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Hoy Invita La Güera Comedia anti histórica, en tres actos de Federico S. Inclán Esta Güera de la Guerra de los Pasteles no es la "Güera Rodríguez". Es otra. Ésta es primordialmente teatral y esencialmente extra histórica. PERSONAJES LA GÜERA FRANCISCO, lacayo al servicio de la Güera JUVENTINO, mayordomo de la Güera ANÍBAL, enamorado de la Güera CANÓNIGO, amigo Íntimo de la casa MARQUÉS, otro amigo íntimo TEÓFILO PRADO, testigo involuntario CRISPÍN BASURTO, otro testigo involuntario DOÑA CHOLE, cuñada indignada NANA, sirvienta DOCTOR HUERTA, médico DON CELSO DON AMADEO, un notario que anda mal en historia SANTA ANNA, ex presidente que se cree un Napoleón DOÑA LAURITA, mamá de Wilfrido WILFRIDO, hijo de doña Laurita DOÑA ANITA, mamá de Lolita LOLITA, hija casadera de doña Anita ESCALÓN, un banquero

Hoy invita la Güera Original

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Hoy Invita La Güera

Comedia anti histórica, en tres actos de Federico S. Inclán

Esta Güera de la Guerra de los Pasteles no es la "Güera Rodríguez". Es otra. Ésta es primordialmente teatral y esencialmente extra histórica.

PERSONAJES

LA GÜERA

FRANCISCO, lacayo al servicio de la Güera

JUVENTINO, mayordomo de la Güera

ANÍBAL, enamorado de la Güera

CANÓNIGO, amigo Íntimo de la casa

MARQUÉS, otro amigo íntimo

TEÓFILO PRADO, testigo involuntario

CRISPÍN BASURTO, otro testigo involuntario

DOÑA CHOLE, cuñada indignada

NANA, sirvienta

DOCTOR HUERTA, médico

DON CELSO

DON AMADEO, un notario que anda mal en historia

SANTA ANNA, ex presidente que se cree un Napoleón

DOÑA LAURITA, mamá de Wilfrido

WILFRIDO, hijo de doña Laurita

DOÑA ANITA, mamá de Lolita

LOLITA, hija casadera de doña Anita

ESCALÓN, un banquero

DON DIMAS, historiador y ministro

PRÍNCIPE, una alteza real que viene a cobrar los pasteles

EMBAJADOR, un tal señor W.

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EMBAJADORA, señora W.

DOS DRAGONES

UNA DONCELLA

CARGADOR 1

CARGADOR 2

ACTO PRIMERO

(Al levantarse el telón no hay ningún personaje en escena. Transcurren unos segundos y se oye llamar a la puerta de la calle, apareciendo entonces

Francisco, el lacayo, que atraviesa el hall para abrir. Detrás de Francisco entra Juventino, el mayordomo, acabando de abrocharse la americana y

arreglándose la corbata. Casi en seguida Francisco regresa de abrir la puerta y se hace a un lado para franquearle la entrada a Aníbal de los Olmos.)

ANÍBAL.- (Entrando y viendo a Juventino se dirige a él y se inclina respetuosamente.) ¿Con quién tengo el honor?

JUVENTINO.- (Inclinándose a su vez.) Con el mayordomo.

ANÍBAL.- (Reaccionando.) Ah... Dispense...

JUVENTINO.- (Todo respeto.) El señor manda...

ANÍBAL.- Yo, desde luego, no soy de aquí...

JUVENTINO.- Desde luego...

ANÍBAL.- No hace mucho que llegué a la capital...

JUVENTINO.- Claro...

ANÍBAL.- (Molesto y cambiando de actitud.) ¿Me anuncia ahora a la señora?

JUVENTINO.- A las órdenes del señor... y ¿a quién he de anunciar?

ANÍBAL.- ¡A don Aníbal de los Olmos!

JUVENTINO.- Realmente no sé si la señora a estas horas...

ANÍBAL.- ¿Cómo que no sabe usted? (Saca un sobre y se lo muestra a Juventino.) ¿Reconoce esta letra? La señora me espera. Escuche: (Leyendo.) "Caballero: Requiero su presencia lo más pronto posible. Venga volando..." y aquí estoy.

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JUVENTINO.- Dispénseme el señor; eso ya es distinto. Anunciaré al señor en seguida... (Sale por la puerta del comedor.)

(Aníbal aprovecha el tiempo para admirar a sus anchas el lujo a su alrededor. De pronto descubre el retrato de la Güera y Se queda parado como

extasiado. Tan concentrado está en la contemplación del retrato que no advierte la entrada de la Güera Rodríguez.)

GÜERA.- (Después de unos segundos durante los cuales observa sonriente al distraído visitante.) ¿Le gusta mi retrato?

ANÍBAL.- (Volviendo sobresaltado y con la expresión de máxima sorpresa.) Señora...

GÜERA.- (Toda amabilidad.) Buenos días, señor De los Olmos... (Le extiende la mano que Aníbal se apresura a tomar y besar varias veces.) Señor... (Coqueta.) Con un beso es suficiente... (Retira su mano.) ¿Recibió usted mi recado?

ANÍBAL.- Sí señora y me apresuré...

GÜERA.- Ya lo veo... Pero ante todo le debo a usted una explicación; yo no acostumbro dirigirme a un desconocido...

ANÍBAL.- Señora...

GÜERA.- Y menos a uno que, como usted, me come con los ojos en el teatro, en el paseo y donde quiera que me ve.

ANÍBAL.- (Con la mano sobre el corazón.) Ay, señora, ¿tiene el hierro la culpa de que lo atraiga el imán?

GÜERA.- Oh, qué hermoso pensamiento. ¿Es original?... (Toma asiento y le indica a su visitante una silla.)

ANÍBAL.- No lo sé... (Se sienta.) Pero en todo caso yo soy el hierro cada vez que la veo a usted.

GÜERA.- Veo que la galantería es parte integrante de su persona y debo cuidarme... (Sonriendo coqueta.) No vaya yo a interpretar sus sentimientos al pie de la letra.

ANÍBAL.- ¡Ay, si usted lo hiciera! Yo... yo soy su esclavo desde que la vi por vez primera...

GÜERA.- ¡Caballero!

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ANÍBAL.- No me riña, se lo ruego. Pero hoy al recibir su recado me he visto colmado de la dicha más íntima y mis plegarias han sido escuchadas. ¡Hoy le he hablado! (Dramático.) Ya puedo morir...

GÜERA.- (Entre seria y burlona.) Señor De los Olmos, sus palabras me conmueven... (Con un suspiro.) Y le confieso: en este momento no quisiera ser la pobre viuda que soy; en cambio, quisiera ser joven...

ANÍBAL.- ¡Pero si usted es la juventud, señora! ¿Cuándo envejece la mañana y cuándo deja de ser bella la primavera? La una y la otra se repiten eternamente. ¡Como usted!

GÜERA.- (Meditativa.) No estoy muy segura de que lo que me acaba de decir sea un cumplido... ¿Conque yo me repito?

ANÍBAL.- Como la mañana; como la primavera...

GÜERA.- (Volviendo a sonreír.) ¡Que tampoco tienen edad! Como yo. Y desde este momento le prohíbo indagar la edad que tengo. ¿Sabe usted? En esta casa hacemos la historia a nuestra manera y lo menos que nos importa son las fechas. Tan fastidiosas, ¿verdad?

ANÍBAL.- Insufribles. Yo nunca pude con ellas.

GÜERA.- (Amable.) Veo que nos entendemos y que seremos muy buenos amigos, ¿quiere?

ANÍBAL.- (Poniéndose de rodillas y besando la mano de la Güera.) Me colma usted de felicidad, señora... (Quiere volverle a besar la mano.)

GÜERA.- (Retirando su mano.) De pie, caballero. Éste no es el sitio ni es la hora...

ANÍBAL.- (Incorporándose.) ¿No?

GÜERA.- No... Además tenemos que hablar usted y yo.

ANÍBAL.- (Tomando asiento.) Soy todo oídos...

GÜERA.- No sé si lo sabe ya, pero yo estoy rodeada de enemigos...

ANÍBAL.- Ah...

GÜERA.- Y por cierto de enemigos muy poderosos que no descansan en buscar mi mal. Y soy una pobre viuda sola en este mundo...

ANÍBAL.- (Poniéndose de pie.) ¡No, señora! Usted tiene en mí un protector, un amigo. ¡Disponga de mí desde ahora!

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GÜERA.- ¿De veras? Oh, qué dichosa me hace usted. Y no me engañé entonces. Si esa mirada varonil y apasionada que me seguía no podía ser más que la de un hombre valiente dispuesto a todo, ¿verdad?

ANÍBAL.- A todo. Mi vida ya no me pertenece; es de usted.

GÜERA.- (Enternecida.) ¡Mi campeón!... (Reaccionando.) Pero vamos al grano.

ANÍBAL.- (Entusiasmado.) ¡Vamos!

GÜERA.- Usted viene de Acapulco, ¿no es así?

ANÍBAL.- (Asombrado.) ¿Cómo lo sabe usted?

GÜERA.- No viene al caso. Pues bien; necesita regresar y comunicarse cuanto antes con el general Álvarez. ¿Lo conoce?

ANÍBAL.- ¿Quién no conoce allí al caudillo de la guerra de nuestra independencia?

GÜERA.- Se expresa usted del general con tanto entusiasmo que me hace pensar...

ANÍBAL.- ¿Que comulgo con sus ideas? Pues sí. Señora, lo confieso (con orgullo), ¡yo soy "puro"!

GÜERA.- ¡Qué bueno! Eso simplifica mucho nuestra tarea. (Ansiosa.) Pero aquí no lo conocen, ¿verdad? ¿Y nadie sabe de sus ideas?

ANÍBAL.- Nadie aquí en la capital; aquí soy un oscuro estudiante.

GÜERA.- Mejor; muchísimo mejor... Ponga ahora mucha atención. Usted saldrá para su tierra.

ANÍBAL.- ¿Cuándo ha de ser?

GÜERA.- Hoy; ahora mismo. Y le llevará al general unos documentos... (Se pone de pie, abre un cajón secreto y le entrega a Aníbal unos sobres lacrados.) Éstos... Y está por demás que le diga que si estos papeles llegan a manos de la "conserva...

ANÍBAL.- (Tomando los documentos.) Sólo muerto me los podrán quitar.

GÜERA.- Cuídese entonces mucho. ¿Me lo promete?

ANÍBAL.- Pierda cuidado, señora; soy prudente y discreto.

GÜERA.- Preciosas cualidades que lo adornan. Caballero.

(Pausa.)

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ANÍBAL.- ¿Algo más?

GÜERA.- No, nada.

ANÍBAL.- Yo. Yo...

GÜERA.- ¿Usted?

ANÍBAL.- (Decidiéndose.) Señora, usted es viuda...

GÜERA.- Y decente. Siga.

ANÍBAL.- (Arrepentido.) Oh. Perdóneme...

GÜERA.- ¿De qué? (Pausa.) A usted le han estado contando cosas de la Güera... ¿verdad?

ANÍBAL.- Algo he sabido, sí.

GÜERA.- (Sonriendo.) Pues sólo crea la mitad de lo que oiga decir de mí. ¡La gente es tan mal pensada!

ANÍBAL.- Muy cierto...

GÜERA.- Una es mujer y ha amado... ¡Pero siempre a la buena!

ANÍBAL.- Ah...

GÜERA.- Sólo que he andado entre tanta política; conspirando aquí y mezclada en un complot por allá...

ANÍBAL.- Ah...

GÜERA.- ¡Qué quiere! Así da una de qué hablar y nada más natural el que la gente abuse y le invente a una ¡cada historia!

ANÍBAL.- Claro; nada más natural.

GÜERA.- ¿Ve? (Coqueta.) Ahora que con todo eso no quiero decir que sea yo mal agradecida; ¡porque no lo soy!

ANÍBAL.- (Esperanzado.) ¿No?

GÜERA.- y los buenos amigos que he tenido, ¡muy pocos por cierto!, nunca han tenido motivos de queja. Allí está nada menos el barón que se fue tan encantado de México y de mí, y que, ya lo sabe usted, nos ha dado fama internacional.

ANÍBAL.- Señora... yo... yo le aseguro... yo...

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GÜERA.- No siga, amigo mío, se lo ruego. Usted es tan impetuoso, tan terrible... Y antes hay que hablar; hay que entenderse... Ahora que cuando regrese...

ANÍBAL.- ¿Sí?

GÜERA.- Tendremos tiempo de conversar. Largamente. Íntimamente... (Jala de un cordón y entra Juventino al que ahora se dirige ella.) Juventino, el señor De los Olmos se marcha ahora, pero cuando regrese no lo harás esperar, pues para él yo siempre estaré en casa.

JUVENTINO.- Muy bien, señora.

ANÍBAL.- (Sobrecogido.) Me hace usted el más feliz de los mortales... (Toma la mano de la Güera y la cubre de apasionados besos.)

GÜERA.- (Sonriendo y retirando su mano.) Tres besos en la mano es lo decente.

ANÍBAL.- Ya sólo viviré para el momento de volverla a ver, señora.

GÜERA.- Adiós.

(Se aproxima de espaldas a la puerta y tropieza con Juventino. Entonces, apenado, Aníbal inicia una caravana frente al mayordomo pero se acuerda a

tiempo y sale muy estirado. Juventino lo sigue para abrirle la puerta. La Güera, que ha observado la escena entre los dos, sonríe. Regresa Juventino.)

GÜERA.- (A su mayordomo.) ¿Qué te parece mi nuevo emisario y adorador?

JUVENTINO.- Con el debido respeto, señora, pero me parece muy joven...

GÜERA.- ¿Para ser mi adorador?

JUVENTINO.- La señora sabe que yo sólo me permito darle mi humilde opinión en asuntos de política...

GÜERA.- Magnífica contestación, Juventino; como todas las tuyas. Yo siempre opiné que en ti se perdió un gran diplomático... Por lo demás, tienes razón: el señor De los Olmos es muy joven y demasiado delicada la misión que le encomendé... (Suspira.) También es cierto que abusé de su inexperiencia y de su afán de enamorado... Pero ¿qué podía hacer yo?

JUVENTINO.- Recuerde la señora que yo me permití indicarle...

GÜERA.- ¿Que tú irías a ver al general Álvarez?... ¡Como si no supiera toda la "mochitonga" que tú estás a mi servicio desde tiempos de don Agustín! A ti, Juventino, si te agarran con las manos en la masa, te fusilan.

JUVENTINO.- Morir por una causa como la nuestra es honroso.

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GÜERA.- ¿Sí? En todo caso, vivir por la causa resulta más provechoso para todos... Y yo te necesito, pues me propongo darles mucha guerra todavía... Hoy, es cierto, estamos de capa caída, pero los tiempos cambian, Juventino.

JUVENTINO.- Dios la oiga a usted, señora.

GÜERA.- (Sonriendo.) Ya no aguantas a los agiotistas, ¿verdad?

JUVENTINO.- No sólo no los aguanto porque vienen a importunarla, sino que con el perdón de la señora- ¡los detesto! Son y la señora perdone nuevamente- una equivocación de la naturaleza.

GÜERA.- ¡Bravo, Juventino! Tu odio por esa especie te ha permitido formular tres frases seguidas; para ti todo un discurso. Pues descuida... (Se interrumpe de pronto sorprendida y se queja débilmente.) ¡Ay!

JUVENTINO.- (Corriendo al lado de la Güera, que se ha dejado caer sobre el sofá.) ¡Señora!

GÜERA.- (Alzando la mano para indicarle a su mayordomo que se detenga.) No es nada... (Pero en seguida vuelve a quejarse.) Ay... (Tomando su abanico y dándose aire nerviosamente.) Sí... creo... que es mejor que le avises a la nana...

(Juventino, sin esperar más, sale de prisa por la puerta de la servidumbrey regresa a los pocos segundos con la nana. La Güera, mientras tanto, no ha

dejado de darse aire con su abanico.)

NANA.- (Alarmadísima.) ¡San Antonio bendito! ¿Qué le pasa a mi niña?

GÜERA.- (Solicitando el apoyo de la nana para ponerse de pie.) No preguntes tonterías y ayúdame... (Se pone de pie sostenida por la mujer y luego a Juventino.) No hay tiempo que perder, Juventino; que Francisco vaya por el notario... ¡Ay!... y tú, ¡lo principal! ¿Entiendes? Pero pronto, ¡corre!

JUVENTINO.- ¿Y el doctor? (Mientras la Güera, sostenida por la nana, sube la escalera, Juventino sale de prisa por la puerta de la cocina regresando casi en seguida con Francisco el lacayo. A Francisco.) ...Y a don Amadeo lo esperas y lo acompañas acá; no vaya a ser que se crea en tiempos de Apodaca...

(Mientras Juventino le da sus indicaciones a Francisco, atraviesa con él el escenario y los dos salen por la puerta de la calle. La Güera y la nana, que

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llegan al último escalón, salen por una de las puertas de la planta alta y la escena queda vacía de personajes durante unos segundos. Entran, ahora por

la puerta de la calle, Juventino, Prado y Basurto.)

JUVENTINO.- (A los dos señores.) Si sus señorías me lo permiten... (Hace una reverencia frente a los dos señores y sin esperar la licencia sube de prisa la escalera y entra al cuarto de su ama.)

PRADO.- (A don Crispín, con la expresión del que no acaba de comprender.) ¿Y esto?

BASURTO.- (Intrigado y viendo por todos lados.) No se trata de un incendio... (Aspirando el aire.) No hay humo... Puede ser un crimen; ya sabe usted que esta Güera anda en cada lío...

PRADO.- ¡Ay! Ni lo diga... Yo, yo mejor me voy...

BASURTO.- (Enérgico, deteniendo a don Teófilo Prado.) ¡Un momento, don Teófilo! ¡Es una dama la que solicita nuestra ayuda! ¿No entendió usted?

PRADO.- Una dama metida en líos es sólo un lío; y un cadáver me enferma, ¡me enferma! Yo diría...

BASURTO.- (Interrumpiendo a su amigo.) Shst... aquí viene el mayordomo...

JUVENTINO.- (Bajando de prisa las escaleras.) Por aquí, señores, si tienen la bondad, la señora los espera.

BASURTO.- (Tomando a Prado del brazo.) Vamos.

(Los dos amigos, precedidos de Juventino, suben la escalera y entran al cuarto de la Güera, al tiempo en que llaman a la puerta de la calle. Cruza la escena una doncella que va a abrir. Entra el doctor Huerta y empieza a subir

la escalera; la doncella sale por la puerta de la servidumbre. Al llegar al pasillo el doctor Huerta, se abre la puerta de las habitaciones de la Güera y aparece Juventino. Tocan en ese momento a la puerta de la calle y Juventino

baja de prisa a atender el llamado, mientras el doctor entra a ver a la enferma.)

JUVENTINO.- (Precediendo al canónigo.)...Sí, repentinamente... (Se interrumpe, pues en ese momento se asoma por el pasillo la nana.)

