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8/14/2019 Juan Peron - Discurso en el Primer Congreso Filosofia
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Primer Congreso Nacional de FilosofaMendoza Argentina 30 marzo / 9 abril 1949
Conferencia del seor Presidente de la Nacin Juan Domingo Pern
En diciembre de 1947 la Universidad Nacional de
Cuyo (Mendoza, Argentina) convoc el Primer
Congreso Argentino de Filosofa, con participa-
cin de todos los pases hispanohablantes. Pero
el 20 de abril de 1948 el Poder Ejecutivo decretla nacionalizacin del Congreso, otorgndole
carcter nacional. El Presidente de la Nacin Ar-
gentina, general Juan Domingo Pern (1895-
1974), dispuso que el Congreso pasara a denomi-
narse Primer Congreso Nacional de Filosofa, y el
Estado puso a disposicin de los organizadores
hasta trescientos mil pesos moneda nacional. El
decreto de nacionalizacin, firmado por Pern,
fue refrendado con su firma por el Ministro de
Justicia (Belisario Gache Pirn) y por el Ministro
de Educacin (Oscar Ivanissevich). El Congreso secelebr en Mendoza entre el mircoles 30 de
marzo y el sbado 9 de abril de 1949. El propio
Pern intervino con una larga conferencia pro-
nunciada como cierre durante la sesin de clausura, ceremonia celebrada en el Teatro Inde-
pendencia de Mendoza en la tarde del sbado 9 de abril de 1949, con la presencia de Mara
Eva Duarte de Pern, todos los Ministros que integraban el Gabinete Nacional, los Rectores de
las Universidades argentinas, otras autoridades y los congresistas. Pern ofreci en esa inter-
vencin, plena de referencias histrico-filosficas, las principales posiciones ideolgicas del
justicialismo. Este texto sera difundido profusamente durante los aos cincuenta en forma de
un libro titulado La comunidad organizada.
Sesin de Clausura
La Sesin de clausura del Congreso tuvo lugar en el Teatro Independencia el 9 de abril de 1949,
a las 18, contando con la presencia del Excmo. Seor Presidente de la Nacin General Juan D.
Pern, su seora esposa Doa Mara Eva Duarte de Pern, el Excmo. Seor Vicepresidente de
la Nacin, todos los Ministros que integran el Gabinete Nacional, los Seores Gobernadores de
las Provincias de Cuyo (Mendoza, San Juan y San Luis), Rectores de las Universidades Naciona-
les, altas autoridades militares, eclesisticas y civiles,
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Conferencia del seor Presidente de la Nacin Juan Domingo Pern
Deseo, seores, que al pisar esta tierra os hayis sentido un poco argentinos y con ello nos
habris hecho un gran honor y brindado una inmensa satisfaccin.
Para el corazn argentino, en nuestra tierra, nadie es extranjero, si viene animado del deseo
de sentirse hermano nuestro. Ese corazn y esa hermandad es lo que os ofrecemos como ms
sincero y como ms precioso.
Que os sintis en vuestra casa ser nuestro orgullo. En ella nadie os preguntar quin sois y os
ofrecer, con el pan y la sal de la amistad, esta heredad de nuestros mayores, que queremos
honrar como la honraron ellos.
Seores Congresales:
Alejandro, el ms grande general, tuvo por maestro a Aristteles. Siempre he pensado enton-
ces que mi oficio tena algo que ver con la filosofa.
El destino me ha convertido en hombre pblico. En este nuevo oficio, agradezco cuanto nos ha
sido posible incursionar en el campo de la filosofa.
Nuestra accin de gobierno no representa un partido poltico, sino un gran movimiento nacio-
nal, con una doctrina propia, nueva en el campo poltico mundial.
He querido entonces ofrecer a los seores que nos honran con su visita, una idea sinttica de
base filosfica, sobre lo que representa sociolgicamente nuestra tercera posicin.
No tendra jams la pretensin de hacer filosofa pura, frente a los maestros del mundo en tal
disciplina cientfica. Pero, cuanto he de afirmar, se encuentra en la Repblica en plena realiza-
cin. La dificultad del hombre de Estado responsable, consiste casualmente en que est obli-
gado a realizar cuanto afirma.
Por eso, seores, en mi disertacin no ataco a otros sistemas, sealo solamente opiniones
propias hoy compartidas por una inmensa mayora de nuestro pueblo e incorporadas a la
Constitucin de la Nacin Argentina.
El movimiento nacional argentino, que llamamos justicialismo en su concepcin integral, tiene
una doctrina nacional que encarna los grandes principios tericos de que os hablar en segui-
da y constituye a la vez la escala de realizaciones, hoy ya felizmente cumplidas en la comuni-
dad argentina.
He querido exponer personalmente ante los seores congresales tales concepciones, en la
seguridad de que las interpretarn como un esfuerzo personal de contribucin a este Congre-
so, y en el deseo de expresar personalmente tambin a nuestros gratos huspedes toda nues-
tra consideracin y todo nuestro afecto.
ndice sumario
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El hombre y la sociedad se enfrentan con la ms profunda crisis de valores que registra su evo-
lucin
Est en nuestro nimo la absoluta conciencia del momento trascendental que vivimos. Si la
Historia de la humanidad es una limitada serie de instantes decisivos, no cabe duda de que,gran parte de lo que en el futuro se decida a ser, depender de los hechos que estamos pre-
senciando. No puede existir a este respecto divorcio alguno entre el pensamiento y la accin,
mientras la sociedad y el hombre se enfrentan con la crisis de valores ms profunda acaso de
cuantas su evolucin ha registrado.
Las conclusiones de los congresos ltimamente celebrados en el mundo prueban en cierto
modo la universalidad de esta persuasin. El Congreso Internacional de Roma de 1946, el III
Congreso de las Sociedades de Filosofa de Lengua Francesa de Bruselas en 1947, el de Edim-
burgo de 1948 y el de Amsterdam, evidencian que la inquietud intelectual ha llegado a un
momento activo.
Es posible que la accin del pensamiento haya perdido en los ltimos tiempos contacto directo
con las realidades de la vida de los pueblos. Tambin es posible que el cultivo de las grandes
verdades, la persecucin infatigable de las razones ltimas, hayan convertido a una ciencia
abstracta y docente por su naturaleza en un virtuosismo tcnico, con el consiguiente distan-
ciamiento de las perspectivas en que el hombre suele desenvolverse.
Acaso sobre el gran fondo filosfico que es la verdad, haya prevalecido una cuestin de ten-
dencias, ajenas al ansia de conocimiento a cuya satisfaccin debera consagrarse toda fuerza
creadora. En ausencia de tesis fundamentales defendidas con la perseverancia debida, surgen
las pequeas tesis, muy capaces de sembrar el desconcierto.
El hombre puede desafiar cualquier mudanza si se halla armado de una slida verdad
Los problemas sustantivos no han sido resueltos en el tiempo, tal vez porque existe un pro-
blema y una verdad demostrable para cada generacin. Quiz, para cada generacin sean
siempre los mismos tal problema y tal verdad.
Los griegos de Scrates se formulaban grandes preguntas: el ser, el principio, la virtud, la belle-
za, la finalidad, y trataron de formular debidamente sus tablas de Moral y sus principios de
Etica. No es lcito dar tales problemas por juzgados para permitirnos despus extraviar al hom-
breque ignora las viejas verdades centrales con nuevas verdades superficiales o con simples
sofismas. El hombre est hoy tan necesitado de una explicacin como aquellos para quienes
Scrates, tantos siglos atrs, forzaba sus problemas.
A los pueblos han sido descubiertos hechos de asimilacin no enteramente sencilla. Se ha per-
suadido al hombre de la conveniencia de saltar sin gradaciones de un idealismo riguroso a un
materialismo utilitario; de la fe a la opinin, de la obediencia a la incondicin.
La libertad, conquista mxima de las modernas edades, no se produjo acompaada de una
previa reestructuracin de sus corolarios. Es posible que hubiese cierta improvisacin en tal
victoria, porque siempre resulta difcil establecer el orden entre las tropas que se apoderan de
una ciudad largamente asediada.
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La edad del materialismo prctico, por otra parte, ha correspondido con un gigantesco progre-
so econmico. Una de sus caractersticas ha sido la de reducir las perspectivas ntimas del
hombre. Este no posee la misma medida de su personalidad a la sombra del olmo buclico que
junto al podero estruendoso de la mquina. Debemos preguntarnos si, al sobrevenir las radi-
cales modificaciones de la vida moderna, se produjeron las oportunas orientaciones llamadas aequilibrar al hombre conmovido por la violenta transicin al espritu colectivo.
Preclaros cerebros han intentado advertir al mundo del peligro que supone que el hecho no
haya tenido un prlogo ni una preparacin; de que no se haya adaptado previamente el espri-
tu humano a lo que haba de sobrevenir. El hombre puede desafiar cualquier contingencia,
cualquier mudanza, favorable o adversa, si se halla armado de una verdad slida para toda la
vida. Pero si sta no le ha sido descubierta al comps de los avances materiales, es de temer
que no consiga establecer la debida relacin entre su yo, medida de todas las cosas, y el mun-
do circundante, objeto de cambios fundamentales.
En tal coyuntura la filosofa recupera el claro sentido de sus orgenes. Como misin pedaggicahalla su nobleza en la sntesis de la verdad, y su proyeccin consiste en un iluminar, en un
llevar al campo visible formas y objetos antes inadvertidos; y, sobre todo, relaciones. Relacio-
nes directas del hombre con su principio, con sus fines, con sus semejantes y con sus realida-
des mediatas.
De los elevados espacios donde las razones ltimas resplandecen, procede la norma que arti-
cula al cuerpo social y corrige sus desviaciones.
