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JOSE MARIA VALVERDE Pasaremos la misteriosa puerta que guarda mi cadáver cotidiano. Tú no puedes saber lo que vale un recuerdo, una imagen suavísima a través de los años, que apenas recordamos cómo era, pero, de pronto, surge en medio de lo triste, como un dulce relámpago; no con su rostro, no con sus facciones, sino con una mezcla de sonrisa y mirada en forma de luz de oro, de luz de dicha antigua, de inocencia, de lo que no hallaré, del fondo de mis sueños; luz de origen, de Dios Tú debes ser un ángel de un edén que he perdido y no recuerdo. Y un montón de minutos iguales como arenasme separan de tí Y el espacio no existe: aquí está el mundo. Yo entré casi con pena, deteniéndome ante ti, en tu país de luz antigua Ahora sabes qué inútil fue volverte a la pared, a atar el hilo roto, querer resucitar viejos muñecos, con mano dulce sujetar el alma. Yo te vi someterte poco a poco,quitarte la corona de ilusiones,descender del sitial de libertad a querer sin querer; he contemplado tu primera sonrisa temerosa, distraída, volviéndose a luchar contigo misma y el amor naciente, como asomada a una ventana, pero, escuchando hacia dentro de la casa los pasos de alguien que entra; Ya, más difuntos, andamos por un suelo más secreto; aprendiendo a ser dos, vamos errando descalzos por lo oscuro de la casa, por donde al retumbar la voz se nota que alguien vela en silencio, mientras mana la esperanza en tinieblas, como fuente que no se oye, mas todo lo enternece; descendemos a nuestra roca viva donde se posa el pie de Cristo, el peso consolador de Dios, Venid conmigo, entrad a la sombra que llega

Jose Maria Valverde

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Page 1: Jose Maria Valverde

JOSE MARIA VALVERDE

Pasaremos la misteriosa puerta que guarda mi cadáver cotidiano.

Tú no puedes saber lo que vale un recuerdo, una imagen suavísima a través de los años,

que apenas recordamos cómo era, pero, de pronto, surge en medio de lo triste, como un dulce

relámpago; no con su rostro, no con sus facciones, sino con una mezcla de sonrisa y mirada en

forma de luz de oro, de luz de dicha antigua, de inocencia, de lo que no hallaré, del fondo de mis

sueños; luz de origen, de Dios

Tú debes ser un ángel de un edén que he perdido y no recuerdo.

Y un montón de minutos iguales como arenasme separan de tí

Y el espacio no existe: aquí está el mundo.

Yo entré casi con pena, deteniéndome ante ti, en tu país de luz antigua

Ahora sabes qué inútil fue volverte a la pared, a atar el hilo roto, querer resucitar viejos muñecos,

con mano dulce sujetar el alma.

Yo te vi someterte poco a poco,quitarte la corona de ilusiones,descender del sitial de libertad a

querer sin querer; he contemplado tu primera sonrisa temerosa, distraída, volviéndose a luchar

contigo misma y el amor naciente, como asomada a una ventana, pero, escuchando hacia dentro

de la casa los pasos de alguien que entra;

Ya, más difuntos, andamos por un suelo más secreto; aprendiendo a ser dos, vamos errando

descalzos por lo oscuro de la casa, por donde al retumbar la voz se nota que alguien vela en

silencio, mientras mana la esperanza en tinieblas, como fuente que no se oye, mas todo lo

enternece; descendemos a nuestra roca viva donde se posa el pie de Cristo, el peso consolador de

Dios,

Venid conmigo, entrad a la sombra que llega

Éste es el tiempo triste de nacer con recuerdos.

¡Qué bien cabes, pequeña, dentro del corazón!

Yo ya te conocía del país de los sueños

yo acabo de encontrar algo que nada puede quitarme; el amor éste que te tengo y que irá,

hecho huella en el alma, hasta el mar de lo eterno, como río que llega del país del dolor.

Es el quieto relámpago, la luz lunar maléfica

La Fuerza se desliza siempre por las tinieblas

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Está en nuestras cavernas ignoradas y horribles, tiene serpientes turbias en lo hondo de los

vientres,

La Fuerza llega al hombre cayendo desde arriba. Le es ajena, y en todos es la misma; por eso

tiende a pasar bajando, como un río en cascadas, a través de los hijos, rumbo a un mar ignorado.

Lo que creemos nuestro no es más que la obediencia a un oscuro destino. Pasa, y de nuestra fuerza

sólo quedan cenizas.

Ved la sangre incendiada subiendo a las montañas, empujando las ruedas, cabalgando los vientos,

amargando los mares y tiñendo las nubes. Es la Fuerza, esa Fuerza única y sobrehumana.

Un río con reptiles difusos y gusanos, y oscuridades verdes sobre limos ambiguos.

Pero un río celeste, de éxtasis y misterio, que incendia nuestro cuerpo de eternidad y Dios.