Jodelet- Memoria de Los Lugares Urbanos

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     ALTERIDADES, 201020 (39): Págs. 81-89

    La memoria de los lugares urbanos*

     DENISE JODELET **

    Introducción lugares urbanos, porque la historia vivida de los ciu-dadanos les da sentidos especícos. De modo que untítulo como “Memoria y sentido de los lugares urbanos”podría parecer más pertinente, pero en este caso per-dería la dimensión de juego entre memorias.

    La ciudad como lugar antropológico

    Hablar de memoria de lugares urbanos signica con-siderar a la ciudad como si tuviera una vida histórica,

    del modo que lo hace el antropólogo Marc Augé (1992)cuando reere a lugares antropológicos que se puedenencontrar tanto en las sociedades tradicionales comoen las modernas, donde pasado y presente se ofrecenunidos a la mirada del observador, como lo ilustranBaudelaire o Benjamin, y en sociedades pos o supra -modernas, características de la época contemporánea.Los lugares antropológicos se distinguen por tresrasgos comunes: son identitarios, relacionales e his-tóricos.

    En la perspectiva de Augé (1992), la identidad re-mite al hecho de que, en la ciudad, la organización delespacio urbano corresponde a un orden que denepara cada uno de sus ocupantes oportunidades deacción, restricciones y prohibiciones, cuyos contenidosson simultáneamente sociales y espaciales. Tal orga -nización de la ciudad conforma la identidad social de

    M i ponencia estará dedicada a las relaciones quese pueden establecer entre el espacio urbano,las signicaciones que le dan los habitantes de laciudad y los hechos o marcos de memoria. Mi propó-sito será plantear algunas preguntas relevantes parael proyecto sobre la memoria urbana, que ha motiva -do este encuentro.

    En un primer momento, es conveniente esclarecerlo que se puede entender por memoria de lugares ur-

    banos. El título de mi texto es una especie de juego depalabras a partir de la noción de lugares de memoria,introducida por el historiador Pierre Nora (1997), cuyouso ha tenido un gran éxito. Esta noción remite, entreotros elementos, a sitios, espacios, edicios, que nosdan acceso a sucesos del pasado. Son lugares quellevan la marca de su época, están clasicados entérminos de momentos históricos, nos dan el sentidode una diferencia entre pasado y presente y ofrecenla imagen de lo que no somos más. Así aparecen porejemplo los monumentos de la ciudad, cuyo poderde recordación viene de su fuerza de representación deuna época pasada. Al mismo tiempo, pueden tener unahistoria que cambia su capacidad mnemotécnica,como lo veremos, en la medida en que los ciudadanoslo asocian a su propia historia grupal o personal. Espor ello que me parece mejor hablar de memoria de

    *  Ponencia “Le mémoire des lieux urbains” presentada en el Taller Internacional sobre Memoria Urbana y Narrativas (Uni- versidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, UAM-I, 16 de abril de 2008), organizado en el marco del proyectoExperiencias, representaciones y memoria de la metrópoli de los adultos mayores: el caso de la Zona Metropolitana de laCiudad de México, nanciado por el Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología. Traducción de Martha de Alba, UAM-I,. Recibida el 19/10/09 y aceptada el 23/02/10.

    ** Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), París, Francia .

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    los sujetos que están sometidos a este orden. El ca -rácter relacional de los lugares se reere al hecho deque dos cosas diferentes no pueden ocupar un mismositio: los elementos de un lugar están distribuidos enun orden que congura posiciones particulares quese articulan entre sí. Aunque la ocupación de un es-

    pacio común asegura una identidad compartida, cadaelemento guarda su singularidad, al mismo tiempoque queda ligado a los otros por lazos de coexistencia.El carácter histórico viene del hecho de que las rela-ciones sociales se inscriben en el tiempo, y que lossucesos de la vida cotidiana se desarrollan con ciertaduración y tienen su periodicidad; sin olvidar que alo largo del tiempo los edicaciones llevan la marcade la época de su construcción.

