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Tony Judt El peso de la responsabilidad Blum, Camus, Aron y el siglo xx francés Traducción de Juan Ramón Azaola

Judt El Peso de La Responsabilidad

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  • Tony Judt

    El peso de la responsabilidad

    Blum, Camus, Aron y el siglo xx francs

    Traduccin de Juan Ramn Azaola

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  • ndice

    Prefacio ...................................................................... 11Introduccin El juicio errneo de Pars ........................................... 15

    UnoEl profeta desdeado Lon Blum y el precio de la transigencia .................. 49

    DosEl moralista reticente Albert Camus y las incomodidades de la ambivalencia .......................................................... 129

    TresEl insider perifricoRaymond Aron y el salario de la razn ...................... 199

    Lectura complementaria ............................................ 265ndice analtico............................................................ 271

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    El romanticismo francs, dice Goethe, nace de la Revolucin y del Imperio: Gloria y Libertad! Del

    movimiento socialista veremos nacer un nuevo lirismo: Justicia y Felicidad!. X

    Lon Blum

    XSi existiera un partido de los que no estn seguros de tener

    razn, yo estara en l. XAlbert Camus

    XNunca se trata de la lucha entre el bien y el mal, se trata de

    lo preferible contra lo detestable. XRaymond Aron

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  • xPrefacio

    Estos ensayos fueron concebidos originalmente para las Bradley Lectures de la Universidad de Chicago, y le estoy agradecido tanto a la Bradley Foundation como al profesor Robert Pippin, presidente del Comit para el Pensamiento Social de la Universidad de Chicago, por la oportunidad que me facilitaron para desarrollar algunas de mis ideas sobre Francia y los intelectuales franceses.

    La Universidad de Nueva York me concedi generosa-mente el permiso para trabajar en este y en otros proyectos, y parte de ese permiso transcurri en 1995 como invitado del Institut fr die Wissenschaften vom Menschen (IWM) en Viena, donde mi estancia fue parcialmente subvencionada por una beca de la Fundacin Volkswagen. Estoy agradecido a estas instituciones por su apoyo, y al director del IWM, el profesor Krzysztof Michalski, por su constante hospitalidad. Mi editor en la University of Chicago Press, T. David Brent, ha sido indulgente y comprensivo a pesar de haber tenido que esperar a este libro bastante ms tiempo de lo que haba-mos previsto.

    De los ensayos sobre Albert Camus y Raymond Aron se presentaron versiones en Northwestern University, Michigan State University, McGill University y en la Universidad de Viena, as como en la misma Universidad de Chicago, en con-

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    ferencias pblicas y en seminarios. Tanto las audiencias como los participantes en esas sesiones, as como mis propios alum-nos en el Instituto de Estudios Franceses de la Universidad de Nueva York, propusieron diversas crticas y sugerencias, mejorando este libro con su contribucin. Por supuesto que las peculiaridades y los errores del mismo son mos.

    En las citas de las obras de mis tres personalidades me he tomado la libertad de traducirlos nuevamente en casi todos los casos, en lugar de utilizar versiones de traducciones al ingls ya existentes. Cuando no ha sido el caso, lo he indica-do en las notas. Una completa referencia a la fuente original y algunas sugerencias de lecturas complementarias pueden encontrarse en las notas y en la corta resea bibliogrfica del final, titulada Lectura complementaria.

    Este libro est dedicado a la memoria de Franois Furet. Fue una invitacin suya la que me incit a preparar estas conferencias, y gracias a su apoyo entusiasta las pude consa-grar a Blum, Camus y Aron. Furet era un admirador de estos tres hombres, aunque sus vnculos, intelectuales y persona-les, eran, por supuesto, ms prximos a Raymond Aron. En Pars dirigi el instituto que lleva el nombre de Aron, y cuan-do muri estaba trabajando en un estudio sobre Alexis de Tocqueville, quiz el pensador francs favorito de Aron. Pero Furet fue en cierta medida el heredero natural de Blum y de Camus no menos que de Aron. Su erudita obra sobre la his-toria de la Revolucin Francesa, rechazando primero la in-terpretacin marxista y despus la reciente y convencional historia cultural, le valieron una oposicin acadmica a ambos lados del Atlntico. Su valiente condena de la palabre-ra poltica de su poca, tanto de lo anti-anticomunista como de lo multicultural, le cre enemigos polticos en Francia y en el extranjero. Y su creciente influencia en la com-prensin pblica del pasado francs llev a sus oponentes al paroxismo del resentimiento, notablemente con ocasin del bicentenario de la Revolucin, cuando los ataques a Furet y a su

