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Hermanos en Duelo Tripa

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Testimonios de hermanos que sufren la muerte de hermanos

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HERMANOS EN DUELO

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Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Zaragoza

Carrera de Médico Cirujano Área de Humanidades

HERMANOS EN DUELO

Imelda Ana Rodríguez Ortiz

Octubre de 2012

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Hermanos en duelo Imelda Ana Rodríguez Ortiz Primera edición: octubre de 2012 Diseño de portada: Julio Iván Piña Chávez y Salomón González Lugo Diseño de interiores: Salomón González Lugo Revisión: Carla Durand Rodríguez Corrección de estilo: José Antonio Durand Alcántara

Universidad Nacional Autónoma de México Facultad de Estudios Superiores Zaragoza Carrera de Médico Cirujano. Área de Humanidades Academia de Extensión Universitaria y Difusión de la Cultura Impreso y hecho en México ISBN 978-607-02-3527-6

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ÍNDICE

PRÓLOGO 11 INTRODUCCIÓN 19 CAPÍTULO I 23

IMPORTANCIA DE LA NARRATIVA EN LAS HISTORIAS DE VIDA

LAS HISTORIAS Daniel Campos Leyva (29), Pedro Alberto Campos Leyva (33), María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez (37), Deyanira Hernández García (41), Luciano C. Jiménez Lagarde (44), Barbra Dawn Joyce Chao (48), Kathryn Diane Joyce Chao (53), Karla Oliva Pérez (56), Raúl Oliva Pérez (59), Ulises Organista Mateos (64), Julio Iván Piña Chávez (67), Rocío Robledo Fernández (70), Abraham Berush Romero de la Peña (74), Patricia Sosa González (77), César Sosa González (80), Elia Gabriela Vázquez Torres (83) CAPÍTULO II. CULPA Y DUELO 87 CAPÍTULO III. APRENDIZAJE Y COMUNICACIÓN 133 CONCLUSIÓN 149 BIBLIOGRAFÍA 151

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Para nombrar sin demasiadas pretensiones el

pensamiento llamémosle la “reunión”. El

pensamiento es lo que reúne a los ausentes,

las palabras, los argumentos, las impresiones,

los recuerdos, las imágenes. Así como la

reunión supone la unión, el pensamiento

supone la madre.

Acordaos, un día, antaño, se perdió lo que se

amaba. Acordaos que un día perdisteis todo de

todo cuanto era amado. Acordaos que es

infinitamente triste perder lo que se ama.

Pascal Quignard

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PRÓLOGO

Juan Manuel Piña Osorio

María Eugenia Chávez Arellano

En charlas entabladas con amigos que comparten un dolor tan

fuerte como el nuestro, hemos concluido que no hay acto más

doloroso que la muerte de un ser querido. Después de esto,

agregamos, no puede ocurrir algo peor. Tal vez por eso, varios de

nosotros veamos a la partida de otras personas con dolor, pero

éste no es tan marcado como el del acontecimiento que nos

cimbró.

Por “ser querido” nos referimos, principalmente, a la pareja, a

un amigo cercano, a alguno de los padres, a un hermano o a un

hijo. En el caso de este último, se ha dicho, es un acontecimiento

que va contra la naturaleza, porque la ley de la vida indica que los

hijos deben enterrar a sus padres. Cuando esto no ocurre,

entonces se atenta contra el orden natural, por eso aparece un

dolor tan profundo e intenso cuando se pierde a un hijo o a una

hija. Quien ha vivido esto, se dice, ve el fallecimiento de otro ser de

manera natural, porque “quien perdió un hijo quedó vacunado

contra la muerte”.

Sin embargo, es necesario reconocer que la muerte de

cualquier ser querido causa un dolor intenso. Aceptar que la

persona que ha partido ya no estará con nosotros no es sencillo

porque se le recordará constantemente a través de fotografías,

ropa, juguetes, libros y todo aquello que le perteneció. Algunas de

sus cosas permanecerán con la familia, otras se regalarán, pero en

ambos casos, se estará pensando en la persona que partió. Lo

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material ahí está o se fue con otro dueño, pero lo trascendente es

que no podemos olvidar jamás a quién le perteneció originalmente.

También está en nuestras pláticas y regularmente

mencionamos lo que hacía, tanto lo que resultaba gracioso como lo

que era serio; tanto lo que le fue agradable como desagradable. En

cada momento repetimos sus palabras, sus bromas. Encontramos

a sus conocidos en algún lugar y de inmediato lo asociamos a él o

a ella. No faltan aquellos familiares que continuarán mencionando

sus pertenencias como si aún estuviera aquí, de manera que se

dirá “el cuarto de..., el estéreo de..., encima de sus libros, etc.” Él o

ella ya no están, pero la forma como son nombrados, indica que

permanecen, que siguen presentes para sus seres cercanos.

Asumir que la persona ya no está con nosotros requiere de un

proceso, en algunos casos será corto y en otros se requerirá de

más tiempo, tal vez, años. No es un acto de deseo personal en el

que se expresa: “ahora sí voy a salir de ésta”. Tampoco es de

fortaleza emocional que el familiar o amigo diga: “nada me puede

doblegar y saldré adelante”. Menos aún, de la responsabilidad para

cumplir con una tarea: “le tengo que echar ganas, para salir

de ésta”.

Se trata de algo más complicado: asimilar lo que pasó y

aceptar que la persona ya no estará en casa o en otro espacio, por

lo menos físicamente. En el pensamiento individual y grupal

permanecerá, seguirá presente en la sobremesa, en las reuniones,

en los momentos de soledad. Sus bromas, su llanto y su risa,

estarán constantemente, su cuerpo, no. Pesa mucho aceptar que

ya se fue.

Podremos comunicarnos, soñar con él, incluso aislarnos de la

multitud en lugares públicos para recordar e imaginar que

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charlamos. En esos momentos escapamos de la rutina cotidiana y

entramos en lo que algunos autores denominan zona limitada de

significado. Espacios dentro de la vida diaria que nos separan de la

rutina, del ruido y nos permiten entrar en una esfera vital para

hacer algo distinto de lo programado. Se puede compartir un vagón

en el Metro con cientos de personas que corren tratando de entrar

o salir, además de la ruidosa música o los gritos de un vendedor

ambulante, pero la mente sigue en otra dimensión, permanece en

esa zona limitada. Ese ser adorado que no está materialmente,

pero que se encuentra vivo en nuestros pensamientos de

numerosas maneras.

El dolor es tan fuerte en los padres que han perdido a un hijo

que no es posible explicar lo que se sufre, se siente, se vive. La

única explicación que tenemos es que se trata de un

acontecimiento antinatural. ¿Cómo aceptar el fallecimiento de un

hijo o una hija? Requiere de tiempo pero además, de ayuda de un

profesional o de un grupo de apoyo.

El camino que hemos seguido quienes escribimos esto, ha

sido nuestra integración al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia

Flores Michel”∗. La ayuda que hemos recibido ha sido valiosa

porque ahí participan madres y padres que han perdido a un hijo o

a una hija. Como iniciativa adicional, se ha buscado el registro de

experiencias con el propósito de dejar constancia escrita de ellas,

esto es, hacer públicas las vivencias que han tenido algunos

∗ Este grupo de autoayuda se constituyó en 1998 y forma parte de una red de

13 grupos distribuidos en el DF, Estado de México, Morelia, Morelos, Sonora y Guadalajara. Fue creado y es coordinado por Zita Chao Ebergenyi y Ma. del Carmen Cornelio.

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padres que forman parte de este grupo de apoyo. La constancia

escrita del dolor que provoca la pérdida de un ser amado es un

trabajo importante: se recaban testimonios, se hace una

interpretación de éstos, se arma una publicación que se difunde y

personas en circunstancias similares, leerán los testimonios con la

posibilidad de encontrar algún tipo de consuelo a su dolor. Esto, en

algunas personas será de gran ayuda para reconocer a quienes

viven circunstancias semejantes. No es la misma circunstancia la

del fallecimiento de cada persona, pero todos tienen en común el

dolor que provoca la pérdida.

La tarea que se ha emprendido es admirable porque se han

documentado las experiencias en un trabajo colectivo. Se sabe que

existe, que es doloroso, pero no se había guardado testimonio de

ello. La razón es simple: se evade lo doloroso y se trata de

recordar solo lo agradable. Sin embargo, la mente se rebela a

nuestros deseos y el dolor aparece una y otra vez. Nos guste o no,

lo que duele permanece.

El dolor se expone y se graba, posteriormente se transcribe y

se edita, para después publicarse. Esto último consiste en difundir

lo que se vivió, hacer públicos los testimonios, divulgarlos para que

los interesados y los que han vivido algo similar lo lean y

encuentren que hay otros que viven un duelo. Se sabe que la

muerte es un acontecimiento fuerte, es una colisión dentro de la

rutina de la vida cotidiana, es algo que altera el rumbo de los actos

familiares y por eso causa dolor. Se sabe que los padres sufren

porque se trata de algo inesperado, pero no se sabe lo que vivieron

los hermanos de la persona que falleció.

En este libro, se documentan los testimonios de jóvenes que

perdieron a un hermano o hermana. ¿Qué pasó con ellos cuando

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se enteraron de la noticia terrible? ¿Qué hicieron posteriormente?

Un hermano o hermana no son personas ajenas de quien perdió la

vida. La sangre une, la sangre llama, se dice en diversas

ocasiones, pero también las vivencias compartidas, los espacios en

común, los días buenos y malos que transcurrieron y que

estuvieron juntos, tal vez vivieron con otros hermanos o solo con

los padres o con alguno de ellos. En este caso, se piensa

principalmente en los hermanos que compartieron un espacio

temporal y físico, como la casa o la escuela.

Las vivencias profundas permanecen guardadas en la mente y

en el corazón, por eso no se olvidan. Los hermanos, o la mayoría

de ellos, se forman juntos porque comparten a los padres o a uno

de ellos pero, lo más importante, han estado en los mismos

espacios particulares de la vida diaria. La pérdida de un hermano

podría ser tan dolorosa como la que tienen los padres cuando un

hijo se va, porque con él se va parte de la vida.

La ausencia de un hermano es, de igual forma que la de un

hijo, un acontecimiento doloroso. Si la vida cotidiana de una familia

sigue una línea recta, un trayecto similar al de una bala, la muerte

serpentea esa senda. Provoca un quiebre en los actos, en el rumbo

hasta llevar a que algunos alteren todo su camino. Puede llevar a

pérdida de sentido, entendido por ello el camino que se sigue, esa

flecha que orienta nuestras acciones e indica hacia dónde vamos.

Perder el sentido es caminar sin rumbo claro, incluso, puede llevar

a no cuestionar el significado de la vida misma.

¿Para qué vivir, si la muerte no respeta esfuerzos ni proyectos,

ni edad? En los casos de los hermanos y hermanas entrevistados,

la muerte no se acepta porque los hermanos murieron jóvenes y

fue por una situación ajena a ellos. Lo primero que llega a la mente

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es reconocer que le faltaba mucho camino por recorrer, que su

muerte fue prematura. El acontecimiento se presenta como una

terrible injusticia del destino, es un grito desesperado contra la vida

o contra alguien que, se supone, dispone de la vida de los otros.

No tiene la mínima piedad porque nuestro ser querido no

merecía morir.

Hay una sinrazón de las circunstancias porque la persona que

se fue aún tenía cosas pendientes por hacer. Los hermanos lo

saben porque vieron cómo cada cual construía su proyecto,

conocían el propio y el de su allegado. Aceptar que ya no estará en

casa, demanda tiempo, reflexión, charlas con los amigos, con los

familiares, con los padres. En algunos casos demandará la ayuda

de un profesional: psicólogo, tanatólogo, psicoanalista o psiquiatra.

Quien era propenso a una crisis emocional, con la pérdida se podrá

agudizar y acelerar el proceso. Los testimonios de los jóvenes

entrevistados para este libro, dan cuenta de tal situación.

El dolor no es solo de los padres, sino que los hermanos

también sufren porque ya no verán al compañero ausente. El dolor

se mezcla con coraje, ira hacia las circunstancias, las instituciones,

la humanidad, el país y todo lo que pudo contribuir con la muerte

prematura del hermano. La culpa también se presenta, el hermano

asume que el fallecimiento fue resultado de numerosos actos, y

que varios de ellos pudieron haber sido producidos por él o ella.

¿Por qué hice esto, por qué no lo o la ayudé en su momento? Es

una pregunta que aparece en forma reiterada.

El deseo de muerte también puede presentarse. No se quiere

que el hermano o hermana viaje solo o sola, sino que se desea

acompañarlo. Los hermanos, al compartir un espacio vital durante

años hace que motivos pasados y presentes se encuentren

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cruzados. La ausencia no puede sustituirse fácilmente, tal vez

nunca lo hará. La muerte de un hermano o hermana es, al igual

que la muerte de un hijo, un hecho doloroso, profundo, que deja

huella en el alma de la persona. En los testimonios de los

hermanos en duelo, destaca el sufrimiento de la muerte, la no

aceptación, entrar en crisis emocional, permanecer en shock

durante un tiempo, sentir molestia contra el destino y todo posible

culpable.

¿Por qué a mi hermano y no a mí? ¿Por qué no estuve más

tiempo con él? ¿Por qué no lo ayudé cuando lo pidió o necesitó?

La lista de interrogantes se extiende, porque se buscan las causas

del fallecimiento pero también la culpa personal por no haber

estado con el hermano o hermana cuando lo necesitaron.

Sabemos que la vida es más complicada que esto, pero la persona

en duelo no lo ve, ella vive la desaparición a su manera y no

depende de ella, pero la culpa es algo que se presenta. Aceptar la

ausencia requiere tiempo, aceptación personal, ayuda de los otros,

tanto de la familia y los amigos, como, en ocasiones, de un grupo

de pertenencia o de un profesional.

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INTRODUCCIÓN Los narradores de las historias que se presentan, son personajes

centrales y testigos presenciales de un suceso importante: la

muerte de un familiar, en este caso, de hermanos o hermanas.

Tenemos 16 historias y las hemos organizado en tres grandes

temas: la importancia de la narrativa en las historias de vida y la

experiencia de la muerte, el peso de la culpa en el proceso de

duelo y el duelo mismo, y, por último, el aprendizaje significativo

que deja la experiencia de la muerte y los asuntos pendientes que

se desean comunicar. Todos los participantes son hijos e hijas de los padres y

madres que acuden al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia Flores

Michel”, 12 de los cuales, han dado su testimonio en los libros:

Padres en Duelo. Recuerdo y Asombro y Padres en Duelo.

Metáforas del Dolor. Todos los participantes otorgaron su

consentimiento para la publicación de su historia en el formato que

presenta el libro.

Se utilizó la técnica de entrevista semiestructurada con

grabación de voz, transcripción, revisión y confrontación de

manuscritos. A cada participante se le entregó o se le envió por

correo electrónico la transcripción de su entrevista y se cuidó que

la fecha de envío y recepción de documentos fuera la misma para

el conjunto. Participaron ocho varones y ocho mujeres y entre ellos

hay cuatro pares de hermanos.

En total fallecieron 13 hermanos(as) y uno es “desaparecido”.

Los varones hicieron modificaciones mínimas a los manuscritos,

mientras que las mujeres hicieron varias observaciones y

sugirieron cambios.

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Todas las entrevistas se grabaron en audio y se realizaron

entre el 19 de octubre de 2011 y el 1 de febrero del 2012. Cada

una duró en promedio 90 minutos. Las preguntas se organizaron

en torno de los siguientes temas:

• Datos de su perfil social

• Experiencia de la muerte y contexto en el que ocurrió

• Sentimientos de culpa y fabricación del duelo

• Valoración de la experiencia y asuntos pendientes

Dentro del perfil social general de los entrevistados destacan los

siguientes datos:

a. Edad promedio: 29 años

b. Escolaridad promedio: 14.1 años cursados

c. Hombres: 50%

d. Mujeres: 50%

e. Casados: 50%

f. Solteros: 50%

g. Con hijos(as): 50%

h. Actividades principales: 62.5% son estudiantes, amas de

casa o desempleados; el resto, trabajan por su cuenta

como profesionistas independientes.

Sobre el fallecimiento de los hermanos(as):

• 12 hermanos(as) fallecieron por las siguientes causas:

cinco por accidente; cuatro por enfermedad; dos por

homicidio y uno por suicidio

• Un hermano es reportado como desaparecido

• De los 13 hermanos: 9 fueron varones y 4 fueron mujeres

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A pesar de que la muerte de los hermanos ocurrió, en su mayoría

(66%), hace más de tres años, el recuerdo sobre el día del

fallecimiento y los procesos de duelo están presentes y motivan

sufrimiento y gran nostalgia entre los sobrevivientes. Solamente el

33% de los testimoniantes cursa un proceso de duelo todavía muy

reciente y activo; mencionaron que la entrevista les había ayudado

a esclarecer algunos elementos de la experiencia que no habían

considerado.

Acerca de los sentimientos de culpa y el proceso de duelo,

13 de los 16 hermanos han experimentado la culpa como una

vivencia dominante en el proceso del duelo. Cabe mencionar que

solamente cinco de los hermanos han recibido algún tipo de ayuda

terapéutica; dos de ellos señalan que no han podido procesar el

duelo todavía y el resto sigue trabajando algún elemento del duelo

por su cuenta.

Sin excepción, los hermanos sobrevivientes expresan haber

realizado cambios en su vida y haber acumulado experiencias

importantes: reflexiones sobre diversos aspectos relacionados con

la muerte, reafirmación de valores como solidaridad, compañe-

rismo, amistad, amor, apoyo y compromiso con la familia.

Asimismo, se han cuestionado acerca de la identidad personal y la

importancia que los hermanos(as) tuvieron en su desarrollo y en

las perspectivas de futuro.

Para algunos de los hermanos quedaron asuntos pendientes

por resolver a partir de la muerte de sus pares, por ejemplo:

• No haber convivido más tiempo con sus hermanos(as)

• Reprimir los sentimientos entre padres e hijos(as)

sobrevivientes

• Padecer la brutalidad, desprecio y violencia de la

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burocracia estatal

• Sufrir una gran soledad en silencio

• Padecer el delirio de la culpa y negarse a disfrutar la vida

• Problemas de comunicación con sus padres/madres para

esclarecer dudas

• Apoyar a su familia para procurarles mayor bienestar

• Mejor aceptación de la pérdida para continuar su vida

cotidiana

• Buscar ayuda para procesar el duelo

• Problemas para establecer o renovar propósitos

Los hermanos que participaron y la edad que tenían en el

momento de la entrevista, es como sigue:

Daniel Campos Leyva (38 años)

Pedro Alberto Campos Leyva (36 años)

María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez (35 años)

Deyanira Hernández García (26 años)

Luciano C. Jiménez Lagarde (19 años)

Barbra Dawn Joyce Chao (37 años)

Kathryn Diane Joyce Chao (38 años)

Karla Oliva Pérez (39 años)

Raúl Oliva Pérez (35 años)

Ulises Organista Mateos (19 años)

Julio Iván Piña Chávez (27 años)

Rocío Robledo Fernández (38 años)

Abraham Berush Romero de la Peña (22 años)

Patricia Sosa González (36 años)

César Sosa González (22 años)

Elia Gabriela Vázquez Torres (31 años)

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CAPÍTULO I IMPORTANCIA DE LA NARRATIVA EN LAS HISTORIAS DE VIDA Las entrevistas contenidas en este libro son de carácter

autobiográfico y por ello se basan en lo que el narrador cuenta, sin

embargo, no interesa el dato en el contexto cronológico, sino el

dato en el discurso, en la representación, significado y repercusión

para la vida cotidiana.

Esta vida de todos los días y de cada momento en el que

replicamos y reproducimos valores, creencias, necesidades y

aspiraciones. 2 Ese espacio compartido y pleno de autoridad,

regularidades, normas y entendimientos mutuos, pero al mismo

tiempo, espacio de lucha, confrontación de identidades, verdades

propias y recelos.

Lo cotidiano como lo específico de cada persona y grupo

donde realidad y discurso de la realidad no se distingue

llanamente, porque sucesos, objetos y palabras resultan ser lo

mismo al momento de vencer las diferencias y evitar el quebranto

de la unidad que representa la familia o la historia que se cuenta.

Pero hace falta reconocer que, en lo cotidiano, también se

reproducen las más hondas diferencias entre los miembros de una

familia o un grupo, que no ceden su autonomía de pensamiento,

que defienden la diferencia, que no ocultan sus sentimientos,

emociones o voluntad de poder. En ese sentido, lo cotidiano es

también lugar para el nacimiento de la diferencia, la distancia, el

reclamo, la lucha por el poder.3

Se decidió la entrevista semi estructurada para encuadrar los

temas y facilitar la expresión libre de ideas o recuerdos. Esta tesis

2 Heller, Agnes (1977) Sociología de la vida cotidiana, Península, Barcelona. 3 Foucault, Michel (1980) Microfísica del poder, La Piqueta, México.

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es central en el momento de considerar la historia oral como un

recurso de recuperación y proyección de lo vivido. Una historia que

se actualiza y puede ser usada para reforzar, cambiar, matizar,

reconstruir y compartir la experiencia.

Cuando se narra una historia el cuerpo completo habla y el

entrevistador recupera, de los gestos repetidos, la mirada franca o

esquiva, el carraspeo que ataja la conversación, las manos que

aletean, el gemido o llanto que se contiene o se derrama, un

abanico de posibilidades para encuadrar la oralidad en el

dramatismo de lo verdaderamente importante y revelador.

Trabajar con historias de vida compromete la experiencia

personal y la necesidad de construir un discurso narrativo

comprensible y veraz, a partir de proponer la investigación social

como un acto creativo y profundamente artesanal, tal y como

definiera W. Mills4 el trabajo de la artesanía intelectual, cuando se

adentra en la vida personal del entrevistado y del investigador que

observa, registra, indaga, relaciona, construye, debate, ordena,

interpreta, compone, pero, primordialmente, debe, puede, sabe

escuchar y es fiel con la historia que se le entrega.

Contar o relatar un suceso significa establecer un vínculo más

allá del suceso mismo porque, cuando la persona habla, hace

resonar su conciencia y la narrativa se torna contexto y camino de

la experiencia. Se utiliza una historia o relato como punto de

intermediación, como el pretexto para la comunicación de dialogar

e interpretar el contenido y sentido de la conversación.5

4 Wright, Mills (1975) La imaginación sociológica, FCE, México. 5 Blumer Herbert (1982) El interaccionismo simbólico, perspectiva y método, Hora, Barcelona. Otros trabajos importantes en esta misma dirección son los de George H. Mead y Erving Goffman.

Page 25: Hermanos en Duelo Tripa

25

Todo narrador es dueño de un relato, mientras que el narratario, es

el partícipe que reconstruye el orden de la historia y el universo de

significados. Contar y traducir el relato es una tarea hermenéutica,

porque narrador y narratario se comprometen, anticipadamente, a

guardar un estatus interpretativo y comunicable con base en

acuerdos y códigos que se establecen previamente y que permiten

entender y compartir la historia que se cuenta y se recuenta.

La persona que narra es un testificante que da a luz un hecho

contenido en la memoria y que ha tenido repercusiones en su vida

cotidiana.6 Lo que se narra no es la realidad a secas, es, más bien,

una versión de la realidad que se transmuta vía la mirada del

narrador que habla sobre un hecho del pasado a partir de un

presente que ha elaborado más de una vez y que se traduce por

los artificios del recuerdo. Por ello, una narración siempre contiene

algo de ficción, algo de deseo, mucho de verdad.7

Es esta conciencia viviente8 impregnada de significados la que

puede profundizar, codificar y narrar el recuerdo o la experiencia

desde diversos ángulos (saberes, representaciones, creencias,

sensaciones o deseos). En este plano, la narrativa se constituye

como recurso privilegiado de las propuestas fenomenológicas que

sacrifican la exactitud de un dato por la veracidad e intensidad de

un relato que puede explorar la vivencia en prospectiva y

retrospectiva desde una mirada ética y con una intención dialógica,

pero no moralizante.

En un relato interior acudimos al encuentro de “uno” con

6 Goffman, Erving (1961) La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu, Buenos Aires. 7 Cortés Solís, Tomás (1993) “La autobiografía como narrativa”, en Rev. Tramas 5, Subjetividad y Procesos Sociales; Junio, UAM-X, pp. 267-278. 8 Díaz, José Luis (2007) La conciencia viviente. FCE, México

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“otro” (otredad) toda vez que el de la voz tiene la intención de

referirse a sí mismo pero con una mirada distinta, distante, doblada

y fragmentada por el tiempo, hecha y rehecha varias veces,

comprometida con procesos básicos de la conciencia y sus

lenguajes específicos (percepción, emoción, atención, cognición y

memoria). En ese sentido, quien narra es también un observador

interpretándose y definiendo su proceder en el tiempo, lo que

acarrea todo tipo de calificativos y justificaciones. Así es como

entendemos que el relato sea un referente sobre la vida de alguien,

pero jamás una confesión; de modo que ninguna historia se

sostiene por sí misma, sino por su relación con y entre otros.

Múltiples operaciones se realizan para construir un relato y es

responsabilidad del narrador introducirlos conforme se recuerdan;

asimismo, al narratario le corresponde preguntar, transcribir, cruzar

datos o contrastar testimonios para que el sujeto que narra se

pueda encontrar, verdaderamente, en sus dichos. La crítica fácil

sobre la utilidad de hablar del pasado personal, es rebasada con

gran fuerza cuando observamos que el individuo que se hace

preguntas tiene mayores probabilidades de alcanzar respuestas y

enriquecer sus recursos cognitivos.

El “por qué”, el “para qué”, el “hubiera”, son pronunciamientos

que permiten desahogar angustia al revisar y analizar

pensamientos, opiniones y decisiones que hemos asumido en el

pasado y que tuvieron tal o cual consecuencia. Son tareas de

autocrítica en las que se puede encontrar fuerza o limitaciones

para avanzar en el orden de la vida cotidiana. En efecto, la revisión

del pasado devuelve nuestra condición falible al decidir y actuar,

pero al mismo tiempo, promueve y evoluciona el aprendizaje.

Queda claro, entonces, que las narraciones que vamos a

Page 27: Hermanos en Duelo Tripa

27

presentar, representan un universo significado por cada narrador

cuya abundancia de datos es proporcional al tiempo transcurrido

entre el evento que se narra y el momento del habla en presente.