Si la crisis medieval condujo al Renacimiento, la de hoy, con el hombre ms libre y la concien-
cia ms capaz, puede llevar a un renacer ms esplendoroso
Entra en lo posible que las tradiciones muertas no resuciten. Si el pensamiento humano, con-
siderado como tesoro de conceptos, se mira a travs del ritmo vertiginoso y febril de la vida
actual, puede que aparezca como un campo desolado, escenario de patticas batallas. Es posi-
ble tambin que muchas tradiciones cadas no sean adaptables al signo de la presente evolu-
cin y que otras hayan perdido incluso su objeto. En cierto modo era ste el panorama de la
humanidad en los albores de la Edad Media: se consideraban suficientemente definidas algu-
nas verdades, pero aun stas aparecan cerradas y custodiadas, y el pueblo se alimentaba slo
de fe. La verdad socrtica, la platnica y la aristotlica, no fueron textos prcticos para el me-
dievo, que haban perdido, en el fragor de una terrible crisis, todo contacto con la continuidad
intelectual del pasado. Es cierto que no resucitaron entonces muchas tradiciones, pero con los
restos del naufragio, el pensamiento humano elabor, a la luz de la fe, que es indeclinable, una
nueva mstica, con un nuevo contenido.
El Renacimiento prueba que el camino es un factor asequible al hombre en todo momento. No
es el rigor de nuestra crisis el que debieron arrostrar las islas pensantes de la Edad Media: el
nuestro es, simplemente, un rigor de otra clase. No tiene ante s, o no cree tenerlo, un infinito.
No da la sensacin de producirse para el tiempo, sino para el momento.
Se dira de algunos, que les preocupan menos las verdades que las apariencias, y menos la
visin de lo ltimo y lo general que lo inmediato y personal. La marcha fatigosa y rpida de la
evolucin social, como de la econmica, han trastornado los habituales paisajes de la concien-
cia.
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lo inmediato de la accin de crear asequible a nuestros sentidos, y ms tarde su representa-
cin ltima en la Omnipotencia.
Quin es Dios para que le ofrezcamos sacrificios?, pregunta el Rig-Veda. Padre del Universo,
Prajapati llama a este ser, al que todo parece subordinado. Idntica preocupacin se nos for-mula en el lgo griego, la palabra primera, la primera voz, fuerza que encabeza posteriormente
el Antiguo Testamento. Era necesario ese verbo para diferenciar a su luz el bien del mal,
como era necesario Prajapati para reconocer luego en su poder el atman hind, el alma, el yo
mismo.
Cuando Platn afirma que Dios es la medida de todas las cosas, cobra altura el hombre medida
de todas las cosas de Protgoras, porque entre ellas se hallan muchas a las que el hombre no
halla en la Naturaleza una explicacin razonable. Muchos siglos despus, un ilustre cerebro
haba de explicar con admirable sencillez el proceso de esa inquietud. No tena necesidad por
cierto de apoyarse Vctor Hugo en la teora de los druidas, dos mil aos antes de Jesucristo,
segn los cuales las almas pasan la eternidad recorriendo la inmensidad para preguntar,sobre la necesidad de un orden supremo, lo siguiente: Y no hay Dios? Cmo el hombre, pe-
recedero, enfermo y vil, tendra lo que le falta al universo? La criatura llena de miserias tendr-
a ms ventajas que la creacin llena de soles! Tendramos un alma y el mundo no! El hombre
sera un ojo abierto en medio del universo ciego. El nico ojo abierto! Y para ver qu? La
nada!
No es imposible distinguir en esas frases la enunciacin feliz del problema del pensamiento
antiguo.
La formacin del espritu americano y las bases de la evolucin ideolgica universal
Cuando el Renacimiento lucha por levantar de las ruinas los valores sustantivos, no se apoya
slo en la Revelacin ni en la disposicin religiosa congnita del hombre. El camino abierto por
los griegos ser mtodo para los escolsticos y punto de referencia para la reaccin posterior.
El credo ut intelligam de Santo Toms informa toda una Edad humana.
Centra sobre un fin la esencia y el existir; condiciona una tica y una moral y, acaso, por prime-
ra vez, se relacione con sta, en jerarqua de necesidad, el libre albedro, la libertad de la vo-
luntad, como requisito de la Moral. La tomstica, cualquiera sea el curso ulterior del pensa-
miento, centr al hombre en un momento decisivo ante un [141] panorama hasta entonces
confuso. Lo centr con poder suficiente para negar los propios principios de que esta situacin
proceda. En cierto modo, los adversarios del tomismo, por lo que a la definicin de los valores
humanos respecta, son fruto suyo. Cuando el romanticismo de Spinoza califica a lo Supremo
de sustancia del Universo, se halla estructurado ya un mundo de valores, que servir a la
humanidad para lanzarse a uno de sus ms tremendos y eficaces esfuerzos. Lo planteado
habr sido la crisis del espritu europeo, la formacin del espritu americano y la evolucin
ideolgica universal posterior. A travs de las ideas religiosas del Renacimiento y de principios
de la Edad Moderna el hombre recibe del pensamiento helnico, como Israel desde el Sina,
una tabla de valores. Pero observemos que el resultado indirecto de tales valores, al situar al
ser humano ante Dios, fue definir la jerarqua del hombre.
Poco despus, Descartes habr desviado el ancho y ambicioso cauce con sentido vertical, para
ofrendar a una ciencia naciente y progresista la preocupacin inicial del mundo antiguo. El
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pienso, luego existo, dar como supuesto previo un orden, una naturaleza establecida, un
hombre. Y ser indiferente a esta enunciacin la pertinaz pregunta ltima del hombre.
La filosofa empezar a fragmentarse; aparecer una alta especulacin cientfica, consumada
en especialidades, dorada por los profundos intentos del racionalismo kantiano, y otra de ma-tices ms prcticos, ms directos, pero de contenido inferior. En adelante, las preocupaciones
sern inmediatas o especficas.
No existe punto ninguno de contacto entre los problemas de Scrates y los de Voltaire. La ten-
dencia ha cambiado de direccin. Lo que era movimiento vertical es ahora traslacin horizon-
tal.
Comte verifica un hbil escamoteo de objetivos: sustituye el culto de Dios por el culto de la
humanidad. Ser, rigurosamente, el principio de una edad distinta, pero, entendmonos, de
una mutacin histricamente necesaria y til.
Se opera una revolucin total, grandiosa en sus aspectos materiales, pero tal vez mal acompa-
ada de una visin correcta de las perspectivas de fondo. Estas empiezan a esfumarse de las
operaciones intelectuales y con ellas se esfuma insensible y progresivamente tambin la medi-
da del hombre; la que ste posea de su situacin y de las cosas, a travs de s, como reflejo de
fuerzas superiores. El progreso se acenta en la tcnica y en el movimiento social, pero no se
puede decir que vigorice por s solo parcelas ntimas antao regadas por la intuicin de las
magnitudes csmicas.
El reconocimiento de las esencias de la persona humana como base de la dignificacin y del
bienestar del hombre
Cuando llegamos a Darwin y a sus conexiones con la filosofa, advertimos de pronto que esta-
mos ya muy lejos del mundo de Scrates y sus figuras pensantes. La evolucin se nos ofrece
como una teora biolgica que no desease sostener trato de ninguna especie con otro linaje de
cuestiones. Y por debajo del mundo cientfico, se plantea el problema de si el alma humana
puede digerir la sustitucin de su culto elemental y tradicional, por una exgesis puramente
cientfica.
En ltimo trmino esta orientacin no nos produce resultados positivos en orden a la organi-
zacin de la vida comn. No podemos deducir de ella el clima de una nueva Etica y mucho
menos el de una nueva Moral. Es un problema biolgico lo preferido; un suceso de orden fsi-
co, del que es ms difcil extraer consecuencias para la vida espiritual de los pueblos. No es
posible fundar sobre una ley tcnica, desconectada de las razones ltimas, una ley positiva, ni
siquiera un tratado de buenas costumbres.
Elevada una explicacin semejante a lo general, el hombre, la sociedad o el Estado, se ven
obligados a inventar de pronto una escala nueva de valores, una nueva Moral. En el apogeo de
una edad de ambiciones materiales, despus de un largo espacio, casi siglo y medio, de des-
echar todo razonamiento metafsico, el pensamiento no sabe permanecer indefinidamente
refugiado en criterios marginales, ni gusta de trasladar sus cultos para proveerse de los mis-
mos resultados.
Desde una esfera rectora, al considerar la posibilidad de proveer a los pueblos de buenas con-
diciones materiales de vida, el problema deja de ser abstracto para convertirse en una necesi-
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dad apremiante. El hombre que ha de ser dignificado y puesto en camino de obtener su bien-
estar, debe ser ante todo calificado y reconocido en sus esencias. [143]
La realizacin perfecta de la vida
Entendemos en la virtud socrtica la realizacin perfecta de la vida. Esto es: comprensin de la
propia personalidad y del medio circundante que define sus relaciones y sus obligaciones pri-
vadas y pblicas.
Cuando Leibniz nos dice: Quien lo hubiera contemplado todo, lo lejano y lo cercano, lo propio
y lo extrao, lo pasado y lo futuro, con la misma claridad y distincin, con lo cual por supuesto
desaparecera la diferencia de cercano y lejano, propio y extrao, pasado y futuro, ese tal, libre
de pecado, slo querra y realizara el bien, alude al arquetipo de virtud que puede producir el
desdn ante lo perecedero.
No sera una actitud, sino una escptica o una apostlica inhibicin. La virtud socrtica eraactuante, tan batalladora como haba de ser despus la cristiana; contemplaba el mundo
prctico y lo saba lleno de tentaciones y dificultades.
Virtuoso para Scrates era el obrero que entiende en su trabajo, por oposicin al demagogo o
a la masa inconsciente. Virtuoso era el sabedor de que el trabajo jams deshonra, frente al
ocioso y al politiquero.
En el Eutifrn nos dice Platn que no hay una virtud especfica, un ideal especfico para cada
cual, sino un ideal del hombre que no es acaso ms que una disposicin para resolver las ecua-
ciones vitales con arreglo a una estimativa tica.
Los valores morales han de compensar las euforias de las luchas y las conquistas y oponer un
muro infranqueable al desorden
El bien y el mal obran sobre el hombre como sobre la sociedad. De lo individual a lo colectivo
sus momentos oscilan entre arrebatos msticos y paroxismos pavorosos. Una postura moral
procedente de un fondo religioso slido o de una refinada educacin tica intenta [144] esti-
pular los lmites entre posibles y tentadores extremos. El hombre, en la desgracia, tiende a la
introversin como tiende la extraversin en la prepotencia. La duda y la soberbia, son los ex-
tremos mximos de esa oscilacin, producida en ausencia de medidas suficientes.
