José Luis García Rodríguez - noticiasirreverentes.com · Pedro Laín Entralgo en su ensayo Sobre el Ser de España distingue ... lismos, aplica su Teoría del Particularismo que

José Luis García RodríguezLa documentada denuncia que José LuisGarcía Rodríguez hace del fraude nacionalis-ta en la historia de España se basa en laevolución histórica de esta ideología másque en el mercadeo en que se ha converti-do en las ultimas décadas. El autor nosmuestra, casi al modo de Laín Entralgo, unaevolución desde la España romana, visigóti-ca, reconquistadora, regiocatólica, austria-ca, borbónica y republicana, hastala nuevamente borbónica; una España, laactual, incapaz de reunir a los españoles enun proyecto común.

Se trata en esta obra desde el naciona-lismo más antiguo, el catalán, nacido en la guerra de sucesión de Carlos II deAustria, y la apuesta de la corona de Aragón contra el duque de Anjou y el régi-men Bórbonico, hasta el novedoso nacionalismo vasco, invento del S.XIX surgidode la delirante imaginación de Sabino Arana.

El autor muestra con maestría el auge del nacionalismo anti-español coin-cidiendo en el tiempo con las guerras contra Francia, Marruecos y EEUU y lapérdida de las colonias. El Estado se diluye tras la huida de Alfonso XIII, lo quees aprovechado por caciques regionales para crear partidos nacionalistas con losque mantener poder en sus áreas de influencia. Una situación que llega hasta hoyy que ensombrece el futuro de España y ante la que el autor propone una nuevaley electoral que no beneficie a partidos con gran presencia regional y mínima enel ámbito estatal. José Luis García Rodríguez nos recuerda el espíritu guerraci-vilista español, nuestra tendencia a enfrentarnos en dos bandos —sean los quesean— y la vigencia histórica del espíritu de las taifas.

JOSÉ LUIS GARCÍA RODRÍGUEZ(Madrid, 1944). Es autor de las novelas El Barón de Bonamant, La pirámide de lasflores y En nombre del nieto, y del ensayo La agonía del socialismo. Figura endiversas antologías literarias. Participó activamente entre 1972 y 1982 en latransición política española, período en que fue uno de los promotores y funda-dores de la Federación Social Demócrata Española y posteriormente de la UCD.

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Epílogo: MIGUEL ÁNGEL DE RUS

Accésit y Mención Especial del Juradodel III Premio Rara Avis de Ensayo

José Luis García Rodríguez

El fraude nacionalistaen la historia de España

Accésit y Mención Especial del Juradodel III Premio Rara Avis de Ensayo

Colección Rara AvisEdiciones Irreverentes

SEG_fraudeNacionalista:Maqueta 05/10/2012 12:54 Página 3

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y elalmacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquiermétodo, salvo permiso expreso del editor.

De la obra© José Luis García Rodríguez Del epílogo © Miguel Ángel de Rus De la edición © Ediciones Irreverentes S.L. Octubre de 2012 http://www.edicionesirreverentes.com ISBN: 978-84-15353-40-9 Depósito legal: M-33740-2012Diseño de la colección: Absurda Fábula Imprime: Publidisa Impreso en España


ÍNDICE

PRIMERA PARTE. LA HISTORIA

Consideraciones previas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Una visión panorámica de la historia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Tiempos revueltos (1902–1922) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

Fin de la monarquía (1923-1930) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26

La república (1931–1936) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Guerra civil (1936-1939) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38

La Victoria en el contexto de la II guerra mundial (1940–1945) . . . . . . . . . . . . . . . 53

Nuevo orden mundial (1946–1959) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

Cambio de panorama (1960–1969) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

Los últimos años del franquismo (1970–1975) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83

De la dictadura a la democracia (1975–1982) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92

Primera etapa socialista (1982–1996) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96

Vuelta del centro derecha (1996–2004) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116

Segunda etapa socialista (2004-2011) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

Compendio final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

SEGUNDA PARTE. EL FRAUDE NACIONALISTA

Nacionalismo, República y Dictadura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131

El pacto constitucional de 1978 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143

Deslealtad nacionalista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151

Intrahistoria del nacionalismo catalán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155

Intrahistoria del Nacionalismo Vasco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

Intrahistoria de los nacionalismos gallego y andaluz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183

Analogías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

Profusión nacionalista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197

Conclusiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203

Epílogo. Por Miguel Ángel de Rus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209



PRIMERA PARTE

LA HISTORIA



CONSIDERACIONES PREVIAS

La primera cuestión que suscita el análisis de un tema tan contro-vertido y de permanente actualidad, es evitar caer en la tentación desublimar el problema por causa de que en este tiempo el debatenacionalista ocupe más espacio en el sentir de los españoles, y ensentido contrario, no por ser este un viejo problema que enrarece ydistorsiona las relaciones entre las diferentes comunidades españolas,despreciar su importancia. Y es que ambas posturas, la sublimacióny el desprecio conviven, o mejor sería decir, se mal soportan y sea poractiva o por pasiva, la gran mayoría de españoles toman partido en esegran debate que nada define, pero que contrapone y confronta los sen-timientos más íntimos de mucha gente.