    De ahí surge el interrogante sobre cuáles son lascondiciones que permiten a la ciudad ofrecerse comoun lugar antropológico, denido por su carácter iden-

    titario, que hace que los habitantes puedan recono-cerse y denirse a través de su medio; por su carácterrelacional, que brinda la posibilidad de leer la relaciónque los habitantes establecen entre sí; y por su ca -rácter histórico, que permite encontrar las huellas delpasado, el eco del tiempo vivido en ella.

    Sin embargo, hay que reconocer que la compleji-dad del fenómeno urbano requiere una reexión apartir de diversas disciplinas. Las ciencias socialesfueron las primeras en intervenir en los proyectos delos planicadores y de los constructores (arquitectos,urbanistas), sea de manera crítica o mediante los aná -

    lisis de las expectativas sociales en términos de habi-tación y de vida ciudadana. Los aportes de la psico-logía fueron más tardíos: en los años setenta, cuandose desarrolló una disciplina autónoma dedicada almedio ambiente (Jodelet, 1987).

    Perspectivas de aproximación

    a la ciudad

    Si consideramos las contribuciones de estas discipli-nas, destacan diversos enfoques para estudiar la re-lación que el sujeto, individual o colectivo, establececon su espacio de vida, en diversas escalas: el hogar,los espacios de trabajo y de residencia, las vecindadeslocales, los barrios, los suburbios, los territorios deestablecimientos comunitarios de tipo nacional o re-gional, etcétera. Así, por un lado, encontramos pers-pectivas de tipo objetivista que han subrayado el de-terminismo de los elementos materiales del entornofísico que inuyen sobre la vivencia y la conducta deindividuos pasivos; por el otro, perspectivas de tiposubjetivista que reducen el espacio a una escena

    donde el hombre es un actor (Wirth, 1925). En todoslos casos, la preocupación ha sido analizar la maneraen que el sentido viene al espacio, lo que supone elestudio de la construcción de sentido y de signica-ción que no solamente están basados en la experien-cia directa y las prácticas funcionales, placenteras o

    subversivas de uso del territorio, sino también en un valor simbólico conferido al medio ambiente natural y construido por una cultura, las relaciones sociales y los juegos de poder, como lo han mostrado la antro-pología (Paul-Lévy y Segaud, 1983), la sociología y lahistoria.

    Este movimiento llevó a la psicología social a con-siderar la relación de los individuos y de los gruposcon los espacios urbanos, usando dos enfoques cen-trados en las representaciones y la memoria social ocolectiva. Antes de exponer con más detalle los pre-supuestos de estas dos posiciones, recordaré rápida -

    mente los modelos propuestos por las ciencias socia -les y la psicología.

    En las ciencias sociales, la perspectiva objetivista busca en las propiedades del espacio construido elorigen del sentido del entorno urbano. Correspondeen parte al concepto toposociología, denido por Le-febvre (1968), que dibuja el panorama ciudadano comoobjetivación en las inscripciones materiales de la es-tructuración social de la ciudad y de las relaciones depoder político y económico, en torno a un esquemaque opone centralidad y periferia, al que están some-tidas las ciudades. También podemos relacionar con

    esta interpretación la perspectiva simbólica que ins-cribe el orden social en la organización espacial, comoen los pueblos bororo estudiados por Lévi-Strauss(1955), en la casa kabyle que describe Bourdieu (1980),o en las construcciones del biopoder en la obra deFoucault (1975) y sus discípulos (Rabinow, 1984). Hepresentado estas perspectivas en diversas publicacio-nes (Jodelet, 1987, 1996, 1998, 2002 y 2005), mos-trando que no podemos dejar de considerarlas comola base de la experiencia urbana y de las representa -ciones que le corresponden.

