20
IV. LA DISOLUCIÓN DEL ORDEN REVOLUCIONARIO. a) Fragmentación Política (1819-1821) En el decenio revolucionario, dos sistemas políticos habían asumido como primera tarea alcanzar la victoria en el campo de batalla. Hacia 1816, la guerra había dejado de ser popular y la fatiga comenzaba a corroer la solidez de ambos rivales. En ambos bandos la decadencia del poder supremo va acompañada de un vigor creciente de los regionales. El proceso es evidente en la Liga Federal. En 1819 la Santa Fe de López es aliada insegura; la Entre Ríos de Ramírez muestra una independencia nueva; sólo Corrientes, vigilada por las tropas guaraníes mantiene entera subordinación al Protector de los Pueblos Libres. En el territorio controlado por Buenos Aires el primer síntoma es la ineficacia creciente del aparato gubernativo. La presencia del ejército nacional no basta para hacer cesar la disgregación del poder. Pueyrredón se esforzó por elaborar una política que dosando la imposición y combinándola con la búsqueda de apoyos locales en el Interior, ofreciera una alternativa al autoritarismo de base militar dominante hasta 1815. la parte del ejército que se hallaba en territorio nacional entró en disgregación progresiva, juntamente con el orden político. En 1819 Pueyrredón había solicitado una licencia que había dejado al frente al general Rondeau. Más tarde, presentaba su dimisión definitiva. La Constitución que acababa de promulgar el Congreso iba a ser la causa de nuevos conflictos. Decididamente centralista, sus adversarios le imputaban un espíritu aristocrático que se revelaba en la composición del Senado y en la organización electoral, que tras limitar el derecho de voto, buscaba controlar sus efectos mediante elecciones indirectas. Esta Constitución permitía unificar a los diversos movimientos contra el gobierno directorial bajo una cruzada republicana. Artigas por su parte, comienzos de 1820, fracasaba en sus últimos intentos por salvar alguna parte del territorio oriental del avance portugués.

Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

IV. LA DISOLUCIÓN DEL ORDEN REVOLUCIONARIO.

a) Fragmentación Política (1819-1821)

En el decenio revolucionario, dos sistemas políticos habían asumido como primera tarea alcanzar la victoria en el campo de batalla. Hacia 1816, la guerra había dejado de ser popular y la fatiga comenzaba a corroer la solidez de ambos rivales. En ambos bandos la decadencia del poder supremo va acompañada de un vigor creciente de los regionales. El proceso es evidente en la Liga Federal. En 1819 la Santa Fe de López es aliada insegura; la Entre Ríos de Ramírez muestra una independencia nueva; sólo Corrientes, vigilada por las tropas guaraníes mantiene entera subordinación al Protector de los Pueblos Libres.

En el territorio controlado por Buenos Aires el primer síntoma es la ineficacia creciente del aparato gubernativo. La presencia del ejército nacional no basta para hacer cesar la disgregación del poder. Pueyrredón se esforzó por elaborar una política que dosando la imposición y combinándola con la búsqueda de apoyos locales en el Interior, ofreciera una alternativa al autoritarismo de base militar dominante hasta 1815. la parte del ejército que se hallaba en territorio nacional entró en disgregación progresiva, juntamente con el orden político.

En 1819 Pueyrredón había solicitado una licencia que había dejado al frente al general Rondeau. Más tarde, presentaba su dimisión definitiva. La Constitución que acababa de promulgar el Congreso iba a ser la causa de nuevos conflictos. Decididamente centralista, sus adversarios le imputaban un espíritu aristocrático que se revelaba en la composición del Senado y en la organización electoral, que tras limitar el derecho de voto, buscaba controlar sus efectos mediante elecciones indirectas. Esta Constitución permitía unificar a los diversos movimientos contra el gobierno directorial bajo una cruzada republicana. Artigas por su parte, comienzos de 1820, fracasaba en sus últimos intentos por salvar alguna parte del territorio oriental del avance portugués.

La disgregación del sistema directorial comenzó en Tucumán cuando las tropas del ejército del Norte, derribaron al gobernador el 11 de noviembre de 1819 quien no tenía arraigo político propio. Bernabé Aráoz iba a ser el beneficiario del alzamiento. La quiebra de la legalidad no quería ser total; el cabildo designó a Aráoz como gobernador intendente provisorio. Aún así creaba un poder local surgido de decisiones locales. Para su creación sin embargo se unía el influjo de Aráoz el apoyo de la guarnición que hasta entonces había formado parte del ejército nacional. Ese esa gravitación de los fragmentos del ejército nacional sobreviviente del derrumbe del Estado central la que constituye la originalidad de la experiencia política que comienza en el Interior. El influjo de las guarniciones parece hacer

Page 2: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

posible el acceso al liderazgo de figuras que han sido marginales no sólo respecto al grupo dirigente local, sino también a los dominantes en el resto de las Provincias Unidas. No obstante no convendría exagerar esto.