Consecuente con lo anterior, la siguiente reflexión sería pregun-tarse el motivo por el cual esa degradación, serena pero constante dela convivencia entre las diferentes comunidades españolas, esa faltade voluntad de entendimiento tras décadas de haber estado aparen-temente unidas, o dormidas, es precisamente ahora cuando resucitacon renovada energía, cuestión esta a la que deberá responder la cla-se política que ocupa y gobierna las instituciones del país.

A partir de ahí, el propósito de este análisis no es otro que mos-trar de manera razonada la causa que inspira la proliferación de losnacionalismos en España, análisis histórico, para a continuaciónentrar con más detalle en el uso y abuso que se viene haciendo de esapluralidad española en beneficio de quienes invocando su lideraz-go, se dedican a explotar las diferencias en favor de su más inme-diato beneficio.

Soy consciente de que habrá quien intuya cierta predisposiciónhacia la crítica más ácida en torno al viejo problema que los excesosnacionalistas suscitan entre los ciudadanos españoles de hoy. A quie-nes así lo aprecien, les adelanto que llevan razón. Pero sin entrar toda-vía en la génesis de los distintos nacionalismos, cuatro históricos,

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según asume la constitución de 1978 y algunos otros más de nuevaplanta, parece oportuno iniciar este análisis tomando como punto departida algunas opiniones expresadas por ilustres pensadores espa-ñoles en referencia al fenómeno nacionalista en España.

En el manifiesto de los parlamentarios regionalistas catalanesllamado De la España Grande redactado en 1916 por Enrique Prat dela Riba poco antes de su muerte, el padre del nacionalismo cataláncontemporáneo1 escribe: «Nosotros, a los otros españoles de buena fe... lesinvitamos a engranar armónicamente las nacionalidades españolas unas con otrasy todas con el Estado, de tal forma que cada una rija libremente su vida interiory tengan toda la participación que por su importancia les corresponda en la direc-ción de la comunidad; ...haciendo de España la resultante viva de todos los pue-blos españoles». Y mas adelante añade: «Fundar la constitución de Españaen el respeto a la igualdad de derecho de todos los pueblos que la integran es darel primer paso hacia la España grande y ponernos en camino de conseguirla»2.

Pedro Laín Entralgo en su ensayo Sobre el Ser de España distingue«una oscura España prerromana o primitiva, que luego va siendo sucesivamen-te romana, visigótica, reconquistadora, regiocatólica, austriaca y borbónica»3.Ortega y Gasset, en su libro España Invertebrada, sostiene que «Espa-ña nace como un ideal esquema de algo realizable, un proyecto incitador de volun-tades» de manera que «la unidad española fue, ante todo y sobre todo, launificación de las dos grandes políticas internacionales que a la sazón había en lapenínsula: la de Castilla hacia América y el centro de Europa; la de Aragón haciael Mediterráneo». Más adelante, en su reflexión acerca de los naciona-lismos, aplica su Teoría del Particularismo que resume: «particularismo esaquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás.Unas veces por excesiva estimación de nosotros mismos, otras por excesivo des-precio del prójimo, perdemos la noción de nuestros propios límites y comenzamosa sentirnos como independientes». Finalmente concluye:»La insolidaridad

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1- Ramón Trías Fargas. Qué separatismo. Diario El País, 27/01/77.2-Pío Móa. Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España. Ediciones Encuentro. Junio 2004.3- Pedro Laín Entralgo. El sentimiento agónico de España. Ediciones Turia 1.997.


produce un fenómeno muy característico en nuestra vida: cualquiera tiene fuer-za para deshacer... pero nadie tiene fuerzas para hacer, ni siquiera para asegu-rar sus propios derechos».4

Aunque lo anterior está escrito en el año 1921, no parece que elanálisis esté muy despegado de la realidad de nuestro tiempo. Ysiguiendo el razonamiento, se podría establecer el principio segúnel cual, el sentimiento nacionalista nace de dos fuentes de inspira-ción; la insolidaridad y la excesiva estimación de lo propio, algo quedebidamente solapados se alimentan y sostienen.

No tiene sentido negar que lo propio de cada cual pueda serdiferente a lo propio del otro, de la misma manera que no es lícito pre-tender que lo propio pueda expropiar a otros lo que es suyo. Esobvio que en España se dan de hecho, aunque a muchos españoles noles guste, las circunstancias objetivas que diferencian unas comunida-des de otras. Lengua, geografía e historia han marcado importantesdiferencias entre unos y otros, que a todos dignifica y enriquece.Negar ese principio es tanto como negar la identidad de España.

Mas la cuestión de fondo, desde una reflexión respetuosa con lasdiferencias pero al mismo tiempo honesta con la historia, es determi-nar si por ello cabe justificar hoy en día la pujanza de los nacionalis-mos españoles. Mi opinión es que no.

El concepto fundamental que establece la identidad de un país,es sin duda su integración geográfica y una visión introspectiva de símismo, que se refleja en la historia, en la vida en común y en relacióncon los otros que definen su entorno.

Este principio lo explica nítidamente Ortega y Gasset, al decir que«España nace como un ideal esquema de algo realizable, un proyecto incitador devoluntades...», que se manifiesta en la unión de Castilla y Aragón en lamejor defensa y potenciación de sus respectivas políticas interna-cionales5.