    Como he mencionado en un capítulo del Handbookof Environmental Psychology

      (1987), del lado de lasposiciones subjetivas encontramos diversas corrientesque, apoyándose en el psicoanálisis, lo imaginario y lafenomenología, han insistido en la relación establecidaentre el cuerpo (la imagen de sí y de los otros, la ma -nera singular de marcar su espacio de vida) y la repre-sentación y estructuración del medio ambiente. Paratratar la ciudad, ciertos autores han llegado a intro-ducir la noción de espacio semicorporal, donde seopera la formación del yo y la adaptación psicológica y social al medio ambiente. En este caso, el entorno

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    físico es considerado como receptor de proyeccionesafectivas, imaginarias y simbólicas, que están vincu-ladas con la propia historia del sujeto, orientando susconductas de apropiación del espacio. Esta corres-pondencia entre el cuerpo humano y el cuerpo urba -no es ahora ampliamente reconocida. En un primer

    momento predominó la metáfora orgánica, cuando laciudad fue vista como un sistema de circulación conun centro, que remitía a la imagen del cuerpo regidopor un corazón con sus arterias. Hoy en día se relatala lectura de la experiencia urbana según un modeloinspirado por la vivencia del cuerpo directamente in-terpelado, en sus estados de salud, bienestar y cali-dad de vida, por el medio urbano. Esta idea me parecerelevante para estudiar la vivencia urbana en funcióndel curso de vida.

    El enfoque semiológicodel espacio urbano

    En sociología, cabe mencionar una tercera forma deanalizar la ciudad inspirada por los modelos de la se-miología, buscando dar cuenta del carácter simbólico y signicante del espacio urbano más allá de la ma -terialidad de sus elementos y de su destinación prác-tica. Dos corrientes de pensamiento adoptan estaperspectiva, tomando al espacio como un texto o na -rrativa que las culturas y las prácticas “cargan” designicaciones. La primera corriente, ejemplicada

    con la obra de Françoise Choay (1972, 2006), ve laciudad en evolución histórica en función de los rasgosde las civilizaciones urbanas. En el pasado, desde lassociedades arcaicas, tradicionales, hasta aquellas dela Edad Media, el espacio construido estaba saturadode signicaciones religiosas, políticas y sociales. Pode-mos pensar que estas signicaciones permanecen atítulo de vestigios de memoria en la aprehensión dela gente que hoy visita ciertos barrios o edicios anti-guos de su ciudad. La dominación geográca del pa -lacio imperial de Maximiliano no deja de expresar elpoder político; la Basílica de Guadalupe sigue ani-mando la fe religiosa. Ahí la memoria se hace viva, yel pasado vigente.

    Según Choay, en la época actual, marcada porpreocupaciones productivas y consumistas, la ciudadque evoluciona rápidamente se convierte en un es-pacio hiposignicante, reducido a una pura funcióneconómica. Esta reducción semántica del espacio ur- bano genera la creación de un imaginario llamadocompensatorio que transforma la ciudad en un lugarde proyección donde los habitantes expresan sus pe-culiaridades y nostalgias.

    La otra corriente semiológica, representada porMichel de Certeau (1990), hace de la ciudad una na -rrativa que se sobrepone a lo construido, y que enocasiones subvierte su función. La narrativa resultade la manera según la cual los habitantes viven yconstruyen la ciudad, a través de sus usos y de su

    mirada. Esta lectura varía según los sujetos, sus es-tados afectivos, su condición material y las trayecto-rias que adoptan en el recorrido de la ciudad. Varíatambién en función de los mensajes visuales, auditi- vos, olfativos, que emiten los espacios urbanos en suorganización sistémica de elementos. Por otra parte,se establece que las dimensiones semánticas de laciudad están relacionadas con la cultura: el imaginariourbano favorece una reserva de arquetipos culturales,inmersos en la historia –personal, grupal y colectiva–,que permiten la lectura de la ciudad. En esta dinámi-ca, la percepción de la ciudad remite a una producción

    del imaginario social que orienta los usos y otorga laapropiación del espacio por parte de los ciudadanos,quienes pueden tener la capacidad de generar senti-dos diferentes de los que fueron planeados por susconstructores. Esta potencialidad subversiva del uso y de la lectura de la ciudad desemboca en el tema dela creatividad social en la relación con los lugares ur-

     banos. Creatividad ligada a la historia de los grupos y a la biografía individual y colectiva.