Aráoz es la figura dominante de ese Tucumán al que convierte en república aunque el acaudalado presidente halla cada vez más difícil distinguir entre su peculio privado y el de su provincia. La importancia de éste debe necesariamente decaer: desde la disolución del poder nacional sólo cuenta para sostenerse con los recursos de la región que ha contribuido a separar. Si el influjo de la guarnición era un hecho pasajero, las soluciones que surgían iban a contar con apoyos militares mejor enraizados. Éstos daban fuerza a las clienteslas rústicas de los jefes políticos que se iban a disputar Tucumán. Aráoz encontrará su más serio rival en Javier López, quien lo hará fusilar en 1824. El cambio en el estilo político no compromete sino más bien consolida la estabilidad social. Para Tucumán los problemas surgen de las rivalidades que dividen a la élite tradicional y envuelve en ellas a la entera provincia.

En San Juan por otra parte, la guarnición parece aspirar a un poder no compartido; la alarma se extiende: junto con la estabilidad política, la social aparece amenazada. El 9 de enero de 1820 el alzamiento del primer batallón del ejército regular estallaba en San Juan contra la autoridad del teniente gobernador De la Rosa. También se rebela contra los oficiales superiores del cuerpo. Producida la victoria, el capitán Mendizábal no halla difícil hacerse elegir teniente gobernador, por el cabildo cuya composición acaba de ser renovada. Los nuevos opositores saben colocar al movimiento al que acompañan bajo el signo de una escrupulosa lealtad al poder supremo: afectan desconfiar de la e De la Rosa y su superior el gobernador de Cuyo, don Toribio de Luzuriaga.

Mendizábal es un hombre de origen social escasamente brillante, y oriundo de Buenos Aires; aun así, sus bodas con doña Juana De la Rosa, hermana de su futura víctima, le han dado influjo antes del movimiento. Pero muy pocos de entre los oficiales de la guarnición lo han acompañado. El capitán Mendizábal ha distribuido dinero que servirá como garantía a la subordinación mientras tenga recursos. Ante el riesgo creado, la solución adoptada por Luzuriaga es en primer término privar de noticias a la guarnición de Mendoza, cuyo alzamiento teme. La solución definitiva pasa por entregar el gobierno local a aquellos que cuentan con bastantes apoyos locales para mantenerse en él. El gobierno nacional, al que Luzuriaga reconoce como supremo, ha dejado en los hechos de contar. Es imprescindible ahora que la crisis política se resuelva en crisis social. Para soslayar ese desenlace, Luzuriaga renuncia en el cabildo, dejando así que la “fuerza moral” venza a la “fuerza física” de la subvertida guarnición.

Page 3: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

El primer avance sobre San Juan comandado por el comandante Alvarado, jefe de las tropas estacionadas en Mendoza, terminó en una rápida retirada. Menos de cinco meses después de la rebelión sanjuanina, una nueva fuerza mendocina no sólo rechazaba el ataque de los alzados sino conquistaba la ciudad de San Juan. Un acaudalado chileno residente en San Juan era elegido gobernador de la provincia.

La gravitación de los restos del ejército nacional en disolución resulta menos decisiva de lo que podría hacer suponer su superioridad militar en el Interior.

Sólo en Córdoba el jefe de un pronunciamiento militar puede, con apoyo de los cuerpos que ha sustraído a la obediencia del gobierno nacional, poner las bases de una hegemonía local. [se refiere a Bustos, quien entra en Córdoba con restos del ejército del Norte, luego del Pronunciamiento de Arequito]

Desde fines de 1818 el grueso del ejército del Norte ha abandonado Tucumán para ubicarse en Córdoba. En junio de 1819 el general Belgrano ha abandonado el comando que queda en manos del general Cruz. En diciembre vuelve la guerra que Estanislao López ha mostrado ya poco deseo de comenzar. 6.000 hombres van a converger sobre la disidente Santa Fe desde Buenos Aires y Córdoba. El ejército del Norte es lo más valioso de esa fuerza. Se ha renunciado ya de hecho a mantener las soldadas [los sueldos] al día y aun a los pagos a cuenta se hacen cada vez más infrecuentes. Ésta es una de las razones del pronunciamiento de Arequito y su jefe es el general Bustos. El sector no adherido al pronunciamiento se reduce en un par de días a un manojo de oficiales sin subordinados ni tropas. El ejército entero marcha hacia al norte. [Se suponía que el pronunciamiento, se hacía repudiando la lucha interna contra López para volver a la lucha independentista]

No hay nada en el movimiento comenzado en Arequito, que pueda alarmar el interés de los propietarios. Aun en el campo político la emergencia de Bustos significa una innovación más limitada de lo que podría suponerse puesto que éste es un veterano de la carrera de la revolución, como saavedrista. Podrá utilizar las tensiones latentes en Córdoba para consolidar su poder. El 19 de enero un cabildo abierto entrega la gobernación de la provincia a José Javier Díaz, quien ya la había ocupado durante el periodo artiguista. Éste no parece adivinar la rivalidad de Bustos. Éste ha difundido una justificación del pronunciamiento que excluye el establecimiento en Córdoba del ejército alzado y su jefe. Pero las promesas de Arequito están destinadas a no cumplirse. El retorno al Norte sólo es posible contando con auxilios de Buenos Aires que por el momento son imposibles. Llega a Córdoba para quedarse y la provisión del ejército que acompaña a Bustos significa nuevas penurias para Córdoba, una segura causa de impopularidad para el gobernador interino. Mientras tanto, el poder se le escapa de las manos.

