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Historia de la Literatura Española de G. Ticknor PRIMER PERÍODO DESDE SUS ORÍGENES HASTA CARLOS V Traducida del inglés al francés por primera vez, con las notas y adiciones de los comentaristas españoles D. PASCUAL DE GAYANGOS Y D. ENRIQUE DE VEDIA por J. G. MAGNABAL Agregado de la Universidad, miembro correspondiente de las Reales Academias Españolas, Real de la Historia, de Arqueología y de Geografía de Madrid, Caballero de la Real Orden de Carlos III de España. PARÍS A. DURAND, LIBRAIRE-EDITEUR 7, RUE DES GRÉS 1864 Traducción del francés al castellano por Juan Manuel Arias Fernández

Historia de La Literatura Espanola Primer Periodo Desde Sus Origenes Hasta Carlos v 0

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Historia Literaria

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  • Historia de la

    Literatura Espaola

    de G. Ticknor

    PRIMER PERODO

    DESDE SUS ORGENES HASTA CARLOS V

    Traducida del ingls al francs por primera vez,

    con las notas y adiciones de los comentaristas espaoles D. PASCUAL DE GAYANGOS Y D. ENRIQUE DE VEDIA

    por

    J. G. MAGNABAL

    Agregado de la Universidad, miembro correspondiente de las

    Reales Academias Espaolas, Real de la Historia, de Arqueologa y de Geografa de Madrid, Caballero de la Real Orden de Carlos

    III de Espaa.

    PARS

    A. DURAND, LIBRAIRE-EDITEUR 7, RUE DES GRS

    1864

    Traduccin del francs al castellano por

    Juan Manuel Arias Fernndez

  • 2006 - 2009

  • A

    M. GUSTAVE ROULAND

    Mi homenaje de profundo reconocimiento y de sincera dedicacin

    J. G. MAGNABAL

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    A mi esposa Enriqueta en el bonito otoo de nuestras v idas

    El traductor, Juan Manuel Arias Fernndez

    Cansadas ya las paredes De guardar en tanto tiempo

    A un hombre que vieron mozo Y ya le ven cano y viejo.

    Si ya sus culpas merecen

    Que sangre sea en su descuento Harta suya ha derramado, Y toda en servicio vuestro.

    (Flor de Romances)

    Esta traduccin ha sido Inscrita en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid con el n. M-006918/2009.

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    Quienes fueron:

    Pascual de Gayangos En la Wikipedia se dice de Pascual de Gayangos que descenda de una familia de larga tradicin militar; fue hijo del brigadier Jos Gayangos y Nebot, y de Francisca de Arce y Retz. Estudi en Madrid en las Escuelas Pas y en los Reales Estudios de San Isidro. En 1822, durante el Trienio liberal fue enviado a estudiar al colegio de Pont-le-Voy, en Blois, Francia, de donde provena la familia de su madre. Tras completar los estudios, se traslad a Pars y emprendi estudios de rabe en Lcole spciale des langues orientales vivantes con Silvestre de Sacy Desempe la ctedra de rabe en el Ateneo de Madrid entre 1836 y 1837, fecha en la que parti hacia Gran Bretaa y se asent en Londres, donde permaneci hasta 1843. En Inglaterra entr en contacto con los crculos intelectuales y polticos de Holland House donde conoci al erudito hispanista George T icknor, con quien trabara una gran amistad que le puso en contacto con el historiador estadounidense William H. Prescott.

    Enrique de Vedia En el mismo origen, se dice que fue Hidalgo, hijo del uruguayo Lorenzo Antonio de Vedia y Ramallo, que pas a Balmaseda por haber heredado los bienes mayorazgos de su casa, y de Magdalena de Goossens y Ponce de Len. Hablaba a la perfeccin francs, ingles e italiano y posea una biblioteca copiosa y escogida. Fue Jefe poltico de diferentes provincias, entre ellas La Corua, cuando lo era de Burgos, recibi a Thophile Gautier y le ense la Catedral, de lo que deja agradecida constancia el escritor en su Viaje a Espaa. Fue adems amigo de Pascual Gayangos y de Antonio Ferrer del Ro y tuvo los cargos de Secretario de la Gobernacin del Reino y Cnsul de Espaa en Liverpool y Jerusaln; all le sorprendi la

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    muerte en 1863 cuando preparaba su regreso. En su honor la Biblioteca Pblica de Balmaseda lleva su nombre.

    El traductor, Juan Manuel Arias

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    NDICE DE MATERIAS

    DEL TRADUCTOR AL LECTOR INTRODUCCIN

    Primer perodo

    Captulo I

    Div isin del objetiv o de este libro. Origen de la literatura espaola en tiempos de dificultades

    Captulo II

    Primera aparicin del espaol como lengua escrita. Poema del Mo Cid. Sus hroes, su objetiv o, su lengua, su v ersificacin. Historia del poema. Su carcter. Santa Mara Egipciaca. La Adoracin de los tres Reyes. Berceo, primer poeta castellano conocido. Sus obras y su v ersificacin. Su Vida de Santo Domingo de Silos. Su libro Los Milagros de la Virgen.

    Captulo III

    Alfonso X El Sabio. Su v ida. Su carta a D. Alfonso Prez de Guzmn. Sus canciones en dialecto gallego. Origen de este dialecto y del portugus. Su Tesoro. Sus obras en prosa. Leyes relativ as al castellano. Su Conquistas de Ultramar. Viejos fueros. El Fuero Juzgo. El Septenario. El Espejo. El Fuero Real. Las Siete Partidas y su mrito. Carcter de Alfonso X.

    Captulo IV

    Juan Laurent Segura. Mezcla entre costumbres antiguas y modernas. El poema de Alexandre. Su historia y su mrito. Los v otos de Pav on. Sancho el Brav o. Don Juan Manuel, su v ida y sus obras publicadas e inditas. Su Conde de Lucanor.

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    Captulo V

    Alfonso XI. Su Tratado de la caza. Su Crnica en rima. Su eclesistico de beda. El Arcipreste de Hita, su v ida, sus obras, su carcter. Rabbi don Santob. La doctrina cristiana. La Rev elacin. La Danza general. El poema de Joseph. Pero Lpez de Ayala. Su Rimado de Palacio. Carcter de la literatura espaola en esta poca.

    Captulo VI

    Cuatro clases de la literatura primitiv a la ms popular. Primera clase: Los romances. Forma ms antigua de la poesa castellana. Teoras sobre su origen. No es rabe. Su forma mtrica. Redondillas. Asonancias. Su origen nacional. Propagacin de la forma de los romances. Su nombre. Primeras noticias sobre los romances. Romances del siglo XVI y anteriores. Romances tradicionales y no escritos. Romances que aparecen antes que los cancioneros y despus de los romanceros. Mejores colecciones antiguas.

    Captulo VII

    Romances sobre protagonistas ya tratados en la caballera. Romances sobre protagonistas de la Historia de Espaa. Bernardo de Carpio. Fernn Gonzlez. Los siete infantes de Lara. El Cid. Romances sobre protagonistas de la historia antigua y de la Fbula, sacra y profana. Romances sobre protagonistas moros. Diferentes romances: amorosos, burlescos, satricos, etc. Carcter de los antiguos romances espaoles.

    Captulo VIII

    Segunda clase: Las Crnicas. Su origen. Crnicas Reales. Crnica general del rey D. Alfonso X. Sus cuatro div isiones y su objeto. Su parte ms potica. Su caracterstica. Crnica del Cid. Su origen, su objetiv o, su caracterstica.

    Captulo IX

    Efectos producidos por el ejemplo de Alfonso X. Crnicas de su propio reinado y de los reinados de Sancho el Brav o y de Fernando IV. Crnica de Alfonso XI por Villaizan. Crnicas de Pedro el Cruel, de Enrique II, de Juan

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    I y de Enrique III por Ayala. Crnica de Juan II. Dos crnicas de Enrique IV y otras dos de Fernando e Isabel.

    Captulo X

    Crnicas de hechos particulares. El Paso honroso. Seguro de Tordesil las. Crnicas de personajes particulares. D. Pedro Nio. lv aro de Luna. Gonzalo de Crdoba. Crnicas de v iajes. Ruy Gonzles de Clav ijo, Cristbal Coln, Balboa y otros. Crnicas caballerescas. D. Rodrigo y la Destruccin de Espaa. Observ aciones generales sobre las crnicas espaolas.

    Captulo XI

    Tercera clase. Libros de caballera. Arturo. Carlomagno. Amads de Gaula. Su fecha, su autor, su traduccin al castellano, su mrito y su carcter. Esplandin. Florisanda. Lisuart de Grecia. Amads de Grecia. Don Florisel de Niquea. Anexarte. Don Silv es de la Selv a. Continuacin francesa. Influencia de la ficcin. Palmern de Oliv a. Primalen. Platir. Palmern de Inglaterra.

    Captulo XII

    Otras nov elas de caballera. Lpoleme. Traduccin del francs. Nov elas religiosas. Caballera celestial. Perodo en el que la nov ela de caballera prev alece. Su nombre. Sus cimientos en el estado de la sociedad. La pasin que se experimenta en ellas. Sus destinos.

    Captulo XIII

    Cuarta clase. El teatro. Extincin del teatro griego y romano. Origen religioso del drama moderno. Sus primeros pasos en Espaa. Indicaciones sobre el teatro en el siglo XV. El marqus de Villena. El Condestable de Luna. Mingo Rev ulgo. Rodrigo Cota. La Celestina. Su primer acto. Los actos restantes. Su historia, su carcter, su influencia en la literatura espaola.

    Captulo XIV

    Continuacin de la historia del teatro. Juan de la Encina. Su v ida, sus obras. Sus representaciones y su carcter. Los primeros dramas profanos representados en Espaa. Carcter religioso de unos en el tono, y no de otros. El portugus Gil Vicente. Sus piezas espaolas. El Auto de la

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    Casandra. Comedia de la Viuda. Su influencia en el drama espaol.

    Captulo XV

    Continuacin de la historia del drama. Escriba. Villalobos. Pregunta de amor. Torres Naharro en Italia. Sus ocho comedias. Su teora del drama. Div isin de sus comedias, su intriga. El Trofeo. El Hymeneo. Drama de intriga. Gracioso. Carcter y efectos probables de las comedias de Torres Naharro. Estado del teatro al final del reinado de Fernando e Isabel.

    Captulo XVI

    Literatura prov enzal en Espaa. El prov enzal. Los borgoones. Origen de la lengua y de la literatura prov enzales. Barcelona. Dialecto cataln. Aragn. Poetas trov adores en Catalua y en Aragn. Guerra de los albigenses. Pedro II de Aragn. Jaime el Conquistador y su Crnica. Ramn Muntaner y su Crnica. Decadencia de la poesa en la Prov ence y decadencia de la poesa prov enzal en Espaa.

    Captulo XVII

    Esfuerzos por hacer rev iv ir el espritu prov enzal. Juegos florales de Toulouse. Consistorio de la gaya ciencia en Barcelona. Poesa catalana y v alenciana. Ausas March. Jaime Roig. Declinar de esta poesa. Influencia de la de Castilla. Justas poticas en Valencia. Poetas v alencianos que ha escrito en v alenciano. Predominio del castellano.

