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DEKGOLÀ J "In memoriam" Chillida: más allá B a j o el título de un li- bro de poemas de Jorge Guillen, Afás Allá, rea- lizó en 1973 Eduardo Chillida una obra clave de la gráfi- ca, del grabado en madera, de toda la Historia del Arte: unas imáge- nes donde no había tinta, sólo pre- sión. La escultura, el espacio y el volumen penetraban en el papel a través del límite de la fuerza, de la presión de su antebrazo. A ese lu- gar, poético, religioso, o simple- mente vacío, ha regresado Eduar- do Chillida empujado por una pre- sión que cae todos los días sobre nosotros, llámese edad o enferme- dad. No muchos artistas, aunque sí escritores (Juaristi, Valente, etc.) se encuentran entre mis buenos, y cercanos, amigos. He preferido la obra plástica que al artista, para no ser “influido” por la personalidad sobre mi vista, sobre mi terreno profesional. Solamente con menos de ima docena de ellos he rodado y construido una gran amistad desde la que han orientado certeramente mi vida y mi pensamiento hasta el momento. Uno de estos vientos, el suave y controlado y cristiano -o mejor, franciscano- aire de Eduar- do Chillida, ha dejado de soplar. Con el escultor Gonzalo Fonse- ca he pateado las canteras de Mi- chelangelo en Seravezza y he re- corrido los subterráneos del metro neoyorquino como si estuviéra- mos en la gran pirámide de Keops. Con José María Ucelay recorrí, es- perándonos siempre un taxi, todos los cafés y museos de París sa- biendo que no hay luz como la de los días de viento sur en el octubre de nuestra tierra vasca. Con Gabi Ramos Uranga recorrí los dibujos de Tiepolo o los frescos toscanos buscando arrepentimientos “penti- menti”: he recorrido todo el cam- po de acción del Renacimiento y del Barroco como quien juega a la pelota en un frontón conocido. Con Markus Lüpertz he sentido, entre Dusseldorf y Karlsruhe, la fuerza de 340 caballos en un Cor- vette hablando del uso del negro en la pintura de Beckmann. Con George Baselitz he calado la fuer- za del picei de Velázquez y Tinto- retto, la de su forma de colocarse ante el lienzo y también la de su debilidad', allá donde dejan un hueco que es en lo que reside el conocer al adversario. Con M.V. he visto que la Historia del Arte respira como las nubes rotas sobre el Montgó. Con el pesimismo vital de Zoran Music, con su filosofía ejercida de mirar todo críticamen- te., que apareció después bella- mente formulada en la novela, o más bien ensayo. Alte Meister, de Thomas Bernhard: comprendí que toda obra maestra tiene un fallo. Pero ninguna obra sustituye a un ser humano. Ninguno de sus dibu- jos de Dachau recupera a sus ami- gos incinerados. Con Eduardo Chillida aprendí, desde mi primera visita a su estu- dio con el ingeniero y profesor de estética José Félix Tobar hace casi treinta años, que la escultura, ade- más de un objeto, es un yunque de sueños y un rumor de límites. Su- pe ver que en la escultura están cinceladas las palabras de San Chillida y Barañano junto al encofrado de yire Altaren Etxea Elogio del Horizonte^ Gijón 1990 Agustin y las de Edmund Husserl, y vi -como en el poema de Parmé- nides- que el hombre es la medida de todas las cosas. Supe que las olas del mar no son dimensión si- no un campo de acción. Fue terriblemente duro que de un brochazo hace dos años desa- pareciera el amigo mago, el que con su facilidad técnica, de gran oficio, abarcaba y sintetizaba la realidad con dos rasgos. La lengua vasca destina una palabra, il, para la muerte, que significa perderse. Chillida se nos perdió en vida, en una desgraciada enfermedad, poco antes de la retrospectiva del Reina Sofía. Una enfermedad que le apartaba de la realidad, pero que algunas veces le abría ventanas, no de muchos minutos, donde ade- más y desgraciadamente más que la vida le entraba la melancolía de no poder seguir el diálogo que to- do encuentro humano es. Ei desti- no lo ha devuelto a su ceniza. En las paredes de nuestras casas o de tantos museos en el mundo las huellas que él dejó, como las que otros dejaron en Satimamiñe, siguen manteniendo y proyectan- do su luz, su idea de la forma y de Instalando el Peine del Viento. San Sebastián, 1977 la geometría, su idea de abrir horí- zontes a nuestra vista. Con la muerte de Eduardo Chillida desa- parece una de las voces más pro- fundas de la escultura del siglo XX, junto con Constantin Brancu- si, Pablo Picasso, Julio