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Ignacio Martín-Baró El liderazgo de Monseñor Romero (U n análisis psico-sociaI) "Estoy por todo aquello que pueda servir al pueblo. " Mons. Romero RESUMEN El extraordinario liderazgo de Monseflor Romero como Ar¡;obis- po de San Salvador no se explica adecuadamente ni por su personali- dad ni por su evolución anterior como sacerdote o como obispo. sino sólo cuando se examina su quehacerfrente a los acontecimientos y exi- gencias de la situación histórica en que le tocó vivir. Ellidera¡;go de Monseflor tuvo tres rasgos característicos: 1) frente a la carencia de vo¡; del pueblo salvadoreflo. Monseflor se convirtió en profeta de los humildes; 2) frente a la desunión impuesta al pueblo desde el poder. Monseflor sirvió como aglutinador social. tanto a nivel cristiano como a nivel político; 3) frente a la tradicional opresión del pueblo. Monse- flor se convirtió en un símbolo revolucionario, desmantelando la ideología dominante y propiciando con su ejemplo y su palabra los cambios sociales radicales. El asesinato y entierro de Monseflor sella- ron su liderazgo. cuyo estímulo sigue animando la lucha del pueblo salvadoreflo por la libertad y la justicia. U n ano despues del asesinato de Monsei\or Romero, un ignominioso silcncio oficial se ha corrido en El Salvador sobre su vida, su persona y su acción. El silencio resul- la lanto más significativo cuanto que se da tam- bién entre la misma jerarquía eclesiástica. Asi el cco de su voz profética sigue resonando en los co- razones de las comunidades cristianas, animando luchas, orientando sus opciones. mientras las Instancias en el poder parecen esforzarse por se- pultar para siempre a quien, sin lugar a dudas, se puede caracterizar como uno de los salvadorenos más importanles en toda la hisloria del pais. Desde un punto de viSla psicosocial, una de las razones por las que Monsenor Romero nunca morirá en el alma del pueblo salvadoreno es por- que su liderazgo tocó los resortes últimos de su realidad histórica. Monsenor Romero ayudó a su pueblo a tomar conciencia de si mismo, concien- cia de su dignidad humana, y así lo llamó a emer- ger como pueblo a la historia contemporánea. Sería simplemente erróneo atribuir a Monsenor 151 Digitalizado por Biblioteca "P. Florentino Idoate, S.J." Universidad Centroamericana José Simeón Cañas

Ignacio Martín-Baró El liderazgo de Monseñor … el poder desnudo noadmite competen cia ni conflicto -nohay compromiso" (Bums, 1978, pág. 18). Bums distingue dos tipos de liderazgo:

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Page 1: Ignacio Martín-Baró El liderazgo de Monseñor … el poder desnudo noadmite competen cia ni conflicto -nohay compromiso" (Bums, 1978, pág. 18). Bums distingue dos tipos de liderazgo:

Ignacio Martín-BaróEl liderazgo de Monseñor Romero

(Un análisis psico-sociaI)

"Estoy por todo aquello quepueda servir al pueblo. "

Mons. Romero

RESUMEN

El extraordinario liderazgo de Monseflor Romero como Ar¡;obis­po de San Salvador no se explica adecuadamente ni por su personali­dad ni por su evolución anterior como sacerdote o como obispo. sinosólo cuando se examina su quehacer frente a los acontecimientos y exi­gencias de la situación histórica en que le tocó vivir. Ellidera¡;go deMonseflor tuvo tres rasgos característicos: 1) frente a la carencia devo¡; del pueblo salvadoreflo. Monseflor se convirtió en profeta de loshumildes; 2) frente a la desunión impuesta al pueblo desde el poder.Monseflor sirvió como aglutinador social. tanto a nivel cristiano comoa nivel político; 3) frente a la tradicional opresión del pueblo. Monse­flor se convirtió en un símbolo revolucionario, desmantelando laideología dominante y propiciando con su ejemplo y su palabra loscambios sociales radicales. El asesinato y entierro de Monseflor sella­ron su liderazgo. cuyo estímulo sigue animando la lucha del pueblosalvadoreflo por la libertad y la justicia.

U n ano despues del asesinato deMonsei\or Romero, un ignominioso

silcncio oficial se ha corrido en El Salvador sobresu vida, su persona y su acción. El silencio resul­la lanto más significativo cuanto que se da tam­bién entre la misma jerarquía eclesiástica. Asi elcco de su voz profética sigue resonando en los co­razones de las comunidades cristianas, animando~us luchas, orientando sus opciones. mientras lasInstancias en el poder parecen esforzarse por se­pultar para siempre a quien, sin lugar a dudas, se

puede caracterizar como uno de los salvadorenosmás importanles en toda la hisloria del pais.

Desde un punto de viSla psicosocial, una delas razones por las que Monsenor Romero nuncamorirá en el alma del pueblo salvadoreno es por­que su liderazgo tocó los resortes últimos de surealidad histórica. Monsenor Romero ayudó a supueblo a tomar conciencia de si mismo, concien­cia de su dignidad humana, y así lo llamó a emer­ger como pueblo a la historia contemporánea.Sería simplemente erróneo atribuir a Monsenor

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Romero la responsabilidad por las luchas quehoy libra el pueblo salvadore~o, cualquiera sea eljuicio que esas luchas merezcan. Pero seria nomenos erróneo ignorar que su ejemplo y su pa­labra siguen vivas en el espiritu de muchos deaquellos que con más generosidad hoy buscan unnuevo horizonte para El Salvador. En este senti­do, sobre el fondo del silencio oficial, resalta hoymás que nunca la fuerza de Monse~or Romeroque sigue orientando y dirigiendo a su pueblo ha­cia esa sociedad nueva que cristianamente se lla­ma el Reino de Dios.

lo El liderazgo.

Entre las leyendas y mitos más caracteris­ticos de cualquier pais están los mitos sobre losgrandes héroes y lideres nacionales. La versiónpopular, frecuentemente consagrada a diversosniveles más o menos institucionales, atribuye a lapersonalidad del héroe la realización de algunagran haza~a o logro social. Son las caracteris­ticas propias del hombre, sus rasgos personales,los que, según la versión popular,explican los su­cesos históricos más relevantes. En términos másactuales de psicologia social, las personas tiendena atribuir la causa de las grandes haza~asa losfactores de la personalidad (ver Jones y Davis,1965). Asi se ha llegado a la configuración mag­nificada de los rasgos que deben adornar a unIider a partir de los rasgos mitificados atribuidosa determinadas figuras históricas.

En buena medida esta visión mitificada delllder pasó a formar parte del acerbo de conoci­mientos psicosociales sin mayor elaboración oanálisis critico. De hecho, aún se pueden en­contrar bastantes ingredientes de la visión mitifi­cada del liderazgo en obras de supuesta divulga­ción psicológica que prometen el éxito en la ge­rencia o en las "relaciones públicas" medianterecetas al alcance de todos. Sin embargo, esta vi­sión fue fuertemente criticada tan pronto comose le sometió a un serio examen, teórico y empí­rico. Como se~alan Cartwright y Zander (1971,pág. 334), "no ha resultado satisfactorio conce­bir a los lideres como gente que posee ciertos ras­gos distintivos"

El estudio científico del liderazgo se ha enca­minado cada vez más clara y conscientemente ha­cia un enfoque relativo o situacional, según elcual las caracteristicas y funciones dellider estánen relación con cada situación concreta. El carác­ter de un Iider puede diferir abismalmente de una

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a otra situación y aquellos comportamientos ne­cesarios para dirigir y orientar a un grupo enunas circunstancias pueden ser incluso contra­producentes en otras circunstancias distintas. Esclásico el planteamiento de Weber (1925) quiense~ala el papel clave que puede desempe~ar elIider carismático en un proceso de cambio social,pero también indica que el afianzamiento delnuevo orden social requiere la institucionaliza­ción del carisma y, por consiguente, un tipo deautoridad y liderazgo diferentes. Frente a la irra­cionalidad o irregularidad del comportamientocarismático, generador de nuevas obligaciones,la racionalidad o regularidad del comportamien­to institucional exige el cumplimiento de lasobligaciones establecidas y sanciona su observan­cia.

Lamentablemente, no pocos estudios cienti­ficos sobre el liderazgo han incurrido en otra for­ma de visión mitificante, quizá incluso más enga­~osa que la visión popular del Iider ya que vieneavalada por los cánones de la ciencia. Consisteesta mitificación en la sutil deshistorización delos procesos sociales de los que el liderazgo esparte. El esfuerzo por aplicar una metodologiarigurorosa de acuerdo con los cánones másestrictos del empiricismo cientifico llevó a los in­vestigadores a centrarse en aquellos fenómenosque pudieran ser no sólo adecuadamente obser­vados, sino suficientemente controlados. De ahique la fuente principal de datos acerca del lide­razgo hayan sido pequeilos grupos experimenta­les, las más de las veces situados en laboratoriosfrente a tareas intranscendentes cuando no ri­dículas. Por supuesto, estas son situaciones rea­les, pero configuradas al margen de las fuerzasconflictivas que se plasman en la historia de lassociedades o, en el mejor de los casos, configura­das de acuerdo a los parámetros no explicitadosdel grupo social en el poder. Posiblemente el me- I

jor ejemplo de este último caso lo constituyan los<;studios clásicos de Lewin, Lippit y White (verWhite y Lippit, 1971) sobre tres formas de lide­razgo, en que de antemano podian predecirse losresultados que se habrlan de obtener en apoyo aun estilo "democrático" de liderazgo.

A pesar de su distorsión mitificadora, tantola visión popular sobre el liderazgo como la vi­sión experimentalista contienen una intuición se·guramente válida: las personas pueden jugar unpapel clave en la materialización de los movi·mientas sociales, en la dirección de un procesohistórico, en la resolución de un conflicto social.

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El éxito o fracaso de un movimiento, su defini­ción y orientación concreta en un sentido u otro,puede depender en no pequeila medida de la fun­ción de liderazgo, sea esta función desarrolladapor un individuo o sea desarrollada por un pe­queilo grupo (como acertadamente intuyó Le­nin). En este sentido, el liderazgo constituye unfactor clave para comprender los procesos decambio social, cualquiera sea su naturaleza espe­cifica y cualesquiera sean las dimensiones de losgrupos involucrados.

Recientemente, Bums (1978) ha propuestouna teoria sobre el liderazgo en la que toma encuenta diversos aportes cientificos y cuyo objeti­vo fundamental es dar cuenta del liderazgo po­lítico. Lo interesante de esta teoria es que Bumstrata de validarla examinando una serie de figu­ras históricas (Wilson, Stalin, Hitler, Gandhi,Kennedy, etc.), sobre las que existe una abun­dante documentación y consenso respecto a su li­derazgo.

Según Bums, el liderazgo lo constituyen unaserie de relaciones de poder por las que una de­terminada persona (el líder), con ciertos motivose intenciones y en conflicto o competencia conotras personas, moviliza determinados recursos afin de activar o satisfacer los motivos de otraspersonas o grupos (sus seguidores). Dos son loselementos esenciales de esta concepción: el consi­derar que el liderazgo es una forma de poder y elindicar que se produce en un contexto conflicti­vo.

