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ignacio lewkowicz - pliegue y subjetividad

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Teorías de la subjetivación postestatal – coord. i.lewkowicz – reunión n°09, 24-05-02

Teorías de la subjetivación postestatal

Coordina: Ignacio Lewkowicz

Reunión N°9

24.05.02

Problema por la Integración (o no) del yo – la subjetividad como un pliegue – un esquema de pensa-miento de la subjetividad para situaciones de producción de integración – ¿cómo pensar una situación que no necesite integración? – el esquema de una subjetividad integral como un esquema más de las posibles configuraciones

En una discusión planteábamos la idea de si hay variación o no en la subjetividad, y llegamos a la idea de que es necesario decidirlo porque no hay criterios de verificación. La idea de decidir tiene que ver con que no hay un observable en sí que induzca o exija pensar de otro modo. Só-lo si se decide, si se declara que hay otra época para la subjetividad, a partir de ahí se empie-zan a armar los esquemas, los conceptos, las flechas, los diagramas, los pliegues, la ontología o la postontología. Muchas veces me doy cuenta de que no está claro para mí que se trata de una decisión y lo tomo como un observable. Para pensar así es necesario no remitirse a una evidencia o a la argumentación sino a la consistencia a posteriori de una declaración.

Declarar que Cristo exige cambiar toda la propia vida; para devenir militante de una verdad bol-chevique hay que hipotecar la vida entera a esa decisión. Pero cuando empezamos a pensar en términos de situación ya no se trata de cambiar la vida, sino que la idea de que hay una sub-jetividad heterogénea es, para las situaciones en que queramos pensar desde ahí, un axioma del pensamiento – que no exige el compromiso vital sino un compromiso pensante. Si no, se exige una conversión teórica a un pensamiento.

Si uno es uno, hay un axioma de pensamiento y la vida transcurre en torno a ese axioma. Si el sujeto de pensamiento se compone en situación, uno se irá componiendo en distintos sujetos de pensamiento según distintas situaciones y la situación se arma por compartir un axioma – si no, no hay situación. Cuando mucho se podrá armar por compartir un problema, pero el proble-ma también tendrá que estructura enunciado en tanto que problema. Un enunciado es una de-claración de que hay un problema. Un axioma es un axioma de pensamiento de situación y no un axioma de vida del individuo – no es convicción doctrinaria: es el punto que se pone para pensar en una situación. Por lo tanto, los axiomas son variables de situación en situación. No tengo por qué exigir una coherencia integral entre el axioma con el que pienso en una situación y el axioma con el que pienso en otra situación; pero una vez adoptado un axioma para pensar en una situación sí puedo exigirme que yo sea ese en la situación: en esa situación yo soy esa subjetividad pensante. Aquí, la exigencia de coherencia es para la operación de pensamiento y subjetivación en esa circunstancia.

Esto nos lleva nuevamente al problema por si hay o no un espacio de integración para pensar la subjetividad, por si los distintos modos de pensar y de hacer instaurados en distintas situa-ciones se integran en alguna unidad aunque no sea coherente esa unidad. Si hay un punto de existencia que integra esas cosas –o que al menos amontone– se puede pensar en dispersión de subjetividades, cada una integrada a un modo pero no integradas entre sí.

En la circunstancia A pienso desde el axioma 1; desde la circunstancia B pienso desde el axio-ma 2. Esos dos axiomas, 1 y 2, ¿coexisten en mí o hablan de existencias separadas? El yo, ¿es un punto de existencia o es un puro soporte gramatical para conjugar el verbo pensar?

– ¿Y qué pasa con la experiencia?

– La memoria...