La ciencia puede resolver en la abstraccin los problemas, partiendo de premisas igualmente
abstractas, pero en la vida de las comunidades los efectos de esas oscilaciones suelen ser muy
otros. Cuando un pueblo se aproxima a un momento grave, sus cerebros de primera fila se
preguntan si el nimo estar debidamente preparado para las horas que se avecinan.
Pues bien; es forzoso plantearse la misma pregunta cuando se trata de llevar a la humanidad a
una edad mejor. Incumbe a la poltica ganar derechos, ganar justicia y elevar los niveles de la
existencia, pero es menester de otras fuerzas. Es preciso que los valores morales creen un cli-
ma de virtud humana apto para compensar en todo momento, junto a lo conquistado, lo debi-
do. En ese aspecto la virtud reafirma su sentido de eficacia. No ser slo el herosmo continuo
de las prescripciones litrgicas; es un estilo de vida que nos permite decir de un hombre que
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ha cumplido virilmente los imperativos personales y pblicos: dio quien estaba obligado a dar y
poda hacerlo, y cumpli el que estaba obligado a cumplir.
Esa virtud no ciega los caminos de la lucha, no obstaculiza el avance del progreso, no condena
las sagradas rebeldas, pero opone un muro infranqueable al desorden.
El amor entre los hombres habra conseguido mejores frutos en menos tiempo del que ha cos-
tado a la humanidad la siembra del rencor
Necesariamente ha debido ser larga la poca de la revolucin social, a la que caracteriz un
adusto ceo. Todava no puede considerrsela realizada, pero es preciso que aquella interpre-
tacin de la virtud socrtica esparza, junto a la conciencia de la dignidad humana, otra clase de
valores. Junto al imperativo categrico kantiano se ofrece al mundo un campo ilimitado. Obra
en todo momento como si las mximas de tu conducta particular debieran convertirse en leyes
generales. Kant proclam ante la expectacin de la humanidad un credo que slo podra hallarprecedentes en los principios cristianos del amor mutuo, con la diferencia de que en este caso
la enunciacin afecta el rigor de la disciplina.
El trasladar a lo colectivo lo que se desea en lo ntimo, es insinuar la superacin de cuanto
hubo de aislamiento y desdn en una poca de gloriosos intentos.
Leemos en Empdocles que las alternativas en el predominio del amor y del odio engendran
los diversos perodos en el mundo. Puede muy bien ser cierto, aunque Empdocles no buscase
la misma conclusin, porque la humanidad ha conocido entre pocas de odio otras de un vivir
con los brazos abiertos hacia todas las posibilidades de la humana naturaleza. Bajo ese imperio
de msticos frutos se vislumbran mundos nuevos, se educan nacientes nacionalidades, se des-truyen las barreras.
Pero es sintomtico que tales resultados se hayan obtenido slo ante la presencia de un ene-
migo comn y de un modo poco duradero: una desolada experiencia arm la tesis del pesi-
mismo.
Algo falla en la naturaleza cuando es posible concebir, como Hobbes en el Leviathan, al homo
hominis lupus, el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia co-
mo un palenque donde la hombra puede identificarse con las proezas del ave rapaz. Hobbes
pertenece a ese momento en que las luces socrticas y la esperanza evanglica empiezan a
desvanecerse ante los fros resplandores de la Razn, que a su vez no tardar en abrazar al
materialismo. Cuando Marx nos dice que de las relaciones econmicas depende la estructura
social y su divisin en clases y que por consiguiente la Historia de la humanidad es tan slo
historia de las luchas de clases, empezamos a divisar con claridad, en sus efectos, el panorama
del Leviathan.
No existe probabilidad de virtud, ni siquiera asomo de dignidad individual, donde se proclama
el estado de necesidad de esa lucha que, es por esencia, abierta disociacin de los elementos
naturales de la comunidad. Al pensamiento le toca definir que existe, eso s, diferencia de in-
tereses y diferencia de necesidades, que corresponde al hombre disminuirlas gradualmente,
persuadiendo a ceder a quienes pueden hacerlo y estimulando el progreso de los rezagados
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Pero esa operacinen la que la sociedad lleva ocupada con dolorosas vicisitudes ms de un
siglo no necesita del grito ronco y de la amenaza y mucho menos de la sangre, para rendir los
apetecidos resultados. El amor entre los hombres habra conseguido mejores frutos en menos
tiempo, y si hall cerradas las puertas del egosmo, se debi a que no fue tan intensa la educa-
cin moral para desvanecer estos defectos, cuanto lo fue la siembra de rencores.
El grado tico alcanzado por un pueblo imprime rumbo al progreso,crea el orden y asegura el
uso feliz de la libertad
Esa virtud nos sita de plano en el campo de lo tico. La actitud se enfrenta con el mundo ex-
terior. Se trata de ver hasta qu punto es susceptible de perfeccionar los mdulos de la propia
existencia.
Aristteles nos dice: El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo
no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana, sino en el organismo super-individual del Estado; la tica culmina en la poltica. El proceso aristotlico nos lleva un punto
ms lejos del proyectado. Deseamos referirnos slo a la imposicin de la convivencia sobre las
proyecciones de la actitud individual. Nuestra virtud no ser perfecta hasta ser completada por
esa tica, que mide los valores personales.
La vida de relacin aparece como una eficaz medida para la honestidad con que cada hombre
acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida, que en parte muy importante proceder
de la educacin recibida y del clima imperante en la comunidad, depende la suerte de la co-
munidad misma.
Habr pueblos con sentido tico y pueblos desprovistos de l; polticas civilizadas y salvajes;proyeccin de progreso ordenado o delirantes irrupciones de masas. La diferencia que media
entre extraer provechosos resultados de una victoria social o anegarla en el desorden, corres-
ponde a las dosis de tica posedas.
Tales dosis caracterizan los diversos perodos de la Historia. Hacen glorioso el triunfo y sopor-
table el fracaso; atenan las calamidades; prestan fuerzas de reserva.
El progreso est, por lo dems, en absoluta relacin de dependencia con el grado tico alcan-
zado: establece la moral de las leyes y puede interpretarlas sabiamente. Para la vida pblica
esto significa el orden, la accin y el uso feliz de la libertad.
Permtaseme decir que la libertad posee carta de naturaleza en los pueblos que poseen una
tica, y es transente ocasional donde esa tica falta. Santo Toms dice: La libertad de la vo-
luntad es un supuesto de toda moral; solamente las acciones libres, derivadas de una reflexin
racional, son morales. Es cierto que slo esas acciones pueden alcanzar el calificativo de mora-
les cuando se han producido con arreglo a ciertos requisitos.
La libertad fue primariamente sustancia del contenido tico de la vida. Pero, por lo mismo, nos
es imposible imaginar una vida libre sin principios ticos, como tampoco pueden darse por
supuestas acciones morales en un rgimen de irreflexin o de inconsciencia.
El sentido ltimo de la tica consiste en la correccin del egosmo
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Spencer nos dice que el sentido ltimo de la Etica consiste en la correccin del egosmo.
El egosmo, que forj la lucha de clases e inspir los ms encendidos anatemas del materialis-
mo, es al mismo tiempo sujeto ltimo del proceder tico. Corresponde seguramente una acti-tud ante esa disposicin cerrada que produce la sobrestimacin de los intereses propios. La
enunciacin de tal cosa corresponde en la Historia a una sangrienta y dura evolucin, cuyo fin
no podemos decir que se haya alcanzado an.
Si la felicidad es el objetivo mximo, y su maximacin una de las finalidades centrales del afn
general, se hace visible que unos han hallado medios y recursos para procurrsela y que otros
no la han posedo nunca. Aqullos han tratado de retener indefinidamente esa condicin privi-
legiada, y ello ha conducido al desquiciamiento motivado por la accin reivindicativa, no siem-
pre pacfica, de los peor dotados. El egosmo estaba destinado, acaso por designio providen-
cial, a transformarse en motor de una agitada edad humana. Pero el egosmo es, antes que
otra cosa, un valor-negacin, es la ausencia de otros valores; es como el fro, que nada significasino ausencia de todo calor. Combatir el egosmo no supone una actitud armada frente al vicio,
sino ms bien una actitud positiva destinada a fortalecer las virtudes contrarias; a sustituirlo
por una amplia y generosa visin tica.
Difundir la virtud inherente a la justicia y alcanzar el placer, no sobre el disfrute privado del
bienestar, sino por la difusin de ese disfrute, abriendo sus posibilidades a sectores cada vez
mayores de la humanidad: he aqu el camino.
La humanidad y el yo. Las inquietudes de la masa
Cuando Eurpides pone junto al yo clamante la masa que, desde el coro, expone las inquietu-des y pareceres colectivos, extiende junto al yo la dilatada llanura de la humanidad. Descubre
en ella un elemento perfecto de medicin. El ser individual halla su proporcin vertical y hori-
zontalmente.
Al exponer Humboldt el ideal de humanidad, se gesta, en el campo histrico, el ideal del hom-
bre universal, erigido en representante supremo de la civilizacin. Comte lo ciment al afirmar
que la Sociologa es la base necesaria de la Poltica. Hegel llev a sus ltimas consecuencias
filosficas esa certera intuicin. Afirm del espritu, que existe por s mismo, que slo podr
llegar el pleno ser en s en la medida en que el yo se eleve al nosotros o, con sus palabras, al yo
de la humanidad. El racionalismo postkantiano haba trasladado asimismo su campo visual
desde el individuo a la sociedad, desde el hombre a la humanidad.
Los chispazos de una revolucin poltico-econmica, con la ereccin del industrialismo y el
capitalismo, generados por el Progreso en las entraas de la Revolucin liberal, provocaron la
expansin de los valores individuales hacia los contornos pblicos, o mejor dicho, el contorno
filosfico del ser empez a apreciarse mejor en su dintorno.
El individuo se hace interesante en funcin de su participacin en el movimiento social, y son
las caractersticas evolutivas de ste las que reclaman atencin preferente. Para derribar las
defectuosas concepciones de la etapa de los privilegios fue necesario un implacable desdo-
blamiento de la fortaleza-unidad del individuo. Pero apresurmonos a reconocer que tal muta-
cin debe considerarse precedida de una larga etapa terica. La prctica corresponde a nues-
tro siglo y est en sus comienzos.
