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CONCEPTOS Y LENGUAJES POLÍTICOS EN EL MUNDO IBEROAMERICANO, 1750-1850 (*) JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE Instituto de Historia Argentina y Americana «Dr. Emilio Ravignani» Universidad de Buenos Aires SUPUESTOS PROVENIENTES DEL NACIONALISMO HISTORIOGRÁFICO. FEDERALISMO Y NACIONALIDAD.—SUPUESTOS PROVENIENTES DE TENDENCIAS CONFESIONALES.—DIGRE- SIÓN: EL USO DE LA VOZ NACIÓN Y LOS PROBLEMAS DE LA TRADUCCIÓN EN EL CONDICIONA- MIENTO DEL LENGUAJE POLÍTICO. RESUMEN El artículo analiza en primer lugar la percepción del riesgo del anacronismo en la interpretación de los lenguajes políticos del pasado, como fruto no reciente de las ciencias del lenguaje pues ya estaba presente en autores del siglo XVII y siguientes. Luego se ocupa de dos determinaciones privadas del historiador —su cualidad de ciudadano de un país y su adhesión a un culto religioso— que pueden obstaculizar la comprensión del sentido de época del lenguaje pues su fuerza, a la vez afectiva y éti- Revista de Estudios Políticos (nueva época) ISSN: 0048-7694, Núm. 140, Madrid, abril-junio (2008), págs. 11-31 11 (*) Este texto es una versión corregida de lo que inicialmente fue la conferencia de clau- sura, pronunciada el 29 de setiembre de 2007, en el Congreso Internacional «El Lenguaje de la Modernidad en Iberoamérica. Conceptos Políticos en la Era de las Independencias», Centro de Estudios Políticos y Constitucionales/Departamento de Derecho Constitucional e Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad del País Vasco. Agradezco muy especialmente a Javier Fernández Sebastián la invitación para ocuparme de esa actividad y, asimismo, a la profesora Nora Souto, participante del evento, las sugerencias para la corrección del texto.

José Carlos Chiaramonte, Conceptos y lenguajes políticos

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  • CONCEPTOS Y LENGUAJES POLTICOS EN ELMUNDO IBEROAMERICANO, 1750-1850 (*)

    JOS CARLOS CHIARAMONTE

    Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio RavignaniUniversidad de Buenos Aires

    SUPUESTOS PROVENIENTES DEL NACIONALISMO HISTORIOGRFICO. FEDERALISMO YNACIONALIDAD.SUPUESTOS PROVENIENTES DE TENDENCIAS CONFESIONALES.DIGRE-SIN: EL USO DE LA VOZ NACIN Y LOS PROBLEMAS DE LA TRADUCCIN EN EL CONDICIONA-MIENTO DEL LENGUAJE POLTICO.

    RESUMEN

    El artculo analiza en primer lugar la percepcin del riesgo del anacronismo enla interpretacin de los lenguajes polticos del pasado, como fruto no reciente de lasciencias del lenguaje pues ya estaba presente en autores del siglo XVII y siguientes.Luego se ocupa de dos determinaciones privadas del historiador su cualidad deciudadano de un pas y su adhesin a un culto religioso que pueden obstaculizar lacomprensin del sentido de poca del lenguaje pues su fuerza, a la vez afectiva y ti-

    Revista de Estudios Polticos (nueva poca)ISSN: 0048-7694, Nm. 140, Madrid, abril-junio (2008), pgs. 11-31 11

    (*) Este texto es una versin corregida de lo que inicialmente fue la conferencia de clau-sura, pronunciada el 29 de setiembre de 2007, en el Congreso Internacional El Lenguaje dela Modernidad en Iberoamrica. Conceptos Polticos en la Era de las Independencias, Centrode Estudios Polticos y Constitucionales/Departamento de Derecho Constitucional e Historiadel Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Polticos de la Universidad del Pas Vasco.Agradezco muy especialmente a Javier Fernndez Sebastin la invitacin para ocuparme deesa actividad y, asimismo, a la profesora Nora Souto, participante del evento, las sugerenciaspara la correccin del texto.

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  • ca, es tan intensa, que suele deformar el tratamiento de la historia en aras del bien dela patria o de la religin. La historia de los orgenes nacionales y de las teoras polti-cas es analizada como ejemplos de su efecto distorsionador en la intepretacin delos lenguajes del pasado.

    Palabras clave: Anacronismo, nacionalidad, federalismo, soberana.

    ABSTRACT

    This article deals first with the risk of anachronism in the interpretation of pastpolitical languages. The awareness of such problem is not a recent outcome of mo-dern language sciences since it was already in the minds of Seventeenth century(and later) authors. Furthermore, the article focuses on two personal features thatmight also bias the perspective of historians in their attempts to understand the spi-rit of the age of political languages from the past: nationality and religion. Theiraffective and ethical strength frequently causes a distortion clearly found in the his-tory of national origins and political theories analyzed herein.

    Key words: Anachronism, nationality, federalism, sovereignty.

    Aunque en la historia del lenguaje poltico se han realizado grandes pro-gresos, hay sin embargo un conjunto de cuestiones que hemos rozado todosms de una vez y en las que me parece conveniente ahondar a riesgo dereiterar algunas cosas de las que ya me he ocupado en otros trabajos, por-que creo que continan padeciendo los efectos de falsas interpretaciones queconforman un obstculo para nuestra labor.

    Con esto no me refiero solamente a un riesgo por dems conocido y quepodramos resumir con una ingeniosa metfora del historiador italiano Fede-rico Chabod:

    Algunas falsificaciones de cuadros [...] podran descubrirse, pese a toda lahabilidad del falsificador, comprobando el hecho del empleo verbigracia, delazul de Prusia, descubierto a principios del siglo XVIII y, por tanto, imposible deusar para un pintor de los siglos XVI y XVII. Pero sucede a menudo [...] que elhistoriador ponga algn toque de azul de Prusia en su paleta cuando, sin fijarsedemasiado, se valga de trminos de hoy, con significado de hoy, para describirhombres y acontecimientos de hace trescientos o cuatrocientos aos (1).

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    (1) FEDERICO CHABOD, Algunas cuestiones de terminologa: estado, nacin y patria enel lenguaje del siglo XVI, en FEDERICO CHABOD, Escritos sobre el Renacimiento, Mxico,FCE, 1990 [Texto publicado por primera vez en 1957], p. 550.

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  • Pero lo que debera preocuparnos, adems de este riesgo y ampliandoun poco la metfora de Chabod, es aclarar cules son las razones posi-blemente inconscientes por las que hayamos escogido el azul de Prusia.Para abordar estas cuestiones creo necesario resumir algunos de los trabajosque he dedicado al problema de la historicidad de aquellos conceptos queforman parte del objeto de nuestras investigaciones, tanto para permitir unamejor comprensin de lo que debo exponer luego, como para interrogarme,y buscar respuestas, sobre lo que pudimos dejar fuera de nuestra perspectiva.