Es un problema. El espartano se piensa a sí mismo como un pedazo de la comunidad, y no co-mo él; y esto está en relación con las prácticas de crianza. La impresión es que el yo es un ins-tituido burgués: que el punto de existencia sea el yo, es decir, que sea yo el que existe y no la comunidad de la cual uno es una delegación, es resultado del modo de producción de subjetivi-dad propio de los estado nacionales. Es posible que hayamos pasado de la comunidad al indi-viduo, y del individuo a la dispersión de subjetividades que no nuclean sobre un punto – ésta sería la posibilidad más extrema. Tal vez con un buen entrenamiento podamos dibujar un suje-

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to de pensamiento donde la subjetividad burguesa ve ocho individuos. Pero no un sujeto com-puesto por ocho individuos, sino un sujeto que es uno. Ya no habría individuos que se compo-nen sino composiciones que nosotros leemos en términos de individuo.

En La condición humana, Hanna Arendt dice que en el medio de dos hay una realidad hecha de palabras y acciones, y que no es menos real por no constituir ente porque es una realidad de otro tipo, y por eso en general uno permanece inconciente, invisible o intangible. Existo yo, existís vos, y construimos la relación, pero la relación es otro tipo de existencia. En este senti-do, que exista yo y exista otro es el efecto perceptivo por siglos depositado de subjetividad, efecto de la saturación burguesa de las personas gramaticales. Las personas gramaticales son puras personas gramaticales, e indican nada más que una posición para conjugar un verbo; y la metafísica del sujeto convierte al sujeto gramatical en el sujeto. Hay ahí todo un trabajo de saturación subjetiva de lo que no es más que una virtualidad de la lengua.

Entonces, lo que nosotros tenemos de integración, de memoria, de coherencia entre las formas de pensar, de coherencia en las formas de padecer, ¿es un efecto de la subjetividad estatal que compone todos los atravesamientos en una unidad, o es propio de la naturaleza humana?

Un esquema. Tenemos una institución I1, una institución I2, una institución In. I1 instaura una operación subjetiva O1, I2 instaura O2, In instaura On. Pero como todas las instituciones son par-te de un todo que es la institución del estado, una metainstitución, todas esas operaciones se componen en un esa institución. El tipo subjetivo resultante de esas operaciones es lo que se llama yo. Y nosotros nos preguntamos qué pasa cuando cae esa metainstitución cae y donde hablábamos de institución I1 ahora tenemos el galpón G, donde estaba la institución I2 ahora está el quincho Qazul, etc., ya no términos de una serie sino cachos. Las operaciones O, Oazul, etc. se han instalado. Las operaciones O1, O2 y On conectan porque están integradas – más que conectarse diría se articulan. Pero las operaciones O, Oazul, etc. ¿conectan entre sí? ¿có-mo? ¿por qué? ¿hace falta? ¿o meramente se amontonan?

Podemos agravar un poco más la cuestión y decir que este problema aparece porque recorta-mos el yo que integra las operaciones. Supongamos que queda tachado porque es un vicio burgués y estatal de pensar desde ahí, y entonces en ese galpón se instala un sujeto que es la hinchada de Vélez. –ni siquiera un conjunto: no los hinchas de sino la hinchada de–. La hin-chada de Vélez es un sujeto. Supongamos que en el quincho surge otro sujeto: los médicos. Del mismo modo un tercero, etc.

La operación O1, la operación O2 y la operación On remiten todas a la misma extensión, a la misma materia, al mismo chabón que se llama yo. En cambio, los otros son sujetos de exten-sión material distintas: no son el mismo con distintas operaciones.

– ¿Y esa decisión no se podría haber tomado en el primer caso? ¿Qué es lo que hace que en el primer caso no sea posible pensarlo de esta manera?