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4- José Ortega y Gasset. España invertebrada. Revista de Occidente, 1959


Es claro y ahí apunta también el pensamiento de Prat de la Riba,quien desde una perspectiva catalanista, incita a los demás pueblos deEspaña a «fundar la constitución de España en el respeto a la igualdad dederecho de todos los pueblos que la integran...»6. Punto esencial, ya que elloviene a poner en evidencia que desde la misma esencia del naciona-lismo catalán contemporáneo, no se cuestiona en su origen la espa-ñolidad, sino que por el contrario, llama a fundar la «constitución deEspaña en el respeto a la igualdad de derecho de todos los pueblos que la integran».Nada que ver con la deriva separatista que posteriormente una mino-ría de catalanes, más impregnados de otros ideales que nada tienen quever con la cuestión catalana, tratan de utilizar a su favor argumentosque no son suyos.

Conviene recordar a este propósito que la muerte sin descen-dencia de Carlos II, último rey de la Casa de Austria, generó una gue-rra de sucesión en la que los antiguos territorios de la corona deAragón se alinearon a favor del pretendiente archiduque Carlos,defendido por una coalición europea encabezada por Inglaterra yAlemania contra el duque de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia yfuturo Felipe V, a su vez defendido por los antiguos territorios de lacorona de Castilla. De tal confrontación no cabe derivar otra cosa máscercana que no fuera la apuesta de unos territorios frente a otrospor una opción dinástica que estaba en cuestión por causa del falle-cimiento sin descendencia del último rey de España. Cabe decir pues,que hasta ese momento, la catalanidad como elemento de cohesiónsocial, era algo absolutamente inexistente.

La paz de Utrecht de 1716, consolida la dinastía de Borbón en lacorona de España y el rey Felipe V implanta, siguiendo el modelofrancés, un nuevo modelo centralizador de la administración del reino

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5- José Ortega y Gasset. O.C.6- Pío Moa. O.C.


en detrimento de otros derechos históricos que pudieran correspon-der a los antiguos reinos. En tales acontecimientos encuentra su jus-tificación el nacionalismo catalán.

No cabe decir lo mismo del otro nacionalismo histórico, el vas-co, que solo surge a final del siglo XIX gracias a la interpretaciónracista y sectaria animada por el discurso de Sabino Arana Goiri,quien sin otra razón que su propio fanatismo, se inventa unos supues-tos derechos históricos del pueblo vasco, agraviados por los espa-ñoles, a quienes gratuitamente desprecia, difama e insulta.

El empeño posterior de algunos nacionalistas en rebuscar enla historia un engarce que identifique el carácter reivindicativo delnacionalismo vasco con el pleito carlista que enfrentó a españolesdurante buena parte del siglo XIX, es tan burdo como inútil. Quizáconvendría recordar a los que se manejan en semejante empeño,que la esencia del movimiento carlista, fue precisamente la defensade unos derechos dinásticos a la corona de España, es decir, justa-mente lo contrario de lo que los nacionalistas vascos defienden.

El origen del conflicto carlista arranca tras el fallecimiento sindescendencia masculina en 1833 del rey Fernando VII, quien en1830 decretó en su lecho de enfermo la abolición de la pragmática san-ción firmada por su padre el rey Carlos IV en 1789, la cual decreta-ba la nulidad de la ley sálica, contraria a la tradición española,instaurada en España siguiendo el modelo francés por el primerBorbón de la dinastía en 1713, abolida como queda dicho por reyFernando en 1830 y vuelta a instaurar dos años después en 1832 porel mismo rey. De semejante torbellino de contradicciones regias,los partidarios del hermano del rey, Carlos María Isidro, de ahí elnombre de carlistas, encontraron causa para reivindicar los derechossucesorios a favor de este en contra de quienes defendían que laley sálica estaba abolida y en consecuencia la corona de Españadebía recaer sobre su hija Isabel. El conflicto sucesorio ocupó bue-na parte del siglo XIX, sin que en ningún momento de su larga

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trayectoria, nunca, nadie identificara la pugna por la corona de Espa-ña con nada que tuviera algo que ver con el nacionalismo vasco.

Pero la nómina de los nacionalismos no acaba con catalanes y vas-cos, sino que se extiende a gallegos y andaluces, quienes ya en tiem-pos de la segunda república reivindican en medio del caos general queasola España entera, un trato diferencial en su relación con España.La guerra civil de 1936 impide la tramitación parlamentaria de sendosproyectos y deja en suspenso cualquier resolución sobre ambos. Noobstante, la constitución de 1978, necesitada de consensos para darpor zanjado definitivamente el franquismo, incluye las aspiraciones decatalanes, vascos, gallegos y andaluces, dentro del término «nacio-nalidades históricas» y les otorga un tratamiento diferenciado delresto para desarrollar sus propios estatutos de autonomía.

Como cabía esperar, una vez aprobada la constitución de 1978 notardan otras comunidades afectadas por parecido hecho diferenciallingüístico, tales como Valencia y Baleares, en reclamar un estatuto deautonomía similar al catalán que les proteja del emergente catalanis-mo depredador, que apoyándose en la lengua pretende extender suinfluencia sobre ambas comunidades. Y al compás con los tiemposque corren, no faltan otras comunidades, como Aragón y Canarias queparecen haber descubierto en la jota o la isa motivo suficiente para susreivindicaciones nacionalistas.