En primer lugar, el liderazgo es una formaespecial de poder y, como tal, un tipo de relaciónentre personas. De acuerdo con Bums (1978,pág. 12), todo poder se caracteriza por dos ele­mentos esenciales: los motivos y los recursos.Ambos elementos se encuentran relacionados, yambos son indispensables. El liderazgo pone enrelación los motivos particulares dellider con losmotivos de sus seguidores y esta relación movili­za determinados recursos. Por ello, el conceptode poder presupone una intención y objetivo, esdecir, la producción de determinado efecto (elefecto pretendido), precisamente para lo cual esnecesaria la posesión de determinados recursos(materiales o no).

En segundo lugar, el liderazgo brota en unContexto conflictivo, en el que la persona apela asUs seguidores en competencia con otras perso­nas, cada una de ellas como concreción de deter­minados grupos o intereses sociales, más o me­nos contrapuestos. En este sentido, el liderazgo

implica un cierto grado de libertad o posibilidadde opción por parte de los seguidores. "Por elcontrario, el poder desnudo no admite competen­cia ni conflicto -no hay compromiso" (Bums,1978, pág. 18).

Bums distingue dos tipos de liderazgo: el deintercambio y el transformador. En el liderazgode intercambio, ellider simplemente ofrece a susseguidores algo a cambio de algo: empleos acambio de votos, privilegios a cambio de apoyopúblico, unos servicios a cambio de otros. En elliderazgo transformador, ellider reconoce las ne­cesidades o demandas de sus seguidores a las quetrata de satisfacer, pero trata sobre todo de llevara sus seguidores a un nivel superior de necesida­des y, por consiguiente, de comprometerles en unproceso de cambio.

A pesar de que Bums insiste en que el lide­razgo resulta de la interacción de una seriecompleja de procesos, pone un énfasis especialen los factores psicosociales, sobre todo en la me­dida en que ellider actúa en una red de motivos yvalores. De ahi la importancia que Bums conce­de al liderazgo moral, que supone el compromisoreciproco de lideres y seguidores en el proceso decambio a la búsqueda de una más adecuada satis­facción de las necesidades y valores de los se­guidores.

El modelo de Burns sobre el liderazgo nospuede servir como un marco de referencia paraexaminar el liderazgo que Monseilor Romeroejerció en El Salvador durante los tres años de suarzobispado. Es imposible entender a MonseñorRomero fuera del contexto conflictivo que se vi­ve en El Salvador a finales de la década de los se­tenta. El liderazgo de Mons. Romero no fue algoque él buscara o pretendiera, al menos en un pri­mer momento, sino que surgió como respuesta ala peculiar naturaleza y situación del pueblo sal­vadoreño. Un pueblo profundamente cristiano,aplastado por siglos de explotación deshumani­zante, desgarrado por años de represión san·grienta, pero pujando con un increíble ,"igllr I'\'remerger a la historia y tomar en sus propia..; :'U

nos las riendas de su destino. Sólo frente" <.1<pueblo salvadoreño, oprimido y luchador. ,·ris·tiano y revolucionario, puede entenderse el lide­razgo de Monseñor Romero. Ni los rasgos de supersonalidad ni aún menos la naturaleza de sucargo eclesiástico permiten comprender el papelhistórico desempeñado por Monseñor Romeroen los tres últimos años de su vida; sólo la rela­ción dialéctica entre la vivencia personal de su

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cargo y las circunstancias del pueblo salvadoreilopueden explicar adecuadamente el poder real deorientación y dirección que Monseilor ejerciósobre ese pueblo.

2. De Monseñor Romero a Monseñor.

Oscar Amulfo Romero nació el15 de agostode 1917 en Ciudad Barrios, un pequeilo pobladoal noreste de El Salvador. De cuerpo menudo,piel morena, y una personalidad tímida y recata­da, Oscar fue educado según las normas tradi­cionales de formación para el sacerdocio. Filosó­ficamente no recibió más doctrina que la escolás­tica y su teología, que estudió en la misma Roma,giraría alrededor del eje dogmático de los Conci­lios de Trento y Vatícano 1. Incluso en su últimoperíodo, la visión teológica de Monseilor Rome­ro ofrecería una curiosa amalgama de elementosdogmáticos tradicionales e interpretaciones bro­tadas de una experiencia eclesial latinoamerica­na, totalmente nueva.

Tanto en su primer apostolado sacerdotal enSan Miguel, como desde su consagración episco~

pal en 1970, en su cargo de obispo auxiliar en SanSalvador, primero, y de obispo titular en San­tíago de María, después, nada o casi nada per­mitía predecir la labor del que luego sería Arzo­bíspo de San Salvador. Cuando se le sacaba este

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tema, él solía decir con sencillez que había surgi·do de una clase social humilde y que siemprehabía intentado mantener contacto con los secto­res pobres del pueblo salvadoreilo. Sin embargo,no eran ni sus origenes ni sus contactos populares 'lo que caracterizaba la figura pública de Monse­ilor Romero antes de ser elegido Arzobispo. Porel contrario, era bien conocido por sus posturasdoctrinalmente conservadoras, por sus contactoscon la oligarquía salvadoreila y hasta por suidentificación con el Opus Dei, un movimientoeclesiástico tradicionalista y políticamente ultra­conservador. Más aún, como obispo, MonseilorRomero se habia visto enfrentado con los movi­mientos de avanzada eclesial, tanto religiosos co­mo laicos.

Resulta dificil definir con precisión la perso­nalídad de Monseilor Romero, sobre todo si set~enen en cuenta su proceso de conversión cris­tiana y la transfonoación que experimentaba co­mo figura pública, especialmente cada vez quesubía a su "cátedra" de la catedral capitalina.Sin embargo, ciertos rasgos aparecen como cons­tantes a lo largo de toda su existencia. Podemossintetizar estos rasgos en cuatro apartados: suconstitución psicosomática, su funcionamientointelectual, su vida emocional y sus esquemas deacción interpersonal.

Psicosomáticamente, es bien sabido queMonseilor Romero poseía una débil salud y que

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en alguna ocasión recibió ayuda picológica.Ya de Arzobispo la oligarquia intento hacer­le públicamente como un desequilibrado mental,aludiendo de una manera insidiosa a sus consul­tas en este área. Ciertamente, Monseñor habíasufrido algunas crisis nerviosas y períodos degran agotamiento psicosomático. Por ello resul­tó tanto más notable la inquebrantable saludde que gozó durante los tres años de su arzo­bispado Y el sano equilibrio con que sobrelle­vó los ataques y presiones a que se le sometiódurante ese periodo. Si sus enemigos acudie­ron a trastornos de tiempos pasados fue preci­samente porque nada encontraban en su periodocomo arzobíspo que les diera base para sus acu­saciones.

Monsellor Romero nunca fue un hombreque se sintíera totalmente seguro de su capacidadintelectual. Más bien, trataba de buscar apoyosque le permitieran mantener una postura firme.En sus primeros años, este apoyo lo logró afe­rrándose a la doctrina más tradicional y a lasdeclaraciones de la jerarquía eclesiástica. Dehecho, para Monseñor Romero siempre constitu­yó una verdadera necesidad intelectual el podercontar con el respaldo de citas o declaracionesque llevaran el sello de la autoridad constituida.Sin embargo, en sus años de arzobispado tam­bién buscó la luz entre técnicos y especialistas decada á.rea y, sobre todo, entre quienes sentía quetransmitian con sinceridad la voz y el sentir delpueblo. En todo este proceder, Monseñor mostróuna necesidad perentoria de la verdad, un autén­tico anhelo por descubrir lo que fuera la reali­dad, sin adornos ni tapujos. No es que MonseñorRomero fuera intelectualmente manipulable, co­mo tanto le acusaron sus enemigos; es que busca­ba infatigablemente la verdad, sin dejarse guiarpor intereses creados ni fiarse de sus propias ca·pacidades. De ahí que, poco antes de su muerte,pudiera proclamar públicamente que nadie podiaacusarle de haber dicho una sola mentira a lo lar­go de su misión; y de hecho, nadie pudo desmen­tirle.

Afectivamente, Monseñor Romero era unhombre con una gran capacidad para empatíz~r

con los sentímientos ajenos. Gozaba tanto con laconversación chispeante como con el juego de losnlllos, y no era extraño verle en confianza ha­ciendo observaciones socarronas. Por otro lado,sufría en carne propia las debilidades de su pro­PI? clero, las incomprensiones y bajezas de laohgarquia, de cuya amistad habia creido gozar

hasta antes de su arzobispado, pero, sobre todo,los ataques y desmanes continuos contra los po­bres y humildes del pueblo salvadoreño. Todoello le producia un verdadero sufrimiento que éltrataba de asimilar en largas horas de silenciosaoración y que se convertía en fustigante cólera ala hora de la denuncia pública. Muy posiblemen­te esta capacidad de empatizar permitíó a Monse­ñor Romero mantener esa última apertura hacialas personas, que alimentaba lo que algunos hanllamado su U frescura ética", es decir, esa capaci­dad profunda de captar lo que de bueno hubieraen los acontecimientos más diversos y abrirse aellos por encima de prejuicios e intereses.

En el circulo restringido de la amistad,Monseñor Romero se sentia libre para expresarcon sencillez sus sentimientos, dando y recibien­do afectos. Sin embargo, Monseñor era más bienun hombre tímido para las relaciones interperso­nales, y parecía mostrar una cierta cohibición enel trato. A lo largo de su vida trató de superar es­te grado de timidez apegándose a ciertos esque­mas de comportamiento propios de su condiciónclerical, en los cuales encontraba apoyo para re­lacionarse a todos los niveles. Ahora bien, estasnonnas de comportamiento externo nunca llega­ron a extremos de rigidez formal: Monseñor Ro­mero fue siempre un hombre de fonnas sencillasy,para una mirada superficial, incluso de formassimples. Estas formas aumentaban la impresiónde vulnerabilidad que ofrecia y que hacia quecualquier persona se sintiera como "autorizada"para dirigirse a él sin mayores protocolos.

En resumen, un breve análisis sobre los ras­gos de la personalidad de Monseñor Romero nosmanifiesta un hombre sencillo, inteligente aun­que no brillante, relativamente timido para eltrato interpersonal, afable y cariñoso en circulosrestringidos, no muy seguro, pero abierto antelas demandas de la realidad, sobre todo respectoa su propia función sacerdotal. Estos rasgos deninguna manera corresponden a la descripciónmás o menos implicita que de los grandes lideresse suele hacer y, sin duda ninguna, es una imagendifícil de compaginar con la imagen que se formaquien, sin haberlo conocido personalmente, su­piera de su acción y predicación en los tres añosde su arzobispado.

