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VIDA COTIDIANA EN EL CONVENTO Ana Callejón Alén Paloma Fernández Rodríguez Elena García Marta Gutiérrez Morano Coordinado por Bárbara Morales y María Luengo

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VIDA COTIDIANA EN EL

CONVENTO

Ana Callejón AlénPaloma Fernández Rodríguez

Elena GarcíaMarta Gutiérrez Morano

Coordinado por Bárbara Morales y María Luengo

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VIDA COTIDIANA EN EL CONVENTO.

1. La entrada en el convento de Sor Marcela.

Muchas veces hemos escuchado que en la Edad Media y la Edad Moderna se dieron

muchos casos en los que hombres y mujeres decidieron ser religiosos por motivos

económicos y culturales, ya que al formar parte de una orden, se garantizaba tanto el

sustento como la formación cultural. Por ello, una de las primeras preguntas que nos

planteamos cuando empezamos a estudiar a Sor Marcela fue si realmente ella comenzó

su vida como monja por una auténtica vocación religiosa o por otros motivos.

Hemos leído que cuando todavía era una niña la llevaron al padre fray Tomás de la

Virgen, para que la bendijese, y que este, cuando la vio dijo “¡Oh, que gran trinitaria se

crea en esta niña” y que desde entonces comenzaron a mirarla como marcada por el

cielo (Smith, 2001, p. 59). En esta misma obra se dice que Marcela desarrolló hábitos

muy devotos, que la acabaron llevando a la religión y que esta devoción tan sentida la

siguió desarrollando en el convento, en el que incluso las demás monjas se sorprendían

de lo rigurosa que era con sus rutinas, y, además, le decían en muchas ocasiones que no

hacía falta que ayudase tanto a las demás, consejos que ella no escuchaba (Smith, 2001,

pp. 60-62)

Por lo que, según señalan estas fuentes, sí decidió ella meterse en el convento aunque

personas como el padre fray Tomás de la Virgen pudo empujarla más a acabar en el

convento. A estos motivos que se presentan en la obra de influencia religiosa, se le

suman otros como los que hemos encontrado en Sabat-Rivers, quien indica que su

decisión de entrar en el convento se debe también a que en su casa estaban pasando

cosas horribles como el intento de secuestro de su hermana o la ceguera de Marta

Nevares, amante de su padre, que ella interpretó como señales de que la vida en la casa

se estaba acabando. No obstante, también hemos leído que fue su padre el que la metió

en el convento, pero que más tarde fue ella por voluntad propia la que decidió quedarse,

ya que por esos tiempos consideraba a Dios como su “esposo Jesucristo” (Sabat-

Rivers,1988, 77-92).

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Buscó la religión desde muy pequeña porque veía los problemas y las desventajas de ser

hija ilegítima, y descartó un marido muy rápido de posibilidades y, más tarde, idealizó

la vida de religiosa. Parece que Sor Marcela rechazó siempre los amores terrenales, y

que le ofendía mucho que se hablase de su belleza, incluso cuando lo hacían personas de

su familia. De hecho, como hemos leído y como vimos en la representación de Cenizas

de Fénix, una vez su padre le dijo que era “hermosa”, y ella le dejó de hablar durante 5

años, pues pensaba que era inapropiado y que podía ofender a Dios.

Además, ella, por ser mujer y no pertenecer a la aristocracia (solo las hijas de los nobles

podían educarse en los colegios, mientras que desde el siglo XVI la única educación de

las niñas era la que recibían en las parroquias [Mesa Villalba, 2012, p.1], no podía

desarrollar su formación o dedicarse a la escritura por lo que, seguramente, pensó que

por lo menos en el convento sería un poco más libre. El convento para ella, como para

otras mujeres, supuso el abandono del mundo. No sólo era un lugar para Dios, sino

también para poder dedicarse a la escritura, la vida comunitaria y tener una posición de

poder como regir el convento; también vio que era una de las pocas formas de ganarse

el respeto y la consideración.

2. La vida cotidiana en un convento.

Nuestro trabajo se centra en analizar cómo era la vida en un convento femenino en el

siglo XVII, para ello haremos una breve introducción de la orden a la que perteneció

Sor Marcela y de las rutinas que se desarrollaban en este convento.

