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El tema de la hostilidad entre hermanos es uno de los más complicados, puedo imaginarme, a que se enfrentan los padres en el trato con sus hijos. Pensar en que los hijos, esos seres a los que se da la vida y que se procuran por igual, alberguen deseos destructivos entre ellos, ha de ser algo nada sencillo de procesar. No obstante, y por más complicado que resulte, el surgimiento de esta atmósfera de encono es fácilmente observable. Hace algunos meses, una médico, compañera de trabajo, se acercó a mí para comentarme que estaba preocupada por su hijo mayor. El pequeño tenía tres años y parecía ir bien todo con él; sólo que, desde hacía algunos días, había empezado a mostrar un comportamiento diferente: reñía en la escuela, se había vuelto desobediente con sus padres y había dejado de controlar esfínteres. Cuando me explican que el comportamiento de un niño cambia de este modo, la pregunta que hago generalmente (ya sea a los padres o a los propios niños que atiendo) es si ha nacido, recientemente, algún hermanito o bebé cercano al niño. Casi siempre resulta que sí. Lo único que recomendé a la médico fue que le hiciera saber a su hijo mayor que ella y su esposo sabían que estaba enojado, que entendían que lo estuviera, que podía estarlo; pero que no podían permitir que dañara a su hermano. Además, en estos casos, es muy importante hacer énfasis en que los logros del hijo mayor también son valorados, que él mismo lo es. Pocos días después me dijo que todo iba mejor. Los niños elaboran, con los recursos que tienen, las complicaciones que se les van presentando. En otra ocasión, un niño (éste sí era mi paciente), fue llevado a consulta porque su comportamiento agresivo había llegado a tal grado, que la escuela había puesto como requisito, para aceptarlo en el siguiente ciclo, que “fuera al psicólogo.” (Una reacción bastante violenta frente a la violencia del niño). Tuve oportunidad de verlo durante pocas sesiones. No obstante, en la última (ninguno de los dos sabíamos que lo era), platicamos bastante sobre su comportamiento violento, sobre cuánto le gustaba que sus compañeros le tuvieran miedo, y cómo llevaba a cabo sus agresiones. Era hijo único, pero recientemente había nacido un “primito” suyo en la casa en donde vivían varios miembros de la familia. No hubo tiempo de explorar más porque el tratamiento fue interrumpido, pero había fuertes indicios de que este evento (el nacimiento de su primo en un contexto tan próximo), jugaba importantemente para el surgimiento de esta conducta. Lo más significativo para pensar de este modo, sin duda, fue cuando, al explicarme cómo agredía a sus compañeros me dijo: “los correteo y cuando los alcanzo, me gusta pegarles aquí”, y señalaba la panza en su cuerpo, curiosamente el área del vientre. Hasta el próximo jueves. Psic. Juan José Ricárdez.

Hostilidad entre hermanos, dos casos de elaboración del conflicto (9 de agosto de 2013)

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Page 1: Hostilidad entre hermanos, dos casos de elaboración del conflicto (9 de agosto de 2013)

El tema de la hostilidad entre hermanos es uno de los más complicados, puedo imaginarme, a que

se enfrentan los padres en el trato con sus hijos. Pensar en que los hijos, esos seres a los que se da

la vida y que se procuran por igual, alberguen deseos destructivos entre ellos, ha de ser algo nada

sencillo de procesar. No obstante, y por más complicado que resulte, el surgimiento de esta

atmósfera de encono es fácilmente observable.

Hace algunos meses, una médico, compañera de trabajo, se acercó a mí para comentarme que

estaba preocupada por su hijo mayor. El pequeño tenía tres años y parecía ir bien todo con él; sólo

que, desde hacía algunos días, había empezado a mostrar un comportamiento diferente: reñía en

la escuela, se había vuelto desobediente con sus padres y había dejado de controlar esfínteres.

Cuando me explican que el comportamiento de un niño cambia de este modo, la pregunta que

hago generalmente (ya sea a los padres o a los propios niños que atiendo) es si ha nacido,

recientemente, algún hermanito o bebé cercano al niño. Casi siempre resulta que sí. Lo único que

recomendé a la médico fue que le hiciera saber a su hijo mayor que ella y su esposo sabían que

estaba enojado, que entendían que lo estuviera, que podía estarlo; pero que no podían permitir

que dañara a su hermano. Además, en estos casos, es muy importante hacer énfasis en que los

logros del hijo mayor también son valorados, que él mismo lo es.

Pocos días después me dijo que todo iba mejor.

Los niños elaboran, con los recursos que tienen, las complicaciones que se les van presentando. En

otra ocasión, un niño (éste sí era mi paciente), fue llevado a consulta porque su comportamiento

agresivo había llegado a tal grado, que la escuela había puesto como requisito, para aceptarlo en

el siguiente ciclo, que “fuera al psicólogo.” (Una reacción bastante violenta frente a la violencia del

niño). Tuve oportunidad de verlo durante pocas sesiones. No obstante, en la última (ninguno de

los dos sabíamos que lo era), platicamos bastante sobre su comportamiento violento, sobre

cuánto le gustaba que sus compañeros le tuvieran miedo, y cómo llevaba a cabo sus agresiones.

Era hijo único, pero recientemente había nacido un “primito” suyo en la casa en donde vivían

varios miembros de la familia.

No hubo tiempo de explorar más porque el tratamiento fue interrumpido, pero había fuertes

indicios de que este evento (el nacimiento de su primo en un contexto tan próximo), jugaba

importantemente para el surgimiento de esta conducta. Lo más significativo para pensar de este

modo, sin duda, fue cuando, al explicarme cómo agredía a sus compañeros me dijo: “los correteo

y cuando los alcanzo, me gusta pegarles aquí”, y señalaba la panza en su cuerpo, curiosamente el

área del vientre.

Hasta el próximo jueves.

Psic. Juan José Ricárdez.