NANA.- (Gritando.) ¡Juventino! ¡Agua! ¡Agua caliente! (Viendo a Juventino.) Juventino. ¡Por el amor de Dios, agua!

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(La nana vuelve a salir por la puerta de la planta alta mientras Juventino sale corriendo por la puerta de la servidumbre. Regresa en seguida con una cubeta que cargan entre él y la doncella. Comienzan a salir con su carga

Juventino y la doncella cuando se escuchan fuertes e impacientes llamados a la puerta de la calle. Juventino se detiene indeciso por un segundo, pero

luego, resolviéndose, carga él solo la cubeta depositándola en el pasillo e indicando a la doncella, con una seña, que la lleve al cuarto de la señora. En seguida va a atender el llamado, que mientras tanto se ha repetido. Durante

todo este tiempo el canónigo contempla todo el movimiento con interés, pero sin intervenir en lo más mínimo. Entra el marqués, precedido por

Juventino. Este último sale por la puerta de la servidumbre.)

MARQUÉS.- (Haciendo una reverencia frente al canónigo.) Ah, mi muy estimado y respetado señor doctor don Gilberto de Contramina y Loza...

CANÓNIGO.- (Con igual reverencia frente al Marqués.) El que besa la mano del muy ilustre don Manuel Alcántara y Villamil de Fonseca, marqués de Villalpando, conde de las Vegas y Florida, adelantado de Chaleo, comendador de Azcapotzalco y escudero hereditario de su muy católica majestad... ¿Se me olvidó algo?

MARQUÉS.- (Con indiferencia.) Sólo lo de Gran Cruz de la Orden de Guadalupe, pero esa distinción es reciente y no tiene mayor importancia... Hoy adelantó usted su cotidiana visita a esta casa.

CANÓNIGO.- Lo mismo me proponía observar yo de vuecencia e iba a tomarme la libertad de indagar...

(Se interrumpe, pues en ese momento se asoma la nana desde el pasillo.)

NANA.- (Gritando.) ¡Juventino! ¡Las sales inglesas!

JUVENTINO.- (Entrando y desde la puerta de la servidumbre.) ¿Qué? ¿Para la señora?

NANA.- No, ¡para los señores!

(Sale. Mientras Juventino va por las sales, el canónigo y el marqués se interrogan mutuamente con la mirada acerca de esos "señores". Entra

Juventino con las sales y sube al tiempo que vuelve a asomarse la nana.)

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NANA.- (Alzando las manos al cielo.) Nos ha mandado una niña. ¡Bendito sea el cielo! (Sale.)

(Juventino, que se ha detenido en la escalera, se apresura a salir a su vez por la puerta de la planta alta; el canónigo lanza un pequeño silbido pero se interrumpe,

pues el marqués se ha desplomado sobre un sillón.)

MARQUÉS.- Oh...

CANÓNIGO.- (Acudiendo al lado del marqués.) Don Manuel, ¿qué le pasa a usted?

MARQUÉS.- Fue demasiado... la emoción...

CANÓNIGO.- (Abanicando al marqués.) No es para tanto; a usted, después de todo, no le ha pasado nada...

MARQUÉS.- (Poniéndose de pie y muy indignado.) ¿Nada?.. Ah, esto es terrible; ¡a mí no me ha pasado nada!... (Reaccionando.) Pero, claro, usted no sabe lo que acaba de suceder... (Abriendo sus brazos.) Abráceme. ¡Felicíteme!

CANÓNIGO.- (Estrechando entre sus brazos al marqués.) Pero...

MARQUÉS.- (Separándose del canónigo y muy excitado.) Se lo ruego, se lo imploro, ¡no me pregunte nada!

CANÓNIGO.- (Azorado.) Pero si yo...

MARQUÉS.- ¡Ni una palabra! Mis labios están sellados. No le diré nada ¡nada!... (Reaccionando.) Pero me ahogo. Y usted porta la sotana... Escúcheme, pues. Escúcheme... Esa criatura, ese angelito de Dios, esa niña que acaba de nacer... ¡es mía!

CANÓNIGO.- ¡No!

MARQUÉS.- ¡Sí! Yo soy el culpable. Yo solo. Nadie más. (Golpeándose el pecho.) Mi culpa, mi culpa... (Dramático.) ¡Absuélvame, padre!

CANÓNIGO.- No... (Definitivo.) ¡No puedo!

MARQUÉS.- (Asombrado.) Pero... ¡Oiga usted! ¿Cómo es eso de que no puede?

CANÓNIGO.- Nada más eso: no puedo.

MARQUÉS.- ¿A mí se me niega una sencilla absolución? ¿A mí?

CANÓNIGO.- Con todo el debido respeto, ¡eso sí!

MARQUÉS.- (Enojado.) Mire... (Con toda energía.) ¡Explíquese!

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CANÓNIGO.- A sus órdenes... Pues es muy sencillo: yo no lo puedo absolver de una culpa que, a mí me consta, no ha cometido...

MARQUÉS.- Pero...

CANÓNIGO.- Usted, señor marqués, tendrá otros pecados; y de los más interesantes, pero éste... (Sonriendo.) Éste no es suyo.

MARQUÉS.- ¡Cómo se atreve usted! ¡Si yo lo digo! ¡Lo confieso!... ¿Se da usted bien cuenta de lo que está diciendo? ¡Pone en duda mi palabra y en peligro el honor de una dama!

CANÓNIGO.- Créame: lo siento; lo siento muchísimo...

MARQUÉS.- ¡No basta! Pido, exijo una satisfacción inmediata. ¿Cómo puede usted saber que yo no...? ¡Conteste!

CANÓNIGO.- Muy sencillo, lo sé porque el culpable de este gran acontecimiento lo es... ¡mi sobrino!

MARQUÉS.- ¿Eh? ¿Eh?.. (Estallando.) ¡Infame! ¡Libertino! ¡Sobrino inmundo!

(Se lanza contra el canónigo para golpearlo, pero éste esquiva laacometida y alcanza a sacar un crucifijo de la bolsa de su levita.)

CANÓNIGO.- (Alzando el crucifijo mientras retrocede.) ¡En el nombre del Padre...!

MARQUÉS.- (Cayendo de rodillas y haciendo la señal de la cruz.)... y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén... (Poniéndose rápidamente de pie.) ¡Cínico! ¡Barrigón!

(Trata de sujetar al canónigo pero éste retrocede a tiempo y alza la cruz.)

CANÓNIGO.- ¡En el nombre del Padre he dicho!

MARQUÉS.- (Cayendo nuevamente de rodillas.) Y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén... (Lloroso.) Así será bueno. ¡Ventajoso!

CANÓNIGO.- ¿Qué quiere usted? Cada quien hace uso de las armas que más le convienen... (Al notar que el marqués hace un movimiento para ponerse en pie.) ¡Quietecito! Y ahora, de penitencia por haber querido atacar a un canónigo, permanecerá usted de rodillas...

MARQUÉS.- (Indignado.) Eso es abusar. ¡Abusivo!

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CANÓNIGO.- Todo lo que usted quiera, señor marqués, pero el levantarle falsos a una dama eso, eso- es un pecado muy feo... ¡Le debería dar a usted vergüenza!

MARQUÉS.- (Lloroso.) Pero si yo tengo motivos para suponer que yo...

CANÓNIGO.- ¡Miente usted!

MARQUÉS.- Digo la verdad... (Besa la cruz que forma con sus dedos.) ¡Por ésta!

(Pausa.)

CANÓNIGO.- (Limpiándose el sudor de la frente.) Increíble... ¿Entonces?

MARQUÉS.- Entonces, ¿me puedo levantar?

CANÓNIGO.- Sí. Pero se me está sosegadito...

MARQUÉS.- (Poniéndose de pie.) ¡Qué complicaciones!... Hay criaturas que ya quisieran tener un padre, y ésta tenía dos...

CANÓNIGO.- ¿Dos?... ¡Bah, no diga tonterías!... (Pausa.) Dígame ¡pero que sea la verdad y nada más que la verdad! ¿siente usted algo?

MARQUÉS.- (Sin comprender.) ¿Yo? ¿Cómo qué?

CANÓNIGO.- Algo; un dolor. Una sensación. En fin, ¡la paternidad!

MARQUÉS.- (Después de tocarse.) No... Nada...

CANÓNIGO.- Yo tampoco...

(Pausa.)

MARQUÉS.- ¿Entonces?.. ¿Cómo salir de dudas?

CANÓNIGO.- Preguntándoselo a ella...

MARQUÉS.- ¿Y si ella no lo sabe?

CANÓNIGO.- ¡Hombre! ¿Por qué me las pone tan difíciles?

MARQUÉS.- Porque pudiera ser...

CANÓNIGO.- ¡Pudiera ser!... Pues sí, pudiera ser... Y en ese caso, en ese caso...

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MARQUÉS.- ¿En ese caso...?

CANÓNIGO.- Usted, marqués, se tendrá que casar con ella de todas maneras...

MARQUÉS.- ¡Oiga!

CANÓNIGO.- ¡Ni una palabra! Lo requiere la moral, la religión y ¡el honor de una dama aristócrata!

MARQUÉS.- ¡Nunca! Todo ¡menos la duda!

CANÓNIGO.- ¿Qué duda?

MARQUÉS.- ¿Y me lo pregunta? ¡La de esa criatura!

CANÓNIGO.- ¡Ah!... ¿Eso es todo?.. Marqués, mire usted, si hubiera un padre definido bueno ¿pero así? ¿No ve usted que así ese angelito será un eterno misterio? ¡Un misterio universal!

MARQUÉS.- ¿Y eso?

CANÓNIGO.- (Indignado.) ¡Hombre de poca fe! ¿No ha asistido usted a los ejercicios de la Profesa? ¿Entonces?

MARQUÉS.- ¡Ni así!...

(Se interrumpe, pues en ese momento se abre la puerta de la habitacióny aparece Juventino sosteniendo a Basurto.)

BASURTO.- (A Juventino.) Te vaya demandar, bribón; a ti y a tu ama. ¡Hacerme esto a mí! ¡A mí!... ¡Ay!

JUVENTINO.- (Todo solícito al oír el quejido.) ¿Le duele algo, señor? (Después de escuchar lo que le dice al oído don Crispín, le ayuda a sentarse sobre un escalón.) Doctor, ¡pronto!

DOCTOR.- (Saliendo del cuarto de la Güera.) ¿Quién grita? (Viendo a Juventino y a Basurto.) ¿Qué pasa ahora?

JUVENTINO.- (Sin dejar de sostener a Basurto.) Siente ganas de volver y no puede. ¿Qué le hago?

DOCTOR.- (Molesto.) Nada, ¡que puje! (Sale.)

(El mayordomo le da a oler el pomo de sales y ya más dueño de sí, Basurto baja la escalera sostenido por Juventino.)

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JUVENTINO.- (Después de ayudar a don Crispín a sentarse sobre un sillón.) ¿Ya se siente mejor el señor?.. Ahora mismo voy por don Teófilo... (Sube y sale.)

MARQUÉS.- (Que mientras tanto se ha acercado a don Crispín.) Pero ¿qué le ha sucedido a usted, caballero?

CANÓNIGO.- ¿y se puede saber lo que hacía usted en el cuarto de la señora?

BASURTO.- (Trágico.) Estaba presenciando un parto...

MARQUÉS.- ¡No!

CANÓNIGO.- ¡Qué mal gusto, señor!

BASURTO.- ¿Gusto? ¿Cree usted que fue por mi gusto? ¡Se me obligó a ello, señor! ¡Dios mío, qué manera tan horrible de nacer tiene uno!

CANÓNIGO.- (Interesado.) ¿Que lo obligaron?

BASURTO.- Precisamente; pero antes me engañaron. A mí y a don Teófilo Prado... (Se voltea al oír que se abre la puerta de la planta alta y sale don Teófilo sostenido por Juventino.) Y allí viene mi pobre amigo... (A Prado.) ¿Cómo se siente, don Teófilo?

PRADO.- Un poquito mejor. ¿Y usted?

BASURTO.- Ya me está pasando la impresión y les estaba contando a estos señores lo que nos sucedió...

PRADO.- (Que mientras tanto ha bajado la escalera.) Un caso insólito; una pesadilla... (Se sienta en el sofá.) Pero cuente usted, don Crispín, que es bueno que se sepa el atentado cometido con nosotros, dos pacíficos y honrados caballeros que regresaban...

(Se interrumpe, pues en ese momento tocan a la puerta de la calle. Sale Juventino a

contestar la llamada y segundos después entra doña Chole excitadísima. Juventino que

la sigue aprovecha la ocasión para salir por la puerta de la cocina.)

DOÑA CHOLE.- ¡No me digan que es verdad!

CANÓNIGO.- (Asombrado.) Doña Chole, ¿usted aquí?

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DOÑA CHOLE.- (Al canónigo.) Usted comprenderá que únicamente una catástrofe me podría obligar a volver a poner los pies en esta casa.

MARQUÉS.- (Impresionado.) ¿Una catástrofe?.. ¿En dónde?

DOÑA CHOLE.- ¡Aquí!... ¿Es verdad que mi cuñada ha dado a luz?

CANÓNIGO.- Una niñita, según me han informado...

DOÑA CHOLE.- Pero no la ha visto usted, ¿verdad?

CANÓNIGO.- Eso no...

DOÑA CHOLE.- (Triunfal.) ¡Ya decía yo!... (A los demás.) Porque han de saber ustedes, señores: aquí se trama un fraude y ¡no ha nacido ni niño, ni niña... ni nada!

MARQUÉS.- Pero, señora...

DOÑA CHOLE.- ¡Ni nada! Conoceré yo a la mentada Güera. Lo que pasa es que para heredar la fortuna de mi pobrecito hermano al que además le destapaba en las noches los pies o...

PRADO.- ¡No me diga!

DOÑA CHOLE.- Pues sí, y por eso mismo murió de resfriado; Dios lo tenga en su santa gloria... ¡Y ahora!

CANÓNIGO.- ¿Y ahora?

DOÑA CHOLE.- Pero ¿no lo adivinan? Para poderse quedar con el dinero de mi difunto hermano se propone nada menos ¡que adoptar una criatura y hacerla pasar por suya!

MARQUÉS.- No es posible...

DOÑA CHOLE.- ¡Que si lo es! ¡No ven ustedes que de otra manera, y según el testamento, no hereda nada! (Enérgica.) Pero para enderezar entuertos estoy yo aquí y ahorita mismo le pongo los puntos sobre las íes.

BASURTO.- Un momento, señora; yo vi nacer a esa niña.

DOÑA CHOLE.- (Indignada.) ¡Ah! Testigos falsos además.

BASURTO.- (Enojado.) ¡Cuidado, señora!

PRADO.- ¡Claro que sí! Yo también aunque contra mi voluntad- asistí al alumbramiento.

DOÑA CHOLE.- (Desencantada y con la voz llorosa.) Pero, señores, si mi pobre hermano era incapaz de semejante trastada.

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PRADO.- Yo no pongo en duda la castidad de nadie y sólo mantengo lo que vi. La señora allí arriba... (señala) ¡tuvo una criatura!

BASURTO.- (Enfático.) ¡De eso ni duda cabe!

DOÑA CHOLE.- Dios mío, ¿se saldrá con la suya esta infame? (A don Teófilo y a don Crispín.) Señores, ¿no sería posible que ustedes vieran lo que sólo les pareció ver?

PRADO.- (Enfáticamente.) ¡No! ¿Verdad, don Crispín?

BASURTO.- (A doña Chole.) Si es que con nuestros ojos mortales lo vimos todo... (Horrorizado.) ¡Señora, por Dios, no nos obligue usted a recordar esa escena!

MARQUÉS.- (A doña Chole.) Los pobres se acaban de reponer apenas del susto y yo diría...

DOÑA CHOLE.- (Desesperada.) ¿Pero no se dan ustedes cuenta de lo que aquí se trama?

CANÓNIGO.- Sí, sí, usted, doña Chole, se queda sin nada... Pero, ¿qué le vamos a hacer? Ante el hecho...

DOÑA CHOLE.- (Furiosa.) ¡Qué hecho ni qué ojo de hacha! ¿Cuándo se le notó algo a la Güera? ¿No la vio todo México pasear, bailar y brincar todavía hace unos días?

BASURTO.- (Sentencioso.) Y sin embargo, ¡yo vi lo que vi! Y no le permito a usted, doña Chole, ni a nadie...

(Se interrumpe, pues en ese momento entran don Amadeo y Francisco.Francisco sale por la puerta de la cocina.)

DON AMADEO.- (Ceremonioso y con una profunda reverencia.) Distinguidas damas, ilustres caballeros con la venia de ustedes- o Yo, Amadeo Jaramillo de Gutiez y Gutiez, escribano de su Majestad, vengo a dar fe...

CANÓNIGO.- (Sonriendo y adelantándose.) Don Amadeo, ¿cuándo despertará usted? El emperador Agustín ya hace años que se murió, ¿no lo sabía?

DON AMADEO.- (Apenado.) Es cierto, es cierto. Fusilado en Padilla, ¿verdad? (Suspirando.) Es que voy para viejo y ¿qué quiere usted? Ya comienzo a enredarme en eso que llaman historia.

CANÓNIGO.- (Amable.) No se apure usted. ¿Y se puede saber a lo que ha venido?

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DON AMADEO.- Un mozo de esta casa me ha traído casi a rastras por su mucha prisa- dizque a dar fe de lo que van a declarar unos testigos...

CANÓNIGO.- (Admirado.) ¡En todo piensa nuestra Güera! (Al escribano.) Pero siéntese, licenciado, aquí...

(Le acomoda una silla frente a la mesa.)

DON AMADEO.- Muchas gracias; no se moleste usted... (Toma asiento y extiende sobre la mesa el libro de actas que trae consigo. Luego saca de sus bolsas un tintero, una pluma y sus lentes que se pone, cambiando entonces su actitud casi humilde por una de autoridad.) ¿Quiénes son los testigos?

CANÓNIGO.- (Señalando a Basurto y a Prado.) Estos señores. ..

DON AMADEO.- Entonces comencemos; acérquense sus mercedes.

PRADO.- ¿De qué se trata?

BASURTO.- Yo protesto: yo me opongo. Ésta debe ser otra artimaña...

CANÓNIGO.- De ninguna manera. Sólo es necesario que don Amadeo dé fe.

DON CRISPÍN.- ¿De qué?

CANÓNIGO.- De que nació la criatura de la manera más natural y de que no hubo como algunos desearan- sustitución.

BASURTO.- Eso sí que me consta a mí.

PRADO.- No hubo tal sustitución y yo también ¡vi lo que vi!

CANÓNIGO.- (Señalando el libro de actas.) Pues eso es lo que tiene que quedar asentado ¡aquí!

DON AMADEO.- (Escribiendo.) En esta real... (Tacha.) Real ya no; imperial tampoco ciudad de México, capital de la... (Para sí.) Dios me perdone- República Mexicana, a los 27 días del mes de abril del año de gracia... (Lo demás se pierde en un murmullo. Luego, alzando la vista.) Compareció... (A don Teófilo.) ¿El nombre de su buena mercé?

