Upload
camila-bannen
View
405
Download
10
Embed Size (px)
Citation preview
1
Steven Friedman (Comp.)
El nuevo lenguaje del cambio. Colaboración constructiva
en psicoterapia.
Ed. Gedisa, Barcelona, 2001
pp. 25-49
Hacer hablar a los números: el lenguaje en la terapia
INSOO KIM BERG Y STEVE DE SHAZER
¿Quiere aprender ciencias fácilmente? Comience por aprender su propio idioma.
Étienne Condillac
La metáfora de la terapia como conversación es al mismo tiempo útil y peligrosamente
engañosa. El peligro reside en el reemplazo, probablemente inevitable, de «como» (en inglés, as)
por «es» (is), es decir de «terapia como conversación» por «terapia es conversación» (que en
inglés no es más que una diferencia de una vocal). Este cambio señala la transformación de una
metáfora en una metáfora disfrazada de concepto.
Que dos personas que se encuentran en un mismo momento y en un mismo lugar
compartan una conversación resulta una actividad normal y natural. Por ello suponemos,
automáticamente, que cuando utilizamos el término conversación sabemos a qué nos referimos.
Parece simple y obvio que no necesitamos saber nada sobre conversaciones para poder
participar en ellas. Al producirse la ineludible transformación a la que acabamos de referirnos
(lo que ya está sucediendo, por lo menos en talleres y seminarios de formación profesional), la
proposición «La terapia es conversación» cobra la fuerza de una declaración y es razonable
entonces que comencemos a pensar que terapia equivale a conversación. De ese modo, una
transformación gramatical inadvertida y erróneamente nos lleva a creer que sabemos todo lo
que hay que saber sobre la práctica terapéutica y que ésta fundamentalmente requiere que
poseamos las habilidades necesarias para mantener una conversación o continuar un diálogo.
Así, equivocadamente pensamos que la conversación misma constituye la terapia, que el factor
curativo es el hecho de compartir una charla. Al igual que la expresión relación terapéutica, que
la precedió, la afirmación «La terapia es conversación» parece explicar en qué consiste la terapia
y sin embargo es tan vaga que en realidad no nos dice nada.
Por otro lado, el hecho de que la práctica terapéutica pueda ser considerada una
conversación nos recuerda sus aspectos interaccionales. Primero, para que se vea a la terapia
como una conversación deben participar en ella dos o más personas. Segundo, las
2
conversaciones tienen lugar dentro del lenguaje, y es también lenguaje lo que utilizamos para
mantener conversaciones. De este modo, la consigna señala en dirección a la idea de Condillac
de que, para aprender acerca de la terapia debemos primero aprender nuestro propio idioma (y,
de hecho, para aprender sobre la conversación o cualquier otra actividad humana).
Las ideas que surgen de la consideración de la terapia como conversación, como una
actividad en la que participan dos o más personas, tienden a amenazar o corromper (o quizás a
equilibrar) los significados tradicionales de la palabra terapia (del griego, «cuidar, curar»), que
ciertamente pueden llevarnos a adherir a la descaminada idea de que el terapeuta actúa sobre
el paciente o cliente. Consideremos, por ejemplo, la siguiente definición que da el diccionario de
terapéutico/terapia:
que sirve para curar o sanar; curativo; relativo al descubrimiento y aplicación de remedios para las
enfermedades. Parte de la ciencia médica que se vincula con el tratamiento y la cura de las
enfermedades.
Parece que «La terapia como conversación» es una fructífera contradicción en sus términos,
en tanto nos induce a considerar la práctica terapéutica y el uso del término terapia de un modo
que socava y contamina las definiciones usuales de la palabra terapia (que el vocablo
lamentablemente conlleva de manera automática).
Cuatro concepciones del lenguaje
Sin duda, nuestros lectores, como los de Condillac, creen que conocen su propio idioma; y
nosotros, como autores, queremos creer que tenemos una comprensión similar del nuestro.
Después de todo, lo usamos todo el tiempo, especialmente al hablar, escuchar, leer y escribir. El
uso de nuestro propio idioma parece algo simple y sin complicaciones.
El sentido común se basa en una concepción ingenua del lenguaje, que lo considera
transparente y verdadero. El supuesto de sentido común que sostiene que el lenguaje es un
medio transparente que expresa hechos preexistentes implica que el cambio nunca se produce
en el lenguaje. Se supone que el lenguaje siempre refleja cambios anteriores a los que ocurren
en el lenguaje. Se considera que los autores o hablantes son capaces de percibir las verdades
de la realidad y de expresar esta experiencia por medio del lenguaje, permitiéndole de ese
modo al lector y oyente saber exactamente a qué se refieren. Sin embargo, las cosas no son
tan simples. Hay al menos otras tres maneras diferentes de conceptualizar el funcionamiento
del lenguaje.
El pensamiento occidental tradicional (que se relaciona con la perspectiva del sentido
común) considera que, de un modo u otro, el lenguaje representa la realidad. Este punto de
vista se basa en la idea de que existe una realidad externa para ser representada. Por lo
tanto, el estudio del lenguaje puede consistir en determinar en qué medida este re-presenta
esa realidad. Es evidente que esta creencia se basa en la idea de que el lenguaje es capaz de
3
representar la «verdad», cuya revelación es la meta de la ciencia occidental tradicional.
Además, esta creencia conduce a la idea de que para desarrollar una ciencia del significado es
necesario escrutar lo que hay detrás y debajo de las palabras, enfoque conocido como
estructuralismo (Chomsky, 1968; 1980; Saussure, 1922), que fue explícitamente utilizado por
Bandler y Grinder (1975) para estudiar la hipnote-rapia y la psicoterapia. Toda la historia de la
psicoterapia, desde Freud hasta Selvini Palazzoli o Minuchin contiene un pensamiento
estructuralista, es decir, interesado en lo que hay detrás y debajo de la superficie de lo que se
investiga.
Los budistas, por otra parte, dirían que el lenguaje bloquea nuestro acceso a la realidad
(Coward, 1990). Y como también piensan que existe una realidad externa, utilizan la práctica
de la meditación para desactivar el lenguaje y conectarse con la realidad.
Y existe otra concepción, generalmente llamada posestructuralismo (De Shazer, 1991; De
Shazer y Berg, 1992; Harland, 1987) que sostiene, simplemente, que el lenguaje es la realidad.
Expresándola en términos más familiares a los terapeutas, esta idea de que nuestro mundo es
lenguaje remite a una perspectiva vinculada con lo que se llama constructivismo. Este enfoque
sugiere que debemos observar el modo como hemos ordenado el mundo en el lenguaje y el modo
como el lenguaje (que nos precede) ha ordenado nuestro mundo. Esta perspectiva nos ha
llevado a creer que para estudiar cualquier tema es necesario estudiar el lenguaje. Es decir
que, en vez de escrutar por detrás y debajo del lenguaje que usan el terapeuta y los clientes,
nosotros pensamos que lo único que tenemos para trabajar es, precisamente, el lenguaje que
ellos usan. Ni los autores (o hablantes) ni los lectores (u oyentes) pueden tener la certeza de
que comprenderán lo que el otro quiso decir, porque cada uno de ellos lleva a ese encuentro todas
sus experiencias previas, que son singulares. El significado es producto de una negociación en
cada contexto específico. Es decir, los mensajes no son enviados, sino solamente recibidos: lo
que vale tanto para el autor como para el lector (en consecuencia, el autor no es más que uno
de tantos lectores). Contrariamente a la perspectiva de sentido común, la perspectiva
posestructuralista considera que el cambio sucede dentro del lenguaje: el contenido de lo que
hablamos y el modo como lo hacemos marca una diferencia y son estas diferencias las que
pueden utilizarse para marcar una diferencia (para el cliente).