Tengo la impresión de que no era posible pensarlo de esa manera. Retroactivamente, sí era pensable, pero no fue pensado porque el poder de instaurar subjetividad instauraba la persona como evidencia; tanto que los críticos de la subjetividad decían que no había que hablar de “el individuo” porque está dividido – pero no ponían en duda que fuese uno. Ahí, el punto de exis-tencia se desplaza un poco pero dentro de una localización histórica muy precisa. En ese senti-do hay que tener en cuenta la fuerza que pueden tener las discursividad es históricas efectivas. Pero hoy se torna más fácil la situación porque no existe la institución orientada a la integra-ción, y más desesperante porque tenemos el hábito –o la necesidad– de la integración. Si esa necesidad de integración es estatal, entonces ya educaremos pibes capaces de componerse de distintas formas sin resistencia, de devenir en situación lo que efectivamente la situación pi-de.

En el límite, creo que no hay sujeto que se pueda constituir sin una operación de subjetivación. Sería una constitución mutua, pero esto es un nivel de sofisticación en nuestro planteo que pre-gunta si el sujeto es uno o varios. O mejor, habría que decir que uno es varios. Hay varios y te-nemos el hábito del uno, ¿por qué? ¿por localización temporal? ¿por memoria?

– ¿Por qué no se puede pensar que uno es varios con un cierto nivel de articulación, aunque no necesariamente coherente?

Pero la idea es llevar la cuestión más al límite: si uno es varios o hay varios. Quizás esto tam-bién sea terreno de decisión. Y entonces habrá que ver qué dispositivos de intervención y de

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pensamiento se arman cuando se asume que uno es varios. Ahí aparecerá el problema de la plasticidad y no tanto el de la coherencia. Y habrá que ver qué dispositivo de intervención se constituye atravesando cuerpos, gente, perros, palabras, si asumimos que hay un sujeto para cada situación – pero que haya un sujeto para cada situación significa que hay varios sujetos.

Volviendo al esquema de las flechas, si hay varias operaciones entonces hay flechas que no conectan entre sí. Los distintos yo son entidades distintas. Si yo corro o yo canto, el yo no tiene existencia independiente de esa acción. Habría que pensar más en castellano que en inglés o en francés: nosotros podemos decir el verbo sin el sujeto, lo cual está vedado en otros idiomas.

– A lo mejor hay algún lazo entre el “corro” y el “canto”.

– El yo está pensado como un saco que junta experiencia. Pero si uno piensa ese yo por la ac-ción que realiza, obviamente nunca va a ser el mismo, siempre va a ser otro. Nunca es el mis-mo.

Pero ¿cómo se llama eso que permanece sin ser el mismo? Hay un punto de identidad fatal que es el de identidad de las marcas. Sería una identidad impredicativa. Uno puede decir que no es el mismo de dos modos distintos: diciendo que no es el mismo porque deviene otro, o que no es el mismo porque no tiene nada que ver con lo anterior. La interesante aquí sería ver si podemos pensar en operaciones de intersección vacías.

– Si pensamos dos conjuntos de intersección vacía, los estamos pensando con algún lugar de conexión. Vacío es una conexión ahí.

Respecto del amor, Badiou dice que nada de lo que se presenta para la posición hombre se presenta para la posición mujer. Y es demasiado decir que hay dos posiciones: hay uno y otro uno. ¿A dónde lleva esto? A la inversa: que hay sólo uno. El problema es que hay uno y otro uno, pero esto sólo mirado en trascendencia; pero en situación sólo hay este uno y el otro no está representado. Entonces, sólo hay situaciones.

Hay una situación, se constituye un sujeto, y el problema es cómo hace para pensar y habitar eso. Y la pregunta que lo desactiva es “quién soy cuando no esté aquí“ – pregunta antisituacio-nal por excelencia.

– La coexistencia en situación ¿disuelve la entidad de cada uno? ¿la constitución del sujeto en situación los iguala? ¿qué pasa con la trayectoria previa de cada uno?