BASURTO.- Don Crispín Basurto y Alatriste de Bocanegra y Alcántara...

DON AMADEO.- (Después de escribir.) Sus generales, si tiene la bondad...

BASURTO.- (Orgulloso.) De pura estirpe española... humo Cincuenta y cuatro años y meses, casado, vecino de esta ciudad, católico, apostólico, romano...

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DON AMADEO.- (Acabando de escribir.) Romano. Ante mí declara... ¿Qué declara usted?

BASURTO.- Pues... ¿sabe usted? Yo pasaba frente a esta casa en compañía de don Teófilo, cuando nos sale al paso...

PRADO.- (Señalando a Juventino que en ese momento sube la escalera.) ¡Ese que sube ahora!

DON AMADEO.- ¡Por favor! Primero uno; luego el otro... (A don Crispín.) Continúe usted, si tiene la bondad...

BASURTO.- Pues bien... nos sale al paso y en forma apremiante nos comunica que su ama requiere de nuestros servicios...

PRADO.- Pensamos entonces que se trataría de un robo, un incendio, un crimen y acudimos presurosos

BASURTO.- Como les corresponde acudir a dos caballeros bien nacidos cuando una dama reclama sus servicios...

MARQUÉS.- ¡Muy bien dicho!

DOÑA CHOLE.- (Despectiva.) ¡Lo de "dama" me lo tomo yo de veneno!

MARQUÉS.- Señora, no le puedo permitir que en mi presencia...

DON AMADEO.- ¡Por favor! Se trata de que yo dé fe; no de ventilar asuntos escandalosos... (A don Crispín.) Si tiene la bondad...

BASURTO.- Ya en las habitaciones de la señora, nos la encontramos acostada...

DON AMADEO.- ¿En su cama?

PRADO.- Pero eso sí: tapada con todo recato...

DON AMADEO.- Ah... (Escribiendo.) Con todo recato... (A don Crispín.) ¿Y...?

BASURTO.- Y nada; allí nos comunicó que se proponía dar a luz...

DON AMADEO.- ¿Y...?

BASURTO.- ¡Ya se imaginará usted! Yo le dije entonces que le deseaba mucha suerte y que rezaría tres salves para que saliera bien de su trance. Luego le rogué me disculpara, pero que era ya hora de mi chocolate...

PRADO.- Yo le dije otro tanto...

DON AMADEO.- ¿Y entonces?

BASURTO.- Entonces llamó a su nana y le ordenó que nos trajera la bebida...

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PRADO.- Allí mismo, ¡a su recámara!

DOÑA CHOLE.- ¡Qué descaro!

DON AMADEO.- ¿Y ustedes?

PRADO.- Nos tratamos de excusar nuevamente, pero en vano...

BASURTO.- Nos preguntó sonriendo si teníamos miedo y luego nos dijo: "A ustedes no les va a doler nada".

DON AMADEO.- (Escribiendo.)...No les va a doler nada... (A Basurto.) ¿Y...?

PRADO.- Volvimos a insistir, no se le olvide. ¿Verdad, don Crispín?

BASURTO.- Así fue; pero entonces ella nos aseguró que se apresuraría...

DON AMADEO.- Apresuraría... ¿y...?

BASURTO.- Por fin consentimos; no se fuera a dudar de nuestra hombría...

MARQUÉS.- ¡Claro!

PRADO.- A nadie le hace gracia que sospechen que pueda tener miedo...

DON AMADEO.- ¿Y después?

BASURTO.- Ya nada, al poco tiempo la señora, pues ¡tuvo su criatura!

DON AMADEO.- Muy bien... Pero tendrá usted que ampliar y darme más detalles...

BASURTO.- ¿Detalles?

DON AMADEO.- Si, detalles. Usted sabe lo meticuloso que es mi señor don Artemio de Valle...

CANÓNIGO.- Muy cierto. (A Basurto.) Denos más detalles.

BASURTO.- ¿Como cuáles?

DON AMADEO.- Por ejemplo: ¿qué decía? ¿qué decía ella?

BASURTO.- Ah, ella... Pues decía siempre lo mismo: ya viene: voy a hacer... otro... ¡esfuerzo!

PRADO.- ¡Y lo hacía! ¡A fe mía que lo hacía!

BASURTO.- Y con mucha entereza pues sólo se abanicaba...

DON AMADEO.- (Escribiendo.)...Se abanicaba por el calor que sentía a causa del tanto trabajo... ¿verdad?

PRADO.- Ya lo creo; un trabajo extraordinario.

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DON AMADEO.- (Escribiendo.) Y dio a luz en presencia de los testigos, ¿de acuerdo, señores?

BASURTO.- De acuerdo. Y ya no sé más porque fue entonces cuando me desmayé...

DON AMADEO.- (A Prado.) ¿Y usted?

PRADO.- Yo también me desvanecí y sólo alcance a ver...

DON AMADEO.- ¿Qué?

PRADO.- (Con horror.) Pues eso: ¡lo que había nacido!

CANÓNIGO.- (A doña Chole.) ¿Ya lo ve usted? Ya estará convencida...

DOÑA CHOLE.- ¡Bah! Sólo falta saber quién fue el padre...

PRADO.- (Indignado y en un arranque a Doña Chole.) ¡Su difunto hermano!

DON AMADEO.- (Interesado.) Ah, un dato muy importante... (A Prado.) ¿Y cómo lo sabe usted?

PRADO.- (Incierto.) Pues... pues... (Feliz de pronto.) Pues ¡por lo arrugadita que nació la niña! Eso es, arrugadita como lo fuera el difunto...

BASURTO.- ¡Y con la misma voz tipluda!

DON AMADEO.- (Después de escribir.) Y con la misma voz tipluda... Bueno, yo, Amadeo Prado de Gutiez y Gutiez, ¡doy fe! (A Prado y a Basurto.) Firmen aquí, señores, si tienen la bondad... (Señalando.) Aquí...

CANÓNIGO.- (Al escribano mientras Basurto y Prado firman.) Y ahora supongo que toda la fortuna pasará a manos de la viuda. ..

DON AMADEO.- A su debido tiempo.

CANÓNIGO.- Claro, claro... Usted dispense, don Amadeo.

DON AMADEO.- ¡No faltaba más! (Cierra su libro y toma su sombrero.) Señora, señores... (Caravana.) Que ustedes la pasen bien.

(Se dispone a salir cuando tocan a la puerta de la calle con fuerza.Juventino acude a abrir y entran Santa Anna y sus dos dragones.)

SANTA ANNA.- (Entrando de prisa.) ¿Qué hay aquí? ¿Una conspiración?.. (A don Amadeo.) ¿Y usted, don Amadeo?

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DON AMADEO.- (Con una profunda reverencia.) A los pies de vuestra alteza serenísima...

SANTA ANNA.- (Sonriendo amablemente.) Ah, qué usted, don Amadeo. ¡Siempre en pugna con la historia! Pero no se me adelante tanto que apenas soy ex presidente.

DON AMADEO.- ¡Es verdad!... Perdóneme usted; estoy apenadísimo. No sé lo que me pasa.

SANTA ANNA.- (Más amable.) Oh, no se apene tanto y para que vea que yo también soy profeta, ¡escuche!: (A sus dragones.) ¡Atención! (Señalando a don Amadeo.) ¡Saluden a mi futuro ministro!

(Los dragones lo hacen militarmente.)

DON AMADEO.- Ay, excelencia, ¡me conmueve tanta bondad!

SANTA ANNA.- De eso se trata, porque dígame: ¿es cierto que hereda la Güera?

DON AMADEO.- Es cierto.

SANTA ANNA.- ¿Y a cuánto asciende la fortuna?

DON AMADEO.- (Titubeando.) Pues... (Decidiéndose.) Acérquese y se lo diré al oído... (Lo hace.)

SANTA ANNA.- ¿Tanto?... Ah, entonces ésta vuelve a ser una casa decente y hasta un ex presidente puede entrar en ella... (Adelantándose ya los demás, que han permanecido a la expectativa.) Buenas tardes, señores.

TODOS.- Buenas tardes, general.

SANTA ANNA.- Veo que soy de los primeros en venir a presentarle mis respetos a doña Ignacia y a felicitarla por su tan afortunado alumbramiento... (Fijándose en el canónigo que se ha ocultado detrás del sofá donde está el marqués.) ¡Padre Contramina! Pero ¿qué le sucede? ¿No me quiere saludar? Con el gusto que a mí me da el verlo de nuevo.

CANÓNIGO.- (Sin entusiasmo.) La última vez que me vio usted me quería fusilar.

SANTA ANNA.- ¡Quién se acuerda ya de eso! Desde entonces ha llovido, padre mío. Y ya ve usted: de yorkino que era ya soy escocés... Venga un abrazo; luego, luego... (Abraza al canónigo.)

CANÓNIGO.- (Después del abrazo y con cierto veneno.) El clima de Texas, según veo, lo ha hecho cambiar a usted.

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SANTA ANNA.- ¡Por Dios! No me recuerde ahora ese desierto al que ¡eso sí! he de volver por el desquite... (Fiero y a los demás.) ¿Alguien lo duda?

TODOS.- ¡Oh no! Nadie lo duda. Un general como usted. Un héroe.

SANTA ANNA.- (Suspirando.) Porque la guerra es así: a veces se gana; otras se pierde... (Fiero otra vez.) ¿Quién se ha olvidado de Tampico, pregunto yo? ¿Quién se atreve a dudar que yo allí le di su verdadera independencia a esta nación?

TODOS.- Nadie, nadie. Fue usted, general. No faltaba más.

SANTA ANNA.- Pero se me ha pagado mal. Muy mal. ¿En dónde están los que favorecí? ¡Ah, los amigos ingratos que a mi sombra lucraron! Ahora me difaman y en sus teatros hacen mofa de mí. Pero ¡lo juro por mi honor! día llegará en que se han de arrepentir... Porque, señores, ustedes han de saber que grandes acontecimientos nos esperan. (Sentencioso.) Los justos subirán y mis enemigos ¡morderán el polvo!

DOÑA CHOLE.- ¡Ave María Purísima!... (Adelantándose y muy resuelta a Santa Anna.) General, hablando en plata: ¿cuánto quiere por avisarme con un día de anticipación a qué partido va a sostener usted?

SANTA ANNA.- (Todo dignidad.) Mujer de poca fe. Yo sólo conozco un partido: ¡el mío!

CANÓNIGO.- ¡Bravo, bravo! Así habla un verdadero caudillo.

SANTA ANNA.- (Trágico.) Pobre patria mía ¡tan dividida!... Pero ¡se acabarán las pasiones; se acabarán las envidias! Yo lograré la unidad nacional y ¡favoreceré a mis verdaderos amigos!

TODOS.- (Entusiasmados.) Yo, yo; yo soy su partidario más fiel, general; cuente usted conmigo. Con el general hasta la muerte. ¡Bravo! ¡Arriba el general!, hasta la ignominia.

SANTA ANNA.- (Convencido.) Mis incondicionales, mis queridos amigos...

(Entra Juventino por la puerta del comedor.)

JUVENTINO.- (Anunciando.) El chocolate está servido...

DON CRISPÍN.- (Asustado.) ¿Otro chocolate de la Güera? ¡No!

SANTA ANNA.- (Frotándose las manos.) ¿Un refrigerio? Cómo no. Vamos...

(Todos menos Prado y Basurto desfilan frente a Juventino y salen

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por la puerta del comedor. A Santa Anna lo siguen sus dragones.)

JUVENTINO.- (A Santa Anna y señalando los dragones.) ¿Sus guardaespaldas también?

SANTA ANNA.- (Indignado.) ¿Qué pregunta es ésa, lacayo? Mis hombres me siguen a todas partes, ¡y sobre todo a una mesa puesta! No faltaba más... (A sus dragones.) Síganme, muchachos...

(Sale seguido de sus soldados; Juventino sale también, cerrando tras de sí la puerta.)

BASURTO.- (A Prado.) ¿Y nosotros, don Teófilo? ¿Nos quedamos?

PRADO.- Francamente, no tenemos adónde ir, ¿verdad?

BASURTO.- (Suspirando.) Tiene usted razón... pero le diré a usted la verdad: no me inspira ninguna confianza don Antonio...

PRADO.- (Suspirando también.) A nadie se la inspira, pero ¿qué le vamos a hacer?

(Se interrumpe, pues llaman a la puerta de la calle, sale Francisco a abriry entran en tropel: doña Laurita y su hijo Wilfrido, y doña Anita y su hija.)

DOÑA LAURITA.- (Entrando.)...Y creo que somos los primeros... (Viendo a Prado y a Basurto.) Pero no; aquí están ya estos dos caballeros... (Adelantándose.) Don Teófilo, ¿cómo está usted?.. Don Crispín, ¡qué gusto!... Sucedió, ¿verdad?

PRADO.- (A doña Laurita, mientras Basurto saluda a los demás.) ¿Qué sucedió, señora?

DOÑA LAURITA.- ¡Qué había de ser! La niña que dio a luz la Güera. A mí me lo avisó mi cocinera y vine volando, volando...

WILFRIDO.- (Jalando de la manga del vestido de doña Laura.) Mamá...

DOÑA LAURITA.- (A su hijo.) ¿Qué quieres, criatura?

WILFRIDO.- Mamá, yo quiero irme; ésta no es una casa decente...

DOÑA LAURITA.- (Indignada.) ¡Quieres callarte, mequetrefe!... (A Prado.) No sé lo que se le ha metido a éste de repente...

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DOÑA ANITA.- (Que se ha acercado y oído.) Bien que lo sabe usted, Laurita de mi alma. ¿No dijo siempre qué...?

DOÑA LAURITA.- (Interrumpiendo, indignada.) ¡Yo no dije nada! Sólo repetía, de vez en cuando, lo que las malas lenguas aseguraban. ¡Pero sin creerlo! ¡Ya iba yo!... Con lo amigas que siempre fuimos la Güera y yo.

DOÑA ANITA.- Eso sería en tiempos de don Agustín, ¿pero qué tal cuando don Guadalupe Victoria?

WILFRIDO.- (Señalando a la hija de doña Anita.) Mamá, me está haciendo señas ésa...

DOÑA LAURITA.- Hazte el disimulado. (A doña Anita, que se acerca en ese momento.) Ay, Anita de mi vida, qué linda se ha puesto su hijita.

WILFRIDO.- Mamá, me sigue llamando.

DOÑA LAURITA.- Anda, muchacho, ¿no ves que es una señorita decente? Ve... claro que con el permiso de doña Anita.

DOÑA ANITA.- (Despreocupada, a Wilfrido.) Anda, nomás que ya serán dos.

DOÑA LAURITA.- (Indignada.) ¿Cómo se atreve usted? Mi hijo, para que se lo sepa, es muy hombre.

DOÑA ANITA.- Pues no se le ve. Ni de "polco" sirvió porque dizque se enfermó de catarro.

DOÑA LAURITA.- Eso es lo que le tendría que haber dado a su hija por bailar descotada en "La Lonja" con toditos los oficiales. A ver cómo la casa ahora...

DOÑA ANITA.- No se preocupe, que no será con su hijo...

DOÑA LAURITA.- ¡Ya quisiera! Uno más pulcro y de mejor familia, ¿dónde? ¡Y nomás deje que salga de la edad de la punzada!

DOÑA ANITA.- Ni de gallo me asusta.

DOÑA LAURITA.- A usted, ¡claro! Con lo jamona y experimentada...

(Entran Santa Anna, sus dos dragones y los demás que estaban en el comedor.)

DOÑA ANITA.- ¡Fíjese, el general!

DOÑA LAURITA.- (Asombrada.) Pero... ¿cómo lo sabría?

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DOÑA ANITA.- Es que tiene un olfato para el dinero... ¿Lo saludamos si se acerca? Usted ¿qué dice?

DOÑA LAURITA.- (Titubeando.) No sé... Después de lo de Texas sus bonos han bajado...

DOÑA ANITA.- Bah... A lo mejor ya subieron otra vez. Yo me arriesgo... (A Santa Anna, que se acerca a ella.) Ay, general. ¿cómo le hace usted? Le decía yo a doña Laurita que por usted los años no pasan.

SANTA ANNA.- (Galante.) Ni por usted... Cualquiera diría que es suya esa rosa en botón.

DOÑA ANITA.- ¿Le gusta, general?

SANTA ANNA.- Muchísimo. Casi tanto como la mamá.

DOÑA ANITA.- ¡Ay, qué general!

SANTA ANNA.- (A doña Laura.) O como doña Laura aquí presente. (Suspira.) Por mi honor, que si me ponen a escoger entre una rubia y una morena...

LAS DOS.- ¿Qué?

SANTA ANNA.- (Sonriendo.) No sabría qué hacer y me quedaba con las dos.

(Se interrumpe, pues en ese momento se le acerca doña Anita.)

DOÑA ANITA.- (A Santa Anna.) General, mi marido tuvo ayer una idea...

SANTA ANNA.- (A doña Anita.) ¡No me diga! Pues ya tuvimos otro parto.

DOÑA ANITA.- (Interrumpiendo a Santa Anna.) Usted recordará ese proyecto de estatua para conmemorar la guerra de Texas, ¿verdad?

SANTA ANNA.- ¡Cómo no! Una hermosa estatua que me representaría así... (Lo hace.) Señalando al norte.

(Durante este último diálogo se han ido acercando algrupo de Santa Anna, los demás invitados.)

DOÑA ANITA.- (Entusiasmada.) Como una advertencia a nuestros vecinos ¡sí!- . Pues bien, como este gobierno ha archivado el proyecto, ¿qué tal si lo realizamos por medio de una colecta pública?

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SANTA ANNA.- (Dudoso.) Hum... ¿cree usted?

TODOS.- Sí, sí. Claro. Una buena idea.

DOÑA LAURITA.- Todos sus amigos contribuirían, general.

SANTA ANNA.- (En el mismo tono de duda.) ¿Cree usted?

BASURTO.- ¡Como que todos creemos en que usted volverá al poder!

SANTA ANNA.- Pues por mí...

PRADO.- ¡Bravo! Un bello proyecto se realizará, y aunque perdamos Texas, la estatua no nos la podrán quitar, ¿verdad?

DOÑA ANITA.- ¡Claro! Ni la gloria de nuestro general. (A Santa Anna.) Por eso ¡usted mismo encabezará la lista de suscriptores!

SANTA ANNA.- ¡Oiga! Eso sí ya me parece un poco...

DOÑA ANITA.- ¿Qué?

SANTA ANNA.- Pues... re buscadito.

CANÓNIGO.- (Sonriendo.) Al contrario, sería original.

BASURTO.- Se lo rogamos, general: no nos prive de esa estatua tan necesaria y dígnese encabezar la lista.