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  • Prefacio

    escuela adquirieron un carcter marcadamente personal y ad hminem.

    Todo ello les hubiera resultado muy familiar a los hom-bres a los que estn dedicados estos ensayos. Como ellos, Franois Furet fue un intelectual conocido, cuyas virtudes como insider no le evitaron ser tratado en varias ocasiones y en varios crculos como un advenedizo e incluso como un renegado. Como ellos, fue a contracorriente, y en su caso dos veces: primero al socavar y remodelar la historia de la Revo-lucin, el mito fundacional de la nacin francesa, y luego al publicar, al final de su vida, un ensayo enormemente influ-yente sobre el comunismo, el mito (o, en palabras de Furet, la ilusin) del siglo xx. Como ellos, fue en ocasiones mejor considerado fuera de su pas que dentro de l. Y como ellos, su influencia y sus ideas han triunfado sobre las de sus crti- cos y seguramente durarn mucho ms que las de estos. Se ha comentado mucho que no ha habido ni hay una escuela Furet de historia de Francia. Pero tampoco hay una escue- la Aron de pensamiento social francs, ni una escuela Camus de moralistas franceses, ni una escuela Blum de socialdemo-cracia francesa. Estos hombres no representaron un modelo beligerante del compromiso social o poltico francs; se re-presentaban, en definitiva, solo a s mismos y a aquello en lo que crean. Y esa es la razn por la que, con el tiempo, han llegado a simbolizar buena parte de lo mejor de Francia.

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  • xIntroduccin

    El juicio errneo de Pars*

    La historia no est escrita como ha sido experimentada, ni debiera estarlo. Los que habitaron el pasado saben mejor que nosotros cmo era vivir en l, pero no estaban bien situados, la mayora de ellos, para comprender qu les estaba pasando y por qu. Cualquier imperfecta explicacin que podamos ofrecer de lo que tuvo lugar antes de nuestro tiempo depen-de de las ventajas de la retrospectiva, incluso aunque esta sea en s misma un obstculo insuperable para una completa em-pata con la historia que estamos tratando de comprender. Cada forma de los acontecimientos pasados depende de una perspectiva tomada en el lugar y en el tiempo; todas ellas son verdades parciales, aunque algunas adquieran una credibili-dad ms duradera.

    Esto lo sabemos intuitivamente porque describe bien el proteico perfil de nuestras propias vidas. Pero desde el mo-mento en que reconocemos que tambin es la verdad para

    * Con el ttulo original de la Introduccin, The misjudgment of Paris, quiso hacer Judt un juego de palabras que en espaol plantea un problema de traduc-cin insoluble. En ingls, Pars, la capital francesa, no se acenta; se escribe Paris como el personaje mitolgico. Judt utiliza la alusin al famoso juicio de Paris, desencadenante de la guerra de Troya, para referirse al error de Pars, como cen-tro de la vida poltica y cultural francesa, por la actitud de sus representantes, en particular los intelectuales, hacia las tres figuras en las que se basa el libro: Blum, Camus y Aron. [N. del T.]