Page 4: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

Bustos contará con el apoyo del grupo que ha sido sostén del último gobernador intendente designado desde Buenos Aires. Esa alianza es cimentada a través de 1820 y 1821, con alzamientos montoneros en el norte de la provincia, movimientos más serios en la zona pampeana, invasión desde Santa Fe en la última aventura de Ramírez y Carrera. El nuevo poder se afirma gracias a sus victorias sobre las amenazas litorales, pero esta compleja crisis revela, más que el temple de Bustos, el de su teniente de gobernador que ya se había distinguido en la represión del movimiento artiguista cordobés en 1816: Francisco de Bedoya. Bustos parece ser poco más que el bando interno de la élite local; sin embargo la afirmación paulatina de un poder más personal, lo cual se mostrará en todas sus consecuencias durante la crisis de 1824. En cuatro años Bustos ha logrado hacerse de una nueva base de poder, paralela a la militar a la que no renuncia: en las milicias rurales, la designación de cuyos jefes hasta el grado de coronel es atribución del gobernador.

Lo que hace a la originalidad cordobesa respecto a las demás provincias no es la concentración de poderes en las manos del gobernador, sino el más complejo aparato institucional en que se envuelve. Esa concentración no basta. Aun en Córdoba, lo que permite a Bustos ser el árbitro de las disputas de la élite urbana es el apoyo de las tropas de línea. Luego de la caída de Bustos, no debida a fuerzas internas sino a la invasión desde el norte llevada a cabo por el General Paz, lo que emerge es una dominación mucho más rústica. Primero la de los hermanos Reynafé; luego la de Manuel López, jefe de las milicias de Río Tercero.

Ese ascenso del poderío rural durante el decenio de Bustos es asegurado por la reducción progresiva de las fuerzas de línea.

En el resto del Interior ese ascenso de un nuevo liderazgo de base rural, apoyado en milicias se afirma más rápida y abiertamente. Esa organización miliciana es en todas partes de base predominantemente rural y no sólo porque la distribución de la población confiere en todo el Interior mayoría a ese sector, sino porque los regímenes que surgen de la crisis de 1819-1821 se muestran particularmente sensibles a los peligros para el orden social y político que podrían devenir de una militarización urbana ampliada. La estructura miliciana es pública en las nuevas provincias tanto en su origen como en sus fuentes de financiación; pero la utilización de relaciones jerárquicas preexistentes, derivadas de la organización social y económica de la región, hace esa financiación mucho menos costosa.

En La Rioja este proceso desemboca en la hegemonía de Los Llanos sobre la capital y la zona subandina que encuentra su personificación en Facundo Quiroga como suprema autoridad militar y gran elector de las autoridades provinciales. En ninguna de las nuevas provincias la fuerza armada se redujo a la necesaria para asegurar la recaudación

Page 5: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

fiscal. La existencia de cuerpos armados heredados de la etapa anterior lo impedía.

Ese aparato militar en algunas provincias cumple una función esencial: es el caso de las que tienen una frontera india que defender. Antes de la disolución del Estado en 1819-1821 la importancia que las tropas de frontera podían alcanzar en el plano local pudo advertirse en Santa Fe. Esa misma solidez se presentaría en la Santiago del Estero que Felipe Ibarra iba a gobernar.

El poder nacional, desde 1814 ha colocado a Santiago bajo la directa dependencia de Tucumán, ahora cabeza de la intendencia desgajada de la de Salta. La creación de la república del Tucumán agrava la situación: Santiago parece entregada sin remedio a la dominación de su rival. En la frontera de abipones desde 1818, reside como comandante Felipe Ibarra, capitán del ejército nacional.

La república del Tucumán se disuelve para dejar paso a tres provincias separadas y en la de Santiago del estero la posición de Ibarra se hace particularmente delicada frente a la enemiga de las familias capitulares. La solución que adopta es avanzar con sus tropas fronterizas y conquistar la capital desde la que gobernará por así un tercio de siglo. Ahora Santiago debe costear sin ningún auxilio externo la defensa de su demasiado extensa frontera indígena y sólo una hegemonía política no compartida asegura los recursos necesarios. Este poder se apoya en una fuerza armada permanente, no en milicias. Su poder es por ello más independiente del equilibrio social, pero esa independencia no supone un cambio en el equilibrio social.

Tanto en Santiago del Estero como en Santa Fe la emergencia de la fuerza de frontera como base del poder político proviene, a la vez que del predominio militar de la crisis de las que podrían ser bases rivales de poder. Donde esta crisis está ausente alcanzan un predominio menos exclusivo. De ello tenemos un ejemplo claro en Mendoza, donde la defensa de las fronteras han llevado ya en tiempos coloniales a la formación de una organización militar permanente. Si bien desde que Cuyo pasó a ser administrado por San Martín, la política de paz y alianza con los indios quitó urgencia al problema, éste reapareció agudizado a partir de 1820. En Mendoza la presencia en tierra de indios de demasiados fugitivos del nuevo orden dio nueva agresividad a la acción indígena.

Allí había preparado San Martín su ejército de los Andes. El traslado de ese ejército al teatro chileno y luego peruano, devolvieron a primer plano en el mantenimiento del orden interno, a las milicias locales. No es sorprendente que cuando Mendoza comenzó su trayectoria como provincia separada y la necesidad de un apoyo militar para el orden político se hizo de nuevo evidente, esa multiplicidad de tradiciones militares hiciera sentir sus consecuencias. Mendoza se separó del poder

Page 6: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

nacional a partir de la decisión de su gobernador Luzuriaga. El apoyo militar comenzó a ser buscado en las tropas regulares de la guarnición antes nacional que comandaba Alvarado.