    Por ejemplo, al ocuparme de las formas de identidad poltica y de su in-cidencia en el mito de los orgenes caracterstico de la historiografa iberoa-mericana, en trabajos publicados en 1989 y 1991, respectivamente (2), lanueva interpretacin del proceso abierto por la crisis de la monarqua espa-ola, provena, entre otros factores, de algo muy obvio hoy para todos noso-tros: la percepcin de que conceptos centrales al anlisis del problema hist-rico de la independencia tuvieron en la poca un sentido distinto al actual.Tales como los muy conocidos ejemplos de nacin, patria, pueblo o demo-cracia, entre tantos otros. Pero, particularmente, en el caso rioplatense, lacomprobacin de algo no tan obvio entonces como que el vocablo argentinono designaba a los inexistentes pobladores de una tambin inexistenteArgentina, sino solamente a los habitantes de Buenos Aires.

    A partir de estos casos, se me impuso una generalizacin: la del riesgodel anacronismo en la lectura de los textos histricos. Esto es, el riesgo deadjudicar a aquellos conceptos del pasado el sentido habitual para nosotros.Sin embargo, este aparente descubrimiento no era, en realidad, una innova-cin. As, puede resultar de inters recordar que, mucho antes, ya en 1957, elrecin citado Chabod adverta a sus alumnos que...

    Uno de los peligros ms graves que pueden acechar al historiador estconstituido por el uso de trminos modernos, incluso de hoy en da, para de-signar pensamientos, sentimientos y doctrinas de edades pasadas transfirien-do, a menudo inconscientemente, el significado actual de esos trminos a di-chas edades pasadas [...] [de manera que] terminamos con frecuencia alteran-do (al modernizarla equivocadamente) la fisonoma histrica real de una edadya lejana (3).

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    (2) JOS CARLOS CHIARAMONTE, Formas de identidad poltica en el Ro de la Plata luegode 1810, Boletn del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani,3. Serie, n. 1, Buenos Aires, 1989; del mismo autor, El mito de los orgenes en la historio-grafa latinoamericana, Cuaderno n. 2, Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina yAmericana Dr. Emilio Ravignani, 1991.

    (3) F. CHABOD, ob. cit., p. 549.

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  • Pero, a partir de all, descubrimos, sorprendidos, que la percepcin deese riesgo era an mucho ms antigua y que, por lo tanto, tampoco provenade los progresos recientes de las ciencias del lenguaje. Por el contrario, setrata de una clara conciencia presente ya en autores del siglo XVIII y an mas,tambin del XVII. Hacia 1813 Martnez Marina escriba:

    Siempre ha producido gran confusin en los escritos, en las controver-sias y aun en las conversaciones la ambigedad y varia significacin de laspalabras, y la falta de precaucin en no fijar las ideas representadas por ellas.Acostumbrados a ciertas frmulas y vocablos comnmente usados en nuestrotiempo, creemos que existieron siempre y que tuvieron la misma fuerza y sig-nificacin en todas las edades y siglos (4).

    Al comentar alguna vez estas reflexiones del autor de la Teora de lasCortes, me pareci interesante mostrar que tal tipo de advertencias se hacantambin referidas a otros campos del quehacer humano. Por ejemplo, en elRo de la Plata, en 1834, escriba algo similar, pero sobre materias de religio-sas, Jos Ignacio Gorriti, un eclesistico preocupado por las prcticas delculto:

    La ignorancia de las antigedades eclesisticas es otra fuente de erroresmorales: las voces en otros tiempos no tenan muchas veces el mismo signifi-cado que ahora [...] Nada hay ms comn entre los moralistas que citar unaautoridad antigua y concluir de ella un absurdo: porque habiendo variado elsignificado de las voces, se le da a la autoridad un sentido en que no pens elautor (5).

    Pero podemos an remontarnos ms atrs en el tiempo y leer la cantidadde pginas que en 1690, en su Ensayo sobre el entendimiento humano, JohnLocke dedicaba a los problemas concernientes al uso de las palabras, inclui-dos los provenientes de los anacronismos histricos. Todo el Libro tercerodel Ensayo... est dedicado al uso de las palabras, y su ttulo es justamenteLas Palabras. Entre otros muchos prrafos que podra comentar aqu, per-mtanme leer el que sigue:

    Seguro estoy de que la significacin de las palabras, en todos los lengua-jes, puesto que depende mucho de los pensamientos, de las nociones y de lasideas de quien las usa, tiene que ser inevitablemente de gran incertidumbre

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    (4) FRANCISCO MARTNEZ MARINA, Teora de las Cortes, Oviedo, Clsicos Asturianos delPensamiento Poltico, 1996, p. 103.

    (5) JUAN IGNACIO DE GORRITI, Reflexiones sobre las causas morales de las convulsionesinteriores de los nuevos estados americanos y examen de los medios eficaces para remediar-las [1834], en JUAN IGNACIO DE GORRITI, Reflexiones, Buenos Aires, Biblioteca Argentina,1916, p. 226.

  • para los hombres que hablan el mismo lenguaje y que son del mismo pas.Esto es de tanta evidencia en los autores griegos que, quien examine sus es-critos, descubrir, en casi todos, un lenguaje distinto, aunque las mismas pa-labras [resaltado nuestro].

    Y contina:

    Pero, cuando a esta natural dificultad existente en todos los pases seaade la circunstancia de pases diferentes y de edades remotas, en que losque han hablado y escrito tenan nociones, temperamentos, costumbres, galase imgenes verbales, etc., muy diferentes, circunstancias, que, cada una, in-fluyeron en su da en el significado de sus palabras, aunque ahora para noso-tros se han perdido y son desconocidas, cuando se considera todo eso, digo,no estar mal que seamos caritativos los unos con los otros respecto a nues-tras interpretaciones o malos entendidos tocante a esas antiguas escritu-ras... (6).

    Si alguna objecin podran merecer estos textos, desde el de Locke, defines del siglo XVII, hasta el de Chabod de mediados del siglo XX, es que entodos ellos est supuesta la posibilidad de alcanzar un conocimiento exactodel significado de los vocablos. Por ejemplo, Locke encareca cunta aten-cin, cunto estudio, cunta sagacidad y cunto raciocinio hace falta paradesentraar el sentido verdadero de los antiguos autores. Y en un texto enel que comenta el fragmento ya citado, Chabod afirmaba que...

    Ahora, lo primero para un historiador es, justamente, esto: saber afirmarel valor preciso de los trminos de que se valan los hombres de una determi-nada poca, para captar, a travs de sus expresiones, el mundo interiorideas, pasiones, sentimientos de esos mismos hombres, sin desnaturali-zarlo con una superposicin de ideas, sentimientos, etc., de la poca nuestra.Por ello, continuaba, su propsito era el de analizar ... algunos de esos trmi-nos, cuya exacta comprensin histrica es indispensable para no caer en erro-res de valoracin en el estudio del siglo XVI (7).

