, que con- '; «War and Peace in the 20th Century», Landan Review af Baaks, 21 de febrero de 2002, pp. 16-18; traducción castella- na de Ferran Esteve.

Guerra y Paz en El Siglo Xxi Eric Hobsbawm

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Capitulos sobre la Guerra y la paz en tiempos de lucha contra el terrorismo

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Ho 5 'S BA WM J En c.GU'er~ y f'<;2 en els~\o XX,

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GUERRA Y PAZ EN EL SIGLO XX':-

El siglo xx ha sido el más sangriento en la historia co-nocida de la humanidad. La cifra total de muertos pro-vocados directa o indirectamente por las guerras seeleva a unos 187 millones de personas, un número queequivale a más del 10 por 100 de la población mundialde 1913. Si tomamos el año 1914 como punto de par-tida, el siglo xx ha sido un siglo de guerras casi ininte-rrumpidas, a excepción de algunos breves períodos sinconflictos armados organizados en todo el planeta. Hasido un siglo dominado por las guerras mundiales, gue-rras entre estados territoriales o alianzas de estados. Po-dríamos considerar incluso el período comprendidoentre 1914 y 1945 como una sola «guerra de los TreintaAños», tan sólo interrumpida por una pausa en los añosveinte; una pausa que se inició con la retirada final delos japoneses de las regiones más orientales de la UniónSoviética, en 1922, y que concluyó con la invasión deManchuria en 1931. A este episodio le sucedieron, caside inmediato, cuarenta años de guerra fría, que con-

'; «War and Peace in the 20th Century», Landan Review afBaaks, 21 de febrero de 2002, pp. 16-18; traducción castella-na de Ferran Esteve.

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tribuyeron a forjar la definición que hiciera Hobbes dela guerra: «más que la batalla ni la lucha en sí misma,el espacio de tiempo en el que reina la voluntad de re-solver las diferencias por medio de la batalla». Cabe dis-cutir si las acciones en las que se ha visto envuelto el ejér-cito de Estados Unidos desde el final de la guerra fría endiferentes zonas del planeta no son, en el fondo, unacontinuación del período de guerra mundial. Sea comofuere, nadie puede negar que, en Europa, África y el Asiacentral y occidental, los años noventa estuvieron mar-cados por los conflictos militares, bien declarados, bienencubiertos. El mundo no conoce la paz desde 1914, nisiquiera ahora.

Aun así, no podemos estudiar el siglo como si de unbloque uniforme se tratara, ni cronológica, ni geográ-ficamente. Cronológicamente, abarca tres períodos: elperíodo de la guerra mundial con Alemania como eje(de 1914 a 1945), el período de la confrontación entrelas dos superpotencias (de 1945 a 1989) y el período quese inició con el fin del sistema clásico de equilibrio de po-der internacional. Me referiré a estos períodos como pe-ríodo 1,período 11y período III. Geográficamente, el im-pacto de las operaciones militares ha sido altamentedesigual. Con la salvedad de la guerra del Chaco, entre1932 y 1935, no ha habido grandes guerras entre es-tados -no hay que confundidas con las guerras civi-les- en el hemisferio occidental (las Américas) en el si-glo xx. Las operaciones militares enemigas apenas hantenido como escenario esa región, de ahí el shock queprovocó el atentado contra las Torres Gemelas y elPentágono del 11 de septiembre de 2001. Desde 1945,las guerras entre estados también han desaparecido delmapa europeo, una zona que, hasta entonces, había

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sido el principal campo de batalla. Aunque en el perío-do III la guerra regresó al sudeste europeo, no parecemuy posible que vaya a extenderse al resto del conti-nente. Por otro lado, durante el período 11las guerrasentre estados también asolaron Oriente Medio y el surde Asia, aunque no estuvieran necesariamente conec-tadas con el clima de confrontación global, mientrasque el este y el sudeste asiático (Corea o Indochina) fue-ron escenario de grandes guerras provocadas por lastensiones a escala mundial. Otras zonas, como el Áfricasubsahariana, apenas afectadas por las guerras duranteel período I (a excepción de Etiopía, víctima tardía dela conquista colonial italiana entre 1935 y 1936), vi-vieron conflictos armados durante el período 11y fue-ron testigo de masacres y del sufrimiento de la pobla-ción durante el período III.

Se observan asimismo otras dos características en lasguerras en el siglo xx, aunque la primera es menos evi-dente que la segunda. A principios del siglo XXI, esta-mos en un mundo donde las operaciones armadas ya noestán fundamentalmente en manos de los gobiernos yde sus agentes autorizados, y donde las partes .en con-flicto no comparten características, ni estatus, ni objeti-vos, excepción hecha del deseo de recurrir a la violencia.Las guerras entre estados fueron la forma predominantede guerra durante los períodos I y 11,tanto que prácti-camente ensombrecieron guerras civiles y demás con-flictos armados dentro de las fronteras de los estados ode los imperios. Incluso las guerras civiles que se suce-dieron en los territorios del Imperio ruso después de laRevolución de Octubre y las que estallaron tras la caí-da del Imperio chino podrían considerarse conflictos in-ternacionales, pues no habrían tenido sentido sin éstos.

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Por otro lado, aunque en América Latina ningún ejér-cito haya atravesado las fronteras de otro país en el si-glo xx, el continente ha sido el escenario de grandesenfrentamientos civiles: en México a partir de 1911, enColombia desde 1948 y en diferentes países de Centro-américa durante el período 11.Nadie se atreve a admi-tir que el número de guerras internacionales haya ido endescenso de forma constante desde mediados de losaños sesenta, cuando las disputas entre estados cedieronsu lugar a los problemas internos. La cifra de éstos nodejó de crecer hasta los años noventa, momento en elque se estabilizó.

Más familiar nos resulta la progresiva desapariciónde la línea que separaba a los combatientes de los nocombatientes. En las dos guerras mundiales de la pri-mera mitad del siglo se vio envuelta toda la poblaciónde los países en liza, y sufrieron del mismo modo mili-tares y población civil. A lo largo del siglo, sin embargo,el peso de la guerra ha ido recayendo más y más sobrelos hombros de los civiles, que no sólo eran las víctimasdel conflicto sino también el objetivo de las operacio-nes militares y político-militares. El contraste entre laprimera guerra mundial y la segunda es sobrecogedor:solamente el 5 por 100 de las víctimas de la primeraguerra mundial eran civiles; en la segunda, el porcen-taje se elevó hasta el 66 por 100. En la actualidad, laproporción de víctimas civiles de cualquier guerra se si-túa entre el 80 y el 90 por 100 del total, y esta cifra haaumentado desde el fin de la guerra fría porque muchasde las operaciones militares que se han llevado a ca-bo desde entonces no han correspondido a ejércitos desoldados de reemplazo sino a tropas regulares o irre-gulares, las cuales, en muchos casos, disponían de ar-

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mamento de última generación y se protegían para evi-tar bajas. Si bien es cierto que este arIl!amento ha he-cho posible recuperar, en algunos casos, la distinciónentre objetivos civiles y militares, y por extensión entrecombatientes y no combatientes, nada nos induce acreer que los civiles hayan dejado de ser las principalesvíctimas de la guerra.

Más aún, el sufrimiento de la población civil noguarda relación con la escala o la intensidad de las ope-raciones militares. En términos estrictamente militares,las dos semanas que duró la guerra entre la India y Pa-kistán por la independencia de Bangladesh en 1971 fue-ron un asunto menor, pero entre sus consecuenCIas secuentan diez millones de refugiados. En los combates en-tre grupos armados en África en los años noventa no par-ticiparon más que unos miles de personas, en su mayo-ría soldados mal equipados. Aun así, aquellas guerrasobligaron a siete millones de personas a refugiarse, másque las que tuvieron que hacerlo durante la guerra fría,cuando aquel mismo continente fue el escenario escogidopor las superpotencias para librar varias luchas a tra-vés de sus aliados.

Este fenómeno no se limita a zonas pobres y remotas.En algunas regiones del planeta, las consecuencias de laguerra sobre la población civil se ven acrecentadas porla globalización y la importancia mayor que se concedea un flujo de información, de servicios técnicos, de en-tregas y de aprovisionamientos cada vez más impor-tante. Incluso una interrupción comparativamente bre-ve de estos movimientos, como lo fue por ejemplo el cierredel espacio aéreo de Estados Unidos después del 11 deseptiembre, puede tener un efecto de primera magnitud,y no siempre de corta duración, en la economía global.