En los últimos veinte años, el trabajo con nuestros clientes nos ha llevado de una visión
occidental tradicional a una visión posestructuralista, por el camino del contacto con una versión
de la concepción oriental tradicional. Es decir, que hemos llegado a entender que los significados
que se consiguen en una conversación terapéutica se generan por medio de un proceso más
parecido a una negociación que al desarrollo de una comprensión o un desenmascaramiento de
lo que «en realidad» sucede. Dado que en lo concerniente a los significados toda conversación
entraña incertidumbre, el malentendido es mucho más probable que la comprensión. Creemos
que la tarea del terapeuta consiste en utilizar creativamente este malentendido y generar, junto
con el cliente, un malentendido lo más fructífero posible.
4
Conversación centrada en el problema
Conversación centrada en la solución
La totalidad de los hechos pertenece únicamente al problema, no a su solución.
Ludwig Wittgenstein
Tractatus Logico-Philosophicus
A los fines de la argumentación utilizaremos los términos conversación centrada en el
problema y conversación centrada en la solución como una oposición binaria,1 lo que nos
permitirá seguir a Wittgenstein en el establecimiento de otra oportuna oposición binaria entre
«hechos» y su opuesto, «no hechos». La expresión no hechos es más amplia que el término,
quizás automático, ficciones, puesto que nos permite incluir las fantasías, esperanzas, ficciones,
planes, deseos y demás como lo opuesto de los «hechos».
Conversación centrada en el problema
Cuando escuchamos a las personas describir sus problemas y buscarles una explicación,
unos «hechos» se apilan sobre otros «hechos» y, como resultado, el problema parece cada vez
más pesado. Rápidamente, la situación puede llegar a hacerse abrumadora, complicada y quizás
incluso irremediable. En otras palabras, cuando se explora en detalle el problema de un cliente y
este nos relata más y más «hechos» de su atormentada existencia, el cliente llega a sacar la
(razonable) conclusión de que el suyo bien podría ser un caso realmente difícil. Después de todo,
todos esos «hechos» son lo que tanto clientes como terapeutas creen real y verdadero. Esta
«conversación centrada en el problema», es decir, hablar sobre lo que no marcha bien, no hace
más que repetir algo que, probadamente, no funciona. De modo que la conversación centrada en
el problema forma parte del problema y no de la solución. Para decirlo de manera sencilla, cuanto
más hablan los clientes y terapeutas de los «hechos», mayor es el problema que construyen entre
ambos. El lenguaje funciona naturalmente de este modo.
En general, la conversación centrada en el problema pareciera basarse en la concepción
occidental tradicional sobre la verdad y la realidad. Como en la secuencia de la conversación un
«hecho» sucede a otro, comenzamos a sentirnos obligados a buscar qué hay detrás y debajo,
y a suponer interconexiones y relaciones causales entre ellos. Esta perspectiva conduce a la
idea de que, antes de que el paciente pueda abordar otros problemas (que están en la
superficie) será necesario trabajar en el «problema básico subyacente» (fuera lo que fuese lo
que se encuentre detrás y debajo de la superficie).
Sin embargo, la perspectiva posestructuralista señala que el modo en que utilizamos el
lenguaje puede, inadvertidamente, descaminarnos (y de hecho lo hace con frecuencia). Es
1 Este es un recurso temporal, ya que no puede garantizarse el «adentro/afuera» de los pares binarios; el límite no es una barrera.
5
fácil olvidar que una descripción debe realizarse por medio del lenguaje y que el idioma
inglés, ente otros, requiere al menos un ordenamiento sucesivo de las palabras utilizadas
para lograrla. Hasta tal punto nuestro lenguaje se nos impone, o incluso nos engaña, que
olvidamos que nuestras ideas se originaron en figuras retóricas (más formalmente, podría
decirse que inadvertidamente confundimos ontología con gramática) y en el proceso
interactivo entre terapeuta y cliente que se turnan para hablar, es decir, para solicitar y
brindar una descripción, lo que tiene como consecuencia que tomemos a las descripciones por
explicaciones causales. Es importante recordar que no hay nada que reprochar ni al
terapeuta ni al cliente cuando esto sucede. Si pudiera atribuirse alguna culpa, esta residiría
en el lenguaje mismo.
Conversación centrada en la solución
Parece fuera de toda discusión que no podemos resolver un problema con el mismo
tipo de pensamiento que lo creó. Con los años, hemos aprendido de nuestros clientes que el
modo como ellos juzgan la eficacia de la terapia es completamente diferente del modo
como los terapeutas (e investigadores) juzgan o miden el éxito terapéutico. Nuestros
clientes nos han enseñado que las soluciones implican un pensamiento y un discurso
muy diferentes. Un tipo de discurso y de pensamiento externo a los «hechos» y al
problema. Llamamos a esta conversación externa al problema «conversación centrada en
la solución». El cliente y el terapeuta conversan acerca de la solución que quieren construir
juntos y en el proceso llegan a creer en la verdad o realidad de lo que constituye el objeto
de su conversación. Este es el modo en que naturalmente funciona el lenguaje.
Preguntas de escala
En una gran cantidad de casos (si bien no en todos)
en los que empleamos la palabra «significado» este puede
definirse así: el significado de una palabra es su uso...
Ludwig Wittgenstein Philosophical Investigations
Las preguntas como herramientas terapéuticas.
En los últimos años hemos comenzado a considerar a las preguntas como herramientas
para la intervención terapéutica. A diferencia de los terapeutas que se consideran como expertos
en hallar soluciones, nosotros nos hemos dado cuenta de que lo que modela la realidad del
cliente es el uso de palabras, pensamientos, acontecimientos y sentimientos; es decir
percepciones y comportamientos. Mediante el intercambio de malas interpretaciones y
malentendidos ayudamos a nuestros clientes a reconstruir y reformular su realidad de un modo
que encuentran beneficioso.
Berg y Miller (1992) describieron cinco tipos de preguntas que resultan útiles en diferentes
momentos de una entrevista: 1) preguntas que inducen a descripciones de cambios previos
6
a la sesión; 2) «preguntas por el milagro», es decir, aquellas que ayudan a definir los
objetivos del cliente y dilucidar las soluciones posibles (De Shazer, 1988, 1991); 3)
preguntas para encontrar excepciones; 4) preguntas que apuntan a la capacidad de
respuesta, es decir, que subrayan las (con frecuencia olvidadas y, sin embargo,
fundamentales) estrategias de supervivencia que los clientes usan incluso en las
circunstancias más irremediables; y 5) preguntas de escala. En este capítulo nos
centraremos en el análisis de estas últimas.