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Ello tiene una explicacin hasta cierto punto sencilla. Cuando decimos que el trnsito efectua-
do deriv del viejo estado histrico de necesidad al moderno de libertad, pensando mejor en
el individuo que en la comunidad, enunciamos una visin oblicua de la evolucin. La etapa
preparatoria, o terica de realizacin del yo en el nosotros, fue, cabalmente, una fase aptapara permitir la cesin de los principios rectores que, sin caer todava sobre la masa, facilitaba
a los nuevos grupos dirigentes al suspirado desplazamiento del poder.
La libertad entonces proclamada precisa un esclarecimiento si ha de considerarse su vigencia.
Si por sentido de libertad entendemos el acervo palpitante de la humanidad, frente al estado
de necesidad dictado por el imperio indiscutido de una fraccin electoral, deberemos plante-
arnos inmediatamente su problema mximo: su incondicin, y, sobre todo, su posibilidad de
opcin.
Libre no es un obrar segn la propia gana, sino una eleccin entre varias posibilidades profun-
damente conocidas. Y tal vez, en consecuencia, observaremos que la promulgacin jubilosa deese estado de libertad no fue precedida por el dispositivo social, que no disminuy las des-
igualdades sociales en los medios de lucha y defensa ni, mucho menos, por la accin cultural
necesaria para que las posibilidades selectivas inherentes a todo acto verdaderamente libre
pudiesen ser objeto de conciencia. El fondo consciente que presta contenido a la libertad, la
autodeterminacin popular, sobreviene a muy larga distancia en el tiempo del prlogo poltico
de la cuestin. Cuando el ideal de humanidad empieza a abrirse paso, cuando las crisis de los
hechos produce la revolucin de las ideas, advertimos que los antiguos enunciados no ensam-
blan de un modo perfecto con el signo de la evolucin. Son esbozos, o reflejos imperfectsi-
mos, de un ideal mucho ms antiguo: el griego.
Superacin de la lucha de clases por la colaboracin social y la dignificacin humana
La lucha de clases no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda espe-
ranza de fraternidad humana. En el mundo, sin llegar a soluciones de violencia, gana terreno la
persuasin de que la colaboracin social y la dignificacin de la humanidad constituyen
hechos, no tanto deseables cuanto inexorables. La llamada lucha de clases, como tal, se en-
cuentra en trance de superacin. Esto en parte era un hecho presumible. La situacin de lucha
es inestable, vive de su propio calor, consumindose hasta obtener una decisin. Las llamadas
clases dirigentes de pocas anteriores no podan sustraerse al hecho poco dudoso de sus crisis.
La humanidad tena que evolucionar forzosamente hacia nuevas convenciones vitales y lo ha
hecho. La subsistencia de mviles de violenta induccin ofrece el espectculo de un avance
hacia la descomposicin por el desgaste o hacia la adopcin de frmulas estriles. La aspira-
cin de progreso social ni tiene que ver con su bulliciosa explotacin proselitista, ni puede
producirse rebajando o envileciendo los tipos humanos. La humanidad necesita fe en sus des-
tinos y accin, y posee la clarividencia suficiente para entrever que el trnsito del yo al noso-
tros, no se opera metericamente como un exterminio de las individualidades, sino como una
reafirmacin de stas en su funcin colectiva. El fenmeno, as, es ordenado y lo sita en el
tiempo una evolucin necesaria que tiene ms fisonoma de Edad que de Motn. La confirma-
cin hegeliana del yo en la humanidad es, a este respecto, de una aplastante evidencia.
Revisin de las jerarquas
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Importa, seguramente, no perder de vista al hombre en esta nueva contemplacin revisionista
de las jerarquas. No es perfectamente imposible disociar el todo de las partes o acentuar ex-
clusivamente sobre lo colectivo, como si fuese por entero diferente a la condicin de los ele-
mentos formativos. La sublimizacin de la humanidad no depende de su consideracin prefe-
rente como del hecho de que el individuo que la integra alcance un grado que la justifique. Lasenda hegeliana condujo a ciertos grupos al desvaro de subordinar tan por entero la individua-
lidad a la organizacin ideal, que automticamente el concepto de humanidad quedaba redu-
cido a una palabra vaca: la omnipotencia del Estado sobre una infinita suma de ceros.
Como podemos entender al hombre, o divisarle mejor, en el marco de esa humanidad que lo
realiza, ser, en su jerarqua propia, atento a sus propios fines y consciente de su participacin
en lo general.
Slo as podremos hablar del problema de la redencin como de una perfeccin realizable por
elevacin, en la vida en comn.
Puede que DAlembert acertase al pronosticar la subordinacin del pensamiento -luz a la tcni-
ca y hemos visto que los problemas inmediatos, sociales, polticos y econmicos, produjeron
un grado de obnubilacin suficiente para desvanecer en la zozobra colectiva los sagrados fines
del individuo.
En el seno de la humanidad que soamos, el hombre es una dignidad en continuo forcejeo y
una vocacin indeclinable hacia formas superiores de vida. Tales factores no operan, por cier-
to, en una consideracin simplemente masiva de la biologa social. De su ignorancia o de su
sojuzgamiento depende precisamente el xito de nuestra poca.
Slo en ese punto podemos examinar con mejores garantas de acierto la gran posibilidad deese ideal de humanidad. Si no lo buscamos a travs de esta misma, como una expresin de
bloque con necesidades de bloque, sino a travs del individuo, hallaremos enseguida sus dos
caractersticas esenciales: humanidad como crisol de la dignidad y como atmsfera de libertad.
Si recordamos a Antstenes, veremos que su ideal de libertad no era en absoluto compatible
con ningn ideal razonado de humanidad. Hay una libertad irrespetuosa ante el inters
comn, enemiga natural del bien social. No vigoriza al yo sino en la medida que niega al noso-
tros, y ni siquiera se es til a s misma para proyectar sobre su actividad una noble calificacin.
Kant insina cul podr ser el alto sentido de la libertad al situarla en el campo de la ley moral
y en el espacio del destino. Nada nos impide considerar como destino no slo la finalidad indi-
vidual, o la suma de sus probabilidades, sino la suma de las probabilidades generales. La misma
ley moral no ser considerada como ente aislado, como principio personal, sino como visin
mxima del ideal de conducta universal. Con arreglo a ambas fuerzas presupone Kant la capa-
cidad de autodeterminacin y la llama casualidad libre. La existencia de esa personalidad es un
postulado de la razn prctica. Pero Fichte va ms lejos todava: El grado supremo slo llega a
lograrsenos dice cuando sobre ese ciego deseo de poder y sobre la arbitrariedad del indivi-
duo se sobrepone en uno la voluntad de libertad, de soberana del hombre, la voluntad racio-
nal. El hombre no es una personalidad libre hasta que aprende a respetar al prjimo.
La conclusin de que slo en el dilatado marco de la convivencia puede producirse la persona-
lidad libre, y no en el aislamiento, puede ser el agregado indispensable al ideal filosfico de
sociologa, cuya expresin ms simple sera la de que nos es grato llegar a la humanidad por el
individuo y a ste por la dignificacin y acentuacin de sus valores permanentes.
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Espritu y materia: dos polos de la filosofa
Desde los primeros tiempos el tema magno de las tareas filosficas fue una cuestin de acen-tuacin. Su campo ofreca las distintas y aun opuestas probabilidades segn que el acento, la
visin preferente, recayese sobre el espritu o sobre la materia. La disociacin se caracteriz
por un conflicto con la esencia religiosa, paladn de la inmortalidad del alma y consecuente-
mente de su primaca. El problema de los valores individuales y de los sociales dependi en
todo momento de esa acentuacin, no debida, por cierto, a caprichosas veleidades.
En la larga y laboriosa investigacin en que el pensamiento mundial ha consumido sus mejores
energas, se han producido, como chispazos inesperados, revelaciones que sostienen hoy el
eterno templo del saber. Pero en el orden de sus consecuencias importa sobremanera com-
prender que del hecho de subrayar, quiero decir, del lado en que decidamos situarnos para
contemplar las cuestiones propuestas, depende nuestra calificacin ulterior de lo vital.
Inclinarse hacia lo espiritual o hacia lo material pudo ser una actividad selectiva de ndole pen-
sante o de gnesis cientfica cuando apareca pura en un grado anterior de la evolucin. No es
sa la situacin del mundo actual, ciertamente. Los problemas presentes, la superpoblacin, la
presencia de las masas en la vida pblica, la traduccin poltica de las doctrinas, confieren agu-
da responsabilidad al hecho, en apariencia intrascendente, de tomar partido en la suprema
disputa.
Cuerpo y alma: el cosmos del hombre
Acaso corresponda el mrito de su iniciacin al pensamiento oriental. Cuando hallamos en losVedas la severa afirmacin de que, con carcter sustancial, se hallan en abierta oposicin alma
y cuerpo o, dicho con propiedad, espritu y naturaleza, experimentamos la sensacin de haber
chocado con una duda larvada desde el Gnesis. La pugna por reprimir la rebelda de la mate-
ria y subordinarla por entero al espritu que supone la prctica del Yoga, y su tendencia por
liberar el alma de la apetencias y dolores del cuerpo, nos advierte que la cuestin haba sido
enrgicamente planteada en los albores mismos de la civilizacin.
Para Aristteles el universo constituye una serie, en uno de cuyos extremos se encuentra la
pura materia y en otro la pura forma. Claro est que en su pensamiento la forma, la causa
formal del ser, su contenido, no era otro que el alma. Pero esa polaridad enuncia con la nece-
saria evidencia el carcter distinto de ambas fuerzas. Importa no perder de vista la visin aris-
totlica, sobre la que descansa en lo sucesivo la visin espiritualista mundial que ha de suce-
derle.
Para Platn, el problema consiste en el vencimiento por el alma de las potencias inferiores. El
cristianismo agrega a la visin helnica la fe. El temor a la disociacin, en el supuesto de la
inmortalidad, desaparece en l por la purificacin.
En la escuela tomista se opera la fusin del pensamiento cristiano con la dualidad aristotlica.