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Sería mucho más sencillo escribir sobre guerra y pazen el siglo xx si la diferencia entre ambas fuera tan diá-fana como parecía serio a principios de siglo, cuandolas Convenciones de La Haya de 1899 y de 1907 dic-taban las reglas por las que se regía la guerra. En prin-cipio, los conflictos estallaban entre estados soberanoso, si transcurrían dentro de las fronteras de un estadoen concreto, entre bandos suficientemente organizadoscomo para que otros estados soberanos los considera-ran partes en conflicto. Las operaciones militares de-bían distinguir claramente entre combatientes -que sediferenciaban del resto por el uniforme que vestían ypor otros signos que denotaban su pertenencia a unasfuerzas armadas organizadas- y civiles no comba-tientes. En principio, la guerra enfrentaba únicamentea soldados. En la medida de lo posible, en tiempo deguerra había que proteger a la población civil. Y siem-pre quedaba implícito que estas convenciones no cu-brían la totalidad de los conflictos armados civiles e in-ternacionales, y más concretamente los que resultabande la expansión imperial de los estados occidentales enaquellas regiones que no estaban bajo la jurisdicción deun estado soberano internacionalmente reconocido,aun cuando algunos de estos conflictos, si bien no to-dos, recibieran el apelativo de «guerras». Tampoco cu-brían revueltas a gran escala contra estados consolida-dos, como el motín de la India, ni la actividad armadarecurrente en aquellas regiones situadas allende el con-trol de (acto de los estados o de las autoridades impe-riales que gobernaban sobre el papel, como las opera-ciones y las masacres en las montañas de Afganistán ode Marruecos. Con todo, las Convenciones de La Hayasiguieron siendo las pautas que se aplicaron durante la

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primera guerra mundial. Durante el siglo xx, sin em-bargo, la relativa claridad del panorama se vio susti-tuida por el caos.

En primer lugar, la frontera entre los conflictos entreestados y los conflictos en el seno de los estados, es de-cir, entre guerras civiles y conflictos internacionales, sedifuminó un tanto, pues una de las características delsiglo xx es que no sólo ha sido un siglo de guerras, sinotambién de revoluciones y del fin de diferentes imperios.Las revoluciones o las guerras de liberación en el senode un estado tuvieron consecuencias para la coyunturainternacional, especialmente durante la guerra fría. Porotro lado, después de la Revolución rusa, la interven-ción de los estados en la política doméstica de otros es-tados cuyas decisiones no compartían se convirtió enmoneda corriente, cuando menos en aquellas situacio-nes en las que los riesgos para el agresor eran prácti-camente nulos. Y sigue siendo así.

En segundo lugar, también dejó de ser clara la fron-tera entre guerra y paz. Con algunas excepciones, la se-gunda guerra mundial no empezó con declaraciones deguerra, ni acabó con tratados de paz. Asimismo, tras lacontienda se dio un período que no podemos calificarclaramente como de guerra o de paz ateniéndonos a lasdefiniciones tradicionales, de ahí la invención de la ex-presión «guerra fría» para describirlo. El caos de la si-tuación desde la guerra fría queda de manifiesto en lasituación actual que se vive en Oriente Medio. Ni la pa-labra «paz», ni la palabra «guerra» describen exacta-mente la coyuntura en Irak desde el fin efectivo de laguerra del Golfo -las potencias extranjeras siguenbombardeando el país casi a diario-, o las relacionesentre palestinos e israelíes, o las relaciones entre Israel

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y SUS vecinos Siria y Líbano. Ésta es la desgraciada he-rencia de las guerras mundiales del siglo xx, pero tam-bién de la cada vez más poderosa maquinaria de la pro-paganda de masas que trae consigo la guerra, y de unperíodo de confrontación entre ideologías incompati-bles y apasionadas que impregnaron las guerras de unelemento propio de las cruzadas y comparable al que sedaba en las guerras de religión del pasado. Más y más,el objetivo de estos conflictos, a diferencia de las guerrastradicionales del sistema de potencias internacionales,era algo tan innegociable como la «rendición incon-dicional». Y comoquiera que las partes contemplabanlas guerras y las victorias en términos absolutos, recha-zaban los obstáculos que las convenciones aceptadas delos siglos XVIII y XIX ponían a la posibilidad de victo-ria, incluidas las declaraciones de guerra. Y otro tantosucedía con cualquier limitación sobre la posibilidad deimponer su voluntad. La historia nos muestra que losacuerdos fruto de un tratado de paz se pueden rompercon facilidad.

En los últimos años, la situación se ha complicadomás si cabe con la tendencia en el discurso público aemplear la palabra «guerra» para referirse al desplieguede una fuerza organizada contra actividades naciona-les o internacionales consideradas como contrarias a lasociedad -«la guerra contra la Mafia», por ejemplo,o «la guerra contra los cárteles de la droga»-. Sin em-bargo, no sólo es mucha la distancia que separa la lu-cha por controlar o eliminar estas organizaciones o re-des, incluidos los pequeños grupos terroristas, de lasgrandes operaciones bélicas, sino que este empleo con-funde dos tipos de fuerzas armadas. Uno, que podemosllamar «soldados», se enfrenta a otros ejércitos y tiene

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como propósito su derrota. El otro, llamémoslo «poli-cía», aspira a mantener o a restablecer el grado nece-sario de ley y orden público en el seno de una entidadpolítica ya existente, por lo general un estado. La vic-toria, que no tiene necesariamente una connotaciónmoral, es el fin de una de las fuerzas; la otra debe lle-var ante la justicia a quien ha quebrantado la ley, y estatarea sí que posee una connotación moral. Esta distin-ción es, sin embargo, mucho más fácil en la teoría queen la práctica. En sí mismo, el homicidio que un sol-dado comete en acto de servicio no es delito. Pero ¿y siun miembro del IRA se ve a sí mismo como un soldado,a pesar de ser, según las leyes del Reino Unido, un ase-sino? ¿Eran las operaciones en Irlanda del Norte unaguerra tal y como sostenía el IRA, o un intento por man-tener el orden frente a un grupo de malhechores en unaprovincia del Reino Unido? A la vista de que, duran-te más de treinta años, la movilización contra el IRA noafectó únicamente a un contingente policial numerososino también al ejército, podemos concluir que sí fueuna guerra, aunque siguió un plan sistemático, como side una operación policial se tratara, para minimizar elnúmero de bajas y no perturbar el día a día de la pro-vincia. Al final, se alcanzó una solución negociada, unasolución que, como es habitual, no ha traído consigo demomento la paz; tan sólo la ausencia de enfrentamien-tos. Así de complejas y confusas son las relaciones en-tre guerra y paz al principio de este nuevo siglo. Y nadamejor para ilustrarlo que las operaciones militares enlas que se ven involucrados hoy Estados Unidos y susaliados.

Como ya sucediera durante todo el siglo XX, vivimosen un período marcado por la ausencia total de una auto-

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.ridad global eficaz y capaz de controlar o de resolver losconflictos armados. La globalización ha avanzado encasi todos los aspectos -en el económico, en el tecno-lógico, en el cultural e incluso en ellingiiístico- menosen uno: política y militarmente, los estados territoria-les siguen siendo las únicas autoridades reales. Oficial-mente, existen unos doscientos estados, pero en la prác-tica sólo unos cuantos tienen peso, y de todos ellosEstados Unidos es el más poderoso. Sin embargo, ningúnestado o imperio ha sido lo suficientemente extenso,rico y poderoso para mantener la hegemonía política,y menos aún para alzarse con la supremacía política ymilitar. El mundo es demasiado grande, complicadoy plural. Y no parece factible que Estados Unidos, ni nin-guna otra potencia estatal imaginable, pueda consolidarsu dominio, por más que se lo proponga.