    Captulo XVIII

    El prov enzal y la escuela de las Cortes en la literatura castellana. Influencia que ejerce sobre la literatura italiana. Relaciones de Espaa con Italia sobre temas religiosos, intelectuales y polticos. Analogas del lenguaje en los dos pases. Traducciones de Italia. Reinado de D. Juan II. Trov adores y juglares en toda Europa. La corte de Castilla. El Rey. El marqus de Villena. Su Arte cisoria. Su Arte de trovar. Sus Trabajos de Hrcules.

    Captulo XIX

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    El marqus de Santillana. Su v ida. Su tendencia a imitar las escuelas italiana y prov enzal. Su estilo cortesano. Sus obras. Su carcter. Juan de Mena. Su v ida. Sus poesas ligeras. Su laberinto. Su mrito.

    Captulo XX

    Progreso de la lengua castellana. Poetas del tiempo de D. Juan II. Villasandino. Francisco Imperial. Baena. Rodrguez del Padrn. Escritores en prosa. Cibdareal y Fernando Prez de Guzmn.

    Captulo XXI

    La familia de los Manrique. Pedro, Rodrigo, Gmez y Jorge. Las estrofas de este ltimo. Los Urreas. Juan de Padilla.

    Captulo XXII

    Escritores en prosa. Juan de Lucena. Alfonso de la Torre. Diego de Almela. Alonso Ortiz. Fernando del Pulgar. Diego de San Pedro.

    Captulo XXIII

    Los Cancioneros de Baena, Estiga y Martinez de Burgos. El Cancionero general de Castillo. Sus diferentes ediciones. Sus div isiones. Su contenido. Su carcter.

    Captulo XXIV

    Intolerancia espaola. La Inquisicin. Persecucin de los judos y de los moros. Persecucin de los cristianos por sus opiniones. Estado de la prensa en Espaa. Conclusin y observ aciones sobre el perodo que se acaba de examinar.

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    APNDICES

    Apndice A. Coplas de Mingo Repulgo Sobre el origen de la lengua espaola Apndice B. Sobre los romanceros Apndice C. Sobre Fernn Gmez de Cibdareal Apndice D. Sobre el poema de Josu El Alhadits de Yusuf Apndice E. Sobre el libro del Rabbi Santob Apndice F. Sobre la Danza general de la Muerte Notas y Adiciones

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  • Del traductor, J. G. Magnabal, al lector

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  • Del traductor, J. G. Magnabal, al lector

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    DEL TRADUCTOR J. G. Magnabal AL LECTOR

    Fue en 1849 cuando G. Ticknor public en Estados Unidos su Historia de la Literatura Espaola1, fruto de treinta aos de pacientes y concienzudas bsquedas. Desde su aparicin, la obra recibi del mundo intelectual una acogida muy favorable. Se tradujo al espaol y al alemn y se consider una autoridad en todo lo que concierne a la historia l iteraria de nuestros vecinos. Este xito duradero e incontestable durante cerca de quince aos, me llev a la determinacin de hacer la traduccin al francs que hoy tiene Vd. en sus manos. Me puse a la obra con gran ardor, puesto que el trabajo responda a la idea que tena desde haca mucho tiempo y que no era otra que ampliarnos, al igual que ha hecho conmigo mismo, el conocimiento de una literatura muy ignorada y como consecuencia muy desconocida. No hace falta decir que yo di un gran rodeo para llegar a la apreciacin de las obras de la Espaa contempornea al remontar de este modo el curso de los siglos hasta su origen. Este rodeo, lo reconozco, lo he hecho con Ticknor, a una marcha bastante agradable y rpida para que su longitud no llegase a hacerlo espantoso. Y como todo se une y se

    1 Recientemente he conocido que este tomo que tenemos en la mano es el primero. Google ha puesto a disposicin de los interesados en este autor la traduccin al castellano del segundo, que contina en el tiempo a lo narrado en el primero hasta mediados del S. XVII. con el compromiso de no utilizarlo con fines comerciales. Yo poseo un ejemplar fechado en Madrid, Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. Saln del Prado n. 8, 1851. (Nota del traductor J. M. Arias)

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    encadena, sobre todo en la l iteratura, los lectores llegarn a conocer mejor, creo yo, lo que valen los autores contemporneos cuando conozcan a sus ancestros, cuando puedan juzgar las diversas transformaciones que ha experimentado la lengua espaola antes de llegar a ser el instrumento tan hbilmente util izado por numerosos escritores de nuestro tiempo.

    De principio a fin, el l ibro de Ticknor pasa por ser la imagen ms completa de la l iteratura espaola. No era este su nico mrito y vala la pena fi jar la atencin en un amigo de las letras castellanas para encontrar un lugar en la l iteratura francesa en el que faltaba una imagen parecida, como hasta hace poco faltaba en la misma Espaa. Lejos de m pretender que nadie hubiera sido tentado por este gnero hasta llegar a Ticknor, pero los diversos estudios en los que las producciones sobre el espritu espaol era el objetivo, tanto en Espaa como en Francia y tanto en Italia como en Alemania e Inglaterra, no contenan nada ms que algunos puntos especiales que no representaban nada ms que un conjunto tambin desarrollado como el trabajo del sabio americano.

    En efecto, por l imitarnos al perodo de tiempo que en este volumen se extiende desde los orgenes de la lengua hasta el siglo XVI, dnde encontrar una exposicin ms completa y ms rpida de la situacin de Espaa, antes de la aparicin de la lengua vulgar, en otro sitio que no fuera en las pginas del primer captulo y en la narracin histrica que forma parte del primer apndice? Su lectura nos inicia en la situacin en la que estaban las costumbres y la sociedad de la Pennsula, nos dibuja el carcter del espaol indgena, que lucha sin cesar y siempre con la misma obstinacin, contra los sucesivos invasores romanos, godos y rabes, despus de haber recibido las colonias griegas, fenicias y cartaginesas. En esta constante lucha, los descendientes de Pelayo nos muestran realzados, con una increble fuerza, los principales trazos que componen an hoy en da su carcter nacional: la fe religiosa y la lealtad caballeresca, la fidelidad a Dios y al Rey.

    Este prembulo nos permite entrar de lleno, por as decirlo, en el examen del primer monumento escrito en lengua vulgar,

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    el Poema del Mo Cid en el que podemos apreciar la epopeya y sus hroes, adems de todo lo que se refiere a la historia de su lengua y de su composicin. El Libro de Apolonio, el Poema de santa Mara Egipcaca, el de La Adoracin de los tres santos Reyes, son poesas encontradas en el mismo manuscrito que el Poema del Mo Cid, cuyo autor o autores son tambin desconocidos y nos sirven de transicin para llegar a Gonzalo de Berceo, el primer poeta castellano del que conocemos el nombre, que merece un estudio menos superficial. De las obras poticas de Berceo pasamos a la prosa de Alfonso X el Prudente, o el Sabio. La carta de este monarca a Alonso Prez de Guzmn nos proporciona el medio para juzgar la lengua castellana en una poca tan prxima a su formacin, al mismo tiempo que nos permite conocer la situacin de este prncipe infortunado, de este emperador escogido de Alemania, obligado a tomar a sus enemigos como nios, puesto que los nios se haban vuelto sus enemigos. Sus Cantigas en honor a la Virgen, su Tesoro, o tratado de la transmutacin de los metales, la Gran conquista de otro mar, el septenario de Las siete partidas, la traduccin de la Biblia a la lengua castellana, la introduccin de esta lengua en los procesos legales, y todas las obras que compuso o hizo componer, nos muestran el nivel intelectual de Alfonso X y el ascendiente que tom con l el dialecto castellano sobre el gallego y el portugus.

    En el Poema de Alejandro Magno, este hroe elogiado en latn por Gautier de Chtil lon, y en francs por Lambert l i Cors y Alexander de Pars, observamos la mezcla de hbitos y costumbres de la antigedad griega con los hbitos y costumbres de la religin catlica y de la caballera, mezcla muy comnmente extendida hasta que, a mediados del siglo XIII y a imitacin de los autores que acabamos de mencionar, Juan Lorenzo Segura de Astorga escribi su poema sobre el rey de Macedonia.

    Al lado de Juan de Astorga, dejando un poco al hombre, se dibuja el relieve de la figura de D. Juan Manuel, prncipe de sangre real, guerrero belicoso, hbil poltico y administrador, digno miembro de una familia que durante un

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    siglo cultiv y honr a las letras. El anlisis de las obras del autor del Conde Lucanor nos hace sentir cada uno de sus rasgos, y nos introduce en la sociedad de la poca, nos muestra las mejoras que en el lenguaje debemos a D. Juan Manuel y los caracteres y formas con que l ha revestido la lengua castellana, formas y caracteres que le han imprimido un sello nacional.

    A pesar de los problemas que lo agitaron, el reinado de Alfonso XI no fue estril para las letras. Este monarca escribi varias obras. Pero uno de los principales representantes de la poesa fue D. Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, que nos dej, con sus serranas y conforme al gusto de los tiempos, numerosos Ejemplos en forma de cuentos y apologas, relatos que Ticknor no vacila en situar a la altura de las fbulas de Esopo, Horacio y La Fontaine, y que nos da a conocer con el anlisis de una de las composiciones ms picantes de D. Juan de Ruiz: El combate de D. Carnaval y D. Cuaresma. El carcter moral del Libro de los consejos, dirigido por Rabbi D. Santob al rey Pedro el Cruel, el carcter religioso de la Doctrina cristiana, de la Visin de una ermita, se reflejan todava ms en la Danza general de la Muerte, y en el Poema de Josu, la leyenda bblica por largo tiempo tomada como una poesa oriental puesto que un morisco aragons la haba escrito en palabras espaolas con caracteres rabes. Si el poema de Fernn Gonzlez, este hroe del primer perodo de la lucha cristiana contra los moros, nos representa a los moros guerreros de la poca; el Rimado de Palacio, tratado de los deberes de los reyes y de los grandes en el gobierno del Estado, nos dibuja el cuadro de los hbitos y vicios de la poca en los reinados de Pedro el Cruel, Enrique II, Juan I y Enrique III, durante los setenta aos de la vida del cancil ler Pedro Lpez de Ayala.

    En el estudio de la prosa y de la poesa espaola hecho de esta forma hasta el siglo XIV, Ticknor vuelve sobre sus pasos y busca la diferencia que existe entre la l iteratura sabia y culta de la Corte, con la l iteratura popular primitiva en la que la expresin se traduce por los romances, las crnicas, los l ibros de caballera y el teatro, cuatro gneros de produccin

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    completamente al abrigo de la influencia provenzal e italiana, cuatro clases que encierran toda la l iteratura espaola del siglo XV y de una parte del XVI. Del examen del origen de los romances, de su composicin y de su forma mtrica, los primeros recuerdos son los Cancioneros y los Romanceros; de stos hace las subdivisiones en romances caballerescos, romances histricos, romances moriscos, y romances sobre las costumbres y la vida privada. Despus, cuando llega el tiempo de la calma y del descanso, Ticknor nos explica cmo los cantos guerreros, que haban conservado el humor caballeresco de los que los romances eran su ms fiel expresin, daban lugar a las crnicas, gnero de composicin en la que la forma literaria es ms bien un informe con el silencio de los monasterios y la calma de los castil los y de los palacios de los reyes. Estas continuaciones de las crnicas latinas de las leyendas monacales, se redactan ante todo para la Corte y bajo los auspicios de la realeza: tales son la Crnica general de Espaa de Alfonso X y la Crnica del Mo Cid. El ejemplo de Alfonso X el Sabio da el impulso, y a partir de entonces nacen las crnicas reales de los soberanos de Castil la, desde Alfonso X hasta Fernando e Isabel, y, en los ttulos citados vemos de un lado el estilo y la composicin histrica y del otro el carcter de los cronistas oficiales encargados de escribir los acontecimientos oficiales, desde Fernn Snchez de Tovar hasta Pedro Lpez de Ayala y Hernando Prez del Pulgar.

