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Incomunicación familiar

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Incomunicación en la familia y sus repercusiones en la pérdida de la práctica de los valores.

Cuando el día va terminando, la gente vuelve a sus casas. En algunos hogares llega la hora de comer, de reunirse en familia, de descansar. La mesa se va poniendo y las preocupaciones de la jornada van quedando para el día siguiente.

En otras casas, el televisor está encendido. Casi todos los miembros de la familia están inmovilizados ante él. Y los que van llegando se sientan frente a la pantalla chica, casi sin saludarse; apenas unas palabras breves,monosílabos o frases formales. El resto es un largo silencio interrumpido por pocos comentarios individuales. Se come maquinalmente. En la cena no hay casi intercambio de impresiones del día, de noticias, de ideas, de dificultades, de afectos, de hechos de algún miembro de la familia. No se oyen consejos ni se dan apoyos mutuos.

El día acaba en un arrastrarse ante el televisor, hasta que el sueño físico va ganando uno a uno, quedándose a veces el televisor prendido, solo.

¿Y la familia? En el primer caso se puede apreciar su presencia, pero en el segundo, sin duda materialmente está allí, con la televisión en el centro. Pero, psicológicamente, moralmente ¿dónde está?

Decía un famoso especialista francés que es evidente que la presencia del televisor en un hogar censura la conversación familiar, y no es querer ver a este aparato como el culpable de la incomunicación de las familias, sino que debemos tratar de de utilizarlo adecuadamente y distribuir el tiempo para compartir esas impresiones del día o las dificultades que afectan a algún miembro de nuestra familia.

Pero no solo el televisor afecta la comunicación en la familia, el trabajo absorbente por parte de los padres que les impide hablar y salir ellos solos y con sus hijos, también es un factor importante que promueve la desunión familiar y con esto la pérdida de comunicación entre sus miembros. Cuando los hijos ven que sus padres le dedican todo el tiempo a sus labores tarde o temprano terminarán odiando todo lo que se relaciona con el trabajo y en muchas ocasiones se da el problema que los hijos no quieren terminar el colegio y desertan, porque en un futuro no quieren hacer lo mismo que sus padres hacen con sus trabajos, y piensan que si no van a trabajar, ¿para qué estudiar? Con esto se pierde el valor por la educación y el trabajo.

A veces ese mismo apego al trabajo hace que se dedique más tiempo a los amigos, compañeros o diversiones que no incluyen la familia, con esto se abandona a los seres queridos y se cae en el egoísmo personal. Al pasar la familia a un segundo plano aparecen la desconfianza, y la inseguridad. El distanciamiento se hace evidente primero en los cónyuges y después entre estos y los hijos ya que se empieza a vivir hacia el exterior.

Otro problema que es de suma importancia es evitar discusiones o no enfrentarse a los “problemas” que surgen en la familia ya que es mejor no hablar y que cada uno haga lo que quiera, usualmente eso muestra la falta de autoridad de los padres que al hacerse mayores sus hijos y exigirles cierta disciplina de la que siempre han carecido, se crea en los niños una frustración que les pasa factura. Estas son las claves que explican que, en la actualidad, padres y colegios choquen cuando hay algún problema con el pequeño.

La familia ha de ser el primer núcleo socializador en el que los niños se desarrollen. Y en él, los padres desempeñan un papel fundamental al tener que enseñarles, entre otras muchas cosas, que en la vida existen límites.

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Sin embargo, en la realidad no ocurre así. Los padres son “demasiado permisivos”, y esa actitud es “una de las grandes claves” en la pérdida del prestigio social del profesorado. La sociedad está cayendo en el error de haber pasado del modelo educativo autoritario al democrático excesivamente permisivo.

La incomunicación es el reflejo de la ausencia de los valores morales esenciales del ser humano, como la entrega y la confianza en los demás. Circunstancia que pone de manifiesto cómo la incomunicación está siendo la causa no sólo de muchos divorcios entre las parejas y de distanciamientos insalvables entre hijos y padres sino que es también la causa de muchos nacionalismos que están afectando a la normal convivencia de miles de personas en el mundo.

Hay que entender que la comunicación entre padres a hijos no se limita a que los primeros se comuniquen con los segundos cuando estos alcanzan la adolescencia o que se muestren permisivos a la hora de dejarles hacer su vida con más o menos libertad. Por otra parte, la comunicación se debe comenzar a establecer desde el mismo momento en que nace el niño porque si así se hace luego será más fácil mantenerla a lo largo de toda la vida. Y comunicarse significa siempre escuchar al otro, no sólo hablarle y contarle lo que pensamos y sentimos. La comunicación es siempre intercambio de información.