SANTA ANNA.- Pero ¿por qué yo? ¿Por qué no el marqués aquí... o, mejor todavía, ¡el arzobispo!?... Sería más digno, más, ¿cómo diría yo?: más sagrado. Eso es, ¡más sagrado!

CANÓNIGO.- Pero menos efectivo. La gente como lo sabe usted bien- es muy afecta a la lotería y viendo su nombre encabezar la lista pensaría luego, luego en el "gordo". ¿Me explico?

SANTA ANNA.- Se explica usted y... (Suspira.) Me convence... Pues bien, pero ¡con una condición!

BASURTO.- ¡Aceptada de antemano!

CANÓNIGO.- (Más cauteloso.) Un momento; oigamos esa condición...

SANTA ANNA.- Nada más justo. Pues es ésta: que se forme aquí, de inmediato, una directiva y que ésa se encargue de nombrarme tesorero ¡a mí!

PRADO.- (Expresando el desencanto unánime.) ¡Adiós estatua!

SANTA ANNA.- (A Prado.) ¿Qué dice usted?... Prefiero no haberlo oído, don Teófilo... (A los demás.) Pero señores, ¿quién más indicado que yo? Después de

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todo es mi estatua ¿o no?- . Vengan, vamos al comedor y allí redactaremos los estatutos... ¡Ah! Y levantaremos de una vez el acta aprovechando que está aquí...

(Se interrumpe, pues en ese momento tocan con desesperación a la puertade la calle, sale Juventino y entra don Amadeo.)

JUVENTINO.- Un recado para el general Santa Anna.

DON AMADEO.- (Muy excitado.) Señores, saquen sus banderitas, ¡ha estallado una revolución!

(Gran alboroto. Mientras unos sacan y se ponen en parte visible banderitas de naciones extranjeras, otros tratan de llegar a don Amadeo para obtener

más datos. Pero ya Santa Anna ha acaparado al portador de la noticia y habla acalorada mente con él.)

BASURTO.- (A Prado después de buscarse inútilmente una banderita en sus bolsas.) Ay, don Teófilo, se me olvidó la británica. ¿Qué hago?

PRADO.- (Pasándole una banderita española.) Tome, yo la traigo de refacción y peor es nada. Póngasela aquí.

(Le ayuda a Basurto a ponérsela en la solapa.)

CANÓNIGO.- (Con una bandera francesa, a doña Laurita que porta una igual.) Seré curioso: ¿y a usted de dónde le viene lo francés?

DOÑA LAURITA.- ¡Del panteón! ¿Sabe? Tenemos allí un lote a perpetuidad; como quien dice, un cachito de Francia.

CANÓNIGO.- Ah...

(Se interrumpe, pues en ese momento se dirige Santa Anna a la escalera.)

SANTA ANNA.- ¡Atención todo el mundo! (Expectación general.) ¡Yo, Antonio López de Santa Anna, voy a hablar! (A sus dragones.) ¡Desenvainar, zoquetes! ¿Qué esperan? (Los dragones lo hacen cruzando sus sables por encima de Santa Anna que sube unos escalones.) En este momento histórico, y a pesar de que ya veo que todos ustedes han sacado sus banderitas, es mi obligación advertirles que voy a fusilar a cualquier mexicano que se

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oponga a los fueros. Mi trayectoria es limpia y ha de ser inflexible siempre. Mi espada, como la de los heroicos cruzados, está al servicio de nuestra santa Iglesia católica, apostólica y romana... (Se interrumpe al notar por fin las desesperadas señas que le hace don Amadeo.) Un momento, señores. Parece que mi preclaro amigo me desea comunicar algo... (Llama a don Amadeo y éste, acercándose, le dice algo al oído.) Gracias, don Amadeo. Con las prisas no le había entendido... (A los demás.) Señores, ha habido una pequeña confusión y se me informa en este momento que mi compadre el que se ha levantado en armas- se ha decidido por el programa yorkino. Y por eso sostengo todo lo dicho y os juro solemnemente que mandaré fusilar a cualquier mexicano que no grite conmigo: "¡Abajo los fueros! ¡Viva la federación!"

TODOS.- ¡Abajo los fueros! ¡Viva la federación!

SANTA ANNA.- Sí, señores, despertemos de nuestro letargo y apoyemos con todas nuestras fuerzas una constitución liberal. Muera el clero retrogrado. ¡Viva el pueblo!

TODOS.- ¡Viva el pueblo!

SANTA ANNA.- (Conmovido.) Gracias, amigos míos... Y ahora, despidámonos. Yo vaya unir mis fuerzas a las de mi compadre para darle la libertad ansiada al noble pueblo mexicano...

(Comienza a descender las escaleras cuando aparece en lo alto de la escalera la nana.)

NANA.- Dice la señora que no se vaya a ir porque hay que festejar el feliz alumbramiento.

SANTA ANNA.- (Que ya se dirigía a la puerta, da media vuelta.) ¿Qué? ¿Hoy invita la Güera?... A ver. ¡Música! y ¡que espere el noble pueblo mexicano!

Como si hubiera estado esperando esta orden entra ahora Juventino y le da cuerda al juguete musical; se escucha una pieza alegre de la época y todos

se ponen a bailar mientras cae el

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TELÓN

ACTO SEGUNDO

Mismo decorado dos años después. Son aproximadamente las cinco de la tarde de un día lluvioso. En escena la Güera y el general Santa Anna

sentados frente a una pequeña mesa sobre la que hay tazas, platones y charolas con bocadillos, pasteles, etcétera.

SANTA ANNA.- (Después de beber y señalando una de las charolas frente a él.) Qué pastelitos tan sabrosos... ¿Me permite?

GÜERA.- (Pasándole la charola.) Todos los que guste; para eso están allí...

SANTA ANNA.- (Tomando un pastelito.) Muchas gracias... Son tan buenos que parecen franceses.

GÜERA.- Pues no lo son...

SANTA ANNA.- (Sonriendo.) Claro, claro. Una dama tan patriota como usted, doña Ignacia, debe estar indignada por la reclamación del pastelero de marras...

GÜERA.- ¿Cree usted? Pues no lo estoy.

SANTA ANNA.- ¿Cómo?... ¿Le parece justa la reclamación francesa?

GÜERA.- Me parece graciosa.

SANTA ANNA.- (Sorprendido.) ¿Graciosa?... Mire, doña Ignacia, si yo no la conociera a usted como a la mujer inteligente que es, su respuesta se me antojaría trivial y muy inadecuada. ¿No se da cuenta que nuestra patria está en peligro de guerra?

GÜERA.- No me diga... Pero afortunadamente yo lo puedo tranquilizar, don Antonio; por esos ridículos pasteles no llegará la sangre al río.

SANTA ANNA.- ¿Piensa pagar México? Eso sería indigno. No creo que ningún gobierno se atrevería a ponerse en ese ridículo... Sencillamente ¡no lo creo!

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GÜERA.- (Sonriendo.) ¿O no lo desea?

SANTA ANNA.- ¡Claro que no lo deseo! Yo, señora, ¡soy un patriota! (Se pone de pie.)

GÜERA.- Pero no se exalte, que aquí no hay público y usted y yo nos conocemos de antaño...

SANTA ANNA.- ¡Señora!

GÜERA.- (Amable.) Lo dicho: nos conocemos y las grandes palabras están por demás. Por eso es mejor que me diga de una vez a qué debo el honor de su visita.

SANTA ANNA.- (Tomando asiento.) Como quiera... Pero antes dígame usted: ¿Cómo puede estar tan segura de que no habrá guerra con Francia?

GÜERA.- Oh, por muchas razones.

SANTA ANNA.- ¿Y esas razones?

GÜERA.- Me las reservo como secretos de Estado.

SANTA ANNA.- Ah... ¿Y si entonces yo me callo mis planes?

GÜERA.- Muy en su derecho, don Antonio, y en ese caso podemos hablar de otra cosa. El tiempo por ejemplo. ¡Cómo ha llovido! Y las calles inundadas, por supuesto...

SANTA ANNA.- Por supuesto. Como todo lo demás en esta bendita tierra... Señora, ¿por qué ha rehusado siempre mi amistad, mi devoción en fin- mi más rendida veneración? GÜERA.- (Riendo.) Pero, don Antonio, ¿se propone vuecencia una declaración amorosa a estas alturas?

SANTA ANNA.- ¿Y si así fuera?

GÜERA.- Le diría: No soporto el Tenorio de Zorrilla y mucho menos su imitación mexicana.

SANTA ANNA.- ¿Se trata de eso? ¡Pues fácil es el remedio, señora! Yo me comprometería a ser el más leal, el más fiel... (Se interrumpe y se pone de pie, sobresaltado.) Juraría que hay alguien escondido detrás de esa cortina.

GÜERA.- Y no se equivocaría. Es mi marido que se divierte espiándome de esa manera.

SANTA ANNA.- ¡Cuánto me honra con sus celos!

GÜERA.- No se haga ilusiones, don Antonio. El marqués no será muy inteligente, pero ya se ha dado cuenta que con usted estoy segura...

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SANTA ANNA.- No, yo dejaría a todas las mujeres para dedicarme a usted.

GÜERA.- ¿También a la infeliz que engañó usted en Texas disfrazando a uno de sus oficiales de cura?

SANTA ANNA.- Señora ¡por Dios!, ésa sólo fue una aventura. (Pausa.) Me ha dejado usted pasmado... Hoy veo a la verdadera Güera, que detrás de tanta hermosura sólo tiene un corazón de piedra... Ah, pero también una inteligencia despierta y es a ésa a la que yo apelo ahora. ¿Ponemos nuestras cartas sobre la mesa?

GÜERA.- Como usted quiera.

SANTA ANNA.- Yo quiero la guerra.

GÜERA.- Ya lo sabía.

SANTA ANNA.- Y usted, señora, me puede ayudar a obtener el apoyo del gobierno y del clero.

GÜERA.- Quizás...

SANTA ANNA.- No le quiero ocultar que me podría valer de otros medios, pero usted es el más seguro.

GÜERA.- Gracias por su buena opinión.

SANTA ANNA.- Yo calculo poder sacar del negocio ¡un millón!

GÜERA.- ¿Tanto?

SANTA ANNA.- Cuando menos. Primero está la compra del armamento, que deja buen dinero; en seguida la venta del mismo armamento, que deja mucho más.

GÜERA.- Ah, la venta...

SANTA ANNA.- ¡Claro! ¿Sabe usted lo que pagan los rebeldes por un fusil?

GÜERA.- Me lo imagino. ¿Conque un millón?

SANTA ANNA.- En números redondos. Eso por la guerra; y queda la paz...

GÜERA.- ¿También ésa se vende?

SANTA ANNA.- No siempre; pero cuando se logra el negocio, entonces se obtienen ganancias fabulosas.

GÜERA.- ¿Y no se le hace todo eso un poco arriesgado? Lo podrían declarar traidor...

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SANTA ANNA.- (Riendo.) ¿Cuándo ha sabido usted de un traidor millonario? ¡Oh, no, señora!... ¿Le hablará a don Dimas?

GÜERA.- Le hablaré... Le diré que le entregue a usted un millón...

SANTA ANNA.- ¿Cómo?

GÜERA.- Que así le ahorrará a México mucha sangre y mucho dinero...

SANTA ANNA.- ¡Señora!

GÜERA.- Claro que, si quiere ahorrarse el millón y hacer justicia a la vez, sería mejor que lo matase a usted...

SANTA ANNA.- ¡Señora!

GÜERA.- Como se mata una víbora o a una fiera maligna.

SANTA ANNA.- (Poniéndose de pie.) Usted desvaría...

GÜERA.- De ninguna manera... (Amable y ofreciéndole la charola.) ¿Gusta otro pastel?

SANTA ANNA.- No... Gracias... Yo... yo creía que usted era una mujer práctica, inteligente y que...

(Se interrumpe, pues en ese momento tocan a la puerta de la calle.Aparece Juventino, que sale a contestar la llamada. Regresa, seguido de

Aníbal de los Olmos, que viene envuelto en su capa de aguas.)

ANÍBAL.- (Al ver a Santa Anna.) Perdonen ustedes... (A la Güera.) Señora, no me advirtieron que usted tenía visita... Otro día...

GÜERA.- No, señor Olmos. Pase... (A Juventino.) Toma la capa y el sombrero del señor y ponlos a secar... (A Olmos.) No deja de llover, ¿verdad?

ANÍBAL.- Así es, señora; ¡las calles son un lodazal!

GÜERA.- Me dicen que los canales se han desbordado por el rumbo de la Viga... Pero dispénseme, creo que no conoce usted al general... (Presentando.) Don Antonio López de Santa Anna; don Aníbal de los Olmos...

SANTA ANNA.- (Con una reverencia.) Su servidor.

ANÍBAL.- (Con una reverencia.) Y yo el de vuecencia.

GÜERA.- (A Olmos.) Lástima que no llegó usted antes para escuchar de labios del general los patrióticos proyectos que tiene...

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ANÍBAL.- Lo lamento muy de veras...

GÜERA.- Ahora, claro, el general ya no querrá repetir sus palabras... (A Santa Anna.) Porque ya se iba usted, don Antonio, ¿verdad?

SANTA ANNA.- Yo desearía... Quiero decir que confío... (Resolviéndose.) Sí, ya me iba... (A Olmos.) Tuve el honor, caballero... (A la Güera.) Con la venia de usted, señora...

(La Güera inclina la cabeza, sonriendo, y jala del cordón para llamar.)

GÜERA.- (A Juventino, que ha entrado a su llamado.) El general se retira...

(Sale Juventino, y regresa en seguida con la capa, el casco y la espada de Santa Anna.)

SANTA ANNA.- (Después de ponerse la capa.) Buenas tardes...

GÜERA.- (Burlona.) No se vaya a enfermar, don Antonio...

SANTA ANNA.- (Seco.) Sé cuidarme bien, señora...

(Sale. Juventino sale también después de haber cerrado la puerta de la calle.)

GÜERA.- (A Olmos.) Tome asiento, señor De los Olmos... ¿Cuándo llegó usted a la capital?

(La Güera se sienta; Olmos la imita.)

ANÍBAL.- Hoy en la mañana en la posta de Cuernavaca... Creo que debo excusarme nuevamente...

GÜERA.- ¿De qué?

ANÍBAL.- De haberme presentado aquí sin previo aviso.

GÜERA.- ¿De eso?... Si quedamos que para usted yo siempre estaría en casa, ¿recuerda?

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ANÍBAL.- Sí... Pero desde entonces... Quiero decir: usted es ahora la señora marquesa...

GÜERA.- Dice usted lo de "señora marquesa" en un tono de voz tan solemne ¡como si yo hubiese cambiado por llevar ahora otro nombre!

ANÍBAL.- Para mí sí...

GÜERA.- Ah, para usted... Pues es bueno saberlo.

ANÍBAL.- Cuando supe que usted se había casado... (Resuelto.) Señora, ¿por qué se burló usted de mí de esta manera?

GÜERA.- (Sorprendida.) ¿Yo? ¿De usted?

ANÍBAL.- ¡De mí! Usted me dijo que a mi regreso hablaríamos.

GÜERA.- y lo estamos haciendo.

ANÍBAL.- Pero en otra forma. ¡Y me dio esperanzas!

GÜERA.- ¡Ah! Pero no me diga que usted realmente se enamoró de mí.

ANÍBAL.- Perdidamente... Aquí... (Saca un cuaderno de la bolsa y se lo entrega a la Güera.) Convénzase...

GÜERA.- (Hojeando el cuaderno.) Versos...

ANÍBAL.- Escritos con la sangre de mi corazón y rociados de lágrimas ardientes...

GÜERA.- Versos para mí... Señor De los Olmos, leeré sus composiciones con mucho cuidado...

ANÍBAL.- Gracias luego queme el cuaderno y tire las cenizas al viento. Que no quede nada- o ¿Cumplirá mi última voluntad?

GÜERA.- ¿SU última voluntad?

ANÍBAL.- Sí, ¡mi última! La vida para mí ya no tiene objeto...

GÜERA.- Lo único que me sorprende es que yo, en el ocaso de mi vida, le haya inspirado a un joven como usted una pasión tan grande...

ANÍBAL.- (Señalando.) Eso lo analizo allí en alejandrinos.

GÜERA.- Ah, en alejandrinos... (Suspira.) Veo que su cosecha sentimental es de lo más completa... Bueno, sólo me falta leerla... Y dígame: ¿no me mandó el general Álvarez ningún recado?

ANÍBAL.- (Asombrado.) ¿El general? ¡Claro! Qué torpeza la mía. Ya se me olvidaba... (Saca de prisa un sobre y se lo entrega a la Güera.) Aquí...

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GÜERA.- (Después de enterarse de prisa del contenido de la carta.) Me dice Álvarez que el dinero que le remití le ha llegado... Bien. Supongo que ustedes en Acapulco ya saben que Santa Anna se ha vuelto centrista.

ANÍBAL.- Sí, señora, lo sabemos...

GÜERA.- Pues sólo le falta el apoyo y el dinero del clero para hacerse jefe de ese partido.

ANÍBAL.- (Con viveza.) ¿Y cree usted que lo obtendrá?

GÜERA.- Santa Anna es un zorro y si logra encauzar la indignación que priva por las reclamaciones francesas para provocar una guerra...

ANÍBAL.- (Con energía.) ¡No lo podemos permitir!

GÜERA.- Así opina hasta el mismo gobierno; pero...

ANÍBAL.- ¿Usted cree...?

GÜERA.- Me lo temo. Bustamante no puede oponerse a la indignación popular en este asunto y acabará por ceder a lo que le parecerá el menor de los males...

ANÍBAL.- La más estúpida de las guerras...

GÜERA.- Yo trataré por todos los medios a mi alcance de evitada y por eso es necesario que usted...

(Se interrumpe, pues en ese momento entra el marquéscomo un bólido por la puerta de la calle.)

MARQUÉS.- ¡Ah! Te atrapé por fin... (A las personas que lo siguen.) Pasen, pasen, señores, y den fe de lo que ven aquí. (Dramático y señalando.) ¡La esposa infiel y el amante atrapado!

(Entran el canónigo, Prado, Basurto y don Amadeo.)

GÜERA.- (Con desenfado.) ¿Y qué es lo que te pasa ahora, Manuel?

MARQUÉS.- ¿Que qué me pasa? ¿Lo oyen, señores? ¿Que qué es lo que me pasa?... (Señalando a Olmos.) ¡Eso!... ¡Eso es lo que me pasa!... (A Olmos.) ¿Me quiere usted decir, caballero, lo que hace en mi casa con mi mujer?

ANÍBAL.- (Desconcertado.) Yo... yo...

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MARQUÉS.- (Remedándolo.) Yo... yo... ¿Niega usted haber venido a mi casa sin mi permiso?

ANÍBAL.- No, pero...

MARQUÉS.- ¡Ah!... Anótelo usted, don Amadeo: el aludido no niega haber venido y estar en mi casa.

ANÍBAL.- Yo le aseguro, señor marqués...