    Percepción del espacio urbano

    y relaciones intergrupales

     Voy a dar un ejemplo personal del potencial de trans-formación de la percepción del diseño urbano, que de-pende de la vivencia social del espacio. Nací en unaciudad de Argelia, Orán, que, de acuerdo con los re-latos históricos, fue fundada por marinos andalucescomo ciudad portuaria autónoma en el siglo  X . Oránfue creada ex nihilo por los andaluces, antes de sullegada no había ningún establecimiento territorial delos árabes de la zona, cuya capital estaba en el interior,en la ciudad de Tlemcen. De modo que, en esta región,Orán fue desde el inicio un puerto de carácter europeo,limitado al norte por el mar y rodeado en sus fron-teras interiores por la montaña y por barrios donde vivían poblaciones indígenas que emigraban para tra- bajar. Esta zona periurbana era llamada el “barrionegro” (le village nègre) –aunque la población no eraen absoluto de color negro– y le parecía peligrosa alos habitantes de origen europeo.

    Durante mi juventud, la ciudad que conocí y prac-tiqué se limitaba a un centro con grandes vías decirculación que se presentaba como un amplio espa cio

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    de vida, pero encerrado por zonas que la gente no sepermitía atravesar o frecuentar, aunque en ellas seencontraran hermosos jardines y bosques. No se per-mitía pasar las fronteras de un espacio denido porel edicio del municipio, los liceos, la catedral, los ba -rrios de residencia de la población europea y las calles

    en las que circulaban o se reunían y que parecíanamplias y abiertas. Esta organización de un centrodilatado (extenso espacio de trabajo, de diversión y depaseo) y de una periferia ignorada y amenazante per-duró durante todo el tiempo que pasé en la ciudad, apesar de mis largas estancias fuera de ella y de mis viajes. Esta organización del espacio reejaba las re-laciones intergrupales que oponían los indígenas a loscolonizadores, por así decirlo. Un orden implícito,transmitido silenciosamente por el modo de vida dela comunidad de origen europeo.

     Viví en Orán, haciendo viajes esporádicos a Fran-

    cia, hasta el momento en que partí a París para hacermis estudios universitarios. Veinte años después, yteniendo Argelia diez años como país independiente,hice un viaje turístico para mostrarle a mi hijo el lugardonde nací. Al volver me sorprendió el cambio ocurridoen mi percepción del espacio urbano. Los lugares noeran como los había conservado en mi memoria. Elcentro tan extendido de mi juventud se había vueltopequeño, la ciudad se había agrandado con los barriosantes excluidos y eso solamente porque la poblaciónse había unicado: los árabes, relegados al barrio ne-gro en el pasado, eran ahora los únicos habitantes de

    la ciudad. No era una cuestión de reencontrar sitiosque parecían pequeños porque había conocido ciuda -des más grandes. Era una nueva estructuración delespacio, que dependía de la desaparición de las rela-ciones intergrupales conictivas, de la armonizaciónde la población urbana. La memoria del pasado y dela experiencia social antigua no podía encajar con laexperiencia nueva, aun cuando el espacio se habíamantenido igual desde el punto de vista material. Noocurrió lo mismo con la capital, Argel, donde había vivido un año y cuyo paisaje siguió siendo el mismopara mí. Pero Argel no era el lugar de mi identidad nide mi arraigo social. En esta experiencia se encuentrael origen de mi interés por las representaciones so-cioespaciales de los lugares urbanos que fusionan lomaterial y lo social en una misma unidad.