    Sin embargo, la posibilidad de establecer con precisin el sentido de undiscurso es, como sabemos, incierta. Pero sin entrar a las respectivas cues-tiones provenientes de las ciencias del lenguaje, lo cierto es que en esa inda-gacin de la particularidad del uso de un vocablo en una poca dada el histo-riador no busca precisar el sentido exacto que podra corresponder a un tr-mino dado, sino algo ms limitado: esto es, tratar de inferir, con ayuda de

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    (6) JOHN LOCKE, Ensayo sobre el entendimiento humano [1689], Buenos Aires, FCE,1956, p. 483.

    (7) Ibid., p. 474; F. CHABOD, ob. cit., p. 550.

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  • fuentes diversas, desde diccionarios de poca a documentos variados, lasmodalidades del uso de esos trminos y, por otra parte, registrar la funcinque posean en el intento de apoyar, justificar o legitimar la accin poltica.Dado que una cosa es la discusin del sentido de los conceptos para podercomprender el pensamiento de un autor y otra la del uso que adquiere en elcurso de la accin poltica. Incluso Chabod, pese a esa expresin de rotundaconfianza en la posibilidad de determinar el sentido de los conceptos, lo queen realidad haca a continuacin, en el anlisis del empleo de los conceptosde Estado, nacin y patria, era una especie de recuento de las variaciones deluso de esos trminos en un mismo perodo o en un mismo autor, como Ma-quiavelo.

    Porque, por otra parte, la imprecisin del lenguaje era ayer, y es tambinhoy, ms bien la norma y no la excepcin. Todo lenguaje es vago, advertaBertrand Russell:

    Me propongo probar que todo lenguaje es vago, y que mi lenguaje tam-bin lo es [...]. Todos ustedes saben que yo invent un lenguaje especial, conel fin de evitar la vaguedad, pero infortunadamente no es apropiado para oca-siones pblicas. Por lo tanto, aunque lamentndolo, me dirigir a ustedes eningls, y cualquier vaguedad que encuentren en mis palabras debe ser atribui-da a nuestros antepasados, quienes no tuvieron un inters predominante por lalgica (8).

    Pero justamente, es tambin esa vaguedad la que en realidad debe consti-tuir una de las preocupaciones principales en nuestras indagaciones sobre elsentido de los vocablos. Sobre todo, porque parecera que la mayor amplitudde la vigencia de ciertos trminos en la historia de una poca dada es directa-mente proporcional a la de su vaguedad... Qu otra cosa que la gran impre-cisin del concepto de patria nos puede explicar su universal presencia en eldiscurso poltico de las independencias? Qu otra razn que esa vaguedadpuede explicar la amplia vigencia de trminos como democracia o liberalis-mo en el mundo contemporneo?

    SUPUESTOS PROVENIENTES DEL NACIONALISMO HISTORIOGRFICO

    En la inadvertencia del uso cambiante, a lo largo de la historia moderna ycontempornea, de ciertos trminos que constituyen otras tantas claves parala interpretacin de los orgenes de las naciones latinoamericanas se percibe

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    (8) BERTRAND RUSSELL, Vaguedad, en MARIO BUNGE (comp.), Antologa semntica,Buenos Aires, Nueva Visin, 1960, p. 15.

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  • hasta qu punto seguamos pagando tributo a las concepciones del romanti-cismo poltico, bajo cuyo influjo se forjaron los relatos del origen de estasnaciones y tambin de buena parte de las europeas, mediante el usoromntico de trminos como, justamente, nacin, nacionalidad, patria opueblo.

    Por eso, creo conveniente reflexionar sobre algunas cuestiones que que-daron sin desarrollar en los citados trabajos que haba dedicado al uso de losvocablos ms significativos que aparecen en la historia de las independen-cias iberoamericanas, reflexiones que estimo resultan tiles para proteger anuestra labor de ciertos supuestos que entorpecen una mejor comprensin deesa historia. Me refiero a la necesidad de atender al papel jugado por algunasgrandes fuentes de prejuicios en los errores de interpretacin del vocabulariopoltico, de las que quiero destacar dos.

    Una de ellas, es el nacionalismo historiogrfico, tan condicionante en eltratamiento de la cuestin de los orgenes de las naciones y las nacionalida-des, especialmente en virtud del uso de conceptos vinculados al de identi-dad. As, al advertir que la forma predominante de identidad a comienzosdel siglo XIX era la de espaol americano, recuerdo haberme formulado msde una vez la siguiente pregunta: Cmo es posible que ellos hablaran comoamericanos y nosotros los escuchramos como argentinos, mexicanos, o ve-nezolanos...?

    Se trata de un condicionamiento, adems, que puede percibirse no sloen las historiografas nacionales de los pases iberoamericanos sino tambinen la historiografa latinoamericanista europea y norteamericana. De tal ma-nera, la comprensin de los usos de vocablos como nacin, patria, pueblo,democracia, federalismo y otros, ha pagado tributo no slo a una inercia denuestro lenguaje sino tambin a las barreras que esos condicionantes han in-terpuesto en la investigacin histrica.

    Tomemos por ejemplo el concepto de nacin. Al respecto, es necesarioadvertir que el concepto de nacin difundido en tiempos de las independen-cias no nace en la Revolucin francesa, sino que es muy anterior. Lo que su-cedi en el curso de la revolucin es el haberse diseminado ese nuevo con-cepto como sujeto de imputacin de la soberana. Pero an esto es algo queestaba ya implcito mucho antes en la fusin del nuevo uso del trmino na-cin con el principio del consentimiento, verificado en tratados de derechode natural y de gentes.

    Pero todo esto nos enfrenta no slo a la extraa omisin del papel jugadopor el derecho natural, sino tambin a otra fuente de distorsiones, puesto quesi admitimos que el concepto de nacin utilizado en el siglo XVIII y buenaparte del XIX, carece en realidad de un contenido tnico estamos afirmando

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  • que las actuales naciones no provienen de nacionalidades preexistentes. Ycon esto, nos enfrentamos a uno de los problemas ms delicados de las histo-rias nacionales, el choque con una tradicin interpretativa que forma partede la identidad nacional. Un conflicto que no est an bien resuelto en mu-chas de las historiografas nacionales de Iberoamrica y es fuente de prejui-cios, an fuertes en esas historiografas que tienden as a dibujar una mticanacionalidad preexistente a los orgenes del Estado nacional. Pocos historia-dores han expuesto esta fuente de prejuicios con la lucidez con que lo hizo eluruguayo Carlos Real de Aza en su crtica a la interpretacin de Artigascomo hroe de la nacionalidad uruguaya (9). Una interpretacin propia delinconscientemente compartido criterio de las historiografas nacionales delsiglo XIX, para las cuales la Historia, como disciplina, deba ser un instru-mento de reafirmacin de la identidad nacional y no una herramienta de co-nocimiento carente de prejuicios.

