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Gustos cholos de Cochabamba 1 : las contradicciones no dialécticas de un estilo de vida Mauricio Sánchez Patzy [email protected] Resumen En este ensayo, analizo un caso de lo que llamo los “gustos cholos” en la ciudad de Cochabamba, Bolivia: la arquitectura “chola”, es decir, aquella que posee una estética nueva y extravagante, fruto del ascenso social de un estamento social emergente, que se caracteriza al mismo tiempo por tener un origen cultural indígena, pero al mismo tiempo posee un estilo de vida que se diferencia claramente de las lógicas culturales nativas, pero también del “buen gusto” de los estamentos criollos o de clase media. Es lo que se conoce en Bolivia, desde hace varios siglos, como lo “cholo”, es decir, el resultado cultural del ascenso social de grupos y personas de origen indígena, ascenso que no se ampara en la conquista de una educación que refina los gustos, si no básicamente en el éxito económico (casi siempre familiar) y en la ostentación de símbolos de prestigio. Para este cometido, realizaré una caracterización de los procesos recientes de la profusión de edificios y casas-mansiones, especialmente en los barrios populares de la ciudad, que se distinguen por su ornamentación y colorido, y por la aplicación agresiva de diversos tipos de elementos arquitectónicos, no necesariamente armónicos entre sí. Para muchos integrantes de las clases medias educadas (o “medio educadas”), se trata de una “estética del mal gusto”, aunque para sus propietarios importa más el impacto visual que proporcionan y su simbología de poder familiar, una suerte de geosímbolos 2 urbanos que escenifican las conquistas de sus dueños y habitantes: una vitrina chola de su poderío económico y de su capital simbólico. En última instancia, la ciudad termina convirtiéndose en un campo de batalla simbólico, donde los gustos y estilos de vida cholos compiten con los gustos y estilos de vida “no cholos”, es decir, aquellos que buscan una relativa “modernidad” y occidentalización como marca de distinción. Por otra parte, centraré parte de mi análisis en la obra del exitoso arquitecto cochabambino Martín Pérez, para profundizar en las lógicas mestizas que subyacen a estas construcciones. El análisis retoma el concepto de cholificación planteado en el Perú por autores como Borricaud, Quijano o Nugent, y propone aplicar el concepto de “contradicciones no dialécticas” del crítico literario peruano Antonio Cornejo Polar, como una vena sugestiva para la comprensión de los fenómenos culturales, políticos y sociales de la emergencia chola en Bolivia. Contradicciones no dialécticas de un estilo de 1 Inicialmente la ponencia fue concebida como el estudio de dos casos: la decoración de micros y la arquitectura chola en Cochabamba. Sin embargo y por razones de exposición, he preferido dividir el estudio en dos partes, una primera sobre la arquitectura chola, y una segunda sobre los micros cholos. La presente ponencia corresponde, entonces, a la primera parte de un estudio de mayor aliento. 2 Geosímbolo es un concepto de la geografía cultural acuñado por Joël Bonnemaison (1981), quien lo define como “un lugar, un itinerario, una extensión que, por razones religiosas, políticas o culturales toma en los ojos de ciertos pueblos o grupos étnicos, una dimensión simbólica que los complace en su identidad” (:256) (en francés en el original). Es un concepto muy próximo al de lugar alto, que se define como “un lugar, localizado (en la realidad o en el mito) y nombrado” (Clerc 2004:1). Asimismo, es alto, porque está “alto en la escala de los valores” (ídem). Si bien se materializa en una forma natural (una montaña, una colina, etc.), puede ser edificado, erigido. Por eso “está organizado alrededor de un hito espacial –un edificio, una cima, una estatua—, porque la forma, tal vez simplemente la silueta, es un elemento de identificación esencial. A diferencia de la memoria, el lugar alto encierra una connotación positiva, y contrariamente al lugar trivial, porque debe distinguirse y distinguir a una comunidad, el lugar alto es frecuentemente un lugar elevado” (ibíd.). Si bien Cochabamba tiene geosímbolos como el Tunari, la colina de San Pedro o la colina de la Coronilla, existen ciertos edificios nuevos que funcionan como hitos geográficos y culturales.

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Gustos cholos de Cochabamba1: las contradicciones no dialécticas de un estilo de vida

Mauricio Sánchez Patzy [email protected]

Resumen

En este ensayo, analizo un caso de lo que llamo los “gustos cholos” en la ciudad de Cochabamba, Bolivia: la arquitectura “chola”, es decir, aquella que posee una estética nueva y extravagante, fruto del ascenso social de un estamento social emergente, que se caracteriza al mismo tiempo por tener un origen cultural indígena, pero al mismo tiempo posee un estilo de vida que se diferencia claramente de las lógicas culturales nativas, pero también del “buen gusto” de los estamentos criollos o de clase media. Es lo que se conoce en Bolivia, desde hace varios siglos, como lo “cholo”, es decir, el resultado cultural del ascenso social de grupos y personas de origen indígena, ascenso que no se ampara en la conquista de una educación que refina los gustos, si no básicamente en el éxito económico (casi siempre familiar) y en la ostentación de símbolos de prestigio.

Para este cometido, realizaré una caracterización de los procesos recientes de la profusión de edificios y casas-mansiones, especialmente en los barrios populares de la ciudad, que se distinguen por su ornamentación y colorido, y por la aplicación agresiva de diversos tipos de elementos arquitectónicos, no necesariamente armónicos entre sí. Para muchos integrantes de las clases medias educadas (o “medio educadas”), se trata de una “estética del mal gusto”, aunque para sus propietarios importa más el impacto visual que proporcionan y su simbología de poder familiar, una suerte de geosímbolos2 urbanos que escenifican las conquistas de sus dueños y habitantes: una vitrina chola de su poderío económico y de su capital simbólico. En última instancia, la ciudad termina convirtiéndose en un campo de batalla simbólico, donde los gustos y estilos de vida cholos compiten con los gustos y estilos de vida “no cholos”, es decir, aquellos que buscan una relativa “modernidad” y occidentalización como marca de distinción.

Por otra parte, centraré parte de mi análisis en la obra del exitoso arquitecto cochabambino Martín Pérez, para profundizar en las lógicas mestizas que subyacen a estas construcciones. El análisis retoma el concepto de cholificación planteado en el Perú por autores como Borricaud, Quijano o Nugent, y propone aplicar el concepto de “contradicciones no dialécticas” del crítico literario peruano Antonio Cornejo Polar, como una vena sugestiva para la comprensión de los fenómenos culturales, políticos y sociales de la emergencia chola en Bolivia. Contradicciones no dialécticas de un estilo de

1 Inicialmente la ponencia fue concebida como el estudio de dos casos: la decoración de micros y la arquitectura chola en Cochabamba. Sin embargo y por razones de exposición, he preferido dividir el estudio en dos partes, una primera sobre la arquitectura chola, y una segunda sobre los micros cholos. La presente ponencia corresponde, entonces, a la primera parte de un estudio de mayor aliento. 2 Geosímbolo es un concepto de la geografía cultural acuñado por Joël Bonnemaison (1981), quien lo define como “un lugar, un itinerario, una extensión que, por razones religiosas, políticas o culturales toma en los ojos de ciertos pueblos o grupos étnicos, una dimensión simbólica que los complace en su identidad” (:256) (en francés en el original). Es un concepto muy próximo al de lugar alto, que se define como “un lugar, localizado (en la realidad o en el mito) y nombrado” (Clerc 2004:1). Asimismo, es alto, porque está “alto en la escala de los valores” (ídem). Si bien se materializa en una forma natural (una montaña, una colina, etc.), puede ser edificado, erigido. Por eso “está organizado alrededor de un hito espacial –un edificio, una cima, una estatua—, porque la forma, tal vez simplemente la silueta, es un elemento de identificación esencial. A diferencia de la memoria, el lugar alto encierra una connotación positiva, y contrariamente al lugar trivial, porque debe distinguirse y distinguir a una comunidad, el lugar alto es frecuentemente un lugar elevado” (ibíd.). Si bien Cochabamba tiene geosímbolos como el Tunari, la colina de San Pedro o la colina de la Coronilla, existen ciertos edificios nuevos que funcionan como hitos geográficos y culturales.

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vida que generan, al mismo tiempo, una profusión estética, pero también una irresoluble conflictividad social y humana. La arquitectura chola de Cochabamba

Cochabamba, como otras ciudades bolivianas, puede definirse como una ciudad doble, o una “sociedad escindida”, al decir de José Luis Romero (2001), lo que se aumentó después de 1952 y la revolución nacionalista boliviana. Por una parte, está la construida, desde el siglo XVI, por los habitantes españoles, luego criollos y luego europeos inmigrantes; por otra parte, está la ciudad mestiza o chola. Si la arquitectura, la distribución de las calles, las casas, los edificios, los mercados y las plazas están desplegados según patrones modernos de organización espacial, no es menos cierto que las formas de habitar la ciudad son múltiples, pero por lo menos tienen dos patrones básicos. Una forma de habitar podría compararse, con fortuna, con una suerte de estándar moderno de ser urbanita: calles para los autos, aceras para los peatones, casas y edificios construidos según los estilos arquitectónicos de moda, áreas verdes, centros comerciales, escuelas, servicios y equipamientos urbanos: teléfonos públicos, basureros, escaños, postes de alumbrado público, etc. Otro patrón, sin embargo, sale casi por completo de las lógicas contemporáneas de la ciudad. Se trata de enormes contingentes de personas que instalan sus puestos de venta en mercados, plazas y calles; que pueden sentarse en las aceras y acomodarse para vender todo tipo de mercancías; que inundan las calzadas con automóviles de transporte público; que no se preocupan por la limpieza de la ciudad y que tiran sus desechos en cualquier lugar, y que, además, cuando logran enriquecerse, construyen impresionantes casas y edificios de un gusto muy peculiar y difícil de definir.

