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LA APROPIACIÓN

La Apropiacion Luis Reygadas

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Estudio multidisciplinario sobre la desigualdad en América Latina

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PENSAMIENTO CRÍTICO / PENSAMIENTO UTÓPICO

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DESTEJIENDO LAS REDESDE LA DESIGUALDAD

Luis Reygadas

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La apropiación : Destejiendo las redes de la desigualdad / Luis Reygadas. —Rubí (Barcelona) : Anthropos Editorial ; México : Universidad AutónomaMetropolitana - Iztapalapa, 2008

000 p. ; 20 cm. — (Pensamiento Crítico / Pensamiento Utópico ; 167)

Bibliografía p. 000-000ISBN 978-84-7658-856-7

1. I. Universidad Autónoma Metropolitana - Iztapalapa (México) II. Título III.Colección

Primera edición: 2008

© Luis Reygadas Robles Gil, 2008© Anthropos Editorial, 2008Edita: Anthropos Editorial. Rubí (Barcelona)

www.anthropos-editorial.comEn coedición con la Universidad Autónoma Metropolitana.

Unidad Iztapalapa, MéxicoISBN: 978-84-7658-856-7Depósito legal: B. -2008Diseño, realización y coordinación: Anthropos Editorial

(Nariño, S.L.), Rubí. Tel.: 93 6972296 / Fax: 93 5872661Impresión: Novagràfik. Vivaldi, 5. Montcada i Reixac

Impreso en España - Printed in Spain

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna formani por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por foto-copia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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Este libro no hubiera sido posible sin el amor de Rosalía Wino-cur. Y esto no es una figura retórica. Hacia finales de 2002, diver-sos desencuentros nos alejaron durante algunos meses. En esecontexto, cayó en sus manos una convocatoria de la FundaciónRockefeller para realizar estancias de investigación en el proyec-to “Desigualdades persistentes en América Latina”, de la Univer-sidad Estatal de Nueva York (SUNY) en Stony Brook. Inmedia-tamente se dio cuenta que la convocatoria parecía hecha paramí, por la coincidencia entre lo que yo estaba trabajando y elenfoque del proyecto. Al poco tiempo nos reconciliamos, memostró la convocatoria y unos meses después estábamos en StonyBrook. Además, Rosalía me dio valiosas sugerencias sobre el temade la brecha digital, leyó el borrador e hizo recomendacionesque apuntaban directamente al corazón de las conclusiones dellibro. Y al mío.

La beca que me otorgó la Fundación Rockefeller durante 2003-2004 me permitió entrar en contacto con el grupo de investiga-dores que había lanzado el proyecto sobre desigualdades persis-tentes en América Latina. Dicho grupo, encabezado por PaulGootenberg, tuvo la suficiente visión para advertir que el temade la desigualdad volvería a ser central en las discusiones sobreAmérica Latina y que era necesario incorporar nuevas perspec-tivas para analizarla, no sólo desde la economía y la sociología,sino también desde la historia, la antropología y los estudiosculturales. A lo largo de varios años he contado con las lúcidasobservaciones de Paul sobre las especificidades de la historiaeconómica y social de la región. Eric Hershberg me ayudó a com-

AGRADECIMIENTOS

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prender que la desigualdad es un fenómeno indisolublementevinculado con las relaciones de poder y con la configuración delEstado. La casa de Gabriela Polit y Javier Auyero fue una isla decalidez en el frío invierno de Long Island, además de que Javierleyó el manuscrito del libro con magnífico ojo crítico. Tim Mo-ran me introdujo en las sutilezas del análisis de las estadísticassobre la desigualdad y compartió generosamente diversos mate-riales sobre el tema. Tuve la fortuna de coincidir en Stony Brookcon Jeanine Anderson, quien obtuvo la otra beca Rockefeller deese año; de ella aprendí la importancia de los pequeños detallesque hacen que unas familias logren trascender la pobreza mien-tras otras quedan atrapadas en ella. Adrián Pérez Melgoza y yotuvimos una afortunada intersección: desde la literatura y losestudios sobre cine él se aproximaba a la indagación de los pro-cesos sociales, mientras que desde el análisis de la desigualdadyo me asomaba al cine. Nuestras conversaciones fueron revela-doras y me ayudaron a profundizar la reflexión sobre las dimen-siones imaginarias de las desigualdades. En Stony Brook tuvecomo asistente de investigación a Gabriel Hernández, quien esuna historia viva de la capacidad para remontar las desigualda-des: proveniente de un pequeño poblado en México que tenía 17casas, a los 31 años migró a los Estados Unidos con sólo 4 añosde primaria y sin saber una palabra de inglés, pero a base deentusiasmo y esfuerzo llegó a estudiar el doctorado en historia.Domenica Tafuro, asistente administrativa del Centro de Améri-ca Latina y el Caribe de SUNY-Stony Brook, resolvió infinidadde detalles prácticos de mi estancia en la universidad, además deque compartimos aficiones beisboleras. En mis escapadas aManhattan conté con la hospitalidad, la amistad y la conversa-ción siempre interesante de Toby Miller, George Yúdice y AnaMaría Ochoa.

Tuve oportunidad de ir presentando avances de este libro enpequeños seminarios sobre la desigualdad, en los que recibí va-liosas sugerencias y aprendí del trabajo de otros colegas. Uno deellos fue organizado por la Universidad de Princeton en 2004,con el tema “Desigualdades paradójicas en América Latina”, enel que escuché los inteligentes comentarios de Deborah Yasharal apartado sobre acciones sociales frente a la desigualdad, ade-más de que pude compartir reflexiones con Jeremy Adelman,Eric Hershberg, Roberto Laserna, Juan Pablo Pérez Sáinz, Zan-

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del Navarro, Elizabet Jelin, Ethel Brooks y otros colegas. Esemismo año SUNY-Stony Brook organizó el taller Reframing In-equalities, en el que presenté la primera versión del apartado so-bre desigualdades imaginadas y participé en fructíferos debatescon Jeanine Anderson, Javier Auyero, Manuel Chiriboga, PaulGootenberg, Michèle Lamont, Enrique Mayer, Janice Perlman,Fulvia Rosemberg y Sonia Montaño. En 2006 se realizó un semi-nario con los seis becarios Rockefeller del proyecto sobre des-igualdades persistentes de SUNY-Stony Brook, en el que Eduar-do Mendieta me brindó una minuciosa revisión de lo que hoy esel capítulo 2 de este libro, además de que me beneficié de loscomentarios y las exposiciones de Jeanine Anderson, Lucio Ren-no, Christina Ewig, Maggie Gray y Odette Casamayor. En otrotaller, organizado por la Fundación Russel Sage en 2006, pudeparticipar en apasionantes discusiones sobre la desigualdad glo-bal con Tim Moran, Patricio Korzeniewicks, Giovanni Arrighi,Marcelo Cavarozzi, Miguel Centeno, Shelley Feldman, JamesGalbraith, Jack Goldstone, John Markoff, Beverly Silver, RobertWade e Immanuel Wallerstein. Presenté versiones prácticamen-te finales del capítulo 2 en un seminario de la Universidad Na-cional de San Martín en Buenos Aires en agosto de 2007 y delcapítulo 3 en una reunión del GRILAC de FLACSO sobre pobre-za y desigualdad en Quito en octubre de 2007.

Durante los 4 años que duró el proceso de confección dellibro tuve el privilegio de trabajar en el Departamento de Antro-pología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iz-tapalapa, en donde gocé, como siempre, del respaldo, la libertady el ambiente académico propicio para avanzar en mi trabajo.Agradezco a Ricardo Falomir sus observaciones al apartado so-bre acciones sociales frente a la desigualdad. Rodrigo Díaz leyóuna versión previa del libro y me hizo sugerencias que me orien-taron para darle su forma final. Ana Rosas utilizó un primerborrador del texto en la impartición de un curso sobre estratifi-cación y clases sociales, de modo que realizó una lectura muydetallada y me hizo comentarios precisos y certeros. Los alum-nos de la licenciatura en antropología social que tomaron esecurso me dieron una interesante retroalimentación que me ayu-dó a descubrir algunas de las debilidades del borrador. NéstorGarcía Canclini siempre me impulsó a buscar nuevas perspecti-vas para analizar la desigualdad, además de que me invitó a pre-

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sentar el capítulo sobre desigualdad en la era de la globalizaciónen una sesión del ya legendario grupo sobre cultura urbana, diri-gido primero por él y luego por Eduardo Nivón. En esa sesiónobtuve generosos y agudos comentarios por parte de Néstor, deRaúl Nieto, Patricia Ramírez Kuri, Sara Makowski, Amparo Se-villa y Miguel Ángel Aguilar. También leyeron el borrador misqueridísimos Diego Prieto, Eduardo Nivón y Juan Luis Sariegoy, aunque me deben críticas y comentarios más precisos, su amis-tad y nuestra aspiración común por un mundo más justo sonirremplazables.

Pude concluir la redacción del libro en el marco de un pro-yecto de investigación financiado por el Consejo Nacional deCiencia y Tecnología (CONACYT), en el que Adriana Ortega yVirginia Sánchez Machuca trabajaron como asistentes de inves-tigación. Agradezco a cuatro dictaminadores anónimos que per-cibieron las lagunas e inconsistencias del texto y ofrecieron al-ternativas para afrontarlas. Gustavo Leyva fue un amable e inte-ligente editor que llevó a buen puerto esta obra.

Mis hijas Adriana y Daniela hacen posible seguir siendo feliz,aun después de haberme dedicado varios años a escarbar en lasatroces desigualdades de nuestra época.

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Andaluces de Jaén,aceituneros altivos,Pregunta mi alma: ¿de quién,de quién son estos olivos?

MIGUEL HERNÁNDEZ,Aceituneros, 1937

A la pregunta “¿de quién son estos olivos?”, Miguel Hernán-dez contestó poéticamente: “No los levantó la nada, ni el dinero,ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Unidos alagua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosurade los troncos retorcidos”. Una respuesta similar dio EmilianoZapata cuando adoptó el lema “La tierra es de quien la trabaja”.Pero, con toda seguridad, los dueños de los olivares de Jaén y loshacendados mexicanos hubieran dado contestaciones comple-tamente opuestas a las del poeta español y el famoso revolucio-nario. En las reflexiones modernas sobre la desigualdad ha sidocrucial la discusión sobre el papel que desempeñan la tierra, elcapital y el trabajo en la generación de la riqueza y, por lo tanto,en la manera en que se distribuyen los frutos de las actividadescolectivas entre los propietarios de la tierra, los empresarios ylos trabajadores. En la misma línea, hoy podríamos preguntar-nos: ¿de quién es el mapa del genoma humano?, ¿de quién esInternet?, ¿de quién son los derechos de autor?, ¿cómo debe re-compensarse el papel del conocimiento en la generación de ri-quezas?, ¿de quién es el software?, ¿cuál es la mejor manera dedistribuir las riquezas generadas en cadenas económicas globa-les?, ¿qué impuestos deben pagar el capital financiero y las em-

INTRODUCCIÓN

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presas transnacionales?, ¿cómo lograr una mayor igualdad en lasociedad-red? Este libro analiza cómo se produce la desigualdadsocial en la época de la globalización, para lo cual propone unenfoque multidimensional que toma en cuenta los procesos eco-nómicos, políticos, sociales y culturales que inciden en la distri-bución asimétrica de bienes valiosos.

La desigualdad no puede comprenderse al margen de las re-laciones de poder que operan en diferentes niveles y dimensio-nes de la vida social. De acuerdo con esta perspectiva relacional,la distribución de los bienes ocurre en el marco de configuracio-nes estructurales y de interacciones entre diversos agentes, enlas que se disputan la apropiación de esos bienes. Existen dife-rentes intereses, perspectivas, argumentos y criterios para reali-zar la distribución y para definir si ésta es o no justa, de modoque la cuestión de la desigualdad social siempre es objeto depolémicas. Hay quienes piensan que la desigualdad es algo natu-ral y hasta inevitable: “siempre habrá ricos y pobres”. Para otros,el abismo entre riqueza y miseria es escandaloso e inaceptable.Escuchamos a algunos políticos exigir un reparto más equitati-vo de la riqueza, mientras que sus adversarios declaran que noes un problema de distribución, que lo importante es “que crez-ca el pastel”, para que entonces a cada cual le toque una rebana-da más grande.

El debate sobre la igualdad y la desigualdad atraviesa todo elpensamiento social moderno, en una polémica que ha duradosiglos. Dentro de la tradición liberal, desde 1698 John Locke de-fendía el derecho igual de todos los hombres a apropiarse de losfrutos de su trabajo, al mismo tiempo que legitimaba la propie-dad: “Lo que él obtenga del estado de naturaleza, aquello con loque él haya combinado su trabajo y haya reunido con ello algoque es suyo, lo ha hecho de su propiedad” (Locke, 1967 [1698]:20). En 1754, en su famoso Discurso sobre el origen y los funda-mentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau afirmabaque “El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocu-rrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simplespara creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuán-tos crímenes, guerras, asesinatos y horrores no habría ahorradoal género humano quien, arrancando las estacas o rellenando lazanja, hubiera gritado a sus semejantes!: ‘¡Guardaos de escuchara este impostor!; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de

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todos y que la tierra no es de nadie’” (1991 [1754]: 248). Cuandoleyó ese párrafo, Voltaire escribió furibundo: “¡Conque el que haplantado, sembrado y cercado no tiene derecho al fruto de susesfuerzos! ¡Conque ese hombre injusto, ese ladrón habría sido elbenefactor del género humano! He ahí la filosofía de un bribónque quisiera que los ricos fueran robados por los pobres” (enRousseau, 1991 [1754]: 248). Poco después, en 1789, la igualdadapareció como una consigna emblemática de la revolución fran-cesa (liberté, egalité, fraternité), con lo que el tema de la desigual-dad quedó ubicado en el corazón de las reflexiones sociales de laera moderna, pero sin que existiera una definición única o unacuerdo generalizado sobre qué es igualitario y qué injusto.

En el siglo XIX Proudhon lanzaría su famosa frase “La pro-piedad es un robo” (1993 [1840]: 13), en abierto contraste con loque había planteado Locke, mientras que Marx y otros pensado-res socialistas vieron en el capitalismo el origen de las desigual-dades contemporáneas, ideas que inspiraron las revolucionessocialistas en el siglo XX, que tenían entre sus metas principalesel reparto equitativo de la riqueza. Por su parte, los opositores alsocialismo lo consideraron un sistema injusto, porque limitabalas libertades de los individuos, e ineficaz, porque anulaba lainiciativa y la libre competencia. A finales del siglo pasado y co-mienzos del presente han renacido las polémicas sobre la des-igualdad. Se discute si las llamadas políticas neoliberales y laglobalización están contribuyendo a reducir la desigualdad o si,por el contrario, se han hecho mayores las asimetrías entre laspersonas, los grupos sociales, las regiones y los países (De laDehesa, 2003; Firebaugh, 2003; Wade, 2007; Wallerstein, 2004;Wolf, 2004). Hay opiniones encontradas en cuanto a las repercu-siones que las nuevas tecnologías tienen sobre la desigualdadsocial. Se debate también sobre las relaciones entre la desigual-dad social, la equidad de género, la discriminación étnica y lasrelaciones interculturales.

El debate sobre la desigualdad se ha dado en dos pistas. Porun lado, como polémica ética y política —¿qué tipo de igualdadse requiere?— y, por otro, como indagación sociológica —¿quéfactores incrementan la desigualdad? Desde el punto de vistapolítico y filosófico se ha discutido sobre la conveniencia o in-conveniencia de la desigualdad, sobre si es justa o injusta, legíti-ma o ilegítima. En ocasiones, la pregunta ha sido “¿por qué la

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igualdad?”, presentándose una división entre quienes otorganprioridad a la igualdad y aquellos que consideran más relevantesotros valores, como la libertad, la justicia, el bienestar o la efi-ciencia, de acuerdo con distintas escuelas filosóficas: liberalis-mo, comunitarismo, utilitarismo, marxismo, libertarianismo, etc.,que se relacionan con diferentes corrientes en el campo de laeconomía, la ciencia política y otras disciplinas. Más reciente-mente, otros autores han planteado que la pregunta debiera ser“¿qué igualdad?” (Sen, 2004; Van Parijs, 1996), porque existendistintos tipos de igualdades o de dimensiones de la igualdad(igualdad de ingresos, igualdad de derechos, igualdad de opor-tunidades, igualdad de libertades para conseguir los propios fi-nes, etc.), de modo que si se elige buscar la igualdad en torno auna dimensión se tendrá que sacrificar en las otras, porque esimposible lograr simultáneamente la igualdad en todas las di-mensiones. De ahí surgen innumerables discusiones sobre laimportancia que debe darse a cada igualdad y sobre los princi-pios de equidad que deben aplicarse.

Desde la perspectiva de la indagación social se han analizadolas causas de la desigualdad y se han propuesto estrategias parareducirla. En ese terreno las principales preguntas han sido: ¿porqué existe tanta desigualdad?, ¿cómo se produce la desigualdad?,¿cuáles son los procesos y mecanismos que incrementan la des-igualdad y cuáles contribuyen a reducirla?, ¿qué papel desempe-ñan los factores económicos, políticos y culturales en la produc-ción de las desigualdades? Estas preocupaciones han estado enel centro de la obra de numerosos científicos sociales, desde Car-los Marx y Max Weber hasta Pierre Bourdieu y Charles Tilly,pasando por la compilación de Bendix y Lipset sobre la estratifi-cación social y muchos otros autores que han encarado distintosángulos del problema (Marx, 1974 [1967]; Weber, 1996 [1922];Bourdieu, 1988; Tilly, 2000; Bendix y Lipset, 1966). La polémicasobre la desigualdad ha estado presente en la filosofía, la histo-ria, la economía, la sociología, la antropología, la ciencia políti-ca y, más recientemente, en los estudios de género, los estudiosculturales y las ciencias de la comunicación, ya sea de maneradirecta o a partir de discusiones sobre la justicia, la estratifica-ción social, la explotación, la diferencia, la discriminación, laequidad, la exclusión y la desconexión.

A veces se entrelazan la reflexión ética sobre la equidad y la

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investigación sociológica sobre las causas de la desigualdad, perocon frecuencia discurren por caminos paralelos y hasta diver-gentes. Mientras que los filósofos discuten sobre cómo deberíaser el mundo (principios que deberían seguirse para alcanzar laigualdad), los investigadores sociales estudian cómo es el mun-do (las características de la desigualdad realmente existente). Peroeste divorcio no tendría por qué existir, la reflexión ética podríadesembocar en recomendaciones para la vida práctica, del mis-mo modo que no tiene sentido investigar las causas de la des-igualdad si ese conocimiento no aspira a una sociedad más equi-tativa. Este libro propone una vía para articular la investigaciónde la desigualdad con la reflexión ética sobre la misma: relacio-na los procesos generadores de inequidades con las discusionessobre su legitimidad. La desigualdad implica relaciones de po-der, en las que, además de muchos otros recursos, intervienenlas nociones que las personas tienen acerca de lo que es justo einjusto, equitativo o inequitativo. Dicho de otra manera, las per-sonas comunes y corrientes entablan discusiones ético-políticassobre la igualdad, menos sistemáticas que las de los filósofos,pero que son de crucial importancia para definir los límites de ladesigualdad.

En sus interacciones las personas ponen en juego diferentesconcepciones sobre lo que es valioso o no, sobre los méritos decada cual, sobre las contribuciones que se han hecho a la empre-sa común o a la sociedad, de modo que la distribución de losbienes está mediada por disputas culturales. Los bienes a losque cada persona tiene acceso pueden ser vistos como fruto deuna apropiación legítima o de una expropiación injusta. Por ellopropongo la teoría de la apropiación-expropiación, que se expli-cará en detalle en el primer capítulo del libro, para dar cuentadel vínculo que existe entre la asignación de los bienes y las con-frontaciones en torno a la legitimidad de esa asignación. La des-igualdad es una cuestión “esencialmente disputada”. Las preten-siones de apropiación de cada agente siempre pueden ser con-trovertidas, por lo menos por dos razones. Por un lado, porquepueden existir otros sujetos cuyas reclamaciones entran en con-tradicción con las del primer agente. Por otra parte, porque exis-ten diferentes criterios que fundamentan la legitimidad de lasapropiaciones: el esfuerzo, el mérito, el derecho, el riesgo, la uti-lidad, el bien común, etc. Esos criterios, utilizados por las perso-

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nas comunes y corrientes, no son muy diferentes de los que es-grimen los filósofos en sus debates sobre la justicia y la igual-dad.1 Pero lo que unos defienden como apropiación justa otrospueden calificarlo de expropiación ilegítima, por lo que el análi-sis de la desigualdad debe tomar en cuenta las batallas simbóli-cas en torno a su legitimidad.

En sociedades complejas, formadas por millones de perso-nas, es de esperar que existan muchas diferencias y disparida-des. El problema está en la magnitud de esas diferencias, en laequidad de los procedimientos que las producen y en la legitimi-dad de la distribución de las cargas y los beneficios entre todoslos miembros de la sociedad. Cualquier distribución de las ven-tajas y desventajas está mediada por relaciones de poder y estásujeta a diversas interpretaciones y valoraciones, algunos la con-siderarán justa o normal, mientras que otros pueden calificarlade injusta y abusiva. De ahí que no baste con describir cómoestán distribuidos los bienes, es crucial analizar las disputas queentablan los actores sociales sobre la equidad de una determina-da distribución. Existen confrontaciones constantes en torno ala legitimidad de la porción de la riqueza social que obtiene cadaagente: puede ser vista como merecida recompensa a su esfuer-zo y a su contribución a la empresa colectiva, o puede ser etique-tada como un abuso, que no corresponde a su aportación, que seobtuvo mediante procedimientos inadecuados que lesionan losderechos de otros. Al respecto es central el valor que se asigna ala participación de cada uno de los involucrados, el cual estádeterminado no sólo por la cuantía y la calidad de los recursos yesfuerzos aportados, sino también por las interacciones socialesy por entramados culturales que establecen jerarquías en tornoa los derechos y méritos de cada una de las partes. En el núcleode los mecanismos económicos de producción y distribución debienes y servicios operan relaciones de poder y procesos simbó-licos que configuran accesos desiguales a la riqueza.

El debate sobre la desigualdad en América Latina

Formulando un principio que integra el programaagrario de la burguesía liberal francesa, ÉdouardHerriot afirma que “la tierra exige la presencia real”.No está de más recordar que a este respecto el Oc-

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cidente no aventaja por cierto al Oriente, puestoque la ley mahometana establece, como lo observaCharles Gide, que “la tierra pertenece al que la fe-cunda y vivifica”

JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI, “El problemade la tierra” (1976 [1928]: 83)

América Latina es la región más desigual del mundo, perotambién ha sido cuna de intensos debates y numerosas reflexio-nes sobre la desigualdad (Adelman y Hershberg, 2003; Gooten-berg, 2008). Desde la polémica colonial acerca de si los indiosamericanos tenían alma hasta las discusiones actuales sobre losderechos de los negros y los indígenas, el tema de la desigualdadatraviesa la historia de una región marcada por enormes asime-trías en la distribución de la riqueza. La reflexión sobre la des-igualdad ha ocupado un lugar central en las ciencias sociales enAmérica Latina, desde los escritos pioneros de Mariátegui (1928)sobre el problema del indio, la concentración de la tierra y losrasgos feudales de la economía peruana (1928), hasta las reflexio-nes contemporáneas sobre la desconexión y las relaciones inter-culturales (García Canclini, 2004), pasando por numerosos tex-tos sobre el desarrollo, el subdesarrollo y la dependencia (Ger-mani, 1962; Medina Echavarría, 1964; González Casanova, 1965;Cardoso y Falletto, 1969; Benítez Zenteno, 1977).

En el debate latinoamericano sobre la desigualdad hay unavaliosa tradición de analizar los vínculos de los aspectos econó-micos con el análisis de los factores sociales, políticos y cultura-les. Esta tradición se expresó con fuerza en los años sesenta ysetenta del siglo XX, en un período en el que muchos países de laregión buscaban impulsar el mercado interno y reducir las asi-metrías sociales. Gino Germani señalaba las tensiones produci-das en la transición de las sociedades tradicionales a las socieda-des de masas en América Latina, entre ellas la difusión de ideo-logías igualitarias entre los sectores populares, cuyas aspiracionesde consumo difícilmente podían ser satisfechas en sociedadesque no habían construido economías industriales modernas (Ger-mani, 1962: 112). También propuso una tipología de estratifica-ción social que distinguía países que hacia mediados del siglotenían una clase media superior al 20 % de la población (Argen-tina, Uruguay, Chile y Costa Rica), países que tenían una clasemedia entre el 15 y el 20 % de la población, pero presentaban

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fuertes desniveles regionales y heterogeneidades étnicas y cultu-rales (Brasil, México, Cuba, Colombia y Venezuela) y países don-de predominaba la sociedad tradicional y las clases medias re-presentaban menos del 15 % del total (Panamá, Paraguay, Perú,Ecuador, El Salvador, Bolivia, Guatemala, Nicaragua, RepúblicaDominicana, Honduras y Haití) (Germani, 1962: 226-227). Porsu parte, José Medina Echavarría destacaba la desigualdad en-tre sectores económicos, entre estratos sociales y entre regiones,insistiendo en que el dualismo entre lo tradicional y lo modernoexpresaba su continuidad y penetración recíproca (Medina Echa-varría, 1964: 18-25). En su clásico estudio sobre la democraciaen México, Pablo González Casanova develaba los vasos comu-nicantes entre la inequidad política y la injusta distribución delingreso (González Casanova, 1965).

En esa misma época los análisis de la CEPAL y de muchosotros economistas argumentaban que la desigualdad de ingre-sos no se podía explicar al margen de las políticas públicas y delas relaciones de intercambio desigual con los países industriali-zados. En un tono más radical, las teorías de la dependenciaseñalaban que la discusión sobre el desarrollo y el subdesarrollono podía limitarse a los aspectos económicos, sino que tenía queaplicarse una visión sociológica, en la que eran centrales las lu-chas de clases y las relaciones entre los países centrales y perifé-ricos (Benítez Zenteno, 1977; Cardoso y Falletto, 1990 [1969]:12-14). En síntesis, existía una fuerte preocupación por las con-secuencias sociopolíticas de las asimetrías sociales.2

En contraste, durante las décadas de los años ochenta y no-venta, en un período en el que se incrementó nuevamente la des-igualdad en la región, el análisis del tema se escindió entre medi-ciones económicas de la estratificación y la distribución del in-greso, por un lado, y el estudio de las inequidades étnicas y degénero, por el otro. Este libro intenta remontar esa escisión yrecuperar la riqueza de las reflexiones latinoamericanas sobrelas intersecciones entre los aspectos económicos, políticos, so-ciales y culturales de las desigualdades. Esta mirada multidimen-sional requiere entender la desigualdad como un proceso de cons-trucción social.

La construcción social de las desigualdades

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Concibo en la especie humana dos clases de des-igualdad: una, que yo llamo natural o física, porquese haya establecida por la naturaleza, y que consis-te en la diferencia de las edades, de la salud, de lasfuerzas del cuerpo, y de las cualidades del espíritu,o del alma; otra, que se puede llamar desigualdadmoral, o política, porque depende de una especiede convención, y se halla establecida, o al menosautorizada, por el consentimiento de los hombres.Consiste ésta en los diferentes privilegios que unosgozan en perjuicio de otros, como el de ser másricos, más respetados, más poderosos que ellos, oincluso el de hacerse obedecer.

JEAN JACQUES ROUSSEAU, Discurso sobre el origeny los fundamentos de la desigualdad

entre los hombres (1991 [1754]: 205-206)

Rousseau nos recuerda que la desigualdad no es algo natu-ral, sino redes de privilegios y perjuicios que se establecen o au-torizan por el consentimiento de los hombres. ¿Estamos atrapa-dos en esas redes de la desigualdad? Sí y no. Son redes materia-les y simbólicas, que nos separan, nos clasifican, nos ordenanjerárquicamente y producen distribuciones asimétricas de lasventajas y desventajas. Pero no son estáticas ni fruto de la fatali-dad, sino construcciones sociales, que son tejidas en las relacio-nes entre las personas y, por lo tanto, pueden ser modificadaspor ellas. También construimos redes solidarias que nos igualany reducen las diferencias. Unos muros caen y se levantan otros.Las redes de la desigualdad pueden ser des-tejidas mediante elanálisis de los procesos que las producen y las transforman.

¿Cómo se generan las desigualdades sociales?, ¿por qué unospaíses son más equitativos que otros?, ¿por qué América Latinaes la región más desigual del mundo? Con la globalización, ¿hanaumentado o disminuido las desigualdades?, ¿qué relación hayentre nuevas y viejas desigualdades?, ¿América Latina avanza,por fin, hacia una mayor igualdad, o se están reproduciendo susinequidades persistentes? Éstas son las preguntas centrales queatraviesan este libro. Para contestarlas, uso un enfoque que es ala vez estructural y constructivista. La desigualdad está sosteni-da en estructuras persistentes que se reproducen en la larga du-ración. Pero no son inmutables, sino que se construyen y se trans-forman como resultado de procesos en los que interviene la ac-ción humana. Así, hay que analizar las estructuras económicas

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que generan apropiaciones diferenciales de la riqueza, las es-tructuras políticas que producen disparidades de poder, las es-tructuras sociales que marcan diferencias de estatus y prestigio,lo mismo que las estructuras culturales que legitiman la desigual-dad y producen distribuciones inequitativas de los recursos sim-bólicos. Asimismo, hay que dar cuenta de los cambios en esasestructuras. Las redes de la desigualdad no se auto-reproducenal infinito, son configuraciones que se transforman, así sea muylentamente, bajo el influjo de los procesos sociales.

En los estudios sobre desigualdad hay un desequilibrio quellama la atención: existen abundantes y sofisticados análisis so-bre los mecanismos que generan inequidades de todo tipo, loque contrasta con la escasa y limitada importancia que tienenlas investigaciones sobre los procesos que contrarrestan la des-igualdad y se resisten a ella. En el ámbito económico tenemosherramientas para entender cómo las relaciones capitalistas ge-neran concentración del ingreso dentro de las sociedades y pro-fundas asimetrías entre los países (Marx, 1974 [1867]; Wallers-tein, 2004), pero sabemos poco sobre las estrategias que siguenlos actores para revertir o mitigar esas asimetrías. Abundan losrecuentos de la pobreza y los diagnósticos sobre la polarizaciónen la sociedad contemporánea, pero es más limitado nuestroconocimiento sobre los mecanismos que tratan de atemperarlos extremos de riqueza y pobreza. Contamos con las poderosaslentes de Max Weber para reconocer los cierres sociales, losmonopolios sobre los recursos y las diferencias de status (Weber,1996 [1922]; Murphy, 1988), pero no tenemos instrumentos ana-líticos de igual calidad para identificar los esfuerzos para abriresos cierres, desmantelar los monopolios y cuestionar las dispa-ridades de prestigio. En base al trabajo de Pierre Bourdieu (1988)se han develado los sutiles dispositivos simbólicos que sostienenla distinción social y reproducen la distribución clasista del ca-pital cultural, pero ¿cuánto se sabe acerca de las estrategias decontradistinción o de las prácticas populares para deslegitimarlas culturas de las élites? La obra de Michel Foucault (1980) hamostrado los resortes microscópicos del poder que sostienen elautoritarismo y la exclusión, pero son más escasos los estudiosque, con igual minuciosidad, desmenuzan la resistencia cotidia-na y sus consecuencias sobre la estructura social. La perspectivarelacional de Charles Tilly sobre las desigualdades persistentes

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(2000) es un aporte relevante para entender las categorías parea-das que sostienen buena parte de las desigualdades (blancos ynegros, mestizos e indígenas, hombres y mujeres, etc.). Enrique-ce una larga tradición analítica sobre las barreras sociales y lasfronteras simbólicas que delimitan los territorios de la desigual-dad. Pero es necesario acompañar el enfoque de Tilly con la ob-servación de las transgresiones a esas fronteras simbólicas, losintentos de los agentes por socavar las barreras sociales, cuestio-nar la desigualdad categorial y debilitar los mecanismos de ex-plotación y acaparamiento de oportunidades.

Un enfoque atento a la dialéctica entre los procesos que gene-ran inequidad y los que la contrarrestan, permite situar históri-camente las desigualdades persistentes. El enfoque de Tilly esrelacional y abierto a la historia, pero si no se pone suficienteatención al cuestionamiento de las desigualdades categoriales,la persistencia puede ser vista como inmanencia, como repro-ducción al infinito de una estructura invariable y no como lo quees: una construcción histórica mediada por relaciones de poder,en la que se entrecruzan múltiples factores y participan numero-sos agentes, en la que operan tendencias y contratendencias.

La combinación de las miradas estructural y constructivistaes un buen antídoto contra el esencialismo en el análisis de lasrelaciones entre desigualdad y cultura. Es fundamental incorpo-rar la dimensión cultural como elemento central en la produc-ción de inequidades, pero hay que evitar ver a las culturas comoun factor que, por definición, siempre genera desigualdad. Tam-bién es falsa la tesis contraria, la que sostiene que ciertas cultu-ras siempre se orientan hacia la equidad. Las culturas son are-nas en las que se dirimen grados relativos de igualdad y des-igualdad (Kertzer, 1988; Thompson, 1995). Por ello hay queanalizar, en su interrelación, dos tipos de procesos simbólicos.Por un lado, aquellos que distinguen y jerarquizan a los grupossociales, sobrevalorando a unos y demeritando a otros, para le-gitimar las distinciones y acrecentar las brechas sociales. Por elotro, aquellos que disuelven, relativizan y cuestionan las jerar-quías sociales, presionando hacia la solidaridad, la redistribu-ción de los recursos y la reducción de las desigualdades.

¿Quién produce la des-igualdad: el mercado, el Estado

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o la sociedad civil?

La tesis del Estado mínimo está estrechamente vin-culada a una visión característica de la sociedadcivil como mecanismo autogenerador de solidari-dad social. Debe permitirse florecer a los pequeñospelotones de la sociedad civil, y lo harán si estánlibres de trabas impuestas por la intervención esta-tal. [...] Se dice que el Estado, especialmente el Es-tado del Bienestar, destruye el orden civil, pero quelos mercados no, pues éstos prosperan a partir dela iniciativa individual. Al igual que el orden civil,los mercados, dejados a su propia dinámica, pro-porcionarán el mayor bien a la sociedad. [...] Losneoliberales quieren reducir el Estado; los social-demócratas, históricamente, han buscado insis-tentemente expandirlo. La tercera vía sostiene quelo necesario es reconstruirlo.

ANTHONY GIDDENS, La tercera vía (1999: 22 y 86)

Para muchos, el origen de las desigualdades contemporáneasestá en la lógica de la ganancia del capitalismo: la explotacióndel trabajo asalariado y el acaparamiento de oportunidades enlos mercados producen la riqueza de unos pocos y la miseria demuchos. En consecuencia, proponen la intervención decididadel Estado para reducir las desigualdades producidas por elmercado. En contraste, otros consideran que la libre competen-cia en el mercado implica una igualdad de oportunidades queproduce la mejor distribución, porque recompensa los esfuerzosy las aportaciones de cada participante. De ahí que vean la intro-misión del Estado como una fuente de desigualdades, porquecrea rentismo, monopolios y transferencias injustas, regidos porcriterios políticos que lesionan la eficiencia económica. Una ter-cera opinión señala que la desigualdad se reproduce en relacio-nes sociales cotidianas teñidas por la discriminación étnica y degénero, mientras que otros ven a la sociedad civil como fuentede igualdad, destacando el carácter solidario de las asociacionesvoluntarias que, en oposición a la lógica de la ganancia, creanlazos de reciprocidad, a la vez que defienden el derecho a la dife-rencia frente a la lógica centralista y burocrática del poder esta-tal. ¿Quién tiene la razón?

La dialéctica entre igualdad y desigualdad atraviesa al mer-cado, al Estado y a la sociedad civil, en estas tres instancias se

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puede detectar la confrontación entre procesos generadores dedesigualdad y procesos que la contrarrestan. El mercado moder-no iguala y diferencia a la vez. Por un lado equipara a todos losparticipantes, que intervienen como productores, vendedores ycompradores que gozan de los mismos derechos y obligaciones,independientemente de su estatus social. Amartya Sen (1999) hadefendido la libertad de mercado como una de las libertadeshumanas básicas. La libre competencia estimula la eficiencia alrecompensar la productividad. Pero, por otro lado, contribuye ala exclusión y marginación de los menos productivos, de los quetienen menores recursos o menos información. Dejados a su pro-pia dinámica, los mercados conducen a la formación de mono-polios que producen enormes inequidades. Los mercados per-fectos no existen, siempre están incrustados en contextos socia-les e institucionales, mediados por relaciones de poder y procesosculturales específicos que pueden incrementar o reducir la des-igualdad.

Por su parte, los Estados igualan a todos sus miembros comociudadanos, sin distinciones de clase, género, religión o grupoétnico. El principio de igualdad de todos los ciudadanos ante laley es una de las principales contribuciones del Estado modernoa la equidad. La otra es la redistribución de recursos para redu-cir las disparidades creadas por el mercado. Sin embargo, la ac-ción estatal puede producir efectos de desigualdad no deseados,como ocurre con algunos subsidios estatales, que tratan de apo-yar a los más desfavorecidos, pero crean enclaves de privilegia-dos por esos apoyos o benefician a los intermediarios. El corpo-rativismo, el clientelismo y el rentismo son otros ejemplos deinequidades creadas por medio de la intervención estatal. LosEstados también establecen fronteras de inclusión y exclusiónque separan a los ciudadanos de los no ciudadanos, como seadvierte en la situación de los migrantes transnacionales indo-cumentados. Así como no hay mercados perfectos, tampoco exis-ten Estados plenamente igualitarios, los Estados realmente exis-tentes están atravesados por relaciones de poder y son presiona-dos por diferentes grupos de interés, de modo que las políticaspúblicas pueden promover mayor equidad lo mismo que dar lu-gar a diversas formas de desigualdad.

En el ámbito de la sociedad civil se despliega un principiofundamental de equidad: la igualdad esencial de todos los seres

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humanos, independientemente de su posición en el mercado yde su situación jurídica frente al Estado. Adicionalmente, en ellase tejen relaciones de solidaridad y reciprocidad que materiali-zan los ideales igualitarios en muy diversos espacios de la vidasocial. Muchas organizaciones de la sociedad civil han hechoaportes cruciales a la igualdad al promover el reconocimiento yel derecho a la diferencia, que con frecuencia es atropellado porlos Estados y los mercados. Por último, han contribuido a laexpresión de los reclamos y al empoderamiento de grupos y sec-tores excluidos. Sin embargo, en la dinámica de la sociedad civiltambién se reproducen las desigualdades. Baste recordar queantes de que existieran el mercado y el Estado ya habían surgidomuchas formas de inequidad en las relaciones cara a cara entrelos sujetos. En la actualidad el racismo, la discriminación étnicay la inequidad de género se reconstruyen en las interaccionessociales cotidianas. La sociedad civil no es ajena a las relacionesde poder, al acaparamiento de recursos y a las disputas cultura-les. También entraña el riesgo del particularismo, es decir, depromover especialmente los intereses y las demandas de los gru-pos más fuertes y mejor organizados, en detrimento de los dere-chos universales.

Con frecuencia se establecen clasificaciones dualistas queidealizan a algunos actores sociales y satanizan a otros. Por ejem-plo, se piensa que las comunidades indígenas, los movimientossociales y la sociedad civil son instancias prístinas, impregnadaspor la solidaridad, la honestidad y los valores comunales, mien-tras que otras instancias como el mercado, los gobiernos y lasempresas estarían caracterizadas por la explotación, la corrup-ción y las relaciones asimétricas. Este dualismo impide advertirel vínculo dialéctico entre igualdad y desigualdad, presente entodo tipo de sociedades e instituciones. Por separado, ni la socie-dad civil, ni el Estado, ni el mercado pueden acercarnos a unasociedad más igualitaria. Un Estado sin mercado y sin organiza-ciones sociales autónomas conduce al totalitarismo y a la pérdi-da de la igualdad en torno a un bien fundamental: la libertad ylos derechos civiles. El mercado, sin el contrapeso de la sociedadcivil y del Estado lleva al monopolio, la degradación ecológica yla exacerbación de las desigualdades económicas. A su vez, unmundo de comunidades y organizaciones no gubernamentales,sin Estado y sin mercado, si es que llegara a existir, se parecería

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más al imperio del más fuerte que al paraíso igualitario con elque sueñan los libertarianos y los defensores a ultranza de lasociedad civil.3

La igualdad y la desigualdad se producen tanto en el merca-do como en el Estado y en la sociedad civil. Puede haber unreforzamiento mutuo entre los procesos que construyen inequi-dades en cada uno de estos ámbitos, pero pueden presentarsedesfases y tensiones entre ellos. Este libro analizará la interven-ción de cada una de estas tres instancias en la construcción de laigualdad y la desigualdad en la sociedad global y en AméricaLatina.

Epistemología crítica de la inequidad

Necesidad de respetar el principio de igualdad esen-cial entre los individuos. Si este principio guía laactividad del investigador, su búsqueda de aquelloen lo que los hombres y mujeres son semejantes aotros hombres y mujeres predominará la investiga-ción acerca de sus diferencias con otros hombres ymujeres o bien, cuando éstas sean precisadas, se-ñalará que las mismas hacen sólo al componenteexistencial de la identidad de las personas.

IRENE VASILACHIS, Pobres, pobrezay representaciones sociales (2003: 42-43)

El estudio de las desigualdades tiene como punto de partidael principio de que, desde un punto de vista ontológico, todos losseres humanos somos iguales, todos tenemos los mismos dere-chos fundamentales, ninguna vida vale más que otra y nadie essuperior o inferior a los demás. Pero esta igualdad básica está entensión con una profunda desigualdad existencial: en la prácticahay enormes disparidades de ingresos, de condiciones de vida,de acceso a la salud y la educación, de poder, de prestigio, dedisfrute real de los derechos humanos, etc. Las asimetrías socia-les condenan a millones de personas a condiciones de miseria yerosionan las bases de la cohesión social y de la convivencia de-mocrática. El estudio de la desigualdad no tiene sentido sin unautopía igualitaria, sin la aspiración de que es posible construiruna sociedad más equitativa. En base a esta utopía, es precisoutilizar una epistemología crítica de la desigualdad.

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La epistemología crítica de la desigualdad otorga un papelcentral a la agencia humana en el proceso de construcción y de-construcción de las desigualdades.4 No se trata de ver a los ricosy poderosos como villanos y a los pobres y excluidos como me-ras víctimas o como héroes que combaten las injusticias. ScottHarris considera que los investigadores no deben hacer afirma-ciones sobre quiénes son las víctimas o los culpables en una si-tuación de desigualdad, sino que deben estudiar la victimiza-ción como un proceso interpretativo en el que las personas sonetiquetados como víctimas o victimarios (Harris, 2006: 226).Ricos y pobres son sujetos con capacidad de agencia, el hecho deque existan profundas asimetrías y disparidades entre ellos nolos despoja de su carácter de hombres y mujeres de carne y hue-so, con proyectos de vida y de trascendencia (Anderson, 2008).En forma asimétrica y con intereses contrapuestos, pero todosparticipan en la producción de la desigualdad, independiente-mente de que es mucho mayor la responsabilidad de quienesocupan posiciones de poder y privilegio. Pero también sería in-equitativo tratar igual a quienes viven existencias profundamen-te desiguales, por lo que la investigación debe ser capaz de iden-tificar las diferentes condiciones y situaciones que experimen-tan las personas y los grupos sociales. Reconocer la igualdad deagencia de todos los sujetos sociales no impide experimentarsolidaridad por los oprimidos, tampoco debe mellar el filo de lateoría crítica. No se trata de atacar a las personas, ya que todasmerecen respeto, sino de cuestionar las acciones, las omisionesy los procesos que producen la desigualdad. En ese sentido, lamirada crítica debe abarcar a todos. Discrepo de quienes res-ponsabilizan a los pobres de su marginación y exculpan a lospoderosos, pero tampoco coincido con quienes dirigen todo suarsenal crítico a los empresarios y a los gobernantes, victimizan-do e idealizando a los excluidos y a sus organizaciones y movi-mientos sociales. ¿Cómo contribuir a la igualdad si los sujetossociales no son mirados como esencialmente iguales?

Es fundamental afirmar la igualdad ontológica entre el in-vestigador y los sujetos investigados. Irene Vasilachis ha señala-do la importancia de reflexionar sobre las formas de conocer alos pobres, porque por lo general no se asume la igualdad entreel investigador y los sujetos de estudio. Hay que reconocerloscomo iguales, como personas con expectativas, con deseos, con

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esperanzas, con temores y con sueños, con tristezas y con ale-grías (Vasilachis, 2003: 11). Lo mismo debe decirse en relacióncon los ricos y poderosos. Con frecuencia se les idealiza, sobres-timando su capacidad de agencia sin atender a las condicionesestructurales en que se desenvuelven. Otras veces se ve a los miem-bros de la élite como villanos. El reto es ser capaces de manteneruna mirada crítica de las injusticias, sin dejar de ver el contextohistórico en el que se ubican los distintos sujetos sociales. Ladesigualdad social es una construcción humana, el mundo con-temporáneo no está irremisiblemente atrapado en las redes dela desigualdad, existen fuerzas y mecanismos para reducirla y,por tanto, es posible y necesario encontrar configuraciones so-ciales más justas y equitativas.

Este libro es un ensayo analítico sobre las nuevas rutas de laigualdad y la desigualdad en la época de la globalización y enAmérica Latina. No pretende ser una recopilación de estadísti-cas ni un estudio de caso, sino el desarrollo de una perspectivamultidimensional apoyada en la revisión de investigaciones so-bre los temas abordados.

En primer lugar, este texto enfrenta un reto de naturalezateórica: precisar cuáles son los principales procesos sociales quegeneran las desigualdades, con el fin de no hacer una mera des-cripción de las situaciones de desigualdad, sino de entender losmecanismos que las producen y, también, los que pueden redu-cirlas o revertirlas. Sabemos que vivimos en un mundo desigual,pero no tenemos tan claro por qué es así. Hay cientos de artícu-los y libros llenos de estadísticas que ilustran la magnitud de lasdesigualdades sociales, pero son muy pocos los que explican suscausas. Ése será el objetivo del capítulo 1, en el que propondréun enfoque multidimensional para explicar la dialéctica de laigualdad y la desigualdad. Es una expresión de las relaciones depoder en distintos planos: en el nivel individual, en tanto dife-rencias en las capacidades y las dotaciones de recursos entre losdiferentes sujetos; en el nivel institucional, en el que las relacio-nes sociales están marcadas por pautas asimétricas de interac-ción entre los géneros, las etnias, las culturas y las clases socia-les; en el nivel estructural, que organiza distribuciones asimétri-cas de las ventajas y desventajas entre unidades económicas,grupos sociales y regiones dentro de un país y, por último, en elnivel global, que configura intercambios desiguales entre los

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países y las regiones del planeta. Ese capítulo también analizalos procesos de legitimación de las desigualdades: algunas apa-recen como fruto de una apropiación legítima, del mérito y delesfuerzo, mientras que otras son consideradas expropiacionesilegítimas, que tienen su origen en el abuso o el atropello de losderechos de otros. La complicación estriba en que lo que unosconsideran legítimo es un abuso a los ojos de otros, muchas apro-piaciones son a la vez expropiaciones y no existen criterios uni-versales para distinguir unas de otras.

El mejor laboratorio para poner a prueba una teoría de ladesigualdad es América Latina, ya que en términos de dispari-dad de ingresos es la región más inequitativa del planeta. No esel área más pobre del mundo, ya que hay zonas de África o Asiacon mayor pobreza o marginación, pero sí la más desigual, endonde son más marcados los contrastes entre la élite que ha dis-frutado de las ventajas de la modernización y la mayoría de lapoblación que ha vivido en condiciones precarias. Se trata deuna desigualdad duradera, no de un fenómeno coyuntural (Goo-tenberg, 2008). El segundo reto de este libro es contestar unapregunta de tipo histórico: ¿por qué América Latina es y ha sidola región más desigual del planeta? El capítulo 2 analiza la per-sistencia de las desigualdades latinoamericanas, pero destacaasimismo sus transformaciones, las resistencias frente a ellas ylos esfuerzos que tratan de mitigar y acotar esas inequidades. Esla dialéctica entre igualdad y desigualdad, así como las relacio-nes de poder que entraña, la que explica esta característica lati-noamericana. No sólo se debe a la fortaleza de los factores gene-radores de desigualdad (entre ellos, inserción temprana pero encondiciones desfavorables en el mercado mundial, secular con-centración de la tierra, distancia entre las élites y el resto de lapoblación, yuxtaposición entre distinciones étnicas y diferenciasde clase, segmentación social y reproducción de dinámicas cul-turales excluyentes), sino también a que los procesos que pue-den atenuar la desigualdad (por ejemplo, mecanismos de com-pensación, redes de solidaridad, culturas igualitarias, movimien-tos sociales por la equidad, infraestructura social, educaciónuniversal, democracia política, sistema fiscal redistributivo) hansido particularmente débiles, ya sea porque han quedado cons-treñidos a escalas locales, porque no han alcanzado suficienteconsolidación institucional o porque se han visto deteriorados o

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distorsionados por el clientelismo y la corrupción. El análisis deAmérica Latina es crucial para entender las desigualdades con-temporáneas, porque en las últimas décadas se ha producido loque Ulrich Beck (2000) llama “la brasileñización de Occidente”:en muchos países se están generando disparidades económicassimilares a las latinoamericanas, por lo que el estudio de estaregión arroja luz sobre las desigualdades en otras latitudes y so-bre lo que se ha dado en llamar “desigualdad global”.

El tercer reto de este trabajo es utilizar el enfoque procesualpara el análisis de las desigualdades contemporáneas. Un debatecentral ha sido el de la relación entre globalización y desigual-dad. Hay que preguntarse por qué el mundo se ha vuelto tandesigual en los últimos lustros. No estamos sólo ante una pro-longación de las inequidades que han caracterizado desde hacevarios siglos a la modernización y al capitalismo. Por su escala ypor su contenido podría afirmarse que hay nuevas rutas de ladesigualdad. Durante los últimos 30 años muchos factores gene-radores de desigualdades han adquirido carácter global: flujosfinancieros internacionales, redes productivas transnacionales,tratados de libre comercio, mundialización de las industrias cul-turales, difusión global de las ideologías individualistas y corre-lación internacional de fuerzas favorable a las élites económi-cas. En contraste, los dispositivos de redistribución equitativade los recursos, las redes solidarias, los movimientos igualitariosy los mecanismos de compensación conservan todavía un carác-ter local y nacional, o bien son todavía tímidos e insuficientes losesfuerzos para su consolidación institucional a escala global. Perono todo son malas noticias. En esta misma época somos testigosdel profundo cuestionamiento de una de las desigualdades másañejas de la historia humana, la que existe entre los hombres ylas mujeres. También se han desplegado numerosas críticas a ladiscriminación fundada en argumentos étnicos o raciales. En eldebate han predominado posiciones unilaterales. Por un lado,basados en la reducción de la pobreza en China y la India, algu-nos sostienen que la globalización en curso está reduciendo lasdesigualdades (De la Dehesa, 2003; Firebaugh, 2003; Wolf, 2004).Por su parte, otros afirman que en esta época hay una tendenciapredominante al incremento de las desigualdades entre los paí-ses y dentro de ellos (Wade, 2007; Wallerstein, 2004). El capítulo3 hace un balance de estos debates y busca desentrañar los pro-

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cesos específicos que están generando mayores desigualdades ytambién aquellos que aparecen como contratendencias al au-mento de la desigualdad global.

En épocas recientes las diferencias sociales en América Lati-na, de por sí graves, se han vuelto abismales, por no decir escan-dalosas: algunos individuos han amasado fortunas de varios milesde millones de dólares, mientras que, en el otro extremo, más de200 millones de latinoamericanos viven por debajo de la línea dela pobreza.5 Las distancias entre personas, entre países, entreregiones y entre empresas se hacen mayores cada día. ¿Por quéAmérica Latina se ha vuelto tan desigual, pese a la transición a lademocracia y los intensos movimientos sociales que ha vivido enépocas recientes? El último reto de este libro es contestar esapregunta. El capítulo 4 analiza cómo han incidido las transfor-maciones económicas, políticas y culturales de las últimas déca-das en la reproducción y agudización de las desigualdades per-sistentes en América Latina. Las estadísticas disponibles y nu-merosos estudios muestran que en los últimos lustros ladesigualdad se ha hecho mayor en torno a diversos indicadoresbásicos. Sin embargo, hace falta un análisis más fino de los me-canismos que provocaron esos resultados, así como de algunastendencias en sentido contrario, como la reducción de las des-igualdades de voz, la mayor inclusión de las mujeres y la crecien-te participación política de los negros y los indígenas. Tambiénse requiere una exploración más detallada de las nuevas formasde desigualdad, como las que emergen con la brecha digital, larevolución tecnológica, la flexibilización del empleo, la inserciónde América Latina en las nuevas cadenas productivas interna-cionales, la instrumentación de programas de ajuste estructuraly la privatización y deterioro de los sistemas de seguridad social.Por último, hace falta una evaluación de los alcances y las limita-ciones de las nuevas formas de resistencia a la inequidad que sehan presentado en América Latina en el contexto de la globaliza-ción. El capítulo 4 discute estas problemáticas, haciendo énfasisen las perspectivas de los actores, en las relaciones de poder y enlas “desigualdades imaginadas”, es decir, las representacionessociales que se enfrentan en la legitimación y deslegitimación delas desigualdades. Al final del capítulo se evalúan tres distintasestrategias que predominan actualmente para combatir la des-igualdad en la región: la liberal, la redistributiva y la solidaria, y

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se propone lo que llamo la cuarta vía en el combate a la desigual-dad, que recupera una perspectiva multidimensional para afron-tarla.

1. Van Parijs sostiene que en la filosofía existen tres principales familias denociones de justicia: las concepciones del mérito (por ejemplo el principio su-gerido por Marx para la primera fase del socialismo: “a cada cual de acuerdocon su trabajo”), las concepciones fuertes del derecho (por ejemplo las liberta-rianas) y las concepciones agregativas (como las del utilitarismo), a las queagrega las concepciones de la igualdad de oportunidades (Van Parijs, 1996: 52-54).

2. Agradezco profundamente a un dictaminador anónimo, quien me hizover la riqueza de las reflexiones latinoamericanas sobre la desigualdad en elsiglo XX, así como la importancia de profundizar el diálogo entre este libro yesa valiosísima tradición.

3. Para una mayor discusión sobre la interacción entre mercado, Estado ysociedad civil véanse Giddens, 1999: 23, 67-72 y 103; Giddens, 2001: 46-47 y 61;Sen, 1999: 111-129 y 142; Stiglitz, 2002: 73 y 218-223.

4. Esta misma preocupación estuvo presente en muchos pensadores latinoa-mericanos que analizaron el papel de distintas clases sociales en la conforma-ción del populismo en varios países de la región, mostrando la agencia de lossectores populares para buscar diversas formas de inclusión en las sociedadesmodernas (Germani, 1962; Ianni, 1975; Laclau, 1978; Weffort, 1973).

5. De acuerdo con la CEPAL, en 2006 en América Latina había 205 millonesde pobres (38,5 % de la población) y 79 millones de personas viviendo en pobre-za extrema (14,7 % de la población) (CEPAL, 2006).

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El sentido más específico que Aristóteles da a lajusticia y del cual se derivan las formulaciones másfamiliares, es el de abstenerse de la pleonexia, estoes, de obtener para uno mismo cierta ventaja apo-derándose de lo que pertenece a otro, sus propie-dades, sus remuneraciones, su empleo o cosas se-mejantes; o negándole a una persona lo que le esdebido, el cumplimiento de una promesa, el pagode una deuda, el mostrarle el debido respeto, etc.

JOHN RAWLS, Teoría de la justicia(1997 [1971]: 23)

Las luchas por la apropiación de los bienes econó-micos y culturales son inseparablemente luchas sim-bólicas por la apropiación de esos signos distinti-vos que son los bienes o las prácticas enclasadas yenclasantes, o por la conservación o la subversión delos principios de enclasamiento de esas propiedadesdistintivas.

PIERRE BOURDIEU, La distinción(1988: 247, cursivas en el original)

Imaginemos la sociedad global como una inmensa red o,mejor dicho, como una red de redes, que enlaza, en condicionesdesiguales, a más de 6.000 millones de habitantes del planeta. Alo largo y ancho de esta red circulan personas, objetos, símbolos,ideas. En ella todos los días se producen, se intercambian, sedistribuyen y se consumen bienes, servicios, empleos y conoci-mientos de muy diversa índole. Algunos de ellos son mercancíasque se compran y se venden, mientras que otros no tienen carác-ter mercantil, pero también son susceptibles de circulación y

CAPÍTULO 1

LA APROPIACIÓN-EXPROPIACIÓN:UN ENFOQUE PROCESUAL

DE LA DESIGUALDAD

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apropiación. La mayor parte de ellos transitan por canales lega-les, formales, abiertos e institucionales, muchos otros discurrenpor senderos ilegales, ocultos o informales, pero la conjunciónde ambas vías repercute sobre el monto y la calidad de lo quecada hombre y cada mujer logran obtener y retener cada día y alo largo de sus vidas. En esta inmensa red algunas transaccionesson pacíficas, como el comercio o la educación, otras están im-pregnadas de violencia, como el narcotráfico o la delincuencia,pero todas ellas están atravesadas por relaciones de poder. ¿Cuá-les son los resultados del funcionamiento de esta red global, entérminos de igualdad y desigualdad? ¿Qué obtienen y qué dejande obtener los diferentes individuos, las clases sociales, los géne-ros, los grupos étnicos, las regiones, los países? ¿Quién gana yquién pierde? ¿Cómo se distribuyen los bienes valorados, es de-cir, la riqueza, las ventajas, el prestigio, la seguridad, el poder, laestima, los beneficios? ¿Y cómo se distribuyen los aspectos re-pudiados, como por ejemplo la pobreza, las desventajas, los es-tigmas, los riesgos, la subordinación, las privaciones, el rechazoy las cargas? ¿Cuáles son los mecanismos y procesos que expli-can esas distribuciones? ¿Cuán legítimas son?

Durante las últimas generaciones se han multiplicado en for-ma exponencial las capacidades humanas para generar una enor-me diversidad de bienes, servicios y conocimientos. Todo indicaque, pese a importantes limitaciones ecológicas, seguirán cre-ciendo durante las próximas décadas. El dilema es si los frutosde estas capacidades multiplicadas se distribuirán de una mane-ra equitativa o si darán lugar a nuevas desigualdades. De ahí lacentralidad de las disputas en torno al acceso y a la distribuciónde las riquezas resultantes. En ellas se dirimen qué porción seapropia cada quien y los niveles de inclusión y exclusión social.Hay que analizar los procesos, los mecanismos, los conflictos ylas negociaciones que rodean a los flujos de riquezas en la socie-dad global del conocimiento. En este capítulo propongo un en-foque procesual para explicar la desigualdad. En capítulos pos-teriores utilizaré esa herramienta teórica para analizar las des-igualdades en la época contemporánea, en particular en AméricaLatina.

Existen diversos esfuerzos para estudiar las desigualdades.Algunos se preguntan cómo medir la desigualdad, centrándoseen cuestiones metodológicas para encontrar indicadores inte-

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grales que den cuenta no sólo de las asimetrías en los ingresos,sino también en otros aspectos básicos del bienestar (Boltvinik,2003), o exploran distintas alternativas para medir con mayorprecisión las desigualdades entre países y dentro de los países(Galbraith, 2006; Milanovic, 2005; Wade, 2007). Otros se aden-tran en el terreno filosófico, discutiendo si la cuestión central dela justicia es la distribución de bienes y recursos o el reconoci-miento del derecho a la diferencia (Fraser y Honnet, 2003; Nus-sbaum y Sen, 1993). Sin negar las contribuciones de dichos em-peños, este libro explora otro aspecto de las desigualdades: el delos múltiples procesos que generan las asimetrías sociales. Mipreocupación central no es medir las desigualdades ni estable-cer principios generales de justicia, sino indagar cómo se produ-cen las desigualdades y cómo pueden reducirse. No me ubico enel ámbito metodológico o filosófico, sino en el histórico-social,para interrogarme sobre los procesos que construyen y de-cons-truyen las desigualdades. Esta opción no implica renunciar adiscusiones éticas. Como aclaré en la introducción, no le encuen-tro sentido a un estudio de la desigualdad que no aspire a unasociedad más equitativa. Además, me interesan las discusionesde los actores sociales en torno a la justicia, ya que son funda-mentales para legitimar o cuestionar la desigualdad.

Existen varias razones para considerar la desigualdad comoun fenómeno multidimensional, que debe ser abordado desdeun enfoque procesual:

En primer lugar, la desigualdad no se refiere únicamente acuestiones económicas, sino que atañe a todos los aspectos de lavida. Si bien tomo como punto de partida la desigualdad de in-gresos, que es sobre la que existe mayor información sistemati-zada y sobre la que es posible hacer comparaciones entre dife-rentes países, regiones, sectores y períodos, me interesa destacarque la desigualdad afecta al conjunto de la experiencia social.Estudio la desigualdad de ingresos como un indicio de las dispa-ridades en el acceso a la riqueza y el bienestar. Veo la noción deriqueza y bienestar en sentido amplio, en relación con los bienesy servicios que son susceptibles de apropiación humana, ya seanmateriales o inmateriales, mercancías o no-mercancías, objetoso ideas, bienes o servicios, pero que tienen un valor para las per-sonas de una sociedad, ya sea un valor de uso, de cambio o sim-bólico. Como dice John Rawls, las teorías de la justicia deben

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preocuparse por la distribución de “[...] las cosas que los hom-bres se esfuerzan por alcanzar o evitar” (Rawls, 1986: 20). Hayque incluir, por supuesto, la distribución del dinero y las mer-cancías, pero también de muchas otras cosas, como la estima, elprestigio, el conocimiento, la salud, la seguridad, las libertades,las actividades altamente valoradas y el poder. Por contraste, estoimplica la asignación de los valores negativos o las cargas socia-les, es decir, de aquellas situaciones o actividades que son evita-das o despreciadas: la pobreza, la exclusión, la estigmatización,la ignorancia, la enfermedad, la inseguridad, la falta de liberta-des, los trabajos penosos o despreciados, la exposición a riesgosambientales y la subordinación. Como ha mostrado Amartya Sen,las desigualdades más sustanciales son las que tienen que vercon las diferencias en las libertades para alcanzar los propósitosque cada uno tenga, por eso pone en el centro el tema de lascapacidades. Para Sen, la igualdad política es fundamental parapoder alcanzar la igualdad en otros terrenos (Sen, 1999 y 2004).