    La revisin de las fuentes que debimos utilizar en el curso de la elabora-cin de aquellos trabajos fue arrojando resultados sorprendentes. Porque enciertos casos no se trataba slo de una ceguera proveniente del esquema m-tico transmitido fundamentalmente por la escuela y otras instancias del Esta-do, sino tambin de una especie de autocensura por parte de quienes entre-vean el significado de los trminos y conceptos de poca pero no se atrevana hacer explcita esa percepcin.

    FEDERALISMO Y NACIONALIDAD

    Donde el efecto de los prejuicios nacionales se hizo ms sensible fue enla implcita y errada relacin establecida entre el vocablo nacin y los de fe-deralismo, Estado y nacionalidad. Un nexo que padecen an hoy la mayorade las historias nacionales de los pases iberoamericanos (10).

    Pocas confusiones conceptuales son ms intricadas y ms elocuentes questa para el anlisis de los anacronismos historiogrficos. Recordemos queen Iberoamrica, inmediatamente de comenzado el disfrute de su relativa au-tonoma, luego independencia, las ciudades y/o provincias soberanas busca-ron alguna forma de asociacin poltica que les permitiese beneficiarse de launin, a la par que conservar su soberana. Ese fenmeno fue casi sin excep-

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    (9) CARLOS REAL DE AZA, Los orgenes de la nacionalidad uruguaya, Montevideo,Arca, 1990.

    (10) Respecto de lo que sigue, vase mi trabajo, El federalismo argentino en la primeramitad del siglo XIX, en MARCELLO CARMAGNANI (comp.), Federalismos latinoamericanos:Mxico/Brasil/Argentina, Mxico, El Colegio de Mxico/FCE, 1993.

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  • cin rotulado como federalismo en todas las historiografas nacionales ytambin en la historiografa latinoamericanista europea y norteamericana.Tal error, que impide interpretar adecuadamente el proceso de organizacinde los nuevos Estados hispanoamericanos, slo puede explicarse por efectoa la vez de una confusin conceptual que surge en el momento mismo en quenace en Filadelfia la gran novedad histrica del Estado Federal, por una par-te y, por otra, por el supuesto de la nacionalidad preexistente.

    Si Mxico, Argentina, Chile, y dems pases iberoamericanos, inclusoBrasil, eran concebidas como naciones ya existentes al finalizar el perodocolonial, era por lo tanto imposible pensar que en vez de esas naciones, ha-ban sido ciudades o provincias las entidades soberanas que emergieron de lacrisis de las monarquas ibricas. Por lo tanto, cuando por ejemplo en Brasil,pocos aos antes de la independencia, se forma una Confederacin delEcuador, cuando en la actual Colombia, surge en 1810 la confederacinde las ciudades del valle del Cauca, cuando en 1811 un miembro conspicuodel gobierno rioplatense se refiere a las ciudades de nuestra confederacinpoltica, as como los protagonistas y luego los historiadores del perodocubierto por los gobiernos de Juan Manuel de Rosas se refieren a la Confe-deracin Argentina, se est empleando un trmino, confederacin, queya desde antiguo designaba lo que Montesquieu haba definido como una so-ciedad de Estados independientes. Siguiendo una lgica inferencia, todasesas entidades confederadas deban ser pensadas como soberanas indepen-dientes, cosa que contradeca el supuesto de que eran parte de nacionalida-des emergentes en el momento de las independencias.

    Ya a mediados del siglo XIX se haba hecho claro para algunos esa dife-rencia. Sarmiento lo explicaba as en 1853:

    Una Confederacin es, en el sentido genuino, diplomtico y jurdico dela palabra en todos los idiomas del mundo, una asociacin o liga entre diver-sos Estados, por medio de un pacto o tratado. Las colonias inglesas de NorteAmrica se confederaron entre s para resistir por las armas a las pretensionesdel Parlamento ingls [...], pero la Confederacin de colonias ces desde quese constituy un Estado federal de todas las colonias, por medio de la Consti-tucin de 1788, y entonces la antigua Confederacin pas a ser una Unin deEstados con el nombre de Los Estados Unidos de la Amrica del Norte (11).

    De tal manera, el uso del vocablo federalismo que ya desde finesdel siglo XIX se reserva para designar el Estado federal, no para las confede-raciones, al amparo de la confusin creada con el nacimiento mismo del

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    (11) DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, Comentarios a la Constitucin Argentina, ObrasCompletas, t. VIII, Buenos Aires, Luz del Da, 1948, p. 55.

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  • Estado federal permiti ocultar el carcter de soberanas independientes que,por ejemplo, revestan los estados mexicanos que concurrieron a las consti-tuyentes de 1822 y 1823 o las provincias argentinas reunidas en el congresoconstituyente de 1853.

    Quien percibi bien la dificultad entraada por el dficit lingstico ge-nerado a partir de la constitucin de Filadelfia fue Tocqueville que, si bienprovee otra evidencia ms de la confusin, propia de su poca, entre federa-lismo y confederacin, sin embargo proporciona tambin un inusual atisbode los problemas de lenguaje que implicaba la nueva experiencia de losEstados Unidos de Norteamrica:

    Los Estados Unidos escribi forman no solamente una repblica,sino una confederacin. Sin embargo la autoridad nacional es all, en ciertosentido, ms centralizada que lo era en la misma poca en varias de las mo-narquas absolutas de Europa.

    Pero si bien la Unin, continuaba, est ms centralizada en ciertos aspec-tos que algunas monarquas, ... no es sino un conjunto de repblicas confe-deradas. Y luego de describir la peculiaridad del federalismo norteamerica-no (frente a los federalismos anteriores) porque el poder central obra sin in-termediario sobre los gobernados, los administra y los juzga por s mismo,como lo hacen los gobiernos nacionales..., agregaba: ... evidentemente, noes ya se un gobierno federal; es un gobierno nacional incompleto. Y con-cluye con una aguda referencia al problema de vocabulario poltico frente alque se hallaba: As se ha encontrado una forma de gobierno que no era pre-cisamente ni nacional ni federal; pero se han detenido all y la palabra nuevaque debe expresar la cosa nueva no existe todava (12).

    La palabra nueva que debe expresar la cosa nueva: Aguda sntesis debuena parte de los problemas que enfrentan los investigadores de los lengua-jes polticos de momentos de tantos y tan acelerados cambios como los quevivan Europa y Amrica a fines del siglo XVIII y en las primeras dcadasdel XIX. Porque, por ejemplo, qu fue sino algo similar la situacin creadapor la anttesis que exista en la poca entre el concepto de democracia y elde representacin? Es decir, la alternativa que se enfrentaba por ejemplo enBuenos Aires, en la dcada de 1810, como caminos opuestos, contradicto-rios, entre democracia y representacin, para elegir autoridades. Alternativaque al avanzar el siglo sera superada con la adopcin de las nuevas expre-siones democracia directa y democracia representativa.