Una sola superpotencia no puede compensar la ausen-cia de autoridades globales, máxime a la vista de la faltade convenciones -sobre desarme internacional, porejemplo, o sobre control armamentístico- lo suficien-temente vinculantes como para que los principales es-tados se sometan a ellas. Existen algunos órganos quesí entran en esta categoría, y el caso más paradigmáticoson las Naciones Unidas, diversos organismos técnicosy financieros como el Fondo Monetario Internacional,el Banco Mundial y la Organización Mundial del Co-mercio, y algunos tribunales internacionales. No obs-tante, todos ellos tienen simplemente el poder que lesotorgan los acuerdos entre estados, el que les brinda elrespaldo de estados poderosos o el que los estados ac-ceden voluntariamente a concederles. Por lamentableque esto sea, nada hace pensar que las cosas vayan acambiar en un futuro próximo.

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Siendo los estados los únicos que ejercen un poderreal, existe el riesgo de que las instituciones internacio-nales se vean despojadas de eficacia o que carezcan delegitimidad universal a la hora de tratar de resolverdelitos como los «crímenes de guerra». Incluso cuandoel acuerdo de todas las partes permita la creación de lostribunales mundiales, como sucedió, por ejemplo, conla Corte Penal Internacional, surgida del Estatuto deRoma de Naciones Unidas del1? de julio de 1998, lasdecisiones de éste no se considerarán necesariamente le-gítimas y vinculantes mientras los estados más podero-sos hagan oídos sordos a sus sentencias. Por el contra-rio, una sociedad formada por varios estados poderosospuede tener la fuerza suficiente para llevar a algunos cri-minales de estados más pequeños ante estos tribunales,frenando tal vez de este modo la crueldad de los con-flictos armados en determinadas zonas. Pero esto no esun ejemplo de ejercicio del derecho internacional, sinode ejercicio tradicional del poder y de la influencia en elseno de un sistema internacional de estados. 1

Hay sin embargo una gran diferencia entre el siglo xxy el siglo XXI: la idea de que la guerra ya no transcurreen un mundo dividido en áreas territoriales bajo la auto-ridad de gobiernos legítimos que están en posesión delmonopolio de los mecanismos del poder público yde la coerción. Nunca lo fue en el caso de los países

1. Otro tanto sucede, por definición, cuando los estadosaceptan individualmente el derecho internacional humanitarioy afirman unilateralmente su derecho a aplicado en sus tribu-nales nacionales a los ciudadanos de otros países, como suce-diera concretamente con los tribunales españoles, con el res-paldo de la Cámara de los Lores británica, en el caso delgeneral Pinochet.

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donde había estallado la revolución, ni en los restos delos imperios en desintegración. No obstante, todavía re-cientemente, y con la única salvedad de China entre1922 y 1949, los nuevos regímenes revolucionarios oposcoloniales no han tardado en afirmarse como esta-dos o regímenes más o menos organizados y que suce-dían al orden anterior.

Aun así, aproximadamente durante los últimos trein-ta años el estado territorial ha perdido, por diferentesmotivos, el monopolio tradicional del ejército, buenaparte de la fuerza y la estabilidad que lo caracterizarony, con una frecuencia cada vez mayor, el sentido fun-damental de legitimidad o cuando menos de aceptaciónque les permitía obligar a ciudadanos obedientes a pa-gar impuestos o a someterse al servicio militar. Los ins-trumentos materiales para la guerra están hoy al alcan-ce de grupos privados, como también los canales parafinanciar una contienda en la que no participen los es-tados. Y todo esto ha provocado un cambio en el equi-librio entre las organizaciones estatales y las no esta-tales.

Los conflictos armados entre estados se han agra-vado, y esta situación puede seguir así durante años sinque se atisbe la menor posibilidad de victoria de uno delos dos bandos o de alcanzar una solución: Cachemira,Angola, Sri Lanka, Chechenia, Colombia ... En casosextremos, como por ejemplo en algunas regiones deÁfrica, el estado prácticamente ha desaparecido; en Co-lombia, ya no controla una parte de su territorio. In-cluso los estados fuertes y consolidados han tenidoproblemas para acabar con grupúsculos armados almargen de la ley, como el IRA en Gran Bretaña o ETAen España. Esta situación presenta, sin embargo, una

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novedad: después de sufrir un atentado terrorista, el es-tado más poderoso del planeta se ha visto en la obli-gación de lanzar una operación contra una pequeña redu organización internacional y no gubernamental quecarece tanto de un espacio territorial como de un ejér-cito propiamente dicho.

¿Cómo afectan estos cambios al equilibrio entre gue-rra y paz en este siglo? Prefiero no aventurarme en pre-dicciones sobre qué conflictos podrían estallar o sobresus posibles resultados. No obstante, tanto la forma delos conflictos armados como las vías de solución hancambiado radicalmente como consecuencia de la trans-formación del sistema mundial de estados soberanos.

La desaparición de la URSSha traído consigo la des-aparición del sistema de superpotencias que rigió las re-laciones internacionales durante casi dos siglos y que,salvo contadas excepciones, permitió mantener bajocontrol hasta cierto punto los conflictos entre estados.Pero su desaparición ha acabado también con una de lasprincipales trabas en las guerras entre estados y en la in-tervención armada de unos en las cuestiones de otros,por cuanto las fuerzas armadas pocas veces se atrevíana cruzar las fronteras de otro país durante la guerra fría.Sin embargo, incluso entonces el sistema internacionalera potencialmente inestable, de resultas de la prolife-ración de pequeños estados y, en algunos casos, suma-mente débiles, que, con todo, habían conseguido ingre-sar en las Naciones Unidas como estados oficialmente«soberanos». La desintegración de la URSSy de los re-gímenes comunistas en Europa no hizo sino acrecentaresta inestabilidad. Las tendencias separatistas de toda ín-dole que ya se han manifestado en estados-nación con-solidados, como Gran Bretaña, España, Bélgicao Italia,

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podrían incluso acentuarse. También se ha multipli-cado la cifra de actores que operan en la escena inter-nacional. En esta situación, no debe sorprendernos quelas guerras transfronterizas y las intervenciones armadashayan aumentado desde que acabara la guerra fría.

¿De qué mecanismos disponemos para controlar yzanjar estos conflictos? La perspectiva no es nada ha-lagiieña. En ninguno de los conflictos armados de losaños noventa se llegó a una solución firme. La pervi-vencia de las instituciones, de los postulados y de la re-tórica de la guerra fría ha mantenido con vida las viejassospechas, ha exacerbado la desintegración poscomu-nista del sudeste europeo y ha complicado más si cabe laposibilidad de alcanzar una solución en la región antañoconocida como Yugoslavia.

Habrá que olvidar todos estos postulados propios dela guerra fría, tanto los ideológicos como los políticos,si nos proponemos dotarnos de herramientas que nospermitan controlar los conflictos armados. También esevidente el fracaso presente y futuro de Estados Unidosen su empeño por imponer un nuevo orden mundial(sea cual sea su naturaleza) por medio de la fuerza uni-lateral, por más que las relaciones de poder le den larazón en el presente y por más que cuente hoy con elrespaldo de una alianza condenada inevitablemente adesaparecer a corto plazo. La coyuntura internacionalseguirá siendo multilateral, y su funcionamiento de-penderá de la capacidad de diferentes entidades de pesopara ponerse de acuerdo entre sí, aun cuando haya unestado que domine militarmente. Hoy sabemos hastaqué punto dependen las acciones militares internacio-nales que decide emprender Estados Unidos de una so-lución negociada con otros estados, y también sabemos

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que la resolución política de las guerras, incluso deaquellas en las que participa Estados Unidos, naceráde la negociación, no de la imposición unilateral. Noparece que, en un futuro próximo, vayan a volver lostiempos en que las guerras terminaban con la rendiciónincondicional de una de las partes.

Asimismo, es preciso replantearse el papel de los or-ganismos internacionales existentes, y especialmenteel de las Naciones Unidas que, siempre presente y lla-mada a intervenir en no pocas ocasiones, carece de unasfunciones claramente delimitadas en la resolución dedisputas, y su estrategia y su proceder están siempre amerced de unos poderes políticos cambiantes. El prin-cipal defecto del. sistema que ha de servir para zanjarcualquier conflicto ha sido hasta la fecha la ausencia deun intermediario internacional realmente neutral y ca-paz de actuar sin necesidad de autorización previa porparte del Consejo de Seguridad.