Descartes, primero en encaminar a la filosofa por una senda nueva, ignorada hasta entonces,
parte tambin de las bases tradicionales. Su exposicin del proceso partiendo de la ] existencia
de Dios, el cuerpo y el alma, constituye el prlogo de una posterior explicacin mecnica del
universo. Fue sta y no su prlogo lo que la disputa general recogi. Slo en Pitgoras podra-
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mos hallar una preocupacin, o una tendencia, de parecido carcter, pero la influencia carte-
siana gravit con enormes fuerzas en el desarrollo de las investigaciones.
Berkeley y DAlembert parecen situados, aunque la imagen no sea perfecta, en los dos extr e-
mos de esa serie aristotlica. La vigorosa acentuacin se convertir en un hecho de hondasrepercusiones. Descartes dej abandonada, como al azar sobre el tapete, su teora de la casua-
lidad y sta, en otras manos, prolifer la conversin de las jerarquas espirituales en extraas
opacidades.
Parece incomprensible que la indiferencia de un hombre dotado de tan grave desprecio hacia
la masa como Voltaire, ejerciese tan demoledora influencia sobre los principios en que aqulla
podra sustentar su lnea de valores.
La disciplina cientfica nos aleja ya de la visin de las esencias centrales. Kant nos situar ante
los conceptos, el espacio y el tiempo, que Bergson convertir en materia y memoria. Para el
romanticismo de Schelling la serie aristotlica se sostiene en el dualismo, pero sobre el pen-samiento alemn gravita ya la poca. Esas fuerzas, adems, se hallan en permanente tensin.
El marxismo convertir en materia poltica la discusin filosfica y har de ella una bandera
para la interpretacin materialista de la Historia.
Hemos pasado de la comunin de materia y espritu al imperio pleno del alma, a su disociacin
y a su anulacin final. Ciertamente, pese al flujo y reflujo de las teoras, el hombre, compuesto
de alma y cuerpo, de vocaciones, esperanzas, necesidades y tendencias, sigue siendo el mis-
mo. Lo que ha variado es el sentido de su existencia, sujeta a corrientes superiores.
Esa acentuacin oscilante lo mismo puede someterle como ente explotable al despotismo de
individualidades egostas, que condenarle a la extincin progresiva de su personalidad en unamasa gobernada en bloque.
En los hegelianos existi una derecha y una izquierda. Tan pronto como esa escuela se reflej
en el poder asistimos a la formacin de sociedades de ndole diversa: el hombre apareci anu-
lado en unas, frente a los imperativos estatales, o con vagas posibilidades de redencin en
otras, condicionadas por el equilibrio entre el inters comn y la jerarqua individual. En ambos
casos no nos est permitido dudar de la trascendencia de Hegel en la liquidacin de la disputa.
Si la derecha hegeliana puede derivar hacia un tesmo conservador, la izquierda se desliza ne-
cesariamente a un materialismo no filosfico y, me atrevera a sostenerlo, no humano. Por
distintos caminos, se alcanza la pendiente marxista.
Cuando este forcejeo por la interpretacin de la verdad produjo un estado de hecho, ocasio-
nando la crisis de los valores sociales, surge una nueva explicacin. Acaso resulte prudente
considerarla. En Heidegger y en Kierkegaard observamos un cierto esfuerzo por retomar la va
de la antigua comunin. Obligados a sacrificar algunos principios para caracterizarla, intentan
sin embargo la rectificacin. Cuando Heidegger expone la necesidad de que ste llegue a reali-
zarse, a lograr una plenitud, establece su divorcio con la corriente que bajo la arquitectura del
bloque amenazaba aniquilar al hombre. Kierkegaard proporcion un sentido igualmente ele-
vado a la exposicin de tales ideas restituyendo a la controversia su sentido vertical, al relacio-
nar nuevamente espritu y alma con su causa y su finalidad.
Keyserling haba observado el fondo del problema atentamente al decir que el esfuerzo de los
siglos XVIII y XIX fue unilateral, pues haban dejado el alma al margen del progreso. Klages lleg
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a decir que bajo la influencia destructora del espritu llegara a su ocaso, en un da no lejano, la
vida terrenal oponindole en su esencia el alma. En semejantes tiempos ya no resultaba popu-
lar el hombre de Vico, un conocer, un querer y un poder que tiende al infinito. Vctor Hugo,
otra vez, el genial pensador francs, lanzar en la plaza pblica, frente al monumento de Se-
tiembre unas frases imperecederas: ...Si no hay en el hombre algo ms que en la bestia pro-nunciad sin rer estas palabras: Derechos del hombre y del ciudadano, derecho del buey, dere-
cho del asno, derecho de la ostra: producirn el mismo sonido. Reducir el hombre al tamao
de la bestia, disminuirle en toda la altura del alma que se le ha quitado, hacer de l una cosa
como otra cualquiera; eso suprime de un golpe muchas declaraciones acerca de la dignidad
humana, de la libertad humana, de la inviolabilidad humana, del espritu humano y convierte
todo ese montn de materia en cosa manejable. La autoridad de abajo, la falsa, gana todo
cuanto pierde la autoridad de arriba, la verdadera. Sin infinito no hay ideal, sin ideal no hay
[156] progreso; sin progreso no hay movimiento; inmovilidad, pues, statu quo, estancamiento:
Este es el orden. Hay putrefaccin en ese orden. Preguntad a la jaula lo que piensa del ala. Os
contestar: el ala es la rebelin...
Semejante desafo no est dirigido a la conciencia filosfica, sino al mundo poltico, pero esta-
mos lejos de permitirnos afirmar que en estos momentos, de tan fina sensibilidad, resulta fac-
tible una slida disciplina intelectual sin repercusiones en el desarrollo de la vida social... No
debemos, acaso, formularnos el problema, con ambicin de eficacia, de si esa acentuacin no
deber ser objeto de una cuidadosa definicin antes de referirla a los fines comunes? Un pen-
sador moderno ha escrito lo siguiente: Hay un trabajo sin alegra, un placer sin risa, una virtud
sin gracia, una juventud sin suavidad, un amor sin misterio, un arte sin irradiacin... por
qu?...
Esa pregunta terrible acaso est todava pendiente sobre la vida actual. Pero puede gravitar
sobre nuestro futuro si no llegamos a relacionar y defender debidamente las categoras y valo-res de ese sujeto de la vida toda, de nuestras preocupaciones y nuestros desvelos, que es el
Hombre.
Sin el Hombre no podemos comprender en modo alguno los fines de la naturaleza, el concepto
de la humanidad ni la eficacia del pensamiento...
La felicidad que el hombre anhela pertenecer al reino de lo material o lograrn las aspiracio-
nes anmicas del hombre el camino de perfeccin?
De que importa activar la gnesis de un pensamiento susceptible de contemplar la futura evo-
lucin humana da pruebas el sentido de la vida actual.
Existe una laboriosa tarea en pleno desarrollo, encaminada a modificar sustancialmente las
condiciones de vida en pro de la felicidad general. Es importante saber si esta felicidad perte-
nece al reino de lo material, o si cabe pensar que se trata de realizar las aspiraciones anmicas
del hombre y el camino de perfeccin para el cuerpo social. Pero cuando volvemos a pregun-
tarnos si la direccin de ese pensamiento [157] ha de ser ejercida en un sentido horizontal, o si
cabr imprimirle al mismo tiempo verticalidad, debemos antes examinar, siquiera en busca de
indicios, el panorama que se ofrece a nuestros ojos.
Advertimos en seguida un sntoma inquietante en el campo universal. Voces de alerta sealan
con frecuencia el peligro de que el progreso tcnico no vaya seguido por un proporcional ade-
lanto en la educacin de los pueblos. La complejidad del avance tcnico requiere pupilas sen-
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sibles y recio temperamento. Si tomamos como smbolo de la vida moderna el rascacielos o el
transatlntico, deberemos enseguida prefigurarnos la estatura espiritual del ser que ha de
morar o viajar en ellos. Ante esta cuestin no caben retricas de fuga, porque lo que en ella se
ventila es, ni ms ni menos, la escala de magnitudes con arreglo a la cual puede el hombre
rectificar adecuadamente su propia proporcin ante el bullicio creciente de lo circundante.
La vida que se acumula en las grandes ciudades nos ofrece con desoladora frecuencia el es-
pectculo de ese peligro al que unos cerebros despiertos han dado el terrorfico nombre de
insectificacin. Es cierto que lo fsico no mengua ni aumenta la proporcin intima, porque
sta consiste justamente en la estimacin de s mismo que el hombre posee; pero puede suce-
der que, en ausencia de categoras morales, acontezca en su nimo una progresiva prdida de
confianza y un progreso paulatino del sentimiento de inferioridad ante el gigante exterior.
Frente a un complejo semejanteque en ltimo trmino es un problema de cultura y de espri-
tu, son contados los medios de autodefensa. La civilizacin tiende a complicarse y no parece
que por el camino de lo exterior pueda resolverse esta incgnita ntima.
El materialismo intransigente contaba sin duda con el signo mecnico e implacable del progre-
so, sospechando que privado de su sombra csmica el hombre acabara por sentirse minsculo
y vctima de la monstruosa trepidacin vital. Seguro de ello, provey a su individuo de un susti-
tutivo de la proporcin espiritual: el resentimiento. Previamente haba sustituido tambin las
tendencias supremas por fuerzas inferiores, por es gana que ayer integraba el cuerpo de una
teora sumamente interesante y que hoy, defraudada y desencantada, han convertido sus
discpulos en la nausea. Nausea ante la moral, ante la herencia de la vida en comn, nausea
ante las leyes y los procesos inexorables de la Historia, nausea biolgica.
Es hasta cierto punto poco comprensible que hayamos pasado con tan peligrosa brevedadintelectual de la decepcin del ser insectificado a esa nusea con que, a espaldas de sagradas
leyes, se pretende orientar la comprensin de la existencia colectiva. Lo sintomtico de ese
modo de pensar est en que no es una abstraccin, como tampoco lo era, pongo por ejemplo,
el marxismo. Este operaba sobre un descontento social. La nusea como entelequia opera
sobre el desencanto individual. Es la angustia abstracta de Heidegger en el terreno prctico:
corresponde a una sociedad desmoralizada que ni siquiera busca una certidumbre para recli-
nar la cabeza. No es por tanto la teora lo deplorable, sino la realidad, la deformacin postrera
de aquella insectificacin, slo que esta vez el individuo insectificado ha querido aislarse de
la catstrofe con una mueca cnica.