Entre mayor sea el tiempo entre un evento y su relato, mayor es el

conjunto de recursos de la conciencia que se pueden aplicar.

Asimismo, entre más traumática y compleja sea la experiencia,

mayor es el compromiso ético incorporado en el habla. Entre más

comprometidos se encuentren los afectos, es más grande el

sentimiento de culpa que atormenta.

En la base de nuestra racionalidad humana ninguna historia se

cierra irremediablemente, al contrario, la voz del testificante tiende

a ampliarse y ninguna “verdad” o afirmación es la última ni la

definitiva. Preguntarse acerca de los sucesos, pensamientos,

opiniones y opciones es un trabajo filosófico interpretativo que lejos

de tener fin se prolonga a partir de cada interrogante. Existen

preguntas permanentes y búsquedas de explicación inacabables

porque la racionalidad humana es abierta a creer realidades físicas

y no físicas. Por lo tanto, un trabajo biográfico, generalmente,

reditúa en nuevos problemas, preguntas y hallazgos de

circunstancias, ideas o cosas que se creían olvidadas o perdidas y

se convierten en otros descubrimientos, emociones y reconstruc-

ción de sucesos.9

No podemos perder de vista que hablaremos de sucesos y

experiencias sobre las que se han forjado suposiciones, prejuicios,

intenciones o deseos; por lo tanto, uno es el individuo en el mundo

de los hechos y otro es el individuo que se forja en el texto. Es

decir, hablaremos en primer lugar de lo que se ha vivido y se ha

9 Debus Mary (1998) Manual para Excelencia en la Investigación mediante Grupos Focales. Academy for Educational Development; Washington, D.C.

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tratado de entender y también de lo que se ha entendido a través

de lo vivido. Agnes Heller y P. Aries, P. Bourdieu, P. Fernández

Christlieb han sido teóricos importantes sobre la necesidad de

construir la historia de los sujetos concretos en espacios y

experiencias personales: en momentos significativos, relaciones

afectivas, experiencias culturales, valoraciones éticas, rituales y

otras prácticas sociales.

Este es el campo de la historiografía que rescata la experiencia

humana y la subjetividad como recursos para avanzar en el

conocimiento de un hecho o fenómeno que afecta a varios

individuos de una sociedad y forma parte de la metodología de las

ciencias sociales para emprender la investigación cualitativa,

descriptiva, fenomenológica e inductiva.

En el mismo sentido, el trabajo de Roccatagliata10 al acercarse

a los testimonios de personas que han tenido que sobrellevar el

duelo por la muerte de sus hermanos, es un claro ejemplo de la

importancia que tiene la recuperación de la experiencia sobre el

tema. Asimismo, la dificultad para encontrar bibliografía al

respecto, fue una de las razones que justificaron escribir este libro.

No obstante, conforme se avanzó en las entrevistas, pude aquilatar

el peso específico que cada voz tiene al conversar sobre el dolor

que se ha contenido durante mucho tiempo y la poderosa intención

de compartir un testimonio que pueda ayudar a otras personas a

reflexionar su propia vivencia. Los principales valores que se

sustraen de las entrevistas, tienen que ver con los sentimientos

que los participantes expresaron: culpa, solidaridad, preocupación,

impotencia, abandono, confusión, reclamo. De todo ello hablare-

mos al presentar las historias que contaron los hermanos(as).

10 Roccatagliata Susana (2007). La otra cara del dolor, Random House Mondadori (Ediciones de Bolsillo), México.

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LAS HISTORIAS A continuación, se exponen los aspectos más sobresalientes de las

16 historias que conforman este libro. Se incluye una pequeña

presentación del narratario y el contexto de la muerte del

hermano(a).

Historia 1. Daniel Campos Leyva

Entrevisté a Daniel el 16 de noviembre de 2011, a 7 años de la

muerte de su hermano Israel, ocurrida la madrugada del 29 de

mayo de 2004. Él es el hermano mayor de tres hijos que procreó el

matrimonio de María Eugenia Leyva Cervantes y Pedro Campos

Hernández, originarios del Distrito Federal.

Daniel nació en la ciudad de México el 10 de marzo de 1973.

Estudió la licenciatura en Ingeniería de Sistemas en la Universidad

Autónoma Metropolitana campus Iztapalapa (UAM-I) y la

licenciatura en Derecho en la Universidad Tecnológica de México

(UNITEC). Actualmente labora profesionalmente en un despacho

de abogados que atienden asuntos mercantiles y notariales. Está

casado y es padre de dos hijos, una jovencita de 15 años y un niño

de 5 años de edad.

Daniel es moreno, alto y fuerte; serio, de voz grave y que viste

con cierta sofisticación. De trato amable y abierto a la

conversación. Aficionado devoto al cuidado y cultivo de peces. A

sus 38 años de edad tiene la certidumbre de que la vida es el

“ahora”, sin más pretensiones de futuro, sin que eso cancele crear

metas e ilusiones. Por ejemplo, espera que en algunos años pueda

mostrar a su hijo las habilidades que se requieren para escalar

montañas y acampar en los bosques; capacidades y habilidades

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que aprendió con sus hermanos y entre los boy scouts cuando era

niño. Es heredero apasionado del amor a la vida en cualquiera de

sus manifestaciones y se esfuerza por educar a sus hijos a través

del respeto, tolerancia, ejemplo y comprensión.

Nuestra plática se caracterizó por la franca disposición,

caballerosidad y gentileza de Daniel. Desde el principio mostró su

carácter directivo y cierta tensión, pero siempre respondió con

seguridad y amplitud a las preguntas.

Contexto y experiencia de la muerte

Israel tenía 23 años cuando murió en un accidente automovilístico.

Era el hermano menor de los tres (el otro hermano es Pedro

Alberto). Israel y Daniel guardaban una relación muy estrecha,

compartían gustos y les agradaba cultivar la cercanía realizando

actividades en común. Así que, cuando Israel falleció, Daniel

experimentó una terrible ausencia, un inmenso dolor. Este dolor se

manifestó primero como frustración o culpa, continuó con un

estado de abatimiento total y se ha mantenido como una tristeza

permanente.

Daniel recibió la llamada de un paramédico de la Cruz Roja

que estuvo en el lugar del accidente (Calzada de Tlalpan y Calzada

del Hueso, zona sur del DF). Supo que su hermano había fallecido

y le dijo al paramédico: “por favor, no te separes de mi hermano,

voy para allá en este momento; por favor no lo dejes solo”. Para

Daniel esta indicación significaba todo cuanto podía hacer para

sentir que estaba cuidando de Israel. Después vino lo indecible al

enfrentarse con la muerte: ministerio público, servicio médico

forense, funeraria y sepelio. Todo lo que significaron los “trámites

legales” se puede definir con dos palabras: burocracia y corrupción.

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Burocracia y corrupción, dice Daniel, tienen que ver con faltas

de respeto, abusos, ironías, burlas, ofensas a la dignidad de la

persona, inmoralidad, retrasos, arbitrariedad, cinismo y

contubernio; es decir, imposición de daño moral a ultranza y en

total indefensión. No obstante, Daniel se enfrentó a todo ello

asumiéndose como el hermano mayor que “había fallado en el

cuidado de su hermano” y que ahora quería cubrir de todo peligro y

preocupación a su madre. En la oficina del ministerio público, los

hermanos Daniel y Pedro Alberto cargaron a Israel, un joven que

medía 1.98 m y pesaba cerca de 200 kg. No había apoyo de los

empleados, al contrario, todo era insinuación para solicitar dinero,

había retraso y agresión.

Comenta: “yo quería resolver todo asunto relacionado con

Israel y quería estar en el apoyo a mi madre, quería estar al

pendiente de todo y lo asumí como una obligación”.

Terminados los trámites, salieron de las oficinas de gobierno y

decidieron dar el aviso del fallecimiento a sus padres, quienes

estaban radicados en Texcoco. Durante el camino se mantuvieron

casi en silencio y cuando hablaban era solo para compartir alguna

idea del cómo darían la noticia. Finalmente llegaron a su destino y

la información resultó escueta y contundente: “Mamá, Israel tuvo

un accidente y acaba de fallecer, necesito que nos vayamos”. La

madre quiso negar el hecho y, confundida, les dijo que tendrían

que dar el aviso a su padre, quien se encontraba en los terrenos

donde cultivaba alfalfa.

Al preguntarle a Daniel de dónde se ha derivado esa obligación

de cuidar a sus hermanos, refirió la responsabilidad moral que

representa ser el hermano mayor, pero también al hecho de haber

compartido la vida y darse cuenta que era él, quien más sabía

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de los gustos, aspiraciones y problemas de Israel. Era

un vínculo tejido en la urdimbre de los días, conversaciones,

contactos, problemas y resoluciones. Eran entre sí una identidad

parental amorosa.

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Historia 2. Pedro Alberto Campos Leyva Entrevisté a Pedro el 16 de noviembre de 2011, a 7 años de la

muerte de su hermano Israel, ocurrida —como ya se señaló— la

madrugada del 29 de mayo de 2004. Él es el segundo de tres

hermanos (Daniel, el mayor; Israel, el menor) hijos de María

Eugenia Leyva Cervantes y Pedro Campos Hernández, ambos

originarios del Distrito Federal.

Pedro nació en la ciudad de México el 5 de enero de 1975.

Estudió la preparatoria, está casado y es padre de tres hijas.

Trabaja para el gobierno del Distrito Federal en la gestión

administrativa.

Pedro se muestra dispuesto a la conversación y es muy ágil

para elaborar sus respuestas. Es un hombre de trato amable y

sencillo; de tez morena, risueño, alto y fuerte. Se autodefine como

el hijo rebelde, radical y huraño que se orientó en la vida a través

de búsquedas constantes y la realización de sus propios intereses.

Muy joven se aficionó al entrenamiento de la patineta, actividad

que desarrolló por varios años.

Ahora, y sobre todo después de la muerte de Israel, ha

valorado intensamente a su familia y procura educar a sus hijos a

través del amor, protección, respeto y tolerancia. Amor es dar y

recibir apoyo, es demostrar que se cuenta con el acompañamiento

y la complicidad de otra persona, dice Pedro.

Nuestra plática se caracterizó por la franca disposición,

caballerosidad y simpatía de Pedro. Desde el principio mostró su

carácter amistoso y, al igual que su hermano Daniel, denotó cierta

tensión y aunque respondió todas las preguntas, hubo pausas y

momentos que se detenía a meditar antes de responder.

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Contexto y experiencia de la muerte

En las primeras horas del 29 de mayo de 2004 timbró el teléfono,

Pedro identificó el número y de inmediato supuso que algo malo

había sucedido. Recibió la llamada de su hermano Daniel que le

ordenaba: ¡vístete!, el gordo chocó, paso por ti en unos minutos.

Mientras se vestía, Pedro pensaba que Israel estaría en problemas

legales por haber chocado el auto. Quiso tener más información y

marcó al teléfono celular del hermano menor, pero éste no

contestó. Empezó entonces a preocuparse. Guardó en su cartera

cinco mil pesos y dijo para sí: “sea lo que sea, vamos a resolver

el problema”.

Llegó Daniel y le sorprendió ver que venía acompañado de

Claudia, esposa de Israel, y la hermana de ésta. Claudia lloraba

inconsolable en el asiento posterior. Subió al auto y Daniel dijo:

“mira, a Claudia le llamaron y le dijeron que Israel chocó y se mató;

a mí me llamaron y me dijeron que chocó y estaba mal herido”.

Se dirigieron al lugar del accidente: cruce de Calzada de

Tlalpan con Calzada del Hueso. Durante el trayecto nadie habló.

Bajaron de su auto y Pedro jamás imaginó que vería el vehículo de

Israel completamente destrozado. Algunos policías y un equipo de

bomberos ya habían sacado a los tripulantes y ahora estaban

tratando de enganchar el carro para retirarlo de la vía. Pedro

preguntó a uno de ellos por el destino de las personas que estaban

en el auto y el bombero dijo: “la muchacha va mal herida a un

hospital y el conductor murió”.

Un paramédico de la Cruz Roja que pasaba por ahí y vio el

accidente, fue el que llamó a Claudia y a Daniel y los condujo al

ministerio público para buscar a Israel. No obstante aquellas

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evidencias sobre el accidente, Pedro todavía mantenía la

esperanza de que su hermano no hubiese fallecido. Al presentarse

en ventanilla, un empleado les dijo: “A ver, ¿quién de ustedes va a

ser el bueno que pase a identificar el cuerpo?”.

Entraron los dos hermanos al área del servicio médico forense

y allí se encontraron con el cuerpo totalmente desnudo de Israel.

Era tan alto y grueso su cuerpo que la plancha fue fácilmente

desbordada por sus piernas y estaba “con sus brazos como un

Cristo”, dice Pedro.

Pedro se colocó atrás de Israel y le abrazó la cabeza poniendo

su rostro frente a frente. No percibió ningún olor a alcohol. Daniel

se desahogó diciendo injurias y recriminando la falta de

responsabilidad de Israel: “¿para esto querías tu carro?, ¡pendejo,

mira nada más lo que pasó!”.

Estallamiento de vísceras fue la conclusión del dictamen

pericial, así que no fueron demasiado visibles las heridas

producidas por el impacto; apenas algunos raspones y daños en el

rostro provocados por los cristales del parabrisas. Con la

identificación del cuerpo no terminaban los trámites, al contrario, a

partir de allí los trámites fueron no solo innumerables, sino

pesadamente tortuosos.

Se sentaron los hermanos afuera de las oficinas del ministerio

público y decidieron que lo inmediato era acudir a ver a sus padres

para darles el aviso. El primo Armando les acompañó porque ellos

ya no estaban en condiciones de conducir su auto. Durante el

camino estudiaron todas las formas posibles de hacer menos

terrible la noticia. Llegaron con la madre y fue muy difícil enfrentar

su inmediata preocupación.

Ella insistía: “¡díganme qué pasó!”. Daniel no se contuvo:

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“mamá, ¿sabes?… el gordo chocó y el pendejo se murió”. La

madre miró al otro hijo y le exigió que le dijera que eso que había

oído no era cierto. Pedro bajó la cabeza y confirmó la noticia.

Ahora lo que necesitaban era hablar con el padre.

El padre se encontraba en sus labores agrícolas y la madre les

dio la orientación para que le buscaran, pero resultó una señal

falsa y mientras los hijos buscaban en balde, la madre ya estaba

hablando con su marido dándole la noticia. Pedro caminó al lado

de su padre y nunca le vio llorar, no obstante, le apreció una

seriedad jamás vista. Una muestra de dolor que no le conocían.

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Historia 3. María del Coral Lizbeth Deschamps Velázquez Entrevisté a Coral el 7 de diciembre de 2011, a un año y cuatro

meses de la muerte de Javier, su hermano menor y único. Coral es

la hija mayor del matrimonio formado por Javier Deschamps de la

Fuente, originario del Distrito Federal, y Coral Velázquez Palmer,

oriunda del Estado de Baja California.

Coral nació el 1 de noviembre de 1976 en el Distrito Federal.

Estudió la carrera de Actuación en el Centro de Estudios Artísticos

Carlos Ancira, de la que derivó su actividad profesional a través de

crear una compañía de animación. Vive en unión libre desde hace

nueve años y ha procreado a Enrique, un pequeño de tres años de

edad. Vive entregada a proteger y amar a su familia y, cuando

dispone de espacio, disfruta del cine y del teatro.

Coral ha desempeñado funciones parentales desde su

adolescencia, estimulada por el alto sentido de autonomía que le

caracteriza, y en busca del desarrollo personal entre los miembros

de su familia. Funciones que fueron muy relevantes con su grupo

de origen, gracias a lo cual se pudieron resolver conflictos

importantes después del divorcio de sus padres. En su pequeña

empresa pudo incorporar a su hermano y a algunos amigos de él.

Coral asiste a la entrevista como una forma de reconocer y

agradecer el apoyo que el Grupo de Padres en Duelo “Cecilia

Flores Michel” ha proporcionado a su madre después de la muerte

de Javier, ocurrida el 8 de agosto de 2010. Menciona que, en

muchas ocasiones, le ha resultado más difícil confrontar el dolor de

su madre que su propio dolor, de modo que su duelo se potencia

ante la imposibilidad de paliar este doble sufrimiento.

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Contexto y experiencia de la muerte

Era uno de los pocos domingos que Coral no tuvo trabajo y decidió

visitar a su madre y abuela en compañía de su hijo. En casa de su

abuela recibió la llamada de un amigo de Javier y colaborador

suyo. En principio le mencionaron que Gerardo, el conductor del

auto, había sufrido un accidente en la carretera México-Acapulco.

Recuerda Coral que se extrañó que le llamaran por el accidente de

Gerardo y tardó unos segundos en ordenar ideas hasta que

recordó que su hermano viajaba con Gerardo. En ese auto iban los

padres y cuatro amigos de Gerardo, entre ellos Javier.

Las primeras emociones de Coral fueron negación, enojo y

desesperación, sin embargo, le quedaba claro que tenía que

organizar el modo de trasladarse al hospital de Cuernavaca al que

había ingresado Javier. Trató de calmar a su madre, llamó a su

padre, encargó a su tía el cuidado del pequeño Enrique, dio aviso a

su esposo que se encontraba de viaje en Argentina.

En eso estaba cuando recibió otra llamada y escuchó: “Javier

acaba de fallecer”, le dijo un tío; tiró el teléfono, gritó y lloró. La

abuela y la madre se enteraron de ese modo, sin que hiciera falta

anuncio alguno. Coral se sintió con la responsabilidad de atender

todo lo relacionado con ese anuncio y empezó por dar aviso a su

tía Mara, a quien reconoce como una de las personas más

cercanas y amorosas en su vida.

Coral se hizo responsable de los trámites que se realizaron en

el hospital, el ministerio público y los servicios forenses y

funerarios. Tenía la convicción de proteger a su madre ante

cualquier otro evento, particularmente quería alejarla de la presión

que los agentes del ministerio público ejercían para que levantara

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denuncia en contra del conductor.

Dice Coral: “esas personas son basura, no tuvieron

consideración ni clemencia ante mi dolor y ejercieron presión

emocional brutal al describirme la condición física en la que se

encontraba mi hermano sobre la carretera e insistir que todo se

debía al descuido del conductor. Afortunadamente, me mantuve

firme y segura de que el accidente obedeció a la ponchadura de

una llanta y al lamentable estado de la carretera por la que

circulaba el auto. Alcancé a escuchar que los agentes se ponían de

acuerdo para que, en la documentación que me presentaban, se

quedara en blanco un espacio que después ellos arreglarían.

Entonces exigí copias de mi declaración, pero me las negaron.

Tomé fotos de los documentos y les amenacé con denunciarlos. Se

negaron a autorizar la cremación, pero recordé que algunos meses

antes había organizado un evento para una persona que trabaja en

la Presidencia de la República. Esta persona intercedió por

nosotros y pudimos cremar a mi hermano.”

¡Qué fuerte! —dice Coral— “que tenga mayor peso la

recomendación de un poderoso que el dolor suplicante de una

madre.”

Son muchas las cosas que se confunden y otras tantas que se

olvidan cuando se cursa por un shock. Existe una sensación de

ausencia e irrealidad. Se hace presente una circunstancia que

parece sobrepasar la capacidad de resistir pero, al mismo tiempo,

la necesidad de responder al momento hace que las funciones

fisiológicas doten de una gran resistencia y aptitud al organismo.

Otra escena inolvidable fue cuando la madre de Javier se

encontró con su hijo ya sin vida; le habían vendado por completo el

cuerpo y ella retiró las vendas del rostro enrojecido por la sangre.

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Dice Coral: “nada más conmovedor que eso, ver a mi madre limpiar

el rostro de mi hermano, con el klínex que usaba para enjugar sus

lágrimas.

“¿Qué pasa con el personal que trabaja en los hospitales?

¿Qué no pueden comprender el impacto de ver un cuerpo

ensangrentado? ¿Qué no pueden pensar en la diferencia que

existe entre un cuerpo o cadáver limpio y otro lleno de sangre?”

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Historia 4. Deyanira Hernández García

Entrevisté a Deyanira el 7 de diciembre de 2011, a 27 años de la

muerte de su hermana mayor, quien falleciera el 4 de marzo de

1984, tres días después de haber nacido. Deyanira nació al año

siguiente, en abril de 1985 y es la segunda de tres hermanos que

procreó el matrimonio de Alejandro Joel Hernández Aceves y

Maribel García Padilla, originarios del Distrito Federal.

Estudió la carrera de Comunicación y Periodismo en la

Facultad de Estudios Superiores, campus Aragón (UNAM) y

actualmente realiza su tesis de licenciatura. Es soltera, vive con

sus padres y gusta de navegar por Internet descubriendo las

novedades en moda nacional e internacional. Este es un

pasatiempo que no se agota en la mera curiosidad, pues moda y

compra de ropa constituyen una preocupación sobre la imagen y

presencia de la persona que es.

Deyanira tiene una presencia sofisticada y tímida al mismo

tiempo. Alta y esbelta, se conduce con delicadeza y sencillez;

habla pausadamente, en ocasiones sonríe discretamente y deja ver

una ligera pesadumbre en la mirada. Asiste a la entrevista, a pesar

de que atraviesa por la experiencia triste y agobiante que impone el

rompimiento de una relación amorosa.

Contexto y experiencia de la muerte

Los primeros recuerdos de Deyanira sobre la muerte de su

hermana, se remontan a su infancia cuando cada primero de

marzo la casa se quedaba en silencio, la madre lloraba y el día se

tornaba triste para todos. Tal vez tendría cuatro o cinco años

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cuando acompañaba a sus padres al panteón y se ponía a jugar

con sus muñecas sobre la lápida de su hermana Maribelita

simulando una conversación con ella. Recogía flores de los

alrededores y las colocaba sobre la tumba. “Mi padre me decía que

yo tenía una hermanita que me cuidaba desde el cielo”, comenta

Deyanira.

Un cambio de domicilio hizo que las visitas al panteón se

cancelaran después de 10 años. No obstante, cada primero de

marzo los padres llegaban con flores a la casa y hacían alguna

oración para conmemorar nacimiento y muerte de la pequeña

Maribel. Ver triste a la madre, es una de las cosas que más le han

preocupado y atormentan a Deyanira en el curso de su vida, así

que ella hacía y hace “hasta lo imposible” por revertir esa tristeza.

Ella asume que recibió amor doble al nacer, por el amor que

sus padres tenían reservado para su hermana y el propio; además,

Deyanira cree que ella y Maribelita se constituyeron en una sola

persona. Comenta que el embarazo de la madre no fue sencillo y

es posible que estuviera sufriendo mucho ante la posibilidad de

perder a su segunda hija. Piensa que sus padres no se dieron

tiempo para procesar su duelo y la muerte se empalmó con un

nuevo embarazo encadenando la vida de sus hijas a la de ellos, de

modo tal que el comportamiento de Deyanira está cifrado en

grandes expectativas que, de no cumplirse, se convierten en

grandes decepciones para los padres.

Siempre fue una hija consentida, sobre todo por parte de su

padre. Poco a poco, ese amor doble que le prodigaban (como si en

ella se fundiera la existencia de su hermana) se fue constituyendo

en una enorme responsabilidad, pues toda la atención y cuidados

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se dirigían a conseguir la perfección. De modo que cualquier falla,

error o triunfo, era magnificado y Deyanira experimentaba,

constantemente, temor y ansiedad.

La supervisión de su proceder se modificó a partir de que la

madre abrió un negocio propio y tuvo que salir de casa por

jornadas de trabajo prolongadas. Para entonces, Deyanira había

cumplido los 15 años de edad e iniciaba una etapa de rebeldía

asociada a la fiesta y el consumo de alcohol. Dos años después,

los padres se enteraron de esta condición, le mostraron

preocupación y decepción y le exigieron alguna forma de

reparación de su conducta pues, además, se había gastado la

colegiatura escolar. Deyanira decidió trabajar y saldar esa cuenta

monetaria pero, al mismo tiempo, cobró conciencia del daño que

estaba produciendo su comportamiento y decidió modificar su

estilo de vida.

A los 18 años se enamoró, pero fue una breve relación que, a

su rompimiento, le produjo desconcierto y una gran tristeza.

Finalmente, buscó ayuda cuando recién cumplió los 20 años de

edad y se percató de que sufría un trastorno alimenticio. Sintió que

no poseía los recursos emocionales para enfrentar este problema,

para “compensar sus errores”, “hacer felices a sus padres” y “dejar

de pedir perdón por fallar”.

A partir de ese momento asistió a una terapia especializada,

que le ha ido ayudando a distinguir y definir su responsabilidad e

individualidad para “conectarse” con las razones que le son

fundamentales: formar una familia, desarrollarse profesionalmente,

viajar, lograr estabilidad económica y ponderar su salud sobre

cualquier otro interés.

Page 44: Hermanos en Duelo Tripa

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Historia 5. Luciano C. Jiménez Lagarde Entrevisté a Luciano C. Jiménez Lagarde el primero de febrero de

2012, a 8 meses de la muerte de uno de sus hermanos mayores de

nombre Camilo.

Luciano nació el 5 de julio de 1992 y es el hijo menor del

segundo matrimonio de Margarita Lagarde y Alfonso Jiménez

Inclán, ambos originarios del Distrito Federal. Tiene tres hermanos

varones que en muchos sentidos han representado la imagen

paterna, aunque, fue Camilo, el hermano, con quien logró la mayor

convivencia y de quien aprendió valores fundamentales para la

constitución de su propia identidad.

Estudia el sexto semestre del bachillerato en el área de

Humanidades con la intención de continuar la licenciatura en Artes

Plásticas. Es practicante de la religión sintoísta caracterizada por el

culto a la naturaleza y los antepasados. Llegó a identificarse con el

sintoísmo a partir de una constante búsqueda de explicaciones

sobre la belleza de la naturaleza, la convivencia social y el sentido

de la vida. En palabras de Luciano: “el shinto es básicamente

totémico, un culto popular que puede describirse como una forma

sofisticada de animismo naturalista con veneración a los

antepasados, profundamente identificada con la cultura japonesa.

Tratamos de aprender a vivir con el universo a base de amor,

rectitud (verdad), justicia y luminosidad”.

Luciano es un joven apasionado y sensible que proyecta su

vocación artística al interesarse en diversas actividades

humanísticas: pintura, dibujo, escritura, lectura, canto, baile y cine.

Por otro lado, es un gran conversador preocupado e interesado en

profundizar los temas que trata, particularmente, lo referido al amor

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y la justicia.