Ante tal profusión de sentimientos centrífugos, no cabe otracosa que invitar a una serena reflexión en búsqueda de las razones defondo por las cuales en tantas partes de nuestra geografía hay gen-te que se muestra disconforme o reticente con su vinculación aEspaña. Quizá la respuesta haya que buscarla, además de en las cau-sas históricas, que en algún caso concreto puedan esgrimirse endefensa del sentimiento nacionalista, en otras circunstancias másrecientes que a mi juicio han tenido una influencia determinante eneste proceso.

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UNA VISIÓN PANORÁMICA DE LA HISTORIA

Si el año 1492 representa el inicio de un fecundo ciclo en la historiade España, el año 1898 marca el fin de un tiempo definido en sufinal por una prolongada agonía de penuria y decadencia.

En los poco más de cuatro siglos que transcurren entre esos dosaños de referencia, España conoció el auge expansivo que sucede ala conquista del último bastión musulmán peninsular tras la tomadel reino nazarí de Granada por la corona de Castilla, que unida a lacorona de Aragón por el matrimonio de la reina Isabel con el reyFernando, representa la fusión de todos los reinos y territorios deEspaña bajo un mismo mando y poder.

Dos dinastías reinan en España en esos poco más de cuatrosiglos de historia. La de los Austria, heredera directa de Fernando eIsabel quienes a través del matrimonio de su hija Juana con Felipe deAustria trasmiten los derechos sucesorios a su hijo Carlos; y la deBorbón, que tras la muerte sin descendencia en 1700 del rey CarlosII genera una guerra dinástica por la sucesión, que entrona en la coro-na de España a Felipe V, nieto del rey de Francia Luis XIV.

Difícilmente se puede explicar mejor el lánguido devenir de la pri-mera dinastía a como el doctor Gregorio Marañón lo hace, a travésdel sentir que los distintos monarcas despertaban entre sus súbditos;«Carlos I (1517-1555) entusiasmo; Felipe II (1555-1598), respeto; FelipeIII(1598-1621), indiferencia; Felipe IV (1621-1665), simpatía; y Carlos II(1665-1700), lástima». No se puede explicar más con menos palabras.7

La llegada de Felipe V al trono (1700-1746), lleva consigo lamodificación del esquema organizativo de la corona, que pasa a unamayor centralización según el modelo francés, en detrimento del tra-dicional papel asignado a los diferentes reinos, según queda estipula-do en el Decreto de Nueva Planta. Ello da lugar a la protesta de Cataluña,

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7- Gregorio Marañón. El Conde-Duque de Olivares. Espasa Calpe, 1946.


territorio adscrito a la antigua Corona de Aragón, que habiéndosealineado en la guerra de sucesión con el bando perdedor, ve mer-mados sus derechos históricos con la nueva configuración centra-lista del Estado y da fundamento al nacionalismo catalán.

A la muerte de Felipe V, la corona recae en la persona de suhermano Fernando VI (1746-1759), que según Menéndez Pelayoprotagonizó un período de «modesta prosperidad y reposada economía»el cual, junto a su sucesor Carlos III (1759-1788), «el mejor y más inte-ligente de los príncipes de la casa de Borbón» personifican un largo perío-do de estabilidad y laboriosidad que se mantiene hasta casi finales delsiglo XVIII8.

El tránsito al siglo XIX se produce bajo el reinado de Carlos IV(1788-1808), un monarca de carácter débil y no sobrado para el artedel buen gobierno, que prefiere dedicar su atención a otras activi-dades más lúdicas y delegar sus responsabilidades en sus validos, a suvez sujetos al mejor criterio de la reina María Luisa de Parma. Lopeor de tal situación es que en el año 1789 se produce el cataclismode la revolución francesa, lo que altera sustancialmente la relaciónentre España y Francia por estar la corona española emparentadacon la dinastía francesa que termina, como es conocido, en la guillo-tina. La presión española en favor de los depuestos monarcas fran-ceses, provoca una corta guerra con Francia que se salda con ciertadignidad, pero la consolidación en el poder de Napoleón Bonaparte,convierte a España en juguete de las aspiraciones expansionistasfrancesas.

Esta situación culmina en 1808, en que las intrigas del herederoFernando VII (1808-1833), provoca una revuelta popular en Aranjuezque termina con la abdicación de su padre el rey, acontecimientoque es aprovechado por Napoleón para reunir a la desavenida fami-lia real española en Bayona y presionar a Fernando para que devuel-

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8- Marcelino Menéndez Pelayo. Historia de los heterodoxos españoles. Madrid, 1963


va la corona a su padre, quien, una vez recuperada la soberanía, cedea Napoleón sus derechos al trono de España. Poco después, Napo-león nombra a su hermano José rey de España y con ello da paso a laguerra de la independencia.

Durante la guerra de la independencia, Fernando VII permane-ce prisionero de Napoleón, si bien nombra entre sus más próximosun Consejo de Regencia con el propósito de mantener su legitimidada la corona española frente al rey invasor, Consejo este de nulainfluencia en el acontecer de la guerra, cuya dirección y mando fueasumido por una Junta Central Suprema constituida por los represen-tantes de otras tantas Juntas Provinciales formadas al efecto, las cua-les convocan una Asamblea de representantes de todos losestamentos del país y culminan sus trabajos con la elaboración de laconstitución de 1812, la primera Carta Magna española.