El avance sobre San Juan había recaído sobre el coronel Morón. La victoria de la “fuerza moral” profetizada por Luzuriaga. Parecía completa, aunque ella había encontrado adversarios aun dentro de Mendoza: dos oficiales veteranos del ejército de los Andes, los hermanos Francisco y José Félix Aldao, habían sido encargados del reclutamiento de soldados para un nuevo cuerpo veterano de caballería; una vez formado éste, lo volcaron en el conflicto interno. A lo largo de la década de 1820 la emergencia de los Aldao como jefes supremos de las fuerzas de frontera parece no tener consecuencias inmediatas en el plano político. Sin embargo, es decisiva para el futuro encumbramiento político de los Aldao.

La razón es aquí la misma que en Santa Fe o Santiago: la defensa de la frontera es esencial para el mantenimiento de la economía productiva de la provincia, el gasto que ella implica es de todos modos inevitable, y ello hace que la atención a las necesidades de los cuerpos encargados de esa defensa tenga prioridad sobre las de las milicias.

El ascenso de las fuerzas de frontera a la supremacía militar no es sino un aspecto particular de esa emancipación de los poderes de base regional cuyo ascenso gracias a la disolución. Un proceso análogo sigue al derrumbe paralelo de la Liga Federal.

En Santa Fe la tropa de frontera y en Corrientes las milicias rurales. Sólo en Entre Ríos -debido a la supervivencia de esa organización militar más profesionalizada que Ramírez supo crear-, el poder dejado en herencia puede quedar en manos de un oficial profesional sin séquito fuera del ejército, el porteño Lucio Mansilla.

El paisaje político que emerge de los derrumbes de 1820 parece marcado más bien por la extrema fragmentación y diversidad que por la presencia de fuertes oposiciones entre un pequeño número de grandes bloques regionales.

Hay una posición que parece haber conservado y aun acrecido su intensidad: la que separa a Buenos Aires (provincia), de las surgidas en el interior y litoral. En la etapa que comienza, Buenos Aires no es sólo la más próspera de las provincias rioplatenses. Ofrece además un modelo que más de una desespera por emular. Pero, las consecuencias políticas de diez años de revolución, guerra y apertura a la economía mundial no son en Buenos Aires tan divergentes de las del resto del país como podría parecer en los años inmediatos a 1820.

b) 1820 en Buenos Aires: Ruina y Resurrección.

Page 7: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

El periodo directorial había sido en Buenos Aires de creciente desorientación política, aun más abarcadora en una sociedad cuya élite urbana veía sacarse las fuentes de su riqueza; cuyas capas populares veían resurgir cada vez más claramente como ideología oficial la imagen jerarquizada de la sociedad del Antiguo Régimen.

La decisión de doblegar a Santa Fe tomada a fines de 1818, es el comienzo del fin del régimen directorial. El gobierno central debió entonces enfrentar la lucha contra la disidencia litoral solamente con los recursos de la capital y su campaña.

La capacidad ofensiva de los disidentes estaba también muy disminuida: en la Banda Oriental, seguidores de Artigas resistían cada vez más débilmente la acción portuguesa y Buenos Aires se iba a ver libre de la amenaza. El mismo jefe de los orientales había intentado disuadir a sus lugartenientes del proyectado avance sobre Buenos Aires, por esta razón apareció desde el comienzo como una empresa predominantemente santafesina y entrerriana. Ramírez y López lograron poner 1.600 hombres en Buenos Aires. Esto aparecía demasiado escaso para doblegar la resistencia del ejército nacional, sin embargo bastó una carga de caballería federal en Cepeda, el 1º de febrero de 1820, para lanzar a la fuga a las tropas de Buenos Aires. El régimen directorial entró en disolución espontánea. Comienza así la necesaria trasformación política de Buenos Aires. Sería el partido directorial, que es una sola cosa con los grupos dominantes en la sociedad y la economía porteña, el que logra trasformar una derrota en victoria.

Cabe preguntarse si la identificación entre partido directorial y élite económico-social no es una simplificación excesiva. El grupo que dirigió la política revolucionaria, aunque reclutado dentro de la élite criolla, no era idéntico a ella. Esta discutible identificación tiene como consecuencia la interpretación de los choques de 1820 como manifestaciones de un abierto conflicto entre sectores sociales opuestos. Hay opciones políticas menos dramáticas frente a las cuales la actitud de lis distintos grupos sociales es diferente.

La amenaza que se dibuja es la del retorno ofensivo de la oposición antidirectorial porque en las soluciones políticas que ha propugnado y sigue propugnando, hay más de una cuya adopción haría imposible el rápido retorno a una paz que Buenos Aires necesita.