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    (12) ALEXIS DE TOCQUEVILLE, La democracia en Amrica, Mxico, Fondo de CulturaEconmica, 1992, pp. 120, 152 y 153.

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  • En cuanto a la conjuncin de esta dificultad propia de la antigua y funda-mental tarea de la humanidad de dar nombre a las cosas con el peso del pre-juicio nacional, es una comparacin de especial inters la de observar quemientras en los pases iberoamericanos la mayora de los historiadores encu-briran la emergencia de confederaciones con el trmino federalismo, lo queles permita ocultar la calidad de soberanas independientes de las entidadesconfederadas, en los EE. UU., inversamente, los intereses del sur secesionis-ta hacan que una parte del espectro poltico interpretara la constitucin deFiladelfia como creadora de una confederacin. Interpretacin que permitaapoyar el separatismo de los estados del Sur.

    Otra observacin comparativa, tambin de inters, respecto de ese tipode condicionamiento del uso del vocabulario poltico es que mientras en lahistoriografa norteamericana el concepto de federalismo se asocia al de uni-dad el federalismo de los constituyentes de Filadelfia de 1787 era efecti-vamente una forma de mayor unidad que la del Acta de Confederacin yPerpetua Unin de 1783, tal como tambin lo percibi Tocqueville en lahistoriografa iberoamericana, en cambio, la nocin de federalismo es fre-cuentemente asociada a tendencias disgregadoras. Una vez ms, el supuestode naciones preexistentes a la independencia, que llevaba a interpretar laemergencia de las autonomas soberanas de ciudades o provincias como di-solucin de una unidad previa, condicion la interpretacin del lenguaje yconfiri al concepto de federalismo una sinonimia con el de disgregacinpoltica.

    Por ltimo, es importante advertir que a este efecto distorsionador deluso del concepto de federalismo se suma la postura de los juristas constitu-cionalistas, para quienes la nacin es postulada como preexistente a su orga-nizacin constitucional. Mientras en EE. UU. la confederacin uni a colo-nias independientes, sostena en 1964 un especialista en derecho constitucio-nal, en Argentina el proceso comenz con ... una entidad nacional nica,heredera del virreinato, que luego de atravesar por un largo perodo de anar-qua y desorganizacin, devino en la forma constitucional descentralizantede 1853/1860 (13). Asimismo, otro de los ms importantes constituciona-listas argentinos, Carlos Snchez Viamonte, sostena en 1949 que

    Durante los diecisis aos que transcurren desde la Revolucin de Mayohasta la Constitucin de 1826, la Nacin Argentina conserva la unidad que

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    (13) JORGE R. VANOSSI, Situacin actual del federalismo, Buenos Aires, Depalma, 1964,p. 11.

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  • adquiri durante la Colonia con la creacin del virreinato del Ro de la Plata,interrumpida por luchas civiles desde 1820 hasta 1824 (14).

    La necesidad de poner la nacin ab initio es fuerte en parte de losconstitucionalistas que unen as el recurso convencional, propio del rgimenrepresentativo liberal, de imputar la soberana a un sujeto de derecho polti-co denominado nacin, con un supuesto histrico insostenible. Tal como seobserva en este otro texto de Snchez Viamonte claramente contradictorio:

    ... en el proceso histrico, las provincias son anteriores a la Constitucin de1853, pero posteriores a la existencia de la Nacin Argentina, nacida de laRevolucin de 1810 y con plena independencia y soberana desde 1816 (15).

    El punto de vista de los constitucionalistas ha sido muy fuerte en laorientacin de las interpretaciones de los procesos de organizacin polticaen razn del efecto que esa interpretacin pudiera tener en cuanto a la unidadde la nacin. As, recordando la frmula de una sentencia del presidente dela corte suprema norteamericana, Salmon P. Chase, pronunciada con motivodel caso Texas v. White, segn la cual el Estado federal norteamericano esuna unin indestructible de Estados indestructibles, Snchez Viamonteenunciaba otra doctrina para el caso argentino que implicaba el desconoci-miento de la calidad de soberanas independientes que haban posedo lasprovincias, al sostener que las provincias no son destructibles para el gobier-no ordinario, pero s para la voluntad constituyente del pueblo de la NacinArgentina (16). De tal manera, en sntesis, el vocablo federalismo habra deser sistemticamente utilizado en forma tal que ocultaba lo que haba sidouna confederacin de Estados soberanos.

    SUPUESTOS PROVENIENTES DE TENDENCIAS CONFESIONALES

    La otra fuente de prejuicios, a la que aluda ms arriba, condicionante dela interpretacin del pensamiento poltico presente en tierras americanas, esde naturaleza confesional. As, uno de los conceptos ms afectados por estetipo de posturas tendenciosas, es el de contrato. Advirtamos previamenteque es necesario superar la habitual perspectiva que al describir el bagaje in-telectual del siglo XVIII, menciona por separado las teoras contractualistas y

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    (14) CARLOS SNCHEZ VIAMONTE, Manual de Derecho Poltico, Buenos Aires, Bibliogr-fica Argentina, 1959, p. 256.

    (15) Ibid.(16) Citado en J. R. VANOSSI, ob. cit., p. 18.

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  • el derecho natural, dado que el concepto de contrato es justamente uno delos centrales al derecho natural.

    Sucede que por efecto del prejuicio de la historiografa liberal hacia elpasado colonial y de la falsa identificacin del derecho natural con la Iglesiacatlica, cay en el olvido el papel jugado por el iusnaturalismo, es decir elderecho natural no escolstico, durante el proceso abierto por la independen-cia. Mientras que en algunos nichos historiogrficos, una postura igualmentetendenciosa, pero de opuesta orientacin, llev a identificar las doctrinascontractualistas difundidas en el proceso de la independencia con una de lastantas variantes del contractualismo, la del telogo jesuita del siglo XVI,Francisco Surez. Es decir, que por efecto de esa curiosa amnesia respecto ala funcin jugada por el derecho natural en la historia latinoamericana, unode sus componentes, la nocin de contrato, ha sido aislada del mismo, y supresencia en la frmula legitimadora de la constitucin de los gobiernos lo-cales, la reasuncin de la soberana por el pueblo, ha sido atribuida esquem-ticamente a algunas de las variantes del derecho natural, las representadaspor Rousseau o por Surez.

    Es de inters constatar que estos filtros ideolgicos no estn ausentes tam-poco en las historiografas britnica y norteamericana, en las que es frecuentereferir a una inmemorial tradicin britnica lo que esa tradicin debe en rea-lidad, en buena medida, al desarrollo intelectual del continente (17). La acen-tuada fobia antipapista posterior a la Reforma, por ejemplo, ha conducido a ol-vidar los mltiples contactos del proceso intelectual britnico con la escolsti-ca continental.