Cualquiera que haya jugado con números sabe que estos, como las palabras, pueden ser
mágicos. Como es nuestra práctica habitual, tomamos las señales proporcionadas por
nuestros clientes y, a partir de ellas, desarrollamos modos de utilizar los números como
una simple herramienta terapéutica. A diferencia de las escalas numéricas que se utilizan
para medir algo basándose en criterios normativos (es decir, escalas que miden y comparan el
funcionamiento del cliente con el de la población general representado en una curva de
distribución normal), las escalas que utilizamos tienen el propósito de facilitar el
tratamiento. Nuestras escalas se utilizan para «medir» la percepción que el cliente tiene de sí
mismo, para brindarle motivación y aliento y para esclarecer sus metas individuales, o
cualquier otra cosa que resulte importante para él.
Perspectivas individuales y de relación
Como indicamos en otro trabajo (De Shazer y Berg, 1992), todas las preguntas que el
terapeuta hace al cliente intentan extraer la siguiente información: 1) la visión que tiene el
cliente sobre el problema y sus posibles soluciones, incluyendo sus opiniones y el grado de
malestar, esperanza y voluntad de trabajar esforzadamente para resolver los problemas; y 2) la
percepción que tiene el cliente de las personas significativas en su vida y de la percepción que
estas personas tienen de él. Como indican las agudas observaciones de George Herbert Mead
(1934), nuestra visión de nosotros mismos depende en gran medida de cómo creemos que nos
ven otras personas; así, las preguntas que ayudan ni terapeuta a hacerse una idea acerca de
la percepción que tiene el cliente de su relación con personas importantes para él proporcionan
información muy útil, especialmente cuando la meta del cliente es imprecisa o el tratamiento ha
sido prescripto, no elegido.
Las preguntas de escala se usan para analizar la perspectiva individual del cliente, su visión
de los demás y su impresión acerca de cómo lo ven los otros. (No lince falta aclarar que el
terapeuta formula muchos otros tipos de preguntas vinculadas con escalas numéricas.)
Ejemplo de caso clínico I
Los diálogos entre cliente (C) y terapeuta (T) que siguen a continuación son fragmentos
textuales de una sesión inicial.
T:2 ¿Cuánta confianza tiene en que podrá perseverar en esto? Digamos que diez significa que
está segura de que va a llevar a cabo este tratamiento, que en un año mirará hacia atrás y
7
dirá: «Hice lo que me había propuesto». Y que uno significa que lo abandonará. Entre diez y
uno, ¿cuánta confianza tiene?
C: Siete.
T: ¿Siete?
C: Sí.
T: ¡Vaya!
C: No tengo otra alternativa.
T: Es cierto, es cierto. ¿Qué supone que diría la madre de Charlie? Ante la misma pregunta,
¿qué cree que respondería ella?
C: Me daría un puntaje más bajo.
T: Probablemente...
C: Diría que nunca perseveramos en lo que decimos que vamos a hacer.
T: ¿Cuánto más bajo? ¿Cuánto le daría, entre diez y uno?
C: Cuatro o cinco.
T: ¿Cuatro o cinco?
C: Sí.
T: Bien. Y si le preguntara a Charlie sobre...
C: ¿Mí?
T: Sí, sobre Joan. ¿Qué diría? ¿Dónde la colocaría? ¿Cuánta confianza diría que tiene en que
usted llevará esto a cabo?
C: Tres o cuatro.
T: ¿Tres o cuatro?
C: Sí.
T: Más bajo que la madre. ¿Y su mamá, Joan, qué diría?
C: Mi mamá me pondría un uno. Ella no me permite pensar.
[Si bien Joan y su terapeuta saben lo que quieren decir cuando cada una usa la palabra
«confianza», ninguna sabe con seguridad lo que la otra quiere decir cuando usa esta palabra
(o cualquier otra). De manera similar, en tanto autores, no podemos estar seguros de que
sabemos lo que nuestros lectores quieren decir cuando usan el término «confianza»; y ellos
tampoco pueden estar seguros de saber lo que nosotros queremos decir. Al usar una
palabra, cada uno de nosotros trae consigo toda su experiencia anterior con ella. Si bien
habrá necesariamente alguna similitud, alguna yuxtaposición, entre los significados que
cada uno de nosotros atribuye a las palabras, existe una enorme diversidad que puede
ponerse en juego en la conversación. Por supuesto, cuanto más disímiles sean nuestras
experiencias, mayores serán las posibilidades de que se produzca un malentendido
creativo.
En nuestro ejemplo, las escalas numéricas le dan a la clienta y a su terapeuta una
idea del grado de confianza de la primera en su capacidad de perseverar en la terapia y
2 Insoo Kim Berg
8
les proporciona a ambas un instrumento para establecer una comparación con las creencias
de la dienta con respecto a cómo la ven otras personas cercanas. La terapeuta encuentra,
así, una ocasión para elogiar a su dienta.]
T: De algún modo, usted ha aprendido a estar en desacuerdo con todos ellos.
C: Ajá.
T: Y usted dice que sus amigos la ayudan en esto. Y si les preguntara a sus amigos, ¿qué
dirían? (sobre la misma pregunta, usando la misma escala).
C: A ellos no les preocupa tanto mi capacidad para hacer las cosas que me propongo. Lo único
que les preocupa es que no vuelva con Charlie. Así que para la categoría «todo lo demás» [la
vida más allá de la decisión acerca de Charlie], probablemente también me pondrían un
siete.
[Las evaluaciones numéricas también contribuyen a darles una idea a la dienta y a su
terapeuta de cuánto apoyo de sus amigos tiene la primera. Es evidente que, desde el punto
de vista de la dienta, sus amigos le serán de más ayuda para lograr sus metas (con
respecto a la categoría «todo lo demás») que su madre, su suegra o su ex marido.
Si bien las diferencias entre 7 y 4 o 5, entre 7 y 3 o 4 y entre 7 y 1 nos clan lugar a
preguntarnos cuan realista será el 7 que la dienta se asigna, el 7 que le darían sus
amigos, sin duda, viene en su apoyo. Además, en este contexto, el 7 también indica que
la dienta se cree más decidida a hacer lo que quiere que lo que otros piensan, y esta
comparación con otras personas probablemente contribuya a reforzar su resolución.]
C: Probablemente dirían que voy a volver con Charlie.
T: Quiere decir que esto les preocupa.
C: Sí.
T: Están preocupados.
C: Me llaman cada cinco minutos. Esta tarde vienen amigos a casa. Y todo porque ellos dicen
que «si llama, hablarás con él o le permitirás venir».
T: Entonces, ¿ellos piensan que Charlie no es bueno para usted?
C: Sí.
T: ¿Están convencidos de que Charlie no es bueno para usted?
C: Sí. Lo odian.
T: Lo odian.
C: Sí.
T: O sea que si yo les preguntara a sus amigos «¿qué probabilidad hay de que Joan vuelva con
Charlie?» (la dienta se ríe), ¿qué dirían, usando la misma escala?