Una vez liberado Fernando VII, lo primero que hace es derogarla reciente constitución y perseguir a sus defensores. Ello provoca unperíodo de convulsión que culmina en 1820 con la reacción de losliberales, que obligan al rey a firmar bajo coacción la constitución de1812, dando paso con ello al denominado trienio liberal que termi-na en 1823, con la ayuda de una tropa mercenaria llamada los 100 milhijos de San Luis, que imponen por las armas la vuelta del absolutis-mo real.

En ese tiempo se produce el imparable proceso de independen-cia de los territorios españoles en América, liderado por prócereslocales como Miguel Hidalgo (el cura Hidalgo) en Méjico, SimónBolívar en Venezuela o José San Martín en Argentina, entre otros, queacaudillan la rebelión contra la metrópoli, sumida en el caos e inca-paz de parar la pérdida de poder e influencia en el mundo.

Para colmo de males, un enfermo Fernando VII cede ante lapresión de los partidarios de su hermano Carlos María Isidro y dero-ga la Pragmática Sanción firmada en 1789 por su padre el rey Carlos IV,en virtud de la cual se abolía la ley sálica instaurada en 1713 por el rey

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Felipe V y con ello se devolvía, según la antigua tradición española,el derecho de las mujeres a la sucesión de la corona. Poco tiempo des-pués, ya en su lecho de muerte, presionado esta vez por los partida-rios de su única hija Isabel, vuelve a restablecer la citada PragmáticaSanción, dando con ello origen al pleito sucesorio, causa de tres gue-rras civiles que ensangrentaron buena parte del siglo XIX.

Tras su muerte le sucede en el trono su hija Isabel II (1833-1868),si bien dada su corta edad, su reinado se inicia bajo la regencia desu madre María Cristina. De la situación del país en aquel tiempo,en buena parte heredada del nefasto período anterior, da una idea bas-tante aproximada el hecho de que en los 35 años que dura el reinadode Isabel II, se producen dos guerras civiles por la disputa de losderechos sucesorios (1833-1838) y (1843-1854); una guerra colonialen Marruecos (1859-1860); se promulgan tres constituciones (1834,1837 y 1845); se suceden 51 gobiernos diferentes; y como no podíaser menos, termina en 1868 con una revolución.

Al destronamiento de Isabel II, le sigue el período revoluciona-rio (1868-1871), en el que se reúnen cortes constituyentes y se elabo-ra la constitución de 1869 que finalmente proclaman a don Amadeode Saboya (1871-1873) nuevo rey de España. La ingobernabilidaddel país, termina con la abdicación del nuevo rey y la proclamación dela república en 1873, régimen que durante su vigencia de poco menosde un año conoce nada menos que cuatro presidentes. Al mismotiempo, el bando carlista, no acepta la nominación del nuevo rey, loque origina la tercera guerra civil (1872-1876) y sumerge al país en unverdadero caos.

Finalmente el bando liberal enfrentado al absolutismo carlista,logra ponerse de acuerdo y proclama rey al hijo de Isabel II, en quiensu madre había abdicado y que reinaría como Alfonso XII (1874-1885). A partir de ahí, se inicia una etapa de reordenación que tras darfin a la última guerra carlista proclama en 1876 una nueva constitu-ción. La deseada estabilidad política se logra gracias al pacto de El Par-

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do firmado ante el lecho de muerte del rey por los dos principales líde-res, del partido conservador Cánovas del Castillo y del partido libe-ral Práxedes Mateo Sagasta, que acuerdan la alternancia en el poder.Poco después el rey muere prematuramente, dejando embarazada ala reina María Cristina (1885-1902), que daría a luz al nuevo rey yactuó como reina regenta, hasta la mayoría de edad de su hijo Alfon-so XIII (1886-1931).

Así pues, el tránsito al siglo XX contempla un país desgarrado porlas guerras carlistas, enfrentado por banderías y veleidades internas,empobrecido por la ausencia de políticas regeneradoras y descolga-do del acontecer social y político de sus vecinos. En el umbral del sigloXX España es un país frustrado, empobrecido y aislado. Este sombríopanorama se ve todavía empeorado por la constante sangría de vidasy recursos económicos que el mantenimiento de los restos del impe-rio, limitado ya a Cuba, Puerto Rico y Filipinas, requieren. Además losúltimos estertores del decadente imperio español, coincide con elciclo expansionista de los Estados Unidos de América, un nuevoimperio emergente que ya se dibuja como una gran potencia que irácreciendo a lo largo del siglo XX, que como es natural no desea la per-manencia española en su área de influencia. Así que al amparo delas más modernas técnicas de desinformación a través de una cam-paña de prensa dirigida por el influyente editor William Hearst, seinventa un sabotaje contra el buque de guerra norteamericano Mai-ne anclado en el puerto de La Habana, para a continuación declararla guerra a España.

La derrota ante los Estados Unidos viene a ser el golpe de gra-cia para el derrumbe moral de un país que no se reconoce a sí mismoen la humillación y en la pérdida de influencia que tal desenlace sig-nifica. Ello propicia la aparición de una corriente de pensamientoalimentada por los más ilustres representantes de la intelectualidad,que ahondan en la idea del fracaso español y provocan la endogamiay el ensimismamiento colectivo de los españoles.