    Al lado de estos escritores de crnicas generales o reales se sitan todos los historiadores de los hechos particulares ms importantes: el Paso honroso, un desafo sostenido en el puente sobre el ro rbigo por Suero de Quiones para librarse de un voto; el Seguro de Tordesil las, relato de las capitulaciones y conferencias entre el rey y los seores en el que el objetivo fue un homenaje muy claro dedicado a la honradez de D. Pedro Fernndez de Velasco, el buen conde de Haro; la crnica de D. Pero Nio; la del condestable D. lvaro de Luna, que jug un gran papel en la corte de D. Juan II, desde 1408 a 1453 y cuyo fin fue muy triste, y por

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    ltimo la crnica del gran capitn Gonzalo de Crdoba, compuesta por orden de Carlos V.

    El relato de Ruiz Gonzlez de Clavijo, uno de los tres embajadores que Enrique III envi al gran Tamerlan, nos describe una serie de curiosos sucesos a los que haba asistido, entre ellos la batalla en la que Bajazet fue derrotado; la descripcin de las ciudades que atraves, Constantinopla, Trbisonde, Tehern, y Samarcanda. Esta Crnica comienza la serie de viajes y narraciones de estos osados navegantes, a cuya cabeza aparece Cristbal Coln, el inspirado y elegido del cielo que va al descubrimiento del Nuevo Mundo segn los datos de la Ciencia, y desde luego segn las autoridades de las Sagradas Escrituras, para realizar slo, con sus propias fuerzas y sus nicos recursos, la l iberacin de la tumba de Cristo, l iberacin a la que l quiso consagrar las riquezas inauditas que debieron dar sus descubrimientos.

    Las fabulosas Crnicas, entre las que la ms importante es la Crnica del rey D. Rodrigo y de la destruccin de Espaa, constituyen una especie de novelas histricas, en las que los torneos imposibles y las increbles aventuras caballerescas se mezclan con las verdades de otros hechos; exponen una riqueza y una variedad incomparables de elementos poticos y pintorescos al mismo tiempo que dejan ver los sentimientos y reflejan el carcter nacional del pueblo espaol. De estas Crnicas a los l ibros de caballera no hay nada ms que un paso; vayamos tambin nosotros tras ellos, a Espaa, y por influencia de otros pases, a la historia de Arturo, los Caballeros de la mesa redonda, de Carlomagno y los Doce Pares; la historia del jefe de esta familia con innumerables descendientes, al decir de Cervantes, de Amads de Gaula, con los Esplandi, los Florisanda, los Lisuart de Grecia, los Palmern de Inglaterra, todos los representantes de la caballera profana y todos sus adversarios de la caballera religiosa, el Caballero de la Estrella bril lante, el Conquistador del Cielo, y todos los campeones de la Caballera cristiana y de la Caballera celestial. Su estudio y su anlisis nos hacen comprender su influencia durante casi dos siglos en un pas tan caballeresco como Espaa; nos explican la defensa para

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    imprimirlos, venderlos y leerlos en las posesiones de ultramar, prohibicin que las Cortes resucitaron, en 1555, en demanda que fue admitida por la metrpoli con el aadido de hacer arder los ejemplares que se pudieran encontrar. Pero estas mismas medidas testimonian la inmensa popularidad de estas novelas, a las que el Quijote ha hecho justicia.

    Algunas ideas sobre la representacin de los Misterios que reemplazan a los dramas paganos, sobre el origen de estas representaciones religiosas anteriores a 1260, y sobre los abusos que se hacan, como lo prueba un pasaje de las Partidas de Alfonso el Sabio, algunas nociones sobre una comedia moral del marqus de Villena y sobre los entremeses de lvaro de Luna, son datos muy vagos y muy difusos para llegar a conocer el estado primitivo del teatro espaol hasta la stira pastoral de Mingo Revulgo. Rodrigo Cota lo hizo al avanzar algo, sobre todo con la tragicomedia de Calixto y Melibea, o la Celestina, que l comenz y que continu Fernando de Rojas. En Juan de la Encina encontramos ms accin, ms vida en ciertas conversaciones en las que participan dos o tres interlocutores, seis a lo sumo; pero estas composiciones, que se llaman glogas, verdaderos dramas por la esencia y la forma, aunque ausentes de la verdadera intriga dramtica, no son menos representadas en pblico, en 1492. De esta manera, Juan de la Encina pasa por ser con toda justicia el primer autor del teatro espaol y del teatro portugus, puesto que sirvi de modelo a Gil Vicente que dej cuarenta y dos composiciones, entre ellas el Auto de la Sybila Casandra. Los versos de Escriv y la traduccin del Amphitryon de Plauto, denotan todava algunos nuevos ensayos dramticos, pero, para conseguir obras teatrales serias hay que llegar a Bartolom Torres Naharro. Adems de su Propalladia, escribi ocho dramas que l l lam comedias, que divide no en actos sino en das. A pesar de este progreso, a pesar del nmero de personajes que Naharro aumenta y pasa de seis a doce, ni l ni sus antecesores han llegado a pensar en la constitucin del drama nacional popular.

    Despus de haber conducido as la poesa y la prosa de la lengua vulgar nacidas bajo el suelo espaol hasta el siglo

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    XVI, Ticknor deja Castil la, sube hacia el Norte y juzga la influencia de los pases vecinos de Espaa. Primero lo hace con la Provenza y sus trovadores; los trovadores que la guerra de los albigenses y las sucesivas anexiones hicieron descender desde Arls y Marsella a Barcelona, de Barcelona a la Corte de Aragn y de la Corte de Aragn a la Corte de Castil la, donde no tardaron demasiado en desaparecer, a pesar de los juegos florales de Toulouse, el consistorio de la gaya ciencia de Barcelona y los concursos poticos de Valencia, hasta que el idioma castellano adquiri la preponderancia que el reino de Castil la se arrog sobre toda la Pennsula Ibrica. Nada hay ms curioso que seguir esta grandeza y esta decadencia de nuestra lengua y poesa meridionales, al mismo tiempo que los esfuerzos del gallego, del valenciano y del cataln por no sufrir en la lengua la fusin impuesta por la poltica, sobre todo despus de haber producido las Crnicas de D. Jaime el Conquistador, de Ramn Muntaner, y las poesas de Ausias March y de Jaime Roig.

    Italia y Espaa, tan vecinas, unidas por la Provenza y el Mediterrneo, no podan dejar de tener un estrecho comercio que necesariamente deba mantener una lengua muy parecida, y una comunidad de ideas religiosas y polticas. Sobre todo, estos son los relatos literarios que Ticknor nos hace apreciar en el marco del reinado de Juan II y la Corte de Castil la por los retratos del rey Juan y del marqus de Villena, cuyo saber fue llamado nigromancia y cuya biblioteca fue quemada por orden del rey; del marqus de Santil lana, el gran imitador de las escuelas italiana y provenzal, adems de Juan de Mena. Pero al lado de estos imitadores, Vil lasandino, Francisco Imperial, Rodrguez del Padrn, los Manrique, los Urea y Juan de Padilla, nos muestran la caracterstica de la poesa castellana, como Cibdareal, Fernando Prez de Guzmn, Fernando del Pulgar, Diego de San Pedro y tantos otros, que ostentan el mrito y el progreso de la prosa.

    Este primer perodo no podra terminar sin un comentario sobre las colecciones, inmensas y preciosas, que bajo el nombre de cancioneros nos conserv la vida potica de Espaa; trabajos considerables a los que se consagraron

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    Baena, Estuiga, Martnez de Burgos y Fernando del Castil lo. Finalmente es necesario echar una rpida ojeada a la influencia que la Inquisicin ejerci sobre los asuntos del espritu. Ticknor resalta muy juiciosamente que el Santo Oficio, que persigui a los judos, moros y cristianos segn sus opciones religiosas, no pudo conseguir sino tarde y despus de la reforma, que los libros cayeran bajo su inmenso y misterioso poder, porque el tribunal de la censura que entonces exista no quera de ninguna manera compartir la jurisdiccin que ejerca sobre las obras del pensamiento.

    Tales son las principales lneas, tales los grandes trazos del cuadro que nos presenta Ticknor de la Historia de la Literatura Espaola hasta el siglo XVI, en los veinticuatro captulos de este volumen. El procedimiento de la composicin es muy simple: el cuadro se divide en diversos grupos, y en cada grupo una figura se destaca en primer plano; estos personajes se exponen, analizan, juzgan y critican con toda clase de detalles y con ms cuidado del que se emplea en las otras cabezas que rodean el escrito principal. Encontramos pues en esta pintura literaria detalles finos y delicados, apreciaciones juiciosas, conocimiento profundo del objeto, un raro sentimiento de las cualidades y defectos del autor estudiado, su atencin a la sociedad en la que vive y a los gustos de su poca. Raramente avanza Ticknor sus afirmaciones sin apoyarlas en las citas que las corroboran. Estas citas nos aclaran tanto la lengua y su estilo como los sentimientos de los poetas y de los prosistas, de los cronistas y de los romanceros. Si dentro del mismo cuadro descendemos a lo que yo llamara voluntarios de su leyenda, es decir a las notas que al final de las pginas explican y comentan el texto, jams podr encontrar el lector ms ciencia ni ms erudicin. Ticknor ha visto, ledo y compulsado todo lo que se ha escrito y ha llegado a imprimirse hasta nuestros das, referido a la l iteratura espaola. Ha rendido tributo a su historia, no slo a la de Espaa, sino a la de Francia, Inglaterra, Italia y Alemania. No hay ni un libro raro ni un escrito cuya existencia le haya sido revelada en cualquier parte, que no haya querido ver con sus propios ojos o tener una copia en sus propias

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    manos; ni un informe ni una revista en la que se hayan discutido los temas de su historia, que l no haya ojeado y de las que l no haya extrado la parte necesaria para su causa.