C: Diez a uno.
[La dienta pasa de la calificación de uno a diez a la expresión de una posibilidad (como si se
tratara de una apuesta), probablemente en respuesta a la pregunta de la terapeuta acerca
de la «probabilidad». Y la terapeuta la sigue.]
T: Diez a uno.
9
C: Probablemente.
T: ¿En serio? Deben estar preocupados por usted.
C: Sí, estoy preocupada.
T: Usted está preocupada.
C: Sí.
T: ¿Qué probabilidad se daría usted?
C: Probablemente la misma.
T: ¿Diez a uno? ¿Es decir que piensa que no volver con él es mejor para usted?
C: Sí.
T: ¿De veras?
C: Sí.
T: ¿Está absolutamente segura?
C: Absolutamente.
T: Absolutamente. ¿Qué necesita entonces para mejorar sus probabilidades?
C: No sé. Siempre pienso que él cambiará, que mejorará. Siempre me promete portarse mejor.
Entonces, a veces pienso: bueno, está bien. Por una parte, soy una persona agradable y todo
eso. Pero por la otra, ¿quién me va a aceptar con tres hijos? ¿Quién me va a cuidar? ¿Quién
va a querer cuidarlos a ellos? ¿Quién querrá estar con nosotros?
T: Entonces, ¿qué tiene que hacer para aumentar las probabilidades de no volver con él?
C: No tengo idea. (Se ríe.)
T: ¿Qué le dirían sus amigos?
C: Siempre me dicen que debería encontrar a otra persona y que si encontrara una persona
decente que realmente nos tratara bien, vería la diferencia y no querría que él volviera.
T: Eso dicen.
C: Sí. Lo que tiene algún sentido, pero mientras tanto... (Se ríe.)
T: Mientras tanto...
C: Estoy en casa todo el día, todos los días, las veinticuatro horas. Y el teléfono está ahí. Y si
él llama, realmente no tengo a nadie más.
T: ¿Es así?
Construir excepciones
C: Bueno, anoche me llamó. Inventó una excusa... tenía que ver con su seguro.
T: ¿Cómo hizo para no aflojar anoche cuando él la llamó?
C: Porque estaba ocupada. Estaba haciendo otras cosas. (Se ríe.) Y estaba mirando una
película.
T: Aun así, ¿por qué no se reconcilió con él anoche?
C: No estaba pidiéndomelo. Él trataba (usted me entiende, pero yo simplemente le hablé
como si se tratara de cualquier otra persona.
T: Entonces, si él llama y le pide que se reconcilien, ¿es ahí cuando es probable que usted
afloje?
10
C: Sí. (Se ríe.)
T: Entonces, si él le implora y le promete y todo eso, ¿es eso lo que sucederá?
C: Sí.
T: Ya veo. En estas ocasiones es cuando sus probabilidades empeoran.
C: Sí.
T: Bueno. Entonces, ¿qué tiene que hacer para mejorar sus probabilidades?
C: No sé. (Se ríe.) No sé.
T: ¿Sus amigos qué le dirían que hiciera para mejorar sus probabilidades?
C: Tampoco saben. Sólo me dicen que debería hacer algo y mantenerme ocupada, y que una
vez que llegue el bebé podré salir más y hacer otras cosas...
T: ¿Podría nombrar algo, por pequeño que sea, que usted puede hacer para mejorar sus
probabilidades, aunque sea un poquito?
C: No lo llamo. Hasta ahora no lo llamé y, por lo general, a esta altura ya lo habría hecho.
T: ¿Es así?
C: Oh, sí. T: Entonces...
C: Cada vez que me llama... por ejemplo, eran las once menos cuarto cuando llamó...
T: ¡Vaya!
C: Parecía bastante ofendido porque no lo había llamado.
T: ¡No me diga!
C: Me sentí bastante orgullosa de mí misma.
T: Bien.
C: Me siento mejor. Cuanto más piensa que voy a volver con él... y cuanto más se comporta de
ese modo, mejor me siento. Pienso: «¡Ja!, no lo hice», usted sabe, es...
T: Entonces, no llamarlo ayuda, ¿es verdad? Y ayer, ¿qué más ayudó? ¿No ceder o no pedirle que
volviera?
C: Mmm...
T: Generalmente, ¿es usted quien le pide que vuelva o es él quien le suplica que lo acepte de
vuelta?
C: Los dos.
T: Ambos lo hacen. Bien. Entonces, creo que una cosa que puede hacer es encontrar un modo
de no pedirle que vuelva.
[Hasta aquí se describieron algunas excepciones a la visión de Joan de sí misma como
indefensa ante las súplicas de Charlie o ante su propia soledad; por lo tanto, tanto Joan
como su terapeuta saben que ella sabe cómo evitar llamarlo y pedirle que vuelva (lo que a
esta altura de una separación ella ya habría hecho) y también saben que ella ahora sabe
cómo responder cuando Charlie la llama (manteniéndose «ocupada»). Como ella piensa que
no le conviene reconciliarse, se puede seguir edificando sobre esos actos que apuntan en
la dirección de su objetivo (que fueron llevados a cabo con anterioridad a la terapia y que
son los antecedentes de su avance hacia ese objetivo) para aumentar las probabilidades
11
de éxito de Joan y para reforzar su confianza en que podrá lograr sus objetivos. Además,
estos comportamientos pueden convertirse en el punto central de una tarea para el hogar
que la terapeuta podría indicarle a Joan con el fin de mejorar sus probabilidades de
éxito, puesto que Joan es capaz de repetir algo que ya sabe cómo hacer.]
T: ¿Qué le resulta más difícil: no pedirle que vuelva o (cuando él le suplica que lo acepte
nuevamente) rechazarlo? ¿Qué piensa que le resultará más difícil?
C: Bueno, él se sienta ahí y dice: «Claro, haces esto porque nunca te importé» y esto y aquello y
lo de más allá. Y yo le digo cosas como: «Claro, yo simplemente recojo a cualquier extraño
de la calle y me quedo con él tres años. Y dejo que me maltraten y le doy tres hijos a
cualquiera.» Usted sabe, él se sienta ahí y dice: «Tú no me amas» y vuelve y se pone a llorar
y todo eso, y yo le digo: «Bueno, a menos que hagas esto, esto y esto, no pienso volver». «Oh,
lo haré, lo haré.» Ahí termina todo; es el fin. Porque yo realmente quiero creerle. Hay
momentos en que puede ser una persona realmente agradable.
T: ¿Cuáles son las probabilidades de que vuelva y le prometa todo eso?
C: Bastante altas.
T: ¿Es así?
C: Básicamente, sí.
T: Entonces él no está convencido de que esta vez usted va en serio.
C: No. Y realmente no se le puede echar la culpa a él.
T: No.
C: Usted sabe...
T: Sus antecedentes no son muy buenos que digamos.
C: ¡No, no!
T: Correcto. Entonces ahora usted tiene que hacer algo realmente diferente para indicarle que
esta vez va en serio.
C: Pero no sé qué hacer.
T: Comprendo.