En segundo lugar, la desigualdad es multidimensional por-que las diferencias económicas entre las personas se encuentranestrechamente vinculadas con la clase social, el género, la etnia yotras formas de clasificación social. Durante mucho tiempo elestudio de la desigualdad estuvo dominado por el individualis-mo metodológico que explicaba las disparidades a partir de lasdiferentes dotaciones que cada persona tenía para participar enlos distintos mercados. Estas dotaciones son cruciales, pero nobastan para explicar las asimetrías de ingreso, se requiere enten-der la construcción social de los mercados, ya que el acceso a losrecursos productivos no depende sólo de las características indi-viduales, sino también de dispositivos institucionales que opera-ran en función de la pertenencia étnica, de la relaciones de géne-ro y de otros dispositivos de clasificación y jerarquización, asícomo de aspectos estructurales que forman el contexto en el quelos individuos utilizan sus recursos.

En tercer lugar, la desigualdad es resultado de procesos demuy diversa índole. La desigualdad es, en última instancia, unacuestión de poder.1 Está inextricablemente vinculada con las asi-metrías en la distribución de recursos y capacidades y con lasrelaciones de poder que se establecen sobre la base de esas asi-metrías. La desigualdad se ha explicado muchas veces en térmi-nos económicos, es decir, como una distribución diferencial de

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los ingresos y de los bienes indispensables para la sobrevivencia,que a su vez depende de los recursos y habilidades que cadaindividuo posee. Los aspectos económicos de la desigualdad, yen particular los monetarios, son los más fáciles de medir y decomparar, y no cabe duda que las desigualdades materiales tie-nen una importancia crucial, pero hay que tomar en cuenta dossalvedades. En primer lugar, las desigualdades de ingresos nopueden ser explicadas recurriendo en forma exclusiva a factoreseconómicos, es necesario tomar en consideración cuestioneseminentemente políticas, como son las capacidades relativas delos agentes, sus interacciones, la estructura de las relaciones depoder, por mencionar sólo algunas. En segundo lugar, las asime-trías en las relaciones de poder también constituyen un compo-nente esencial de la desigualdad social y son una clave críticapara comprender la inequidad entre los géneros, las etnias ymuchos otros grupos sociales. Consideremos, por ejemplo, a dosautores que han sido los pilares de casi todas las teorías moder-nas sobre la desigualdad, Carlos Marx y Max Weber. En amboscasos su explicación de las diferencias económicas entre las cla-ses recurre a factores de tipo político: Marx habla de las relacio-nes de producción entre los capitalistas y los obreros, mientrasque Weber introduce los conceptos de monopolio y cierres so-ciales; en ambos casos están hablando de procesos que implicanrelaciones de poder (Marx, 1974 [1867]; Weber, 1996, [1922]).En un registro más contemporáneo, dos premios Nobel en eco-nomía también han introducido dimensiones del poder en el es-tudio de las desigualdades económicas: Amartya Sen habla de lapobreza en términos de capacidades diferenciales y Joseph Sti-glitz menciona las asimetrías de información como uno de losaspectos cruciales que explican los resultados de los mercados(Sen, 1999; Stiglitz, 2002).

Los procesos simbólicos son un componente fundamentalde la construcción de la igualdad y la desigualdad. La distribu-ción de los bienes y servicios nunca sigue una lógica “racional”culturalmente neutra, ni se ajusta al funcionamiento de un mer-cado perfecto, sino que pasa por los filtros de la cultura, cuyosprocesos de valoración, clasificación, jerarquización, distinción,contra-distinción, equiparación y diferenciación inciden en ladeterminación de la cantidad y la calidad de los beneficios quecada individuo y cada grupo recibe en una sociedad. Dentro de

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cada cultura, así como en las relaciones entre personas de dife-rentes culturas, existe una negociación constante con respecto algrado de desigualdad que es tolerable o deseable. Junto con losfactores económicos y políticos, la cultura es un componentecentral de la desigualdad. Con esto no me refiero sólo a la distri-bución dispareja de los llamados bienes culturales, sino tambiéna los aspectos simbólicos que atraviesan los mecanismos deapropiación y expropiación de todo tipo de bienes. Como ha di-cho el antropólogo Marshall Sahlins, la apropiación material dela naturaleza es un acompañamiento de su apropiación simbóli-ca (Sahlins, 1988).

Para comprender las múltiples causas de la desigualad se re-quiere una aproximación transdisciplinaria, que articule el aná-lisis económico de los mercados con el estudio de la producciónsimbólica de diferencias jerarquizadas, que enlace el análisis dela estratificación social con el de las relaciones de poder, quetienda puentes entre el estudio de las relaciones de produccióncon la investigación sobre la desconexión y la exclusión, que bus-que mediaciones entre las redes globales de la desigualdad y laconstrucción de inequidades en interacciones cara a cara en pe-queñas comunidades. En síntesis, un enfoque multidimensionalde la desigualdad tiene que recurrir al arsenal conceptual de dis-ciplinas como la economía, la sociología, la historia, la antropo-logía y la ciencia política, así como a los aportes de nuevos enfo-ques en los estudios culturales, los estudios de género y los estu-dios comunicacionales (García Canclini, 2004; Gootenberg, 2008).

La desigualdad también es multidimensional porque se re-produce en diversos planos: en el nivel microsocial, como dife-rencias de capacidades y recursos entre los individuos; en el ni-vel mesosocial, en tanto pautas asimétricas de relaciones en dis-tintas instituciones y campos de interacción y, por último, en elnivel macrosocial, mediante la configuración de estructuras in-equitativas en agregados sociales amplios. Durante mucho tiem-po la mayoría de los estudios sobre la desigualdad se enfocaronen los niveles extremos, ya fuese que pusieran el acento en inves-tigar las diferencias individuales o en explicar el carácter asimé-trico de los modos de producción, de los sistemas sociales y delas estructuras simbólicas. En las últimas décadas han florecidoperspectivas relacionales de la desigualdad, por ejemplo la dePierre Bourdieu (1988) sobre el habitus y los campos de interac-

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ción, la de Crozier y Friedberg (1990) sobre las incertidumbres ylas relaciones de poder en contextos organizados, o la de CharlesTilly (2000) sobre las desigualdades categoriales. Esas perspecti-vas permiten rescatar el papel de las interacciones sociales en laproducción de la inequidad. Este libro recupera las aportacio-nes de estos autores, pero también busca puentes con el análisisde los niveles individual y estructural de las desigualdades.

Muchos ven en el funcionamiento de los mercados la causade las principales desigualdades contemporáneas. Otros respon-sabilizan a las intervenciones estatales. También hay quien bus-ca en la sociedad el locus principal de la inequidad. Me pareceque un aspecto de la multidimensionalidad de la desigualdadalude a su producción y reproducción en diversos ámbitos de lavida social. Se genera en el mercado, pero también en el Estadoy en la sociedad civil. Entender el papel de estas tres instanciases fundamental no sólo para comprender cómo se construye ladesigualdad, sino también para diseñar estrategias para afron-tarla.

Por último, la desigualdad es multidimensional porque es elresultado agregado de las acciones de todos los agentes sociales.Tiene dos caras: su rostro más dramático es el de la pobreza,pero para explicarla hay que analizar también la riqueza. Aun-que miles de millones de personas viven en la miseria, en gene-ral, las sociedades modernas no son más pobres que las anterio-res, pero en muchos casos son más desiguales. El reto analíticoestá en explicar por qué la mayor parte de las nuevas riquezas sequeda en tan pocas manos y qué relación tiene esto con la exclu-sión de la mayoría de la población. No se trata de estudiar porseparado la opulencia y la miseria, sino de estudiar sus articula-ciones. Eso implica trascender la división intelectual del trabajoy la falta de diálogo entre quienes se especializan en estudiar alos pobres y quienes se han encargado de estudiar a las élites.También hay que cruzar el abismo entre los estudios sobre laproducción de la desigualdad y las investigaciones sobre las ac-ciones colectivas que tratan de reducirla. La desigualdad es unfenómeno relacional, para comprenderla se requiere estudiar,de manera dialéctica, tanto los mecanismos que la generan comoaquellos otros que la cuestionan y la limitan.

Para estudiar estas dimensiones múltiples, en el siguienteapartado explicaré lo que llamo la perspectiva de la apropiación-

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expropiación, que destaca el carácter procesual y esencialmentedisputado de la desigualdad, en tanto que los distintos indivi-duos y grupos sociales se confrontan por el acceso a la riquezasocialmente producida y tratan de legitimar la porción que lo-gran apropiarse de ella, a la vez que cuestionan e incluso carac-terizan como expropiaciones ilegítimas algunas de las riquezasconseguidas por otros. Una vez explicada esa perspectiva, el res-to del capítulo analiza la construcción social de las desigualda-des en tres niveles, el individual, el de la interacción y el estruc-tural, haciendo énfasis en la articulación de los factores econó-micos, políticos y simbólicos que producen asimetrías en estosdistintos planos del poder social.

1.1. Mecanismos de a(ex)propiación y dialécticaentre igualdad y desigualdad

Todo hombre tiene una propiedad en su propia per-sona. Sobre ella, nadie tiene ningún derecho másque él mismo. El trabajo de su cuerpo y las obrasde sus manos, podemos decir, son propiamente su-yos. Lo que él obtenga del estado de naturaleza,aquello con lo que él haya combinado su trabajo yhaya reunido con ello algo que es suyo, lo ha hechode su propiedad. Habiendo sido removido por éldel estado de naturaleza en el que estaba, habiendosido anexado a ello algo por medio de su trabajo,esto excluye el derecho común de los otros hom-bres. En tanto que este trabajo es incuestionable-mente propiedad del trabajador, ningún hombresino él puede tener el derecho a lo que él se ha uni-do, al menos donde hay bastante y ha sido dejadoen común para otros.

JOHN LOCKE, Two treatises of government(1967 [1698]: 20)

La propiedad es un robo.

PIERRE-JOSEPH PROUDHON, What is property?An enquiry into the principle of right

and of government (1993 [1840]: 13)

El enfoque de la apropiación-expropiación concibe la des-igualdad como la distribución asimétrica de las ventajas y des-ventajas en una sociedad, que es resultado de relaciones de po-

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der mediadas culturalmente. No me refiero sólo al poder políti-co, mucho menos al poder en el ámbito gubernamental, sino alpoder en sentido amplio, es decir, a las relaciones que se estable-cen entre los agentes sociales a partir del control diferenciado dediversos recursos significativos.

Cinco postulados constituyen el punto de partida del enfo-que de la apropiación-expropiación. El primero es que muchasdesigualdades sociales se explican por la existencia de mecanis-mos de apropiación que hacen posible que los distintos agentes(individuales o colectivos) dispongan de beneficios diferenciales y,por tanto, accedan a porciones asimétricas de la riqueza y el bien-estar sociales, a la vez que dan lugar a una distribución disparejade las cargas y desventajas (Ribot y Peluso, 2003). A su vez, estosaccesos desiguales facilitan la reiteración de los mecanismos deapropiación, que se institucionalizan y pueden reproducirse du-rante largos períodos históricos, haciendo que las desigualdadesentre individuos y grupos persistan y, en muchos casos, se vuelvanestructurales. El funcionamiento de estos mecanismos tiene muypoco que ver con las características innatas de las personas y, encambio, son decisivos los diferentes recursos y capacidades delos cuales disponen los agentes, las relaciones de poder que sedesarrollan entre ellos, las culturas en que se encuentran inmer-sos y los contextos institucionales en los que interactúan, los cua-les están estructurados por procesos históricos y sociales.

Los modos de apropiación se transforman en la medida enque se modifican las sociedades, en particular en lo que se refie-re a las tecnologías, las relaciones de producción, las formas deorganización social, la correlación de fuerzas entre los grupossociales, las concepciones sobre la desigualdad y otros factoresque resultan cruciales para definir el acceso a la riqueza y elbienestar. En las sociedades más simples, de cazadores y reco-lectores nómadas, que no podían transportar grandes riquezas,el recurso más importante para la sobrevivencia era la fuerza detrabajo familiar. De ahí la importancia de las relaciones de pa-rentesco que permitían controlar dicho recurso, en particularmediante la regulación de la circulación de mujeres entre losclanes y linajes. En ese contexto surgió la primera gran desigual-dad social: la inequidad de género. Desde entonces ha sido fun-damental el control del trabajo ajeno, pero se fueron agregandootros recursos estratégicos. En las sociedades agrarias se volvió

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decisiva la posesión efectiva de la tierra y el agua, cuyo controldio lugar a complejas estratificaciones sociales a partir de cas-tas, estamentos y clases sociales, que muchas veces se combina-ron con la dominación interétnica a partir la subyugación deotros pueblos. En las sociedades industriales adquirió relevan-cia la propiedad de los medios de producción y de otras formasde capital, sobre las que se montaron formas modernas de des-igualdad entre las clases sociales y entre los países. Hoy en día, atodo ello se suman otras formas de apropiación en las que, ade-más del control del trabajo ajeno, la tierra, el agua y los mediosde producción, se suma el de otros recursos estratégicos como elconocimiento científico, la innovación tecnológica, el capital fi-nanciero y las redes globales. En este proceso lo central no es elfactor tecnológico, sino las relaciones de poder que determinanapropiaciones diferenciales de la riqueza.

No me interesa analizar la riqueza que alguien produce ensolitario y se queda con ella, como fruto legítimo de su trabajo,tal cual señala John Locke en el epígrafe que da inicio a esteapartado. En la sociedad actual la inmensa mayoría de las rique-zas se producen y circulan en contextos sociales y son suscepti-bles de apropiaciones diferenciales. Por ello, el segundo postula-do del enfoque de la apropiación-expropiación es que las mayoresdesigualdades están relacionadas con la posibilidad que tienen al-gunos individuos o grupos sociales de quedarse con una parte dela riqueza y los medios de bienestar generados por otros u obteni-dos de manera colectiva. La riqueza que una persona aislada puedeextraer del ambiente o producir en forma individual es muy li-mitada, y aunque varía considerablemente de un individuo a otro(por su fuerza física, habilidad, inteligencia, formación, recur-sos con los que cuenta, etc.) no es suficiente para explicar lasenormes asimetrías que existen en la sociedad. Éstas sólo se ge-neran cuando se han construido grandes agregados sociales quepermiten producir enormes masas de riqueza y cuando existenlos dispositivos para que esta riqueza se distribuya de maneradesigual.

Dos pensadores clásicos, ambos alemanes, Carlos Marx y MaxWeber, explicaron de manera magistral los principales procesosque permiten la apropiación diferencial de la riqueza producidacolectivamente. Por un lado, está aquello que Marx (1974 [1867])llamó explotación, que consiste en la apropiación del valor exce-

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dente generado por otros. La explotación es posible en la medi-da en que un ser humano puede producir una riqueza mayor dela que necesita para sobrevivir y, al mismo tiempo, otro ser hu-mano controla los medios para producir esa riqueza y existenlas relaciones de poder y las condiciones socioculturales que lepermiten quedarse con una parte significativa de ella. Por otrolado, está lo que Weber denominó acaparamiento de oportuni-dades, que ocurre cuando una persona o un grupo controlan elacceso a un recurso importante o monopolizan ciertas ventajasy pueden obtener provecho de ello, en la medida en que muchosotros tendrán que pagarles una retribución para poder obteneralgunos de los beneficios derivados del uso de dicho recurso oventaja.2 Weber (1996 [1922]) acuñó el concepto de cierres so-ciales para designar los mecanismos y procesos mediante loscuales un grupo mantiene el acceso privilegiado a un recurso yexcluye a los que no pertenecen a ese grupo.3 Los dos mecanis-mos básicos de la desigualdad son, entonces, la apropiación delvalor excedente producido por el trabajo ajeno (explotación) y laobtención de un beneficio mediante el control del acceso a unrecurso o ventaja (acaparamiento de oportunidades-exclusión).

Aunque existen diferencias entre ambos pensadores, sus ideaspueden ser sintetizadas en un enfoque que considere tanto laexplotación como la exclusión. En los dos casos se trata de unejercicio del poder, que permite que un individuo o un grupo seapropien de una porción significativa de la riqueza generada enforma social. En los dos se produce un intercambio desigual,aunque por distintos caminos. La explotación ilustra un procesoen el que un sector dominante ejerce su poder al adquirir y utili-zar un servicio (el trabajo de otros), con el fin de apropiarse deuna parte del valor excedente que se genera en el proceso pro-ductivo. En cambio, en el acaparamiento de oportunidades elsector dominante ejerce el poder al ofertar un bien o un servicio(el recurso o la ventaja acaparados) o al adquirirlo (cuando laventaja acaparada es el acceso a los mercados), lo que le permiteapropiarse de un excedente, tal vez generado en otra parte delproceso económico, pero que termina en sus manos gracias alcontrol exclusivo o preferencial del acceso a ese recurso, del cualestá excluido el resto de la población. En el primer caso, el con-trol sobre los medios de producción permite establecer relacio-nes de dominación que hacen posible extraer riquezas que otros

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generan con su trabajo. En el segundo, el poder permite prote-ger las riquezas acaparadas, y con frecuencia también acceder ariquezas que el otro ya tiene y transfiere al dominante para teneracceso a los recursos acaparados. Pero la esencia de ambos pro-cesos es la misma: se trata de intercambios en los que el controlasimétrico de ciertos recursos significativos permite estableceruna relación de poder, que redunda en la apropiación diferencialde la riqueza que se produce o se concentra en una actividadsocial.

Existen entonces dos mecanismos básicos de apropiación-expropiación de los bienes valiosos. Por un lado, los mecanis-mos de exacción, que hacen que las riquezas fluyan de un sectorsocial hacia otro. La explotación capitalista descrita por Marxsería un caso típico de esta exacción, pero existen muchos otros.Por ejemplo, Frank Parkin (1971) desarrolló un modelo generalpara analizar diversas formas de dominación, ensanchando elconcepto de explotación marxista, que sólo incluía la propiedadde los medios de producción, para considerar también los me-dios de conocimiento, los medios de destrucción, etc. La antro-pología y los estudios feministas han mostrado otras formas deexacción que operan a partir de la dominación étnica y las rela-ciones de género. Por otro lado, están los mecanismos de exclu-sión, que protegen las riquezas reales o potenciales de un grupo,impidiendo que fluyan hacia otros sectores sociales o que éstostengan acceso directo a ellas. El acaparamiento de oportunida-des descrito por Weber es un caso típico de exclusión, pero haymuchos otros. Parkin (1971) considera otras formas de exclu-sión y monopolización adicionales a la propiedad, como seríanlas que operan a partir de las credenciales, los factores políticos,el género o la raza. A su vez, Pierre Bourdieu ha analizado laexclusión social que se genera a partir de los modos de vida y dela distribución del capital cultural (Bourdieu, 1988). Muchasveces, se combinan ambos mecanismos. Al cobrar una cuota porel acceso a un recurso acaparado se produce un flujo de riqueza,se está usando la exclusión para generar una exacción. Del mis-mo modo, los recursos acumulados mediante la explotación pue-den ser usados para adquirir bienes que están protegidos pormecanismos de exclusión. Estos dos mecanismos se combinanpara producir las desigualdades: cada persona se encuentra endiferentes grados de inclusión-exclusión o exacción con respec-

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to a diferentes recursos.El tercer postulado del enfoque que propongo destaca que exis-

te una disputa en torno a la legitimidad de las riquezas apropiadaspor cada agente social. Lo que para unos es una apropiación justao legítima, para otros es una expropiación o una exacción ilegíti-ma. Las riquezas son producidas de manera social (al menos lainmensa mayoría de ellas), pero son susceptibles de apropiaciónprivada, por lo que existen constantes tensiones y negociacionesen torno a qué porción de la riqueza corresponde a cada uno delos agentes, siendo frecuente el conflicto de intereses. Esta con-traposición de intereses, unida a la heterogeneidad social, a ladiversidad cultural y a la existencia de distintos criterios paralegitimar las apropiaciones, hace que existan muy distintas in-terpretaciones acerca de cuál es la distribución más adecuadade las riquezas. “La propiedad es un robo”, decía Proudhon en elsiglo XIX, mientras que para muchos otros es una retribuciónperfectamente legítima.4 A la inversa, los libertarianos de hoyproclaman que “los impuestos son un robo”, en contraste conquienes ven en los impuestos un mecanismo de justicia redistri-butiva.5 Me parece que no es posible encontrar criterios objeti-vos para discernir dónde termina la simple apropiación y dóndecomienza la expropiación. A partir de la teoría del valor-trabajoMarx trató de demostrar científicamente que la ganancia delcapitalista era fruto de la plusvalía producida por el obrero y,por tanto, una expropiación condenable. Sin embargo, con pre-tensiones igualmente científicas algunos economistas han trata-do de mostrar la legitimidad de las ganancias empresariales apartir de la contribución marginal de cada uno de los factoresutilizados en el proceso productivo. A este respecto no existeconsenso entre científicos sociales, mucho menos entre diferen-tes agentes productivos. Baste este ejemplo para demostrar elcarácter esencialmente disputado de toda distribución de recur-sos y de las desigualdades derivadas de ella. Lo que para unos esuna apropiación correcta y justa para otros es una expropiaciónabusiva. Obviamente se toman en cuenta factores objetivos paramedir o valorar la contribución de cada agente en una empresaconjunta (número de horas trabajadas, monto de la inversión,entre otros), pero las relaciones de poder y los factores subjeti-vos y culturales también son decisivos para medir la aportaciónde cada cual (por ejemplo para determinar la calidad del traba-

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jo, el valor de las ideas, el grado de dedicación, el nivel de riesgo)y determinar así la parte que le corresponde.

Tampoco es fácil establecer criterios legales o convenciona-les que sean aceptados por todos, en particular en sociedadescomplejas como la contemporánea. De alguna manera toda apro-piación es una expropiación, y esto no lo digo con el tono de unjuicio moral, sino en el sentido descriptivo de que la porción dela riqueza que cada quien se apropia siempre puede ser cuestio-nada por otros y, con frecuencia, es fruto de negociaciones, lu-chas, acuerdos o intercambios que expresan relaciones de podery distintas interpretaciones de la realidad. Se puede llegar a de-terminado consenso en torno a una determinada distribución,pero siempre será contingente, cambiará en la medida en que semodifiquen las condiciones de los actores, las relaciones de po-der entre ellos o incluso sus percepciones sobre el asunto. Hace50 años la mayoría de la población consideraba legítima la tradi-cional división sexual del trabajo en las familias, con todo lo queello representaba en términos de desigualdades para hombres ymujeres, mientras que hoy dicha distribución es objeto de polé-micas y disputas. Detrás de muchas batallas contemporáneas entorno a la propiedad intelectual, los derechos de autor, los trata-dos de libre comercio y la economía informal se encuentran ar-gumentos encontrados respecto a la legitimidad de los derechosde apropiación de distintos agentes, que sus adversarios consi-deran simplemente robos o expropiaciones.

De la constatación del carácter esencialmente disputado dela apropiación-expropiación se deriva una discusión ética y polí-tica: ¿qué apropiaciones son legítimas y cuáles son ilegítimas?,¿cuán justas o injustas son las desigualdades existentes? Existendiferentes respuestas a estas preguntas, de acuerdo con la ideo-logía de cada quien, de las concepciones que se tengan de la jus-ticia o de los principios de justicia que se apliquen. Algunos pon-drán en el centro el esfuerzo y el trabajo, pero otros concederánmayor importancia al riesgo, al status, al derecho, a la compleji-dad del trabajo, al bienestar social, a la utilidad agregada, a lasnecesidades o a cualquier otro criterio. Mi intención no es pro-poner un nuevo principio de justicia que permita distinguir laapropiación legítima de la expropiación ilegítima, sino analizarlas diferentes capacidades de apropiación que tienen los agen-tes, así como los argumentos que esgrimen frente a sus adversa-

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rios. Hay algunas desigualdades que la mayoría de las personasconsideran justas. Por ejemplo, si como resultado de una loteríaen la que se cumplieron las reglas aceptadas por los participan-tes el ganador se volviese millonario, es difícil que alguien califi-que de ilegítima esta forma de enriquecimiento (aunque inclusoen ese caso podría debatirse cuál sería el monto justo de los im-puestos que debe pagar). En contraste, hay otras desigualdadesque para casi todos son injustas, por ejemplo si un funcionariopúblico se enriquece sustrayendo dinero del erario de manerailegal. Pero en la mayoría de los casos las situaciones no son tanclaras. Muchos aplaudirán si unos campesinos sin tierra inva-den un latifundio por la fuerza, pero otros condenarán esa ac-ción. Algunos consideran inmorales las ganancias de las grandescompañías farmacéuticas, mientras que otros encontrarán quees una recompensa justa a sus inversiones y a muchos años deinvestigación. En los últimos años ha habido una polémica entrelas empresas que producen medicamentos para el sida y algunospaíses como Brasil, Sudáfrica y la India, que cuestionan la legiti-midad de sus patentes cuando están en juego las vidas de millo-nes de personas. Los intensos conflictos y las acaloradas discu-siones en torno a la piratería de música y películas muestran lafalta de consenso en torno a la legitimidad de las apropiaciones.La justicia o la injusticia de la mayor parte de las desigualdadessociales es materia de interpretación. Mi conclusión no es el re-lativismo, ni abogo porque cada quien aplique el criterio de jus-ticia que más le convenga. Creo que los ciudadanos debemosestablecer en forma democrática cuáles son los procedimientoslegítimos de apropiación, pero estos acuerdos siempre seránobjeto de interpretaciones y disputas. Los umbrales de toleran-cia a la desigualdad varían en cada sociedad y en cada épocahistórica. Si no existe un amplio consenso en torno a determina-dos niveles o tipos de desigualdad es de esperarse que entre lossectores que no estén de acuerdo exista desconfianza en las ins-tituciones, anomia, diferentes formas de inconformidad, protes-tas o incluso violencia. Este libro no busca sólo describir y anali-zar las desigualdades sociales, sino también comprender las ela-boraciones subjetivas que se construyen en torno a ellas.

El cuarto postulado del enfoque de la apropiación-expropia-ción es que los mecanismos diseñados para alcanzar una igualdadpueden, en algunos casos, provocar otras formas de desigualdad.

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Por ejemplo, si un país otorga numerosos apoyos y subsidios asus productores agrícolas reduce la brecha de ingresos entre loshabitantes del campo y la ciudad, pero al mismo tiempo puedeestar incrementando la desigualdad entre sus ciudadanos y loscampesinos de otros países que ven mermados sus ingresos antela imposibilidad de competir con agriculturas subsidiadas. Algosimilar ocurre con medidas de discriminación positiva que fo-mentan la equidad al beneficiar especialmente a sectores histó-ricamente excluidos (mujeres, grupos indígenas, minorías étni-cas), pero pueden perjudicar a sectores pobres que no formanparte de esos grupos. El Estado del Bienestar, que es uno de losmecanismos más poderosos para reducir la desigualdad social,ha sido criticado por sobreproteger o crear privilegios para algu-nos sectores de la población. El riesgo existe para todos los me-canismos de compensación de las desigualdades, por dos razo-nes. En primer lugar, porque seleccionan un determinado crite-rio de equiparación y, al hacerlo, excluyen otros (por ejemplo,distribuyen beneficios de manera universal o focalizada, privile-gian la necesidad o la productividad, son ciegos al género y laetnia o los toman en consideración, hacen énfasis en la igualdadde oportunidades o en la igualdad de resultados, etc.). No es po-sible lograr al mismo tiempo la igualdad en todas las dimensio-nes, ya que los distintos tipos de igualdad se contraponen (Sen,2004; Van Parijs, 1996). Si se crea un mecanismo que garanticeque todas las personas obtengan remuneraciones similares sehabrá logrado la igualdad de ingresos, pero probablemente seproducirá otro tipo de desigualdad, porque los que trabajaronmás o mejor no recibirán una retribución equivalente a su es-fuerzo. Si se establece un sistema de cuotas para que los lugaresdisponibles en la educación superior se distribuyan en propor-ción con la composición étnica de la población se habrá logradoun cierto tipo de igualdad, pero eso entrará en contradiccióncon otra clase de equidad según la cual los puestos se asignaríana partir de las calificaciones obtenidas por cada estudiante. Nohay ningún dispositivo que asegure la equidad en todas sus di-mensiones, de modo que cualquier mecanismo para reducir unaclase de desigualdad puede incrementar otra. En segundo lugar,los dispositivos de compensación de las desigualdades redistri-buyen recursos que son objeto de apropiación-expropiación: losintermediarios políticos pueden retener una parte de los apoyos

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destinados a los pobres, los grupos mejor organizados probable-mente capturen porciones significativas de los apoyos estatales,el sistema financiero puede apropiarse de buena parte de lasremesas enviadas por los migrantes a sus familias, etc. En suaprobación, diseño y funcionamiento los mecanismos de com-pensación de las desigualdades están sujetos a relaciones de po-der, de manera que individuos o grupos pueden crear cierressociales, barreras a la entrada, monopolios, prebendas y otrosdispositivos que dan lugar a otras formas de desigualdad. De ahíque sea crucial investigar los efectos, deseados y no deseados, delos mecanismos que una sociedad pone en marcha para promo-ver la equidad. No quiere decir esto que no funcionen, pero sudesempeño puede ser más o menos eficaz y está sujeto a las dis-putas entre los actores.

El quinto postulado del enfoque de la apropiación-expropia-ción es que existe una dialéctica entre igualdad y desigualdad. Elgrado de inequidad y el tipo de desigualdades que existen en unasociedad son resultado de las confrontaciones entre diversos agen-tes sociales, así como del entrelazamiento entre los procesos y me-canismos que producen mayor desigualdad y aquellos otros que lareducen o la regulan. Puede haber fuertes desajustes entre losniveles de explotación y acaparamiento de oportunidades quehay en una sociedad y la capacidad de ésta para regularlos. Unade las hipótesis centrales de este libro es que una de las causas delas nuevas desigualdades en la sociedad contemporánea es eldesfase que existe entre los mecanismos que provocan diferen-ciación —que se han multiplicado con la globalización y la revo-lución tecnológica— y los mecanismos de compensación, que sehan deteriorado o han quedado rezagados, sin adquirir la conso-lidación institucional necesaria para regular, limitar y amorti-guar las nuevas dinámicas de exclusión social.

Para entender la dialéctica entre igualdad y desigualdad pen-semos en un ejemplo sencillo. En una pequeña comunidad deagricultores hay muchos factores que pueden provocar que lasdistintas familias obtengan cosechas diferentes: el tamaño de latierra, su ubicación, el número de miembros de la familia quepuede trabajar, la cantidad de bocas que hay que alimentar, eltipo de cultivo que cada quien elija, el uso de los recursos, etc.En ausencia de mecanismos de compensación o de regulación,estas diferencias se pueden ir acumulando año tras año y al poco

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tiempo algunos agricultores serán mucho más ricos que otros.Pero, ¿qué ocurre si esa comunidad dispone de mecanismos deredistribución de los excedentes que acotan la desigualdad entrelas familias y la mantienen dentro de ciertos límites? Entre estosmecanismos podrían estar las redes de solidaridad, la ayuda co-munitaria hacia las familias con más hijos, la celebración de fies-tas en las que los gastos más fuertes corrieran a cargo de quieneshan tenido mejores cosechas, las limitaciones legales para la com-praventa de tierras y una ideología igualitarista que condenarael enriquecimiento individual.

En el nivel de las sociedades nacionales son muchísimos losfactores que pueden generar disparidades entre sus miembros,pero también existen procesos y dispositivos que pueden acotaro reducir las desigualdades. Estos dispositivos de compensaciónson de diversa índole; algunos de ellos realizan una redistribu-ción desde arriba, es decir, desde el Estado o alguna otra instan-cia centralizadora que reúne recursos y los reparte. Entre losmás conocidos están los impuestos progresivos, el gasto estatalen educación, salud y servicios sociales y las actividades filantró-picas y de asistencia social. Otros operan desde abajo, como se-rían los movimientos de resistencia de los dominados, encami-nados a reducir la explotación o erosionar las barreras de la ex-clusión. Como toda relación de poder, los mecanismos de exaccióny exclusión encuentran su reverso en los esfuerzos de los domi-nados para acotarlos, mitigarlos o revertirlos. La explotación seencuentra más o menos modulada según sea la fuerza de lostrabajadores para demandar mejores salarios o mejores condi-ciones de trabajo y empleo. Asimismo, el acaparamiento de opor-tunidades se enfrenta a los intentos de los excluidos para “abrir”los cierres sociales que les impiden el acceso a las ventajas o losbienes acaparados. La tasa de explotación y el grado de inclu-sión/exclusión pueden variar en función del contexto social y dela correlación de fuerzas entre los actores involucrados. En mu-chos casos, los sectores excluidos y explotados también recurrena otro tipo de apropiación, en este caso no legitimada por lacultura dominante ni avalada por las leyes: robos, trabajo a des-gana, comercio ilícito, trabajo y negocios informales, sabotajes ymuchos otros recursos de la resistencia subterránea. Para mu-chos, son apropiaciones legítimas, para otros, se trata de expro-piaciones condenables. Pero no por carecer de la bendición ofi-

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cial dejan de ser efectivas en cuanto a la capacidad de apropia-ción de la riqueza (Gledhill, 2000; Reygadas y Hernández, 2003;Scott, 1990).

En tercer lugar, hay mecanismos de reciprocidad que operande manera horizontal, por ejemplo los intercambios y las redesde ayuda mutua que refuerzan la solidaridad y mejoran el des-empeño de los participantes. Por último, también hay que consi-derar los esfuerzos individuales o grupales para “salir adelante”,“no quedarse atrás” o “no quedarse fuera”. En este último caso,se trataría de formas de resiliencia, es decir, de la capacidad paraafrontar una situación desventajosa. La resiliencia ha sido anali-zada como un recurso psicológico de los individuos para repo-nerse de un trauma o de una infancia infeliz,6 pero también pue-de ser analizada desde el punto de vista sociológico y antropoló-gico, como la capacidad creadora y restauradora de los agentesindividuales y colectivos para afrontar la adversidad, la pobrezay la exclusión, que incluye una diversidad de esfuerzos y estrate-gias, desde el trabajo duro y la reorganización de las actividadesfamiliares, hasta la migración y la inserción en la economía in-formal. Destacar las capacidades de solidaridad, resistencia yresiliencia que pueden manifestar los grupos explotados o ex-cluidos de ningún modo debe interpretarse como un pretextopara eludir las responsabilidades públicas en materia de equi-dad y bienestar social. Las capacidades de los individuos, de lasfamilias y de las comunidades son limitadas, hay problemas quedemandan intervenciones públicas a gran escala. Sin embargo,la perspectiva de la resistencia y de la resiliencia puede orientaralgunas de esas intervenciones públicas, en el sentido de quecomplementen y fortalezcan las iniciativas de los individuos ylas comunidades. En conjunto, la redistribución, la resistencia,la reciprocidad y la resiliencia conforman un vasto arsenal derecursos para afrontar la desigualdad, y aunque casi siempreson sobrepasados por los procesos de exclusión y generación deinequidades, no por ello dejan de tener una eficacia considera-ble: la desigualdad sería mucho mayor si no existieran.

Destacar la dialéctica entre igualdad y desigualdad nos alejade las concepciones fatalistas que postulan que existe una ten-dencia unilateral, ya sea hacia la mayor desigualdad o hacia ladesigualdad.7 Los grados de inequidad y los tipos de desigualda-des varían de un país a otro, y a lo largo de la historia se obser-

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van movimientos en una y otra dirección. Aunque hay constreñi-mientos económicos y tecnológicos que inciden sobre la evolu-ción de la desigualdad, estos constreñimientos están mediadospor las políticas públicas y por las interacciones entre los grupossociales, de modo que los resultados en términos de equidad soninciertos y pueden cambiar de dirección.

En esta obra trato de reunir dos tradiciones de la investiga-ción social que, casi siempre, se han mantenido alejadas. Por unlado, muchos científicos sociales han estudiado los procesos quegeneran jerarquías, desigualdades, distinciones. Por otro, y nosiempre en diálogo con los primeros, otros investigadores hananalizado diversos mecanismos, sobre todo de reciprocidad yresistencia, que alimentan tendencias a la nivelación, la iguala-ción y la equidad dentro de las sociedades. La distancia entreestas dos tradiciones está relacionada con una concepción dua-lista y con cierta división del trabajo intelectual vinculada conella. Se coloca, por un lado, a sociedades y grupos caracteriza-dos por la preeminencia de mecanismos de igualación e inter-cambio solidario y, por el otro, a sociedades en las que predomi-na la generación de distinciones, jerarquías y desigualdades. Enun costado, la reflexión sobre sociedades primitivas, familias ygrupos primarios, supuestamente horizontales, alérgicos a lasjerarquías y la dominación. En el otro, los análisis de las socie-dades modernas y sus instituciones complejas, a las que se con-cibe como verticales, desiguales y atravesadas por el poder. Peroel problema no sólo es la unilateralidad de cada una de estasperspectivas tomadas por separado. En muchas ocasiones tien-de a suponerse la existencia de alguna tendencia meta-histórica,bien sea hacia la igualdad o bien sea hacia la desigualdad, que seimpone por encima de las voluntades de los individuos y prede-termina la evolución de las sociedades. Esta suposición presentados variantes principales. Por una parte, se piensa que esas ten-dencias brotan de una causalidad estructural inevitable (ya seaque «las sociedades primitivas reproducen sus característicasigualitarias», que «la ley general de la acumulación capitalistalleva a la concentración del poder y la riqueza» o que “la globali-zación produce mayor desigualdad”). Por la otra, se pone en jue-go alguna esencia innata compartida por todos los seres huma-nos («libres de otras influencias, los hombres buscarán la igual-dad y la reciprocidad», o su contrario: «los individuos tienden a

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buscar el poder y destacar sobre los demás»). Una mirada a lahistoria permite advertir que no existe tal predeterminación: hayépocas en las que se han cerrado algunas brechas sociales quetiempo después vuelven a abrirse, y viceversa. Para no ir máslejos, el siglo XX fue testigo de procesos que condujeron a unadistribución más equitativa de la riqueza en muchos países, perodurante las últimas dos décadas del siglo nuevamente se acen-tuaron las asimetrías sociales en la mayoría de ellos. La evolu-ción de Rusia y China después de la caída del muro de Berlín esotro ejemplo elocuente de las diversas posibilidades: mientrasque en la década de los años noventa en Rusia se vivió uno de losincrementos de la desigualdad más dramáticos de la historia dela humanidad, en China, aunque se incrementaron algunas des-igualdades, salieron de la pobreza millones de personas cada año(Stiglitz, 2002: 153 y 181-182; Tezanos, 2001: 34). Más que esta-blecer una tendencia a priori hacia la igualdad o la desigualdad,sería más conveniente estudiar los mecanismos que las generan.Propongo que reciprocidad y diferenciación pueden ser pensa-das en su entrelazamiento y oposición, al ser insertadas en unmarco analítico que dé cuenta tanto de aquellos procesos queahondan las desigualdades como de aquellos que las contrarres-tan.

La desigualdad es un proceso. No basta con describir unadistribución desigual de los bienes, es central explicar los proce-sos, mecanismos, flujos, acciones e interacciones que generandicha distribución. La desigualdad no es un derivado de algunaesencia humana inmutable, una cuestión natural o un imperati-vo estructural, ni siquiera el producto de las diferencias en lashabilidades de los individuos, sino una construcción histórica ysocial. En cada sociedad y en cada época existen diferentes tiposde desigualdades, también se modifican los grados de igualdado desigualdad, lo mismo que los factores que las generan, por loque hay que investigar las especificidades de cada caso.

El enfoque procesual para el análisis de la desigualdad recu-pera críticamente tanto las posiciones estructurales como lasconstructivistas. Aunque hay aspectos individuales y particula-res de la desigualdad que están transformándose de manera co-tidiana, es posible identificar configuraciones estructurales deinequidad que distinguen a una época o a una sociedad y logranpersistir, a veces durante períodos muy largos. En esto reside el

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aporte de las teorías estructurales de la desigualdad, en mostrarla cristalización de estructuras materiales, formas de organiza-ción social y configuraciones culturales que hacen que la des-igualdad sea persistente y duradera. Por ejemplo, el enfoque deMarx que muestra la tendencia estructural del capitalismo a ge-nerar polarización entre riqueza y miseria, o la teoría de la dis-tinción de Bourdieu que explica la reproducción de la distribu-ción inequitativa del capital simbólico legítimo. Pero llevadas aun extremo, las explicaciones estructurales tienden al determi-nismo, pareciera que la desigualdad es una característica inhe-rente al sistema y, por lo tanto, es imposible eliminarla o inclusoreducirla. Llegan a reificar a la desigualdad, como si fuera unacosa que existiera al margen de las personas, de sus acciones,interacciones e interpretaciones. Frente al riesgo del determinis-mo estructural es conveniente recurrir a las posiciones construc-tivistas, que destacan cómo la desigualdad es creada y recreadaen las interacciones cotidianas, de modo que no es algo fijo, sinoque se modifica mediante las intervenciones de los actores. Elenfoque constructivista es sensible al papel de la agencia huma-na en la producción de las desigualdades y se interesa por lamanera en que las personas experimentan e interpretan la des-igualdad. Sin embargo el constructivismo radical, como el quedefiende Scott Harris, pone tal énfasis en las interpretacionessubjetivas de la desigualdad que relega por completo las des-igualdades objetivas: “Los investigadores construccionistas noasumirían que su primera prioridad es identificar las causas yefectos de y las soluciones a las desigualdades objetivas; en cam-bio, su principal preocupación sería estudiar cómo la gente creael significado de la desigualdad haciendo afirmaciones sobre suscausas, efectos y soluciones” (Harris, 2006: 226; véanse tambiénHarris, 2000 y 2003). En el construccionismo extremo la des-igualdad se reduce al flujo siempre cambiante de las interpreta-ciones creadas en las interacciones entre los sujetos, perdiéndo-se de vista las estructuras que dan continuidad y persistencia alas inequidades. El enfoque procesual que propongo combinade manera crítica la perspectiva estructural y la perspectiva cons-truccionista. Para mí la construcción social de las desigualdadesno se reduce a las interpretaciones cotidianas de los actores, és-tas son parte de procesos más amplios, en los que las relacionesde poder se decantan en configuraciones estructurales asimétri-

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cas, que son a la vez productoras y productos de las acciones einterpretaciones de las personas.

En síntesis, desde mi punto de vista la desigualdad social esel resultado complejo de procesos de apropiación-expropiaciónmoldeados por construcciones simbólicas y relaciones de poderen contextos históricos específicos. En los siguientes apartadosanalizaré el funcionamiento de esos procesos en diferentes ám-bitos del poder social.

1.2. Producción social de individuos desiguales

Todos somos iguales. Sólo que hay algunos más igua-les que otros.

Dicho mexicano

La experiencia categorialmente diferenciada en unámbito dado produce diferencias en las capacida-des e inclinaciones individuales y las relaciones so-ciales, que se transfieren a otros ámbitos y provo-can en ellos desempeños diferenciales, y por tantoretribuciones desiguales. Gran parte de lo que losobservadores y participantes interpretan como di-ferencias individuales innatas de capacidad se debe,en realidad, a una experiencia categorialmente or-ganizada.

CHARLES TILLY, La desigualdad persistente(2000: 98)

La desigualdad es un fenómeno que ocurre en varios niveles,desde las diferencias entre las personas hasta las grandes asime-trías globales. Analizaré en este apartado tres planos de la des-igualdad, cada uno de los cuales tiene que ver con un aspecto delpoder: 1) el individual, que se refiere a las distintas capacidadesde los agentes; 2) el relacional, que se manifiesta en las interac-ciones asimétricas dentro de instituciones y campos sociales, y3) el estructural, que apunta hacia la cristalización de las des-igualdades en los Estados nacionales.8 En el mundo contempo-ráneo puede distinguirse un cuarto nivel, el del poder global, queserá analizado en el capítulo 3. Los diferentes niveles se encuen-tran relacionados entre sí, pero cada uno de ellos tiene connota-ciones específicas que es conveniente distinguir.

El primer nivel es el de las capacidades y potencialidades in-

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dividuales. Si el poder es una relación social (Weber, 1996 [1922];Lukes, 1974), este primer nivel no corresponde en sentido estric-to a una forma de poder, sino a las características de los indivi-duos y al control que tienen sobre ciertos recursos, pero es fun-damental para la dinámica de las relaciones de poder que se es-tablecen en los otros niveles y, a la vez, es un producto de ellas(Adams, 1983). Dicho de otro modo, los diversos atributos per-sonales pueden generar desigualdades, pero esa potencialidadsólo se hará efectiva en el marco de relaciones de poder que tras-cienden el ámbito estrictamente individual.

La mayor parte de los estudios sobre desigualdad se enfocaen el plano individual, es decir, se centra en el análisis de la dis-tribución de los diferentes atributos entre las personas. Esta pers-pectiva, si bien tiene serias limitaciones que discutiré más ade-lante, tiene la ventaja de poner de relieve algunos factores queinciden en los resultados desiguales que los individuos alcanzanen un contexto social dado. También es importante porque des-taca la agencia del sujeto frente a las redes de la desigualdad.

La capacidad que tiene un agente para apropiarse de unaporción de la riqueza que se produce y circula en la sociedaddepende de muchos factores, algunos son externos a las perso-nas y otros son inseparables de ellas. Los externos se refieren laposesión de recursos que permiten producir o extraer más ri-quezas del entorno: utensilios, herramientas, maquinaria, me-dios de transporte, locales, dinero para adquirir estos recursos,etc. Entre los internos están la propia capacidad de trabajo (encantidad, calidad y grado de complejidad), los conocimientos, lacreatividad y la inteligencia. No me detengo demasiado en estosfactores porque han sido ampliamente estudiados, y los econo-mistas han mostrado cómo la posesión de alguno de estos recur-sos o de alguna combinación de ellos permite a los agentes obte-ner un ingreso o derivar algún beneficio. En muchas sociedadespremodernas la capacidad física de trabajo fue un factor impor-tante, pero los conocimientos también influyeron; en la actuali-dad los conocimientos y la creatividad desempeñan un papelfundamental para la remuneración de los trabajadores y emplea-dos, mientras que la habilidad manual cada vez es menos valo-rada, en particular si no está asociada a la creatividad y al cono-cimiento. Con el tiempo, los recursos externos también han ad-quirido mayor importancia, antes se requerían sólo herramientas

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muy simples que eran una prolongación del cuerpo humano,ahora se utilizan máquinas e instrumentos complejos que multi-plican y diversifican las posibilidades productivas. Esto indicaque las capacidades de apropiación de los individuos cada vezdependen más del contexto social: hace siglos bastaban las habi-lidades aprendidas en el seno de la familia y de los grupos deparentesco y unas cuantas herramientas simples, hoy se requie-re de formación especializada que se adquiere en institucioneseducativas o laborales y recursos materiales cada vez más com-plejos, que en ocasiones involucran diversas obras de infraes-tructura.

Las diferencias en cuanto al tipo, la cantidad y la calidad delos recursos externos poseídos por los individuos tienen una in-cidencia central en los niveles de desigualdad. Sin embargo, losrecursos interiorizados también son decisivos, por un lado, por-que es más difícil ser despojado de ellos y, por otro, porque deellos dependen las capacidades de uso y aprovechamiento de losrecursos externos. Un recurso externo puede incrementar rápi-damente la apropiación de riquezas, pero en el mediano y largoplazo los recursos interiorizados pueden ser más importantes,porque aumentan las posibilidades de retención de las riquezasy la reproducción de las capacidades de apropiación. De ahí quemuchos estudiosos sugieran que para combatir la pobreza hayque incrementar las capacidades de los individuos y no sólo dis-tribuir bienes. Claro que lo inverso también es cierto: las capaci-dades interiorizadas difícilmente florecerán si no se cuenta conbienes primarios básicos para la subsistencia y el trabajo o conla infraestructura institucional y material adecuadas (Rawls, 1997[1971]; Sen, 1999). Otra ventaja de los recursos interiorizableses que reducen la dependencia con respecto al proveedor al for-talecer las capacidades del receptor. Esto no sucede con la ayudamaterial, en donde “la mano que da siempre está arriba de laque recibe”, como dice el dicho africano. También es más difícilque su distribución se preste a algún tipo de manipulación quelos desvíe de los beneficiarios a quienes están destinados, en par-ticular cuando toman la forma de un servicio que tiene que serutilizado al momento de la entrega (servicios educativos, capaci-tación, servicios de salud). En cambio, los recursos en especie(dinero, alimentos, medicinas, ropa, materiales) pueden ser des-viados, vendidos, canjeados y acaparados.

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En la capacidad individual para acceder a las riquezas socia-les intervienen otros factores, menos conocidos o más difícilesde evaluar o cuantificar, pero que también resultan decisivos.Entre ellos se pueden mencionar el capital cultural, las creden-ciales, el status, la etnia, la edad, el género y otros atributos indi-viduales.

El capital cultural. Pierre Bourdieu acuñó el concepto de ca-pital cultural para mostrar la trascendencia que tienen los as-pectos simbólicos en la construcción de las diferencias entre lasclases sociales. Este capital cultural puede ser material u objeti-vado (obras de arte, objetos, artefactos), pero también puede sersubjetivo, adquirido por los individuos a lo largo de muchos añosde socialización e incorporado en sus esquemas de percepción ypensamiento, incluso en las maneras de usar y mover su cuerpo,en las maneras de hablar y de escribir. Muchos de los dispositi-vos más sutiles y, a la vez, más ominosos de la desigualdad tie-nen que ver con las diferencias en capital cultural subjetivo. Su-tiles porque aparentan ser habilidades que merecen recompen-sa, cuando en realidad son, en gran parte, resultado deinequidades previas; y ominosos, porque son diferencias que sellevan inscriptas en el cuerpo, como estigmas de clase, de géneroo de etnia. Antes poco analizadas, hoy los estudiosos reconocenque las asimetrías en la distribución del capital cultural son cru-ciales y se entrelazan con las otras desigualdades.

Las credenciales. No sólo cuentan las capacidades de los indi-viduos, también la certificación de que las poseen. En particularlas credenciales escolares son tomadas en cuenta para la remu-neración de los empleados, pero cada oficio y profesión cuentacon mecanismos de certificación específicos y con ritos de pasopara reconocer a sus miembros y establecer gradaciones entreellos. Puede haber discrepancias entre las capacidades reales ylas capacidades certificadas, diferencias que pueden derivar deerrores en los mecanismos de certificación o, con mayor frecuen-cia, de exclusión, discriminación o favoritismo con los que ope-ran.

El status. El prestigio social, además de ser un bien preciadodesigualmente distribuido, es fuente de nuevas desigualdades,ya que el acceso diferencial a muchos recursos se encuentra aso-ciado a las distinciones de status. Esto es evidente en las socieda-

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des organizadas en torno a castas, estamentos o grupos étnicos,pero sigue siendo importante en sociedades abiertas o democrá-ticas, en donde las gradaciones de status se reconstruyen en tor-no a otros criterios, algunos explícitos como los méritos escola-res,9 los ingresos, la religión o la nacionalidad, y otros más sote-rrados y cotidianos, pero no por ello menos eficientes, como elacento al hablar, la manera de escribir, el estilo de vida y el con-sumo cultural.

La etnia. Desde hace mucho tiempo y hasta la actualidad,muchas desigualdades se han construido en base a argumentosétnicos y raciales. Sociedades que son bastante igualitarias enotras dimensiones pueden ser, sin embargo, tremendamente asi-métricas con respecto a personas que no pertenecen al mismogrupo étnico que los sectores hegemónicos. A pesar de que lasconstituciones de casi todos los países prohíben expresamentecualquier discriminación étnica, ésta sigue ocurriendo en la prác-tica, no sólo por parte de quienes expresan posiciones racistas,sino también de la gran mayoría de la población que, en formaconsciente o inconsciente, asocia las distinciones étnicas con otrasformas de clasificación social y con el tipo de tareas y recompen-sas que son frecuentes para esas clasificaciones. Así, las caracte-rísticas étnicas son también un rasgo que incide sobre las posibi-lidades de apropiación de los individuos.

La edad. Entre las distinciones sociales más añejas se encuen-tra la edad. Desde tiempos inmemoriales la edad ha servido debase para la asignación del status y, hasta la fecha, muchas car-gas y beneficios se distribuyen de acuerdo con la edad. Los pro-fundos cambios demográficos del último siglo han planteadoserios dilemas para la repartición del trabajo o los ingresos a lolargo de diferentes etapas de la vida, como lo demuestran losaltos índices de desempleo entre los jóvenes europeos o la insufi-ciencia de las pensiones de jubilación y retiro en muchos países.En contra de la idea muy difundida de que la edad es un fenóme-no puramente biológico, cada sociedad establece marcas socia-les y culturales para separar los grupos de edad, también celebraritos de paso para cruzar las fronteras entre esos grupos. Lasdiferentes tareas, recompensas y privilegios que tienen niños,jóvenes, adultos y ancianos no responden a una evolución bioló-gica pura, sino a la lógica cultural y a los juegos de poder queacompañan a esa evolución.10

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El género. Desde las sociedades más antiguas que se conocen,el género ha sido uno de los factores centrales en la construcciónde desigualdades. Se han estructurado distinciones sociales yculturales entre los hombres y las mujeres para convertir las di-ferencias biológicas entre los sexos en jerarquías de poder, statuse ingresos. La medición y valoración de las capacidades indivi-duales casi siempre pasa por el tamiz del género, lo mismo quela distribución de cargas y recompensas que se deriva de esavaloración.

Otros atributos individuales. La estatura, el peso, la aparien-cia física, el color de la piel, la fortaleza, la agilidad y la discapa-cidad física siguen siendo fuentes de muchas inequidades, nosólo en aquellas profesiones o actividades íntimamente ligadascon las características corporales, como son el deporte o la moda,sino en muchos empleos en los que supuestamente no deberíancontar para nada, desde la abogacía hasta la terapia psicológica,pasando por el comercio o los trabajos de oficina. Ya sea paratener acceso a puestos privilegiados o para evitar verse confina-do a los empleos más despreciados, estos atributos siguen con-tando, incluso en países que han aprobado leyes ex profeso paraevitar este tipo de discriminación.11

La dimensión individual es importante para comprender losfactores que trabajan en pro de la equidad, entre ellos la resilien-cia y la resistencia contra la inequidad. Me explico. Analizar ladesigualdad en términos de capacidades y potencialidades indi-viduales destaca la agencia de los sujetos, de modo que tanto laequidad como la inequidad pueden surgir del ejercicio de estascapacidades.12 En el plano individual, la igualdad y la desigual-dad tienen el mismo origen: la capacidad de agencia y libertadde los seres humanos, forma potencial del poder que tenemostodos, pero en diferentes proporciones y con diferentes caracte-rísticas, como resultado de procesos histórico-sociales. Todos losseres humanos tenemos, aunque sea en escala muy pequeña, esacapacidad de apropiación de la riqueza social. Si no la tuviéra-mos, la igualdad sería impensable, porque la igualdad no es unestado fijo, producto de una supuesta distribución inicial de losbienes —que nunca existió— o de una nueva redistribución cienpor cien equitativa —que nunca se produjo y, en el utópico casoen que se produjera, se alteraría casi de inmediato. La igualdad

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es más bien un horizonte, un proceso continuo de aproximaciónhacia una meta que nunca se alcanza. Y si bien requiere algúntipo de redistribución de bienes, lo más importante es la distri-bución de las capacidades que permiten alcanzar y reproducir laapropiación de esos bienes en el largo plazo. La resiliencia quemanifiestan los individuos para salir de situaciones adversas, parabuscar medios alternativos de supervivencia y para evitar serexcluidos de la sociedad es también una de las expresiones deesas capacidades. También lo son su resistencia e inconformi-dad frente a situaciones injustas o inequitativas. El énfasis en laresiliencia y la resistencia permite des-victimizar a quienes ex-perimentan la exclusión y la desigualdad, ayuda a verlos comoagentes con mayor o menor capacidad para afrontarlas y no comosujetos disminuidos que requieren ayuda y asistencia social.

Al tratar de satisfacer sus necesidades y al tratar de alcanzarbienes socialmente valorados (bienes de sobrevivencia, bienessuntuarios, prestigio, riquezas, estima, etc.) los individuos ejer-cen su capacidad de agencia. Los puntos de partida pueden serparejos o disparejos (igualdad o desigualdad inicial), los proce-dimientos pueden ser equitativos para todos o favorecer a algu-nos (igualdad o desigualdad de oportunidades), las proporcio-nes de la riqueza social que obtienen pueden ser superiores, si-milares o inferiores a las que obtienen otros miembros de lasociedad o de los grupos de los que forman parte (igualdad odesigualdad de los resultados), pero en todos los casos se tratade un ejercicio de la capacidad de agencia. De este modo, aun enel plano individual se puede encontrar la dialéctica entre igual-dad y desigualdad, ya que ambas brotan de las capacidades deagencia de los sujetos. Al estudiar estas diversas capacidadespodemos encontrar los esfuerzos de aquellos que logran distin-guirse de los demás y obtener más que ellos, pero también losesfuerzos de quienes no quieren quedarse atrás o de quienes seoponen a que algunos sobresalgan, de modo que el grado de equi-dad y los tipos de desigualdades (o de igualdades) están relacio-nados con las acciones de las personas. La resiliencia está aso-ciada con mecanismos psicológicos que permiten a los exclui-dos y marginados revalorarse y con mecanismos culturales quedignifican la pobreza y el trabajo manual (Argyle, 1994: 62 y224; Willis, 1977). Superar a los demás o no dejarse rebasar porellos, promover la distinción social o buscar la equidad, apro-

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piarse de una gran parte de la riqueza social o sólo alcanzar unapequeña fracción de ella, son todas acciones que, pese a su signocontrario, expresan la capacidad de agencia de los seres huma-nos. Esta capacidad individual se pondrá en juego en los otrosplanos de la desigualdad social, tanto para promoverla como pararesistirse a ella.

El análisis de las diferentes capacidades de los individuosarroja luz sobre un aspecto de la desigualdad, en tanto que ayu-da a responder la siguiente pregunta: ¿qué características de lossujetos inciden en la apropiación diferencial de los bienes socia-les valorados? Dicho de otra manera, ¿cuáles son los factoresrelevantes que hacen que unas personas puedan acceder a ma-yores riquezas que otras, en un contexto social dado? La contri-bución es importante, pero un análisis de la desigualdad quesólo se quede en esta dimensión individual tiene varios proble-mas, entre ellos los siguientes:

a) En primer lugar, hay que advertir que los atributos indivi-duales tienen un origen social. Las capacidades individuales sonproducto de una historia social, aunque algunas tengan un com-ponente genético, resultan de procesos históricos y su adquisi-ción no depende sólo del esfuerzo o de la tenacidad individual,sino también de condiciones y procesos colectivos. Si alguienalcanza un desempeño escolar impresionante, que después lelleva a obtener un buen trabajo y grandes ingresos, es algo queno depende sólo de sus genes o de su dedicación al estudio, sinotambién de la nutrición propia y de la de sus padres, del capitalacadémico y cultural que adquirió en el seno familiar, de la cali-dad de sus profesores y de sus escuelas, de las redes sociales enque se movió, etc. Aspectos que en apariencia son naturales ypersonales, tienen una historia social por detrás. Por ejemplo, laestatura: “A comienzos del siglo XIX, los varones pobres de 14años sólo medían en promedio 1,30 m, mientras que los aristó-cratas e hidalgos de la misma edad llegaban aproximadamente a1,50 m” (Tilly, 2000: 15). Si algo tan biológico como la estatura essusceptible de ser modificado por la historia social, ¿que pasarácon otros atributos como la capacidad de trabajo, los conoci-mientos, el capital cultural o la disposición al estudio?

b) Las capacidades individuales también son sociales en suejercicio, ya que están sujetas a procesos de valoración colectiva.

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No existen criterios universales para determinar qué capacidadde trabajo, qué conocimientos o qué atributos físicos son losmejores y merecen, por tanto, mayores recompensas. Por el con-trario, cada época y cada sociedad tiene sus propias escalas devaloración, de modo que la capacidad individual de apropiaciónno depende sólo de cualidades intrínsecas a las personas, sino dela apreciación social de esas cualidades.13 La valoración de labelleza, de la inteligencia o del trabajo de alguien es un acto cul-tural, que recurre al arsenal simbólico de la sociedad y puede serobjeto de interpretaciones encontradas, disputas y negociacio-nes (Appadurai, 1991; Bourdieu, 1990). Lo mismo sucede con elstatus, no se reduce a las características internas, sino a las mar-cas sociales que se han impreso sobre esas características, ya seaelevándolas como signo de prestigio o denigrándolas como es-tigma de un status inferior.

c) Analizar la desigualdad sólo en el plano de las capacidadesde las personas equivale a ver a la sociedad como un mero agre-gado de pequeños productores aislados, a la manera de Robin-son Crusoe, en el que cada quien obtiene de la naturaleza lo quele corresponde de acuerdo con sus habilidades, fuerza, cocimientoe inteligencia, sin reparar en las interacciones entre los agentesni en los constreñimientos de las instituciones y estructuras so-ciales (Tilly, 2000: 35). En efecto, si cada quien estuviera arrinco-nado en una porción del bosque, completamente solo, suponien-do que cada quien disponga de una superficie de terreno similar,la riqueza que obtendría dependería en gran medida de sus ca-pacidades individuales. Un enfoque individualista de la desigual-dad es muy útil para determinar los resultados diferenciales queobtienen los agentes, haciendo abstracción del contexto social yde las relaciones sociales. Pero tendría fuertes limitaciones paraconsiderar estos factores meta-individuales. Además, está el pro-blema de explicar por qué las personas tienen diferentes capaci-dades, hay una larga historia detrás de esas diferencias, que cadavez es más compleja y más social, porque en la formación de lascapacidades ya no sólo intervienen el núcleo familiar y el grupode parientes, sino también las escuelas, los medios de comunica-ción, las empresas y muchos otros agentes. Por otro lado, elambiente del que se extrae la riqueza no se puede considerarmás como un medio natural intocado, que está ahí virgen y dis-ponible para el primero que llegue a aprovecharlo.14 Lejos de

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eso, las riquezas se obtienen de un entorno que es producto so-cial de muchas generaciones, y se recurre a una masa de conoci-mientos acumulados y de recursos institucionales que tambiénson resultado del esfuerzo colectivo de la humanidad, aunquepuedan ser objeto de apropiaciones y usos privados.

d) La perspectiva meramente individualista de la desigual-dad deja fuera del análisis los procesos de explotación y acapara-miento de oportunidades que, a mi juicio, desempeñan un papelcentral en la generación de las desigualdades de mayor magni-tud. Las mejores estrategias que proponen los enfoques indivi-dualistas para reducir la desigualdad apuntan hacia la elevaciónde las capacidades de los sujetos, en particular de los más pobreso excluidos. Dichas propuestas no son malas, es más, son funda-mentales, ya que si no se fortalecen las capacidades de apropia-ción de la mayoría de la población, la desigualdad persistirá.Pero son insuficientes. Las relaciones de poder, la trama institu-cional y las estructuras sociales que sostienen la desigualdad tam-bién tienen que ser transformadas para que crezcan y se desa-rrollen en todo su potencial las capacidades de quienes afrontanlas mayores desventajas.