    Que Ticknor no haya dado a sus anlisis la disposicin que ciertos crticos quisieran haber visto, que no haya insistido bastante enrgicamente en los romances como expresin del sentimiento popular, que no haya considerado adecuadamente los libros de caballera como un producto natural del suelo espaol, que no haya mostrado suficientemente la forma popular del teatro antes de los tmidos ensayos de Mingo Revulgo en 1472, es posible. Pero, que no haya que reprochar a la historia de este perodo la falta de unin, de encadenamiento, en fin, de unidad. Dnde encontrar esta unidad en la Espaa del siglo XVI? No existe en ninguna parte; poda buscarse en vano entre la poblacin, en la lengua, en la religin, en la poltica, en las artes. Cmo se habra producido en la l iteratura y por consiguiente en su historia? Cuando en el territorio no slo vivan judos, moros y espaoles, sino tambin catalanes, valencianos y castellanos; cuando cada una de estas poblaciones hablaba su idioma particular; cuando los discpulos de Moiss defensores de Jesucristo y los secuaces de Mahoma libraban all una guerra encarnizada; cuando la lucha por la guarda y conservacin de los fueros de los reinos particulares se mantena con tanta terquedad; en fin, cuando sobre un pedestal romano se elevaba una columna con un arco bizantino soportando un arco morisco, podamos, en medio de tanta variedad, esperar la unidad en las obras del espritu, y sobre todo con el panorama que nos ha recordado la historia l iteraria? Dejemos que el poder poltico rena bajo un mismo espectro los diversos reinos de la Pennsula Ibrica, imponga a sus individuos la misma lengua oficial, funde una sola nacin espaola con las poblaciones diseminadas de Catalua a Andaluca, de los Pirineos a Gibraltar, considere, por la ruinosa expulsin de los judos y de los moros, a toda la nacin como una unidad religiosa, y entonces, cuando la sinagoga y la mezquita se hayan transformado en todas partes en templos cristianos, cuando no haya nada ms que un solo

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    rey, un solo pueblo, una sola lengua y una sola religin, hablemos de una unidad literaria. Justo entonces dejar de ser necesario pedir al orden intelectual lo que no puede dar ni el estado moral, ni la condicin poltica. En ese momento no hay que sorprenderse de que el historiador de la l iteratura espaola camine entre los sucesivos reinos y pocas sin ocuparse de buscar un lazo de unin que no existe entre ellos ni entre ellas.

    Si defiendo a Ticknor contra los que le reprochan una falta de unidad, no osara decir que l es un irresponsable porque nos pone ante documentos importantes de la lengua sin explicarnos el proceso de la descomposicin del latn y sin mostrarnos a travs de qu transformaciones la palabra latina llega a ser espaola. En el primer apndice nos da algunas ideas sobre la causa de la rpida decadencia de la civil izacin romana, sobre estado de ignorancia en el que se encontraba sumergida Espaa, antes y durante las invasiones de los Godos y de los rabes; pero, segn creo yo, no ve nada ms que el lado malo; no aprecia el papel de los escritores de la Espaa latina en medio de la lucha moral y religiosa del paganismo y del cristianismo, en las obras de Aquilino Juvencus, Prudencio Clemens, Orose, Idacius, Dracontius, Orencius, obras que han dado forma a la educacin moral y religiosa de los cristianos espaoles de los siglos IV y V y que nos muestran cmo era la sociedad de aquellos tiempos. Olvida Ticknor a los pensadores de la monarqua visigoda; a Leandro de Sevilla, Eutropio, Juan de Biclara, y a todos los que en los monasterios de San Benito y en los concil ios de Toledo, arrianos o catlicos, realizaron un estudio serio y un conocimiento profundo tanto de la l iteratura hebraica como de las literaturas griega y latina. Tambin cuando se ve, dos siglos ms tarde, a Cicern y Quintil iano, a Horacio y Virgil io, a Platn y Aristteles, as como a Isidoro de Sevilla, a Braulio de Zaragoza, a Conancius de Palencia, a Ildefonso y Juliano de Toledo, y a tantos otros prelados eminentes en los que el saber empuja a los seores visigodos hacia la cultura de las letras, y su valor en la proteccin a Sisebuto y Chindasvinto, uno rehsa creer con Ticknor que de todas formas la tradicin

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    de los estudios clsicos se interrumpi de manera que nadie entenda ni siquiera el latn de los oficios cristianos. Deploro no encontrar un informe ms completo del trabajo de los monasterios, o del episcopado de la Iglesia, para conservar los restos del griego y del latn durante el perodo que estudia hasta el siglo XI.

    Otra parte que me hubiera gustado ver es la de las transformaciones gramaticales. No hace falta decir que los godos consideraban "unus" como un artculo indeterminado; "i l le" como un artculo determinado; en lugar de amor, "sum amatus"; en lugar de "vici","habeo victum", consideraban esse y habere como verbos auxil iares. Era necesario ir ms all, presentar una nomenclatura de las terminaciones semejantes que conservan el mismo significado en las palabras latinas que en el idioma vulgar o que han sufrido una ligera modificacin; demostrar que atus, itus, utus, l legan a ser ado, ido, udo; que alis y aris, l legan a ser al, y ar; que antia y entia, cambian a ancia y encia; andus a ando; anus a ano; arius y arium, a ario; aster a astro; bilis a ble; i tas a idad; eus a eo; ensis y estris a ense y estre; tia e itia a cia e icia; itius e itium a icio; io, sio y tio a ion y cion; or y sor a tor y dor; tudo e itudo a tud e i tud.

    Despus de observar que los derivados espaoles se obtienen del ablativo de las palabras latinas correspondientes, como indica el acento tnico; despus de haber indicado estas terminaciones de diminutivos y aumentativos que dan tanta gracia y tanta energa a la lengua, Ticknor debera haber mostrado el valor de los trminos ms apropiados al idioma espaol, tales como ada en jornada, temporada, cornada, pualada; ajo en latinajo, espantajo; anza en bonanza, tardanza, matanza; azgo y primitivamente adgo, en almirantazgo, maestrazgo, mayorazgo; ego en gallego, manchego; es en aragons, cordobs; ez en calvez, doblez, honradez, Lpez, Nez; izo en advenedizo, olvidadizo, etc.

    Si examinamos despus el radical de las palabras, habra que mostrar tambin el cambio de las vocales y de los diptongos, y hacer ver que e y ae, cambian a e; au a o, de forma que las palabras latinas lacte, praesens, quaestio,

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    aurum, thesaurum, se convierten en leche, presente, cuestin, oro y tesoro; que si la e final se suprime a veces en las derivadas, dolor, error, cerviz, feliz, nutriz, de dolore, errore, felice, cervice, nutrice, la e toma ms frecuentemente una i delante de ella, en el cuerpo de las palabras, y que castellum, destra, dente, festa, melle, tempos y terra, se convierten en castil lo, diestra, diente, fiesta, miel, tiempo, y tierra; que la o se cambia en e, hermoso, redondo, de formosus, rotundus; en u, cumplir de complere, lugar de loco, culebra de colubris; en ue, bueno, cuerpo, fuerte, nuevo, muerte, puerta, de bono, corpore, forte, novo, morte, porta; oe en e, pena, cena, feo, de poema, coena, foedo, que u se cambia en o, de bucca, currere, musca, lupo, pulvere, vienen boca, correr, mosca, lobo, polvo.

    Despus, pasando las vocales a consonantes, se llegara a mostrar cmo la b se aade por eufona en las palabras hombre, nombre, legumbre, lumbre, de homine, nomine, legumine, lumine, y lo ms frecuente, se suprime como en lamer, lomo, paloma, plomo, codo, duda, de lambere, lumbo, balumba, plombo, cobdo, dubda y se suaviza en u como en caudal, caudillo, ciudad, deuda, recaudar de cabdal, cabdillo, cibdad, debda, recabar.

    C cambia a ch, en chantre, chabeta, chinche, de cantore, capite, cimice; en g, en amigo, agora, hormiga, segundo, pago, de amuco, hac hora, formiga, secundo, facio; en q, en duque, estoraque, de duce, styrace; en z, en corteza, calzar, lanza, de cortice, calcare, lancea; se simplifica, si es doble, como en boca, pecado, suco, de bucca, peccado, succo; desaparece o cambia a l , en lamar, l lamar, l lave, de clamar, clave; se cambia en ch, si sigue una t, como en estrecho, lecho, noche, ocho, pecho, provecho, de stricto, lecto, nocte, octo, pectore, profecto.

    D, cambia en l y en r, en cola, olor, lmpara, de cauda, odor, lampada; o se suprime, como en fiel, farina, facienda; en j, como en jabla, jeno, jurto, de fabla, feno, furto.

    G, en h, al dulcificar de germano, hermano; en s, de cycno, cisno; en y, de gelu, gemma, en yelo, yema. La g se aade algunas veces, como en amargo de amaro, y se suprime en

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    frio, leal, maestro, real, saeta, de frigore, legalis, magistro, regalis, sagitta. Gn se cambia en , como en araa, cuado, leo, puo, sea, de aragna, cognato, l igno, pugno, signa.

    H, antes aspirada, se cambia a y, como en yerba, yedra, de herba, hedera; o se aade como en, hurfano, Huesca, hueso, huevo, de orphano, Osca, osse, ovo.

    L se cambia en j en ajeno, consejo, espejo, de alieno, consil io, speculo; se duplica en consillo, mellor; de doble cambia a sencil la como en plido, i luso, mile, coloquio, de pallido, i l luso, mille, colloquio; se cambia en ch, si le sigue una t, como en cuchillo, mucho, de, cultello, multo; en y, como en, gayina, poyo, ramiyete, muraya, de gallina, pollo, ramillete, muralla.

    M se suaviza en n, asunto, ninfa, triunfo, de assumpto, nimpha, triunpho; se simplifica y se dobla en, cmodo, flama, sumo, de commodo, flamma, summo; se cambia a , si le sigue otra n, como en dao, otoo, sueo, de damno, automno, somno.

    N se suprime, como en asa, esposo, mes, mesura, no, de ansa, sponso, mense, mensura, non; se cambia en si es seguida de otra n o de una g, como en ceer, luee, taer, de cingere, longe, tangere.

    P fuerte cambia a b suave, como abrir, caber, lobo, pueblo, de aperire, capere, lupo, populo; se suprime una vez si es doble, como en aplicar, popa, de applicare, puppa; se suprime al comienzo de las palabras, como en neuma, salmo, tisana, de su origen pneuma, psalmo, ptisana. Ph se cambia en f y pl en l l , como Philosophia, fi losofa; y l lorar, l leno, l luvia, de plorar, pleno, pluvia.

    Q cambia a c o g, como en cuando, cual, agua, guila, seguir, de quando, qualis, aqua, aquila, sequi.

    R cambia en l , como en rbol, crcel, peligro, de arbor, carcere, periculo.

    S cambia en c, como en Cerdea, cerrare, Crcega, de Sardinia, serare, Corsiga; aade una e delante de ella al comienzo de las palabras, como en escena, escribir, espritu, estabile, de scena, scribere, spiritus, stabile; donde representa el espritu rudo de los derivados griegos, como en

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    sex, sudor; septem; sus; silva; se desvan antes a x y despus a j en las palabras sapone, salone, setabi, por xabon, Xaln, Xativa, y ms tarde por jabn, jaln, Jtiva; se suprime al comienzo de las palabras derivadas, y en medio si es doble, centella, cetro, ciencia, pasmo, confesor, pasin, santsimo, de scinti l la, sceptro, sciencia, spasmo, confessor, passio, sanctissimo, y en las palabras que la reciban sin razn como apresciar, rescibir, carescer, de apreciare, recipere, carere.