Figura 1

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Antes de seguir, quiero aclarar que no defiendo una idea maniquea de los comportamientos ciudadanos, como ha sido común en el pensamiento ilustrado boliviano, según la cual existirían dos tipos de habitantes de la ciudad: los civilizados y los bárbaros, o los blancos y los indios, por así decirlo3. Las cosas son mucho más complejas, pero para simplificar, imaginaré a Cochabamba como habitada por dos tipos básicos de personas: los criollos/mestizos y los cholos. Así, al visitante le puede llamar la atención el observar cómo, espacial y visualmente, en la ciudad conviven dos maneras de instalarse. Y si el forastero podría sentir que la ciudad “moderna” o criolla no tiene mayor novedad y que se asemeja en mucho a las ciudades estándar que en el mundo hay, no puede por lo menos que interrogarse por qué, además, encuentra otra ciudad peculiar, pintoresca o “étnica”, “indígena, “nacional” o con color local. Y claro, uno podría preguntarse por qué se construye así, qué clase de gusto es ése que se exhibe ante sus ojos (como puede verse en las figuras 1, 2 y 3). Figura 2

Se trata de una arquitectura difícil de nombrar. Veamos algunas propuestas para designarla en el caso de La Paz: “Chola, posmoderna andina, emergente, cohetillo, híbrida, fusión, ecléctica, barroco contemporáneo… Los nombres con los que se ha tratado de bautizar el nuevo estilo arquitectónico cada vez más presente en El Alto y La Paz [aunque también Cochabamba] son tan variados y variopintos como los colores, adornos y vidrios que cubren las paredes de estos edificios” (Candela 2012a [en línea]). El arquitecto David Vila, interesado en este tipo de construcciones, se pregunta si es

3 En realidad, en Bolivia las cosas nunca son tan simples. Podrían nombrarse a estos dos tipos de ciudadanos como mestizos y cholos, por ejemplo, donde los primeros son más occidentales, mientras que los segundos son más indios o indígenas. Pero también se puede diferenciar entre campesinos y citadinos, o entre campesinos y “personas normales”, simplemente, De un lado estarían los provincianos, collas, aimaras, laris, “camporrunas”, “chojchos”, “chujchacos”, comerciantes, ambulantes, transportistas, chotas, birlochas y muchas otras categorías, y del otro lado, “gente bien”, “gente decente”, “gente normal”, ciudadanos, gentes de buena familia, etc. Como puede verse, las complejidades enclasantes bolivianas escapan con mucho de lo que puedo plantear aquí.

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¿Arquitectura popular paceña [cochabambina]? ¿Arquitectura emergente? ¿Arquitectura “chola”? ¿Arquitectura con una nueva estética? ¿Arquitectura híbrida? ¿Arquitectura fusión? ¿Arquitectura ecléctica? ¿Arquitectura barroca contemporánea? ¿Arquitectura espontánea? ¿Arquitectura sin arquitectos? ¿Arquitectura como expresión cultural? ¿Arquitectura donde el cliente tiene la razón? ¿Arquitectura insurgente? ¿Arquitectura atípica o típica? ¿Arquitectura estilo cohetillo? (Vila Fonseca 2012).

La idea de “arquitectura cohetillo”, por ejemplo, es una ocurrencia del arquitecto paceño Carlos Villagómez, en el sentido de ser explosiva como un petardo. Villagómez había escuchado usar esta expresión a uno de sus clientes que quería que le construya un edificio parecido a un cohetillo, en el sentido de tener “toda la apariencia, vivacidad y delirio que hay en los salones de fiesta” (Villagómez en Candela 2012b). En efecto, este tipo de salones (en la figura 3 se puede ver un ejemplo cochabambino) se han vuelto muy populares en ciudades como La Paz y El Alto, y el nivel de decoración recargada y bizarra suele ser exagerado, adecuada al gusto de los propietarios y los que alquilan estos salones: espacios de fantasía extrema como escenario presuntuoso para realizar matrimonios, prestes, bautizos, quince años y todo tipo de eventos sociales de la población chola. Figura 3

De otra parte en la ciudad de Cochabamba, el arquitecto e historiador Humberto Solares opina que estas construcciones son expresiones de una “arquitectura birlocha”, en el sentido boliviano de la palabra, que se usa para designar a aquellas cholas jóvenes que renunciaron a la pollera tradicional y se empiezan a vestir con pantalones como las jóvenes no cholas. En todos los casos, se trata de nombrar un fenómeno imparable en aquellas ciudades y zonas rurales de Bolivia, donde un sector de la población está viviendo un evidente ascenso social y económico, y que decide, casi siempre como una

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empresa familiar, el construir casas, mansiones o edificios que ostenten su movilidad social ascendente, su éxito en los negocios y su rápido enriquecimiento. Quiero apuntar que yo prefiero el término “arquitectura chola” (aunque también “birlocha”) de las otras expresiones, porque considero que refleja mejor que ninguna otra aquellas transformaciones culturales que experimentan las personas de origen indígena, pero que desarrollan complejas estrategias de acomodo y ascenso social, desde las últimas décadas del siglo XVI hasta el día de hoy. También prefiero esta expresión porque, aunque teñida de prejuicios para muchos, es la que mejor revela el espesor cultural de las categorías humanas y los sentidos a ellas atribuidas en Bolivia. Evitar emplear el término ‘cholo’, es caer en falsas conciencias y búsquedas de objetividad, y entrar en el reino del eufemismo y la hipocresía interesada. En Cochabamba, pero también en el resto de Bolivia, el vocablo se sigue usando, especialmente es su forma femenina diminutiva ‘cholita’. Sin embargo, en tiempo de lo políticamente correcto, y aún más, cuando el Estado plurinacional reivindica agresivamente lo “indígena originario” (aunque esta expresión sea tautológica) en contra de lo mestizo mientras criminaliza el uso del concepto ‘cholo’, parece para muchos equivocado hablar de personas cholas y de fenómenos cholos. Sin embargo, decir las cosas como la gente las sigue entendiendo, como continúa funcionando en los imaginarios y en los sistemas de clasificación humana, no es eludir el problema, sino enfrentarlo para conocerlo mejor. Acerca de la cholificación de los gustos

Aunque no fue el único, uno de los primeros en usar el término “cholificación” fue el investigador francés Bourricaud (1967). Para él, en Puno estaban ocurriendo transformaciones importantes a mediados del siglo XX. La llegada de los inmigrantes campesinos a la ciudad, y las estrategias de ascenso social (por ejemplo, la adquisición de camiones y el convertirse el campesino en camionero), podrían cambiar para siempre el aspecto de la ciudad y las estrategias de movilidad social de los indígenas andinos. Fernando Fuenzalida mencionaba que los primeros en hablar de cholificación en el Perú fueron Escobar y Schaedel (1959), y luego Fried, Quijano, Bourricaud y Pitt-Rivers (cf. Fuenzalida 1970: 77). El cholo, para ellos, era el indígena desarraigado de la comunidad que salía a realizar trabajos estacionales, servidumbre en las ciudades o se iba al servicio militar obligatorio (ibíd.): “Se afinca en las ciudades o retorna a su pueblo con un status aumentado. Pero donde quiera que se encuentre, se diferencia del indígena por su rol ocupacional: es un minero, obrero de fábrica, chofer, pequeño comerciante, artesano, albañil, mozo, sirviente, o peón agrícola. También por el tipo de cultura en la que participa: es bilingüe con predominio del quechua, viste traje semioccidental, ha estudiado primaria elemental y hace empleo incipiente de artefactos modernos. Su movilidad geográfica es intensa. Es agresivo frente al mestizo y el criollo, individualista e inestable” (ibíd.: 77-78). El proceso de cholificación sería, así,

aquel por el cual determinadas capas de la población indígena campesina, van abandonando algunos de los elementos de la cultura indígena, adoptando algunos de los que tipifican la criolla y elaborando con ellos, una cultura nueva que se diferencia al mismo tiempo de las culturas del misti y del indígena, sin perder por eso su vinculación original con ellas. El cholo, que es el protagonista del proceso, constituye un estrato social intermedio entre ellos dos, que ha entrado en una fase de grupualización y comienza a adquirir conciencia de su condición aparte (Fuenzalida 1970:78).

Si bien Fuenzalida critica la idea de que la cholificación sea una cultura aparte, y añade que sólo existe cholificación de la sociedad como alarma de las clases dominantes que contemplan con espanto cómo las nuevas clases ascendentes ponen en peligro sus propios privilegios, considero que podemos

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considerar aún hoy en día que una sociedad como la boliviana vive un proceso de cholificación patente, más que de indigenización o de occidentalización, y que esto parece ser, cada vez más, una cultura con sus propias reglas, valores y lógicas.

Podemos considerar la cholificación como el camino de ascenso social, a la vez acomodaticio y simbólico, de los mestizos indígenas conocidos como “cholos”, correspondiente al también llamado proceso de mestizaje que los historiadores han identificado en los valles cochabambinos. No obstante señalar los procesos sociales y demográficos del paso del estatus de indio tributario al de mestizo, los historiadores casi no han hecho mención al problema simbólico, cultural e imaginario de estas mutaciones. Por ejemplo, se ha prestado poca atención al hecho de que, en Cochabamba, una enorme cantidad de artefactos culturales expresan la idea del acholamiento o encholamiento. De manera análoga, Aníbal Quijano en su monografía de 1964: “La emergencia del grupo cholo y sus implicancias en la sociedad peruana”, propuso la categoría de la “cholificación” de la sociedad peruana. Según Quijano, sociedades como la peruana deberían de calificarse como “de transición”, ya que no existen propiamente procesos de modernización en estas sociedades, habida cuenta de que no se ha formado una matriz cultural común a todos sus habitantes, y esto genera una extrema conflictividad entre valores y universos culturales coexistentes (cf. Pajuelo Teves 2002:226). Quijano identificaba el “proceso de cholificación” como una tendencia hacia la constitución de una cultura mestiza original en el Perú, pues lo cholo ya no era sólo una etapa de la “aculturación”, sino que se desarrollaba “en gran parte siguiendo una tendencia a la formación de una estructura cultural distinta de las que están en conflicto” (Quijano citado en Pajuelo Teves 2002:227). Así, una nueva vertiente cultural se instalaba, e incluso se gestaba, a partir de la cholificación, una cultura nacional peruana (ibíd.). Es significativo comparar la noción de cholificación con el caso boliviano y específicamente, con el cochabambino.