MARQUÉS.- (Interrumpiéndolo.) ¡No me asegure nada! El general Santa Anna mi fino amigo- ya me contó cómo se le insinuó que saliera cuando usted llegó.

ANÍBAL.- Señor marqués, por mi honor...

MARQUÉS.- ¡Honor! El bribón se atreve a mencionar su honor. (A don Amadeo.) ¡Anótelo también! Qué tiempos, Dios mío; qué tiempos.

GÜERA.- (Al Marqués.) ¿Ya terminaste, Manuel?.. (A los demás.) Señores, en vista de que ya se han molestado, ¿no quieren pasar al comedor a tomar algo?

MARQUÉS.- (Lívido de rabia.) ¡No! ¡Alto!... Antes... antes es necesario que don Amadeo dé fe. (Se lleva la mano al costado.) ¡Ay!

GÜERA.- Manuel, tu hígado...

MARQUÉS.- (Reponiéndose y enérgico.) Pues por mi hígado ¡insisto!

GÜERA.- Está bien... (Al notario.) Don Amadeo, sólo le ruego una cosa: brevedad... (A los demás.) Tomen asiento, señores, y ¡ojalá que se diviertan!

MARQUÉS.- Esta vez, María Ignacia, de nada te ha de servir tu desplante; esta vez ¡te atrapé in fraganti!

BASURTO.- (A la Güera y mientras se sienta.) Le aseguro, señora, que sólo vine de testigo bajo protesta. Usted recordará que estos quehaceres me disgustan.

PRADO.- (Tomando asiento.) Ya mí... Pero ¡que se cumpla la voluntad de Dios!

GÜERA.- (Amable.) Gracias de todas maneras, señores...

CANÓNIGO.- (A la Güera.) Yo también asisto a este acto bajo protesta y por mi parte (guiña un ojo) ¡seré imparcial!

GÜERA.- (Al canónigo.) Se lo agradezco tanto... Pero ¿qué quiere usted? Ésa es mi suerte... (Saca un pañuelo para secarse las lágrimas.) Pobre de mí...

PRADO y BASURTO.- Señora, ¡por Dios! Serénese usted...

MARQUÉS.- (Indignado.) ¡Un momento! Lágrimas no. El llanto es un arma innoble que en este caso equivaldría al soborno.

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DON AMADEO.- (Que mientras tanto se ha sentado frente a la mesa.) ¿Lo asiento, don Manuel?

MARQUÉS.- ¿Lo del llanto?.. Sí... ¡No!... Espéreme un momento... No sé; luego lo resuelvo.

GÜERA.- y yo también...

MARQUÉS.- ¡Usted, señora, lo que hará ahora es contestar! ¿Es o no verdad que ha tenido amantes?

CANÓNIGO.- ¡Marqués, se propasa usted! Eso no se pregunta.

MARQUÉS.- Pues yo sí. Porque es de imperiosa necesidad que quede establecido el verdadero carácter de esta dama. (A la Güera.) ¡Conteste usted!

GÜERA.- Yo no le he faltado a usted, señor. Y para que acabe esta farsa, ¡le exijo pruebas!

MARQUÉS.- (Con viveza.) ¡Eso es lo que esperaba yo: pruebas! Y aquí están ya... (Señalando.) ¡Ese caballero que ni sé cómo se llama!

ANÍBAL.- (Muy digno.) Aníbal de los Olmos, un servidor...

MARQUÉS.- ¿De los Olmos dice usted?... No me dice nada... (Después de pensarlo bien.) Absolutamente nada... (A los demás.) No figura en la lista de nuestros invitados. ¿Verdad, señores?

ANÍBAL.- ¡Ya mucho orgullo!

MARQUÉS.- ¿Eh, eh?.. ¡Ya quisiera! Yo, para que se lo sepa, soy el marqués de...

DON AMADEO.- (Interrumpiendo al marqués.) Ya tengo anotados todos sus títulos, don Manuel, y en cambio no veo que estemos adelantando en los hechos para nada...

MARQUÉS.- Muy cierto... Pues al grano... (A Olmos.) ¿Me quiere usted decir lo que hada en mi casa y con mi mujer? ¿Qué negocios, señor mío, tiene usted pendientes con esta señora?

ANÍBAL.- YO... yo... Pues yo...

GÜERA.- (A Olmos.) ¡No conteste usted! ¡Se lo prohíbo!

ANÍBAL.- Pero, señora, su honra...

GÜERA.- Mi honra está en manos de mi .esposo, el señor marqués, y sólo tengo curiosidad en saber cómo la defiende.

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MARQUÉS.- Y o no puedo defender algo que no existe y su honra, señora, dejó de existir tiempo ha.

GÜERA.- (A Olmos.) ¿Ya ve usted? Si eso opina el que me dio su nombre, ¿qué necesidad tiene un extraño de dar explicaciones?

MARQUÉS.- ¡Claro! Si además no las hay. Usted, señora, ha sido siempre de cascos ligeros y todo México supo de sus relaciones con don Agustín I, que en paz descanse el infeliz, y que poco faltó para que nuestro emperador repudiara a su legítima esposa y la sentara a usted en el trono.

DON AMADEO.- (Escribiendo.)...En el trono... ¿qué más?

MARQUÉS.- (Indignado.) ¿Le parece a usted eso una bagatela?

DON AMADEO.- No, no... pero hay que dar detalles, don Manuel. Los cronistas se quejan luego; los pobres han de escribir libros enteros y ¿cómo quiere que lo hagan si no les damos detalles?

MARQUÉS.- Pues allí van: a la entrada del ejército trigarante...

DON AMADEO.- Pero por Dios, marqués, ¡si eso ya es historia!

MARQUÉS.- Es verdad... ¡Pero aquí está! La señora se aprovechó de sus íntimas relaciones con el monarca para colocar a todos sus yernos en la corte.

CANÓNIGO.- Eso sólo revela un gran talento comercial.

MARQUÉS.- ¡Por todos los santos, señor Contramina! ¿Habla usted en serio?

CANÓNIGO.- A más no poder.

DON AMADEO.- Sigan, señores...

MARQUÉS.- (Desanimado.) ¿Ya para qué? Si todos los cargos que haga los va a convertir el señor Contramina con su dialéctica del diablo en otras tantas virtudes...

CANÓNIGO.- Entonces, ¿damos por terminado el asunto y nos retiramos al comedor?

MARQUÉS.- ¡Eso no! Falta que explique el señor De los Olmos su presencia en mi casa.

GÜERA.- Ya se dijo que no explicaría nada.

MARQUÉS.- ¿Lo oyó usted, don Amadeo?.. Anote pues: Yo, el marido ofendido, pido sin obtenerla- una explicación. En vista de ello, y de que el caballero sorprendido en íntimo coloquio con mi esposa es un pillo...

ANÍBAL.- ¡Oiga usted! ¡Eso no me lo dice allá afuera!

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MARQUÉS.- ¿Acaso pretende un duelo? Yo, señor mío, no me bato con cualquiera.

CANÓNIGO.- ¡Calma, señores!

MARQUÉS.- Claro; y prosigo. Anote usted, don Amadeo: En mi calidad de esposo engañado y apelando a todos los derechos que me concede la ley, pido, dos puntos: Primero: la cárcel para el amante de mi mujer y, segundo, que la culpable e infiel esposa sea recluida a un convento de la orden más severa y que permanezca allí por tiempo indefinido.

PRADO.- ¡Santo cielo!

BASURTO.- Pobre señora.

CANÓNIGO.- ¡Me opongo!

MARQUÉS.- (Al canónigo.) ¿Y se puede saber por qué?

CANÓNIGO.- Sencillamente porque recluir a la señora equivale a privar a la capital de su ornamento más bello.

MARQUÉS.- ¡Pues peor para la capital entonces!

CANÓNIGO.- Pero ¿no tiene usted sentido estético, señor marqués? ¿Ni un poquito de patriotismo?

MARQUÉS.- ¡Primero está el honor!

CANÓNIGO.- ¡Mentira! Primero está el sentido común y el agradecimiento. (A los demás.) Señores, apelo a ustedes en este trance. (Aproximándose a la Güera.) He aquí a esta rubia Magdalena cuyo pecado más grave consiste en haberles dado la bienvenida a los visitantes más ilustres que este país ha tenido. ¿No fue ella la dulce compañera de Simón Bolívar? ¿No fue ella la que le inspiró al sabio alemán su amor por México?.. Señores, si algún día queremos tener una industria del turismo, ¡no permitamos que se nos prive de nuestras bellezas naturales! ¡Que viva la Güera!

TODOS.- (Menos el marqués.) ¡Que viva!

(Tocan a la puerta y Francisco sale a abrir.)

MARQUÉS.- (Quejoso.) ¿Y mi honor, señores? ¿Han pensado en lo que dirán mis antepasados?

CANÓNIGO.- Señor marqués, ellos que están en el cielo, en donde todo se sabe, dirán: "Manuelito se ha sacrificado".

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MARQUÉS.- (Explotando.) ¡No! Yo apelaré a las más altas autoridades...

(Entra en este momento don Dimas.)

CANÓNIGO.- (A don Dimas.) Hablando de ellas y aquí se presenta su más digno representante. Mis respetos, excelencia...

DON DIMAS.- Y los míos, señor... ¿Qué pasa aquí?

CANÓNIGO.- Un testimonio ante escribano que llega a su fin, pues don Manuel aquí prefiere apelar a la autoridad.

DON DIMAS.- (Al marqués.) Pues diga su mercé lo que sea menester, pero que sea en pocas palabras, pues el tiempo apremia.

MARQUÉS.- Gracias, don Dimas... Pues verá, mi mujer me es infiel...

DON DIMAS.- ¡No me diga! ¿Y con quién?

MARQUÉS.- (Señalando a Olmos.) Con este caballero, para el que pido la pena de cárcel...

DON DIMAS.- ¿Para impedirle que siga sus relaciones con la marquesa...? A fe mía que es de lo más original su demanda, señor marqués.

MARQUÉS.- (Con una reverencia.) Gracias, excelencia... Y para ella pido la reclusión en un convento.

DON DIMAS.- ¿Nada más?... Pues le diré a su mercé: la señora se queda en la capital de momento y por orden mía. En cambio usted, y para ahorrarle más sufrimientos, partirá ahora mismo con su regimiento a San Luis.

MARQUÉS.- ¡Excelencia!

DON DIMAS.- Son órdenes del gobierno y su ejecución no admite demora. Le doy a usted de tiempo una hora para salir con rumbo a su destino.

MARQUÉS.- (Casi llorando.) Será mi muerte segura; yo padezco de malos humores...

DON DIMAS.- Lejos de aquí pronto sanarán sus males, y me han dicho que las aguas de San Luis son buenas para muchos dolores.

MARQUÉS.- (A la Güera.) Me has ganado otra vez la partida, pero yo, camino a la muerte, ¡te perdono!

GÜERA.- Ay, Manuel, si tú supieras... (Suspira.) Pero así son las cosas de esta vida y también yo te perdono. Cuida mucho de tus humores, Manuel.

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MARQUÉS.- ¿Ya para qué?... (A los demás.) Adiós, señores... ¡Hasta la eternidad! (Sale.)

DON DIMAS.- No deseo parecer impertinente, pero es el caso que el tiempo apremia y que tengo que hablar unas palabras en privado con esta hermosa señora...

CANÓNIGO.- No faltaba más, excelencia; vamos, señores...

GÜERA.- Pero eso no quiere decir que se hayan molestado en vano al venir aquí y yo los invito ahora... (Al canónigo.) Señor Contramina, usted, que conoce el camino, ¿quiere conducir a los señores al comedor en donde ya estará servido el chocolate?

CANÓNIGO.- De mil amores... (A Olmos.) Venga, joven, un chocolate de la Güera no es para despreciarse...

(Lo conduce al comedor. Don Amadeo, Prado y Basurto los siguen. Salen.)

GÜERA.- (A don Dimas.) Usted dirá, excelencia...

DON DIMAS.- En seguida... Pero antes permítame sentarme...

GÜERA.- ¡No faltaba más! Sentémonos, excelencia...

DON DIMAS.- (Sentándose.) Gracias... (Estira las piernas.) Estas zapatillas que me mandan de Londres ¡cómo me aprietan!... Pues sí, doña Ignacia, tengo que hablar con usted... Nuestro partido no la ha tratado mal, ¿verdad?

GÜERA.- ¡Al contrario! Han sido ustedes de lo más atentos... ¡Sobre todo usted y el general Bustamante!

DON DIMAS.- Celebro mucho el que así lo reconozca. Pecadillos hubo que nos costó harto trabajo olvidar y... tragar. Cuando Guerrero y Farías, ¿recuerda? Esas intrigas ya se acabaron, ¿eh?

GÜERA.- Completamente...

DON DIMAS.- Así lo quiero creer... Una dama y rica heredera no debe rebajarse a tratar con demagogos y sus congéneres, ¿eh?

GÜERA.- y una marquesa, ¡menos!

DON DIMAS.- Bueno... y ahora el punto por tratar. Doña Ignacia, ¡la patria requiere de sus servicios!

GÜERA.- ¡Ay, cuánto honor para una pobre mujer!

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DON DIMAS.- ¿Eh?.. (Suspira.) Honor, honor. Esa palabra cubre un campo tan amplio que ya ni sabe uno... Bueno, la cosa está así: Como ya sabrá, la Francia nos reclama unos pasteles y nos manda un buque de guerra, y en él a un príncipe, el de Tourville, a cobramos una cuenta exagerada...

GÜERA.- No me diga, ¡qué divertido!

DON DIMAS.- Ni tanto... el príncipe que le digo es de lo más insufrible y no quiere entender de razones. Resumiendo: o pagamos los pasteles o nos declaran la guerra.

GÜERA.- ¡Dios mío! ¡Qué capítulo para la historia!

DON DIMAS.- (Serio.) Usted lo verá gracioso, pero la cosa va en serio. Hablando con toda franqueza: el príncipe de marras se ha portado con tanta insolencia que ya no sabemos cómo salir de este lío en el Ministerio de Relaciones.

GÜERA.- ¡Qué contrariedad!

DON DIMAS.- Verá, el príncipe conoció en París a ese sabio alemán que estuvo en México hace años, ¿recuerda?

GÜERA.- Sí... (Con un hondo suspiro.) Muchísimos años...

DON DIMAS.- Pues ese sabio le contó a nuestro príncipe de usted...

GÜERA.- ¡Oh, qué sabio tan indiscreto!

DON DIMAS.- Pero muy oportuno, porque ahora resulta que el príncipe arde en deseos de conocerla a usted.

GÜERA.- Nada más fácil; dígale que venga.

DON DIMAS.- Ya me tomé esa libertad y no debe tardar.

GÜERA.- Entonces, excelencia, ya está usted servido.

DON DIMAS.- No del todo... Verá: el príncipe es muy enamorado, y yo pensé que usted...

GÜERA.- Excelencia, ¡usted se olvida de que soy casada!

DON DIMAS.- Por favor, señora, no se exalte usted; se lo ruego.

GÜERA.- y se olvida también de que mi marido me tiene demandada.

DON DIMAS.- No, no me olvido de nada. Pero en cuanto a su marido, ya vio usted cómo lo despachamos...

(Pausa.)

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GÜERA.- Supongo que mi amabilidad con ese personaje no es sólo para hacerle más agradable su estancia en el país...

DON DIMAS.- ¡Claro que no! ¡Ya puede marcharse con viento fresco su alteza! Pero como cobrador de pasteles, conviene que cambie de opinión.

GÜERA.- Ya caigo: yo a cambio de esos dichosos pasteles...

DON DIMAS.- Bueno... Ésa es una forma de presentar el caso. Expresado con más delicadeza y menos sabor a repostería, la cuestión se puede resumir así: su intervención amistosa para evitar una guerra.

GÜERA.- ¿Y qué tanta "amistad" requiere el caso?

DON DIMAS.- En cuanto a cantidad y calidad, el asunto queda en sus bellísimas manos y enteramente a su discreción. A nosotros nos interesa solamente una cosa: que el príncipe retire su demanda, o cuando menos, que reduzca su cuenta a una cantidad razonable y decorosa.

GÜERA.- En buenas me mete usted, excelencia.

DON DIMAS.- Y de mejores la he sacado, señora.

GÜERA.- ¿Y mi reputación?

DON DIMAS.- La patria agradecida le recordará a usted y yo, por mi parte, la mencionaré en mi libro de historia...

GÜERA.- ¿Y relatará usted la verdad? ¿De cómo una pobre mujer ofrenda su virtud para evitar una guerra?

DON DIMAS.- Si la evita...

GÜERA.- ¿Y si no? (Antes de que pueda contestar don Dimas, tocan a la puerta de la calle con fuerza inusitada y al salir a abrir corriendo el lacayo y Juventino, se escuchan voces excitadísimas que discuten.)

DON DIMAS.- (Inquieto.) ¿Qué puede ser?

GÜERA.- No sé... Quizás otra revolución...

DON DIMAS.-...Pero no, acabo de ver al general Santa Anna...

(Entran ahora dos hombres del pueblo que llevan cargando en "silla de manos" al príncipe y que lo introducen así a pesar de las protestas de

Juventino que, con Francisco, les quiere cerrar el paso.)

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JUVENTINO.- No pueden entrar así... ¡Atrás, les digo!

DON DIMAS.- (Al ver al príncipe.) ¡Horror! (Corre a su lado.) ¡Príncipe! ¡Alteza! (A los hombres.) ¡Suéltenlo! En nombre del gobierno, ¡suéltenlo!

CARGADOR 1.- ¿Qué dijo? Primero que nos pague la dejada.

DON DIMAS.- (Sacando dinero.) Yo pago. ¡No faltaba más! Yo pago... Tengan... (Les da dinero.)

CARGADOR 2.- Huy... (Contento.) Ansina ni quien diga nada... (A su compañero.) A ver: a la una, a las...

(Columpian al príncipe.)

DON DIMAS.- ¡No!... ¡Así no! ¡Salvajes!... (Le da la mano al príncipe.) Baje, su alteza real.

(El príncipe baja de la mano de don Dimas y se deja caer en un sillón.Juventino y Francisco empujan a los dos cargadores.)

CARGADOR 1.-(A Juventino.) ¡Ora, sin empujar!

CARGADOR 2._(A Juventino y a Francisco.) ¡Ya estará, relamidos!

(Salen los cargadores seguidos de Juventino y de Francisco.)

DON DIMAS.- (Al príncipe.) Pero ¿qué le pasó, alteza?

PRÍNCIPE.- Mon Dieu, mon Dieu... Yo no esperaba entrar así, don Dimas... (Advirtiendo a la Güera y poniéndose de pie.) ¿La señora, presumo...?

DON DIMAS.- Ah, discúlpeme usted... La señora marquesa de Villalpando... su alteza real, el príncipe de Tourville.

GÜERA.- (Con una reverencia.) Una servidora, alteza.