Desde el fin de la guerra fría, la gestión de la paz yde la guerra ha respondido a un plan improvisado.A lo sumo, como sucediera en los Balcanes, se ha lo-grado detener el conflicto armado con la intervenciónmilitar extranjera y regresar, tras el fin de las hostili-dades, al statu qua gracias a la participación de ejérci-tos de terceros países. Hace años que algunos estadosfuertes empezaron a decantarse, individualmente, poresta suerte de intervención a largo plazo en sus círculosde influencia (Siria en el Líbano, por ejemplo), pero so-lamente han recurrido a ella como forma de acción co-lectiva Estados Unidos y sus aliados, en ocasiones bajolos auspicios de Naciones Unidas, en ocasiones no. Losresultados no han sido, hasta la fecha, satisfactoriospara ninguna de las partes. Estas intervenciones obligan

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a los países a mantener sus tropas indefinidamente, y aun coste desorbitado, en regiones sin ningún interésconcreto y que no les reportan beneficio alguno, de-jándolas a merced de la pasividad de la población ocu-pada, una pasividad que, sin embargo, no siempre sepuede garantizar; asimismo, la organización de unaresistencia armada obliga a sustituir a los pequeños gru-pos de «garantes de la paz» armados por escuadronesmucho más numerosos. Además, los países pobres y dé-biles pueden ver estas intervenciones como un recor-datorio de la época de las colonias y los protectorados,sobre todo cuando buena parte de la economía localpasa a depender sobremanera de las fuerzas de ocupa-ción. Por todo ello, seguimos sin tener la certeza de sies posible deducir de este tipo de intervenciones un mo-delo general para controlar en el futuro los conflictosarmados.

El equilibrio entre guerra y paz en el siglo XXI no de-penderá de la creación de mejores mecanismos de nego-ciación y resolución de conflictos sino de la estabilidaddoméstica y de la capacidad para evitar enfrentamientosmilitares. Salvo contadas excepciones, es poco probableque se repitan las disputas y las fricciones entre losestados ya existentes que desembocaron en el pasadoen conflictos armados. Comparativamente hablando, seha reducido, por ejemplo, el número de disputas entregobiernos por cuestiones fronterizas. Por otro lado, esmás sencillo que aumente la violencia a escala interna:el principal peligro de la guerra estriba en la interven-ción de otros estados o de otros agentes militares.

Los estados con una economía boyante y estable yuna distribución de la riqueza relativamente equitativason menos susceptibles de sufrir un seísmo social y po-

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lítico que aquellos pobres, donde las desigualdades es-tán a la orden del día y cuya economía es todo menosestable. Del mismo modo, la posibilidad de la paz se ve-ría afectada por un aumento drástico de las desigualda-des económicas y sociales, tanto en el seno de los paísescomo entre unos y otros. Evitar o controlar la violenciaarmada dentro del estado depende más que nunca, sinembargo, del poder y de la intervención eficaz de los go-biernos nacionales y de su legitimidad a ojos de la ma-yoría de la población. Hoy ningún gobierno puede darpor sentada la existencia de una población civil desar-mada, ni sigue vigente el grado de orden público que sedio en grandes partes de Europa. Hoy, ningún gobiernopuede pasar por alto o eliminar a las minorías armadasde su territorio. Y aun así el mundo está cada vez másdividido en estados que saben cómo administrar sus te-rritorios y a su población, incluso cuando se enfrenta,como le sucediera al Reino Unido, a décadas de acciónarmada por parte de un enemigo interno; como tam-bién está dividido en un número mayor de territoriosdelimitados por fronteras internacionales reconocidasoficialmente y cuyos gobiernos o bien son débiles y co-rruptos, o simplemente no existen. Estas zonas son elescenario de luchas internas sangrientas y de conflictosinternacionales, como los que hemos visto en ÁfricaCentral. Sin embargo, nada parece indicar que, a cortoplazo, vayan a mejorar las condiciones en estas regio-nes. Todo lo contrario: si los gobiernos de estos paísesinestables se debilitaran aún más, o el mapa político delmundo se sobrebalcanizara, aumentaría el peligro de unconflicto armado.

Podemos aventurarnos a esbozar aquí una previ-sión: en el siglo XXI, la guerra no será tan sangrienta

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es decir, desde la invención de la agricultura sedentaria.y no sabemos hacia dónde nos dirigimos.

He intentado esbozar en mi Historia del siglo xx laslíneas maestras de esta ruptura súbita y drástica en lahistoria universal. En las transformaciones tecnológicasy en los procesos de producción son evidentes. Bastapensar en la velocidad a la que se ha producido una re-volución en el terreno de las comunicaciones que haacabado con las cuestiones de índole temporal yespa-cial. En 2004, internet, sin embargo, apenas tiene diezaños de vida. También he señalado cuatro aspectos so-ciales de esta revolución que inciden en el futuro inter-nacional: el funesto declive y caída del campesinado,que constituyó hasta el siglo XIX el grueso de la huma-nidad y la base del sistema económico; la importanciaque, en consecuencia, ha ido cobrando una sociedadpredominantemente urbana, y sobre todo las megaló-polis con sus millones de habitantes; la sustitución deun mundo basado en la comunicación verbal por unmundo donde la lectura es un hecho universal y en elque hombres y máquinas practican la escritura; y, porúltimo, los cambios en la situación de las mujeres.

El declive y la caída del sector de la población mun-dial dedicado a tareas agrícolas es obvio en el mundodesarrollado. Hoy, la agricultura da empleo al 4 por100 de la población ocupada en los países de la OCDE,y al 2 por 100 en Estados Unidos. Sin embargo, no sóloen esas zonas es evidente. A mediados de los años se-senta, existían todavía en Europa cinco estados dondemás de la mitad de la población ocupada trabajaba eneste sector, once en el continente americano, dieciochoen Asia y era el sector principal en todos los países afri-canos, a excepción de tres: tibia, Túnez y Sudáfrica.

Guerra, paz y hegemonía a comienzos del siglo XXI 43

Hoy, la situación ha dado un vuelco. Por cuestionesprácticas, ya no quedan en Europa o en América paí-ses con más del 50 por 100 de la población dedicada ala agricultura, ni tampoco en el mundo islámico. In-cluso en Pakistán la cifra es inferior al 50 por 100. Enel caso de Turquía, la población dedicada a la agricul-tura ha pasado de tres cuartas partes a un tercio, yal-gunos de los principales baluartes de la economía cam-pesina en el sudeste asiático se han venido abajo: enIndonesia, la proporción ha pasado del 67 por 100 al44 por 100; en Filipinas, del 53 por 100 al37 por 100;en Tailandia, del 82 por 100 al46 por 100; en Mala-sia, del 51 por 100 al 18 por 100. De hecho, si excep-tuamos la mayor parte del África subsahariana, losúnicos bastiones de la sociedad rural-donde más deun 60 por 100 de la población ocupada se dedica a laagricultura- se hallan hoy en las zonas del sudesteasiático antaño en manos de los imperios francés ybritánico: India, Bangladesh, Myanmar y los países dela península indochina. No obstante, dado el ritmocreciente de la industrialización, ¿por cuánto tiempo se-guirá siendo así? A finales de los años sesenta, la po-blación rural suponía la mitad de los habitantes deTaiwán y de Corea del Sur; hoy representa, respectiva-mente, el 8 por 100 y ellO por 100. En pocas décadashabremos dejado de ser lo que fuimos desde nuestraaparición: una especie formada principalmente por ca-zadores, recolectores y productores de alimentos.

También habremos dejado de ser una especie emi-nentemente rural. En 1900,1 solamente el 16 por 100

1. Paul Bairoch, Cities and Economic Development fromthe Dawn of History to the Present, University of ChicagoPress, Chicago, 1988, p. 634.