Con 19 años de edad, Luciano practica el ciclismo y la

caminata como actividades lúdicas y expresivas, no obstante que

su hábito tabáquico, le cuestiona sus principios religiosos y

espirituales. Tiene gran interés por independizarse económica-

mente, formalizar su actividad en artes plásticas y construirse un

entorno más saludable.

Contexto y experiencia de la muerte

Aproximadamente a las 10:00 del primero de junio de 2011 murió

Camilo después de haber padecido y enfrentado durante varios

meses los padecimientos derivados del cáncer ganglionar. Desde

el diagnóstico hasta su muerte, Camilo le proporcionó a Luciano

importantes e inolvidables experiencias.

La tarde anterior, martes 31 de mayo a las 17:30, Luciano

caminaba rumbo al hospital para visitar a su hermano que había

pasado varias semanas internado. Recién había comido con su

abuelo y tío cuando recibió la llamada telefónica de su madre

notificando que Camilo había decidido “dormir”.

¿Por qué le hablaban para decirle eso que aparentemente

resultaba común? ¿Camilo quiere dormir? Guardó silencio. La

madre precisó la información: “Camilo ha decidido morir”. ¡¿Qué

clase de notificación es ésa?! ¿Necesita alguna respuesta? No

había forma de comprender a cabalidad eso que escuchaba y entró

en pánico. Momentáneamente, sintió que las piernas no le podrían

sostener de pie, sin embargo, se mantuvo erguido.

Siguió caminando haciéndose una sola pregunta: “¿Qué coños

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pasa?” No había más lenguaje para poder comprender. Había

degustado comida, compañía, conversación y, de pronto, se sentía

extraño, perturbado, sin saber qué hacer o qué pensar.

En el cuarto del hospital encontró a sus hermanos y madre

quien le explicó que Camilo había decidido despedirse de la vida y

quería que todos pudieran compartir con él la película titulada: La

novicia rebelde. A Luciano le pareció “muy lúgubre” la decisión que

de cualquier modo acató (acataron), aunque es posible que nadie

viera la cinta, no obstante tenerla ante los ojos.

El personal del hospital aplicó alguna solución a Camilo y

Luciano lo miró dormir, como se duerme cualquier persona: “movía

su cuerpo, hacía ruidos con su boca y en ocasiones se quejaba”.

Decidió que tenía que cuidar a su hermano de cualquier cosa que

pudiera alterar la paz de su alma, pues de acuerdo a sus ideas

religiosas, pensaba que la energía de ese momento era especial y

a él le correspondía hacer, también, algo especial.

Mientras transcurrió la tarde-noche no se apreciaron cambios

significativos en la condición de Camilo. La familia reunida

platicaba “como si Camilo solamente estuviera durmiendo y no

transcurriendo su muerte”. Luciano puso la música que le gustaba

a su hermano y de pronto se dio cuenta que él ya no respiraba.

Habían transcurrido 16 horas y 30 minutos desde la llamada que

había recibido a la salida del restaurante.

Avisó a su madre y el equipo médico se hizo presente. Miró a

su tía Gabriela y, sin mediar palabras, le encomendó la custodia de

su madre. Luciano buscó un lugar solitario (las escaleras) y allí

empezó a buscar a sus amigos a través del teléfono celular.

Necesitaba la compañía de quienes, durante el proceso de

enfermedad de su hermano, habían estado cerca de él-ellos dos.

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Estaba floreciendo la mañana y “aquello parecía una escena de

película”, algo irreal que se había escrito como el guión de un

escritor especialmente “visual”. La pesadez de esa noche tenía la

consistencia de tres o más días en los que una persona no ha

tenido tiempo de organizar “racionalmente” lo que ocurre.

Esta confusión se había incrementado ante la incapacidad de

los médicos de afrontar con valor moral el sufrimiento de una

familia.

En días previos ya se había comentado la posibilidad de que

Camilo fuera apoyado por los médicos para morir en paz. No

obstante, se había entablado una polémica entre ellos y nadie

asumía la responsabilidad final. Camilo siempre estuvo consciente

e “iluminado” para tomar decisiones y había firmado un documento

de voluntad anticipada para cesar el tratamiento en caso de

gravedad extrema e imposibilidad de recuperar la salud; por su

parte, la madre de Camilo no cejaba de cuestionar a los médicos

sobre cada procedimiento y la eventualidad de riesgos y beneficios.

Era un verdadero diálogo de sordos entre una familia urgida de

comunicación veraz y un equipo de salud poco preparado para

actuar moral y humanitariamente.

Camilo murió a consecuencia de un cáncer “monstruoso”

asociado a la activación del VIH. Eso es lo que “sabe” Luciano,

aunque aclara: “es muy posible que por ser el hermano menor no

me dijeran las verdaderas condiciones de enfermedad y gravedad

de Camilo y siempre es difícil enterarse por terceras personas de

las cosas que un hermano tendría que saber por las fuentes

primarias: los miembros de la familia”.

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Historia 6. Barbra Dawn Joyce Chao Entrevisté a Barbra el 9 de noviembre de 2011, a 22 años de la

muerte de su abuela y de Vyvyan, su hermana mayor, ocurrida el

27 de marzo de 1989, y a 8 años de la muerte de Jenny, su

hermana menor, ocurrida el 4 de marzo de 2003.

Ella es la tercera de cuatro hijas que procreó el matrimonio de

Zita Beatriz Chao Ebergenyi (nacida en Tuxpan, Veracruz) y Bruce

Joyce (de origen estadounidense).

Barbra (Barby), nació en la ciudad de México el 3 de

septiembre de 1974. Estudió la licenciatura en Relaciones

Internacionales en la Universidad Anáhuac campus México Sur.

Actualmente combina el ejercicio profesional de la producción de

programas de televisión y servicios audiovisuales con las

actividades recreativas del canto, baile, ejercicio corporal y la

cinefilia. Durante la entrevista, Barby hizo énfasis en la importancia

de la familia como un núcleo de amor, respeto y ejemplo, pero

también como un crisol de diferencias. En su opinión, estos valores

se arraigan en los sentimientos y modos de ser y actuar entre

padres e hijos, y favorecen la protección y acompañamiento de los

integrantes de la familia.

En nuestra plática se evidenció la franca disposición,

elocuencia y deseos de participación de Barby. Desde el principio

mostró su carácter directivo y cierta tensión, pero siempre

respondió con seguridad y franqueza a nuestras preguntas.

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Contexto y experiencia de la muerte

Barby recuerda que la camioneta en la que viajaba sobre la

carretera Pánuco-Tuxpan con su madre, hermanas, abuela y

primos, perdió su rumbo y se precipitó al vacío en un paraje

llamado Cerro Azul. Era el 27 de marzo de 1989. Recuerda el

sobrecogedor silencio que se produjo una vez que el vehículo

detuvo su caída. Primero vio el reloj, eran aproximadamente las

4:00 de la tarde, después, su mirada se topó con las piernas de su

hermana Vyvyan, que esa mañana se había vestido con un short

verde a rayas blancas y una playera blanca con aplicaciones al

frente.

No pudo ver su rostro porque un asiento presionaba la mitad

de su cuerpo.

Escuchó la voz de su madre mencionando los nombres de los

pasajeros y preguntando cómo se encontraban. Barby no escuchó

su nombre. Recuerda que temblaba al sentir un frío intenso en todo

el cuerpo a excepción de su pierna, que era caliente como su

sangre. En medio de toda esa confusión, recuerda haber sentido

miedo ante lo desconocido e inesperado, ante la impotencia y el

devenir. Sintió preocupación por no haber escuchado su nombre, y

desesperación por su pierna aprisionada entre los fierros. Perdió el

aire y la visión se oscureció momentáneamente. Al recuperar el

aire, pudo ver nuevamente e hizo esfuerzos vanos por tratar de

entender qué estaba sucediendo.

Ella viajaba en la parte posterior de la camioneta y durante el

vuelco perdió la posición y orientación de su lugar. Pensó que

habían chocado o, al menos, eso fue lo que le respondió a su

prima cuando ésta se lo preguntó al despertar de un desmayo. La

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prima, con la cabeza sangrante, volvió a desmayarse, cayó sobre

la pierna fracturada de Barby y fue hasta ese momento que

empezó a sentir mucho dolor. Quiso moverse pero la pierna estaba

atorada entre fierros y le angustió no poder ayudar a “los suyos”.

Escuchó entonces que Jenny (su hermana menor por cuatro años),

lloraba preguntando qué había sucedido mientras la madre trataba

de tranquilizar a todos.

Barby tenía 14 años y pensó que estaba soñando pero, en

realidad, estaba en shock tratando de ordenar la circunstancia del

accidente. Hoy sabe que “darse cuenta o estar despierto” no

significa entender lo que sucede. Mientras creyó que soñaba,

imaginó que se encontraría con su padre en Tuxpan. La idea de

estar soñando se fue disipando cuando llegaron los militares de

Cerro Azul y se inició el rescate, gracias a que Kathy (un año y 8

meses mayor que ella) había logrado acercarse a la carretera y

pedir auxilio.

Sobre las maletas empezaron a colocar a los heridos. Barby

escuchó que su madre decía a los militares que ella creía que su

hija Vyvyan y su propia madre ya habían fallecido y les pedía sigilo

para que los demás no se enteraran de ello. Pero ni lo que veía o

escuchaba era completamente real para Barby y tuvieron que

pasar algunos días (quizá dos) para empezar a organizar el

pensamiento.

Recuerda no haber preguntado nada, pero tampoco haber sido

informada sobre lo ocurrido. No obstante, algunos de los ruidos del

campo, de la carretera o de las calles, de las ambulancias, de los

hospitales y voces de los médicos o de algunos familiares, fueron

las pequeñas pistas que después se articularon e hicieron un

informe para los recuerdos.

Page 51: Hermanos en Duelo Tripa

51

Compartió cuarto de hospital con su madre en Cerro Azul, tan

mal heridas, ambas, que gran parte del tiempo estuvieron sedadas

y casi no pudieron comunicarse.

Salió del “sueño” y de los “apagones” que producían los

medicamentos, cuando transportadas en camillas iba al lado de su

madre en el avión que las trasladaría al Distrito Federal. Ella del

lado derecho y Jenny del lado izquierdo. En ese momento, al ver el

rostro de la madre y al percatarse de las heridas de las tres, Barby

supo que todo era “absolutamente real” y que, tal vez, no

sobreviviría ninguna.

Un paramédico al ver a su madre dijo: “apurémonos porque tal

vez no llega”.

Llegaron al Hospital Ángeles del Pedregal (DF) y fue hasta ese

momento que Barby vio a su papá, quien le dijo que todos estaban

bien. Familiares y amigos no dejaron de visitarles, sin embargo,

nadie le dijo que su hermana Vyvyan y su abuela materna habían

fallecido.

********

Barby se casó en 1999 y se fue a vivir a Argentina. Allí, recibió la

noticia el 3 de marzo de 2003, de que Jenny estaba en un hospital

de Acapulco. Barby le llamó telefónicamente para decirle que la

amaba con todo el corazón, para recordarle que ella era un motor

fundamental para su vida y que deseaba que se recuperara

pronto…

Preguntó a su madre si era necesario ir a México, pero ella le

dijo que todo indicaba que no, ya que la situación parecía resolver-

se positivamente. Al día siguiente, Barby escuchaba por el auricu-

lar del teléfono decir a su madre que su “chaparra”, su hermana

entrañable a la que se había propuesto cuidar, había fallecido.

Page 52: Hermanos en Duelo Tripa

52

Otra vez la incredulidad, la parálisis y el shock hicieron que Barby

renegara de la vida por sus crueles designios. Tenía poco tiempo

de haberse divorciado y esta nueva pérdida cimbraba su vida por

completo. La acompañó una amiga argentina durante las 10 horas

de vuelo y luego se presentó sola a la casa paterna.

Encontró a su padre abatido y le ofreció apoyarle en todo lo que se

necesitara. Hablaron e hicieron llamadas y trámites pertinentes,

pero nunca se permitieron llorar juntos.

Page 53: Hermanos en Duelo Tripa

53

Historia 7. Kathryn Diane Joyce Chao

Entrevisté a Kathryn el 19 de octubre de 2011, a 22 años de

distancia de la muerte de su hermana mayor y de su abuela

ocurrida el 27 de marzo de 1989, y a 8 años de la muerte de su

hermana menor el 4 de marzo de 2003. Ella es la segunda hija de

cuatro que procreó el matrimonio de Zita Beatriz Chao Ebergenyi

(nacida en Tuxpan, Veracruz) y Bruce Joyce Andresen (de origen

estadounidense).

Kathryn nació en la ciudad de México en diciembre de 1972

con una hemiplejia congénita del lado derecho. Estudió para

maestra educadora y obtuvo el certificado de English Teacher.

Actualmente combina el ejercicio profesional de la educación

preescolar con el cultivo de la lectura, el cine, el teatro y el yoga.

Durante la entrevista, Kathy hizo énfasis en la importancia de

la familia como un eje de compromisos éticos que coadyuvan al

fortalecimiento de afectos amorosos e ideales de libertad e

independencia entre sus miembros.

Otros valores que reconoció como fundamentales para la

familia fueron: apoyo, acompañamiento, comunicación y compren-

sión.

En nuestra plática se expresó la sensibilidad y deseos de

participación de Kathy. Al principio mostró cierta tensión pero,

conforme avanzó la narración, la tranquilidad y la soltura se

hicieron presentes.

Page 54: Hermanos en Duelo Tripa

54

Contexto y experiencia de la muerte

Habló primero de Vyvyan (la hermana mayor) no solamente porque

fue la primera que murió, sino porque fue a partir de allí que tuvo

muchas preguntas y respuestas sobre la muerte en general y sobre

la propia vida-muerte. Vyvy y su abuela materna murieron en el

mismo accidente carretero cuando regresaban de disfrutar unas

vacaciones de Semana Santa.

Era el lunes 27 de marzo de 1989. Viajaban en la camioneta

las cuatro hermanas, su madre, unos primos y la abuela materna.

Cayeron a un barranco y en el accidente perecieron la hermana

mayor y la abuela materna, mientras, el resto de los familiares

resultaron seriamente heridos.

Kathy siempre estuvo consciente del accidente, nunca durmió

durante el trayecto del viaje de Pánuco hacia Tuxpan, porque había

“algo” que la inquietaba. Así que cuando la llanta de la camioneta

reventó e hizo perder el control del vehículo, Kathy “pudo pensar

muy rápido y tomar decisiones de inmediato”. Una vez que terminó

la caída del vehículo, miró a su alrededor y lo primero que recuerda

es a Vyvy que sangraba profusamente y a su Madre que estaba

muy golpeada. Era evidente que todos estaban lesionados, pero

Vyvy más que ninguno, y le atemorizó que su condición fuera de

extrema gravedad.

Sabía que era terrible lo que había ocurrido y antes de que su

madre preguntara quién podía salir del auto para pedir ayuda,

Kathy ya se encontraba buscando la forma de hacerlo. Primero,

porque la ventana le quedaba cerca y asimismo, porque sintió

claustrofobia en ese momento. Ella estaba también herida y con la

pelvis dislocada, pero era tan grande la necesidad de salir y ayudar

Page 55: Hermanos en Duelo Tripa

55

a su gente, que el dolor no la detuvo en ningún momento.

Tenía cierta dificultad para moverse y ubicar al resto de los

familiares porque, además de la pelvis dislocada, había extraviado

sus anteojos. No tuvo otro deseo más que ayudar y su madre le

aconsejó que se dirigiera a la carretera guiándose por el ruido de

los carros y que desde allí solicitara auxilio. Kathy fue subiendo con

gran dificultad y a mitad de la barranca empezó a gritar diciendo

“¡auxilio, ayúdenme, mi familia ha caído por la barranca y está mal

herida!”; “fue eterno ese momento” (10 minutos, tal vez) antes de

que llegaran los soldados del ejército. La idea de que el tiempo

puede significar una eternidad se hizo presente y todavía, al

recordarlo, se estremece.

********

Jenny “mi hermana menor”, estaba viviendo en Acapulco, tenía 25

años de edad y estudiaba la Carrera de Biología Marina, asimismo,

hacía trabajo social en las comunidades marginadas y es posible

que, en alguna de esas regiones de Guerrero, haya contraído un

virus que, aparentemente, fue el causante de su muerte el 4 de

marzo de 2003.

Estaba internada en un hospital, atendida por especialistas que

aseguraban que todo estaba bajo control y que seguramente la

darían de alta por la mañana. No obstante, murió, y no ha sido

posible salir del asombro. “Ésta, es otra circunstancia de la muerte

que no puedo concebir; creo que uno debe morirse cuando padece

una enfermedad, cuando es prolongada e incurable y entonces es

bueno dejar de sufrir; de otro modo, es sencillamente

inconcebible”, dice Kathy.

“La muerte trágica de la noche a la mañana es inaceptable,

aunque ocurra, es inaceptable”, concluye Kathy.

Page 56: Hermanos en Duelo Tripa

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Historia 8. Karla Oliva Pérez Entrevisté a Karla el 23 de noviembre de 2011, a 3 años de la

muerte de su hermano Martín, ocurrida la tarde del 4 de noviembre

de 2008. Ella es la segunda de tres hermanos (Martín, el mayor y

Raúl, el menor) que procreó el matrimonio formado por Osbelia

Pérez Castro y Raúl Oliva Camacho, originarios de Ciudad

Altamirano y Ometepec, Guerrero, respectivamente.

Karla nació en la ciudad de México el 24 de diciembre de 1972.

Realizó estudios de Mercadotecnia en la Universidad Anáhuac

campus México Sur. Actualmente está casada con Sergio

Fernández García y se dedica de tiempo completo a la crianza de

sus dos hijas (Daniela, de 8 años y María José, de 4).

Karla es una persona gentil, risueña y de aspecto distinguido.

Viste sofisticadamente y se muestra muy segura en sus

respuestas. Madre amorosa y preocupada por el desarrollo de sus

niñas es, a la vez, esposa diligente y activa que organiza su vida

alrededor de las necesidades de la familia. Con ambiciones

personales, espera que pronto sus niñas sean más independientes

para dirigir sus energías a otros campos del desarrollo personal.

Su plática se caracterizó por la sensibilidad y deseos de

ofrecer una mirada real y franca sobre la experiencia de la muerte

de su hermano Martín, quien en algunos aspectos ha sido

idealizado a partir de las funciones de protección y apoyo que

brindó a sus hermanos menores. Martín representó para Karla el

hermano mayor que siempre estaba dispuesto a acompañar y

proteger a la familia.

Page 57: Hermanos en Duelo Tripa

57

Contexto y experiencia de la muerte

La noticia sobre la muerte de Martín no fue recibida de la forma

habitual que se conoce. Fue a través de un corte informativo

transmitido por la televisión en el que se daba cuenta de un

accidente aéreo, ocurrido en las inmediaciones de las calles de

Reforma y Palmas, en la zona de Polanco del Distrito Federal.

Karla asoció los datos del percance con el itinerario laboral de su

hermano.

En un principio, la información no fluyó con la misma rapidez

con la que se instala el miedo y la incertidumbre en un familiar

preocupado. Lo primero que hizo Karla fue marcar, insistente e

infructuosamente, al número del teléfono celular de su hermano

Martín. No contestó. Llamó a Marisela (su cuñada) y tampoco logró

comunicación inmediata.

Ella y Sergio (su esposo y gran amigo de Martín) se dirigieron

a la casa de los padres en la que se encontraron con Marisela y

Raúl, su hermano menor. Eran aproximadamente las siete de la

noche del martes 4 de noviembre de 2008 y, en unos cuantos

minutos más, la casa se colmó de movimiento con parientes,

amigos y vecinos, llamadas telefónicas, conversaciones, lucubra-

ciones, gritos y llanto.

Los noticieros empezaron a circular el nombre de las personas

que habían fallecido y el nombre de Martín estaba ausente de

aquellos primeros registros. Fue hasta después de las 23:15 que

se confirmaba, plenamente, que el hermano mayor de la familia

Oliva-Pérez también había fallecido. Karla y Raúl ya tenían el dato

porque una prima se los había confirmado, no obstante, a ellos les

resultaba muy difícil hacer esta notificación tanto a su madre como

Page 58: Hermanos en Duelo Tripa

58

a su cuñada. Recuerda Karla que su madre lloraba y gritaba sin

consuelo y que su cuñada se había refugiado cerca de una

ventana “hecha bolita” y en terrible shock. El padre de Karla llegó al

mediodía del día siguiente, 5 de noviembre.

Marisela y Karla mantuvieron la esperanza de que Martín

podría no haber fallecido a pesar de las confirmaciones que se

hacían por diferentes medios. Sin embargo, Karla desechó esta

posibilidad cuando vio y reconoció las pertenencias de Martín que

entregaron las autoridades correspondientes; Marisela, en cambio,

mantuvo la creencia de que su esposo volvería después de una

larga ausencia y se mantuvo firme en ello hasta mediados de 2010.

La noche del 5 al 6 de noviembre de 2008, velaron el cuerpo

de Martín. Fue una larga jornada de sufrimiento para todos. Karla

temía por la vida de su propia madre al verla tan abatida, pensaba

con tristeza en sus sobrinos que siendo tan pequeños (Raúl de 9 y

Mauricio de 5 años) ya eran huérfanos, le preocupaba la viudez de

Marisela; pensaba en la soledad de su padre, ya que Martín y él

eran compañeros de profesión.

Page 59: Hermanos en Duelo Tripa

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Historia 9. Raúl Oliva Pérez Entrevisté a Raúl el 23 de noviembre de 2011, a 3 años de la

muerte de su hermano Martín, ocurrida la tarde del 4 de noviembre

de 2008. Él es el tercero de tres hermanos (Martín el mayor y Karla

la segunda) que procreó el matrimonio integrado por Osbelia Pérez

Castro y Raúl Oliva Camacho, originarios de Ciudad Altamirano y

Ometepec, Guerrero, respectivamente.

Raúl nació en la ciudad de México el 3 de marzo de 1976.

Estudió la licenciatura en Mercadotecnia, maestría en Administra-

ción de Empresas y especialidad en Finanzas, en la Universidad

Anáhuac campus México Sur. Trabaja como director de una revista

y es docente de la Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán,

UNAM. Está casado y es padre de dos hijos (Diego de 8 años y

Patricio de 3).

Raúl es una persona extraordinariamente sensible, abierto

—dice él— a todo aquello que los sentidos puedan percibir e

identificar: olores, texturas, colores, movimientos o formas. A través

de esa capacidad sensorial y ese interés por el mundo y sus

manifestaciones, es que Raúl se amarra a la experiencia de la vida

familiar, laboral y social.

En nuestra plática se hizo presente la franca disposición,

fluidez y caballerosidad de Raúl. Desde el principio mostró su

carácter cooperativo, amistoso y dispuesto a entablar un diálogo

profundo y responsable.

Page 60: Hermanos en Duelo Tripa

60

Contexto y experiencia de la muerte

La educación que se recibe respecto de la muerte es que,

conforme la “ley de la vida”, se sigue el ciclo de nacer, crecer,

reproducirse y morir, y resulta contrario a esta ley que los hijos

sepulten a los padres. De modo que, cuando muere un hijo o un

hermano antes que el padre o la madre, hay que reaprender que la

muerte no discrimina de acuerdo a los ideales que como cultura

hemos construido. Otro aspecto importante es que la muerte de un

familiar generalmente es un asunto doméstico que afecta y

moviliza a los seres consanguíneos y a los allegados, y cuando

estos esquemas son trastocados las personas sufren una terrible

confusión.

Martín muere a los 39 años de edad cuando el avión que

tripulaba se precipita a tierra. Era la tarde-noche del martes 4 de

noviembre de 2008 cuando las cadenas noticiosas de radio y

televisión nacional e internacional, daban cuenta de que un avión

había caído en las calles de Reforma y Palmas en la zona de

Polanco del Distrito Federal.

Raúl escuchaba por el radio de su auto esta noticia. Transitaba

por el periférico de la ciudad de México para dirigirse a su casa

después de cumplir la jornada laboral. En situación de alerta,

cambiaba las estaciones y frecuencias para verificar que la nota

fuera cierta y tratar de evitar el embotellamiento del tráfico. Su

rumbo era hacia el sur y el incendio de la aeronave afectaba

principalmente el norte. Sintió un respiro al imaginar que no

encontraría obstáculos en su camino.

Conforme los medios afinaban la información, Raúl

experimentó temor, porque los datos empezaron a coincidir con el

Page 61: Hermanos en Duelo Tripa

61

trabajo profesional, como piloto de aviación, que Martín realizaba

en la Secretaría de Gobernación.

Llamó por su teléfono celular a Karla para preguntarle si sabía

algo al respecto, pero ella le pidió tiempo para llamar primero a su

mamá. Raúl siguió haciendo llamadas telefónicas a familiares y

envió varios mensajes a Martín. No recibió respuesta de su

hermano. El padre, que también es piloto de aviación, se

encontraba fuera del país y no había caso de alertarlo antes de

contar con mayor información.

Raúl llamó a casa de su madre y ésta le pidió: “¡Ve a buscar a

tu hermano y tráemelo a casa, búscalo y lo traes…!”

Al escuchar tan alterada a la mamá, Raúl decidió dirigirse a su

casa para tratar de calmar esa angustia. Él no podía creer que su

hermano estuviera muerto y basaba su esperanza en el hecho de

que ninguna fuente informativa mencionaba el nombre de Martín

Oliva Pérez. Ya en otras ocasiones había sucedido que

reemplazaban a algunos pilotos por diversas razones, así que

mantener la esperanza era el mejor antídoto ante el horror de

imaginar la muerte.

Llegó a casa de su madre a las 7:00 de la noche y la encontró

en shock, trató de consolarle y comentó que deberían esperar a

tener noticias certeras sobre el paradero de Martín. Luego, llegó

Karla y con ella empezaron a llegar decenas de personas

(familiares, vecinos, amigos). Un familiar le comentó que a través

de sus contactos había confirmado que Martín se encontraba en

ese avión y que lamentablemente sí había fallecido. No obstante,

Raúl se mantuvo esperanzado y creyó que de un momento a otro

habría una llamada de Martín desmintiendo esa versión.