Es difícil entender el significado de la elec­ción de Monseñor Romero como Arzobispo deSan Salvador si no se aprecia, así sea somera­mente, el grave enfrentamiento existente en esemomento entre la Iglesia arquidiocesana, por un

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lado, y el gobierno salvadoreflo y la oligarqula,por otro. El conflicto tenía sus orígenes en el pro­ceso de transfonnación de la Iglesía católica de­sencadenado por el Concílio Vaticano II y con­cretizado para América Latina por la reunión delepiscopado latinoamericano tenida en 1968, en laciudad de Medellín, Colombia. Esta transforma­ción puede sintetizarse en dos frases que seflalanun cambio de orientación y un cambio de ubica­ción: el Vaticano II manífiesta que la Iglesia noes una institución para su propio servicio, sinopara el servicio del "mundo"; Medellín concretaque este servicio ha de realizarse desde los pobreso en solidaridad con ellos (los pobres reales so­ciológicamente), por quienes la Iglesia ha de op­tar en preferencia.

El esfuerzo sincero propiciado por el prede­cesor de Monseflor Romero, Monseflor Chávez yGonzález, para poner en práctica estas líneas di­rectrices en la Arquidiócesis de San Salvador,produce un efecto social auténticamente subver­sivo. La religión y la religiosídad promovida de­jan de servir de sustento al sistema socíal estable­cido, que aparece en su pecaminosa naturalezaopresiva respecto al pobre. Al tomar partido porel oprimido, el clero empieza a desenmascarar to­do el aparato ideológico que se ha servido de lareligión para justificar situaciones vergonzantesde explotación humana. Esto lleva a un crecienteconflicto que enfrenta a la oligarquia y sus servi­dores <el Estado y todo su aparato instítucional)con el pueblo y la comunidad cristiana.

A medida que avanza la década de los seten­ta, el connicto entre Iglesia católica y el orden so­cial se va agravando. Cuanto más se extiende laaplicación práctica de las nuevas orientacioneseclesiales, más clara aparece la incompatibilidadentre la fe cristiana y el mantenimiento del siste­ma social opresívo imperante en El Salvador. Elque el servicio de la Iglesia deba ser al mundo yno así misma, representa la superación de ladualidad tradicional entre el ámbito de lo seculary el ámbito de lo religioso. Como lo expresa lallamada teologia de la liberación, la historia desalvación cristiana pasa por la salvación de laúnica historia que viven los seres humanos. Porello, todo fenómeno histórico, político, social,adquiere significación a la luz de la fe. No existe.por tanto, un ámbito secular que escape a losojos de la crítica cristiana. En nombre de Dios, la19lesía denuncia la idolatría de las estructuras so­ciales salvadoreflas, que subordinan los derechosfundamentales de la población a los intereses

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particulares de unos pocos, así sea al abrigo de laley civil. La fe cristiana deja de ser un asunto desacristía para convertirse en un asunto vital, conimplicaciones en todos los órdenes de la existen­cia.

El conflicto empieza a adquirir virulencia enel gobierno del entonces Coronel Molina. Porprimera vez en la reciente hístoria de El Salva­dor, la Iglesia pasa de ser un pilar del sistema aconvertirse en un molesto opositor institucionaly, finalmente. en un abierto enemigo al que seacosa y persigue. La persecución contra la Iglesiaempieza a tomar cuerpo, primero en ataquesideológicos a través de los medios de comunica­ción, luego en abiertas campaflas de difamaciÓn,y finalmente con la aplicación de la violenciafísica: el amedrentamiento, la expulsión, la tor­tura, el asesinato. Comunidades e instítucione!vinculadas con la Iglesia comienzan a sentír el pe­so de la agresión oligárquica a través del apri­sionamiento y maltrato a personas, las calumniasen los medios de comunicación, o sencillamentelos atentados dinamiteros contra las instala­ciones físicas. El mismo Monseflor Chávez no es­capa al conflicto, y es acusado de permitir y aunpromover las "prédicas comunistas" y de esti­mular la violencia de las organizaciones campesi­nas.

Más allá de casos particulares o individua­les, el enfrentamiento entre el sistema opresory la comunidad cristiana, entre la oligarquía yel pueblo salvadoreflo, entre el gobierno y lasemergentes organizaciones populares, muestra laincompatibílidad de la organización social impe­rante en El Salvador con las exigencias últimas dela fe cristiana. De ahí que la Iglesia católica vivauna perenne contradicción entre la fe que pro­mueve, que lleva a los creyentes a combatir con­tra toda injusticia e idolatría, y los intereses de lainstitución eclesiástica que lleva a sus dígnatariosy representantes ofíciales.a buscar componendascpn los poderes establecidos. Esta contradicciónse hizo más patente que nunca tan pronto empe­zó la persecución en El Salvador; mientras las co­munidades cristianas de b"ase se sentían más ymás obligadas por su fe a denunciar y combatirla opresión y la represión, las autoridades relí·giosas tendían a calmar los ánimos y a restablecer;la "annonla" con el poder político y económico.Se entiende así la importancia y signifícación queadquirió en este contexto la designación de unnuevo arzobispo para San Salvador, cabeza in·discutible de la iglesia salvadorefla.

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El candidato obvio y normalmente automá­tico era el entonces obispo auxiliar de San Salva­dor, Mons. Arturo Rivera y Damas, quien desde1960 habia trabajado junto a Mons. Chávez yconocía perfectamente la situaci6n, problemas yobjetivos de la arquidiócesis. Sin embargo,Mons. Rivera, intelectual y recatado en todas susactuaciones, era considerado como un partidariode la línea demócrata cristiana, ubicada en aquelentonces en la oposici6n política, y calíficada porla olígarquia más vociferante como "criptoco­munismo". Descartados sin ninguna vacilaci6notros posibles candidatos a obispos, tanto por ra­zones psicol6gicas como por razones pastorales,no quedaba otra alternativa que la de Mons. Ro­mero, obispo entonces de Santiago de Maria.Mons. Romero, que tambi~n habia sido con an­terioridad obispo auxiliar de San Salvador, era elcandidato "natural" del poder establecido, tantode la oligarquia como del gobierno del CoronelMalina.

Mientras desde las esferas del poder se pre­sionaba al Nuncio papal y a Roma para quenombraran a Mons. Romero, la casi totalidaddel e1ero arquidiocesano se pronunciaba abierta­mente por Mons. Rivera. Había una patenteoposici6n a la candidatura de Mons. Romero,quien se había mostrado hostil a los movimientosgenerados con el Vaticano II y Medellín. Asi,cuando desde RC''lla lIeg6 la notificaci6n de quela elecci6n había recaido en ~l, un fuerte desáni­mo cundi6 entre el e1ero y comunidades más"progresistas", precisamente el sector de la Igle­sia que había recibido más fuertemente el embatede la represi6n y de la persecuci6n. La designa­ción de Romero pareela expresar un rechazo o, almenos, un no apoyo de Roma a la línea pastoralseguida por la arquidiócesis, un alinearse casiexplícitamente con los poderosos y, por consi­guiente, una solapada justificaci6n a la persecu­ci6n contra la Iglesia de los pobres. Todo esto eragrave y marcaba a Mons. Romero con el estigmade la imposici6n antipopular.

Mons. Romero cay6 desde un comienzo enla cuenta del significado de su elecci6n y de lahostilidad hacia ~l de la gran mayoría del e1eroarquidiocesano. Tratanto de salvar esta distan­cia, el 21 de febrero de 1977, un día antes de suinstalaci6n como Arzobispo y un día despu~ dela elecci6n fraudulenta del General Romero co­mo presidente del pais, escribe una carta a todoslos sacerdotes de la arquidiócesis. En la carta,notoria por su estilo sencillo y directo, Mons.

Romero se pone incondicionalmente a las 6rde­nes de todos los sacerdotes e indica su disposi­ci6n de estar abierto al diálogo con ellos siempreyen todo momento. Aunque la carta fue recibidacon cierto escepticismo, era un buen signo for­mal. De alguna manera ese signo empezo a reci­bir espíritu al día siguiente, cuando Mons. Ro­mero decidió tener el acto de instalaci6n con unaceremonia sencilla y sin representantes del podercivil.

Unos días despu~s, el 28 de febrero, (as fuer­zas del orden públíco penetran violentamente enuna plaza de San Salvador, donde partidarios dela oposici6n política estaban pacificamentereunidos, en protesta continua por el recientefraude electoral. La matanza realizada en esemomento y a lo largo de todo el día por las fuer­zas militares fue de grandes dimensiones. Cálcu­los conservadores elevan la cifra de muertos almedio centenar. En cualquier caso, era una mues­tra evidente de la decisi6n del poder establecidode no aceptar ningún tipo de protesta o movi­miento popular. Pero constitula tambi~n unhecho ante el que la Iglesia tenía que adoptar unapostura, ya que resultaba imposible ignorarlo.Así, el 5 de marzo la conferencia episcopal de ElSalvador emiti6 un pronunciamiento en el quelos obispos salvadorellos denunciaban los recien­tes hechos de violencia pero, sobre todo, denun­ciaban las causas estructurales que propiciabancada vez más este tipo de sucesos. Como una tris­te confirmaci6n de la denuncia episcopal, el 12de marzo, apenas una semana despu~s, fuerzasmercenarias asesinaban al P. Rutilio Grande,S.J., ya dos acompadantes campesinos cuandose dirigían a celebrar misa en el pueblíto del Pais­nal, en la zona callera de Aguilares.

El asesinato del P. Grande, hombre de granmoderaci6n y profundo espiritu religioso, identi­ficado con los sufrimientos del campesino aun­que siempre abierto al diálogo con todos, y ami,go personal de Mons. Romero, fue sin duda elhecho crucial que desencaden6 su transforma·ción, la conversi6n religiosa que haría de \lo",e·llar Romero un IIder de su pueblo. Desde el llIU'

mento de su nombramiento como Arzobispu.hechos a cual más grave se habian sucedido en ElSalvador, tanto desde un punto político comodesde la perspectiva religiosa. Sin embargo, nin­guno de ellos afect6 tan profundamente a Mon­sellar Romero como el asesinato de Grande. Elmismo reconocería a menudo que fue la sangredel P. Rutilio la que induciría en su espíritu una

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profunda crisis que resolverla a travb de su cre­ciente identificación con el Dios de Jesús, vivo enlos pobres de El Salvador.

No existe un acuerdo entre los psicólogossobre el fenómeno de la conversión religiosa. Ensus famosas conferencias de Gifford en 1901­1902, William James (1902, pág. 157) definla laconversión como "el proceso, gradual o repenti­no, por el que una persona hasta entonces dividi­da interiormente y conscientemente equivocada,inferior y desdichada, logra su unidad y se vuelveconscientemente acertada, superior y feliz me­diante un dominio más firme de las realidades re­ligiosas". Se discute si la conversión debe limi­tarse al cambio repentino o también la transfor­mación gradual puede llamarse adecuadamenteconversión; se discute, por otra parte, el papelde la voluntad, es decir, en que medida la C;lnver­sión puede ser intencionalmente buscada o esmás bien el fruto de factores inconscientes yaje­nos a la voluntad consciente del individuo. Sinpor ello pretender tomar partido en la discusión,parece claro que la conversión de Monseftor Ro­mero fue un caso en el que el proceso de transfor­mación fue relativamente nl.pido y en el que, almenos en un principio, no hubo por su parte unabúsqueda intencional del cambio.