2. 1. El día a día en un convento.

Para saber cómo era el día a día en un convento, leímos el artículo ”Veinticuatro horas

en la vida de un monasterio de los siglos XVI y XVII” (Sánchez Hernández, 2009) que

nos dio una información variada y aproximada sobre la vida cotidiana en los

monasterios masculinos y femeninos de la Edad Moderna.  En este resumen, vamos a

centrarnos más en los aspectos relacionados con las actividades de las mujeres en estos

monasterios.

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Los monasterios son edificios donde vive una comunidad religiosa de monjes o monjas,

dentro de los cuales había tiempo para la oración, para el trabajo, para el ocio, los

huéspedes y para el servicio comunitario.

2. 1. 1. El horario.

Benito de Nursia es el “padre” de los monasterios de Occidente y su regla sirvió de guía

para la vida de los monjes o monjas desde el siglo VI hasta la actualidad. Es el ejemplo

a seguir de todas las comunidades y órdenes religiosas.

El orden es fundamental en la vida religiosa y por eso el día a día de los monasterios

está estructurado en torno a tres ejes:

Liturgia (dependiendo del monasterio en el que se habite, hay determinadas

horas de liturgia o ritos para la recitación de salmos, lecturas etc.)

Labor (en la vida monástica también es imprescindible la realización de las

labores de cada monja para el funcionamiento del convento)

Lectio divina (metodología de reflexión y oración de textos de la Biblia)

Las horas canónicas marcan las horas dedicadas a las oraciones en el convento y estas

son:                   

Laudes: al amanecer Prima: primera hora después del amanecerTercia: 9am                                                  Sexta: 12amNona: 3pm6/7pm : monjes van al coro para el rezo de vísperas 9/10 pm: rezos completos

Entre estas horas se realizan las actividades y obligaciones de los monjes. No obstante,

este horario varía según las órdenes religiosas y depende de los monasterios. Los

monasterios de estos siglos ponen en práctica la teología dada en el Concilio de Trento

(según el cual la Eucaristía era un sacrificio expiatorio, entendiéndola como una

devoción)

2. b. b. Los espacios.

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Los conventos y monasterios siempre tienen los mismos espacios como: coro, celdas,

directorio, claustro… Pero no todos tienen la misma distribución ni las mismas

riquezas, con lo cual los espacios son variables respecto a las diferencias entre

monasterios. Indicamos cuáles son estos espacios, que analizarán más detenidamente el

grupo dedicado al estudio del patrimonio artístico.

La portada principal: enseña, mediante su decoración, el tipo de religiosidad del

monasterio.

El zaguán: es el patio de acceso, abierto a los que se acerquen al monasterio

La portería reglar: es el primer espacio de clausura reservado sólo para la

comunidad. Las porteras son las encargadas de las puertas y de los tornos, en el

caso de las mujeres siempre son dos, la primera y la segunda. Cuando visitamos

la iglesia de las Trinitarias vimos cómo todavía hoy funciona este torno que

comunica el mundo de las monjas de clausura con el exterior.

El templo: es el centro de la vida comunitaria. Allí se celebra la Eucaristía y se

reza el oficio. Se utiliza el coro, que para las mujeres suele estar a los pies de la

Iglesia en el alto. En el centro del coro hay un gran atril giratorio para mostrar

los libros. Como ya hemos dicho, en la iglesia de las Trinitarias este coro estaba

protegido por unos pinchos que evitaban el asalto de los galanes a las novicias.

La sacristía: comunica el templo mediante una puerta que se abre al altar. Sirve

para guardar los textiles litúrgicos y las piezas de plata o metal. En los conventos

de mujeres hay un torno que separa la sacristía para monjas de la sacristía para

celebrantes (por el que se sacan las piezas de plata litúrgicas).

Los relicarios: sirven para guardar las reliquias de Santos, son pequeñas cajas

diferentes.

El claustro: es el centro arquitectónico principal de conventos y por ello el eje de

la vida cotidiana de las monjas. Tiene acceso desde la portería y la Iglesia. En el

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centro hay un pequeño jardín con una fuente o pozo. Desde el claustro se accede

a la sala capitular, celdas u otros lugares del convento.