Alrededor de las 11:30 de la noche, una fuente informativa

Page 62: Hermanos en Duelo Tripa

62

de la televisión, detalló los nombres de tripulantes y pasajeros de

aquel avión. Escuchar el nombre fue un golpe contundente para

Raúl, tal vez ese sea el recuerdo más nítido y difícil de procesar,

porque una noticia oficial de la muerte es incontrovertible y ya no

hay más que esperar ni hacer. Durante casi cinco horas la

incertidumbre, aunque terrible, era una posibilidad que mantenía

con fuerza a la familia.

Quienes estaban presentes o quienes llamaban por teléfono

ofrecían ayuda y mostraban disposición a colaborar y, a todos,

Raúl les pedía que rezaran porque Martín estuviera vivo, pero que

si ya había muerto, también rezaran por él pidiendo por la

tranquilidad de su partida. La noticia del accidente estaba en

cualquier medio de información y nadie tuvo que notificar nada a

nadie. De pronto, “todo el mundo sabía que mi hermano había

fallecido y todos los familiares y conocidos se hicieron presentes, lo

cual creaba sorpresa y confusión, y no obstante tanta gente a

nuestro alrededor, el silencio entre la madre, hermanos y cuñada

era el rasgo distintivo de la familia que sufre intensamente.

Ese carácter sensible de Raúl se encontraba saturado de

imágenes, voces, ruidos, presencias, llamadas telefónicas,

palabras, emociones e ideas. Un shock que duró al menos tres

días de los que él solamente puede hilvanar flashes o momentos,

pues perdió toda noción del tiempo.

Tenía apenas un mes que había nacido su segundo hijo y

ahora se precipitaba esta otra emoción que parecía invadirlo todo.

El contexto era inmanejable y se abocó a cuidar y acompañar a su

madre y hermana.

Llegó un empleado de la Secretaría de Gobernación y dijo que

“ellos” tenían la indicación de hacerse cargo de cualquier trámite

Page 63: Hermanos en Duelo Tripa

63

relacionado con la muerte de Martín. Todo cuanto ocurría como

resultado de la muerte de Martín parecía un asunto ajeno a la

familia y eso provocaba confusión y gran estrés adicional.

Fue estremecedor e inolvidable el día en que se rindió

homenaje a quienes fallecieron en el accidente. Toda la familia

Oliva-Pérez se reunió en el Campo Militar Marte donde tuvo lugar

una ceremonia luctuosa, y la conjunción de símbolos patrios,

marcha fúnebre, féretros, fotografías y discursos constituyeron no

solo la presencia del poder del Estado, sino la revelación y

presencia contundente de la muerte.

El impacto por la muerte de Martín provocó desorientación,

pérdida de control sobre el tiempo, tristeza profunda, confusión y

desolación. Pasaron entre tres y seis meses para hacer consciente

el duelo y trabajar al respecto.

Page 64: Hermanos en Duelo Tripa

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Historia 10. Ulises Organista Mateos Entrevisté a Ulises el 17 de enero de 2012, a cinco meses del

fallecimiento de su hermano menor de nombre Diego.

Ulises nació en la ciudad de México el seis de octubre de 1992

y es el primogénito del matrimonio conformado por Félix Organista

(originario del Estado de Guerrero) e Isabel Mateos (originaria del

Distrito Federal). Desde el bachillerato incursionó en la química con

el interés de dar respuestas fundamentales sobre la síntesis de los

compuestos orgánicos. Actualmente, estudia el segundo semestre

de la Carrera de Química en la UNAM.

De pensamiento “profundamente liberal y racionalista”, Ulises

se define como una persona segura de sí misma, con metas claras

y dispuesto a empeñar el mayor esfuerzo en lograr el desarrollo de

la investigación química en México y, si es posible, desea formar

parte de equipos de investigación en el extranjero.

Se ha interesado por estudiar primeros auxilios esenciales y se

capacitó en el llamado Código ASMU (Activación del Servicio

Médico de Urgencias). De apariencia atlética, Ulises se ejercita en

la natación y las carreras deportivas y esta última actividad la

comparte con su familia.

Se autodefine como una persona responsable, trabajadora,

comprometida y reservada, aunque ha desarrollado la habilidad de

la ironía como forma de proteger su intimidad. Le gusta predecir el

comportamiento de los demás, tener control de sí mismo y manejar

sus asuntos con responsabilidad.

La música, y en especial los cantos gregorianos, así como el

uso del facebook, son para él actividades lúdicas que le

proporcionan tranquilidad y alegría.

Page 65: Hermanos en Duelo Tripa

65

Contexto y experiencia de la muerte

Eran aproximadamente las 15:15 del miércoles 10 de agosto de

2011 cuando Ulises volvía de la universidad a su casa. Al

percatarse de que su madre dormía en la sala, se dirigió al piso de

arriba con todo sigilo. Subía las escaleras al tiempo que leía un

artículo de química, cuando al levantar la mirada vio que su

hermano Diego, de 14 años de edad, se había colgado del techo y

su cuerpo permanecía suspendido e inerte.

La primera impresión fue que Diego estaba jugando y le quiso

gritar: “¡¿Diego, que estás haciendo?!”. Pero no hubo pregunta y

tampoco respuesta. Ulises dejó sus cosas sobre la cama y con un

cúter cortó la cuerda mientras sostenía con un brazo el cuerpo de

su hermano. Venció el peso y las rodillas golpearon el piso y con el

ruido que se produjo despertó su mamá que preguntó qué sucedía.

Ulises intentaba la reanimación y tomó signos vitales a Diego, pero

todo fue infructuoso.

Le dijo a su mamá: “¡ven, sube!”. Le hubiera querido explicar a

su mamá cualquier cosa, pero no tuvo palabras. Ella le dijo: “¡llama

a tu papá, que venga!” y así lo hizo. Inmediatamente después,

llamó a una ambulancia.

Fue un momento de confusión extrema y Ulises tuvo la

impresión que “estaba dividido en dos: la parte emocional negaba

el suceso y la parte racional le confirmaba que ya no había nada

qué hacer”.

La impresión fue total y Ulises enmudeció por varios minutos.

Quería consolar a su madre, pero solamente la abrazaba mientras

ella le hacía reclamos y súplicas a Diego. Ulises bajó a abrir la

puerta cuando su padre llegó, y le dijo lo que había sucedido. No

Page 66: Hermanos en Duelo Tripa

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lloraba, estaba en shock y confundido. A los pocos minutos

llegaron agentes del ministerio público y con ellos algunos vecinos

y un tío que preguntaba sobre lo ocurrido.

Nada más aterrador para Ulises que convertirse en el

informante de un suceso tan desgarrador. Empezó a llorar entre los

vecinos. Poco después se fueron los padres a atender los asuntos

legales y Ulises tuvo que quedarse solo algunos minutos.

Al poco rato la abuela paterna llegó y nuevamente tuvo que

informar. En ese momento, Ulises sintió la imperiosa necesidad de

proteger a sus padres y abuela, de utilizar su capacidad analítica

para no mostrar emociones y proceder fríamente. De alguna

manera simular o encubrir sensaciones, para tener control de la

situación, era algo que Ulises había aprendido a dominar desde su

más temprana adolescencia.

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Historia 11. Julio Iván Piña Chávez Entrevisté a Iván el 4 de enero de 2012, a 2 años y 2 meses de la

muerte de su hermano menor, Oscar, ocurrida el 23 de octubre de

2009. Iván nació el 9 de octubre de 1984 y es primogénito del

matrimonio formado por María Eugenia Chávez y Juan Manuel

Piña, originarios del Distrito Federal. Iván es un joven con horizontes culturales muy amplios y sus

intereses académicos y profesionales le han llevado a incursionar

en diferentes ramas del saber. En la Universidad Autónoma

Metropolitana, campus Iztapalapa, ha estudiado siete trimestres en

la carrera de Antropología Social; en la misma universidad, pero en

el campus Xochimilco, ha cursado seis trimestres de la licenciatura

en Planeación Territorial y, actualmente, está inscrito en el

segundo semestre de la carrera de Animación y Modelaje 3D en la

EUNOIA School.

2012 es un año promisorio para Iván, que puede definirse

como una persona pasional, creativa, sensible y soñadora.

Aficionado al cine, el modelaje en plastilina, la lectura y en

particular los comics. Tiene planes para vivir en pareja con

Viridiana, joven con la que ha mantenido una relación sentimental

estable desde hace siete años.

Durante la entrevista, Iván se muestra amigable y dispuesto a

compartir sus experiencias frente al duelo, pero también acerca del

mundo complejo que las nuevas generaciones tienen que lidiar.

Posee un espíritu libertario y tolerante, valores que pondera y

aprecia en su relación familiar y en el grupo de amigos con los que

comparte inquietudes personales y profesionales.

Page 68: Hermanos en Duelo Tripa

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Contexto y experiencia de la muerte

Iván estaba en un día libre de clases comiendo con su novia,

cuando se percató que en su teléfono celular se habían registrado

varias llamadas de su madre. Se comunicó con ella y supo que su

hermano estaba enfermo y que era necesaria su presencia en

casa. Oscar había estado en el servicio de urgencias médicas el 19

de octubre de 2009, cuatro días antes de su muerte, y había sido

dado de alta ese mismo día sin haberse diagnosticado algún

problema; no obstante, al escuchar a su madre, Iván pensó que tal

vez ya se había manifestado con claridad algún proceso mórbido.

Tardó en llegar porque era larga la distancia que tuvo que

recorrer desde la UAM Iztapalapa (DF) hasta la población de

Texcoco en el Estado de México, además, librar el caos vial de un

viernes por la tarde en la ciudad de México, se convierte en un

verdadero desafío.

Al entrar a su colonia topó con una patrulla de policía y eso le

sobresaltó. Frente a su casa estaba otra patrulla e Iván le preguntó

a un policía: “¿pasó algo, oficial?”; el policía respondió: “allá dentro

le explican”. Entró y miró a su madre enjugar las lágrimas. “¿Qué

pasó mamá?”, preguntó Iván. “Tu hermano murió”, dijo ella.

No hay forma de comprender un mensaje así. Recuerda Iván

que no comprendió la frase y se quedó paralizado, tal vez cinco o

diez minutos, no lo sabe bien a bien. Ante el absurdo se impuso la

ira y la multiplicidad de preguntas, igualmente absurdas. Tuvo

deseos de llorar, pero la fortaleza de su madre le permitió

contenerse en ese momento. Era necesario apoyar, y si su madre

podía estar sin llorar, él también podría lograrlo. Tal vez el esfuerzo

por contener el llanto, motivó un intenso temblor en las manos, así

Page 69: Hermanos en Duelo Tripa

69

que apretó los puños y metió las manos en la bolsa del pantalón. El

temblor fue cediendo poco a poco.

Recordó que, por la mañana, había platicado con su hermano

y habían hecho planes para encontrarse por la tarde. Oscar quería

reunirse con su hermano y sus amigos para comentar acerca de su

fiesta de cumpleaños realizada ocho días antes y a la que había

acudido un nutrido grupo de amistades.

La popularidad de Oscar en Texcoco era notable, y a ello

obedecía que su casa se encontrara llena de gente después del

aviso de su muerte. Curiosamente, la multitud que estaba en su

casa le permitía a Iván sentirse menos mal.

Iván solamente ha llorado dos veces desde que ocurrió la

muerte de Oscar. No ha podido ni querido llorar y esta resistencia a

mostrar la emoción guarda relación, según él, con el predominio de

lo racional sobre lo emocional. La explicación racional sobre

cualquier aspecto de su vida ha sido una forma de abordar y

enfrentar los problemas, habilidad que le había resultado

conveniente siempre pero, ahora, no está convencido de que

inhibir las emociones sea lo mejor. Así que ha regresado a su

tratamiento por depresión severa crónica y lleva un año acudiendo

al apoyo psicológico con el propósito de ser menos introvertido.

Page 70: Hermanos en Duelo Tripa

70

Historia 12. Rocío Robledo Fernández

Entrevisté a Rocío el 10 de diciembre de 2011, a casi 3 años de la

desaparición de su hermano menor, José Antonio, secuestrado en

Monclova (Coahuila) el 25 de enero de 2009.

Rocío nació en la ciudad de México el 19 de noviembre de

1973 y fue la primera de dos hermanos que procreó el matrimonio

de José Antonio Robledo Chavarría y María Guadalupe Fernández

Martínez, ambos originarios de Tampico, Tamaulipas. Estudió la

carrera de Contador Público y realizó un posgrado en Derecho

Fiscal en la Universidad Tecnológica de México (UNITEC).

Actualmente trabaja en el área de recursos humanos en un

consorcio mexicano ubicado en el área de Santa Fe (DF) y ha

obtenido importantes reconocimientos en su área laboral.

Rocío se presenta a sí misma como una mujer independiente

desde muy joven, emprendedora y de carácter firme. Gran parte de

su tiempo lo dedica al trabajo, pero en sus ratos libres disfruta del

cine, la lectura, la música y los paseos con su mascota, un

pequeño perro llamado Ricky.

Es una persona formal y posee agradable y franca disposición

a la conversación. Matiza sus comentarios con interesantes

reflexiones sobre la familia y los valores morales que le sostienen,

entre ellos, la responsabilidad y el acompañamiento para sus

miembros.

Page 71: Hermanos en Duelo Tripa

71

Contexto y experiencia de la muerte

El lunes 25 de enero de 2009 era un día especial para Rocío,

porque se había formulado diversos propósitos con el advenimiento

del Año Nuevo. Uno de estos propósitos era el de hacer ejercicio y

por la mañana se inscribió a un gimnasio y asistió a la primera

clase. Se sintió orgullosa de cumplir con su propósito. Durante la

mañana, una compañera del trabajo le hizo halagos sobre un dije

que traía en el cuello y Rocío mencionó que era un obsequio de

Verónica, la novia de su hermano José Antonio, y que muy

probablemente se casarían ese año.

Por la tarde recibió una llamada de su madre comunicándole

que su hermano estaba desaparecido y que la necesitaban en

casa. Nerviosa, empezó a llorar desconsolada, sus compañeros del

trabajo preguntaron qué sucedía, y atropelladamente explicó lo

poco que sabía; solicitó permiso a la gerencia, subió a su auto y

condujo hasta la casa paterna.

En la casa le aguardaban sus padres y Verónica, quienes

trataron de explicarle los hechos. Verónica inició el relato

comentando que el día anterior platicaba por teléfono con José

Antonio cuando él mencionó que se acercaba un auto como el de

Iron Man (personaje de una película de superhéroes) del que

bajaron unos hombres y se acercaron a él haciéndole preguntas.

Mientras les respondía dejó el teléfono abierto y Verónica pudo

escuchar las voces entre quienes conducían ese auto y José

Antonio. Él se identificó plenamente, los captores empezaron a

golpearlo, le quitaron la camioneta y se lo llevaron. Se cortó la

comunicación y Verónica ya no pudo restablecer la llamada.

Verónica se entrevistó con el gerente, en el DF, de la empresa

Page 72: Hermanos en Duelo Tripa

72

ICA Fluor Daniels para la que laboraba José Antonio en la sucursal

de Monclova. El gerente le comentó que no debería preocuparse

porque él iba a aparecer, tal vez golpeado, pero que aparecería en

dos o tres días. Además, le aconsejó que no comentara nada con

la familia de José Antonio. Durante la noche del 25 de enero,

Verónica estuvo recibiendo llamadas del gerente de ICA en

Monclova y los comentarios que le hacía eran “nefastos”, pues le

aseguraba que José Antonio había provocado el suceso porque

“usaba lentes oscuros y hablaba por teléfono en vía pública”.

Rocío nunca imaginó un secuestro, se negaba a aceptar una

circunstancia así. No era posible aceptar que su hermano estuviera

“desaparecido”. Antes de escuchar el relato de Verónica, la

impresión que tenía es que su hermano podría haberse

accidentado en carretera y que estaría en algún hospital de la

región. No obstante, conforme iba escuchando lo sucedido, recordó

que su hermano, meses atrás, había comentado que existía

hostilidad y agresiones en su entorno laboral. Rocío también fue a

las oficinas de la empresa ICA en el DF y pudo constatar el trato

“vil y despiadado” con el que se conducía el gerente.

Rocío estableció un plan de búsqueda e inició comunicación

entre sus amistades hasta conformar una red de apoyo muy

consistente y definitiva para la búsqueda de José Antonio.

Antes de que sus padres se fueran a Monclova a buscar a su

hijo, Rocío le dijo al padre: “no tenemos mucho dinero papá, pero

lo que te pidan di que sí, que daremos todo lo que sea necesario

para volver a ver a Toño”.

Era desesperante la situación y aunque el silencio se imponía

para tratar de custodiar la seguridad de José Antonio, Rocío hizo

importantes hallazgos para ubicar y reconocer el auto involucrado

Page 73: Hermanos en Duelo Tripa

73

en el delito (que resultó ser uno de los ocho autos de su tipo que

existen en el país), así como rastrear los reportes de uso de la

tarjeta de crédito, rastrear e identificar el destino de las llamadas

que alguien hizo desde el teléfono celular de José Antonio, ubicar

la zona donde se estacionó su hermano para saber si existían

cámaras de seguridad. Hizo llamadas a hospitales, Cruz Roja,

Caminos y Puentes Federales, compañías de seguros, despachos

de investigadores en secuestro, etcétera.

Transcurrida una semana, Rocío había elaborado una ficha

técnica con información abundante y bien estructurada, y acudió a

la SIEDO (Subprocuraduría de Investigación Especializada en

Delincuencia Organizada), para levantar la denuncia respectiva.

Tres horas tuvieron que transcurrir para que le aceptaran levantar

la denuncia, y solo lo hicieron después de múltiples ruegos y tras

expresar la decisión de no salir de allí si no los atendían.

Se han cumplido casi tres años y la esperanza de encontrar a

su hermano se ha desvanecido poco a poco, de modo que ahora

siente la necesidad de honrar su vida tratando de encontrar nuevos

motivos que permitan a sus padres vivir con tranquilidad y, a ella,

con la esperanza de suavizar el dolor producido por la experiencia.

Page 74: Hermanos en Duelo Tripa

74

Historia 13. Abraham Berush Romero de la Peña Entrevisté a Abraham el 29 de diciembre de 2011, a 10 años y 8

meses de la muerte de su hermana mayor, Doris Livier. Abraham

nació el 7 de diciembre de 1989 y es hijo único del segundo

matrimonio de Elsa de la Peña con Marcos Romero, ambos

originarios del Distrito Federal.

Estudia el quinto cuatrimestre de la carrera de Ciencias y

Técnicas de la Comunicación en la UNIVA (Universidad del Valle

de Atemajac) campus La Piedad, Michoacán, carrera que inició en

septiembre de 2010. Es becario de la universidad y conductor de

un programa de televisión regional. En su adolescencia temprana

se desempeñó como edecán en agencias de publicidad.

Amante del futbol soccer y preseleccionado nacional en la

categoría Sub 15, tuvo que abandonar este deporte debido a un

padecimiento del corazón que le produce arritmias. Este deporte lo

practicó de los cinco a los 15 años de edad, y la necesidad de

abandonar su práctica en términos profesionales ha sido una de las

experiencias más difíciles de afrontar.

La opción de estudiar en Michoacán ha sido un gran aliciente

para Abraham, ante el estado de apatía que atravesaba después

de abandonar el futbol y la escuela en la ciudad de México. Su

estancia en la UNIVA ha fortalecido su carácter, definido su

vocación por las tecnologías de información y comunicación (TICs),

y ha aprendido a tomar decisiones importantes por cuenta propia.

Cuida de sí mismo y procura no asumir conductas de riesgo para

su salud.

Page 75: Hermanos en Duelo Tripa

75

Contexto y experiencia de la muerte

Abraham tenía 12 años cuando se enteró que su hermana mayor,

Doris Livier, había fallecido. Fue el 27 de abril de 2002 cuando

Doris de 23 años y su hija Mishelle de 8 años de edad fueron

atacadas por esposo y padre, respectivamente. Doris falleció a

causa de múltiples heridas; Mishelle salvó la vida escondiéndose.

A media noche del 27 de abril de 2002, Abraham escuchó que

su padre hablaba telefónicamente con su madre y hacía alusión a

la muerte de su hermana. No preguntó nada porque ni siquiera

podía imaginar el suceso, pero además porque vio que su padre

lloraba. Abraham y Doris eran medios hermanos y no vivían en el

mismo domicilio. Su hermana y Mishelle (su sobrina) vivían con el

abuelo materno y Abraham vivía con sus padres.

Como jugador en ciernes de las fuerzas básicas del equipo

mexicano de futbol Cruz Azul, estaba citado a participar en un

importante partido que se realizaría la mañana del 28 de abril. Así

que acordó con el padre que asistirían al partido y luego irían al

velatorio. Abraham no podía creer ni imaginar que su hermana

estuviera muerta.

Sintió frío el cuerpo y no recuerda qué hizo, tal vez, dice, se

fue a dormir con la convicción de que por la mañana toda la familia,

incluida su hermana, acudiría a verlo jugar. Estando en el estadio

se percató de que no tenía fuerzas ni ánimo para jugar. Recuerda

que: “la pelota pesaba demasiado y no la podía patear; de pronto

miré hacia las gradas y claramente vi que allí estaba sentada mi

hermana. Empecé a llorar y tuve que abandonar el juego”.

Abraham conoció por primera vez el miedo que paraliza e

impide pensar. Muchas cosas cambiaron para él pero, tal vez, lo

Page 76: Hermanos en Duelo Tripa

76

más importante fue darse cuenta de la vulnerabilidad, el azar, el

riesgo de vivir, el peligro, la indefensión ante lo incierto e

imprevisible que resulta ser la muerte.

Han pasado varios años y Abraham sigue recordando el

momento como algo que no era creíble ni posible. Ya en otras

ocasiones se habían recibido llamadas nocturnas con el reporte de

que el marido de Doris la estaba agrediendo, pero al otro día

miraba a su hermana y todo volvía a la normalidad. ¿Por qué ahora

era tan diferente todo?

Nada volvió a la normalidad y nadie lo acompañó en el proceso

de duelo y, a casi 11 años de distancia, Abraham no ha podido

llorar plenamente ni hablar de sus sentimientos con nadie, se volvió

cuidadoso y precavido, evita las conductas de riesgo, le

sobresaltan las llamadas nocturnas, abandonó el futbol y teme

morir e imaginar que sus padres puedan sufrir por ello.

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Historia 14. Patricia Sosa González11

Entrevisté a Patricia el 11 de enero de 2012, a casi dos años del

fallecimiento de su hermano menor de nombre Ricardo. Éste tenía

33 años cuando fue asesinado a escasos diez metros de su

domicilio el sábado 23 de enero de 2010. Ricardo era servidor

público (policía) y regresaba de su labor cuando fue sorprendido

por los asesinos.

Patricia nació en la ciudad de México el 1° de julio de 1975 y

es la hija mayor de tres hermanos que procreó el matrimonio

formado por Patricia González, originaria del Distrito Federal y Abel

Sosa, originario del Estado de Michoacán.

Patricia está casada desde 1998 y ha procreado dos niñas:

Brenda y Darinka de 13 y 6 años, respectivamente. Aunque estudió

la carrera de Programador Analista en el ITEC, campus Estado de

México, se ha dedicado principalmente a labores domésticas, ya

que la crianza de sus hijas le ha reclamado ejercer la maternidad

de tiempo completo.

Hubo un período de un año en el cual ella tuvo que asumir la

economía del hogar —entre marzo del 2010 y marzo del 2011—,

tiempo en el que su esposo padeció una severa crisis de

alcoholismo.

Son muy pocas las actividades lúdicas a las que Patricia

dedica tiempo, pero ha decidido hacer ejercicio en este 2012 a fin

de mejorar su estado de ánimo y su salud en general. Durante la

entrevista, Patricia se mostró muy triste y reservada.

11 Patricia y César son hermanos de Erick Ricardo, pero ella lo nombra como Ricardo y César como Érick. César refiere que en realidad nadie le llamaba por ninguno de sus nombres pues era identificado con el sobrenombre de Cocos.

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Contexto y experiencia de la muerte

Eran las 8 de la mañana cuando Patricia escuchó que su padre

tocaba la puerta de su recámara buscando a su esposo: “¡Samuel,

Samuel, algo le está pasado a Ricardo, creo que está peleando

afuera de la casa, en la calle; ven conmigo!”. Samuel, Patricia y su

padre, salieron de prisa y lo primero que vieron fue el auto de

Ricardo mal estacionado. Al acercase, Patricia encontró en el

asiento del piloto, el cuerpo del hermano que había sido impactado

por varios disparos.

El miedo fue tan intenso y la circunstancia tan repentina, que

Patricia no entendía qué había sucedido y tampoco sabía qué

hacer. Se acercó a su hermano, lo tocó con suavidad y lloró

quedamente. Se regresó a casa para buscar a sus hijas (Brenda y

Darinka) y sobrinas (Melanie y Andrea, hijas de Ricardo).

Quería estar cerca de ellas, aparentemente sin ninguna razón.

A solicitud de su padre llamó a la esposa de Ricardo, para informar

lo sucedido y colgó casi de inmediato. Patricia se sentía molesta

con su cuñada porque en los últimos meses su hermano había

tenido muchos conflictos con la esposa.

Patricia recuerda que había demasiado movimiento, ruido y

gritos en su domicilio derivados de la confusión y la presencia de

mucha gente. Llegaron fotógrafos, policías, empleados del

ministerio público, vecinos y amigos; la casa se llenó de gente.

Ante ello, Patricia tuvo la necesidad de proteger y alejar a las

cuatro niñas y solicitó a algunos familiares que se hicieran cargo de

ellas mientras la familia atendía “el problema”. Pensaba que, en la

condición que se encontraba, era imposible atenderlas pero,

además, tuvo la imperiosa necesidad de alejarlas de eso que

Page 79: Hermanos en Duelo Tripa

79

ocurría.

Parecía que nadie podía entender nada. Todos en shock. La

madre lloraba y reclamaba al cielo por la artera muerte. La terrible

confusión y los gritos de la madre se quedaron impregnados en la

memoria de Patricia. Nunca ha hablado de esta experiencia con su

familia y ha tratado de no mostrar dolor frente a sus padres. La

gente que llegaba a la casa le decía: “tienes que ser fuerte para

apoyar a tus padres”. Esta frase le dolía de forma muy importante.

Patricia calló, no lloró ni gritó delante de sus padres; comenta:

“sé que ese dolor se quedó conmigo y allí está, dentro de mí, para

seguir haciendo daño. Ahora se muestra como sueño, cansancio,

dolor de cabeza y falta de voluntad de hacer cosas, mañana no sé

como se mostrará”.