Existe más coincidencia entre los autorescon respecto al proceso mismo de la conversiónreligiosa. Se suelen distinguir en él" tres etapas operiodos, asi como una fase ulterior de asenta­miento (ver Clark, 1958, págs. 193ss.). En el pri­mer periodo, el convertido pasarla por una fasede inquietud y cuestionamiento conflictivo. En elsegundo período, la persona enfrentarla la crlsisde conversión, por lo general experimentada co­mo una gran iluminación repentina asi como unsentimiento de claridad respecto a los problemasy dudas. La tercera etapa se caracterizarla por unsentimiento interno de paz y armonla. En el pe­riodo ulterior de asentamiento, el convertidodesarrollaria una actividad concorde con sunueva visibn religiosa, fortaleciendo (o no) losnuevos esquemas.

No pretendemos reconstruir aqui todos losaspectos de la conversión religiosa de MonseftorRomero, tarea que requiere un análisis muy pro­fundo y detallado (ver Monseftor, 1980). Sin em­bargo, una primera aproximación parece confir­mar que Monseftor Romero pasó por estas eta­pas. Independientemente de aquellos factoresque predispusieron a Monseftor Romero a unatransformación, podemos ubicar la etapa de su

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conflicto interior en el periodo alrededor de sunombramiento como Arzobispo de San Salva­dor. El rechazo del clero arquidiocesano, másque a su persona misma, a su postura religiosa ypolltica, tuvo que hacer impacto en su esplritu.No menos le habría de impactar el espectáculo dela persecución a la Iglesia, precisamente poraquellas fuerzas sociales y politicas que propi­ciaron su candidatura al arzobispado. En últimainstancia, la creciente violencia de los poderes es­tablecidos contra el pueblo humilde, principal­mente contra el campesinado, era un elementoque hubo de cuestionar muy a fondo sus princi­pios religiosos, sobre todo en la medida en queesos principios pareclan justificar esa persecu­ción y agresión represiva. Las dudas y conflictointerior empiezan a aparecer en las primeras ac­tuaciones de Monsellor Romero como Arzobispo,y surgen todavía con mayor fuerza a propósitodel documento episcopal del S de marzo, docu­mento hacia el que Monsellor experimenta unagran ambivalencia: tan pronto siente que es nece­sario como que es contraproducente, que es opor­tuno como que es inoportuno, que es una exigen­cia de la función pastoral como que representaun salirse de la tarea propiamente religiosa.

El asesinato del P. Grande supuso paraMonsellor Romero el desencadenamiento de laetapa de crisis. No parece que esta crisis fuera unproceso repentino, en el sentido de producirse enun lapso muy corto de tiempo. Pero no cabe du­da -y el mismo Monsellor Romero lo solia con­firmar -que el proceso de conversión encontrósu eje crítico en este lamentable acontecimiento.Monsellor Romero conocía bien al P. Grande,con quien le unía una lejana amistad. Sabia, porun lado, que era un hombre profundamente reli­gioso e identificado con la Iglesia ante la quesiempre mostraba una incondicional obediencia;sin embargo, sabía también que Rutilio llevabaadelante uno de los planes pastorales más conse­cuentes con la nueva dirección marcada por Me­dellin y que tanto estos planes como los plantea­mientos teológicos en que se apoyaban diferíannotablemente de los suyos propios.

El asesinato del P. Grande representaba unaverdadera bomba en el espíritu ya agitado deMórisellor. Había varias cosas que este asesinatoponía en evidencia. Ante todo, no cabía duda al­guna sobre el carácter profundamente cristiano ysacerdotal del P. Rutilio y, por consiguiente,sobre la naturaleza martirial de su asesinato. Estepunto es importante, ya que cerraba de antema-

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~ elui1t. ,..Que nuestras manos puedan

seguir endureciéndose por eltrabajo hasta el final, para queel resentimiento nunca nos en­durezca el corazón.Digitalizado por Biblioteca "P. Florentino Idoate, S.J."

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no la visión ideológica de que Rutilio murierapor razones ajenas a su apostolado -como ca­lumniosamente sus asesinos trataron de insi­nuarlo. En ningún momento podía Monsei\ordudar sobre lo que hacia Rutilio, a quien tan ín­timamente conocía. En segundo lugar, era cla­ro quiénes lo habian asesinado: aquella mismaoligarquia con la que tan estrechamente Monse­i\or habia alternado hasta entonces y que se deciaamiga suya. Pero, en tercer lugar, aparecía muyclaro por qu!: lo habian matado. Desde la pers­pectiva de Monsei\or, el P. Rutilio habla sidoasesinado por haber desarrollado una actividadconsecuente con las exigencias eclesiales manifes­tadas en Medellín, optando por los pobres. Fi­nalmente, aparecía también clara la justificaciónreligiosa tras la que se amparaban los asesinos,que era la misma tras la que se amparaba toda lapersecución contra la Iglesia y contra el pueblosalvadorei\o cn general: ulla religión espiritualis­ta y de sacristia, doctrinaria y desencarnada, pre­cisamente la misma visión religiosa que hasta en­tonces él habia mantenido con tanta convicción.

Sin duda ninguna, todos estos elementosprodujeron una verdadera crisis en el espíritu deMonsei\or, tanto más profunda cuanto que afec­taba los principios básicos en que se asentaba to­da su vida. Pero estos elementos aportaban tam­bi!:n una respuesta clara a las dudas y confusiónen que le hablan sumido los últimos aconteci­mientos. La respuesta representaba un desenmas­caramiento de la verdadera naturaleza de ciertaconcepción religiosa, tras la que se ocultaba laacción pecadora de estructuras opresivas y, en úl­tima instancia, la idolatría del dinero y la pro­piedad privada. El desenmascaramiento era tan­to más completo cnanto que Monsei\or pudo ex­perimentar sin ningún lugar a dudas la falsedadde las instancias oficiales, que prometían investi­gar a los asesinos de Rutilio, pero ocultaban a losculpables, afirmaban la voluntad de la justicia,pero seguian agrediendo a todo aquel que si­guiera la ruta del P. Grande o simplemente mani­festara su identificación religiosa con él.

No podemos afirmar si, tras la agitacióncrítica de este periodo, Monsei\or experímentóesa sensación de paz que indican los psicólogoscomo tercera etapa de la conversión. Y no lo po­demos afirmar porque a la muerte de Rutilio si­guió un ininterrumpido rosario de agresiones alpueblo y a la comunidad cristiana que no dierondescanso alguno a Monsei\or. Sin embargo, hayindicios claros de que así fue. Uno de ellos es la

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firmeza y tranquilidad con que sobrellevó Mon­sei\or el conflicto que le enfrentó al Nuncio delPapa como consecuencia de alguna de las deci­siones adoptadas a partir del asesinato de Rutí­lio. La importancia de este conflicto sólo se en­tiende si se cae en la cuenta de la devoción y su­misión que Monsei\or experimentaba hacia la je­rarquía eclesiástica y expresamente hacia el Pa­pa. El otro indicio es el hecho, ya anteriormentealudido, de que Monsei\or, hasta entonces consi­derado un hombre con una d!:bil salud corporal ycierta vulnerabilidad psiquica, nunca más en elresto de su vida mostró el más leve indicio de agi­tación mental, desequilibrio emocional e inclusode seria enfermedad corporal.

Las decisiones adoptadas como consecuen­cia de la muerte de Rutilio con el apoyo mayori­tario y deliberante del clero arquidiocesanofueron posiblemente claves para firmar la con­versión de Monsei\or, tanto por lo que represen­taban en sí mismas de toma de postura públicacomo porque tuvo que defenderla contra fuertí­simas presiones de todos los poderes estableci­dos: económicos (sus anteriores amigos), poli­ticos (el gobierno que habia promovido su candi­datura) y religiosos (los otros obispos más elrepresentante papal, quien había sido clave parasu nombramiento como arzobispo). Dos fueronprincipalmente las decisiones: una, cerrar todaslas escuelas católicas durante tres días; otra, el nocelebrar el domingo más que una sola mísa en laarquidiócesis, como signo visible de unidad yprotesta contra la persecución a la Iglesia. Pero,además, estas decisíones dieron la oportunidad aMonsei\or de interactuar con el conjunto del cle­ro arquídiocesano que, de ahi en adelante, sentí­rá que Monsei\or abria el camíno a una direccióndialogal y honestamente corresponsable del tra­bajo pastoral. Este mismo proceso se produciríaa otro nivel con los grupos de seglares cristianos,cuyo consejo y opinión Monsei\or empezó desdeentonces a tener en cuenta. AsI, el proceso deconversíón de Monsei\or Romero se solidificabaen la medida en que generaba una estructura so­cial coherente, flexible y responsable, que for­talecia y propiciaba tanto la claridad en las ideasteológicas como la firmeza en las acciones pasto­rales.

Sin duda alguna se perderla de vista el motorprincipal de la conversión de Monsei\or si no semencionara al pueblo salvadorei\o mismo. No setrata aquí de un recurso retórico para magnificarsu figura. Tampoco se pretende contradecir el

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que fuera el asesinato del P. Grande el desenca­denante de su crisis de conversi6n. Pero pareceevidente que fue el continuo contacto de Monse·Bor con el mismo pueblo lo que afianz6 más suconversi6n y le llev6 a profundizar cada vez mássu nueva vivencia de fe y su actuar en consecuen­cia. Bien fuera a través de su continua moviliza­ci6n por barrios, pueblitos, cantones y caserios,o en su política de puertas abiertas en su oficinadel Arzobispado, el hecho es que desde entoncesMonseBor inicia una etapa, ya nunca interrumpi­da hasta su muerte, de continuo contacto con elpueblo. Lo que el pueblo aporta a MonseBor esla denuncia irrefutable de sus sufrimientos, de laopresi6n y represi6n que se ejerce contra él desdeel poder, pero también de su fe sincera, de su~nimo comunitario, de su voluntad de dar la vidaen testimonio cristiano. El pueblo supondr~ asiun continuo refuerzo a la acci6n de MonseBor,quien se sentir~ alimentado y respaldado por unacada vez m~s numerosa comunidad popular cris­liana. Desde entonces, por encima de fronterasdiocesanas, Monsei\or Romero empezar~ a serpara el pueblo cristiano y aun para todo elpueblo salvadoreno "Monsenor", sin más espe·cificaci6n. En otras palabras, empezar~ a ser sulider.

J. Elllderazllo de Monseñor.

Hemos senalado con anterioridad que el li·derazgo s6lo se puede entender referido a una si·

I tuaci6n e historia concretas. El líderazgo deMonsei\or fue un liderazgo respecto al pueblosalvadorei\o, que encontr6 en él al hombre que

, asumi6 sus necesidades pero que le orient6 haciasu superaci6n. En la terminologla de Buros, un

I liderazgo transformador. En este sentido, pode­mos entender el liderazgo de Monseftor bajo laperspectiva de tres necesidades esenciales del

I pueblo salvadorefto: su carencia de voz, su desu­ni6n y su angustiosa situaci6n de opresi6n.