PRÍNCIPE.- (Sacando y colocándose sus impertinentes.) ¡Oh, la, la, no me habían engañado...! Señora... (Le ofrece la mano a la Güera para conducirla al sofá.) Mis respetos y los de mi ilustre amigo el barón Alejandro... (A don Dimas, señalando un sillón.) Después de usted, excelencia.

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DON DIMAS.- De ninguna manera; primero vuestra alteza.

PRÍNCIPE.- (Sentándose al lado de la Güera.) Bueno, por abreviar... Qué lodo ¡mon Dieu! Se hundió mi carruaje hasta los ejes en el lodo. ..

GÜERA.- Son las inundaciones, alteza; la ciudad se hunde, según parece...

DON DIMAS.- Pero ya se estudia el caso, alteza...

PRÍNCIPE.- Qué bueno... Lo digo por esos simpáticos muchachos que usan ustedes para atravesar las calles y que se han de cansar mucho...

DON DIMAS.- No lo crea, están acostumbrados a cargamos.

PRÍNCIPE.- Pero no así a los extranjeros que, como yo, no saben las tarifas exactas... (A la Güera.) ¿Se imagina, señora? A mitad de la calle y sobre un charco profundo me piden el doble de lo convenido previamente.

GÜERA.- ¡Qué descaro! Y usted se niega ¡claro!

PRÍNCIPE.- ¡Oh, no! Yo me digo: Tourville... están abusando porque eres extranjero, pero ningún príncipe que se estima discute cuando se encuentra sobre un charco de lodo.

GÜERA.- ¡Sería indigno...!

PRÍNCIPE.- Exactamente. Esperemos, me digo, que esté yo del otro lado. ¡Ya verán entonces si pago!

GÜERA.- ¡Cuánta perspicacia!

PRÍNCIPE.- ¿Verdad? Pero entonces no me sueltan y quieren regresar conmigo al charco...

DON DIMAS.- ¡Dios mío!

PRÍNCIPE.- Bueno, eso no me convenía...

GÜERA.- De ninguna manera...

PRÍNCIPE.- Y después de una discusión llegamos a una transacción.

DON DIMAS.- Como le corresponde a un buen diplomático.

PRÍNCIPE.- Gracias, excelencia... Y la transacción fue entrar aquí los tres para que un representante del gobierno de este país resolviera el incidente.

GÜERA.- ¡Cuánta prudencia!

PRÍNCIPE.- Gracias, señora... Y así logré llegar seco, desde mi coche hasta esta casa para ponerme a los pies de la más hermosa dama...

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GÜERA.- Oh, alteza... es usted de lo más amable...

PRÍNCIPE.- En el Ministerio le confesé a don Dimas las ansias que tenía de conocerla, señora. El barón, nuestro mutuo amigo, se había expresado de usted en términos tan... tan...

GÜERA.- Románticos. Ya me puedo imaginar al buen Alejandro con sus ojos azules hablando de México y de mí. Se desbordaba su entusiasmo.

PRÍNCIPE.- ¡Y con sobrada razón! Al crearla a usted, señora, la naturaleza derrochó sus dones. Fidias no hubiera necesitado más que una modelo: usted.

GÜERA.- ¡Príncipe, por Dios!... ¿Y qué más le contó el barón?

DON DIMAS.- (Tosiendo.) Ustedes perdonarán... pero es el caso... Tengo un asunto pendiente con el señor canónigo allí adentro y ustedes tienen tanto que hablar sobre ese ilustre sabio alemán- o (Poniéndose de pie.) ¿Me da licencia, su alteza? ¿Me permite, señora?

GÜERA.- Está usted en su casa, excelencia...

PRÍNCIPE.- Por mí no se preocupe, señor ministro, en lo más mínimo.

DON DIMAS.- (Con una reverencia) Con el permiso de ustedes.

(Sale por la puerta del comedor.)

PRÍNCIPE.- (A la Güera.) Don Dimas es todo un caballero; su mutis no pudo ser ni más perfecto ni más oportuno. ¿No le parece, señora?

GÜERA.- Sí, un caballero de lo más decente y un ministro de lo más preparado...

PRÍNCIPE.- Tienen ustedes mucha suerte de contar con hombres como él de otra manera ya habrían hablado los cañones de la Francia.

GÜERA.- Príncipe, ¿qué dice usted? ¿De la bella Francia, tan dulce, tan comprensiva...?

PRÍNCIPE.- (Con un gran suspiro.) Sí, dulce y comprensiva. Pero sobre todo ¡celosa de su honor! Hay que veda cuando uno de sus hijos sufre un agravio en tierra extranjera. Entonces, como una leona enfurecida, no se detiene ante nada y acude a defender a su cachorro.

GÜERA.- ¡Qué conmovedor! y alteza, tiene usted un gran talento descriptivo.

PRÍNCIPE.- Es que en el fondo soy un poeta.

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GÜERA.- ¿Qué género cultiva?

PRÍNCIPE.- Tanto como cultivar un género, no. Soy poeta por temperamento nada más. Y la belleza me inspira... En este momento y frente a usted, madame, que es la hermosura, la gracia y la elegancia mismas, siento un ritmo especial...

GÜERA.- Alteza, ése es un síntoma de cuidado.

PRÍNCIPE.- Lo sé... Pero la culpa la tiene usted. ¡Me embriaga!

GÜERA.- Príncipe, estoy segura que usted exagera.

PRÍNCIPE.- ¡Oh, no! Mi sensibilidad de poeta no me engaña y mi gran experiencia me permite juzgar con una sola mirada. Créame, yo no me equivoco cuando se trata de catar un vino o una dama.

GÜERA.- Me tiene intrigada. ¿Y yo?

PRÍNCIPE.- ¡Usted es un ejemplar precioso! Un coleccionista uno de gusto refinado daría por usted, madame, todo lo que tiene.

GÜERA.- Príncipe, ¡usted me abruma!

PRÍNCIPE.- ¡Eso quisiera! Para luego palpar ese tesoro de belleza y ¡guardado para mí!

GÜERA.- ¡Oh!

PRÍNCIPE.- Es el destino y yo he venido a rescatada. Sólo por su hermosura merecía usted un marco más amplio, más afín; en una palabra: usted, madame, merece París, la capital del mundo.

GÜERA.- Alteza, habla usted con tanta elocuencia... Pero no se moleste en venderme París, que no lo puedo comprar.

PRÍNCIPE.- Pero si no se lo quiero vender, ¡se lo quiero regalar!

GÜERA.- Ah, eso ya es diferente. Es usted de lo más amable... Sólo que no comprendo cómo me lo puede obsequiar.

PRÍNCIPE.- Verá usted... Pero vayamos por partes, ¿no le parece?

GÜERA.- (Interesada.) Sí, por partes.

PRÍNCIPE.- Un barón no me lo negará- es sólo un barón.

GÜERA.- Desde luego.

PRÍNCIPE.- Y un príncipe es un príncipe.

Page 49: Hoy invita la Güera Original

GÜERA.- ¡Ya lo creo!

PRÍNCIPE.- Y un príncipe que está además dispuesto a llevarla a París.

GÜERA.- ¿Sí?

PRÍNCIPE.- (Arrodillándose.) ¡Madame, hágame el más feliz de los mortales!

GÜERA.- ¡Alteza! ¿Qué hace usted allí? (El príncipe besa, con ardor, la mano de la Güera.) Tenga vuecencia compasión...

PRÍNCIPE.- (Poniéndose de pie.) Sí la tengo; por eso la quiero rescatar.

GÜERA.- Príncipe soñado, ¡cómo desearía amado!

PRÍNCIPE.- Pero si le estoy dando la oportunidad.

GÜERA.- Sólo que soy casada.

PRÍNCIPE.- Mejor... ¡yo lo soy también!

GÜERA.- ¡Oh! Entonces todo está perdido.

PRÍNCIPE.- ¿Perdido? Madame, se lo ruego, no me decepcione.

GÜERA.- Alteza, por favor... Ah, es usted irresistible... Pero... ni lo conozco bien...

PRÍNCIPE.- (Asombrado.) ¿Es eso tan necesario?

GÜERA.- Me temo que sí...

PRÍNCIPE.- De mi título no dudará.

GÜERA.- ¡Oh, no!

PRÍNCIPE.- Mi fortuna no será grande, pero...

GÜERA.- (Protestando.) ¡Príncipe! ¿Quién piensa frente al amor en el dinero?

PRÍNCIPE.- ¿Entonces?

GÜERA.- Es que yo he soñado... Mi príncipe es gallardo, valiente, noble, desprendido... El barón, su amigo...

PRÍNCIPE.- (Molesto.) ¿Qué hay con él ahora?

GÜERA.- Me entusiasmó con su talento; ardía en el fuego divino del genio...

PRÍNCIPE.- ¡Bah! Escalar cerros y coleccionar piedras...

GÜERA.- y escribir libros que lo hacen una celebridad. Eso seduce...

PRÍNCIPE.- Yo también he triunfado en mi especialidad.

Page 50: Hoy invita la Güera Original

GÜERA.- (Ingenua.) ¿Cobrando pasteles?

PRÍNCIPE.- ¡Señora!

GÜERA.- Ay, príncipe. ¡Conquísteme usted!

PRÍNCIPE.- ¡Mon Dieu! Si eso es lo que quiero...

GÜERA.- Mis labios están ansiosos de sus besos...

PRÍNCIPE.- Ah, no los haga esperar entonces... (Se aproxima a la Güera.)

GÜERA.- (Retirándose.) ¡Príncipe, usted se olvida!... El barón. ..

PRÍNCIPE.- (Molesto.) ¡No me recuerde a ese hombre!

GÜERA.- Sólo le quiero decir que yo le inspiré a Alejandro su amor por México... ¿Y qué mayor triunfo para una mujer que el haberle dado a su patria fama mundial?

PRÍNCIPE.- ¿No querrá usted, madame, que yo me ponga a escribir un libro?

GÜERA.- ¡Oh, no! Quiero que usted supere al barón y haga algo más grande.

PRÍNCIPE.- ¿Como qué?

GÜERA.- Oh... Por ejemplo... Por ejemplo ¡que se olvide de cobramos los pasteles!

PRÍNCIPE.- ¡Oh!

GÜERA.- Evitando así una guerra ridícula y mezquina.

PRÍNCIPE.- ¡Oh, la, la!... No quisiera pensar que usted...

GÜERA.- ¡Pero piénselo, príncipe! El amor lo espera...

(Se interrumpe, pues en ese momento tocan a la puerta de la calle y entran, después que Juventino ha contestado al llamado, el embajador inglés, su

esposa y Santa Anna.)

EMBAJADOR.- (A la Güera.) Señora, me tomé la libertad de venir...

GÜERA.- Excelencia, usted sabe que aquí es siempre bienvenido. ¿Me permite?.. (Presentando.) Su alteza el príncipe de Tourville... el señor embajador de su majestad británica... ¿la señora...?

EMBAJADOR.- Mi esposa... (A su mujer.) Say hello to the lady.

Page 51: Hoy invita la Güera Original

SEÑORA W.- (A la Güera.) ¿Cómo... es... tar?

GÜERA.- ¡Qué divina!... (Presentando.) Y el general Santa Anna. .

SANTA ANNA.- (Al príncipe.) Su más rendido servidor, alteza. ..

PRÍNCIPE.- Un honor para mí el conocerlo, general...

EMBAJADOR.- (A la Güera.) Sucedió así: mi mujer y yo nos presentamos en palacio para ir a saludar a don Dimas y nos informaron que estaría aquí...

SANTA ANNA.- Y yo, que también buscaba al señor ministro, acompañé en su coche al señor embajador y a su gentil esposa...

GÜERA.- Pues llegan ustedes oportunamente porque don Dimas está aquí... (A Juventino.) Anúnciale al señor ministro la llegada de su excelencia el señor embajador y del general Santa Anna. (Sale Juventino a cumplir la orden.) Pero tomen asiento, señores... (A la señora W.) y usted aquí, a mi lado ¡Qué cutis tan lindo; de rosas y nieve...!

EMBAJADOR.- (A su mujer) Darling, say thank you to the lady...

SEÑORA W.- Muchas gra- tias...

GÜERA.- (Al embajador.) ¿Por qué no me la había traído?

EMBAJADOR.- Le estaba enseñando el castellano...

(Entra don Dimas.)

DON DIMAS.- (Al embajador.) Excelencia, ¡qué gusto!... (A la señora W.) A sus pies, señora... (A Santa Anna.) ¿Cómo está usted, general?

EMBAJADOR.- (A don Dimas.) Estoy tan apenado... Pero, excelencia, se habla de una guerra...

DON DIMAS.- Ah, ¡eso!... Pues le diré: no hay cuidado. ¿Por qué no pasa usted al comedor conmigo para que le dé todos los detalles...?

EMBAJADOR.- Ciertamente que me interesaría... (A la Güera.) ¿Le puedo encargar a mi esposa? No entiende nada, pero tampoco pregunta...

GÜERA.- Pierda cuidado, excelencia; yo me encargo de ella.

(Salen el embajador y don Dimas.)

Page 52: Hoy invita la Güera Original

SANTA ANNA.- (Al príncipe.) ¿Usted, alteza, es el enviado de su majestad el rey Luis Felipe? I?

PRÍNCIPE.- Lo soy, general...

SANTA ANNA.- ¡Tenía tantas ganas de conocerlo! Yo cuando fui presidente me interesé por una guardia de suizos. ¿Qué tal son?

PRÍNCIPE.- Los de mi ilustre pariente, el rey Luis VI, se dejaron matar sin una sola protesta. ¿Por qué cantidad se interesa usted?

SANTA ANNA.- Por lo pronto sólo me quería informar... (Viendo al canónigo.) Ah, el señor Contramina... (Poniéndose de pie y con una reverencia.) Con la venia de ustedes"'

(Se aleja y alcanzando al canónigo, que apenas se ha asomadopor la puerta del comedor, sale con él conversando.)

GÜERA.- (AL príncipe) ¿Qué le pareció nuestro Napoleón mexicano?

PRÍNCIPE.- Napoleón... un nombre detestable. Yo soy legitimista.

GÜERA.- Claro... (A la señora W., de improviso.) ¿Y usted, señora?

SEÑORA W.- (Sin entender.) Oh, my God. What did you say?

GÜERA.- (Sonriendo.) De veras no entiende nada...

PRÍNCIPE.- ¿Usted creyó...?

GÜERA.- Pues sí... Y es mejor estar segura... (Observando a la señora W., que saca su labor y se pone a tejer.) Es toda una monada... (A la señora W., que la interroga con la mirada.) Siga, siga...

PRÍNCIPE.- ¿No la podría usted despachar a algún lado?

GÜERA.- No veo cómo... ¿Le molesta?

PRÍNCIPE.- Francamente... Pero en fin, será una experiencia nueva... Hablábamos de nosotros...

GÜERA.- Sí... (Suspira.) Y yo me daba por vencida...

PRÍNCIPE.- (Sobrecogido.) ¡Señora!

Page 53: Hoy invita la Güera Original

GÜERA.- Porque adivino en usted al hombre superior... Yo perdida en este lejano continente, en esta triste ciudad olvidada, lo esperaba a usted...

PRÍNCIPE.- (Exaltado.) ¡Paris rescata a su Helena!

GÜERA.- Pero sin Guerra de Troya, ni Guerra de los Pasteles, ¿verdad?

PRÍNCIPE.- (Alerta.) ¿Eh?

GÜERA.- Porque mi príncipe soñado es magnánimo...

PRÍNCIPE.- (Atormentado.) Y lo soy. Pero la dulce Francia ¡necesita dinero!

GÜERA.- ¿Más que la gloria por la que tanto pelea?

PRÍNCIPE.- Precisamente la gloria la ha dejado en la calle; Napoleón lo gastó todo en cañones.

GÜERA.- ¡Qué lástima tan grande!... ¿Cómo salir de este lío?

PRÍNCIPE.- ¡Quizá un empréstito inglés...!

GÜERA.- ¡No me hable de ellos! ¡Ya hemos comprometido hasta nuestros nietos!

PRÍNCIPE.- Si, yo encontrara una buena excusa para que Luis Felipe no me jalara de las orejas... I

GÜERA.- (Exaltada.) ¡Oiga, alteza!... (Despreciativa.) No, eso no se puede... ¡Mal haya esos pasteles! ¡Y tan feos!

PRÍNCIPE.- (Sorprendido.) ¿Feos? I GÜERA.- (Alerta.) Feísimos y duros.

PRÍNCIPE.- No es posible ¡Entonces no eran franceses!

GÜERA.- ¡Naturalmente que no lo eran!

PRÍNCIPE.- (Emocionado.) ¡Sabotaje sin duda!

GÜERA.- ¡Bravo, alteza! Ha encontrado usted la palabra salvadora. ¡Fue una imitación tan burda! Y por eso, para salvar el prestigio de la Francia, ¡los tiramos a la calle!

PRÍNCIPE.- ¡Ah! Eso lo explica todo.

GÜERA.- (Sobrecogida.) Príncipe adorado...

PRÍNCIPE.- Mujer incomparable...

GÜERA.- Disimule usted, pero ahorita al levantarme le doy mi llave... (Poniéndose de pie y dándole la mano al príncipe.) Vamos a darle la noticia a don Dimas.

PRÍNCIPE.- (Poniéndose de pie y tomando la mano de la Güera.) ¡Vamos!

Page 54: Hoy invita la Güera Original

GÜERA.- (A la señora W.) Good bye...

SEÑORA W.- Adiós... (Para sí, y mientras salen la Güera y el príncipe.) ¡Quite a girl! (En perfecto español.) Ah, estas latinas...

(Entran ahora el embajador y Prado.)

EMBAJADOR.- (A su mujer.) ¿All alone, darling?

SEÑORA W.- Never mind. I'm enjoying myself...

EMBAJADOR.- (A Prado.) Como le decía: Inglaterra es el país más civilizado y democrático del mundo.

PRADO.- ¡Y quién lo duda! Mire, usía, yo tengo tres hijos...

EMBAJADOR.- Son pocos...

PRADO.- Pues son los que se me lograron y a uno lo voy a mandar a estudiar a Inglaterra...

EMBAJADOR.- Muy bien pensado...

PRADO.- El otro a Francia.

EMBAJADOR.- Ya no estuvo tan bien pensado...

PRADO.- Y al otro, al más tonto, a España para que siquiera aprenda la pronunciación...

EMBAJADOR.- A mí me gustaría conocer al que le destina usted a mi país.

PRADO.- ¡Es el más inteligente! Si viera vuecencia cómo ya pide su "whiskey and soda", como todo un inglés...

(Mientras hablan, el embajador y Prado se han ido retirando al fondo,en donde se les ve que continúan la conversación. Entran ahora el canónigo

y Santa Anna.)

CANÓNIGO.- (A Santa Anna.) ¿Está usted seguro de que ella se ha prestado?

SANTA ANNA.- Segurísimo. y es más, me temo que haya logrado lo que se proponía con el francés.

CANÓNIGO.- Malo, muy malo...