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    otros, y que su versin de nuestra vida tambin es parcialmen-te plausible, estamos obligados a conceder que puede haber una infinidad de posibles explicaciones para mltiples pasa-dos individuales que se cruzan y se superponen. Por conve-niencia social y psicolgica vivimos con una reconocida ver-sin comn de la trayectoria de vidas individuales: de la nuestra y de las de nuestros amigos, colegas y conocidos. Pero este mnimo comn denominador de identidad funcio-na en gran medida porque casi nunca tenemos una buena razn para cuestionar la narrativa que nos hemos asignado a nosotros o a los dems. Excepto en los momentos de una inusual crisis no emprendemos un cuestionamiento intrusi-vo experimental de nuestra relacin actual con la persona que una vez fuimos; y, para la mayora de nosotros, tales es-fuerzos por desempaquetar la naturaleza y el significado de nuestros pasados requieren una parte muy pequea de nues-tras horas de vigilia. Es ms fcil, y ms seguro, seguir adelan-te como si esos asuntos estuvieran decididos de antemano. E incluso si hemos elegido preguntar, incesante y enfermiza-mente, quines ramos y quines somos y cmo llegamos a ser de esa manera y qu deberamos hacer a la luz de las conclusiones que alcancemos de semejante autoinvestiga-cin, nada cambiara mucho en nuestra relacin con la ma-yora de las dems personas, cuyos mundos continuarn b-sicamente inafectados por tan narcisistas cavilaciones por nuestra parte.

    Pero lo que es cierto en los individuos no lo es en las na-ciones. El significado de ser asignados a una historia comn, sus implicaciones en las relaciones intraestatales e interesta-tales en el presente, la posicin moral e ideolgica de crni-cas alternativas y mutuamente exclusivas de comportamientos y decisiones colectivas del pasado distante o reciente son lo ms disputado de todos los terrenos nacionales; y es el pasado el que casi siempre est sobre el tapete, incluso cuando el pre-sente o el futuro estn ostensiblemente sujetos a discusin. En

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  • Introduccin

    muchos lugares la nacin misma existe en gran medida pre-cisamente en virtud de esas discrepancias; no hay ninguna versin acordada o concedida del pasado colectivo que pue-da escapar a tales esfuerzos por instrumentalizarlo, porque son precisamente los mismos desacuerdos los que constitu-yen la identidad fundamental de la comunidad.

    Este es un asunto particularmente moderno. En los impe-rios, Estados y comunidades del pasado ms distante no ha-ba, en circunstancias normales, fuentes rivales de autoridad poltica, ni se daban explicaciones inconmensurables sobre quin deba ejercer el poder y por qu. La historia, en tanto que fuente de la legitimidad presente, era unitaria, y de ese modo, en el sentido en que ahora la experimentamos, no era historia en absoluto. La mayora de la gente que en un mo-mento dado ha vivido en este planeta no ha tenido un acceso autnomo a su historia. Su versin de cmo llegaron a ser lo que eran resultaba provinciana y funcional, y tambin inse-parable de la ms amplia historia que les era contada por quienes les gobernaban, una historia de la que, en cualquier caso, solo eran vagamente conscientes. Siempre que el poder y la autoridad siguieran siendo el monopolio de una familia, de una casta, de una hacienda o de una lite teocrtica, las insatisfacciones del presente e incluso las expectativas del futuro seguan siendo esclavas de una versin del pasado co-mn que en ocasiones poda resultar molesto pero que no se enfrentaba a una competencia subversiva.

    Todo esto cambi con las turbulencias revolucionarias que dieron origen a la poltica tal como ahora la conocemos. Para hacer crebles y legtimas las reivindicaciones y prome-sas de un orden posrevolucionario fue necesario establecer que, al igual que los hombres y el orden a los que haban desplazado, los recin llegados tenan un relato que narrar sobre la historia de la sociedad y del Estado que queran go-bernar. Y puesto que esa historia sobre todo tena que justifi-car el excepcionalmente perturbador curso de los aconteci-

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    mientos que haban llevado a ese cambio, necesitaba no solo reafirmar sus propias reivindicaciones sino adems descalifi-car profundamente las del viejo orden. El poder poltico mo-derno descansaba as sobre una particular afirmacin de la historia; como resultado, la historia se hizo poltica.