González, Alberto Giacometti, Tony Smith o Alexander Calder. A todos los co- noció y les respetó. Pero no sólo respetó a los grandes artistas sino a todos los que le rodearon, en el tra- bajo o en la calle. Se comprometió con la ecología luchando contra la central nuclear de Lemoniz, luego a favor de la amnistía tras la muerte de Franco, y después a favor de los secuestra- dos por ETA. Pensaba que la patría tiene límites o limita, que el lugar no. Supo que para el devenir uni- versal, cosmopolita, hay que ser más lugareño y menos patríota. Por eso hizo una escultura que sale de la tierra, como se ve en Chilli- da Leku, pero que habla de nuestro hierro y de nuestro tesón en todos los lugares del mundo. La iconografía de Chillida es la iconografia de la geometría pura, ^es la traducción de la filosofia es- ’pacial del siglo XX, Heidegger, Chillida construye una escultu- ra como una topografía, como un lugar de encuentro de arqueologí- as dirigidas a la Memoria, obli- gando al espectador a introducir- se en su universo, en los Peines del Viento en San Sebastián, en el Elogio del Horizonte de Gijón, en la montaña Tindaya de Fuerte- ventura o en la ilustración de los versos de San Juan de la Cruz. Mi amado, las montañas. Su obra en- sancha nuestros horizontes y su santuario es la naturaleza toda. La piedra y el acero con y en la que se manifiesta. Su experien- cia, el poder de esos enigmáticos signos que anuncian secretos que a la vez nos ocultan, ingresa en el movimiento natural del universo, pertenece a la Historia del Arte. Sus esculturas son fragmentos que, como en la obra de Lezama Lima, hablan a su imán, siguien- do emocinoal la consigna de Dau- bigny “tu ne mets rien et tout y est”, Chillida no dibuja nada, no pone nada y todo está ahí. Eso lo supo Pilar Belzunce con catorce años y desde entonces se ha en- tregado a que a Eduardo no le fal- tarán ni el pan ni la sal para que Con Eduardo Chillida aprendí que la escultura, además de un objetivo, es un yunque de sueños y un rumor de limites Cioran, Thon, al lugar de la dimen- sión plástica. Por eso su obra ha si- do analizada más por poetas y filó- sofos que por historiadores. Sólo las manos, en la actual exposición de Bancaja en Valencia, nos llevan a un motivo de la realidad. Pero en el fondo para hacemos pensar en el poder de crear volumen con una lí- nea o con un corte. Su obra, su lí- nea, ha estado siempre ligada a la música, especialmente al universo de fuga, de volumen sonoro de Bach. Chillida sabía que un músi- co que habla bien sobre música de piano y que la analiza no es con ello un gran pianista. No todos los dedos son tan inteligentes como la cabeza que les envía órdenes. Pero dedos y cabeza tienen que trabajar a la vez y entre ellos dar materia sonora a unas partituras que por sí solas no suenan. En la música -co - mo por otra parte en la critica y co- mo en la escultura- tienen que ir juntas al tocar, al analizar, la con- centración y la energía (física, mental y emocional). Estas tres ca- racteristicas están en toda la obra de Chillida: en sus dibujos, en sus tierras, en sus aceros y en sus ma- deras. Ha dado a los materiales, como al acero y al hormigón, una calidad poética y, por primera vez en la Historia del Arte, ha realiza- do bajorrelieves con papel, sus gravitaciones. como Fray Angélico se dedicara al amplio trabajo de su personal convento de San Marco. Como dice un verso de Los Salmos (33- 7) que Eduardo interpretó con una caligrafía que dará origen al Monumento a la Tolerancia: “re- coge, como un dique, las aguas del mar/ en depósitos pone los abismos”. Perdido definitivamen- te en ese abismo del que no se vuelve, Eduardo sabemos que queda con nosotros toda tu obra. Y sobre todo tu humanidad, desde tu segura pose de portero de la Real Sociedad hasta tu tímida presencia en todos los actos so- ciales y premios a los que has te- nido que acudir, pero que jamás te apetecieron, porque siempre su- piste que tu razón de ser estaba en el trabajo solitario de la foija de tu estudio. Termino para no volver la cabe- za hacia lo ya caminado con unas líneas de José Ángel Valente para nuestro catálogo en la primera ex- posición que Chillida tuvo en su ciudad natal, San Sebastian, cuando ya tenías 68 años, cuando en este espacio de papel no pode- mos contar todos tus hallazgos; “¿Hasta dónde podría proseguir la enumeración? ¿Hasta llegar a dónde? ¿Hasta llegar al mar?”. Kosme de Barañano