Page 80: Hermanos en Duelo Tripa

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Historia 15. César Sosa González

Entrevisté a César Abel Sosa González el 11 de enero de 2012, a

casi dos años del fallecimiento de su hermano mayor de nombre

Erick. Él tenía 31 años12 cuando fue asesinado, a escasos diez

metros de su domicilio, el sábado 23 de enero de 2010. Erick era

servidor público (policía) y regresaba de su labor cuando fue

sorprendido por los asesinos.

César nació en la ciudad de México el 28 de mayo de 1989 y

es el hijo menor de tres hermanos que procreó el matrimonio de

Patricia González, originaria del Distrito Federal y Abel Sosa

originario del Estado de Michoacán.

César estudió la preparatoria en Colegio de Bachilleres y

recibió la capacitación para desempeñarse como laboratorista

químico. En la actualidad busca empleo y al mismo tiempo valora

la opción de incorporarse a estudios universitarios, para cursar la

carrera de Relaciones Internacionales.

Vive en la casa paterna con ambos padres y comentó que él

es padre de una pequeña de cinco años de edad, con quien no

vive pero a la que le gustaría ofrecer un buen futuro.

Considera que el apoyo familiar es componente central para

resguardar el amor y que éste consiste en ponerse al servicio de

los demás, proteger, respetar los deseos y voluntad de cada

integrante. Durante la entrevista se mostró pensativo y reservado.

Comentó que hubiera preferido morir él antes que su hermano,

porque la familia lo necesitaba más que a ningún otro miembro. No

ha tenido la oportunidad de procesar el duelo y sigue necesitando

una explicación que le permita comprender lo sucedido.

12 Patricia, hermana mayor, refirió que Ricardo tenía 33 años.

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Contexto y experiencia de la muerte

César estaba dormido cuando ocurrió el asesinato de su hermano.

Recuerda que escuchó a su padre “desesperado” llamar a la puerta

diciendo: “¡párate, párate que le pegaron a tu hermano allá

afuera!”. Salió corriendo de la recámara y se dio cuenta que su

hermana, cuñado y padres ya estaban por llegar a donde había

quedado tirado el cuerpo de su hermano después de recibir

disparos de arma de fuego.

Lo primero que vio César fue la puerta del auto abierta. Era el

coche de su hermano y esperaba verlo dentro, jamás sobre el

pavimento. Esa es una imagen imborrable y es la primera

referencia de César cuando recuerda el momento.

Estaba en shock, no creía lo que sus ojos veían, sintió que su

corazón latía apresuradamente y pensó que caería al piso porque

las piernas le flaquearon. Escuchó el llanto de su madre y en ese

momento contuvo sus propias emociones para ayudar a sus

padres.

Obedeció la orden de su padre quien pidió guardar en la casa

las pertenencias que traía consigo Erick, y luego regresó al lugar

del crimen. Algunos amigos habían llegado en apoyo y con ellos se

desahogó llorando.

Las primeras acciones que realizaron los paramédicos que

atendieron a su hermano consistieron en quitarle la chamarra y el

chaleco. César recuerda que fue entonces cuando empezó a

comprender el suceso, porque miró que salía mucho humo del

cuerpo de Erick y los paramédicos mencionaron que ya había

fallecido.

La ambulancia se llevó el cuerpo y César regresó a su

Page 82: Hermanos en Duelo Tripa

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domicilio, se encerró en su recámara y siguió llorando hasta que su

madre fue a hablar con él para tranquilizarlo.

Velaron y sepultaron el cuerpo de su hermano, rezaron los

rosarios y a partir de entonces todo cambió irremediablemente.

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Historia 16. Elia Gabriela Vázquez Torres

Entrevisté a Gabriela el 30 de noviembre de 2011, a 3 años y 10

meses de la muerte de su hermano César. Gabriela es la

primogénita del matrimonio formado por Ramón Vázquez y Martha

Torres Flores, originarios del Distrito Federal.

Gabriela nació en la ciudad de México el 24 de octubre de

1980. Estudió la carrera de Programador Analista, aunque no libró

el trámite de titulación, entre otras razones, porque se embarazó

muy joven.

Es madre de dos hijos: Lianny Montserrat de 9 años y César

Baruch de 2 años de edad. Está casada y se dedica de tiempo

completo al cuidado de su familia. Profesa la religión cristiana.

Gabriela considera que la familia debe constituirse como un

grupo de acompañamiento y comprensión, capaz de apoyar a cada

uno de sus miembros de forma comprensiva y reconociendo las

fortalezas y debilidades de cada uno.

Durante la entrevista Gabriela se mostró siempre amable y

sonriente; su trato abierto y sencillo facilitó la fluidez en el

desarrollo de la misma.

Contexto y experiencia de la muerte

A media mañana del 15 de febrero de 2008, Gabriela se sobresaltó

al escuchar que su madre gritaba después de haber levantado el

auricular del teléfono. Gabriela se encontraba en el segundo piso

de la casa y levantó la bocina de la extensión telefónica. Escuchó

que alguien se identificaba como policía y daba parte de que César

Vázquez había sufrido un accidente automovilístico y preguntaba si

la familia contaba con algún tipo de seguro médico para trasladar a

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la persona a un hospital de referencia.

Gabriela se ocupó de atender la llamada y supo que

trasladarían a su hermano a un Hospital de Texcoco. Era tanta su

necesidad de prestar atención, que de pronto “sintió” que el policía

se encontraba frente a ella dando esa noticia.

Hubiera querido, de un solo paso, llegar a donde su mamá y

de otro salto encontrarse con su hermano.

Tomó la Biblia de su buró y acordó con la madre que llamarían

a la suegra de César para que se adelantaran al hospital, pues

ellos vivían cerca de ahí. Madre e hija abordaron el metro y durante

el trayecto las mujeres no hablaron ni compartieron cercanía. La

madre lloraba y Gabriela trataba de tranquilizarse leyendo la Biblia.

Para Gabriela no existen los recuerdos precisos de lo que sucedía,

sentía o pensaba durante ese trance.

En el trayecto se enteraron de que César sería desviado del

rumbo de Texcoco para trasladarlo a un Hospital de Ecatepec. Las

mujeres también cambiaron la ruta y ese tiempo de traslado se hizo

eterno. Una vez que llegaron al nosocomio, Gabriela tuvo la

“necesidad de orar y comunicarse con Dios,” así que se aisló en

una esquina del hospital y empezó a orar mientras su madre y

otros familiares recibían información médica. Estaba orando con

otras personas que se acercaron a ella, cuando de repente sintió

que la “conexión” con su hermano se había roto. Gabriela ya había

tenido pérdidas importantes en su vida que le hicieron

experimentar soledad y abandono y esa sensación de desconexión

le atemorizó.

Sus padres se habían divorciaron cuando ella tenía escasos 7

años y su abuela materna falleció cuando ella cumplía los 15 años

de edad. Para el padre, ella era la niña consentida a la que mimaba

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y cumplía caprichos. Por su parte, los abuelos maternos se

constituyeron en apoyo fundamental para su crianza y desarrollo,

pues siempre vivieron en la misma casa, la procuraron y amaron.

El sentimiento de afinidad con la abuela era sensible y profundo y

representaba la amiga confiable y la mejor compañera de su

infancia.

Gabriela, siendo adolescente, tuvo conductas de recriminación

para con su madre señalándola como culpable por la ausencia del

padre. Ella sabía o intuía, que la cercanía entre su hermano y

madre era una unidad de la que no formaba parte nuclear y eso la

enojaba y entristecía al mismo tiempo.

A la distancia, Gabriela dice tener recuerdos perdidos de esa

época y piensa que uno de los refugios emocionales que encontró

fue el de divertirse solitariamente, con juegos de su infancia.

Menciona: “A los 17 o 18 años yo jugaba con mis muñecas y salía

a pasear con ellas en su carriola; buscaba explicaciones acerca de

la vida y la muerte, pero nadie me hablaba con claridad, sufría y no

sabía qué hacer. Mucho tiempo viví en conflicto por la ausencia de

mi padre, la muerte de mi abuela, la mala relación con mi madre e,

incluso, las relaciones con mi hermano también tuvieron sus

momentos difíciles, cuando los dos éramos adolescentes. Fueron

años de mucho conflicto interior, así que mi embarazo a los 21

años significó una verdadera promesa de cambio. Decidida a ser

madre libré cualquier obstáculo, fui consolidando mi familia y poco

a poco estabilicé mis emociones.” Ahora ella sentía que podía ser

feliz y, sin embargo, sobrevino la muerte de su hermano al que

amaba intensamente.

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CAPÍTULO II CULPA Y DUELO

Hasta en la piedra dura y compacta hay muertos que quisieran levantarse.

Un animal, un hombre, un pájaro, están aplastados dentro de la piedra

Gómez de la Serna

Etimológicamente la palabra duelo deriva del latín y tiene dos

acepciones:

a) Puede significar combate o enfrentamiento entre dos

personas o grupos en el que la instancia del honor se encuentra

generalmente comprometida, o, enfrentamiento con uno mismo

ante cualquier motivo o circunstancia que apele a menoscabo,

empobrecimiento o minusvalía.

b) Puede significar pena o sufrimiento que se padece por la

pérdida de algo o de alguien y el tiempo que dura la conducta

asociada a esa privación. Dicha pérdida puede ser ocasionada por

muerte, desaparición, mutilación, ausencia, carencia o abandono.

En sentido amplio, las dos acepciones se unen en la experiencia

humana del duelo, pues quien “pierde” a persona u objeto amado

experimenta sentimientos propios del combate (ira, venganza,

orgullo, dignidad) al saberse despojado-violentado-vencido y, al

mismo tiempo, experimenta sentimientos de aflicción sobre el

futuro (culpa, tristeza, soledad, desesperanza, vacío) al concebir su

propia desaparición o muerte y suele ocurrir que, durante el duelo,

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88

las personas no puedan enfrentar —o tengan serias dificultades

para enfrentar— el presente o imaginar algún futuro que posea

contenido diferente al hecho de la inmediatez que les hizo perder

“algo”. Atropellado “ese presente” que se tenía como realidad y

soporte de vida, todo anhelo desaparece, se oculta o se diluye ante

la transgresión de la muerte o pérdida.

Por sus manifestaciones, el duelo se define como:

a) Reacción psicosomática y social intensa provocada por la

muerte o pérdida de un objeto amado, cuya intensidad y duración

dependerá de los recursos internos y externos del doliente y del

tipo de relación que existía con la persona u objeto amado. Tiene

repercusiones directas sobre la salud-enfermedad, ya sea a corto,

mediano o largo plazo. Su anclaje está en la vida interior del sujeto

en cuanto afectos y creencias, y en la vida exterior en cuanto

afectación a su vida cotidiana (relaciones personales y grupales,

productividad en el trabajo y expectativas).

b) Experiencia ética compleja caracterizada por la apremiante

necesidad de preguntar y formular explicaciones, que aspiren a

construir verdades provisionales irrefutables en el marco de las

creencias reflexivas, para ofrecer significados profundos al

lenguaje y orientar la vida moral. Es apertura al presente desde la

condición del asombro y el recurso de la memoria para transitar y

explorar el dasein de Heidegger, ese ser-ahí en la circunstancia de

su tiempo, escindido entre pensar y sentir, entre la realidad

incomunicable de la experiencia, entre la negación y la conciencia

de la muerte.

Page 89: Hermanos en Duelo Tripa

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Esa apertura es para E. Lévinas, la capacidad humana para

compartir la existencia excepcional de cada uno. Es abrirse al

infinito siendo y estando consciente, es decir, sabiendo que se está

presente e implicado en la vida del otro y viceversa. Abrirse a la

experiencia es creación y siempre posibilidad de un nuevo

comienzo. Apunta Rivara 13 : “Seres finitos deseando el infinito,

seres para la muerte creando eternidades, haciendo el arte, la

cultura y el amor” (p.20). Pero ciertamente, crear la eternidad, el

arte, la cultura o el amor, representa un movimiento por delante de

la nada y en el horizonte de lo infinito y posible. Es una postura

óntica ante la vida-muerte-desaparición.

Cuando la pérdida significa transgresión de un orden que

provee seguridad, el duelo puede vivirse como vértigo de la

angustia. Es una crisis personal para la que urgen acciones

reparadoras que operen a favor de sublimar y resignificar la vida.

Según sus resoluciones, el duelo puede constituirse en:

a) Posibilidad de creación, fascinación y apertura14 ante la

muerte o pérdida. El trabajo de duelo interviene entonces como

acción reparadora de la conciencia que libera fuerzas creativas y

generadoras de un mundo continuo e infinito, en el que ocurre todo

lo posible: invención, posibilidad y producción. Trabajo humano:

Poíesis, dice Herrera Guido (2005)15, como la causa que hace que

13 Rivara Kamaji, G. (2003). El ser para la muerte. Una ontología de la finitud. México: Ítaca/UNAM. 14 “Apertura” entendida como abierta al conocimiento, como condición inteligible del hombre. Como lo planteara Aristóteles al señalar: “Todos los hombres aspiran por naturaleza al conocimiento” (Metafísica). 15 Herrera Guido, Rosario (2005). “La vida creativa” en La Vida. México: El Colegio Nacional (p.149-160).

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lo que no es sea. Dice ella: “…el tiempo de la creación es el

instante que (…) al oponerse a la duración (…) es el único que

puede devenir un átomo de eternidad” (p.152-153). La creación

modifica, produce, introduce, altera tiempo y espacio, unidad y

diferencia, repetición y unicidad.

b) El duelo como experiencia transitoria colmada de culpa,

temor, dolor, ira, negación o silencio. Se vive como padecimiento

que tiene etapas que deben cursarse para curar. Como un tiempo,

“fuera” del cual —generalmente se piensa— se puede regresar

prácticamente ileso. Cuando el duelo se vive en estas condiciones,

puede derivar hacia un padecer largo, oscuro y solitario que limita

el desarrollo vital de las personas. Cuando la culpa se torna en

objeto complejo de la conciencia, el malestar ya no se reduce al

sentimiento de culpa sino se traslada al estado de vivencia de

culpa que incluye hondo pesar, angustia, inseguridad,

arrepentimiento, impotencia y aislamiento (C. Castilla, 1968).16

Se afectan las funciones fisiológicas básicas (respiración,

alimentación, hidratación, reposo, control de la temperatura, sexo,

defensa contra el dolor) y la salud física de la persona se pone en

riesgo. Las relaciones interpersonales (en términos de seguridad,

trabajo, economía, afecto, reconocimiento, solidaridad y confianza)

también suelen encontrarse en conflicto, de modo que la

estabilidad emocional, la búsqueda de logro y la capacidad para

resolver problemas se constituyen en verdaderos obstáculos para

la resolución del duelo.

Ante un duelo complicado o prolongado, cuerpo y psiquismo se

encuentran en crisis y llegan a presentar formas ocasionales de

16 Castilla Carlos (1968). La Culpa. Madrid: Selecta Rev. De Occidente.

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91

somatizar la pena a través de dolencias corporales, insomnio, falta

de apetito, confusión, ausencia de deseos por vivir. Se pueden

producir daños irreversibles para la salud integral de la persona,

como estados depresivos crónicos y surgimiento o agudización de

otras enfermedades.

El duelo puede producir aislamiento, desesperanza, abandono,

desinterés, apatía, enojo o cualquier otro tipo de violencia contra sí

mismo y el entorno; por ello, es importante generar formas de

aminorar estas consecuencias, restituir o instituir nuevos

significados sobre lo que una persona puede sentir, representar y

significar ante la muerte de un ser querido. Es frecuente que las

personas refieran sensación de “vacío” y desesperanza frente al

futuro, porque el mundo interior parece haberse destruido y porque

el presente o mundo exterior ha dejado de tener importancia.

El trabajo de duelo debe dirigirse, precisamente, a la creación

de nuevas constelaciones íntimas que puedan contribuir a

estabilizar el conflicto existencial y conducir a la reflexión y estados

de tranquilidad que liberen, paulatinamente, la tremenda energía

contenida en el dolor.

Por cierto que no es aconsejable pensar en apropiarse de

otros “objetos” como elementos sustitutos para solventar la

pérdida, al contrario, es necesario enfrentarse a la pérdida y

adaptarse a la nueva realidad.

Al respecto, Freud escribió lo siguiente: “Se sabe que el duelo

agudo que causa una pérdida semejante (la muerte de un hijo/hija)

hallará un final, pero uno permanecerá inconsolable, sin hallar

jamás un sustituto… Todo lo que tome ese lugar, aun ocupándolo

enteramente, seguirá siendo siempre algo distinto. Y a decir

verdad, está bien así. Es el único medio que tenemos de perpetuar

Page 92: Hermanos en Duelo Tripa

92

un amor al que no queremos renunciar.”17 Freud escribía estas

notas como parte de la correspondencia que sostenía con un

colega que le había anunciando la muerte de una hija.

Freud había pasado, nueve años atrás, por la muerte de su

propia hija, así que cuando escribía estas notas para su colega

sabía muy bien de qué estaba hablando, aunque, como señala

Bowker18 , Freud se enfrentó a sí mismo con denuedo ante el

terrible sufrimiento que le causó la muerte de Sophie en 1920,

pero, para 1929, Freud ya había avanzado mucho en la

comprensión de la muerte como un suceso de la vida que tendría

que analizar desde la irrupción de su propio ser sin perder el

horizonte cultural.

De este modo, señalaba en su libro El Malestar en la Cultura la

necesidad de sublimar los instintos (pulsiones) con el fin de

combatir el dolor y la frustración a la que estamos permanente-

mente sometidos por la naturaleza del cuerpo, el entorno y las

relaciones interpersonales. Sujetar las riendas del yo (procesos

internos psíquicos), diría Freud, para proveernos de cierta paz

interior y reconocer los procesos y el orden superior e impertur-

bable de la vida orgánica.

El dolor de la ausencia o pérdida crea condiciones críticas para

el sujeto, ante lo cual, el imperativo de la cultura activa la fuerza

vivificante de las creencias para establecer un orden humano19

sobre la fatalidad de la muerte. La fuerza de la cultura radica,

precisamente, en tratar de resolver lo irresoluble a través de operar

las creencias, que podemos definir como el conocimiento social en

17 Citado por Allouch, Jean (2006). Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Argentina: Literales. (p.160-161). 18 Bowker (1996). Los significados de la muerte. Gran Bretaña: Cambridge, 19 Villoro Luis (2004). Creer, Saber, Conocer. México: Siglo XXI.

Page 93: Hermanos en Duelo Tripa

93

el cual protegemos nuestra vulnerabilidad orgánica.

A continuación tejeremos las historias de los hermanos a

través de los testimonios que ofrecieron sobre la muerte de sus

hermanos(as), haciendo el hincapié en los procesos de culpa y

duelo.

1

Todo aquello que amamos más, no lo pueden arrebatar: lo que no nos pueden quitar es nuestro poder de elegir y qué actitud asumire-mos ante estos acontecimientos.

Víktor Frankl

La vivencia de la culpa y el duelo son procesos constitutivos de la

reflexión existencial por los que se analiza y verifica un

acontecimiento. En el caso de la muerte de alguien, ocurren como

factores intrínsecos de la conciencia. Ello obedece a que nadie

muere para sí mismo, la realidad de muerte está en quien testifica

y despliega cualquier sospecha diciendo que el otro ha muerto.

¿Qué clase de anuncio es éste que termina por confirmarnos

el instante intransferible de la muerte y, sin embargo, nos seduce

para concebir la propia muerte?

La muerte trastoca de fondo el orden conocido, seguro,

cotidiano y constante; ese orden que tiene luz propia, caminos

ciertos, verdades complacidas, queridísimas costumbres. Instala,

en cambio: oscuridad, desorden, desconcierto, inmovilidad,

asombro y miedo. La aparición de la muerte puede ensombrecer la

vida de alguien, la envuelve, la hurta, es negatividad y naufragio

que, por ser espiritual, es también individual, solitaria, agónica. Al

mismo tiempo, puede proporcionar el espacio para la reflexión

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profunda y la extensión infinita del arte. Su paradójica presencia

muestra, de forma contundente, que hay instantes de gran miseria

y vidas que duran eternidades porque, mientras el cuerpo es

destructible, la persona es indestructible.

Concebir la muerte, significa el acto inteligente de poder

estimar la posibilidad de la propia muerte y confirmar que la muerte

humana no cambia ni detiene el curso peregrino de la vida, pero

cuando quien muere es un hermano(a) se trastoca un orden que

imaginábamos perdurable y estable y es común, en nuestra

cultura, la instalación del silencio. Ha escrito Octavio Paz: “cerrarse

a la vida, mirarse derrotado, encerrado y solitario es un

componente común del mexicano que deja ver su temor a la vida y

por lo tanto a la muerte” (p.71)20

Dice Abraham:

La conciencia de pérdida fue produciéndose conforme llegaba a la casa de mi abuelo y no encontraba allí a mi hermana. Lamentablemente, cada miembro de la familia sufrió y vivió su duelo por separado. De la muerte de Doris no se habla ni tampoco se comenta cómo se siente cada uno al respecto. Mi madre me tenía inscrito en actividades deportivas y me acompañaba, pero nunca tratábamos el tema de la muerte de Doris, de su “corazón grande”, del abandono del futbol, de lo que sentía cada miembro de la familia. Reconozco que mi red social es muy pequeña y no me gusta que piensen que soy débil o que me tengan compasión. Así que tampoco toco el tema y creo que tengo el duelo dentro; guardo odio, conozco el enojo y he cultivado la ira para cuando la pueda desahogar.

20 Paz Octavio (2004). “Todos Santos, Día de Muertos” en Laberinto de la Soledad, México; FCE.

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A partir de la muerte de Doris, perdí audacia y seguridad en mí mismo. Experimenté soledad, apatía, confusión, incapacidad para concretar decisiones y abandoné la escuela durante seis meses. La historia con mi hermana fue muy pequeña, pero creo que aún no es tiempo para conocer más sobre ella.

Dice Karla:

Con un hermano se aprende y se comparte la vida como un proceso natural, terso y luminoso. Un hermano es uno mismo, pero también es más que uno mismo cuando existe diferencia de género. Martín aseguraba para mi madre y para mí la protección y el apoyo incondicional, era un sustituto de padre.

Una vez que terminaron los ritos funerarios la soledad lo invadió todo y se inició el camino del duelo y, como si hubiera un acuerdo en la familia, se dejó de hablar de Martín; cada uno fue limitando su dolor al entorno más privado y personal y el tiempo fue transcurriendo en la vida cotidiana hasta que, después de tres meses, el dolor por la ausencia de Martín se hizo consciente y empecé a darme cuenta de que no lo volvería a ver jamás. Lo he soñado muchas veces pero nunca me ha hablado. Son pocas las veces que las personas hablan de sus afectos entre sí, y eso ocurrió también entre nosotros. Ni siquiera mi sobrino Raúl (hijo mayor de Martín) se atreve a mencionar el nombre de su papá y eso me quiebra el corazón porque sé que el niño sufre en silencio. No poder hablar de Martín hace más presente el duelo y su ausencia. Gracias a que con mi esposo es un tema cotidiano de conversación, es que puedo hablar de Martín, de sus gustos, costumbres y enseñanzas; recordarlo me ayuda mucho.

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Aún veo lejano el momento en que pueda doler menos la muerte de Martín. Los recuerdos de su muerte han sido los aspectos más difíciles de procesar. Todavía no he podido visitar el lugar donde están depositadas las cenizas. No estoy curada y, lamentablemente, lo más bello de la relación se desdibuja a partir del silencio y esta nostalgia.

Dice Kathy:

Al iniciar cada duelo por mis hermanas, he pensado seriamente en el suicidio. La hemiplejia que padezco, la muerte de mis seres queridos, darme cuenta del dolor de mis padres y sentir su propio dolor, son condiciones que se han ido constituyendo en razones para evaluar la importancia de la vida-muerte y sopesar el sentido de la vida. Sin embargo, el apoyo de una amiga me ha ayudado a reflexionar para salir de mis prisiones: la enfermedad, el duelo y la culpa. He luchado por la vida desde el momento mismo de nacer y me mantengo en el camino de descubrir fortalezas y debilidades desde una condición esperanzada. Tengo dudas internas pero estoy dispuesta a librar mis propias batallas y una de éstas es —sin lugar a dudas—: vivir para compensar a mis padres. Ninguno en la familia puede ser totalmente feliz después de la muerte de mis hermanas, y yo siento el compromiso definitivo de acompañar la vida y el dolor de mis padres. Pienso que ninguna vida humana es totalmente individual, porque también se comparte lo que se siente y se vive en torno de momentos significativos de la familia, de modo que la felicidad o la tranquilidad sí depende de los otros, y lo que uno cree o siente no puede ser un problema personal (el subrayado es de Kathy). Ante ello, yo me siento comprometida con mis padres,

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creo y siento la necesidad de protegerlos emocional-mente. Estoy convencida de que padres e hijos formamos una unidad vital.

Dice Barbra:

Se empieza el duelo cuando uno tiene la certeza de la muerte y yo todavía tengo dudas al respecto. Nadie me comunicó abiertamente la muerte y yo tampoco pregunté, tal vez, se hizo presente la negación como un mecanismo de defensa frente a un hecho que no se puede afrontar, incluso ahora, pienso que en algún momento me encontraré con Vyvyan y con Jenny; que ellas, entrarán por la puerta, me saludarán, comprobaremos que todo ha sido una farsa y yo podré reclamarles su ausencia. Antes de que mi papá me dijera lo que sucedía, yo medio me enteré de la muerte de mi hermana y mi abuela de la forma más bizarra, cuando un hombre (bajo de estatura, moreno, vestido con traje color verde-olivo y que usaba lentes muy gruesos) entró a mi cuarto, preguntó cómo me encontraba y me dio el pésame diciendo: “lamento mucho lo de tu hermana y tu abuela”. Dije “gracias”, pero sin saber a qué se refería. Hasta la fecha ignoro quién era esa persona.

Supe con certeza la muerte de Vyvyan varios días después de que ocurriera, pero no se me permitió llorar anteponiendo la solicitud de mi padre para que me mantuviera fuerte. La noticia llegó a mi cuarto de hospital acompañada de mi padre, el tío Francisco y alguna tía (que no recuerdo quien fue, pero me tomaba de la mano). Mi padre dijo: “Vyvyan y tu abuela han muerto, tus hermanas (Kathy y Jenny) aún no lo saben y te necesito conmigo, necesito que seas fuerte porque si tú te caes, me caigo contigo y necesito apoyarme en ti”.