La sala capitular: es donde la comunidad se reúne para elegir los cargos, para

revisar la vida diaria, para confesa culpas ,imponer castigos o hacer reformas o

cambios en la regla monástica.

En relación con la vida cotidiana existen tres espacios fundamentales: el refectorio, la

cocina y los almacenes.

El refectorio: es el comedor y está a cargo de la refitolera. Tiene un gran crucifijo y

lienzos que representan momentos importantes como La Última Cena. Los asientos son

bancos largos pegados a una mesa fija. La mesa de la abadesa o priora y cargos

principales del convento están en la cabecera y tienen una campan

a para indicar el comienzo y final de las comidas.

Antes de sentarse se escucha el Benedicite (bendición de la mesa) y rezan el De

Profundis con las manos juntas. Las monjas se sientan en la mesa por orden de

importancia de sus cargos y las que no tienen cargos principales por orden de

antigüedad.

Para comer se dispone de cubiertos como cuchara, cuchillo y servilleta, pero no tenedor

(más tardío), en la vida religiosa no se suelen usar manteles. Como hemos leído, Sor

Marcela evitaba la comida pues consideraba que era

La cocina: suele ser muy grande para tener dentro la chimenea, posteriormente estas

cocinas se fueron adaptando como cocinas de carbón, gas o eléctricas. Tenían espacios

para almacenar alimentos. En monasterios de hombres había almacenes para vino y

cerveza, pero en los conventos de mujeres no.

El oficio de cocinera puede ser fijo o puede rotar. Las reformas de órdenes religiosas

recomiendan que cargos no especiales ordenen semanalmente, pero pronto se acomodan

las costumbres sociales de desigualdad y se terminan imponiendo legos para los oficios

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como cocina y limpieza realizados por mujeres, a las que se llama monjas de voto

simple.

Las huertas: estaban ligadas a las cocinas. Los monasterios urbanos (como el Convento

de las Trinitarias) contaban con terrenos detrás del edificio inaccesibles desde fuera para

evitar la vista desde el exterior.

La alimentación es un aspecto esencial en la vida religiosa porque comer es algo que va

más allá de lo pasajero y lo material ya que afecta a la personalidad. Las dietas de los

monasterios varían dependiendo de los conocimientos científicos, costumbres,

condiciones económicas o épocas en el calendario litúrgico. De Sor Marcela se dice que

“era muy abstinente no solo en la calidad de la comida, sino también en la cantidad

porque jamás comió a medio día más que un huevo hervido en agua de cominos”

(Smith, 2001, p. 61).

A todas las religiosas se las educaba en que evitasen el exceso porque “no hay cosa

más contraria a un cristiano que el exceso en la comida”. La carne está prohibida

excepto para débiles o enfermos. Se decía que la  carne impedía la conexión con las

pasiones espirituales, pero la carne de aves estaba permitida (fuera de momentos de

ayuno). El desayuno no se incluyó en su dieta hasta el siglo XIX.

En relación con la comida, en las comunidades femeninas se aplicaron normas más

duras que en las masculinas. Se consideraba que las mujeres eran “portadoras de

defectos y debilidades”, y, por ello, las reglas monásticas y justificaciones teológicas

decidieron aplicar duras normas que disminuyeran su “naturaleza débil”. Es por este

motivo por el que, como hemos dicho antes, el vino estaba y está prohibido en la dieta

de las monjas (se consideraba que el consumo de alcohol era “impropio de la mujer y

especialmente de las religiosas”), y, sin embargo, no estaba ni está excluido de la dieta

de los monjes.

Las dietas de personajes religiosos se convirtieron en señas de identidad de las

religiosas relevantes de las órdenes, como es el caso de Sor Marcela. Se dan casos

biografías de religiosas en las que se las presenta como personas con una aversión hacia

la comida. Se trata de lo que se conoce como inedia, ayuno o anorexia mística.