    Esa transformacin se asocia habitual y acertadamente con la poca de la Revolucin Francesa, y ms concretamen-te con la Revolucin misma. Pues no solo los propios revolu-cionarios franceses comprendieron muy bien la naturaleza fundamentalmente disyuntiva de su empresa; sus herederos y sus oponentes respetaron esa intuicin al tratar la Revolu-cin como el terreno apropiado y primordial para la disputa histrica. Quienquiera que controlase la comprensin de la Revolucin Francesa controlaba Francia, o en todo caso estaba en condiciones de establecer los trminos de las dis-putas sobre la legitimidad poltica en la Francia posrevolucio-naria. El significado de la historia de Francia en la dcada que sigui a la Toma de la Bastilla en 1789 proporcion las coordenadas esenciales de la teora y la prctica polticas no solo a Marx y a sus sucesores, sino tambin a Tocqueville y al linaje liberal, as como a Joseph de Maistre y sus herederos contrarrevolucionarios. Y no solo en Francia; la interpreta-cin correcta de la Revolucin Francesa marc la agenda ideolgica de la especulacin tanto radical como reacciona-ria a lo largo de todo el mundo durante la mayor parte de los dos siglos que la siguieron.

    Pero fue en Francia donde la Revolucin tuvo lugar y no es en absoluto una cuestin de suerte el que los ms durade-ros y divisivos efectos sobre la prctica poltica y la vida pbli-ca se hayan hecho sentir en el lugar de nacimiento de la Re-volucin. Francia es el Estado-nacin unitario ms antiguo de Europa. Los revolucionarios de finales del siglo xviii te-nan por lo tanto una buena cantidad de historia que reivin-dicar. Desde entonces, los acontecimientos de la Revolucin y sus consecuencias domsticas han suministrado un terreno

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  • Introduccin

    abonado excepcionalmente rico en el que cosechar discre-pancia, desacuerdo y divisin, tanto ms polmicos y conflic-tivos por haberse disputado en un territorio y entre una po-blacin cuya identidad geogrfica, institucional y lingstica estaba confirmada y fijada desde haca tiempo.

    El contraste con los vecinos europeos de Francia es bas-tante llamativo. Las divisiones y antagonismos en Alemania o Italia, que condujeron a conflictos civiles y a desastres pol-ticos, o bien precedieron a la llegada de un Estado-nacin o bien fueron patologas de anteriores tipos de Estado. A decir verdad, hay disputas alemanas o italianas acerca de la valora-cin y la interpretacin del pasado comn, y algunas de ellas se asemejan a los desacuerdos franceses. Pero con frecuencia afectan no a los pasados intraalemanes o intraitalianos sino a interpretaciones divergentes de pasados locales o regiona-les que solo recientemente pasaron a formar parte de una nica historia de Alemania o de Italia (en algunos casos, con considerable arrepentimiento). Al este y sudeste de Francia, el pasado nacional anterior a 1939, a 1919 o a 1878 a menudo tuvo y tiene solo una existencia virtual, y se han librado dis-putas histricas sobre el terreno que no son tanto polticas como mticas, aunque no por ello menos sangrientas.

    Francia, por tanto, es inconfundible. Es sintomtico que haya sido el nico pas que ha visto la aparicin de una gran serie de publicaciones acadmicas dedicadas a sus propios lieux de mmoire, esos lugares de la memoria que representan colectivamente la comprensin nacional de su propio patrimo-nio. De un inters simblico an mayor es el hecho de que mientras La Rpublique y La Nation son temas tratados en cua-tro volmenes de tamao medio, el editor se vio obligado a dedicar tres amplios volmenes a Les France, siendo aplicada su seccin ms larga a Conflictos y divisiones. Sera difcil concebir un similar monumento acadmico a la memoria his-trica comn de cualquier otro Estado-nacin europeo, difcil ver por qu requerira seis mil pginas para lograr su propsi-

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  • El peso de la responsabilidad

    to, y altamente improbable que una gran parte de tanto espa-cio tuviera que ser consagrada a explicar los pasados que divi-den a sus ciudadanos.1 La tensin entre la intuitiva ob- viedad de la unidad francesa y la intensidad y duracin de las disputas que han dividido a Francia en los tiempos modernos son los rasgos ms caractersticos del pas y de su pasado.