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A partir de ahí se inicia el siglo XX, en el que a modo de análisisglobal pueden distinguirse tres ciclos que coinciden más o menoscon los tres tercios cronológicos de la centuria. Un primer tercioque se extiende hasta la caída de la monarquía y advenimiento de laII república en el año 1931, un segundo tercio que abarca desde larepública hasta la muerte del general Franco en el año 1975, y unúltimo tercio que cierra el siglo con la restauración de la democracia.

Resulta evidente que el primer ciclo está condicionado por las cir-cunstancias históricas que le preceden. Son años de enfrentamientossociales, de posicionamientos políticos encontrados, de radicaliza-ción y bronca social permanente. Es un período que queda definidoy retratado por Ortega y Gasset en su España Invertebrada, calificativoque da título a una de sus obras más celebradas9.

Suele ocurrir que para que una mala situación tenga arreglo,primero ha de empeorar lo suficiente como para hacer irremediablesu solución. Y eso es lo que significó el derrocamiento de AlfonsoXIII y la llegada de la república que inicia el segundo tercio del siglo.La culminación de la invertebración de España no podía ser otraque el enfrentamiento cainita generalizado que se produjo duranteel período republicano (1931-1939) y en la guerra civil (1936-1939)que terminó con la victoria de uno de los bandos enfrentados y laconsolidación de una larga dictadura que se mantuvo, como tambiénsuele ocurrir, hasta la muerte del dictador.

Finalmente, tras casi cuarenta años de dictadura, de persecucio-nes y penas sobre todo en sus inicios, de libertades añoradas, de exi-lios y escondites pero también de orden, aunque impuesto, peroorden a fin de cuentas, de crecimiento y desarrollo sobre todo en suetapa final, llegó la verdadera paz que nace de la reconciliación y conello, la recuperación de la libertad y la democracia.

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9- José Ortega y Gasset. O.C.


TIEMPOS REVUELTOS (1902-1922)

En 1902 el rey Alfonso XIII cumple su mayoría de edad e inicia un rei-nado que habría de terminar de manera abrupta 29 años después.Sobre la realidad social y política que tuvo que afrontar el joven rey,da una idea la sucesión de gobiernos que a lo largo de este períodomerecieron su confianza, nada menos que treinta y seis, evidenteprueba de la convulsión que define ese tiempo.

Los dos primeros años de reinado vienen marcados por unacierta estabilidad del gobierno presidido por Francisco Silvela, queincluyó en su gabinete a figuras como Antonio Maura en el ministe-rio de gobernación y Raimundo Fernández Villaverde en Hacienda.El primero intentó llevar adelante un proyecto de reforma de lasadministraciones locales con el propósito de terminar con la prolife-ración del caciquismo, verdadero cáncer social que hacía de la corrup-ción y la compra de votos práctica común de los hábitos electoralesde la época. Por su parte Fernández Villaverde, intentó equilibrar elpresupuesto a base de un recorte del gasto público, proyecto que notuvo entre sus colegas la buena acogida que hubiera cabido esperar,algo que más de un siglo después suena actual entre los españoles.

Las dificultades parlamentarias inherentes a tal proyecto impidie-ron llevar a buen puerto la acción de gobierno lo que unido a manio-bras palaciegas, tan arraigadas entre la clase política de la época,desestabilizaron un buen gobierno que a los dos años de su forma-ción cayó en 1905 para dar paso al primer periodo de estéril inesta-bilidad en el que se sucedieron cinco gobiernos, hasta que en 1907,el propio Antonio Maura consigue fraguar un gobierno más durade-ro. Es en esta época (1906), que se produce el atentado anarquista con-tra la comitiva real que transporta al rey y a la recién desposada reinaVictoria Eugenia, el mismo día de su boda.

El gobierno de Antonio Maura insiste en el proyecto reformadorde la administración local fracasado en el gobierno de Francisco

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Silvela y propone además una reorganización del ejército y un plan deconstrucción naval para la rehabilitación de la armada española. En1909 se produce una revuelta en el protectorado de Marruecos queobliga al gobierno a enviar tropas para hacer frente a la sublevación,lo que provoca la reacción de los elementos revolucionarios queconvocan una huelga general que termina con gravísimos incidentesen Barcelona, donde se producen saqueos e incendios de iglesias,conventos y edificios públicos que acaba con el gobierno.

De tales acontecimientos se deduce la necesidad de reorientar lapolítica del gobierno de manera que se ajuste mejor a las demandassociales y para ello se designa en 1910 para presidir el gobierno aJosé Canalejas, quien se distingue por su talante liberal y negociadorcon los elementos mas radicales de la izquierda. Sin embargo su buenánimo no es capaz de controlar la situación que se desboca y ocasio-na otra huelga general convocada por socialistas y republicanos, quetermina con represión y gravísimos disturbios y con la propia vida delpresidente, que en 1912 muere en la Puerta del Sol de Madrid, asesi-nado a manos de un anarquista.

En 1914 estalla la guerra europea y el gobierno español, presidi-do en ese momento por Eduardo Dato, opta prudentemente por lamás absoluta neutralidad. No estaba España para más guerras y así loentendieron todos los gobiernos que a lo largo de la confrontación(1914-1919) se fueron sucediendo, exactamente catorce. AdemásEspaña sacó buen partido del conflicto al convertirse en suminis-trador de materias primas y otros productos necesarios para ambosbandos contendientes, lo que representó un importante incrementode las exportaciones y consecuente mejora de la actividad producti-va y fortalecimiento de la moneda.