Ante todo, su carencia de voz. El pueblo sal­I vadorefto no tenia forma de hacerse oír, no ya enla toma de decisiones respecto al futuro del siste­ma social salvadorefto, pero ni siquiera a través'de los diversos medios de comunicaci6n, total·

~mente en manos de los intereses dominantes. Pa­ra este pueblo no mudo, sino silenciado, Monse­Bor supuso una voz propia, veraz y poderosa.

onsenor fue voz de los sin voz y, simultánea­.ente, profeta del Dios cristiano.

En segundo lugar, el pueblo salvadoreno se

encontraba desunido. La misma ley prohibe laasociaci6n de la mayoria del pueblo salvadoreno,que es el pueblo campesino. Pero incluso los co­natos de organizaci6n popular más moderados,como los movimientos cooperativistas, y mástodavla cualquier tipo de movimiento sindicalis­ta, por limitado que fuera, enfrentaban la perse­cuci6n sistemática, concretada en el despido la­boral, el hostigamiento y aun el mismo asesinato.La figura de Monsenor sirve para propiciar launidad de los sectores más diversos del pueblosalvadoreno. No es s6lo que las comunidadescristianas sirvan frecuentemente de trampolínpara la agrupaci6n sociopolitica, fen6meno queya empezaba a tener lugar con anterioridad alperiodo arzobispal de Monsei\or. Es que Monse·nor atrae hacia la unidad comunitaria a los indi­viduos más dispersos y, al atraer a las comunida­des hacia si, hace posible un vinculo intercomu­nitario, global. En este sentido, Monsei\or fuelíder como auténtico unificador social.

Finalmente, la situaci6n del pueblo salvado­reno es una situaci6n de increíble explotaci6n yopresi6n social. Frente a ella, Monsenor orientay dirige hacia el cambio profundo que, para seren verdad un cambio cristiano, tiene que ser his­t6rico, es decir, real; tiene que ser un cambio querealmente tenga lugar en las estructuras econ6mi­cas y sociales del pais, aunque también en losespíritus de las personas y grupos. En este senli­do, Monseftor será un verdadero símbolo para larevoluci6n en El Salvador.

J.1. Monseñor como profeta social.

Los principales medios de comunicaci6n so­cial salvadorenos constituyen uno de los instru­mentos más serviles que posee la oligarquía. Alamparo de una interesada libertad de expresi6n,no s610 criban y seleccionan aquella informaci6nque beneficia inmediatamente los intereses domi­nantes, sino que incluso deforman, falsean y has­la calumnian impunemente a todo grupo o acciónque contradiga esos intereses. Asi, el pueblo niencuentra en ellos un canal para sus problemas yaspiraciones, ni tampoco una fuente de informa·ci6n objetiva sobre la realidad.

Monseftor Romero era plenamente conscien­te de esta parcializaci6n: "la corrupci6n de laprensa forma parte de nuestra triste realidad, re­vela la complicidad con la oligarquía" (Sobrino yotros, 1980, pág. 44J), diria en una entrevistacon Prensa Latina. Por ello promovi6 con tanta

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fuerza los medios de comunicaci6n de la ar­quidi6cesis, la emisora YSAX y el semanario"Orientaci6n". Pero en parte también por ello(fundarnentahnente por razones teol6gicas másprofundas) incluy6 en su homilia dominical unadetallada informaci6n sobre los hechos más rele­vantes del pais, precisamente aquellos hechosque los medios de comunicaci6n celosamenteocultaban o desfiguraban. De esta manera, lahomilía de Monsenor se va convirtiendo paulati­namente en el canal por el que se expresan lossufrimientos y alegrias del pueblo salvadoreno,su dolor y su esperanza, su fe y su protesta.Incluso la prensa internacional reconoce implí­citamente que las homillas de Monsenor consti­tuyen la mejor, cuando no la única fuente veraz yfidedigna de informaci6n sobre lo que realmenteocurre en el país.

Junto a la informaci6n, siempre ponderadaa la luz de la historia y de la fe, Monsenor elevasu voz de denuncia contra los responsables delmal. Al hacerlo asi, Monsenor no se queda en elsenalamiento del sintoma, sino que apunta a suscausas. Y las causas del mal en El Salvador, queMonsenor interpreta teol6gicamente como peca­do, son causas estructurales, fundamentalmentela desigualdad social y la injusticia econ6mica,mantenidas incluso con la violencia de las armas.Con insobornable Iíbertad y gran valentia, Mon­senor va nombrando uno tras otro a los respon­sables del mal que impera en El Salvador (verSobrino, 1980). Ante todo, a la olígarqula del di­nero, responsable última de la estructura de in­justicia y de la negativa al más minimo cambio,asi como al ejército y a los cuerpos de seguridad,principales mediadores del egoismo e intransi­gencia olígárquicas, y responsables inmediatosde las formas represivas más inhumanas. Monse­nor levanta también su voz contra los poderespolítico y judicial, al menos en lo que toca a suautonomia, que no es mucha, y no duda en apun­tar su dedo contra el mismo imperialísmo none­americano, corresponsable tan importante, ymás en los últimos periodos, de los males queaquejan a El Salvador. Finalmente, Monsenorno teme levantar su voz acusadora contra la mis­ma religi6n, en la medida en que ha servido paraamparar y justificar en nombre de Dios la injusti­cia y la opresi6n.

No es que Monsenor ignore los errores que,desde su perspectiva, también cometen las orga­nizaciones populares. No s610 no los ignora, sinoque con frecuencia los senala y critica en sus

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homilias. Pero sabe que esos errores se sItúan aun nivel radicalmente distinto que las injusticiasde los poderosos, con las que en ningún momen­to se pueden equiparar. Una de las oportunida­des en que esta distinci6n aparece más clara es enla homilia que Monsenor dedica a comentar lasocupaciones de templos por parte de las organi­zaciones populares (el domingo, 2 de septiembrede 1979). Tras reprochar a las organizaciones porsu irrespeto al sentimiento relígioso del pueblocreyente, indica que peores son las ocupacionesde las autoridades militares, que han profanadodiversos templos, y remite la culpa última de to­dos estos hechos a las autoridades políticas -quehan cerrado los espacios naturales para la acci6npolítica popular, asi como acusa también a losmedios de comunicaci6n, que cierran sus canalesa la expresi6n del pueblo y sus organizaciones. Ysobre todo Monsenor, siguiendo el ejemplo deJesús, condena el irrespeto del templo vivo deDios que, para el creyente cristiano, son las mis­mas personas.

Esta actividad de Monsenor hace de él unverdadero profeta, algo de lo que él mismo se vavolviendo paulatinamente consciente. Monsenorasume esta conciencia no como una característicaindividualmente distintiva, sino como expresi6nverbal de la conciencia critica que se va forman­do en el pueblo."Nunca me he sentido profeta enel sentido de único en el pueblo, porque sé queustedes y yo, el pueblo de Dios, formamos elpueblo profético" (homilia del 8 de julio de1979). Más allá del sentido teol6gico que tiene elcarácter profético de la palabra de Monsenor, serportador de la palabra de un pueblo tiene unaesencial dimensi6n psicosocial: la de constituirseen conciencia y, en cuanto tal, en expresi6n de laidentidad de un pueblo. Monsenor, a través desus homilias, se convierte en conciencia delpueblo, reflejo critico de su identidad, de lo queese pueblo hace y sufre, de sus esperanzas y sufrimientos, de sus dolores y progresos. En este sen·tido, Monsenor Iídere6 al pueblo salvadoreftOsirviéndole de conciencia, voz que reflej6 su ser ylo lIam6 hacia lo que debia llegar a ser.

3.2. Monseñor como unificador social.

Todo proceso de cambio social requiere d~

terminados niveles de uni6n y organizaci6n. Elsistema de opresi6n secularmente vigente en ElSalvador se ha apoyado precisamente en una eXlplotaci6n de clase que ha mantenido a los sectOl

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res dominados aislados y desunidos. Tanto a ni­vellegal, con prohibiciones y limitaciones expre­sas a la organizaci6n de los grupos campesinos yproletarios, como a nivel factual, mediante eldespido laboral, el acoso policial y aun el usode la violencia nsica en todos sus grados, la clasedominante no ha permitido que la clase domina­da, el pueblo salvadoreno, pudiera lograr formasde organizaci6n capaces de defender sus interesesde clase. Es más, el favoritismo individualista, elespejismo del ascenso a través de la competenciaindividual y, en definitiva, todos los mecanismosideol6gicos de promoci6n particular y privadaterminaron de cerrar el ámbito psicosocial quepodria permitir que la clase dominada salvadore­na pasara, según la terminologla clásica, de seruna clase en si a ser una clase para sí.

En varias oponunidades el pueblo salvado­reno ha tratado de emerger a la historia como su­jeto de su propio destino. Sin duda la oponuni­dad más conocida fue el famoso intento de 1932que termin6 con la matanza de por lo menos7.000 personas (Anderson, 1971) y, más pro­bablemente, 30,000 personas, (Montes, 1979), ensu mayorla campesinos indlgenas, asi como conla destrucci6n sistemática de cualquier organiza­ción popular.

El fantasma del 32 ha bloqueado psicológi­camente muchos anhelos individuales de organi­zarse, incluso la conciencia apremiante de su ne­cesidad, asl como ha servido a los dominadoresde justificaci6n para conar desde sus ralces cual­quier conato de uni6n popular. Con todo, la dé­cada de los setenta ha visto un resurgir inconte­nible de los grupos populares tanto en el campocomo en la ciudad y, lo que es más sorprendente,no s610 a nivel del proletariado sino incluso encienos sectores que bien pueden calificarse comolumpenproletariado.

No menos desunida que el pueblo en generalse encontraba la comunidad cristiana en El Sal­vador. Habla desuni6n en casi todos los 6rdenesy a casi todos los niveles, ya que los actos de cul­to apenas representaban un pasajero juntarsemás o menos periódicamente, y las organiza­ciones religiosas, asociaciones de caridad ocofradlas no representaban más que núcleos deactividad secundarios cuando no positivamenteenajenantes. Por ello, la renovaci6n de la vidacomunitaria propiciada por el Vaticano 11 y Me­dellín, el surgimiento y multiplicaci6n de las co­munidades de base, tanto en los sectores urbanoscomo en pueblos y cantones rurales, supone unmovimiento inusitado de organizaci6n popularcon sentido cristiano que ha de tener una hondarepercusi6n en todos los ámbitos de la vida so­cial, incluso el econ6mico y polltico. Es un hechoque muchos de los primeros y aun de los mejorescuadros que han ido promoviendo y vitalizandolas organizaciones populares han surgido de lascomunidades cristianas de base u otros movi­mientos eclesiales.