C: Quiero decir, llamé al abogado e hice todas esas otras cosas. Y eso debería ser... suficiente. Y
a su mamá le dio un ataque.
T: Me lo puedo imaginar.
C: Empezó a gritar...
T: Seguro que estaba furiosa.
C: «No puedes separar a mis nietos de mí.»
T: Pero usted no retrocedió.
C: No.
[El haber ido al abogado y no haber retrocedido frente a la abuela de sus hijos pueden
interpretarse como excepciones positivas ya que también contradicen la idea que tiene Joan
de sí misma en el sentido de que es débil. El terapeuta puede usar estos ejemplos como
puntos focales para elogiar a Joan por su fortaleza y habilidad.]
12
T: Permítame formularle una pregunta de otro tipo. Digamos que diez significa que usted
confía ciegamente en que Charlie cambiará, que le hará dar a su vida un giro de ciento
ochenta grados y que uno significa lo opuesto.
C: Le pondría un dos.
T: Un dos.
C: Para él, nada es lo suficientemente importante. Prefiere salir a beber. O prefiere salir
con una chica de catorce. Y los niños sólo sirven para mostrarlos en algún acontecimiento
familiar o cuando hay un feriado... en ese momento es cuando generalmente se sienta y
es realmente agradable.
T: ¿Qué tiene usted que hacer para mantenerse firme esta vez?
C: No sé. (Se ríe.)
T: No sabe.
C: Pensé simplemente en anotar todas las cosas que él hace y no dejar de mirar la lista...
Todos los días anotaré y diré qué tiene de bueno o qué hizo de bueno por nosotros y qué
no.
T: ¿Eso le serviría para recordárselo?
C: Creo que sí.
[La idea de Joan de anotar los aspectos positivos y los negativos podría resultar un
punto focal útil para una tarea para el hogar, especialmente porque ha sido una idea
suya. Algunos clientes encuentran de utilidad este tipo de tareas de escritura y lectura
para ordenar las cosas cuando no tienen claro qué harán o cómo llevarán a cabo lo que
quieren hacer.]
T: Usted está diciendo que la probabilidad de que él cambie es de dos. ¿Qué tendría que
verle usted hacer para ponerle, quizás, un tres?
C: Tomarnos en serio y ponernos como prioridad. En este momento, su prioridad es el
trabajo. Es como si se avergonzara de mí. Jamás me lleva adonde va con sus amigos o a
una salida con ellos.
T: Entonces ¿qué es lo que estaría haciendo diferente?
C: ¡No estaría avergonzado de nosotros! Nos llevaría con él.
T: ¿Qué probabilidad hay de que lo haga?
C: Dos. (Se ríe.)
T: (Se ríe.) No muy alta.
C: De hecho, podría ser uno, porque tuvo tres años para hacerlo y jamás lo hizo.
Ejemplo de caso clínico II
Aun los números, aparentemente concretos, pueden ser variables y cambiantes, como
consecuencia del cambio en las percepciones resultante de la conversación entre cliente y
terapeuta. En este caso, después de que la familia expuso su visión del milagro, el terapeuta
manifestó curiosidad por saber si cada uno de los pequeños episodios que componían este
milagro había sucedido alguna vez.
13
Construcción del cambio previo a la sesión
En el transcurso de la conversación con el terapeuta, el cliente suele señalar que, desde la
última sesión, las cosas van un poco mejor. Es probable que el terapeuta encuentre de utilidad
el uso de preguntas de escala para afirmar y validar la experiencia del cliente y para
profundizar la indagación acerca de lo que se debe cambiar para que el cliente sienta que la
terapia ha sido beneficiosa.
La transcripción que sigue pertenece a una sesión de terapia familiar.
La primera sesión con la familia de tres integrantes incluyó a la madre y a sus dos hijas.
La madre estaba a punto de divorciarse de su segundo marido (el padrastro de sus hijas). La
visión que la familia tenía de la solución (obtenida mediante la «pregunta por el milagro») incluía
el hecho de que las hijas vieran a su madre sonreír más, estar más contenta y ser capaz de
poner fin a sus conversaciones telefónicas con su padrastro más rápidamente y sin
perturbarse. Tanto la visión de la madre como la de las hijas acerca de cómo estarían éstas
cuando el problema se resolviera incluía la idea de que las hijas se mostrarían cada vez más
felices, repitiendo esas conversaciones, poco frecuentes, pero amistosas y normales que solían
tener cuando el matrimonio de la madre funcionaba razonablemente bien.
En el transcurso de la conversación surgió que la noche previa a la primera sesión la madre
había actuado de manera diferente al hablar por teléfono con su ex marido. Las dos muchachas
describieron que la madre fue capaz de «mantener la calma» y simplemente colgarle el teléfono
a su ex marido, en lugar de «ponerse terriblemente nerviosa» por lo que él le decía. Las tres
estuvieron de acuerdo en que aquella había sido la primera ocasión desde la separación en que
había sido capaz de hacerlo.
Es importante elegir el momento adecuado para formular la pregunta de escala. La
conversación entre el terapeuta (T) y la familia (madre, M, e hija, H) tuvo lugar luego de un
buen rato de discusión con respecto a los éxitos:
T: (A la madre.) Digamos que diez representa su vida tal como usted quiere que sea cuando
ya no necesite venir a verme y que cero representa el peor período posible en las últimas
semanas, cuando más preocupada se encontraba por su familia. ¿Dónde diría que se
encuentra ahora?
M: Diría que me encuentro a mitad de camino. En lo que a mí concierne, diría que estoy
más o menos en la mitad. Para las chicas diría que el puntaje es menor, especialmente
cuando estoy con ellas.
T: ¿Y si considera a la familia como un todo?
M: Diría que alrededor de tres y medio o cuatro. Lo que me preocupa son mis hijas, el modo
como este divorcio las afecta. Si no fuese por ellas, terminaría este matrimonio sin
problema. Son ellas las que me hacen quedar atrapada en el círculo.
T: ¿Cuánto le parece que hace que están en tres y medio o cuatro?
M: Los últimos tres o cuatro meses.
T: ¡Vaya! (El terapeuta se dirige entonces a la hija mayor.) ¿Y tú? Diez equivale a que mamá
14
se tome todo con calma, como anoche, y cero equivale al peor período en el que no podía
evitar sentirse perturbada.
H: Diría que hoy está en un siete o un nueve.
T: Quiere decir que desde tu punto de vista mamá ha avanzado muchísimo. ¡Excelente! ¿Y
con respecto a la familia como un todo? ¿Dónde dirías que está hoy la familia, en una
escala de cero a diez?
H: Cinco o seis.
[La diferencia de percepción entre la madre y la hija sobre cómo les está yendo a la
madre y a la familia debe ponerse de relieve como un cambio. El terapeuta decidió utilizar
esto como el punto de partida de un juego de lenguaje centrado en la solución (De
Shazer, 1991; De Shazer y Berg, 1992). Nótense los cambios que surgen en la
percepción de la madre acerca del modo como manejó los cambios recientes y su efecto
sobre las hijas.]
T: (A la madre.) ¿Le sorprende oír esto?