Se ha reprochado al régimen directorial la traición de la ideología revolucionaria y la cautelosa política frente al avance portugués en la Banda Oriental. Sin duda el régimen directorial había fracasado en su tentativa de proseguir la guerra hasta la victoria y a la vez tutelar mejor los intereses inmediatos de esa élite. Su intento de normalización económica y social en medio de la guerra desembocó en un fracaso y ya en 1819 el régimen había retornado a los modos de obtención de fondos

Page 8: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

cuya brutalidad había condenado a sus predecesores. La antigua oposición encontraba que las soluciones que había defendido, habían dejado de ser literalmente válidas en un contexto profundamente trasformado por el derrumbe del régimen. La conquista portuguesa había avanzado demasiado para que fuese fácil eliminar sus consecuencias. Una semana antes de Cepeda había fracasado en Tacuarembó la última tentativa de mantener la presencia artiguista en la Banda Oriental. En marzo, Fructuosa Rivera, el más influyente de los jefes rurales que han seguido a Artigas, se incorpora al ejército imperial. La adhesión al movimiento de los Pueblos Libres se había acompañado de reticencias que pasaban a primer plano luego de la derrota del gobierno central.

Entre los vencedores de Cepeda y la oposición antidirectorial de Buenos Aires no será fácil hallar un terreno de entendimiento. Tampoco lo encontrarán más fácilmente los vencedores con esa élite económico-social de Buenos Aires que adquiere influjo directo en la política de la nueva provincia. Aun así la posibilidad de un acuerdo parece menos remota de lo que parecería al principio.

La devoción a sus interese antes que a una tradición ideológico-política hace de los que en Buenos Aires entran reluctantemente en la arena política, comprensivos hacia sus vencedores. Al mismo tiempo, el interés de éstos en hallar aliados en Buenos Aires es necesariamente muy grande. La situación privilegiada de la nueva provincia no es sólo consecuencia de la política virreinal o revolucionaria. Aun luego de su derrota Buenos Aires conserva un patrimonio de armas y dinero, y el acceso a ese patrimonio se ganará más fácilmente mediante un acuerdo. Sólo cuando los vencedores advierten que si se ven acorralados los intereses dominantes en Buenos Aires están resueltos a impulsar esa unión para una guerra que les repugna, se deciden a tomar el camino de la transacción. Para entonces Ramírez se habrá retirado de la provincia, devuelto a Entre Ríos por la amenaza de Artigas. Estanislao López es un interlocutor más exigente, aunque en una perspectiva más amplia, sus objetivos son más modestos.

Cepeda ha dado solamente un golpe provisional al régimen directorial. El poder vencido se inclina y entrega el gobierno de la provincia al Cabildo. Ramírez exige la creación de un gobierno no vinculado con el régimen caído. Surge así de un Cabildo abierto la Junta que elige gobernador a Manuel de Sarratea, que ha hecho figura de opositor durante el gobierno de Pueyrredón. La designación satisface a los vencedores, que con él firman el tratado de Pilar: allí se prevé una futura organización federativa para las provincias rioplatenses, pero se omite deliberadamente toda precisión al comprometer una acción contra la presencia portuguesa en la Banda Oriental. Un artículo secreto promete a Ramírez armas de Buenos Aires.

Page 9: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

La Junta llegará a ser la expresión institucional de ese grupo de élite económico-social, al que la precisión de los caudillos vencedores ha obligado a abandonar los lazos con el pasado directorial. Los primeros movimientos no corresponden sin embargo a los representantes; es Soler quien, tras de descubrir que el gobierno de la provincia le ha sido escamoteado, denuncia a Sarratea por la entrega de armas porteñas. Antes de cosechar los frutos de esa maniobra, se ve marginado por la llegada de Juan Ramón Balcarce. El 6 de marzo, un Cabildo abierto lo hace gobernador; Sarratea y el despechado Soler han huido a la campaña y los federales son ahora sus valedores. Ante la perspectiva de la vuelta a la lucha, las fuerzas de Balcarce entran en disolución. Su jefe debe marcharse a Montevideo y Sarratea puede volver a gozar de su triunfo.

Ramírez se marcha y su influencia pasa a ser ejercida a través de José Miguel Carrera. A la aparición de Carrera, sigue la de Alvear que busca el apoyo de las fuerzas militares porteñas para reemplazar en el comando de éstas a Soler. Fracasa y la intentona compromete a Sarratea. Disminuido, éste convoca a elecciones para una nueva Junta de Representantes. Sus miembros creen llegada la hora de la vuelta a la gran política e instalan en el gobierno al presidente del cuerpo: Ildefonso Ramos Mejía. Pero Soler al frente de su campamento de Luján, desconoce la autoridad y por su parte Estanislao López, comienza un nuevo avance sobre Buenos Aires; a su lado marchan Carrera y Alvear. Ante el peligro, la supremacía de Soler se impone de nuevo en Buenos Aires. La Junta se disuelve, pero vuelve a ser convocada sólo al efecto de confirmar la designación de éste como gobernador provisorio. Pero Soler no es capaz de detener a López. En la campaña, una Legislatura rival es instalada bajo los auspicios de éste y designa gobernador a Alvear; en la ciudad el Cabildo se inclina a la transacción, mientras Soler, el coronel Dorrego y el coronel Pagola se declaran por la resistencia hasta el fin contra López y Alvear. Mientras Soler y Dorrego dejan el campo al Cabildo, que ha tomado la gobernación interina, Pagola asume una brevísima dictadura.