Reconozcamos que sta era la consecuencia necesaria y obligada del doloroso extravo de la
escala de magnitudes. Armado con ella poda el hombre enfrentarse no slo con la spera y
poco piadosa vicisitud de su existencia sino con la crisis que una evolucin tan terminante hab-
a de suscitar en su intimidad. Saberse ligado a reinos superiores a las leyes materiales del con-
torno, le facilitaban una generosa concentracin de fuerzas para entrar con biolgica alegra
en un ciclo en que todos los fenmenos parecen desbordarse. En una clebre fbula de Go-
ethe le acontece a un hombre desdichado verse compelido a una eleccin extraordinaria. Me-
lusina, reina de pas de los enanos, le invita a reducir su tamao y compartir con ella su eleva-
da jerarqua. Le ofrece amor, poder, riquezas, slo que en un grado inferior: ser rey, pero
entre enanos. Trasladado al pas donde las briznas de hierbas son rboles gigantescos, este
hombre, el ms msero de los mortales, aora su forma anterior. Y la aora, supongamos, por-
que su escala de magnitudes le advierte que en la prosperidad o en el infortunio su estado
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anterior era inimitable. En el hecho complejo del existir el hombre es, sin ms, una entidad
superior.
La fbula de Melusina puede ser igualmente trasladada a otros paisajes, y preferentemente a
esos donde la desintegracin y la heterogeneidad de la vida moderna han reducido principiosabsolutos e ideales en provecho del esplendor material. Se ha producido el milagro de la fbu-
la, pero a la inversa: al hombre no le ha sido dado elegir con arreglo a su proporcin, y aquel
que no posea un grado de fe en sus valores espirituales, sustituy la altiva reaccin por la
resignacin o por el descontento, la difuminacin gradual de las perspectivas que padece
quien no posee una conciencia justa de su jerarqua, la insectificacin.
Pero semejante desviacin no es consecuencia del auge de los ideales colectivos. Que el indi-
viduo acepte pacficamente su eliminacin como un sacrificio en aras de la comunidad, no
redunda en beneficio de sta. Una suma de ceros es cero siempre; una jerarquizacin estruc-
turada sobre la abdicacin personal es productiva slo para aquellas formas de vida en que se
producen asociados el materialismo ms intolerante, la deificacin del Estado, el Estado Mito yuna secreta e inconfesada vocacin de despotismo.
Lo que caracteriza a las comunidades sanas y vigorosas es el grado de sus individualidades y el
sentido con que se disponen a engendrar en lo colectivo. A este sentido de comunidad se llega
desde abajo, no desde arriba; se alcanza por el equilibrio, no por la imposicin. Su diferencia es
que as como una comunidad saludable, formada por el ascenso de las individualidades cons-
cientes, posee hondas razones de supervivencia, las otras llevan en s el estigma de la provisio-
nalidad, no son formas naturales de la evolucin, sino parntesis cuyo valor histrico es, jus-
tamente, su cancelacin.
En la consideracin de los supremos valores que dan forma a nuestra contemplacin del ideal,
advertimos dos grandes posibilidades de adulteracin: una es el individualismo amoral, pre-
dispuesto a la subversin, al egosmo, al retorno a estados inferiores de la evolucin de la es-
pecie; otra reside en esa interpretacin de la vida que intenta despersonalizar al hombre en un
colectivismo atomizador.
En realidad operan las dos un escamoteo. Los factores negativos de la primera, han sido deri-
vados, en la segunda, a una organizacin superior. El desdn aparatoso ante la razn ajena, la
intolerancia, ha pasado solamente de unas manos a otras. Bajo una libertad no universal en
sus medios ni en sus fines, sin tica ni moral, le es imposible al individuo realizar sus valores
ltimos, por la presin de los egosmos potenciados de unas minoras. Del mismo modo, bajo
el colectivismo materialista llevado a sus ltimas consecuencias, le es arrebatada esa probabi-
lidadla gran probabilidad del existir, por una imposicin mecnica en continua expansin y
siempre hipcritamente razonada.
El idealismo hegeliano y el materialismo marxista, operando sobre necesidades y calamidades
universales que han influido profundamente en el nimo general, constituyen direcciones cuya
resultante ser prudente establecer. De la Historia, y aun de sus excesos, extraeremos precio-
sas enseanzas ante las que en modo alguno podemos ni debemos permanecer insensibles.
Mientras el pensamiento crea poder sostenerse en lo fundamental, en espacios puramente
tericos, el mundo obraba por su cuenta; pero, si lo fundamental declin, la fijacin prctica
de lo abstracto puede ejercer una influencia perniciosa en la existencia comn. Resulta enton-
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ces necesario detenernos de nuevo a examinar nuestros absolutos y a limpiar de excrecencias
y aadiduras superfluas un ideal apto para servir de polo al sentido lgico de la vida.
El hombre como portador de valores mximos y clula del bien general
En esta labor se nos antoja primordial la recuperacin de la escala de magnitudes, esto es,
devolver al hombre su proporcin, para que posea plena conciencia de que, ante las formas
tumultuosas del progreso, sigue siendo portador de valores mximos; pero para que sea
humanamente, es decir: sin ignorancia.
Slo as podremos partir de ese yo vertical, a un ideal de humanidad mejor, suma de indivi-
dualidades con tendencia un continuo perfeccionamiento.
Sugerir que la humanidad es imperfecta, que el individuo es un experimento fracasado, que la
vida que nosotros comprendemos y tratamos de encauzar es, en s y en sus formas presentes,algo irremediablemente condenado a la frustracin, nos hace experimentar la dolorosa sensa-
cin de que se ha perdido todo contacto con la realidad. Lo mismo tememos cuando se fa a la
abdicacin de las individualidades en poderes extremos una imposible realizacin social.
Si hay algo que ilumine nuestro pensamiento, que haga perseverar en nuestra alma la alegra
de vivir y de actuar, es nuestra fe en los valores individuales como base de redencin y, al
mismo tiempo, nuestra confianza de que no est lejano el da en que sea una persuasin vital
el principio filosfico de que la plena realizacin del yo, el cumplimiento de sus fines ms
sustantivos, se halla en el bien general.
Hay que devolver al hombre la fe en su misin
Hoy, cuando la angustia de Heidegger ha sido llevada al extremo de fundar la teora sobre la
nusea y se ha llegado a situar al hombre en actitud de defenderse de la cosa, puede hacer-
se de ello polmica simple, pero es conveniente repetir que no han sido teoras fundadas en
sugestiones sino en un parcial relajamiento biolgico. Del desastre brota el herosmo, pero
brota tambin la desesperacin, cuando se han perdido dos cosas: la finalidad y la norma. Lo
que produce la nusea es el desencanto, y lo que puede devolver al hombre la actitud comba-
tiva es la fe en su misin, en lo individual, en lo familiar y en lo colectivo.
Ahora bien: va anexo al sentido de norma el sentido de cultura. Nuestra norma, la que trata-
mos de insinuar aqu, no es un cuadro de imposiciones jurdicas, sino una visin individual de la
perfeccin propia, de la propia vida ideal... En ese aspecto no cabe duda de que su eficacia
depende enormemente de nuestra comprensin del mundo circundante como de nuestra
aceptacin de las obligaciones propias. El solo intento de trazar un cuadro comparativo entre
las posibilidades culturales de la antigedad y las actuales resultara descabellado. El progreso,
el incremento de relaciones, la complejidad de las costumbres, han ampliado el paisaje en
trminos indescriptibles.
Es lgico pensar, por consiguiente, que la dilatacin del panorama haya redundado en limita-
cin proporcional de la conciencia de situacin. Cuando nuestro tiempo se plantea cuestiones
de Moral o de Eticaacaso las ms sustantivas e inaplazables que debemos formularnos hoy,
no ignora que en la confusin de muchos valores desempea un activo papel el signo vertigi-
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noso de progreso. La evolucin humana se ha caracterizado, entre otras cosas, por lanzar al
hombre fuera de s sin proveerle previamente de una conciencia plena de s mismo. A ese estar
fuera de s puede atender mediante leyes la comunidad organizada polticamente, y tendre-
mos entonces un aspecto de la norma tica. Pero para su reino interior y para el gobierno de
su personalidad, no existe otra norma que aquella que se puede alcanzar por el conocimiento,por la educacin, que afirma en nosotros una actitud conforme a moral.
De que esta norma llegue a constituir un sistema ordenado de lmites e inducciones depende
absolutamente el porvenir de la sociedad. Ni siquiera nos es posible comprender ese porvenir
como suma de libertad y de seguridad si no podemos prefigurar en l la existencia de normas.
Y no somos de los que pensamos que es preferible resolver quirrgicamente el problema en-
comendando la libertad irresponsable al imperio vigilante de la ley. Las colectividades que hoy
deseen presentir el futuro, en las que la autodeterminacin y la plena conciencia de ser y de
existir integren una vocacin de progreso, precisan, como requisito sustancial, el hallazgo de
ese camino, de esa teora, que iluminen ante las pupilas humanas los parajes oscuros de su
geografa.
La comunidad organizada, sentido de la norma
As como en el examen que nos est permitido aparece la voluntad transfigurada en su posibi-
lidad de libertad, aparece el nosotros en su ordenacin suprema, la comunidad organizada.
El pensamiento puesto al servicio de la Verdad, esparce una radiante luz, de la que, como en
un manantial, beben las disciplinas de carcter prctico. Pero por otra parte nos es imposible
comprender los motivos fundamentales de la evolucin filosfica prescindiendo de su circuns-
tancia.
Desde Platn a Hegel la civilizacin ha consumado su azarosa marcha por todos los caminos.Las circunstancias han variado sin tregua y, en ciertos dilatados plazos se dira que volvan y
vuelven a producirse con desconcertante semejanza. La sustitucin de las viejas formas de vida
por otras nuevas son factores sustanciales de las mutaciones, pero debemos preguntarnos si,
en el fondo, la tendencia, el objetivo ltimo, no seguirn siendo los mismos, al menos en aque-
llo que constituye nuestro objeto necesario: el Hombre y su Verdad.