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No fue muy distinto con la muerte de Jenny. Volví a enfrentar la pérdida en medio de la más absoluta soledad e incredulidad. La conmoción ni se detuvo ni se dejó fluir, más bien, en ese desasosiego, la tristeza se arraigó y se multiplicó en mi ser. El silencio sobre los sentimientos de cada quien se impuso en el ánimo de la familia y, durante algún tiempo, las barreras de comunicación se tornaron infranqueables. Todos parecíamos estar luchado contra lo sucedido, todos queriéndonos librar del pavoroso dolor pero, lamen-tablemente, cada miembro de la familia se construyó un escenario individual, aun sabiendo, o tal vez porque lo sabíamos, que la afectación era profunda e intrínseca al grupo familiar. Nunca vi llorar a mi padre, y a mi madre a veces, al igual que a mis hermanas. Sin saber cómo, todos parecíamos estar protegiendo a todos a través del silencio.

Dice Coral:

La muerte es un alto total que desbarata la vida y las personas tenemos que empezar con una vida que no conocíamos así. Me invadió por completo la tristeza de mi madre y me sentía impotente para poder ayudarla. Me dolía tanto, que tomé conciencia de que yo no podía hacerle ver a mi hijo esa tristeza en mí. Así que me esforcé para poner las cosas en su lugar. Redoblé mis tareas de acompañamiento y fraternidad por mi madre e hijo. También busqué a mi padre para ofrecerle apoyo pero, lamentablemente, no encontré eco en él. Mi pareja y mi hijo han sido el mejor refugio para enfrentar el duelo, así como para reconocer que el amor y el vínculo con mi hermano no se agotaron con la muerte, al contrario, la memoria de mi hermano está totalmente incorporada a mi vida cotidiana. La canción Enséñame del cantante mexicano Emmanuel,

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me recuerda esa hermandad: enséñame, a ser feliz / como lo eres tú al dar amor/ como me dabas tú, al perdonar / como perdonas tú sin recordar / el daño nunca más, nunca más. Enséñame, enséñame a consolar / como consuelas tú al confiar / como confías tú al repartir sonrisas como tú / sin esperar nada a cambio, nada más... Sigo en duelo y tengo todo el derecho a que me duela el tiempo que sea necesario.

Dice Rocío:

A las dos primeras semanas del secuestro, mis padres recibieron amenazas de personas que les dijeron pertenecer al grupo de los llamados Zetas. Tuve la certeza de que gente muy mala retenía a mi hermano y que sus condiciones de sobrevida se complicarían con el paso de los días. Seis meses después, empecé el proceso de duelo. Las conversaciones con mi padre y con una tanatóloga me permitieron pensar en que la desaparición de mi hermano era definitiva. Fue imposible hablar de esto con mi madre; lo entendí y nunca le expuse a ella mi verdadero sentir. No comía ni dormía bien, había dejado de lado mi relación de pareja, decidí que no tendría hijos, engendré un sentimiento de odio contra el país y sus instituciones, disminuyó mi fe religiosa, cumplí con desgano mi trabajo e, incluso, pensé en renunciar al darme cuenta de que los empleados me demandaban prestaciones absurdas e irrelevantes, cuando yo había perdido a mi compañero de vida y confidente. Nunca había tenido pérdidas impor-tantes y todo lo que me propuse lo había obtenido, pero ahora, reconocía la impotencia y la frustración infinita. Durante casi dos años, cambié mis costumbres y rutina de trabajo.

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Por primera vez autolimité mi necesidad de independencia. Me fui a vivir al lado de mis padres para acompañarlos y estar a su disposición. Me convertí en el principal “soporte” y puse todo mi empeño para que ellos se fueran sintiendo mejor. Mi madre había perdido 15 kilos en apenas tres meses, así que me enfoqué en tareas cotidianas para resolver los asuntos básicos de la sobrevivencia familiar. Ayudar era lo más importante, aun a costa de mi bienestar. Busqué todo tipo de auxilio y, en algunos casos, fuimos víctimas de abuso y charlatanería. Tuve el apoyo de una tanatóloga y fui avanzando en el proceso de duelo. Hablar con alguien sobre el dolor que sentía me hizo mucho bien. El comportamiento amoroso y paciente de mi pareja fue esencial, así como la compañía desinteresada de mis amigas. Tuve un ascenso en el trabajo y poco a poco fui entendiendo que la mejor forma de procesar el duelo era honrar la memoria de mi hermano teniendo una vida digna y feliz.

2

Solo si somos ambos somos nosotros… solo así existimos,

cuando permanecemos duales… siendo antes por ser

y después… por haber sido

César Pellicer

Nunca estamos ante la muerte sino frente al morir. Y solo por un

desliz del lenguaje hablamos de la muerte como algo que ocurre en

el pasado. Quizá sea cierto que la esencia de la muerte nos esté

vedada, pero ese torbellino que se desata con el morir del otro es

lo que estremece.

“Porque con la muerte se abre la negatividad, la censura, el

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corte, la incisión, el tajo, la llaga que emponzoña el cuerpo y nos

muestra el sentido de la ausencia. ¿Ausencia de qué? la ausencia

de nosotros mismos, no del otro solamente, la muerte de cada uno

de sí en el otro, de un ‘pequeño trozo de sí’. Solo una semejante

pérdida a secas, solo un acto semejante, logra dejar al muerto, a la

muerta, en su muerte, en la muerte… La congoja puede entonces

ser considerada como un acontecimiento en el que se da toda la

intensidad del vínculo consigo mismo, con la soledad y con la

muerte, lo otro desconocido que no puede asumirse, ante lo cual

se es pasividad pura” (p.33)21

Dice Luciano:

Compartí el departamento de Camilo de mayo a diciembre de 2010. Período en el que tuvimos discusiones y enojos porque con frecuencia yo no ajustaba mi conducta a las normas establecidas por él. Yo tenía 18 años y mucha necesidad de autoafirmación, así que los conflictos entre nosotros, aunque nunca graves, sí fueron constantes. Abandoné el departamento pero eso no impidió que me sintiera culpable y molesto conmigo mismo. En el mes de agosto, Camilo mostró los primeros síntomas de hepatitis y a partir de ahí su vida fue un peregrinar entre tratamientos médicos y hospitalización. Me sentí confundido y preocupado porque nadie me proporcionaba información que me pareciera verídica sobre la condición de Camilo. Llegué a pensar, que aquellos disgustos podrían haber sido la causa de los malestares de mi hermano y eso me hizo sentir muy mal.

21 Constante Alberto (2008). “Meditación sobre la muerte. La palabra imposible”, en Miradas sobre la Muerte. México: Ítaca/UNAM.

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Inmediatamente después de la hepatitis, Camilo fue diagnosticado con cáncer y la noticia me estremeció, porque además de sentir culpa y dolor, no sabía cómo ayudar ni qué decir o hacer. Este sentimiento me llevó a donar sangre para Camilo fuera del tiempo reglamentario, lo que podría haberme provocado algún daño pero eso no importaba, al contrario, el hecho me hacía sentir un cierto alivio. La pulmonía y estado de gravedad que sufrió Camilo en abril de 2011 me generó mucha ansiedad, porque todavía estaba pendiente una conversación y una disculpa hacia el hermano-padre-amigo. Sin embargo, en el mes de mayo compartí con él la película El Rey León, y en algún momento le pusimos pausa, fue entonces que se abrió la posibilidad de conversar ampliamente con él y disculparme por mi rebeldía y desobediencia. Su respuesta fue maravillosa, me dijo que me amaba por encima de todas mis tonterías y que cuidara de mi vida siempre. De momento no supe si eso era exactamente “un perdón”, pero después de algunas semanas del fallecimiento, comprendí que mi hermano sí me había perdonado y experimenté un gran bienestar. Nada puede compararse a la calma del perdón.

3

Uno a uno, todos somos mortales Juntos, somos eternos

Lucio Apuleyo

Cuando el que muere es un hermano o una hermana se tiene que

producir un registro especial en la conciencia, porque aquella

persona es quien más se parece al sí mismo. Entre los hermanos

prevalece el llamado “átomo del parentesco” del que hablaba Lévi-

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Strauss, entendido como la mínima partícula societaria constituida

por lazos de consanguinidad, alianza y filiación.

Los hermanos pueden significar el encuentro con la

singularidad de la intimidad de un grupo, como raíz y fruto de lo

que cada quien se sabe que es en ese grupo, como “pertenencia”

que se entrega, se recibe y se funde en unidad.

Parece obvio que entre los miembros de la familia exista

compromiso, amor, comprensión, solidaridad, etcétera; no

obstante, siempre será poco el esfuerzo que conduzca a resaltar

las cualidades de cada integrante, por ello Kathy sugiere que se

abran todos los canales de comunicación, para valorar a cada uno

en su condición y esfuerzo con la información del pasado y del

presente a fin de subsanar cualquier omisión o malentendido.

Dice Kathy:

Mi hermana mayor, Vyvy y mi hermana menor, Jenny, significaron un apoyo incondicional, confianza, protección, referentes para la conformación de mi identidad; pero también, representaban competencia, diferencia y conflicto. No obstante, la convivencia entre hermanas era insustituible. Con su muerte se descompletó la vida. A la familia nos lastima mucho su ausencia y necesitamos decir todavía muchas cosas. Los padres en duelo deben platicar sus experiencias y ayudarse mutuamente, pero los hermanos en duelo también. Entre padres e hijos se debería hablar directamente acerca de lo que sienten y creen que se debe hacer sobre asuntos que atañen a todos. Valorar cualidades y defectos de quienes aún están vivos y de los que ya murieron es importante, porque lo que significaron mis hermanas solo

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lo supe a partir de su muerte y no quiero que eso vuelva a suceder entre mi familia. Me he comprometido a valorar siempre a cada integrante y también quiero que me valoren a mí. Me gustaría seguir hablando de mis hermanas con mi familia y me encantaría escuchar que mi madre me agradezca, personalmente, el esfuerzo que hice al solicitar el rescate cuando nos accidentamos.

Dice Daniel:

Los primeros tres días después de la muerte de Israel, transcurrieron sin que me diera cabal cuenta. Apenas recuerdo las enormes filas de vecinos, familiares y amigos que fueron al velorio y pésame, creo que el primer día pasé más de tres horas saludando y abrazando gente. Al segundo día, me desplomé en los brazos de un primo y pude llorar. Estaba agotado, me di cuenta que sufría y estaba de luto. El rezo del rosario durante 9 días mantuvo a la familia unida, después, los encuentros se fueron espaciando hasta que cada uno fraguó su propio duelo. Veintidós días los viví (¿?) en el panteón, al lado de la tumba de Israel, de día y de noche, bebiendo mucho y apenas comiendo. Amigos cercanos me acompañaron y prodigaron cuidados. Tres meses no asistí a trabajar porque el dolor era tan incapacitante que no había forma de ordenar la vida. Perdí 30 kilos de peso. Empecé a retomar la vida cotidiana cuando reflexioné en mi responsabilidad por los hijos de Israel. Volví al trabajo y comencé a pensar en lo sucedido. Cuando regresé al trabajo, el policía encargado de la seguridad del edificio me dijo: “hace dos días te vino a buscar tu hermano Israel”. Quedé desconcertado, revisé la cámara de video instalada en la calle y estaba borrada la escena de ese día: ¿qué pasó?, de verdad lo ignoro, pero

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a partir de entonces decidí que mi hermano estaría conmigo para siempre y esa ha sido una gran decisión porque calmó mi angustia. En ocasiones iba a contemplar los volcanes (Popocatépetl e Iztaccíhuatl) y recordaba los proyectos de escalar con Israel. Nunca fuimos a esa excursión, pero estar ahí es como estar juntos y esperar que suceda lo planeado.

Dice Luciano:

Un hermano es lo más parecido a otro hermano y significan autenticidad y fraternidad, aunque cada hermano guarde una relación específica con cada cual. Con los hermanos se aprenden modos de hablar, de mirar, de sentir y caminar la vida. Por ejemplo, con David, el mayor de los cuatro, guardo una relación de maestro-alumno porque David es un ser sabio. A Emiliano lo percibo como el hermano-compañero con quien se tiene afinidad por ciertas formas de vivir la vida. En cambio, con Camilo, viví una sensibilidad profunda, semejanza, identidad, complici-dades, gustos y anhelos compartidos. La muerte de mi padre, cuando yo tenía 10 años de edad, ya me había dado algún tipo de conocimiento sobre estos asuntos y reconocía en el ritual de velar al difunto un momento de revelación importante, que consiste en la ratificación de la muerte de alguien. Así que, cuando entré al velatorio la tarde-noche del primero de junio de 2011, confirmé que mi hermano había fallecido y que yo estaba en duelo; la cremación también disipó cualquier duda. Afortunadamente, el día anterior, ya me había pertrechado con la compañía de mis amigos a fin de evitar la autodestrucción. Lo más difícil en el duelo fue hacer consciente y verificable la eficaz, la tremenda ausencia de la persona que se amó.

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Dice Gabriela:

Tuve varias veces la idea de que morir me tocaba a mí y no a mi hermano, pues yo no significo el apoyo que mi hermano sí le ofrecía a mi madre. Además, en la adolescencia llegué a pensar que hubiera sido preferible ser hija única, para no ver las preferencias que existían de mi mamá para con mi hermano. Tuve celos, fui grosera y mala, pero jamás tuve el deseo de que mi hermano sufriera un accidente, y menos de que muriera. Ahora reconozco como un gran compromiso acompañar a mi madre, evitar o paliar su dolor del modo que me sea posible, aunque es difícil de lograr porque mi mamá difícilmente acepta ayuda. Algunos meses después de la muerte de César la busqué y le pedí perdón por el comportamiento retador y recriminatorio que me caracte-rizó en la adolescencia, y le prometí que estaría cerca para acompañarla siempre. Espero cumplir este propósito.

4 Nadie.

Ni tú, Señor, pidió mi voto de silencio.

Víctor Castro

Los hermanos representan la formación de interdependencias

generadas entre las personas, grupos y sociedades a lo largo de la

historia que se han constituido en redes e interconexiones flexibles,

plurales y cambiantes que se tejen como un organismo distribuido

y extendido en el tiempo, gracias a la pervivencia-continuidad de lo

colectivo. En palabras de David Cooper (1974)22: “en la familia,

cada uno de nosotros es cada uno de sus miembros” (p.13). En el

22 Cooper David (1974). La muerte de la familia. Argentina: Paidós.

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mismo sentido opina Norbert Elías (1990)23:

El ser humano individual es concebido y alumbrado por otros seres humanos. Sean cuales sean los antepasados del ser humano, por más que nos remontemos en el tiempo, siempre nos topamos con la nunca rota cadena de padres e hijos porque, a su vez, se convierten en padres. Y, de hecho, si se oculta esto resulta imposible comprender cómo y por qué los seres humanos individuales están unidos unos con otros en una unidad mayor (…) lazos que son materiales y simbólicos, presentes y pasados, afectivos e institucionales (que) no solo se refieren a las relaciones que mantiene un individuo a lo largo de su vida, son también las cadenas de interdependencia con otros grupos humanos que lo anteceden. Todo ser humano individual posee una naturaleza tal, que para poder crecer necesita de otras personas que ya existían antes que él. Uno de los elementos fundamentales de la existencia humana es la coexistencia simultánea de varias personas relacionadas unas con otras. (p. 36)

Más allá del parentesco, existen sentimientos de fraternidad,

confianza, protección y afecto, así como relaciones de afinidad,

diferencia, poder y jerarquía para enfrentar, negociar y resolver

conflictos. Los hermanos se influyen entre sí para la adquisición,

desarrollo y perfeccionamiento de capacidades y habilidades

sociales. La relación bipersonal, el tipo de vínculo o atadura que se

genera entre los hermanos, determina a cada uno en lo particular,

porque “cada uno de nosotros está lleno de un mundo de otros que

no son del todo ellos mismos y al mismo tiempo no del todo

23 Elías Norbert (1990). La sociedad de los individuos. Barcelona: Península.

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nosotros” (D. Cooper 1974, p.38).

Enterarse de la muerte coloca a los hermanos en una

perspectiva de shock e incredulidad. Daniel y Pedro, por ejemplo,

habían asumido la responsabilidad sobre el cuidado y crianza de

Israel y le habían procurado las mejores condiciones para su

desarrollo. Ahora que ya no estaba, quedaba una tarea inconclusa

y, pasadas las primeras tres semanas, el dolor y la tristeza se

fueron haciendo presentes e invadieron todas las actividades

cotidianas.

Las rutas que utilizaba Pedro para llevar a su niña a la escuela

o para ir a trabajar, incluían el paso por la casa y el empleo de

Israel. Antes de su muerte, era suficiente ver su auto estacionado o

el balcón de su departamento abierto para saber que ahí estaba su

hermano. Las rutas siguieron siendo las mismas, pero su hermano

ya no estaba en ningún sitio y ese vacío se hizo tan presente y

contundente que no hubo forma de ignorar su luto. Podía cerrar los

ojos o trucar el camino, pero una cosa era clara: jamás lo volvería

a ver.

Con los padres viviendo en el oriente de la ciudad de México,

Daniel en el norte y Pedro en el sur, los encuentros resultaban

difíciles y cada miembro de la familia fue resolviendo su duelo de

forma independiente y distinta. No obstante, Pedro fue haciéndose

cada vez más consciente de que ahora necesitaba más que nunca

a su hermano Daniel. Comenta:

Desgraciadamente, tuve que perder un hermano para darme cuenta que tengo otro, y ha sido ese encuentro con Daniel uno de los factores más importantes y afortunados para procesar mi duelo.

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Pasó mucho tiempo antes de que Pedro pudiera llorar la ausencia

de su hermano (6 años/11 meses), pero una mañana de abril de

2011 fue posible llorar a rienda suelta gracias a la cercanía, ternura

y acompañamiento de su esposa. La posibilidad de llorar al

hermano ayudó tanto, como el acercamiento familiar, la libertad

que se han concedido para recordar a Israel y la posibilidad de

fabricar, cada uno, la forma más eficaz de contender con el dolor.

Pedro aprendió que la familia es una red con múltiples

conexiones emocionales y afectivas, pero que son los compo-

nentes espirituales y morales los que más apoyan el ánimo y

alivian el sufrimiento. Menciona que, con el tiempo, el duelo se va

transformando en nostalgia y, aunque sigue llorando, ya no es

igual, el duelo va perdiendo fuerza y se torna pasivo.

Reafirmó que un hermano es un espejo, una pareja y una

necesidad que se alimenta de amor, compañía, apoyo y

compromisos. Aprendió a recordar y nombrar a su hermano como

si lo pudiera acompañar y ayudarle. Incluso, dice:

Tengo la costumbre de abrazarme a mí mismo y sentir que en ese abrazo están incluidos mis seres queridos; asimismo, me acojo a su memoria y les platico algunas cosas a todos, a los vivos y a los muertos.

Aprendió a ser menos impulsivo e irresponsable, controlar mejor su

conducta y respetar límites. Es ahora más paciente y prudente

pero, además, está convencido de que no solamente la

muerte de Israel sino la vida de Israel, han sido los elementos que

nutren sus relaciones personales.

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5

Pero allí donde el ánimo se agota y perece la máquina, allí mismo

el ser que muere es otro ser que brota

Manuel Acuña

En nuestras entrevistas encontramos que el hermano mayor

asume roles parentales y responsabilidades ineludibles con los

otros hermanos. No es que alguien venga e imponga esa tarea;

para Daniel, por ejemplo, fue algo que se construyó desde que era

muy pequeño y se fraguó a través del trato cotidiano.

El carácter independiente con el cual fueron educados,

favoreció que Daniel dispusiera un orden de trabajo con sus

hermanos: disponía cómo y quiénes deberían realizar los

quehaceres domésticos, las tareas, los juegos, etc. Llegó el

momento en que de modo “automático” las funciones y tareas se

cumplían sin conflictos. Era una conducta que coincidía con valores

de la sociedad y la familia, de modo que la responsabilidad se forjó

sólidamente entre los tres, y Daniel asumió compromisos de la

parentalidad que, en muchas ocasiones, no se alcanzaron a

evaluar en su magnitud y trascendencia. Es una parentalidad

introyectada y comprometida vitalmente, de modo que la muerte

del hermano produce una verdadera conmoción del yo.24

Al enterarse de la muerte de Israel, el peso de la frustración

“por no haber cuidado a su hermano” devino en la impotencia de

no reconocer que el accidente estaba más allá de sus tareas

protectoras. Pero, además, sintió el peso moral de tener que

comunicar esa noticia a sus padres. Entonces, trasladó ese

carácter protector a todo el núcleo familiar.

24 Nasio, Juan David (2007). El dolor físico. Argentina: Gedisa.

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Dice Daniel:

Aun todavía, no puedo pensar de otro modo, y me enoja recordar que Israel se haya accidentado sin que yo hubiera podido hacer algo por evitarlo. Asimismo, no permití que mi madre viera el cuerpo malherido de Israel, por la misma razón, porque me sentía responsable de lo que ella pudiera sufrir y no quería verla mal. Los reclamos y el sentimiento de culpa se producen en el fuero interno, en la constitución de la conciencia moral y su densidad e importancia se mantiene como fuerza constitutiva de la identidad básica, más allá del peso y contundencia de las razones o explicaciones. Israel era entusiasta, aguerrido, soñador y yo representaba autoridad, compañía y consejo para él, papel que siempre desempeñé con orgullo y satisfacción. Cuando él me visitaba se podía quedar durante horas mirando mi pecera en silencio, o planeaba, jubilosamente, hazañas irrealizables como irse a pie hasta la ciudad de Toluca. Pero una cosa era absolutamente cierta, cada uno sabía del otro lo más importante y esencial.

A su vez, Pedro reconoce que Israel tenía y merecía una vida más

larga. Que existían muchas posibilidades para que disfrutara de

sus hijas y familia y que una muerte tan temprana resulta

inconcebible. Lamenta no haber cultivado más su relación con él y

no haberle externado una disculpa por las bromas y travesuras que

le hizo.

Lamenta que “no haya forma de retroceder el tiempo y que no

se acepten intercambios con la muerte”, y aunque se siente fuerte

ahora, no siempre lo ha estado y en muchas ocasiones ha

expuesto su vida retadoramente. Una forma de minimizar el poco

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trato que tuvo con el hermano menor, es ahora rememorar y hablar

de él constantemente, incluso, dice:

Hablo con Israel, le pido que nos cuide a todos y que nos acompañe; le digo que, cuando nos volvamos a ver, nos pondremos una borrachera sensacional. También lo regaño amorosamente: ¡Te seguimos extrañando, pinche gordo. Te queremos y te recordamos siempre. Tengo la esperanza que nos volveremos a encontrar!

Otro de los hermanos mayores que impactaron notablemente la

vida de sus pares fue Martín (hermano de Raúl y Karla). Martín

representó un “héroe” para Raúl. Era el hermano que acompañaba,

vigilaba la seguridad y el bienestar de la familia, protegía y

defendía a sus hermanos.

De Martín aprendió a valorar el apoyo, compromiso, respeto y

ejemplo. Siete años mayor que Raúl, Martín desarrolló funciones

parentales sustantivas, mismas que Raúl consideró importantes

para, en correspondencia, apoyar a sobrinos y cuñada. Asumir este

compromiso ha sido decisivo en la reorganización de su vida.

Por otro lado, el nivel de responsabilidad con el trabajo activó

la respuesta por avanzar en el duelo, pues estando en San Diego

(EEUU) a punto de ofrecer una conferencia, a finales de noviembre

de 2008, perdió la voz y no logró articular ni desarrollar su trabajo

satisfactoriamente. A partir de este evento comprendió que

necesitaba reflexionar más hondamente sobre la experiencia y

buscar algún tipo de ayuda.

Al mejorar su condición aflictiva Raúl ha ido logrando

reincorporarse con plenitud a sus actividades familiares y

profesionales, y menciona que algo de lo más importante que le ha

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sucedido con frecuencia es soñar con su hermano y, por este

medio, “platicar con él, saber que se encuentra bien, pellizcarlo y

hasta oler su presencia. Con eso, dice, sano mi dolor y evito

perderme en los recuerdos”. Agrega:

Cumplir con mi trabajo ha sido definitivo, el sentido de responsabilidad sobre la información que se proporciona a cinco mil lectores por Internet y nueve mil ejemplares impresos que circulan, es un acicate para superar el estado de atención y concentración. Incluso, desde el funeral de Martín no dejé de responder a estas demandas y estuve respondiendo cuanto mensaje fue recibido. Ahora contemplo con gran satisfacción que mi hijo Diego realiza dibujos de mi hermano Martín con figuras tan grandes como una montaña y, al lado de él, me dibuja también, aunque en escala notoriamente menor.

6

No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mucho mayor,

contra mi fatiga del mundo

Ciorán

El reclamo asociado a la culpa es indicativo de una reflexión

comprometida con hondos sentimientos de afinidad. Cuando Coral

se encontró con el cuerpo de su hermano tendido y amortajado

sobre la cama del hospital, lo abrazó y besó pero de inmediato vino

el reclamo: “¿Por qué no resististe? ¿Por qué no nos esperaste a

llegar?”.

La impotencia que sentía le generó culpa por no haber llegado

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114

antes, por no haberse despedido de él esa mañana, por no poder

compartir más la vida. Aunque, por fortuna e irremediablemente,

eso funcionó como acicate para recordar palabras, momentos y

vivencias que le permitieron experimentar cierta tranquilidad.

Ella había asumido la responsabilidad de la familia a los 24

años de edad, cuando convenció a su madre de abandonar la casa

paterna. Javier era entonces un adolescente y el compromiso por

cuidarlo y procurarle educación hizo que cumpliera funciones de

parentalidad para proporcionar tranquilidad a su madre y hermano,

aun cuando tuviera que sacrificar sueños personales. En aquella

época se constituyó en cabeza de familia y autoridad, lo que

implicó roces y discusiones. No obstante, ella y Javier sabían de la

profundidad de sus afectos y eso era lo más grande que existía

entre ellos.