Frente a esta emergente tendencia unificado­ra del pueblo salvadoreno, Monse/lor Romerodese~n6 un verdadero liderazgo sirviendo deaglutinador tanto a nivel cristiano como a nivelsociopolitico. Ya desde el comienzo de su arzo­bispado, durante el período de su conversi6n,Monsenor acude en busca de diálogo, consejo yapoyo al clero arquidiocesano, a los sectoreslaicos más cercanos y comprometidos, a todosaquellos especialistas, cristianos o no, cuya cien­cia o experiencia le puedan servir para tomar de­cisiones más racionales y constructivas o enfren­tar los problemas con mejores probabilidades deéxito. Poco a poco se va formando alrededor deMonsenor una serie de circulos concéntricos don­de la cercania viene determinada por la funci6n ycapacidad de cada uno, asi como por diversosgrados de identificaci6n cristiana. Esto no quiere

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decir que el círculo más cercano lo constituyerandignatarios eclesiásticos o que los circulos menoscercanos no tuvieran acceso a Monseflor. Quieredecir que Monseflor unificaba a todos consigorespetando a cada uno en su puesto, en su papelcristiano, en su labor social. Era frecuente ver enel círculo más próximo de Monseflor tanto a unabogado como a un dirigente campesino, a un saocerdote como a una secretaria, a una religiosa o aun profesor. Y no era raro ver a Monseflor in­terrumpir la reunión más importante a fin de sa­ludar a un campesino que le venía a obsequiaruna pifias o a atender a una mujer que venia a de­nunciar la captura o el asesinato de su esposo porlos cuerpos de seguridad.

Es importante subrayar que esta unificacióncristiana alrededor de Monseflor no se limita a lacomunidad arquidiocesana; clero y fieles de todala república empiezan a aproximarse a él (mate­rialmente o por escrito) y a reconocerle como laverdadera cabeza de la Iglesia salvadorefla. Laincapacidad intelectual y pastoral de la mayoriadel episcopado salvadoreflo hace que los cris­tianos de todo El Salvador busquen en Monse/lora su verdadero guia y pastor, por encima de divi·siones eclesiásticas. La homilía dominical deMonseflor es escuchada en toda la república (yaun en Honduras y Guatemala, primero, y du­rante un tiempo, en otros muchos países latino­americanos que la sintonizan a través de ondacorta) y el pueblo cristiano reconoce en esa pa­labra veraz una auténtica palabra de Dios.

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En un momento detenninado, la oligarquíasalvadorefla pretende fabricarse un "profeta" asu medida para contraponerle a Monseflor. Asi através de un gran despliegue publicitario, em­pieza a promover las homilías dominicales deotro obispo y trata de vender la imagen del' 'obis­po sencíllo y fiel" frente al "obispo descarriadoy comunista". Quizá nunca en la historia de ElSalvador ha aparecido con tanta claridad la ver­gonzante manipulación que el dinero puede ejer­cer sobre un dignatario eclesiástico. Las homilíasy las declaraciones del "obispo bueno" no sóloreflejaban una profunda pobreza intelectual, teo­lógica y pastoral, sino que (lo que es peor to­davia) suponían la pretendida consagracióneclesial de las calumnias y difamaciones quecontra la Iglesia misma la oligarquía salvadore/ladifundia en sus campallas millonarias. Esta cam­pafia de pseudocompetencia episcopal produjoefectos contrarios a los que deseaban sus promo­tores; los cristianos se volvieron más y más aMonseflor Romero. El contraste sólo sirvió pararesaltar la veracidad y calidad cristiana de su pa­labra, frente a la doblez y pobreza de aquel aquien pretendieron erigir eit su contrincante. Así,la campafla oligárquica sirvió para que Monse­flor reafirmara más que nunca su liderazgo cris·tiano.

Ahora bien, el liderazgo de Monse/lor em­pieza a desbordar, poco a poco, las fronterasconfesionales. Precisamente porque Monseflordesempefla una labor no para la Iglesia, entendi­da reductivamente, sino para todo el pueblo, elpueblo empieza a volverse hacia él. La voz deMonseflor no es una voz simplemente eclesiásti­ca; es más bien, la voz del pueblo que resuena através de un hombre de Iglesia. Las homilías deMonseflor no constituyen un miraf'e a sí mismade la Iglesia, sino un mirar de la Iglesia hacia elmundo, a fin de recoger sus pecados y necesida­des, sus sufrimientos y esperanzas. Monseflor lla­ma, no sólo a los cristianos, sino al pueblo enteroa su conversión; la palabra de Monseflor tiene lavirtud de convocar a todos los hombres salvado­reflos, por encima de la fe y de las prácticas reli­giosas. Así, poco a poco al principio, masiva­mente después, el pueblo oye la convocatoria deMonseflor, escucha su palabra, y empieza a po­ner en él sus ojos como fuente de inspiración y'modelo de acción. En otras palabras, se empieZ81a producir ese fenómeno tantas veces analizadQlpor el psicoanalisis de la identificación entre ulllIider y sus seguidores ("reud, 1921).

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Monseflor no sólo se constituye en el agluti­nadar de la comunidad cristiana, sino también enel polo unificador del pueblo salvadoreflo en ge­neral, sobre todo del pueblo oprimido. En buenamedida esta unificación tiene lugar como resulta­do de la conciencia popular que Monseflor haceposible a través de su voz y su palabra, de su in­formación Yde su reflexión, de sus reprimendasy de su ánimo. Pero, primero y fundamental­mente, Monseflor se convierte en fuente de unión,cristiana y popular, mediante la proposición deun horizonte y de una tarea: el horizonte utópicoes la construcción del Reino de Dios en estatierra; la tarea es encontrar en cada momento lasmediaciones históricas, las formas concretas pa­ra ir avanzando en ese camino de la construcciónutópica. A Monseflor nunca le bastaba con de­nunciar los males, el pecado, la persecución, larepresión, la injusticia; Monseflor anunciaba laconversión, la transformación, las tareas quehabia que ir arremetiendo. Monseflor pedia cam­bios, pedia acciones, seflalaba caminos, indicabaformas. Sin sentirse cientlfico social o politico,nunca dudó en seflalar aquellas acciones o poli­tieas que considerara como más necesarias en unmomento determinado a fin de propiciar una so­ciedad más justa, tanto en los aspectos importan­tes como en los pequeflos detalles.

Más en concreto, la tarea propuesta porMonseflor se apoyaba en el respeto incondicionala los derechos humanos fundamentales, que sonprimero y sobre todo los derechos del pueblo. Altomar estos derechos colectivos como la piedraangular de su denuncia y de su anuncio, Monse­flor propicia la concientización del pueblo salva­doreflo sobre su propia situación, sobre su pre­sente y su futuro, sobre lo que es y lo que deberiaser. En este sentido, Monseflor es fuente y esti­mulo para la concientización popular e, incluso,para la concientización de muchos miembros delejército y de los cuerpos de seguridad, que sesentian profundamente cuestionados y juzgadospor la palabra de Dios oida a través de Monse­flor. La concientización popular aboca connatu­ralmente a la organización para la acción quepermita superar aquello que rechaza como ina­ceptable e injusto. Más aún, el mismo Monseflorestimuló expresamente la unidad popular, defen­dió hasta las últimas consecuencias el derechoinalienable del pueblo salvadoreflo, obrero ycampesino, a constituir sus propias organiza­ciones, e incluso incitó a una progresiva unidadentre las diversas fuerzas y agrupaciones popula-

res, tanto revolucionarias como democráticas.Por ello vio con tanta ilusión la aparición de laCoordinadora Revolucionaria de Masas (CRM),auténtica federación de organizaciones popula­res, asi como las alianzas y vinculas de la CRMcon otros grupos politicos (por ejemplo, con elpartido social demócrata, el Movimiento Na­cional Revolucionario) o con otros grupos de lossectores medios (por ejemplo, el Movimiento In­dependiente de Profesionales y Técnicos de ElSalvador, MIPTES).

Esta profunda labor aglutinadora de ~lon·

seflor, su innegable estimulo a la unificación delas diversas fuerzas populares, su promoción dela conciencia del pueblo respecto a sus propiosderechos, es decir, respecto a su propia identi­dad, nos permiten entender este aspecto dellide­razgo de Monseflor como una tarea fundadoradel pueblo salvadoreflo en cuanto tal. La afirma­ción puede aparecer un tanto presuntuosa, perono lo es. En realidad, la afirmación de que laidentidad de un pueblo la dan unas fronteras geo­gráficas o una supuesta cultura común constituyeuna ingenuidad o una afirmación ideológicamen­te engaflosa. Ni las fronteras tienen esa capaci­dad configuradora (sin negar su indudable in­fluencia) ni existe algo asi como una cultura ho­mogénea, común a todos los sectores y miembrosde una sociedad, y menos en una sociedad tan ra­dicalmente dividida como la salvadorefla.

La palabra y la acción de Monseflor, preci­samente porque potencian la conciencia delpueblo salvadoreflo sobre si mismo, sobre suidentidad sufriente, sobre su derecho inalienable,no sólo a la vida, la salud y la educación, sino adeterminar su futuro como sujeto de su propiahistoria, son sin duda uno de los fundamentosmás concretos en que se apoya de hecho la uni­dad popular de los diversos sectores del pueblosalvadoreflo, es decir, uno de los pilares de suemergencia a la historia como pueblo en si y parasí. Con esto no se pretende afirmar ni que lada launidad lograda por el pueblo salvadoreflo se de·ba a Monseflor, ni que su creciente realidad elepueblo consciente y activo haya brotado de sók'su palabra. Pero es indudable que, en buena me­dida, la figura y la obra de Monseflor han consti­tuido uno de los aportes claves para estos logrosy, en este sentido, tanto o más que nadie puedereivindicar el titulo de fundamento del pueblosalvadorello. El que la sola mención de sunombre desate profunda emoción y entusiasmoentre los grupos populares más diversos es

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simplemente una confirmación de lo arraigadaque su imagen ha quedado en la conciencia colec­tiva del pueblo organizado.

3;3. MODJeñor c,omo simbolo revolucionario.

La tercera y más importante caracteristicaque hemos seflalado en el pueblo salvadorello essu situación estructural de opresión, además dela creciente represión a la que se ha visto someti­do desde 1932 y, muy especialmente, en la déca­da de los setenta. Frente a esta situaci6n, Monse­ñor se constituye en símbolo y promotor activodel cambio radical, es decir, del cambio desde lasraíces estructurales de la organización social.Con ello, Monseflor asume una función muycaracterística en los mejores lideres: la de orien­tar, animar y dirigir a sus seguidores, en este ca­so al pueblo salvadorello, en un proceso de cam­bio histórico que, por ser radical, ha de ser pornecesidad revolucionario.

El liderazgo de Monsellor como símbolo re­volucionario puede ser sintetizado en seis notas:

1) Momellor va adquiriendo una crecienteconciencia de que su persona y acción represen­tan y deben representar el sentimiento y la opcióndel pueblo salvadoreño. Por consiguiente, guíatodas sus acciones por el criterio fundamental delo que síente que Dios le exige a través de la vozdel pueblo. Cuando acepta los diversos doctora­dos honorarios que famosas universidades le vanofreciendo, cuando recibe la nominación comocandidato para el Premio Nóbel de la Paz, cuan­do acude en su calidad de arzobispo a la reuniónepiscopal de Puebla, cada vez que tiene que ir aRoma a visitar al Papa y, sobre todo, cuandoaqui, en El Salvador, desarrolla su tarea de visi­tas pastorales o reuniones de estudio y trabajo,de celebraciones litúrgicas, atención a los perse­guidos o esfuerzos por liberar presos.o salvar tor­turados, Monsellor guía sus pasos y acciones co­mo un simple instrumento de Dios, .10 que cadavez significa para él con más claridad, un instru­mento de su pueblo. Diríamos que esta concien­cia es el otro rostro de la creciente identificacióndel pueblo salvadorello con él.