    Experiencia y representaciones

    socioespaciales

    Recordar esta experiencia, similar a los diversos dis-cursos interpretativos de la vivencia y de la semanti-

    zación de la ciudad que fueron dominantes hacia -nales del siglo  XX   –aunque un poco olvidados hoydía–, me pareció necesario porque abre horizontes deaproximación que han sido borrados por una visión,que calicaría de apocalíptica, de la ciudad y de la

     vida urbana. El discurso sobre la condición urbana

    pos- o supramoderna nos da una visión de un sujetopasivo que pierde toda capacidad de invención y demanejo de su espacio de vida. En tal perspectiva, lacontemporaneidad es denida por la extensión deltejido urbano, la multiplicación de los transportes ylas comunicaciones, la uniformación de las referenciasculturales, la planetarización de la información y lascomunicaciones, la aceleración de la historia, la indi- vidualización solitaria y homogénea, la pérdida de loslazos sociales en espacios deshumanizados, etcétera.Tantos discursos que acaban por ofrecer una imagendeletérea de la vida urbana. Pese a que estas consta -

    taciones nos incitan a buscar los medios que permi-tirían mejorar la condición urbana, tenemos que re-cordar que, aun en esta situación de vértigo y detrastorno, los habitantes siguen como sujetos activosde su destino y de su relación con el espacio, inclusoen los llamados no lugares (aeropuertos, supermerca-dos, autopistas, cajas distribuidoras de dinero, entreotros). La cuestión que emerge es la de encontrar losmedios para ayudar a los habitantes a preservar suslugares de vida como lugares de identidad, relación ymemoria. Este interrogante abre la segunda parte demi propuesta, centrada en el papel que juega la me-

    moria en la defensa de la identidad urbana.En la psicología ambiental podemos encontrar re-cursos para afrontar el desafío. En sus inicios estadisciplina estuvo marcada por una perspectiva empi-rista que creó una dicotomía entre el factor físico delespacio construido y los factores individuales de susocupantes, buscando cómo el factor físico determinalos procesos psicológicos. De modo que lo urbano yla ciudad perdían su carácter de espacios sociales.Descomponiéndolos en elementos (la calle, el metro,las residencias, etcétera), esta postura se interesabaúnicamente en el efecto del contexto material sobreel individuo. Así, se diluían los aspectos sociales ymateriales del entorno urbano bajo la forma de unacondición ambiental general utilizada como laborato-rio ideal para la observación de procesos en el nivelindividual.

     A partir de los años ochenta, para sobrepasar estadicotomía entre individuo pasivo y medio físico, sedesarrollaron las líneas de pensamiento interaccio-nista y transaccional, en las cuales individuo y am- biente se denían mutuamente. Dichas perspectivashan intentado llenar el vacío social de la aproximación

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    del medio urbano, considerando que el espacio es“sociofísico” y que el individuo se relaciona con éstea través del ltro de sus ideas, creencias, valores ysentimientos. Sin embargo, estas tentativas no fueroncapaces de analizar, desde el punto de vista teórico,los procesos del encuentro entre las diversas dimen-

    siones sociales. Además, se centraron en la relacióninmediata, en términos de la relación causal queexiste entre el espacio construido y quienes viven, tra - bajan o pasean en él. No tuvieron en cuenta la dimen-sión temporal de estas interacciones ni los juegos dela memoria que las estructuran. Es tardíamente, en1992, que una conferencia internacional de la IAEP sobre “Socio Environmental Metamorphosis” trató delas relaciones entre memoria, signicados e identidad.1

    Para ello fue necesario reconocer que los sentidos delespacio se encuentran marcados por la cultura y lahistoria, y que los signicados subjetivos que prestan

    sus habitantes tienen que ver con su biografía y lahistoria de su grupo.

     Analizar la experiencia urbana supone considerar:

    1. La estructuración material del espacio de vida,tanto interno –el hogar– como externo –el en-torno local o más amplio.

    2. Las prácticas que se desarrollan en los espa-cios urbanos, que delimitan la forma y el sen-tido funcional-afectivo de la ciudad, tal comose la apropian los sujetos.

    3. Las signicaciones que emergen del conjunto

    urbano y sus partes, o que están proyectadasen ellos. Estas signicaciones remiten, comohemos visto, a la organización semántica delespacio y a las memorias arrancadas a su his-toria y su vivencia, a las características sim- bólicas, tanto como a las prácticas de uso yde apropiación.