El coronel Rodríguez que ha venido organizando las tropas de frontera desde los últimos años directoriales finalmente ha acudido con ellas a Buenos Aires. Al no aceptar la gobernación Rodríguez, esta le es conferida interinamente a Dorrego.

Una elección crea en agosto una tercera Junta de Representantes. La posición de Dorrego se ha hecho delicada; su política de guerra a ultranza se hace impopular entre los que en Buenos Aires añoran sobre todo la paz. Éstos han comenzado a encontrar en Rodríguez un apoyo militar alternativo al que Dorrego podría ofrecerles. En setiembre la Junta designa a éste gobernador interino; Dorrego se inclina ante esta decisión y renuncia al comando militar. El desenlace es una nueva revolución en la ciudad que comienza a arrastrar a casi toda la milicia

Page 10: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

urbana. El movimiento es aplastado por las fuerzas de frontera. Al lado de Rodríguez viene sobre Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. Así termina la larga crisis interna de Buenos Aires y podía comenzar la represión. La crisis interprovincial se cerraba poco después con la paz de Banegas, concertada con Santa Fe.

La Junta de Representantes tiene frente a sí, por una parte a unos vencedores que cuentan desde el comienzo con reducido apoyo militar y muestran cada vez mayor prisa por marcharse de Buenos Aires; por otra, a un cuerpo de oficiales que sólo podría apoyarse en una organización militar profundamente desquiciada por la derrota y en las milicias urbanas cuya adhesión los jefes deben reconquistar cada día. Por otra parte; a un vasto y desprestigiado personal político que ve en la confusión reinante una oportunidad para fructuosas aventuras y que si bien puede agravar con sus actos esa confusión cambia en muy poco la efectiva relación de fuerzas. Finalmente a esa opinión pública plebeya de la capital que ha sido hostil a Pueyrredón, que lo es ahora a los vencedores, que no tiene mod de expresarse a través del aparato institucional que la provincia improvisa. Esa multiplicidad de adversarios relativamente débiles, todos los cuales pueden ser también aliados ocasionales, hace posible la actitud llena de firmeza y volubilidad táctica que caracteriza al grupo que domina la Junta.

La victoria final se da en un contexto diferente: Rodríguez y sus tropas de frontera no son vistos como un apoyo externo, sino como el brazo armado del grupo mismo que domina la Junta. Ese ejército es el adecuado a una élite porteña que en octubre de 1820 celebra no sólo el fin de las amenazas que han pesado sobre el entero orden social, sino también el del decenio revolucionario, rico en promesas como en decepciones. Comienza a surgir en Buenos Aires una vida pública de nuevo estilo.

c) La “Feliz Experiencia” de Buenos Aires.

Un nuevo ordenamiento político surge. ¿Es el fruto de un plan preciso de reconstrucción política y económica? Así se sugiere a menudo. Se debería a la visión profética de Bernardino Rivadavia, ministro de gobierno de Rodríguez desde fines de 1821 hasta 1824. Esa explicación, debe comenzar por admitir que la visión rivadaviana estaba sujeta a graves intermitencias: genialmente profética entre 1821 y 1824, se habría tornado catastróficamente obtusa entre 1825 y 1827; a las mismas peripecias estaría sometida la eficacia de la acción de García.

Hay otras razones para dudar que la experiencia que comienza deba tanto a la acción de cualquiera de esos dos hombres. Es un cambio más amplio en los objetivos y la naturaleza misma del gobierno el que es aquí decisivo. Lo que hace la originalidad de la experiencia de Buenos Aires es que se da en un clima que la guerra ha dejado de ensombrecer.

Page 11: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

La clase terrateniente había avanzado a ese primer lugar en la sociedad que en tiempos coloniales había estado lejos de ocupar, las enteras consecuencias de ese cambio sólo se hicieron evidentes luego de la caída del poder directorial.

Es el descubrimiento de un rumbo nuevo para la economía de Buenos Aires el que da a los sectores de intereses la cohesión y la firmeza necesarias para gravitar de modo más decidido sobre la marcha de la administración provincial.. El desmantelamiento del aparato administrativo creado en la etapa revolucionaria y su reemplazo con un sistema más reducido y orientado sobre todo a secundar el progreso económico de la provincia, encuentra en los sectores altos un apoyo casi unánime.

No quiere decir esto que la empresa política comenzada en octubre de 1820 no haya enfrentado dificultades. Una severa represión de la indisciplina política y social es necesaria, y Rodríguez la ha emprendido con energía. Sin duda, la facción directorial ha perdido ya sus influyentes adictos. Los acercamientos individuales al nuevo orden, son favorecidos por dos circunstancias. La primera es que entre los adictos a la nueva situación son escasos los dirigentes dispuestos a hacer de La política su actividad predominante

Son destinados al servicio militar: si su salud no los habilita para ello, a peones de obras públicas. Un año después, la atención se dirige a los mendigos.

También la fuerza de trabajo requiere ser disciplinada; la ley de 17 de noviembre de 1821 castiga a los aprendices que abandonen sus tareas huyendo de su fábrica o taller, obligándoles a servir “más allá del tiempo estipulado, tantos meses como semanas tuviese la falta”. Más severas aún son las medidas que extiende la obligación del contrato escrito a los peones de campo. Reafirman la necesidad para los peones de campo. Reafirman la necesidad para los peones de usar papeleta de conchabo y -una vez terminada la relación de trabajo- de obtener del patrón “un certificado en el que conste su buen comportamiento y haber dado cumplimiento a la contrata”. En el sector del trabajo el liberalismo económico parece no tener vigencia; no sólo se usa coacción pública contra los peones; también se usa la coacción para imponer una más severa disciplina sectorial a patrones.