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de la población del planeta vivía en ciudades. En 1950,esta cifra estaba ligeramente por debajo del 26 por100. Hoy, se sitúa en torno al 48 por 100. En los paí-ses desarrollados y en muchas otras regiones del pla-neta, el campo, incluso en zonas productivas desde elpunto de vista de la agricultura, es un desierto verdedonde apenas tienen presencia los humanos, salvo losque viajan en coche o los que habitan pequeños asen-tamientos, y el viajero sólo se topa con otras personasal llegar a la población más cercana. En este caso, sinembargo, la extrapolación se complica. Es cierto que elgrado de urbanización en los viejos países desarrolladoses considerable, pero no nos encontramos ya ante elmodelo típico de urbanización que se había dado hastahoy, y que consistía en la desesperada huida del campoa lo que podríamos denominar hiperciudades. Las ciu-dades en el mundo desarrollado, incluso las ciudadesque crecen a un ritmo normal, asisten a la suburbani-zación de áreas cada vez mayores que se sitúan alrede-dor del centro o centros originales. Hoy, solamente diezde las cincuenta mayores ciudades del planeta, y única-mente dos de las dieciocho que cuentan con más de diezmillones de habitantes, se hallan en Europa o en Nor-teamérica. A excepción de Oporto, en Portugal, las ciu-dades cuyo ritmo de crecimiento es más elevado y quesuperan el millón de habitantes se encuentran en Asia(20), África (6) y América Latina (5). Dejando de ladootras posibles consecuencias, esta situación supone, es-pecialmente en países con parlamentos o presidentes ele-gidos democráticamente, un cambio drástico en el equi-librio político entre las zonas urbanas con una grandensidad de población y las poblaciones rurales geo-gráficamente repartidas por el territorio de unos estados

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donde casi la mitad de la población vive en la capital,aunque nadie acierta a explicar en qué condiciones.

Poco diré del cambio educativo, pues no es fácil dis-tinguir los efectos sociales y culturales de la alfabetiza-ción general de los efectos sociales y culturales de estarevolución súbita y sin precedentes en los medios de co-municación públicos y privados en la que estamos su-midos. Permítanme tan sólo apuntar un hecho signifi-cativo. Existen en la actualidad veinte países donde másdel 55 por 100 de las franjas de edad afectadas siguencon sus estudios después de la educación secundaria.No obstante, menos en el caso de Corea del Sur, todosestos países pertenecen a Europa (tanto viejos países ca-pitalistas como antiguos países socialistas), Norteamé-rica y Australasia. Capaz de generar capital humano, elviejo mundo desarrollado conserva todavía una ventajasustancial sobre los principales países que se han in-corporado a este escenario en el siglo XXI. ¿Cuánto tar-darán la India y especialmente China en recortar estadistancia?

Quiero referirme aquí únicamente al gran cambio so-cial que se produjo en el siglo pasado, la emancipaciónde la mujer, para hacer una observación que comple-menta lo que acabo de decir. No hay mejor indicadorde la emancipación de la mujer que el hecho de que ha-yan igualado o incluso superado a los hombres en su ni-vel de estudios. ¿Debo apuntar que todavía hay regio-nes del planeta donde, sin embargo, aún están muy pordetrás?

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46 Guerra y paz en el siglo XXI

II

Permítanme que abandone esta panorámica de lastransformaciones sin precedentes que se produjerondurante el último medio siglo para ocuparme de los fac-tores que han influido en la guerra, la paz y el ejerciciodel poder en los albores del siglo XXI. En este sentido,no hay que confundir las pautas generales con reglasaplicables a realidades prácticas. Es obvio, por ejemplo,que a lo largo del siglo xx la población mundial, a ex-cepción del continente americano, dejó de estar mayo-ritariamente gobernada, como si la situación respon-diera a un mandato superior, por príncipes hereditarioso por agentes de potencias extranjeras. Nació una reta-híla de estados técnicamente independientes, cuyos go-biernos, incluidos los regímenes denominados «totalita-rios», reclamaban para sí legitimidad ante el «pueblo» ola «nación» al tiempo que sostenían que habían llegadoal cargo por medio de plebiscitos, procesos electoralesreales o fraudulentos, o por ceremonias públicas perió-dicas en las que participaba la muchedumbre y quesimbolizaban el vínculo existente entre la autoridad y el«pueblo». De un modo u otro, el pueblo dejó de ser unconjunto de súbditos para convertirse en un conjunto deciudadanos que, en el siglo xx, no sólo incluía a los hom-bres, sino también a las mujeres. Sin embargo, ¿cuántonos acerca todo esto a la realidad, incluso hoy, cuan-do muchos gobiernos se han dotado, desde un punto devista técnico, de constituciones inspiradas en el idearioliberal-demócrata y que han sufrido procesos electoralesimpugnados y suspendidos en ocasiones por una juntamilitar que se dice temporal y que, en cambio, ha per-manecido en el poder años y años? No mucho, la verdad.

Guerra, paz y hegemonía a comienzos del siglo XXI 47

No obstante, en buena parte del planeta se advierteuna tendencia general, un cambio en la postura del pro-pio estado territorial independiente, que a lo largo del si-glo xx se convirtió en la unidad política e institucionalbásica bajo la que se agrupaban las personas. En su ho-gar original, en la región noratlántica, se inspiraba en di-ferentes innovaciones originarias de la Revolución fran-cesa. Suyo era el monopolio de los mecanismos delpoder y de los coercitivos: armas, soldados y prisiones;por medio de una autoridad central y de sus agentes, ejer-cía un control cada vez más férreo de lo que sucedía den-tro de sus fronteras, gracias a la creciente capacidad delsistema para recabar información. Aumentó el abanicode sus actividades, así como su impacto en la vida coti-diana de los ciudadanos, y supo movilizar a la poblaciónapelando a su lealtad al estado y a la nación. Esta fasedel desarrollo del estado alcanzó su punto álgido haceunos cuarenta años.

Pensemos en el «estado del bienestar» de la Europa oc-cidental de los años setenta, en el que el «gasto público»,es decir, el porcentaje del PNB destinado a programas pú-blicos y no al consumo privado o a la inversión, apenasestaba entre el 20 Y el 30 por 100 (Economist World).Pensemos, por otro lado, en la predisposición de los ciu-dadanos no sólo a permitir que las autoridades públicascrearan impuestos para incrementar esas cantidades ex-traordinarias sino a alistarse en el ejército para luchary morir «por su país» por millones en las dos guerrasmundiales del siglo pasado. Durante más de dos siglos,y hasta los años setenta, el crecimiento del estado mo-derno fue una constante, y fue ajeno a cuestiones de ideo-logía o de organización política: liberal, socialdemócra-ta, comunista o fascista.

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-

48 Guerra y paz en el siglo XXI

La situación, sin embargo, ha cambiado y la ten-dencia se ha invertido. Vivimos en un mundo econó-mico que se globaliza a una velocidad vertiginosa y quedepende de empresas privadas transnacionales que seeml?eñan en vivir al margen de las leyes estatales y delos Impuestos del estado, lo que limita notablemente lacapacidad de otros gobiernos aún mayores para con-trolar sus propias economías. Gracias a la teología do-minante dellibremercado, los estados han ido dejandoun buen número de sus actividades directas más tra-?icionales -servicios de correos, policía, prisiones emcluso algunos sectores importantes de las fuerzas ar-madas- en manos de contratistas privados que sólopiensan en enriquecerse. Se estima que hoy trabajan enIrak más de treinta mil «contratistas privados» armados.2

Con el desarrollo y el desembarco masivo en todos losrincones del planeta de armamento pequeño y de granprecisión durante la guerra fría, los estados y sus acto-res han perdido el monopolio de las fuerzas armadas.Algunos estados más fuertes y más estables, como GranBretaña, España o la India, han aprendido a vivir durantegrandes períodos sin el miedo a grupos de disidentes ar-mados, indestructibles en la práctica y que, sin embargo,no suponían tampoco una amenaza para el sistema. Pordiferentes motivos, hemos asistido a la rápida desinte-gración de un buen número de estados miembros de lasNaciones Unidas, fruto las más de las veces, aunque no~iemp:e, de la desintegración de los imperios del siglo XX;Impenos cuyos gobiernos nominales eran incapaces deadministrar o de ejercer un control real en buena parte

2. Patrick Radden Keefe, «Iraq, America's Private Armies»New York Review of Books, 12 de agosto de 2004, pp. 48-50:

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del territorio, o sobre la población o sus instituciones. Noolvidemos que persisten movimientos separatistas enviejos estados como Gran Bretaña o España.