Figura 4

En las ciencias sociales bolivianas no ha surgido un concepto parecido, tal vez porque el término ‘cholo’ tiene un sentido despreciativo mayor que en el Perú, o por lo menos más difícil de admitir públicamente. A pesar de esto, las transformaciones urbanas de los años 50 y la revolución

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nacional de 1952 provocaron fenómenos de ascenso social entre las capas mestizas indígenas de la población con inusitada fuerza. Al pasar a ser pequeños propietarios de tierras y de camiones, muchos campesinos vinculados al MNR empezaron a inmigrar a las ciudades, y, si bien la mayoría se instalaba en las ciudades en condiciones precarias, muchos empezaron a enriquecerse, especialmente a través de actividades de intermediación económica: el rescate de productos agrícolas para venderlos a mejor precio en los mercados urbanos, el transporte, el contrabando y el comercio en general. Muchas familias que al principio llegaban del campo y de provincias sin muchos recursos económicos, poco a poco lograban una mejor situación social y financiera, y este ascenso empezaba a manifestarse a través de algunas posesiones privilegiadas: el camión, la góndola o colectivo, el puesto de venta, y claro, la casa. Ya en los años 60 y 70, estos inmigrantes empiezan a construir edificios en las barriadas, cambiando su aspecto: de ser caseríos de construcciones de adobe y techos de teja o paja de no más de dos pisos, aparecieron edificios de ladrillo de varios pisos, muchas veces para alquilar como viviendas u oficinas, y cuyas plantas casi siempre se destinaban para locales comerciales. La cultura del comercio se adueñaba de las calles y avenidas de las zonas populares; y en estos hervideros de gente, la manera de estar, de equipar y embellecer el entorno no se parecía a las formas tradicionales ni de los campesinos ni de las familias de antigua pertenencia urbana. Se trataba, entonces, de nuevos gustos, de nuevas estéticas de hacer ciudad: los gustos cholificados, es decir, fruto del cruce entre las lógicas tradicionales andinas con una idea peculiar de la modernidad. A esto suele llamársele el acholamiento, aunque el énfasis en esta expresión está puesto en las transformaciones psicológicas de los campesinos indígenas en ascenso social, a diferencia del concepto peruano de cholificación, que se refiere más bien a las transformaciones de la sociedad en su conjunto, al cambio cultural que el acholamiento produce.

Figura 5

Si Cochabamba se caracteriza por algo es, precisamente, por la precocidad de sus procesos de

acholamiento y de cholificación. Es decir que en Cochabamba ya existía una cultura cholificada desde el siglo XVI, con sus propios patrones de civilización y conducta, por ser una región de temprano mestizaje y acceso a la lógica del mercado (cf. Solares 1990; Quispe 2010a, 2010b). Así, estudiar los

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procesos de cholificación y de acholamiento en Cochabamba, sus dispositivos habituales, sus formas expresivas, sus mecanismos imaginarios y sus tácticas y estrategias de poder, acomodo y resistencia, puede ofrecer hallazgos para el conocimiento social de las dinámicas socioculturales de Bolivia, ya que Cochabamba es, por antonomasia, la tierra del acholamiento como cultura fundacional. La presencia incontestable del mercado popular/cholo como centro de actividades económicas, sociales y culturales de la ciudad, es una prueba de esto: Cochabamba no puede entenderse sin su gran mercado, llamado la Cancha4, que marca la ciudad no sólo económicamente, sino que produce una cultura propia, y junto a ella, una estética popular (figuras 4 y 5).

El problema es definir lo que sin embargo salta a la vista: la arquitectura chola, en este sentido, aparece como una prueba visible y espacial de que existe una lógica de habitar la ciudad y unos gustos que no pueden considerarse ni modernos, ni tradicionales indígenas. Este tipo de construcciones, que ostentan los gustos estrambóticos de sus dueños y su afán por ser reconocidos y honrados por los demás, revelan también que detrás de los gustos cholos permanece una cuestión crucial de la sociedad altoperuana desde tiempos virreinales: la búsqueda del honor a través del reconocimiento público, a través del culto a las apariencias. Así, tanto la forma de vestirse chola, como la decoración de los automóviles y puestos de venta, como las casas y edificios de los sectores en ascenso social y económico, revelan que las estéticas cholas son algo más que una particularidad folklórica, una señal idiosincrásica o un valor de identidad: son manifestación del conflicto que surge cuando las personas se imaginan a sí mismas como buscando el sueño del reconocimiento ajeno, cuando dependen, para ser, del qué dirán los demás. Lógicas y gustos de habitar Como sostuve líneas atrás, como “topología social” básica, en Cochabamba conviven dos formas características de habitar: por una parte, la forma criolla/mestiza, basada en la reproducción de gustos internacionales de maneras más o menos adaptadas a las pautas culturales locales, y que busca la distinción a través de mostrar un cierto buen gusto, contemporáneo y chic, y la forma chola, que adapta también los símbolos materiales de la ostentación occidental, pero que elabora su estética a partir de los gustos de los pares y la manera en que se los ostenta, es decir, se trata de un gusto basado en el “miramiento”5, en el qué dirán las relaciones sociales cercanas, un gusto que muchos consideran como “típico” o “étnico”, pero que en realidad es expresión de las interpretaciones locales de los gustos internacionales centradas en las opiniones e interdependencias sociales del entorno inmediato. En ambos casos la opinión de los demás es importante, pero, mientras que en la forma criolla/mestiza la búsqueda de reconocimiento estriba más bien en la ostentación de gustos orientados hacia “lo ligero, lo fino, lo refinado” (como señala Bourdieu para el caso de los consumos alimenticios, 1988:185), la forma chola es vista por los sectores de relativa mayor educación formal, como un gusto de “lo pesado, 4 En este sentido, leamos lo que explica una página web de turismo: “Cochabamba cuenta con el mayor mercado al aire libre de Sudamérica, se llama La Cancha y atiende los siete días de la semana, aunque es durante los días de mercado (miércoles y sábado) que prácticamente revienta con comercio local. Además perviven distintas ferias zonales donde aún se practica ocasionalmente el trueque” (Bolivientura.com 2010). 5 Si el DRAE reconoce que ‘miramiento’ tiene dos acepciones y que significa: “Acción de mirar, atender o considerar algo. // Respeto, atención y circunspección que se observan al ejecutar una acción o se guardan a una persona” (Diccionario de la lengua española, vigésimo segunda edición, 2001 [en línea]), en Bolivia este sustantivo tiene otra acepción, que más o menos se puede definir como el acto de observar a los otros con la intención de criticarlos. No es, entonces, un acto de respeto y consideración, sino todo lo contrario. En este sentido, es un término muy vinculado a la noción de envidia, pero también de maledicencia. El miramiento es, entonces, un “mal mirar”, tanto como la maledicencia es un “mal decir”. En ambos casos, opera la envidia, en el sentido de ser la “tristeza o pesar del bien ajeno” (Diccionario de la lengua española, ibíd.) como motor de las elecciones y de los gustos personales y familiares.

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de lo graso, de lo grosero” (ibíd.). Para los sectores populares o cholos, sus propios consumos, claro, no son ni groseros ni de mal gusto; se basan, en todo caso, en la urgencia de expresar su propia manera de querer ser reconocidos, su propia manera de ingresar en el juego de los capitales simbólicos, su propia manera de buscar refinamiento y finura.

De otra parte, en el caso cochabambino no se da una diferencia como la planteada por Bourdieu para el caso francés, entre “dos visiones antagónicas del mundo, dos mundos, dos representaciones de la excelencia humana” (Bourdieu 1988:198). Según esto, una de estas visiones (la de las clases dominantes) afirma sus gustos en las apariencias: las cosas bellas, los oropeles, “las hipocresías, las maneras y los modales”, que, según el sociólogo, son “sospechosos siempre de no ser otra cosa que un sustitutivo de la substancia, esto es, de la sinceridad, del sentimiento, de lo que se siente y se expresa mediante los actos” (ibíd.). La visión popular del mundo, en cambio, instala sus gustos en las substancias, el valor de las cosas en sí y no en sus simbolismos, un “realismo popular” que llevaría “a reducir las prácticas a la verdad de su función, a hacer lo que se hace, a ser lo que se es” (íd.). Esta pugna entre apariencia y formalismo contra substancia y funcionalismo que Bourdieu encuentra entre los gustos de las clases altas y los gustos de las clases bajas, no puede aplicarse sin más para el caso cochabambino, como sin embargo se suele hacer6. En una sociedad como la boliviana, amplios sectores de las clases populares también se preocupan por las apariencias y los formalismos, e incluso no existen por fuera de la ostentación y los consumos suntuosos. De esa manera, en el caso de la sociedad boliviana resulta más productivo retomar el pensamiento de Norbert Elías (2012), en el sentido de que en Bolivia priman las apariencias, las ceremonias y la intriga como ejes del relacionamiento social, y esto es evidente en los sectores populares, o incluso más, es consustancial con las formas cholas de habitar las ciudades. Analicemos este punto con más detenimiento.