    Este sistema tripartito debe ser estudiado como unatotalidad, razón por la que he propuesto desarrollaruna perspectiva de estudio de las representacionessocioespaciales (Jodelet, 1982) que permita una aproxi-mación holística de los conocimientos, actitudes ysentidos subjetivos, relacionados con el espacio urba -no, así como con el simbolismo que encarna en lamaterialidad del espacio, las relaciones y órdenes so-ciales, la coloración social que depende de sus diversosocupantes, sus modos de vivir y sus prácticas en elentorno físico. Desde 1963 han sido conducidas en

    nuestro laboratorio en París diversas investigacionesde las cuales han dado testimonio el trabajo de Mar-tha de Alba sobre la Ciudad de México (2002) y lascontribuciones latinoamericanas recientemente publi-cadas por Anthropos en el libro Espacios imaginarios y representaciones sociales (Arruda y de Alba, 2007).

    Memoria e identidad urbana

    La forma de abordar las representaciones socioespa -ciales permite también reintroducir en su pleno papella memoria y la historia, como lo habían sugerido lospredecesores Émile Durkheim y Maurice Halbwachs,al unir representación y memoria. Para Durkheim(1965), los sitios públicos y religiosos donde se cele- bran conmemoraciones y rituales cumplen en su pe-riodicidad una función de recordación, asegurando

    a la comunidad un sentimiento de continuidad. Sudiscípulo Halbwachs elaboró una teoría social de lamemoria, considerada como una representación-re-construcción del pasado a partir de los intereses delpresente, aserción raticada por Paul Ricoeur en sulibro sobre memoria e historia (2000). Halbwachs de-dicó su atención a la memoria conservada en los es-pacios de vida y a su papel en el porvenir colectivo yen la identidad social de los grupos y de sus miem-

     bros, en dos libros: Les cadres sociaux de la mémoire 

    1  Socio Environmental metamorphosis. Actes de la 12ème conférence de l’Association Internationale de Psychologie de l’Envi-ronnement , Marmaras, Grecia, 1992.

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    Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).Este resguardo del patrimonio plantea la cues-tión de los valores morales así protegidos. Cabereferir aquí el conicto ocurrido cuando unacomunidad de monjas polacas quiso recupe-rar el sitio Aushwitz, atacando así la memoria

    del pueblo judío masacrado por el nazismo y el derecho de los sobrevivientes a perpetuarsu deber de memoria. ¿Pero no existen tam- bién en la sociedad civil problemas acerca dela protección de un patrimonio familiar o localque impide un desarrollo colectivo al serviciode intereses particulares, como el caso de lasprotestas contra la redensicación de la zonacentro de la Ciudad de México?

    Sin embargo, cualesquiera que sean sus aportes,todas estas concepciones de la memoria urbana, cen-

    tradas en la materialidad de las huellas del pasadoen el espacio urbano, no prestan atención sucientea la intervención de lo imaginario, de lo simbólico y delo ideológico, que remite a la identidad y al trabajode la memoria en la construcción de la vida social,estrechamente asociado a ella. Para ampliar el estudiode la memoria de los lugares urbanos, propongo dosrutas de investigación: la memoria dogmática y elespíritu de los lugares.

    Memoria dogmática

    y el espíritu de los lugares

    La noción de memoria dogmática fue propuesta porHalbwachs en su obra La topographie légendaire desévangiles en Terre Sainte  (1971 [1941]). El autor,después de dos viajes a Palestina, analizó las narra -tivas del recorrido de los lugares santos en dos mo-mentos de la historia de la cristiandad, antes y despuésdel Concilio de Nicée, que en el siglo  V  estableció losdogmas que unicarían la cristiandad fuera de Pales-tina. Antes del siglo  V  las narrativas de los peregrinosreproducen los testimonios judeo-cristianos que trans-miten la memoria de la vida de Jesús, en conformidadcon las expectativas de la Biblia y en continuidad conla historia judaica. Después del Concilio de Nicée, lasnarrativas generadas por las Cruzadas transmitenuna imagen del espacio reducido al territorio de laPasión de Cristo y del recorrido de la Semana Santa.Esta nueva visión reorganiza los espacios y corta larelación con el pasado judío, conforme a la nueva doc-trina. De modo que los lugares santos, base materialdurable, han permitido la permanencia de la memoriacolectiva espontánea y de la memoria dogmática que