Cuando advertimos en Platn el Estado ideal, un Estado abstracto, comprendemos que su
mundo, en relacin con el nuestro y en su apariencia poltica, era infinitamente apto para una
abstraccin semejante. Las ideas puras y los absolutos podan fijarse en el panorama, apre-
hender y configurar ste, cuando menos en su eficacia intelectual. Poda crearse un mundo en
que valores ideales y representaciones prcticas eran susceptibles de producirse con cierta
familiaridad. Platn afirmaba: el Bien es orden, armona, proporcin; de aqu que la virtud
suprema sea la justicia. En tal virtud advertimos la primera norma de la antigedad convertida
en disciplina poltica. Scrates haba tratado de definir al hombre, en quien Aristteles subra-
yara una terminante vocacin poltica, es decir, segn el lenguaje de entonces, un sentido de
orden en la vida comn. La idea platoniana de que el hombre y la colectividad a que pertenece
se hallan en una integracin recproca irresistible se nos antoja fundamental. La ciudad griega,
llevada en sus esencias al imperio por Roma, contena en fenmeno de larvacin todos los
caminos evolutivos.
Cuando los hechos se producan en fases simples y en estadios relativamente reducidos, era
factible representarse la sociedad poltica como un cuerpo humano regido por las leyes inalte-
rables de la armona: corazn, aparato digestivo, msculo, voluntad, cerebro, son en el smil de
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Platn, rganos felizmente trasladados por sus funciones y sus fines a la biologa colectiva: un
Estado de justicia, en donde cada clase ejercita sus funciones en servicio del todo, se aplique a
su virtud especial, sea educada de conformidad con su destino y sirva a la armona del todo. El
Todo, con una proposicin central de justicia, con una ley de armona, la del cuerpo humano,
predominando sobre las singularidades, aparece en el horizonte poltico helnico, que es tam-bin el primer horizonte poltico de nuestra civilizacin.
Todava en el crepsculo de la mitologa pagana, no aparecen claros los fines ltimos del hom-
bre. Se le concibe adscripto a la ciudad, y ms interesante quiz que su persona, es la virtud
abstracta que es susceptible de representar. No existe, por cierto, un ideal de humanidad, aun
para la clara visin de los filsofos.
El Cefiso y el Eurotas no son lmites geogrficos o militares, sino tambin intelectuales. Al otro
lado del Ponto existen la barbarie y las sombras que Alejandro rasgar aos despus. El sol es
un globo de fuego un poco mayor que el Peloponeso.
La certera inteligencia de Aristteles, que proporcionar el mtodo cuando los espacios nos
hayan revelado gran parte de sus misterios, se desenvuelve tambin en esa concepcin de la
jerarqua humana. Hay hombres libres y esclavos y no parece que todos se rijan por leyes idn-
ticas. Hay mundos en luz y mundos en sombra.
Nada de particular tiene que en tal situacin, la ciudad, objetivada y armnica, predomine con
carcter irreductible sobre las desigualdades humanas, que son desigualdades sin vocacin
reivindicativa. Ello nos permitir observar que cuando al hombre se le priva de su rango su-
premo, o desconoce sus altos fines, el sacrificio se realiza siempre en beneficio de entidades
superiores petrificadas. El hombre es un ser ordenado para la convivencia social leemos en
Aristteles; el bien supremo no se realiza, por consiguiente, en la vida individual humana,sino en el organismo superindividual del Estado; la Etica culmina en la Poltica.
Los pensamientos citados definen con carcter suficiente la fisonoma del mundo helnico, y
es preciso tener en cuenta que eran filsofos idealistas los que la haban trazado. Scrates
intuy la inmortalidad, pero sobre ella no pudo fundar un sistema. Platn y Aristteles deban
encargarse de situar a ese hombre, que divisaba con angustiada preocupacin el problema
ltimo, ante la vida en comn.
Naca el Estado, aunque la comunidad cuya vida trataba de organizar adoleca de una insufi-
ciente revelacin de la trascendencia de los valores individuales. La idea griega necesitaba para
ser completada una nueva contemplacin de la unidad humana desde un punto de vista ms
elevado. Estaba reservada al cristianismo esa aportacin. El Estado griego alcanz en Roma su
cspide. La ciudad, hecha imperio, convertida en mundo, transfigurada en forma de civiliza-
cin, pudo cumplir histricamente todas las premisas filosficas. Se basaba en el principio de
clases, en el servicio de un todo y, lgicamente, en la indiferencia o el desconocimiento
helnicos de las razones ltimas del individuo.
Una fuerza que clavase en la plaza pblica como una lanza de bronce las mximas de que no
existe la desigualdad innata entre los seres humanos, que la esclavitud es una institucin
oprobiosa y que emancipase a la mujer; una fuerza capaz de atribuir al hombre la posesin de
un alma sujeta al cumplimiento de fines especficos superiores a la vida material, estaba lla-
mada a revolucionar la existencia de la humanidad. El Cristianismo, que constituy la primera
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gran revolucin, la primera liberacin humana, podra rectificar felizmente las concepciones
griegas. Pero esa rectificacin se pareca mejor a una aportacin.
Enriqueci la personalidad del hombre e hizo de la libertad, terica y limitada hasta entonces,
una posibilidad universal. En evolucin ordenada, el pensamiento cristiano, que perfeccion lavisin genial de los griegos, podra ms tarde apoyar sus empresas filosficas en el mtodo de
stos, y aceptar como propias muchas de sus disciplinas. Lo que le falt a Grecia para la defini-
cin perfecta de la comunidad y del Estado fue precisamente lo aportado por el Cristianismo:
su hombre vertical, eterno, imagen de Dios. De l pasa ya a la familia, al hogar; su unidad se
convierte en plasma que a travs de los municipios integrar los estados, y sobre la que des-
cansarn las modernas colectividades.
Roma no era la Grecia cerrada, atenta slo al fenmeno exterior de la barbarie persa. Ha inte-
grado en su existencia la de otros pueblos de costumbres, pensamientos y creencias distintas.
Las necesidades de su comunidad fueron muy superiores tambin. Le fue sumamente difcil
proporcionarse una idea abstracta sobre la concepcin del Estado, porque ste se haba torna-do proporcionalmente complejo. Su historia es un continuo proceso de crecimiento y asimila-
cin que, cuando alcanza la cspide, se interrumpe por la violencia. Lega al mundo sus institu-
ciones, su gloria, su civilizacin. Antes del ocaso, aade a esta herencia colosal la confirmacin
de la dignidad humana.
La libertad, expropiable por la fuerza antes de saberse el hombre poseedor de un alma libre e
inmortal, no ser nunca ms susceptible de completa extincin. Los tiranos podrn reducirla o
apagarla momentneamente, pero nunca ms se podr prescindir de ella: ser en el hombre
una conciencia de la relacin profunda de su espritu con lo sobrehumano. Lo que fue privi-
legio de la Repblica servida por los esclavos, ser ms adelante un carcter para la humani-
dad, poseedora de una feliz revelacin.
Al sobrevenir la crisis la civilizacin conoci siglos amargos. El derrumbamiento del imperio, sin
parangn en la historia, devuelve el mundo a la oscuridad. Pero sta habra sido espantosa si el
crepsculo romano no hubiese prendido en la noche siguiente la llama inextinguible de aquella
revelacin. Lo que permitir que el hilo de oro del pensamiento contine a travs del abismo
de hogueras y sangre, es el milagro magnfico de que el puente de las ideas religiosas no su-
cumbiese al chocar el hierro de los brbaros con el agrietado mrmol de Roma.
Las nuevas monarquas aparecidas al galope posean ciertamente una notable capacidad de
asimilacin, pero su proyeccin cultural era sumamente reducida y el imperio de la fuerza en
que deban apoyarse hizo todava ms limitada esa posibilidad. Europa se convirti en una
necesidad armada: as como las zonas habitadas se polarizaban en torno a los puntos estrat-
gicos y a los fosos de los castillos, la humanidad se distribuy en torno a jefes militares, caudi-
llos y seores. Poco o nada subsistir de cuanto haba impreso su fisonoma a la existencia
general. El principio de autoridad cae en manos de la fuerza, en razn de ese estado de nece-
sidad aludido. Los mismos reyes ven menguar sus atribuciones y privilegios a medida que se
ven obligados a recurrir al poder de sus ricos seores y a solicitar su alianza para sus empresas
militares.
El saber se refugia junto a los altares. En las abadas y en los conventos se conserva inextingui-
ble la llama que ms tarde volver a iluminar al mundo. Y lo que preserva de la gigantesca cri-
sis el acervo de los valores espirituales humanos es, con precisin, un sentido mstico: la direc-
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cin vertical, hacia las alturas, que unos hombres de fe haban atribuido a todas las cosas, em-
pezando por la naturaleza humana.
La Edad Media es de Dios, se ha dicho, y en este hecho, en este paciente y laborioso mante-
nerse al margen de sus tinieblas, debemos ver la lenta y difcil gestacin del Renacimiento. Fueuna Edad caracterizada por la violencia desmedida. No nos es posible hallar en ella las formas
del Estado ni contemplar al hombre. Gracias slo al hecho de acentuar sus desgracias, y aun su
brutalidad a veces, sobre fines e ideales remotos, pudo resultar factible la evolucin resolutiva.
En el individuo, no es fcil diferenciar la conciencia de su proporcin en el ideal religioso de
cuanto fue simplemente ignorancia o supersticin.
La Edad Media produjo santos y demonios, pero en su desolacin, en su pobreza, con el hori-
zonte teido siempre por los resplandores de los incendios, no le quedaban al hombre otro
escape que poner sus ojos y su esperanza en mundos superiores y lejanos. La fe se vio fortale-
cida por la desgracia.
El Renacimiento hall diseminados los restos de una cultura y trat de reconstruir con ellos un
nuevo clasicismo. Sobre las ruinas de los castillos feudales edificaron su trono las nuevas mo-
narquas. A la idea de aventura sucedi la empresa. Cuando los primeros concejos acuden al
servicio del rey con pendn al frente, y se distinguen en las batallas, se consuma en la prctica
el final de un largo perodo histrico. El Estado tardar todava en sobrevenir, pero en torno a
los monarcas, depositarios de un mandato ideal, representantes de lo que siglos despus ser
el concepto de nacionalidad, empieza a gestarse la vida de los pueblos modernos. Los nobles
ingleses arrancarn a un Juan Sin Tierra la Carta Magna, los castellanos harn jurar al trono en
Santa Gadea, y los aragoneses arrancarn a su rey los Usajes, demostrativos de que la cons-
titucin del Estado est en trance de ensayarse. Habr Cmaras, rudimentarias al principio, y
los estamentos harn or en los concejos la voz de los gremios y de los municipios.