    En el siglo xx, los tres sntomas ms ampliamente comen-tados sobre la condicin desunida de Francia han sido: las largas disputas, internas y entre las distintas familias, de la izquierda y la derecha polticas; el rgimen de Vichy y su con-taminante impacto en el mbito moral nacional durante las dcadas siguientes, y la crnica inestabilidad de las institucio-nes polticas, reproduciendo lo que a su vez el siglo anterior ya haba reproducido, al repetir y desarrollar las luchas pol-ticas y constitucionales de la propia dcada revolucionaria. En los cuarenta aos transcurridos desde el final de la Prime-ra Guerra Mundial hasta el de la Guerra de Argelia, Francia pas por cuatro regmenes constitucionales diferentes, reco-rriendo la escala que va desde la repblica parlamentaria hasta la gerontocracia autoritaria; en el tercero de esos reg-menes, la Cuarta Repblica, durante su breve vida de catorce aos hubo una media de un Gobierno cada seis meses.

    Esos tres sntomas de lo que observadores e historiadores dieron en llamar la enfermedad francesa derivaban directa-mente de controvertidas interpretaciones del pasado en gene-ral y del legado de la Revolucin Francesa en particular. Iz-quierda y derecha eran trminos cuyo uso y aplicacin databan de la topografa ideolgica de las asambleas revolucionarias; las divisiones internas en esas dos familias orbitaban alrededor de diferentes interpretaciones de las lecciones que haba que aprender de esa Revolucin y del grado de fervor que uno tu-viera en su favor o en su contra. Como era de esperar, la dispu-ta entre socialistas y comunistas en Francia gir en torno a las

    1 Ver Pierre Nora, ed. Les lieux de mmoire, 7 vols., Pars, Gallimard, 1984-1992.

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  • Introduccin

    reclamaciones mutuamente excluyentes de la herencia y el cometido del inacabado asunto de la revolucin burguesa; y result apropiado que uno de los pocos temas en que los habi-tantes de la Revolucin Nacional de Ptain pudieron poner-se inicialmente de acuerdo era su deseo de deshacer la Revo-lucin y su herencia. En cuanto a la incapacidad francesa para construir un sistema estable y ampliamente aceptable de go-bierno parlamentario o presidencial, eso tena poco que ver con la naturaleza de la sociedad francesa, la cual durante bue-na parte de ese periodo se distingui por su estabilidad auto-suficiente y conservadora. Lo que era inestable era el consenso sobre cmo gobernar esa sociedad, un resultado de la desacre-ditacin en serie de modelos constitucionales alternativos y formas de poder poltico entre 1789 y el advenimiento de la Tercera Repblica un siglo ms tarde.

    Las querellas entre izquierda y derecha y el problema aso-ciado de la inestabilidad poltica pareci ser para los obser-vadores de los primeros dos tercios del siglo xx la ms impor-tante y urgente de las dificultades de Francia, precisamente porque sus races se hundan profundamente en la rivalidad de las memorias y versiones polticas de la verdadera senda francesa. Para los propios participantes, por supuesto, no eran la inestabilidad o los conflictos los causantes del proble-ma, sino ms bien el rechazo intratable de sus oponentes polticos a ver el mundo como lo vean ellos. En cuanto a las querellas ideolgicas, estas les parecan ser a sus protagonis-tas tan obviamente de primera importancia que la atencin a otras preocupaciones era como mucho casual y fugaz. Hoy en da parece extrao, una curiosidad de hace bastante tiem-po. Pero hace tan solo unas dcadas, la vida pblica francesa estaba ocupada y preocupada por el lenguaje doctrinal y en-vuelta en querellas hasta la ocasional cuasiexclusin de cual-quier otra cosa. Eso fue as para la derecha ideolgica hasta su descrdito en el abismo de Vichy, y sigui siendo as para la izquierda hasta bien entrada la dcada de los setenta.