En octubre de 1917 se produce en Rusia la revolución bolche-vique, acontecimiento que habría de condicionar la vida de milesde millones de seres humanos durante los próximos setenta años, yen España, ligado de alguna manera con la situación crítica de los

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tiempos que se viven, en ese mismo año se producen dos hechos desingular importancia: la huelga revolucionaria que prende con espe-cial fuerza en Cataluña y la manifestación sediciosa de las Juntas deDefensa, compuesta por militares disconformes con la política delgobierno y que finalmente consiguen terminar con él.

La huelga general convocada por anarquistas y socialistas pren-de con especial virulencia en Cataluña, donde existe mayor implan-tación industrial que en otras regiones, lo que facilita la toma deconciencia de clase y con ello la mayor presencia de un proletariadoactivo en el que arraiga el movimiento revolucionario. No se debe des-lindar el movimiento revolucionario del proletariado en España conel que se está produciendo en otros países europeos con objetivocomún de subvertir el orden establecido para propiciar la llegada alpoder de las clases trabajadoras, a través de la dictadura del proleta-riado, según la doctrina defendida por los filósofos Federico Enguelsy Carlos Marx en el Manifiesto Comunista publicado en 1848.

Este movimiento revolucionario europeo lo protagoniza enEspaña el Partido Socialista Obrero Español, fundado por PabloIglesias en el año 1888, partido adscrito a la internacional socialista,movimiento supranacional que alienta y coordina los acontecimien-tos subversivos en el continente. Compañeros de viaje de los socialis-tas, que no amigos ni camaradas, son los anarquistas, tendenciaextrema que interpreta el análisis marxista como la anulación del esta-do, por lo que unen sus fuerzas a los socialistas para derribar el ordenestablecido. De la conjunción de tales esfuerzos se alimenta la huel-ga general revolucionaria que en el año que se comenta ocasiona des-órdenes y desmanes con secuelas de extrema violencia y que cristalizaen lo que se ha dado en llamar la semana trágica de Barcelona.

Ante esta situación de caos, grupos de militares españoles, uni-dos además de por su propia condición, por vínculos de lealtad ycamaradería en la represión de la permanente subversión de los terri-torios del protectorado de Marruecos en el que hacen carrera pero

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también se dejan la vida, forman las llamadas Juntas de Defensa,como elemento de presión al gobierno para reorientar la políticanacional según sus criterios e intereses, que como cabe entender, nocoinciden con los de la izquierda.

Así podría definirse el año 1917 como el de la sedimentación delas dos grandes tendencias que de forma imparable, a modo de ava-lanchas, se van formando en defensa de una idea antagónica de lo quecada una de ellas entiende por España y con ello se vislumbra ya unposicionamiento irreconciliable entre ambas que se irá acrecentandohasta el extremo de exigir, apenas veinte años después, su mutuoexterminio. Como es natural, de tal confrontación social no cabríaesperar estabilidad política alguna, de manera los dos partidos insti-tucionales dominantes se suceden en el gobierno sin aportar a losciudadanos otra cosa que no sea el divertimento de adivinar porcuanto tiempo lograrán mantenerse en el poder.

La estadística es en ocasiones un buen instrumento para facilitarla comprensión de algunas realidades. Así, la estadística indica que elnúmero de gobiernos constitucionales en los primeros 21 años del rei-nado de Alfonso XIII son los siguientes: desde el inicio en 1902 has-ta la primera gran huelga revolucionaria de 1910 (8 años), 13gobiernos; desde esa fecha hasta la semana trágica de Barcelona en1917 (7 años), 7 gobiernos; finalmente desde la última fecha hasta elgolpe militar de Primo de Rivera de 1923 (6 años), otros 13 gobier-nos; total, en 21 años, 33 gobiernos constitucionales, lo cual da unamedia de aproximadamente siete meses y medio por gobierno. Y enlos últimos 6 años, la media es aún más baja.

No caben muchas dudas a la hora de enjuiciar la situación polí-tica de España en esos años del siglo XX como de imposible. Habráquien diga que el colapso de finales del XIX unido a la permanentebronca social determinó la inestabilidad y consecuente ineficacia delos gobiernos. Pero también habrá quien diga exactamente lo contra-rio, es decir, que fue la falta de criterio y de liderazgo político los que

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propiciaron la explosiva situación social. Posiblemente ambas seanigualmente ciertas. La situación, tanto dentro como fuera de Españano podía ser más convulsa. Sin embargo, la incapacidad del sistemapara hacer frente a las grandes dificultades emergentes, no solo nomitigó los problemas, sino que ayudó a su extensión.

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FIN DE LA MONARQUÍA (1923-1930)

Como consecuencia de todo ello, en 1923 se produce el pronuncia-miento del capitán general de Cataluña Miguel Primo de Rivera,quien con la aquiescencia del rey, asume el poder, se proclama dicta-dor, depone al gobierno constitucional presidido por Manuel GarcíaPrieto y lo sustituye por un directorio militar bajo su mando.