    T cambia en c, como en marcial, oracin, ocio, de martial, oratio, otio; en z, razn, tizn, mastuerzo, de ratio, titione, nasturtio; en d, en cadena, nadar, padre, sed, redondo, vida, de catena, natare, patre, siti, rotundo, vita; se suaviza en d, al final de las palabras; las beltat, equaltat primitivas se transforman en beldad, igualdad; la h que acompaa, desaparece, y entonces Thalia, theatrum, thesaurum, se transforman en Talia, teatro, tesoro.

    V se transforma a menudo en b y se escribe bixit, Danubius, barn, abogar, en lugar de vixit, Danuvius, varon, avocar.

    X se conserva largo tiempo y termina por suavizarse en j. Se escribe maxilla, exemplo, y llega a la ortografa mejil la, ejemplo.

    Z cambia a c o se conserva, y se escribe zefiro o cfiro, etc. A todas estas transformaciones, es preciso aadir las

    numerosas supresiones de letras que hacen de lacerato, lazrado; de rivo, ro; de populo, poblo y pueblo; de seculo, seclo y siglo; de tabulato, tablado; de ingenerare, engendrar; de honorare, ondrar; de alicuanta re, alguandre; se deben sealar las formas arcaicas que se han conservado hasta el siglo XVI; despus se dice por contraccin, amais, veis, venis, en lugar de amades, veedes, venides; amarais, vierais, vieseis, vinierais, vinieseis, en lugar de, amrades, amasades, vierades, viesedes, vinieredes, viniesedes; se han sustituido las inflexiones ugo, upo, uvo por las ms duras ogo, opo, ovo; se ha introducido una letra eufnica en morir, placer, placera, pondr, pondra, tendr, tendra, vendra, que primitivamente se escriban morr, plazr, plazra, porr, terr, verr, o ponr, tenr, venr, venra; ha cambiado la r del

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    infinitivo por l , como el pronombre le, la, lo que estaba incluido, decille, oil la, vello, por decirle, orla, verlo. Finalmente es preciso explicar que en los siglos primitivos de la lengua vulgar, la ortografa no estaba completamente definida, la reduplicacin de las consonantes al comienzo de las palabras, el empleo de letras fuertes en lugar de aspiradas, ha dado un carcter rudo a la lengua que debera ser la ms armoniosa y ms sonora de las lenguas modernas. Para esta iniciacin gramatical, Ticknor ha cedido a su lector la capacidad de apreciar la lengua y el estilo de numerosos pasajes que cita en la primera parte consagrada a los orgenes del lenguaje y de la l iteratura espaola.

    Un silencio que destaca es el hecho de que Ticknor deja en blanco toda la l iteratura de los judos espaoles. El Libro de los Consejos de Rabbi Santob debera haber l lamado su atencin. Es una laguna en la historia de la l iteratura espaola. Felizmente para nosotros, esta laguna ha sido rellenada por D. Jos Amador de los Ros, que consagr a este estudio dos partes muy interesantes de su libro titulado Estudios histricos, polticos y l iterarios sobre los judos en Espaa. Como ya he traducido esta obra, me permito citarla al lector.

    Otro olvido es el silencio que se percibe sobre la l iteratura rabe. No ignoro que en el primer apndice, despus de exponer la rpida conquista de Espaa por las armas musulmanas, se encuentra un curioso cuadro de los esfuerzos de los conquistadores en fundar escuelas para introducir su lengua y su civil izacin entre la poblacin cristiana. Si en el siglo VIII los espaoles frecuentaban estas escuelas; si lvaro de Crdoba, en sus Indiculus luminosus, nos asegura en el ao 854 que los cristianos haban olvidado el latn y rivalizaban con los rabes en la composicin potica en la lengua de estos ltimos; si Juan, obispo de Sevilla, se vio obligado a traducir la Biblia al rabe puesto que los fieles no comprendan otra lengua; si en el siglo XIV los actos y los documentos pblicos de la Espaa mora estaban redactados en lengua rabe, por qu no encontramos trazos ms numerosos de esta civil izacin en el l ibro de Ticknor? Sin

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    duda nuestros lectores habrn hecho la misma reflexin que yo al comparar las pginas en las que se habla de la decadencia, de la corrupcin y del olvido de la lengua latina, con la cita que hace D. Pascual de Gayangos cuando nos muestra, en 1602, a un alfaqu lamentando el olvido de la lengua rabe en casa de sus correligionarios, que no pueden comprender el dogma musulmn si no lo explica en la lengua de sus tiranos y sus opresores. Es pues posible que las causas que le hicieron olvidar a Ticknor la situacin o la condicin del latn durante la poca de las invasiones y de la conquista brbara, hayan sido la destruccin de las obras de los escritores rabes que Ticknor no ha podido estudiar2. Puede

    2 A este respecto, J. Garca Mercadal, Cisneros (1436-1517), Ediciones Luz, 1939-III Ao Triunfal, Zaragoza, cap. XIII, p. 96 dice: Pa ra a se gura r la co nve rs i n de lo s mo r isco s de cid i Ci sne ro s ha ce r le s e ntre ga r lo s l ib ro s de su fe , p a ra que e l fue go lo s de s truye ra . Ha y quie n ca lcula e n do s mi l lo ne s de l ib ro s lo s que ma do s p o r Ci sne ro s e n la p la za de B ib a rra mb la de Gra na da . lva r G me z de Ca s tro , e n su o b ra De rebus gestis, a se gura que fue ro n a p e na s cinco mi l , l o s m s a lco ra ne s y de vo cio na r io s , cuya de sa p a r ici n re sul ta b a ind isp e nsa b le p a ra e l lo gro de la unida d re l ig io sa que se p e nsa b a ins ta ura r . L o s p ro p s i to s a niqui la do re s ib a n nica me nte d i r ig ido s co ntra lo s a lco ra ne s mus l mico s . E n una ca r ta de l re y Ca t l i co , que go b e rna b a e n no mb re de su hi ja Do a Jua na , e scr i ta e n Se vi l la e l 20 de junio de 1511 , ve mo s que a l ha b lar de lo s l ib ro s mo r isco s , ind ica de b a n que da r e n p o de r de sus due o s to do s lo s de M e dicina , F i lo so f a , L i te ra tura e H is to r ia . El contemporneo Luis de Mrmol dice que le s to m gra n co p ia de vo lme ne s ra b e s , de to da s fa cul ta de s y que ma ndo lo s que p e r te ne ca n a la se cta , ma nd e ncua de rna r lo s o tro s y lo s e nvi a su Co le g io de Alca l de He na re s , p a ra que lo s p us ie se n e n su l ib re r a . En lo que toca a los libros que se podan dar a los conversos, fray Hernando de Talavera y Cisneros no concordaban, pues mientras el primero quera que se les diesen traducciones de los libros santos en lengua vulgar, era opuesto el segundo a ello, como si previese los inconvenientes que se produciran al poner en manos de gente inculta aquellas obras. (Nota del traductor J. M. Arias)

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    ser que los haya tomado como extraos a su plan. Felicitmonos toda vez de que al menos nos hayan dejado una muestra de la l iteratura morisca en El Alhadits de Jusuf (vase el Apndice D en la p. 545)

    Este poema constituye uno de sus apndices; los otros giran en torno a los orgenes de la lengua castellana, sobre los romanceros, sobre el Centn epistolario del bachiller Fernn Gmez de Cibdareal, sobre el poema de la Danza general de la muerte; sobre el l ibro de Rabbi Santob. Sera muy largo analizar cada uno de los apndices y hacer resaltar su mrito. Solamente har una especial mencin al Centn epistolario que dio lugar a una discusin literaria muy interesante entre nuestro autor y los traductores espaoles y que he juzgado conveniente aadir el estudio hecho a este objeto por el marqus de Pidal, estudio que prueba que el verdadero autor del Centn, de ningn modo y como se crea hasta ahora, es Fernn Gmez de Cibdareal, sino ms bien Antonio Vera y Ziga, conde de la Roca, y l lamo la atencin de las crticas que quieren la rehabilitacin literaria sobre estas pginas que he traducido al mismo tiempo que sobre las notas y aadidos de los traductores espaoles.

    Por qu ajustar estas notas a las ya tan numerosas de Ticknor? Ellas nos dan un valor real que tomamos de los hechos que el mismo Ticknor ignora, a pesar de todos sus cuidados y de todas sus bsquedas sobre la existencia de manuscritos, sobre las ediciones diversas que le han dado, sobre la diferencia que existe entre los manuscritos y su impresin, bsquedas que resuelven las cuestiones de la mayor importancia para los historiadores de la l iteratura que enumeran las obras inditas de ciertos autores, hacen conocer a los poetas hasta entonces desconocidos, corrigen las afirmaciones errneas y derraman sobre el cuadro de Ticknor una luz que nos puede permitir encontrar algunos defectos en el original y hacernos apreciar mejor la vivacidad de estos colores, el valor y el mrito de su composicin. Cmo he

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    traspasado esta composicin a la traduccin francesa? Es intil observar que he tratado de llevarla de acuerdo con el original. S muy bien que al hacer una traduccin se habla mucho de la traduccin libre y de la traduccin literaria. Para m, yo me he atenido al sistema que ya adopt en la traduccin de la Condicin social de los moriscos en Espaa, estudios histricos, poltica y l iteratura sobre los judos en Espaa, pensamientos cristianos, poltica y fi losofa, etc. En efecto, yo llamo ms imitacin que traduccin al trabajo que toma de otra lengua el fondo del pensamiento, sin importarle las palabras con las que lo hace, lo que da a las palabras de la versin el lugar que quiere, sin tener en cuenta el orden y la disposicin de la lengua a traducir. La traduccin libre es, para m, aquella en la que el traductor se toma la l ibertad de cortar, en el texto, una frase muy larga, un tiempo indigesto, emplear un sustantivo en lugar de adjetivo, un verbo en voz pasiva, un modo impersonal en lugar de un modo personal; de aadir algunas veces una conjuncin o suprimirla despus, para dar a la frase la forma y el giro de su lengua, respetando rigurosamente el sentido de las palabras. Es as como yo he procedido en la traduccin de este volumen, en la que me he guardado mucho de olvidarme que traduzco principalmente para lectores franceses3. Sin embargo, ingleses y franceses, y aquellos que quieran estudiar la lengua francesa o la inglesa, podran, si no me equivoco, conseguir un doble beneficio de mi trabajo. Podran los unos y los otros seguir el desarrollo de la l iteratura espaola para estudiar, los ingleses la lengua francesa al comparar los textos ingleses con la traduccin, y los franceses la lengua inglesa al comparar la traduccin con el original ingls. Los unos y los otros leeran en espaol los pasajes citados por Ticknor. Yo los he extrado de la traduccin al espaol de Pascual Gayangos y de Enrique de Vedia. Raramente he descuidado darlos en francs en las notas. No es lo mismo para ciertos pasajes de los apndices y

    3 El traductor al castellano de esta versin, J. M. Arias, suscribe completamente esta opinin sobre las traducciones que sostiene J. G. Magnabal y ha procurado aplicarla en sta.