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Hay muchas noticias sobre los alimentos de las dietas conventuales, pero hay pocos

recetarios de cocina anteriores al siglo XIX. Parece que los libros de cocina monacal

han ido apareciendo con un simple fin comercial. Hay un libro famoso de un monje

franciscano se dan algunos consejos para la cocina (para ayudar a recién ingresados en

el convento a resolver sus dudas) como no desperdiciar alimentos, mantener mucha

limpieza y orden en la cocina, tener paciencia y consejos para cortes o quemaduras.

Las condiciones históricas y económicas llevaron a algunos conventos a realizar la

producción y venta de famosos dulces caseros, lo cual perdura hasta la actualidad. Sin

embargo, como nos indicó la guía en la visita a la iglesia de las Trinitarias, en este

convento no existe esta tradición tan típica.

3. La vida de Sor Marcela en el convento.

Tras analizar la distribución del tiempo y las tareas en los monasterios y conventos,

queríamos saber cómo fue la vida de Sor Marcela dentro del convento de las Trinitarias,

qué oficios desempeñó, cómo fue su relación con sus compañeras…

3. a. Su relación con las demás monjas.

Por lo que hemos leído en la obra que recoge su biografía, ella en el convento destacaba

por su gran dedicación a Dios rezaba mucho y hacía grandes penitencias, se provocaba

muchos castigos, e incluso llevaba puesto un cilicio (Smith, 2001, p. 61), pero también

porque era muy generosa y ayudaba siempre a sus hermanas. Era muy autoexigente, y

siempre se levantaba por las mañanas antes que las demás, preparando todo lo necesario

(Smith, 2001, p. 63)

También era exigente con la vida del convento; se pasaba todo el día dando vueltas para

revisar que todo estuviera en orden. Según se dice, le preocupaba mucho la vida de su

comunidad, así que siempre afeaba los comportamientos que consideraba inadecuados

por parte de sus compañeras. A pesar de que era estricta con sus compañeras, también

se dice en muchas ocasiones que “quería mucho a las monjas, hacía el oficio de madre

amorosa con ellas, las trataba con tanta gracia y amor que ellas se enternecían” (Smith,

2001, p. 77). Hemos leído que a pesar de tener que convivir con algunas monjas que

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seguramente no le gustaban mucho por su comportamiento o que no la respetaban como

madre, nunca se quejó.

3.b. Su participación en la vida en comunidad.

A los actos comunitarios y a las misas llegaba siempre puntual. Además, todos los días

de misa importante cantaba en el coro, en estas ocasiones llegaba a las 4 de la mañana,

lo cual mantuvo como costumbre desde que entró siendo muy joven hasta que fue

anciana Su biografía dice que nunca faltó a un acto de su comunidad, ni siquiera cuando

estuvo enferma ya que decía que sentía que se curaba en los actos religiosos (Sabat-

Rivers, 1988, pp. 87-92).

En el convento, fue vicaria, maestra de novicias y prelada. Fue vicaria, maestra de

novicias y prelada. Se dice que no le gustaba manejar dinero, ya que pensaba que si no

era su propósito era porque Dios lo había querido así. Sor Marcela era una mujer que

tenía una gran devoción, era muy religiosa y en su día a día se podría decir que

mayoritariamente rezaba, hacia las labores del convento, acudía a las visitas de su padre

y también escribía. No escribía con el fin de ser una poeta reconocida, lo hacía para

mostrar sus sentimientos, desahogarse, leer sus escritos a sus compañeras... (Smith,

2001, pp. 76-77)

Cuando fue mayor, no dejó que se la tratase de una manera diferente por estar enferma o

anciana. Tuvo una enfermedad tan grave que las monjas pensaron que se iba a morir.

Sus dolores le provocaban unas jaquecas horribles. Las monjas la oyeron pedir a Dios

que la matara, para poder así estar con él para siempre. Parece que no quería tomar

medicinas ni hacía caso a los cuidados que le recomendaban porque pensaba que si

estaba enferma era porque Dios lo había querido. Ya de anciana empezó a pensar que

estaba de más en este mundo, de estorbo para sus hermanas. (Sabat-Rivers, 1988, p. 85)

3.c. El contacto con el exterior.