En estos vínculos de hermanos, en los que una de las figuras

representa protección, ejemplo, oportunidad de crecer y compartir

la vida, encontramos también el caso de Abraham en la relación

con su hermana mayor. Él recuerda cómo recibió la noticia y revisa

qué cosas sucedieron y cuáles pudo evitar. Por ejemplo, dice:

Ella me bañaba, me llevaba con sus amigas, me hacía sentir persona importante, me daba consejos y era un aliciente saber que contaba con una hermana para que me platicara cómo era la vida y me apoyara en la construcción de ilusiones. Murió y siempre creo que pude hacer algo para defenderla. “Defiéndete Abraham,” esa era una frase que recuerdo siempre como una de las enseñanzas importantes de mi hermana, no obstante, yo no la pude defender de la brutalidad y de la muerte. La gente que me ha comentado

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lo que sucedió, dice que fue algo terrible y eso me hace sentir odio. Tal vez el enojo del marido de mi hermana obedeció a que ella me iba a acompañar al partido de futbol al día siguiente, entonces hubiera sido mejor no invitarla. Siento culpa por ello.

Abraham ha cobijado sentimientos de venganza contra el agresor y

en ello encuentra una forma de sobrellevar la impotencia y la culpa.

Piensa que defraudó a la familia al abandonar el futbol profesional

y cree que sus padres no se sienten orgullosos de él, razón por la

cual se esfuerza en sobresalir en las actividades que realiza.

Dice Ulises:

Un hermano es el referente afectivo con quien se comparte la vida en todas sus aristas. Es un respaldo emocional con el que una persona se desahoga, discute, se confronta y se consuela. La intimidad se dio con las limitaciones de la diferencia de edad. Por ejemplo, yo no hablé con Diego sobre la idea de querer suicidarme cuando fui adolescente, el bulling del que había sido objeto desde la primaria me llegó a producir graves consecuencias emocionales, y tal vez hubiera sido importante platicar esta historia con mi hermano. Afortunadamente encontré en el sarcasmo y la agilidad mental la fuerza para ser agresivo, dominante y capaz de infligir “golpes psicológicos” a quienes me molestaban. Ello me empoderó frente a los agresores y me liberó de angustia. No puedo imaginar qué problemas pudieron llevar a Diego a la determinación de morir o si solamente fue un accidente. No he experimentado sentimiento de culpa por su muerte, porque sería tanto como asumir que de mí pueden

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depender decisiones de otras personas y porque no quiero tampoco sentirme miserable ni omnipotente.

Dice Gabriela:

Pienso que he experimentado el duelo desde el momento en que me enteré de la muerte de mi hermano. Recuerdo el escenario y el conjunto de personas que estaban presentes en el hospital, y todavía siento el abrazo completo de cuerpo y alma que le di a mi madre. Recuerdo cómo me sentí hermanada con mi cuñada y cómo recibí cobijo y compañía incondicional de mi esposo y la familia de él. He sufrido en algún momento la duda de que César no hubiera muerto porque no tuve contacto con el cadáver. No obstante, nunca he negado su muerte ni la necesidad de aceptación. Sé que todavía estoy en duelo porque, en ocasiones, el recuerdo de su muerte me lastima mucho, a veces padezco insomnio, opresión en el pecho o lloro por cualquier cosa. Me ayuda recordar que desde el primer momento entregué mi dolor a Dios y él me acompaña para darme fortaleza espiritual.

7

Qué miedo da morirse de repente sin palabras hermosas que nos salven

Mónica Suárez

La culpa es un sentimiento o vivencia que desata frustración, ira o

impotencia. Es un estado de sometimiento emocional frente a un

hecho de la realidad que sobrepasa la capacidad de reparación o

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limitación de un efecto. La persona “culpable” admite algún tipo de

responsabilidad sobre un daño causado y el malestar que

experimenta le lleva a ofrendar su propia vida para saldar el dolor

que se ha generado en personas de una estima superior a la

propia.

Barby recuerda que durante los primeros seis años del duelo

de Vyvyan, esa idea de acompañar y fortalecer al padre y de

proteger a la familia misma penetró en su conciencia con mucha

fuerza. Dice: “Me compré el paquete completo, me sentí la fuerte y

la que tenía que apoyar y ayudar al resto de la familia”.

Desde muy pequeña Barby intuía que jugaba un rol de “niño”

que el padre y ella apreciaban mucho, porque fortalecía su vínculo

en tareas de reparación o cuidado de la casa, al tiempo que jugar

este rol le daba fuerza, independencia, rebeldía y autonomía.

Estas características también paliaban en mucho la carga

doméstica que llevaban los padres con la crianza de cuatro hijas.

Barby era saludable y sus tres hermanas no lo eran del todo, así

que su vitalidad era un recurso familiar muy importante, que a la

vez, la hacía sentir culpable.

Se afilió a la hermana mayor como compañera y amiga de la

vida y con ella aprendía y disfrutaba infancia y adolescencia.

Después, afilió a Jenny a ella misma como su “chaparra”,

compañera y heredera de su mayor experiencia y conocimiento.

Pero en ambos casos su identidad estaba en juego, y los

referentes que hacían sólido el mundo se perdían. No importaba si

era cuatro años menor que Vyvyan o cuatro años mayor que

Jenny, importaba que en las reuniones o en las fiestas ella

buscaba a Vyvyan y podía mostrar sus aptitudes sociales (por

ejemplo, el baile o la conversación). Asimismo, era la hermana

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mayor que estimulaba su estatus social y la hacía sentir “niña

grande” y, del mismo modo, como “niña grande” quiso hacerse

cargo de Jenny. La muerte de sus hermanas le arrebató sus

propósitos existenciarios. Mea culpa, dice:

Porque yo podía vivir, aprender cosas nuevas, moverme con libertad por el mundo, tomar decisiones, equivocarme, ser feliz o no, podía experimentar cuanto quisiera y ellas ya no podrán hacerlo jamás.

Que ninguna de sus hermanas más apegadas pudieran seguir

aprendiendo y viviendo lo mismo que ella, era motivo para negar su

propio destino. Significaba que ella tampoco merecía el privilegio

de estar viva. Sentía culpa por conocer nuevas experiencias,

disfrutar la vida y, al mismo tiempo, se sentía obligada a

acompañar y ayudar a los padres en el duelo, aun sin saber cómo

hacerlo, por dónde empezar, qué ofrecer o cómo trabajar su propio

duelo.

En 1990 acudió a la terapia psicológica por algunos meses

aunque sin éxito. En 2004 lo intentó nuevamente en su estadía en

Buenos Aires y durante año y medio trabajó su duelo con paciencia

y disposición pero, sobre todo, decidida a producir mejores

condiciones para vivir.

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119

8

... y vislumbramos nuestra unidad perdida, el desamparo

que es ser hombres, la gloria que es ser hombres, y compartir el pan, el sol, la muerte, el olvidado asombro de estar vivos

Octavio Paz

Por su parte, Iván experimentó gran enojo y frustración. Estaba

enojado con su mamá por no haberle dado la noticia tal cual, con

Oscar por haber fallecido, con él mismo por no haber llegado a su

casa antes, con el tráfico de la ciudad, con el temblor de sus

manos, con la cantidad de trámites legales que tienen que

realizarse cuando alguien muere; con todo y nada en particular. En

realidad estaba triste, pero no lo sabía ciertamente.

Además del enojo, sobrevino la frustración por lo que había

quedado pendiente de realizar entre ellos como hermanos;

decepción, por la pérdida del espejo-compañero-amigo-comple-

mento; culpa, una gran culpa que ha perdurado hasta el día

de hoy porque muchas veces ignoró las demandas de su hermano,

otras veces ofreció poco tiempo para atenderlas y en ocasiones fue

brusco con él, todo eso pesaba ahora demasiado. Ha sentido culpa

por las bromas y groserías que le hizo, pero también porque nunca

se disculpó.

Como hermano mayor, Iván defendió siempre a su hermano

hasta los 8 o 10 años. Después, conforme Oscar fue creciendo, se

hizo más fuerte y alto que Iván y, en palabras de él, “se emancipó

de mi tutela”, cosa que permitió para ambos, un desarrollo

autónomo de su carácter y personalidad. A la distancia, Iván

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120

comprende que este es un elemento liberador de su

responsabilidad. “He tratado de ser racional, pero el peso de la

culpa a veces me vence e impide que me sienta mejor.”

Dice Iván:

Estuve en shock entre 4 y 6 meses. No creía que, realmente, mi hermano hubiera fallecido. Tenía pensa-mientos contradictorios, entre justificar que la calidad de vida de mi hermano hubiera empeorado si hubiera sobrevivido a la embolia que lo llevó a la muerte o por el daño progresivo de su insuficiencia renal. Durante ese tiempo realicé —en “automático”— actividades básicas, pero no pude asumir la desgracia. No me conecté a internet en esos meses y cuando tuve que hacerlo por compromisos laborales, encontré que en la cuenta del Hi5 había un mensaje de Oscar enviado el martes 20 de octubre (Oscar murió el 23 de octubre). El mensaje decía: “Últimos días, quedará borrada mi cuenta en Hi5.” Otro mensaje decía: “Vas a morir Hi5, ya no te quiero, ¡fuera!”. A este mensaje, un amigo de Oscar le respondió: “El que va a morir vas a ser tú”. Qué pena, así fue. Seguí revisando y encontré que, de forma inusual, Oscar me había remitido varios mensajes. Este fue el momento clave para iniciar un proceso de reflexión, a través del cual me quedaba claro que mi hermano había fallecido y que eso dolía profundamente. La ansiedad se hizo presente, tomé conciencia de que eso iba a ser más grande que yo y volví a la medicación psiquiátrica. Un año después busqué también la terapia psicológica. La familia se solidarizó y trataron de suavizar mi tristeza entre todos. La vida social se amplió y busqué a los amigos de Oscar que me hablaban de él, esta fue, tal vez, la mejor terapia que pude recibir para trabajar el duelo.

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En una carta escrita a dos meses del fallecimiento de Oscar, Iván

escribió:

Durante todo este tiempo mi cabeza ha tenido muchos pensamientos y sentimientos. TE EXTRAÑO, no lo voy a negar y nunca lo negaré. Extraño que me llames para molestarme o verte en el msn y que me digas de cosas o cuentes cosas. Extraño tu voz, tu risa, tus chistes y tu presencia. Vivo aunque no quiera con el “tal vez”, o “si él siguiera vivo” atando tu existencia a mí, algo muy egoísta de mi parte, ya que no te dejo ir. Sé muy bien que no regresarás, que no te volveré a ver, pero creo que en algún momento tú y yo volveremos a encontrarnos. Estos días y ya casi dos meses no han sido fáciles para mí o mis papás, y supongo que para alguna de tus amistades tampoco. La pérdida de un ser querido y cercano es muy fuerte, es una herida muy profunda que deja gran cicatriz en el cuerpo y el alma, que no sanará por completo como tampoco podré olvidar. Aunque ya lo he hecho varias veces en este tiempo quiero pedirte perdón por lo que te dije, por no querer estar contigo cuando me lo pedías, por estar lejos de ti, por no saber cómo llevar la fiesta en paz contigo y todas las cosas malas que nos hicimos mutuamente. Pero también recuerdo las cosas buenas y divertidas que hacíamos juntos, las pocas veces que salimos juntos por una cerveza, cuando me llamabas para ir por ti, cuando molestábamos a alguna persona solo por joder, para hacernos los graciosos. Recuerdo cuando podíamos repetir de memoria todo un capítulo del programa de Los Simpson y desesperar a los que estaban cerca. Las cosas buenas y malas que pasamos juntos las voy a recordar porque siempre serás mi hermano, mi hermano menor. Hay muchas cosas que voy a recordar, pero la que más me duele es sobre aquel día que llegué a casa y me dijo

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mi mamá que habías fallecido, pensé que era una broma, no lo podía creer hasta que te vi en el ataúd como si estuvieras durmiendo. Al día siguiente, cuando la cremación, fue el día más doloroso de mi vida. ¿Sabes?, desde ese día de tu funeral y cremación no había podido llorar hasta hoy y no me importa lo que digan o piensen de mí. Quiero decirte que te quiero y extraño, no solo porque eres mi hermano sino también por la buena persona que fuiste, porque compartimos una vida y muchas razones más. TE QUIERO Y EXTRAÑO OSCAR, HERMANO MÍO, MI HERMANO MENOR, MI AMIGO.

9

... todos los nombres son un solo nombre; todos los rostros son un solo rostro, todos los siglos son un solo instante

y por todos los siglos de los siglos cierra el paso al futuro un par de ojos

Octavio Paz

La culpa también se experimenta como negociación que se

pretende establecer con el propio destino a partir de sentimientos

de minusvalía o superioridad. En los testimonios de Kathy, Rocío,

Deyanira y Patricia, estas condiciones de sufrimiento interno son

más que evidentes.

Al padecer hemiplejia desde el nacimiento, Kathy consideró

que su padecimiento le fue creando un sentimiento de minusvalía

que la hizo sentirse diferente y hasta distante de sus hermanas.

Ante la muerte de Vyvy, que parecía tenerlo todo, la culpa se hizo

presente, pues dadas sus limitaciones físicas, para Kathy era mejor

que ella hubiera fallecido. Dice:

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No importa si alguien opina lo contrario, eso es lo que ha sucedido desde mi perspectiva y eso es realmente importante para mí. Sabía muy bien que Vyvy era el pilar de todas las hermanas y que lo que ella hiciera o dejara de hacer se constituía en guía o norma para el resto de nosotras. Con su muerte se perdió una especie de ejemplo y brújula para orientarse en la vida, y a pesar de ser la segunda de cuatro hijas, la hemiplejia hizo diferencia y marcó la distancia que ha caracterizado la relación con mis hermanas e impidió que yo asumiera algún liderazgo. Todavía, a 23 años de distancia, no resuelvo al cien por ciento el asunto de la culpa. Puedo aceptar que alguien muera a partir de las enfermedades que padezca, pero lo que no acepto es que la gente se pueda morir al verse involucrada en un accidente, y que no se pueda hacer nada por salvar esa vida. Puedo aceptar que la gente se muera en su cama, entiendo que todo lo que nace muere, pero no puedo aceptar que un cuerpo se desangre y nadie pueda hacer nada por evitarlo.

Kathy estuvo viviendo con Jenny durante 5 meses (agosto a

diciembre del 2002) y se volvió a casa porque la sudoración

excesiva que padece se hizo muy molesta por los efectos del clima

cálido). Tres meses después de su partida, la hermana menor

falleció. Otra vez la culpa se hizo presente y dice:

Pude haberme quedado con ella y estar más cerca y pendiente de su salud, pero me importó más mi comodidad y me regresé a mi zona de confort. No fue correcto pensar más en mí que en ella y eso me ha hecho sufrir mucho.

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10

Como una pintura

nos iremos borrando Colores fugaces que encantan

los ojos y los corazones

Roberto Aguilera V.

Para Rocío, la desaparición de su hermano era una injusticia más

en contra de él. José Antonio era el hermano noble, responsable,

inteligente, memorioso, introvertido, adaptable, cariñoso; una

persona optimista que jamás se quejaba. Por su parte, Rocío era la

primera nieta, la primera hija, la niña prematura, la única mujer

entre ocho primos, la mejor estudiante, la consentida del papá.

Parecía que tenían vidas muy diferentes, así que Rocío pensó

en la injusticia que se cometía con el hermano. Hubiera sido más

lógico que a ella le sucediera una desgracia porque era audaz,

fiestera, se desvelaba y salía de noche. A ella la vida le había dado

de todo y a manos llenas y a su hermano, apenas le estaban

saliendo mejor las cosas.

Ver el dolor de sus padres ha resultado una experiencia terrible

y en muchas ocasiones se sintió culpable por no poder hacer nada

para remediar este doble dolor. Sintió culpa porque a ella le

tocaron las mejores opciones en la vida y porque no aprovechó

más tiempo cerca de su hermano; no obstante, ahora descubrió

que su hermano tenía más cualidades de las que en su momento

reconoció.

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Señaló Rocío:

Toño era mi mejor amigo, compañero, cómplice, confidente, protector; era serio, discreto, bromista, creativo y sensible; por todo ello y en lugar de rezar por él, me he propuesto ser mejor persona y honrar de este modo su memoria.

11 La idea de la nada no es la apropiada

para la humanidad laboriosa: los atareados no tienen ni tiempo ni ganas

de sopesar su polvo…

Esther Seligson

Deyanira ha sentido culpa muchas veces, primero por haber nacido

y haber sobrevivido, mientras que su hermana murió a los tres días

de nacida. Después, ha creído que si su hermana estuviera viva

ella sí hubiera alcanzado las metas y expectativas de sus padres y

que ellos serían muy felices con su presencia.

Se ha idealizado tanto la existencia de la pequeña Maribel que,

a 28 años de su muerte, Deyanira la ha transformado en su alter

ego que la obliga a mantener una permanente vigilancia sobre sí

misma. Dice:

Es necesario vencer las dependencias afectivas, estabilizar las emociones, buscar razones para amar la vida y tener paciencia para que las ilusiones se produzcan y fluyan. Los padres no deben idealizar ni comparar a los hijos entre sí, deben estar conscientes de que los hijos

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deseados son producto de una decisión consciente y no resultado de la carencia o de la muerte.

Patricia piensa que todavía no está en condiciones de entender y

aceptar lo que le sucedió a su hermano. Sabe que ella no es

culpable de la muerte de Ricardo, pero le duele no haber convivido

más con él ni expresarle jamás sus sentimientos. Los hermanos no

se comunicaban fácilmente sus afectos, pero Ricardo cumplía las

funciones de padre, dice ella. Cuidaba de todos y todos le

buscaban para pedir consejo, apoyo, colaboración.

No puedo con esta tristeza, recuerdo a mi hermano todo el tiempo y hasta una sencilla canción me rompe. Siento culpa por haberme salido de la casa paterna. He sido una hija y una hermana ingrata. Quisiera saber si les hago falta a mis padres, quiero saber si me necesitan. Lloro mucho y me irrito fácilmente, no puedo evitarlo aunque me sienta igualmente culpable por ello. Recuerdo siempre a mi hermano y a mi familia; añoro mucho la compañía de mi mamá.

12

Todo en la noche vive una duda secreta: el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.

Inmóviles dormidos o despiertos sonámbulos nada podemos contra la secreta ansiedad.

Xavier Villaurrutia

Está en duelo quien se duele de sí mismo ante lo que ha perdido,

sufre tristeza e indefensión, realiza constantemente actividades

que recuerdan o rinden culto al objeto, la imagen, la posición social

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o a la persona fallecida y se mantiene en estado de dolor extremo

o postración.

Quien se duele de sí mismo, experimenta profunda vulnera-

bilidad, ira, confusión, desamparo, frustración, vergüenza, deses-

peración, desconfianza, insignificancia y vacío. Vaciamiento del yo,

diríase desde el psicoanálisis, considerando el vínculo indisoluble

que suele producirse entre dos personas comprometidas

afectivamente y el significado que ese vínculo ha tenido para

establecerse en la vida bajo principios de cierto orden y

participación. Esa pérdida del objeto amoroso colapsa el sentido de

la vida y ocasiona gran resentimiento por verse rendido y sometido

a la fuerza de la adversidad.

Para quien padece y permanece en esta condición mucho

tiempo, es posible que no exista posibilidad de consuelo, aún más,

cualquier intervención en esa dirección puede resultar contrapro-

ducente, ya porque se asume que nadie puede saber ni sentir lo

que esta persona sufre o, peor aún, si se adiciona culpa al

padecer, es posible que el silencio se instale y ello aumente

potencialmente, hasta el límite de la conciencia, un sentimiento

torturante susceptible de aumentar la intranquilidad hasta

convertirse en delirio.

Desaparece, incluso, la energía suficiente para continuar

viviendo. Es posible transitar por el delirio de la negación llamado

síndrome de Cotard y que Ramírez-Bermúdez (2010)25 denomina

burlas de la nada: confusión acerca de realidad-irrealidad, ausencia

de futuro o sensación de eternidad insoportable, exacerbación del

sentimiento de culpa, de ofensa y de humillación y exageración de

los temores.

25 Ramírez-Bermúdez, Jesús (2010): Breve diccionario clínico del alma. México: Debate.

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Cuando existe la culpa como disparador del duelo, éste se torna

complejo, largo y difícil porque la culpa, remordimiento o

imputación se iguala con traición, incomprensión, descuido,

imprevisión, omisión e irresponsabilidad. Se lleva el dolor a la

instancia ética que cuestiona el deber ser como principio de honor

y verdad que se identifica con la estabilidad emocional de una

persona y la estructura moral de una sociedad o grupo. Es un

duelo complicado porque es doble: contra sí mismo y contra la

pérdida; es un duelo que busca perdón y por lo tanto se entrega al

sacrificio o venganza, pero, además, es un duelo que pregunta en

el mundo exterior qué, quién o quiénes son los responsables.

Dice Patricia:

Me siento culpable por ser irritable, por sentirme cansada siempre, por no ser como los demás lo demandan, y todo este sufrimiento se desató después de la muerte de Ricardo. No puedo aceptar que mi hermano haya muerto. No he podido llorar con nadie la desolación que me invade. No quiero ni puedo reconocer y hacer consciente esa realidad. Las primeras semanas, buscaba a mi hermano en cada patrulla que veía pasar. A casi dos años del suceso, todavía lo hago y me resisto a ver un policía, una patrulla o a pasar por algún lugar que frecuentaba Ricardo porque es irrefrenable mi llanto y malestar. Entre los miembros de mi familia, cada quien vivió su miedo, su dolor o duelo de forma independiente. Solo una vez, recuerdo que mi padre nos abrazó a los hijos sobrevivientes e hizo la promesa de que estaríamos unidos. Esa unión no existe, como familia no nos tenemos a nosotros mismos. Mi esposo ha insistido que busque

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ayuda, pero no lo he hecho y tampoco puedo expresar las razones de esta apatía y desidia.

Dice César:

Pienso que mi hermano Erick todavía no ha muerto, sino que se fue de vacaciones y en cualquier momento volverá, para que las cosas regresen a ser como antes. Ese pensamiento lo compartí con mi madre en los primeros seis o siete meses. Ahora han pasado dos años y ya nadie habla de Erick. El tema de su muerte está prácticamente cancelado y cada familiar lo sobrelleva de la mejor forma. Puedo ir al panteón o escuchar que me hablan de la muerte de mi hermano, pero de todos modos no lo acepto porque esa es una cruda realidad que no logro aceptar, a pesar de que recuerdo todo lo sucedido como si hubiera ocurrido ayer. No he pedido ayuda para calmar esta angustia, aunque creo que la necesité y la sigo necesitando. Los amigos me buscan y me han apoyado pero, en ocasiones, soy yo quien no quiere hablar o salir con ellos. Muchas veces me han dicho y yo repito la gastada frase: “hay que echarle ganas a la vida y salir adelante”, pero todavía no encuentro la motivación que me lleve a tomar decisiones y riesgos.

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13

Hay alguien en mí que acaricia la vida dondequiera que vaya

Walt Whitman

Cuando el duelo se asume sin culpa, el sufriente llega a restablecer

su vida cotidiana en menor tiempo y puede alojar con afecto y

tranquilidad recuerdos placenteros acerca del vínculo que mantuvo

con la persona fallecida. Es un camino pedagógico de autognosis

que libera la angustia en busca del bienestar personal y de grupo.

Paracelso decía que para sentir el dolor, solo es necesario un

cuerpo físico dotado de los órganos de los sentidos, pero que, para

conocer el dolor, se necesita del cuerpo invisible que es lo que

cada persona es cuando reflexiona.

Consecuentemente, el duelo es un estado del ser humano por

el que parece producirse una transformación cultural importante.

Creencias, ceremonias y rituales que se constituyen en

regularidades de la vida cotidiana de una persona o grupo, dejan

de tener importancia a partir de la muerte de uno de sus miembros

y pueden entrar en conflicto existencial cuando todo aquello que

ofrecía sentido y dirección a la vida parece desvanecerse.

Gran parte de la energía vital que se deposita en las relaciones

humanas, tiene como punto de arranque, las ideas sustantivas que

el mundo convencional (cultural) ha creado. Trastocado este

mundo, irrumpe la violencia del cambio no deseado y el ser

humano queda a merced, únicamente, de su fuero interno. El duelo

por la muerte de un ser querido requiere de una fuerte inversión

psíquica para reconocer-acatar la pérdida y, al mismo tiempo,

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reconstruir el mundo interior extraviado 26 . Una subjetividad

alternativa (una nueva identidad e intimidad) tendrá que producirse

para hacer frente a la emergencia.

Dice Ulises:

Durante dos semanas hubo dudas (ilusión) de que Diego no hubiera fallecido. Tuve la impresión de que en cualquier momento algo o alguien me confirmaría que todo había sido un error y vería que Diego se encontraba entre nosotros. Después de ese período ya no tuve ilusiones. Revisé la propuesta de las fases del duelo de Elisabeth Kübler-Ross y analicé cada punto. Racionalmente podía aceptar que Diego había muerto, pero emocionalmente no. Era muy difícil seguir las pautas religiosas de mis padres y percatarme a cabalidad del estado de sufrimiento en el que se encontraban. Poco a poco la certeza de que Diego había fallecido resultó incuestionable. Así que me mantuve reflexionando sobre qué era lo más útil y conveniente para retomar la vida a pesar de lo sucedido. Acompañé a mis padres a los ritos y ceremonias religiosas aun cuando eso implicaba una fuerte contradicción con mis creencias laicas. Al lunes siguiente de su muerte reinicié mis estudios y actividades cotidianas como un esfuerzo por enfrentar el dolor que sentía por haber perdido a mi hermano y por la desolación y desesperación que advertía en mis padres. Reflexionando, me di cuenta que a pesar de todo yo seguía teniendo sueños y estaba obligado a cumplirlos, porque nadie más lo haría en mi lugar. No tengo mundo mágico ni religioso, pero de repente siento miedo ante el

26 Freud, Sigmund (1917). “Duelo y Melancolía”. Tomo XIV, p.235-254. Argentina: Amorrortu.

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reflejo nocturno de una luz sobre la ventana que dibuja las varillas del techo que Diego utilizó para anudar la soga. Actualmente, ya no busco explicaciones y pienso que lo sucedido pudo ser un accidente. Al platicar con un primo cercano, me comentó que Diego le había dicho que le gustaría saber qué se sentía en el momento de morir. Diego era una persona independiente que no gustaba de ser aconsejado. Así que pienso que él hizo su experimento y las consecuencias, desgraciadamente, fueron fatales.