Por detrás de la adopción de una nueva imagen del estado y sus funciones, hay una alianza deliberada entre el estado y los titulares de los intereses económicos.

Requieren una reforma profunda de la estructura estatal. Esa reforma tiene dos aspectos: por una parte, el estado provincial renuncia a las ambiciones políticas de su predecesor; por otra, se reserva celosamente las tareas administrativas antes distribuidas entre corporaciones menores. La supresión del consulado de comercio es consecuencia de

Page 12: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

esta actitud, que tiene una manifestación aun más importante en la eliminación de los cabildos. Luego de 1820 el gobierno provincial toma sobre sí no sólo las funciones de policía que ya se había asignado su predecesor nacional, sino también las de justicia local y fomento y contralor económico a las que el cabildo no había renunciado.

El objetivo de la reforma militar no había sido tan sólo terminar con gastos sino también orientar al ejército hacia nuevos fines. La ley de 1822 crea un ejército permanente de 2500 plazas, con 113 oficiales. Destinará 22 a la plaza mayor. La tropa tendría un doble origen: el voluntariado y el contingente, reclutado sobre una base territorial designados por sorteo. El enganche de los voluntarios es por un plazo no menor de dos ni mayor de cuatro años. Las excepciones son más limitadas que antes, no cubren ya a los asalariados y artesanos..

El contingente fue pronto impopular; el gobierno renunció a ella, a fines de 1823 ya se ha resignado a contar sólo con un ejército de mercenarios y marginales. El ejército regular debe entonces ser completado con milicias. La ley de 1823 no hará sino darles una organización más sólida.

El fin de la marginación de los sectores ajenos a la élite se había hecho evidente en las elecciones para renovación de la legislatura de enero de 1823, precedidas de una agitación que superó con mucho los límites en que había quedado encerrada la vida política desde 1820. Se ponía en evidencia el punto débil hasta entonces escondido en la base misma del ordenamiento político instaurado. Este había llevado adelante, a la vez que una reforma profunda de los fines y de la organización del estado, una concentración decidida del poder, que legalmente es investido por entero en la sala de representantes de la provincia. Esta institución iba a reclutar sus miembros, mucho más decididamente que las asambleas de la etapa revolucionaria, entre figuras pertenecientes a los sectores económicamente dominantes. Estos aparecen en buena medida entre los representantes de la campaña.

También entre los elegidos por la ciudad el dominio de los políticos es menos completo que en el pasado.

Pero ese clima electoral cada vez más agitado, a través del cual la movilización popular que había acompañado a la revolución parece resurgir, no es un peligro para la solidez de un régimen que apela sobre todo a los que tienen algo que perder. Porque, paradójicamente, el nuevo orden que identifica los intereses de la provincia con los de sus grupos económicamente dominantes, tiene por base el sufragio universal. La ley de agosto de 1821, concede el voto activo a “todo hombre libre, natural del país o avecinado en él, desde la edad de 20 años, o antes, si fuere emancipado” y el pasivo a “todo ciudadano mayor de 25 años, que posea alguna propiedad inmueble o industrial” para la cual no establece monto mínimo. El sufragio universal estaba lejos de

Page 13: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

ser una innovación, en 1812 se lo había otorgado ya a todos los vecinos libres y patriotas. A partir de 1815 las elecciones de diputados y de capitulares de Buenos Aires habían sido convocadas en los barrios, de manera análoga a la dispuesta por la ley de 1821. Todo ello ofrece también una experiencia a cuya luz puede medirse de antemano la incidencia concreta de la universalidad del sufragio Esa experiencia parece mostrar que la apatía del cuerpo electoral es garantía suficiente contra la universalización efectiva del voto; frente a la masa siempre restringida de votantes espontáneos, el sufragio universal permite en cambio al gobierno mover sus grandes batallones.

Pero aunque no significara una ampliación real del sector políticamente dirigente, el sufragio universal iba a traer una modificación significativa de los usos políticos. Los riesgos directos que implicaba el sufragio universal parecen entonces escasos.

No obstante, desde las elecciones de 1823, la agitación política pasa de los círculos que vienen tomando tradicionalmente las decisiones a otros más amplios; del Argos como de El Centinela nos muestran una ciudad hondamente agitada; en ella comienzan a surgir solidaridades políticas que exceden también ellas al círculo dirigente y no parecen ser totalmente efímeras. Ninguna de las facciones que se contraponen tiene estructura formal propia; las listas que se disputan el favor de los votantes son anunciadas mediante remitidos a los periódicos, firmados por seudónimos. Aunque no es fácil medir la cohesión del aparato político informal que asegura esa disciplina, su existencia parece indudable, y sus bases no se encuentran sólo en el gobierno, figuras prestigiosas en los barrios llevan reclutas algo más espontáneos que la tropa a dar su adhesión a la lista oficial.