Sor Marcela estaba en un convento de clausura, es decir, las monjas que vivían ahí

tenían la obligación de no salir del convento y el impedimento de que personas ajenas a

la orden pudieran entrar en su espacio de residencia, así como la mezcla de sexos, a

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excepción de los religiosos, que fueran sus confesores o que oficiaran misa allí. Sin

embargo, cuando leímos el artículo de Sabat-Rivers (1988) entendimos que sí había

personas con las que se podían comunicar, por lo que nos preguntamos a quiénes

podrían ver las religiosas. Hemos encontrado informaciones distintas, en la obra

Cenizas de Fénix se dice que había un contacto mínimo con el exterior, pero que una

vez, Sor Marcela recibió una visita de un antiguo conocido, pero por lo demás no se

menciona que saliera o entrara más gente del convento o en el convento. No obstante,

en el libro pone que a veces había invasiones. Además, cuando visitamos la iglesia de

las Trinitarias, nos enseñaron que había unos pinchos delante del coro para evitar que

los hombres que se sentían atraídos por alguna novicia pudieran entrar y la guía nos

contó que estos asaltos eran bastante frecuentes.

Por otro lado, la persona del mundo exterior con la que Sor Marcela mantuvo más

contacto fue con su padre. Parece que la relación no siempre fue mala del todo. Cuando

ella ingresó en el convento a los 16 años, él le hacía visitas frecuentemente y que

cuando ya fue mayor, Lope la consideró su confidente consejera. Sobre esta relación

trata la obra que fuimos a ver de Daniel Migueláñez, Cenizas de Fénix. Como vimos y

como dice el libro, ella lo consoló por sus penas, pero también lo regañaba

frecuentemente y le echaba en cara sus relaciones amorosas. De hecho, parece que la

vida amorosa de su padre fue uno de los motivos por los que Sor Marcela entró en el

convento. Según nos señaló Daniel Migueláñez, ha encontrado referencias en las cartas

que se intercambiaron en los últimos años de la vida de Lope que permiten decir que se

veían como poco cada cinco o seis días. Como nos dijo el autor se puede asegurar que

Sor Marcela era importante para Lope y que la valoró mucho intelectualmente en sus

últimos años: ambos se intercambiaban consejos sobre sus obras y ambos respetaban el

talento del otro.

Podemos ver en el cuadro Sor Marcela de San Félix, monja de las Trinitarias

Descalzas de Madrid, viendo pasar el entierro de Lope de Vega, su padre (Ignacio

Suárez Llanos en 1862), que fuimos a visitar en el Museo de Historia Municipal de

Madrid, una escena de Sor Marcela: ella es la protagonista de esta escena dentro de la

marcha funeraria de su padre Lope de Vega. Se ve una escena en la que está pasando la

tumba de su padre, rodeado completamente de un público expectante, y en una parte del

cuadro, casi centrada se ve la escena de Sor Marcela asomándose a la calle detrás de

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unos barrotes del convento, rodeada de sus compañeras, acompañándola en el

sentimiento y con un ánimo triste y melancólico. Personas del público, curiosas ante la

situación que se da en este cuadro. Esta escena representa bien que, aunque Lope de

Vega y Sor Marcela tuvieron una relación de altibajos (debido a distintos factores),

realmente se querían. Por lo que nos dijeron en la visita a la casa de Lope de Vega, la

escena está exagerada y es representativa de cómo Sor Marcela debió tomarse la muerte

de su padre, ya que siendo su convento de clausura es imposible que se expusiera a la

calle.

4. La cultura en el convento.

Pero, además de las actividades propias de cualquier convento de la época, una de las

cuestiones que más nos interesaban era saber qué importancia tenía la cultura en este

lugar. Si Sor Marcela pudo dedicar gran parte de su vida a escribir, tuvo que ser, además

de su talento, porque fuese un lugar en el que la literatura tuviese importancia.

4. a. La participación de la mujer en el teatro barroco.

Algo que nos llamó mucho la atención fue saber que en el convento se hacían

representaciones teatrales. Hemos leído un artículo sobre la participación de la mujer en

el teatro barroco, en el cual en primer lugar se analiza cómo en el Siglo de Oro todas las

mujeres seguían en silencio y sin poder trabajar, estudiar (sobre todo si no pertenecían a

la aristocracia, como hemos dicho antes) ni dedicarse al mundo del teatro.