Page 55: Hoy invita la Güera Original

(Santa Anna y el canónigo se retiran conversando al fondo,al tiempo que entran el príncipe y don Dimas.)

DON DIMAS.- (Al príncipe.) Pues sólo me resta darle las gracias en nombre de mi gobierno y asegurarle una vez más que estamos encantados de abrirle las puertas al comercio francés... Ah, Y allí está el embajador inglés; debo darle la noticia porque ya me traía acatarrado...

PRÍNCIPE.- Y o lo acompaño...

DON DIMAS.- (Al embajador.) Vengo a comunicar a su excelencia que no habrá guerra; su alteza el príncipe y yo ya nos hemos arreglado.

EMBAJADOR.- Oh, en ese caso los felicito a los dos. (Al príncipe.) Su majestad británica tiene como garantía por un empréstito la aduana de Veracruz, y en esas condiciones. ..

PRÍNCIPE.- Oh, comprendo perfectamente... pero ya no hay cuidado; en lo futuro, en lugar de un buque de guerra, la Francia mandará muchos barcos mercantes a ese puerto.

EMBAJADOR.- ¿Muchos?

PRÍNCIPE.- Bueno, es una manera de decir...

EMBAJADOR.- Alteza, eso me interesa vivamente...

(Se retira conversando con el príncipe, en tanto que don Dimasse acerca al canónigo y a Santa Anna.)

SANTA ANNA.- (A don Dimas.) ¿Ya lo puedo felicitar, don Dimas?

DON DIMAS.- Creo que sí; mañana firmamos en el Ministerio el acuerdo...

CANÓNIGO.- No hay nada como la paz y yo me apresuro a darle mi enhorabuena, excelencia...

SANTA ANNA.- Y yo la mía... ¿Qué horas serán ya? Tarde, sin duda... Yo, señores, me retiro...

(Caravanas, Santa Anna se dirige a la puerta de la calle cuando salen la Güera y Aníbal.)

Page 56: Hoy invita la Güera Original

GÜERA.- (A Santa Anna.) ¿Ya de retirada, general? ¿No se queda a cenar?

SANTA ANNA.- No puedo... tengo pendiente un guiso...

GÜERA.- ¿Un guiso?.. Pues que le aproveche...

SANTA ANNA.- Gracias, señora... (A Olmos.) Buenas noches, caballero...

(Caravanas. Sale Santa Anna.)

GÜERA.- (Sonriendo) Ése se indigesta ahora...

ANÍBAL.- Y yo me voy a matar, a menos que usted me permita. ..

GÜERA.- ¿Visitarme a deshora? Imposible, caballero; y menos hoy...

ANÍBAL.- No sea usted cruel, señora; sólo quería leerle mis versos al claro de la luna...

GÜERA.- Otro día...

ANÍBAL.- Se nos va la luna.

GÜERA.- (Distraída.) Peor para ella... Quiero decir, no puedo. Mi marido...

ANÍBAL.- El marqués salió para San Luis...

GÜERA.- Es verdad; el pobre Manuel... Y usted tendrá que escribirle al general Álvarez hoy en la noche. Le dirá...

(Se retira caminando. can Aníbal al fondo, al tiempo. que entran don Amadeo. y Basurto)

DON DIMAS.- (A la Güera.) Encantado de haber estado aquí, señora... (Al príncipe y al embajador.) Mi coche espera en la puerta, ¿me honran ustedes con su compañía?

EMBAJADOR.- Gracias, excelencia, mi mujer y yo tenemos carruaje... (A la Güera.) Buenas noches, señora... (A su mujer.) Say good night in Spanish...

SEÑORA W.- Muy... muy... buenas... no- ches...

GÜERA.- No deje de venir a visitarme otro día...

Page 57: Hoy invita la Güera Original

PRÍNCIPE.- (A don Dimas.) Yo sí acepto un lugar en su carruaje... (A la Güera.) Buenas noches, madame...

GÜERA.- (Al príncipe.) Hasta pronto, alteza...

(Salen el embajador, la señora W., el príncipe y don Dimas;después de despedirse de las que se quedan.)

DON AMADEO.- (A la Güera.) También yo me retiro, señora... Lo de la escritura no tiene prisa, ¿verdad?

GÜERA.- Ninguna, don Amadeo, cuando regrese mi marido, él decidirá... Buenas noches.

BASURTO.- Yo que usted, señora, lo tomaba a broma.

PRADO.- Eso es, pues estoy seguro que el marqués recapacitará.

GÜERA.- Así lo espero... Buenas noches, y que ustedes la pasen bien. (Salen Prado, Basurto y don Amadeo. A Olmos y al canónigo.) ¿Nos sentamos, señores?.. (Ella lo hace.) ¿Gustan tomar algo? ¿Un refresco? ¿Una copa de vino?

ANÍBAL.- Muchas gracias; para mí, nada... Yo... yo ya me voy...

GÜERA.- Pues no lo detengo más... (Al canónigo.) El señor De los Olmos es poeta y ya sabemos que cuando se sienten inspirados, ¿verdad?

ANÍBAL.- (Seco, ofendido.) Buenas noches, señora...

(Caravana muda frente al canónigo y mutis.)

CANÓNIGO.- (A la Güera.) Podría jurar que ese joven que acaba de salir de aquí está loco por usted, doña Ignacia...

GÜERA.- Puede ser... Pero usía no se ha quedado para decirme eso...

CANÓNIGO.- Muy cierto... Doña Ignacia, ¿era necesario que usted y el príncipe... pues... llegaran a un acuerdo?

GÜERA.- Sí, y por un requisito del gobierno...

CANÓNIGO.- ¿De veras...? Pues en ese caso me despido y le deseo a usted... un hermoso sueño...

GÜERA.- Gracias, y yo le deseo que su aliado no le resulte una pesadilla...

Page 58: Hoy invita la Güera Original

CANÓNIGO.- (Seco.) A los pies de usted, doña Ignacia...

(Sale. Entra Juventino.)

GÜERA.- (Sin voltear.) ¿Eres tú, Juventino?

JUVENTINO.- Sí, señora...

GÜERA.- Ve apagando las luces... Menos el farol de la calle... (Sonriendo.) Espero a alguien...

(Juventino apaga las velas en los candelabros.)

JUVENTINO.- ¿Algo más, señora?

GÜERA.- No... Ya puedes retirarte...

(Sale Juventino. Transcurren unos segundos y entra el príncipe envuelto en su capa.)

GÜERA.- (Sorprendida.) ¡Príncipe! Pero si no ha tardado nada...

PRÍNCIPE.- Sólo fui a mi casa por un regalo...

GÜERA.- ¿Para mí? ¡Pero no se hubiera molestado!... Le advierto que si es una joya de familia...

PRÍNCIPE.- Oh, no; es algo más exquisito... (Presentando un pequeño paquete.) Mire... (Lo desenvuelve.)

GÜERA.- (Sorprendida.) ¡Pasteles!

PRÍNCIPE.- (Con orgullo.) y hechos por mí. Ayer. Ya verá qué diferencia. ¡Éstos sí son franceses!

GÜERA.- Yo no sabía... Príncipe, ¡está usted resultando un estuche de monerías!

PRÍNCIPE.- (Satisfecho.) Ya verá nada más que los pruebe...

GÜERA.- ¡Ahorita mismo los comemos!

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PRÍNCIPE.- ¿Ahorita?.. Yo diría que después; para el desayuno... (Avanza con los brazos abiertos.) No es saludable recargarse antes el estómago... (Abraza a la Güera y la besa en el cuello con pasión.)

GÜERA.- Príncipe, ¡cuánto fuego!.. (Riendo.) Espere, ¡que apachurramos los pasteles!

TELÓN RÁPIDO

ACTO TERCERO

Mismo escenario, al día siguiente. Son aproximadamente las seis de la tarde. En escena don Celso, leyendo un periódico. Entra por la puerta del comedor

Basurto.

BASURTO.- (A don Celso.) Uf. ¡Qué sobremesa tan larga!... Usted no se quedó a los postres, ¿verdad?

DON CELSO.- Ni al guisado; me levanté cuando el príncipe pidió más mole... ¡Piensa nada más! Es mi debilidad, y no poder ni probado...

BASURTO.- Lástima; se perdió usted de algo muy especial... Pues sí, don Celso... hay que andarse con cuidado... Mire, yo por las dudas traigo siempre mi carbonato... (Se lo enseña.) Y así, hasta ahora, he podido resistir la parada... Porque ¡cuánto se come en estos convites!

DON CELSO.- Fueron los condimentos los que a mí me arruinaron... (Suspira.) Bueno, ¡sea por Dios!

BASURTO.- (Fijándose en el periódico.) Hoy no lo he leído, ¿trae alguna novedad?

DON CELSO.- ¡Qué va! Lo de siempre... Y una proclama de Santa Anna.

BASURTO.- ¿Otra?

DON CELSO.- Sólo por la fecha, pues ésta comienza como todas...

BASURTO.- No me la diga; me la sé de memoria... (Imitando a un orador.) Pobre patria mía, tan digna de mejor suerte... ¿eh?

Page 60: Hoy invita la Güera Original

DON CELSO.- Exacto... En cambio, el brindis de don Dimas antes del pescado no estuvo mal...

BASURTO.- Por eso este día es tan grande y en realidad estamos celebrando el tratado con la Francia que es católica.

DON CELSO.- ¿De manera que ese príncipe tan simpático...?

BASURTO.- Pero ¿no lo oyó usted? Su alteza nos prometió por lo pronto un buque lleno de coñac para que nos vayamos acostumbrando a lo bueno.

DON CELSO.- Oh, ¡qué generoso! ¿Y ya es un hecho?

BASURTO.- Parece que a última hora se presentaron más acreedores y hubo que seguir regateando. Pero, ¡eso sí!, en un espíritu de mutua estimación, como lo habrá usted notado hoy en la comida.

DON CELSO.- Sí, conmovedor... ¡Oiga nada más cómo se ríen!

BASURTO.- Celebrarán otra ocurrencia de nuestra anfitriona que hoy está en su día...

DON CELSO.- Y más traviesa que nunca...

(Entran por la puerta del comedor don Amadeo, Prado y Escalón.)

DON AMADEO.- (A don Celso y a Basurto.) ¿Qué tal, señores? ¿Cómo se sienten después del banquete?

BASURTO.- Pues yo, un poquito más pesado, y eso que ya tomé mi carbonato...

ESCALÓN.- Yo hice otro tanto... Y no es para menos había comida para satisfacer a un Gargantúa...

PRADO.- A mí me dijo su excelencia el embajador, que ni en Inglaterra se come tanto.

BASURTO.- Ni tan sabroso. Su alteza repitió el mole...

DON AMADEO.- Y eso me recordó al barón que nos visitó al principio del siglo. En una ocasión y en casa de...

PRADO.- (Interrumpiendo.) Y hay que ver el "confort", el ambiente y lo selecto de la concurrencia. No cabe duda, la Güera sabe hacer las cosas bien.

(Entran la Güera, doña Chole y el príncipe.)

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GÜERA.- (Al príncipe.) Aquí estamos a salvo... (A don Celso, Escalón, Prado y Basurto.) Nos venimos a refugiar con ustedes, pues al príncipe sólo le gusta la poesía aplicada y en el comedor ya han comenzado a leer unos versos...

BASURTO.- ¿Versos?... ¡No me diga!... Yo precisamente le traía algo...

DON CELSO.- ¡Qué casualidad! (Se pone de pie.) Yo también, ahora que me acuerdo...

PRADO.- Lo que son las cosas... (A la Güera.) Con su venia, señora…

GÜERA.- Vaya nada más...

(Salen don Celso, Basurto, Prado y don Amadeo.)

GÜERA.- (A Escalón.) ¿Y usted no escribe?

ESCALÓN.- Sólo números. Yo prefiero lo tangible. La poesía no reditúa.

DOÑA CHOLE.- (A Escalón.) ¡Qué cierto es eso, don Manuel! Un sobrino mío perdió su fortuna por dedicarse a esos menesteres... Luego se mató el muy bruto en un du lo. (A la Güera.) Lo recuerdas, ¿verdad, chula?

GÜERA.- Vagamente... yo era tan joven...

DOÑA CHOLE.- ¡Pero si de eso hace poco!

GÜERA.- Da lo mismo, preciosa... (Al príncipe.) Los recuerdos de la infancia son ¡tan borrosos!

PRÍNCIPE.- ¡Ciertamente! Yo de niño estuve en Alemania y ¡como si nunca hubiera estado! Sólo recuerdo unas pocas palabras, y ésas son de las que no se acostumbran frente a las damas...

GÜERA.- ¡Ya me imagino en dónde las aprendería! Oh, príncipe, debe usted haber sido terrible... (A los demás.) Su alteza se fugó una vez de su casa...

DOÑA CHOLE.- ¡Qué emocionante! (Al príncipe.) ¿Y adónde se fue?

PRÍNCIPE.- A Turquía; a visitar los haremes...

DOÑA CHOLE.- ¡Dios nos coja confesados! ¡Los haremes!

ESCALÓN.- Tengo entendido que esa práctica de las muchas mujeres obedece a la misma ley de la oferta y la demanda...

PRÍNCIPE.- (A Escalón.) No lo podría decir con exactitud... En todo caso una mujer come lo mismo aquí que allá y muchas ¡claro! han de costar una

Page 62: Hoy invita la Güera Original

barbaridad... (A la Güera.) Y hablando de comida, ¿se acuerda, doña Ignacia, que me ha prometido darme la receta del mole?

GÜERA.- ¡Ya lo creo!... Pero... Son tantos los ingredientes que a mí me Parece que sería mejor que usted los viera... Si viene, le enseño todo...

PRÍNCIPE.- Poniéndose de pie.) Encantado...

DOÑA CHOLE.- Ignacia, ¡por Dios! No pretenderás que el príncipe vaya a la cocina...

GÜERA.- Pues... ¡como la cocina no puede venir a ver al príncipe!... (Al príncipe.) Vamos, alteza...

(Sale del brazo del príncipe por la puerta de la servidumbre.)

DOÑA CHOLE.- (Indignada.) ¡Se propasa! (A Escalón.) ¿No le parece a usted que es una falta de delicadeza?

ESCALÓN.- Efectivamente; y yo diría además que es de poco tacto... ¡Un príncipe en la cocina! ¡Qué dirán de nosotros en el extranjero!

DOÑA CHOLE.- Pero así es ella... Yo no debería haber venido...

ESCALÓN.- ¿No estaban ustedes distraídas?

DOÑA CHOLE.- Desde que ella se quedó con toda la herencia yo ya no le hablaba... Pero, ¿qué quiere usted? Una es pobre, y luego para no darle de qué hablar a la gente...

ESCALÓN.- Ah...

DOÑA CHOLE.- y no la he perdonado del todo. ¡Qué va!

ESCALÓN.- Claro.

DOÑA CHOLE.- ¡Y qué desplante tiene! ¿Se fijó usted en lo que dijo... cuando se hizo la que no recordaba?

ESCALÓN.- Sí. Me parece que se quita los años...

DOÑA CHOLE.- ¡Cuando menos veinte!

ESCALÓN.- ¿Tantos?

DOÑA CHOLE.- Nada más haga la cuenta. Cuando don Agustín, ella ya no era una pollita. ¿Y luego? ¡Cuántos presidentes hemos tenido desde entonces! ¿Va viendo?

Page 63: Hoy invita la Güera Original

ESCALÓN.- Déjeme contados...

(Lo va haciendo con los dedos cuando entran don Dimas, el embajador, la señora W. y Prado.)

EMBAJADOR.- (A su mujer.) This way, darling... (Se dirige con la señora W. adonde está doña Chole.) Oh, señora, ¿puedo dejar aquí a mi esposa? Ella no habla su bello idioma, pero se entretiene sola...

DOÑA CHOLE.- (Haciéndose a un lado en el sofá) ¡No faltaba más, excelencia!... (A la señora W.) Siéntese, linda, aquí, junto a mí...

(La señora W. toma asiento y el embajador se retira a seguir suconversación con don Dimas y Prado.)

EMBAJADOR.- (A don Dimas.) Como le estaba diciendo, el cumplimiento de los compromisos es lo primero; luego ya veremos...

DON DIMAS.- De acuerdo, pero yo insisto en determinar de una vez ese "ya veremos". No puede escapar al buen juicio y al sentido de rectitud de su excelencia la pésima calidad de los buques adquiridos en Inglaterra y por los que se nos cobró demasiado. ..

EMBAJADOR.- ¡Pero mi buen amigo don Dimas! Ésa ya es historia antigua.

DON DIMAS.- Por la que, sin embargo, se nos siguen cobrando los réditos. Decididamente ¡hay algo podrido en Dinamarca! Se nos vende caro y se nos compra barato y ¡encima hemos de darles todas las facilidades! ¿Y la justicia?

EMBAJADOR.- (Riendo.) Ésa también la hacemos nosotros según una patente exclusiva... Confórmese, don Dimas, que al menos ya es libre para vender...

DON DIMAS.- ¡A sus precios! (Suspira.) Sí, ya somos libres para morirnos de hambre.

EMBAJADOR.- Oh, no exagerar ¡por favor! Cuando España los explotaba no protestaban tanto.

PRADO.- ¡Muy cierto! La independencia de que gozamos ya es algo. ¡Qué caramba!

Page 64: Hoy invita la Güera Original

EMBAJADOR.- ¡Bravo! Ése es el espíritu deportista con el que se debe valorizar la historia. Ustedes han roto sus cadenas y, de esclavos, ya sólo son deudores. ¡Un paso muy importante!

PRADO.- (Con orgullo.) Vencimos a los españoles y los echamos de nuestra tierra. ¡Toda una faena!

(Basurto ha entrado y ha alcanzado a oír la última frase.)

BASURTO.- Qué, ¿se habla de toros?

DON DIMAS.- (Abatido.) Más nos hubiera valido...

PRADO.- Claro... (Al embajador.) Y usted, ¿qué opina de la fiesta brava?

EMBAJADOR.- (Sin entender.) ¿Fiesta brava dice usted?

PRADO.- Pues sí; esa en que se torea...

EMBAJADOR.- Ah... Le diré: los toros hacen lo que pueden y los toreros, pues visten algo raro y yo diría que son una excelente combinación de bailarines y carniceros...

PRADO.- (Explotando.) ¿Qué? ¿Qué?... (Embistiendo al embajador.) ¡Me lo como crudo a usted!... (A don Dimas y a Prado, que lo sujetan.) ¡Suéltenme!... (Al embajador.) ¡Protestante! ¡Sardina! ¡Villamelón!

SEÑORA W.- (Que acude al lado de su esposo.) ¿What's the matter, darling?

EMBAJADOR.- (Que ha adoptado una guardia pugilística estilo siglo XIX.) Hell... Something I said about bull- fighters I suppose...

(Basurto y Prado se retiran al fondo, indignados.)

DON DIMAS.- (Al embajador.) Excelencia, hirió usted mortalmente a un aficionado...

EMBAJADOR.- No comprendo... Yo sólo di una definición... y después de todo, el torear es un invento de España...