    Un efecto adicional de esta desatencin a las caractersticas de la nocinde contrato difundida en la poca que nos ocupa, es su asociacin, a veces si-nonimia, con otro concepto clave del universo poltico de la Europa moder-na y de los nuevos organismos polticos surgidos en tierras iberoamericanas.Se trata de la nocin de consentimiento, en cuyo nombre se realizaron lastres grandes revoluciones modernas (18), figura bsica del derecho natural,

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    (17) Al respecto, vase mi artculo, The Principle of Consent in Latin and Anglo-Ame-rican Independence, Journal of Latin American Studies, n. 36, Cambridge University Press,2004.

    (18) BERNARD MANIN, Los principios del gobierno representativo, Madrid, Alianza,1998, p. 108. Se trataba del principio de origen romano: Quod omnes tangit, ab omnibustractari et approbari debet (lo que a todos afecta, debe ser tratado y aprobado por todos).Trasel resurgimiento del derecho romano en el siglo XII, tanto los legisladores civiles como los ca-nonistas difundieron este principio, aunque reinterpretndolo y aplicndolo a cuestiones p-blicas, mientras que en Roma era aplicado en derecho privado. Eduardo I invoc el principioQOT en su orden de convocatoria del parlamento ingls en 1295, pero investigaciones recien-

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  • tambin proveniente, como la de contrato, del derecho privado y trasladadoal derecho poltico ya en tiempos medievales; un concepto que es probable-mente, el ms importante de todos los que integran el lenguaje poltico detiempos de las independencias.

    Errneamente, una perspectiva en exceso esquemtica sobre el uso de lanocin de consentimiento en la historia de la independencia norteamericanaha tendido a reducir su funcin a la de un argumento defensivo de los colo-nos en el conflicto desatado por la pretensin del Parlamento britnico deimponer tributos sin su consentimiento. Por el contrario, el de consentimien-to es justamente el concepto fundamental en el que se funda la legitimidadpoltica, como se comprueba tambin en el caso de las independencias his-panoamericanas.

    No escapar a nadie que el peso de aquellas dos grandes fuentes de dis-torsiones del anlisis histrico proviene de dos determinaciones privadas delhistoriador. Una, su cualidad de ciudadano de un determinado pas, y otra, laadhesin que pueda tener a un determinado culto religioso. Porque ambascondiciones poseen una fuerza, a la vez afectiva y tica, tan intensa, que porefecto de ella el tratamiento de la historia puede ser deformado en aras delbien supremo de la patria o de la religin.

    DIGRESIN: EL USO DE LA VOZ NACIN Y LOS PROBLEMAS DE LA TRADUCCIN

    EN EL CONDICIONAMIENTO DEL LENGUAJE POLTICO

    Cuando afirm en un trabajo anterior que, por una parte, el nuevo con-cepto de nacin aparece en autores iusnaturalistas de mediados del si-glo XVIII al menos en Christian Wolff y en su discpulo Vattel, y que porotra parte, lo nuevo de ese concepto era el carecer de toda nota de etnicidady al mismo tiempo el haberse convertido en sinnimo de Estado, me hice deinmediato una pregunta: cmo fue posible que un trmino que desde la an-tigedad se utilizaba para designar grupos humanos culturalmente homog-neos, sin llevar necesariamente asociada la independencia poltica, fueraahora aplicado, sin contenido tnico, a Estados independientes? (19). La hi-

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    tes han demostrado que a finales del siglo XIII la frase ya estaba muy extendida. Tambin elrey francs Felipe IV emple la expresin cuando convoc los estados generales en 1302,como el emperador Federico II cuando invit a las ciudades de la Toscana a enviar delegadosplenipotenciarios (nuntit). Los papas Honorio III e Inocencio III hicieron asimismo bastantefrecuente uso de ella (ibd., p. 112).

    (19) JOS CARLOS CHIARAMONTE, Nacin y Estado en Iberoamrica, El lenguaje polticoen tiempos de las independencias, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

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  • ptesis que esboc entonces la encuentro ahora, no errada, pero s insuficien-te. Al percibir que Vattel era un funcionario prusiano, nacido y residente enuna provincia helvtica que dependa de Prusia, y dado que los grandes Esta-dos de la poca eran monarquas pluritnicas, me pareci lgico inferir quehabra sido imposible aplicarles un concepto tnico de nacin, esto es, el queluego se asociara al de nacionalidad.

    Esta respuesta, si bien insuficiente para explicarnos el surgimiento de taluso del vocablo nacin, es sin embargo decisiva para revelar cmo, en opo-sicin a la tendencia, predominante en el mundo contemporneo, a explicarel surgimiento de los Estados nacionales interpretando el concepto de nacinen clave de nacionalidad, la aparicin en la historia de ese concepto como si-nnimo del de Estado fue justamente posible prescindiendo de su contenidotnico tradicional. Porque, efectivamente, la nacin definida en trminos es-trictamente polticos por algunos de los principales autores iusnaturalistas, ydifundida luego por la Revolucin francesa, era una nacin cuya unidad ladaba su organizacin poltica y no su homogeneidad tnica, tal como se re-fleja en la clebre definicin del Abate Sieys: Qu es una nacin? Uncuerpo de asociados que viven bajo una ley comn y estn representados porla misma legislatura.

    Pero si esta respuesta podra explicar por qu la aplicacin del trminonacin a un Estado monrquico del siglo XVIII deba despojarlo de su conte-nido tnico, no nos explica por qu se eligi ese trmino como sinnimo delde Estado, adquiriendo as un sentido poltico. Posiblemente, la respuestaest en una curiosidad a la que ya tambin me he referido en otro trabajopero sin extraer todas las posibles consecuencias que ella encierra. Sucedeque al menos en francs, el nuevo uso de la voz nation aparece en la traduc-cin de textos latinos de autores iusnaturalistas. Christian Wolff, el maestrode Vattel, en el original latino de sus trabajos, utiliza la voz gens, no natio, yes el traductor francs el que la vierte como nation y que, adems, siente queesta traduccin requiere ser justificada. As, escribe que Gens est un vieuxmot que signifie Nation, on a conserv ce vieux mot dans cette expression leDroit de Gens, quon peut appeler aussi le Droit des Nations Se trata de unuso de la voz gens que est tambin explicado en la Enciclopedia de la si-guiente manera:

    ... la palabra gens, tomada en el sentido de nacin, se utilizaba hace tiempoen singular, incluso hasta hace no ms de un siglo, pero actualmente su uso ensingular se encuentra slo en prosa o poesa burlesca... (20).