Por tanto, los padres deben ser conscientes de las necesidades afectivas y de conocimiento de sus hijos siendo necesario que exista entre ellos una armonía tal que les permita comunicarse sin traba alguna. Y si eso no se produce desde la infancia cuando el niño llegue a adolescente no sabrá cómo acercarse a sus padres y, por tanto, difícilmente podrá llegar a conectar con ellos. De hecho, lo que ocurrirá es que ocultará sus sentimientos y buscará, egoístamente, que sus progenitores le permitan hacer sin más lo que le interesa para satisfacer sus necesidades más inmediatas.

Para evitar que eso suceda es necesario hablar, saber escuchar y saber interpretar los silencios de los niños ya que esos silencios delatan muchas veces las omisiones y las carencias educacionales.

Es más, la comunicación no resulta fácil para aquellos adolescentes que no han vivido una infancia equilibrada en el terreno afectivo. Y eso no quiere decir que no hayan tenido el cariño necesario. En absoluto. Un hijo puede haber sido muy querido pero si le ha faltado comunicación, entrega, afianzamiento de sus necesidades psicológicas (afecto, valoración, sinceridad, ensalzamiento de lo que hace bien, etc.) y no se le enseñó que la vida no es fácil y que hay que luchar por lo que uno quiere sin arredrarse ante las dificultades no se habrá hecho lo correcto para que ese niño se sienta seguro a la vez que comunicativo. Es importante entender que los niños deben aprender a caminar de forma independiente de los padres, si bien sintiendo que son apoyados por ellos y que podrán contar con su asesoramiento. En ese sentido está claro, pues, que buena parte de la responsabilidad de la incomunicación recae en la sociedad que todos -en mayor o menor medida- hemos ayudado a construir. Paralelamente, las personas estamos cada vez más ocupadas -sobre todo las que vivimos en las grandes ciudades- y tenemos menos tiempo para dedicar y compartir con los demás por eso el cambio empieza en cada uno para tratar de mejorar una sociedad que se ha dejado influenciar por la falta de comunicación.

INCOMUNICACION FAMILIAR

¿Cuál podría ser la principal causa de la falta de comunicación familiar durante la adolescencia?

Principalmente, cabría destacar que a pesar de que las consecuencias de la incomunicación familiar sean de más graves durante la adolescencia (Ya lo dice el refrán: “Niños pequeños problemas pequeños , niños grandes problemas grandes”), no suele tratarse de un hecho aislado correspondiente a dicho período.

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Si bien es verdad que la adolescencia es una etapa en la que las/los jóvenes tratan de individualizarse y profundizar en lo que les difiere, más que en lo que les une al espacio familiar (mientras paradójicamente, crean vínculos y relaciones de pertenencia ente sus amistades), esta actitud suele venir precedida por una falta de comunicación familiar o por el mal uso de la misma.

Etimológicamente, la palabra “comunicación” deriva del latín "commūnicāre" y podría traducirse como "poner en común, compartir algo". Mientras que “interrogar”, del mismo origen, hace referencia a “la búsqueda de la verdad por medio de preguntas”.

Muchas madres y padres, con su mejor intención preguntan a sus hijos casi a diario nada más entrar por la puerta: “¿Dónde has estado?”,“¿Con quién?”,”¿Qué habéis estado haciendo?”, “¿Por qué?”, etc.

Según las definiciones previas, estas situaciones encajan mejor en la definición de “interrogar” que en la de “comunicar”, que requeriría, al menos, cierto grado de bidireccionalidad en la relación. Es decir, que las dos personas aportasen según el grado de implicación, su información, ideas/opiniones y/o sus emociones.

Esta relación basada en la comunicación, más allá de desarrollar una base sólida que permita prevenir y solucionar problemas característicos de etapas futuras, facilita también el entendimiento mutuo de los miembros de la familia y evita atribuciones equivocadas. Debido a que, la información que nos llega de manera ambigua, sin concretar, la interpretamos según nuestros esquemas mentales, que no siempre coincide con la intención del emisor. Por ejemplo: ¿cuántas veces hemos deducido equivocadamente que alguien estaba enfadado con nosotras/os por su actitud al llegar a casa cuando la causa real del problema nos era totalmente ajena.