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    para las poesas. Sin contar con que la traduccin de estos poemas en lengua griega habra aumentado este volumen demasiado, no puedo olvidar que si en todas las lenguas los versos son hijos de la l ira, si es preciso cantarlos y no decirlos, esto es ms cierto en espaol que en cualquier otro idioma. Por tanto, he evitado en la versin francesa algunos trozos eminentemente poticos en el original, en los que el pensamiento y la expresin se habran perdido del todo al pasarlos de la lengua castellana a la nuestra.

    Ticknor puso al final de su obra los apndices que se referan a su primer volumen, pero yo he credo ms conveniente volver a traer a este volumen los apndices relativos a los veinticuatro primeros captulos de su historia. Por esta disposicin, el lector tendr a mano todo lo que se refiere a este primer perodo, comenzando con los origines de la lengua y de la l iteratura espaolas, y terminando con el reinado de los Reyes Catlicos4.

    Si estoy contento por publicar este libro en el momento en el que por una circular del 29 de septiembre, Su Excelencia el Sr. Ministro de Instruccin Pblica, acaba de desarrollar la enseanza de las lenguas vivas en los Liceos del Imperio y de situar a todas las lenguas meridionales, estas hermanas tan ntimas de nuestra lengua francesa, en el mismo rango que las lenguas del Norte, lo estoy mucho ms por poder responder a un deseo del corazn de reiterar aqu mi agradecimiento a D. Gustavo Rouland, por el coraje l iterario que no ha cesado de prodigarme mientras ha sido Secretario General del Ministerio de Instruccin Pblica y de Cultura, en testimoniar toda mi gratitud a Su Majestad la Reina de Espaa, Isabel II, por la alta distincin con que se ha dignado honrar mis anteriores

    4 La segunda parte se puede ver en la Historia de la Literatura espaola, por M. G. Ticknor, traducida al castellano, con Adiciones y Notas crticas, por D. Pascual de Gayangos, individuo de la Real Academia de la Historia, y D. Enrique de Vedia, tomo II, Madrid, Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneira, Madrid, 1851, que se puede ver en los libros Google, donde hay una copia digital del original que est en la Library of the University of Michigan.

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    trabajos sobre la l iteratura espaola y por mi nombramiento como caballero de la Real Orden de Carlos III.

    J. G. MAGNABAL

    Pars, 10 de diciembre de 1863

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  • Introduccin

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    INTRODUCCIN

    En el ao 1818, recorr una gran parte de Espaa y pas unos das en Madrid. El objeto de mi viaje fue el aumentar los pobres conocimientos que posea de la lengua y la l iteratura de este pas y conseguir l ibros espaoles, siempre tan raros en los grandes mercados de las libreras de Europa. Algunos momentos de mi viaje los dediqu al objetivo que tena al emprenderlo, otros no. Es cierto que algunos de los libros que me faltaban eran entonces menos estimados en Espaa de lo que lo son hoy en da, depreciacin de la que hay que buscar la causa principal en el estado de abatimiento en el que se encontraba el pas. Y si sus hombres de letras estaban dispuestos, ms de lo que se ve comnmente, a satisfacer la curiosidad de un extranjero, su nmero se encontraba materialmente disminuido por las persecuciones polticas; por otro lado, era difcil sostener cualquier tipo de comercio con ellos, puesto que tenan pocas relaciones los unos con los otros y vivan completamente separados del mundo que les rodeaba.

    Este era, en efecto, uno de los ms tristes perodos del reinado de Fernando VII, cuando la desesperacin pareca hacer creer a la gente que el eclipse no era solamente total, sino que retrasaba toda esperanza de luz. Del poder absoluto del monarca todava no haba llegado nada al dominio pblico; su gobierno, que haba hecho revivir la Inquisicin y que respiraba el mismo espritu, impona por primera vez el silencio a la prensa y en todas las partes a las que extenda su influencia amenazaba con extinguir toda clase de cultura. Apenas haban transcurrido cuatro aos desde la restauracin del antiguo orden de cosas en Madrid, cuando los hombres de letras ms distinguidos, que habitualmente vivan en la capital, se dolan en las prisiones o en el exil io. Menndez Valds, el primer poeta espaol de su tiempo, acababa de expirar en la miseria bajo el sol, entonces poco benevolente,

  • Introduccin

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    de Francia; Quintana, segn numerosos informes, el heredero de sus honores, estaba confinado en la fortaleza de Pamplona; Martnez de la Rosa, que despus fue puesto a la cabeza de la l iteratura de la nacin, estaba enfermo en el Pen de Vlez, en las costas de frica. Moratn languideca en Pars, mientras que en su patria sus comedias eran cubiertas de aplausos sinceros hasta por sus enemigos. El duque de Rivas, que, como en la antigua nobleza de los das ms orgullosos de la monarqua, era a la vez distinguido por las armas, las letras, el gobierno civil y la diplomacia extranjera de su pas, viva retirado en las tierras de su noble casa en Andaluca. Otros, menos ilustres y menos conocidos, se repartan un destino tambin riguroso; y si Clemencn, Navarrete y Marina podan arrastrar una tranquila existencia en la capital de la que sus amigos haban sido desterrados, sus pasos eran vigilados y su vida estaba llena de inquietud.

    Entre los hombres de letras que he conocido en Madrid, debo citar a D. Jos Antonio Conde, sabio retirado, amable, modesto, que raramente se ocupaba de acontecimientos de una fecha ms all de la poca rabe con la que ha ilustrado la historia. Aunque su carcter y sus estudios le tuvieron apartado de los problemas polticos, haba ya gustado la amargura del exil io. Reducido a una honorable pobreza, consenta sin incomodarse pasar algunas horas cada da conmigo y dirigir mis estudios sobre la l iteratura de su pas. Su encuentro fue para m una gran suerte. Lemos juntos la vieja poesa castellana que conoca mejor que la moderna y de la que tena ms analogas con sus inclinaciones y sus gustos. Me acompaaba tambin en mis excursiones para buscar los l ibros que necesitaba, cosa que no era fcil en un pas en el que las bibliotecas, en el verdadero sentido de la palabra, eran completamente desconocidas, y donde la Inquisicin y el confesonario han vuelto a menudo muy extrao el objeto de sus ms vivos deseos. Pero Conde conoca los rincones donde era necesario buscar estos libros y a los que los vendan, y es a l al que le debo los fondos de mi coleccin sobre la l iteratura espaola, coleccin que jams hubiera podido reunir sin su cooperacin. Yo le debo, pues, mucho, y aunque hace mucho tiempo que la tumba guarda a mi amigo y a sus

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    perseguidores, es un verdadero placer para m reconocer los servicios a los que jams he dejado de ser sensible.

    Despus de mi perodo de estancia en Espaa, varias circunstancias favorecieron las tentativas que hice a partir de entonces para aumentar mi biblioteca espaola. La residencia en Madrid de mi querido amigo Alexandre Hill Everett, que ha representado durante varios aos a nuestro pas en la Corte espaola ocupando el mismo puesto de nuestro amigo Washington Irving, cuyo nombre es honrado igualmente a los dos lados del Atlntico aunque ms particularmente en casa de los espaoles, ha producido perdurables escritos histricos que l aadi a la historia de sus primeras hazaas, y encantadoras ficciones que puso en escena en su romntica comarca. Todas estas felices circunstancias han contribuido naturalmente a facil itarme una coleccin de libros que poda producir la benevolencia de personas situadas en posiciones tan distinguidas, y el deseo de recobrar entre sus compatriotas el conocimiento de una literatura objeto de su amor y de sus estudios.

    Es tambin un deber para m, al tiempo que un placer, testimoniar aqu mi agradecimiento a otras dos personas que no estn aqu sin merecimiento. Dos hombres de Estado, dos escritores. El primero es O. Rich, antiguo cnsul de los Estados Unidos en Espaa, distinguido bigrafo al que W. Irving y Will iam H. Prescott han debido semejantes servicios y a cuya consideracin personal debo mucho, aunque menos que a su conocimiento de los libros raros y curiosos y a su xito extraordinario por coleccionarlos. El segundo es Pascual Gayangos, profesor de rabe de la Universidad Central de Madrid, ciertamente uno de los literatos ms distinguidos en la rama de estudios que cultiva, y en la que la familiaridad con todo lo que tiene alguna relacin con la l iteratura de su pas est demostrada con frecuencia en las notas de nuestra obra, al que rindo un testimonio incontestable. Yo he tenido, durante numerosos aos reuniones constantes con el primero de estos dos personajes, y he recibido de l numerosas y preciosas contribuciones de libros y manuscritos reunidos en mi biblioteca, tanto de Espaa como de Inglaterra y de Francia. Con el otro, a quien no debo ms que amabilidades,

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    he estado personalmente unido tantas cuantas veces he venido a Europa, en el perodo 1835 a 1838, para poder procurarme el conocimiento de los literatos distinguidos como l y para consultar a los dems, no solamente en las bibliotecas pblicas del continente sino en las ricas colecciones particulares como las de lord Holland en Inglaterra, M. Ternaux Compans en Francia, adems de la de mi respetable amigo Tieck en Alemania, depsitos que me han sido accesibles gracias a la franqueza y amabilidad de sus propietarios.

    El resultado natural de un continuo inters por la l iteratura espaola y de tan agradables motivos para estudiarla, ha sido un libro, lo digo con la idea de atenuar mi aventura y de excusarme a m mismo. En el intervalo de tiempo que ha separado mis dos viajes a Europa, he pronunciado una serie de lecciones sobre los principales puntos de la l iteratura espaola en mis clases en el colegio de Harvard. A la vuelta de mi segundo viaje tom la decisin de recopilar estas lecciones con el fin de publicarlas, pero, despus de haber consagrado mucho tiempo y trabajo, he encontrado, o he credo encontrar, que el tono de la discusin adoptada en mis lecciones acadmicas no era el que se propone en una historia normal. Destru pues todo lo que haba escrito y comenc de nuevo la tarea, sin que fuera una contrariedad para m, en la que la preparacin ha ayudado a la obra, obra que es un poco el producto de mi proyecto primitivo, pero que abraza siempre la misma idea con ms conocimientos.

    En la correccin de mi manuscrito, antes de darle a la prensa, he aprovechado los consejos de dos de mis ms ntimos amigos, Franoise C. Gray, un literato que deba permitir al pblico aprovecharse, ms de lo que hace, de los grandes recursos de su rara y delicada erudicin, y de Will iam H. Prescott, el historiador de dos hemisferios cuyo nombre no ser olvidado ni en uno ni en el otro, pero cuyos honores sern siempre ms apreciados por los que conocen mejor las pruebas por las que los ha obtenido, y cuya modestia y amabilidad les ha acompaado.

    A estos amigos sinceros, cuya inalterable estima ha llenado de delicias todos los aos activos de mi vida, les diri jo los

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    testimonios de mi ms vivo reconocimiento en el momento en el que me separo de una obra a la que todos han aportado un verdadero inters, y que a todas partes donde llegue derramar desde sus pginas las pruebas tcitas de su amistad y de su buen gusto.