M: No. Desde el punto de vista de ellas, anoche yo avancé muchísimo porque me mantuve
firme.
T: ¿Cómo lo hizo?
M: No volví con él.
T: Entonces ¿ no reconciliarse con él ha sido bueno para usted y sus hijas?
M: Sí, ellas ahora saben que no me voy a reconciliar con él, y les hace bien saberlo. Ahora,
para ellas esto es algo bastante seguro. Estuve furiosa con él y ya lo he superado. Sin
embargo, no me reconcilié. La furia contra él solía durarme un tiempo determinado y
cuando se me pasaba me reconciliaba. Esta vez ya hace un tiempo que se me pasó y no
volví con él.
T: Entonces, ¿es bastante seguro que no se reconciliará?
M: Sí, estoy bastante segura.
T: (A la hija.) ¿En que crees que esto te beneficia?
H: Cuando está contenta tiene mejor carácter.
T: Entonces puedes identificar cuando mamá está contenta. ¿En qué te beneficia esto a ti?
H: Para nosotras es mejor que esté contenta.
T: Entonces, cuando mamá toma una decisión y la mantiene, esto la pone contenta. Cuando
está contenta, las cosas mejoran para ustedes.
H: Sí. (La madre mira a su hija y asiente con la cabeza.)
T: (Dirigiéndose a la madre.) ¡Bien!, ¿cómo lo hizo? Debe de haber sido muy difícil.
M: Es difícil, muy difícil. Pero en nuestra conversación me di cuenta de que, después de ocho años
y medio, él no ha cambiado. Y no va a cambiar. Volver atrás no va a mejorar las cosas.
T: ¿Está convencida de eso?
M: Estoy convencida. Es mejor que siga sola. Y también es mejor para mis hijas.
Es difícil saber con exactitud qué tenía en mente la madre cuando se describió a sí
15
misma con un cinco y a la familia en su conjunto con un tres y medio o cuatro. Tampoco queda
muy claro qué quiso decir la hija cuando le puso a su madre un siete o un nueve y a la
familia un cinco o un seis. Poco importa que el terapeuta lo sepa. Importa, sin embargo, que
la madre y las hijas parecen saber, hasta donde podemos observar, lo que la otra quiere
decir.
Más adelante en la conversación, se le pidió a la madre que describiera qué estaría
haciendo cuando hubiera subido un punto en la escala. También se les preguntó a las hijas qué
diferencias creían que notarían en su madre y cómo afectarían estas su vida.
Conclusión
¿Cómo puedo expresar lo que sé con palabras cuya significación es múltiple?
Edmond Jabès
Las escalas numéricas les permiten al terapeuta y al cliente utilizar el funcionamiento
natural del lenguaje por medio de un acuerdo sobre los términos (es decir, los números) y un
concepto obviamente múltiple y flexible (una escala en la cual diez representa al objetivo
cumplido y cero equivale a una ausencia de progreso hacia ese objetivo). Dado que ni el
terapeuta ni el cliente pueden esta absolutamente seguros de lo que el otro quiere decir cuando
utiliza una palabra o concepto determinados, las preguntas de escala les permiten construir
conjuntamente una manera de hablar de cosas que son difíciles de describir, incluyendo el
progreso hacia los objetivos del cliente. Por ejemplo, una mujer creía que en su progreso hacia su
objetivo se hallaba a mitad de camino y, por lo tanto, se puso un cinco. Cuando se le preguntó
qué sería diferente cuando su puntaje fuera seis, simplemente respondió: «Me sentiré más
seis». Sin duda, el terapeuta hubiera preferido una descripción más concreta y específica, pero la
dienta no podía describir las cosas de manera concreta (aunque estaba segura de que se daría
cuenta cuando llegara al seis). En este caso, la escala nos proporciona un método para el
malentendido creativo, por medio de la utilización de números para describir lo indescriptible,
así como para, no obstante, tener alguna seguridad de que, como terapeutas, estamos haciendo
el trabajo para el que el cliente nos contrató.
Preguntas del compilador
P: Me interesa su idea de que la tarea del terapeuta consiste en utilizar creativamente los
malentendidos inherentes a toda conversación para posibilitar que se produzca el cambio.
¿Podrían explayarse más sobre esta concepción?
R: En vez de decir que el terapeuta permite que se produzca el cambio, más bien pensamos
que el cambio ocurre constantemente, que la estabilidad es una ilusión y que el cambio es
inevitable. La tarea del terapeuta es utilizar los malentendidos inherentes a la conversación
16
para ayudar al cliente a darse cuenta de las diferencias para que estas diferencias percibidas
puedan ser puestas en acción. Así, esas diferencias percibidas pueden marcar una diferencia.
Además, no pensamos que los malentendidos sean «inherentes a la conversación», sino que
constituyen las conversaciones y que, de hecho, hacen posible la conversación. Es decir, si
simplemente (radicalmente) nos entendiéramos unos a otros, no tendríamos nada de qué hablar.
Por ejemplo, si pudiéramos comprender lo que los clientes quieren significar cuando dicen:
«Estoy deprimido», no habría razón para formularles pregunta alguna. Conoceríamos con
exactitud el pasado, presente y futuro de su afección. Sin decir una palabra, podríamos
prescribirles algún producto químico y/o comportamiento; ellos dirían: «Gracias» y eso sería
todo. Afortunadamente, hasta los enfoques más positivistas de nuestra disciplina (como el del
DSM) reconocen que las cosas no son tan inequívocas. Así, hacemos preguntas porque sabemos
que no comprendemos lo que los clientes quieren significar cuando dicen que están deprimidos.
Evidentemente, la depresión no es algo simple. Las descripciones de los clientes
generalmente abarcan pensamientos, sentimientos, comportamientos, actitudes y contextos
problemáticos, que incluyen a otras personas. Ninguna de las palabras o conceptos que los
clientes incluyen en sus descripciones son simples: debido a que no comprendemos lo que dicen,
nos vemos obligados a formular nuevas preguntas. Toda esta conversación se basa en la
creencia en que la comprensión, si bien quizás improbable, es posible.
Los clientes, por supuesto, saben lo que quieren decir (en esa ocasión específica), pero
nosotros no podemos saberlo. Supongamos que usted le pregunta a una dienta qué entiende por
depresión y ella comienza a contarle que últimamente no duerme lo suficiente. ¿Puede estar
usted seguro de que sus problemas de sueño la han inducido a elegir el término deprimida? ¿O
fue su pregunta la que provocó esa respuesta de parte de ella? Sea como fuere, cuando ella
comienza a hacer público su significado privado por medio de la conversación con usted acerca-
de su depresión, el significado que surge es automáticamente interaccional: en el contexto
terapéutico, el significado es una producción conjunta, fruto de la conversación entre el
terapeuta y el cliente.
A medida que el cliente continúa hablando sobre su «depresión» y el terapeuta obtiene
más detalles acerca de lo que el término significa para el cliente, ¿qué le sucede al terapeuta?