El análisis de la dimensión individual de la desigualdad esesclarecedor, pero no suficiente para la comprensión del fenó-meno. Muestra que diferentes sujetos tienen diferentes capaci-dades, pero no explica cómo se construyeron esas diferencias.Tampoco dice mucho sobre el contexto social en el que operanesos sujetos. Utilizando la metáfora de las redes, se puede decirque el plano individual del análisis nos permite ver que cadapersona tiene una red para pescar diferente, más grande o máspequeña, hecha con material más resistente o más frágil, con unentramado más cerrado o más abierto, y que cada quien tienemás o menos fuerza y más o menos habilidad y conocimientospara pescar, de modo que, al conjugarse todos esos factores, al-gunos pescan más peces que otros. También nos recuerda quepara afrontar la pobreza y la desigualdad no sirve de mucho re-partir pescado a los que no lo tienen, que es mejor enseñarles apescar. No es poca cosa ayudar a entender esto, pero muchascuestiones quedan sin explicar. No sabemos nada sobre las re-glas para pescar, o por qué algunos pueden pescar en donde haypeces más grandes y de mejor calidad y para otros están vedados

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esos lugares, por qué algunos no tienen acceso a las mejores re-des o cómo fue que algunos nacieron en pueblos en donde nadiesabía pescar, por no mencionar a aquellos que nunca han visto elmar. Tampoco nos explica cómo es que algunos se quedan conuna parte de los peces que otros capturaron, ni lo que hacenpara sobrevivir aquellos que no pudieron pescar. Para contestarestas preguntas, es necesario contemplar otras dimensiones dela desigualdad.

1.3. Dimensión simbólica de la in-equidad

En sí mismas, las categorías no producen una des-igualdad profunda y persistente. Esto depende desu combinación con una segunda configuración: lajerarquía. La desigualdad categorial depende de laconjunción de un límite bien definido que separedos sitios con un conjunto de lazos sociales asimé-tricos que conecten a los actores en ambos.[...] Ladesigualdad categorial sobrevive, por último, en lamedida en que los sitios se asocian de manera des-igual a los flujos de recursos que sostienen su inte-racción.

CHARLES TILLY, La desigualdad persistente(2000: 111-112)

El análisis de las capacidades individuales sería suficientepara entender la desigualdad social sólo si se cumpliera la si-guiente condición: que los bienes, los recursos, las personas y losconocimientos circularan libremente, es decir, sin seguir ningu-na orientación cultural, sin atender a relaciones de poder o sinestar sujetos a constreñimientos institucionales. En ese caso, ysólo en ése, lo obtenido por cada quien correspondería de mane-ra más o menos exacta con sus capacidades. Pero la sociedadnunca ha funcionado así. Desde que se tiene registro, las perso-nas, las cosas y los conocimientos circulan, se intercambian, sedistribuyen y se apropian de acuerdo con reglas específicas paracada sociedad, bajo la influencia de instituciones económicas,políticas, sociales y culturales. Los mercados y otras formas deintercambio e interacción están incrustados en relaciones depoder y tradiciones culturales. Funcionan de acuerdo con tra-yectorias históricas e institucionales en las que operan muchos

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filtros y condicionamientos para el uso, la circulación y la distri-bución de los bienes y recursos (Appadurai, 1991; Crozier y Frie-dberg, 1990; Myers, 2001; Polanyi, 1979; Thompson, 1984).

En los intercambios y en las interacciones existen diferentesreglas o convenciones para distintas cosas o para distintas per-sonas. Algunos ejemplos, tomados de otras sociedades, puedenayudar a entender cómo funciona esto en nuestra época. Losbosquimanos !kung, uno de los grupos humanos más sencillosque han estudiado los antropólogos, que vivían de la caza y larecolección, tenían reglas diferentes para la distribución de dis-tintos tipos de alimentos. Si alguna mujer recolectaba frutos uotros vegetales, podía consumirlos con su familia nuclear. Lomismo sucedía con los animales pequeños. En cambio, cuandocazaban un antílope compartían la carne, que tenía que ser dis-tribuida por el dueño de la flecha que hirió al animal:

La costumbre de compartir la carne está tan fuertemente esta-blecida y es seguida de manera tan equitativa que se ha extingui-do el concepto de no compartir la carne en las mentes de los!kung. Es impensable que una familia tuviera mucho que comery otros nada cuando ellos se sientan en la noche, agrupados muyjuntos, rodeados por sus fogatas. Cuando hice que trajeran a suimaginación la imagen de un cazador que escondiera carne parasí mismo o para su familia para comerla secretamente (lo que enrealidad sería prácticamente imposible, porque adonde quieraque un !kung vaya y lo que él haga puede leerse en sus huellas),la gente se rió a carcajadas. Un hombre sería muy malo si hicie-ra eso, dijeron. Sería como un león. Ellos tendrían que tratarlocomo un león, apartándolo o enseñándole modales no dándolenada de carne. No le darían ni siquiera un trozo delgado. Lespregunté: “¿alguna vez conocieron a alguien que comiera solocomo un león?”. “Nunca”, dijeron [Marshall, 1967: 23].

Entre los Tiv, existían diferentes esferas de intercambio: enuna circulaban los bienes de consumo básico, en otra los bienessuntuarios y en otra los servicios personales (Kopitoff, 1991).Cada esfera tenía sus propias reglas, un bien sólo podía ser inter-cambiado por objetos de la misma esfera. En las sociedades enlas que la esclavitud estaba legitimada, las personas circulabancomo mercancías, había convenciones que regulaban su com-pra y venta. En muchas sociedades circulaban las mujeres entrediversos clanes o grupos de parentesco, eran intercambiadas por

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distintos bienes, de acuerdo con mecanismos y equivalenciasregulados por la sociedad. Todos estos ejemplos pueden sonarextraños o exóticos, pero en el fondo muestran algo que es co-mún a todas las culturas, incluyendo las contemporáneas: la cir-culación de personas y cosas está sujeta a convenciones cultura-les, marcos institucionales y relaciones de poder. Podemos en-contrar muchos ejemplos contemporáneos. Así como hay cosasque son objeto de apropiación privada, hay otras que, de acuer-do con las leyes y la cultura, son de uso público y no pueden servendidas: monumentos nacionales, símbolos patrios, parques,reservas ecológicas y zonas arqueológicas e históricas, algunasde las cuales han sido consideradas patrimonio cultural de lahumanidad por parte de la UNESCO. También tenemos esferasde intercambio separadas: uno no puede intercambiar una invi-tación a cenar por un cheque de banco, estaría confundiendoámbitos de circulación que la cultura ha separado (Myers, 2001).También hay reglas específicas para la circulación de las perso-nas, se requieren de documentos especiales para atravesar lasfronteras. Los conocimientos se transmiten siguiendo rutas yrituales definidos por tradiciones e instituciones, que no estánexentas de conflictos y confrontaciones. En pocas palabras, ade-más de la competencia por los recursos entre personas con dife-rentes capacidades, existen muchas consideraciones sociales,políticas y culturales que regulan la circulación y apropiación delas riquezas sociales. De ahí que sea importante estudiar las inte-racciones y las instituciones.

La desigualdad se re-produce en las interacciones que enla-zan a las personas. En ellas, las potencialidades y capacidadesindividuales se ponen en acción y se entablan relaciones de po-der que, si bien se basan en esas capacidades, pueden generaralgo nuevo, tienen propiedades emergentes cuyos resultados nose pueden prever considerando a los individuos de manera aisla-da. Las interacciones entre individuos y grupos también se en-cuentran reguladas por la cultura. Aunque muchas interaccio-nes son esporádicas y aisladas, otras forman parte de secuenciasestructuradas, se producen dentro de espacios colectivos (gru-pos, empresas, organizaciones, instituciones, campos, etc.) queson campos desiguales estructurados por relaciones de poder(Crozier y Friedberg, 1990). Buena parte de la riqueza social seproduce o circula en estos espacios colectivos, por lo que es im-

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portante estudiar los procesos simbólicos y las relaciones de po-der que regulan las apropiaciones que se producen dentro deellos.

La relación entre los símbolos, el poder y los grupos socialeses un tema clásico de las ciencias sociales, abordado temprana-mente por autores como Durkheim y Weber (Durkheim 1982[1912]; Durkheim y Mauss, 1996 [1903]; Weber, 1996 [1922]).Debemos a Durkheim y Mauss, en su trabajo sobre las clasifica-ciones primitivas, la idea de que, por medio de símbolos, las so-ciedades y los grupos establecen límites que definen conjuntosde relaciones. Así, al clasificar las cosas del mundo se establecenentre ellas relaciones de inferioridad/superioridad y exclusión/inclusión, directamente vinculadas con el orden social.15 El he-cho de ordenar, agrupar y separar objetos, animales, plantas,personas e instituciones, marca diferencias, límites y fronterasentre ellos, define jerarquías, incluye o excluye. Al analizar estasoperaciones en el contexto de relaciones de poder y de distribu-ción de recursos, privilegios y oportunidades, se entra de llenoen el estudio de la desigualdad.

El funcionamiento de los cierres sociales, de los que hablóWeber, está ligado de manera directa con operaciones simbóli-cas que establecen qué características se requieren para pertene-cer a un grupo de status, al que se le ha asignado cierta estima-ción social, positiva o negativa (Weber, 1996 [1922]: 684 y ss.).Esta asignación es un hecho cultural, independientemente deque pueda estar asociada a situaciones económicas y políticas.Weber va más allá: postula la existencia de marcas rituales queacompañan a la constitución de muchos grupos de status:

[...] al lado de la garantía convencional y jurídica de la separa-ción de estamentos existe también una garantía ritual, de suerteque todo contacto físico con un miembro de una casta conside-rada «inferior» es para los pertenecientes a la casta «superior»una mácula que contamina y es expiada desde el punto de vistareligioso [Weber, 1996 (1922): 689].

Relacionar la impureza y las manchas con las clasificacionessociales ha sido un recurso empleado en diversas ocasiones. Talvez nadie le haya prestado tanta atención como Mary Douglas,quien recurrió al análisis de lo puro y lo impuro, de lo limpio y locontaminado para comprender los límites simbólicos que sepa-

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ran a los grupos. Lo sucio es lo que está fuera de lugar, lo que nose corresponde con la estructura esperada. Al descifrar las es-tructuras simbólicas con las que una sociedad distingue lo im-poluto, lo limpio y lo inmaculado de lo contaminado, sucio omanchado puede aprenderse mucho de sus estructuras sociales(Douglas, 1984). El caso de los intocables en el sistema de castasde la India es evidente al respecto. Pero en las demás sociedades,incluyendo las nuestras, también hay marcas culturales que aso-cian a los grupos sociales con el orden y el desorden, la limpiezay la suciedad, la pureza y la contaminación. Mirar las relacionesentre las clases sociales, entre los grupos étnicos o entre los gé-neros desde la ventana abierta por Douglas es un camino paradescubrir formas sutiles de exclusión y discriminación.

Desde un registro muy diferente, Erving Goffman reflexionasobre un tipo particular de máculas: los estigmas, que marcande manera profunda a quienes los sufren y definen el tipo espe-cial de relaciones que se debe establecer con ellos (Goffman,1986). A Goffman no le interesan tanto las estructuras simbóli-cas que agrupan y distinguen a los individuos como las accionese interacciones mediante las cuales éstos se etiquetan a sí mis-mos y a los demás. Podría decirse que se preocupa más por lasestrategias de clasificación que por las clasificaciones. Para él,los pequeños actos de deferencia o rebajamiento son los que, alacumularse, constituyen las grandes diferencias sociales (Goff-man, 1956).

En un estudio sobre las relaciones entre establecidos y foras-teros en una pequeña comunidad de clase obrera en Londres,Norbert Elias analizó los procesos de estigmatización de los fo-rasteros, mediante los cuales los miembros del grupo estableci-do se presentaban como seres humanos mejores que el resto,establecían tabúes para restringir contactos no ocupacionalesentre los dos grupos y se apropiaban de los puestos dirigentes enorganizaciones locales. Las fantasías grupales de elogio y de con-dena, así como la complementariedad entre el carisma grupal(propio) y la vergüenza grupal (la de los otros) crean una barreraemocional que es fundamental en la reproducción de asimetríasen las relaciones de poder. Muchas veces los grupos excluidosllegan a experimentar emocionalmente su inferioridad de podercomo un signo de inferioridad humana (Elias, 2006: 220-229).

Los mitos también desempeñan un papel en la construcción

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de desigualdades, como muestra Maurice Godelier en su estudiosobre la dominación masculina entre los Baruya. En este pueblode Nueva Guinea una compleja narrativa mítica consagra la su-premacía de los hombres, a cuyo semen se atribuye un cúmulode virtudes (produce la concepción, nutre al feto, alimenta a laesposa, fortalece a los jóvenes iniciados, etc.), mientras que lasangre menstrual es considerada una sustancia dañina y peli-grosa. Esta narrativa se prolonga en diferencias en torno a loscuerpos (el del hombre se considera bello, puede usar cintas,plumas y otros adornos) y en torno a los espacios (hay caminosdobles, los de los hombres son más altos, una línea imaginariadivide áreas masculinas y femeninas dentro de las casas). Estapesadísima trama contribuye a la existencia de discriminacio-nes de género en los ámbitos económico y político (Godelier,1986).

Los estudios de género han contribuido a mostrar que lasasimetrías entre hombres y mujeres han estado asociadas conconstrucciones simbólicas sobre lo que significa ser varón y sermujer y con las relaciones de poder entre personas de distintosexo (Butler, 1996; Comas, 1995; Lamas, 1996; Ortner, 1979;Rubin, 1996). La cosmología de muchas culturas está pobladade oposiciones entre lo masculino y lo femenino, igual que confrecuencia sobrevaloran las cualidades positivas de los hombrese infravaloran las de las mujeres, hecho que contribuye a produ-cir y reproducir relaciones de dominación entre los géneros. Laantropología también ha mostrado cómo la subordinación delas mujeres y los sistemas de matrimonio se encuentran en elorigen de muchas otras asimetrías sociales (Godelier, 1986).16

En un texto sobre las élites en Sierra Leona, Abner Cohen(1981) estudió los rituales de exclusividad que permitían a ungrupo étnico preservar sus privilegios sociales, políticos y cultu-rales. Habla de la «mística de la excelencia» y de los «cultos deélite» que permiten a un grupo validar y sostener su status privi-legiado al afirmar que poseen cualidades escasas y exclusivasque son esenciales para la sociedad en su conjunto. La ideologíade la élite estaría objetivada, desarrollada y sostenida por un ela-borado cuerpo de símbolos y desempeños dramáticos, que in-cluyen los modales, la etiqueta, los estilos de vestir, el acento, lospatrones recreativos, las costumbres y reglas matrimoniales. Esteestilo de vida sólo se adquiere a través de largos períodos de

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socialización y entrenamiento, en particular en espacios socia-les informales como la familia, los grupos de pares, los clubes ylas actividades extracurriculares de las escuelas. Para Cohen, eltrabajo simbólico de las élites les permite distinguirse del restode la población mediante el decoro, la elegancia, la educación yotros atributos que, no obstante su vaguedad, les permiten acce-der a privilegios y recompensas extraordinarios.

De una manera similar, Pierre Bourdieu (1988) encontró enel análisis del gusto algunos de los resortes más sutiles de la dife-renciación clasista en las sociedades contemporáneas. Fue másallá del simple análisis del consumo cultural como un poderosomarcador de status, para indagar en torno a los habitus de clase,es decir, los esquemas de disposiciones duraderas que gobiernanlas prácticas y los gustos de los diferentes grupos sociales, queresultan en sistemas de enclasamiento que ubican a los indivi-duos en una determinada posición social no sólo por su dinero,sino también por su capital simbólico. Hasta en detalles aparen-temente insignificantes, como la manera de hablar o la forma demover el cuerpo, estaría inscrita la ubicación de un sujeto en ladivisión social del trabajo (Bourdieu, 1988: 477 y 490). Los habi-tus crean distancias y límites, que se convierten en fronteras sim-bólicas entre los grupos sociales. Esas fronteras fijan un estadode las luchas sociales y de la distribución de las ventajas y lasobligaciones en una sociedad. Además, producen transaccionesdesiguales, ya que el reconocimiento de las barreras de distin-ción conduce a pactos y relaciones sociales en las que se asumenobligaciones y derechos diferenciados. En ocasiones, las fronte-ras simbólicas adquieren una realidad material que separa a losincluidos de los excluidos.

El concepto de campos, también propuesto por Bourdieu,ayuda a entender que las interacciones entre los agentes se pro-ducen en espacios sociales que siguen determinadas reglas, deacuerdo con las cuales los poseedores del capital cultural legíti-mo reciben los mayores beneficios que se producen en ese cam-po.17 No son, entonces, las capacidades en abstracto las que per-miten apropiarse de la riqueza generada en el campo, sino capa-cidades que se ejercen bajo relaciones de poder y son sancionadas,ya sea en forma positiva o negativa, por la cultura.

Charles Tilly ha hecho un detallado análisis sobre lo que élllama la desigualdad categorial, es decir, aquella que surge de la

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distinción de diferentes categorías socialmente definidas de per-sonas. De acuerdo con Tilly, las categorías son producidas cultu-ralmente en torno a ciertas características, biológicas o sociales.La institucionalización de las categorías y de sistemas de cierre,exclusión y control sociales que se crean en torno a ellas es loque hace que la desigualdad perdure. Se interesa en las diferen-cias que resultan de la existencia de categorías pareadas que se-paran claramente a las personas en dos grupos:

El argumento central reza lo siguiente: las grandes y significati-vas desigualdades en las ventajas de que gozan los seres huma-nos corresponden principalmente a diferencias categoriales comonegro/blanco, varón/mujer, ciudadano/extranjero o musulmán/judío más que a diferencias individuales en atributos, inclina-ciones o desempeños [Tilly, 2000: 21].

Tilly critica las aproximaciones individualistas al fenómenode la desigualdad, es decir, aquellas que se centran en la distribu-ción de atributos, bienes o posesiones entre los actores. En con-trapartida, propone un enfoque relacional de la desigualdad, aten-to a las interacciones entre grupos de personas. Le interesa eltrabajo categorial que establece límites entre los grupos, creaestigmas y atribuye cualidades a los actores que se encuentran auno y otro lado de los límites (Tilly, 2000: 79 y ss.). Los límitespueden separar categorías internas a una organización o grupo(por ejemplo los que dividen a directivos y trabajadores), o dis-tinguir categorías externas, comunes a toda la sociedad (hom-bre/mujer, blanco/negro). Cuando coinciden las categorías inter-nas y las externas, la desigualdad se ve reforzada (Tilly, 2000: 87-90). El uso de categorías pareadas causa desigualdad persistenteal articularse con mecanismos de explotación y acaparamientode oportunidades.18 La desigualdad categorial tiene efectos acu-mulativos, a la larga incide sobre las capacidades individuales yse crean estructuras duraderas de distribución asimétrica de losrecursos de acuerdo con las categorías. Considera que para eli-minar la desigualdad no basta con eliminar las creencias y lasactitudes discriminatorias, es necesario transformar las estruc-turas institucionales que organizan los flujos de recursos, cargasy recompensas.

Cada autor hasta aquí revisado parte de una perspectiva dife-rente, pero tienen algo en común. En primer lugar, todos ellos

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señalan que los símbolos y el poder desempeñan un papel fun-damental en la creación y reproducción de las desigualdades.No todas las desigualdades tienen un origen cultural, algunas sederivan del simple uso de la fuerza o de diferencias materiales,así como algunas tienen origen biológico. Pero incluso éstas vana ser filtradas por el entramado simbólico. Por ejemplo, dos hom-bres pueden diferir en estatura, aspecto físico o color de la pielpor causas estrictamente genéticas (sin necesidad de considerarlos casos en los que la estatura u otros rasgos físicos varían porcausas sociales), pero la cultura puede etiquetarlos como igualeso, por el contrario, establecer entre ellos jerarquías y diferenciasvalorativas. Sobre esa base les pueden ser reconocidos diferen-tes derechos, obligaciones, recompensas, castigos y privilegios.Las clasificaciones simbólicas no son condición suficiente parala producción de desigualdades, pero casi siempre son una con-dición necesaria para su existencia, al combinarse con jerarquías,instituciones y relaciones de poder específicas. Es crucial identi-ficar el peso de los factores culturales en la generación y repro-ducción de las inequidades, sin caer ni en el culturalismo ni en eldeterminismo económico.

En segundo lugar, estos autores identifican diversas estrate-gias y acciones simbólicas que entran en juego en la construc-ción de desigualdades. El cuadro siguiente muestra distintasoperaciones simbólicas y los efectos de desigualdad que produ-cen:

AQUÍ CUADRO 1.1La lista podría extenderse, porque muy diversos recursos sim-

bólicos pueden ser utilizados para crear y reproducir desigual-dades. No tendría caso hacer una enumeración exhaustiva dedichos recursos, pero puede ser útil tratar de identificar algunasde las principales estrategias político-simbólicas que intervienenen la construcción de la desigualdad en el ámbito de las interac-ciones sociales.

En primer término, están todas aquellas que imputan carac-terísticas positivas al grupo social al cual se pertenece. En lamisma línea opera la sobrevaloración de lo propio, las autocali-ficaciones de pureza y todas aquellas operaciones que presentanlos privilegios que se poseen como resultado de designios divi-nos o de la posesión de rasgos especiales. La mística de la exce-lencia y las estrategias de distinción constituirían una variante

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de estos mecanismos, en la medida en que presentan las ganan-cias de status como un resultado del esfuerzo, de la inteligencia,de la elegancia, del buen gusto, de la cultura, de la educación, dela belleza o de cualquier otra característica que posea el grupopropio.

Como complemento de lo anterior, pero de signo contrario,están todos aquellos dispositivos simbólicos que atribuyen ca-racterísticas negativas a los otros grupos: estigmatización, sata-nización, señales de impureza, rebajamiento e infravaloraciónde lo ajeno o extraño. Todas ellas legitiman el status inferior delos otros por la posesión de rasgos físicos, sociales o culturalespoco adecuados o de menor valor. En conjunto, estos dos tiposde recursos simbólicos constituyen dispositivos de categoríaspareadas, clasificaciones y ordenamientos que producen jerar-quías y sistemas de enclasamiento.

No basta con clasificar en grupos jerarquizados, también serequiere preservar la separación entre las agrupaciones confor-madas, por lo que también entra en juego un tercer mecanismo,consistente en establecer fronteras y mantener las distancias so-ciales. Así, el trabajo de construcción y reproducción de barre-ras simbólicas y emocionales (Elias, 2006; Lamont y Fournier,1992) crea situaciones de inclusión-exclusión y sostiene los lími-tes materiales, económicos y políticos que separan a los grupos.La creación de una distancia cultural y afectiva es fundamentalpara hacer posibles distancias y diferencias de otra naturaleza.El grado de desigualdad que se tolera en una sociedad tiene quever con cuán distintos se considera a los excluidos y explotados,además de con cuántas de esas distinciones han cristalizado eninstituciones, barreras y otros dispositivos que reproducen lasrelaciones de poder.

Las tres estrategias anteriores, además de sobrevalorar, deme-ritar y separar, contribuyen a justificar las desigualdades, peropuede añadirse una cuarta estrategia, enfocada específicamenteen el trabajo de legitimación. Se trata de dispositivos simbólicosque presentan los intereses particulares de un grupo como sifueran universales, es decir, cuya satisfacción redunda en el be-neficio de toda la sociedad. Aquí entran también todos los dis-cursos que naturalizan la desigualdad o la consideran inevitableo normal. Para ello es fundamental convencer a los demás que laporción de la riqueza apropiada es una recompensa legítima a

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los esfuerzos empeñados en las empresas conjuntas.Estas cuatro estrategias recurren a una diversidad de dispo-

sitivos simbólicos y políticos para lograr su eficacia. Probable-mente el más analizado de ellos sea el ritual, por la enorme fuer-za expresiva que tienen las dramatizaciones rituales al ser capa-ces de concentrar una gran cantidad de símbolos que vinculanemociones y prescripciones. El ritual es uno de los mecanismosmás poderosos para conferir status y legitimar la obtención deprivilegios (Turner, 1988; Kertzer, 1988). Pero no todo se reduceal ritual. La construcción simbólica de las desigualdades tam-bién pasa por los mitos, por las rutinas cotidianas, por el discur-so, por el habitus, por las narraciones y argumentaciones, por elsimbolismo del cuerpo y el espacio, por las cosmovisiones y porun sinfín de acciones simbólicas que elevan, degradan, separany legitiman las distancias y diferencias sociales.

Todos estos procesos simbólicos pueden tener repercusionesdecisivas sobre los mecanismos de apropiación-expropiación.Pueden dar lugar a discriminación y tener efectos de segmenta-ción en el mercado de trabajo, pueden incidir sobre las oportu-nidades de aprendizaje y organizar la distribución de recursosen las familias, en los grupos sociales y en las organizaciones.

La insistencia en la capacidad que tienen los procesos simbó-licos para generar fronteras y diferencias ayuda a comprendermejor la dinámica de la desigualdad, pero también entraña ries-gos. Uno de ellos es el de sobrestimar el poder legitimador, hastael punto de pensar que los sectores subalternos simplementeaceptan el lugar que les ha asignado la división social del traba-jo.19 Otro riesgo tiene que ver con el hecho de que muchas contri-buciones sobre el tema se enfocan de manera primordial en lasacciones de los actores dominantes de la sociedad. Me explico.Hay una fascinación especial de los analistas por lo que hacenlos poderosos: hombres que sojuzgan mujeres, caciques localesque concentran y redistribuyen recursos para incrementar supoder y su prestigio, castas dominantes que erigen fronteras sim-bólicas y tabúes para alejarse de las castas inferiores, élites queacaparan recursos y protegen sus monopolios mediante sofisti-cados rituales, etnias privilegiadas que denigran a quienes sondiferentes, burgueses que acrecientan su capital simbólico paradistinguirse de la masa y reproducir sus privilegios, etc. Sin em-bargo, esto es sólo una cara de la moneda. Es imprescindible

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estudiar lo que hacen los dominados para erosionar los mono-polios simbólicos y materiales, cuestionar los rituales de las éli-tes, ridiculizar las estrategias hegemónicas, crear criterios alter-nativos de distinción, acotar las inequidades, derribar, traspasaro invertir las clasificaciones y las fronteras culturales, darle fuer-za ritual a la resistencia y la rebelión. No basta con estudiar ladistinción, también hay que explorar los procesos de contra-dis-tinción y deconstrucción de la desigualdad. Para afrontar estosriesgos, resulta crucial advertir que los procesos políticos y cul-turales pueden actuar en sentido inverso, es decir, pueden con-tribuir a limitar las desigualdades, a generar solidaridad, a cues-tionar los argumentos legitimadores del poder y a erosionar lasfronteras erigidas entre los grupos.

Por medio de los símbolos, los seres humanos no sólo esta-blecen diferencias y fronteras en una realidad continua, tam-bién hacen lo contrario: afirman continuidades y afinidades enrealidades que de otro modo serían discontinuas, fragmentadasy desiguales. Así como diversos dispositivos simbólicos generan,reproducen y refuerzan las desigualdades, hay muchos otros quelas acotan o las cuestionan, y que son fundamentales para laconstrucción de la equidad. En primer término, los dones y lareciprocidad, que revelan la existencia de mecanismos socialesde igualación, compensación y redistribución. En segundo lu-gar, los dispositivos simbólicos de la resistencia cotidiana a ladesigualdad y los imaginarios y las utopías en los que las asime-trías sociales son cuestionadas o invertidas.

Mario Vargas Llosa, en su novela El paraíso en la otra esquina(2003), describe las utopías igualitarias que poblaron el ambien-te cultural europeo durante el siglo XIX, al narrar la historia deFlora Tristán, una de las primeras feministas, de origen hispano-peruano, quien vivió en Francia, y de su nieto, el pintor PaulGauguin. Ambos añoraban el paraíso destruido por la Revolu-ción Industrial, pero mientras Flora Tristán lo buscó en la luchapor los derechos de los obreros y las mujeres, Gauguin lo persi-guió en el mundo supuestamente impoluto de la isla de Tahití. Aprincipios del siglo XX, el antropólogo polaco Bronislaw Mali-nowski también buscó la solidaridad en otras islas del mismoocéano. En su conocido texto Los argonautas del Pacífico occi-dental (1995 [1922]), hizo una contribución decisiva al estudiode la reciprocidad al presentar una detallada descripción del kula,

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sistema de intercambio ceremonial de los habitantes de las islasTrobriand, que une a gran número de personas mediante lazosde obligaciones recíprocas, en la que circulan objetos rituales(brazaletes y collares de conchas). No tiene como finalidad laganancia o la acumulación, ya que el receptor de un objeto kulasólo lo podrá poseer y exhibir durante un tiempo y después ten-drá que donarlo a otro asociado del circuito. Este tipo de inter-cambio, absurdo a los ojos del empresario racional y calculador,le permite a Malinowski hacer una crítica de la noción de Homooeconomicus, y destacar que esta actividad contribuye a crearredes de asociación y reciprocidad que preservan la paz y man-tienen el flujo de las relaciones sociales. Malinowski reconoceque entre los trobriandeses no están ausentes ni el deseo de po-sesión ni la búsqueda del prestigio que se obtiene al regalar bra-zaletes y collares particularmente valiosos, pero estas tenden-cias se encuentran reguladas por normas y principios que asegu-ran los vínculos entre los asociados del circuito kula. En otraspalabras, la lógica de la distinción, descrita más arriba, se en-cuentra acotada por la lógica de la reciprocidad. Como ha seña-lado Godbout, el kula tiene como objeto esencial la apropiacióndel poder de dar, más que la apropiación de objetos (Godbout,1997: 143 y 148). También podría decirse que la apropiación dela riqueza puede estar regulada por normas referentes a la ad-quisición del prestigio, y en algunos casos el prestigio se adquie-re mediante donaciones, no mediante exacciones.

Dos años más tarde, en 1924, Marcel Mauss publicó su famo-so Ensayo sobre los dones (Mauss, 1979 [1924]), referencia obli-gada para la mayoría de las discusiones posteriores sobre el temade la reciprocidad. Mauss se apoyó en el texto de Malinowski, enescritos de Boas acerca del potlach de los kwakiutl y en numero-sas fuentes etnográficas e históricas sobre los intercambios ri-tuales en diversas culturas, para proponer una ambiciosa inter-pretación de la importancia de la lógica del don en los pueblosprimitivos y aun en las sociedades modernas. Mauss sostieneque en el kula, el potlach y otras instituciones similares quienesparticipan no son individuos aislados, sino grupos, tribus, fami-lias y otros sujetos colectivos. Por medio de ellas “los pueblosconsiguen sustituir la guerra, el aislamiento y el estancamiento,por la alianza, el don y el comercio” (Mauss, 1979 [1924]: 262).Para Mauss, los procesos simbólicos que forman parte del don

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(ceremonias, tabúes, creencia en el hau o espíritu de las cosas,ritos, conjuros, etc.) tienen un sentido moral y social, la finali-dad esencial sería la creación de un vínculo, la producción de unsentimiento de amistad, de recíproco respeto (Mauss, 1979[1924]: 177 y 199). En el estudio de los dones antiguos, Maussencuentra argumentos para postular la necesidad de una con-cepción moderna de la equidad, que implique redistribución dela riqueza y preservación de la reciprocidad:

Los pueblos, las clases, las familias y los individuos podrán enri-quecerse, pero sólo serán felices cuando sepan sentarse, comocaballeros, en torno a la riqueza común. Es inútil buscar máslejos el bien y la felicidad, pues descansa en esto, en la paz im-puesta, en el trabajo acompasado, solitario y en común alterna-tivamente, en la riqueza amasada y distribuida después en elmutuo respeto y en la recíproca generosidad que enseña la edu-cación [Mauss, 1979 (1924): 262].20

Muchas interacciones humanas son evaluadas bajo los tér-minos de un código de reciprocidad. Esto no quiere decir que lamayoría de las relaciones sociales sean recíprocas o justas; porel contrario, casi siempre se presentan asimetrías y desigualda-des, pero en muchos casos los agentes implicados en ellas consi-deran que deberían ser recíprocas. Muchas desigualdades logranlegitimarse cuando son vistas como resultado de un pacto en elque existe reciprocidad, a diferencia de las que son consideradasilegítimas, fruto de alguna imposición. La persistencia de la reci-procidad en la interacción social y en los discursos acerca de ella(cotidianos y científicos) se debe, en parte, a la fuerza que tienela narrativa igualitaria, narrativa que se sostiene en un entrama-do simbólico tan denso como el que nutre los mecanismos de ladistinción.

Equidad y diferencia son dos caras de la misma moneda, perodos caras contradictorias, expresan tendencias y contratenden-cias que atraviesan a los grupos humanos. Victor Turner planteóde una manera sugerente esta confrontación, al referirse a lapotencialidad que tienen los rituales para crear una communi-tas:

En la historia humana, yo veo una continua tensión entre es-tructura y communitas, en todos los niveles de escala y comple-

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jidad. La estructura, o todo lo que mantiene a la gente aparte,define sus diferencias y constriñe sus acciones, es un polo de uncampo cargado, para el cual el polo opuesto es la communitas, oanti-estructura, el igualitario «sentimiento para la humanidad»,del cual habla David Hume [Turner, 1987: 274].

Para Turner, en la fase liminal del ritual se disuelven tempo-ralmente las diferencias entre los participantes y se crean entreellos vínculos directos e igualitarios que ignoran, revierten, cru-zan u ocurren fuera de las diferencias de rango y posición quecaracterizan a las estructuras sociales cotidianas. De acuerdocon Turner, el ritual, al crear la communitas, construye un “no-sotros”, lanza el mensaje de que todos somos iguales, aunque seaun mensaje pasajero para que después la sociedad pueda funcio-nar de manera ordenada dentro de su lógica estructural de dis-tancia, desigualdad y explotación.

Pese a sus diferentes puntos de vista, estos tres antropólogosapuntan hacia la misma dirección: en diversas sociedades existeuna lógica del don, que establece obligaciones de dar, recibir ydevolver regalos ceremoniales, que crean vínculos de reciproci-dad entre individuos y grupos, generan flujos de bienes, perso-nas, fiestas y rituales, algunos de los cuales funcionan comomecanismos de redistribución de la riqueza. El funcionamientode la reciprocidad estaría alimentado por diversos procesos sim-bólicos, que se resumen en el cuadro siguiente:

AQUÍ CUADRO 1.2Aquí entran en juego dos estrategias culturales que pueden

repercutir en la construcción de igualdades. Por un lado, todasaquellas acciones simbólicas que disuelven, relativizan o suspen-den las diferencias entre los actores sociales, creando entre ellossentimientos y nociones de igualdad, solidaridad, amistad, deser parte de una comunidad. Trabajan en este sentido los mitos ylas narrativas niveladoras e igualitarias, ya sea de carácter reli-gioso, político, social o filosófico, lo mismo que las dimensionesdel ritual que producen inclusión o communitas y aquellos pro-cesos simbólicos que transmiten el significado de que todos so-mos iguales. Por otro lado, están las ceremonias, creencias, mi-tos y rituales que hacen posibles los intercambios y, al hacerlo,generan circulación, vínculos, obligaciones, redistribución debienes y personas y formación de densas redes sociales. Ambos

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tienen efectos sobre la apropiación de las riquezas, ya que pue-den limitar el enriquecimiento de algunos, vincular la adquisi-ción de status a la compensación de los menos favorecidos olegitimar la apropiación por parte de estos últimos. En conjun-to, estos dos mecanismos indican la presencia, en palabras deGodbout (1997), de un Homo reciprocus, que se guía por creen-cias igualitarias y principios de correspondencia.

Identificar estos procesos simbólicos permite reconocer queen la vida social existe una dimensión de reciprocidad, que tuvouna fuerza enorme en las sociedades primitivas, pero que aúnpersiste en muchos espacios y circunstancias de la vida moder-na. Pero no debe exagerarse esta fuerza ni caerse en la ingenuasuposición de que la solidaridad y el igualitarismo son tenden-cias únicas en algunos individuos o grupos sociales. El Homoreciprocus es un tipo ideal, que puede describir una dimensiónde la vida social, aquella que se orienta por las normas del don,pero existen otras dimensiones a considerar, por ejemplo la lógi-ca de la maximización de los beneficios que ha sido bien descri-ta mediante otro tipo ideal, el del Homo oeconomicus. Tambiénpuede ser útil recordar la distinción que hace Dumont entre Homoaequalis y Homo hierarchicus, para señalar que los seres huma-nos estamos atravesados por la tensión que existe entre la bús-queda de la igualdad y el afán por obtener un status superior(Dumont, 1977). Es necesario trascender el dualismo que separade manera tajante dones y mercancías, reciprocidad y jerarquía,sociedades primitivas y sociedades modernas, para ver las inter-conexiones entre ellos y su incidencia sobre la dialéctica entreigualdad y desigualdad.

La equidad no sólo se construye mediante el recurso de lareciprocidad. Hay que considerar también las acciones que seoponen a la desigualdad. En sus memorias, Gabriel García Már-quez dice que recuerda haber oído murmurar a su madre quehabía robos que Dios debería perdonar, porque eran para ali-mentar a los hijos. Esta frase es un ejemplo de los dispositivossimbólicos que en diferentes circunstancias sostienen, justificany legitiman la resistencia cotidiana frente a la desigualdad y las“expropiaciones desde abajo” que realizan los sectores explota-dos o excluidos. En un famoso ensayo sobre los motines de sub-sistencia que realizaban los campesinos y trabajadores inglesesdurante el siglo XVIII, el historiador Edward P. Thompson pro-

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porcionó importantes claves analíticas para el estudio del entra-mado cultural que sustenta las prácticas populares igualitaris-tas. Durante dichos motines, que por lo general se presentabanen épocas de escasez y precios altos, los trabajadores confisca-ban el grano, la harina o el pan y obligaban a los agricultores,molineros, panaderos y comerciantes a venderlos a un precioaccesible, o bien lo vendían por su cuenta y devolvían a los pro-pietarios el dinero obtenido de la venta. En estas acciones sepueden encontrar nociones legitimadoras, los hombres y lasmujeres que las realizaban creían estar defendiendo derechos ocostumbres tradicionales. Los motines estaban guiados por una«economía moral de los pobres», vinculada con antiguas ideasde reciprocidad:

[...] operaban dentro de un consenso popular en cuanto a quéprácticas eran legítimas y cuáles eran ilegítimas en la comercia-lización, en la elaboración de pan, etc. Esto estaba a su vez basa-do en una idea tradicional de las normas y obligaciones sociales,de las funciones económicas propias de los distintos sectoresdentro de la comunidad que, tomadas en conjunto, puede decir-se que constituían la «economía ‘moral’ de los pobres». Un atro-pello a estos supuestos morales, tanto como la privación en sí,constituía la ocasión habitual para la acción directa [Thompson,1984: 65-66].

Además de los trabajos de Thompson, en la investigación his-tórica hay numerosos aportes para el estudio de la resistenciacotidiana. Entre ellos, destaca el texto de Eric Hobsbawm (1979)sobre los destructores de máquinas en Inglaterra, que muestracómo la crítica de la Revolución Industrial está enraizada entradiciones artesanales y en formas cotidianas de oposición almaquinismo y a la pérdida del control sobre el proceso de traba-jo. En otro escrito, Hobsbawm analiza el caso de los bandidosque eran apoyados y admirados por los campesinos:

Lo esencial de los bandoleros sociales es que son campesinosfuera de la ley, a los que el señor y el Estado consideran crimina-les, pero que permanecen dentro de la sociedad campesina yson considerados por su gente como héroes, paladines, venga-dores, luchadores por la justicia, a veces incluso líderes de laliberación, y en cualquier caso como personas a las que admirar,ayudar y apoyar [Hobsbawm, 1976: 10].

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Estos bandoleros sociales expropiaban, aunque fuera en pe-queña escala, una porción de la riqueza acumulada por los po-derosos. Para los campesinos, se trataba de una recuperaciónjusta y válida. En las acciones cotidianas de los trabajadores pue-den encontrarse escamoteos similares, minúsculos actos de ban-dolerismo social. Alain Cottereau realizó una investigación so-bre la oposición consuetudinaria de los obreros parisinos hacia1870. En ella, a través de la narración de un antiguo capataz,descubre cómo en las burlas, la aparente pereza, el consumo dealcohol y las costumbres familiares de los trabajadores conoci-dos como «sublimes», se expresaba la resistencia tenaz de ungrupo de operarios muy calificados, que así evitaban la intensifi-cación del ritmo de trabajo y protegían los conocimientos y lossecretos del oficio, que los patrones buscaban expropiarles portodos los medios. También ensalzaban su propia capacidad la-boral, lo que les permitía exigir salarios altos y preservar su po-der en el lugar de trabajo (Cottereau, 1980).

Por su parte, James Scott (1990) propone el concepto de «guio-nes ocultos» (hidden transcripts) para explicar el sustrato cultu-ral que alimenta múltiples y diversas acciones de resistencia sub-terránea de los campesinos, esclavos y otros sectores populares.Argumenta que cuando están frente a los poderosos pueden se-guir un guión público de respeto y deferencia, pero en los espa-cios ocultos a la mirada vigilante de los dominantes, los sectoressubalternos tienen otro tipo de discursos y desarrollan compor-tamientos cotidianos de resistencia que, pese su pequeña escala,adquieren relevancia por el gran número de veces que se repiten.Estos guiones ocultos contienen argumentos que legitiman lasacciones de resistencia y, de ese modo, desempeñan un papelimportante en limitar y acotar la desigualdad.21

«!Hay que acabar con la pobreza extrema... y con la riquezaextrema también!». Esta frase, que satirizaba los programas gu-bernamentales para combatir la miseria, se podía leer en algu-nos muros de ciudades colombianas durante los años ochentadel siglo XX. Es apenas un pequeño botón de muestra de las in-numerables expresiones populares en las que el uso de la ironíasirve para criticar la desigualdad y cuestionar las clasificacionessimbólicas que la sostienen. James Scott señala que los guionesocultos están poblados de utopías justicieras, burlas y sátirasacerca de los ricos y poderosos, dramatizaciones rebeldes, pro-

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testas alegóricas, figuras imaginarias que niegan o invierten ladominación, fantasías y leyendas que, en conjunto, desempeñanun papel importante para erosionar las fronteras de la desigual-dad.

Frente al boundary work que erige barreras de inclusión parapocos y exclusión para muchos, hay un trabajo inverso que soca-va esos muros, desafía las clasificaciones establecidas, transgre-de los límites y critica las jerarquías y los privilegios: “Huellas derebelión contra la autoridad hormiguean por todos lados dentrodel ritual que envuelve a los poderosos” (Kertzer, 1988: 55). Porsu parte, George Balandier (1994) ha señalado que existen figu-ras que utilizan recursos simbólicos que alteran, embrollan oinvierten el orden establecido: mediante la burla, la parodia, laridiculización, la transgresión de las reglas, el cruce de los lími-tes y la inversión simbólica hacen aflorar el desorden, muestranlas fisuras, ambigüedades y contradicciones de la estratificaciónsocial.22 Balandier pone numerosos ejemplos procedentes de muydiversas culturas. Uno de ellos es Ryangombé, un héroe míticode Ruanda, que surge en el contexto de un régimen de monar-quía absoluta y de agudas desigualdades:

Ryangombé era aquel por cuya causa todo se transformaba: lasociedad inigualitaria en fraternidad iniciática, el orden en des-orden, la sumisión en superpoderes. Su culto acababa con lasrelaciones autoritarias y las censuras y promovía una negaciónteatral del poder real y de su orden, de las desigualdades funda-mentales, de la dominación basada en criterios de sexo y edad,de las preeminencias regidas por el parentesco, de las reglas quegobernaban la sexualidad y la decencia [Balandier, 1994: 94].

Durante los últimos lustros, época en la que muchas otrasdesigualdades se han agravado, hay avances significativos en laconstrucción de la equidad de género, aunque quede un largotrecho por recorrer. Esta construcción no puede entenderse sinlos procesos simbólicos que están transformando de raíz las re-laciones entre mujeres y hombres. Los estudios de género hanhecho una aportación fundamental para la comprensión de laresistencia a la inequidad, al mostrar los dispositivos que hanpermitido comenzar a revertir una de las desigualdades de máslarga duración. Entre muchos otros, cabe mencionar la revalo-ración de las mujeres, el cuestionamiento de la opresión patriar-

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cal, la desnaturalización del género y la deconstrucción de lascategorías hegemónicas con las que, durante siglos, habían sidoclasificados hombres y mujeres. Todo esto ha erosionado mu-chos monopolios masculinos y ha contribuido a una mayor equi-dad en las relaciones entre los géneros.

El siguiente cuadro sintetiza algunos de los mecanismossimbólicos que son empleados para resistir, acotar o limitar ladesigualdad:

AQUÍ CUADRO 1.3La desigualdad no es un estado fijo e invariable, sino una

configuración que resulta de la tensión entre tendencias contra-dictorias, continuamente se reproduce pero siempre se ve desa-fiada. Los estudiosos de la reciprocidad advierten que en las do-naciones e intercambios ceremoniales está presente la lógica dela distinción: donar es una manera de adquirir status, de obligaral receptor a adquirir una deuda con el donante. «No existe eldon gratuito», ha señalado con claridad Mary Douglas (1989).Malinowski y Boas también afirmaron que en el kula y el potlachhabía una competencia por el prestigio. Los dones, lo mismoque muchas otras instituciones, están atravesados por la dialéc-tica entre la jerarquía y la equidad. Aquí, nuevamente, Mausspuede ser un guía lúcido: considera que dar es signo de superio-ridad, los dones y los consumos furiosos establecen jerarquíasentre jefes y vasallos, pero también hay una dimensión de gra-tuidad en el don; no se rige por la pura generosidad ni tampocopor el mero interés en las utilidades sino, señala Mauss, por una«especie de híbrido» (1979 [1924]: 253).

No se trata, entonces, de que unas sociedades se rijan exclu-sivamente por los lazos comunitarios, el don y la reciprocidad,mientras que otras se guíen sólo por la competencia, la gananciay las jerarquías, sino que en la mayoría de los casos existen todosestos elementos en una tensión contradictoria, pero con diferen-te intensidad y distintas maneras de articulación. Se trata de uncontinuum en el que se ubican, en un extremo, las bandas decazadores-recolectores, en las que el comercio, la acumulación ylas distinciones jerárquicas están reducidos al mínimo; en el otro,las sociedades capitalistas contemporáneas, en donde el inter-cambio mercantil, la búsqueda del excedente económico y lasdesigualdades han proliferado por doquier. Pero en las primerashay intercambios de mujeres y cierta competencia por el status,

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mientras que en las últimas subsiste el don, aunque arrinconadoy débil, además de que existe una resistencia cotidiana a la des-igualdad y muchas instituciones y dinámicas compensatorias.Podría decirse que en las primeras el prestigio se encuentra muyacotado por vínculos personales y creencias igualitarias, mien-tras que en las últimas las lógicas del mercado, del Estado y delas jerarquías sobredeterminan a la reciprocidad, pero ésta noha desaparecido por completo, incluso en ocasiones reaparece yse reconstruye. En medio de los dos extremos hay una enormediversidad de combinaciones.

El sistema de cargos de Zinacantán, en Chiapas, ilustra ladialéctica entre distinción y equidad. En esta comunidad indíge-na, los pobladores que quieren ascender en la jerarquía lo hacenparticipando en cargos ceremoniales, lo que los obliga a distri-buir una gran parte de su riqueza entre los miembros de la co-munidad, ya que tienen que hacer importantes gastos en las fies-tas del poblado:

Los ritos del sistema de cargos mexicano ilustran esta mezclaritual de símbolos de igualdad y jerarquía en una clase muy dife-rente de sistema social. Entre los indios de Zinacantán prevale-ce una ideología igualitaria, reforzada por la creencia de que laspersonas que se vuelven ricos deben ser brujos y deben ser trata-dos en consecuencia. El sistema de cargos es un complejo ritualen el cual los hombres pueden progresar durante el curso de susvidas, escalando en una jerarquía de puestos en el ciclo ritualcomunal. Para ocupar los peldaños más altos de esta escalera, yasí adquirir prestigio, un hombre debe ser relativamente próspe-ro, porque los gastos conectados con las responsabilidades ritua-les son considerables. Debe pagar por una variedad de fiestas ycelebraciones de la comunidad. Por medio de estos ritos, el hom-bre es capaz de transformar la riqueza en status públicamentereconocido, pese a la de otro modo tenaz adhesión de los aldea-nos a una ideología igualitaria [Kertzer, 1988: 52, cursivas en eloriginal ].

Muchos rituales sirven para elevar de rango a los individuos,para permitirles adquirir un status superior y, en ese sentido,para dar paso a desigualdades y jerarquías de diversa índole.Pero el ritual también puede igualar y equiparar. Esta mismadualidad recorre todas las construcciones simbólicas: excluyene incluyen, elevan y denigran, disuelven clasificaciones tanto como

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las refuerzan, erigen y derriban fronteras, legitiman a los pode-rosos y cuestionan la dominación. No tiene sentido atribuir apriori a los procesos y artefactos culturales una función de pro-ducción de equidad o de generación de distinciones, ya que am-bas posibilidades existen y los efectos de igualdad o desigualdaddependen mucho del contexto, de la dinámica simbólica y de losintereses y acciones de los agentes. Por ello, hay que analizar lasdinámicas de la interacción en cada caso concreto.23

Interacciones asimétricas

El don entre iguales reproduce la igualdad, el donentre desiguales reproduce la desigualdad.

GODBOUT, El espíritu del don (1997: 179)

La frase anterior de J. Godbout indica que las relaciones so-ciales se organizan a partir de las asimetrías que existen en losrecursos de poder de los participantes. Pero no sólo se reprodu-cen las condiciones previas, en las interacciones sociales haycualidades emergentes, un proceso puede modificar la correla-ción de fuerzas, además de que se pueden producir consecuen-cias no buscadas. A veces, la suma de los deseos individuales pordistinguirse y obtener status no produce una mayor jerarquía,sino un contexto igualitario de competencia. Del mismo modo,acciones encaminadas a generar una mayor equidad puedenderivar en la aparición de nuevas diferenciaciones. A veces losagentes buscan activamente alcanzar la equidad por medio deacciones solidarias o redistributivas, pero otras veces esta equi-dad brota como subproducto del enfrentamiento entre ellos. Porello es imprescindible el análisis histórico de cada caso concre-to.

En conclusión, habría que alejarse de las definiciones esen-cialistas que prescriben de antemano funciones ya sea igualita-rias o jerarquizantes a la cultura y a las instituciones. No existeuna lógica estructural de los campos de interacción que conduz-ca irremisiblemente a la mayor desigualdad, ni siquiera en lassociedades contemporáneas, ya que las tendencias de la acumu-lación capitalista hacia la polarización se encuentran contrarres-tadas por diversas instituciones compensatorias y los mecanis-

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mos de distinción social son acotados por las tradiciones demo-cráticas, por la reconstrucción moderna de la reciprocidad y porlas luchas en pro de la equidad. Del mismo modo, no puede pos-tularse la existencia de instituciones sociales que garanticen demanera absoluta la equidad y la reciprocidad, porque incluso enlas sociedades y grupos más igualitarios que se conocen se hadocumentado la acción de contratendencias que ocasionan asi-metrías entre los géneros, competencia por el prestigio y estrate-gias de distinción. Lo que hay que investigar es de qué maneralas instituciones de cada grupo o sociedad, las interacciones en-tre sus miembros y sus estrategias procesan estas tendencias ycontratendencias.

Una manera de descubrir esta dialéctica entre igualdad y des-igualdad en los espacios colectivos es observar la dinámica quese produce en las fronteras que separan a los diferentes grupos.Estas fronteras pueden tomar la forma de barreras físicas (mu-ros, rejas, puertas, barrancos, detectores de metales, etc.), de dis-positivos legales (prohibiciones, permisos, aranceles, concesio-nes, cotos, patentes, restricciones, derechos, etc.) o de mecanis-mos simbólicos, más sutiles y efectivos (techos de cristal,estigmas, clasificaciones, distinciones en la indumentaria o en elcuerpo, decoración de los espacios, etc.) (Fuchs, 1992: 236). Es-tas fronteras rigen los flujos de las personas, pero también los delos conocimientos, las mercancías, los objetos, los servicios, eltrabajo, los símbolos y todo aquello que sea susceptible de inter-cambio entre las personas. Estas fronteras nunca están fijas, cons-tantemente son cruzadas, reforzadas, desafiadas, levantadas,reconstruidas, transgredidas. Las interacciones entre las perso-nas se encuentran condicionadas por dichas fronteras, pero a lavez las modifican en forma constante.

Hay cuatro características de esas fronteras que son crucia-les para la desigualdad: el grado de impermeabilidad, el gradode bilateralidad, el tipo de flujos que permiten y las distanciasque marcan. En primer lugar, las fronteras sociales pueden sermás o menos impermeables, más o menos porosas, es decir, pue-den permitir que pasen muchas cosas a través de ellas o muypocas. En algunos casos las fronteras tienen tramas muy cerra-das, no dejan pasar casi nada, lo que impide que fluyan los re-cursos de un grupo hacia el otro. En otros casos tienen una ma-lla muy abierta, que facilita la entrada y salida de personas o de

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riquezas. Un grupo puede estar muy interesado en hacer máspermeable una determinada frontera, para tener un mejor acce-so a los recursos de los otros, pero en cambio le interesa cerrarotra frontera, para proteger de sus competidores o enemigos al-guna ventaja que ya posee. Por lo general los grupos tienen acti-tudes mixtas hacia las fronteras: quieren que se abran unas y secierren otras. Los poderosos, por ejemplo, promueven cierresexcluyentes para proteger sus privilegios, pero tratan de abrirlas fronteras que les impiden acceder a los recursos controladospor otros. Asimismo, quienes ocupan posiciones subordinadaspueden intentar hacer más porosas aquellas barreras que lesimpiden acceder a las riquezas, pero también ser fuertementeproteccionistas al momento de defender aquellas barreras queprotegen su trabajo o sus conquistas previas. La dialéctica de laigualdad y la desigualdad se produce en estas interacciones enlas que los agentes tratan de incidir sobre la permeabilidad dedistintas fronteras.

En segundo término, hay que tomar en cuenta la bilaterali-dad de una frontera, porque cada frontera tiene por lo menosdos caras, hacia los dos o más grupos que une y separa. No sóloes cuestión de ver si una frontera es muy abierta o muy cerradao cuán gruesa o impermeable es, también importa si lo es porigual en las dos direcciones o si hacia un lado es porosa y haciael otro muy cerrada. En muchas empresas se observa una granunilateralidad en las fronteras internas: hay mucha dificultadpara que la mayoría de los empleados tenga acceso a los conoci-mientos estratégicos o a una parte importante de la riqueza ge-nerada en ellas, mientras que puede haber pocas barreras paraque la empresa se apropie de los excedentes generados por losempleados. Aun el sistema de castas de la India, que siempre escitado como un ejemplo de fronteras cerradas entre los grupos,en realidad es muy abierto para que las riquezas y el status flu-yan de abajo hacia arriba. No sólo es un problema de apertura ocierre, sino de grados de unilateralidad y bilateralidad. En orga-nizaciones o sociedades muy desiguales habrá que esperar quela unilateralidad sea mayor. La dialéctica de la igualdad y la des-igualdad se produce en los conflictos por lograr que las fronteraspermitan intercambios más recíprocos o, por el contrario, másasimétricos.

En tercer lugar, está la cuestión del tipo de flujos que permite

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una frontera. Una barrera social puede ser muy impermeablepara las mercancías, pero estar muy abierta para el tránsito depersonas, o viceversa. En ocasiones lo que se filtra o se deja pa-sar son los conocimientos. He conocido empresas que han eli-minado todas las distinciones de status, con el fin de estimular elflujo interno de conocimientos y promover la innovación pro-ductiva, pero en cambio mantienen estructuras de retribuciónmuy rígidas, que dan lugar a una distribución polarizada de losingresos, sus empleados forman una comunidad cognoscitiva eincluso afectiva, pero brutalmente dual en términos económi-cos. La dialéctica de la igualdad y la desigualdad se produce enlas negociaciones entre los agentes en torno a la facilitación uobstaculización de los distintos flujos de riquezas.

Por último, está el tema de las distancias entre las diferentescapas separadas por las fronteras sociales. ¿Cuán grande es eltrecho entre la cúspide y la base de un colectivo? ¿Cuántos esca-lones los separan? ¿Cuán difícil es subirlos o bajarlos? ¿Son sólodistancias de ingresos o también son distancias sociales, cultu-rales, de poder? Estas distancias tienen que ver con el grado detolerancia a la desigualdad que existe en un grupo o en una so-ciedad. Este grado de tolerancia o de aceptación no es fijo, pue-de persistir, pero se encuentra constantemente a prueba, es obje-to de una dialéctica entre los procesos que apuntan a promoverla igualdad y aquellos otros que naturalizan y legitiman las des-igualdades, incluso aquellas que para otros son escandalosas.

La dinámica que se produce en torno a estas fronteras socia-les incide en los resultados de la operación de los mecanismosde apropiación. No es que las capacidades individuales no seanimportantes, sino que se entrelazan con las reglas, los dispositi-vos de poder, los procesos culturales y todos los demás entrama-dos institucionales que organizan esos espacios. Dos personascon capacidades similares (un hombre y una mujer, por ejem-plo) pueden alcanzar ingresos, status o poder diferentes, de acuer-do con la dinámica del campo. O, viceversa, el campo puede re-compensar por igual a dos personas con capacidades diferentes.Además de eso, el funcionamiento reiterado de los campos deinteracción incide sobre las capacidades individuales, provocaque las capacidades de ciertos grupos se fortalezcan mientrasque las de otros se debilitan, con lo cual se consolidan las des-igualdades persistentes, porque aparecen como resultado de los

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méritos de las personas. Pensemos en una sociedad en la haydos grupos étnicos y en la que en un determinado momento lascapacidades individuales estén distribuidas por igual entre am-bos grupos. Si durante varias décadas en esa sociedad se discri-mina en forma sistemática a los miembros de uno de los gruposétnicos, tanto en el trabajo como en la escuela y en la vida coti-diana, al cabo de algunas generaciones los individuos del grupodiscriminado pueden tener capacidades individuales disminui-das. En ese momento podría suprimirse la discriminación y re-compensarse a cada cual de acuerdo con sus capacidades, peroa pesar de ello la desigualdad entre los grupos persistiría, porqueya se ha convertido en una desigualdad de capacidades de apro-piación. Por ello, además del combate a prácticas y creenciasdiscriminatorias, se plantea el problema de las discapacidadesacumuladas por una larga historia de intercambios desiguales yexclusión.

La dinámica de los campos de interacción también incidesobre los mecanismos de distribución de las riquezas generadascolectivamente. Se construyen cadenas de dependencia, disposi-tivos de explotación, acaparamiento de recursos, procesos deexclusión y otras formas de relaciones de poder que permiten elflujo de riquezas de unos grupos hacia otros y dan lugar a des-igualdades de mayor magnitud que las que brotan sólo de losdiferentes atributos de las personas. En el funcionamiento delos mecanismos de exacción y exclusión, además de las capaci-dades individuales mencionadas en el apartado anterior, adquie-ren gran relevancia las capacidades y características relaciona-les (capital social, influencias políticas, estructura familiar) y laposesión de recursos que permitan asumir posiciones dominan-tes en las interacciones (propiedades, control del trabajo ajeno,acceso a los mercados). Comentaré brevemente el papel de estascapacidades y recursos.

El capital social. Las redes de relaciones de las que disponeun actor y el grado de confianza y reciprocidad que existe enellas, que en conjunto forman el llamado capital social, puedenser fundamentales para obtener o conservar un empleo, paracontrolar una porción del mercado, para obtener conocimien-tos, etc. (Bourdieu, 1980; Coleman, 1990; Kliksberg, 2000; Lech-ner, 2000; Putnam, 1993). Si tomamos a dos personas con condi-

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ciones idénticas en cuanto a otras características (edad, inteli-gencia, estudios, capacidad de trabajo, propiedades, etc.), perouna de ellas tiene acceso a más y mejores redes que la otra, esprobable que a la larga obtenga beneficios y ventajas mayores.

Las influencias políticas. Muy ligadas al capital social, las in-fluencias políticas pueden ser determinantes para la desigual-dad de desempeños. Contactos con personas poderosas, accesoa ciertas instituciones y parentesco o amistad con agentes políti-cos son recursos valiosos, tanto para prominentes empresariosque han hecho fortunas cobijados por servidores públicos y agen-cias gubernamentales, como para modestos ciudadanos que tie-nen conocidos que les abren puertas que permanecen cerradaspara otros.

Estructura y dinámica familiar. Como demostró hace muchotiempo Chayanov (1974 [1924]), el tamaño y las característicasde las familias tienen repercusiones centrales en su desempeñocomo unidades económicas, en particular por la proporción queexiste entre productores y consumidores y por las relaciones quese establecen entre los géneros y las generaciones. Diversos estu-dios empíricos han encontrado que una parte de las desigualda-des de ingresos en las sociedades contemporáneas tiene que vercon la estructura familiar: hay una capacidad de ahorro y deinversión en educación mayor en familias en las que ambos cón-yuges trabajan y tienen pocos hijos o ninguno, que en familiascon muchos hijos y en las que sólo trabaja uno de los esposos.Esto es más o menos obvio. Si tomamos a dos varones con igualformación escolar, similar capacidad en el trabajo e ingresos si-milares, pero uno de ellos tiene cuatro hijos y su esposa no tieneingresos adicionales, mientras que el segundo sólo tiene un hijoy su esposa tiene un trabajo remunerado, es más que probableque el segundo acumule mayores riquezas a lo largo de su vida ysu hijo pueda tener una formación escolar de mayor calidad.Además de la desigualdad entre familias habría que considerarla desigualdad dentro de las familias, ya que en muchos casos lasmujeres experimentan desventajas sistemáticas en lo que se re-fiere a educación, alimentación y cuidado de la salud.