La situación toma de su presente, de su futuro, de su pasado, los términos que la componen. Pero así pensado no habría términos que vienen y duran, sino que se fundan ahí. La situación es en ese momento la composición desde ese momento, y lo que no tiene que ver con ese mo-mento –ni por pertinenecia, ni por obstáculo, ni por resignificación– no existe. No es que la his-toria entra en la situación y se significa según la situación, sino que la situación es la que dice qué términos le pertenecen y los demás no existen. Luego habrá un modo de graficar esto con-servando todo: el pliegue. Pero el pliegue ¿es una pura fórmula de negociación o tiene alguna entidad como forma de pensar? ¿es una negociación entre yo y varios o es una condición hu-mana?

El pliegue es una forma que integra sin coherencia, una forma en la que nada se pierde pero hay mucho que se puede desestimar. En el pliegue lo que hay es sólo el eje horizontal de lo que se compone en situación, lo que hay entre los distintos sujetos que están compuestos ahí. Supongamos que tenemos una superficie sólida pero muy plástica. Que sea sólida significa que dos puntos vecinos permanecen vecinos en todas las transformaciones. La significación ahí es-taría dada por continuidad. Ahora, sobre esta cosa flexible hay algo que la afecta. Se forma, por ejemplo, un golfo, y entonces tenemos no interior y exterior sino una zona más abierta y otra más cerrada, porque hay permanente intercambio de materia. Sin embargo, lo que hay en una zona está más estabilizado, más cerrado, más interconectado que lo que hay en la apertura. Por aquí pasan las prácticas, los estímulos, las afectaciones, las provocaciones, etc., y debe al-bergar todo eso. Y si eso se deformó es porque es deformable, y entonces si hay mucho que albergar se formará una bahía más abierta –cuando hablamos sobre la conversación hablamos del arrasamiento subjetivo, casi sin interioridad: puro discurso social–. Además, podría venir al-go que modifique nuevamente la cosa, que despliegue lo replegado.

¿Qué ventaja tiene este esquema del pliegue? Se conserva la continuidad y sin embargo se producen y se desproducen continuidades nuevas. Un punto y otro punto lejano se conectan en el pliegue cuando se angosta el pliegue en una configuración específica. Además del sentido

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común que dice que un punto conecta con el de al lado, se produce la concurrencia en una cir-cunstancia de puntos que para la superficie son lejanos. Así, conectan y desconectan sin que haga falta cortar. El pliegue es la virtualidad de la conexión de todos los puntos con todos los puntos.

Mi impresión es que esto se corresponde mucho con el lenguaje de Deleuze (no de los deleu-zeanos). Deleuze insiste en que virtual no significa potencial: virtual significa que cualquier pun-to puede conectarse con cualquiera.

En el esquema del pliegue tenemos salvado el yo, pero capacitado para olvidar sin represión, sin escisión, lo que no es pertinente para las continuidades que se dibujan en cada circunstan-cia. Habría enfermedad o patología si algún embate corta, rompe la pared, pero se salvaría la idea de unidad...

– En el caso de una respuesta masiva, sin distinciones, como puede ser una situación de matar o morir, ahí sería el máximo estiramiento.

Un pliegue sin repliegue, una flecha axioma puro. En Memorias de Adriano, Adriano dice que los héroes siempre le parecieron absurdos porque son una flecha hacia su blanco.

– Habría que pensar el pliegue en relación con las situaciones de expresiones de patología.

Quizás la subjetividad situacional tenga que ver con poner en conexión un punto con otro, pero no al máximo de tensión sino cerrando y diciendo que lo que opera es sólo una parte de la su-perficie, y el resto está en suspenso. Hay un tramo que opera en la situación y hay que conser-var el corte, porque si no uno termina siendo nada más que trosco.

Supongamos que pasó la situación. Interviene otra cosa que abre el pliegue y entra a tallar otra superficie. Me parece que esto permite cierres y aperturas pertinentes para distintas situacio-nes.

– En situaciones en que el ejercicio es concentrar todo en un punto, en que no hay nada más que eso...

Pero eso es así sólo para la situación.

– ¿Para qué serviría este modo de pensar? En un principio yo creía que esto posibilitaría dejar de pensar el yo como sustancia de modo que en una situación hubiera pensamiento realmente, y no todo eso que deviene en pensamiento, todo eso que impide el pensamiento.