En los corrales de comedias podemos situar a las mujeres en tres ámbitos: como

espectadora, como actriz y como autora. El Corral del Príncipe y el Corral de la Cruz

fueron los teatros más famosos del Madrid de la época, y el lugar donde Lope llevó al

escenario muchas de sus obras. Estos escenarios fueron idóneos para que el público

asistiera a la representación de comedias y actrices del momento, las mujeres podían

asistir a las representaciones, pero los de la clase más baja debían sentarse en el espacio

separado de los hombres, en la cazuela. El teatro del buen Retiro y el salón Dorado del

Alcázar fueron los escenarios perfectos para las representaciones de las compañías

teatrales del momento (Mesa Villalba, 2012, p. 3)

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En 1587 la mujer pudo por fin, legalmente, tener presencia los escenarios, pero les

pusieron muchas condiciones, como vimos el año pasado cuando estudiamos el teatro

barroco, las más destacadas fueron que tenían que estar casadas y que deberían

presentar siempre hábitos de mujer. Si las mujeres se dedicaban al mundo del teatro, era

por vínculos de algún hombre de su familia (Mesa Villalba, 2012, p. 1). En este sentido,

Marcela podría haberse dedicado al teatro, pero no quiso hacer en el mundo exterior,

sino que prefirió llevar el teatro al convento.

Además de como actrices, hubo mujeres que fueron autoras de comedias, es decir,

directoras de corrales de comedia. Para poder acceder a la dirección de la compañía

teatral era muy importante la vinculación con el marido y el reconocimiento de estas

mujeres será solo a partir de la segunda mitad del siglo XVII. El mejor ejemplo de

comedianta y empresaria teatral fue María de Navas, que se especializó en primeras

damas y fue solicitada en varias ocasiones para trabajar en la corte.

Todas las dramaturgas del Siglo de Oro se sintieron mucho más cómodas con la

comedia que con los dramas serios por las situaciones en las que podían situar a los

personajes femeninos. En muchas de las obras de estas escritoras aparecían temas como

el libro albedrío, el derecho de poder elegir marido, el rechazo hacia un exceso de

vigilancia sobre las mujeres, la defensa del honor sin violencia o la defensa de la damas

frente al galán, etc. Entre las escritoras más destacadas de Madrid del Siglo de Oro están

María de Zayas y Sotomayor; (a quien Lope llamó “genio raro y único”) su comedia La

traición de la amistad es la única obra teatral que nos ha llegado y que reivindica la

solidaridad femenina. (Mesa Villalba, 2012, p. 2)

4.b. El teatro en el convento de las Trinitarias.

Marcela de San Félix fue una excelente poeta y dramaturga; entre sus obras destacan los

coloquios espirituales y los romances. Sor Marcela sufrió la censura y tuvo que destruir

todos los cuadernos que compuso por orden de su confesor. Como nos hizo Daniel

Migueláñez, a Sor Marcela le tuvo que doler muchísimo quemar sus cuadernos, pues

suponía destruir el trabajo de toda una vida.

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En el convento, las religiosas tenían un espacio de quietud no puede representar el teatro

comentó escrito por ser Marcela San Félix eso discípula sor Francisca de Santa Teresa.

(p. Mesa Villalba, 2012, p. 4) Había más monjas en el convento que sabían escribir,

entre ellas destacó su discípula, que fue quien copió el manuscrito con las obras que nos

han quedado de Sor Marcela.

Sor Marcela tuvo acceso a la biblioteca del convento, a la que llegaban prácticamente

todas las obras que se publicaron en la época. Daniel Migueláñez nos informó de que

los fondos de la biblioteca cuentan con autores clásicos, novelas de caballería, algunas

obras escritas por mujeres, como las novelas cortas de María de Zayas y todo el teatro

que se publicaba. Todas estas obras, sin duda, tuvieron que suponer una gran influencia

en la escritora.

Dentro del Convento de las Trinitarias, uno de los elementos que sin duda más

favoreció al desarrollo intelectual fue la existencia de un teatro conventual. Se conoce

como tal, las representaciones teatrales celebradas en el interior de los conventos

femeninos durante los siglos XVI, XVII y XVIII en España, Portugal e Hispanoamérica.