Propiedad. Para muchos especialistas, la propiedad de los re-cursos económicos (tierras, edificios, maquinaria, acciones, di-nero, etc.) es el factor principal de la desigualdad, ya que permi-te contratar trabajo ajeno y apropiarse de una parte sustancial

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del excedente social. Es importante señalar que lo que cuenta noes sólo la propiedad formal, sino el control real del acceso a losrecursos (Ribot y Peluso, 2003). Se han escrito toneladas de pá-ginas para argumentar que en las sociedades contemporáneasya no es la propiedad el principal factor de estratificación social,que ese lugar lo ocupa ahora el conocimiento. Al respecto habríaque irse con cuidado. Es cierto que entre los trabajadores y em-pleados la cantidad y el tipo de conocimientos resultan funda-mentales para obtener o no un empleo, ascender en él o estan-carse y obtener altos o bajos salarios. También ocurre que en lacompetencia entre empresas o entre países resulta crucial la ca-pacidad de generación, institucionalización y aplicación de avan-ces científicos y nuevas tecnologías. Pero eso no quiere decir quela propiedad haya dejado de jugar un papel relevante, en parti-cular en las capas más altas de la sociedad. Los grandes millona-rios se distinguen por sus propiedades, no por sus conocimien-tos, aunque algunos de ellos hayan comenzado a amasar su for-tuna gracias a sus conocimientos o al aprovechamiento de nuevastecnologías. No es el conocimiento aislado, sino su apropiaciónen forma de patentes, marcas registradas y control de centros deinnovación y desarrollo lo que hace posible la obtención de gran-des riquezas. El conocimiento es crucial, pero sólo vinculado ala propiedad y a otras formas de poder da lugar a mecanismosde exacción y exclusión que conducen a las desigualdades másgraves.

Control del trabajo ajeno. La administración y dirección deltrabajo de otros es una fuente de poder que hoy en día permiteque muchos gerentes, administradores, tecnócratas, burócratasy supervisores tengan acceso a porciones importantes de la ri-queza. En las grandes empresas se han separado las funcionesde propiedad y control, y en las organizaciones públicas y socia-les también se han formado complejos esquemas administrati-vos en los que algunas personas se especializan en la conduc-ción, gestión y coordinación de las labores de otros empleados ytrabajadores. En diferentes escalas, estos especialistas de la ges-tión adquieren dinero, poder y prestigio, que en ocasiones com-binan esto con la adquisición de propiedades dentro o fuera dela organización en la que trabajan.

Acceso a los mercados. La mayoría de las riquezas tienen quepasar por el mercado, pero el acceso al mercado requiere mu-

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chas veces de conocimientos especializados (mercantiles y deotro tipo, por ejemplo lingüísticos y culturales), de contactos yredes de relaciones, de medios de transporte y almacenamiento,de locales o medios de venta, de capacidad para adelantar dine-ro y de otros recursos que no están al alcance de todo el mundo.Quienes los poseen pueden reclamar una parte de la riqueza quehacen circular. Desde un cacique local, que acapara la cosechade los campesinos de la región para venderla en la ciudad, hastauna compañía que vende un producto en todo el mundo a travésde Internet, los intermediarios comerciales retienen un porcen-taje del valor del producto, a veces mayor al que obtienen losproductores, a veces muy pequeño, pero que adquiere relevan-cia por el volumen de las operaciones. En general sucede algosimilar con quienes controlan otros mercados, como el financie-ro. Un ejemplo ilustrativo es el de la exhibición de cine a nivelmundial, en donde las compañías norteamericanas desplazan aproductores locales y controlan los circuitos de distribución enla mayoría de los países, lo que les permite apropiarse de la partemás jugosa de las ganancias.

En una palabra, en los campos de interacción social entranen juego cadenas de relaciones de poder que, aunadas a las dife-rencias en las capacidades individuales, generan distribucionesdesiguales de las cargas y los beneficios. Siguiendo la metáforade la pesca, puede decirse que la dimensión de la interacciónmuestra que la desigualdad no depende sólo de las destrezas ylos conocimientos individuales que cada quien utiliza al pescarpor su cuenta en su porción de la ribera del río, sino de las diná-micas que se generan dentro de un grupo de pescadores o de unacompañía pesquera, en donde unos ponen el capital y se quedanen casa, otros tienen barcos y redes, otros controlan la venta delpescado, otros saben manejar el barco o las máquinas, algunoscoordinan a las cuadrillas de trabajo, otros dirigen a los coordi-nadores y otros se dedican a pescar o a limpiar la cubierta delbarco. Entre todos ellos se dan relaciones de poder e interaccio-nes que pueden ser inequitativas, en parte en función de los re-cursos y conocimientos que poseen, y en parte por las rutinas yclasificaciones, la cultura y las normas en las que se han cristali-zado las relaciones y transacciones de muchas expediciones depesca anteriores, incluyendo los conflictos y la resistencia de

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quienes no han estado de acuerdo, las protestas y las negociacio-nes que han abierto o cerrado las fronteras entre los grupos yelevado o disminuido la proporción de beneficios que cada unorecibe.

Juntos, el nivel de las capacidades individuales y el de lasinteracciones y transacciones en los espacios colectivos mues-tran muchas de las aristas claves de la desigualdad social, peroes necesario incorporar un tercer nivel, el de las estructuras másamplias. Hasta el momento sabemos que algunos tienen mayo-res o menores capacidades para pescar y el tipo de relacionesque se dan entre ellos al subir al barco, pero no sabemos por quéalgunos no consiguen trabajo en el barco, por qué otras se que-dan en la casa o a qué se debe que algunas compañías pesquerastengan mayores recursos y mejores barcos que otras. Para en-tender esto no basta ver las interacciones personales en los cam-pos, es necesario dirigir la mirada hacia las relaciones entre loscampos y hacia el contexto social en que se encuentran.

1.4. Las redes estructurales de la desigualdad

Recordaba las cuadrillas de jornaleros negros can-tando al atardecer, los galpones de las fincas dondese sentaban los peones a ver pasar los trenes decarga, las guardarrayas donde amanecían los ma-cheteros decapitados en las parrandas de los sába-dos. Recordaba las ciudades privadas de los grin-gos en Aracataca y en Sevilla, al otro lado de la víaférrea, cercadas con mallas metálicas como enor-mes gallineros electrificados que en los días fres-cos del verano amanecían negras de golondrinasachicharradas. Recordaba sus lentos prados azulescon pavorreales y codornices, las residencias detechos rojos y ventanas alambradas y mesitas re-dondas con sillas plegables para comer en las te-rrazas entre palmeras y rosales.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Vivir para contarla(2002: 27)

La rivalidad monopolista es una lucha por los in-gresos entre grandes bloques de actores: corpora-ciones de negocios, sindicatos, organizaciones pro-fesionales.

JAMES GALBRAITH, Created unequal (1998: 53)

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En sus memorias, Gabriel García Márquez evoca las mallasmetálicas que separaban los barrios privados de los americanosde los espacios ocupados por los jornaleros negros en las planta-ciones colombianas. Esta imagen ilustra el hecho de que las des-igualdades no dependen sólo de los diferentes recursos de losque disponen los individuos, también son determinantes las es-tructuras en las que se enmarcan sus vidas y sus interacciones.

Vivimos en un mundo con enormes disparidades: países ri-cos cada vez más lejos de los países pobres, microempresas quese ven aún más pequeñas al lado de unas cuantas corporacionestransnacionales que emplean a cientos de miles de trabajadores,grandes ciudades superpobladas y caseríos dispersos en zonasrurales abandonadas. El análisis de las interacciones en el inte-rior de los campos sociales ayuda a entender cómo se repartenlas cargas y los beneficios dentro de esos espacios, pero no essuficiente para entender por qué unos campos tienen más bene-ficios que otros. Para ello hay que analizar las capacidades acu-muladas en cada campo, las relaciones entre diferentes instan-cias, los flujos que se producen entre ellas, la distribución de lasriquezas entre empresas, organizaciones del tercer sector, de-pendencias públicas, ciudades, regiones, países, etc. Podría de-cirse que hay que observar los procesos de apropiación-expro-piación entre distintos agregados sociales, ir más allá de las inte-racciones cara a cara y analizar las redes estructurales de ladesigualdad.

En primer término hay que considerar la capacidad de apro-piación que tiene cada agregado social (empresa, organización,región, país, etc.), es decir, los recursos y las capacidades acu-mulados dentro de cada campo, en lo que se refiere a infraes-tructura, propiedades, capital, talentos, destrezas, relaciones,prestigio, etc., que son algo más que la suma de las cualidades delos individuos que están dentro del campo. Esto es así porque eneste caso importa no sólo el volumen de los elementos reunidos,sino también la coordinación, cooperación, organización y com-plementariedad entre ellos. Un país puede tener una fuerza detrabajo muy calificada, pero sus capacidades colectivas puedenverse mermadas por los conflictos internos (algo que le ha ocu-rrido a Argentina en varias ocasiones, por ejemplo), una empre-sa puede tener muchos recursos económicos pero no lograr unaadecuada sinergia entre ellos (los ejemplos sobran), un equipo

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de fútbol puede tener magníficos jugadores pero tener malosresultados al no articular un juego de conjunto (le pasa con fre-cuencia a equipos como el Real Madrid de España y al Américade México).

Entre los factores más conocidos que inciden en las capaci-dades colectivas de apropiación están la infraestructura, el capi-tal, las redes de conocimientos, la escala, la calidad y la innova-ción.

La infraestructura. Dos personas con capacidades individua-les idénticas tendrán resultados completamente diferentes deacuerdo con la infraestructura existente en la región que habi-tan. Si una de ellas vive en una región aislada, con comunicacio-nes deficientes, sin energía eléctrica, estará en franca desventajafrente a otra que se encuentra en una zona bien comunicada ycon infraestructura moderna y eficiente. Lo mismo ocurre conlas empresas, en su productividad no sólo inciden sus capacida-des internas, también es muy importante la cantidad y calidadde la infraestructura disponible.

El capital. Las propiedades y otras formas de capital econó-mico son fundamentales, representan una riqueza acumuladaque, a su vez, puede generar nuevas riquezas. Resultan crucialesla liquidez y la disponibilidad del capital, para poder aprovechardistintas oportunidades. Entre las distintas formas del capitaleconómico, el capital financiero tiene una fuerza peculiar por sucapacidad para concentrar y movilizar riquezas que tienen orí-genes muy distintos. También hay que considerar que a mayorcantidad de capital son mayores las oportunidades y los márge-nes de ganancia que se ofrecen a la inversión. La frase popular“dinero llama dinero” expresa de una manera perspicaz las posi-bilidades de reproducción ampliada de los capitales.

Las redes de conocimiento. La capacidad de apropiación deun grupo tiene mucho que ver con la cantidad de talento quereúne, pero también con la integración de esos talentos en unared que los enlace de manera productiva (Porter, 1991). Por ejem-plo, las buenas combinaciones entre creatividad y capacidad deejecución. Hay organizaciones que tienen un entorno propicio alaprendizaje, es decir, logran convertir en patrimonio colectivolas experiencias de sus miembros (independientemente de quelos retribuyan o no por ese conocimiento), mientras que en otras

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los conocimientos no se recuperan ni se comparten, por lo quelos activos cognoscitivos del grupo son menores. Las empresas ylas organizaciones compiten para atraer y retener a los expertoscreativos. Otro aspecto crucial es la intensidad y la calidad de losprocesos de retroalimentación de conocimientos entre los cen-tros de enseñanza, los de investigación y los de producción oaplicación.

La escala. El tamaño cuenta. Las economías de escala sonuno de los procedimientos más sencillos para incrementar lacapacidad de apropiación, ya que los ahorros que se logran sonimpresionantes. Es cierto que algunas organizaciones muy gran-des tienen problemas de falta de flexibilidad y de adaptación alcambio, pero pese a toda la palabrería que hay en torno a la ideade small is beautiful, las operaciones a gran escala siguen siendomuy rentables. En el mundo globalizado las posibilidades de rea-lizar economías de escala se han multiplicado y las enormes ga-nancias de las empresas transnacionales lo confirman cada día.Cierto, Bill Gates alguna vez fue innovador, pero lo que lo hacetremendamente millonario es que cada vez que se instala Win-dows en una computadora (esto ocurre decenas de miles de ve-ces cada día) algunos dólares van a parar a las arcas de Micro-soft. Wallmart, una de las empresas más grandes del mundo,obtiene grandes economías de escala gracias al gigantesco volu-men de sus operaciones.

La innovación. No obstante lo dicho en el párrafo anterior, lacapacidad para adaptarse a los cambios y generar cosas nuevases fundamental, en particular en el mundo actual en donde cadasemana aparecen nuevos descubrimientos científicos y tecnoló-gicos, y en donde también hay una carrera delirante por produ-cir y consumir nuevos productos, nuevos ídolos y nuevas ilusio-nes. El control de algo nuevo crea una especie de ganancia demonopolio, que se conserva mientras se tiene la exclusividad sobreesa innovación. En la sociedad del conocimiento la innovaciónes crucial para marcar diferencias entre empresas, países y re-giones. De ahí que flexibilidad e innovación también sean recur-sos valiosos para incrementar la capacidad de apropiación de ungrupo.

La calidad. En muchos casos, la reducción de costos que pro-porcionan las economías de escala no es suficiente para ser com-petitivo, en particular cuando se trata de mercados diversifica-

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dos con consumidores exigentes. En ese contexto la calidad delproducto también resulta fundamental. Y esto no sólo opera paralas empresas, también los países, los gobiernos, los partidos po-líticos o las organizaciones no gubernamentales pueden ver mo-dificada la porción de la riqueza que obtienen en función de lacalidad de los servicios que proporcionan.

Además de estos aspectos, ampliamente analizados por loseconomistas, hay otros factores menos conocidos pero que tam-bién son fundamentales. Por ejemplo, la densidad organizativa,el capital institucional, la imagen, los mecanismos extralegales,los medios de destrucción y los medios de transmisión.

Densidad organizativa y calidad institucional. La densidadorganizativa y la calidad institucional tienen que ver con el capi-tal social, pero ya no visto desde la perspectiva del individuo (lasredes en las que participa) sino desde una óptica colectiva (lacantidad y calidad de las redes que funcionan dentro de una or-ganización y que a su vez enlazan a esa organización con otras).Esto tiene que ver con la confianza, pero también con el buenfuncionamiento de las instituciones, con su transparencia y efi-cacia. Se podría decir que un colectivo con alta densidad organi-zativa y elevada calidad institucional cuenta con redes muy ex-tensas que atrapan en su interior muchas riquezas, pero al mis-mo tiempo esas redes cuentan con mallas finas que permitenretener una proporción importante de esas riquezas, en contras-te con aquellos colectivos cuya capacidad de retención es míni-ma. En conjunto forman algo que podría llamarse capital insti-tucional pero, insisto, no pensado como el acceso que tiene unindividuo a las organizaciones, sino como la capacidad colectivade gestión. Se ha dicho que una cultura compartida contribuye ala calidad institucional, pero no se ha podido comprobar esacorrelación, además de que hay organizaciones multiculturalesque funcionan de manera eficiente. Más que la homogeneidadcultural, parecen ser decisivas la fluidez de la comunicación, lacapacidad para lograr consensos y para construir marcos nor-mativos eficaces, claros y flexibles. La calidad institucional esuno de los factores decisivos en la competencia entre países.

La imagen. Sin duda el lector conocerá varias empresas queentregan productos prácticamente similares, pero uno de ellos

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es más caro que los otros debido a que la marca es más famosa omás conocida. Esa fama puede derivarse de su calidad, pero tam-bién de la eficacia propiamente simbólica de la marca o de lapublicidad asociada a ella. La mala imagen también puede redu-cir en forma sensible la capacidad de apropiación de un colecti-vo, como lo saben aquellos países que ven decrecer sus ingresosturísticos a causa de que tienen fama de ser inseguros o peligro-sos. La competencia entre grupos y campos tiene una dimensiónsimbólica, ya que la distribución de los recursos pasa por la valo-ración que se tiene de los diferentes grupos. El capital reputacio-nal de una empresa, organización o país es decisivo para soste-ner e incrementar sus ingresos y, a la inversa, el deterioro de sureputación afecta severamente a la legitimidad de sus apropia-ciones.

Mecanismos extralegales. Los manuales de economía, pensa-dos como recomendaciones bienintencionadas para agentes eco-nómicos igualmente bienintencionados, casi siempre se limitana los medios legales para incrementar la apropiación. Pero en lapráctica una proporción importante de la riqueza fluye por víasilegales o para-legales. ¿Qué porcentaje de la riqueza de un paísse drena a través de la corrupción? ¿Qué porcentaje de las ventasde discos y música circula por los caminos de la piratería? ¿Losrecursos que produce el narcotráfico serán pequeños? ¿Qué im-pacto tiene la criminalidad en la distribución de los recursos? Elanálisis de la desigualdad tiene que incorporar también estasdimensiones de la apropiación-expropiación.

Los medios de destrucción. La capacidad de apropiación nosiempre discurre por canales pacíficos y bien intencionados. Al-gunos países, empresas o grupos han incrementado sus riquezaspor la vía de la destrucción de competidores reales o potenciales.Es un tipo de expropiación singular: en lugar de explotar a otros,se destruye su capacidad para producir o adquirir riqueza, y seaprovecha el vacío subsiguiente. No hay ninguna razón para ex-cluir el tema de la violencia en el análisis de la desigualdad, yaque puede tener consecuencias de enorme magnitud sobre ladistribución de los recursos, al margen de que estas repercusio-nes hayan sido planeadas o fortuitas. Los atentados terroristasdel 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, pormencionar sólo un ejemplo muy conocido, modificaron de ma-nera sustancial y durante un período prolongado la distribución

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de ganancias y pérdidas entre las compañías de aviación, de ar-mamento, de seguros, de vigilancia y muchas otras, además deque implicaron una destrucción monumental de riquezas. Esconocido también que las guerras tienen complejas repercusio-nes en la economía, no siempre aquellas que desean los prota-gonistas.

Medios de transmisión. Si una parte de la riqueza social tienela forma de símbolos y conocimientos, un recurso clave es lapropiedad y el acceso a los medios de transmisión de informa-ción y mensajes. Como se verá después, muchas de las grandesfortunas contemporáneas están ligadas a los medios de comuni-cación. Los monopolios y oligopolios en el sector de la comuni-cación electrónica permiten controlar uno de los recursos claveen la sociedad del conocimiento, en la que la imagen y la media-tización de la imagen se han convertido en factores económicoscruciales. La generación y apropiación de riquezas ya no depen-de sólo de la lógica de la fábrica, anclada en la eficiencia y laproductividad, sino también de la lógica de los medios de comu-nicación, que se orienta hacia la visibilidad, la construcción dela imagen y el incremento del capital reputacional.

La capacidad de apropiación de un país, de una empresa, deuna ciudad o de una organización no depende de uno solo deestos factores, sino de las combinaciones que se den entre ellos.Es cierto que el conocimiento desempeña un papel cada vez másrelevante, pero no opera en forma aislada, sino en combinacióncon el capital, con la infraestructura, con la operación en redesde gran escala, con la capacidad de gestión, con la imagen y conmuchos otros elementos. Esta conjunción de capacidades es laque va a determinar las ventajas y desventajas de un colectivo enrelación con los flujos de recursos. En una sociedad se entrecru-zan millones de individuos con distintas capacidades, que cadadía realizan innumerables intercambios, interacciones y tran-sacciones. Esas pequeñas operaciones, al acumularse, tienen unefecto importante sobre la igualdad y la desigualdad. Pero notodo se reduce a las interacciones entre agentes individuales. Losflujos de riquezas más significativos involucran a instancias co-lectivas, ya sea por los intercambios entre una institución y otrao por los que se producen entre los individuos y las instituciones.Los grandes flujos de recursos —materiales, financieros, de per-

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sonas, de conocimientos— dan lugar a procesos de apropiación-expropiación de gran envergadura.

Los flujos estructurales de valores, ya sean legales o ilegales,positivos o negativos, de conocimientos o de dinero, de prestigioo de poder, son susceptibles de la dialéctica entre la igualdad y ladesigualdad. Sería un error pensar que las estructuras de la so-ciedad siempre provocan mayor desigualdad. En este nivel hayuna dualidad de estructura (Giddens, 1984), es decir, los arre-glos estructurales pueden cristalizar situaciones que perpetúanlas desigualdades, pero también pueden expresar la presenciade mecanismos de compensación de la desigualdad o de promo-ción de la equidad. Las estructuras son resultado de la agrega-ción y decantación de muchas interacciones y relaciones de po-der, atravesadas por la lógica de la distinción y por la resistenciaa esa distinción. Canalizan los flujos de recursos en ciertas direc-ciones, pero esas direcciones pueden cambiar si se reúnen lasfuerzas necesarias, no son inamovibles. Por el contrario, se mo-difican de manera constante, sólo que la mayoría de las veces lohacen de una forma lenta e imperceptible, que da la aparienciade fijeza e inmutabilidad.

El Estado funciona como un importante regulador de mu-chos flujos de riquezas en los países. Por un lado, como recauda-dor de los impuestos, que pueden alcanzar porciones muy consi-derables del producto interior bruto (a veces superiores al 40 %)y como ejecutor del gasto público en que se utilizan esos im-puestos. Además del mecanismo de recaudación y gasto, los Es-tados regulan o pueden regular muchos otros flujos de riquezas,mediante las políticas cambiarias, monetarias y financieras. Esosflujos pueden reducir las desigualdades cuando se trata de im-puestos progresivos e importantes gastos en educación y saludpúblicas, pero también pueden exacerbar las desigualdades,mediante impuestos regresivos, subsidios a sectores privilegia-dos o enriquecimiento ilícito de funcionarios corruptos o de par-ticulares asociados a ellos.

El presupuesto de ingresos y egresos del gobierno de un paíspuede ser un buen ejemplo de la dualidad estructural en torno ala igualdad y la desigualdad. Su composición puede señalar lainstitucionalización de muchas desigualdades: salarios muy ele-vados para los altos funcionarios, estímulos fiscales para los másacomodados, transferencias hacia regiones ricas o hacia niveles

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educativos a los que llegan muy pocos pobres, etc. Pero tambiénpuede expresar la durabilidad de muchos mecanismos de com-pensación o resistencia a la desigualdad: transferencias fiscaleshacia los más necesitados, sostenimiento de sistemas de salud yeducación públicas universales, programas de apoyo a los cam-pesinos, etc. Los presupuestos no cambian fácilmente en suscaracterísticas más profundas, los cambios significativos requie-ren de mayorías legislativas y tienen que vencer la resistencia deintereses creados. Pero, con el transcurso del tiempo, se acumu-lan muchos pequeños cambios y algún que otro viraje brusco,que a la larga configuran una estructura diferente.

El ejemplo de los presupuestos públicos también ilustra ladinámica de la formación de “clusters” que encapsulan recursosy limitan el acceso de los extraños a esos recursos. Un presu-puesto establece qué proporción de la riqueza anual captada porun gobierno va a ir a parar a manos de los partidos políticos,cuánto se va destinar a las escuelas, cuánto será para los funcio-narios y empleados del gobierno, cuánto se le dará o se le quitaráa las empresas públicas, qué monto se destinará a la coopera-ción internacional o a los programas sociales. Así, diversos orga-nismos (públicos, semipúblicos y privados) reciben una parte delos fondos del gobierno y los “encapsulan”, se apropian de ellos ylos utilizan. Esos fondos vienen de otros (de los impuestos paga-dos por otros, de las ventas de los productos de las empresasestatales, etc.), así que son una apropiación de la riqueza colecti-va, en este caso legitimada y aprobada por órganos legislativos.Pero la distribución de estos recursos responde a correlacionesde fuerzas, pasadas y presentes, que dirigen los flujos de recur-sos en determinadas direcciones. El presupuesto también puedeser objeto de expropiaciones ilegítimas, por ejemplo a través dela corrupción, mecanismo por el que se pueden drenar enormescantidades de dinero.

Los presupuestos públicos son sólo un ejemplo de las mu-chas formas de encapsulamiento de riquezas que existen en lasociedad. Otras riquezas no pasan por la intermediación del Es-tado, sino que provienen del trabajo propio, del trabajo ajeno,del mercado y de otro tipo de intercambios. Distintas agrupacio-nes compiten y luchan por conseguir y retener esos recursos:países y regiones, empresas y comunidades, partidos políticos yorganizaciones no gubernamentales, instituciones filantrópicas

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y bandas criminales. La parte que obtiene cada una de estas agru-paciones depende tanto de sus capacidades colectivas (que, comovimos, es algo más que la suma de las capacidades individualesque reúne), como del sistema de relaciones entre ellas. Compi-ten por extraer más recursos del entorno, por atraer flujos derecursos, por expropiarse recursos entre ellas, por retener esosrecursos para generar nuevas riquezas. No se trata sólo de unacompetencia en el sentido económico, intervienen también va-riables políticas y culturales. La legitimidad de las apropiacio-nes está siempre en disputa. Operan procesos de valorización ydesvalorización que establecen los merecimientos relativos decada una de las partes, procesos que entrañan contiendas sim-bólicas sobre la utilidad y la pertinencia de las aportaciones quehace cada una ellas y, por lo tanto, sobre los la distribución delos beneficios.

Es difícil encontrar una metáfora que ilustre la complejidadde los flujos de riquezas y de los procesos de apropiación-expro-piación en el nivel estructural de la sociedad, así como de losefectos que tienen sobre la desigualdad. Intervienen actores di-versos, se presentan flujos y contraflujos de distinta índole. Seha propuesto el ejemplo de un embudo, en donde entran mu-chos y el conducto se angosta, de modo que al final pasan pocos.Aunque expresa de manera gráfica la crudeza de la desigualdad,es demasiado simple. El mismo problema tiene la tesis, tomadadel análisis de la educación, de que el sistema tiene dos o tresvías, una inferior que produce trabajadores manuales poco cali-ficados, otra de la que salen individuos con calificaciones inter-medias para ocupar empleos de cuello blanco y una superior dela que salen los sectores que van a dirigir a la sociedad.

Para explicar la estructura de los salarios, James Galbraithpropuso una metáfora interesante. Dice que es como un rasca-cielos, en donde hay muy pocos penthouses, ocupados por losdirectivos de grandes corporaciones y bancos, profesionales devanguardia y superestrellas del deporte y los espectáculos. Losgerentes medios y los profesionales comunes llenan los pisos queestán debajo de ellos. A continuación vienen los trabajadores,cada uno tomando una posición en línea con su sueldo relativo,mientras que en el sótano estarían los desempleados, los disca-pacitados, los enfermos crónicos (Galbraith, 1998: 55). Lo inte-resante de la metáfora es que muestra la solidez de la estructura,

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esto es, el carácter duradero de la forma del edificio y del núme-ro de espacios disponibles en cada nivel. Si bien la composicióndemográfica de cada piso tiene que ver con características indi-viduales (por ejemplo, el nivel educativo o las capacidades) y conformas de interacción (por ejemplo, las relaciones interétnicas yde género), hay factores estructurales que determinan la alturadel edificio y el número de pisos que hay en cada planta. Unareducción de la discriminación o un incremento en el númerode personas educadas puede cambiar la distribución de las per-sonas en el edificio, pero no crea por sí misma más espacios enlos pisos superiores ni reduce la brecha entre los que tienen ma-yor sueldo y los que están en medio o debajo, es decir, puedemantenerse la desigualdad de la estructura. La idea de Galbraithes sugerente, porque hace patente que para lograr mayor igual-dad no basta con reducir las asimetrías en las capacidades indi-viduales y la inequidad en las interacciones, es necesario trans-formar también las estructuras sociales. Una limitación de estametáfora del rascacielos es que la estructura aparece como total-mente rígida, habría que explicar cómo se transforma en el me-diano y largo plazo y cómo se relaciona el nivel estructural con laagencia individual y las interacciones sociales. Es el problemaque tienen con frecuencia los análisis macro de la desigualdad:presentan visiones panorámicas de los grandes agregados socia-les, pero tienen dificultad para captar los detalles de las relacio-nes de poder y de las acciones de los individuos. Es por ello queel análisis de las dimensiones estructurales debe complementar-se con el estudio de las dinámicas de interacción y de las capaci-dades de los sujetos.

A sabiendas de que en el análisis social todas las metáforasnaufragan tarde o temprano, en particular las que tienen origenen las ciencias duras,24 me atrevo a recurrir a la imagen de unared, o más bien de una red de redes, con mallas de distinto cali-bre, que dejan pasar o impiden el paso a diversos tipos de bie-nes, produciendo distribuciones desiguales de los mismos. Laestructura de las redes es decisiva, porque si las redes con ur-dimbre más abierta están arriba y las más cerradas abajo, lasporciones más grandes se quedarán en los niveles superiores,mientras que abajo sólo pasarán trozos muy pequeños. No obs-tante, las estructuras de las redes no son totalmente rígidas, lasacciones de los agentes pueden abrir boquetes o estirar tempo-

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ralmente algunos hilos para permitir el paso de más bienes o,por el contrario, pueden reforzar una malla para impedir deter-minados flujos de riquezas. Variaciones más duraderas ocurri-rían si se fabricaran redes con materiales más o menos flexibles,más o menos resistentes. Un cambio significativo en la distribu-ción de las riquezas requeriría una modificación importante enla confección y colocación de las redes, es decir, una transforma-ción de tipo estructural. Las redes estructurales de la desigual-dad persisten y reproducen accesos diferenciados a los recursos,pero no son inmunes a los cambios en el contexto y en las rela-ciones de poder, que generan desde ajustes circunstanciales ypasajeros hasta modificaciones de largo aliento. Más que estruc-turas rígidas e inmóviles son configuraciones sociales durade-ras, inscritas en procesos históricos de cambio y continuidad.

Otro elemento a destacar es que se trata de diversas clases deredes, porque son distintos los bienes que pasan a través de ellas(prestigio, dinero, poder político, estimación, etc.), además deque existen diferentes factores en torno a los cuales se establecela desigualdad (méritos, clase social, raza, grupo étnico, género,edad). No hay un criterio exclusivo para la distribución, ni setrata de un solo campo de disputa, sino de varios campos o “es-feras de justicia”, con mecanismos específicos de diferenciacióny cierta autonomía entre ellas, no existen sólo dos clases de per-sonas (Hall, 1992; Lin, 2002; Walzer, 1993). Sin embargo, el gra-do de autonomía de los campos es distinto en cada sociedad. Enalgunos casos se acumulan las desigualdades que existen en dis-tintas esferas y se entrelazan las diferencias de clase con las dis-tinciones étnicas o de género, lo que genera altos niveles de pola-rización. En otras, existen balances y contrapesos entre las dis-tintas desigualdades, lo que limita la acumulación de ventajas ydesventajas. En todos los casos hay que investigar la dialécticaentre los factores que refuerzan la desigualdad y aquellos que lacontrarrestan, recordando que la desigualdad es resultado deprocesos estructurados en los que intervienen numerosos agentes.

En el resto del libro utilizaré el enfoque multidimensional yprocesual de la desigualdad para el análisis de tres fenómenos:la desigualdad persistente en América Latina (capítulo 2), lasnuevas desigualdades en la sociedad global (capítulo 3) y las trans-formaciones recientes de la desigualdad en América Latina (ca-pítulo 4).

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1. “El elemento fundamental de la estratificación es el poder. En todas lasformas de organización humana la clave es quién tiene poder suficiente en elentramado social como para articular y mantener un sistema de privilegios, dedependencias y de reparto de tareas que permita concentrar riquezas y disfru-tar de posiciones ventajosas” (Tezanos, 2001: 119). Véase también la propuestade Van Parijs: “Ser libre para hacer una cosa, no es simplemente tener el dere-cho a hacerla, sino también tener el poder” (Van Parijs, 1993: 127).

2. “La explotación, que actúa cuando personas poderosas y relacionadasdisponen de recursos de los que extraen utilidades significativamente incre-mentadas mediante la coordinación del esfuerzo de personas ajenas a las queexcluyen de todo el valor agregado por ese esfuerzo. El acaparamiento de opor-tunidades, que actúa cuando los miembros de una red categorialmente circuns-crita ganan acceso a un recurso que es valioso, renovable, está sujeto a mono-polio, respaldan las actividades de la red y se fortalecen con el modus operandide ésta” (Tilly, 2000: 23).

3. “Weber usó el término ‘cierre’ para referirse al proceso de subordinaciónmediante el cual un grupo monopoliza ventajas y limita las oportunidades aotro grupo de externos (outsiders), el cual es definido como inferior o inelegi-ble. Cualquier característica conveniente, visible, como la raza, la lengua, elorigen social, la religión o la carencia de un particular diploma escolar, puedeser usado para declarar a los competidores como externos (outsiders)” (Mur-phy, 1988: 8).

4. “Nozick sostiene que cualquier cosa previamente no poseída de la queuna persona se apropie y sobre la que trabaje se transforma en su propiedad”(Campbell, 2002: 69, véase también Nozick, 1974). El problema está en saber sien la época actual hay alguna cosa que pueda considerarse “previamente noposeída” o cuáles son las contribuciones de diferentes trabajos en una empresacolectiva.

5. “Los libertarianos se oponen duramente a cualquier intromisión del Esta-do en el funcionamiento del mercado, que a sus ojos no es más que la interac-ción compleja de transacciones voluntarias entre individuos libres. El impues-to, para ellos, es un robo puro y simple, y el hecho de ser perpetrado por elEstado, lejos de legitimarlo, incrementa aún más su carácter criminal” (VanParijs, 1993: 97).

6. En relación con la resiliencia véanse Cirulnyk, 2002 y Vanistendael, 2002.Es conveniente hacer énfasis en que la resiliencia no es una capacidad absolutae indestructible, sino limitada, depende de contextos culturales específicos ytiene que ser desarrollada, como cualquier capacidad humana.

7. “El hecho de que las estructuras de la distribución del ingreso sean distin-tas de uno a otro país y que las evoluciones no estén predeterminadas por laeconomía muestra que en el desarrollo de las desigualdades no existe ningunafatalidad” (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 80).

8. Para la consideración de estos niveles de la desigualdad me inspiro en laidea de Eric Wolf. Wolf considera cuatro dimensiones del poder: 1) las capaci-dades y potencialidades individuales; 2) la que se da en las relaciones e interac-ciones entre personas (cómo ego influye en alter); 3) el poder táctico u organiza-cional, que cristaliza en los arreglos institucionales en distintos campos o esce-narios; y 4) la estructural, que organiza las relaciones entre los distintosescenarios y campos y especifica la dirección de los grandes flujos de energíasocial (Wolf, 2001). En este caso, yo he reunido la segunda y la tercera dimen-siones del poder de Wolf en una sola, que considera las interacciones que se

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producen en los campos sociales y las instituciones. Asimismo, separé la di-mensión estructural en dos ámbitos: el del Estado-nación y el de la sociedadglobal.

9. Para Collins, la educación está ligada al status, es una “seudoetnicidad”,en tanto que involucra la imposición de una cultura étnica o de clase (Murphy,1988: 12-13).

10. “Las fronteras, incluso las más formales en apariencia, como son las queseparan las clases de edad, fijan un estado de las luchas sociales, es decir, unestado de la distribución de las ventajas y de las obligaciones” (Bourdieu, 1988:487).

11. Argyle señala que entre los varones la altura es un factor que puedegenerar ventajas, mientras que no ser gorda sería un factor de diferenciaciónentre las mujeres; la apariencia física operaría para ambos sexos (Argyle, 1994:290).

12. Amartya Sen destaca que ésta es una de las pocas ventajas que tienen losenfoques utilitaristas: el rescate de la dimensión individual y su preocupaciónpor la felicidad de las personas (Sen, 1999: 60).

13. «En el primer capítulo de The filosophy of money, Simmel proporcionauna descripción sistemática del modo en que se define mejor el valor económi-co. Para él, el valor nunca es una propiedad inherente a los objetos, sino unjuicio acerca de ellos emitido por los sujetos» (Appadurai, 1991:17).

14. “En el mundo real raramente puede haber algo que no haya sido adqui-rido sin algún grado de injusticia y parece ridículo, por imposible, retroceder alprincipio y establecer quiénes son los propietarios originales que tienen dere-chos sobre los bienes y dejar a un lado todas las transferencias involuntarias.[...] En las sociedades reales es claro que la capacidad de algunas personas paragenerar más tenencias o posesiones que otras depende de manera crucial de lasociedad en la que viven, de las actividades de aquellos que les han precedido,de la clase social, la familia, el género y la raza en la que han nacido y de labuena o mala suerte en cuanto a la salud, el lugar y el tiempo” (Campbell, 2002:71 y 73).

15. «Clasificar no significa únicamente constituir grupos: significa disponeresos grupos de acuerdo con relaciones muy especiales. Nosotros los representa-mos como coordinados o subordinados los unos a los otros, decimos que éstos(las especies) están incluidos en aquéllos (los géneros), que los segundos subsu-men a los primeros. Los hay que dominan, otros que son dominados, otros queson independientes los unos de los otros. Toda clasificación implica un ordenjerárquico del que ni el mundo sensible ni nuestra conciencia nos brindan elmodelo» (Durkheim y Mauss, 1996 [1903]: 30).

16. “La división del trabajo por sexos, por lo tanto, puede ser vista como un‘tabú’: un tabú contra la igualdad de hombres y mujeres, un tabú que divide lossexos en dos categorías mutuamente excluyentes, un tabú que exacerba las di-ferencias biológicas y así crea el género» (Rubin, 1996: 58).

17. Crozier y Friedberg apuntan en la misma dirección, cuando caracteri-zan las organizaciones como campos desiguales estructurados por relacionesde poder y de dependencia, porque los actores son desiguales ante las incerti-dumbres pertinentes de un determinado asunto (Crozier y Friedberg, 1990: 20).

18. A estos dos mecanismos básicos, Tilly añade los de emulación y adapta-ción, que contribuyen a la difusión y permanencia de las desigualdades catego-riales.

19. Como señala Pierre Bourdieu: «[...] los dominados tienden de entrada a

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atribuirse lo que la distribución les atribuye, rechazando lo que les es negado(‘eso no es para nosotros’), contentándose con lo que se les otorga, midiendo susesperanzas por sus posibilidades, definiéndose como los define el orden esta-blecido, reproduciendo en el veredicto que hacen sobre sí mismos el veredictoque sobre ellos hace la economía, destinándose, en una palabra, a lo que entodo caso les pertenece» (Bourdieu, 1988: 482).

20. «En primer lugar, volvemos y es necesario volver a las costumbres del‘gasto noble’. Es necesario que, al igual que en los países anglosajones y en otrassociedades contemporáneas, sean salvajes o muy civilizadas, los ricos vuelvan—libres o por la fuerza— a considerarse como una especie de tesoreros de susconciudadanos» (Mauss, 1979 [1924]: 249).

21. Entre otros trabajos sobre las expresiones simbólicas de la resistenciacotidiana pueden consultarse Comaroff, 1985; Keesing, 1992 y Taussig, 1980.

22. Sobre el papel de la parodia y de las inversiones simbólicas en la resis-tencia frente a la desigualdad se pueden consultar también Gledhill, 2000 yKeesing, 1992.

23. A ese respecto conviene recordar los señalamientos de Victor Turnersobre la articulación entre estructura, contraestructura y antiestructura y sumodificación en el campo ritual (Turner, 1987); también es pertinente la pro-puesta de Bourdieu sobre la dinámica entre enclasamiento, desclasamiento yreenclasamiento en las sociedades contemporáneas (Bourdieu, 1988). Ambosresaltan el carácter negociado y disputado de las fronteras y los límites entre losgrupos de status y las clases, que tienen que ser redefinidos de manera constan-te. Norbert Elias también señala que las relaciones entre establecidos y foraste-ros están sujetas a luchas por equilibrios de poder, en las que los grupos foras-teros presionan tácita o abiertamente por reducir los diferenciales de poder,mientras que los grupos establecidos presionan para preservar o incrementardichos diferenciales (Elias, 2006: 239).

24. Recuérdese la mala fortuna que corrió la metáfora de Spencer que equi-paraba a la sociedad con un organismo biológico, o la de Marx que la veía comoun edificio con base y superestructura, o su criticada metáfora óptica para ex-plicar la relación entre la realidad exterior y su representación mental en laciencia y la ideología.

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Durante el período para el que están disponiblesdatos sobre los niveles de vida, América Latina y elCaribe ha sido una de las regiones del mundo conla mayor desigualdad. [...] Mientras que el 10 %más rico de la región tiene el 48% del ingreso total,el 10 % más pobre sólo gana el 1,6 %. En contraste,en los países desarrollados, el 10 % superior recibeel 29,1 % del ingreso total, comparado con el 2,5 %del 10 % inferior.

WORLD BANK, Inequality in Latin America andthe Caribbean: breaking with history? (2003: 1)

En la historia latinoamericana, entonces, la persis-tencia en sí misma es un problema histórico. Lascosas permanecen continuas de manera remarca-ble, pero no por las mismas razones y no sin oposi-ción. Más aún, algunas características pueden pa-recerse, pero no son las mismas. Dar cuenta de lapersistencia no impide admitir el cambio.

JEREMY ADELMAN, Colonial legacies. The problemof persistence in Latin American history (1999: 12)

La mayoría de los estudios sobre la desigualdad en AméricaLatina tienen un estilo literario dramático y fatalista. La narrati-va de la desigualdad no escapa a la tendencia a la “fracasoma-nía”, que es tan común en los latinoamericanistas (Hirschman:1972). Casi todos los escritos sobre el tema comienzan con laafirmación de que es la región más desigual del planeta (Hoff-man y Centeno, 2003; Portes y Hoffman, 2003). Sobre esa baseanalizan las razones por las cuales los países latinoamericanosson tan desiguales y concluyen de manera pesimista, con énfasis

CAPÍTULO 2

EL “MISTERIO” DE LA DESIGUALDADPERSISTENTE EN AMÉRICA LATINA

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en la fortaleza de los mecanismos que reproducen las disparida-des. Con frecuencia se recurre a la imagen de un círculo vicioso,que sugiere que esa condición se repetirá hasta el infinito, queAmérica Latina está atrapada para siempre en las redes de ladesigualdad (Karl, 2002; Vuskovic, 1996). Peor aún, en ocasio-nes se naturaliza la desigualdad, al afirmar que es algo inherentea la esencia de nuestras sociedades o a las características de nues-tras culturas (Harrison, 2000). Esas visiones deterministas en-tran en contradicción con una de las tesis centrales de este libro:que la desigualdad no es una esencia inmutable, sino una cons-trucción histórica: los niveles y tipos de desigualdad cambian deuna sociedad a otra y a lo largo del tiempo, son fruto de procesoscomplejos y contradictorios y no de una fatalidad cultural o eco-nómica. Hay que desentrañar en qué consisten las característi-cas particulares de América Latina, pero ello requiere un cam-bio de estilo, dejar el fatalismo que vuelve naturales las desigual-dades y pasar al análisis de los factores que las producen y de losque las aminoran. He optado por un enfoque procesual, que es ala vez estructural y constructivista. Por eso, quisiera comenzaral revés, señalando que, en algunos aspectos, América Latina esmenos desigual que otras partes del mundo.

En lo que se refiere a desigualdades de género, en AméricaLatina existen muchas disparidades entre hombres y mujeres,son graves, pero son menores que en muchos países de Asia yÁfrica. Ya sea que se consideren la proporción de mujeres contrabajo remunerado, los índices de escolaridad por género o laparticipación en el parlamento, las mujeres latinoamericanas seencuentran en mejor situación que las mujeres del África subsa-hariana, del mundo árabe o del sur de Asia. De acuerdo con el“índice de empoderamiento por género” de las Naciones Uni-das, los países latinoamericanos superan a la mayoría de los paí-ses en desarrollo (UNDP, 2006: 367-371). La esperanza de vidade las mujeres latinoamericanas también es más alta que en otrasregiones del Tercer Mundo. En América Latina y el Caribe el89,5 % de las mujeres saben leer y escribir, frente al 59,7 % en lospaíses árabes, el 53,2 % en el África subsahariana, y el 47,7 % enel sur de Asia (UNDP: 2006: 371-374).

También está el tema de los derechos políticos. Desde la épo-ca de la independencia, los países latinoamericanos han aspira-do a regímenes democráticos. La formación y consolidación de

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las democracias de América Latina ha sido un proceso acciden-tado, con vaivenes y limitaciones, pero parece haber mayor equi-dad política en los países de la región que en muchos países deÁfrica y Asia que no cuentan con las instituciones democráticasbásicas. En términos de libertades civiles tampoco puede decir-se que América Latina sea hoy la región más desigual del plane-ta.

América Latina es más desigual que el resto del mundo endisparidades de ingresos: las diferencias entre la minoría másrica y el resto de la población son mucho más marcadas que enotras regiones. El indicador más común que se usa para medir ladesigualdad es el coeficiente de Gini, cuyos valores pueden estarentre 0 y 1. Un Gini de 0 implica igualdad absoluta (todos losindividuos de una población obtienen lo mismo) y un Gini de 1implica desigualdad absoluta (un solo individuo obtiene todo ylos demás no obtienen nada). En la actualidad, el coeficiente deGini para la distribución de los ingresos en los hogares oscilaentre 0,250, que corresponde a los países más igualitarios delmundo (Dinamarca 0,247, Japón 0,249, Suecia 0,250, RepúblicaCheca 0,254, Eslovaquia 0,258, Noruega 0,258) y 0,600/0,700 paralos más desiguales (en África: Namibia 0,743, Lesotho 0,632,Botswana 0,630, Sierra Leona 0,629, República Centroafricana0,613; en América Latina: Bolivia 0,601, Colombia 0,586, Brasil0,580, Paraguay 0,578; UNDP, 2006: 335-338). Por lo que toca ala concentración del ingreso, América Latina tiene el coeficienteGini más alto de todas las regiones: 0,522 en promedio durantela década de los años noventa, frente a 0,342 de los países de laOCDE, 0,328 de Europa del Este, 0,412 de Asia y 0,450 de África(World Bank, 2003: 1). Las distancias entre los ingresos del 10 %más rico y el 10 % más pobre son enormes, llegan a ser de másde 168 a 1 en Bolivia, 73 a 1 en Paraguay, 64 a 1 en Colombia, 58a 1 en Brasil y 57 a 1 en El Salvador, proporciones muy distintasa las que existen en países más igualitarios: 4 a 1 en Japón, 5. a 1en Hungría y Finlandia, 6 a 1 en Noruega y Suecia (UNDP, 2006:335-338). Éste es el punto en el que América Latina es excepcio-nal: no es la región más pobre, pero sí la que presenta mayordisparidad de ingresos.

El siguiente cuadro presenta los coeficientes de Gini para 18países de América Latina y los contrasta con los de otros países:

AQUÍ CUADRO 2.1

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Como se puede ver, hacia mediados de la década de los añosnoventa el coeficiente de Gini promedio de América Latina (0,533)era mucho más alto que el de los países desarrollados (0,344) ytambién que el de los países de Europa del Este (0,386). Para losprimeros años del milenio las diferencias eran un poco mayores:mientras que en América Latina el promedio siguió siendo de0,533, en los países de la OCDE bajó a 0,315 y en los de Europadel Este a 0,312. Estas diferencias por regiones se han manteni-do, en términos generales, desde hace varias décadas: desde losaños sesenta del siglo XX el coeficiente de Gini promedio deAmérica Latina ha estado alrededor de 0,500, el promedio delÁfrica subsahariana ha estado alrededor de 0,400 y el de los paí-ses de la OCDE un poco por encima de 0,300. Estos datos son unejemplo de la persistencia de los niveles de igualdad y desigual-dad en cada región del mundo. Pero existe gran heterogeneidaddentro la región: mientras que Bolivia, Colombia, Brasil y Para-guay están entre los países más desiguales del mundo (coeficien-tes de Gini alrededor de 0,600), hay países latinoamericanos quetienen coeficientes por debajo de 0,500 (Nicaragua, Ecuador,Venezuela, Uruguay, México y Costa Rica). Son coeficientes muyaltos, pero ya no tan diferentes a los de Estados Unidos (0,408),que es el más desigual de los países industrializados. No se tratade negar la enorme desigualdad que existe en América Latina,pero tampoco es muy atinada la difundida creencia, fincada enuna supuesta superioridad anglosajona, de que Estados Unidoses mucho más igualitario que América Latina. Por desgracia, enambos casos hay una fuerte disparidad de ingresos.

La forma en que se distribuye esa desigualdad entre todos lossectores de la población puede variar mucho de un país a otro.En algunos casos las disparidades se producen con la mismaintensidad en todos los escalones de la pirámide social, en otroslas mayores diferencias se presentan entre los más pobres y elresto, mientras que hay casos en los que las mayores brechasestán entre los más ricos y la mayoría de la población. Si se ob-serva este aspecto se verá que la excepcionalidad latinoamerica-na consiste en que el sector más rico de la población concentrauna proporción de los ingresos mucho mayor a la que tienen losricos de otras partes del mundo. En América Latina el últimodecil de la población (el 10 % más rico) gana casi la mitad (48 %)del ingreso total, mientras que en los países desarrollados ese

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decil sólo recibe el 29,1 % (World Bank, 2003: 1). Un ejerciciointeresante consiste en analizar el coeficiente de Gini sin tomaren cuenta al 10 % más rico. El cuadro siguiente presenta esecálculo, realizado por Szekely y Hilgert.

AQUÍ CUADRO 2.2Los resultados son muy interesantes: al excluir al decil más

rico, la desigualdad de ingresos es muy similar en América Lati-na y en los Estados Unidos: 0,353 frente a 0,386, es decir, sólo0,033 puntos Gini más. Incluso tres países latinoamericanos pre-sentan menos desigualdad que los Estados Unidos (Uruguay,México y Costa Rica) y otros seis países (República Dominicana,Argentina, El Salvador, Guatemala, Perú y Venezuela) tienen sólodiferencias marginales con respecto a Estados Unidos. Estosdatos confirman que la enorme desigualdad de ingresos en Amé-rica Latina se debe, en su mayor parte, a la concentración deriquezas en el vértice de la pirámide social.

Dicho de otra manera, considerando sólo las disparidadesentre las clases medias y bajas, América Latina es tan desigualcomo muchas otras regiones del mundo, incluyendo a muchospaíses desarrollados. Pero cuando se considera también a lossectores con mayores ingresos, el panorama cambia por com-pleto. Una manera de apreciar esta situación consiste en compa-rar las diferencias de ingresos entre los dos deciles más ricos (eldécimo frente al noveno). En ese caso hay una tendencia regio-nal clara que contrasta de manera notoria con los países desa-rrollados: el último decil (los más ricos) gana entre 2 y 3,5 vecesmás que el noveno decil en todos los países de América Latina,mientras que en países desarrollados que son bastante desigua-les (Estados Unidos, Reino Unido y Canadá) las diferencias sonde sólo 1,6, 1,5 y 1,4 veces, respectivamente.

AQUÍ CUADRO 2.3Hay evidencias robustas de que en todos los países latinoa-

mericanos la enorme desigualdad se encuentra estrechamentecorrelacionada con la extrema riqueza del 10 % más rico de lapoblación. Es importante retener estos datos, porque la granmayoría de los estudios y de las propuestas sobre el problema dela desigualdad en la región establecen la correlación pobreza-desigualdad, pero rara vez se centran en la articulación entreriqueza e inequidad. La pobreza es, por supuesto, mucho máspreocupante desde el punto de vista humano, pero para enten-

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der la desigualdad de América Latina hay que explicar no sólo lapersistencia de la miseria, sino también los excesos de riqueza.Lo que hace más desigual a América Latina del resto del mundoes esa barrera que separa a la minoría más rica —alrededor del10 % de la población, con una variación entre 5 % y 13 % en cadapaís—, del resto de los latinoamericanos (Portes y Hoffman,2003). Para una desigualdad persistente, se requieren élites per-sistentes.

El núcleo duro de la desigualdad de ingresos en América La-tina parece estar en la capacidad del grupo privilegiado para pre-servar sus ventajas o, visto desde otro ángulo, en la incapacidaddel resto de los grupos sociales para evitarlo. ¿Por qué el sectormás rico de la población latinoamericana logra apropiarse deuna proporción de la riqueza social mucho mayor que la queobtienen sectores similares en otras partes del mundo? La pre-gunta es sencilla, pero la respuesta no, porque esta excesiva con-centración del ingreso depende de muchísimos factores, que in-volucran no sólo a ese grupo privilegiado, sino al conjunto de lasociedad y al funcionamiento del Estado y de todas las institu-ciones sociales. Se han dado muchas respuestas a esta pregunta,dependiendo de la disciplina y del enfoque que se utilice. Loshistoriadores han destacado la secular concentración de la tie-rra, así como el peso de una herencia colonial de tres siglos omás y el sesgo inequitativo que tuvieron el liberalismo, las eco-nomías primario-exportadoras y la modernización durante lossiglos XIX y XX (Gootenberg, 2008; Tutino, 1986). Por su parte,los economistas han hecho énfasis en el dualismo de la estructu-ra productiva, que separa un sector que utiliza alta tecnología deun sector de baja productividad, así como la escisión entre dosesferas de consumo, uno suntuario y otro de bienes de primeranecesidad (Vuskovic, 1996). A su vez, el análisis político ha mos-trado la persistencia del clientelismo y el enorme control queejercen las élites sobre el Estado (Auyero, 1997 y 2004; O’Donnell,1999). Los sociólogos han hablado del colonialismo interno y dela escisión entre grupos modernos y tradicionales (DESAL, 1969;González Casanova, 1965). Los antropólogos han destacado lasdimensiones étnicas de las desigualdades latinoamericanas, queafectan en particular a indígenas y negros; los estudios de géne-ro muestran las desventajas que afrontan las mujeres en la re-gión, mientras que los estudios culturales señalan el peso del

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status y las tradiciones elitistas y excluyentes en las dinámicasculturales de América Latina (Castellanos, 2004; Poole, 1997).Se han mencionado también la ausencia de reformas agrarias yreformas fiscales progresivas, la debilidad de las institucionesdel Estado y las disparidades en capital educativo y capital so-cial.

Para explicar la desigualdad, la derecha tiende a culpar alEstado y al populismo, además de responsabilizar a los pobres,mientras que la izquierda culpa al mercado y al neoliberalismo,responsabilizando a los ricos y a sus aliados políticos. Algunoshan insistido en la dependencia y las condiciones de inserciónde América Latina en la economía global, mientras que otroshan indagado más en las condiciones internas. Unos se preocu-pan por las limitaciones de la productividad y otros por los pro-blemas de distribución y redistribución. Unas más y otras me-nos, cada una de estas aproximaciones muestra alguna de lasdimensiones de la desigualdad en la región, pero su limitaciónprincipal es que son unilaterales, tienden a concentrarse en unángulo del fenómeno de la desigualdad, sin incluir al resto y sinadoptar una perspectiva relacional. En el caso de América Lati-na la persistencia de la desigualdad en diferentes períodos histó-ricos (colonia, formación de los Estados nacionales, época con-temporánea), con diferentes modelos económicos (primario-ex-portador, sustitución de importaciones, neoliberalismo) y bajodiversos regimenes políticos (populistas, nacionalistas, dictadu-ras militares, democracias) (Gootenberg, 2008), hacen pensarque es una característica estructural que impregna el conjuntode las instituciones sociales y que requiere mayor atención.

No se trata de seguir buscando un factor único que expliqueel “misterio” latinoamericano. Me parece que no es obra de unasesino solitario o de una causa aislada, es resultado de la conca-tenación y acumulación de todos estos procesos.1 Debemos tran-sitar hacia explicaciones multidimensionales que articulen losdiferentes procesos. Cada uno de los factores señalados contri-buye a la generación y reproducción de las desigualdades, peroninguno las determina por sí solo. En algunos países de la regiónha habido reformas agrarias, en otros las desigualdades no estánconstruidas a partir de diferencias étnicas, la fortaleza de lasélites es heterogénea, los hay que tienen clientelismos más acen-drados que otros, las capacidades de las instituciones de bienes-

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tar son diferentes, las dificultades para la inserción en la econo-mía mundial son diversas para cada país y cada época.

Resulta inútil tratar de encontrar una característica comúnque explique las desigualdades en todos los países latinoameri-canos. Por el contrario, propongo la hipótesis de que las des-igualdades de ingresos en la región son fruto de la combinacióny acumulación de diversos factores, de modo que la desigualdadha sido mayor en los países y en los períodos en los que se haconcentrado y articulado la presencia de varios de ellos. Estopermite introducir matices por país o por período histórico. Haypaíses, como Uruguay o Costa Rica, que son mucho menos des-iguales, porque no operan todos esos procesos o lo hacen conmenos fuerza. En cambio hay otros, como Paraguay y Brasil,que presentan algunos de los índices de desigualdad mayores enel mundo. Argentina era más igualitario hace 30 años, pero ladesigualdad creció a un ritmo acelerado en las décadas finalesdel siglo XX. México ha alcanzado un índice de desarrollo huma-no alto, pero también tiene un coeficiente de desigualdad enor-me. Por su parte, Chile es el país de la región que más ha avanza-do en reducir la pobreza, pero no la desigualdad. En Bolivia yHaití tanto la desigualdad como la pobreza son muy altas. Aun-que la desigualdad latinoamericana ha persistido en diferentescircunstancias políticas y económicas, en algunos casos la des-igualdad no se ha exacerbado tanto o incluso ha tenido peque-ñas disminuciones. Entre los años cincuenta y setenta del sigloXX, que corresponden a la etapa final del llamado período desustitución de importaciones, la desigualdad se estabilizó en va-rios países y en algunos descendió. Por ejemplo, en México elcoeficiente de Gini disminuyó de 0,606 en 1963 a 0,568 en 1968,0,518 en 1977 y 0,501 en 1984, lo que representa un descenso del18 % en este indicador de desigualdad (Hernández Laos y Velás-quez, 2003: 79). En términos generales la desigualdad es persis-tente en América Latina, pero en cada período histórico son dis-tintos los procesos que la generan y la contrarrestan, además deque hay variaciones en los sectores que resultan más afectados omás beneficiados por esa persistencia.

En este capítulo analizaré los factores que, a mi juicio, ejer-cen mayor influencia en la reproducción de la desigualdad deingresos en América Latina. Son eslabones de una cadena causalque se refuerzan unos con otros, que en su articulación configu-

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ran un estilo altamente desigual de desarrollo económico, políti-co, social y cultural. Estos factores son:

1. Intersección de las divisiones étnicas, raciales y de génerocon las diferencias de clase, que se transforma a lo largo del tiem-po, pero re-construye fuertes disparidades de status y de accesoa recursos.

2. Distancia cultural, educativa y social entre las élites y elresto de la población, preservada y sostenida por barreras mate-riales, simbólicas y emocionales.

3. Estructura económica polarizada que reproduce insercio-nes privilegiadas y precarias.

4. Reiterada inserción asimétrica en la economía mundial.5. Capacidad de las élites para preservar sus privilegios bajo

distintos escenarios económicos y políticos.6. Deterioro de la esfera pública, persistencia del clientelis-

mo y debilidad de los mecanismos de compensación de las des-igualdades.

Es importante señalar que todos estos procesos no ocurrenal margen de contradicciones, desafíos, protestas y esfuerzos porlimitarlos y revertirlos. Existen múltiples contratendencias y ac-ciones que confrontan la desigualdad, pero, pese a ellas, han per-sistido en América Latina enormes disparidades de ingresos.

2.1. Diferencia y desigualdad: intersección de la clase,la etnia y el género

Al adoptar entonces la estratificación social comoherramienta de análisis de las circunstancias pro-pias de América Latina por una parte, y la diferen-ciación etno-cultural por la otra, se comprueba unacorrelación casi estricta entre estrato alto, medioalto y medio bajo y la pigmentación de la piel desus elementos constitutivos. Superior y blanco secorresponden, al igual que negro y cobrizo son si-nónimos de inferioridad.

DESAL, Marginalidad en América Latina (1969: 25)

En el origen histórico de las desigualdades latinoamericanasse encuentran la conquista europea de las poblaciones indíge-

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nas, el trauma de la esclavitud negra y la concentración de lapropiedad de la tierra. La conquista tuvo secuelas de violencia,maltrato y enfermedades, que diezmaron a las poblaciones indí-genas y provocaron la desaparición de muchos grupos étnicos.Los indígenas que sobrevivieron fueron integrados en la socie-dad colonial de una manera harto desigual, lo que formó unamatriz social con grandes diferencias en términos de status, po-der y recursos económicos. Los conquistadores no sólo busca-ron obsesivamente metales preciosos, también se reservaron lasmejores tierras, cuya concentración fue la base sobre la que seforjaron y perpetuaron sociedades muy inequitativas.

En las colonias españolas y portuguesas de América muchasdiferencias de clase se construyeron sobre la base de distincio-nes étnicas y de género. Hubo legislaciones específicas para losindígenas, que los protegieron de algunos abusos, pero dieronvalidez jurídica a las distinciones étnicas y las solidificaron en elimaginario social y en las prácticas cotidianas. La importaciónde esclavos africanos creó otro segmento social explotado y es-tigmatizado por el color de la piel. Después de la independenciaalgunos de los españoles y portugueses recién llegados a Améri-ca regresaron a Europa, pero muchos descendientes de peninsu-lares se quedaron formando parte de la élite criolla. La matrizdesigual creada en la colonia se reprodujo en otros períodos his-tóricos bajo nuevas condiciones. Desaparecieron las distincio-nes jurídicas entre blancos, indígenas, mestizos, negros y mula-tos, pero por debajo de la igualdad frente a la ley persistieronmuchas de las diferencias económicas, políticas, sociales y cul-turales que marcaban barreras entre los grupos sociales. Los no-blancos quedaron integrados en las nuevas repúblicas indepen-dientes, pero de manera precaria y desventajosa (Sieder, 2002).2

Después, los mitos de la raza de bronce, las repúblicas mestizaso la democracia racial no hicieron desaparecer las distincionescreadas a partir de criterios étnicos. En algunos casos los dere-chos ciudadanos de indígenas y negros se vieron limitados porcarecer de propiedades. En el caso de las mujeres, no lograron elvoto hasta mediados del siglo XX. Todavía hasta bien entrado elsiglo XX muchos indígenas no podían votar en algunos paísesandinos, por no saber leer y escribir.