In memoriam Chillida: más allá

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Page 1: In memoriam Chillida: más allá

DEKGOLÀ J

"In memoriam"

Chillida: más alláB a j o el título de un li­

bro de poemas de Jorge Guillen, Afás Allá, rea­lizó en 1973 Eduardo

Chillida una obra clave de la gráfi­ca, del grabado en madera, de toda la Historia del Arte: unas imáge­nes donde no había tinta, sólo pre­sión. La escultura, el espacio y el volumen penetraban en el papel a través del límite de la fuerza, de la presión de su antebrazo. A ese lu­gar, poético, religioso, o simple­mente vacío, ha regresado Eduar­do Chillida empujado por una pre­sión que cae todos los días sobre nosotros, llámese edad o enferme­dad.

No muchos artistas, aunque sí escritores (Juaristi, Valente, etc.) se encuentran entre mis buenos, y cercanos, amigos. He preferido la obra plástica que al artista, para no ser “influido” por la personalidad sobre mi vista, sobre mi terreno profesional. Solamente con menos de ima docena de ellos he rodado y construido una gran amistad desde la que han orientado certeramente mi vida y mi pensamiento hasta el momento. Uno de estos vientos, el suave y controlado y cristiano -o mejor, franciscano- aire de Eduar­do Chillida, ha dejado de soplar.

Con el escultor Gonzalo Fonse- ca he pateado las canteras de Mi­chelangelo en Seravezza y he re­corrido los subterráneos del metro neoyorquino como si estuviéra­mos en la gran pirámide de Keops. Con José María Ucelay recorrí, es­perándonos siempre un taxi, todos los cafés y museos de París sa­biendo que no hay luz como la de los días de viento sur en el octubre de nuestra tierra vasca. Con Gabi Ramos Uranga recorrí los dibujos de Tiepolo o los frescos toscanos buscando arrepentimientos “penti­menti” : he recorrido todo el cam­po de acción del Renacimiento y del Barroco como quien juega a la pelota en un frontón conocido. Con Markus Lüpertz he sentido, entre Dusseldorf y Karlsruhe, la fuerza de 340 caballos en un Cor­vette hablando del uso del negro en la pintura de Beckmann. Con George Baselitz he calado la fuer­za del picei de Velázquez y Tinto- retto, la de su forma de colocarse ante el lienzo y también la de su debilidad', allá donde dejan un hueco que es en lo que reside el conocer al adversario. Con M.V. he visto que la Historia del Arte respira como las nubes rotas sobre el Montgó. Con el pesimismo vital de Zoran Music, con su filosofía ejercida de mirar todo críticamen­te., que apareció después bella­mente formulada en la novela, o más bien ensayo. Alte Meister, de Thomas Bernhard: comprendí que toda obra maestra tiene un fallo. Pero ninguna obra sustituye a un ser humano. Ninguno de sus dibu­jos de Dachau recupera a sus ami­gos incinerados.

Con Eduardo Chillida aprendí, desde mi primera visita a su estu­dio con el ingeniero y profesor de estética José Félix Tobar hace casi treinta años, que la escultura, ade­más de un objeto, es un yunque de sueños y un rumor de límites. Su­pe ver que en la escultura están cinceladas las palabras de San

Chillida y Barañano junto al encofrado de yire Altaren Etxea

Elogio del Horizonte^ Gijón 1990

Agustin y las de Edmund Husserl, y vi -com o en el poema de Parmé- nides- que el hombre es la medida de todas las cosas. Supe que las olas del mar no son dimensión si­no un campo de acción.

Fue terriblemente duro que de un brochazo hace dos años desa­pareciera el amigo mago, el que con su facilidad técnica, de gran oficio, abarcaba y sintetizaba la realidad con dos rasgos. La lengua vasca destina una palabra, il, para la muerte, que significa perderse. Chillida se nos perdió en vida, en una desgraciada enfermedad, poco

antes de la retrospectiva del Reina Sofía. Una enfermedad que le apartaba de la realidad, pero que algunas veces le abría ventanas, no de muchos minutos, donde ade­más y desgraciadamente más que la vida le entraba la melancolía de no poder seguir el diálogo que to­do encuentro humano es. Ei desti­no lo ha devuelto a su ceniza.

En las paredes de nuestras casas o de tantos museos en el mundo las huellas que él dejó, como las que otros dejaron en Satimamiñe, siguen manteniendo y proyectan­do su luz, su idea de la forma y de

Instalando el Peine del Viento. San Sebastián, 1977

la geometría, su idea de abrir horí- zontes a nuestra vista. Con la muerte de Eduardo Chillida desa­parece una de las voces más pro­fundas de la escultura del siglo XX, junto con Constantin Brancu­si, Pablo Picasso, Julio González, Alberto Giacometti, Tony Smith o Alexander Calder. A todos los co­noció y les respetó. Pero no sólo respetó a los grandes artistas sino a todos los que le rodearon, en el tra­bajo o en la calle.