En una parte de su notable estudio sobre la sociedad cortesana (2012 [1969]), Elías compara las sociedades europeas contemporáneas con la sociedad cortesana. Mientras en aquéllas la existencia social se basa en las oportunidades monetarias y las funciones profesionales, lo que permite mantener relaciones sociales “encubiertas de un modo relativamente poco demostrativo, o, al menos, en la ambigüedad” (Elias 2012:126), y esto a su vez posibilita que las capas sociales menos favorecidas tengan más poder. Sin embargo, señala Elias que en la antigua sociedad cortesana esto no era así, ya que allí donde “la realidad social radica precisamente en el rango y el prestigio que concedía a un hombre la propia sociedad y, en la cumbre de ésta, el rey; donde un hombre que, en la opinión social, no era considerado o sólo lo era escasamente, estaba más o menos perdido ante su propia conciencia, o se hundía, allí, por ejemplo, la posibilidad de preceder a alguien o de sentarse, cuando otro debía permanecer de pie, la afabilidad de los saludos que uno recibía, la amabilidad con que otros lo acogía, etc., no constituían en absoluto nimiedades –lo son únicamente donde las funciones del dinero y la profesión rigen como lo real de la existencia social—, sino identificación directas de la existencia social, a saber, del lugar que uno ocupaba efectivamente en la jerarquía de la sociedad cortesana. Subir o bajar en esta jerarquía significa para los cortesanos tanto como para el comerciante ganancias o pérdidas en su negocio. Y la irritación de un cortesano ante la amenaza de ruina de su rango y su prestigio no era menor que la del comerciante ante una amenaza de perder su capital, o de un gerente o funcionario ante la amenaza de perder las oportunidades de hacer carrera” (ibíd.). En la sociedad boliviana, en este sentido, conviven las lógicas cortesanas de relacionamiento social con lógicas más o menos modernas, casi sin solución de continuidad, y esto es especialmente notorio entre los magnates 6 Véase, por ejemplo, el texto de Javier Sanjinés (1996), sobre los llamados “cholos viscerales”, a partir de una acuarela del pintor cochabambino Daría Antezana. En el cuadro, se observan a dos cholos gordos, vestidos con trajes y cubiertos con gafas oscuras, cuyos abultados vientres son transparentes y se revelan a la vista sus procesos intestinales. Sanjinés considera que este cuadro grafica la característica visceral, grosera y corporal de lo cholo, en contra de la sublimación de los gustos no cholos. Se trata, entonces, de una estética desublimada, que va de la cintura para abajo.

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cholos, quienes, si bien deben sus riquezas a sus negocios mercantiles, no existen por fuera de un mundo de lazos sociales fatigantes, opresivos, de los que no se puede escapar, como es el caso de los sistemas de fiestas anuales y cargos. Las relaciones sociales determinan quién es quién; por eso pasar fiestas y tener cargos es fundamental para los sectores cholos de las ciudades bolivianas, que deben su ser alguien a estas estructuras de interdependencias sociales extremadas. Así, tanto para los miembros de las capas más “occidentales” como para los miembros de las capas cholas de la población cochabambina, el pertenecer a la “buena sociedad” no es una opción, sino que es una necesidad en la que se juega el sentido de ser alguien: «este destacarse y este pertenecer a la “buena sociedad” forman parte de los fundamentos constitutivos de la identidad personal, así como de la existencia social” (Elías 2012: 127). En el caso de lo cholo, se trata, en todo caso, de una “buena sociedad” constituida desde lo plebeyo, desde aquellos que, subordinados históricamente en las jerarquías sociales, lograron ascender en la vida. Es, así, el mundo del honor plebeyo, y que suele enfatizar aún más la búsqueda del reconocimiento social a través de la ostentación de los símbolos de su ascenso: casas, edificios, automóviles, consumos suntuarios. Se trata de una nobleza chola, sin los laureles del linaje que sí pueden blandir los miembros de las familias criollas. Por todo esto, el honor cholo es un estatus social conquistado, no heredado, un honor adquirido a lo largo de una vida o de algunas generaciones, pero que no existe por fuera de su ostentación. En las apariencias está el honor, en los gustos cholos está el reconocimiento social.

Si nos enfocamos en las ciudades bolivianas, éstas no son verdaderamente ciudades modernas (aunque tengan bolsones de modernidad), en el sentido de que permitan a los individuos vivir por fuera de las obligaciones y exigencias sociales del estamento y la corporación7. Elías sostiene que en las ciudades occidentales sí es posible “escapar” de las coacciones ceremoniales, pero en las cortesanas o tradicionales no lo es: «En las sociedades urbanas y especialmente en las de las grandes ciudades, hay, además, para el individuo, posibilidades de fuga, a las cuales el control social de una “buena sociedad” local y urbana, quita mucho de la inminencia y obligatoriedad que poseen en círculos rurales poco movibles o aun en la totalmente inevitable sociedad de dirigentes cortesanos de un Estado regido de modo absolutista» (Elías 2012: 128). De alguna manera, en las ciudades bolivianas se han conservado los patrones de interdependencias sociales coloniales, y la constitución misma de las ciudades muestra cómo los ascensos sociales de los estamentos indígenas/cholos, no han significado una modernización de las relaciones sociales, en el sentido de que aquí primen los valores del ascenso individual a través de los méritos profesionales o de éxito individual. Tanto para los estratos más educados de la población como para los estratos menos educados, continúan siendo importantes los entramados de relaciones interpersonales, el quién es quién, la opinión de los demás, la fama y el prestigio como valores vinculados al honor, y claro, a las apariencias. Se vive en una suerte de doble vínculo, uno orientado hacia los modelos burgueses/profesionales, y otro, más penetrante, enraizado en modelos cortesanos –aunque plebeyos— de desempeño individual y grupal. Las ciudades, así, son la expresión visible de esta lógica dual de la convivencia social. Barrios, casas, edificios, calles, mercados y áreas de recreo responden a la intención de las corporaciones de hacerse ver en el contexto de la ciudad. El prestigio de aquellos que han ascendido socialmente se muestra insistentemente en sus casas y sus autos; la adopción de estilos arquitectónicos modernos no ocurre por fuera de la ostentación de la posición social, y la negociación del mercado de lotes y urbanizaciones depende, realmente, no tanto del respeto a la ley y las normas, sino a relaciones clientelares en que se ordenan los vínculos entre los poderosos

7 En un sentido muy similar, Adrián Waldmann ha señalado que, en la ciudad boliviana considerada como la “más moderna” del país: Santa Cruz de la Sierra, es, en realidad, una ciudad donde opera la “mentalidad estamental”, en la que la llegada de la modernidad no ha significado que desaparezca un “código moral doble”, por lo que Santa Cruz es una ciudad que se desarrolla en la “feudernidad”, es decir, una mezcla entre lo feudal y lo moderno (cf. Waldmann 2008: 235 y ss.).

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(sean políticos de las clases altas o no) y las clientelas populares. La ciudad así no deja de parecerse a la ciudad barroca, como un gran teatro de las relaciones sociales y las demostraciones de quién es quién en la jerarquía social y sus escaleras de ascenso y descenso.

Así, se puede definir lo cholo no meramente como la cultura o el estilo de vida resultante de la fusión/penetración/transmudación de lo indígena en lo moderno occidental, sino como la permanencia de patrones cortesanos/plebeyos de comportamiento, basados en la búsqueda del reconocimiento, presentes tanto entre los sectores sociales más indígenas como en aquellos más criollos. Estos patrones se basan en la búsqueda del reconocimiento social como valor, en la articulación a grupos de pertenencia corporativa, así como en la permanencia de relaciones clientelares y caudillistas. No se trata, entonces, solamente el mundo de las “resistencias” de los indígenas como mecanismo de adaptación obligatoria a la sociedad urbana; es mucho más problemático que eso. Se trata de estrategias de acomodo y de ascenso social, en los que se han incorporado patrones cortesanos, corporativos, pero también burgueses y mercantilistas, en las lógicas prácticas de comportamiento social.

La ciudad anómica/informal /ilegal y los gustos del pueblo

Cochabamba es, como tantas otras ciudades latinoamericanas, una ciudad escindida, dual, que, y a partir de la masificación urbana producida con las oleadas sucesivas de inmigrantes rurales, provincianos y de otras ciudades del país, se debate entre ser una ciudad “normalizada” y una ciudad “anómica”, para retomar los conceptos de José Luis Romero:

En aquellas ciudades donde se produjo la concentración de grupos inmigrantes la conmoción fue profunda. Muy pronto se advirtió que la presencia de más gente no constituía sólo un fenómeno cuantitativo sino más bien un cambio cualitativo. Consistió en sustituir una sociedad congregada y compacta por otra escindida, en la que se contraponían dos mundos. En lo futuro, la ciudad contendría –por un lapso de imprevisible duración—dos sociedades coexistentes y yuxtapuestas pero enfrentadas en un principio y sometidas luego a permanente confrontación y a una interpenetración lenta, trabajosa, conflictiva, y por cierto, aún no consumada. Una fue la sociedad tradicional, compuesta de clases y grupos articulados, cuyas tensiones y cuyas formas de vida transcurrían dentro de un sistema convenido de normas: era, pues, una sociedad normalizada. La otra fue el grupo inmigrante, constituido por personas aisladas que convergían en la ciudad, que sólo en ella alcanzaban un primer vínculo por esa sola coincidencia, y que como grupo carecía de todo vínculo y, en consecuencia, de todo sistema de normas: era una sociedad anómica instalada precariamente al lado de la otra como grupo marginal (Romero 2001:331).

A pesar de que en Cochabamba existe una ciudad normalizada como sistema convenido de

normas, pero también como aquella en la que sus habitantes cumplen, hasta un cierto punto, las reglas, leyes y ordenanzas de la ciudad, creo que la otra faceta de Cochabamba y las ciudades bolivianas nunca ha sido completamente anómica y constituida por inmigrantes desprovistos de vínculos sociales y de normas alternativas de integración social. Si bien es cierto que el inmigrante de primera generación emprende su llegada a la ciudad como aventura personal, también es cierto que la familia o la comunidad de paisanos residentes, han facilitado históricamente el ingreso a la ciudad del recién llegado. Con el paso del tiempo y la instauración de los llamados “movimientos sociales”, la inmigración a las ciudades es cada vez más organizada y constituida en torno a su propio sistema de normas. En todo caso, se trata de mecanismos para-normalizados, es decir, otras maneras de cumplir con las normas y reglas de habitar en la ciudad, muchas veces informales e incluso abiertamente ilegales, que sustentan la instalación urbana de los inmigrantes.