Resulta sorprendente, asimismo, la legitimidad cadavez menor de los estados, y el hecho de que se vea conmás reticencia la obligación de dejar en manos de loshabitantes, ya sean ciudadanos o súbditos, el gobiernoy sus leyes. El imperialismo de los siglos XIX y XX no ha-bría sido posible de no haber existido la predisposiciónde grandes segmentos de la población a aceptar comolegítimo cualquier poder estatal efectivamente estable-cido, incluso el de un puñado de extranjeros. Solamenteen aquellas zonas donde esta convicción era inexistente,como Afganistán o el Kurdistán, las potencias extran-jeras no supieron cómo actuar. Sin embargo, tal y comose ve en el caso de Irak, la obediencia natural del pue-blo frente al poder, incluso frente a un poder que de-muestra una superioridad militar abrumadora, es aguapasada, y con ella el retorno de los imperios. Pero nosólo la obediencia de los súbditos está quedando yacomo algo de un pasado más y más remoto; también lade la ciudadanía. Dudo mucho que existan en la actua-lidad estados, a excepción de Estados Unidos, Rusia oChina, que puedan embarcarse en una guerra a gran es-cala con ejércitos de reclutas dispuestos a luchar y a mo-rir «por su país». Pocos estados occidentales puedenconfiar hoy, como hicieran en el pasado la mayoría delos «países desarrollados», en que la población, con lasalvedad de los criminales y otros sectores situados enlos márgenes del orden social, respetará la ley y se com-portará según las reglas del juego. El aumento extraor-dinario, entre otros, de los medios tecnológicos paramantener a los ciudadanos sometidos a una vigilancia

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50 Guerra y paz en el siglo XXI

constante --con cámaras en lugares públicos, escuchastelefónicas, acceso a datos personales y a ordenadores,etc.- no ha mejorado la eficacia del estado ni la de laley en esos países; sí que ha provocado, por el contra-rio, una pérdida de libertad de los ciudadanos.

Todo esto ocurre en una época de una globalizaciónvertiginosa, en una época en la que se han acentuadolas disparidades regionales en el planeta. Porque, pornaturaleza, la globalización da lugar a un crecimientoasimétrico y dispar, y subraya asimismo la contradic-ción entre los ámbitos de la vida contemporánea sujetosa la globalización y a las presiones de la uniformizaciónglobal, como la ciencia, la tecnología, la economía, di-ferentes infraestructuras técnicas y, en menor medida, lasinstituciones culturales, y los que no lo están, como el es-tado y la vida política. La globalización, por ejemplo,trae consigo lógicamente un aumento del flujo de manode obra que emigra de las regiones más pobres a las másricas. Este movimiento, sin embargo, provoca un ciertogrado de tensión social y política en los diferentes esta-dos afectados, en especial en los países ricos del viejoAtlántico Norte, aun siendo, en términos globales, unmovimiento sin importancia: en la actualidad, solamenteel 3 por 100 de la población mundial vive fuera de supaís de nacimiento. A diferencia de lo que sucede con losmovimientos de capitales y de productos y de las comu-nicaciones, los estados y la política han logrado dificul-tar no sin éxito estas emigraciones laborales.

Dejando de lado la terrible desindustrialización quela vieja Unión Soviética y las economías socialistas de laEuropa del Este sufrieron en los años noventa, el des-equilibrio más extraordinario de los que se han derivadode la globalización económica es el desplazamiento del

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centro de gravedad de la economía mundial, que ha pa-sado de la región que limitaba con el Atlántico Nortea diferentes puntos de Asia. Si bien nos hallamos en lasprimeras fases del proceso, no cabe duda de que avanzaa buen ritmo. Nadie puede ya dudar de que el creci-miento de la economía mundial durante los últimos diezaños se debe, en gran medida, a los motores asiáticos,y más concretamente al fabuloso aumento de la produc-ción industrial en China: según los datos de 2003, mien-tras que este indicador era de menos del 0,5 por 100 enEstados Unidos y en Alemania y del 3 por 100 en el restodel mundo, la economía china experimentó un incre-mento del 30 por 100.3 Es evidente que esta situación aúnno ha modificado el peso relativo de Asia y del AtlánticoNorte, por cuanto Estados Unidos, la Unión Europea yJapón representan todavía el 70 por 100 del PNB del pla-neta. Sin embargo, Asia ya deja notar su presencia. En tér-minos de compra de energía, el sur, el sudeste y el esteasiáticos constituyen un mercado casi dos tercios mayorque el de Estados Unidos. Qué efectos tendrá este cam-bio en el peso relativo de la economía norteamericana esla pregunta sobre la que giran las previsiones internaci{}-nales para el siglo XXI, y regresaré a ella más adelante.

III

Permítanme que me detenga ahora en la cuestión de laguerra, la paz y la posibilidad de un orden internacio-

3. El crecimiento en Australia, Francia, Italia, el Reino Uni-do y el Benelux fue negativo. CIA World Factbook, actualizadoa fecha de 19 de octubre de 2004.

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nal en el siglo que empieza. De entrada, la paz mundialparece hoy más factible que en el siglo xx, un siglo mar-cado por una cifra récord de guerras mundiales y porlas muchas formas de morir a gran escala. Aun así, unestudio reciente llevado a cabo en Gran Bretaña y quecomparaba las respuestas que los británicos dieron en2004 a unas preguntas ya formuladas en 1954 apuntaque el miedo a una guerra mundial es hoy mayor queen el pasado.4 Este miedo responde, principalmente, aun hecho cada vez más evidente: vivimos en una épocade conflictos armados mundiales endémicos, guerrasque suelen transcurrir dentro de las fronteras de los es-tados aunque se ven magnificadas por la intervenciónextranjera.5 Si bien el impacto de estos conflictos en lahistoria del siglo xx fue pequeño en términos militares,no podemos decir 10 mismo si nos fijamos en la pobla-ción, la principal víctima de estos enfrentamientos ,que ha pagado, y paga todavía hoy, un elevado precio.Desde la caída del muro de Berlín, nos hallamos denuevo sumidos en una era de genocidios y de trasladosde población masivos y forzosos, tanto en algunas re-giones de África como en el sudeste europeo o en Asia.Se estima que, a finales de 2003, la cifra de refugiadosdentro y fuera de su propio país alcanzó los 38 millo-nes de personas, unos números comparables a la ex-traordinaria cantidad de «personas desplazadas» des-pués de la segunda guerra mundial. Un dato bastará

4. D~ily M~il, Londres, 22 de noviembre de 2004, p. 19.5. Vease Enc Hobsbawm, «War and Peace in the 20th Cen-

tury», en Geir Lundestad y Olaf Njolstad, eds., Proceedings ofthe Nobel Centennial Symposium: War and Peace in the 20thCentury and Beyond, Singapur, 2002, pp. 25-40.

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para ilustrar estas afirmaciones: en 2000, el número demuertos en combate en Birmania se situaba entre lasdoscientas y las quinientas personas; la cifra de «des-plazados internos», fundamentalmente por obra delejército de Myanmar, rondaba el millón.6 Y la guerra deIrak no hace sino confirmar este aspecto. Lo que, segúnlos estándares del siglo xx, podríamos calificar comoque guerras pequeñas provocan unas catástrofes sin pa-rangón.

La guerra típica del siglo xx, la guerra entre estados,ha perdido peso rápidamente. En la actualidad no hayconflictos entre estados, aunque no podemos descartarque vaya a haberlos en distintas regiones de África yAsia, o en aquellas zonas donde la inestabilidad o la co-hesión de los estados existentes se vean amenazadas. Porotro lado, aunque no estamos ante una amenaza inme-diata, no ha desaparecido el riesgo de una gran guerraglobal, fruto probablemente de la reticencia de EstadosUnidos a aceptar la aparición de China como su rival.En ocasiones, incluso, las posibilidades de evitar su es-tallido parecen muy superiores a las que había en 1929para evitar la segunda guerra mundial, si bien convieneno olvidar que la posibilidad de esta guerra seguirá pre-sente en las décadas venideras.