Esta evolucin se produce bajo un signo idealista, cualquiera que sea su realizacin prctica o
su signo poltico, y en la elevada temperatura de la Fe popular. El hombre tena fe en s, en sus
destinos, y una fe inmarcesible en su subordinacin a lo Providencial. Tal fe justifica en parte
las titnicas andanzas de la poca. Era necesaria para lanzarse a las sombras atlnticas y sacar
las Amricas a la luz del sol romano, para detener la invasin trtara en las puertas de Europa y
para levantar un mundo nuevo de la desolacin. Lo conquistado y descubierto en esa edad
constituye un himno sonoro a la vocacin por el ideal. Pero es importante no perder de vista
que, prescindiendo del rigor prctico de la organizacin poltica, el clima intelectual de la po-
ca conserv el acento sobre los valores supremos del individuo. Cuando la escuela tomista nos
dice que el fin del Estado es la educacin del hombre para una vida virtuosa, presentimos la
enorme importancia que tuvo ese puente tendido sobre las sombras de la Edad Media. Ese
hombre a cuyo servicio, el de su perfeccionamiento, estaba dedicado el Estado, no era por
cierto el germen de un individualismo anrquico. Para que degenerase haba que trasladar el
acento de sus valores espirituales a los materiales. El hombre era slo algo que deba perfec-
cionarse, para Dios y para la comunidad. La virtud a que Santo Toms se refera no ser ente-
ramente indiferente a la virtud griega, el patrn de valores ideales para la realizacin de la
vida propia.
Frente al humanismo, la inteligencia humana intenta divisar nuevos caminos y orientaciones.
Maquiavelo cubrir la vida con el imperativo poltico, y sacrificar al poder real o a las necesi-
dades del mundo cualquier otra ley, principio o valor.
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Grocio llamar al Estado a erigirse en administrador supremo de la felicidad del hombre y
abrir nuevos cauces al principio de autoridad.
Los pueblos han vivido dcadas y siglos intensos, han proyectado sus fuerzas hacia espacios
desconocidos, se han desdoblado, difundido en mundos nuevos, en empresas fantsticas ycostosas. Para que esto fuese posible se precisaba un poder enorme de los recursos espiritua-
les. El apogeo de los absolutos iba a despertar, como consecuencia necesaria, el desprecio a
los absolutos. La intensa espiritualidad de la obra gestaba, por reaccin, el desencanto y el
materialismo que iban a producirse despus. En la evolucin, por primera vez acaso, se deri-
vara de un extremo a otro, de un polo al opuesto, y el objetivo a suprimir era, inevitablemen-
te, la temperatura ideal.
Hobbes predica el absolutismo del Estado en la corriente armada de la poca, pero predica ya
a un hombre desalentado. La unidad social no parece imaginada por l como el indestructible
depsito de valores, sino como vctima. Fue el primero en definir al Estado como un contrato
entre los individuos, pero importa observar que esos individuos eran lobos entre s, eran seresdesprovistos de virtud y, seguramente, de esperanzas supremas; la larga cabalgada les haba
rendido.
En la crisis de las monarquas absolutas, vierte su mordacidad el genio de Voltaire. Ciertamen-
te no necesitaba ya la sociedad su corrosivo para fragmentarse bajo el trono. Montesquieu
advirti a la monarqua que sera heredada en la Repblica y Rousseau coron el prtico de la
naciente poca. Se caracteriz por el cambio radical del acento. Acentu sobre lo material, y
esto se produjo indistintamente, lo mismo si el sujeto del pensamiento era el individuo, en
cuyo caso se insinuaba la democracia liberal, que si lo era la comunidad, en cuyo caso se avis-
taba el marxismo.
Es muy posible que las edades Media y Moderna hayan verificado su eleccin con un exclusi-
vismo parcial en beneficio del espritu, pero es innegable que el siglo XVIII y el XIX lo hicieron,
con mayor parcialidad, a favor de la materia. El estado de la cultura en esos siglos pudo prever
las consecuencias, pero debemos estimar necesario en toda evolucin lo mismo lo que nos
parece dudoso que lo acertado. Rousseau cree en el individuo, hace de l una capacidad de
virtud, [169] lo integra en una comunidad y suma su poder en el poder de todos para organi-
zar, por la voluntad general, la existencia de las naciones. Para Kant, lo vital en lo poltico era el
principio de libertad como hombre, el de dependencia como sbditos y el de igualdad
como ciudadanos. Rousseau llamar pueblo al conjunto de hombres que mediante la con-
ciencia de su condicin de ciudadanos y mediante las obligaciones derivadas de esta concien-
cia, y provistos de las virtudes del verdadero ciudadano, acepten congregarse en una comuni-
dad para cumplir sus fines.
La Revolucin Francesa fue un estruendoso prlogo al libro, entonces en blanco, de la evolu-
cin contempornea. Hallamos en Rousseau una evolucin constructiva de la comunidad y la
identificacin del individuo en su seno, como base de la nueva estructuracin democrtica.
Esta concepcin servir de punto de partida para la interpretacin prctica de los ideales en las
nuevas democracias. Pero resulta hasta cierto punto conveniente examinar si en la concepcin
originaria no se produjo, por la dinmica misma de la reaccin, la supresin innecesaria de
toda una escala de valores. Podemos preguntarnos, por ejemplo, si fue decididamente impres-
cindible para derivar el poder absoluto a la voluntad del ciudadano, cegar antes en sta toda
posibilidad espiritual. En segundo lugar es preciso tener en cuenta el largo parntesis que el
Imperio abri entre el prlogo y la continuacin del libro de la evolucin poltica.
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La terrible anulacin del hombre por el Estado y el problema del pensamiento democrtico del
futuro
En ese parntesis, el ideal que el pensamiento haba abandonado a la intemperie, es rescatado
del arroyo por fuerzas opuestas, que combatirn con extremada violencia en el futuro. No
tratarn de fijar sus absolutos en la jerarqua del hombre, en sus valores ni en sus posibilidades
de virtud; los fijaran en el Estado, o en organizaciones de un caracterstico materialismo.
Todava Fichte crea un amplio espacio donde el individuo, subordinado al todo social, puede
realizarse. Hegel convertir en Dios al [170] Estado. La vida ideal y el mundo espiritual que
hall abandonados los recogi para sacrificarlos a la Providencia estatal, convertida en serie de
absolutos. De esta concepcin filosfica derivar la traslacin posterior: el materialismo con-
ducir al marxismo, y el idealismo, que ya no acenta sobre el hombre, ser en los sucesores y
en los intrpretes de Hegel, la deificacin del Estado ideal con su consecuencia necesaria, lainsectificacin del individuo.
El individuo est sometido en stos a un destino histrico a travs del Estado, al que pertene-
ce. Los marxistas lo convertirn a su vez en una pieza, sin paisajes ni techo celeste, de una co-
munidad tiranizada donde todo ha desaparecido bajo la mampostera. Lo que en ambas for-
mas se hace patente es la anulacin del hombre como tal, su desaparicin progresiva frente al
aparato externo del progreso, el Estado fustico o la comunidad mecanizada.
El individuo hegeliano, que cree poseer fines propios, vive en estado de ilusin, pues slo sirve
los fines del Estado. En los seguidores de Marx esos fines son ms oscuros todava, pues slo
se vive para una esencia privilegiada de la comunidad y no en ella ni con ella. El individuomarxista es, por necesidad, una abdicacin.
En medio se alza la fidelidad a los principios democrticos liberales que llena el siglo pasado y
parte del presente. Pero con defectos sustanciales, porque no ha sido posible hermanar pun-
tos de vista distintos, que condujeron a dos guerras mundiales y que an hoy someten la con-
ciencia civilizada a dursimas presiones. El problema del pensamiento democrtico futuro est
en resolvernos a dar cabida en su paisaje a la comunidad, sin distraer la atencin de los valores
supremos del individuo; acentuando sobre sus esencias espirituales, pero con las esperanzas
puestas en el bien comn.
En lo poltico parte muy importante de tal crisis de las ideas democrticas se debe al tiempo de
su aparicin. La democracia como hecho trascendental estaba llamado a suceder ipso facto a
los absolutismos. Sin embargo, sufri un largo comps de espera impuesto por la persistencia
de monarquas templadas y repblicas estacionarias que, para subsistir, creyeron necesario
aplicar en leves dosis principios propios de la democracia pura, preferentemente aquellos que
podan ser adaptados sin peligro. Tal operacin dulcific la evolucin, pero sustrajo partes muy
importantes de personalidad al nuevo orden de ideas, que a su advenimiento pleno hall, fren-
te a colosales enemigos, muy disminuida su novedad. Sucedi as que los pueblos que pudie-
ron establecerla en su momento han alcanzado con ella los caminos de perfeccin necesarios,
y los que no lo consiguieron, han optado por el empleo de sustitutivos, los extremismos, con
tal de hacer efectivo por cualquier va, el carcter trascendental.
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La justicia no es un trmino insinuador de violencia, sino una persuasin general; y existe en-
tonces un rgimen de alegra, porque donde lo democrtico puede robustecerse en la com-
prensin universal de la libertad y el bien general, es donde, con precisin, puede el individuo
realizarse a s mismo, hallar de un modo pleno su euforia espiritual y la justificacin de su exis-tencia.
Sentido de proporcin. Anhelo de armona. Necesidad de equilibrio
Para el mundo existe todava, y existir mientras al hombre le sea dado elegir, la posibilidad de
alcanzar lo que la filosofa hind llama la mansin de la paz. En ella posee el hombre, frente a
su Creador, la escala de magnitudes, es decir, su proporcin. Desde esa mansin es factible
realizar el mundo de la cultura, el camino de perfeccin.
De Rabindranath Tagore son estas frases: el mundo moderno empuja incesantemente a susvctimas, pero sin conducirlas a ninguna parte. Que la medida de la grandeza humana est en
sus recursos materiales es un insulto al hombre.
No nos est permitido dudar de la trascendencia de los momentos que aguardan a la humani-
dad. El pensamiento noble, espoleado por su vocacin de