    Park Street, BOSTON, 1849

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  • HISTORIA DE LA

    LITERATURA ESPAOLA

    PRIMER PERODO

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    CAPTULO I

    Div isin del objetiv o de este libro. Origen de la literatura espaola en tiempos difciles.

    n los primeros momentos de cualquier l iteratura que ha reivindicado para ella un carcter permanente en la Europa moderna, una gran parte de los elementos

    constitutivos es el resultado de su situacin local y de sus circunstancias, en apariencia, accidentales. Luego, como en la Provenza donde el clima es tan suave, el sol tan abundante, brota con una elegancia precoz que despus es sbitamente sofocada por las influencias de la barbarie que le rodea. Finalmente, como en la Lombarda y en algunas partes de Francia, las antiguas instituciones se conservan durante largo tiempo gracias a las viejas municipalidades, que, en intervalos accidentales de paz, parece como si las antiguas formas de civil izacin pudieran volver a revivir y prevalecer. Pero esto no es ms que una dbil esperanza, que pronto hace desvanecer las violencias en medio de las que se elevan y establecen las primeras municipalidades modernas. Algunas veces, estas dos causas se combinan una con la otra y prometen la l legada de una poesa llena de frescura y originalidad; poesa que, a medida que avanza, se encuentra con un espritu ms vigoroso que el suyo cuya predominio impide a su lenguaje elevarse por encima de su condicin de dialecto local, lo que le hace fundirse con su rival ms afortunado. Es este el resultado que nosotros reconocemos igualmente, gracias a Dios, en Sicil ia, Npoles y Venecia, donde la autoridad de los grandes maestros de la Toscana era reconocida por primera vez con tanta lealtad como la que haba en Florencia o Pisa.

    Como el resto de Europa, la parte sudoeste que comprende actualmente los reinos de Espaa y Portugal, consigui sobrevivir a todas las diversas influencias. Favorecidos por la

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    bondad del clima y del sol, por los restos de la civil izacin romana que se haba prolongado por largo tiempo en las montaas, por el ardiente espritu y la pasin que han marcado a estos pueblos a travs de sus revoluciones hasta nuestros das, las primeras seales del renacimiento potico comenzaron a percibirse en la Pennsula espaola antes de encontrarlas, con sus caractersticas distintivas, en la Pennsula italiana. Pero esta literatura naciente de la Espaa moderna, en la que una parte es provenzal y el resto absolutamente castellano o espaol, aparece en tiempos difciles, cuando es absolutamente imposible que avance franca y rpidamente hacia las formas a las que finalmente estaba destinada a volver. En efecto, los numerosos cristianos espaoles repartidos entre los separados estados en los que desgraciadamente estaba dividido su pas, estaban empeados en las terribles luchas contra los invasores rabes, luchas que les hicieron consumir sus fuerzas durante veinte generaciones, hasta que la cruz fue plantada en las torres de la Alhambra y la paz les proporcion los medios con los que embellecer su vida. Luego, Dante, Petrarca y Boccaccio aparecieron en la Lombarda y en la Toscana, en medio de una relativa tranquilidad, e Italia recuper su lugar acostumbrado a la cabeza de la elegante literatura del mundo.

    Nada tan asombroso como que en medio de semejantes circunstancias, un gran nmero de estos espaoles comprometidos por tanto tiempo en estas autnticas luchas, como los jvenes perdidos del cristianismo contra la invasin del mahometismo5 y de su tosca civil izacin europea, que estos espaoles que, en medio de todos sus sufrimientos, haban visto siempre a Roma como la sede principal de su fe, para extraer de all consuelo y fuerzas, no titubearan en reconocer la supremaca de Italia, supremaca que en tiempos del Imperio haba obtenido la obediencia ms completa. La continuacin fue de forma natural con la constitucin de una escuela basada en los modelos italianos. Pero, aunque el rico

    5 August-Wihelm von Schegel, Ueber dramatische Kunst, Heidelberg, 1811, tamao 8.o, cap. XIV

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    genio y la originalidad de la poesa espaola haban recibido menos de esta ltima influencia de lo que yo haba pensado, sus efectos fueron muy importantes desde el momento de su primera aparicin, y muy distintos para dejarlos pasar en silencio.

    En consecuencia, creemos que se pueden hacer dos divisiones de este perodo en el que se desarrolla la historia de la l iteratura espaola. La primera comprende la poesa y la prosa verdaderamente nacionales, producidas a partir de los tiempos primitivos hasta el reinado de Carlos V; la segunda ocupa todo el tiempo en el que a intervalos, la imitacin de la elegancia provenzal o italiana hace alejar, ms o menos, la l iteratura espaola del espritu y del genio de la nacin. Juntas estas dos partes constituyen un perodo en el que los elementos importantes y caractersticos de la l iteratura espaola se manifiestan con los desarrollos que han tenido hasta nuestros das.

    En la primera divisin de este perodo, hemos considerado el origen y las caractersticas de esta literatura que brota, en efecto, del suelo mismo de Espaa y que est casi completamente exenta de toda influencia extranjera.

    Pero sin duda, aqu nos encontramos con un hecho destacable que anuncia, de cualquier modo, algo de la caracterstica de esta literatura naciente: es el hecho de su aparicin en medio de un tiempo de problemas y violencia. En efecto, en otras partes de Europa, durante los problemas desastrosos que acompaaron a la ruina del imperio romano y de la civil izacin, y el establecimiento de las nuevas formas del orden social, si la inspiracin potica llega a algo es en los perodos felices de reposo y de tranquilidad relativa, cuando el pensamiento del hombre est menos ocupado que de ordinario por la necesidad de velar por su seguridad personal y de proveerse de sus deseos fsicos ms apremiantes. Pero as no fue como sucedi en Espaa. En Espaa, la primera expresin de este sentimiento popular que fue el origen de la l iteratura nacional, se hizo or en medio de la lucha extraordinaria que los cristianos sostuvieron durante ms de siete siglos contra los moros invasores. De esta forma, los primeros acentos de la poesa espaola bril laron como el

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    arranque de esta energa y de este herosmo que, en el momento de su aparicin, exigan a la mayor parte de los cristianos espaoles ir de un lado a otro de la Pennsula.

    En efecto, si consideramos el estado de Espaa durante los siglos que precedieron y acompaaron a la formacin de su lengua y poesa actuales, encontraremos los datos histricos llenos de enseanzas. En el ao 711, Rodrigo arriesg temerariamente el destino de su imperio godo y cristiano en el resultado de una sola batalla contra los rabes que, desde frica dirigan su marcha hacia la parte meridional de Europa para forzar su entrada. Rodrigo sucumbi, y el feroz entusiasmo que caracteriza la primera poca de la fuerza mahometana acab casi inmediatamente con la conquista de toda esta comarca, que fue el digno precio de la victoria. De todas formas los cristianos, aunque vencidos, no lo estaban completamente. Todo lo contrario, un gran nmero de ellos, huyendo ante el furioso ataque de sus enemigos, vino a establecerse en el extremo noroeste de su pas natal, entre las montaas y en las fortalezas de Vizcaya y de Asturias. All se perdi definitivamente la pureza de la lengua latina que haban hablado durante varios siglos; dejaron de cultivarla y esta negligencia fue una consecuencia de la miseria que les oprima. De todas formas, animados por el espritu que durante tanto tiempo haba sostenido a sus ancestros contra la fuerza de Roma y que condujo a sus descendientes a sostener una lucha no menos feroz contra el poder de Francia, conservaron con una constancia destacable sus antiguas costumbres, sus opiniones, su religin, sus leyes y sus instituciones. Divididos por un odio implacable hacia los moros invasores, fueron lanzados all, en medio de estas rudas montaas, los fundamentos de su carcter nacional, de se carcter que han mantenido hasta nuestros tiempos6. 6 Agustn Thierry describi de forma muy elegante y en pocas palabras la fusin de la sociedad que primitivamente se estableci al nordeste de Espaa y que fue la base de la civilizacin del pas: Encerrados en una esquina de tierra, transformada por ellos en toda la patria, godos y romanos, vencedores y vencidos, extranjeros e indgenas, amos y esclavos, todos unidos en la misma desgracia, olvidaron sus viejas rencillas, sus viejos alejamientos, sus viejas distinciones. No

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    All se engrandecieron poco a poco en la escuela de la adversidad y al comprender las dbiles ventajas que su situacin poda procurarles, comenzaron a hacer incursiones en los territorios de sus conquistadores y a reconquistar una parte de las hermosas tierras que antes les haban pertenecido. Pero cada pedazo de tierra era defendido con el mismo ardor y coraje con el que haba sido primitivamente conquistado. A pesar de todo, los cristianos, inicialmente vencidos, obtenan algo por cada una de sus cuantiosas derrotas. Pero lo que ganaban no lo conservaban si no era con el valor y la fuerza militar, y esta conservacin no les costaba menos trabajo que su reconquista. En el ao 801 los encontramos poseedores ya de una parte considerable de Castil la la Vieja, y este mismo nombre, dado a esta comarca a causa de la gran cantidad de castil los fortaleza de los que estaba sembrada, prueba plenamente la contradiccin a la que fueron reducidos los cristianos de las montaas para conservar estos primeros frutos de su coraje y de su constancia7. Un siglo ms tarde, en 914, posean ya la avanzada de sus conquistas en la sierra de Guadarrama, cadena montaosa que separa Castil la la Nueva de Castil la la Vieja. En esta fecha se ve como ya haban puesto un pie firme en su propia patria, en la que establecieron la capital.

    En ese momento los cristianos parecieron comprender que el resultado final estaba asegurado. En 1085, Toledo, la venerable cabeza de la vieja monarqua, fue arrancada a los moros que la haban posedo durante trescientos sesenta y tres aos. En 1118 Zaragoza fue conquistada, de suerte que a comienzos del siglo XII, toda la pennsula hasta la sierra de Toledo fue de nuevo ocupada por sus primeros dueos, quedando los moros reducidos a las provincias del medioda y del sur, por las que haban entrado. De todas formas, la fuerza musulmana, aunque reducida a estrechos lmites que apenas comprendan poco ms de un tercio de la extensin que tena haba nada ms que un nombre, que un Estado, que una lengua, todos fueron iguales en este exilio. Dix ans dtudes historiques. Pars, 1836, tamao 8.o, p. 346. 7 Manuel Rico, La Castilla y el ms famoso castellano. Madrid, 1792, tamao 4.o, pp. 14-18.

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    cuando estaba en todo su esplendor, pareca estar ms bien consolidada que perturbada. Despus de tres siglos de victorias, hubo todava ms de otros tres de lucha, antes de que la cada de Granada librara definitivamente a toda Espaa de la dominacin maldita de sus infieles conquistadores.