De ese modo, lo que para mí es pensamiento en cada situación es lo que queda conectado, y el resto es la suspensión del sistema de mis prejuicios que quedan ahí. Son mis prejuicios, pero son prejuicios no por ideología sino por presituacionales. Podríamos tomar la noción de prejui-cio como el juicio presituacional, como el juicio constituido antes de la experiencia. Esto nos permitiría armar suspensiones muy grandes de lo que es el yo.

– Ese yo es lo más neurótico.

La preocupación por la integridad de todo es lo que impide conectar con la situación, lo que im-pide habitarla, o impide que uno sea habitado por la situación. En este esquema, la situación selecciona los términos de uno, o instaura los términos o las conexiones en uno compatibles con la situación. Y el resto queda suspendido.

Si uno está en la puerta del área chica pensando “pero yo era maoísta”, es muy coherente pero pierde la pelota. Lo neurótico aquí es el “pero yo”. Lo neurótico sería la manía por la conserva-ción de todo sin suspender nada.

– ¿Y el musulmán cómo se graficaría?

Diría que como un aplanamiento. Y el testigo haría un pliegue que le permite enunciar que fue musulmán, diría “yo estuve aplanado” pero entonces “si estuve aplanado no estuve”, y enton-ces pasaría a ser “hubo un aplanamiento que me suprimió”.

Me parece que tendremos que decir que existen los dos esquemas según el punto de vista. Hay fenómenos en que la luz se comporta de manera ondulatoria, y otros fenómenos en que se comporta de manera corpuscular. ¿Y en definitiva qué es la luz? Es una cosa que a veces es corpuscular y a veces es ondulatoria.

– La subjetividad se puede comportar al modo de un pliegue o al modo de las flechas.

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En ¿Qué es la filosofía?, que es un libro que Deleuze escribe ya de viejo dice que cuando uno ya llegó a donde quería llegar, ahí en realidad no se trata de llegar al punto en que ya no se puede decirlo sino de llegar al punto en que da lo mismo decirlo o no. En ese libro, él plantea una de las figuras más potentes del sufrimiento contemporáneo, que no se sería la figura de la angustia como presencia de la nada. La idea es que necesitamos un poco de orden para prote-gernos del caos, pero lo que nada es más doloroso, más angustiante que un pensamiento que se escapa a sí mismo, ideas que fuguen, que aparecen apenas esbozadas, ya afectadas por el olvido o precipitadas en otras que tampoco dominamos. La idea es que no nos angustia tanto la ausencia como la velocidad de fuga. La simultaneidad está en toda instancia de integración, cualquiera sea. Pero lo más apremiante de pensar es no el gráfico del pliegue sino la dinámica que ese gráfico implica, qué distintas configuraciones adopta uno o es uno en cada circunstan-cia. Lo que queda más allá del estrangulamiento quedaría desactivado.

– Y lo que queda desactivado queda en potencia.

Ahí es donde cuesta entender por qué Deleuze dice que la virtualidad no es potencia, que vir-tual es otra cosa.

– Es para quitarle todo matiz de trascendencia.

Deleuze escribió una frase en la que dice que en un libro no hay nada que entender, que uno conecta o no conecta, que se lee un libro como se mira una película. Y mi impresión es que es así efectivamente, que uno dispone las operaciones para conectar con algo, pero que conecta de un ramalazo y no que lo contempla como objeto a comprender. Uno se pliega al movimiento.

¿Hay conexión cuando hay conexión con el pasado de las marcas o cuando hay conexión con lo que circula en la situación?

– La situación también marca las marcas.