Se comprometió con la ecología luchando contra la central nuclear de Lemoniz, luego a favor de la amnistía tras la muerte de Franco, y después a favor de los secuestra­dos por ETA. Pensaba que la patría tiene límites o limita, que el lugar no. Supo que para el devenir uni­versal, cosmopolita, hay que ser más lugareño y menos patríota. Por eso hizo una escultura que sale de la tierra, como se ve en Chilli­da Leku, pero que habla de nuestro hierro y de nuestro tesón en todos los lugares del mundo.

La iconografía de Chillida es la iconografia de la geometría pura, ̂es la traducción de la filosofia es-

’ pacial del siglo XX, Heidegger,

Chillida construye una escultu­ra como una topografía, como un lugar de encuentro de arqueologí­as dirigidas a la Memoria, obli­gando al espectador a introducir­se en su universo, en los Peines del Viento en San Sebastián, en el Elogio del Horizonte de Gijón, en la montaña Tindaya de Fuerte- ventura o en la ilustración de los versos de San Juan de la Cruz. Mi amado, las montañas. Su obra en­sancha nuestros horizontes y su santuario es la naturaleza toda.

La piedra y el acero con y en la que se manifiesta. Su experien­cia, el poder de esos enigmáticos signos que anuncian secretos que a la vez nos ocultan, ingresa en el movimiento natural del universo, pertenece a la Historia del Arte. Sus esculturas son fragmentos que, como en la obra de Lezama Lima, hablan a su imán, siguien­do emocinoal la consigna de Dau- bigny “tu ne mets rien et tout y est”, Chillida no dibuja nada, no pone nada y todo está ahí. Eso lo supo Pilar Belzunce con catorce años y desde entonces se ha en­tregado a que a Eduardo no le fal­tarán ni el pan ni la sal para que

Con Eduardo Chillida aprendí que la escultura, además de un objetivo,

es un yunque de sueños y un rumor de limites

Cioran, Thon, al lugar de la dimen­sión plástica. Por eso su obra ha si­do analizada más por poetas y filó­sofos que por historiadores. Sólo las manos, en la actual exposición de Bancaja en Valencia, nos llevan a un motivo de la realidad. Pero en el fondo para hacemos pensar en el poder de crear volumen con una lí­nea o con un corte. Su obra, su lí­nea, ha estado siempre ligada a la música, especialmente al universo de fuga, de volumen sonoro de Bach. Chillida sabía que un músi­co que habla bien sobre música de piano y que la analiza no es con ello un gran pianista. N o todos los dedos son tan inteligentes como la cabeza que les envía órdenes. Pero dedos y cabeza tienen que trabajar a la vez y entre ellos dar materia sonora a unas partituras que por sí solas no suenan. En la música -c o ­mo por otra parte en la critica y co­mo en la escultura- tienen que ir juntas al tocar, al analizar, la con­centración y la energía (física, mental y emocional). Estas tres ca- racteristicas están en toda la obra de Chillida: en sus dibujos, en sus tierras, en sus aceros y en sus ma­deras. Ha dado a los materiales, como al acero y al hormigón, una calidad poética y, por primera vez en la Historia del Arte, ha realiza­do bajorrelieves con papel, sus gravitaciones.

como Fray Angélico se dedicara al amplio trabajo de su personal convento de San Marco. Como dice un verso de Los Salmos (33- 7) que Eduardo interpretó con una caligrafía que dará origen al Monumento a la Tolerancia: “re­coge, como un dique, las aguas del mar/ en depósitos pone los abismos”. Perdido definitivamen­te en ese abismo del que no se vuelve, Eduardo sabemos que queda con nosotros toda tu obra.Y sobre todo tu humanidad, desde tu segura pose de portero de la Real Sociedad hasta tu tímida presencia en todos los actos so­ciales y premios a los que has te­nido que acudir, pero que jam ás te apetecieron, porque siempre su­piste que tu razón de ser estaba en el trabajo solitario de la foija de tu estudio.

Termino para no volver la cabe­za hacia lo ya caminado con unas líneas de José Ángel Valente para nuestro catálogo en la primera ex­posición que Chillida tuvo en su ciudad natal, San Sebastian, cuando ya tenías 68 años, cuando en este espacio de papel no pode­mos contar todos tus hallazgos; “¿Hasta dónde podría proseguir la enumeración? ¿Hasta llegar a dónde? ¿Hasta llegar al mar?” .

Kosme de Barañano