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    Hay, sin embargo, otros modos de reflexionar sobre la historia reciente de Francia que dependen menos de la lente y el lenguaje de su pasado revolucionario. La convencional cronologa institucional, con sus puntos de inflexin en 1940, 1944-46 y 1958, es vulnerable a la acusacin de infrava-lorar la direccin y el ritmo de las transformaciones sociales y econmicas. Una narrativa alternativa pondra el nfasis en la considerable continuidad social y en el estancamiento econmico que la acompaaba desde mediados del si- glo xix hasta inicios de la dcada de 1950. Francia sigui sien-do sobre todo en la autopercepcin de sus habitantes una sociedad rural, agrcola, con un ndice de crecimiento de la poblacin inusualmente bajo y una marcada preferencia por la continuidad, por encima de la suerte de cambios que esta-ban transformando a sus vecinos en la misma poca.

    Desde determinada perspectiva, esta propensin a preser-var el pasado frente a un presente amenazador reforzada por la experiencia de la Primera Guerra Mundial, que impul-s a la nacin a dos dcadas de nostlgico rechazo le vino bien al pas. Francia sobrevivi a la depresin de entregue-rras sin el colapso econmico y los paroxismos polticos con-siguientes experimentados por otros Estados continentales. Pero desde un ngulo diferente, la inclinacin nacional hacia un arcasmo estrecho de miras, ese desagrado por la modernizacin y la reforma, contribuy al advenimiento de Vichy, cuya promesa de un retorno a los valores e institucio-nes premodernos se hizo eco, de manera excesivamente tranquilizadora, de los instintos tanto de la clase poltica como del electorado. Y no fue la Cuarta Repblica de la posguerra per se, sino ms bien las nuevas realidades y opor-tunidades, reconocidas por una generacin ms joven de burcratas y administradores a pesar de la ignorancia de sus maestros polticos, lo que impuls a Francia despus de la mitad de los cincuenta a una oleada de cambio econmico, demogrfico y social.

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    Otra versin del periodo que va de 1930 a 1970 contempla a Francia atrapada en una triple batalla entre una sociedad tmida y falta de audacia, una clase poltica incompetente y dividida, y un pequeo ncleo de servidores pblicos, de in-telectuales y de hombres de negocios frustrados por el estan-camiento y el declive del pas. Desde esta perspectiva, el Fren-te Popular de 1936, sea cual fuere su ptina ideolgica, fue ante todo un primer y vacilante paso hacia la reparacin de las instituciones y del sistema de gobierno del pas. Condena-do al fracaso en la sobrecargada atmsfera poltica de los aos treinta, el impulso hacia el cambio, paradjicamente, se lo volvieron a apropiar algunos jvenes participantes en el experimento de Vichy. Bajo la cobertura de la Revolucin Nacional y la abolicin de la restriccin parlamentaria por iniciativa administrativa, recuperaron partes del aparato gu-bernativo local y nacional; sus esfuerzos tuvieron un fruto no reconocido en los logros de la modernizacin ministerial de la siguiente dcada. Solo despus de 1958 con la Quinta Re-pblica e incluso en ocasiones contra los deseos de su fun-dador se ajustaron el cambio social, la renovacin adminis-trativa y las instituciones polticas, con el resultado de que Francia fue capaz de superar su enfermedad y experimen-tar una vida econmica y poltica normal.

    Lo que ms llama la atencin de los historiadores de hoy es lo poco que se vio afectado el sentido contemporneo de los dilemas y opciones de Francia en los dos primeros ter-cios de nuestro siglo por cualquiera de estas tres narrativas alternativas. El contraste entre arcasmo y modernidad, un tema presente en los anlisis acadmicos (especialmente en los extranjeros) sobre Francia desde los ltimos aos cua-renta en adelante, rara vez fue mencionado por comentaris-tas polticos o por polticos franceses. Y cuando fue invoca-do, lo fue para elogiar al pas y a su gente por haber evitado las perturbaciones que haban llevado tanto dolor a los ve-cinos de Francia, y cuyos definitivos riesgos y consecuencias

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  • El peso de la responsabilidad

    pudieron verse con estremecedora claridad al otro lado del Atlntico.