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CAPÍTULO III APRENDIZAJE Y COMUNICACIÓN

¿Mamá, por qué es tan difícil extrañar a alguien?

Darinka (6 años de edad)

El duelo, como terrible pesar, se va suavizando aunque nunca

termina, si acaso se transforma en una gran nostalgia con cada

recuerdo. Comenta Daniel:

Cada hermano-hermana en duelo sufre, pero puede ayudarse cuando toma decisiones a su favor, cuando puede reconocer que los hermanos son los seres que mejor se conocen a sí mismos y entre sí, cuando podemos recordarlos con la alegría de haberlos conocido y cuando reconocemos que un hermano es el ser más grandioso y majestuoso que podemos conocer; y bueno, todo eso implica también, una gran responsabilidad. Tanto dolor también educa y refuerza lo que los padres mostraron en otro momento. Otorga una dimensión especial al amor, entendido como el afecto que se siente a sí mismo a partir de lo que se comparte en la vida con los demás. Yo aprendí el amor a los peces y la naturaleza por el cuidado que mi padre tuvo para mí; de mi madre aprendí a mejorar el mundo con nuestras acciones y de mis hermanos aprendí la alegría de la libertad y con ellos me hice la persona que soy. Amo a mi esposa y a mis hijos, a toda mi familia; pero, también amo despertar cada día, cumplir propósitos y tener ilusiones. De modo que la muerte no puede sino fortalecer lo aprendido y conducirnos a ser mejores personas. Con la muerte de Israel aprendí que aunque ahora seamos uno menos, seguimos siendo la familia fuerte y unida que siempre hemos sido.

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Pedro aprendió que la familia es una red con múltiples conexiones

emocionales y afectivas, pero que son los componentes

espirituales y morales los que más apoyan el ánimo y alivian el

sufrimiento. Menciona que con el tiempo, el duelo se va trans-

formando en nostalgia y aunque se sigue llorando, ya no es igual,

pierde fuerza y se torna pasivo.

Con la muerte de Javier, Coral pudo darse cuenta cabal de que

su hermano:

Representaba mi mitad, mi parte opuesta, el desparpajo, la felicidad total, la diversión, el desequilibrio que me hacía equilibrarme; esos eran los sentimientos que compar-tíamos y nos unían más. Javier era una persona muy noble y ése es un elemento que intento aprender y explorar a partir de ese ejemplo que me dio.

Recuerda a su hermano con nostalgia, pero también con inmenso

amor. Ahora sabe que el vínculo con Javier es más indestructible

que nunca.

Es importante buscar la presencia de personas que estén

dispuestas a acompañar el duelo y permitan el desahogo. Comenta

Coral:

Es divino imaginar que uno se va librando de tanto dolor poco a poco, aunque jamás desaparezca y solo vayan cambiando los sentimientos que lo acompañan. Los recuerdos cuando son hermosos logran suavizar tanta tristeza, por ello, en vez de llorar debemos agradecer el tiempo que se compartió. No pude impedir lo que sucedió, pero sí se puede recordar con alegría la vida del otro ya que tampoco tendría ningún sentido olvidar.

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Para Deyanira el recuerdo de “Maribelita” se ha ido esfumando de

su vida. Dice Deyanira:

Dejó de ser un ángel en mi vida. Ahora entiendo que un hijo es eternamente amor y eso se mantiene entre los padres independientemente de la muerte del hijo; pero eso no tiene que ocurrir igual entre los hermanos. Yo creí que tenía que quererla solo por ser mi hermana, pero poco a poco esa obligación se ha ido transformando hasta quedar solamente una historia bonita y nada más. No obstante, no deja de representar una competencia, inexistente como un ser en sí, pero al fin una especie de presencia perfecta, una competencia idealizada. En cambio, mi hermano me significa amor, compañía, solidaridad, paz, tranquilidad, realidad y felicidad. Su presencia es el más grande estímulo en mi vida y su nacimiento fue lo mejor que ocurrió en mi familia.

Para Luciano ha sido difícil llorar con los familiares, pero sobre

todo con su mamá. Ante ella, se impone el deseo de protección y

trata de evitar cualquier aflicción adicional a la que ya padece por

la muerte de uno de sus hijos. Toda persona cuando sufre debe

buscar protección, y los amigos, señala Luciano, representan un

“cuarto acolchonado” donde se puede amortiguar el golpe y evitar

hacerse daño. Con ellos se puede hablar, llorar, escuchar,

reflexionar y sentirse protegido. Enumera otras recomendaciones:

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• No tomar decisiones importantes

• Cuidar y limitar la capacidad de autodestrucción que cada uno posee

• Fortalecer los ideales personales

• Constituir o fortalecer la relación de pareja procurando que la vida en común sea mutuamente estimulante y rica en posibilidades de desarrollo individual y de pareja

• Aprender a ganarse el perdón de los demás.

Con la muerte de sus hermanas, Barby perdió un ejemplo a seguir

y un ideal que cumplir. Padeció la tristeza por la ausencia, pero

aprendió a vivir sin el agobio de la culpa. Fue limitando la

arrogancia de creer que ella podía contener el dolor de sus padres

y el propio. Se dio cuenta que la vida no es lineal sino más bien es

azarosa e indescifrable. Hubo que enfrentarse a la imposición de

recuerdos, a otro presente y a otro futuro que ya no tuvieron

ninguna posibilidad de ser elegidos al margen de la experiencia

trágica.

Reconoció que en el “viaje” o en la “distancia” también se

hallan estímulos para reflexionar y ordenar los pensamientos. Que

la responsabilidad de los hijos frente al duelo de los padres es

limitada, pero que cada persona elabora su duelo mejor si se

acompaña de la familia. Aprendió que el duelo es un proceso tan

complejo que requiere de la energía amorosa, la comunicación y el

empeño de todos los miembros de una familia. Agrega:

Todavía no sé si voy o vengo con mi duelo, pero creo que la ira y la tristeza por la ausencia de mis hermanas son para siempre. No importa si hoy digo que soy muy feliz y mañana me doy cuenta que sigo atorada en el duelo porque sufro, pienso en ellas y no me resigno a ver sus

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nombres en una lápida. Tal vez, así me suceda el resto de la vida, pero ahora más que problema es un camino.

En breves comentarios reflexiona:

• Es fundamental agradecer el tiempo que se compartió y guardar la memoria de mis hermanas. La muerte las arrancó de mi lado, pero jamás de mi pensamiento

• Es útil hablar de la experiencia, externar y compartir el dolor y esto debe constituirse en una obligación moral de la familia

• Los padres pueden apoyarse entre sí para sanar sus heridas

• Podemos romper con Dios pero de poco sirve. Podemos viajar y eso ayuda porque el aire se torna más ligero, las miradas ajenas no escudriñan nada y no hay lástima de nadie.

• Ninguna explicación es suficiente pero alguna, a veces, consuela

• Ante el cansancio atroz que nos produce el dolor y la orfandad, solo la fuerza moral ayuda

Comprender que la vida y muerte de alguien depende de

numerosas circunstancias que van más allá de la enfermedad, el

accidente o la voluntad es un aprendizaje largo y difícil. Kathy ha

tenido que lidiar no solo con la idea de la muerte, sino también con

el problema profundo e insondable que representa el azar y el

accidente. Esto lo ha meditado desde la experiencia de la muerte

de Vyvy y lo volvió a editar al enfrentar la muerte de Jenny.

Kathy ha recibido apoyo psicológico pero, en su opinión, este

recurso no se ha encaminado a resolver el duelo por las hermanas,

más bien, el principal problema que ella ha tratado de resolver (con

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apoyo, sin apoyo y desde siempre), es su posición frente a la vida

Dice:

Creo que es muy difícil opinar desde la perspectiva de los “normales” qué significa padecer una condición física anormal, y yo he tenido que aprender a vivir con ese conflicto toda mi vida, pero ahora entiendo, perfectamente, que la limitación física no es todo lo que soy como persona, y esto va más allá de la sola reflexión porque alcanza también mi espíritu. Es necesario aceptar que se tiene el derecho a vivir. Es un desafío existencial porque nacer o morir no es problema y eso cualquiera lo entiende, pero el cuándo y cómo te mueres ese sí que es un problema; y la forma como cada persona tiene que llevar a cabo su misión de vivir es un asunto serio.

Es evidente que Kathy ha tenido que transitar un largo camino de

autocomprensión al evaluar la pertinencia y alcance que tiene

nuestra vida en el contexto personal, familiar y social. Comprender

que la muerte no selecciona a nadie. Ocurre y ya. Que vivir o morir

no es asunto de merecimiento, sino que es el azar lo que lo

determina. Que resulta fundamental valorar lo que cada uno es y

se tiene para sí mismo.

Parece obvio que entre los miembros de la familia exista

compromiso, amor, comprensión, solidaridad, etcétera; no

obstante, siempre será poco el esfuerzo que conduzca a resaltar

las cualidades de cada integrante. Es necesario que se abran

todos los canales de comunicación para valorar a cada uno en su

condición y esfuerzo.

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Prosigue Kathy:

A la familia nos lastima mucho la muerte de mis hermanas, necesitamos decir todavía muchas cosas. Los padres en duelo deben platicar sus experiencias y ayudarse mutuamente, pero los hermanos en duelo también. Entre padres e hijos se debería hablar directamente acerca de lo que sienten y creen que se debe hacer. Es importante valorar cualidades y defectos de los que aún están vivos y los que ya murieron. Lo que significaron mis hermanas solo lo supe a partir de su muerte y no quiero que eso vuelva a suceder, me he comprometido a valorar siempre a cada integrante de mi familia y también quiero que me valoren a mí. Me gustaría seguir hablando de mis hermanas con mi familia.

Entre otros aspectos importantes para atender el duelo, se

encuentra el de regalar las pertenencias de los que han muerto

para que los hijos que sobreviven no se sientan afligidos y

confundidos y para que en las casas circule una energía diferente y

más ligera. “Los recuerdos no están en las cosas, dice Kathy, su

lugar es el corazón”. Finalmente, sugiere que la ayuda psicológica

debe proporcionarse cuantas veces sea necesaria porque las crisis

regresan y existe la urgencia de volver a establecer el equilibrio

emocional.

Por su parte, Karla aprendió que la muerte es ausencia de la

persona con la que ya no se puede compartir nada. Siente pavor

solo de imaginar que alguien más de su familia pueda morir, sin

embargo, comprendió también que la muerte de Martín ha sido una

llamada de atención que le obliga a valorar la vida de modo

distinto. Aprendió que cada miembro de la familia forma parte de

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un rompecabezas y que son los hermanos las piezas más

semejantes de una unidad particular. Reconoce que entre sus

hermanos ha aprendido valores tales como respeto, protección,

fraternidad y solidaridad.

Trata de mantenerse en actividad constante y “vivir el día a

día” con la mayor responsabilidad sobre la crianza de sus hijas

para educarlas en el amor y el respeto. Menciona:

No debemos faltar ni fallar a nadie con quien se mantiene una relación amorosa. Constantemente hay que hablar de nuestros respectivos sentimientos. Ahora comprendo y siento la necesidad de expresar el amor a mi hermano Raúl, a mis padres, a mi esposo Sergio, a mis hijas y a mis sobrinos Raúl, Mauricio, Diego y Patricio. Me he hecho el propósito de que mis hijas también puedan expresar este bello sentimiento entre ellas y con toda la familia.

Algunos hermanos han detectado eventos extraordinarios e

inexplicables que solamente pueden ser atribuidos a algún tipo de

energía que existe después de que alguien muere, por ejemplo:

llamadas telefónicas o correos electrónicos extraños que piensan

pueden relacionarse con esa energía.

Ahora se puede entender que la muerte es inesperada y que

apreciar lo que se posee se constituye en una tarea de todos los

días. De poco a poco Raúl va retomando todas las actividades

cotidianas y ha ido sumando otras, por ejemplo, ampliar su margen

de lectura, ser más reflexivo y realizar paseos por el Bosque de

Tlalpan, que es un parque donde Martín se ejercitaba.

En opinión de Raúl, es fundamental que los medios de

comunicación proporcionen información completa, correcta y

verificable, pues el daño que causa la difamación y la mentira es un

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acto de inmoralidad que lesiona gravemente a las familias.

Raúl sugiere que se puede capitalizar la experiencia a partir de

mantenerse “más abierto” al mundo y sus circunstancias. Recuerda

que cuando regresaba de su viaje a San Diego, una persona le

regaló el libro El poder de la cábala de Michael Laitman. Libro que

le dio herramientas para reflexionar y darse cuenta de que es

necesario aceptar la vida tal y como se presenta tratando de ser

consciente de su naturaleza finita y azarosa, para buscar y cultivar

aquello que proporcione tranquilidad y confianza.

Todavía está por avanzar en la celebración de su cumpleaños,

pues Martín y él cumplían años en la misma fecha, ambos nacieron

un 3 de marzo. No obstante, ha iniciado con su familia nuclear una

pequeña mención y celebración, sobre todo porque los niños

desean abrazar al padre, así como él mismo desea abrazar y

festejar el cumpleaños de sus niños y esposa. En ese sentido,

“también realizamos un altar para Día de Muertos y adornamos la

casa para la Navidad.”

Es importante cultivar el recuerdo de nuestros seres queridos

dando prioridad a los actos buenos y hermosos que se

compartieron. Para Raúl es fundamental juzgar a los otros

por las cosas buenas que hayan realizado en el pasado y por las

que realizan en el presente, y “respetar el nombre y apellido de

cada persona” porque ese es el patrimonio más valioso de una

familia. Concluye Raúl:

Quiero dar un mensaje a mis padres, diciéndoles que los amo y que estoy esperanzado en que encuentren armonía, tranquilidad y consuelo en el curso de este proceso doloroso.

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Con toda certidumbre y firmeza expone Ulises:

Nadie entiende a nadie y cada persona debe aprender a valerse por sí misma, pues aun entre los miembros de la familia (padres y hermanos) no es posible establecer, y menos imponer, reglas de cómo comportarse frente al duelo. Cada quien debe ganarse o perder el derecho a vivir la experiencia con sus propios referentes intelec-tuales, recuerdos, sentimientos, amistades y contextos sociales. Frente a la muerte de un ser querido se antepone la responsabilidad de volver al orden de la vida, aunque es importante reconocer la importancia de hablar y expresar los sentimientos, ideas y conflictos entre los miembros de una familia, respetar los puntos de vista de cada uno y evitar la imposición de creencias, ritos o ceremonias.

No obstante, eso no quiere decir que Ulises no se preocupe por el

sufrimiento y la relación con sus padres, sino que, no admite la

obligación del sacrificio, culpa o castigo. El amor, dice: “son actos

concretos, no palabras” y si se pretende la unidad familiar, se debe

practicar el respeto, la condescendencia y la búsqueda de

equilibrios que permitan la libertad de pensamiento, la demos-

tración de afecto y la solidaridad desde lo que cada persona es y

puede dar.

Iván refiere que a partir de la muerte de Oscar, aprendió que

los seres humanos estamos inermes frente a la muerte y que ésta

forma parte del destino de cada ser humano, es decir, que uno se

muere “cuando le toca”, cuando en el orden del azar ya no se

tienen más opciones. La presencia de su novia Viridiana ha sido un

verdadero bálsamo para aliviar su pena, así como la red de amigos

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fue fundamental para comunicarse y sentir protección. Aprendió a

disfrutar con mayor intensidad la vida, a desafiar y aventurarse a

experiencias nuevas, valorar lo que se tiene, conocerse a mayor

profundidad, ser consciente de su propia identidad y a luchar por

no sufrir.

Amante de los animales, adoptó una perrita de comporta-

miento social y alegre, que le recuerda “aquella forma de ser de su

hermano,” y la convivencia con la cachorra le ayuda mucho.

“Soy de acero y a mí no me pasa nada”, era una frase con la que Oscar y yo nos transmitíamos ánimo y nos hacía sentir invencibles. Esa frase la recuerdo para evitar el temor a vivir y para alcanzar nuevas metas, por ejemplo, la búsqueda de la libertad, entendida como búsqueda del ser y el hacer consciente de la vida a través del respeto y la tolerancia.

Hay frases que deberían pensarse más a la hora de dar un

pésame. A Iván le produjo gran malestar que le dijeran “cuida a tus

padres” o, “yo sé lo que estás sintiendo.” El duelo es personal e

intransferible y el que lo sufre busca compañía pero no quiere ni

espera escuchar comparaciones. Concluye Iván:

No existe ninguna guía para seguir un duelo. Los rituales ayudan, pero lo más importante es dejar salir los sentimientos entre los miembros de la familia. La unidad familiar es esencial y los límites entre padres e hijos deben ser firmes y mantenerse, evitando la sobreprotección y promoviendo el diálogo maduro. El olvido es la única muerte real.

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Rocío aprendió a valorar cada instante de su vida a partir de la

desgracia. Descubrió que la dignidad y el honor de una persona se

gana cuando se convierte en protagonista consciente de su destino

y olvida su condición de víctima. Se tornó más empática y amable

en su área de trabajo. Se acercó a sus padres con gran solidaridad

y sensibilidad. Reconoció sus debilidades, decidió vivir con mayor

humildad y ha ido aceptando, con gratitud, la ayuda que se le

brinda.

Rocío señala:

Queda el miedo en la conciencia y no se puede volver a ser la misma persona. El cambio es muy notable. Pero si Toño nunca se quejó de nada, ¿por qué tendríamos que hacerlo nosotros?

En la casa de padres en duelo, todo parece relacionarse con la

muerte del hijo/hija y, en ocasiones, los padres no llegan a valorar

en su justa medida la presencia de los hijos vivos. Parece que no

pueden percatarse de que los hermanos pierden a su contraparte

pero, a veces, también sienten que pierden a sus padres, lo que les

hace vivir una doble orfandad.

Dice Rocío:

Todo el tiempo y toda la vida de mis padres están enfocados a buscar a Toño. No cuidan a nadie, ni siquiera a ellos mismos. En mi casa está instalado el duelo y parece lo único importante. Sin embargo, es una pena que no podamos aprender a honrar la vida gozando lo que se tiene, sin idealizar y sin despreciar. Honrar la vida es buscar la paz, significa cuidarse, ser altamente efectivos

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en nuestro trabajo, procurar a nuestras amistades y apoyarles en sus requerimientos, conocer gente, disfrutar un paisaje, divertirse aun sin ganas, amar y que te amen; defender nuestros derechos, festejar los días de celebración colectiva, valorar cada día lo que se tiene, ser mejor persona y mejorar la calidad de cada instante vivido.

Quien ha padecido la muerte de un hermano puede comprender a

otro semejante en la misma condición, aunque es importante decir

que la experiencia personal es incomparable. La agresión que

sufrió Doris es algo que no se puede comprender a cabalidad y

Abraham espera influir en otras personas para evitar la violencia

contra las mujeres.

Piensa que la familia debe ponderar el apoyo a sus hijos como

el valor más importante del vínculo afectivo, pues los jóvenes

necesitan sentir y cultivar la compañía, la conversación, la

confianza, y el ejemplo de los padres es definitivo. Comenta:

Aprendí que es cierto aquello que la gente dice: “La vida cambia en un segundo”. A mí me ocurrió así, con la muerte de mi hermana algo de mi vida se fue. Ahora, voy tomando decisiones al contra golpe, busco autonomía e indepen-dencia económica. Quiero forjarme como un hombre digno de valor y reconocimiento por parte de mis padres. El recuerdo de mi hermana me alienta. Creo que cultivar la espiritualidad es un buen camino para sentirse mejor. Ojalá que alguna vez toda la familia nos demos la oportunidad de hablar sobre nuestro duelo, será bueno desahogarnos juntos.

Patricia vive angustia y miedo constante y piensa que,

posiblemente, eso será para el resto de su vida. No se atreve a

plantear que puede ser feliz, y el futuro solamente le representa

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preocupación y temor de que alguien más de su familia pueda

morir. Asegura que no puede ser afectuosa con nadie, aunque su

pequeña hija, que sí lo es, la motiva a cambiar esa “actitud fría y

distante” que la caracteriza, según sus propias palabras.

Considera que ha existido, desde siempre, gran distancia entre

los miembros de la familia, pero a raíz de la muerte de Ricardo esa

distancia se ha tornado abismal, con el añadido de que cualquier

comportamiento que afecta o altera la vida cotidiana de la familia

es altamente criticado. Por ello, “es mejor simular que no sucede

nada y que cada quien se enfrente solo y desamparado al silencio.”

Se dio cuenta que el hermano fallecido (Ricardo) era el ser

más importante para sus padres. Eso también le ha dolido

profundamente, porque sabe que ella y su hermano César, “no

tienen valor” para los afectos de sus padres, y por ello sabe que

ningún esfuerzo por ofrecerles consuelo o recibirlo de su parte,

“puede ser útil”. Ella busca a sus padres, pero a la inversa eso no

ocurre jamás. Pareciera que ella no existe o importa “nada o muy

poco” para su familia.

No obstante, Patricia quiere intentar cambios y trata de

demostrar un poco de afecto con sus hijas, su esposo y su

hermano. Una de sus niñas, mirando la foto del tío, le preguntó:

“¿Mamá, por qué es tan difícil extrañar a alguien?”

Patricia ha pensado mucho en la pregunta de su hija y

recomienda que ningún hermano reprima su dolor, siendo

preferible reclamar antes que callar. Para ella es fundamental que

la familia se una y se ame, se acompañe y platique. Que los padres

reconozcan a cada uno de sus hijos, los valoren y les hagan sentir

amor, protección y compañía pese a cualquier circunstancia.

César, por su parte, ha podido distinguir que su hermano

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mayor era como un padre que cumplía funciones complejas con

respecto a él. Podía ser su hermano cuando se provocaban y

peleaban por cosas insignificantes, y también podía ser su padre

cuando ejercía su autoridad y convivía como su hermano mayor:

Era mi padre cuando yo lo necesitaba cerca y me cuidaba, aconsejaba, daba dinero, invitaba a paseos y estaba pendiente de mis estudios. Era mi hermano cuando yo le llamaba por su apodo (Cocos) y podíamos discutir y hasta pelear.

César se ha dado cuenta que esa doble apreciación no solamente

era personal sino que la compartía el clan familiar al considerar a

Erick Ricardo como el “guardián” de todos, con el que existía

apertura, comunicación, consejo, apoyo y acompañamiento

incondicional.

Resaltar estas cualidades del hermano ha sido resultado de su

ausencia, pero ahora también ha aprendido a valorar a las

personas que conviven con él. Estar más atento a las necesidades

de los demás, escuchar y convivir con la familia, procurar el

bienestar de las hijas de su hermano, evitar conductas de riesgo

que alteren la tranquilidad de sus padres, son, entre otras cosas,

aprendizajes y compromisos que van más allá de la vida corta e

incierta. César piensa que “si acaso” su hermano lo puede ver,

quiere que se sienta orgulloso de los cambios emprendidos.

Para Gabriela, un hermano es el mejor regalo de la vida y la

valoración que de él se hace es independiente de los padres. Este

postulado de Gabriela es muy interesante porque dota de una

cualidad particular la relación de los hermanos, en el sentido de

que la convivencia entre sí los constituye en una estructura sólida y

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rica en particularidades; los transforma en círculo, unidad,

participación y logro. Lo refiere así:

No son los padres quienes hacen hermanos a los hermanos, son los hermanos los que se construyen entre sí, se cobijan, se acompañan, se apoyan y se quieren. César me mostró una forma de ser en la vida que tiene que ver con la entereza, la entrega desinteresada y la alegría por vivir; su muerte me dejó este aprendizaje como lo más importante y trato de seguir este ejemplo. También he aprendido que la muerte es ausencia física, pero la podemos sustituir con la presencia espiritual. Es importante aceptar la compañía de los que están a nuestro lado, pues su presencia y amor desinteresado puede cobijar nuestra soledad. Por ello, agradezco al Grupo de Padres en Duelo “Cecilia Flores Michel” el apoyo que le proporcionaron a mi madre en los momentos más difíciles.

Finalmente, comenta que los amigos y familiares deben poner

atención a los hijos o hermanos de la persona que fallece, pues los

padres no son los únicos que se duelen y necesitan ayuda. Ella

padeció mucho la muerte de su hermano, incluso sufrió un

desmayo durante el sepelio, pero su mamá no se enteró, porque su

duelo era lo más importante y significativo en ese momento.

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CONCLUSIÓN Hemos documentado en este libro, los testimonios de jóvenes que

perdieron a un hermano o hermana, las condiciones de la muerte y

el proceso doloroso de enfrentar la vida de un modo distinto.

Fueron múltiples los cambios que tuvieron que afrontar, no

obstante, el dolor de sus padres constituyó uno de los problemas

más graves porque no encontraban la forma de paliar ese

sufrimiento que hacía, con el propio, sinergia.

Como se menciona en el prólogo, el dolor ante la muerte se

mezcla con ira hacia las circunstancias, las instituciones, el país y

todo lo que pudo contribuir con la muerte prematura del hermano.

En estos testimonios destaca el sufrimiento, la no aceptación, la

crisis emocional y existencial contra “el destino” y todo posible

culpable. ¿Por qué a mi hermano y no a mí? ¿Por qué no estuve

más tiempo con él? ¿Por qué no lo ayudé cuando lo pidió o

necesitó? ¿Para qué vivir, si la muerte no respeta esfuerzos ni

proyectos ni edad ni nada?

Es muy serio cuando el impacto de la muerte trastoca el

sentido de la vida, y la propia existencia se torna en pregunta

enérgica sobre los afanes y proyectos que se habían formulado,

cuando el tiempo parecía una línea recta, y el ideal sobre “la

verdad” y “lo posible” ocupa escenarios de lo cotidiano porque se

hace urgente constatar la sustancia de cada día. Ser testimoniante

importa, porque actualiza las preguntas y renueva las respuestas y,

en ese sentido, la perplejidad conduce por los caminos de la ética y

la responsabilidad.

Agradezco profundamente la disposición de padres e hijos

para lograr estos propósitos de la comunicación humana.

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Agradezco a Zita B. Chao Ebergenyi por su invaluable presencia y

entusiasmo para encontrar en la cooperación un modo de hacerse

grupo y tarea. A Margarita Lagarde por su asesoría metodológica.

Agradezco la lectura, comentarios y sugerencias de: Sandra

Treviño Siller, Luiza Pizeta, Hilda S. Torres Castro y Socorro

Estrada Navarro. Su conocimiento, acompañamiento y profesiona-

lismo hicieron posible la urdimbre para tejer estas historias.

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