Según nuestra experiencia, después de 30 o 45 minutos, el terapeuta también comienza a
sentirse «deprimido», y a comportarse en consecuencia y, si la conversación se prolonga
durante mucho tiempo, comienza a sentirse tan desesperanzado como el cliente. De este
modo, involuntariamente, el terapeuta se une al cliente para repetir algo que ya ha
fracasado, a saber: la búsqueda del significado del término depresión que, en efecto, construye
su propio significado y, al menos en algunas ocasiones, refuerza sin proponérselo el sentimiento
de depresión.
Desde nuestra perspectiva, comprender, conocer exactamente lo que se quiere significar con
el término depresión es imposible: detrás y/o debajo de toda comprensión o interpretación
acecha otra interpretación (véase la segunda parte de nuestra respuesta a la siguiente
17
pregunta). En consecuencia, la búsqueda del «único significado verdadero» es inútil (cuando no
nociva). Por esta razón decidimos (quizá drásticamente) limitarnos a aceptar la situación tal como
es y utilizar así nuestro malentendido para ayudar al cliente a construir una solución.
Como los significados de las palabras y los conceptos son variables y en ocasiones incluso
indecibles (no existe manera de decidir qué significan con algún grado de certidumbre), los
críticos de nuestra perspectiva con frecuencia se apresuran a concluir que lo que estamos
diciendo es que todo vale, que, por ejemplo, depresión podría significar, absurdamente, árbol. Sin
embargo, la lógica, la gramática, la retórica (en sentido clásico), el uso, el contexto y, lo que es
de mucha importancia, el opuesto del concepto (la no depresión) ofician de límites a la gama de
significados potenciales. Lo que no es depresión limita los posibles significados del término todo lo
que parezca digno de atención en el área de la no depresión lo denominamos «excepciones»,
«milagros», etcétera.
Hablar con el cliente sobre lo que el problema/dolencia no es (es decir, hablar sobre la no
depresión) es un modo de utilizar el malentendido en forma creativa. Centrarse en la no depresión
les permite al terapeuta y al cliente construir una solución, o al menos empezar a construir una
solución, basada en las experiencias del cliente ajenas al área del problema. Así, .una solución es
una producción conjunta de terapeuta y cliente, lograda por medio de la conversación acerca
do todo aquello que el problema/dolencia no es. Por supuesto, no podemos comprender mejor lo
que la dolencia no es que lo que podemos comprender lo que la dolencia es (y, en efecto, no lo
hacemos). Afortunadamente, hablar sobre todo lo que la dolencia no es (y, repetimos, esto no es
algo simple) parece ser valioso y de utilidad para la mayoría de los clientes. Al continuar hablando del
no problema/no dolencia, están haciendo algo diferente, en vez de repetir algo que sabemos que
no ha funcionado. Cuanto más hablan de las excepciones, milagros, etc., más «real» se hace el
contenido de su conversación.
P: Su enfoque terapéutico ha sido descripto como «minimalista» y el material que aquí
presentan indudablemente se ajusta a esa descripción. Me imagino que, con el tiempo, su
trabajo evolucionó en esa dirección. ¿Podrían exponer este proceso y también hacer un
comentario acerca de la dirección que vislumbran tomará su trabajo en el futuro? Y también
¿qué necesita el terapeuta para mantenerse «simple»?
R: Como dijo Guillermo de Occam: «Lo que puede hacerse con pocos medios se hace en
vano con muchos». En efecto, con frecuencia nuestro trabajo ha evolucionado en forma
totalmente inesperada, o por lo menos que nosotros no esperábamos. Nuestros clientes nos
ayudaron (o, mejor dicho, nos obligaron) a seguir simplificando nuestro método. En cada paso a
lo largo del camino siempre tuvimos la equivocada idea de que 1) (hacer terapia) no puede ser
tan simple y 2) que (hacer terapia) es lo más simple que hay. (Por supuesto, que el abordaje
sea simple no significa que ponerlo en práctica sea sencillo. Está muy lejos de ser así.) Los
clientes continúan sorprendiéndonos y por eso siempre esperamos que uno de estos días, al
hacer algo que nos sorprenda más que lo habitual y/o de un modo diferente, un cliente nos
18
obligará a simplificar nuestro enfoque una vez más. No tenemos idea de en qué específica
dirección nos podría llevar.
Umberto Eco (1992), al describir la lectura de la Biblia de los gnósticos del siglo II, podría
estar casi describiendo nuestro impulso estructural (tanto suyo como nuestro), esto es, hacia la
búsqueda de la verdad:
Todas y cada una de las palabras deben ser una alusión, una alegoría. Estas [las palabras] están diciendo
algo que difiere de lo que aparentemente dicen. Cada una de ellas contiene un mensaje que ninguna será
capaz de revelar por si misma... El conocimiento secreto es conocimiento profundo (porque sólo lo que
queda bajo la superficie puede permanecer desconocido por mucho tiempo). Así, la verdad se identifica con
lo que no se dice, o con lo que se dice oscuramente, y debe comprenderse más allá de la superficie de un
texto, o debajo de esta. Los dioses hablan... por medio de jeroglíficos y mensajes enigmáticos, (p. 30)
Eco prosigue diciendo que «la verdad es secreta y ninguna indagación de los símbolos y
enigmas revelará jamás la verdad última sino que simplemente desplazará el secreto hacia otra
parte» (1992, p.35), a algún lugar más atrás aún o más profundamente debajo de la superficie.
El impulso a mirar lo que hay detrás y debajo, a comprender y explicar, a encontrar el secreto
escondido, conduce a una repetición infinita porque nunca podemos estar seguros de que no es
posible excavar otro nivel más profundo. El resultado, por supuesto, es la complejidad
estructural.
No obstante, todo el proyecto estructural se desploma cuando alguien propone la pregunta
wittgensteiniana «¿Pero qué sucede si no hay nada detrás y debajo?». ¿Qué sucede si sólo
tenemos lo que tenemos y no existe nada más? Una vez que hemos simplificado y abandonado la
teoría (la estructural o cualquier otra gran teoría), nos vemos obligados a aceptar que lo que
tenemos, aunque contradictorio y críptico, es todo lo que se puede tener. Todo está allí, en la
superficie de las cosas, donde siempre estuvo.
La simplicidad exige mucha autodisciplina. A la mayoría de nosotros nos resulta difícil dejar
de lado nuestro impulso (altamente valorado) a buscar qué hay por detrás y por debajo, a
comprender y explicar las cosas y, en consecuencia, simplemente describir lo que sucede. No
obstante, debido al modo de funcionamiento del lenguaje podemos creer, erróneamente, (y lo
hacemos con demasiada frecuencia) que las descripciones son explicaciones, en cuyo caso surge
una confusión.
P: ¿Cómo puede el terapeuta evaluar cuándo es el momento más apropiado en la entrevista
para proponerle al cliente preguntas de escala numérica? ¿En qué situaciones clínicas resultan
más útiles estas preguntas? ¿Cuál ha sido su experiencia en el uso de estas preguntas con niños y
adolescentes?
R: En un principio, las preguntas de escala fueron desarrolladas para ayudar tanto al
terapeuta como al cliente a hablar de temas no específicos como la depresión o la comunicación.