En Estados Unidos la debilidad relativa de los pobladoresoriginarios hizo posible que los descendientes de europeos cons-

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tituyeran la mayoría de la población y formaran entre ellos unacomunidad relativamente igualitaria (que no incluía a negros ynativos). En el caso de algunas regiones de Asia que fueron colo-nizadas o dominadas por países europeos, la población local eratan fuerte o tan numerosa que, una vez liberadas del dominiocolonial, los europeos desaparecieron del panorama y la mayorparte del poder económico y político quedó en manos de élitesno descendientes de europeos. En ambos casos, la clase domi-nante pertenecía al mismo grupo étnico o racial que la mayoríade la población. Este no ocurre en muchos de los países de Amé-rica Latina, en donde la clase dominante es predominantementeblanca, frente a la mayoría de la población que no lo es. Losindígenas, negros, mestizos y mulatos no fueron tan débiles comopara ser exterminados o reducidos a minúsculas reservas étni-cas, pero tampoco tan fuertes como para adquirir la hegemoníaen el período poscolonial. Varios de los países más desiguales deAmérica Latina (Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala,México, Panamá, Perú, entre otros) comparten la característicade tener una proporción significativa de población de origen in-dígena o negro, que contrasta con una minoría privilegiada, ensu mayor parte no descendiente de indígenas ni de africanos, losuficientemente fuerte como para controlar la mayor parte delas posiciones destacadas en la política, la economía y la educa-ción. En dos países que han sido, hasta cierto punto, excepción ala regla de la desigualdad latinoamericana, Uruguay y Costa Rica,no existe una frontera étnica tan marcada entre los más ricos yel resto de la población. En esos dos casos, las diferencias econó-micas y sociales se presentan más como un continuo que cam-bia de manera gradual, y no como un abismo con connotacionesétnicas y raciales que separa bruscamente a la minoría del resto.El panorama de la mayoría de los países de la región sugiere quecuando los factores económicos y políticos que generan desigual-dad se suman a consideraciones étnicas, la inequidad se hacemayor. Sería un caso típico de lo que Charles Tilly llama des-igualdad reforzada, que se produce cuando las categorías inter-nas que dividen a un grupo (patrones-trabajadores, jefes-emplea-dos, dirigentes-subordinados, etc.) se articulan con categoríasexternas (negro-blanco, mulato-blanco, mulato-negro, indígena-europeo indígena-mestizo y mestizo-blanco) (Tilly, 2000: 92). Esascategorías se construyeron en el período colonial. Posteriormen-

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te perdieron valor legal, pero se reprodujeron en la vida cotidia-na. Con el tiempo muchas se difuminaron, transformándose ennuevas categorías más borrosas, definidas a partir de los ingre-sos, el estilo de vida, el consumo cultural, la escolaridad y lacalidad de la educación recibida. Ya no operan sólo a partir delos marcadores étnicos originales, aunque muchas veces se pue-de observar todavía su huella.

Una hipótesis que se ha manejado en muchas ocasiones (Ho-ffman y Centeno, 2003) plantea que la desigualdad latinoameri-cana tiene un trasfondo étnico-racial. Diversos estudios han en-contrado que, en efecto, la distribución de ingresos, las oportu-nidades educativas y muchos otros indicadores de bienestar seencuentran correlacionados con variables étnicas y raciales, demodo que los indígenas, los negros y los mulatos de AméricaLatina se encuentran en peores condiciones que los blancos (Dela Fuente, 2001; Hasenbalg y Do Valle, 1991; Lovell, 1991; Sheri-ff, 2001; Wade, 1997; World Bank, 2003).

Las clases medias y populares en América Latina tienen unacomposición étnica heterogénea, porque además de indígenas,mestizos, negros y mulatos también hay muchos blancos en ellas.En cambio, la segmentación étnica se hace mayor en la cúspidede la pirámide social. Hasta la fecha, la élite privilegiada es en suinmensa mayoría blanca. En algunos casos también se han in-corporado personas de origen árabe y oriental, siendo excepcio-nal la presencia de negros o indígenas en ella. Incluso la partici-pación de mestizos o mulatos dentro de la élite es reducida. Esdiferente la situación de algunos países del Caribe, que tienenélites no blancas. En América Latina no existe ninguna disposi-ción legal que excluya a los no blancos de la élite, sin embargo,hay un “techo de cristal” difícil de traspasar. Hay que decir quela “blancura” de esa minoría no está basada sólo en el color de lapiel o en características biológicas, es una construcción social ycultural, en la que han existido diversos mecanismos que permi-ten que algunos individuos y familias experimenten un procesode “blanqueamiento”, gracias al dinero, la educación, la culturay el estilo de vida. El punto central no está en que se mantengauna determinada composición étnica de la élite, sino en que seha reproducido la separación social, económica y cultural queexiste entre ella y el resto de la población. La exclusividad de estaélite se reproduce mediante diversos mecanismos, económicos y

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políticos, pero también otros de tipo cultural que van desde unafuerte tendencia a la homogamia3 hasta su aislamiento en zonashabitacionales, de esparcimiento y de consumo segregadas delresto de la población (Caldeira, 2000), pasando por un sistemaeducativo que marca fuertes distinciones entre escuelas de exce-lencia a las que asiste la minoría privilegiada y el resto de losplanteles educativos.

A diferencia de otras situaciones históricas, que demarcaroncon precisión fronteras raciales (el apartheid en Sudáfrica o lasegregación en Estados Unidos), la desigualdad étnica y racialen América Latina no tiene líneas claras de distinción. Por elmestizaje y por las luchas tempranas contra la esclavitud y ladiscriminación, esas fronteras se hicieron más borrosas y ambi-guas (Cope, 1994). La ambigüedad de las definiciones étnicasevitó la discriminación absoluta, pero al mismo tiempo permitióla reproducción y persistencia de desigualdades ligadas con esasdefiniciones. Se trata de un racismo encubierto, que encuentraen la flexibilidad uno de sus principales soportes (Jaccoud y Beg-hin, 2002: 52; Castellanos, 2004). Durante mucho tiempo, lamovilidad social ha estado asociada con la capacidad para man-tener distancia física y simbólica respecto a lo indígena y lo ne-gro. La estética presentada por los medios de comunicación enAmérica Latina sigue dominada por una identificación entre re-finamiento, cabello rubio y piel blanca, mientras que lo morenoy lo negro son asociados con la violencia, la miseria o la exube-rancia de las pasiones y los sentidos. El análisis lingüístico deldiscurso de las élites muestra señales inequívocas de racismo(Van Dijk, 2003).

En el caso de Brasil, uno de los países con mayor desigual-dad de ingresos en el mundo, se han producido estadísticas quedevelan la dimensión racial de las asimetrías. Estudios recientesmuestran que, incluso después de controlar otras variables, losnegros y mulatos se encuentran en desventaja frente a la pobla-ción blanca: en promedio tienen 2,3 años menos de escolaridad,su acceso a la enseñanza superior es 10 veces menor que la de losblancos y si el índice de desarrollo humano es de 0,796 para elconjunto del país, para los negros es de sólo 0,573 (Rosemberg,2004: 67). En el período 1995-2001 los blancos tuvieron ingresos2,4 veces mayores que los negros (Jaccoud y Beghin, 2002: 27).Si se hiciera una gráfica con el porcentaje de negros y mulatos

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en cada uno de los deciles de ingresos, se obtendría una líneadiagonal descendente casi perfecta: en el decil más pobre hay un75 % de negros, en los deciles quinto y sexto hay un 45 % denegros y en el decil más rico hay menos del 15 % de negros. Lasiguiente gráfica muestra esa correlación:

AQUÍ FIGURA 2.1En otros países no son los negros, sino los indígenas los que

están en situación claramente adversa. En Ecuador, el analfabe-tismo afecta al 28 % de la población indígena frente a sólo el 5 %de los blancos. Si de estos últimos un 45 % vive en condicionesde pobreza, entre los indígenas la proporción de pobres es decasi el 90 % (Chiriboga, 2004: 60). Un estudio en zonas urbanasencontró que en Perú el 79 % de los indígenas eran pobres frenteal 49,7 % de la población no indígena, mientras que en México el80,6 % de la población indígena era pobre frente a sólo el 17,9 %de la población no indígena (Psacharoupolos y Patrinos, citadosen Davis, 2002: 230). Un análisis de los datos del censo de 2000en México revela que los indígenas tienen el doble de probabili-dades de ser pobres que los no indígenas, y, en cambio, los noindígenas tienen cinco veces más probabilidades de pertenecer ala clase alta que los indígenas (Boltvinik, 2003: 22).

En Guatemala, país cuya historia ha estado marcada por elracismo, existen profundas desigualdades en el acceso a los ser-vicios básicos entre indígenas y no indígenas:

AQUÍ CUADRO 2.4Entre la población indígena la mortalidad materna es tres

veces mayor y la desnutrición crónica se presentan en el doblede casos que entre la población ladina. Una historia secular dediscriminación ha hecho que la desigualdad se manifieste inclu-so en el cuerpo: el retraso en la talla se presenta en un 57,6 % delos niños indígenas, frente a un 32,5 % entre los ladinos. Losjóvenes indígenas de 18 años tienen 2,6 años de escolaridad pro-medio menos que los ladinos. Cuando la variable étnica se com-bina con el género y el lugar de residencia, las asimetrías sonaún mayores: el analfabetismo afecta al 65,3 % de las mujeresindígenas que viven en zonas rurales, frente al 8,6 % entre loshombres ladinos que viven en ciudades. Algo similar ocurre entérminos de ingresos, en promedio un hombre no indígena ganacuatro veces más que una mujer indígena. Descontando otrasvariables, se ha calculado que por causa de la discriminación en

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Guatemala se crea una enorme brecha étnica en los ingresos:hay una diferencia promedio por persona económicamente acti-va de 4.260 quetzales anuales entre indígenas y no indígenas, loque representa un “costo de la discriminación” equivalente al3,3 % del PIB (Casaús et al., 2006: 6).

De acuerdo con un estudio del Banco Mundial, en AméricaLatina los hombres indígenas ganan entre el 40 y el 65 % menosque los no indígenas, y en Brasil los negros ganan un 48 % me-nos que los blancos. Poniendo juntas las variables étnicas y degénero, las mujeres indígenas y afrodescendientes son las quemenos ganan y los hombres blancos son los que mayores ingre-sos reciben. En Bolivia las mujeres indígenas ganan en prome-dio un 28 % de lo que gana un hombre blanco y en Brasil lasmujeres negras tienen ingresos equivalentes al 40 % de lo quegana un hombre blanco. Ese estudio concluye que “la raza y laetnicidad desempeñan un papel mayor que el género en las bre-chas de salario” (World Bank, 2003: 107).

La reproducción de las asimetrías étnicas en América Latinano opera exclusiva ni principalmente por medio de prácticas dediscriminación directa. Éstas fueron muy notorias en el pasadoy todavía existen, pero a lo largo de la historia se fueron decan-tando hacia una distribución desigual de recursos. En forma rei-terada, los estudios de corte estadístico muestran que las varia-bles étnicas y raciales dan cuenta de una parte de la desigualdad,pero que otras partes importantes son explicadas por otros fac-tores: ocupación, ocupación de los padres, género, región, lugarde residencia y, sobre todo, escolaridad de los padres y escolari-dad de los sujetos. Los determinantes étnico-raciales no operansolos, sino en conjunto con todos los demás. Hoy en día los ne-gros, los mulatos, los indígenas y los mestizos están en desventa-ja en América Latina no sólo por afrontar un trato discriminato-rio, que aún perdura, sino porque, como resultado de un largoproceso histórico complejo, cuentan con menores niveles educa-tivos o con educación de menor calidad, no poseen las mejorestierras y viven en regiones apartadas o en zonas deprimidas delas ciudades.

Algunos ejercicios de simulación econométrica han calcula-do qué pasaría si las mujeres, los indígenas y los afrodescendien-tes en América Latina tuvieran características similares a las quetienen los hombres blancos (en educación, sector de empleo,

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número de hijos) y recibieran remuneraciones a esas caracterís-ticas similares a las que reciben los hombres blancos.4 El resul-tado sorprendente de esos ejercicios es que, aun en ese caso, nose modificarían de manera sustancial los niveles de desigualdadtotal, medidos por los coeficientes de Gini o Theil. Visto de otramanera, si se miden las diferencias que existen exclusivamenteentre el sector compuesto por hombres blancos, se encontraráuna desigualdad casi tan abismal como la que existe en el con-junto de la sociedad. Hay indicios de que las enormes desigual-dades que separaban a las sociedades coloniales en estratos cons-truidos en base a género, raza y etnia, se convirtieron después enenormes desigualdades que atraviesan hoy a todos los grupossociales.

Los indígenas, mestizos, negros y mulatos han recurrido adiferentes estrategias para afrontar la explotación, la discrimi-nación y la exclusión basadas en diferencias étnicas. Han con-quistado diversos derechos, han limitado los abusos y han mejo-rado su situación, pero sus esfuerzos no han sido suficientes paratransformar las estructuras más profundas de desigualdad étni-ca. Desde la época de la colonia se han presentado numerososmovimientos y rebeliones indígenas y negras en América Latina,algunos muy puntuales y otros de mayores dimensiones, comola Guerra de Castas en Yucatán en el siglo XIX. Importantes lo-gros fueron la eliminación de la esclavitud y de los sistemas jurí-dicos que discriminaban a indígenas y negros. No obstante, es-tos logros no hicieron desaparecer la discriminación y las barre-ras étnicas en la vida cotidiana. La situación de los indígenas ynegros, como grupo, siguió siendo muy desventajosa. Ante ello,muchas personas optaron por estrategias de mejoramiento per-sonal, familiar o de su comunidad. Se han presentado muchoscasos de “blanqueamiento”: individuos con ascendencia indíge-na o negra que logran acceder a las clases medias o altas, graciasa su éxito económico, educativo, artístico, deportivo, etc., quelos hace aparecer como “más blancos”. La posibilidad del blan-queamiento no hace desaparecer las fronteras étnicas, tan sólolas hace un poco más flexibles para abrir paso a la movilidadsocial de algunas personas, pero no representa un mejoramientocolectivo de los grupos discriminados ni elimina la distancia en-tre las élites y el resto de la población. Es un ejemplo de accionespersonales que permiten a algunos escapar de las desventajas de

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la desigualdad y, sin embargo, refuerzan los mecanismos socia-les de su reproducción.

El blanqueamiento forma parte de procesos más complica-dos de construcción, de-construcción y reconstrucción de las fron-teras étnicas en América Latina. Tanto los sectores dominantescomo los subalternos usan y cruzan esas fronteras en sus inte-rrelaciones. Hay usos estratégicos de la etnicidad: en ocasionesresulta conveniente enfatizar el hecho de ser indígena o negropara obtener alguna protección o tener acceso a un servicio, peroen la mayoría de los casos esta pertenencia étnica ha constituidoun estigma, por lo que se recurre a diferentes estrategias paraocultarla, relativizarla y lograr algún tipo de asimilación. Se pro-duce una integración subordinada, que no modifica las reglasdel juego, porque no conquista el derecho a la diferencia cultu-ral. Otra vía para evitar esa subordinación es el repliegue y elaislamiento dentro de las propias fronteras étnicas, al que hanrecurrido muchos grupos indígenas y negros. Esa opción les hapermitido una preservación de sus culturas y vínculos comuni-tarios, pero no ha garantizado una inserción digna en la socie-dad mayor y, en muchas ocasiones, ha repercutido en una ma-yor exclusión. Hasta fechas muy recientes, la población indíge-na y negra de América Latina se ha visto sometida a la oscilaciónentre esas dos alternativas insatisfactorias: la integración subor-dinada, con sus secuelas de explotación y discriminación, o elrepliegue étnico, con un alto costo en términos de exclusión.Mención aparte merecen los esfuerzos por revalorar la negritudy las culturas indígenas, porque apuntan a un tipo diferente derelación intercultural, más respetuosa de la diversidad.

La desigualdad que se originó en la esclavitud y la domina-ción étnico-racial de la colonia, después se transformó en unaasimetría que yuxtapone las variables étnicas y raciales con dife-rencias en ingresos y ocupación, con desniveles educativos, conel lugar de residencia, con disparidades en capital cultural y enpoder político. De esta yuxtaposición ha resultado un abismoentre las élites y la mayoría de la población en América Latina.

2.2. Distancias físicas, simbólicas y emocionalesentre las élites y el resto de la población

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[...] la segregación y el modelo de obvia separaciónque tuvo lugar en las décadas recientes puede servisto como una reacción a la expansión del mismoproceso de democratización, ya que funciona paraestigmatizar, controlar y excluir a aquellos que ha-bían forzado su inclusión como ciudadanos, conderechos plenos para participar en modelar el fu-turo de la ciudad y de su entorno.

TERESA CALDEIRA, City of walls (2000: 255)

La existencia de un equilibrio de baja eficiencia yalta desigualdad es resultado de una lucha de cla-ses [...] pero una lucha de clase que no se da en lospatios de las armadoras de automóviles en el ABCpaulista, como muchos pensaban, y sí en el diseñode nuestra política educativa. En las diferenciasentre la prioridad del financiamiento de la educa-ción pública primaria y secundaria y la de otrosrubros de gasto estatal. Y, por consiguiente, en ladiferencia entre lo que se aprende en las mejoresescuelas particulares de las grandes metrópolis delSudeste y en las escuelas públicas de sus periferias,o en la caatinga del Piauí, o en las márgenes de losigarapés amazónicos.

FRANCISCO FERREIRA, “Os determinantesda desigualdad de renda no Brasil: luta de clases

ou heterogeneidad educacional” (2000: 15)

Charles Tilly ha dicho que las desigualdades persistentes seorganizan en torno a categorías pareadas como hombre/mujer,negro/blanco, ciudadano/extranjero, etc. A lo largo de la historiade América Latina han existido diversas categorías de ese tipo:peninsular/indio, blanco/negro, gente de razón/gente inculta,hacendado/campesino, moderno/tradicional, integrados/margi-nados, mestizos/indígenas, incluidos/excluidos y tantas otras.Muchas veces las categorizaciones desbordan los esquemas bi-narios y se forman tríadas (blanco-cholo-indígena, blanco-mula-to-negro) o se construyen categorizaciones con muchos elemen-tos, como las diferenciaciones étnicas de la colonia o la infinidadde matices de color en el Brasil contemporáneo. Lo que es másimportante no es la mera existencia de las categorías, sino losprocesos sociales que las crean y las cuestionan, los límites quelas separan y los flujos de recursos que las atraviesan. En esecontexto, la distancia merece un lugar destacado en el estudio dela desigualdad. No la simple distancia física, sino la lejanía y la

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desconexión construidas mediante dispositivos sociales, econó-micos, políticos y culturales que separan, marcan diferencias,distinguen y contribuyen a la distribución asimétrica de la ri-queza, el poder, el prestigio y el bienestar. Es una distancia quelevanta barreras simbólicas y emocionales entre los grupos so-ciales, regulando el tipo de interacciones que se presentan entreellos (Elias, 2006: 226).

En la gran mayoría de los países de América Latina las élitesse encuentran alejadas del resto de la población. Puede ser ladistancia geográfica que aísla a las zonas indígenas apartadas deChiapas, la costa atlántica de Nicaragua o la Amazonía, carentesde infraestructura mínima de comunicaciones, o la distancia fí-sica marcada por muros, rejas y guardias de los condominiosfechados de São Paulo, descrita por Teresa Caldeira en su inquie-tante libro City of walls, o la distancia educativa que distingue aquienes estudiaron posgrados en el extranjero o en las mejoresuniversidades de Buenos Aires, Monterrey, Río de Janeiro o Bo-gotá. Esta distancia ha tomado diferentes formas a lo largo delos siglos, desde la distinción metafísica que se expresaba en lacolonia en las discusiones acerca de si los indígenas tenían alma,hasta las diferencias actuales en capital simbólico entre quieneshablan inglés, terminaron estudios universitarios y se conectande manera cotidiana y rápida a Internet y quienes no saben leery escribir o apenas cursaron los primeros años de primaria. Qui-zás en la época colonial existían muchos espacios de convivenciamulticlasista, en los que se mezclaban distintos grupos sociales,pero existían signos ornamentales y reglas de etiqueta que deja-ban claro quién era quién, de modo que la cercanía física eracontrarrestada por barreras emocionales y culturales. Posterior-mente, cuando se pierde la claridad de las diferencias estamen-tales, se construyen otras formas de distancia y separación quereproducen las asimetrías sociales.

Ha habido variaciones, cuestionamiento de algunas barre-ras, construcción de otras nuevas y diversos intentos de cons-truir puentes e interacciones que reduzcan las distancias socia-les. Algunos de ellos han sido de gran importancia, como el pro-ceso de independencia que borró la mayor parte de lasdistinciones legales marcadas por los regímenes coloniales, lasdiversas revoluciones que se inspiraron en proyectos de justiciasocial (México, Bolivia, Cuba, Nicaragua), las cruzadas educati-

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vas del siglo XX o los más recientes proyectos de ciudadanía mul-ticultural en Colombia, Bolivia, Ecuador, Brasil y otros países.Pese a los alcances de estos esfuerzos, las distancias y las barre-ras han persistido en la mayoría de los casos, no porque se ha-yan mantenido inmutables, sino porque se han transformadopara reproducirse.

Consideremos, en primer lugar, la cuestión de la distanciafísica y de las barreras materiales asociadas a ella. Cuando loseconomistas miden los diferentes factores que repercuten sobrela desigualdad de ingresos, encuentran que en América Latina ellugar de residencia es un componente central. Es muy distintovivir en una gran ciudad de millones de habitantes que en unpequeño poblado con unas cuantas decenas de familias. En elcaso de México, en el Distrito Federal el ingreso per cápita en elaño 2000 fue de 22,816 dólares anuales, es decir, similar al quetienen muchos países desarrollados de Europa, mientras que unestado eminentemente rural como Chiapas tuvo un ingreso percápita de sólo 3,549 dólares, similar al de muchos de los paísesde las regiones más pobres del mundo en África y Asia, esto sinconsiderar las diferencias que hay dentro de cada una de estasfederativas.5 De acuerdo con un estudio del BID en 11 países deAmérica Latina, a finales de los noventa los salarios en las zonasrurales eran entre un 13 y un 44 % más bajos que los salariosurbanos, presentándose las mayores diferencias en Brasil y Méxi-co, los dos países que tienen las ciudades más grandes de la re-gión (Eckstein y Wickam-Crowley, 2003a: 14).

Vivir en el campo en América Latina es una gran desventaja,significa estar alejado de las principales oportunidades educati-vas y de empleo. No es una cuestión de kilómetros, sino del esta-do de la infraestructura de comunicaciones (carreteras, energíaeléctrica, teléfonos, otro tipo de telecomunicaciones) y de la con-centración de las instalaciones productivas, educativas, guber-namentales, de salud, culturales, etc. A lo largo de siglos se hanacumulado disparidades de recursos entre la capital y las pro-vincias, la costa y el interior o el campo y la ciudad, configuran-do un estilo de desarrollo con sesgo centralista y anticampesino.A ello hay que añadir los estigmas que recaen sobre la poblaciónrural, especialmente si es indígena. La distancia espacial entrelos grupos sociales no es mero accidente geográfico, tiene unahistoria política y cultural, que es la de los grupos indígenas que

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se refugiaron en zonas apartadas para evitar ser explotados enlas reducciones, haciendas y encomiendas, o la de los negros quehuyeron hacia los quilombos para evitar la esclavitud. Pero tam-bién es la historia de décadas y décadas de abandono en los pre-supuestos públicos: los pobres, en tanto que eran distintos cultu-ralmente, podían ser olvidados con facilidad, podían recibir ser-vicios de menor calidad o inversiones menores. O aunque noexistieran estas consideraciones racistas, no estaban plenamen-te incluidos en la comunidad política hegemónica, eran ciuda-danos de segunda clase y, por lo tanto, sus voces no se escucha-ban. En ocasiones la distancia fue mantenida a propósito, peroquizás en la mayoría de los casos fue resultado de la acumula-ción paulatina de indiferencias, olvidos, pequeños descuidos yasignaciones cotidianas de recursos, que a la larga configuraronpatrones de alto contraste entre el campo y la ciudad en la ma-yor parte de América Latina. Ahora, aunque desaparecieran losestigmas, los prejuicios y otras barreras simbólicas que afectana la población rural, quedarían las barreras materiales de la dis-tancia y la falta de equipamiento, que sólo podrían disminuirmediante esfuerzos de descentralización de poderes y recursos;tomaría décadas revertir, aunque sea en parte, esta dimensiónde la desigualdad construida en el transcurso de siglos. Cansa-dos de esperar que se produzca esto, los habitantes del campolatinoamericano desde hace tiempo han iniciado millones deaventuras migratorias, transitorias o definitivas, hacia las ciuda-des, hacia zonas con mayor desarrollo agrícola y, cada vez más,hacia países fuera de la región.

Llegar a las ciudades permite acercarse a las fuentes de em-pleo y a mejores oportunidades educativas, pero no garantizauna disminución de la distancia con respecto a los sectores do-minantes, porque el tejido urbano produce otras formas de dis-tanciamiento y exclusión, ya sea por las carencias de las perife-rias marginadas y la dificultad del traslado desde ellas hacia loscentros de trabajo, o por la segmentación que se refuerza en laszonas urbanas en las que hay mayor contigüidad geográfica en-tre los barrios pobres y los barrios de clase media y alta. La res-puesta de los sectores privilegiados frente a la migración y lademocratización de las ciudades de América Latina ha sido,muchas veces, la creación de zonas residenciales y de esparci-miento aisladas y protegidas (Caldeira, 2000: 1).

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Antes, el temor de las élites a mezclarse con los pobres, conlos negros y con los indígenas se conjuraba mediante una grandistancia geográfica y el uso abierto de estereotipos étnicos ylenguaje discriminatorio. Esto, aunque persiste, se hace más di-fícil en la época actual, en sociedades de masas con eleccionesperiódicas y lenguajes políticamente correctos. En ese contexto,la distancia educativa se convierte en una de las mejores armasde distinción. Durante las últimas décadas América Latina expe-rimentó una notable extensión de la cobertura educativa y seincrementaron los años promedio de escolaridad. El cuadro si-guiente muestra los niveles de cobertura educativa que se hanalcanzado en los países de la región.

AQUÍ CUADRO 2.5Con excepción de Haití, los países de América Latina y el

Caribe tienen indicadores superiores al promedio de los paísesmenos desarrollados y, en muchos casos, superiores también alpromedio de los países en vías de desarrollo. La inscripción aprimaria y secundaria creció en la mayoría de los países entre1990 y 2001. Pese al incremento en la escolarización, muchasdesigualdades educativas han persistido. En primer lugar, pre-valece un porcentaje de analfabetismo que es vergonzoso en so-ciedades con los niveles de desarrollo latinoamericano. Paísescon pocos recursos, como Cuba y Costa Rica, tienen porcentajesmenores de analfabetismo que países con cuantiosos recursos,como México y Brasil. El analfabetismo juvenil es todavía muyalto en Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala, El Salvador yRepública Dominicana. En segundo lugar, en las zonas ruralesapartadas el rezago educativo es mucho mayor. En tercer lugar,aunque en las generaciones más jóvenes América Latina está cercade la cobertura universal para la escuela primaria, no ocurre lomismo con la enseñanza media, que sigue siendo una barrerainfranqueable para los segmentos más pobres de la población.Se calcula que cerca de la mitad de los estudiantes que se inscri-ben a la educación media no terminan este ciclo educativo. Esteembudo se sigue estrechando en la transición hacia la educaciónuniversitaria, a la que sólo accede un sector minoritario. En tér-minos comparativos, la mayor parte de los países de AméricaLatina se encuentran rezagados no sólo frente a los países de laOCDE, sino también frente a varios países asiáticos que han lo-grado avances impresionantes en el terreno educativo.

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El problema central de la desigualdad educativa en AméricaLatina no está sólo en la disparidad de la cobertura, sino en lasdiferencias de calidad. Las tasas de inscripción crecieron muyrápido, pero es baja la calidad en la mayoría de las escuelas pú-blicas. Los índices de aprovechamiento, reprobación y deserciónson altos. Los especialistas reportan que buen número de losestudiantes que ingresan en secundaria acarrean serias deficien-cias de lecto-escritura y tienen problemas con el manejo de lasoperaciones matemáticas básicas (Gallart, 1999: 123). No seríaexagerado decir que en buena parte de América Latina hay undualismo en la estructura educativa. Por un lado, existe un ca-mino privilegiado para las clases medias y altas, que tienen acce-so a educación privada —y a veces pública— de alta calidad des-de el preescolar hasta la educación media, para después ingresarcon relativa facilidad en las mejores universidades públicas gra-tuitas o en universidades privadas de buena calidad. Por el otro,la mayoría de la población tiene menos años de preescolar y des-pués sólo tiene la opción de educación primaria y media de cali-dad inferior, ya sea en escuelas públicas o en privadas de menorcategoría. Al momento de llegar a los exámenes de ingreso a laeducación superior, la mayoría de los pobres son derrotados enuna competencia limpia, pero profundamente injusta, porquesu desempeño de los exámenes no es más que el resultado lógicode años previos con educación deficiente. Muchos dejan los es-tudios y las familias de otros logran pagar su educación en uni-versidades privadas. No obstante, también hay un sector de es-tudiantes de bajos recursos que, pese a todas las adversidades,tienen un excelente nivel y entran en las universidades públicas.

Una de las grandes paradojas educativas de América Latinaes que muchos de los hijos de los ricos y de las clases mediasresultan beneficiados por la universidad pública, gratuita o debajo costo. No se han encontrado fórmulas que permitan preser-var la universidad pública sin reproducir este privilegio. En elpapel, quizás la solución sería muy sencilla: quienes tienen me-dios suficientes deberían pagar por la educación superior, lo quedaría recursos adicionales para costear la educación de estudian-tes que no pueden hacerlo, e incluso ofrecer becas para que losde menores recursos puedan vivir plenamente dedicados a sucarrera. Pero esto ha sido imposible por la dinámica política máscomún en las universidades latinoamericanas. Hay que recordar

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que las dictaduras militares y los gobiernos de derecha siemprehan visto como enemigos a las universidades públicas, no por ladesigualdad social que cristalizan, sino por las posiciones ideo-lógicas y políticas que predominan en ellas. A su vez, las izquier-das y los movimientos estudiantiles han defendido a rajatabla elcarácter gratuito y subsidiado de la universidad pública, en par-te con el argumento válido de que es la única opción para mu-chos estudiantes de bajos ingresos, y en parte como estrategia deprotección corporativa de intereses y feudos. El resultado netode esta contienda es que, al mismo tiempo que algunos estudian-tes pobres obtienen educación superior gratuita, muchos miem-bros de las clases medias y altas obtienen el mismo beneficio. Laotra consecuencia es que muchas universidades públicas de laregión tienen el estigma de no tener buena calidad. Los egresa-dos de ellas están bien formados y tienen las conexiones apro-piadas pueden superar el estigma y conseguir buenos empleos,pero muchos nunca lo logran, en particular quienes vienen delos sectores más humildes.

Hace poco se hizo un estudio muy llamativo en Chile, quesiguió la trayectoria profesional de 400 ingenieros egresadosdurante los últimos 15 años. El estudio encontró que, teniendolas mismas calificaciones escolares, los que venían de barriospobres, estudiaron en colegios municipales y tenían menos re-des sociales ganaban menos, incluso un 50 % menos, que loseducados en las mejores escuelas de Santiago y que tenían ape-llidos identificados con la élite (Núñez y Gutiérrez, 2004). Elaprovechamiento escolar contaba menos que el origen social.Esto ocurrió en Chile, uno de los países más modernos de laregión y que realizó profundas reformas educativas. Sería exa-gerado generalizar y suponer que en todos los casos el mercadolaboral opera con discriminaciones de este calibre, por lo gene-ral opera un mecanismo más sutil e impersonal, que garantizaque los miembros de las clases dominantes tengan, en prome-dio, mayores calificaciones académicas, fruto de toda una vidade acceso a mejores escuelas y a otras formas de capital simbóli-co. Pero el ejemplo de los ingenieros chilenos sirve para destacarotra de las dimensiones de la desigualdad en América Latina: lasdisparidades en capital social.

Como todos los conceptos que se ponen de moda, la nociónde capital social ha dado lugar a muchos equívocos. Es frecuen-

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te oír que los más pobres están en desventaja porque tienen me-nos redes sociales, como si el problema fuera sólo la cantidad decontactos. La realidad latinoamericana desafía esa afirmaciónsimplista, porque uno de los principales recursos que tienen lospobres son las redes familiares, étnicas y vecinales. Baste recor-dar el clásico estudio de Larissa Lomnitz (1975) sobre las estra-tegias de sobrevivencia de los habitantes de una barriada popu-lar de Ciudad de México. Un estudio reciente en Panamá encon-tró que los indígenas son el sector de población que tiene lasredes más densas de capital social (Davis, 2002: 232-233). El pro-blema de América Latina no está en la cantidad del capital so-cial, sino en la distancia que existe entre las redes de la élite y lasredes del resto de la población. Hay poca interacción entre ellas,los grupos dominantes son muy impermeables y el acceso a suscircuitos es casi imposible para la gente común y corriente, quesólo accede a ellas por la mediación de instancias clientelares o através de interacciones marcadas por el distanciamiento queproducen la deferencia, la verticalidad de las jerarquías y las téc-nicas de la distinción. Tal vez uno de los pocos casos en los quese da una convivencia horizontal entre la élite y otros grupossociales es entre los estudiantes de las universidades públicas, yesto con varias limitaciones. Pero prevalecen la distancia y elaislamiento, o la mayoría de los encuentros reproducen las fron-teras sociales, que se valen de los rangos, la ropa, el color de lapiel, la manera de hablar y el lenguaje corporal para señalar yreconstruir las desigualdades. En el nivel individual esas fronte-ras pueden ser franqueadas por personas de origen modesto quelas cruzan gracias a la formación escolar o al éxito económico,pero las distancias entre grupos permanecen.

Las disparidades en capital social resultan decisivas al mo-mento de ingresar al mercado de trabajo. Quienes no tienenamigos o familiares que ocupen posiciones relevantes difícilmentevan a acceder a empleos con perspectivas de alta movilidad so-cial, independientemente de sus capacidades. Incluso el ingresoa puestos de menor jerarquía en el sector formal de la economíaes difícil sin los contactos adecuados. Dentro de los centros detrabajo tiende a reproducirse la distancia social: están muy mar-cadas las fronteras entre el trabajo repetitivo y el trabajo creati-vo, entre las labores manuales e intelectuales y entre las activida-des de ejecución y las de dirección, lo que se traduce en una

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polarización en términos de status y salario. Las etnografías decentros laborales en los que se han introducido recientementenuevos sistemas de organización del trabajo, de inspiración ja-ponesa, muestran que el peso de las jerarquías ha obstaculizadoel empoderamiento de los trabajadores operativos y la horizon-talidad de las relaciones laborales, incluso en empresas que hantratado de lograr ese objetivo (Reygadas, 2002).

Las enormes distancias que existen entre la base y el vérticede la pirámide social en América Latina hacen que el ascenso decada escalón sea muy difícil, además de que son abruptos losdiferenciales de ingresos entre cada uno de ellos. Las disparida-des y las barreras a la entrada se hacen mayores conforme seasciende hacia la cúspide. Puede ser relativamente sencillo subirde categoría laboral dentro del trabajo manual (en la agricultu-ra, en la industria de la construcción, en el trabajo fabril), peroes más complicado romper la barrera que separa al trabajo pre-dominantemente manual del intelectual. Quienes cruzan estabarrera pueden escalar posiciones en trabajos de supervisión ode complejidad media, pero difícilmente podrán alcanzar pues-tos directivos o de alta complejidad profesional. Por último, enel mundo directivo y de los profesionales existe una nueva fron-tera para llegar hacia las posiciones de élite en los negocios pri-vados y en la administración pública, pero también en ámbitosaparentemente más igualitarios como los partidos políticos, lasuniversidades o las organizaciones no gubernamentales. Paracruzar todas estas barreras cuentan las credenciales escolares ylas capacidades individuales, pero también existen filtros de gé-nero, de origen social, de pertenencia étnica y de capital social.Es interesante el caso de muchas mujeres latinoamericanas, queen los últimos años han conquistado posiciones relevantes endiversos campos de la vida económica y política, pero que hantopado con techos de cristal para llegar a las posiciones más pro-minentes. Lo mismo le ha ocurrido a los indígenas y a los ne-gros, salvo muy contadas excepciones.

Los latinoamericanos han cuestionado las barreras que sepa-ran a la élite del resto de la población. La historia de la regiónregistra numerosos intentos por acortar las distancias y removerlos obstáculos a la igualdad. En esos intentos hay que incluir nosólo las protestas y rebeliones con contenido igualitario, que sonampliamente conocidas, sino también la resistencia cotidiana y

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los esfuerzos individuales y grupales por mejorar la propia situa-ción. Entre ellos se encuentra la migración y las iniciativas loca-les de mejoramiento, que tratan de reducir las desventajas devivir en pequeñas comunidades aisladas. Mención aparte mere-cen las estrategias familiares para elevar el nivel educativo de loshijos. También la crítica cotidiana a las élites mediante el uso dela ironía y distintas estrategias simbólicas de deslegitimación delos privilegios. En las ciudades, los sectores populares han trata-do de conquistar espacios, construir viviendas dignas y reducirla segregación urbana. Así como hay procesos de exclusión ymarginación, también hay procesos de inclusión y des-segrega-ción (Peralva, 2000). Pese a la persistencia y la tenacidad de losesfuerzos para traspasar y derribar las fronteras entre los gru-pos sociales, no han sido suficientes para transformar de mane-ra profunda las estructuras de distanciamiento y estratificaciónsocial, que se han reconstruido en la historia latinoamericana, loque ha llevado a muchos a caracterizar a los países de AméricaLatina como sociedades duales.

2.3. América Latina: ¿dos sociedades en una?

Esto puede sintetizarse en una imagen a la que hanrecurrido con frecuencia los estudiosos de Améri-ca Latina: el dualismo. Muchos países han sidodualistas desde la época colonial; otros, que no loeran, como la Argentina y Chile, se volvieron dua-listas en las dos últimas décadas; actualmente sóloCosta Rica y Uruguay no se amoldan a esta catego-ría. El concepto de dualismo evoca la coexistenciade dos mundos separados dentro de las fronterasde un mismo país. Uno es el mundo de los ricos, asícomo el los sectores de la clase media y de la claseobrera que han podido alcanzar niveles razonablesde ingreso, vivienda, seguridad personal y otros bie-nes conexos. Otro es el mundo de los desposeídos,compuesto predominante aunque no exclusivamen-te por los pobres. [...] Pero, contra las concepcio-nes simplistas del dualismo, hay que agregar queesos dos mundos no están desvinculados; están es-trechamente conectados: tanto, que no pueden en-tenderse si no se tienen en cuenta esas conexiones.

GUILLERMO O’DONNELL, “Pobreza y desigualdaden América Latina. Algunas reflexiones políticas”

(1999: 77-78)

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Las líneas anteriores, tomadas de un artículo de GuillermoO’Donnell, parecen estar atravesadas por una fuerte tensión: pormomentos parece defender la tesis del dualismo, pero despuésse aleja de ella. La tensión reaparece unas páginas más adelante,cuando dice:

El concepto de dualismo, como toda dicotomía, es una simplifi-cación de limitada utilidad. Sirve para subrayar que en nuestrospaíses existen dos polos y que éstos se han ido distanciando en-tre sí, pero ignora varios elementos de la población que en reali-dad no pertenecen a ninguno de esos dos polos. [...] pese a lasimplificación que extraña, la imagen del dualismo sigue siendoválida para América Latina, y ahora más que nunca [O’Donnell,1999: 86].

La tensión no debe a atribuirse a la indecisión de O’Donell,sino que refleja las enormes brechas que existen dentro de lamayoría de los países de América Latina. La imagen del dualis-mo está presente por doquier, desde los textos de Gino Germaniy Medina Echavarría sobre la transición de la sociedad tradicio-nal a la moderna (Germani, 1962: 156-167; Medina Echavarría,1964: 24-25) y los de DESAL acerca de la superposición culturaly la marginación (DESAL, 1969), hasta el conocido libro de Gui-llermo Bonfil (1989) sobre la oposición entre el “México profun-do” (indígena) y el México occidentalizado; se encuentra en losestudios sobre los contrastes entre las favelas y el mundo delasfalto en Brasil, en las teorías del colonialismo interno, y en lasdicotomías entre tradición-modernidad, economía formal-eco-nomía informal. También se encuentra en muchas expresionesartísticas y culturales: en las clásicas películas de Pedro InfanteNosotros los pobres y Ustedes los ricos (dirigidas por Ismael Ro-dríguez, 1947 y 1948, respectivamente), en las narraciones deGabriel García Márquez y en innumerables canciones popula-res. Pero, al mismo tiempo, se revelan por todos lados las imbri-caciones y las superposiciones entre esos dos mundos, que nun-ca han sido autónomos, pero tampoco consiguen integrarse ple-namente. Así, Néstor García Canclini (1991) habla de culturashíbridas, Janice Perlman (1976) y José Joaquín Brunner (1978)derribaron desde los años setenta el mito de la marginalidad ydiversos análisis muestran el entrecruzamiento entre la econo-mía formal y la economía informal. La simultaneidad entre se-

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paración y vínculos reaparece una y otra vez en las imágenes queofrecen los artistas y las industrias culturales, la literatura y lastelenovelas. La tensión persiste. ¿Pertenecen al mismo mundolos niños de la calle y los supermillonarios latinoamericanos?¿Hay lazos que conecten a los campesinos de las zonas más apar-tadas con las clases altas que se aíslan en vecindarios amuralla-dos? Sí y no. Hay dualismo, pero no entre entidades separadas,sino entre dos caras de una moneda, indisolublemente ligadas.Aparentemente siguen caminos paralelos, que nunca se tocan,pero no se explican el uno sin el otro. Más que dualismo, es unapolarización extrema, en la que las instancias de mediación re-producen las asimetrías y las distancias.

En el corazón de las desigualdades de América Latina se en-cuentra una estructura económica polarizada, que de manerapersistente, re-produce inserciones privilegiadas y precarias enlos circuitos de generación y distribución de la riqueza. La pola-rización se presenta en varios niveles: 1) entre unidades econó-micas, 2) en la distribución de la riqueza dentro de las unidadeseconómicas, y 3) en los patrones de consumo. Estos diferentesniveles se articulan para formar lo que diversos autores han lla-mado “una suerte de economía de desigualdad como rasgo esen-cial” (Vuskovic, 1996: 67), “una pauta histórica de desarrollo es-tructuralmente desequilibrado y socialmente excluyente” (Alti-mir, citado en O’Donnell 1999: 77).

“Aquí no hay productores medianos, sólo pequeños y gran-des”. Así se expresó un agricultor guatemalteco al hablar del cul-tivo de productos agrícolas no tradicionales en su región. Y noandaba muy lejos de la realidad: en Guatemala el índice de Ginide concentración de la tierra es de 0,850, cifra que implica unaescisión tremenda entre unas cuantas fincas de gran extensiónfrente a decenas de miles de pequeñas parcelas familiares, lamayoría menores de una hectárea (Hamilton y Fischer, 2003: 86y 89). El campo guatemalteco es un ejemplo de la enorme polari-zación entre unidades económicas en América Latina, dondedestaca el contraste entre el segmento más dinámico y producti-vo, formado por un reducido sector de empresas grandes y me-dianas, orientadas hacia la exportación o hacia el consumo delos sectores altos y medios, que opera en gran escala, empleapersonal calificado, utiliza tecnologías intermedias o de punta ydispone de financiamiento, mientras que, en el otro extremo,

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existe una enorme cantidad de micronegocios y pequeñas em-presas con limitaciones financieras, baja productividad y tecno-logía precaria. Entre estos dos polos existen innumerables vín-culos. Uno de los más evidentes es que los trabajadores de lasgrandes empresas provienen de familias que se encuentran in-mersas en el sector informal, cuya existencia contribuye a redu-cir los salarios y las prestaciones en el conjunto de la economía.Por otro lado, las grandes corporaciones y las pequeñas unida-des económicas se encuentran conectadas mediante redes desubcontratación; no es que estén aisladas, sino que se conectanen términos favorables a los sectores oligopólicos.

Los economistas han construido modelos que replican el fun-cionamiento de las economías dualistas (Lewis, 1954; Rannis,1988; Hernández Laos y Velásquez, 2003). Destacan la existen-cia de dos sectores: uno tradicional (agrícola y/o urbano), orien-tado bajo la lógica de la subsistencia familiar, con tecnología atra-sada, uso intensivo de mano de obra y esquemas organizativossimples; y otro moderno, orientado por la ganancia, que empleatecnología más avanzada y esquemas organizativos complejos.Dichos modelos se fincan en la existencia abundante de manode obra, que presiona los salarios hacia la baja en ambos secto-res, aunque en el segundo pueden ser más altos debido a la ma-yor productividad. Los teóricos de las economías dualistas seña-lan que generan una alta desigualdad de ingresos, que inclusopuede exacerbarse en las fases de transición hacia una econo-mía no dualista, porque aumentan los ingresos de los sectoresque se van modernizando, pero predicen que a la larga esa des-igualdad disminuirá, en la medida en que el sector moderno vayaabsorbiendo la mano de obra excedente y desaparezca la duali-dad. Lo que estos teóricos no explican es por qué en AméricaLatina el dualismo ha persistido durante tanto tiempo y por quéel crecimiento económico no ha producido la convergencia delingreso que predicen los modelos. El funcionamiento concretode las economías no opera en el vacío social, está incrustado enrelaciones sociales específicas que inciden sobre los niveles desalarios y ganancias y sobre la articulación entre los sectores.

En el caso de América Latina la persistencia de una econo-mía polarizada tiene que ver, por un lado, con las dificultades delsector moderno para crecer de manera sostenida y absorber losexcedentes de mano de obra. Esta dificultad se asocia con el

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hecho de que ese sector ha operado en condiciones de asimetríaen sus relaciones con las economías desarrolladas, funcionandomuchas veces como enclaves orientados a la exportación o alconsumo de las clases medias y altas, con articulaciones débilescon el conjunto de la economía y empleando tecnologías ahorra-doras de mano de obra, lo que limita su capacidad para generarempleos directos e indirectos, de modo que los salarios en esasunidades también son bajos, no así las ganancias de los empre-sarios. Por otro lado, la persistencia de la polarización tiene quever con distancias físicas, culturales y sociales que constituyenbarreras a la entrada al sector moderno. Albert Hirschman, unlúcido y original teórico del desarrollo, mostró que en los siste-mas económicos que ofrecen pocas oportunidades de “voz”, lalealtad disminuye y los agentes privilegian opciones de “salida”(Hirschman, 1970). Ante un sector formal que ofrece pocas opor-tunidades de inclusión y casi todas las que ofrece son precarias,muchos latinoamericanos no tienen otra opción que permane-cer en actividades agrícolas tradicionales o en la economía infor-mal urbana, con bajos niveles de productividad y obteniendoingresos cercanos al nivel de subsistencia.

La perseverancia de la asimetría entre sectores de la econo-mía se refuerza con la polarización de los ingresos dentro de lasunidades económicas. La distribución de la riqueza dentro deuna empresa, una dependencia gubernamental, una universidado una organización no gubernamental tiene que ver con cuestio-nes de oferta y demanda y con la productividad de cada partici-pante, pero también con estructuras de poder y condicionantesculturales. En el caso de América Latina, esta distribución tien-de a ser mucho más polarizada que en otras regiones.

México es un buen ejemplo de las enormes disparidades enlas remuneraciones, en particular entre la cúspide de la pirámi-de y el resto. Esta disparidad se presenta tanto en el sector priva-do como en el público y en el social. En el ámbito empresarial,en 2001 los directores generales de compañías líderes (ingresossuperiores a 500 millones de dólares) tuvieron en México remu-neraciones promedio de 866.666 dólares anuales, que se encon-traban entre las más altas del mundo, superadas sólo por Esta-dos Unidos (1.933.000 dólares anuales) y Argentina,6 aunque enArgentina disminuyeron después de la crisis de finales de eseaño. Lo que es sorprendente es que altos ejecutivos mexicanos

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ganen más que los de países mucho más ricos, como Alemania,Japón o Canadá. Este patrón se repite en el sector gubernamen-tal: en 2002, en México los secretarios de Estado (nivel equiva-lente a ministros) tuvieron remuneraciones promedio de 179.200dólares, muy superiores no sólo a lo que recibieron sus contra-partes en países desarrollados, sino más que lo que ganaron losprimeros ministros de Gran Bretaña (167.000 dólares) y España(77.000 dólares). Los subsecretarios de Estado en México (nivelinmediatamente inferior a secretario o ministro) ganan un 45 %más que sus contrapartes estadounidenses, más del doble quelos alemanes, ingleses o franceses y más del triple que los espa-ñoles.7 Algo similar ocurre en el ámbito parlamentario, en don-de no sólo los senadores y diputados federales tienen salariosmuy altos, incluso los diputados locales tienen ingresos mayoresque los de países desarrollados.8 La desmesura de los ingresosde ejecutivos, ministros y diputados es mayor si se contrasta conel salario promedio en el sector formal en México, que es de sólo6.000 dólares anuales.9 El hecho de que estos diferenciales en lasremuneraciones se presenten en diversas ramas de la economíay durante gobiernos encabezados por distintos partidos sugiereque se trata de un patrón común, propio de una sociedad que hatolerado grandes disparidades de ingresos. En todos los paíseslos empresarios, directivos y políticos tienen ingresos superioresal promedio, pero en cada país son diferentes los umbrales delegitimidad de esas disparidades (Kelley y Evans 1993: 76), sien-do un rasgo distintivo de América Latina permitir asimetrías deesa magnitud, no necesariamente porque la mayoría esté de acuer-do con ellas, sino por la correlación de fuerzas que ha prevaleci-do históricamente. Así, más que un dualismo, lo que existe esuna estructura de remuneraciones en la que la cúspide de la pi-rámide laboral se apropia de una porción enorme de los ingre-sos, que tiene como contraparte que el resto de los trabajadoresy empleados perciba sueldos muy bajos. Los altos ingresos deunos no se explican sin la precariedad de los otros, y viceversa.

El tercer eslabón de la cadena causal de la polarización eco-nómica en América Latina es la escisión de las esferas de consu-mo. Como se mencionó antes, los sectores más ricos tienen unaproporción enorme de los ingresos de los países de la región, quese expresa también en la capacidad de consumo. El siguientecuadro contrasta las porciones del ingreso o del consumo nacio-

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nal que tienen los más pobres y los más ricos en diferentes paí-ses de América Latina.

AQUÍ CUADRO 2.6Las diferencias son enormes. El 10 % más rico concentra

entre una tercera parte y la mitad del consumo total (entre el30,3 y el 48,8 %). La proporción entre el 10 % más rico y el 10 %más pobre alcanza magnitudes escandalosas en algunos países:Honduras 91,8 veces, Paraguay 91,1 veces, Nicaragua 70,7 ve-ces, Brasil 65,8 veces. Los países de la región que tienen menoresdisparidades entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre son:Jamaica 11,4 veces, Ecuador 15,4 veces, República Dominicana17,7 veces, Uruguay 21,6 veces y Costa Rica 20,7 veces. No obs-tante, son grandes si se comparan con los países con menoresdesigualdades en otras regiones: en Asia (Japón 4,5, Corea 7,8,India 9,5), países nórdicos (Finlandia 5,1, Noruega 5,3, Dina-marca 8,1), Europa del Este (Hungría 5,0, República Checa 5,2,Eslovenia 5,8). (UNDP, 2003: 282-285).

En América Latina no sólo se trata de una diferencia en elmonto del consumo, sino que en algunos casos parecen haberseformado dos esferas de consumo con cierta autonomía entre ellas.En el caso de los productos primarios el consumo de los másricos es sólo dos o tres veces mayor que el de los más pobres,pero en el caso de los bienes industriales no perecederos y de losservicios, el consumo de los más ricos puede ser decenas o cen-tenas de veces mayor que el de los sectores de bajos ingresos(Vuskovic, 1996: 76-77). Parecería que algunas empresas se es-pecializan en abastecer a los sectores de ingresos medios y altos,mientras que otras se enfocan al conjunto de la población. Estoexplica el paradójico fenómeno de que en los últimos 20 años delsiglo XX, pese al deterioro de muchas economías latinoamerica-nas, se incrementó el consumo de muchos productos suntua-rios, desde autos deportivos y de lujo hasta ropa de diseñador,pasando por un sinnúmero de artículos importados que se con-virtieron en emblemas de la apertura de las clases medias y altasa la globalización.

La polarización en el consumo es un producto de la desigual-dad de ingresos, pero también contribuye a re-producirla. Lasempresas nacionales que abastecen a los sectores de altos ingre-sos no pueden hacer muchas economías de escala, porque seocupan de una franja muy pequeña de la población. Para afron-

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tar la competencia extranjera recurren con frecuencia a la venta-ja de los bajos salarios. Cuando, a pesar de ello, no pueden com-petir, se convierten en simples intermediarios de la importaciónde bienes no perecederos y artículos de lujo. En la mayoría delos casos, su actividad tiene pocos efectos multiplicadores sobreel resto de la economía. Por su parte, las empresas que se orien-tan al consumo popular atienden a un mayor número de consu-midores, pero con poco poder de compra. Se forma una “econo-mía de la pobreza” (Pérez Sainz, 2004), con pocas posibilidadesde expansión y débilmente articulada con los sectores más diná-micos de la economía. De esta manera la desigualdad tiene efec-tos perversos sobre el desarrollo económico.

Las disparidades en el consumo se convierten en disparida-des de status. En América Latina se ha reportado la fuerza quetiene el consumo ostentoso de los ricos (O’Donnell, 1999). Enparte es más notorio porque contrasta con la pobreza del entor-no, pero también porque se ha utilizado como emblema pararemarcar las distancias sociales. Sin embargo, no hay que olvi-dar que las clases medias y populares latinoamericanas han he-cho esfuerzos impresionantes para incrementar su consumo dealgunos bienes que son símbolo de modernidad y status, con elfin de no ser menospreciadas, aunque esto las arrastre en untorbellino de consumismo y endeudamiento. Los ejemplos so-bran, pero quizás el más conocido sea el de las antenas aéreas detelevisión saliendo de casas muy pobres. Después, cuando sur-gieron las primeras antenas parabólicas de televisión, algunasciudades latinoamericanas se llenaron de ellas. También es co-nocido que una parte considerable del dinero de las remesas delos migrantes se destina a la compra de electrodomésticos y au-tomóviles y a la construcción de viviendas, que son importantesmarcadores de status. Cuando no hay recursos para compraralgunos bienes, el ingenio puede hacer maravillas. Cuando sur-gieron los primeros teléfonos celulares sólo una franja de la po-blación pudo adquirirlos, y muchos jóvenes de clase alta hacíanun uso ostentoso de ellos. Pero al poco tiempo se vendían imita-ciones que no servían para hacer llamadas telefónicas, pero sípara aparentar que se hacían. Sólo varios lustros después se hizomás común el uso de teléfonos celulares. En el caso de la ropa,en América Latina es relativamente fácil hacerse con ropa “demarca”, porque se vende a bajo precio en los mercados calleje-

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ros, ya sea de imitación o auténtica, pero que es más barata gra-cias al contrabando y la evasión de impuestos. Lo mismo ocurrecon videocintas, discos compactos y pequeños electrodomésti-cos, que se vuelven accesibles gracias al contrabando o la pirate-ría. Sin embargo, las clases dominantes tratan de conservar laventaja en el “monopolio de la última diferencia legítima” (Gar-cía Canclini, 2004: 62).

El ejemplo de los esfuerzos populares por acceder al consu-mo de bienes prestigiados permite reflexionar sobre la compleji-dad del dualismo económico en América Latina. No se trata dedos economías, una moderna y una tradicional, una formal yotra informal, una capitalista y otra pre-capitalista, una de lariqueza y otra de la pobreza, sino de una sola economía altamen-te polarizada, pero con múltiples conexiones entre sus diferen-tes componentes. En la época colonial las minas y plantacionesno podían existir sin la mano de obra indígena y negra. Después,los enclaves exportadores dependieron de las enormes reservasde trabajadores. Hoy en día, las maquiladoras y las empresasmodernas se siguen abasteciendo de nuevos contingentes de tra-bajadores jóvenes, buena parte mujeres, que provienen de lasfranjas pobres de la población urbana y rural. El llamado sectorinformal de la economía tiene muchos vasos comunicantes conel sector formal: provee fuerza de trabajo, abarata la reproduc-ción de las familias trabajadoras, contribuye a mantener bajoslos salarios, consume una parte de la producción de las empre-sas modernas, les otorga a éstas mayor flexibilidad mediante lasubcontratación y, en una palabra, es un componente central delproceso de acumulación (Perlman 2004; Portes y Hoffman, 2003;Ward, 2004). Más que una desintegración entre dos sectores ais-lados de la economía, lo que existe es una integración asimétri-ca, con muchos vasos comunicantes, que reproduce las desigual-dades de ingresos.

La existencia de vasos comunicantes entre sectores de la eco-nomía también señala la posibilidad de que la polarización sereduzca. En algunas épocas, en particular en la época de la sus-titución de importaciones, se redujo la brecha entre ambos sec-tores, aumentó la productividad promedio y en varios países cre-cieron los salarios reales. En ese momento las empresas másproductivas tuvieron la capacidad de absorber a millones de lati-noamericanos. Algunos autores señalan que en ese proceso ha-

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bía una tendencia hacia la convergencia y, por tanto, hacia lareducción del dualismo (Altimir, 1999; Hernández Laos y Velás-quez, 2003; Kaztman y Wormald, 2002; Ward, 2004). Esto indi-ca que la polarización no es una característica inmutable quesepara radicalmente dos economías, sino una cuestión de grado,una construcción histórica en la que las distancias entre las uni-dades económicas más avanzadas y las más rezagadas puedenhacerse mayores o menores. Pero esa época aparece más comouna excepción, la tendencia más común ha sido la persistenciade configuraciones económicas muy polarizadas. Esto se encuen-tra relacionado con las disparidades en la conexión con la eco-nomía mundial.

2.4. Asimetrías en la vinculación con la economía mundial

Los flujos de exportación no representan exceden-tes de producción que acompañan a la satisfacciónde necesidades y demandas internas, sino activida-des más bien especializadas, cuyo destino princi-pal (o único) son las ventas al exterior. [...] De esaforma, mucho más que en las economías desarro-lladas, se separan los mercados interno y externo;la eficiencia de las actividades exportadoras no sesustenta en escalas de producción que se apoyenen las demandas internas, sino en salarios suficien-temente bajos para asegurar merced a ellos la com-petitividad en los mercados internacionales, con locual contribuyen también a acentuar la desigual-dad y reducir aún más los mercados internos debienes de consumo difundido.

PEDRO VUSKOVIC, Pobreza y desigualdaden América Latina (1996: 69-79)

El tipo de vínculos que ha tenido América Latina con la eco-nomía mundial, ¿ayudan a reducir la desigualdad o, por el con-trario, la agravan y son una de las causas de las asimetrías y lapolarización en la distribución del ingreso? Se trata de un viejodebate que se ha presentado en diferentes épocas de la historialatinoamericana. Para muchos, los males de América Latina, entreellos la enorme desigualdad social, tienen su origen en la inser-ción subordinada de nuestros países en el mercado mundial,primero como proveedores de metales preciosos y productos

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agropecuarios, y después como exportadores de mano de obrabarata y productos con poco valor agregado. Llamaré a esta ideala tesis del origen externo de la desigualdad, que se encuentramuy arraigada en la región. Frente a ella, existe otra tesis queinsiste en los factores internos que generan la desigualdad, porejemplo el papel de las oligarquías locales, los desequilibrios ylimitaciones de la estructura económica, el racismo y la corrup-ción. Muchas veces, este debate se tiñe de connotaciones ideoló-gicas y políticas. Algunos tratan de culpar a “enemigos exter-nos”, como el colonialismo, el imperialismo yanqui, los organis-mos financieros internacionales o el neoliberalismo. Mientrastanto, la posición contraria achaca toda la responsabilidad a “vi-cios internos”, como la corrupción, las limitaciones de las cultu-ras indígenas e ibéricas, la ineficiencia del gobierno, la voraci-dad de los empresarios nacionales, la improductividad de lostrabajadores, las carencias educativas, etc. (Seligson, 1984: 403-404). Planteado en esos términos, el debate no conduce a mu-cho, porque se queda en el juicio moral sin analizar la compleji-dad de los procesos histórico-sociales. Además, cada posición veuna sola cara de la moneda y no percibe los vínculos que existenentre los factores internos y externos. Existen argumentos quemuestran el peso de los factores internacionales en la configura-ción de sociedades altamente desiguales. Sin embargo, estos fac-tores nunca actúan solos, siempre lo hacen en conjunción condinámicas internas, los condicionamientos globales se articulancon procesos locales para producir desigualdades o, también,para reducirlas.

Tres siglos de dominación colonial por parte de España yPortugal y, posteriormente, otros dos siglos en los que han per-sistido diversas formas de dominación económica ejercidas pordiversos países, en particular Inglaterra durante el siglo XIX y losEstados Unidos de América en el siglo XX, han dejado una fuertehuella en América Latina. El intercambio desigual ha sido unaconstante en las relaciones entre América Latina y los países cen-trales. Ha tomado distintas formas, primero como extracción demetales preciosos en base al ejercicio violento del poder colonialy de la sujeción coercitiva de la mano de obra indígena y negraen las minas. Otros recursos naturales fluyeron después haciaEuropa y otros países ricos: productos agrícolas y pecuarios,maderas, caucho, petróleo y minerales de todo tipo. Las minas,

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las plantaciones, los campos petrolíferos y otras unidades eco-nómicas que funcionaron como enclaves extranjeros, han sidoemblemáticos del papel que desempeñó América Latina en ladivisión internacional del trabajo. Durante siglos fue proveedo-ra de materias primas baratas, que con frecuencia fueron extraí-das o producidas con métodos autoritarios y bajo relaciones in-terétnicas en las que los europeos o sus descendientes ocuparonposiciones privilegiadas, mientras que los indígenas, los negros,se encontraban en los escalones más bajos y peor remuneradosde la cadena productiva.