    De manera similar, muy pocos personajes pblicos fran-ceses especularon con alternativas a la convencional disposi-cin izquierda/derecha, republicanos/autoritarios del pasa-do y del presente francs. Ello fue as en parte por una ausencia de imaginacin, pero sobre todo porque personas que consideraron ideas como esas tendieron a acabar de mala manera. Incluso los ms imaginativos y crticos de los republicanos de finales del siglo xix estaban muy poco dis-puestos a pensar a favor de revisiones constitucionales, a pe-sar de los defectos manifiestos del sistema poltico y de gobierno de la Tercera Repblica, por miedo a que se asociasen con los objetivos pretorianos del mariscal Mac-Mahon, el gene- ral Boulanger y (todava fresco en el recuerdo) Luis Napo-len Bonaparte. Su temor qued confirmado despus de 1918: en el periodo de entreguerras, muchos de los ms inte-ligentes (y polticamente frustrados) crticos de la rigidez doctrinal y poltica en Francia como en otros lugares acabaron tristemente en el campo fascista o neofascista.

    Los pensadores y polticos de derechas, en un proceso ms o menos paralelo de razonamiento, consideraron casi toda concesin a los representantes de la tradicin republi-cana radical como un presagio de acuerdo con el jacobinis-mo extremo y por lo tanto como una traicin a sus propias lealtades con el pasado, una ilusin alentada tanto por los socialistas moderados, que optaron por presentarse a s mis-mos como verdaderos revolucionarios, como por los comu-nistas, cuya legitimidad dependa de su agresiva afirmacin de que haban heredado todo lo que haba de ms extremo en el lenguaje y las ambiciones de la tradicin revolucionaria. Incluso despus de la Ocupacin de 1940-1944, y del descr-dito de buena parte del patrimonio poltico conservador, la izquierda poltica no estaba en mejor situacin para exorci-zar sus demonios. Una vez que Ptain y Vichy hubieron refres-

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  • Introduccin

    cado la memoria de la gente acerca de los peligros de la auto-ridad presidencial ilimitada, especialmente si es ejercida por antiguos generales, tuvo que pasar otra generacin antes de que la mayora de los polticos y analistas de la poltica fran-ceses pudiera pensar con claridad sobre las ventajas de una eficiente autoridad ejecutiva, y en principio aprender a dis-tinguirla de un golpe de Estado permanente.

    As pues, en la Francia del siglo xx historia y memoria conspiraban para excluir cualquier atencin sustancial a lo que ahora parecen haber sido los autnticos dilemas del pas, consistiendo uno de ellos precisamente en la intolerable car-ga de unos pasados en conflicto. La contribucin de los inte-lectuales fue significativa a este respecto. No es necesario describir aqu una vez ms la relevancia de los intelectuales en la vida pblica de la Francia del siglo xx; se ha sealado bien y suficientemente por los propios intelectuales que en los aos recientes han sido los ms asiduos y entusiastas na-rradores de su propia contribucin al devenir nacional. Pero no es casual que la mayora de las historias sobre la vida y la obra de los intelectuales en Francia apenas se separen de la narrativa convencional de la historia poltica: porque fue-ron los intelectuales los que contribuyeron ms que nadie a la autocomprensin de la Francia moderna precisamente en esos trminos convencionales.

    Una de las razones de ello es que la historia de la partici-pacin intelectual en la vida pblica estaba circunscrita a aquellas ocasiones en las que pareca responsabilidad de es-critores, maestros y pensadores elegir de qu lado estaban, alinearse con una u otra parte en los grandes conflictos na-cionales. Estar a favor o en contra de Dreyfus; ser un socialis-ta internacional o un nacionalista integral en los aos ante-riores a la Primera Guerra Mundial; ser fascista o antifascista en los aos treinta; estar con la Resistencia o con la colabora-cin durante los aos de la Ocupacin; elegir entre comunis-mo y capitalismo, entre Este y Occidente en la Guerra Fra;

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    favorecer la descolonizacin o la defensa del imperio; propug-nar radicales polticas antiautoritarias (nacionales y extranje-ras) o firmes gobiernos presidenciales; y siempre y en todas partes ser izquierda o derecha: esos eran los trminos en que los intelectuales se definan a s mismos, y as contribuyeron a definir y confirmar el debate pblico francs durante la ma-yor parte del siglo pasado. La sola idea de un intelectual que no pensara en esos trminos o que optara por transgredirlos, o por separarse completamente de tales identificaciones p-blicas, pareca una contradiccin en los trminos.