Sin embargo, y aun sin las guerras tradicionales en-tre estados, grandes o pequeñas, pocos son los obser-vadores realistas que auguran que éste será un siglo enel que el mundo vivirá ajeno a la presencia constante de

6. Margarita Sollenberg, ed., States in Armed Conflict 2000,Uppsala 2001; Internal Displacement: A Global Overviewof Trends and Developments in 2003 (http://www.idpproject.org/globaLoverview.htm).

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armas y a los brotes de violencia. Con todo, es nuestrodeber combatir la retórica del miedo irracional de laque se sirven gobiernos como el del presidente Bush oel del primer ministro Blair para justificar unas políti-cas que nos acercan al imperio global. Salvo como me-táfora, no existe una «guerra contra el terror o el te-rrorismo», sino contra un agente político determinadoque recurre a una táctica, no a un programa. El terrorcomo táctica es indiscriminado y moralmente inacep-table, tanto si se amparan en él grupos clandestinoscomo si lo hacen los estados. La Cruz Roja Interna-cional reconoce el aumento de la barbarie en su con-dena a los dos bandos en conflicto en Irak. También hacrecido el miedo a que pequeños grupos terroristas op-ten por la guerra biológica, al tiempo que no parecenpreocupamos tanto los riesgos, mayores e impredeci-bles, que indudablemente se plantearán cuando la ma-nipulación de los procesos vitales, incluida la vida hu-mana, se nos vaya de las manos. Aun así, el peligro realque para la estabilidad mundial o para cualquier estadoconsolidado suponen las actividades de las redes te-rroristas panislámicas a las que Estados Unidos de-claró la guerra global, así como las de la suma de todoslos grupos terroristas que operan en cualquier punto delplaneta, es residual. Aunque han logrado asesinar a mu-chas más personas que sus antecesores -y menos quelos estados-, el riesgo es mínimo desde un punto devista estadístico y su importancia, escasa en términosde agresión militar. A menos que estos grupos puedanhacerse con armas nucleares, una posibilidad que, nopor no ser inmediata, podemos descartar, el terrorismono provocará la histeria, sino la reflexión.

Guerra, paz y hegemonía a comienzos del siglo XXI 55

IV

Con todo, el caos mundial es una realidad, como tam-bién lo es la perspectiva de otro siglo de conflictos ar-mados y de calamidades humanas. ¿Es posible volver auna suerte de control global, como sucedió, a excepciónde un período de treinta años, durante los 175 años quetranscurrieron desde la batalla de Waterloo hasta lacaída de la URSS?La cuestión es hoy mucho más com-plicada, por dos motivos. En primer lugar, las desigual-dades a que ha dado lugar la globalización descontroladadellibremercado, y que han aumentado a un ritmo ex-ponencial, son el caldo de cultivo natural de todo tipo deinestabilidades y agravios. Como se ha observado re-cientemente, «ni siquiera los estamentos militares másavanzados podrían enfrentarse a una crisis total del sis-tema jurídico»,? y la crisis de los estados a la que aludíanteriormente ha hecho de ésta una posibilidad másfactible que en el pasado. En segundo lugar, ya noexiste un sistema de superpotencias internacionalesplurales como el que estuvo vigente y que evitó que,salvo en el catastrófico período comprendido entre1914 y 1945, estallara una guerra total. Este sistemadescansaba en un postulado que se remontaba a los tra-tados que habían logrado acabar con la guerra de losTreinta Años en el siglo XVII: existían en el mundounos estados cuyas relaciones se regían por diversas re-glas, y entre ellas la de no interferir en los asuntos in-ternos del otro, y por una distinción diáfana entre gue-rra y paz. Sin embargo, nada de todo esto es válido en

7. John Steinbrunner y Nancy Gallagher, «An alternativevision of global security», Daedalus, verano de 2004, p. 84.

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56 Guerra y paz en el siglo XXT

la actualidad. Otro de los pilares del sistema era la rea-lidad de un mu.n~odonde con~ivíandiferentespotencias,algo que ya eXISt!aen la reducIda «primera división» deestad~s, apenas un puñado de «grandes potencias» que,a partIr de 1945, se reduciría aún más, hasta quedar sólodos superpotencias. Ninguna de las dos supo impo-nerse de un modo abrumador. Incluso fuera de buenaparte del mundo occidental, la hegemonía regional siem-pre se demostró temporal. Ambas estaban condenadasa. c~nvivir..~l final de la URSS y la sensacional Supe-r~ondad mIlItar de Estados Unidos han puesto fin a esteSIstema de potencias. Es historia. y no sólo eso, sinoque, desde 2002, Estados Unidos se ha dedicado a de-nunciar las obligaciones que el país había Contraído envirtud de los diferentes tratados rubricados y de lasconvenciones que articulaban el sistema internacionalaprove~hándose de una supremaCÍaa la que todo apunt;que sera lar?a en el terreno de la tecnología militar, y quehoy 10 conVIerteen el único estado capaz de nevar a cabouna operación militar de envergadura en cualquier partedel mundo y en un breve lapso de tiempo.

Los ideólogos de Estados Unidos y sus partidariosven en esto el inicio de una nueva era de paz mundialy ,d~ cre~imien.to económico, auspiciado por un mag-naOlmo Impeno global norteamericano, al que equi-vocadamente comparan con la Pax Britannica del Im-perio brit~n~c? del siglo XIX. y digo que se equivocanporque, hIstoncamente, a su alrededor, es decir fuera desus propi~s.territo~ios, los imperios no han traído la pazy la .estabIlIdad. ~I algo ha caracterizado esas regionesha sIdo la ausenCIa de un gran conflicto internacionalque les impidiera emanciparse, como sucediera con elImperio británico. En cuanto a los buenos Propósitos

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de los conquistadores y a los efectos benéficos de supresencia, pertenecen a la esfera de la retórica imperial.En términos morales, los imperios siempre se han jus-tificado a sí mismos, y en ocasiones no sin una ciertasinceridad, tanto cuando afirmaban que llevaban (suversión de) la civilización o la religión a unos pueblossumidos en la ignorancia, como cuando decían llevar(su versión de) la libertad a los oprimidos (por otro im-perio) o, en la actualidad, cuando se presentan como loscampeones de los derechos humanos. Nadie puede ne-gar que los imperios también hayan dado frutos posi-tivos. Sostener que el imperialismo llevó consigo lamodernidad a un mundo atrasado, una afirmación hoysin la menor validez, no era del todo espuria en el si-glo XIX. Defender, sin embargo, que aceleró considera-blemente el crecimiento económico de los territoriosbajo su mando es algo mucho más discutible, cuandomenos fuera de los territorios de ultramar bajo dominioeuropeo, Entre 1820 y 1950, el PIBper cápita medio dedoce estados de la Europa occidental se multiplicó por4,5, mientras ~ue el aume?to q~e ~eexperimentó en laIndia o en EgIpto fue testImomaL En cuanto a la de-mocracia, de todos es sabido que los grandes imperiosno la exportaron; solamente las potencias en crisis hi-cieron concesiones, aunque mínimas.

Con todo, la verdadera cuestión es saber si un pro-yecto sin precedentes en la historia, el del dominio glo-bal por parte de un solo estado, es posible, y si la reco-nocida superioridad militar de Estados Unidos puede no

8. Angus Maddison, L'économie mondiale, 1820-1992. ~na-lyse et Statistiques, OCDE, París, 1995, pp. 20-21. Las cIfrasde Egipto se refieren únicamente al año 1900.

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--58 Guerra y paz en el siglo XXI

sólo implantar este dominio, sino también consolidado.y la respuesta a ambas preguntas es que no. Es cierto quelos imperios se han construido a menudo con la ayudade las armas, pero las armas no bastan para mantener elorden, como nos lo recuerda un viejo dicho que se re-monta a los tiempos napoleónicos: «Puedes hacer loque quieras con una bayoneta, salvo sentarte en ella».y más todavía hoy, cuando incluso la superioridad mi-litar más abrumadora ya no provoca, por sí misma, elconsentimiento tácito. De hecho, la mayoría de los im-perios históricos han ejercido el poder indirectamente, através de las élites indígenas que, a menudo, gobernabanlas instituciones indígenas. Pero, cuando la capacidad deganarse amigos y colaboradores entre los súbditos fa-llaba, necesitaban algo más que las armas. Ni siquiera unmillón de colonos, un ejército de ocupación de 80.000s~ldados y la derrota militar de la insurgencia por me-dIOde la masacre y de la tortura sistemática permitierona los franceses conservar Argelia.