En el siglo XX se agregaron otras formas de intercambio des-igual. Pese a que en la mayoría de los países de la región se crea-ron industrias manufactureras, rara vez lograron colocarse en lavanguardia tecnológica. América Latina sigue siendo importa-dor neto de tecnología y maquinaria de punta, cuyos precios tien-den a ser mayores que los de los productos que exporta la región,lo que lleva a un deterioro de los términos de intercambio co-mercial con el mundo desarrollado. A esto hay que agregar ladesigualdad implícita en la dependencia financiera, ya que du-rante el último medio siglo los países latinoamericanos han pa-gado cantidades exorbitantes por el servicio de la deuda. La mi-gración masiva de latinoamericanos hacia países industrializa-dos también constituye un intercambio desigual, porque a pesarde que obtienen empleos y mandan remesas a sus familias, sussalarios son bajos y tienen pocas prestaciones, dado que casisiempre tienen el status de inmigrantes ilegales. Es mayor la ri-queza que reciben los países receptores en forma de trabajo eimpuestos que la que obtienen las regiones de origen en formade remesas familiares. América Latina recibe desde hace tiempoinversión extranjera directa que representa divisas y empleos,pero estos ingresos casi siempre son superados por las riquezasremitidas al exterior en forma de utilidades y regalías.

La inserción subordinada de América Latina en la economíamundial contribuye a la desigualdad social interna, en primerlugar, porque provoca un drenaje constante a las economías lo-cales y los recursos públicos, lo que limita la operación de pro-gramas sociales que garanticen salud, educación y servicios so-ciales de buena calidad para toda la población. En segundo tér-mino, contribuye a la escisión entre los mercados interno yexterno. Desde la época colonial, la capacidad exportadora tem-

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prana de la región no obedeció a la consolidación del mercadointerno, sino a la riqueza de los recursos naturales y la explota-ción de la mano de obra local o proveniente de África. Desdeentonces se produjo la desarticulación entre un sector exporta-dor dinámico y un mercado interno deprimido. Esta tendenciaprevaleció hasta la fecha, con excepciones creadas en algunascoyunturas históricas excepcionales y en el llamado período desubstitución de importaciones, cuando hubo una mejor articu-lación entre los sectores de la economía (Hernández Laos y Ve-lásquez, 2003). Sin embargo, durante las últimas décadas se havuelto a ensanchar la brecha entre el sector exportador y el mer-cado interno, configurándose una dinámica perversa mediantela cual la desigualdad social crea las condiciones para la expor-tación fincada en la mano de obra barata, a la vez que esta acti-vidad exportadora se realiza de una manera tal que reproduce ladesigualdad de ingresos. Se crea una estructura de oportunida-des en la que las ganancias de los grupos dominantes no se en-cuentran asociadas con las ganancias colectivas del desarrolloequilibrado. En tercer lugar, la inserción asimétrica de AméricaLatina en el mercado global favorece la formación y reproduc-ción de élites intermediarias que capturan buena parte de losbeneficios de la vinculación con los mercados mundiales, comoocurre actualmente con el caso del personal directivo de las em-presas transnacionales, así como muchas otras categorías socia-les vinculadas con ellas: dueños de empresas proveedoras de in-sumos y servicios, dueños de inmuebles que se rentan a empre-sas maquiladoras, personal técnico y profesional de alto nivel,etc.

En síntesis, la desigualdad latinoamericana tiene una dimen-sión externa, cuyo origen se encuentra en un período de sujecióncolonial excepcionalmente prolongado, que después se transfor-mó en otras formas de subordinación económica e intercambiodesigual con respecto a los países desarrollados. Pero esto nopuede explicar toda la desigualdad latinoamericana, la dimen-sión externa opera en conjunción con factores endógenos: ca-racterísticas de las instituciones, las barreras y desigualdadescategoriales entre las élites y el resto de la población, superposi-ción entre distinciones étnicas y diferencias de clase, polariza-ción estructural de la economía y capacidad de las élites paraapropiarse de una parte significativa de la riqueza producida en

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la región.Existen factores externos que operan en sentido inverso, es

decir, que han contribuido a limitar la desigualdad. La intensi-dad de los vínculos con el mundo ha generado cuantiosas rique-zas, una parte de las cuales se ha quedado en América Latina.Algunos historiadores han señalado que la economía colonialtuvo efectos multiplicadores en varias regiones (Assadourian,1982), mientras que otros han encontrado que América Latinacreció en algunas épocas en que su economía se orientó hacia laexportación (Coatsworth y Taylor, 1998). La cercanía geográficacon respecto a los Estados Unidos ha sido causa de muchos do-lores de cabeza, pero también ha representado diversas oportu-nidades para la región: flujos de inversión, mercados, destinopara migrantes, ayudas al desarrollo, etc. Los vínculos políticosy culturales con Canadá, Estados Unidos y Europa Occidentaltambién han contribuido a que en América Latina tengan fuerzalos ideales ciudadanos y a que se hayan reducido algunas formasde discriminación étnica y de género. Sería absurdo pensar quetodos los vínculos externos son negativos e incrementan las des-igualdades sociales. El aislamiento no garantiza igualdad, e in-cluso puede provocar mayor exclusión, como ocurre en Haitídesde hace mucho tiempo o en Cuba durante las últimas déca-das. El punto central no está en la vinculación per se, sino en losmecanismos externos e internos que regulan distribuciones máso menos inequitativas de los recursos.

2.5. Capacidad de las élites para preservar sus privilegiosbajo distintos escenarios

La riqueza nunca ha sido bien distribuida en nin-gún país del mundo porque si así fuera no existi-rían países ricos o pobres. [...] Incluso en Suiza,que es un país que se podría citar como ejemplo,hay ricos y hay pobres. Así que ese cuento de que lariqueza tiene que ser distribuida equitativamentees sólo una ficción sin ninguna base. O sea, unautopía, palabra inventada por los poetas. [...] Resu-miendo, la riqueza y la pobreza van a coexistir per-petuamente en todos los países porque siemprehabrá gentes más inteligentes o listas, mejor capa-

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citadas o lo que tú quieras, que otras. Hay que con-trolar los malos manejos de los ricos, pero tambiénlas malas acciones de los pobres.

JULIO MARIO SANTO DOMINGO, millonariocolombiano10

En mayo de 2003 se reunieron en Ciudad de México y en elcentro vacacional de Ixtapa una treintena de los hombres másricos de América Latina.11 De este singular encuentro hay algoque llama inmediatamente la atención: la magnitud de las fortu-nas de los ahí reunidos. Una decena de los asistentes, con el an-fitrión Carlos Slim a la cabeza, habían aparecido en la lista demultimillonarios de ese año de la revista Forbes. La fortuna con-junta de esas 10 personas era de 25.000 millones de dólares, can-tidad superior al producto interno bruto de algunos de los paíseslatinoamericanos más pequeños. Estos multimillonarios son lapunta del iceberg de la élite latinoamericana. Según el Índice deRiqueza en el Mundo 2003, elaborado por Merrill Linch y CapGemini, al cierre de 2002 había en América Latina 300.000 per-sonas con activos financieros superiores a un millón de dóla-res.12

Cuando se piensa en desigualdad, generalmente vienen a lamente las imágenes de millones de personas que viven en condi-ciones de pobreza, es decir, una imagen de carencias. Pero ladesigualdad tiene otra cara, que no es de limitaciones, sino deuna enorme capacidad de acumulación de riquezas. AméricaLatina es un continente pobre, pero una pequeña franja de lapoblación es inmensamente rica. Los pobres latinoamericanosson mucho más pobres que sus similares de los países desarro-llados, pero los ricos de la región tienen ingresos comparables alos de sus pares en el Primer Mundo. Esta asimetría puede leersedesde dos perspectivas complementarias. Por un lado, hay unahistoria de fracasos y frustraciones, la de la incapacidad de losgobiernos de la región para erradicar la pobreza. Por el otro, hayuna historia de poder y de éxitos en la apropiación privada de lariqueza, la de un pequeño sector de la población que ha tenido lacapacidad de mantener sus privilegios y concentrar aproxima-damente la mitad del ingreso total durante largos períodos.

La desigualdad persistente requiere élites persistentes. En elcaso latinoamericano es asombrosa la resiliencia de las clases

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dominantes: han podido reproducir sus ventajas en diferentesperíodos históricos, bajo distintos regímenes políticos y siguien-do diversos modelos económicos. Desde las economías prima-rio-exportadoras de finales del siglo XIX hasta el nuevo auge ex-portador de corte neoliberal de principios del siglo XXI, pasandopor el período de sustitución de importaciones hacia la mitaddel siglo XX, la enorme concentración del ingreso en la punta dela pirámide social ha sido una constante. Se ha mantenido tantocon gobiernos autoritarios como con populistas, incluso conEstados más democráticos.

La reproducción de las élites latinoamericanas no es fruto dela continuidad y el inmovilismo. Por el contrario, se trata de unahistoria llena de recambios, rupturas y transformaciones. Desdeel punto de vista político, las sustituciones de los grupos gober-nantes han sido comunes: después de las guerras de indepen-dencia, los administradores coloniales portugueses, españoles,franceses e ingleses fueron reemplazados por nuevas élites crio-llas, incluso mestizas y negras en algunos países; posteriormentedurante el siglo XIX hubo constantes pugnas y cambios de posi-ciones entre las fracciones liberales y conservadoras, además deque las continuas asonadas militares provocaban cambios brus-cos en las cúpulas del gobierno. En el siglo XX continuaron losdesplazamientos, frutos de revoluciones como la mexicana, laboliviana o la nicaragüense, o bien de los golpes militares que sepresentaron en muchos países. Sin embargo, en medio de todosesos cambios y torbellinos políticos, los grupos de altos ingresosconservaron casi siempre sus privilegios económicos y una enor-me influencia sobre las políticas públicas. Incluso en México, endonde la revolución de 1910-1917 asestó un duro golpe a la oli-garquía terrateniente, las élites pudieron recomponerse y, salvoexcepciones, sus miembros lograron insertarse en nuevas activi-dades económicas altamente rentables. Algo similar ha sucedi-do en épocas recientes en América Central, en donde las anti-guas familias terratenientes se están reconvirtiendo para ocuparposiciones claves en la industria maquiladora y en las activida-des financieras.

En lo individual, muchas personas pueden entrar o salir de lacúpula, fruto de circunstancias particulares y de vaivenes econó-micos y políticos, pero lo que en América Latina persiste son losprivilegios de la élite, aunque cambie su composición. Durante

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mucho tiempo, una de las razones de esa permanencia fue laenorme concentración de la tierra, que sigue existiendo en lamayoría de los casos, y que facilita el acaparamiento de otrosrecursos. Otra razón ha sido el uso de la fuerza: muchos intentosde redistribución de la tierra y del ingreso abortaron a causa degolpes militares o del ejercicio de la represión, como ocurrió enGuatemala después de 1952-1954 o en Chile a partir de 1973(Hoffman y Centeno, 2003). Sin duda, el control de la tierra y delas armas ha tenido un lugar importante en la preservación delas élites latinoamericanas, pero el proceso ha sido mucho máscomplejo. Reducir todo a esos factores resulta simplista y dicepoco acerca de las décadas más recientes, en las que los centrosneurálgicos de la economía y la política de la región no han pasa-do por las actividades agroganaderas ni por los cuarteles. A laecuación oligarquía = tierra + armas hay que agregarle otros ele-mentos. Uno de ellos es la variable étnica: las élites latinoameri-canas han tenido una gran cohesión debido a la construcción deuna identidad excluyente de lo indígena y lo negro. Muchos delos miembros de la élite son de origen europeo, preservan fuer-tes afinidades gracias a la homogamia y la construcción de en-claves sociales y culturales, a los que se integran personas deotros orígenes —como Carlos Slim, de ascendencia libanesa—,siempre y cuando hayan experimentado un proceso de “blan-queamiento”, dado por el dinero y la educación. Incluso en paí-ses y regiones en los que la clase dominante no es mayoritaria-mente blanca (por ejemplo Haití, zonas de los Andes o Meso-américa con fuerte composición indígena, zonas de Brasil congran cantidad de negros), se reproduce la distancia de las élitescon respecto al resto de los habitantes. No se trata de una distin-ción biológica, sino de una construcción histórico-cultural su-mamente eficiente.

Otro elemento a considerar es el monopolio educativo. Enun principio fue el monopolio sobre la lectura, escritura y pro-nunciación legítima de las lenguas coloniales (primero español yportugués, después también inglés y francés). Posteriormente,cuando ya la mayoría hablaba, leía y escribía las lenguas oficia-les, vino el cuasi-monopolio sobre la educación superior. Duran-te las últimas décadas la educación universitaria se ha extendidoa muchos otros sectores sociales (aunque no a la mayoría de lapoblación), pero han surgido otros marcadores de distinción

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educativa: los posgrados, la educación en el extranjero, el estu-dio en escuelas particularmente prestigiadas, el manejo de otrosidiomas, etc. Al igual que en el caso de la economía, la persisten-cia de los privilegios de la élite no ha descansado en mantener elcontrol sobre un solo recurso, sino en cambiar con la suficienterapidez para adquirir el dominio exclusivo sobre los nuevos re-cursos que se vuelven estratégicos. Se trata de un proceso conti-nuo de enclasamiento, desclasamiento y reenclasamiento, en elque determinado capital simbólico otorga distinción y privile-gios a un pequeño sector (enclasamiento), que después es adqui-rido por sectores más amplios (desclasamiento), pero luego lasélites establecen nuevos tipos de capital simbólico como elemen-tos de distinción de clase (reenclasamiento) (Bourdieu, 1988).

Por último, está la cuestión del control que ejercen las élitessobre los organismos del Estado. Por un lado, existen mecanis-mos de reclutamiento, formación y reemplazo de las élites polí-ticas que las hacen muy impermeables a la entrada de nuevossectores, de modo que los puestos más altos hay muchas perso-nas que provienen de las clases dominantes o de las capas me-dias ilustradas que han logrado pasar por diversos filtros educa-tivos, económicos, políticos y hasta étnicos y de género (Ai Camp,2002). Pero la cuestión central no es la composición social de losgobiernos, sino el grado en que sus políticas han sido incapacesde alterar sustancialmente los esquemas de concentración delingreso. Por lo general, los sectores de altos ingresos ganan laalianza con las clases medias para bloquear cualquier intentoserio de reforma fiscal progresiva (Karl, 2002). Los gobiernosllegan a realizar diversos programas en beneficio de toda la po-blación o de sectores medios y pobres, pero rara vez logran re-ducir de manera consistente los excesivos privilegios de las cla-ses altas. Ni siquiera gobernantes con orientaciones populistas ode izquierda han podido eliminar esos privilegios, ya que es muydifícil gobernar sin el apoyo o, al menos, la tolerancia de dichossectores, quienes pueden ejercer presiones de todo tipo, como lafuga de capitales o el ataque sistemático en los medios de comu-nicación, e incluso la desestabilización política y los golpes deEstado.

La enorme fuerza política de las élites económicas latinoa-mericanas no siempre significa el control directo de los aparatosde Estado. Son frecuentes los conflictos entre la tecnocracia bu-

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rocrática y los empresarios. Como ha señalado Alejandro Portes:

En América Latina, los empresarios frecuentemente culpan desus problemas al drenaje producido por la apropiación burocrá-tica de las ganancias, mientras que los expertos del sector públi-co contestan con ataques a la utilización privada de los exceden-tes, que con frecuencia termina como consumo de lujo en lugarde inversión productiva [Portes, 1985: 12].

Las burocracias gobernantes de América Latina, además deque tienen intereses propios, están expuestas a presiones de to-dos los grupos sociales, por lo que muchas veces desarrollan pro-gramas y políticas que no corresponden con los intereses y lasexpectativas de las élites. En la región existen diversas formas deresistencia y se han presentado muchos movimientos socialesque demandan inclusión y acciones en beneficio de grupos des-favorecidos. Pero no han logrado una reorientación decisiva ypermanente de las políticas públicas hacia una mayor igualdadsocial. Es más común que los grupos movilizados consigan ven-tajas particulares y favores clientelares, es decir, sus acciones nose traducen en derechos universales ni erosionan las ventajas delos grupos más poderosos, de modo que no eliminan las des-igualdades, sólo mejoran la posición de quienes realizaron lasacciones de protesta.

Para la preservación de las desigualdades ha sido decisiva lacapacidad de adaptación de las élites a nuevas circunstancias:han logrado preservar su posición bajo diferentes esquemas po-líticos. También han reconvertido sus negocios a través de dife-rentes etapas de crecimiento económico. Primero como terrate-nientes y hacendados, después como industriales, comerciantesy banqueros, como socios o intermediarios del capital extranje-ro o construyendo verdaderos emporios de negocios. Los asis-tentes al encuentro de 2003 de grandes empresarios en Ciudadde México e Ixtapa son una buena muestra de lo anterior: repre-sentan la cabeza de grandes conglomerados de negocios, tantoen ramas tradicionales como el cemento, la industria de la cons-trucción, las embotelladoras de cerveza y refrescos, o de ramasmás novedosas como los medios de comunicación, la industriafarmacéutica o las finanzas. Es interesante el hecho de que en lareunión se haya tocado el tema de la pobreza que azota la re-gión; el anfitrión, Carlos Slim, el hombre más rico de América

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Latina y quizás del mundo, ha señalado en varias ocasiones que“los pobres no son mercado” (Reyes, 2003: 8) y que sería conve-niente un crecimiento del mercado interno. La reunión buscabapreparar a la élite regional para una nueva etapa, en la que eltema de la pobreza será crucial. Exploraron la transición quevive la región después de varios lustros de neoliberalismo, aper-tura al mercado mundial y agravamiento de los problemas so-ciales. Han sido siempre actores claves en la conformación deuna estructura social terriblemente asimétrica, que no ha podi-do ser modificada pese a los distintos esfuerzos de política socialen la región, que también han estado marcados por el signo de ladesigualdad y la polarización.

2.6. Debilidad estructural de los mecanismosde compensación de las desigualdades

Así como cada sociedad define límites éticamentetolerables de las diferencias de riqueza e ingresoentre las clases (orientación que se refleja princi-palmente en su política impositiva), el funciona-miento de sus instituciones también condiciona elgrado en que un ensanchamiento de esos diferen-ciales genera o refuerza disparidades equivalentesen las estructuras de oportunidades que dan acce-so a esos bienes. Una sociedad puede tolerar ciertonivel de ampliación de las brechas de ingresos, peroal mismo tiempo ir regulando la distribución de lacarga impositiva y la asignación de lo recaudado demanera de conservar la calidad de los servicios pú-blicos de formación de capital humano, alejar a lossectores de las clases medias de la tentación de de-sertar de esos servicios y contribuir de ese modo ala preservación del ideal de igualdad de oportuni-dades.

RUBEN KAZTMAN, “Convergencias y divergencias”(2002: 51)

La última pieza que quiero incluir para comprender el “mis-terio” de las desigualdades en América Latina no se refiere a unproceso generador de disparidades, sino a la fragilidad de losdispositivos para reducirlas. Como señalé en el capítulo 1, estefactor es crucial para determinar los niveles de inequidad. Ladistribución primaria de los ingresos en América Latina es simi-

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lar a la de los países desarrollados, pero las diferencias en ladistribución secundaria o redistribución son enormes (Fitzge-rald, 2003), lo que indica que una de las principales causas de lapersistencia de la desigualdad en la región es la debilidad y dis-torsión de los principales mecanismos para la redistribución dela riqueza y el bienestar. A continuación comentaré aquellos fac-tores que, a mi juicio, han provocado las limitaciones estructu-rales de dichos mecanismos.

El igualitarismo dentro de cada grupo no se traduce en solida-ridad entre los distintos sectores sociales. Muchas veces se ha se-ñalado que en América Latina prevalecen profundas distincio-nes jerárquicas y que las ideologías igualitarias tienen poca fuer-za, en particular si se las compara con las de Estados Unidos,Europa y Asia (DESAL, 1969; Eckstein y Wickam-Crowley 2003b;Kaztman y Wormald, 2002). Sin embargo, muchos estudios et-nográficos han reportado la presencia de vigorosas redes de soli-daridad, reciprocidad y ayuda mutua en diversos sectores popu-lares, tanto en contextos rurales, urbanos e industriales (Davis,2002; Gilbert, 2002; González de la Rocha, 2002; Hamilton yFischer, 2003). Es común que campesinos, indígenas, obreros,trabajadores del sector informal, habitantes de las barriadas yfavelas y muchos otros sectores subalternos expresen fuertesconvicciones igualitarias, además de que desarrollan prácticasde soporte mutuo y nivelación social que tienden a reducir lasdiferencias entre ellos. ¿Cómo explicar esta paradoja?, ¿Cómo esque coexisten marcadas distinciones de status con profundossentimientos igualitarios? La respuesta está en que los lazos soli-darios y los sentimientos igualitarios se encuentran constreñi-dos en espacios locales y grupos de pares, pero rara vez atravie-san las fronteras entre esos grupos, en particular las que separana las minorías privilegiadas de los sectores mayoritarios.

Umbrales altos de tolerancia a la desigualdad. La utopía igua-litaria es fuerte en América Latina, pero ha estado limitada porfracturas étnicas, de clase y de género. Las encuestas señalanque la mayoría de los ciudadanos en América Latina percibe ydesaprueba la desigualdad social que existe en sus países. Unestudio de Latinobarómetro realizado en 2004 encontró que el89 % de los latinoamericanos creía que sus sociedades eran in-

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justas (Kliksberg, 2004: 8). La igualdad es un valor presente en laregión y casi todas las personas rechazan las enormes disparida-des de ingresos. Sin embargo, se trata de un ideal igualitariocargado de adjetivos: la minoría blanca se resiste a considerarcomo iguales a los no blancos, durante siglos ha despreciado amestizos, indígenas, negros y mulatos. El resto de la poblacióntampoco se siente igual a la élite. Tanto el discurso como lasprácticas cotidianas reflejan innumerables matices, paréntesis yexcepciones que constriñen las concepciones y los sentimientosigualitarios. Como han señalado Eckstein y Wickam-Crowley:

A pesar de que América Latina tiene la distribución de ingresosy de riqueza más desigual que cualquier región del mundo, lasconcepciones de los derechos socioeconómicos en América La-tina han tendido a no centrarse en temas de igualdad. Los ricosy poderosos, quienes perderían con la redistribución y de quie-nes ha dependido el gobierno, han preservado un orden culturalque no provee puntos de apoyo para legitimar la igualdad eco-nómica [Eckstein y Wickam-Crowley, 2003a: 8-9].

El igualitarismo escindido, adjetivado y condicionado tienerepercusiones sobre los mecanismos para contrarrestar la des-igualdad. Si las clases altas y medias no consideran a los pobrescomo sus iguales, se volverá “normal” que vivan en condicionesdeplorables y habrá todo tipo de resistencias, omisiones y des-cuidos que impedirán que se les proporcionen servicios públicosde calidad.

Ciudadanía estratificada y/o excluyente. Diversos autores hanapuntado las limitaciones históricas de la ciudadanía en Améri-ca Latina, señalando su carácter incompleto (Abel y Lewis, 2002),que durante mucho tiempo excluyó a indígenas y negros (De laPeña, 2002; Sieder, 2002; Stavenhagen, 2002), que se ha vistodeformada por el clientelismo (Auyero, 2001; Taylor, 2004) y queen la práctica distingue ciudadanos de primera y de segundaclase (Roberts, 2004; Williams, 2002). Sin duda existen estas li-mitaciones, aunque con frecuencia se comete el error de consi-derar que América Latina es un caso único de distorsión de laciudadanía, como si en otras latitudes la realidad coincidieraexactamente con el ideal ciudadano. También en Europa Occi-dental, en los Estados Unidos y en otros países desarrollados ha

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habido fallas y desviaciones con respecto a la utopía ciudadana:durante mucho tiempo se excluyó a las mujeres, los miembrosde las minorías étnicas y raciales muchas veces son considera-dos ciudadanos de segunda clase y los migrantes tienen seriosproblemas para adquirir y ejercer la ciudadanía. Esta constata-ción no disminuye las carencias latinoamericanas, pero indicaque no se trata de una diferencia esencial, ontológica, sino degrado. No es que las culturas latinoamericanas sean, por defini-ción, impermeables a la ciudadanía democrática, sino que diver-sos procesos históricos han limitado su pleno ejercicio.

Entre los problemas que ha afrontado la ciudadanía en Amé-rica Latina destacan la exclusión o inclusión parcial de grandessectores de la población, las interrupciones autoritarias y la per-sistencia del clientelismo. Aun después de la independencia semantuvieron en varios países latinoamericanos trabas legalespara el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos de mujeres,indígenas y negros. Dichos impedimentos legales se han elimi-nado, pero en la práctica subsisten estigmas, prejuicios y prácti-cas discriminatorias que provocan un fenómeno de ciudadaníaestratificada: hay un acceso diferenciado a los derechos políti-cos, económicos, sociales y culturales.

Los regímenes militares establecieron cortapisas a la ciuda-danía durante largos períodos y, hasta la fecha, se sienten losefectos de una historia marcada por gobiernos autoritarios. Elimperio parcial de la ley, las detenciones arbitrarias y la prácticade la tortura y la represión siguen siendo frecuentes en la región,pese a la transición hacia regímenes democráticos. El clientelis-mo ha sido duramente criticado, pero persiste en la vida políticacotidiana y continúa siendo un obstáculo para la equidad demo-crática.

Las redes de solidaridad comunitaria y redistribución operanen niveles micro, pero no tienen contrapartes o vasos comunican-tes con los mecanismos institucionales. Como señalé más arriba,los sectores populares latinoamericanos tienen un importantecapital social y existen muchos mecanismos de reciprocidad yapoyo mutuo, que se pueden advertir en los ámbitos familiares,vecinales y comunitarios. Las remesas de dinero que los migran-tes mandan a sus familiares constituyen, quizás, la expresiónmás destacada de la fortaleza de los mecanismos de solidaridad

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familiar en la región. América Latina y el Caribe reciben la ma-yor cantidad de remesas transnacionales en el mundo, más de60.000 millones de dólares en 2006, de los cuales 45.000 millo-nes correspondieron a los envíos de 12 millones de migrantes,que benefician a 20 millones de familias en la región.13 En Méxi-co, uno de cada cinco hogares recibe remesas del extranjero,14 yen El Salvador las remesas representan el 14 % del productointerior bruto (Segovia, 2004). Esa solidaridad se expresa tam-bién en la organización de los flujos migratorios, en la operaciónde la economía informal, en los procesos de autoconstrucciónde vivienda y en muchos otros ámbitos de la vida comunitaria yvecinal en América Latina. Entonces, ¿dónde está el problema?

La dificultad estriba en que los esfuerzos de las personas, lasfamilias y las comunidades no se encuentran articulados estruc-turalmente con las políticas de los gobiernos, las instituciones ylas empresas. Casi siempre ambos niveles de la acción social trans-curren por caminos paralelos o divergentes, responden a lógicasdistintas y hasta contradictorias. Las políticas gubernamentalessólo parcialmente apoyan los esfuerzos de la población, mien-tras que muchos latinoamericanos buscan opciones de sobrevi-vencia fuera de su país o fuera de los marcos legales (Karl, 2002).Las empresas combaten la economía informal o buscan obtenerganancias de los envíos de remesas, pero son escasos los proyec-tos para combinar ambos esfuerzos, los de los pobres y los de lasinstituciones. Se produce así un divorcio entre las iniciativas dela base y los de la cúspide de la pirámide social.

Las políticas estatales oscilan entre elitismo y populismo, sincombatir de frente las desigualdades. Durante largos períodosmuchos países latinoamericanos han estado atrapados en ciclospolíticos que oscilan entre medidas excluyentes y estrategiaspopulistas. En la tensión entre esos dos extremos, las profundasdesigualdades se reproducen. Desde la época colonial, las insti-tuciones estatales representaron fundamentalmente los intere-ses de las élites de origen español y portugués, lo que generóenormes disparidades en la propiedad de la tierra y otros activos(Birdsall, Graham y Sabot, 1998; Karl, 2002). Posteriormente,durante los siglos XIX y XX las oligarquías, muchas veces en alianzacon la clase media y con inversionistas extranjeros, retuvierongran control de la agenda política y de la orientación de los pro-

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gramas gubernamentales. De este modo, aunque los Estadosdesarrollaron algunas medidas igualadoras en diversos ámbitos(educación, salud, vivienda, derechos políticos, etc.), por lo ge-neral no tuvieron la fuerza, estabilidad y eficacia necesarias paracontrarrestar o compensar otras acciones que tendieron a favo-recer a los sectores privilegiados de la población. Este sesgo eli-tista de la mayoría de los gobiernos de la región dificultó la con-solidación de la democracia y fue fuente de disturbios, inestabi-lidad política y presencia constante de regímenes militares yautoritarios. También propició la emergencia recurrente de res-puestas populistas, que trataban de remediar la exclusión, lapobreza y la desigualdad, mediante programas de redistribuciónde recursos con escaso soporte fiscal y económico. Los progra-mas populistas, aunque lograron la inclusión y la mejoría de al-gunos sectores, toparon con la oposición de las élites y con res-tricciones financieras, lo que con frecuencia provocó nuevas re-acciones conservadoras que restablecieron los privilegios de lasminorías.

Muchos autores han destacado la persistencia del populis-mo, el clientelismo y el corporativismo en la política latinoame-ricana. Se la ha explicado por las asincronías de la transición dela sociedad tradicional a la sociedad moderna (Germani, 1962),por los vacíos políticos y las crisis institucionales que ocurren enperíodos de transición económica o política (Roberts, 2003;Weffort, 1973), por el papel que desempeñan los intermediariospolíticos (Auyero, 2001; Taylor, 2004), por la dinámica de losantagonismos y alianzas entre las clases (Ianni, 1975; Weffort,1973), por determinados procesos ideológicos (Laclau, 1978) opor las deficiencias e insuficiencias de las instituciones demo-cráticas en la región, que al no proveer a los individuos de me-dios adecuados para disfrutar de sus derechos los impelen a re-currir a las corporaciones (De la Peña, 2007). El populismo, elclientelismo y el corporativismo tienen repercusiones ambiva-lentes sobre la desigualdad. Por un lado, pueden ser un correcti-vo a las enormes disparidades económicas y sociales, ya quepueden incluir a sectores marginados y canalizar recursos haciaellos. Han tenido el apoyo de muchos latinoamericanos, que venen las prácticas populistas una solución a sus problemas. Enalgunos casos lograron resultados nada despreciables. El indige-nismo en Perú y en México limó algunos aspectos de la discrimi-

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nación étnica. Por su parte, el corporativismo laboral mejoró lasituación de los obreros industriales en Argentina, Brasil, Méxi-co y Uruguay. Sin embargo, estas políticas crean una desigual-dad política, porque el acceso a los beneficios se encuentra me-diado por redes clientelares: los líderes, punteros e intermedia-rios monopolizan y regulan las vías de obtención de los recursosestatales, que intercambian por apoyo político (Auyero, 2004).Así, las políticas sociales populistas no constituyen derechos paratodos los ciudadanos en base a una relación de equidad, sinofavores que otorgan el gobierno y los intermediarios para repro-ducir una relación de dominación entre clientes y patrones (Ta-ylor, 2004; Eckstein y Wickam-Crowley, 2003a). Más que una víapara eliminar las desigualdades, se convierten en un sucedáneoque las reproduce en otro nivel; generan inclusión, pero asimé-trica.

América Latina se ha visto jalonada por los conflictos entrepolíticas elitistas y populistas, que se suceden en distintos perío-dos o coexisten dentro de algunos gobiernos. Ejemplos de lo pri-mero son la alternancia entre gobiernos peronistas y regímenesmilitares en Argentina, o entre el gobierno de Lázaro Cárdenas ylos de sus sucesores en México. El segundo fenómeno se presen-tó en las últimas décadas, cuando algunos gobiernos implemen-taron al mismo tiempo políticas neoliberales y neopopulistas, enuna mezcla entre estrategias aparentemente contradictorias,como ocurrió en México con Salinas de Gortari y en Argentinacon Menem (Weyland, 1996). El conflicto entre clientelismo ypolíticas pro-élite se ha presentado en muchos países y desgarraen la actualidad a Venezuela, Bolivia y Ecuador. Estas alternati-vas rivales son dos caras de la misma moneda, los excesos deuna propician la persistencia de la otra. Ambas son resultado dela enorme desigualdad y la reproducen. Las políticas que privile-gian a los sectores más poderosos estimulan la concentracióndel ingreso y excluyen a la mayoría de la población de los satis-factores básicos, mientras que los regímenes populistas creanotro tipo de desigualdades. No obstante, en medio de esas ten-siones se han producido algunos avances: las reformas agrariashan sido escasas, pero tuvieron ciertos resultados en México yCuba, y un poco menos en Perú y Chile (Hoffman y Centeno,2003); la revolución cubana redujo la desigualdad de ingresos ymejoró los índices de bienestar de la mayoría de la población,

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mientras que la revolución sandinista redujo sustancialmente elanalfabetismo en Nicaragua; en el período de sustitución de im-portaciones disminuyó la pobreza absoluta en muchos países deAmérica Latina y mejoraron diversos indicadores de calidad devida. En las últimas décadas han cobrado fuerza los derechosciudadanos y las propuestas democráticas. Diferentes gobiernoshan comenzado a ensayar políticas sociales que representan al-ternativas frente a la disyuntiva elitismo-populismo. Pero no hanalcanzado la extensión, madurez, durabilidad y consolidaciónque se requieren para revertir las desigualdades de ingresos en laregión.

Las políticas sociales en América Latina se han visto afectadaspor un fuerte deterioro de lo público, que se expresa en corrupción,patrimonialismo, desconfianza y debilidad institucional. Para con-trarrestar la desigualdad, es necesario que una parte importantede la riqueza privada se redistribuya, mediante instrumentos depolítica pública. Si el ámbito de lo público, de lo que es de inte-rés colectivo, se encuentra restringido, si es débil o carece delegitimidad, los intereses privados prevalecerán. Los individuosy los grupos resistirán y opondrán recursos de muy diversa índo-le contra los esfuerzos de equiparación. En la mayoría de lospaíses de América Latina el sector público ha tenido una debili-dad estructural. La persistencia de regímenes autoritarios y laspolíticas estatistas no significan necesariamente la existencia deun sector público fuerte y eficiente. Con frecuencia son indica-dores de lo contrario, revelan escasa legitimidad, debilidad delos consensos y atrofias burocráticas. El Estado es expresión dela comunidad política, y en América Latina las desigualdadespersistentes han atrofiado el sentido de esta comunidad. Esto serefleja en el imperio parcial de la ley (Adelman y Hersberg, 2004),en la fragmentación y el deterioro del espacio público (Caldeira,2000) y en la extensión de la corrupción (Da Mata, 2001).

Las fracturas étnicas y la discriminación hacia indígenas,negros y pobres erosionan la comunidad política. La mayoría dela población no se siente incluida en las instituciones republica-nas, la desconfianza hacia la política y el desprestigio de los go-bernantes alcanzan altos niveles en la región. Las clases mediasy altas, pese a que han sido los principales beneficiarios de laspolíticas públicas, también mantienen una relación instrumen-

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tal con el Estado, que se refleja en la reticencia a pagar impues-tos y en un escaso compromiso con los asuntos públicos. Lamayoría de los latinoamericanos puede tener profundos senti-mientos de identificación nacional, pero esto no se traduce enun compromiso efectivo con las instituciones gubernamentales,a las que se ve como ajenas, corruptas e ineficaces.

Los países latinoamericanos alcanzan bajas calificaciones enlas mediciones internacionales de transparencia. La corrupciónno es privativa de América Latina, existe en otras latitudes y pu-diera argumentarse que muchas de las evaluaciones internacio-nales tienen un sesgo etnocéntrico que favorece a los países de-sarrollados. Pese a ello, es innegable que el patrimonialismo y elmanejo discrecional de los puestos y recursos públicos han sidocaracterísticas extendidas en la región. Los mecanismos paracontrarrestar la desigualdad se han visto minados por la corrup-ción, muchos programas de bienestar social son secuestradospor grupos de interés, lo que genera nuevas desigualdades entrequienes tienen “enchufes” y “contactos” con las autoridades yquienes carecen de ellos. Esto ha servido de pretexto para la re-ducción o cancelación de muchos programas sociales.

Al no sentirse incluidos en la comunidad política, muchoslatinoamericanos prefieren buscar canales alternativos para sa-tisfacer sus necesidades y defender sus derechos. En lugar deuna resistencia orientada a transformar positivamente las insti-tuciones públicas recurren a otras medidas que contribuyen a sudeterioro: evadir impuestos, aceptar o participar en actos de co-rrupción, incrustarse en redes clientelares, participar en activi-dades ilegales, utilizar los recursos públicos en beneficio propioo de familiares, etc. Estos prácticas permiten mejorar la posi-ción propia a corto plazo, pero en el largo aliento debilitan elbienestar colectivo.

Crisis fiscal permanente y cobertura incompleta y/o estratifica-da de los servicios públicos. El deterioro del ámbito público afec-ta directamente la capacidad financiera de los Estados y limitala cobertura de los servicios de educación, salud y bienestar so-cial. América Latina ha sido desde hace mucho tiempo un paraí-so fiscal para los sectores de altos ingresos, como lo señala WillyStevens:

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Frenar la presión tributaria tiene algo de tradición en este conti-nente. [...] En muchos países sólo se logra consenso en un pun-to: la contención de la presión impositiva, muy en particular delimpuesto directo. Los ricos se enorgullecen de no pagar impues-tos. Se trata de un fenómeno cultural. No se han sensibilizadotodavía del hecho de que amasar fortunas también supone asu-mir responsabilidades respecto de la comunidad [Stevens, 1999:128].

No sólo los ricos y la derecha se oponen a elevar los impues-tos, también sectores de bajos ingresos y muchos partidos deizquierda en América Latina se han manifestado en contra de laelevación de impuestos, ya que consideran que el gasto públicose desviará hacia los ricos o terminará en la bolsa de políticos yempresarios corruptos. La desconfianza hacia el Estado y el pesode la ideología populista también afectan las posibilidades de lasreformas fiscales, ya que, en una posición contradictoria, algu-nos sectores demandan mayor gasto público, pero al mismo tiem-po se oponen a que el Estado incremente sus ingresos. Sin em-bargo, no todo es una cuestión cultural: las élites han forjadoalianzas con las clases medias para bloquear diversas propues-tas de reforma fiscal (O´Donnell, 1999). Muchos gobiernos pro-gresistas han desistido del intento de aumentar los impuestospara evitar conflictos con la derecha. La crisis estructural de lasfinanzas públicas en América Latina también obedece a factoreseconómicos: la debilidad productiva, tecnológica y financiera dela región y el flujo de recursos hacia el exterior por las relacionesasimétricas con los países más desarrollados han sido caracte-rísticas recurrentes en la historia latinoamericana.

En la mayoría de los países de la zona los impuestos son muybajos. Durante la década de los noventa, mientras que en Améri-ca Latina los impuestos directos sólo representaban un 6,6 % delPIB, en los países desarrollados ascendieron al 18,3 % del PIB(Fitzgerald, 2003). Hay algunas excepciones, como Costa Rica,Uruguay y Chile, que tienen impuestos más altos y un gasto so-cial importante. En los casos de Costa Rica y Uruguay esto hacontribuido a que tengan los coeficientes de desigualdad másbajos de América Latina. En Chile las altas tasas de crecimientoy los fondos destinados al gasto social han permitido una reduc-ción considerable de la pobreza, aunque mantiene altas tasas de

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desigualdad. Por su parte, en Brasil hay impuestos relativamen-te altos, pero los gastos estatales tienen un componente regresi-vo, por lo que mantiene uno de los coeficientes de desigualdadmás altos del mundo. Si a esto se agrega que muchos países tie-nen economías modestas, se entenderán las limitaciones de losgobiernos para desarrollar programas de bienestar que contra-rresten las desigualdades.

Las limitaciones fiscales estructurales han provocado unacobertura incompleta de los servicios públicos en la región. Mi-llones de latinoamericanos carecen de agua potable, viviendadigna, opciones educativas y servicios de salud de buena cali-dad. La seguridad social sólo alcanza a una parte de la pobla-ción, aunque hay variaciones importantes entre un país y otro.Fernando Filgueira ha distinguido tres tipos de Estado social enla región. Por un lado, aquellos en los que la seguridad social ylos servicios públicos de salud y educación alcanzaron en la se-gunda mitad del siglo XX una cobertura universal o casi univer-sal: Argentina, Chile, Uruguay y Costa Rica; en ellos, en 1970 laseguridad social cubría al 83,3 % de la población económica-mente activa y al 67,9 % de la población total (Filgueira, 2007:4). Pese a esta amplia cobertura prevalecen fuertes disparidadesen los niveles de acceso y en la calidad, por lo que algunos auto-res hablan de que en esos países existe un “universalismo estra-tificado” (Filgueira, 2007; Kaztman y Wormald, 2002: 40). Unsegundo tipo es el Estado social dual, en el que algunos sectoresde trabajadores se encuentran protegidos por sistemas de segu-ridad social, pero una importante proporción de la poblacióneconómicamente activa está fuera de los sistemas de seguridadsocial públicos y privados, como ocurre en Brasil, México, Vene-zuela, Panamá y Colombia. En ellos, el 50,2 % de la poblacióneconómicamente activa estaba incluida en la seguridad social ysólo un 27,5 % de la población total (Filgueira, 2007: 4; Kaztmany Wormald, 2002: 40). Para el caso de Perú, Christina Ewig hadocumentado la bifurcación de los servicios públicos de salud,que siguen una vertiente de “cooptación” hacia la clase media ylos trabajadores calificados, mientras que operan en una vertiente“colonizadora”, de menor calidad, hacia sectores marginados(Ewig, 2008). La anemia crónica de las instituciones del Estadodel Bienestar es común en los países más pobres de la zona, porlo que la desprotección afecta a grandes contingentes. En El Sal-

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vador, Honduras, Bolivia, Ecuador y Guatemala se encontraríaun Estado social excluyente, en el que en 1970 sólo un 16,3 % dela población económicamente activa y un 9,2 % de la poblacióntotal estaba incluida en los sistemas de seguridad social (Filguei-ra, 2007: 4).

Durante los últimos años se ha presentado un nuevo desafíofiscal. La mayoría de los países de América Latina han promovi-do el desarrollo de sectores de exportación, que han logrado unrepunte considerable, ya sea como maquiladoras o empresasagroexportadoras. Sin ánimo de discutir en este momento lasbondades y limitaciones de este énfasis en las exportaciones, hayque señalar que el modelo presenta una contradicción en térmi-nos de finanzas públicas: la competencia por atraer inversiónextranjera ha llevado a los gobiernos a otorgar todo tipo de in-centivos fiscales, de modo que las actividades más dinámicas noson gravadas o lo son en escala muy pequeña. Aunque creanempleos, su efecto multiplicador y sus contribuciones al desa-rrollo local y nacional se ven limitados en la medida en que hanencontrado en América Latina condiciones fiscales exagerada-mente favorables.

Estado social regresivo y secuestro corporativo de las institu-ciones de bienestar. Los procesos señalados en los puntos ante-riores han incidido en una distorsión del Estado social en Amé-rica Latina. En muchas ocasiones, en lugar de que las institucio-nes públicas y las políticas sociales tengan un carácter progresivo,que contrarreste las desigualdades creadas por el mercado, ad-quieren un carácter regresivo que acentúa las disparidades. Unejemplo son las políticas educativas: hay la tendencia a destinargran parte del presupuesto a la educación universitaria, a la queacceden preferentemente estudiantes de clases medias y altas(Birdsall, Graham y Cabot, 1998: 4).

Sería exagerado sostener que éste es el caso de todas las ins-tituciones y de todas las políticas sociales en la región, muchasde ellas han trabajado para contrarrestar la desigualdad y hanpermitido el acceso de millones de latinoamericanos a la educa-ción, la salud y los servicios básicos. No reconocer esto es peli-groso, porque puede conducir a políticas de restricción y/o eli-minación de las instituciones de bienestar social, como lo hanpromovido las corrientes neoliberales durante los últimos años.

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Pero también es peligroso negar el sesgo corporativo y regresivode muchas políticas públicas en la región. La solución no está nien eliminarlas ni en mantenerlas tal como están, sino en reconfi-gurarlas para que sean a la vez incluyentes y transparentes, pro-motoras de la igualdad tanto como de la eficacia (Abel y Lewis,2002; Ziccardi, 2001).

En América Latina los riesgos de desprotección son enormes(Mancini, 2003; PNUD, 1998). Una parte importante de la po-blación está fuera de las certezas que brindan el sector formal dela economía y los esquemas de seguridad social. El subempleoes alto y el crédito es escaso y caro. Frente a un mercado caracte-rizado por una fuerte concentración de activos, el Estado es vis-to como alternativa de sobrevivencia. “Vivir fuera del presupues-to es vivir en el error”, reza un viejo dicho mexicano que celebracon ironía y cinismo las ventajas de quienes tienen acceso a losapoyos gubernamentales, en contraste con aquellos que estánexcluidos. En un contexto de desprotección y de escasez de re-cursos públicos, la competencia por las ayudas estatales es fe-roz, sabiendo que sólo algunos las obtendrán y que el resto afron-tará condiciones muy adversas. Esto facilita que los grupos depresión más fuertes y mejor organizados, con mayor capacidadpara incidir sobre la opinión pública, capturen porciones impor-tantes de los subsidios, incentivos y apoyos otorgados por el Es-tado. Ejemplos sobran: ricos que reciben subsidios fiscales, em-presarios que reciben trato preferencial por parte del gobierno,funcionarios públicos que desvían recursos, líderes sindicales queamasan fortunas, grupos de trabajadores que reciben enormesprestaciones pese a su escasa productividad, estudiantes de cla-se media y alta que reciben becas y educación gratuita con esca-sos compromisos de reciprocidad, maestros que obstaculizanreformas educativas que amenazan sus privilegios, grupos deproductores agrícolas prósperos que acaparan subsidios origi-nalmente destinados a campesinos pobres, etc. (Birdsall, Gra-ham y Cabot, 1998; Davis, 2002; Stevens, 1999).

En conclusión, una de las razones principales por las queAmérica Latina es la región con mayor desigualdad de ingresosen el mundo es por no haber logrado construir un Estado delBienestar sólido, capaz de ofrecer servicios de salud, educacióny seguridad social de buena calidad a la mayoría de la población.

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Es sintomático que los países que lograron avanzar más en laconstrucción de un Estado social fueron los que lograron mayo-res niveles de igualdad: Uruguay, Costa Rica, Argentina y Chile,si bien en estos últimos dos países la desigualdad creció comoresultado de las políticas económicas y sociales de las dictadurasmilitares de los años setenta y ochenta del siglo XX. En cambio,el resto de los países de la región, en donde las instituciones delEstado social no incluyeron a la mayoría de la población, pre-sentan enormes niveles de desigualdad de ingresos. Ahora bien,el carácter incompleto, frágil, estratificado y excluyente del Es-tado social en América Latina es resultado de un conjunto defactores. En lo económico destacan las limitaciones estructura-les de las finanzas públicas por la estrechez de las bases fiscalesdel Estado, que inciden sobre la cobertura escasa y desigual delEstado del Bienestar, además de la existencia de esquemas re-gresivos de gasto público. Entre los factores políticos están eldivorcio entre las redes populares de solidaridad y los esfuerzosinstitucionales, la distorsión de las políticas sociales por la forta-leza de enclaves corporativos, la oscilación entre políticas públi-cas excluyentes y populistas, la persistencia del clientelismo y eldeterioro de la esfera pública. Esto se articula con factores cul-turales como la fragmentación de los ideales igualitarios por lasfracturas de clase, etnia y género, la deformación de los princi-pios de equidad debido a la preservación de una ciudadanía es-tratificada y los amplios umbrales de tolerancia a la desigual-dad.

La debilidad de los dispositivos para contrarrestar la desigual-dad en América Latina no debe llevar a conclusiones fatalistas,en el sentido de que se trata de un destino ineludible. Aunqueexisten círculos viciosos que reproducen las disparidades socia-les, también existen factores que operan en sentido contrario,sólo que no han tenido ni la fuerza ni la continuidad para rever-tirlas de una manera consistente. Pero esos factores han estadopresentes en diferentes países y en distintas épocas: movimien-tos sociales, una larga historia de resistencia popular, iniciativasde política social que escapan a los vicios clientelistas, áreas ins-titucionales que funcionan con criterios democráticos y republi-canos, tradiciones igualitarias, redes de solidaridad y otras for-mas de capital social que constituyen activos valiosos para afron-tar la desigualdad.

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2.7. Del saqueo colonial a la acumulación de ventajasy desventajas

En el caso de América Latina, hay un número deintersecciones a través de las cuales las desigualda-des pueden ser exploradas, cuestionadas y proble-matizadas; sus manifestaciones, a la vez coheren-tes y cambiantes, dependen de la región, del país ydel grupo social —por ejemplo, una mujer campe-sina, pobre y maya en Guatemala está situada enjerarquías que son distintas a aquellas en las queestá situada una mujer campesina, pobre y negraen el Nordeste de Brasil.

ETHEL BROOKS, “Inequalities, privatization andintersectionality in Latin American labor

markets” (2004: 1)

Después de analizar la construcción de las desigualdades enAmérica Latina, concluyo que el “misterio” de su persistencia nose encuentra en la acción de un factor único, sino en la conjun-ción de numerosos procesos. Por un lado, está lo que Ethel Bro-oks llama la interseccionalidad de las jerarquías de clase, etnia ygénero, que provocan que los trabajadores, las mujeres, los ne-gros y los indígenas afronten situaciones mucho más adversasque los empresarios, los hombres y los blancos. Pero el fenóme-no de las desigualdades en la región va mucho más allá del trino-mio clase-etnia-género. Estamos frente a procesos de larga du-ración, que han producido la sedimentación de privilegios y ex-clusiones de todo tipo. Esta acumulación histórica de ventajas ydesventajas se expresa tanto en la dimensión individual como enlas interacciones y en las estructuras sociales.

En el plano individual, una minoría de la población, alrede-dor del 10 % del total, concentra cerca de la mitad de los ingre-sos y dispone de capacidades educativas, de acceso al poder po-lítico y de inserción en redes sociales estratégicas, mientras quela mayoría de los latinoamericanos tienen recursos económicosprecarios, alcanzan una escolaridad limitada en cantidad y cali-dad, ejercen poca influencia en las decisiones políticas y su capi-tal social, pese a ser importante en las relaciones con los pares,no les permite acceder a posiciones dignas y bien remuneradasen la estructura de empleo. Además de esta distribución asimé-trica de las capacidades individuales, existe un patrón de rela-

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ciones sociales marcado por la distancia y la segregación (física,política y cultural) entre la base y la cúspide de la pirámide so-cial, por la persistencia de la discriminación y la exclusión en lasprácticas cotidianas y por el peso de vínculos corporativos y clien-telares. A esto se agrega una estructura económica muy polari-zada, que marca diferencias notables entre regiones, entre lossectores formal e informal, y entre los puestos directivos y ope-rativos dentro de las unidades económicas. Se retroalimentande este modo el plano individual (desigualdad en la distribuciónde capacidades entre las personas), el plano de las interacciones(desigualdad en las relaciones sociales) y el plano de las estruc-turas (desigualdad entre las posiciones privilegiadas y precarias).

La desigualdad económica (de ingresos y otros recursos) nose explica sólo por el funcionamiento del sistema económico enAmérica Latina (intercambio desigual con el exterior, polariza-ción de la estructura salarial, concentración de la tierra y de otrosmedios de producción, disparidad en el capital humano, relacio-nes de subordinación y explotación entre el sector formal y elinformal, etc.). Intervienen también diversos procesos políticos(ciudadanía excluyente o estratificada, debilidad del Estado delBienestar, democracias limitadas, influencia desmesurada de lasélites, peso del clientelismo, entre otros), lo mismo que dinámi-cas culturales marcadas por la reproducción de barreras y lími-tes que preservan las diferencias y jerarquías entre los grupossociales.

¿Cuáles han sido las características de los procesos de apro-piación-expropiación en América Latina? ¿Qué especificidadestienen en la región los mecanismos clásicos de generación dedesigualdades (la explotación y el acaparamiento de oportuni-dades)? Podrían contestarse estas preguntas mediante la siguientefórmula: en América Latina se observa un proceso que tuvo comopunto de partida grandes expropiaciones, que fueron seguidaspor la construcción de diferencias culturales jerarquizadas queimpregnaron la operación cotidiana de la explotación y el acapa-ramiento de oportunidades y que desembocan, como punto dellegada (hasta el momento) en una enorme acumulación históri-ca de ventajas y desventajas.

La conquista de lo que hoy es América Latina representó, porlo menos ante los ojos de los pobladores originarios, una expro-piación gigantesca: los conquistadores, en el lapso de una cuan-

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tas décadas del siglo XVI, pasaron de no poseer absolutamentenada en la región, a ser dueños o beneficiarios de enormes ex-tensiones de tierras, de aguas y de yacimientos minerales, mien-tras que los indígenas perdieron la propiedad y/o el control deesos mismos recursos. Esta gigantesca expropiación, una de lasmás colosales que conoce la historia, fue posible por la victoriamilitar de los conquistadores. A ella se sumó otra de enormegravedad: la esclavitud de millones de negros traídos a la fuerzade África. En ese momento, el mecanismo principal de produc-ción de desigualdades fue el uso llano de la fuerza y la violenciamilitar, política y simbólica. Se trata de mecanismos premoder-nos, similares a los que Carlos Marx denominó “acumulaciónoriginaria” y, más recientemente, David Harvey caracterizó como“acumulación por desposesión” (Marx, 1974 [1867]; Harvey,2003). Después, el uso de la fuerza perdió el papel central en lageneración de desigualdades, pero dejó profundas huellas y se-cuelas. Por un lado, el uso de la violencia y otros métodos com-pulsivos para la expropiación de recursos se ha presentado enotros momentos de la historia latinoamericana, incluso en laépoca contemporánea (contrarreformas agrarias, despojo de re-cursos naturales, narcotráfico y crimen organizado). En segun-do lugar, han sido comunes otras formas de expropiación, qui-zás menos violentas, pero que también están marcadas por elabuso: corrupción, fraudes, despojos, saqueos, concesiones sinrespetar las leyes.

Después se dio la transición del despojo brutal hacia una apro-piación-expropiación más pacífica, en la que el uso de la fuerzano estaba excluido, pero los mecanismos principales de genera-ción de desigualdades eran la explotación y el acaparamiento deoportunidades, reforzados por la construcción de diferencias je-rarquizadas: las relaciones laborales y, en general, todas las rela-ciones sociales, pasaron por el tamiz de desigualdades catego-riales (étnicas, raciales y de género) que contribuyeron a acen-tuar la explotación y la disparidad de oportunidades en perjuiciode las mujeres, los negros y los indígenas, mientras que se bene-ficiaba una pequeña minoría.

Sin negar la enorme importancia que han tenido en AméricaLatina la expropiación violenta (mediante el uso de la fuerza, elrobo, el fraude, el saqueo, o la corrupción) y la construcción dejerarquías basadas en diferencias culturales (mediante el racis-

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mo, las ideologías de género, la discriminación y los prejuicios),no toda la desigualdad de la región se puede explicar a partir deestos dos dispositivos. Hay que agregar la operación rutinaria ycotidiana de la explotación, el intercambio desigual, el acapara-miento de oportunidades y la exclusión, que si bien muchas ve-ces se acompañan de despojo y trato discriminatorio, tambiénpueden reproducirse al margen de ellos, ya que basan su existen-cia en la simple asimetría de recursos y de poder. Esta asimetríaes fruto de la sedimentación de los resultados de todos los otrosmecanismos de generación de desigualdades, que van generan-do la acumulación histórica de ventajas y desventajas entre dis-tintos sectores de la población. Con el tiempo, esta acumulaciónse convierte en uno de los principales factores de producción dedesigualdades. Dicho de otra forma: en el momento actual enAmérica Latina podrían eliminarse por completo la expropia-ción violenta, los saqueos, la discriminación y la influencia delas construcciones culturales jerarquizadas, lo que sería un granavance, pero aun así el funcionamiento rutinario y legal de laexplotación y el acaparamiento de oportunidades seguirían ge-nerando enormes desigualdades, debido a que existe una distri-bución muy asimétrica de los recursos, capacidades y oportuni-dades, fruto de la historia regional.

Existe un proceso de mutuo reforzamiento entre diferentestipos de exclusión y diferenciación. Se entremezclan la distanciacultural, la polarización de ingresos, la segregación física y geo-gráfica, la segmentación educativa y las disparidades en capitalsocial. Este reforzamiento naturaliza las desigualdades, parecenormal que las mejores posiciones se reserven a quienes obtu-vieron los mayores logros educativos, pero se pierden de vistalos mecanismos que produjeron esos resultados. En toda socie-dad compleja existen distancias entre las élites y el resto de so-ciedad, pero lo que es grave en América Latina es la magnitud deesas distancias y la manera en que se sobreponen inequidadesde diversa índole. Así, los privilegios de la élite quedan protegi-dos por distintos flancos, mientras que los más pobres acumu-lan varias desventajas: de origen étnico, de lugar de nacimientoy residencia, de género, de ingresos, de credenciales escolares,de carencia de redes sociales que los vinculen con los más pode-rosos, de capital cultural, etc. Esta acumulación de ventajas ydesventajas contribuye a la persistencia de la desigualdad. En su

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conocido libro sobre las esferas de la justicia, Michael Walzerdice que para lograr la igualdad compleja hay que evitar quequienes son privilegiados en una esfera de la vida social lo seantambién en las otras. América Latina parece representar la si-tuación contraria al ideal walzeriano.15 Por supuesto que no to-dos los miembros de las élites son privilegiados en todos los cam-pos ni todos los pobres acumulan todas las adversidades, peroexiste una tendencia a la acumulación de ventajas y desventajasen los dos extremos de la sociedad.

Se ha dicho con frecuencia que el principal predictor de queuna sociedad será desigual en el futuro es el hecho de haber sidodesigual en el pasado. Eso se debe, en gran medida, a que laacumulación asimétrica de ventajas y desventajas fomenta y fa-cilita la reproducción de prácticas y estructuras desigualitarias.Pero hay que evitar naturalizar y hacer eterna la reproducciónde las desigualdades. No se trata de un círculo cerrado y fatal dereproducción hasta el infinito de las inequidades, sino de proce-sos históricos atravesados por fuerzas contradictorias. En Amé-rica Latina han existido y existen diversos factores que contra-rrestan la desigualdad. Pese a que no han tenido la fuerza sufi-ciente para reducir sustancialmente la concentración del ingreso,han tenido una incidencia importante en otros indicadores y hansido cruciales para la incorporación de millones de personas alos procesos de desarrollo en la región, pese a que esa incorpora-ción haya sido lenta y precaria y a que ese desarrollo tenga mu-chas cortapisas y limitaciones.

Las desigualdades latinoamericanas son una construcciónhistórica, como lo muestran las excepciones a esta tendenciageneral. Existen países, épocas y experiencias que tienen un sig-no contrario al de la desigualdad. Uruguay y Costa Rica durantelargos períodos históricos han sido más igualitarios que el restodel continente, sobre la base de políticas sociales más democrá-ticas e incluyentes, además de que existen menos barreras jerár-quicas que separen a sus ciudadanos (Filgueira, 1999; Harrison,2000). Durante mucho tiempo Chile escapó a los patrones dehiperconcentración de la tierra (Karl, 2002). La pobreza descen-dió en muchos países de la región durante las primeras ochodécadas del siglo XX, y en el período 1950-1970 disminuyó unpoco la desigualdad de ingresos en algunos países, entre ellosColombia, México y los países del Cono Sur (Hernández Laos y

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Velásquez, 2003; Portes, 1985, Stevens, 1999). Las sociedades dela región están marcadas por las distancias y las barreras entrelos grupos sociales, pero también ha habido movimientos porderribar esas barreras, acortar las brechas y tender puentes. Laoposición al saqueo colonial y neocolonial, el cuestionamientode la dominación étnica y de género y los movimientos socialescontra la explotación y el acaparamiento de oportunidades hanacotado y regulado, con diferentes grados de éxito, la produc-ción de desigualdades. También han influido en la disminuciónsustancial de sus formas más indignas: la dominación colonial,la esclavitud, el trabajo forzado, la discriminación abierta, la ex-plotación salvaje. Aunque éstas no han desaparecido por com-pleto, han cobrado mayor importancia otros mecanismos degeneración de desigualdades. Más que una evolución lineal des-de la expropiación compulsiva hacia modernas formas de exclu-sión, lo que se ha presentado es una superposición en la que seentrelazan nuevos y viejos dispositivos productores de desigual-dad. Esa superposición está marcada por procesos históricos yconfrontaciones, en los que las maneras más brutales de produ-cir las desigualdades, sin desaparecer del todo del panorama,han perdido centralidad. En su lugar, cada vez tienen más pesoformas rutinarias y políticamente correctas de la desigualdad.De la expropiación colonial violenta al intercambio desigualmediado por diferenciales productivos y tecnológicos, de la dis-criminación étnica legalizada a la acumulación histórica de ca-rencias entre la población negra e indígena, de las prohibicionesabiertas a las mujeres a su exclusión sutil, de la explotación com-pulsiva de la mano de obra a las disparidades creadas por mer-cados de trabajo polarizados y con altos índices de subempleo,las desigualdades latinoamericanas han persistido al transfor-marse. En los últimos lustros las desigualdades latinoamerica-nas han experimentado una evolución paradójica: por un lado sehan agudizado y por otro han sido cuestionadas, por el impactocombinado de la democratización de la región, las crisis econó-micas, el ascenso de nuevas formas de exclusión y desconexión,la aparición de movimientos sociales inéditos y la inserción endinámicas globales que también están atravesadas por dialécti-cas de equidad y disparidad. De esto tratarán los últimos doscapítulos de este libro, de las transformaciones recientes de lasdesigualdades en la sociedad global y en América Latina.

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1. Estudiando las estadísticas de ingresos en América Latina a finales delsiglo XX, Oscar Altimir encontró que la desigualdad resultaba de la combina-ción de varios factores: lugar de residencia, escolaridad, ocupación, género ygrupo étnico (Altimir, 1999: 27). A su vez, el estudio de una barriada de Limadurante más de 30 años le ha permitido a Jeanine Anderson advertir la impor-tancia de la acumulación paulatina de ventajas o desventajas en la producciónde itinerarios desiguales: desde los “sospechosos comunes” (estructura fami-liar, capital humano, capital social, portafolio de activos) hasta otros menosconocidos (participación comunitaria, cooperación en el hogar, comprensiónde la complejidad del sistema) (Anderson, 2003).