    expresa un mensaje sagrado, unicando la diversidadde las representaciones religiosas. La narrativa de lasestaciones de la Pasión sirve para establecer una me-moria pedagógica, justicando el paso del Antiguo alNuevo Testamento y enseñando la lógica del dogma.

    Para Halbwachs, el orden de los lugares en las na -

    rrativas es didáctico y obligatorio. Así se pueden de-nir, de acuerdo con él, las leyes de la espacializaciónde la memoria. La disposición de las cosas en el espa-cio es un lenguaje social que permite unicar, enseñar,organizar el tiempo, los sucesos, las personas. Creoque estas propuestas son fecundas para indicar líneasde exploración de los procesos de transmisión de lamemoria de los lugares y sus funciones pedagógicase ideológicas, sea en las relaciones intergeneraciona-les o grupales, sea a través de la rememoración delpasado en las historias de vida.

    La segunda ruta de investigación tiene que ver con

    el espíritu de los lugares y remite al papel del olvidoo del silencio de un pasado que sigue activo en la -sonomía del espacio urbano. A través de las formasarquitectónicas se expresa el estilo de una época, cuyoespíritu queda vigente en el aspecto estético y funcio-nal del espacio, perpetuando una atmósfera y unahistoria que tienen un eco en la identidad de los ha- bitantes. Daré rápidamente un ejemplo de los proce-sos ligados a la defensa de una identidad frente alpasado vergonzoso de una ciudad. La arquitectura delpuerto de Nantes testimonia un largo pasado desde laEdad Media hasta los siglos  XVIII y  XIX . Para estudiar

    la construcción de la imagen de la ciudad, hice unaespecie de experimento ciego. Sin conocer la ciudadutilicé el testimonio de tres documentos diferentes: unatesis sobre la imagen que los habitantes tienen de suciudad; una descripción de la ciudad realizada pordos médicos higienistas –Guépin y Bonamy– en el siglo

     XIX , reeditada en 1981; y la obra del escritor JulienGracq (1985), quien pasó su infancia en Nantes.

     Al comparar las características de las tres imáge-nes de Nantes (Jodelet, 1986), buscaba ver si la ciudadtenía rasgos permanentes y evaluados de manera si-milar a través del tiempo y de los testimonios. Obser- vé que el centro de la ciudad no era el lugar de origende la ciudad en la Edad Media, sino un barrio del siglo

     XVIII, el barrio Graslin, con su teatro, sus edicios cul-turales, etcétera. Este barrio fue construido gracias ala riqueza de una actividad comercial: la trata de ne-gros comprados como esclavos en África para ser ven-didos en las Américas a cambio de café, azúcar, cacao y otros productos que eran importados en Europa.

    En los documentos estudiados se apreció que si bien la gente se enorgullecía de la producción culturalligada al lucro del comercio de esclavos, la parte de

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    la ciudad donde vivían los comerciantes de esclavosera completamente rechazada: no era mencionada y,si lo era, su descripción mostraba un tono desvalori-zante o negativo. A la identicación con la gloria cul-tural de la ciudad correspondía la vergüenza de losactores del tráco de esclavos, aunque sus casasfueran del mismo estilo. Independientemente del tiem-po o de la época, se rechazaba toda identicación coneste pasado que se ocultaba en la imagen de la ciudad.