DON DIMAS.- Pero muy aclimatado en esta tierra. Tanto es así, que aceptaríamos a otro Cortés si viniera vestido de torero. ..

EMBAJADOR.- Oh, mi buen amigo. ¡Nunca acabaré de entender al mexicano!

Page 65: Hoy invita la Güera Original

DON DIMAS.- Pues yo estoy escribiendo un libro para explicarlo... Le mandaré un ejemplar dedicado...

(Se aleja al fondo conversando con el embajador y la señora W., al tiempoque entran por la puerta del comedor doña Laurita y su hijo.)

WILFRIDO.- (Neceando.) ¡Mamá, yo quiero ir a la guerra, mamá!

DOÑA LAURITA.- ¡Deja de moler, malcriado! (A doña Chole y acercándose a ellos.) ¡De lo que se perdieron! Leyeron sus poemas don Celso y don Amadeo...

WILFRIDO.- Pero, mamá. ¡Yo quiero ir a la guerra!

DOÑA LAURITA.- Ay, hijo, ¡qué necio eres! ¡Ya te dije que no hay guerra!

WILFRIDO.- Pero cuando la haya... ¿Me dejas ir, mamá?

DOÑA LAURITA.- ¡No!... (A doña Chole.) Usted juzgue, cuando lo de Texas se empeñó tanto que me colmó y le dije que sí. ¡Y comenzó! Un mozo para el caballo, otro mozo para el fusil, otro más para su equipaje y encima un doctor de cabecera...

DOÑA CHOLE.- ¡Jesús!

DOÑA LAURITA.- Le juro que gasté más de lo que vale toda esa dichosa tierra que fue a defender. ¡Y ahora quiere otra guerra!

DOÑA CHOLE.- No hay derecho...

WILFRIDO.- Pero, mamá...

DOÑA LAURITA.- ¡No y no y no!... Ahora déjame platicar con la señora. Anda, ve a ver a la muchacha que no ha dejado de hacerte señas...

(Sale Wilfrido, malhumorado, por La puerta del comedor.)

DOÑA CHOLE.- ¡Qué juventud la de ahora! En mis tiempos nadie se movía para ir a una guerra. Allá, de vez en cuando, se oía que se mataban en las provincias más lejanas; ¡pero la gente decente ni caso hacía!

ESCALÓN.- Todo comenzó con el corso Napoleón; desde entonces se ha puesto de moda vestir el uniforme y colgarse medallas y listones.

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DOÑA LAURITA.- Eso es lo menos malo y a mí me gusta ver a Wilfrido vestido de soldado. También le gustan los desfiles militares y ya le dije que en el próximo que organice el general Santa Anna puede ir a caballo para lucir su casaca nueva. ¡Pero nada más! ¡

DOÑA CHOLE.- Pues yo a mi hijo ni eso le permitiría. ¡Llevan cada asoleada!

(Entran don Celso, el canónigo y don Amadeo.)

DON CELSO.- (Tomando asiento en un sillón y secándose los ojos con su pañuelo.) Déjenme aquí llorar a gusto...

ESCALÓN.- (Al canónigo.) ¿Qué le pasó?

CANÓNIGO.-Se emocionó con los versos de ese joven...

DON AMADEO.- Aníbal de los Olmos.

CANÓNIGO.- Fue el último en la lista y se resistió de pronto. Pero luego, conforme iba cobrando fuego, se volcó materialmente en una cascada de versos ¡a cual más bello!

DON CELSO.- Un talento; un talento. ¡Qué frases! ¡Qué sentimiento!

DON AMADEO.- De la más pura escuela romántica, con resabios de Quevedo y de Lope.

CANÓNIGO.- Yo más bien diría que sus fuentes lo son Horacio y Maquiavelo...

DON CELSO.- (Protestando) ¡Ni esperanza! Allí sólo Homero y cuando mucho lord Byron.

DON AMADEO.- Pero a ratos también Zorrilla. Lo digo por el son-so-nete...

DON CELSO.- (Estallando.) ¡Sacrílego! Ya quisiera toda España un poeta como éste... I

CANÓNIGO.- y una inspiración como nuestra Güera...

DOÑA CHOLE.- ¿Qué?... ¿A poco...?

CANÓNIGO.- Sí, doña Chole, nuestro novel poeta se refiere a ella en cada línea. Es su diosa, su pena, su otoñal sinfonía, y creo que también su muerte prematura.

DOÑA LAURITA.- ¿Pero cómo le hace para que se chiflen así por ella?

DOÑA CHOLE.- Yo se lo podría decir, pero me da pena...

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DOÑA LAURITA.- Ah... ya me imagino... Pero entones ¡ni chiste tiene! J

CANÓNIGO.- PermÍtame diferir de ese juicio que se lila formado; doña Ignacia tiene con qué responder, y eso sí tiene su chiste. ¡Y muy bueno!

DOÑA LAURITA.- (Indignada) ¡Qué sabe usted lo q. e las damas tenemos! (A doña Chole.) Estos caballeros hablan de la Güera como si ella fuera la única mujer sobre la tierra.

DON AMADEO.- La única no; pero "única" sí. Un ejemplar como ella se logra cada cien años...

DOÑA CHOLE.- (A don Amadeo.) ¿También usted? Yo creía que usía ya estaba fuera de combate...

DON AMADEO.- (Con dignidad.) ¡Pues no! Todavía puedo, señora.

DOÑA LAURITA.- (A don Amadeo.) ¡Cuánta vanidad la de algunos!

(Entran el príncipe y la Güera por la puerta de la servidumbre.) I

DOÑA CHOLE.- Ya viene con su príncipe del brazo. (A la Güera.) Estábamos hablando de ti, querida...

GÜERA.- Y yo de ustedes... Le decía a su alteza que los chiles se, ponen a secar para que cobren bríos.

DOÑA LAURITA.- Qué chistoso...

PRÍNCIPE.- (Al canónigo.) Su paternidad estará de acuerdo conmigo en que las damas usan un lenguaje muy florido para comunicarse sus verdades...

CANÓNIGO.- Ciertamente, alteza; y yo opino que en sutileza nadie les gana...

PRÍNCIPE.- (A la Güera.) ¿Lo oye usted, madame? No tiene, pues, nada de raro que el ingenio femenino nos subyugue y que un pobre mortal del sexo fuerte se convierta en el esclavo voluntario de su dama... (Con una reverencia.) Acepte usted una vez más la capitulación incondicional de su vasallo...

GÜERA.- Acepto esta galantería tan exquisitamente parisiense en nombre de todas las damas mexicanas... (A doña Chole ya doña Laurita.) ¿Verdad que nuestro príncipe es de lo más adorable?

(Antes de que puedan contestar doña Chole y doña Laurita, se oye desde afuera el llamado de "alerta" de un clarín militar y casi en seguida entran

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marchando los dos dragones del primer acto a los que sigue Santa Anna, vestido de uniforme de gala.)

SANTA ANNA.- (Gritando con toda la solemnidad que requiere el caso.) ¡El honor nacional está a salvo! (Avanzando ante el desconcierto general e inclinándose frente al príncipe.) Tengo el honor, alteza, de comunicarle que habrá guerra...

DON DIMAS.- (Que ha entrado de prisa por la puerta del comedor, seguido de los demás invitados.) ¿Cómo?

SANTA ANNA.- (A don Dimas.) Gracias a mi oportuna y patriótica intervención, el general Bustamante, nuestro digno presidente, ha tenido a bien recapacitar y me nombra aquí general en jefe... (Saca un papel y se lo entrega a don Dimas.) De la mitad del ejército; la otra mitad estará a cargo del valiente Arista.

DON DIMAS.- (A punto de desmayarse.) Dios mío... ¿Cómo pudo suceder esto?

SANTA ANNA.- (Orgulloso.) Cuento con el apoyo entusiasta de todos los militares y... (reverencia frente al canónigo) la bendición del clero...

DON DIMAS.- Tengo que ir inmediatamente a ver al presidente...

SANTA ANNA.- Ni se moleste...Aquí le traigo ya a su alteza un salvoconducto... (Le entrega al príncipe un sobre lacrado.) y la negativa más rotunda de pagarle...

PRÍNCIPE.- (Leyendo.) Oh, la, la...

DON DIMAS.- (Indignado, a 'Santa Anna.) General, juega usted con el destino de su patria...

SANTA ANNA.- Se equivoca usted, excelencia. ¡Yo la defiendo mientras usted asiste a un banquete!... (A los demás.) y estoy seguro que estos caballeros que piensan como yo se apresurarán a suscribir un préstamo sustancioso para los gastos de esta campaña...

VOCES.- (Indignadas.) ¿Quiénes? ¿Nosotros? ¡Oh, no! Yo estoy en la calle. Crisis general. Nadie paga... No vendo nada...

CANÓNIGO.- (Alzando la voz.) ¡Un momento, señores! El clero mexicano apoya al valiente general Santa Anna. Por lo tanto, éste no es el momento de cerrar la bolsa sino de sentirse patriotas y sacar de sus escondites los ahorros...

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VOCES.- (Asustadas.)¿Qué será de nosotros? No hay derecho. El ejército nos exprime. Y el clero le da su visto bueno... Yo me voy a mi casa y de allí no salgo. Y yo al monte...

SANTA ANNA.- (Subiendo unos escalones.) ¡Pido la palabra! (Silencio y expectación genera) Ya me colmaron la paciencia todos. Les propongo una guerra y ¿qué pasa? Se alarman, protestan, se esconden. ¿Qué no tienen narices? ¿Qué no ven el negocio? (Dramático.) Oh, pobre patria mía, ¡tan digna de mejor suerte! Yo...

VOCES.- (Alborotadas.) ¡Ya comenzó éste! ¡Vámonos...! Al rato nos convence...

(Salen sin despedirse Escalón, don Celso, don Amadeo y doña Chole.) .

WILFRIDO.- (Llegando, en medio de la confusión.) Mamá, ¡ahora sí quiero ir a la guerra!

DOÑA LAURITA.- (Jalando a su hijo.) ¡Cállate, idiota!

WILFRIDO.- (Resistiéndose.) No me callo... (Lloroso.) Yo quiero ir a la guerra...

SANTA ANNA.- (Señalando a Wilfrido.) ¡Por fin, un valiente!

DOÑA LAURITA.- (Asustada.) ¡No!... (A su hijo, suplicando.) Vente, Wilfrido, ya desfilarás cuando regrese victorioso el general...

WILFRIDO.- ¿Y si pierde?

DOÑA LAURITA.- No importa; gane o pierda hará su desfile... (Sale jalando a su hijo tras ella.)

SANTA ANNA.- (Desilusionado.) Y así quieren que México progrese... (Al canónigo.) Ya lo ve su paternidad: ¡se fueron!

CANÓNIGO.- Bah... el domingo les leeré la cartilla y ¡ya verá! No digo si no suscriben como Dios manda...

DON DIMAS.- (Al canónigo.) Supongo que sabrá lo que está haciendo.

CANÓNIGO.- Pierda cuidado, excelencia; yo siempre sé lo que hago.

PRÍNCIPE.- (A don Dimas.) Sólo estoy esperando su última palabra, señor ministro.

DON DIMAS.- (Abatido.) Pues es ésta: ni remedio.

PRÍNCIPE.- (Amable.) No se apene... Pero usted comprende que en estas circunstancias tendré que cobrar también los pasteles.

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DON DIMAS.- Ni remedio.

PRÍNCIPE.- (A la Güera.) Madame. Mi más sentido pésame...

GÜERA.- Gracias, alteza, a pesar de todo...

PRÍNCIPE.- (A la Güera.) Quiero decirle: mi oferta original queda en pie y París la espera...

GÜERA.- ¿En un buque de guerra que ha bombardeado mi tierra? No, alteza; creo que no puedo aceptar.

PRÍNCIPE.- Ya veo... Entonces; Me despido. Pero no le digo adiós, sólo "au revoir" pues algo me dice que Francia tiene el deber de salvar a este hermoso país... (A Los demás.) Damas, caballeros... (Reverencia.) Ha sido un placer y me despido de todos ustedes con pena. Pero el deber me llama.

(Se pone su capa, que le presenta Juventino.)

SANTA ANNA.- (A sus dragones.) ¡Presentar armas al enemigo! (Al príncipe y haciendo una caravana.) ¡Que le sean leves mis cañonazos!

PRÍNCIPE.- (Correspondiendo a la reverencia.) Ya usted los míos. (Sale.)

SANTA ANNA.- (A don Dimas.) Bueno... Ya tenemos una guerra encima... ¿Qué le parece si nos vamos poniendo de acuerdo?

EMBAJADOR.- (Adelantándose.) ¡Un momento! Ahora me toca a mí...

DON DIMAS.- (Suspirando.) Ya me lo temía... (Al embajador.) A sus órdenes, excelencia...

EMBAJADOR.- Bloqueado el puerto de Veracruz, ¿qué otras garantías me ofrece?

DON DIMAS.- Pues... ¡El valor del general Santa Anna, que pronto rechazará a los franceses!

EMBAJADOR.- (Serio.) No estoy para guasas, don Dimas. Usted a cambio de Veracruz me garantiza las aduanas de Tampico, Campeche, Acapulco y, en fin, de todos los puertos marítimos en los litorales.

DON DIMAS.- Pero, excelencia, ¿con qué me deja?

EMBAJADOR.- Con sus valientes generales y un riquísimo clero.

DON DIMAS.- ¡Como si no me dejara nada! (A Santa Anna.) ¡Ya lo ve usted!... (Suspirando.) ¡Que Dios lo perdone si puede!

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EMBAJADOR.- (Sacando su reloj.) Le doy un minuto para decidir entre la garantía y la guerra.

DON DIMAS.- (Asustado.) ¿Guerra dijo usted? Dios mío, no esperaba yo esta actitud de la nación paladina de la libertad. ¡Hágame una rebaja!

EMBAJADOR.- (Consultando su reloj.) Le queda medio minuto.

SANTA ANNA.- Esto es indigno. ¿Somos sus esclavos? Voy a lanzar una proclama...

DON DIMAS.- ¡No! Por favor. (Al embajador.) ¡Acepto!

EMBAJADOR.- (Guardando su reloj.) Eso ya está mejor.

DON DIMAS.- (Al embajador.) ¿No le remuerde la conciencia?

EMBAJADOR.- ¿Conciencia?.. (Con mucha dignidad.) Un caballero inglés nunca lleva a viajar a su conciencia, ¡siempre la deja en casa!

DON DIMAS.- ¡Qué comodidad!

EMBAJADOR.- Well... Me marcho... (A su mujer.) Darling, say good night to the lady of the house.

SEÑORA W.- (A la Güera.) Muy... buena... noche, ¡to you!

GÜERA.- ¡Qué encanto!... Tápese bien cuando salga.

EMBAJADOR.- (A la Güera.) Una comida excelente, señora.

GÜERA.- ¡Ni lo diga! Temo que se vaya con hambre.

EMBAJADOR.- Le aseguro a usted que es todo lo contrario... Buenas noches... (A don Dimas.) ¿Me acompaña usted, señor ministro?

DON DIMAS.- Sí... (A la Güera.) Lástima, ¿verdad? Si no renuncio o me muero del coraje, la visitaré a usted otro día...

GÜERA.- Cuando guste; ésta es su casa. Y no me mencione en su libro...

DON DIMAS.- Pierda cuidado... (A los demás.) Buenas noches. ..

(Salen la señora W., el embajador y don Dimas.)

SANTA ANNA.- (A la Güera.) Y ahora, ¿qué dice?

GÜERA.- ¿Yo?... Nada. ¿Qué quiere que diga?... Don Dimas le pide a Dios que lo perdone si puede; yo no soy tan generosa y le pido que lo deje a usted cojo...

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SANTA ANNA.- (Alarmado.) ¡Ni lo mande Dios!... (Al canónigo.) Usted rezará por mí, ¿verdad?

CANÓNIGO.- Pero, general, ¿no se cansa de pedir? Primero mi apoyo, luego dinero y ahora ¡hasta he de interceder por usted en el cielo!... ¿A ver qué da, usted a cambio?

SANTA ANNA.- Mi espada, ¿qué más quiere?

CANÓNIGO.- Lo pensaré... (A la: Güera.) Doña Ignacia, estoy muy agradecido por todo y espero que sigamos siendo buenos amigos. .

GÜERA.- Me temo que sí, y que muy pronto tenga que recurrir a usted...

CANÓNIGO.- Pues no le dé pena... Y me despido. Que pronto se le olvide París...

GÜERA.- Oh, de eso no hay cuidado... (A Santa Anna que se pone su capa.) ¿También usted se va, general?

SANTA ANNA.- A menos que usted ordene lo contrario...

GÜERA.- (Señalando a los dragones.) Sería injusto privar a estos valientes de su general. Vaya usted, don Antonio. Buenas noches a la cruz y a la espada...

SANTA ANNA y EL CANÓNIGO.- Buenas noches... (Salen seguidos de los dos dragones.)

GÜERA.- (Dirigiéndose después de una corta pausa a la puerta del comedor.) Ya se fueron todos; estoy sola... (Entra Aníbal.) Y vencida. (Sonriendo tristemente.) Ya lo ve... ¿Se enteró de todo?

ANÍBAL.- De todo... Y ahora, ¿qué será de usted?

GÜERA.- No lo sé... Quizás el convento.

ANÍBAL.- ¡No! Señora, yo le ofrezco mi vida y las montañas del Sur. Allí están esperando su oportunidad los verdaderos patriotas.

GÜERA.- Lo sé... Pero ¿me puede usted imaginar en un campamento?

ANÍBAL.- No... .

GÜERA.- Ya ve... Nos queda otro camino: huir al extranjero.

ANÍBAL.- ¡Señora!

GÜERA.- ¿Lo hacemos? ¿Huimos? ¿Traicionamos a nuestros amigos?

ANÍBAL.- ¡Nunca!

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GÜERA.- Así lo quería ver... Y por mí no se preocupe; no hay convento capaz de retenerme si no quiero. ¡Qué va! Yo les he de dar mucha guerra todavía. Dígales eso a los amigos...

ANÍBAL.- Lo haré; les diré que usted es... Pero ¿para qué? Si ya lo saben... ¿La volveré a ver?

GÜERA.- Tal vez... Cuando regrese a tomarles cuentas a Santa Anna y demás bribones... y si no tarda demasiado... (Le tiende la mano.)

ANÍBAL.- (Besando la mano de la Güera.) Nunca la olvidaré...

GÜERA.- Adiós.

ANÍBAL.- Adiós. (Sale de prisa)

GÜERA.- (A Juventino, que regresa de haber cerrado la puerta.) Apaga las luces... (Juventino lo hace mientras ella le da distraídamente cuerda al juguete musical.) Apaga también el farol de la entrada; ya no espero a nadie.

(Se sienta a escuchar la música que ha empezado a tocar.)

TELÓN LENTO

18 mil palabras7 debe tener para durar 1:30 h

7 páginas= 2 mil palabras