En realidad, lo que ha ocurrido casi desde el comienzo de la existencia misma de la ciudad, es que las reglamentaciones municipales han sido aplicadas a medias, en el mejor de los casos, y sujetas a

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todo tipo de interpretaciones, según las conveniencias de los vecinos y grupos vecinales. Esto se aplica por igual a todos los estamentos de la población, de tal manera que, el recién llegado no se enfrenta con una ciudad en la que se cumplen las normas, sino que, su correcta adaptación al medio urbano depende de su astucia para moverse en las ya bastante informales reglas que norman la propiedad de lotes, los trámites municipales y los códigos de conducta ciudadana. Así, la oposición entre ciudad normalizada y anómica ocurre, más bien, como una suerte de constante negociación, según intereses personales o corporativos, que no se vinculan necesariamente con la clase social o el nivel de educación. Si retomamos las categorías coloniales de la coexistencia urbana, en Cochabamba nunca ha dejado de aplicarse el dicho de “se acata, pero no se cumple”, ya que las ordenanzas, reglamentos y leyes municipales están siempre sujetas a interpretación, según si afectan o no los intereses de un grupo de ciudadanos. Es en ese sentido que se puede decir que Cochabamba es una ciudad anómica, informal o aun ilegal, pero no exactamente en el sentido planteado por Fernandes y Varley (2004), para quienes esta ilegalidad es una salida de los “pobres urbanos”, a quienes “a menudo no les queda otra que transgredir las normas sobre tenencia de tierras, requerimientos en cuanto a infraestructura y normas de edificación” (2004:13). Aunque los autores reconocen que en las ciudades de los países en vías de desarrollo la ilegalidad no está asociada solamente a los pobres, abogan por una reforma urbana que se lleve adelante “a través de un proceso político más armonioso y democrático” (ibíd.:28), que fortalezca “un paradigma legal progresista concerniente al acceso al terreno y a la vivienda urbana” como elemento crucial (íd.). Contrariamente a estas buenas intenciones, las reformas urbanas que han empezado a implementarse a través de nuevas leyes promulgadas por Evo Morales en Bolivia, y al favorecer a los sectores populares asentados ilegalmente en las ciudades, están profundizando aún más las lógicas informales, ilegales y oportunistas no sólo de acceso a la propiedad urbana, sino de los valores y conductas ciudadanas populares en general. Como ya ocurrió después de las medidas populares llevadas adelante por el MNR después de 1952, el nuevo Estado está llevando adelante una política que podemos llamar de populismo urbano, en el sentido de concederse más derechos a los estamentos cholos de la población, pero sin interesarse en que sus lógicas de habitar la ciudad se basan en el desacato a las normas8, el interés gremial, en el caudillismo vecinal y en estructuras clientelares que favorecen el ascenso económico de algunos en desmedro de otros.

Por todo esto, Cochabamba es, cada vez más una ciudad forajida (es decir, donde mandan los bandidos, los salteadores o los rebeldes), basada en la transgresión de las normas, en una red de interdependencias sociales en la que están integrados políticos, profesionales, comerciantes, empresarios, gentes de la “alta” sociedad tanto como de la sociedad popular. Si desde 1952 se aceleró el ascenso económico de los sectores cholos de la población, impactando en la imagen urbana especialmente en la aparición de barriadas en el sur de la ciudad y transformando el centro histórico y acrecentando los mercados, las transformaciones sociales posteriores a la implementación de las políticas de “ajuste estructural” o la Nueva Política Económica de 1985 y el decreto 21060 que abría al país a la economía liberal de mercado, confirmaron la importancia económica y social de la llamada “burguesía chola” boliviana. Más todavía, a lo largo de la década de 1990, las crecientes reivindicaciones políticas de los llamados “pueblos indígenas originario campesinos”, condujo a un tipo de populismo étnico, según el cual los indígenas habrían resistido durante cinco siglos la dominación colonial, conservando sus culturas y valores intactos, y que llegó su hora de convertirse cuando no en la vanguardia política del Estado, sí en el estamento social más favorecido y con mayor poder político del siglo XXI.

8 Hablo de “desacato” en el sentido planteado por Margarita Garrido (1998) para el caso de los “varios de todos los colores” de la sociedad novogranadina. El honor cholo también se ampara en el derecho de desacatar normas.

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Es justamente en nombre de estas reivindicaciones que el gobierno del MAS y el Estado Plurinacional se han erigido, y muchas de sus políticas favorecen vicariamente a los indígenas, especialmente a aquellos pertenecientes a las culturas quechua y aimara, que son las que cuentan con mayor gravitación política en el país. Si bien en muchos casos estas reivindicaciones populares están logrando mejoras en la calidad de vida de los sectores sociales menos favorecidos, también es verdad que esta ideología genera procesos ambivalentes, como el repentino ascenso social y económico de dirigentes campesinos y vecinales, grandes comerciantes, transportistas, contrabandistas y cocaleros que, si bien son políticamente reputados como indígenas, descriptivamente pueden ser definidos como cholos, es decir, como indígenas que hace mucho tiempo se han acomodado en las lógicas del capitalismo de monocultivos (como la hoja de coca), mercantil y de servicios, y que encuentran en la nueva coyuntura política el momento más importante para certificar y refrendar su enriquecimiento individual, familiar y de estamento social. Figura 6

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Surgen, entonces, indígenas/mestizos/cholos que devienen en nuevos ricos, y que, a través de una serie de astucias criollas9, se están convirtiendo en una nueva clase dominante. Esto no significa que hayan depuesto a las clases altas tradicionales, con quienes conviven y de quienes se distinguen, justamente, por sus gustos y estilos de vida, que podrían equipararse a las excentricidades de los nuevos ricos en cualquier ciudad del mundo, pero que, además, tienen un componente étnico políticamente valorado que les autoriza a expresarse según sus deseos, es decir, a través de sus gustos cholos socialmente legitimados, en ámbitos como la arquitectura (con “palacios cholos”, como puede verse en la figura 6), las modas populares, la decoración de automóviles y buses (el tuning o “tuneo” de carros de transporte público), o simplemente, en la imposición de formas de ocupar las calles y mercados de la ciudad. En Cochabamba se vive, entonces –y como también ocurre en otras ciudades andinas de Bolivia, como El Alto—una explosión de los gustos cholos y sus símbolos de ostentación, como expresión estética de las reivindicaciones del pueblo. Si a esto se le suma el acceso a nuevas tecnologías y productos de construcción importados a bajo costo de países como la China, se comprende que detrás de la aparición de una nueva arquitectura de gustos peculiares, se halla un poderío económico que se expande, además, hacia los mercados globales de consumo. Cada vez más, los gustos de los “indígenas” enriquecidos son más cholos, más globalizados, más mezclados y heterogéneos: mientras el padre de una familia chola se compra un cuatro por cuatro Mitsubishi, la madre consigue las telas de sus polleras importadas de la China, los hijos pueden lucir celulares y todo tipo de gadgets electrónicos de última generación, ser fanáticos seguidores de las telenovelas coreanas, vestir ropa de las grandes marcas occidentales, etc. Todo esto, además, mientras construyen nuevas casas y edificios que despliegan a cuadras de distancia, los gustos de la familia como expresión de su éxito social y económico: su honor cortesano y prestigio burgués ostentado con exageración y gustos peculiares, étnicamente enmascarados. El éxito popular de los edificios de Martín Pérez

Probablemente el caso paradigmático de la nueva arquitectura popular de Cochabamba sea la numerosa obra del arquitecto Martín Pérez Céspedes (Nacido en Cochabamba en 1968), considerado por muchos como uno de los arquitectos más exitosos de la ciudad, si no el más (ver figura 7). Sus padres –José Pérez Lobo y Alicia Céspedes – fueron maestros de escuela y propietarios de tierras en Punata (pequeña ciudad del Valle Alto de Cochabamba). La familia de Alicia había perdido varios terrenos con la reforma agraria de 1953, mientras que el padre de José era escribano. José Pérez, hombre instruido, llegó a ser director de escuelas. Después de casarse en Punata, el matrimonio de maestros decidió trasladarse a Cochabamba, donde pudieron comprar casas y terrenos grandes buenos para cultivar productos agrarios, gracias a la herencia de Alicia. La familia de Martín puede considerarse como de clase media, dado que por lo menos tres generaciones han sido propietarias y poseían instrucción. Como ha sido común en Cochabamba, la antigua posesión de tierras agrarias era una marca característica de posición social, y la instrucción permitía distinguir a una familia criolla de una chola o indígena, aunque no lo fuera el color de piel o los rasgos fenotípicos.

9 En este sentido más bien, es que puede hablarse de las políticas criollas y en la viveza criolla como lógicas que regulan la ciudad. Así, para Cochabamba funciona la que decía Salazar Bondy para Lima: «[E]l criollismo es más aún. Es también viveza criolla. Hay una palabra proscrita que expresa mejor, más gráficamente, este “valor” inscrito en la singular tabla axiológica del criollo. ¿Qué es esa viveza? Una mixtión, en principio, de inescrupulosidad y cinismo. Por eso es en la política donde se aprecia mejor el atributo. En síntesis, consiste en la flexibilidad amoral con que un hombre deja su bandería y se alínea en la contraria, y en el provecho materia que saca, aunque defraude a los suyos, con el cambio» (Salazar Bondy 1974:31).