Las razones que justifican su acción y que hace públicas el gene-ral, son fundamentalmente de orden público, según explica en unbando en el que textualmente manifiesta su propósito de «restablecerel orden, afirmar el principio de autoridad, robustecer y asegurar el funciona-miento del Estado hasta que el país ofrezca hombres rectos, sabios, laboriosos yprobos que puedan constituir un ministerio bajo nuestro amparo, pero en plenadignidad y facultad» 10.

Tiene que ver sin duda tan patriótico manifiesto con la degrada-ción institucional, consecuencia del uso y abuso del sufragio censita-rio que permite la implantación del caciquismo por la vía del controlde los electores en beneficio de intereses particulares, práctica que seviene arrastrando desde el Estatuto real de 1834, que solo será sustitui-do por el sufragio universal en la nueva constitución del año 1931.

Esos hombres rectos, sabios, laboriosos y probos los encuen-tra el general poco más de dos años después de su pronunciamientoy en diciembre de 1.925, el directorio militar que actúa como gobier-no del país es sustituido por un gobierno de civiles, entre los quedestacarán por su admirable proyección en los próximos cinco añoslos de Rafael Benjuméa, conde de Guadalhorce en la cartera defomento y José Calvo Sotelo, en la de gracia y justicia.

Así la acción de gobierno de la dictadura se dirige fundamen-talmente al de las realizaciones en el campo del desarrollo de la

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10- Miguel Primo de Rivera. Radio Barcelona, 13 de septiembre de 1.923.


infraestructuras y las obras públicas, extendiendo el ferrocarril,haciendo carreteras, puertos y pantanos, así como llevando a cabo unaingente repoblación forestal. Ello fue posible gracias a un presu-puesto equilibrado y al saneamiento de las cuentas públicas que se vie-ron aliviadas por una implacable fiscalidad y por la conversión enmonopolista al Estado en la explotación y distribución del petróleo.De esa manera la acción política del general dictador pronto surtió susefectos positivos en la renta y el bienestar de los españoles, queencontraron más empleo y más seguridad. Pero también tuvo susgrandes detractores, en quienes no aceptaron la alteración del ordenconstitucional y entendieron que la legalidad política y democráticaalterada no podía ser sustituida por una legalidad de dictador pormuy eficaz que fuera11.

En esta tesis se alineaba como es natural toda la izquierda, quesentía en sus propias carnes con mayor intensidad el azote de larepresión con que se controlaba la actividad revolucionaria. Pero nosolo la izquierda militante estaba en contra de la dictadura. Tambiénla clase intelectual rechazaba al dictador, por cuanto suponía unaintolerable ingerencia del mundo militar en la sociedad civil, con laconsecuente pérdida de las libertades garantizadas en la constitu-ción. Finalmente la clase detentadora del gran capital, no podía ver conbuenos ojos a un gobierno que convertía los grandes negocios enmonopolios estatales, que subía los impuestos y aplicaba con rigor lacreciente fiscalidad. Pudiera decirse que Primo de Rivera fue un inge-nuo que creyó poder reencauzar por sí mismo el rumbo del país enbase a sus ideas. La situación política estaba lo suficientemente cris-pada y venía tan de lejos, que aquella dictadura o «dictablanda», nopodía de ninguna manera mantenerse en el poder por mucho tiem-po. Pero además, el pronunciamiento de Primo de Rivera tuvo efec-

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11- Ver Eduardo González Calleja. La España de Primo de Rivera, La modernización autoritaria1923 -1930. Alianza Editorial, Madrid, 2005


tos colaterales verdaderamente devastadores para la estabilidad del sis-tema en su conjunto, como muy pocos años después se pondría demanifiesto.

Y es que la actitud tolerante del monarca con el dictador, su fal-ta de criterio y decisión demostrada al admitir la trasgresión del ordenconstitucional, su acomodo a una situación de excepcionalidadincumpliendo con ello su primera obligación como rey de todos losespañoles y en definitiva, y esto es lo más grave, su posicionamientoen el bando de los establecidos en el sistema, dejó huérfano del ampa-ro de la corona al conjunto de la izquierda, no solo la revolucionaria,algo que podría entenderse, sino a la totalidad del pensamiento refor-mista y crítico que incluía a media España.

Con ello Alfonso XIII dio armas a quienes veían en la monar-quía un instrumento de poder en manos de los poderosos, a quienesveían razones para culpar al régimen monárquico de la sucesión demales que se habían ido acumulando en los últimos siglos de histo-ria, a quienes veían la monarquía como un mero remedo del pasadosin significación ni sentido alguno en el presente. La monarquía seidentificó como causa del atraso, protectora de los poderosos, enemi-ga del progreso, opresora de los más débiles y contraria a las liberta-des. Obviamente tales consideraciones distaban mucho de ser ciertaso totalmente ciertas, pero así veían las cosas los españoles y ciertamen-te, el comportamiento del rey no ayudó a hacerles cambiar de opinión.Por ello, tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera y la vuelta ala normalidad constitucional, los sentimientos antimonárquicos queclamaban por el fin del sistema y el advenimiento de la repúblicatomaron fuerza y se extendieron por todo el país. En 1930, Españaera un clamor republicano.

Al general Primo de Rivera le sustituyó Dámaso Berenguer quienintentó encauzar la vuelta a la normalidad constitucional proclaman-do una amplia amnistía y prometiendo elecciones generales, hacien-do lo que en términos coloquiales se entiende como «salvar los

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