2) Como ya hemos indicado anteriormente,Monseflor realiza una verdadera tarea de des­ideologización del sistema dominante. Desen­mascara la injusticia y sus caretas, la opresión ysus justificaciones, así sean estas justificacionesde orden religioso. Más aún, no sólo desenmas­cara al pecado, sino también al p'ecador. Nombra

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a los verdaderos causantes de la injusticia y de'",opresión, de la violencia y de la explotación. Eh;ningún momento transige con las presiones de ~oligarquía, a la que echa en cara su deshumanizi::ción y su brutal egoísmo. "Derecha signifiCl\)cabalmente la injusticia social, y no es justo estar,manteniendo nunca una linea de derecha"(Sobri­no y otros, 1980, pág. 435). Desenmascara taní­bién, el discurso gubernamental, insistiendo des­de el principio en que no son las palabras las quedicen la verdad sobre su quehacer político, sinosus hechos. Por eso, insiste en que el conflictoentre el gobierno y la Iglesia lo es primero y fun­

'damentalmente, no porque la Iglesia "esté cons-'pirando" contra el gobierno, o porque se hayadejado "inmtrar de comunistas" como falaz­mente se afirma. El conflicto y la consiguientepersecución del gobierno contra la Iglesia se ori­ginaen el esfuerzo eclesíal por identificarse conlas angustias y aspiraciones de los pobres, delpueblo oprimído. En la medída en que es perse­guido el pueblo, la Iglesia será también perse­guida. En la medida en que la Iglesia es una insti­tución de y para el pueblo, habrá de participar dela persecución y represión que al pueblo aflige.,El conflicto, insistirá Monseflor, no es entre Igle­sia y gobierno, sino entre pueblo salvadorello ygobierno. Esta postura firme de Monseflor supu­so un desenmascaramiento y condena del poderestablecido, que \levó a muchos a la conclusiónsobre la justicia de una revolución del pueblocontra sus opresores.

3) Uno de los aspectos más importantes co­mo Monsellor se constituye en simbolo revolu­cionario consiste en que, con sus palabras y susacciones, resuelve tanto teórica como práctica­mente la duda de si es posible ser al mismo tiem­po cristiano y revolucionario. Normalmente esteproblema se ha planteado desde niveles de abs­tracción puramente doctrinal, en los que de algu­na manera la conclusión se ha tomado ya de an­temano. Monsellor Romero nunca fue un "te6­¡ogo de la revolución" ni nada semejante. Sin'embargo, no eludió ninguno de los problemascruciales que agobian al pueblo' salvadorello. Yuno de los problemas claves era el de la vincula­ción en la práctica entre fe cristiana y praxis re­volucionaria, problema vinculado a su vez con elde la utilización de la violencia como medio de li­beración, pero que alcanza otros niveles más pro­fundos, como es la aceptación o rechazo de Diosy la mediación cristiana de la salvación.

La necesidad de que el Reino de Dios vaya

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siendo mediado hist6ricamente, exige de hecho laeliminaci6n del pecado del mundo. Monseflorvio cada vez con más claridad cuál era ese pecadofundamental en El Salvador y la necesidad de eli­minarlo. Por ello, en un momento tiene queaceptar lo que las ciencias sociales indican: ques6lo una transformaci6n radical de las estructu­ras sociales hará posible un tipo diferente de rela­ciones sociales donde reine la justicia y el amor y,por consiguiente, donde puedan satisfacerse losderechos de todos los hombres (hijos de un mis­mo Dios). Que esta tarea revolucionaria (cambioradical de las estructuras sociales) fuera una ta­rea claramente cristiana, lo indic6 en continuasoportunidades Monseflor. Con ello, rompia ladicotomia eclesiástica tradicional, que ampara laexistencia de situaciones inhumanas de explota­ci6n al abrigo de que la religi6n debe permanecerrecluida en el ámbito de lo puramente "espiri­tual" -en la usacristía de la historia"-, que eslo mismo que decir en la sacristía del poder es·tablecido.

No es que Monseflor apoyara expresa y to­talmente alguna soluci6n especifica. Considera­ba que ésa no era su misi6n. Sin embargo, anim6y estimul6 todos los intentos honestos por buscaruna soluci6n desde la perspectiva del pueblo, yayudó con su reflexi6n a superar posibles defi­ciencias y obstáculos. Además, su postura y suacci6n práctica fueron el mejor testimonio deque se podia ser cristiano y apoyar la acci6n re­volucionaria; más aun, de que era difícil ser cris­tiano auténticc en la presente circunstancia de ElSalvador sin tomar clara opci6n por los interesesdel oprimido y del pobre.

4) La opci6n de Monseflor por los cambiosradicales y por la necesidad de encontrar me­diaciones hist6ricas a la salvación cristiana, esdecir, al Reino de Dios anunciado por Jesús, lellevaron a exigir la subordinaci6n total de las ins­tituciones concretas al ser humano. En la prácti­ca, esto signific6 que Monseflor juzg6 la bondado maldad de las instituciones existentes por suservicio real al pueblo salvadoreflo. En la medidaen que las diversas instituciones sociales -po­líticas, militares, culturales y aun religiosas- fa­vorecieran y sirvieran al pueblo, encontraban enél apoyo y estímulo. En la medida en que fueraninstituciones corruptas, al servicio de sí mismas,.que en lugar de servir al pueblo lo maltrataran yaUn explotaran, encontraban en Monseflor a uncrítico acerbo y un fustigador insobornable. Enello, Monseflor muestra la falacia del orden so-

cial establecido, la aberraci6n de una ley contra­ria al bien común y, una vez más, la necesidad yjusticia de una revoluci6n radical.

5) Un rasgo esencial de Monseflor, que avalasu calidad de Iider y simbolo revolucionario, loconstituye su profunda libertad de espiritu. Mon­seflor se sentia libre frente a cualquier instanciapersonal y social y, porque se sabía representantede los intereses del pueblo, no tenia míedo deenfrentarse o criticar a cualquier instancia social,así fuera a aquellas instancias que, con mayor omenor raz6n, se arrogaban la representación delpueblo. En otras palabras, su libertad nacia de suprofunda ídentificaci6n con el pueblo, lo que lellevaba a no aceptar entre él y el pueblo me­diaciones que coartaran su labor o que le exi­gieran transigir con el error. Como decía a un pe­riodista venezolano, l'sé que las reivindicacionesdel pueblo, que se expresan en las organizacio­nes, son justas y hay que apoyarlas. Tambiéntengo la suficíente libertad para denunciar elabuso de esa fuerza de organizací6n cuando sedesvía por caminos de violencia innecesarios"(Sobrino y otros, 1980, pág 435). Precísamente lainmanipulabilidad de Monseflor, una personaque con anterioridad a su arzobispado parecíahaber sido dúctil a las seduccíones de los podero­sos, fue algo que la oligarquía nunca le perdonóy que le hizo experimentar hacia Monseflor unaespecial safla e inquína. Pero fue algo tambiénque propició el sentido crítico del pueblo, la ím­portancía de formarse una opini6n propia de loshechos, de tener unos criterios claros para la ac­cí6n, todo lo que, en definitiva, constituye unapoderosa semilla revolucionaria.

6) Finalmente, Monseflor padeció el destinode todo verdadero revolucíonario: la persecuci6ny, más aún,la ofrenda de la propia vida. Comorevolucionario, intuy6 que la causa que él repre­sentaba, la salvaci6n cristiana de la que él fue uninstrumento privilegiado, era un proceso que lodesbordaba a él como persona. Por eso, poco an­tes de ser asesinado, comentaba en una homiliacon toda sencillez: "He sido frecuentementeamenazado de muerte. Debo decirles que, comocristiano, no creo en la muerte sin resurrección.Si me matan, resucítaré en el pueblo salvadore­flo'" (Sobrino y otros, 1980, pág. 461).

En síntesis, Monseflor Romero fue líder pa­ra el pueblo salvadoreflo al constítuírse en suconciencia pública, tanto en el sentido de que elpueblo oyera una palabra que le permitiera sa­berse a sí mismo, saber su situací6n, su sufrimien-

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lO Y sus esperanzas, sus derrotas y sus lriunfos,como en el sentido de que oyera una palabra deorientación y ánimo, una palabra que lo eSlimu­lara a superar sus errores y lanzarse a la conquis­ta de su futuro, a su liberación histórica.

Monseftor Romero fúe lider también encuanto promotor de la unidad, tanto de la comu­nidad cristiana como del pueblo mismo salvado­refto, por encima de creencias y vínculos reli­giosos. Su liderazgo hizo posible el aglutinarnien­to de todos los que creen en Dios en una gran co­munidad de fe, pero también la unión y progresi­va integración de las cada vez más abundantes yextensas organizaciones populares. Si MonseftorRomero propició la unión de los cristianos pri­mero, de todo el pueblo salvadorefto después,fue porque a unos y a otros les puso por delanteuna larea que partia del reconocimiento de losderechos humanos fundamentales y buscaba elhorizonte de una sociedad mas justa que patenti­zara la ulopía cristiana.

¡:¡nalmente, Monseftor Romero fue lider encuanto, con su palabra y con su acción, exigió ymostró el camino hacia el cambio radical de lasociedad salvadorefta. Mostró que la fe cristianano sólo es compatible, sino que puede exigir enun momento dado la opción por la revolución,sin por ello especificar cómo se haya de realizar.

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Desenmascaró la falsedad de los poderes e insti­tuciones existentes y propició con su ejemplo labúsqueda de instituciones nuevas al servicio delos intereses del pueblo. Asi, sin quererse políticoni afiliarse a ningún grupo concreto, Monseftolrealizó unll profunda tarea de liderazgo revolu­cionario. Si se mostró inmanipulable y libre frenote II todll instancia, fue en la medida en que ladsólo reconoció la absolutez de Dios, cuya voz élescuchaba en el pueblo de los pobres y oprimi.dos.

El poder del liderazgo de Monseftor no sur·gió de su personalidad, poco brillante en sí, nimucho menos de su función episcopal, funciónque suele ser una rémora para cualquier tarea deliberación social. Ciertamente, su cargo comoArzobispo de San Salvador daba a toda su ac­tuación la posibilidad de una gran resonancú!pública. Pero si la resonancia de Monseftor desbordó las fronteras religiosas y las fronteras nIcionales, y adquirió fuerza de arrastre popularse debió a la forma y al contenido particular qlldio a todo su proceder. La particularidad estu\1en que su actuación respondió a las necesidad.del pueblo salvadorefto, pueblo al que comprendió adecuadamente, con el que se solidarizó eticazmente y al que en todo momento retó a abrirse a horizontes históricos mas amplios.