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Figura 7

Último hijo de 8, Martín recuerda que en la familia siempre se incentivó la lectura. La mayoría de los hermanos estudiaron en la universidad (aunque no terminaran sus carreras), y muchos se dedican al negocio de la construcción o los bienes inmobiliarios. En Cochabamba es conocido el tercero de sus hermanos mayores, René Pérez, un arquitecto afamado y conocido como “Picasso” por su talento en el dibujo. Como también es común en Cochabamba, los hermanos mayores de las familias numerosas suelen influir en los hermanos menores. Martín pasó su niñez cuidado por sus hermanos, y no tanto por sus padres, quienes normalmente no estaban en casa. En la escuela Martín empezó a dibujar y demostró cierto talento gráfico. Sin embargo, al salir bachiller en 1985, decidió convertirse en sacerdote e ingresó al Seminario Mayor Nacional San José de Cochabamba. Luego de permanecer seis años en el seminario, decidió abandonar su carrera eclesial, faltando cinco meses para ordenarse. “Era una decisión personal, no podía cargar con el peso de esa decisión”, recuerda Martín. Especialmente le preocupaba no tener hijos. Luego de un tiempo como profesor de filosofía y religión en colegios, le pidió consejo a su hermano René sobre si podría estudiar arquitectura. El seminario le había dado hábitos de lectura y estudio, así que el ingreso a la universidad no fue difícil para Martín. En el primer

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año de estudiar arquitectura se casó y nació su primer hijo. En la universidad fue auxiliar de cátedra en historia y teoría de la arquitectura, porque según él, no tenía todavía destrezas en el dibujo, el diseño o la construcción. En los años 90, su hermano René ya era un arquitecto renombrado y con muchas construcciones en la ciudad, y para Martín fue difícil lograr abrirse camino más allá del nombre de su hermano. Sin embargo, René le dio la oportunidad de formarse como arquitecto cuando todavía era estudiante:

A partir del momento que trabajo con mi hermano desde tercer año, yo tenía la posibilidad de ver los dibujos de mi hermano, de participar entintando sus láminas, más que diseñando. Entonces yo ya tenía un contacto con el plano, con el proyecto, ya hacía edificios, era uno de los pocos arquitectos que en ese momento estaba construyendo edificios en Cochabamba, estaba el auge de los edificios. […] Yo era su volquetero, yo era el que compraba los materiales de construcción, fierro, cemento, él ya me pagaba un sueldo mensual, y aparte del sueldo me pagaba por plano. Yo en esas épocas no tenía computadora, yo he vivido esa transición, yo era el hombre de la tinta, del grafo, de la regleta […] Entonces me he ido habituando con ese trabajo, he ido visualizando cómo es un edificio (entrevista con Martín Pérez, 23 de agosto de 2013, Cochabamba).

Aunque en la carrera se sacaba buenas notas (“siempre he sido un buen alumno, tenía notas de 90, 85”), el prestigio de su hermano impedía su reconocimiento como arquitecto (“tú no eres como el Picasso, tú no estás en ese nivel”, le solían decir los profesores). Incluso en la defensa de su tesis –un proyecto para un balneario de aguas termales— el jurado lo suspendió, aunque pudo titularse gracias a la nota que le otorgó su tutor de tesis. Al salir de la defensa y compungido, su hermano René le dijo: “No, no importa, cuando tú seas arquitecto y tengas tu oficina, no va a estar ahí tu nota con 64 ni 100…Lo que te va a enseñar si eres bueno o si eres malo es el mercado, él sí te va a juzgar, si eres buen arquitecto o malo”. Martín recuerda esta sentencia con afecto, ya que, retrospectivamente, él llegó a ser el rey del mercado, aunque tal vez no lo fuera del “buen gusto” de los arquitectos cochabambinos (ver figuras 7 y 8). Figura 8

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Martín terminó la carrera en 1998, y, aunque continuó trabajando con su hermano, prefirió independizarse el año 2000, montando su estudio propio cuyo llamativo nombre fue “Studio Pérez Construcciones”. Especializado en la construcción de casas y edificios, la primera obra que puede considerarse con el sello de Martín Pérez es el edificio Oruro estrenado en 2002), ubicado en una de las avenidas más importantes de la ciudad, al frente del muy distinguido Club de Tenis de Cochabamba. Fue contratado por un empresario orureño, tras haber participado en una “q’oa”10 que el arquitecto organizaba un primer viernes de mes en su estudio. El edificio tiene ya el estilo del arquitecto: ventanales de color azul, fachadas, voladizos y balcones decorados en exceso. Según Pérez, el edificio también aprovecha la buena vista del lugar, y se ha construido en base a “quiebres”:

Lo que sí rescato del edificio Oruro es que he manejado muy bien el concepto de un lote estrecho, complicado desde el punto de vista funcional […] He hecho con el edificio Oruro, lo que me gusta de mi arquitectura: hacer un quiebre, al buscar el quiebre buscas el asoleamiento, buscas las visuales […] tenías un entorno muy aprovechable, y el hecho que yo lo giré completamente buscando eso, fue lo que mejor he logrado. Tienes un elemento recto y le hacer un ligero movimiento, así. […] Lo que más le gusta a la gente es que parece que es esquina, pero no es en esquina (entrevista con Martín Pérez, 23/VIII/2013, Cochabamba).

A partir de ese momento, Pérez empezó a “experimentar” con su arquitectura: Ya iba experimentando a través del manejo formal de las curvas, los elementos de voladizos fuertes, metía mucha decoración, podemos decir, en las fachadas, color también, sí. Hay momentos en que uno experimenta”. Si al principio sus edificios tenían fachadas blancas y sus ventanales azules o grises, Pérez empezó a salir “un poco del blanco y el azul, hay un vidrio verde, un vidrio gris, y hay que saber experimentar. O hay una fachada que el cliente quiere, de manera rústica, con la piedra…Yo manejaba mucho a un principio lo que era la cerámica en las fachadas, ¿no? hasta la gente decía: “parece baño”, baño en la fachada, ¿no? Entonces fui experimentando el nivel de materiales y de colores (entrevista con Martín Pérez, ibíd.).

Poco a poco, le empezaron a buscar más y más clientes, al punto que en 2013 Pérez se jacta de haber construido más de 200 obras, algo que pocos arquitectos bolivianos pueden pregonar. Sus clientes típicos son personas de orígenes cholos que han ascendido en la vida a través del comercio y los negocios, como don Nelio Gamboa (cuyo edificio se puede ver en la figura 8), un potentado del transporte que camina en bicicleta:

Don Nelio Gamboa es un transportista humilde, se me aparece un día en mi oficina con abarcas y con una bicicleta, y me dice “quiero una casita”. Y su famosa casita era un edificio de seis pisos en la Guayaramerín, uno de los primeros pisos más vistosos en en San Carlos. Y lo vi tan pobre al señor que hasta le rebajé, ¿no? económicamente “este señor viene en bicicleta”, tiene abarcas, y sin embargo había sido uno de los tipos que más plata tiene” (ibíd.).

Pérez señala que sus clientes se enamoran de sus obras y le piden más proyectos: “Sigo haciendo edificios, casas para él, para sus parientes”. Familias de panaderos, de artesanos, lo buscan y le dicen:

Hemos visto por el parque Canata un edificio que queremos que nos los hagas, así como está. Tiene una curveadita, tiene una cosita, y bien. […] una cualidad mía es que encajo bien con los clientes, tengo un cierto aire de convencimiento que tal vez el seminario me enseñó. Entonces yo fácilmente engrano con el cliente, acepto sus sugerencias, y paulatinamente voy cambiando el diseño en el proceso de construcción. Más que en el plano, porque

10 La tradición de las q’oas de cada primer viernes de mes, ha pasado de las clases populares a las clases medias cochabambinas en los años 90. Se trata de una ceremonia realizada por un grupo de amigos o allegados, sea en una oficina, un negocio o en la universidad, en la que se encienden preparados rituales llamados q’oa, y normalmente se conversa, se bebe y se fuma hasta las primeras horas del siguiente día. Esto en Bolivia se llama, eufemísticamente, “compartir”, de manera que se justifica socialmente el consumo excesivo de alcohol.

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si les presento el plano y la maqueta, automáticamente me rechazan, me dicen “no arquitecto, no es lo que queremos”. Les contento, acepto, muchas veces acepto sus sugerencias, a fin de cuentas son los que van a vivir ahí, pero llegado el momento, voy viendo lo que puede quedar mejor dentro de la arquitectura. No te olvides que hay un proceso de construcción, y lo que se ha hecho en plano puede cambiarse en obra. Y en obra yo voy haciendo las ideas en mi mente, voy trabajando con otras maquetas aquí, paralelamente a lo que tal vez el propietario tiene. Pero no lo hago con cierta malicia, lo hago en beneficio de que pueda quedar muy bien esa obra (ibíd.).

Si se trata de caracterizar sus obras más representativas, Pérez escoge tres: “todas las obras son importantes, siempre te dicen, clasificá cuáles más te gustan, o cuáles pueden haber llegado más a impactarte, yo digo tres obras: el edificio Oruro, el salón de eventos Estilo que está en Punata, y mi casa”. Los salones de eventos suelen ser de las obras más bizarras de los gustos populares, ya que en ellos se extreman las fantasías y la ostentación de gustos bizarros. Pero no es cierto que estos gustos sólo provengan de los clientes, a los que Pérez obedece construyendo según sus gustos. También el arquitecto influye sobre los clientes, ya que él comparte los gustos por el exceso y la fastuosidad. Esto se demuestra en el proyecto de su propia casa (como puede verse en la figura 9), es un despliegue de formas y colores abigarrados, que incluso contará con una sala de cine, para demostrar el propio ascenso económico y social del arquitecto.