    Es en medio de estas dolorosas luchas y en una poca en la que los cristianos no estaban menos divididos por sus discordias intestinas que otros exasperados por la guerra comn contra el enemigo comn, cuando los elementos de la lengua y de la poesa espaola se desarrollan por primera vez con el carcter que an hoy en da conservan. Y precisamente es la toma de Zaragoza, toma que asegurar a los cristianos la posesin de toda la parte oriental de Espaa, y el momento de su gran victoria en los llanos de Tolosa, victoria que estremeci totalmente al poder musulmn que no se recobr jams despus de toda la gloria de su esplendor primitivo8; es 8 Al hablar de esta decisiva batalla, y no analizar, como hace siempre, nada ms que a los autores rabes, Conde se expresa as: Esta espantosa derrota lleg un lunes, el da quince del mes ltimo del ao 609 (1212 d. C.), y por ella cay la fuerza de los musulmanes en Espaa, pues, despus de ella, nada les sali bien. (Historia de la dominacin de los rabes en Espaa. Madrid, 1820, tamao 4.o, tom. II, p. 425). Gayangos, en su libro, ms erudito y ms favorable a los rabes, Las Dinastas mahometanas en Espaa, Londres, 1843, tamao 4.o, vol. II, p. 323, da cuenta del mismo hecho. Los historiadores espaoles lo pintan, por consiguiente, con mucha ms energa. Juan de Mariana, por ejemplo, ve el resultado de la batalla como una cosa del todo sobrehumana. Historia general de Espaa, 14 edicin, Madrid, 1780, tamao folio, lib. XI, c. XXIV.

    J. A. Conde dice, en la copia que tiene el traductor J. M. Arias de la Historia de la Dominacin de los rabes en Espaa, Facsmil. Marn y Compaa, Editores, Madrid 1875, Cap. LV, Batalla de Alacb.: F ue e s ta e sp a nto sa de rro ta lune s quince de Sa b e r de l ao se i scie nto s nue ve ( 1212) , y co n e l la de ca y la p o te ncia de lo s M usl ime s e n E sp a a , p ue s no le s sa l i na da b ie n de sp u s de e l la : y lo s e ne migo s la e nse o re a ro n y o cup a ro n ca so to da , s i no lo re me dia ra e n p a r te e l p a sa je de Amir Amuminin Ab uJa cub Juze f , e l l la ma do Almo sta ns i r , hi jo de e s te Ana s ir Ab e n Ja co b Alma nzo r b e n Ab de lha c, que Dio s ha ya mise r ico rd ia de l ,

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    precisamente en este siglo de confusin y violencia, en el que las poblaciones cristianas de este pas estuvieron constantemente armadas para el combate, segn dice un antiguo cronista, cuando tenemos conocimiento de los primeros indicios de su poesa nacional, cuando llegan hasta nuestras reyertas y sus gritos de guerra respiran el fuego mismo de sus victorias9.

    que re s ta b le ci la s co sa s y le va nt lo s Almina re s , y co nquis t t ie rra s de lo s inf ie le s y lo s so juzg .

    Cua ndo Al fo nso ( VIII) , ma ld ga le Al , a ca b ta n ve nturo sa me nte la b a ta l la de Ala c b ( de L a s N a va s de To lo sa ) p a s co n su ge nte victo r io sa a M e dina b e da , y la e ntr p o r fue rza de a rma s, y no de j e n e l la M usl im a vida chico ni gra nde , y de sp u s e n lo suce s ivo se fue a p o de ra ndo de o tra s t ie rra s una s e n p o s de o tra s , y se a p o de r de to da s la s p r incip a le s ciuda de s s in que da r e n ma no s de lo s M usl ine s s ino una p e que a p a r te , y e s ta p e r turb a da de co ntinua s de sa ve ne ncia s ha s ta que Dio s la p uso e n ma no s de lo s R e ye s que a s i s tie ro n a la b a ta l la de Ala c b , y e ntra ro n e n b e da , no que d uno de e l lo s e n a qu l a o , que to do s mur ie ro n de ma la mue r te . 9 Y en este tiempo, dice la Crnica general de Espaa, Zamora, 1541, fol. p. 275, se haca la guerra cruel a los moros, de manera que los reyes, los condes y los nobles, y todos los caballeros que se engrean de la profesin de las armas, ponan los caballos en las habitaciones en las que tenan sus camas y en las que habitaban con sus mujeres, a fin de que al or el grito de guerra encontrasen las armas y los caballos preparados y pudieran montarlos y partir sin demora Estos duros y rudos preparativos, dice Martnez de la Rosa en su graciosa novela de Isabel de Sols, preludio de tantas glorias y de la conquista del mundo, cuando nuestros ancestros abrumados bajo el arns, y con la espada siempre al costado, no durmieron en paz ni una sola noche durante ocho siglos. Doa Isabel de Sols, reina de Granada, novela histrica, Madrid, 1839, in-8o, parte 11, c. XV. (Vase Notas y Adiciones, p. 656).

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    CAPTULO II

    Primera aparicin del espaol como lengua escrita. El Poema del Mo Cid. Su hroe, su tema, su lengua, su v ersificacin. Historia del poema. Su carcter. Santa Mara Egipcaca. La Adoracin de los tres Reyes. Berceo, el primer poeta castellano conocido. Sus obras y su v ersificacin. Su Vida de Santo Domingo de Silos. Su libro Los milagros de la Virgen.

    l documento ms antiguo al que en lengua espaola se le puede asignar una fecha cierta es el de la confirmacin dada por Alfonso VII en Asturias10, en el ao 1155, a la

    Carta-Puebla de vila11. Este documento es importante, no slo porque muestra el nuevo idioma al desgajarse de un latn corrompido, poco o nada alterado por la influencia del rabe extendido por las provincias meridionales, sino porque todava se le ve como uno de los ms antiguos documentos de la lengua espaola escrita, y que no se puede suponer con justa razn que esta lengua haya existido bajo la forma escrita, la quinientos aos antes.

    A qu poca se remonta la aparicin de la poesa en este dialecto espaol, o como se le l lama ms a menudo, castellano, es algo que no se puede establecer con precisin, pero hemos de reconocer que se pueden encontrar vestigios de versos castellanos en un perodo prximo a la fecha del documento de vila. Un hecho destacable, el que estos

    10 Vase el Apndice A sobre la historia de la lengua espaola, p. 490. 11 Una carta-puebla es una carta de reparto de tierras, impuestos y los privilegios. (El DRAE, vigsima edicin, 1984, incluye carta puebla como Diploma en que se contiene el reparto de tierras y derechos que se concedan a los nuevos pobladores del sitio o paraje en que se fundaba un pueblo (Nota del traductor J. M. Arias.)

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    vestigios apareciesen en dos obras igualmente largas e interesantes una y la otra. En efecto, aunque las baladas y las otras formas de poesa popular, que marcan indistintamente los principios de casi todas las dems literaturas, abundan tambin en Espaa, no tenemos por qu recurrir al comienzo de nuestra bsqueda, ya que dos monumentos de importancia decisiva se presentan a la vez.

    El primero de estos monumentos por el tiempo y primero tambin por su importancia, es el poema vulgarmente llamado, con su simplicidad primitiva y su tendencia, Poema del Cid. Se compone de tres mil versos, aproximadamente, y no parece haber sido escrito antes del ao 1200. El tema, como su nombre implica, est sacado de las aventuras del Cid, este gran hroe popular de la poca caballeresca de Espaa: las costumbres y los sentimientos concuerdan admirablemente con la lucha entre los moros y los cristianos, en la cual, el Cid tom parte importante, y en la que la violencia no haba disminuido hasta la poca en la que fue escrito el poema, por lo que se encuentra por todas partes el colorido y el carcter nacional12.

    12 La fecha del nico manuscrito del poema del Cid se encuentra en estas palabras: Per Abbat le escribi en el mes de Mayo, en era de Mil e CC XLV aos. Aqu hay un espacio que resulta de una raspadura entre la segunda C y la X, espacio que ha suscitado la pregunta de saber si la raspadura fue obra del copista que se haba equivocado al poner accidentalmente una letra de ms, o si es un tachn posterior que haba olvidado rellenar, y si por rellenarlo puso una e donde deba haber puesto una C, en una palabra si el manuscrito debera estar fechado en 1245 o en 1345. (Snchez, Poesas anteriores, Madrid, 1779, 8.o, tom. 1., p. 221). Este ao 1245 de la era espaola, de acuerdo con el clculo del tiempo ordinariamente observado en los viejos anales espaoles, corresponde a nuestro ao 1207 d. C.- De esta diferencia de treinta y ocho aos, se encuentra razn en una nota de la Crnica del Cid de Southey (Londres, 1808, 4o, p. 385), sin que sea obligado buscar en fuentes ms eruditas.

    La fecha del poema mismo es, no obstante, una cuestin bien diferente de la del manuscrito particular que es una copia. Las palabras Per Abbat se refieren sencillamente al copista, cuyo nombre era Peter Abbat o Peter lAbbat (Risco, Castilla, p.68). En cuanto a la pregunta importante, pienso que la cuestin de la edad del poema mismo, no se

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    puede decidir nada ms que por el estudio intrnseco del estilo y de la lengua. Dos pasajes, los versos 3014 y 3745, se citan (Risco, p.69, Southey, su Crnica, nota de la p.282) para probar histricamente la fecha; pero despus de todo no demuestra nada ms que una cosa y es que fue escrito con posterioridad al ao 1135. (Huber, Geschichte des Cid, Bremen, 1829, 12o, p.29). Este punto es difcil de resolver, y nada mejor que consultar a los autores expertos del pas. Entre ellos, Snchez la sita hacia el ao 1150, es decir medio siglo despus de la muerte del Cid (Poesas anteriores, tom. 1., p.223), Capmany (Elocuencia espaola, Madrid, 1786, 8.o, tom.1., p.1) adopta su opinin. Marina, cuya opinin tiene un gran peso, la fija treinta o cuarenta aos antes de Berceo, que escribi de 1220 a 1240 (Memorias de la Academia de la Historia, tom. IV, 1805, ensayo, p.34). Los editores de la traduccin espaola de Bouterwek (Madrid, 1829, 8o, tom. 1, p.112), que dan un facsmil del manuscrito, estn de acuerdo, con Snchez y Huber (Gesch. der Cid, Worwort, p.27). A estas opiniones nosotros aadimos la de Fernando Wolf, de Viena (Jahrbcher der Literatur, Viena, 1831, cap. LVI, p.251), quien, como Huber, es uno de los sabios contemporneos ms versados en todo lo que se refiere a la literatura espaola de la Edad Media, y que pone como fecha del poema del Cid entre 1140 y 1160. Podramos citar otras opiniones, puesto que la cuestin ha sido discutida durante mucho tiempo, pero los juicios de los eruditos que ya hemos citado, juicios formados en diversos momentos en el curso de la mitad del siglo que vio la primera publicacin del poema, no permiten dudar de forma razonable que el poema no haya sido compuesto hacia el ao 1200.

    El nombre de Southey que hemos introducido en la nota, es el nombre de un personaje que siempre es citado con gran respeto por todos los que se dedican con inters al estudio de la literatura espaola. Aprovechando del hecho de que su to, el reverendo Herbert Hill, un sabio y un excelente industrial, estaba unido a la factora inglesa de Lisboa, Southey visita Espaa y Portugal en 1795-96. Por aqul entonces tena la edad de veintids aos. A la vuelta a su patria escribi el relato de su viaje en 1797; este libro curioso, escrito con claridad, con la singularidad del ingls pintoresco que distingue siempre su estilo, contiene un nmero considerable de traducciones del espaol y del portugus y fue compuesto con una audaz libertad ms que con una escrupulosa exactitud. Desde entonces, Southey jams perdi de vista a Espaa ni a Portugal, ni la literatura espaola o la portu