¿Qué sentido tiene, sin embargo, hacerse esta pregun-ta? Y esto me lleva al rompecabezas con el que quieroacabar mi conferencia. ¿Por qué abandonó Estados Uni-dos unas políticas gracias a las que, a partir de 1945,conservó una posición hegemónica en gran parte del pla-neta, a saber, el mundo no comunista y los países que nose habían declarado neutrales? Su capacidad para ejer-cer dicha hegemonía no se fundamentaba en la des-trucción de sus enemigos o en su sometimiento me-diante la aplicación directa de la fuerza militar, sino enel miedo a un suicidio nuclear. La capacidad militar deEstados Unidos tenía peso en términos hegemónico s entanto en cuanto algunos estados lo preferían a otras po-tencias militares, o lo que es lo mismo: durante la gue-

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rra fría, los países europeos que formaban parte de laOTAN deseaban contar con su apoyo militar para con-trarrestar la amenaza de la URSS.

La hegemonía estadounidense durante la segundamitad de siglo no descansó en las bombas sino, econó-micamente, en la sensacional riqueza de Estados Unidosy en el papel preponderante de ese gigante económico enel mundo, especialmente a partir de 1945. Política-mente, lo hacía en el consenso general en los países delrico Norte de que aquellas sociedades eran preferiblesa las que existían bajo los regímenes comunistas. Alládonde no había acuerdo, como en América Latina, elconsenso se materializaba en alianzas con las clases di-rigentes y con unos ejércitos temerosos de una revolu-ción social. Culturalmente, en los atractivos de la prós-pera sociedad de consumo norteamericana, para deleitede sus ciudadanos y que el país que la había inventadoexportaba, y en la conquista mundial de Hollywood.Ideológicamente, Estados Unidos se beneficiaba sin lu-gar a dudas de ser el paradigma de la lucha de la «li-bertad» contra la «tiranía», salvo en aquellas regionesdonde su alianza con los enemigos de la libertad era de-masiado evidente.

Todo esto se mantenía fácilmente al final de la gue-rra fría. ¿Por qué no podían buscar otros países amparoen elliderazgo de la superpotencia que representaba loque muchos otros estados, las principales potenciaseconómicas entregadas a la ideología neoliberal que es-taba ganando terreno en todo el planeta, habían adop-tado, la democracia electoral? Su influencia era ex-traordinaria, como también lo era la de sus ideólogosy sus empresarios. Aunque la economía iba perdiendosu papel central en el mundo y ya no era el agente do-

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minante en el terreno industrial y menos aún desde losaños ochenta, los de las inversiones extranjeras direc-tas/ seguía siendo la de un gigante, y generaba una ri-queza fabulosa. Quienes habían estado al frente de lapolítica imperial habían procurado maquillar la reali-dad de la supremacía de Estados Unidos sobre sus alia-dos, en lo que conformaba una auténtica «coalición delos comulgantes». Sabían que, incluso después de ladesaparición de la URSS, Estados Unidos ya no estabasolo en el mundo. Pero también sabían que la partidaen la que se decidía la suerte del planeta se jugaba conunas cartas que ellos mismos habían repartido y deacuerdo con unas reglas que les favorecían, y que eraimpensable la irrupción de un contrincante con unafuerza y con unos intereses globales comparables. Laprimera guerra del Golfo, que contó con el respaldo deNaciones Unidas y de la comunidad internacional, y lareacción inmediata a los atentados del 11 de septiem-bre pusieron de manifiesto la fortaleza de la posturanorteamericana tras la caída de la Unión Soviética.

Ha sido la política megalómana de Estados Unidosa raíz de los atentados del 11 de septiembre lo que hasocavado, en gran medida, los pilares políticos e ideo-lógicos de su antigua influencia hegemónica, dejando alpaís sin más instrumentos que una fuerza militar real-mente aterradora para consolidar la herencia del perío-do posterior a la guerra fría. No hay lógica alguna enesta situación. Probablemente por vez primera en la his-toria, Estados Unidos, casi internacionalmente aislado,es un país impopular entre la mayoría de los gobiernos

9. En 1980 se situaban en torno del 40 por 100; en el año2000, entre el 22 Yel 25 por 100 (UNCTAD).

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y de los pueblos. Su fuerza militar subraya la debilidadeconómica de una nación cuyo extraordinario déficitcomercial se mantiene por la intervención de unos inver-sores asiáticos cada vez menos interesados, económica-mente, en sostener un dólar renqueante. Pero también su-braya el relativo peso económico del resto de actores: laUnión Europea, Japón, los países del este de Asia e in-cluso las organizaciones que agrupan a los productoresde materias primas del Tercer Mundo. En la OMC, Es-tados Unidos carece hoy de la capacidad de negociarcon los clientes. Tal vez la propia retórica de la agresión,justificada por una sentencia tan improbable como laque habla de las «amenazas contra Estados Unidos», nohaga sino indicar una sensación de inseguridad sobre elfuturo global del país.

Sinceramente, no encuentro sentido alguno a lo queha sucedido en Estados Unidos desde que el 11 de sep-tiembre permitiera que un grupo de locos políticos di-señaran un plan a largo plazo para interpretar total-mente en solitario su propia versión de la supremacíamundial. Y creo que todo esto demuestra que la socie-dad norteamericana vive una crisis que va acentuándosecon el tiempo, y que se advierte en la división culturaly política más profunda que ha vivido el país desde laguerra de Secesión, así como en una división geográficaevidente entre la economía global izada de las dos ori-llas y las vastas extensiones de un interior resentido, en-tre las grandes ciudades, culturalmente abiertas, y elresto. Hoy, un régimen derechista radical se ha pro-puesto movilizar a los «auténticos norteamericanos»para luchar contra una oscura fuerza extranjera y con-tra un mundo que no reconoce el carácter único, la su-perioridad y el destino evidente de Estados Unidos. La

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política global de Estados Unidos se orienta hacia el in-terior del país, no hacia el exterior, por grande y ruinosoque sea su impacto en el resto del mundo. No pretendecrear un imperio o consolidar una posición realmentehegemónica, como tampoco buscaba la doctrina Rums-feld, basada en acciones relámpago contra grupos dé-biles y desorganizados y la posterior retirada de las tro-pas, alcanzar la conquista global. Sin embargo, no poreso deja de ser peligrosa. Todo lo contrario. Como yahemos comprobado, provoca enfrentamiento s impre-decibles e inestabilidad, y sus consecuencias, que esca-pan de cualquier previsión, son casi siempre desastrosas.En la actualidad, el mayor peligro de la guerra nace delas ambiciones globales de un gobierno en Washingtonque es incontrolable y aparentemente irracional.

¿Cómo hemos de adaptarnos para vivir en un mundopeligroso, inestable y explosivo, un mundo que des-cansa sobre unas placas tectónicas sociales y políticas,nacionales e internacionales cambiantes? Si ahora mehallase en Londres, advertiría a los pensadores libera-les de Occidente, por indignados que estuvieran por lasvulneraciones contra los derechos humanos en otraspartes del planeta, de que no se dejaran engañar y queno creyeran que la intervención militar norteameri-cana en el extranjero compartía sus motivos o podíadar los resultados deseados. En Nueva Delhi no será ne-cesario decir algo así. En cuanto a los gobiernos, lo me-jor que pueden hacer el resto de estados es demostrarel aislamiento, y por extensión los límites, del podermundial real de Estados Unidos, negándose, firme perodecididamente, a formar parte de cualquier iniciativaque venga de Washington y que pueda llevar a una ac-ción militar, sobre todo en Oriente Medio y en el este

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del continente asiático. La principal tarea de la políticainternacional, y también la más urgente, es brindar aEstados Unidos la oportunidad de abandonar su pos-tura megalómana para regresar a una política exteriorracional. Porque, nos guste o no, Estados Unidos se-guirá siendo una superpotencia, una potencia imperial,incluso en una etapa de declive económico relativo evi-dente. Confiemos, sin embargo, en que sea una poten-cia menos peligrosa.