Este teatro, dentro del cual se encuentran las obras de Sor Marcela, podían ser obras

escritas por poetas masculinos y representadas por monjas, escritas por las propias

religiosas por un motivo especial, que era un teatro considerado de consumo interno y

que, como sucede con las obras de Sor Marcela, no debía salir del propio convento.

(Alarcón Román, 2015, pp. 61 -62)

Las obras que se representaban en el convento eran piezas breves o de mediana

extensión con un sólo acto y sin divisiones. Las más abundantes se conocen como

coloquio y debe su razón de ser a la palabra dialogada, al debate y al enfrentamiento

dialéctico; los personajes son muy variados: alegóricos (el Alma, la Muerte, la

Memoria...) figuras evangélicas (Jesús, María, José, Ángeles...), también aparecen

algunos tipos que se parecen a los personajes de los entremeses (estudiantes, astrólogos,

hombres rústicos...), pero también personales reales e incluso las propias monjas

representándose a sí mismas por lo que se desdibuja el límite entre la ficción y la

realidad. En la versificación domina el metro corto, el octosílabo y se encuentran formas

cultas como el soneto junto a otras más populares como la seguidilla, muy vinculada a

la música. En cuanto al lenguaje utilizan un estilo elaborado para los altos conceptos

espirituales aunque también emplean un lenguaje plagado de expresiones coloquiales,

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refranes, juegos de palabras, equívocos para hablar de lo popular, lo rústico y lo

cotidiano e incorporan recursos humorísticos para hablar de la vida cotidiana del

convento (Alarcón Román, 2015, p. 63).

El montaje tenía que ser muy austero porque no se trataba de una representación en un

teatro real, además de porque, como dice Sor Marcela en sus propias obras, la situación

económica del convento no era buena y lo más seguro es que no pudieran invertir

mucho en el entretenimiento. No obstante, sí se sabe que algo de vestuario sí se

utilizaba y en algunos conventos se conservan los trajes que se usaban en las

representaciones. El público se limitaba a un círculo muy reducido, aparte de las

religiosas de la comunidad solían asistir el párroco, capellanes, confesores, y los

familiares de la novicia que acababa de procesa (Alarcón Román, 2015, pp. 64-65).

La puesta en escena es extremadamente simple por tres motivos fundamentales: el

espacio teatral no era un teatro propiamente dicho, por la débil economía de los

claustros y por el decoro debido a la condición de religiosas de clausura. Las

acotaciones se limitan a la entrada y salida de personajes, alguna breve referencia al

decorado o a las vestimentas pero a pesar de ser sencillas y austeras, podemos hablar de

un "montaje teatral", aun algunas religiosas conservan un baúl con los trajes que usaban

en las puesta en escena.

No hay que olvidar que estas representaciones, aparte de ser un entretenimiento,

también tenían un objetivo pedagógico, ya que buscaban fomentar la devoción e instruir

a las novicias en su vida espiritual mostrándoles las ventajas de la vida religiosa.

5. Referencias bibliográficas.

Alarcón Román, María del Carmen (2015). Literatura conventual femenina en el Siglo

de Oro. El manuscrito de Sor Francisca de Santa Teresa (1654-1709). Edición y

Estudio. Tesis doctoral, Universidad de Sevilla.

Mesa Villalba, María José (2012). Escenas cervantinas. Dramaturgas y comediantas. Mujeres y Literatura en el Madrid del Siglo de Oro, Madrid: Escenas Cervantinas.

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Sabat - Rivers, Georgina. (1986). Voces del convento: Sor Marcela, hija de Lope. En

Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (pp. 591-

600). Berlín: Centro Virtual Cervantes.

Sabat - Rivers, Georgina (1988). Literatura conventual femenina. Sor Marcela de San

Félix. Hija de Lope de Vega. Obra completa. Barcelona: Promociones y

Publicaciones Universitarias.

Sánchez Hernández, Mª Leticia (2009). “Veinticuatro horas en la vida de un monasterio

de los siglos XVI y XVII”. Anejos 2009, VIII, (pp. 99-227)

Smith, Susan (2001), El convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid y la vida de

Sor Marcela. Madrid: Espasa Calpe.