Con demasiada frecuencia nos referimos a estos temas como si las experiencias que estos
19
términos describen fueran controladas por un interruptor; es decir que se cree que uno está
deprimido o no lo está y que las parejas son capaces de comunicarse o no lo son.
Afortunadamente, las cosas no son así de claras. Incluso las personas que dicen haber estado
deprimidas durante años generalmente serán capaces de describir momentos (minutos, horas,
días) en que estuvieron menos deprimidas, por el expediente de la formulación de una escala
numérica que contiene toda la gama de los sentimientos depresivos. Al elaborar una escala
numérica, la gama de los sentimientos depresivos, y en consecuencia la dolencia, se
descompone en unidades más o menos discretas. Por ejemplo, si se establece una escala en la
cual 0 representa el momento en que más deprimido se sintió el cliente en las últimas semanas (o
cómo se sentía en el momento de llamar por teléfono para solicitar la terapia) y 10 representa
los sentimientos del día posterior al milagro, que implican el estar libre de sentimientos
depresivos (o, al menos, no ser consciente de ningún sentimiento depresivo y por lo tanto
sentirse capaz de hacer algo que ahora parece imposible), entonces toda calificación superior a 0
no sólo dice que las cosas ya han mejorado: también dice que se está avanzando hacia el
objetivo. En esta situación, el objetivo (sin importar lo impreciso e inespecíficamente que haya
sido descrito) no es simplemente la desaparición de los sentimientos depresivos, sino más bien
lograr un 10.
De manera similar, ocasionalmente, la percepción que tienen los integrantes de una
pareja del modo como se comunican entre sí difiere. Se establece que 10 representa la mejor
comunicación posible de lograr por una determinada pareja; su progreso conjunto y sus
percepciones diferentes se describen simplemente por medio de sus calificaciones. Solemos pedirle
a cada integrante de la pareja que intente adivinar la calificación que propuso el otro, lo que,
nuevamente, no hace más que describir el progreso y las diferencias de percepción, al tiempo que
da a entender que tules diferencias son normales y de esperar. La pregunta no es «¿Quién tiene
razón?» sino «¿Qué es lo que ve el integrante de la pareja que otorga la calificación más alta que el
otro no ve?». Por eso, sin importar lo impreciso e inespecíficamente que los clientes describan su
situación, las escalas numéricas pueden ser utilizadas para desarrollar una manera fructífera de
conversar sobre la construcción de soluciones.
Las escalas también pueden ser de mucha utilidad en sesiones de terapia grupal, cuando los
miembros del grupo tienden a ser algo reservados. A las escalas puede considerárselas sin
contenido, dado que sólo el hablante sabe lo que quiere decir cuando usa un número determinado;
los otros integrantes del grupo tienen que aceptar este hecho sin más. El terapeuta puede discutir con
el cliente en qué cambiará su vida cuando suba, digamos, de 5 a 6. Lo que naturalmente sigue a la
respuesta a esta pregunta es preguntar qué debe hacer el cliente para pasar de 5 a 6. Otras
preguntas posibles: «Cuando pase de 5 a 6, ¿quién será la primera persona en notar sus cambios?».
«¿En qué cambiará el comportamiento de su madre cuando note los cambios producidos en usted?».
Por último, hallamos que las escalas pueden usarse con niños pequeños, adultos con una
discapacidad de desarrollo e incluso con aquellos que tienden a ser muy concretos. Cualquiera que
comprenda la idea de que 10 es mayor que 0 y que 5, en una escala de este tipo, es mejor que 4
20
puede responder con facilidad a preguntas de escala.
Por ejemplo, una niña de ocho años fue llevada a terapia luego de que un desconocido
abusara de ella en un paseo de compras. En la cuarta sesión, la terapeuta dibujó una flecha en
el pizarrón que unía el 1 y el 10; el 10 representaba el fin de la terapia. La terapeuta le pidió a la
niña que señalara con una x sobre esa flecha hasta dónde había avanzado en la terapia. La niña
dibujó su x aproximadamente en el 7. Después se le preguntó qué creía que la llevaría de la x al
10. Después de varios minutos, durante los cuales se balanceó cambiando el peso de su cuerpo
de un pie al otro, se le ocurrió una idea y dijo: «¡Ya sé!». «¿Qué?», preguntó la terapeuta. La niña
respondió con voz sombría: «Quemaremos la ropa que llevaba puesta cuando sucedió». La
terapeuta, asombrada por esta creativa idea, dijo: «¡Es una excelente idea!» Poco después de
esta sesión la niña y sus padres hicieron una quema ritual y luego fueron a cenar a un
restaurante elegante para señalar el fin de la terapia.
Agradecimientos
Los autores desean agradecer a sus colegas Larry Hopwood, Jane Kashing y Scott Miller por sus
contribuciones a este capítulo. Le agradecemos a Steven Friedman por habernos sugerido incluir el
tema de la terapia como conversación como parte de nuestra discusión de un enfoque
posestructuralista en la terapia.
Referencias bibliográficas
Bandler, R. y Grinder, J. 1975. The structure of magic. Palo Alto, Science & Behavior Books.
Berg, I. K. y Miller, S. D. 1992. Working with the problem drinker: A solution-focused approach. Nueva
York, Norton.
Chomsky, N. 1968. Language and mind. Nueva York, Harcourt, Brace, Jovanovich.
Chomsky, N. 1980. Rules and representations. Nueva York, Columbia University Press.
Condillac, E. 1947. Oeuvres philosophiques de Condillac, en G. Le Roy (comp.), Corpus general des
philosophes Français. París, Presses Universitaires de France. Citado en Derrida, J. 1980. The
archeology of the frivolous (trad. de J. P. Leavey). Lincoln, University of Nebraska Press.
Coward, H. 1990. Derrida and Indian philosophy. Albany, State University of New York Press.
De Shazer, S. 1988. Clues: Investigating solutions in brief therapy. Nueva York, Norton.
De Shazer, S. 1991. Putting difference to work. Nueva York, Norton.
De Shazer, S. y Berg, I. K. 1992. Doing therapy: A post-structural re-vision. Journal of Marital and Family
Therapy, n° 18, pp. 71-81.
Eco, U. 1992. Interpretaron and overinterpretation. Cambridge, Reino Unido, Cambridge University Press.
Harland, R. 1987. Superstructuralism: The philosophy of structuralism and post-structuralism,
Londres, Methuen.
Jabés, E. 1959. Je bâtis ma demeure: Poèmes, 1943-1957. París, Gallimard. Traducción citada en
Derrida, J. 1978. Writing and difference (trad. de A. Bass). Chicago, University of Chicago Press.
Mead, G. H. 1934. Mind, self and society. Chicago, University of Chicago Press.
Saussure, F. 1922. Cours de linguistique genérale. París, Payot.
21
Wittgenstein, L. 1972. Tractatus Logico-Phllosophicus (2° ed. corregida; comps. y trads. D. F. Pears y
B. F McGuinness). Londres, Routledge.
Wittgenstein, L. 1968. Philosophical Investigations (3° ed.; trad de G. E. M. Anscombe). Nueva York,
Macmillan.