Figura 9

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¿Quiénes son los clientes de esta arquitectura? Todo tipo de nuevos ricos cholos: mineros recientemente enriquecidos, grandes comerciantes, transportistas que buscan ostentar su ascenso social, o en otros casos, cuando están comprometidos con actividades económicas ilícitas (como el contrabando e incluso, el narcotráfico), que encargan edificios para poder “blanquear” sus fortunas sin peligro de ser investigados. También requieren este tipo de edificios empresarios, abogados y otras personas de las clases medias, que comparten los gustos cholos de los nuevos ricos. En este sentido, el poder cholo expresa a la vez una enorme capacidad económica –ya que el exceso en la ornamentación no sólo es un asunto estético, sino que aumenta innecesariamente el costo de las construcciones—como un sentido de identidad, de pertenencia, que, en mucho, funciona como una “carrera armamentista” de los gustos, como es común entre los sectores cholos andinos: si un conocido se compra un carro lujoso, yo quiero uno más caro; si un vecino construye un edificio vistoso, yo quiero uno más alto y extravagante. Sin embargo, según Martín Pérez, estos clientes (“panaderos, pescaderos, transportistas”) son “gente humilde”, que no vienen con la idea de ostentar, sino que buscan tener “algo bueno”, y por eso son los mejores clientes11. Aunque sean magnates, siguen siendo “humildes”: “A ratos la gente es así, no se muestra con lo que tiene”, añade Pérez. “Ellos –continúa— con esa humildad que tienen, no quieren mostrarse, hasta tienen miedo, hasta tienen miedo de decir ¡ucha!, me van a decir que mi edificio es así, o le he puesto demasiadas cosas, tienen un cierto miedo, no quieren mostrar que yo tengo plata, que yo puedo hacer ese tipo de edificios” (ibíd.). Para Pérez, ellos quieren “plasmar su diario vivir”, al modo de lo que ocurre en El Alto, manifestar su manera de vivir, su estilo, “un tipo de elemento que les identifique”. A todo esto le llama Martín Pérez una arquitectura local, con identidad, que puede “satisfacer las necesidades, las aspiraciones” de la gente popular. Claro, esta suerte de “populismo arquitectónico” le vale un gran éxito profesional, aunque es consciente de que muchos arquitectos no aceptan su obra por considerarla de mal gusto y que está arruinando la ciudad. Pérez presume de tener más obras que ningún otro, y de tener clientes leales, que le piden dos o tres edificios. Para él, sus clientes se sienten a gusto, alaban sus obras, porque sus amigos les dicen “qué bonita tu obra, o por último, se extrañan de cómo ha terminado”. Un cliente le declara: “Tú eres para toda la vida mi arquitecto”, como es el caso de don Benigno Montaño, dueño del edificio Montaño (figura 10), que le agradece tanto porque puede lucir su edificio, lleno de colores y adornos excesivos, ante, suponemos, la envidia o extrañeza de los demás.

En palabras de Martín Pérez, a través de su arquitectura se propone desarrollar “una imagen local, que evoque nuestras costumbres, nuestro modo de vida, que haga prevalecer nuestra IDENTIDAD, que se valoren los signos y códigos que definen nuestra sociedad, apreciar las cosas cotidianas” (“Martín Pérez, arquitectura con identidad”12, 2013). Esa arquitectura, que él considera llena de “movimiento y agilidad de las formas curvas, con fuertes entrantes y salientes volados” además de ser “obras sensuales”, está influida en “la arquitectura popular de mi Llajta [apelativo en quechua de Cochabamba] y me recuerda que el arte popular es sensual, la magia del erotismo que nos liga a nuestro clima y paisaje” (ibíd.). El nombre que le pone a su estilo es el de “arquitectura

11 “Mis mejores clientes, mis mejores clientes han sido la gente de aquí, de la Heroínas para abajo [es decir, la zona sur de la ciudad, la zona popular], discúlpame que pongamos como límite. Porque esta gente humilde, que no sabe mucho de arquitectura, como los profesionales bien instruidos, que leen revistas, que pueden ver fácilmente en sus viajes otros edificios, esta gente humilde es la que más le tiene cariño al profesional, le tiene cariño tal vez hasta a su misma obra, porque lo ve como algo propio de ellos, ¿no? Mientras que mis otros clientes, tipo empresarios, lo ven como un comercio, vendemos, nos deshacemos, y fácilmente hacemos otro edificio, negociamos. Yo creo que estos clientes, […] haciendo esa diferencia, son más conscientes de lo que hacen, y con más cariño le meten a su emprendimiento, porque es el sacrificio de muchos años de trabajo, de todo, ¿no?” (entrevista con Martín Pérez, 23/VIII/2013, Cochabamba). 12 Disponible en línea en <http://www.revistaescuadra.com/martin-perez>.

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informal”, ya que según él “se puede encontrar inspiración en cualquier parte”, en todos los “actos existenciales expresados en forma de arquitectura”. Por ejemplo, puede inspirarse en “paisajes cochabambinos, miradores, paylas [sic] de chicharrón, clima, sombrero de chola, polleras, sendas tutuma, cántaros, capital gastronómica, folklórica, la cancha, río Rocha, Ciudad Jardín, Kanata (Valle de la Luz), lagunas, etc.” Las fuentes inspiración son en sí mismas, tan bizarras y de categorías extrañas que escapan a cualquier lógica, y de ellas pueden salir: “ambientes abiertos de gran fluidez, transparencias integrales, articulación de volúmenes curvos y heterodoxos, cúpulas, conos, formas ondulantes, balcones techados, solárium, pérgolas, estanques de agua”, entre otros “elementos” arquitectónicos. De otra parte, la informalidad estética a la que apela Pérez, evoca la economía informal de mercado, la ilegalidad (o por lo menos, a-legalidad) como forma de vida –es decir, sin acatar o interpretando según la conveniencia propia las leyes— que son comunes de los sectores populares de origen indígena en Bolivia y que se encuentran en ascenso social: es decir, los sectores cholos y sus gustos, aquello que él llama la “identidad” popular que lo está enriqueciendo como arquitecto y llenándolo de fama entre este estamento social. Aún más, Pérez desea, a través de su obra, “mejorar el paisaje urbano, humanizar la ciudad”, y crear una “pertenencia comprometida”, que “viva la vida creativamente”. Figura 10

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Nadie puede negar la originalidad de la propuesta arquitectónica y discursiva de Martín Pérez, pero hay que reconocer que su osadía y autenticidad son, más bien, un tipo de lectura desviante de los estilos arquitectónicos occidentales13, en sentido de lo estudiado por Ginzburg (1999 [1976]), es decir, una “agresiva originalidad de la lectura” (:68) de los libros cultos o, en este caso, de la arquitectura culta, al estilo de Menocchio, aquél molinero del siglo XVI. Así, puedo decir que la manera de entender la arquitectura occidental de Pérez y sus clientes, es más importante “la clave de lectura” que el texto, y que por puede “exasperar el significado” de los elementos estéticos según esta clave, que “nos remite continuamente a una cultura distinta de la expresada por la página impresa: una cultura oral”, o si se quiere, popular, plebeya o en el caso andino, chola. De ahí que para Pérez ni para sus contratantes, su arquitectura no sea, realmente, desviante, fea, ridícula o extravagante: todo lo contrario: es la forma correcta de interpretar los gustos locales, es la forma “verdadera” de expresar una identidad, es una búsqueda de “autenticidad”. Veamos cómo justifica estos gustos el propio arquitecto:

Bueno, yo creo que parte de una idea de búsqueda de un cierto estilo, entre comillas, ¿no? o una tendencia. Yo pienso que… hasta ya he puesto un título últimamente a mi arquitectura, yo lo llamo arquitectura informal, es una arquitectura que no está dogmatizada, que no se encasilla en reglas, que no sigue un parámetro, digamos. Y lo informal es como nuestra economía de la Cancha, ¿no? Un poco disparejo, un poco lo que el cliente quiere, porque también hay que escuchar al cliente. Si el señor Montaño quería un tipo de arquitectura, con sus t’ikanchaditas, sus colores…no siempre es la imposición del arquitecto este tipo de arquitectura, sino es el gusto del cliente, que va a vivir ahí, del propietario, digamos. Entonces yo he sabido escuchar un poco este tipo de lenguaje, y cuando yo escribo mis artículos en las revistas, que es una especie de catarsis de mis ideas, donde digo que la arquitectura es expresiva, la arquitectura es una simbología, que es una arquitectura reextrovertida, que no es una arquitectura tímida, estática, que es dinámica, etcétera, entonces voy buscando y encontrando una filosofía de una cierta búsqueda formal. Entonces, me gusta esa búsqueda, porque voy encontrando hasta en el diario vivir elementos que me sirven para diseñar mi arquitectura, ¿no? Cuando yo te hablo por ejemplo de mi casa, ¿mi casa qué es? es inspiración de todo lo que Martín Pérez ha sido a lo largo de todos estos años, que ama su tierra, su valle, ama el riecito que pasaba por su casa, la acequia, ama las plantitas que estaban alrededor, los eucaliptos, ama haber comido un domingo un chicharrón, y haberse inspirado en la paila de un chicharrón, porque mi casa tiene esos elementos, de conos invertidos, hasta parece el folklore de nuestra gente que está bailando, por eso el movimiento de la misma fachada… Entonces, voy buscando cierta identidad, identidad que tal vez a muchos no les gusta, y que no lo ven como algo constructivo, de aporte, ¿no? Es más fácil decir “yo soy minimalista, o sigo esta tendencia internacional”…Entonces a mí me cuesta más, hasta yo te digo con sinceridad, clientes, hay clientes que vienen y también se van fácilmente, porque dicen, “no es nuestro estilo, nuestro gusto”. Yo siempre me acuerdo de una frase de Gaudí [Pérez pronuncia “Gáudi”], ¿dice no? que Gaudí era parecido tal vez con mi arquitectura, donde a él le interesaba el historicismo de esa época, o de la arquitectura, y él hacía lo que le gustaba ¿no? Entonces… y hasta algún amigo le ha dicho, “a Gaudí uno uno no quiere fácilmente convertirse en su amigo, pero tampoco le reprochaban de frente, sino que por detrás hablaban. Yo sé que de mi arquitectura habla mal, algunos, especialmente colegas, que meto esto, que parece un barco, que parece no sé qué, y para mí no es muy importante eso, ¿no? […] Ahora, no trato de que sea la arquitectura llamativa, es decir, no es mi fin, digamos, no es mi fin. Sino es esa búsqueda, como te digo, de buscar una expresión, que yo puedo pensar qué es lo más conveniente para ese tipo de arquitectura, para ese tipo de cliente, ¿no? (entrevista con Martín Pérez, ibíd.).