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    (20) Le mot gens pris dans la signification de nation, se disait autrefois au singulier, &se disait mme il ny pas un sicle [...] mais aujourdhui il nest dusage au singulier quen

  • Cmo podemos responder entonces a esta pregunta sobre el nuevo em-pleo de la voz nacin? Posiblemente, considerando, a manera de hiptesis,que se ha retenido de la voz gens la nota de un grupo humano sometido a laautoridad del padre de familia, y que se ha trasladado esa imagen a la delconjunto humano sometido a la autoridad del prncipe, desembocando as enla sinonimia con el concepto de Estado que no era pensado entonces comoun agregado de organismos burocrticos e instituciones sino como un con-junto de seres humanos.

    De manera entonces que en el esclarecimiento de las transformacionesen el uso de la voz nacin encontramos, por una parte, que no puede consi-derarse aisladamente de los problemas de la traduccin, particularmente lade los textos en latn, el idioma en el que estaban escritas en la poca muchasde las obras que conciernen al derecho pblico. Pero, por otra, la compren-sin de este conjunto de problemas histricos subyacentes al uso de este tr-mino, problemas en los que se unen factores tan dismiles como las transfor-maciones polticas europeas de los siglos XVII y XVIII y las tradiciones lin-gsticas concernientes a ciertos trminos, obliga, para tornarlos inteligibles,a remitirnos a la literatura poltica que elaboraba los principales problemasde la historia moderna europea, la basada en el derecho natural.

    Porque, al llegar a este punto, la comprobacin del uso de poca de esosconceptos, un uso en muchos casos sustancialmente distinto del que adqui-rieron posteriormente, debe ir ms all de la verificacin de esas diferencias.Aunque es cierto que an as limitada, esa comprobacin es ya una inapre-ciable herramienta para la mejor inteligencia de las peculiaridades de los fe-nmenos estudiados, suscita sin embargo la cuestin de si estamos ante sim-ples modalidades circunstanciales o si nos encontramos ante un peculiar len-guaje de poca, del cual son otros tantos casos particulares, por ejemplo, lascaractersticas del uso de nacin, pueblo o federalismo.

    Pero no es necesario advertir que cuando pasamos del concepto de voca-bulario al de lenguaje cambiamos profundamente nuestro enfoque del tema.O, mejor an, cambia sustancialmente la naturaleza del problema. Porque,entre otras cosas, y expresado brevemente, cada uno de los trminos del vo-cabulario que estamos analizando puede sufrir el efecto del condicionamien-to de ese conjunto que llamamos lenguaje poltico. Cada uno de esos voca-

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    prose o en posie burlesque ([Christian Wolff], Institutions du Droit de la Nature et desGens, Dans lesquelles, par une chaine continue, on dduit de la NATURE meme delHOMME, toutes les OBLIGATIONS / tous les DROITS, 6 vols., Leiden, Chez Elie Luzac,MDCCLXXII, vol. 6, p. 14).

  • blos puede adquirir un matiz, una resonancia que, ms all diramos del dic-cionario, lo moldea segn la naturaleza histrica de ese lenguaje.

    En otros trminos, ese conjunto de conceptos poseen alguna relacinentre ellos que vaya ms all de su inclusin en los mismos discursos? Esposible encontrar una unidad de conjunto que permita hablar de un lengua-je poltico propio del perodo? Quisiera insistir en este criterio, al menospara exponerlo a manera de hiptesis, de que hay un lenguaje poltico cuyaunidad proviene de lo que constituye la sustancia de gran parte de lo que lla-mamos Ilustracin y que es el derecho natural y de gentes. Mi convenci-miento es que el lenguaje poltico del tiempo de las independencias estmoldeado en gran medida en el seno del derecho natural. Por ejemplo, el vo-cablo pacto adquiere una resonancia particular si advertimos su indisolubleasociacin con otros trminos propios del derecho natural. As, cuando Hei-neccio, un renombrado especialista en derecho romano y autor tambin deun manual de derecho natural muy utilizado en Espaa desde el reinado deCarlos III y hasta muy entrado el siglo XIX, escribe que los hombres no pue-den vivir bien si no se asisten mutuamente, mediante el cumplimiento de losdeberes de humanidad y beneficencia, ... y que no hay otro medio de alcan-zarlos que el consentimiento de los dems, llamndose pacto el acto de con-sentir dos o ms personas en una misma cosa sobre dar o hacer algo. Ycuando agrega luego que Sociedad es el consentimiento de dos o ms indi-viduos para un mismo fin y para los medios que son absolutamente necesa-rios a conseguirlo exhibe una sinonimia, la de pacto y consentimiento, quees clave de la historia poltica europea e iberoamericana de los siglos XVIIIy XIX (21) [resaltados nuestros].

    Otro ejemplo es el de una de las voces ms definitorias del pensamientoy de la prctica poltica de aqul entonces, la de derechos tan usada quequizs la descuidemos como ocurre con las cosas ms comunes que de tancomunes terminamos por no verlas, que no puede interpretarse adecuada-mente fuera de su obvia insercin en el derecho natural y su nexo, justamen-te con vocablos como el de consentimiento.

    * * *

    En sntesis, nos hemos ocupado largamente de uno de los riesgos que nosacechan, que incluso puede remitir a una previa discusin terica: el de leerel lenguaje poltico del pasado en trminos de nuestras preocupaciones ac-

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    (21) HEINECCIO, Elementos del derecho natural y de gentes, corregidos y aumentadospor el Profesor D. MARIANO LUCAS GARRIDO, a los que se aadi los de la Filosofa Moral delmismo autor, Madrid, 1837, Tomo I, p. 289 y Tomo II, p. 13.

  • tuales. Sin embargo, es de notar que desde cierta perspectiva se tratara dealgo inevitable. Algo as como lo que haba afirmado Croce en el sentido deque toda historia es historia contempornea. Slo que lo que Croce buscabaexpresar, acorde con su criterio gnoseolgico, era la imposibilidad de cono-cer el pasado tal como fue, mientras que desde una postura distinta, se trata-ra slo de un riesgo que obliga a tomar las debidas precauciones para el me-jor conocimiento del pasado. Es en tal sentido que me parece imprescindibleatender a la funcin que cumpla en la poca el derecho natural y de gentes.

    Al respecto, cabe preguntarse en qu medida sus concepciones guiaban laconducta de los individuos o de los gobiernos. Esto es, en qu medida el dere-cho natural fue una fuerza histrica eficaz y no solamente un conjunto de m-ximas morales y nociones polticas con las que la enseanza universitaria di-seaba una imagen de la sociedad de su tiempo. En realidad, esta inquietud esparte de una ms general, la que atae al valor de las doctrinas en el desarrollohistrico. Entre otras cosas, saber si constituyen solamente una fuente de justi-ficativos de la accin, mera cobertura discursiva de fenmenos condicionadospor otras factores, o son elementos condicionantes de la accin humana.