    No fue sino hasta 1992 que se realizó un trabajocolectivo de recuperación de este pasado vergonzoso,mediante una exposición que mostraba todos los as-

    pectos negativos de la trata de negros. Esta exposición,denominada “Los anillos de la memoria”,2 pretendía“afrontar este pasado oscuro, examinarlo, evaluarlo,tomarlo en cuenta, porque es también mirando atrás,‘sans faux-semblant ’, que se comprende el pasado”.Sublimar el drama, rendir compasión y justicia a las víctimas de este comercio inmoral, “por el fuego de lainteligencia y del corazón”, decían los organizadoresde la exposición, agregando: “En Nantes, más que enotros lugares, después de la abolición del esclavismo,las sombras de la mala conciencia y del cinismo hanrecubierto la tragedia de la trata de negros con un

    manto de silencio...” Las páginas de la historia ligadasal tráco de esclavos negros “quedaban extrañamen-te pegadas: Al no saber leerlas, no era posible pasar-las”. Terminaré con este ejemplo que demuestra elpapel de la memoria en la construcción del sentidodel espacio urbano y la necesidad de luchar contra lanegación de pasados oscuros para restablecer las iden-tidades urbanas.

    Los dos ejemplos que escogí para ilustrar aspectosde la vivencia y de la memoria de los lugares urbanostienen que ver con la historia de Francia. Lo he hechoa propósito para subrayar la integración entre la me-moria pasada y la memoria social y sus lazos identi-tarios, como la articulación entre las relaciones so-

    ciales y el pasado depositado en el entorno físico. Así,se puede dar evidencia del papel de la población enla construcción del sentido de la ciudad, que hace ecoal espíritu conservado en la materialidad del espacioconstruido.

    Conclusiones

    El discurso contemporáneo sobre la ciudad sugiereque el desarrollo moderno de las ciudades coincidiríacon una desaparición de los efectos de la memoria.

    Esta desaparición es interpretada de forma positivao negativa. La negación de la importancia de la me-moria se apoya en la idea de que la ciudad puede de- venir un lugar de liberación, de creatividad y de indi- viduación. La liberación intervendría con respecto alos marcos del pasado y al peso colectivo de los hábi-tos y las costumbres. La creatividad estaría asociadaa un marco que autoriza las innovaciones y los expe-rimentos. La individualización se manifestaría en laconstitución de sujetos móviles, inventivos, exibles,capaces de adaptarse a la rapidez de los cambios y detomar riesgos, contrariamente a quienes siguen ata -dos a las modas de los comportamientos impuestos.Los modos de sociabilidad ligados a la ciudad con-temporánea serían liberadores por cuanto correspon-den a contactos episódicos, aunque diversicados, yescapan a un poder central. Este discurso va en de-trimento de quien es conducido a la pérdida de sen-tido del espacio urbano en razón de la deslocalizaciónde la vida social, de la dilución de contactos sociales,cuya ausencia es remplazada por una vida en mosai-co  caracterizada por la multiplicación de signos dereconocimiento visual (como la ropa) y la pluralidadde códigos de comunicación (el uso del teléfono celular,por ejemplo). En una u otra perspectiva, se subestima

    el hecho de que la ciudad es portadora de las huellasdel pasado cuya importancia reside en el signicadoque transmiten y que asegura a la población residen-te la estabilidad en el tiempo.

    Como decía Halbwachs (1941): “la memoria colec-tiva reconstruye sus recuerdos de manera que esténen concordancia con las ideas y preocupaciones actua-les. Pero se opone a resistencias, vestigios materiales,

    2   Les anneaux de la mémoire. Catalogue de l’exposition sur l’esclavage, Nantes, 1992.

  • 8/17/2019 Jodelet- Memoria de Los Lugares Urbanos

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     Denise Jodelet 

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    textos escritos, así como a aquello que ha tomadola forma de ritos y de instituciones”. En el caso delespacio urbano, hay que reintegrar, para el afronta -miento de los cambios del presente y la construccióndel futuro, todas las facetas de su pasado, revivido oreconstruido, que asegura un arraigo de las identida-

    des en una continuidad y una perennidad social.

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