Así, esta arquitectura de t’ikanchaditas o warawas, como estudié en otra parte (cf. Sanchez Patzy 2010), que es como se llaman a los adornos recargados en el quechuañol boliviano, se convierte milagrosamente en algo bueno y bello, por fuerza de ser la expresión de una cultura, de una identidad buscada por “los más humildes”, que, como el propio arquitecto, ansían ser reconocidos socialmente. 13 Por ejemplo, a Pérez le agrada comparar su estilo con “[t]odo lo que represente una arquitectura Surrealista (Antonio Gaudí, Santiago Calatrava, Zaha Hadid, Oscar Niemeyer, Frank Gehry, Daniel Libeskind, organicismo), la imaginación es muy importante en este cambio. Un óptimo ejemplo potencial creativo es el de Antonio Gaudí; me gusta su modo de inte-grar la naturaleza con la arquitectura, la exaltación del arte, porque tenía un estilo propio que se imponía sin gustar” (“Martín Pérez arquitectura con identidad”, disponible en línea en <http://www.revistaescuadra.com/martin-perez>, 2013).

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Conclusiones no dialécticas y cómo hacer de mi hijo un señor

Por fin, creo que se puede explicar el éxito de la obra de Martín Pérez en relación a una constante del ascenso social de los estamentos populares de las sociedades premodernas o por lo menos, para-modernas, sea en la España del siglo XVII o en Bolivia del siglo XXI. En su señero estudio sobre lo villano en el teatro del Siglo de Oro español, apuntaba Noël Salomon que el deseo de promoción social de los plebeyos en los siglos XVI y XVII, en el caso específico de los villanos enriquecidos, éstos aspiraban a “escapar de su condición villana” a través de buscar blasones de nobleza (Salomon 1985: 654). Sin embargo, el ascenso social de estos villanos ricos no suscitaba “nuevos valores ideológicos positivos”, en el sentido de constituirse en una clase burguesa emergente que daría paso a la modernidad occidental. Para esos pocos mercaderes y labradores enriquecidos, su salida histórica no era otra que la de “apoderarse de los valores de la clase superior”, y, “lejos de intentar echar abajo el sistema, los que ascendían socialmente intentaron insertarse en la nobleza”, es decir, convertirse en una clase dominante conservadora, sin proyecto de transformación social (ibíd.). Es decir que en el caso de los villanos españoles del siglo XVII no se aplicaba la idea de la “revolución social” según la noción marxista, de considerar a la nueva clase emergente como contraria a la nobleza, como su “sepulturera” (ibíd.). Por eso, sostiene Salomon que no se podía “concebir un ascenso social más que en el seno de las estructuras existentes y a través de la ideología propia de dichas estructuras” (:655). De esa manera, los plebeyos ricos españoles y franceses de aquella época, ocurría lo expresado por Bernardo Palissy: “Le laboureur veut faire de son fils un monsieur” [el arador quiere hacer de su hijo un señor] (citado en Salomon 1985:655). Pues bien, esta forma del ascenso social puede aplicarse con fortuna con lo que ocurre con los estamentos cholos de la población boliviana de hoy y de siempre. La misma idea me la declaró Martín Pérez, ante mi pregunta de ¿por qué quieren estos sectores sociales poseer un edificio vistoso? Esto fue lo que me respondió:

Es que debe ser, ése es el culmen de su trabajo, eso es lo que he podido lograr en tantos años de sacrificio, y no creo que sea tanto para nivel de capricho personal, o satisfacción personal, sino familiar, ellos piensan mucho en sus hijos. Todos esos clientes que yo tengo dicen “el primer piso es para mi hijo”, el segundo, el tercero para mi hija…Van viendo que el tipo de esa necesidad que tenían ellos, en algún momento, de no ser profesionales o algo, lo puedan ver plasmado en que su hija viva de mejor manera, en ese departamento, en ese edificio”. Edificios familiares, según la máxima de “cada piso para cada hijo”. “Entonces yo creo que ahí encuentras la respuesta: yo me saco la mugre, soy el panadero de día y de noche, pero mi hija, que con el tiempo va a ser odontóloga, ya tiene su oficinita en planta baja, porque generalmente le dedican eso: en lugares que ni siquiera son comerciales, su planta baja ya tiene que ser comercio, para una oficina, para un consultorio, porque piensan en esa hija que va a salir médica, abogada, o algo, ¿no? y el piso de arriba es para mi hija, para mi hijo. Ésa es la mentalidad que tienen. Entonces, no veas que vienen en función a ellos, tal vez la imagen de su hija con el tiempo va a representar, ella es abogada, y necesita un buen departamento, o necesita una buena oficina (entrevista con Martín Pérez, 23/VIII/2013, Cochabamba).

En Cochabamba entonces, los cholos/plebeyos quieren, también, hacer de sus hijos señores, desean un ascenso social en el mismo sistema social que se ha reproducido desde el siglo XVI, esto es, el de las jerarquías basadas en el quién es quién a través de la ostentación de honores, sean estos títulos académicos, o sean edificios extravagantes de arquitectura “informal”.

A partir de todo lo expuesto, sostengo que la arquitectura chola de Cochabamba expresa maneras de ser que no pueden definirse ni como indígenas, ni como “modernas/occidentales”. Se trata de otra manera de ser, que en todo caso no es el justo medio ni el tercero virtuoso. Es justamente lo que plantea el crítico Antonio Cornejo-Polar (1996) para el caso de los inmigrantes andinos en las ciudades peruanas, ese “indomable desorden plebeyo de las calles que es visto explícita y reiteradamente como andino” (: 838). La hipótesis de Cornejo-Polar implica ver a los migrantes andinos como situados en

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una posición que no es mestiza ni transcultural, en el sentido de que hubiesen logrado construir una identidad nueva, sintética, que concilia el mundo de su origen (el lugar, pero también la cultura india), con el mundo de destino (la ciudad, pero también la cultura occidental). Así, la identidad/discurso del inmigrante se construye “alrededor de ejes varios y asimétricos, de alguna manera incompatibles y contradictorios de un modo no dialéctico” (: 842). Se trata, por tanto, de una dualidad existencial, una doble pertenencia, que no termina de realizarse virtuosamente (como quisiera la dialéctica) nunca:

Acoje no menos de dos experiencias de vida que la migración, contra lo que se supone en el uso de la categoría de mestizaje, y en cierto sentido en el del concepto de transculturación, no intenta sintetizar en un espacio de resolución armónica; imagino -al contrario- que el allá y el aquí, que son también el ayer y el hoy, refuerzan su aptitud enunciativa y pueden tramar narrativas bifrontes y -hasta si se quiere, exagerando las cosas- esquizofrénicas. Contra ciertas tendencias que quieren ver en la migración la celebración casi apoteósica de Ia desterritorialización considero que el desplazamiento migratorio duplica (o más) el territorio del sujeto y le ofrece o lo condena a hablar desde más de un lugar. Es un discurso doble o múltiplemente situado (Cornejo-Polar, ibíd.).

Esta doble situación o “esquizofrenia” cultural es, a mi modo de ver, generadora de angustia y conflictos en la constitución de las personalidades cholas, las personalidades situadas entre dos mundos, que yo diría que, más que ser el mundo de lo indígena y el de lo occidental capitalista, son los mundos de lo premoderno/cortesano y el de lo moderno/capitalista/burgués. Además, creo que en Bolivia no sólo los sectores populares están sometidos a este doble emplazamiento: también lo estamos los que pertenecemos a las clases medias criollas. Pero es en los sectores cholos donde se vive estas contradicciones no dialécticas con más angustia y con más conflictividad, como lo demuestran, por ejemplo, el estudio de Laura Gotkovitz (2003), y el mío propio (Sánchez Patzy 2011), sobre los pleitos por injurias en Cochabamba, que casi siempre han sido llevados adelante por los cholos y las cholas. Los edificios cholos son, así, manifestación de un “malestar”, de un deseo interminable de ubicarse, de ser alguien, de pedir estridentemente reconocimiento social, honor, prestigio, aunque esto se enmascare en la celebración de lo étnico, de la pujanza del pueblo, en la “agencia” de las cholas emprendedoras, o en la fascinación, casi siempre sospechosa y culpable, ante estos bizarros gustos cholos. Bibliografía Bolivientura.com (2010). “Cochabamba”, disponible en <http://www.bolivientura.com/index.php?page=33> (consulta el 29 de septiembre de 2010). Bonnemaison, Joël (1981). « Voyage autour du territoire » en Espace géographique. Tome 10 n°4, Pp. 249-262. Bourdieu, Pierre (1988). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Traducción de María del Carmen Ruiz de Elvira. Taurus, Madrid. Bourricaud, François (1967). Cambios en Puno. Instituto Indigenista Interamericano, Ediciones Especiales 48. México. Candela, Gema (2012a). “Edificios de tipo explosivo. Arquitectura autóctona y colorida puebla La Paz y El Alto” en La Razón, suplemento “Escape”, 27 de mayo de 2012. Disponible en línea en http://www.la-razon.com/suplementos/escape/Edificios-estilo-explosivo_0_1619838089.html (consulta el 21 de julio de 2013). Candela, Gema (2012b). “aRQuItEcTUrA CoHETilLo: un estilo propio de La Paz y El Alto” en La Razón, suplemento “Escape”, 27 de mayo de 2012. Disponible en línea en http://gemenbolivia.wordpress.com/2012/05/28/arquitectura-cohetillo-un-estilo-propio-de-la-paz-y-el-alto/ (consulta el 21 de julio de 2013).

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