    Es evidente que si se busca la respuesta en la relacin de alguna doctrinao concepto terico y determinados hechos, no puede dejar de ser negativa.Buscar, por ejemplo, el efecto de Del contrato social de Rousseau en el esta-llido de las independencias iberoamericanas puede ser frustrante. Porque laconversin de las ideas en fuerzas histricas no es tan inmediata ni tan sim-ple. Generalmente se trata de procesos lentos y demorados en el tiempo, enlos que ideas y doctrinas van modelando la conducta, individual o colectiva.

    Por otra parte, ya que hemos recordado a Rousseau, es oportuno transcri-bir lo que apuntaba al pasar en la obra recin citada respecto de la legitimi-dad poltica:

    Puesto que ningn hombre tiene por naturaleza autoridad sobre su seme-jante, y puesto que la fuerza no constituye derecho alguno, quedan slo lasconvenciones como base de toda autoridad legtima entre los hombres (22).

    Y es ah donde las palabras cobran toda su importancia. As, una sor-prendente aproximacin a ese fenmeno fue hecha no por un historiadorsino por un poeta, Paul Valery en el prlogo a una edicin de las Cartas Per-sas de Montesquieu aparecida en 1926, un texto que anticipa muchos de lospuntos de vista que recoger la historiografa de la segunda mitad del si-glo XX y que considero justificado considerarlo con cierto detenimiento.

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    (22) JUAN JACOBO ROUSSEAU, El contrato social, en Obras Selectas, Buenos Aires, ElAteneo, 2. ed., 1959, p. 847.

  • Una sociedad escribe Valery se eleva desde la brutalidad hasta elorden. Ya que la barbarie es la era del hecho, es, pues, necesario que la era delorden sea el imperio de las ficciones, pues no hay poder capaz de fundar el or-den en la sola coaccin de los cuerpos por los cuerpos. Se hacen necesariasfuerzas ficticias.

    Consiguientemente, se desarrolla un sistema fiduciario o convencionalque produce compromisos y obstculos imaginarios que tienen efectos bienreales y que se convierten en esenciales para la sociedad. Y agrega:

    Poco a poco, lo sagrado, lo justo, lo legal, lo decente, lo laudable y suscontrarios, se graban en las mentes y se cristalizan. El Templo, el Trono, elTribunal, la Tribuna, el Teatro, monumentos de la coordinacin, algo ascomo puntos geodsicos del orden, van surgiendo a su vez. Incluso el Tiempose adorna: los sacrificios, las audiencias, los espectculos fijan sus horarios ysus fechas colectivas. Los ritos, las formas, las costumbres llevan a cabo eladiestramiento de los animales humanos, reprimen o dan medida a sus movi-mientos inmediatos [...]. Y todo ello subsiste por el poder de las imgenes yde las palabras.

    Es as que

    Tan natural como la naturaleza nos parece entonces el mundo social, unmundo al que slo la magia sostiene. O no es un edificio de encantamientosun sistema como ste, basado en escrituras, en palabras acatadas, promesasmantenidas, imgenes eficaces, costumbres y convenciones observadas fic-ciones puras todo ello?

    De manera que

    A la larga, sucede que el mecanismo de una sociedad se complica conresortes tan indirectos, recuerdos tan confusos y cambios tan numerosos, queuno acaba perdindose en una trama de prescripciones y relaciones inextrica-bles. La vida del pueblo organizado est tejida con lazos mltiples que, en sumayora, se pierden en la historia y se anudan en los tiempos ms remotos yen circunstancias que no se repetirn jams. Nadie sabe ya cules fueron susdecursos ni puede seguir sus amarres (23).

    Durante la baja Edad Media, lo que se ha llamado la visin ascendentedel origen del poder haba pasado a adquirir amplia difusin. El resurgir delderecho natural a fines del siglo XVI, con su nfasis contractualista dirigido alimitar el ejercicio del poder, encontr fuerte asidero en las nociones consen-suadas de antiguo, se convirti en una firme base para corporaciones o indi-

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    (23) PAUL VALERY, Prlogo a las Cartas persas, en Estudios literarios, Madrid, Visor,1995.

  • viduos en sus relaciones con las distintas instancias del poder y tendi a ad-quirir la calidad de esas nociones consensuadas implcitas en la accin de losdiferentes actores histricos.

    Por tal motivo, en el estudio del lenguaje poltico del perodo considera-do, subrayara como conceptos centrales los de soberana, contrato, dere-chos, consentimiento y otros afines. Me parece que deberamos estar alerta,ante el peligro de que el hecho de que una muy importante etapa de la histo-riografa anglosajona haya llevado al primer plano el debate sobre los con-ceptos de liberalismo y republicanismo importantes tambin sin duda enla historia iberoamericana nos haga distribuir de manera inadecuada elpeso de nuestra atencin sobre las particularidades propias de esta historia.

    Esta centralidad del problema de la soberana y de los conceptos con ellarelacionados lo haba puesto de relieve Norberto Bobbio en un prrafo queparece escrito para resumir la historia de las independencias iberoamerica-nas:

    La lucha del Estado moderno es una larga y sangrienta lucha por la uni-dad del poder... [...] ... la formacin del Estado moderno viene a coincidir conel reconocimiento y con la consolidacin de la supremaca absoluta del poderpoltico sobre cualquier otro poder humano. Esta supremaca absoluta recibeel nombre de soberana.

    Y agrega, dibujando en trminos europeos el mismo problema desatadopor las independencias iberoamericanas, que la soberana significa indepen-dencia en relacin al exterior de cada Estado:

    ... y hacia el interior, en relacin con el proceso de unificacin, [significa]superioridad del poder estatal sobre cualquier otro centro de poder existenteen un territorio determinado.

    De tal modo, concluye,

    ... a la lucha que el Estado moderno ha librado en dos frentes viene a corres-ponderle la doble atribucin de su poder soberano, que es originario, en elsentido de que no depende de ningn otro poder superior, e indivisible, en elsentido de que no se puede otorgar en participacin a ningn poder infe-rior (24).

    Dira as, esquematizando al mximo, que el principal problema del pe-rodo de las independencias, que obsesionaba con razn a sus protagonistas,era el de la soberana, un problema capital en dos vertientes: la de la relacinde los pueblos iberoamericanos con el poder soberano que estaban abando-

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    (24) NORBERTO BOBBIO, Thomas Hobbes, Mxico, FCE, 1992, p. 71.

  • nando y la de la relacin con los otros pueblos con los que intentaban aso-ciarse para la formacin de un nuevo Estado nacional. Por lo tanto, agregaraque la indagacin de la particularidad del lenguaje poltico debera prestaratencin preferente a tal concepto y a los con l relacionados, los que, ade-ms, definen a travs de su peso, modalidades e interrelacin en el seno dellenguaje de poca, las principales razones de lo que se construir a partir de1808-1810.

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