Pese a la ampliación del sufragio, las decisiones políticas siguen en manos de un grupo reducido. ¿Qué cambió el sufragio universal? Por una parte, al colocarse en la base de pujas electorales que agitaban a sectores cada vez más amplios, volvía a crear esa caja de resonancia popular que en los comienzos de la revolución había dado una dimensión nueva al equilibrio de poder dentro de la élite. Por otra parte, trasformar comicios que en el pasado habían sido una mera formalidad en batallas en que se jugaba el destino del gobierno, imponía al régimen una recurrente prueba de fuego, de la cohesión interna del grupo gobernante, el sistema político basado en el sufragio universal, le exigía una disciplina interna que le había faltado al pasado.

La marginación del antiguo grupo dirigente -aun aquellos de sus miembros que menos se ajustan al ideal de hombre público ahora universalmente aceptado- es necesariamente menos completa de lo que se gustaría creer. Los más altos dirigentes del experimento porteño -Rodríguez, Rivadavia, García- son también veteranos de carrera de la revolución. La nueva estructura estatal conserva posiciones espectables y razonablemente retadas, que pueden usarse como moneda menuda

Page 14: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

para comprar la paz. No es ilógico que el gobierno de Rodríguez haya preferido hacer de Alvear su representante diplomático en el extranjero antes de tener que soportar sus manejos hostiles en la ciudad. Dejada de lado la coincidencia en los grandes objetivos de reconstrucción económica, la coincidencia entre los que participan en el gobierno es escasa, y la disciplina interna del grupo extremadamente elástica. Una disciplina más estricta no era ni necesaria ni posible. Una de las condiciones de la relativa concordia se debe a esa reducción de funciones; si ellas volvieran a ampliarse, el área de discordia se ampliaría también. El interés de los económicamente poderosos en la cosa pública no es ya tan sólo su interés de grupo por asegurar un estado que cumplía con eficacia su función de gendarme del orden interno, es el interés individual de algunos de los miembros de ese grupo por reservarse, con exclusión, los beneficios del favor oficial. Su resultado es que los nuevos avances económicos son causa de división en el grupo económicamente dominante. Esa división y su capacidad para extenderse al campo político se revelan, por ejemplo, en las complejas vicisitudes del Banco de Descuentos y su continuador y rival el Banco Nacional.

De este modo, las divisiones dentro del sector económicamente dominante dan una gravedad nueva a las tensiones entre los dirigentes del partido ministerial. Nótese que esas divisiones no repiten las de funciones dentro del proceso productivo; la disputa, entre hacendados-productores y comercializadores, resulta imposible de rastrear en los hechos; más que la política económica del estado, es la financiera la que provoca los conflictos, y dentro de ésta no es su rumbo general lo que está en disputa, sino la distribución de sus beneficios.

Ese intrincado sistema político pudo sobrevivir a sus insuficiencias mientras un acuerdo fundamental sobre los fines de la acción estatal quitaba relevancia a los conflictos internos.

Bastaba que ese acuerdo fundamental se debilitase para que las tendencias disruptivas alcanzaran mayor fuerza. El retorno de la provincia a su posición hegemónica en el país devolvía urgencia a problemas que había sido al principio posible eludir.

La “feliz experiencia de Buenos Aires” se encamina así a una crisis a la que no habrá de sobrevivir. Pero antes de desembocar en ella, su capacidad de resistir a las tentaciones de la discordia es debilitada. Se trata de la elección de un nuevo gobernador en 1824.

La impopularidad del gobernador parece crecer a lo largo de 1823, debida al resultado mediocre de la campaña contra los indios y a algunas arbitrariedades personales, y las consecuencias de una sequía y epidemia que volvieron a hacer de la escasez un tema de frecuente atención periodística.

Page 15: Halperin Donghi - Revolucion y Guerra - Capitulo IV

Lo que corroe la hegemonía del partido ministerial no es la existencia de una oposición que, no podría ganar nunca en abierta batalla. Es la estructura misma de ese partido, que se ha rehusado a darse la figura y la disciplina de tal.

En 1824, la incoherencia del grupo político que gobierna se hace evidente. La fractura de la solidaridad es ya irremediable.

Los avances de la nueva fórmula económica que triunfa en la provincia provocan desplazamiento de poderío económico. Esa diferenciación entre el grupo dirigente político y el económicamente dominante no es vista con alarma; sin embargo se encuentra aquí una de las razones de la íntima incoherencia que revelará el orden político. En Buenos Aires, del mismo modo que en el Interior, la crisis de 1820 ha revelado las bases rurales en que debe apoyarse ahora todo poder político, pero esa ruralización del poder no es sino un aspecto de la que afecta a áreas más amplias de la vida nacional, y que parece consolidar la Barbarización en que se veía ya en 1810 una de las consecuencias de los cambios que la revolución debía necesariamente introducir.

La desaparición sin reemplazo del gobierno central es la culminación y el símbolo de ese proceso. En cada provincia la fragilidad es duramente sentida. ¿Cómo corregirla, cómo crear un orden político menos vulnerable a sus propias debilidades, a la vez que a las amenazas externas? El camino de la institucionalización parece ser el que permitirá superar esa falta de cohesión interna. A la espera de la solución final que la reconstrucción del estado central ofrecerá algún día, lo que nace bajo el estímulo doble de la ruralización y la ausencia de un marco institucional es un nuevo estilo político.