2. Norbert Elias, al reflexionar sobre el caso norteamericano, comentó queaunque la legislación fue borrando paulatinamente las barreras jurídicas al grupoanteriormente esclavizado, persistieron el prejuicio social y las barreras emo-cionales, sobre todo entre los descendientes de los dueños de esclavos y losdescendientes de los esclavos (Elias, 2006: 226).

3. En 1980 la homogamia en Brasil en términos de grupos raciales era del 81% para el conjunto de la población, pero era mucho mayor entre la poblaciónque se considera a sí misma blanca (86,4 %), que entre la que se consideramulata (75,4 %) o negra (62,5 %) (Melo da Silva, 1991: 165). La homogamiacrecía conforme aumentaba el nivel educativo, de modo que el grupo con ma-yor escolaridad (más de 5 años) tenía una homogamia del 93,8 % (Berquó,1991: 118).

4. Uno de los ejercicios más recientes de esta naturaleza, para los casos deBolivia, Brasil, Guatemala y Guyana, se puede consultar en Word Bank, 2003:112-123.

5. Datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, citados en LaJornada, 25 de junio de 2003.

6. Estudio de la consultoría Towers Perrín, citado en “Salarios ejecutivos.Remuneran bien a los mexicanos”, Reforma, 3 de diciembre de 2001.

7. Estudio realizado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas(CIDE), citado en “Ganan secretarios más que líderes mundiales”, Reforma, 18de diciembre de 2002.

8. Estudio del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey,citado en “Salen diputados de NL más caros que en EU”, Reforma, 13 de juniode 2003.

9. “Ganan secretarios más que líderes mundiales”, Reforma, 18 de diciem-bre de 2002.

10. En entrevista con el escritor Luis Zalamea, citada en Reyes, 2003: 12-13.11. La única mujer fue María Asunción Aramburuzabala, del grupo Modelo

de México; estuvieron también, entre otros, los mexicanos Carlos Slim (Carso),Lorenzo Zambrano (Cemex), Emilio Azcárraga (Televisa), Carlos Fernández(Modelo), Lorenzo y Daniel Servitje (Bimbo), Fernando Senderos (Desc), Agus-tín Franco (Infra), Alberto Bailleres (Peñoles), Bernardo Quintana (ICA), JoséAntonio Fernández (Femsa), los argentinos Carlos Miguens Bemberg (Bem-berg), Alberto Roemmers (industria farmacéutica), Federico Braun (importa-ción y exportación) y Eduardo Constantini (finanzas), los brasileños João Ro-berto Marinho (Globo), Marcelo Oderbrecht (construcción), Joseph Safra (ban-quero), Luiz Frías (prensa), Eugeni Staub y Pedro Moreira, los chilenos JoséSaid (embotelladoras), Álvaro Saieh (banquero), Andrónico Luksic (banquero),los colombianos Carlos Ardila, Luis Carlos Sarmiento y Jimmy Mayer, el ecua-toriano Álvaro Novoa, los venezolanos Gustavo Cisneros, Gustavo Vollmer, Juan

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Luis Bosch y Ricardo Poma (“Conciliábulo de empresarios de AL en la ciudadde México”, La Jornada, 24 de mayo de 2003; “Celebran cumbre empresarios”,Reforma, 24 de mayo de 2003). Véase también Reyes, 2003: 7-10.

12. “Tiene el país 80.000 muy ricos”, Reforma, 13 de junio de 2003.13. Datos del Banco Interamericano de Desarrollo, véase “Remesas a Lati-

noamérica superarán 60.000 millones de dólares en 2006”, Excélsior, 3 de enerode 2007.

14. “A surge in money sent home by Mexicans”, The New York Times, 28 deoctubre de 2003.

15 Walzer formula así su tesis: “El régimen de la igualdad compleja es loopuesto a la tiranía. Establece tal conjunto de relaciones que la dominación esimposible. En términos formales, la igualdad compleja significa que ningúnciudadano ubicado en una esfera o en relación con un bien social determinadopuede ser coartado por ubicarse en otra esfera, con respecto a un bien distinto.De esta manera, el ciudadano X puede ser escogido por encima del ciudadanoY para un cargo político, y así los dos serán desiguales en la esfera política. Perono lo serán de modo general mientras el cargo de X no le confiera ventajassobre Y en cualquier otra esfera —cuidado médico superior, acceso a mejoresescuelas para sus hijos, oportunidades empresariales y así por lo demás” (Wal-zer, 1993: 32-33).

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Una cortina de pobreza ha descendido directamenteen el rostro de nuestro mundo, dividiéndolo mate-rial y filosóficamente en dos mundos diferentes, dosplanetas separados, dos humanidades desiguales —una embarazosamente rica y la otra desesperada-mente pobre. Esta barrera invisible existe dentrode las naciones lo mismo que entre ellas. [...] Lalucha por levantar esta cortina de la pobreza es cier-tamente el desafío más formidable de nuestro tiem-po.

MAHBUB UL HAQ, The poverty curtain (1976: xv)

Nuevas formas de poder e influencia en el marcode una economía y un mundo cada vez más inter-conectado, donde se hace notar la presencia depoderes multinacionales, de influyentes industriasde la cultura y de la comunicación, de nuevas tec-nocracias, etc., sin que existan elementos de ajustey de compensación política ante cuestiones tan re-levantes como la defensa de los equilibrios medio-ambientales, el mantenimiento de las políticas debienestar social, el funcionamiento transparente dela democracia, etc.

JOSÉ FÉLIX TEZANOS, La sociedad dividida(2001: 83)

¿Cuánto vale la vida de un ser humano? En el mundo actual,una vida puede costar un puñado de monedas o varios millonesde dólares. El novelista Henning Mankell relata que encontró enMozambique que alguien podía matar a una persona por sólo 30dólares (Mankell, 2006: 206). El precio de una vida puede seraún menor si se trata de una mujer: en su edición de abril de

CAPÍTULO 3

DESIGUALDAD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN

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2002 la revista National Geographic presentó un reportaje estre-mecedor que narra cómo una joven prostituta de una región deÁfrica, en la que más del 20 % de la población está infectada conel virus del sida, acepta tener relaciones sexuales sin condón porunos cuantos dólares. En contraste, unos meses antes el clubespañol de fútbol Real Madrid había pagado más de 60 millonesde dólares por la transferencia del astro francés Zinedine Zidaney en 2007 algunas cantantes de música pop recibieron millonesde dólares por amenizar la fiesta de un millonario ruso. Mien-tras que un excéntrico puede pagar 10 millones de dólares porun paseo espacial, en las regiones más pobres del planeta mue-ren miles de niños cada día a causa de enfermedades que po-drían curarse con remedios que cuestan un dólar. En la sociedadglobal, la desigualdad ha alcanzado niveles nunca antes vistos.En un extremo, más de 1.200 millones de personas viven en lapobreza extrema con menos de un dólar diario (World Bank,2002a). En el otro, 200 personas inmensamente ricas ganan cadadía más de un millón de dólares cada una. ¿Qué ha ocurridopara que un ser humano tenga un millón de veces más que otro?

La inequidad es una vieja compañera de la humanidad, peroen los últimos tiempos las asimetrías han llegado a un puntoinsospechado: las fortunas de Bill Gates y de Carlos Slim ascien-den a miles de millones de dólares, cantidad muy superior a laque van a ganar pueblos enteros a lo largo de toda su vida. Pu-diera pensarse que desigualdades de esta magnitud siempre hanexistido, pero no es así, las brechas no eran tan grandes. Porejemplo, en 1688 la renta anual por familia de las 186 familiasmás ricas de Inglaterra era de 2.600 libras esterlinas, mientrasque las 450.000 familias más pobres sólo percibían cada año15,5 libras cada una, es decir, una cantidad 168 veces menor(Phelps, 1990: 22). Esa asimetría, que puede sonar escandalosa,no es nada frente a las desigualdades actuales, en donde las fa-milias más ricas pueden tener ingresos varios miles de veces su-periores a los de las más pobres.

Se han ensanchado también las diferencias entre países y entreempresas. Los historiadores han calculado que hace 250 añoslas diferencias en el ingreso per cápita entre países era muy baja,quizás alcanzaba a ser apenas de 5 a 1 entre la nación más rica yla más pobre. Los ingresos por persona en los países europeoseran sólo el doble que en China o la India. En cambio, hoy en día

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la renta per cápita en los 10 países más ricos es 30 veces mayorque en los 10 países más pobres;1 en los extremos, entre un paísindustrializado rico como Suiza y uno no industrializado pobrecomo Mozambique la diferencia es de 400 a 1, lo que quieredecir que en menos de tres siglos este índice de desigualdad au-mentó 80 veces (Landes, 2000: 17-18). La cortina de la pobrezaque separa al mundo, de la que habló Mahbub Ul Haq en 1976,no sólo no se ha levantado, sino que parece haberse convertidoen un muro más alto.

Por lo que toca a las empresas, es ampliamente sabido queunas cuantas corporaciones transnacionales concentran la ma-yor parte de los activos, de las ventas y de las ganancias en elmundo. Al terminar el siglo XX, al lado de millones de microem-presas que apenas aportan ingresos de subsistencia a sus pro-pietarios, había 11 empresas con ventas superiores a 100.000millones de dólares anuales cada una, cantidad que superaba alproducto interior bruto de muchos países.2

La faceta más deprimente de la desigualdad es la persisten-cia de la pobreza extrema en una época de avances tecnológicosinsospechados: 2.000 millones de personas con insuficienciasalimentarias, 815 millones padecen hambre, 1.300 millones ca-recen de agua limpia, 880 millones sin servicios de salud, 850millones de adultos analfabetos (Tezanos, 2001: 34).

A la agravación de estas viejas carencias hay que agregarle laaparición de nuevas desigualdades: el crecimiento de la exclu-sión, el desempleo y la economía informal —más de 1.000 millo-nes de desempleados y subempleados (Organización Internacio-nal del Trabajo, 1998)—, la aparición de una “superclase” demultimillonarios, la precarización del trabajo formal (baja desalarios, trabajo a tiempo parcial, disminución de la regulaciónsindical), las brechas digitales (diferencias en el acceso a las nue-vas tecnologías), los diferenciales de salario dentro de las empre-sas (las diferencias de sueldos entre los altos ejecutivos y losempleados con menores salarios han llegado a ser de 400 a 1 enalgunas empresas norteamericanas; estos diferenciales de suel-do se multiplicaron por 20 o por 30 veces sólo en las últimasdécadas del siglo XX) (Tezanos, 2001: 352).

Las cifras son elocuentes, pero habría que pasar del shockque causan estos datos al análisis fino de los procesos, para en-tender las múltiples causas y advertir los matices y contraten-

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dencias. Existen dos posiciones principales en torno a las ten-dencias de la desigualdad en la sociedad global. Por un lado, lapostura optimista, que plantea que con la globalización estándisminuyendo la pobreza y la desigualdad porque una economíamundial abierta es más eficiente (De la Dehesa, 2003; Firebaugh,2003; Wolf, 2004). Por otro lado, un enfoque crítico que señalaque con la globalización se incrementan las ganancias de lospaíses ricos y las grandes corporaciones, en detrimento de lospaíses pobres y de los trabajadores de todo el mundo (Korze-niewicz y Moran, 2005; Wade, 2007; Wallerstein, 2004). Los par-tidarios de ambas perspectivas presentan datos que confirmansus argumentos. Sin embargo, una mirada más atenta revela queen algunos países la desigualdad de ingresos aumentó, en otrosdisminuyó y en otros más se ha mantenido estable. Llevadas a suextremo, ambas posiciones paralizan el análisis: una ya dictami-nó que la globalización conducirá a un mundo más equitativo yotra considera que llevará a una profundización de las inequida-des. Presentan como natural e inevitable algo que es una cons-trucción social que depende de muchos factores. Hay que desen-trañar los procesos que están generando mayores desigualdadesy también ver los factores que las contrarrestan, para poder ima-ginar alternativas que conduzcan a una mayor equidad. Paraello, cada apartado de este capítulo analiza la relación entre lasdesigualdades y algunos procesos característicos de los últimos30 años: la crisis del Estado del Bienestar, la revolución tecnoló-gica, la precarización del empleo y la globalización económica.

Las siguientes hipótesis guían mi exploración de las desigual-dades en la sociedad global:

1. Las grandes transformaciones asociadas a la globalizacióny a la revolución tecnológica incrementan la capacidad de gene-ración y apropiación de riquezas, pero no conducen de maneraautomática a la acentuación de la desigualdad. Si hay mayordesigualdad no es por alguna característica inherente a la tecno-logía o a las conexiones globales, sino debido a las maneras enque se han desarrollado y a los procesos sociales, económicos,políticos y culturales en los que se han inscrito. Dicho de otraforma, las computadoras, las telecomunicaciones, la ingenieríagenética, la apertura de las fronteras y la intensificación de lasredes transnacionales tienen, también, un enorme potencial para

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disminuir la pobreza, mejorar la salud, incrementar el bienestary reducir la desigualdad y la exclusión; si ese potencial casi no seha aprovechado y, por el contrario, se ha explotado su capacidadpara exacerbar las inequidades, las causas hay que buscarlas enlos dispositivos económicos, políticos y culturales (en particularvarias formas de monopolización, acaparamiento de oportuni-dades y exclusión), en las relaciones sociales (de clase, de géne-ro, interétnicas, entre países, entre empresas, etc.) y en las políti-cas que han definido los ritmos y variantes de la globalización,los derroteros del cambio tecnológico, y la distribución de lasnuevas cargas y los nuevos beneficios que acompañan estas trans-formaciones.

2. Un factor clave en el incremento reciente de la inequidades el desajuste entre la renovación y la expansión de muchosmecanismos generadores de desigualdades —que se han moder-nizado, se han vuelto globales, cuentan con enorme respaldo ins-titucional y muestran extraordinario vigor— y la debilidad y eldeterioro de los mecanismos de compensación de las asimetrías—que se han rezagado, en general se mantienen a escala local onacional, tienen menor soporte institucional y acusan signos deestancamiento. Hacia mediados del siglo XX, los Estados del Bien-estar habían logrado reducir significativamente la desigualdadsocial dentro de muchos países. En contraste, en la época actual,caracterizada por el capitalismo globalizado, la migración trans-nacional, la producción flexible y la sociedad-red del conocimien-to, no se han construido instituciones que contrarresten la des-igualdad bajo las nuevas circunstancias.

3. En general, las nuevas desigualdades han reproducido lageografía de las viejas desigualdades, se han construido sobrelas inequidades previas entre las clases, los grupos étnicos, losgéneros, los países y las empresas. No obstante, hay excepcionesimportantes a esa tendencia general: países, regiones, sectoressociales, empresas y grupos que han cambiado su posición, yasea en sentido ascendente o descendente.

4. La intensificación y el aumento de volumen de los flujostransnacionales (de insumos, de mercancías, de capitales, depersonas, de símbolos y de conocimientos) expresan el incre-mento de las capacidades de generación de riqueza social y, enmuchos casos, esas nuevas riquezas se han distribuido de mane-ra desigual. Sin embargo, en esos flujos también se pueden en-

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contrar manifestaciones de reciprocidad, resistencia y resilien-cia, que alteran el sentido predominante de la distribución decargas y beneficios, generan mayor equidad en algunos aspectoso señalan rutas promisorias para alcanzarla. A contrapelo de latendencia general hacia una mayor desigualdad, hay procesossociales emergentes que la ponen en duda, ya sea porque seña-lan sus límites y contradicciones, o porque constituyen la basepara la construcción de mecanismos institucionales de compen-sación y reducción de las desigualdades en la era de las redesglobales.

3.1. El Estado del Bienestar y la jaula de hierrode la solidaridad

Una vez establecidas, las prestaciones tienen supropia autonomía, independientemente de que sir-van o no a los propósitos para los que fueron origi-nalmente diseñadas. Al ocurrir esto, las expectati-vas se «fortifican» y los grupos de interés se atrin-cheran.

ANTHONY GIDDENS, La tercera vía (1999: 137)

El siglo XX vio nacer una de las armas modernas más podero-sas para combatir la desigualdad: el Estado del Bienestar. Basa-dos en las ideas de los socialistas del siglo XIX, pero también enpensadores del siglo XX como John M. Keynes, muchos paísesdesarrollaron este tipo de intervenciones estatales, en particularentre las décadas de los años treinta y setenta del siglo pasado.Los Estados del Bienestar asumieron formas muy diversas, des-de la variante más liberal (y menos igualitaria) de los EstadosUnidos, hasta las experiencias socialistas (y desmedidamenteigualitaristas) de la Unión Soviética, China, Europa del Este yotros países, pasando por los Estados del Bienestar europeos yasiáticos, los Estados populistas de algunos países de AméricaLatina o los débiles y truncados intentos de Estado del Bienestaren países pobres del Tercer Mundo. Pese a sus diferencias y susenconadas rivalidades, tenían algunos rasgos en común paracombatir la desigualdad, entre ellos la regulación de los proce-sos económicos para impulsar el crecimiento, la creación de unentorno institucional con mayor equidad de sueldos y salarios,

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la promoción del empleo, así como la apropiación (socializaciónlegítima o expropiación ilegítima, según se vea) de una porciónsignificativa de la riqueza privada para convertirla en proyectospúblicos de toda clase: infraestructuras de comunicaciones, equi-pamiento urbano, educación, salud, cultura, asistencia social,etc.

Lo novedoso de los Estados del Bienestar del siglo XX resideen que fueron los primeros que lograron eficacia considerablepara reducir las desigualdades de ingresos en naciones moder-nas, en sociedades en las que el mercado, el capitalismo y la in-dustria ya se habían instalado. Constituyeron mecanismos deredistribución a gran escala, diseñados para incidir sobre el tipode economías industriales que existían en el segundo tercio delsiglo. La otra novedad es que desarrollaron su acción igualitariasobre la base de la ciudadanía universal, es decir, sin establecerdistinciones basadas en parentesco, raza, grupo étnico o reli-gión. En tercer lugar, se apoyaron en organizaciones sociales tí-picas de la sociedad industrial, en particular sindicatos de traba-jadores y agrupaciones de empresas. Algunos autores conside-ran que sus logros en materia de igualdad fueron tan relevantesque lograron modificar la tendencia histórica de la curva de ladesigualdad, que venía creciendo desde las sociedades cazado-ras y recolectoras (Lenski, 1969: 448; Tezanos, 2001: 104-105).La afirmación parece aventurada, porque no disponemos de datossuficientes para trazar una curva de esa naturaleza, pero es cier-to que muchos países lograron reducir ciertas desigualdades demanera considerable, y en nuestra época algunos han podidomantener sociedades muy igualitarias. Un ejemplo de su efica-cia se puede encontrar en los efectos redistributivos del sistemade impuestos y transferencias: mediante ese sistema, Suecia re-duce a la mitad las desigualdades de ingresos generadas por elmercado; Dinamarca y Alemania las reducen en un 40 %(Giddens, 2001: 109). En los países de la Unión Europea, lastransferencias sociales permiten que muchos hogares se man-tengan por encima de la línea de pobreza. Sin esas transferen-cias, habría un 40 % de hogares pobres; con ellas, la cifra sereduce al 17 % (Tezanos, 2001: 194).

Diversos especialistas consideran que el abandono o la con-tracción de las políticas del Estado del Bienestar durante los úl-timos lustros es una causa fundamental del incremento de la

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desigualdad. En contraste, otros consideran que las políticas delEstado del Bienestar son erróneas, porque limitan la expansióny autorregulación de los mercados e impiden su funcionamientoequitativo. ¿Qué posición tomar frente a esta disyuntiva? ¿Cuá-les son los alcances y limitaciones del Estado del Bienestar ennuestra época?

Hay que tener cuidado con las generalizaciones: ha habidovarias clases de políticas y Estados del Bienestar y habría quedistinguir los problemas que se presentaron en distintos tipos depaíses.

— En primer lugar, entraron en crisis las variantes más diri-gistas y autoritarias del Estado del Bienestar, las que seguían lospaíses socialistas que restringían en forma severa las libertadesciviles y económicas. Entraron en crisis y en muchos casos des-aparecieron, pero no porque no hubieran tenido éxito en reducirla desigualdad de ingresos, sino porque inhibieron la innova-ción, la competencia, la eficiencia, y también porque perdieronel soporte de importantes sectores de la población, que pensa-ban que la mayor igualdad económica no valía la pena si el costoque había que pagar por ella era la pérdida de libertades y laausencia de democracia. Representaban la hipertrofia de uno delos mecanismos de compensación de las desigualdades —la re-distribución mediante transferencias estatales—, en detrimentode las lógicas igualadoras del mercado y de la sociedad civil (Bruniy Zamagni, 2007: 21-22). No se trata sólo de una crisis de efica-cia económica, sino de un conflicto político y cultural que desen-cadenó transformaciones profundas, que incluyeron cambios derégimen y desaparición o fragmentación de Estados. Aquí llamala atención el caso de China, en donde la transición exitosa haciauna economía de mercado se ha hecho, hasta la fecha, sin gran-des cambios de régimen político (para bien y para mal), y endonde se conservan muchas de las virtudes del Estado del Bien-estar. En contraste, el desmembramiento de la Unión Soviéticano sólo desembocó en un desempeño económico más errático,sino que también produjo una polarización acelerada de la so-ciedad rusa, en uno de los virajes desigualitarios más drásticosde la historia. En 1989 sólo el 2 % de los habitantes de Rusiavivían en la pobreza, mientras que en 1998 esa cifra había subi-do al 23,8 %, al mismo tiempo que una minoría accedió al con-

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sumo de productos occidentales de lujo. Por el contrario, la can-tidad de pobres extremos en China descendió de 358 millones depersonas en 1990 a 208 millones en 1997 (Stiglitz, 2002: 6 y 153).

— Entraron en crisis los Estados del Bienestar más débiles yclientelares que se habían creado en muchos países del TercerMundo. Se trató de una pérdida del margen de maniobra antelas recesiones, la deuda externa, la mayor competencia interna-cional y la inestabilidad financiera, que se combinó con proble-mas internos: escasa consolidación de las instituciones públicas,debilidad fiscal estructural, resistencia de las élites frente a laspolíticas de redistribución, corrupción, endeudamiento excesi-vo, pérdida de control sobre la inflación, entre otros. Hubo mu-chos errores de política económica, que no deben interpretarsesólo como fruto de la torpeza o de la irresponsabilidad (aunquelas hubo), sino también como intentos de preservación de la he-gemonía por medio de medidas clientelares que, a la larga, sevolvieron insostenibles desde el punto de vista económico y fue-ron severamente criticadas en el ámbito político. Pero aquí, unavez más, la crisis no fue sólo económica, se rompieron tambiénlas alianzas políticas y las construcciones culturales que habíanhecho posibles estos frágiles Estados del Bienestar.

— El caso de los países industrializados de Occidente es dis-tinto, porque ahí la crisis del Estado del Bienestar no se asocia nia la transición a la democracia ni a una posición desventajosa enel mercado mundial. Se han esgrimido dos argumentos. El pri-mero, que fue un problema de carga fiscal, es decir, que con loscambios en la estructura demográfica las finanzas del Estado noalcanzaban para sostener los seguros de desempleo y los siste-mas públicos de salud y educación, a menos que se recurriera ala inflación y al endeudamiento. El segundo, que el excesivo pro-teccionismo del Estado del Bienestar provocaba dependencia eineficiencia, que no fomentaba los incentivos al trabajo y a laproductividad. Aunque estos problemas de cargas fiscales y deincentivos son reales, el problema es más complejo. En la medi-da en que no hay crecimiento económico o éste es muy pequeño,aumenta el desempleo. Si a esto se aúnan diferencias de ingre-sos cada vez mayores, se hace muy difícil que el Estado puedacompensar las desigualdades a posteriori. Pero la causa no sonlas redistribuciones que realiza el Estado hacia los desemplea-dos, los pobres o los enfermos, sino los procesos que provocan

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desocupación y mayores desigualdades en las remuneraciones,que sólo podrían ser aminoradas mediante transferencias cadavez mayores, que los contribuyentes no están dispuestos a sufra-gar (Galbraith, 1999). También aquí está el componente políti-co: el deterioro de las alianzas y de las creencias que hicieronposibles las políticas de pleno empleo y la concertación entreempresas y sindicatos. En los casos en que ese deterioro fuemayor, como en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, el replie-gue del Estado del Bienestar fue mucho mayor. También creciómás la desigualdad.

— En algunos países, en particular del norte de Europa, sehan mantenido la mayor parte de las políticas del Estado delBienestar y en general conservan bajas tasas de desigualdad. Uncaso singular es Finlandia, donde se ha podido combinar el Es-tado del Bienestar con exitosas experiencias de desarrollo en in-dustrias de vanguardia. Estos países conservan impuestos altos,que tienen amplia aceptación porque los gobiernos sostieneneficientes sistemas de salud, educación y seguridad social quebenefician a la gran mayoría, además de que existen razonespolíticas y culturales para ello (Castells e Himanen, 2002).

El repliegue de los Estados del Bienestar no se puede expli-car sólo como un problema de falta de recursos o de necesidadde ajustes ante el ascenso de la inflación, sino como el deteriorodel conjunto de arreglos económicos, políticos, institucionales yculturales que habían permitido desarrollar, durante varias dé-cadas y en muchos países a la vez, estrategias políticas marcadaspor una fuerte participación del Estado en la promoción del cre-cimiento, la construcción de infraestructura, la inversión en sa-lud, educación y bienestar social, el impulso de acuerdos labora-les y la regulación de los mercados de trabajo, de mercancías yde capitales. Esta intervención estatal, que antes era considera-da una apropiación legítima, comenzó a ser considerada pormuchos como una exacción injusta que fomentaba la improduc-tividad.

Las crisis económicas de los años setenta y ochenta abrieronun período de contiendas acerca de las nuevas políticas que de-berían seguirse para afrontarlas. Como en toda crisis, existíanmuchas alternativas posibles. Podría haberse optado entre ha-cer desaparecer el Estado del Bienestar, reducirlo al mínimo,

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dejarlo como estaba, fortalecerlo y ampliarlo sin modificar suestructura, o transformarlo para hacerlo más democrático y flexi-ble ante las nuevas circunstancias. Muchos países optaron porlo que se ha dado en llamar políticas neoliberales, que implica-ron la eliminación o reducción sustancial de muchas de las polí-ticas de bienestar y promoción del crecimiento. Durante los añosochenta y noventa el llamado neoliberalismo tuvo una influen-cia considerable en casi todo el mundo y muchos gobiernos depaíses latinoamericanos y ex socialistas lo adoptaron, a veces nosólo como un medio para resolver la crisis, sino con un apegodoctrinario y una rigidez extraordinarias. Pero algunos paísesasiáticos y europeos no adoptaron el credo neoliberal y mantu-vieron la estructura básica del Estado del Bienestar.

Tanto los defensores como los opositores a las llamadas polí-ticas neoliberales las presentan como medidas que plantean elrepliegue del Estado y la liberación total de los mercados. Tal vezésos sean los argumentos que se discuten, pero la práctica hasido muy poco liberal. Por el contrario, ha implicado una fuertepresencia de los gobiernos y de otras instancias ajenas a los mer-cados. Por ejemplo, en los rescates bancarios y en las políticaspara defender el tipo de cambio de algunas monedas se hanempleado recursos millonarios a través del gobierno o de la ban-ca central. También se ha usado el poder del Estado para subirlas tasas de interés y para mantener artificialmente bajos los sa-larios. Qué decir del enorme déficit fiscal o del elevado gasto enarmamento de algunos gobiernos neoliberales. Lo que ha ocu-rrido en la práctica no ha sido la sustitución del Estado por elmercado, sino la sustitución de un tipo de intervención guberna-mental por otro, de unas transferencias por otras, de un tipo deincremento del gasto público por otro, de unos monopolios porotros.

La mayoría de los opositores y de los defensores de las políti-cas neoliberales han caído en el mismo error: suponer que exis-ten mercados libres de interferencias institucionales, políticas yculturales. Unos están en contra de ese tipo de mercados y otrosa favor de ellos, pero los mercados realmente existentes siempreestán entrelazados con relaciones de poder, instituciones regula-doras, tradiciones y dinámicas culturales. Es más, las discusio-nes acerca de si se necesita más mercado o más Estado son partede las contiendas culturales y luchas de poder que inciden sobre

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el funcionamiento de los mercados y de los Estados. Lo que estáen juego en ellas son los tipos de intervenciones y regulacionespúblicas que debería haber.

Por lo que toca al tema de la desigualdad, durante las déca-das de los años ochenta y noventa las posiciones neoliberalesganaron muchas de estas contiendas en muchos países, pero noen todos. Se difundieron por doquier algunas de sus tesis favori-tas: primero hay que aumentar el tamaño del pastel y despuésdistribuirlo, el aumento de la desigualdad es inevitable y hastadeseable en una primera etapa de la transición, hay que dejarque los mercados realicen los ajustes necesarios para lograr unaequidad a largo plazo. Sobre la base de estas ideas se emprendie-ron programas de ajuste estructural: liberalización de los mer-cados, desregulación de las finanzas, privatización de empresasparaestatales, eliminación o reducción de muchos subsidios ytransferencias estatales hacia los pobres, los desempleados y losancianos. El balance de los resultados de estas políticas todavíaestá por hacerse, ya que se requieren datos más actualizados yespecíficos que permitan ir más allá de las descalificaciones apriori o de las defensas a ultranza que han caracterizado las dis-cusiones al respecto. Hay que hacer evaluaciones por país o re-gión y también por cada política, porque no todas han tenido losmismos resultados. En el capítulo 4 comentaré algunas de lasevaluaciones que se han hecho para América Latina, pero por elmomento cabe señalar que la tendencia general que se observaes que la desigualdad de ingresos tuvo un incremento mayor enpaíses que se apegaron más a las políticas neoliberales (por ejem-plo Estados Unidos, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y varios paí-ses latinoamericanos) que en países que conservaron más laspolíticas del Estado del Bienestar (por ejemplo en el norte deEuropa o Japón) o que en lugar de seguir las recetas de los orga-nismos financieros internacionales siguieron otorgando un pa-pel muy activo al Estado en la promoción del desarrollo (China,India, Corea del Sur y otros países del este de Asia). Sin embar-go, cabe señalar que en Europa creció la desigualad de empleo yque en muchas partes las políticas neoliberales lograron reducirla inflación, reducción que tiene efectos positivos para aminorarla desigualdad. Hasta donde yo conozco, no se ha presentadoningún estudio que presente evidencia robusta que permita sos-tener que el desmantelamiento del Estado del Bienestar ha per-

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mitido reducir sustancialmente la desigualdad en algún país.Al comienzo del milenio ha cobrado fuerza la idea de que es

necesario un papel más activo del Estado para afrontar la pobre-za, la desigualdad y la exclusión (Giddens, 2001; Stiglitz, 2002;World Bank, 2003). ¿Significa esto que hay que recuperar lasviejas políticas del Estado del Bienestar y adecuarlas a las nue-vas circunstancias? Me parece que la respuesta no es tan simple.Pese al éxito que tuvieron —y que siguen teniendo— los Estadosdel Bienestar en el combate contra la desigualdad de ingresos,también tienen serios problemas y limitaciones que no puedenser soslayados. Algunos de ellos tienen relación con la dialécticaentre igualdad y desigualdad que se comentó en el capítulo 1.

En primer lugar hay que considerar la cuestión de los abusosen torno a los subsidios, las transferencias y los servicios públi-cos. En muchos casos esto no ocurre, pero es cierto que algunaspersonas abusan de las prestaciones sociales, de los servicios desalud y del seguro de desempleo. Más graves aún son los casosde grupos de presión (sindicatos, bancos, empresas, funciona-rios públicos) que utilizan su fuerza política o económica paradesviar recursos y obtener beneficios o exenciones mayores a losque les corresponden. Se trata de una exacción, de una apropia-ción privada de un bien público que quita a otros la posibilidadde recibir ese beneficio. Se crean así los llamados “bolsones desuperprovidencia” o las estrategias de “atrincheramiento” queutilizan los grupos de interés para fortificarse y capturar estaparte de la riqueza social (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 98 y ss.;Giddens, 1999: 137). Así, un dispositivo creado para fomentar laigualdad tuvo algunas consecuencias inequitativas o fue aprove-chado para el lucro privado. Esto muestra el dilema que afron-tan las políticas compensatorias, que pueden traer beneficios parasectores en desventaja, pero también pueden tener efectos nega-tivos sobre la eficiencia económica o pueden dar lugar a prácti-cas perversas, ya sea por parte de los gobiernos, de los interme-diarios o de los receptores de los beneficios. Éste no es un argu-mento para eliminar las políticas compensatorias, pero debetenerse en cuenta en su diseño e instrumentación, para buscarmecanismos que contrarresten o reduzcan al mínimo posiblesus efectos negativos.

¿Cómo evitar los abusos de las políticas sociales? Para resol-ver este dilema hay quien propone que los beneficios se asignen

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de acuerdo con los méritos y las capacidades. Si este criterio seaplicara para todos los servicios que provee el gobierno y cadaquien recibiera estrictamente lo que corresponde a la propor-ción de sus aportaciones, se perdería todo sentido de compensa-ción y redistribución, tan sólo se prolongarían las desigualdadescreadas por la distribución primaria. Pero si se aplican sólo loscriterios de la necesidad y la solidaridad pueden generarse situa-ciones de abulia, desinterés por la innovación y estancamientode la productividad. Para evitar estos dos extremos sólo nos que-da la incierta y siempre cambiante alternativa de combinar dis-tintos tipos de criterios. Cambiante porque no existen reglasuniversales para lograr la mejor combinación adecuada que seaideal para todas las circunstancias, lo que obliga al reajuste con-tinuo del diseño de las políticas de bienestar. Incierta, porque elequilibrio entre los diferentes criterios está sujeto a los avataresde la política y a las disputas entre diversos grupos sociales.3

Otro problema de los Estados del Bienestar es lo que RichardSennet llama “la jaula de hierro de la solidaridad” (Sennet, 2006:33-34), es decir la rigidez, el burocratismo y el centralismo queacompaña muchas veces a la prestación de servicios públicos.Para afrontar esta dificultad se han propuesto dos alternativas.La primera es la privatización de los servicios, es decir, sustituirla lógica del Estado con la lógica de la ganancia. La segunda es lade incorporar la participación de los ciudadanos y de los orga-nismos de la sociedad civil en la regulación y en la operación delas políticas públicas. En este caso, la lógica del Estado se reem-plaza con la lógica de las comunidades. Ambas alternativas sonsugerentes, pero llevadas a su extremo son contraproducentes,porque en un caso se subordinan las políticas públicas a las ga-nancias de las corporaciones privadas, y en el otro a los interesesde las pequeñas comunidades, que también son privadas, lo queplantea el problema de cómo resolver las contradicciones y con-flictos entre ellas. Algunos criterios de mercado y algún tipo departicipación comunitaria o civil pueden desempeñar un papelde contrapeso de la burocracia y el centralismo, pero una cosa esque sean un contrapeso del poder público y otra muy distintaque lo anulen. La solución a este dilema, una vez más, está enbuscar las combinaciones más adecuadas entre los diferentesaspectos, explorando diferentes formas de participación privaday social en los servicios públicos, que pueden ir desde las funcio-

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nes de fiscalización y certificación hasta las de co-inversión. Enlos casos en que se opte por la privatización es fundamental lacreación previa de los marcos regulatorios y de las institucionesapropiadas para garantizar el carácter público y los objetivossociales del servicio.

Quizás los desafíos más profundos del Estado del Bienestarno estriban en corregir lo que ha hecho de manera inapropiada,sino en lo que no ha hecho, en sus omisiones y exclusiones. Mu-chos sectores de la población han quedado excluidos o sólo par-cialmente incluidos por las políticas de bienestar: mujeres, mi-grantes, minorías raciales y étnicas, trabajadores del sector in-formal, habitantes de los rincones más aislados. Durante muchotiempo no existieron políticas específicas para sectores particu-larmente vulnerables, cuyas necesidades no podían ser satisfe-chas de la misma manera o con los mismos recursos que losdemás: discapacitados, niños de la calle, refugiados, hogaresmonoparentales. El alcance de los programas también se ha vis-to reducido o distorsionado por no considerar estrategias paraafrontar la acumulación histórica de desigualdades que han pa-decido las mujeres y los grupos étnicos y raciales subalternos.Las políticas sociales se diseñaron para atender a familias dirigi-das por varones, que trabajaban en el sector formal de la econo-mía, que pertenecían al grupo racial o étnico hegemónico y queposeían la ciudadanía o la residencia legal. Esto no quiere decirque los otros grupos no fueran atendidos, pero lo eran de mane-ra parcial o padecían los sesgos de un dispositivo diseñado paracircunstancias que no eran las suyas. Además, eran estructuraspensadas para épocas de pleno empleo, sostenidas por sindica-tos fuertes, pactos laborales institucionalizados y economías muyprotegidas y reguladas, con menor inestabilidad de la que existehoy en día. Eran Estados del Bienestar nacionales, que no sa-bían cómo lidiar con la migración internacional, con sociedadesmulticulturales, con las corporaciones transnacionales ni con losflujos globales. Los recursos fiscales indispensables para su ac-cionar se escapan, sin que haya fronteras que puedan detener-los. Tampoco detienen a los nuevos solicitantes de servicios quelas han cruzado. No es sólo que los Estados del Bienestar tuvie-ran limitaciones congénitas, también envejecieron pronto paraun mundo que cambió muy rápidamente.

En síntesis, las capacidades del Estado del Bienestar para

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reducir las desigualdades se encuentran muy mermadas. Limi-taciones de origen, dificultades financieras, anquilosamiento ensu organización, ataques por parte sus adversarios y resistenciafrente al cambio, aunados a transformaciones sociales acelera-das, han provocado, como dice Ulrich Beck, que las respuestasinstitucionalizadas de la primera modernidad ya no convenzanni se tengan en pie (Beck, 2000: 29). Las viejas carencias no hancedido como se planeaba y los gobiernos todavía no saben cómoafrontar las nuevas desigualdades. Esto ha llevado a algunos aproponer la reducción del Estado del Bienestar a su mínima ex-presión. Me parece que es una estrategia equivocada, que seríacomo tirar al niño junto con el agua de la tina. Lo que se necesitaes su reestructuración, para adecuarlo a las nuevas circunstan-cias de la sociedad global.

3.2. Las computadoras en las redes de la desigualdad

No somos iguales frente a Internet. Algunos sondiferentes. Incluso muy diferentes.

www.fr.easynet.net (cartel en el metro de París,diciembre de 2000)

En nuestra cultura hay innegablemente un cultoalrededor de los supuestos poderes de las compu-tadoras. Es un culto fuertemente impulsado por laindustria misma, incluyendo la colocación masivade computadoras en las escuelas.

JAMES GALBRAITH, Created unequal (1998: 32)

¿Las computadoras han ocasionado las nuevas desigualda-des? Muchos piensan que así es. Que las computadoras, Internety otras nuevas tecnologías han creado un abismo entre quieneslas controlan y quienes están excluidos de ellas. Se habla de labrecha digital, de que estamos en la sociedad de la información,la cual se divide entre info-ricos e info-pobres (Haywood, 1995;Loader, 1998). Se dice que los mercados de trabajo demandanpersonas cada vez más calificadas y expulsan a quienes tienenpocos conocimientos. Recompensan a las primeras con salariosmayores, mientras que el destino de las últimas es recibir sala-rios más bajos o perder el empleo, a menos que mediante la edu-cación adquieran las nuevas habilidades que se requieren. Por

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todos lados se ofrecen cursos de computación, para quienes noquieran quedarse al margen de esta nueva epopeya tecnológica.Esta explicación suena muy lógica y ha ganado popularidad, perodiscrepo de ella. En este apartado intentaré mostrar que la rela-ción entre nuevas tecnologías y nuevas desigualdades existe, peroes de otra naturaleza. Por tanto, para afrontar estas nuevas asi-metrías hace falta algo más que educación y destrezas informá-ticas.

Los avances científicos y las nuevas tecnologías tienen el po-der de la fascinación. Invocan nuestros sueños más utópicos ynuestras pesadillas más aterradoras. Esto ha ocurrido con mu-chos inventos y descubrimientos: con la máquina de vapor, conel ferrocarril, con la electricidad, con el teléfono, con el automó-vil, con la energía atómica, con la televisión. Los saltos tecnoló-gicos de nuestra época no podrían ser la excepción: se depositanen ellos esperanzas y temores, se les atribuyen capacidades revo-lucionarias, se les percibe como el motor de todos los cambios.En las últimas dos décadas han aparecido muchos nuevos arte-factos y se han desarrollado innumerables tecnologías, pero nin-guno ha llamado tanto la atención como las computadoras per-sonales e Internet. En relación con la desigualdad se les atribuyeuna enorme influencia. Destacan dos narrativas en la interpreta-ción de esas influencias, una optimista y otra pesimista (Haywo-od, 1998; Holderness, 1998).

La narrativa optimista señala que las computadoras, la mi-croelectrónica y la ingeniería genética aumentan la productivi-dad y brindan nuevas alternativas para afrontar los problemasde salud, de alimentación y de pobreza. Por su parte, Internetofrece una oportunidad de inclusión y expande las posibilidadesde la comunicación humana, puede derribar la torre de Babelque separa a los pueblos y a los grupos sociales. De acuerdo conesta narrativa, estas tecnologías van a traer mayor equidad. Enuna primera etapa pueden crear mayores desigualdades, porquesólo unos cuantos tienen acceso a esas tecnologías, pero despuéssus beneficios llegarán a la mayoría de la población, como hasucedido con la electricidad, el automóvil y otros inventos Es latesis del goteo de los beneficios, que poco a poco se filtran dearriba hacia abajo (trickle down). Esta narrativa optimista tam-bién sugiere que las nuevas tecnologías hacen crecer la demanday los salarios de los trabajadores más calificados que tienen las

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destrezas necesarias para manejarlas. Es la tesis del cambio tec-nológico sesgado hacia las destrezas (skil biased technologicalchange) que hará bajar la demanda y los ingresos de los trabaja-dores con menos calificaciones, pero se piensa que esa desigual-dad será temporal, porque al advertir esta señal del mercado detrabajo, los individuos invertirán más en su educación, adquiri-rán las nuevas destrezas y volverá a establecerse el equilibrio.

El principal argumento en contra de la tesis de que las des-trezas informáticas explican las desigualdades de salarios es queen muchos casos estas desigualdades comenzaron a hacersemayores antes de la llegada masiva de las computadoras a loscentros de trabajo.4 Existe una correlación fuerte entre nivel edu-cativo y nivel de salarios, pero eso no significa que un incremen-to en el promedio de escolaridad va a llevar a una mayor igual-dad en los ingresos. En los últimos 30 años los diferenciales deescolaridad se han reducido en muchos países, sin que esto sehaya traducido en una tendencia general hacia la igualación delos salarios. Por el contrario, el desempleo y la inestabilidad eco-nómica han propiciado una competencia más feroz por los pues-tos de trabajo. En esa competencia la escolaridad es un elemen-to crucial y los empleadores han podido contratar empleadoscada vez más escolarizados para puestos que antes requeríanmenos años de educación. Ha disminuido la prima salarial a laeducación, es decir, que ahora se necesitan más años de estudioy más certificados para poder obtener un determinado salario.Desde el punto de vista individual la escolaridad es un arma de-cisiva para alcanzar un empleo, conservarlo y progresar en él,pero desde el punto de vista colectivo la escolaridad está otor-gando rendimientos decrecientes. Ésta es una triste paradoja paralas mujeres, para las minorías étnicas y, en general, para las cla-ses trabajadoras: ahora que han alcanzado mayor escolaridadesto no les garantiza un buen puesto de trabajo, porque la es-tructura laboral no se ha modificado para ofrecer suficientesempleos seguros y bien remunerados para esta mano de obramás educada. En consecuencia, la mayoría de ellos y de ellastienen que ocupar puestos de menor importancia, desplazandoa quienes tienen menor educación hacia formas de trabajo másprecarias e inseguras.

La narrativa pesimista no cuestiona la tesis del cambio tec-nológico desviado hacia las destrezas, pero considera que las

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nuevas tecnologías producen nuevas desigualdades, ya que brin-dan riqueza a quienes las controlan; además destruyen ramasindustriales basadas en antiguas tecnologías, lo que provoca des-empleo y exclusión (Tezanos, 2001: 69-70). Se crea una nuevadivisión social, entre quienes saben manejar computadoras yquienes no lo hacen. El acceso a Internet también es un marca-dor de status y prestigio; estar conectado o estar desconectado,ése es el dilema. En lugar de una derrama de beneficios se hablade una brecha digital (digital divide), que es difícil de superarporque el acceso a las computadoras y a Internet requiere dineropara adquirir el equipo y pagar la conexión, además de una seriede habilidades que están restringidas para la mayoría de la po-blación. De acuerdo con la narrativa pesimista, no se trata deuna desigualdad transitoria, sino de asimetrías y exclusionespermanentes que conducen a mercados de trabajo polarizados ysociedades divididas.

Las dos narrativas padecen de un fuerte determinismo tec-nológico: suponen que los efectos sociales —positivos o negati-vos— de los artefactos técnicos están dados de antemano, se ex-plican por sus características inherentes. Dejan de lado los usosque las personas y los grupos hacen de las cosas, los procesos deapropiación de las tecnologías, las interacciones entre la socie-dad y los objetos, las consecuencias inesperadas de los inventos.Incurren en un fetichismo de la ciencia y la tecnología, porquesobrestiman las capacidades de los objetos y subestiman la agen-cia de los sujetos que los crean, los usan, los compran, los ven-den, los llenan o los vacían de sentido. Si en lugar de preestable-cer el impacto equitativo o inequitativo de las computadoras yde Internet se observan sus trayectorias sociotecnológicas, seadvierten otras relaciones entre la revolución informática y ladesigualdad.

En primer lugar, hay muchas evidencias que señalan que hayuna determinación inversa: las configuraciones previas de lasdesigualdades sociales son las que guían las diferencias de acce-so a la tecnología informática. Dicho de otra manera, la famosabrecha digital recorre, en general, los abismos, las hondonadas ylas divisiones que existían desde antes de su invención. La geo-grafía de la desigualdad digital es muy similar a la geografía so-cial: la mayor cantidad de equipos y accesos de alta calidad seconcentran en los países desarrollados y en las minorías privile-

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giadas del resto del mundo, como era de esperarse, ya que de-mandan recursos, infraestructura eléctrica, telefónica o sateli-tal. Como ha dicho Manuel Castells, África es el agujero negro delas redes de la información y no es extraño que Estados Unidostenga la mayor proporción de computadoras y conexiones deInternet por cada 1.000 habitantes (Castells, 1999, vol. 1: 188-192). También hay desventajas en el acceso a la tecnología infor-mática para quienes viven en regiones apartadas, para quienesno leen y escriben en inglés (más aún para los que no leen niescriben en ningún idioma), para las mujeres que trabajan jor-nadas dobles y triples y para todos los que no tienen el dineropara pagar los equipos y las conexiones (Adam y Green, 1998;Holderness, 1998).

En muchas empresas las computadoras personales e Inter-net se distribuyeron de arriba hacia abajo, de acuerdo con losescalones de la jerarquía laboral. La correlación encontrada en-tre altos salarios y uso de computadoras podría ser en sentidoinverso al que proponen las narrativas optimista y pesimista: noes que se recompense a la gente que tiene destrezas informáticascon salarios más altos, sino que quienes están en los puestos másaltos y mejor pagados son los primeros en ser recompensadoscon el acceso a las computadoras, sin importar que sus tareasdemanden más o menos uso de computadoras que las que reali-zan otras personas ubicadas más abajo en el organigrama (Gal-braith, 1998: 47). Cuando las computadoras comenzaron a serdistribuidas entre no especialistas, no sólo se tomaron en cuentalas habilidades para manejarlas, ya que cada vez era más fácilhacerlo, también influyeron las distinciones sociales, las dife-rencias de rango y status y las relaciones de poder que ya exis-tían.

Quedarse en la constatación de la réplica digital de las des-igualdades sociales sería incurrir en otro determinismo, en estecaso sociológico, que presupone que la estructura social dicta demanera absoluta cuáles serán los usos y las distribuciones de losdispositivos tecnológicos. La historia es más compleja. En lamayoría de los casos las herramientas informáticas reproduje-ron en escala ampliada las ventajas y los poderes que existíanantes, pero también hay relaciones y situaciones emergentes queintroducen cambios en ese panorama. Una modificación tecno-lógica importante abre un período de reajuste, en el que se bene-

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fician los primeros en dominar las nuevas destrezas, ya que esoles da una importante ventaja, que les permitirá apropiarse delas ganancias extraordinarias que se obtienen durante el perío-do en que esa tecnología todavía no es usada por sus competido-res. Eso vale para países, para empresas y para individuos. Pue-de haber ganadores y perdedores inesperados. Por ejemplo, al-gunos países que no estaban entre los más poderosos hanmejorado su posición relativa gracias a una adaptación muy rá-pida a las nuevas tecnologías: Finlandia e Islandia siguen a Esta-dos Unidos en el número de conexiones a Internet por cada 10.000habitantes. Desde hace varias décadas, Japón se volvió una po-tencia industrial gracias a su capacidad de innovación tanto entecnologías electrónicas como en el diseño organizacional de lasempresas. Singapur, Corea del Sur y otros países del este de Asiatambién han podido incorporarse rápidamente al recambio tec-nológico, mientras que otros sólo han podido participar de unamanera subordinada en la producción masiva, como la India,que tiene una enorme población de habla inglesa que puede rea-lizar tareas de programación, o los países en que se han instala-do empresas maquiladoras, que sólo alcanzan a pellizcar unaparte de los beneficios de las nuevas tecnologías, bajo la formade miles de empleos con salarios bajos. Hacia abajo quedan lospaíses en los que ni siquiera eso ha sido posible.

La distribución de las ganancias extraordinarias generadaspor la revolución informática no está predeterminada por unimperativo tecnológico. Al respecto es interesante comparar losdos países en que existen mayor número de conexiones a Inter-net por cada 1.000 habitantes, los Estados Unidos de América yFinlandia. Estados Unidos tenía una posición de liderazgo tec-nológico desde antes de la revolución informática y fue la cunade Internet. Ha mantenido su liderazgo y cuenta con muchos delos nodos tecnológicos más importantes del mundo, además delfamoso Silicon Valley. Esto le permite obtener beneficios cuan-tiosos derivados de su capacidad de innovación. Una porciónenorme de esas ganancias ha ido a parar a manos de los accio-nistas principales de las empresas, los mandos directivos y unaélite científico-tecnológica. Las diferencias entre los ingresos delos que más ganan y los que menos ganan en las empresas norte-americanas se han vuelto abismales. Bill Gates, durante muchotiempo el hombre más rico del mundo, es la mejor ilustración de

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la vía norteamericana para la distribución de los beneficios de larevolución tecnológica. Durante las últimas décadas la desigual-dad social se ha agravado y Estados Unidos es el país desarrolla-do que tiene las mayores tasas de desigualdad en los ingresos.En contraste, Finlandia es un país que hasta hace algunas déca-das tenía serias carencias, pero que desarrolló un Estado del Bien-estar muy amplio, con altos impuestos, pero también con educa-ción y salud pública de alta calidad para toda la población. Conuna población altamente calificada y dinámicas de colaboracióncientífica y tecnológica entre las empresas, las universidades y elsector público, durante los años noventa tuvo avances especta-culares, no sólo en la cantidad de computadoras y conexiones aInternet, sino también en el ramo de los teléfonos celulares, gra-cias a la empresa Nokia y a muchas otras firmas que forman unpoderoso nodo de alta tecnología, propicio a la innovación (Cas-tells e Himanen, 2002). En 2003 Finlandia desplazó a EstadosUnidos del liderazgo en la lista de países con mayor competitivi-dad global. También es la cuna del sistema operativo Linux, de-sarrollado por un joven hacker llamado Linus Thorvalds, me-diante un sistema abierto de diseño informático que incorporócolaboraciones de muchas otras personas. En el marco de unacultura y un entorno social más igualitarios, Linus Thorvalds sevolvió famoso y probablemente rico, pero no a la escala en que lohizo Bill Gates. A diferencia de Estados Unidos, en Finlandia unporcentaje importante de las ganancias derivadas del liderazgotecnológico ha sido captado por el Estado y distribuido entretoda la población en forma de educación, salud y seguridad so-cial, lo que ha permitido sostener un Estado del Bienestar fuertey una sociedad muy igualitaria. La estructura salarial interna delas empresas de vanguardia también ha sido más igualitaria queen Estados Unidos. Lo que muestra esta comparación es que nohay un determinismo tecnológico hacia la desigualdad. Las in-novaciones constituyen la base para ingresos extraordinarios,multiplican la capacidad de apropiación de un individuo, de unaempresa, de una región o de un país, pero la distribución de esosingresos extraordinarios no está predeterminada por la tecnolo-gía, puede seguir distintas vías de acuerdo con las dinámicasinstitucionales, la correlación de fuerzas y la cultura. Las dife-rencias entre el software propietario y el software libre hacen verque una misma tecnología puede seguir caminos más igualita-

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rios o más monopólicos.La historia de Internet, que aún no concluye, también mues-

tra complejas interacciones que indican que el derrotero de losartefactos técnicos no está predeterminado. Al principio era unared que enlazaba unas cuantas computadoras de los sectoresmilitar y académico de los Estados Unidos, para proyectos espe-cíficos de colaboración, es decir, era restringida en su ámbitogeográfico y en su uso. Después, se la fueron apropiando los sec-tores académicos, dejó de estar restringida a los proyectos mili-tares y se comenzó a convertir en una herramienta para el traba-jo científico y la comunicación entre una parte de los miembrosde la comunidad académica —la que mejor manejaba las técni-cas informáticas—, primero de Estados Unidos y luego de otrospaíses desarrollados. Todavía hasta principio de los años noven-ta, sólo un reducido sector de la población mundial tenía accesoa Internet. Algunos autores de esa época decían que si alguienusaba Internet lo más probable es que fuera hombre, supierainglés, tuviera educación superior y trabajara en una universi-dad de un país industrializado (Holderness, 1998: 37). Pero laexclusividad se pudo mantener por poco tiempo: los lenguajescibernéticos se fueron haciendo más accesibles, comenzó el ne-gocio de las computadoras personales, los estudiantes de lasuniversidades se familiarizaron con Internet y querían seguirusándolo fuera del campus, surgieron empresas proveedoras delservicio, los protocolos técnicos para comunicar computadorasse hicieron mejores y la red se fue expandiendo, hasta llegar a lafamosa www (world wide web).

Se terminó la fase de apropiación exclusiva de Internet porparte del sector académico de habla inglesa y se comenzó a di-fundir su uso en muchas partes del mundo, en particular entrejóvenes de clase media y alta, pero también entre otros sectoresde la población. Sin dejar de ser un medio de trabajo académico,se volvió también un medio de comunicación, barato y flexible,en particular con el correo electrónico, que es el uso más difun-dido. Después se descubrió el potencial comercial de Internet,que tuvo un boom durante los años noventa. Internet es tambiénuna red de negocios, en la que las empresas desarrollan activida-des de toda clase. Así, a lo largo de la historia de Internet se vanagregando diferentes apropiaciones: primero la militar, luego laacadémica, después la comunicativa y la comercial. También ha

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sido utilizado por diversos movimientos sociales como vehículode organización y difusión, por movimientos terroristas, porminorías étnicas, culturales o sexuales, por la industria de lapornografía (otro de los principales usos de la red) y por las or-ganizaciones políticas. Del militar, al académico, al comunicati-vo, al pornográfico y al comercial, se sobreponen diferentes usosde Internet. De reducto exclusivo de una secta de iniciados aherramienta infantil para hacer la tarea, de unas cuantas com-putadoras en Estados Unidos a una red (casi) mundial, su rela-ción con la igualdad y la desigualdad es todo menos evidente yunidireccional.

Comprar una computadora y tener una conexión a Internetde buena calidad era caro en los noventa y sigue siéndolo en losprimeros años del siglo XXI, pero apareció ese ingenioso inventodel café Internet y sus similares, que junto con las escuelas, uni-versidades y bibliotecas públicas hicieron posible que gente queno tiene computadora en casa pudiera tener acceso a los ordena-dores y a Internet. Hasta personas muy humildes que no tienenInternet ni lo usan se lo apropian simbólicamente, para evitar laexclusión y desarrollar estrategias que faciliten el acceso a susfamiliares (Winocur, 2004). Claro que esta difusión también seexplica por los intereses de negocios de quienes venden compu-tadoras, servidores, servicios telefónicos, conexiones a Internety portales electrónicos. Pero estos intereses, unidos al deseo demucha gente de estar conectada, ha llevado a un crecimientomuy rápido del uso de Internet y de las computadoras persona-les: antes de que pasaran 20 años de su descubrimiento amboslograron porcentajes de uso mayores que los que en su momentotuvieron inventos anteriores, como el teléfono, la televisión, laelectricidad, el vídeo o el automóvil (Tezanos, 2001: 62). Hasta1994 muy poca gente había usado Internet, sólo 13 millones depersonas en el mundo, pero el número de usuarios creció muyrápido, llegó cerca de los 300 millones de personas en el año2000 y superó los 1.100 millones en 2007.5 Intervienen muchosfactores en la aceleración de la tasa de difusión de los inventostecnológicos, pero desde el punto de vista del análisis de la des-igualdad indica que se reducen los períodos de monopolizacióndel empleo de una tecnología. Un grupo puede pretender la ex-clusividad del uso de cierto artefacto, pero esta pretensión chocacon los proyectos de ventas masivas de las industrias y con los

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esfuerzos de los consumidores para no quedarse al margen. Enuna carrera que parece interminable, aparecen nuevos artefac-tos, nuevos diseños y nuevas conexiones que alimentan la insa-ciable ansia de distinción de las minorías —que pagan el preciodel consumo exclusivo—, sostienen la no menos insaciable ham-bre de ganancias de las empresas que los producen y, por último,colocan nuevas metas a los persistentes esfuerzos de las clasesmedias y populares para no quedar fuera de la última novedad.

Ha habido diversos intentos para hacer llegar Internet a re-giones apartadas y a grupos excluidos. Desde mediados de losaños noventa las organizaciones no gubernamentales de los paí-ses desarrollados estimularon y apoyaron a sus contrapartes enel sur para utilizar el correo electrónico como medio de comuni-cación y participación en redes internacionales. Diversos movi-mientos sociales e indígenas han recurrido a Internet para orga-nizarse y difundir sus demandas (Chiriboga, 2003), muchos mi-grantes internacionales usan el correo electrónico para mantenerlos lazos con sus comunidades de origen. También durante losnoventa, algunas organizaciones no gubernamentales lograronllevar a ciertas regiones apartadas de África conexiones a correoelectrónico simple, de baja tecnología. En el nuevo siglo es inte-resante la experiencia de los e-choupal promovidos por la em-presa ITC Limited en la India. Choupal es la palabra hindi paranombrar la plaza del pueblo o el lugar de reunión, los e-choupalson conexiones de Internet para campesinos pobres, en las quepueden consultar los precios en el mercado de futuros de la sojay otros cultivos antes de venderlos a ITC. Esta empresa ha pro-movido la formación de más de 3.000 sitios electrónicos en laIndia, que sirven a 18.000 poblados y más de 1.800.000 campesi-nos. Para lidiar con los problemas de carencias de energía eléc-trica e infraestructura telefónica, los e-choupals usan panelessolares y satélites.6 Este ejemplo muestra que es posible hacernegocios de una manera tal que la brecha digital se cierre enlugar de abrirse más. Hay iniciativas en esa dirección, aunquesean muy pocas.

Pero, pese a estos esfuerzos, la batalla sigue siendo muy dis-pareja. En 1994 en los países desarrollados había 52 teléfonos,63 televisiones y 18 computadoras personales por cada 100 ha-bitantes, mientras que en los países en desarrollo sólo había 5teléfonos, 18 televisiones y 0,7 computadoras personales (Hol-

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derness, 1998: 42). En 1998 sólo 151 millones de personas en elmundo tenían acceso a Internet, de los cuales el 57,4 % estabanen Estados Unidos y Canadá y el 21,4 % en Europa. En los últi-mos años Internet ha tenido un crecimiento acelerado en lasregiones más pobres (entre 2000 y 2007 el número de usuarioscreció un 643 % en África, un 508 % en América Latina, un 494% en Oriente Medio y un 282 % en Asia). Sin embargo, esto noha sido suficiente para eliminar la brecha digital con respecto aregiones más ricas, como muestra el siguiente cuadro.

AQUÍ CUADRO 3.1El dato clave del cuadro anterior es el del índice de penetra-

ción de Internet, es decir, el porcentaje de la población total quees usuaria de esta tecnología. Mientras que en las regiones ricasdel planeta la penetración es alta (69,5 % en América del Norte,54,5 % en Oceanía y 39,8 % en Europa), en las regiones pobreses mucho más baja (19,8 % en América Latina y el Caribe, 11,8% en Asia, 10,1 % en Oriente Medio y 3,6 % en África). Incluso sise llegara a generalizar el acceso a Internet entre toda la pobla-ción —cosa que no ha ocurrido todavía—, persistirían fuertesdesigualdades en la calidad del servicio: son muy pocas las per-sonas que tienen Internet de banda ancha, incluso en los paísesdesarrollados. En este rubro el primero lugar lo ocupa Corea delSur, con 24,6 usuarios de banda ancha por cada 100 habitantes,mientras que Estados Unidos ocupa el lugar 16 con 13,8, Espa-ña el lugar 19 con 10,9 y México el lugar 30, con menos de unaconexión de banda ancha por cada 100 habitantes.7

Tanto los artefactos como las conexiones tienden a ser máscaros en los países del Tercer Mundo que en los países industria-lizados, en particular cuando se trata de tecnología punta. A lospobres del Tercer Mundo las nuevas tecnologías les llegan tarde,mal y nunca, como reza el dicho. Si acaso les llegan, porquetodavía hay cientos de millones de personas en el mundo que notienen acceso a tecnologías y conocimientos que se inventaron ose adquirieron hace décadas o siglos: energía eléctrica, agua ca-nalizada, alfabetización. La aceleración del ritmo de innovacióntecnológica hace que se agranden las brechas sociales, porquecada año se acumulan nuevos elementos a la lista de las ventajasy comodidades que se encuentran a disposición de las clasesmedias y altas, mientras que están excluidos de ellas millones depersonas que viven en condiciones de pobreza.