Hay un argumento de Borges, Nueva refutación del tiempo, en el que intenta demostrar cómo la sensación de dejá-vu es el mismo instante y no una evocación de otro instante. En su des-cripción, un instante es el mismo instante, y como ese instante es absoluto, es absoluto con to-das sus ocurrencias futuras y anteriores porque es el mismo. Del mismo modo, cuando dos puntos conectan, conectan y son continuos, o se superponen hasta ser el mismo.

Éste sería el esquema de alguien metido en una situación. Ahora, podríamos hacer no el dibujo del mapa de cada uno sino de lo que se arma en una situación entre varios sujetos. Entonces tendemos varios diagramas de flechas que hablan de lo que es cada uno en esta situación. ¿Cuándo tiene uno todo el dibujo del pliegue? Cuando está en una situación que instituye ese dibujo del pliegue como subjetividad, por ejemplo: la situación analítica. Si hay una situación en la que como efecto de la situación se plantea “contáme tu vida”, se arma este dibujo del plie-gue. Pero para otras situaciones puede ser pertinente pensar de distintos modos la subjetivi-dad. El primer esquema es una configuración de la subjetividad en una situación, y no lo que eminentemente es. Si yo adopto la perspectiva no de una situación analítica sino de una asam-blea, en la asamblea tendré configuraciones propias de la asamblea; pero lo que eminentemen-te es ahí es la asamblea. El esquema del pliegue puede ser útil para pensar qué pasa cuando se producen las integraciones, pero no tanto para pensar si hay integración o no. El primer es-quema está planteado más bien en términos ontológicos que situacionales. ¿Hay integración o no? Había integraciones cuando había una institución capaz de producir integración. Ahora que no hay eso se puede decir que hay integración pero de otro cuño: hay integración cuando hay dispositivos que la producen, por ejemplo, el dispositivo analítico.

– ¿Qué pasa si planteamos la necesidad de que no tuviera que haber integración?

No estoy diciendo que es necesario que no haya, sino que no es necesario que haya. La inte-gración es de una contingencia efecto de un dispositivo; y es una contingencia respecto de otra que no haya.

– ¿Y qué pasa en las situaciones en donde hay sujeto pero el sujeto no produce una integra-ción continuada en las diferentes situaciones? Al principio decíamos que hay varios, pero otra cosa es decir que hay varias pero en algún momento puedo articular esas varias aunque no sea de manera coherente o lógica – ahí hay algún tipo de integración. ¿Qué pasa en la situa-ción en que no hay integración?

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Supongamos que hay varios, y hay una situación en que los varios quieren componerse. Esa subjetividad compuesta es una de las varias y no el mapa de las varias. No es meta sino que es una situación más. Por eso Badiou planteó con tanta fuerza que la situación analítica es una situación más en que se hace la experiencia de una verdad, pero no es el sujeto sino una situa-ción cuya dinámica produce eso.

La integración no sería entonces una operación fundamental sino una más en caso de que se quiera, se necesite o se produzca. El problema por un esquema u otro se planteaba pensando que hay un esquema de las situaciones, pero cada uno es el esquema de cada situación. Cada situación traza el esquema de su subjetividad; y hay una situación que traza un esquema de su subjetividad, y ese esquema se hace recorriendo los esquemas que se hayan producido en dis-tintas situaciones. Ahora, si transferencia es actualización esto no tiene sentido, pero si es la posibilidad no de recorrer la superficie dada sino de armar la superficie recorriéndola, entonces sí tiene sentido. Ahí se integran todos los pasados producidos actualmente como pasados por una situación.

El uno sería esa dimensión que impide componerse con la situación. Alguien capaz de prestar-se para componerse en distintas situaciones no tendría por qué analizarse.

– Si en la misma situación lo que repetís es el yo, por más que ese yo sea compuesto de ma-nera diferente se sigue repitiendo “yo”.

Quizás situación sea un nombre menos psiquiátrico que esquizo.

Entonces habría que pensar que hay situaciones que producen una subjetividad específica que no es el todo sino específica, pero que a esa subjetividad específica que se produce la recono-cen como el todo.