    Incluso la crtica ms conocida del compromiso poltico, como es el ensayo La Trahison des clercs, escrito por Julien Ben-da en 1927, trata de suscitar polmica al respecto. El objetivo principal de Benda eran los escritores y publicistas nacionalis-tas relacionados con la Action franaise de Charles Maurras. Tendemos a olvidar lo importante que fue esa escuela de pen-sadores desde comienzos del siglo xx hasta 1940, y lo mucho que as le pareci a Benda que un ataque a los intelectuales por haber traicionado el papel que les corresponda como bus-cadores imparciales de la verdad tena que empezar por los pensadores ms destacados de la derecha. Pero Benda no que-ra sugerir que el compromiso pblico fuera malo en s mismo, simplemente que debera ser el resultado del razonamiento independiente realizado de buena fe.

    Lo malo de Maurras y de sus seguidores fue que comenza-ron con la hiptesis de que Francia y la nacin francesa eran lo primero y que siempre deban ponerse en primer lugar, una premisa que (a los ojos de Benda) viciaba cualquier esfuerzo en favor de una desapasionada reflexin individual y de una opcin moral. Con la experiencia y el ejemplo del caso Dreyfus siempre en mente, Benda sostena que la tarea del intelectual es la de la bsqueda de la justicia y la verdad, la de proteger los derechos de los individuos y, por tanto, la de proceder en con-secuencia cuando se trate de alinearse con un lado o con el otro en las grandes opciones de la poca.

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  • Introduccin

    Pero una vez que justicia, verdad y derechos cayeron vctimas de la definicin ideolgica en el curso de los aos treinta, la distincin de Benda perdi su significado y careci de cual-quier punto de referencia imparcial, como pudiramos ver en la presencia del mismo Benda despus de la Liberacin como compaero resueltamente comprometido de viaje de la iz-quierda, defendiendo los juicios-farsa en la Europa del Este estalinista segn los mismos fundamentos que haba reproba-do a los relativistas morales de la derecha nacionalista. Lo que entonces haba parecido la cumbre de una cnica irres-ponsabilidad el alineamiento de algunos de los escritores ms conocidos de Francia con la causa de la derecha naciona-lista excluyendo todo lo que tuviera que ver con la verdad so-bre casos individuales se converta ahora en la autntica definicin del compromiso responsable cuando va unido a un recurso igualmente exclusivo a la autoridad colectiva entonces fomentada por la izquierda internacionalista.

    La mayora de los intelectuales franceses del siglo xx, por tanto, no son una gua muy instructiva de lo que estaba suce-diendo en la Francia de su tiempo, ya que gran parte de sus escritos sencillamente repercutan en la esfera pblica las duraderas divisiones polticas propias del pas. Con la abusi-va ayuda de la retrospectiva, no obstante, quiz podamos re-modelar la cronologa de intelectuales y poltica por igual, aprovechndonos de la nocin de responsabilidad con la que intelectuales desde Zola a Sartre estaban sin duda familiari-zados, pero asignndole un significado claramente diferente y ms normativo del convencionalmente empleado en histo-rias de la conducta intelectual, donde se emplea como sin-nimo de compromiso.2

    2 Este concepto est bosquejado en mi anterior libro Pasado imperfecto (Madrid, Taurus, 2007), pero solo en relacin con un grupo de escritores cuya irrespon-sabilidad (en este sentido) era ah de mi inters. Los protagonistas del presente libro asumieron la nocin de responsabilidad de un modo mucho ms serio, lo que hace que sean tan interesantes.

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    peso_responsabilidad.indb 27 16/12/13 12:30