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Todo esto fue posible por su conversión reli­giosa, que lo puso en un contexto humano ilumi­nador y en un contexto cristiano estimulante.Desde la perspectiva teológica, el liderazgo deMonseftor Romero tendrá que ser explicado co­mo la acción histórica de Dios a través de su per­sona. Pero, desde la perspectiva psicosocial, suliderazgo sólo se explica por la forma como en él-su persona, su mente, su acción- confluyeronunas fuerzas sociales, que él supo captar, con lasque supo empatizar, y por las que se dejó impreg-.nar. Desde uno y otro lado se llega a lo mismo;porque, ,como el mismo Monseftor declarabacontinuamente, la voz del pueblo era la voz deDios. En otras palabras, lo que hace la teologíacristiana es descubrir en las fuerzas y procesoshistóricos -tos procesos de la historía humana­la acción del Dios de Jesús.

."

• El vive en el pueblo.

4. AlIelltnato y endeno de Monseilor.

Tan pronto como Monseftor Romero empe­zó a asumir una postura critica frente al poder es­tablecido, a defender los derechos conculcadosdel pueblo salvadorefto, a denunciar los abusos yatropellos de la oligarquía, una virulenta campa­fta de calumnias y amenazas se desató en contrasuya. Se diria que la campana llevaba tanta mássalla cuanto que Monseftor hacia frente a quienesle habían apoyado para el arzobispado de SanSalvador. Pronto Monseftor empezó a recibir no­tas y llamadas anónimas amenazándole de muer­te. Hubo un momento en que las amenazas ad­quirieron tal volumen, que el General Romero,entonces Presidente de El Salvador, ofreció aMonseilor una protección personal especial. Larespuesta de Monseftor fue caracteristica de toda

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su postura: "Antes de mi seguridad personal yoquisiera seguridad y tranquilidad para cientoocho familias y desaparecidos ... (aplausos), paratodos los que sufren. Un bienestar personal, unaseguridad de mi. vida, no me interesa, mientrasmire en mi pueblo un sistema económico, social ypolitico que tiende cada vez más a abrir diferen­cias sociales" (Sobrino y otros, 1980, pág. 460).

Todavla pocos dias antes de su asesinato,reflexionaba Monsellor sobre el sentido cristianode su posible muene: "Como pastor, estoy obli­gado por mandato divino a dar la vida porquienes amo, que son todos los salvadorellos,aun por aquellos que vayan a asesinarme... SiDios acepta el sacrificio de mi vida, que misangre sea semilla de libenad y la sellal de que laesperanza será pronto una realidad" (Sobrino yotros, 1980, pág. 461). En esa misma oportuni­dad, Monsellor subraya proféticamente: "Si mematan, resucitaré en el pueblo salvadorello"

El 24 de marzo de 1980, cuando celebrabamisa en la capilla del Hospital La Divina Provi­dencia, una especie de asilo para ancianos lepro­sos donde Monsellor habla fijado su residencia,una bala profesional acabó con su vida. No esdificil encontrar simbolismos en esta muerte anteel altar. Monsellor moría como vivió: sacerdotal­mente, es decír, ofreciendo su vida como prolon­gación del sacrificio de Jesús. Ciertamente, noescogió ni determinó él el momento y la forma desu muerte, aunque diflcilmente habria podidodesear una muerte distinta. Sin embargo, si esposible que quienes determinaron y ejecutaron suasesinato pensaran en el significado de su muerteante el altar. Se trataba de asesinar a la Iglesia yde asesinarla en cuanto tal, es decir, en cuantoportadora de una palabra y una fuerza salvíficas.Se trataba de mostrar inequívocamente que nohabía compatibilidad alguna entre quienes regíanlos destinos de El Salvador y la misión de la Igle­sia católica. Se trataba, en definitiva, de indicarel destino que esperaba a quienes O!8ran, comoMonsellor Romero, asumir en plenitud la opciónpreferencial por los pobres y la lucha por la libe­ración del pueblo salvadorello.

Monsellor fue asesinado la tarde de un lu­nes. El día anterior, en su homilia dominical,Monsellor habla hecho un patético llamamientoa la tropa militar y a los cuerpos de seguridad:"Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, ma~tan a sus mismos hermanos campesinos; y, anteuna orden de matar que dI: un hombre, debe pre­valecer la ley de Dios que dice: ¡no matar!. .. En

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nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufri­do pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo ca­da día más tumultuosos, les suplico, les ruego,les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la repre­siónl" (Sobrino y otros, 1990, pág. 291).

Es dificil saber si estas palabras, que tu­vieron una increíble acogida popular y un inmen­so eco mundial, fueron el detonante último queprecipitó el asesinato de Monsellor. Que sumuene había sido decretada hacía tiempo, nocabia duda alguna y prueba de ello eran, porejemplo, dos previos atentados fallidos, uno deellos mientras celebraba la misa en otra Iglesiacapitalina. En cualquier caso, la proximidadtemporal entre este llamamiento en nombre deDios y el asesinato de Monsellor sirvieron paradejar claro en la mente popular dónde estabanlos asesinos y de dónde venia la bala criminal.

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La Embajada norteamericana se apresuró a co­rrer la especie de que un grupo anticastristahabria estado implicado en la acción asesina; sinembargo, a nadie le parecia que hubiera que irtan lejos para encontrar hábiles mercenarios dela muerte. Y, lo que es más importante, indepen­dientemente de quién hubiera materializado elacto criminal mismo, era obvio qué fuerzas esta­ban interesadas en apagar la voz de Monseftor,qué intereses anhelaban poner fin a su acción,qué grupos buscaban detener su liderazgo popu­lar y borrar su simbolismo revolucionario.

El 30 de marzo, Domingo de Ramos en elcalendario litúrgico católico, tuvieron lugar lasexequias y entierro de Monseftor. Los aconteci­mientos de esa jornada sellaron significativamen­te lo que habia sido su vida y obra como lider deun pueblo oprimido. El entierro había de tenerlugar en la catedral de San Salvador, cátedra deprofecias y dolores, cátedra donde el pueblohabia escuchado su voz, protegido sus vidascontra balas criminales y llorado uno tras otro asacerdotes y laicos asesinados. Las ceremoniasfúnebres se iban a celebrar en la plaza delante decatedral a fin de acoger a los miles de gentes quese esperaban.

Al empezar la ceremonia, resultaban tan sig­nificativas la presencias como las ausencias. Pre­sentes se encontraban, en primer lugar, el cleroarquidiocesano (sacerdotes, religiosos y reli­giosas) y una gran cantidad de dignatarios ecle­siásticos, católicos y protestantes, venidos delmundo entero. En segundo lugar, presente se en­contraba el pueblo sencillo, los mismos pobres yoprimidos que habian encontrado en Monseftor asu defensor, pastor y lider. Según algunos cálcu­los, la multitud presente se acercaria a las cienmil personas. Finalmente, a la ceremonia se pre­sentó también una grandisima representación delos movimientos populares organizados, la Coor­dinadora Revolucionaria de Masas, que desfila­ron en manifestación silenciosa y que, al entraren la plaza donde se celebraban las exequias, le­vantaron su pufto izquierdo en absoluto silencioy depositaron una corona de flores ante el féretrode Monseftor. El pueblo congregado los recibió

, con vítores entusiastas.Ausentes estuvieron, ante todo, los otros

miembros del episcopado salvadorefto, con la ex­cepción de Mons. Rivera. Lo que habia sido una

I cOntinua división y discrepancia en los tres últi­mos aftos, quedó sellado con la visible ausenciade los prelados salvadoreftos al funeral de Mon-

seftor. Ausente y notoriamente ausente estuvo laoligarquía salvadorefta y, en general, los sectorespudientes. Quienes por convicción personal qui­sieron asistir a las exequias. tuvieron que Ilves_tirse de pueblo" y mezclarse con las demás gen­tes, sin los privilegios ni lugares reservados a losque estaban acostumbrados. Finalmente, ausenteestuvo el gobierno salvadorefto y cualquier repre­sentación oficial u oficíosa. Su ausencia (más allade voluntades individuales) claramente ponía demanifiesto su alineación social de clase. Porque,en última instancia, ausencias y presencias al fu­neral definieron las lineas divisorias entre lasfuerzas enfrentadas en la guerra que se precipita­ba en El Salvador.

A pesar de tratarse de un funeral la ceremo­nia tenia un cierto aire de fiesta popular. La mul­titud colorida expresaba abiertamente toda unagama de emociones, desde el llanto ante el fé­retro hasta la esperanza y el entusiasmo ante lasfilas ordenadas de los manifestantes de la CRM.Los vítores y los aplausos se mezclaban COIl' lasplegarias y los cantos religiosos. En medio de esteambiente de claroscuro emocional, estalló la tra­gedia. De improviso, cuando el oficiante princi­pal de la ceremonia, un enviado ~special del Pa­pa, pronunciaba su homilia, varias bombas fue­ron lanzadas alrededor de la multitud. Los es­tallidos, realmente atronadores, produjeron unaespecie de escalofrío que recorrió a los miles depersonas que se agolpaban en la plaza. Todavíala gente contuvo su temor, mirando a uno)' otrolado, mientras por todas partes se oian gritos pi­diendo calma, tranquilidad y no moverse. Sinembargo, dos nuevos estallidos tuvieron lugar enotros puntos y, simultáneamente, ráfagas de ti­ros empezaron a proceder del edificio del PalacioNacional, también situado en la misma plaza. Eltemor contenidó hasta entonces se desató comopánico desbordado ante los tiros. Las gentescorrieron desaforadamente lejos del Palacio Na­cional, buscando salir de aquella trampa mortal.Miles de ellos buscaron refugio en el edificio decatedral, donde se apiftaron hasta ponerse en pe­ligro colectivo por falta de espacio para respirar.

En medio de este caos dantesco, el féretro deMonseftor Romero fue apresuradamente intro­dueido en catedral. Rodeado de gentes llorosas yatemorizadas, de gritos y sangre, de personas as­fixíadas y clérigos atónitos, Monseftor Romerofue enterrado en una sencilla cripta. Las paredesde catedral una vez más temblaban ante los es­tallidos de bombas y disparos. Columnas de

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humo surglan por algunas partes de la plaza,sembrada ahora de zapatos, prendas y objetosperdidos en la huida, de las palmas y papeles conlos cantos religiosos, pero, sobre todo, sembradaaqui y aUiI con los cadilveres de quienes hablansido arrollados por la estampida multitudinaria ohablan recibido alguna bala.

En aquella jornada, mAs de treinta personasdel pueblo, en su mayorla mujeres ya de edadavanzada, acompaftaron con sus vidas a Monse­flor. El número de heridos y lesionados es incal­culable, ya que ni los hospitales suministrarondatos completos, ni se supo de muchos heridosque prefirieron curarse en sus propias casas. Elmismo contexto de violencia prepotente queMonseflor había combatido marcaba su despedi­da mortal. Sin embargo, en el espíritu de la genteempezaba ya desde entonces a hacerse verdad lafrase de Monseflor: "Si me matan, resucitaré enel pueblo salvadoreflo" (Sobrino y otros, 1980,pago 461). Por encima del estruendo de bombas ydisparos, por encima de angustias personales yheridas colectivas, un grito se elev6 en catedralen el momento en que enterraban a Monseflor,un grito coreado por miles de gargantas: "¡Elpueblo unido jamAs seril vencido! ¡El pueblo uni­do jamAs seril vencido!"

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