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En las discusiones sobre la desigualdad en la sociedad de lainformación se ha puesto mucho el acento en el acceso o la faltade acceso a las computadoras e Internet. Éste es el punto departida lógico, pero es probable que en los próximos lustros lamayoría de la población —no toda— tenga la posibilidad de es-tar conectado. ¿Se habrá acabado entonces la desigualdad digi-tal para la mayoría de los habitantes del planeta? Me parece queno, que la desigualdad informática más profunda va más allá dela conexión física, tiene que ver con las capacidades para trans-formar la información disponible en conocimientos, riquezas ybienestar. Poder estar o no frente al monitor es sólo la primeradesigualdad. Aunque todo el mundo tuviera esa oportunidad, lasposibilidades de aprovechamiento de la oportunidad dependende los conocimientos previos, de los idiomas que se hablen, delas posibilidades para aprovechar las redes, del capital económi-co, escolar y simbólico. Habría que pensar entonces no sólo en ladesigualdad de “capital informático objetivado” (computadoras,módems, servidores, conexiones), sino también en las desigual-dades de “capital informático incorporado” (manejo de software,lenguajes, niveles de lecto-escritura, conocimientos, capacida-des de búsqueda y procesamiento de la información, etc.). Enparticular importarán aquellas capacidades que no se puedentransmitir mediante un curso rápido de computación, sino quese adquieren en el transcurso de muchos años de formación.Ambos tipos de capital informático pueden estar relacionados:la presencia de libros y computadoras en la primera infancia (enla casa, en el barrio, en la escuela primaria) incide sobre las ca-pacidades posteriores en el manejo de información.

La cuestión del acceso a Internet y a las nuevas tecnologías esun ejemplo paradigmático de la dialéctica entre igualdad y des-igualdad. Por un lado, se reproducen y amplían las viejas des-igualdades, porque quienes tenían ventajas económicas y educa-tivas previas están en mejores condiciones para apropiarse delos beneficios de las nuevas tecnologías. Pero una transforma-ción tecnológica también abre un período de reajuste en el quepueden modificarse las desigualdades previas. Es significativo elcaso de los jóvenes, quienes han logrado un manejo de Internet yde los teléfonos celulares mucho mejor que el que tienen los adul-tos (Castells et al., 2007; Winocur, 2006), lo cual modifica en esteaspecto la correlación de fuerzas entre los grupos de edad. A

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pesar de que muchos jóvenes tienen limitaciones económicaspara adquirir computadoras, conexiones a Internet y teléfonoscelulares, han desplegado estrategias que les permiten tener ac-ceso a esas tecnologías. Entre los jóvenes las brechas digitales noson tan abismales como las que existen entre generaciones demayor edad. Paradójicamente, esta igualación informática delos jóvenes contrasta con la mayor desigualdad que padecen entérminos de acceso al empleo, como se verá más adelante.

Con la telefonía móvil ocurre algo similar. El cuadro siguien-te muestra la penetración de la telefonía móvil en diferentes re-giones:

AQUÍ CUADRO 3.2En el año 2000 la penetración de la telefonía celular era muy

dispareja, con un contraste muy marcado entre regiones ricas ypobres. En los extremos, mientras en la Unión Europea había56,9 teléfonos móviles por cada 100 habitantes, en África (ex-ceptuando Sudáfrica) había sólo uno. Los datos de 2004 mues-tran una rápida difusión de la telefonía móvil, en particular enlos países en vías de desarrollo: en 2004 en África se llegó a 7 porcada 100 habitantes, en Asia (exceptuando Hong Kong, Japón yCorea del Sur) a 16,1, y en América Latina y el Caribe a 30,2;pese a este acelerado crecimiento, todavía se observa una grandistancia con respecto a las regiones ricas: en la Unión Europeahabía 85,8 teléfonos móviles por cada 100 habitantes, en HongKong, Japón y Corea del Sur 74,4, y en Estados Unidos y Canadá66. Dentro de los países también se observa que los sectores demayores ingresos y mayor escolaridad son los primeros en acce-der a la telefonía móvil, pese a que su uso se difunda en el restodel espectro social más rápido que el de otros dispositivos tecno-lógicos en el pasado. Los jóvenes y los pobres han recurrido adiversas alternativas para acceder a la telefonía móvil: sistemasde prepago, uso colectivo, tecnologías más baratas, etc.; median-te ellas han evitado la exclusión total de este recurso comunicati-vo. Los expertos predicen que muy pronto el teléfono móvil sedifundirá hasta tal grado que será un objeto de uso común paratodos los sectores sociales: “La diferenciación socioeconómicaen los patrones de adopción no es un fenómeno permanente. Setrata de una función del estadio de difusión tecnológica, lo queindica que la influencia de las desigualdades socioeconómicasdecrece, o desaparece, cuando la penetración en dicha sociedad

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se acerca a la saturación” (Castells et al., 2007: 98). Esto no quie-re decir que habrá una igualdad absoluta al respecto: los servi-cios de alta gama y más novedosos sólo estarán al alcance de lossectores de mayores ingresos. Además, que todos tengan accesoal teléfono celular no significa que desaparezcan otras diferen-cias: mientras que un obrero de la construcción en el TercerMundo recibe llamadas a su teléfono móvil para obtener traba-jos por los que ganará unas decenas de dólares a la semana, unexperto financiero de Wall Street utilizará su celular para cerraroperaciones de decenas de miles de dólares.

Las innovaciones tecnológicas constituyen una forma demonopolio, algo que es nuevo es único, nadie más lo puede pro-ducir, genera productos y servicios originales.8 No es un mono-polio creado por el Estado, impuesto por una potencia colonialo fincado en alguna discriminación étnica, religiosa o de género.Es un monopolio netamente moderno, su origen está en la capa-cidad de investigación, de generación de conocimientos nuevosy de aplicación de estos conocimientos en la producción de bie-nes y servicios. Es un monopolio que goza de mucha legitimi-dad, porque las innovaciones pueden salvar vidas, hacerlas másfáciles o más placenteras. También es cierto que la inversión eninnovación es arriesgada, se requieren muchos recursos y mu-chos años para que dé frutos, y en muchos casos no se obtienenlos resultados esperados. Pero no por eso deja de ser un mono-polio, y cuando existe un poder monopólico se pueden fijar pre-cios superiores al costo de producción marginal o al precio deproducción. El dilema está en cuán altos deben ser esos preciosy cómo se distribuyen las ganancias extraordinarias que generala innovación tecnológica. Esas ganancias no salen de la nada,provienen de una transferencia de riquezas de otros sectores,constituyen una forma de expropiación. Es probable que la ma-yoría de las personas esté de acuerdo en que se produzca dichatransferencia como recompensa a los innovadores. Pero, ¿cuángrande debe ser esa transferencia?, y ¿cómo se reparten esas ri-quezas? Esto ya no es tan sencillo de resolver, ya que existendiferentes criterios respecto a qué proporción de la innovacióncorresponde a cada una de las partes que intervinieron en ella,desde los genios creadores hasta los trabajadores de apoyo, des-de los investigadores de las universidades hasta los gerentes delas empresas, desde la compañía que dio el último paso hasta

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muchas otras que participaron indirectamente. ¿A quién perte-necen los inventos científicos? ¿Alguien puede atribuirse la pro-piedad intelectual legítima sobre un descubrimiento que tienepor detrás siglos de conocimiento humano? ¿De quién es Inter-net? En relación con esta última pregunta hay infinidad de res-puestas. Nicholas Negroponte, un optimista de las posibilidadesigualitarias de la red informatica, dice que “Internet no tienedueño”, pero Chip Pickering, del comité científico del congresode los Estados Unidos, dijo que Internet es norteamericana, quefue creada por los contribuyentes, las empresas y el gobierno delos Estados Unidos, por lo que les corresponde la exclusividaddel control de la red (citados en Ford, 1999: 55). En contraparti-da, los hackers y el EZLN de Chiapas podrían decir, parafrasean-do el viejo lema de Emiliano Zapata, “Internet es de quien latrabaja”.

Con motivo del otorgamiento del premio Nobel de medicinade 2003 a los inventores de la resonancia magnética (Lauterbury Mansfield) se suscitó una curiosa y penosa protesta por partede un grupo de amigos de Raymond Damadian, quien había he-cho el descubrimiento científico previo que hizo posible ese in-vento y también lo explotó comercialmente. En una serie de des-plegados en la prensa y cartas al Comité Nobel, argumentaron afavor de los méritos de Dalmadian para ser incluido en ese pre-mio.9 Esta pequeña polémica en torno a quién merecía el presti-gioso premio es un ejemplo de la gran disputa que vivimos ennuestra época, marcada por los conflictos en torno a la apropia-ción y distribución de las ganancias extraordinarias generadaspor la innovación tecnológica: lucha entre empresas por lanzaral mercado un producto que aniquile a la competencia, batallasentre empresas, creadores y consumidores en torno a la propie-dad intelectual, esfuerzos de algunos países en desarrollo paraproducir medicinas genéricas baratas que salvarían vidas peromermarían las ganancias de las compañías farmacéuticas. ¿Aquién pertenece el mapa del genoma humano? ¿Quién tiene elderecho de quedarse con las ganancias y los beneficios deriva-dos de este conocimiento? En los próximos años seguirán lasbatallas económicas, políticas y legales alrededor de la propie-dad intelectual: empresas que patentan variedades genéticas decultivos tradicionales, países del Tercer Mundo que exigen elderecho a producir medicinas contra el sida en contra de las

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patentes de los grandes laboratorios farmacéuticos, conflictosentre corporaciones, universidades y países, discusiones en tor-no al uso de Internet, polémicas en torno a la propiedad y el usode los sitios web, etc. A las luchas de clases, los conflictos étni-cos, las relaciones de género y las guerras entre países hay queagregar ahora las batallas por las regalías, los copyrights, lasmarcas y los derechos de transmisión y reproducción. Estas ba-tallas son asimétricas: mientras que las grandes empresas y lospaíses más poderosos tienen los recursos económicos y legalespara adquirir y proteger su propiedad intelectual, los países máspobres, las pequeñas empresas y los individuos aislados con fre-cuencia padecen la expropiación de su patrimonio cultural e in-telectual. De los países del sur salen muchas riquezas sin protec-ción de la propiedad intelectual, mientras que casi todo lo quesale de los países del norte va perfectamente protegido (Ford,1999: 153). Durante siglos, los pueblos indígenas han visto cómosus tradiciones, diseños, lugares sagrados, música, lenguas ymuchos otros recursos culturales han sido utilizados por otros,sin recibir a cambio regalías o derechos. Pero los indígenas yotros grupos desprotegidos comienzan a participar en estas ba-tallas por la propiedad intelectual (Brown, 2003: 2-3).

Una de las formas más comunes de desafiar los derechos depropiedad es la que utilizan millones de personas que bajan gra-tis de Internet música, vídeos y software, o adquieren versionespiratas por precios varias veces inferiores a los que ofrecen lascompañías que los producen. Se calcula que en 2001 se copiaronilegalmente 950 millones de CD, con un valor en el mercado ile-gal de 4.300 millones de dólares, mientras que en 2005 la canti-dad de discos copiados de manera ilegal ascendió a 20.000 mi-llones. También se estima que dos de cada cinco casetes y CDque se venden en el mundo son ilegales.10 El precio de monopo-lio no lo fija sólo la oferta y la demanda, intervienen otros facto-res y otras relaciones de fuerza. Tiene un componente discrecio-nal que, sin embargo, puede ser cuestionado por los consumido-res y por productores y comerciantes que pueden obtener yofrecer productos similares más baratos. Muchos de ellos consi-deran ilegítimos los precios legales y recurren a la economía in-formal, al mercado negro, a la piratería, al boicot o al sabotajeen contra de esos monopolios. Hay una disputa por la distribu-ción de las riquezas generadas mediante nuevas tecnologías. Un

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elemento central de esta disputa es la contienda cultural en cuantoa la legitimidad de las apropiaciones de cada una de las partesque intervienen.

En síntesis, la revolución tecnológica tiene una incidenciasobre la desigualdad contemporánea, pero no en el sentido quese le atribuye con mayor frecuencia. No es que las computado-ras e Internet estén dividiendo al mundo entre info-ricos e info-pobres, sino que en un mundo previamente separado por la cor-tina de la pobreza se agrega un nuevo factor de desigualdad. Nodesaparecen las fronteras de clase, género, país, región o grupoétnico, sino que a lo largo de esas fronteras se introduce la bre-cha digital. Tampoco son las computadoras y los cambios tecno-lógicos los responsables de la mayor desigualdad de ingresos enel mercado laboral, ya que esa desigualdad se agravó desde antesde que se introdujeran las computadoras en el trabajo cotidiano,por cambios en la correlación de fuerzas entre las empresas, lossindicatos y el gobierno. La contracción del empleo formal per-mite a las empresas exigir a sus empleados mayor escolaridad ymayor calificación, por lo que es razonable la estrategia de pre-pararse mejor para afrontar la mayor competencia por el em-pleo. Pero la disminución de las brechas educativas no es garan-tía para la disminución de las brechas salariales, que en algunoscasos pueden hacerse mayores pese a la nivelación de las califi-caciones. Por último, la innovación tecnológica acelerada pro-duce constantemente situaciones de monopolio, que generanganancias extraordinarias y pueden exacerbar la desigualdadcuando se concentran en una élite de accionistas, ejecutivos yprofesionales altamente calificados. Pero esa concentración puedeevitarse. En algunos países ha habido una distribución más igua-litaria de los beneficios generados por la revolución tecnológica.En la mayoría de los casos los cambios tecnológicos se han en-garzado con dinámicas desigualitarias y excluyentes. Pero tam-bién hay contratendencias a ese proceso. Tal vez la más impor-tante sean los esfuerzos individuales y grupales por aprender lasnuevas tecnologías, por no quedarse desconectado de la red, poracceder a sus beneficios. Pero también hay que considerar laspolíticas públicas para promover el acceso a las redes informáti-cas y los esfuerzos —legales e ilegales, amistosos y combativos—para socavar los monopolios sobre las innovaciones técnicas ysus derivados. Los conocimientos científicos y tecnológicos mul-

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tiplican la capacidad humana para crear riquezas, pero son lossujetos, los grupos y las sociedades quienes determinan las for-mas de apropiación, expropiación y redistribución de esas ri-quezas.

3.3. La era de la exclusión

Hay algo peor que la explotación del hombre por elhombre: la ausencia de explotación... ¿Cómo evitarla idea de que al volverse inexplotables, imposiblesde explotar, innecesarias para la explotación por-que ésta se ha vuelto inútil, las masas y cada unodentro de ellas pueden echarse a temblar?

VIVIANE FORRESTER, El horror económico(1997: 19)

Ser “superfluo” significa ser supernumerario, in-necesario, carente de uso —sean cuales fueren lasnecesidades y los usos que establecen el patrón deutilidad e indispensabilidad. Los otros no te necesi-tan; pueden arreglárselas igual de bien, si no mejor,sin ti. No existe razón palmaria para tu presenciani obvia justificación para tu reivindicación del de-recho de seguir ahí. Que te declaren superfluo sig-nifica haber sido desechado por ser desechable, cualbotella de plástico vacía y no retornable o jeringui-lla usada; una mercancía poco atractiva sin com-pradores o un producto inferior o manchado, ca-rente de utilidad, retirado de la cadena de montajepor los inspectores de calidad.

ZYGMUNT BAUMAN, Vidas desperdiciadas(2006: 24, cursivas en el original)

Cuando se habla de nuevas desigualdades, sobre todo enEuropa, se piensa de inmediato en el problema del desempleo:para muchos, la era de la información se ha convertido en la erade la exclusión. En esa región del mundo quedar fuera del em-pleo formal es particularmente doloroso, porque un trabajo deeste tipo garantiza, en la mayoría de los casos, un salario quealcanza para vivir y un status digno, es decir, posibilitan la inclu-sión en la comunidad económica y social. En cambio, no tenerempleo o perder el empleo no sólo es un golpe a la economía,también deteriora la autoestima y en muchas ocasiones debilitao rompe los vínculos sociales o familiares, produciéndose desa-

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filiación o descalificación social (Paugam, 2001). Es una verda-dera tragedia para quien la vive, y no es extraño que el tema sehaya vuelto central no sólo en diversos estudios académicos (Cas-tel, 1995; Fitoussi y Rosanvallon, 1997; Tezanos, 2001), sino tam-bién en ensayos como los de Vivien Forrester y Zygmunt Bau-man, así como en numerosas películas, relatos y canciones. Lonuevo de este tipo específico de desigualdad es que implica unretroceso, es decir, es una movilidad social descendente, repre-senta una caída o una salida de un status valorado que ya setenía, ya sea porque se poseía un buen empleo o porque los pa-dres lo tenían y se esperaba que la siguiente generación conser-varía una situación similar o mejor. Afecta en particular a traba-jadores de cuello blanco y a obreros del sector formal, ya que porprimera vez en varias décadas sectores numerosos de estas cla-ses se enfrentan a la perspectiva de una parálisis o un retrocesoen su movilidad, así como a enormes dificultades para transmi-tir a la siguiente generación el status adquirido. Hay que recor-dar que las situaciones de desempleo, subempleo, inserción pre-caria y exclusión no son nuevas para otros contingentes de lapoblación (migrantes en el Primer Mundo y millones de trabaja-dores en el Tercer Mundo), que nunca o muy pocas veces hanpodido gozar de los ingresos fijos, de la estabilidad en el empleo,de las prestaciones y del status que brinda el trabajo formal pro-tegido por redes de seguridad social. El drama de los nuevosdesempleados consiste en eso: verse condenados a compartir lasuerte de quienes están excluidos, de los “otros”, de quienes nopertenecen en forma plena a la comunidad de ciudadanos. Yasea que siempre hayan estado fuera del empleo formal o que sucondición de desempleados sea reciente, el hecho es que porcen-tajes crecientes de la población contemporánea experimentansituaciones de exclusión laboral. Una de las nuevas desigualda-des es, entonces, la que distingue a quienes tienen un trabajodigno, seguro, con prestaciones, y quienes no tienen empleo otrabajan en condiciones precarias.

¿A qué se debe el crecimiento del desempleo? Al igual que enel caso de Internet, abundan las explicaciones deterministas. Unade ellas plantea que el desarrollo tecnológico implica una mayorcapacidad productiva por unidad de trabajo, de modo que ahorase necesita menos tiempo de trabajo, se puede hacer lo mismocon menos empleados y, por tanto, se vuelve superflua una parte

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de la fuerza laboral. Con un tono neomalthusiano se afirma queel crecimiento del desempleo es una consecuencia más o menosinevitable de la revolución tecnológica. A esta explicación se agre-gan algunas consideraciones de tipo demográfico: la prolonga-ción de la esperanza de vida de las personas y la incorporaciónde un mayor número de mujeres al trabajo remunerado tam-bién contribuyen al incremento del desempleo. Estos tres facto-res —el incremento de la productividad, el alargamiento del pe-ríodo de vida activo y la mayor participación femenina en elmercado laboral— realmente existen, pero no tendrían por quéproducir un aumento del desempleo en forma automática. Hayvarias razones para ello.

En primer lugar, el desarrollo tecnológico con frecuenciaimplica la apertura de nuevas ramas y nuevas industrias, quedemandan nuevos trabajadores. Esa nueva demanda puede serinferior, igual o superior al número de trabajadores desplazadospor las nuevas tecnologías, de modo que no siempre acarreandesempleo. En segundo lugar, la mayor esperanza de vida tam-poco tiene que generar desempleo, si se regulan adecuadamentelas jubilaciones y si se crean nuevas áreas de la economía, queocupen a los adultos mayores o a personas que les prestan diver-sos servicios (médicos, turísticos, educativos, etc.). Por último,la incorporación de la mujer al trabajo asalariado también pue-de dar lugar a nuevas fuentes de trabajo si se expanden diversosservicios para atender las nuevas necesidades y demandas gene-radas por dicha incorporación.

Si, pese a todos estos factores, la demanda total de horas detrabajo de una sociedad crece a un ritmo más lento que el delincremento del número de personas que quieren y necesitan tra-bajar, habría otras alternativas diferentes al desempleo masivo yestructural. Una de ellas es la que se practicó en etapas anterio-res del desarrollo capitalista: la reducción de horas de trabajoper cápita. Es bastante conocido que durante la revolución in-dustrial los obreros trabajaban largas jornadas de 12 o más ho-ras diarias, con mucho menos días de descanso al año que losque existen hoy en día. Las jornadas de trabajo experimentaronreducciones sucesivas, a 11, 10, 9 y 8 horas de trabajo, al mismotiempo que se agregaron días de descanso en el fin de semana ya lo largo del año. Estas reducciones de la jornada no obedecie-ron a ningún plan para abatir el desempleo, sino casi siempre a

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las luchas obreras que se oponían a jornadas largas e intensas.Pero contribuyeron a reducir la desocupación. Si en las empre-sas de hoy se trabajaran jornadas similares a las de hace 200años, el desempleo sería mucho mayor.

Desde un escritorio se podría proponer hoy una alternativasimilar: reducir las jornadas de trabajo o el número de días labo-rables, con el fin de aumentar el número de puestos de trabajo.De hecho, es algo que han propuesto varios autores (Rifkin, 1996),y algunas empresas lo han puesto en práctica, a veces por inicia-tiva propia y a veces por medio de negociaciones con los sindica-tos como una medida para evitar despidos. Pero no es algo quese haya hecho en gran escala, con excepción del caso de Holan-da. La disminución de la jornada, junto con políticas estatales depromoción del empleo, sería la alternativa más racional, porquepara la sociedad en su conjunto es mucho más caro y desventa-joso que existan niveles tan altos de desempleo y subempleo. Sise calcularan los costos directos e indirectos del desempleo es-tructural se llegaría a cifras astronómicas, ya que habría queincluir ahí los seguros de desempleo, los programas asistenciales,los gastos extras en vigilancia y seguridad, el desánimo en la po-blación joven, las mayores tasas de criminalidad, inseguridad,estrés y conflictos familiares que se encuentran asociados al des-empleo. Pero lo que puede ser racional para el conjunto no tienepor qué parecer conveniente a los individuos en particular: ni losempresarios, ni los trabajadores en activo, ni los contribuyentesse han mostrado muy dispuestos a sacrificar sus ventajas a cortoplazo en aras de una solución de esa naturaleza.

Así, tres fenómenos que de suyo son positivos y tienen el po-tencial para mejorar la calidad de vida (mayor productividad,mayor esperanza de vida y mayor trabajo femenino remunera-do), al combinarse con otras dinámicas sociales dan lugar a laexclusión de quienes no consiguen trabajo. Como ha dicho Vi-vien Forrester:

El camino que se hubiera podido iniciar, no hacia la falta detrabajo sino hacia su disminución gradual y concertada, esa víaque hubiera podido conducir hacia su desaparición como unaliberación para todos y una vida más libre y plena, conduce hoya la pérdida de dignidad, la pobreza, la humillación, la margina-ción, incluso la terminación de un número creciente de vidas

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humanas [Forrester, 1997: 123].

Es claro que el problema no está en la capacidad productivaacrecentada, sino en los procesos sociales que han llevado a quelos beneficios de la mayor productividad se distribuyan de ma-nera tan desigual. En el centro está el deterioro de la gestióncolectiva del crecimiento económico y del empleo. Cuando exis-ten condiciones para la articulación y el equilibrio de los intere-ses de diferentes individuos y, sobre todo, de distintos grupos ydel Estado, es posible que el desarrollo económico se orientebajo criterios más sociales, más inclusivos. En ese caso la indus-tria, el comercio y las finanzas no sólo funcionan bajo la lógicade la ganancia privada, existen contrapesos y balances que regu-lan su funcionamiento. Dejada a su libre arbitrio, una empresatenderá a considerar única y exclusivamente la maximización deganancias; si para ello el mejor camino es reducir su mano deobra no vacilará en hacerlo, ya que el desempleo o la exclusiónno son su problema, sino un problema del colectivo. Y no es unacuestión de buena voluntad: en un contexto de competencia des-piadada una empresa que quisiera conservar íntegra su plantillalaboral se vería en desventaja frente a otras que han realizadoahorros sustanciales de mano de obra. Es necesario que la pro-tección del empleo sea un objetivo compartido por muchas em-presas y una prioridad de la estrategia gubernamental, de otromodo la búsqueda de la rentabilidad privada impone el recorte yla exclusión.

En esta dinámica interviene también el otro lado de la ecua-ción laboral: los trabajadores y los sindicatos. Para ellos la pro-tección del empleo es casi siempre una prioridad, pero eso nolos libra de responsabilidades frente a la exclusión. Si conviertenla conquista de un empleo seguro en una prebenda, a la quetienen derecho sin importar cuál sea la calidad y la cantidad desu trabajo, le cortan los pies a la estabilidad laboral. En muchoscasos nació una complicidad entre trabajadores y dirigentes sin-dicales para proteger el empleo y el salario a toda costa, sin im-portar si un trabajador se esforzaba o no en sus labores, si con-tribuía o no a la productividad. En el fondo, es el mismo fenó-meno que ocurre con los empresarios: se desliga el desempeñoeconómico de la preservación del empleo y el salario (Rosanva-llon, 2001: 106-108). En el caso de los empresarios la desarticu-

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lación lleva al sacrificio del empleo, del salario y de la seguridadlaboral. En el caso de los trabajadores y de los sindicatos se sa-crifican la calidad, la productividad y la innovación. El desinte-rés y la falta de compromiso de los trabajadores en plantilla porlos buenos resultados de la empresa abre la puerta a la exclu-sión: los empresarios buscarán trabajadores nuevos, en condi-ciones de mayor inestabilidad y flexibilidad, quienes trabajaránmás por menos salario.

Los gobiernos también desempeñaron un papel crucial en elproceso de exclusión laboral. Muchos de ellos abandonaron laspolíticas de pleno empleo y pusieron en el centro la disminuciónde la inflación y la protección de los sistemas financieros. Deja-ron que las empresas se desentendieran de sus responsabilida-des en materia de protección del empleo o no fueron capaces deevitarlo. El hecho es que los gobiernos tuvieron que pagar losplatos rotos: se encontraron con altos índices de desempleo ysubempleo y con mayores necesidades sociales que cubrir, almismo tiempo que se redujo la base de contribuyentes y aumen-taron las presiones fiscales. El reto casi siempre fue superior asus fuerzas y se extendió la exclusión laboral.

Durante los últimos lustros la exclusión laboral se presentóen dos vertientes principales: el aumento del desempleo y la pre-carización de los puestos de trabajo. En algunos países en losque el empleo formal está muy protegido, muchas empresas hanseguido estrategias orientadas a emplear la menor cantidad po-sible de trabajadores, lo que ha provocado que se presenten ta-sas muy altas de desocupación, que persisten durante muchosaños, dando lugar al desempleo estructural. En ese caso quedardesocupado se convierte en una fuente mayor de desigualdad,implica quedar fuera de la comunidad y no tener acceso a unaserie de beneficios asociados al empleo. Es una desigualdad pordesconexión, por quedar fuera de las redes del empleo. Se entraa formar parte de otras redes, más precarias y estigmatizadas:las de los seguros de desempleo o las transferencias estatales(cuando las hay), las de la asistencia social, las de la ayuda fami-liar o las de la economía informal en todas sus variantes. Encambio, en otros países las fronteras entre el sector formal y elinformal son más difusas, y no todos los beneficios se carganhacia el lado del empleo formal, ya que en éste también abundanlas posiciones precarias, con excepción de algunos enclaves de

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bienestar que brindan trabajo seguro, salarios altos y prestacio-nes satisfactorias. Pero, fuera de esos enclaves, la precarizaciónafecta tanto a trabajadores formales como informales.

La exclusión laboral no significa estar fuera del sistema eco-nómico, sino tener una inserción precaria y subordinada, quesólo permite la apropiación de una porción muy pequeña de lariqueza social. Los diferentes niveles y tipos de inclusión-exclu-sión configuran una de las disparidades más extendidas en laépoca contemporánea: las desigualdades de ocupación, es decir,las que existen entre quienes tienen empleo y no lo tienen, entrequienes tienen un buen trabajo —con todo lo que ello implica—y quienes tienen un trabajo precario. Así, a la desigualdad que segenera dentro de las empresas y demás centros de trabajo for-mal, que son diferencias en el monto de los sueldos y salarios yen el acceso a las ganancias y a otros beneficios, se agrega ladesigualdad entre quienes están dentro de las empresas y otrasinstituciones de trabajo formal y quienes están fuera de ellas. Alas disparidades generadas por la explotación del trabajo se agre-gan las desigualdades producidas por la inserción precaria y ladesconexión, por ocupar posiciones al margen de los flujos prin-cipales de riquezas.

La mayor parte de los excluidos forma parte de diversas ca-denas de producción, comercialización y distribución en la eco-nomía global, ya sea como productores, como trabajadores ocomo consumidores, pero lo que destaca es la desigualdad queexiste a lo largo de esas cadenas. Los que se encuentran en posi-ciones periféricas y, además, no poseen calificaciones especialeso recursos especialmente valiosos, tienen una inserción muy pre-caria en la cadena, lo que no quiere decir que estén excluidos,porque su trabajo genera riquezas y estas riquezas se van haciaotros eslabones, sino que su inclusión es precaria y en condicio-nes de desventaja. Más que pensar en dos mundos completa-mente separados (el formal y el informal), o en dos clases depersonas antagónicas y completamente diferentes entre sí (losincluidos y los excluidos), se trata de un solo mundo, complejo ydiversificado, en el que hay muchas formas de inclusión y deexclusión. Hay redes de producción, redes de comercialización,redes financieras, redes de seguridad social, redes de asistenciasocial y muchas otras redes a lo largo de las cuales se distribu-yen, de manera asimétrica, riquezas, empleos, cargas, benefi-

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cios, desventajas, riesgos. Los excluidos no están fuera de todasesas redes, algunos participan activamente en ellas, pero lo ha-cen de manera diferente y muchos están fuera de las posicionesque ofrecen mayor status, mejores ingresos y mayor seguridad.Lo que cambia son los tipos de inserción, el grado de legitimidady seguridad que tiene cada inserción, las ventajas y desventajasque acarrea, la distancia o cercanía de los flujos principales deriquezas. En este abanico de posibilidades, tener o no tener unempleo digno y bien remunerado es uno de los componentescentrales de la desigualdad, que no sólo afecta a los ingresos,sino también al status y a la autoestima.

Me interesa resaltar las respuestas sociales a la exclusión, losesfuerzos de la gente que afronta situaciones de desempleo, pre-carización del trabajo, escasez de oportunidades de insercióndigna y bien remunerada. En el estudio de esas respuestas sepueden encontrar algunas pistas para desarrollar estrategias deinclusión que reduzcan las desigualdades por desconexión o porinserción precaria.

La primera respuesta se produce dentro de los centros detrabajo. El riesgo del desempleo ha hecho que muchos trabaja-dores cambien su actitud hacia la productividad, la eficacia y eldesempeño de la empresa o de la institución en que trabajan. Enlas épocas del fordismo se extendieron la abulia y el desinteréshacia el trabajo, como consecuencia de varios factores, entre ellosel carácter rutinario de las tareas, el autoritarismo empresarial yla confianza en que bastaba un mínimo de esfuerzo para conser-var el empleo. Hoy hay una nueva generación de trabajadoresmás comprometidos con la calidad y con la innovación. Por ellado de los sindicatos, algunos también han modificado su acti-tud y se muestran más dispuestos a colaborar con el mejora-miento de la calidad y la productividad. Algunas empresas reco-nocen esto y procuran un trato menos autoritario y un ambientede trabajo más creativo y respetuoso, incluso buscan estrategiaspara proteger el empleo. Pero muchas otras simplemente apro-vechan el miedo al despido que manifiestan sus trabajadores paraintensificar la explotación, aumentar sus exigencias y desecharo debilitar a los sindicatos. En relación con la exclusión y el des-empleo, existen diversas posibilidades de evolución futura de lasrelaciones laborales en los centros de trabajo, desde la moderni-zación salvaje y excluyente que se ha producido en la mayoría de

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los casos por medio de despidos numerosos, anulación de la bi-lateralidad y cierre de plantas, hasta fórmulas más concertadasen las que empresas, sindicatos y trabajadores encuentran con-sensos para mejorar la calidad al mismo tiempo que se protegeel empleo. Entre estos dos extremos hay muchas fórmulas inter-medias.

Otro tipo de respuestas ocurren fuera de las empresas, porejemplo las que desarrollan quienes pierden el empleo despuésde muchos años de trabajar y no encuentran un nuevo empleoasalariado. Se trata de un golpe muy fuerte que puede desenca-denar depresión, estigmatización y debilitamiento de los víncu-los sociales. En el mejor de los casos hay resiliencia, capacidadpara reponerse del golpe, seguir adelante y encontrar otro traba-jo u otra alternativa para ganarse la vida. La divertida películainglesa Full Monty narra uno de esos casos exitosos en los que ungrupo de desempleados varones, cansados de la humillación y ladepresión que representa ir a cobrar un magro seguro de desem-pleo, logra salir del marasmo organizando un espectáculo denudismo masculino, aunque en el trayecto todos atraviesan cri-sis familiares y uno se suicida. Más allá de la anécdota, algunosestudios muestran que entre los desempleados hay un esfuerzonotorio para librarse de la vergüenza y el estigma que implicaperder el empleo y tener que recurrir a la ayuda familiar, al segu-ro de desempleo y a la asistencia pública o privada. Serge Pau-gam documenta los esfuerzos de los desempleados franceses pararesistir, individual o colectivamente, al estigma de la desaproba-ción social por haberse quedado sin trabajo. Ve a los desemplea-dos no como víctimas, sino como agentes que buscan respeto yuna manera de ganarse el sustento: “Nos parece lícito afirmarque se trata de individuos que conservan medios de resistenciaal descrédito que les atormenta” (Paugam, 2001). Uno de losmedios de resistencia simbólica a la estigmatización es la defen-sa cultural del recurso a la asistencia. Se considera digno pedirayuda si se está enfermo, si hay una necesidad familiar o si sepercibe como un derecho adquirido por los años de trabajo. Hayuna disputa en torno a la legitimidad de los recursos destinadosa los desempleados: para algunos es un derecho y por lo tantouna apropiación justa, para otros es destinar dinero público apersonas poco responsables, por lo que la consideran una expro-piación del dinero público; otros más, la consideran una forma

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de caridad.La capacidad de resistencia y de resiliencia ante el desem-

pleo y el empleo precario no es infinita y requiere algo más queautoestima y recursos simbólicos. Depende mucho de la existen-cia y las características de los mecanismos institucionales deprotección (seguros de desempleo, salarios mínimos de inser-ción, capacitación para la reinserción laboral, etc.) y de las redesfamiliares y comunitarias que pueden amortiguar la caída y fa-cilitar la recuperación. En algunos casos estos recursos sólo ga-rantizan una existencia precaria, en otros se debilitan los víncu-los sociales o se rompen las redes familiares y vecinales, en unaespiral de deterioro que puede llevar a la mendicidad, la crimi-nalidad o el suicidio. No todas las historias de lucha contra eldesempleo tienen el desenlace afortunado de Full Monty. Ni si-quiera en el cine están garantizados los finales felices para losdesempleados: otra extraordinaria película, Los lunes al sol, re-lata la historia de un grupo de despedidos de un astillero españolquienes, varios años después del cierre del astillero, todavía noterminan de salir de la secuela de problemas familiares, depre-siones y suicidios; pasan la mayor parte del tiempo en un bar,compartiendo sus quejas. La película termina cuando secues-tran un ferry para tirar al mar las cenizas de uno de ellos que sesuicidó o murió en un accidente relacionado con el alcoholismo,pero se olvidaron de las cenizas y se quedan a la deriva en el mar,un lunes, al sol.11

Las ocupaciones informales son también respuestas frente alas pocas oportunidades de empleo. Desde el punto de vista de ladesigualdad y la exclusión la mayoría de los casos expresan unapoderosa capacidad de agencia y resiliencia, millones de esfuer-zos cotidianos para sobrevivir y tratar de encontrar un lugar dig-no en sociedades que no ofrecen suficientes puestos de trabajoformales, legitimados y bien remunerados. Es un multitudina-rio intento por lograr la inclusión, por anular las desigualdadesderivadas del desempleo o la desconexión. Sin ese sector, el des-empleo, el hambre, la desigualdad y la criminalidad serían mu-cho mayores. Pero tampoco hay que idealizar el sector informal:predominan las adversidades, los riesgos y las malas condicio-nes de trabajo, ofrece nulas o muy pocas prestaciones a quienestrabajan en él, la ilegalidad y el subregistro facilitan el abuso y lacorrupción. Y lo más grave es que no es suficiente para afrontar

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la pobreza. Los individuos, las familias y las comunidades tie-nen recursos y estrategias para afrontar las crisis y la exclusión,pero esos recursos no son inagotables y tienen enormes costos(González de la Rocha, 2000).

Otro recurso contra la exclusión es la inserción en redes clien-telares de los partidos políticos y de otro tipo de organizaciones,para buscar empleo, recibir ayudas asistenciales y obtener apo-yo en la organización de algún negocio propio. Su característicadistintiva es que el apoyo está mediado por una relación patrón/cliente, que implica un intercambio asimétrico de apoyos y favo-res. Es una alternativa muy utilizada en sociedades que no ofre-cen suficientes posibilidades de inserción ciudadana libre de es-tos compromisos políticos. No sólo es un intercambio instru-mental, también implica acuerdos sancionados por la cultura yrespaldados por dispositivos políticos. Ha sido eficaz para mu-chas personas, compensa la desigualdad de la exclusión y permi-te acceder a recursos de otra forma poco accesibles, pero creauna nueva desigualdad, la que se establece en la relación asi-métrica de poder entre patrones y clientes.

La delincuencia es también un recurso frente a la exclusión.No todas las actividades son criminales, muchas de ellas tienenorígenes totalmente diferentes y son realizadas por personas queno están excluidas. Pero en sectores con muy pocas oportunida-des de empleo digno y bien pagado, algunos optan por incorpo-rarse a actividades delictivas, que les permiten ganar dinero rá-pido y, en ocasiones, les brindan prestigio y reconocimiento. Entrealgunas de estas actividades está la venta de productos ilegales,el robo y el comercio de drogas. Mediante ellas, “los excluidoshan creado su propio Estado del Bienestar” (Forrester, 1997: 104).Pero es un recurso contradictorio y, casi siempre, contraprodu-cente, ya que el acceso rápido a riquezas de origen ilegal vieneacompañado de la multiplicación de riesgos y de una espiral deviolencia, que en muchos casos desemboca en riñas, en la cárcelo en la muerte. Las causas de la delincuencia son muy diversas yvarios estudios han demostrado que no existe una correlaciónentre pobreza y criminalidad (Caldeira, 2000). Además de loseconómicos, intervienen muchos otros factores, como el funcio-namiento de la policía, la confianza en el gobierno y en el siste-ma social, aspectos históricos y culturales, perfiles psicológicos.Pero se ha encontrado que en los períodos de fuerte crisis econó-

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mica hay una tendencia al aumento en los crímenes contra lapropiedad, y hay autores que sostienen que la exclusión y la des-igualdad pueden ser detonantes de este tipo de crímenes (Cardo-so, Amorim y Sachsida, 2003). La percepción de que no hay sali-das legales para ganarse la vida puede llevar a muchos indivi-duos a aceptar los riesgos de involucrarse en las redes del crimeny el narcotráfico. No pretendo hacer una sociología del crimenni una apología del mismo, tan sólo quiero señalar que los pro-cesos de exclusión sistemática pueden provocar procesos de in-clusión perversos, pero que son vistos por muchos de los partici-pantes como una manera de “ser alguien” o, simplemente, desobrevivir. Desde el punto de vista de este libro, en el que destacoque los agentes no viven la desigualdad de manera pasiva, sinoque intentan revertirla en diferentes formas, la criminalidad pue-de ser una de esas formas, independientemente de que sus resul-tados sean contradictorios y contraproducentes. Constituyen unaforma de expropiación que no está legitimada a los ojos de lamayoría de la sociedad, pero quienes participan en ella constru-yen diferentes justificaciones y legitimaciones para respaldarla.

En algunos casos, menos frecuentes, además de las respues-tas individuales o familiares, se articulan movimientos de resis-tencia a la exclusión, que buscan colocar en mejores condicionesde inserción a sectores que han sido relegados de los mejoresempleos o del empleo mismo: grupos indígenas, negros, disca-pacitados, trabajadores de ramas afectadas por la moderniza-ción, mujeres, ancianos, migrantes ilegales, etc. Un rasgo intere-sante de estos movimientos es que combaten la estigmatizaciónque acompaña a los procesos de exclusión. Los estigmas culpa-bilizan a las víctimas: si no tienen un buen trabajo es porque noson capaces, no tienen las calificaciones necesarias, son flojos odescuidados, fallaron en su trabajo, no tienen la cultura adecua-da y un sinfín de argumentos similares que descargan toda laculpa en quienes se encuentran en situaciones de exclusión. Alcombatir el estigma y revalorarse a sí mismos, los participantesde estos movimientos intentan socavar los mecanismos simbóli-cos y los dispositivos de poder que han hecho que su exclusiónsea mayor que la de otros grupos.

Los movimientos contra la exclusión no están exentos de con-tradicciones, ambigüedades y limitaciones. Muchos recurren,como táctica o por convencimiento, a un discurso paternalista

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en el que se colocan como víctimas que reclaman ayuda —locual refuerza el estigma. Muchos gobiernos, agencias de coope-ración y organismos no gubernamentales prefieren mantener ellenguaje de la ayuda, ya que así evitan el compromiso que impli-ca reconocer derechos, a la vez que reproducen su relación verti-cal con los sujetos asistidos: la ayuda tiene un carácter discrecio-nal y unilateral. Las demandas y programas de acción afirmati-va se colocan a la mitad del camino: reclaman una compensaciónpor agravios y desventajas históricas, pero hacen énfasis en elderecho a la educación y al trabajo como vía para una inserciónmás equitativa. Tienen que recurrir a las diferencias categorialesque fueron utilizadas en el proceso de exclusión (hombre-mujer,blanco-negro, etc.), con el riesgo que eso implica en términos deprolongar la victimización, pero ven esto como una fase de tran-sición hacia un esquema más universal de igualdad de oportuni-dades. Pero lo más prometedor de los movimientos contra laexclusión es la renovación de un discurso ciudadano en el que sedemanda una igualdad básica: el derecho a la inclusión con dig-nidad, con igualdad de oportunidades reales y no sólo igualdadformal ante la ley. Las mejores voces de los excluidos no sólopiden más gasto social y más programas de emergencia, sinouna reestructuración del conjunto de la economía —nacional yglobal— que garantice mayores oportunidades de empleo dig-no. La escena que abre la película española Los lunes al sol loilustra de una manera plástica: la cámara toma a un grupo dedespedidos de unos astilleros en España, quienes realizan unamanifestación y llevan al frente una manta roja que en letrasblancas dice: “Ayudas = Trabajo”.

En síntesis, quienes padecen el desempleo y la exclusión raravez se quedan cruzados de brazos a esperar qué les depara eldestino. Recurren a una combinación de diferentes alternativas,que incluyen el autoempleo, la solidaridad familiar y vecinal, lautilización de las redes institucionales de seguridad social, el re-curso a la asistencia pública y privada, la participación en redesclientelares, la legitimación de su situación, la resistencia frenteal descrédito, la incorporación a movimientos contra la exclu-sión y, en algunos casos, hasta la incursión en actividades ilega-les y criminales.

Las diferentes respuestas frente al desempleo y la exclusiónhan amortiguado sus efectos, en algunos casos los han revertido,

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pero en muchos otros han sido claramente insuficientes, hantenido costos humanos y, además, no han logrado abrir muchosespacios de inclusión en la economía formal. Tampoco están exen-tas de ambigüedades y contradicciones. Estos esfuerzos de in-clusión, individuales, grupales y comunitarios, tienen que serrespaldados por los Estados, por las empresas y por las institu-ciones. Pero el respaldo funcionará mejor si se orienta en la mis-ma dirección que estas iniciativas ciudadanas, es decir, si losconsidera agentes activos con derechos, que buscan una inser-ción digna en la sociedad, aunque a veces no la encuentren y seextravíen en los laberintos de la caridad, del clientelismo, de laculpa depresiva o de la delincuencia. Pero sería un error tratar-los como desiguales, es decir, como minusválidos, como clientespolíticos, como culpables o como delincuentes, cuatro erroresmuy frecuentes en las políticas sociales. Es en torno al derechociudadano a la inclusión que puede reestructurarse el Estado delBienestar, y no mediante la multiplicación de las transferenciassin modificar el aparato productivo. Con mucho tino Pierre Ro-sanvallon alerta contra la tentación de “asalariar la exclusión” enforma permanente, es decir, pagar un salario mínimo de inser-ción a toda la población desempleada (Rosanvallon, 2001: 115-126). Aun en el caso de que un gobierno tuviera los recursosfinancieros para hacer esto, no resuelve el problema de la estig-matización de los asistidos, no estimula la eficiencia económica,multiplica las quejas de los contribuyentes y no toma en cuentael papel del trabajo en la formación de identidades y redes socia-les. Además, vuelve estructural una frontera que debería ser sólotemporal, la que separa a los empleados de los desempleadosque tienen que recurrir a la ayuda pública o privada, perpetúa elestigma del que tratan de desembarazarse los excluidos. Paraevitar ese estigma se necesitaría que el salario mínimo de inser-ción fuera parte de un ingreso ciudadano universal. Pero aun enese caso habría que poner en el centro la creación de empleos.

3.4. La globalización, ¿reduce o incrementalas desigualdades?

El libre comercio y los mercados abiertos de capi-tales se han convertido en medios primarios a tra-

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vés de los cuales avanzan los poderes monopólicosde los países capitalistas avanzados que dominanel comercio, la producción, los servicios y las fi-nanzas.

DAVID HARVEY, The new imperialism (2003: 181)

Sin embargo, y en contra de la opinión ampliamen-te extendida, es la globalización la que permite re-ducir más rápidamente las desigualdades [...]. Prue-ba de ello es que la globalización en estas dos últi-mas décadas ha permitido reducir la desigualdad yla pobreza mundiales en forma significativa, aun-que, eso sí, de forma desigual entre unos países yotros y entre unas personas y otras. Los países quese han globalizado más rápidamente han podidocrecer más deprisa y reducir sus niveles de pobre-za, aunque no siempre de desigualdad, mientras queotros países, de globalización más lenta, no hanpodido mejorarlos o, en algunos casos, los hanempeorado.

GUILLERMO DE LA DEHESA, Globalización,desigualdad y pobreza (2003: 14-15)

La tesis de que las computadoras son las responsables delincremento en la desigualdad compite en popularidad con la ideade que el culpable de ese fenómeno es la globalización. Éste esun postulado atractivo, que traslada las culpas fuera de los paí-ses y tiene la ventaja que puede ser esgrimido por todo el mun-do: por los gobiernos, para decir que es un fenómeno que escapaa su control; por los empresarios, para argumentar que no pue-den mejorar los salarios porque perderían competitividad en elmercado mundial; por los xenófobos, para culpar a los extranje-ros; y, también, por la izquierda y las organizaciones civiles pro-gresistas, que identifican la globalización con en capitalismo,con el Fondo Monetario Internacional y con el Banco Mundial.Muy bien, todo parece concordar, pero, si la globalización invo-lucra a todos los países, ¿por qué unos tienen más desigualdadque otros? ¿Por qué Corea del Sur, que está más globalizado quela India, tiene menor desigualdad? ¿Por qué México, que se vol-có hacia la exportación, a pesar de que es muy desigual no lo estanto como Brasil o Guatemala, que dependen menos de las ex-portaciones? ¿O por qué Europa Occidental, en donde la inter-nacionalización ha avanzado más rápido que en Estados Uni-dos, es mucho menos desigual? Y, para terminar con los ejem-

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plos, ¿por qué si Rusia y China se incorporaron a la globaliza-ción, el primero se volvió mucho más desigual y el segundo no?Tampoco los defensores a ultranza de la globalización tienen res-puestas claras a estas preguntas. Han tratado de demostrar quelos países “globalizadores” tienen mejor desempeño económicoy reducen más rápido la pobreza y la desigualdad que los “noglobalizadores”, pero las correlaciones no son tan claras (WorldBank, 2002b).

La relación entre desigualdad y globalización es mucho máscompleja de lo que parece. En este apartado trataré de mostrarque existe una conexión entre ambos fenómenos, pero no en elsentido de que la globalización aumenta o disminuye de maneraautomática la desigualdad social dentro de los países, ya queesto no se ha podido demostrar. Los niveles internos de desigual-dad dependen de muchos factores, la mayoría endógenos, aun-que también influye la manera en que se ha producido la apertu-ra a la globalización en cada caso. También argumentaré que laintensificación de las conexiones económicas mundiales generaeconomías de escala que pueden producir más riquezas, peroque la distribución de esas nuevas riquezas está sujeta a la corre-lación de fuerzas entre los participantes en los mercados mun-diales. Al no existir instituciones reguladoras transnacionales,con capacidad para establecer mecanismos de compensación yequiparación de carácter global, las principales ganancias se con-centran en los competidores más fuertes, lo que ha favorecido alas corporaciones transnacionales y al capital financiero, a la vezque se incrementa la desigualdad entre los países. Pero la solu-ción a ese desbalance no se encuentra en disminuir la interde-pendencia entre ellos, sino en fortalecer los mecanismos de re-gulación y compensación, es decir, en profundizar y reorientarla globalización y no en frenarla o disminuirla. Los globalifóbi-cos tienen razón cuando dicen que algo anda mal con la globali-zación, pero se equivocan al momento de proponer soluciones.

En este apartado discutiré la relación que hay entre la des-igualdad y el funcionamiento de tres mercados a escala mun-dial: el de mercancías, el de trabajo y el financiero. Comenzaréseñalando las limitaciones de tres hipótesis ingenuas (o sesga-das, según se vea) sobre la globalización, que no se han confir-mado en la práctica de estos últimos años. Cada una de estashipótesis se refiere a uno de estos tres mercados globales. La

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primera hipótesis señala, con razón, que la globalización de laindustria y el comercio aumenta la productividad mundial, por-que cada región o país se especializará en aquellos productos enlos que tiene ventajas comparativas y competitivas y reducirásus costos al aprovechar las economías de escala. En lugar deque todos produzcan de todo a pequeña escala, cada quien seconcentra en producir en grandes volúmenes lo que hace mejor.Esto producirá una reducción de costos que, si se traduce enuna disminución de precios, beneficiará a los consumidores (Dela Dehesa, 2003; Porter, 1991). Cuando las actividades económi-cas pasan de una escala nacional o regional a una global crece lacapacidad mundial de apropiación de riquezas. Hasta aquí todova bien. La ingenuidad o el sesgo estriban en suponer que losfrutos de esa mayor capacidad de apropiación se van a distribuirequitativamente, que todos los países y todas las empresas van asalir ganando por igual, y que siempre disminuirán los precios.El pequeño detalle que se les olvidó incluir en el argumento esque existen países más poderosos que otros, que hay corporacio-nes multinacionales que fácilmente vencen en la competencia alas pequeñas y medianas empresas locales y que muchos preciosse fijan en mercados oligopólicos marcados por profundas asi-metrías de poder. El nuevo salto que se ha dado en la divisióninternacional del trabajo genera mayores excedentes, pero la parteque se apropia cada país, cada región, cada empresa y cada gru-po social está filtrada por relaciones de poder.

La segunda hipótesis alude al funcionamiento de mercadosde trabajo a escala mundial. Plantea que la mayor movilidad delas empresas tenderá a acercar los salarios obreros de los dife-rentes países, ya que las empresas reducirán la contratación detrabajadores que reciben salarios altos en los países industriali-zados y buscarán la mano de obra barata de países en vías dedesarrollo, cambiando las relaciones de oferta y demanda deempleo, lo que a la larga reducirá los salarios en Europa, Japón,Estados Unidos y Canadá y hará subir los ingresos de los obre-ros del Tercer Mundo. Sin embargo, los salarios obreros no evo-lucionaron de la forma en que se preveía: bajaron y subieron,pero siguiendo patrones diferentes. Por ejemplo, en algunos paí-ses de América Latina crecieron rápidamente las industrias deexportación, pero no los salarios obreros, a pesar de que habíaescasez de mano de obra en algunas regiones de industrializa-

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ción intensiva. En algunos países industrializados bajaron lossalarios, a pesar de que casi no trasladaron procesos producti-vos al exterior ni aumentó sustancialmente la proporción de pro-ductos importados. Por último, en algunos casos los salarios semantuvieron o incluso subieron, pero eso sucedió tanto en paí-ses en que se redujo empleo industrial como en otros en que seaumentó. Todo esto indica que no existe un mercado mundial detrabajo, sino diversos mercados nacionales y regionales que es-tán incrustados en arreglos institucionales y relaciones de poder.Además, hay que tomar en cuenta el desequilibrio entre las ma-yores facilidades para el movimiento de las empresas y las res-tricciones a la migración internacional de trabajadores.

La tercera hipótesis ingenua o sesgada se refiere al mercadode capitales. Plantea que la desregulación financiera y moneta-ria, al evitar la intromisión del Estado y facilitar un flujo “sano”de divisas, créditos e inversiones siguiendo a la oferta y la de-manda, provocará un ajuste positivo de las tasas de interés y delas tasas de cambio de las diferentes monedas, en el sentido deque corresponderán a la capacidad productiva real de los países,estimulando la productividad y dando lugar a la estabilidadmonetaria y financiera. Es evidente que el pronóstico no se hacumplido, durante los años noventa las crisis financieras en losmercados emergentes generaron ondas de inestabilidad con con-secuencias nefastas para el aparato productivo, que fueron afron-tadas con gigantescos programas de salvamento financiero, querepresentaron una poderosa intervención externa sobre los mer-cados.

La primera falla de origen de las tres hipótesis es que supo-nen que los mercados internacionales se van a comportar segúnel modelo teórico del mercado competitivo perfecto, en donde laoferta y la demanda son las fuerzas determinantes. En esta ideacoinciden con frecuencia tanto los promotores de la apertura yla desregulación como sus opositores, lo que los distingue es queunos piensan que el mercado competitivo es sano, positivo y ge-nerador de igualdad, mientras que los otros consideran que esnegativo y productor de asimetrías. Pero los mercados mundia-les no funcionan así. Al igual que los mercados nacionales, estánmarcados por la correlación de fuerzas entre los participantes,por intervenciones políticas de todo tipo, por las característicasde los dispositivos institucionales, por dinámicas de valoriza-

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ción influidas por la cultura, etc.La segunda falla de origen tiene que ver con las diferencias

entre los mercados nacionales y los mercados mundiales. En elámbito de un país hay un actor privilegiado, que es el Estado,que dispone de muchos mecanismos de regulación institucionaly tiene el monopolio legítimo del uso de la fuerza. Incide sobre elfuncionamiento de los mercados de muchas maneras: crea unmarco legal para la operación del comercio y las finanzas, pro-porciona educación, emplea decenas o cientos de miles de per-sonas, compra grandes volúmenes de mercancías, arbitra las dis-putas, organiza la negociación en torno a un salario mínimo,aprueba leyes laborales y estándares laborales básicos, etc. Comoparte de ese Estado, aunque tenga autonomía respecto del go-bierno, también existe un banco central, que funciona como pres-tamista de última instancia, emite papel moneda y fija tasas deinterés de referencia. Pese a las diferencias de todo tipo que haydentro de un país, y pese a que el Estado no es homogéneo niestá exento de contradicciones, se han decantado normas, pro-cedimientos, marcos comunes de entendimiento y costumbresque regulan y acompañan las transacciones en los mercados.Los mercados mundiales son otra cosa totalmente distinta, enprimer lugar porque en ellos algunos de los participantes sonEstados, es decir, además de las empresas, los grupos y los indi-viduos, intervienen en ellos los gobiernos, que son actores muypoderosos, sobre todo en el caso de los países más ricos, pero adiferencia de su acción en el mercado interno, que es de regula-ción de la competencia, aquí también forman parte de los com-petidores, son muchos y muy diversos, no se encuentran unifica-dos en una unidad de mando similar a la que agrupa a munici-pios, estados o provincias y gobierno central o federal en un país.Además, el entramado institucional de los mercados mundialeses bastante precario, en particular porque tiene pocas capacida-des para hacer cumplir las normas y los convenios internaciona-les y porque carece de dos recursos fundamentales: recursos eco-nómicos propios y capacidad de coerción. Tampoco existe unprestamista de última instancia. A esto hay que agregar la enor-me disparidad en el poderío de los actores que intervienen en losmercados mundiales (Estados grandes y pequeños, corporacio-nes transnacionales, pequeñas y medianas empresas de base lo-cal). Por último, no existe en el nivel mundial algo comparable a

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la comunidad política y cultural nacional, por lo que los inter-cambios en el mercado mundial se acercan más a un escenariobélico de competencia con extraños, distantes en términos cul-turales y enemigos en términos económicos y políticos. No esque los intercambios dentro de los países actuales sean pacífi-cos, amistosos y recíprocos, pero hay un mayor reconocimientode la interdependencia mutua entre los actores. Existen mayo-res límites culturales, políticos y económicos que hacen que elmercado sea algo más que un campo de batalla.

Uno de los rasgos que caracterizan a la globalización con-temporánea es la mayor apertura de las fronteras para el tránsi-to de objetos, ya sean éstos insumos productivos o mercancíaslistas para ser distribuidas al mercado. Después de un períodode elevado proteccionismo, en el que los países impusieron ele-vados aranceles a la importación, se pasó a una etapa de apertu-ra y reducción o eliminación de muchos aranceles: la propor-ción de las tarifas con respecto al comercio mundial bajó del 27% en 1980 al 10 % en 2000. Durante las dos últimas décadas delsiglo XX muchos países abrieron sus mercados, se celebrarondiversos acuerdos de libre comercio, la Unión Europea dio pa-sos decisivos en su proceso de integración económica, se adhi-rieron nuevos miembros al GATT (ahora Organización Mundialdel Comercio, OMC), desaparecieron muchos países socialistasy los que quedan también se han incorporado al comercio mun-dial. En una palabra, se presentó una tendencia bastante genera-lizada a la apertura de fronteras que produjo una intensificaciónde las transacciones a través de ellas. En 1970 el comercio inter-nacional representaba poco menos del 30 % del PIB mundial,mientras que llegó a cerca del 60 % en 2001 (Wade, 2007). Loque hay que analizar son las características de esta apertura ysus consecuencias sobre la desigualdad.

La apertura comercial remite al tema de las fronteras discu-tido en el capítulo 1, pero ya no se trata aquí de barreras internasque regulan el tránsito de las riquezas entre los grupos sociales,sino de las fronteras entre países o bloques de países para regu-lar el comercio internacional. El proteccionismo es una prácticacomún para favorecer a los productores locales y dificultar elingreso de mercaderías extranjeras; busca evitar que empresasforáneas se apropien de esa parte de la riqueza que los habitan-tes o las empresas del país gastan en la compra de productos. La

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apertura de fronteras tiene efectos múltiples sobre la distribu-ción de las riquezas. Por un lado, puede favorecer a los consumi-dores locales quienes, en un mercado abierto, pueden obtenerproductos más baratos, más diversos y de mejor calidad. Por elotro, favorece la transferencia de los productores locales menoseficientes hacia competidores extranjeros más productivos. Lasventajas comparativas hacen crecer el excedente, pero se plan-tea el problema del reparto de ese excedente, que en general be-neficia a los países con mayor especialización relativa y mayorpoder de negociación. A corto plazo puede provocar pérdidasenormes en ciertos sectores, además de que un país puede verdestruidas capacidades productivas que le costó décadas cons-truir y que podrían ser requeridas en el futuro. No intento revivirla vieja polémica entre proteccionismo y libre cambio, que hacetiempo fue perdida por el proteccionismo, tan sólo quiero ano-tar que hay cuestiones de ritmo y de compensación que hay quetomar en cuenta para evitar efectos desastrosos de distribución.

Por otra parte, está el problema del grado de bilateralidad delas fronteras: los países poderosos han logrado que casi todos losdemás abran las fronteras a sus productos, pero no abren lassuyas a los productos del Tercer Mundo, mantienen importantesbarreras arancelarias y no arancelarias, subsidios abiertos y obs-táculos implícitos que reproducen el intercambio desigual. Seafirma con frecuencia que la reducción de los subsidios a losproductos agropecuarios de los países del norte tendría un im-pacto considerable en la reducción de la pobreza en los paísesdel sur. Es un caso interesante de efectos contrapuestos de lasfronteras internas y externas (Korzeniewicz y Moran, 2006). Unamedida interna igualitaria, subsidiar a los campesinos de Euro-pa, Canadá y Estados Unidos para mantener altos sus ingresos,tiene consecuencias graves para el incremento de la desigualdada nivel mundial. La apertura comercial no fue equilibrada. Enmuchos casos fueron mayores las concesiones que hicieron lospaíses del sur al facilitar el ingreso de mercancías e inversionesprovenientes de los países industrializados, que las concesionesde éstos en relación con los productos agrícolas que exportan lospaíses del Tercer Mundo. Una parte de este problema es de vo-luntad política y de capacidad de negociación: Europa y EstadosUnidos se han mostrado reacios a eliminar los subsidios a suproducción agropecuaria o a ciertos sectores como el acero. Tam-

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bién hay que considerar las condiciones en que llegan las partesa la negociación: muchos países pobres necesitan desesperada-mente flujos de inversión extranjera y tecnología, lo que los colo-ca en situaciones de desventaja. Compiten entre ellos ofreciendosalarios más bajos y exenciones fiscales. Muchas veces no hayequidad ni bilateralidad en el funcionamiento del comercio mun-dial.

Pero aun cuando los mercados mundiales funcionaran conequidad, esto no sería suficiente para revertir las desigualdadesentre los países. El punto central está en la acumulación históri-ca de desventajas, que hace que muchos países y muchas empre-sas tengan serias dificultades, ya no digamos para aprovechar laapertura, sino siquiera para sobrevivir a ella. Aun suponiendoque la apertura sea pareja y equilibrada —que en muchos casosno lo ha sido—, cuando se abren las fronteras después de déca-das de proteccionismo lo que ocurre es que se pasa de una com-petencia entre las empresas asentadas en territorio nacional auna competencia con empresas de diferentes partes del mundo,con brechas abismales en sus niveles de productividad, calidad ydesarrollo tecnológico e institucional. Si el poderío económico,financiero, científico y organizativo de los nuevos contendientesestá totalmente desequilibrado, es fácil prever quién ganará lapelea. Es como enfrentar en el mismo ring a un boxeador depeso pesado contra otro de peso pluma. La apertura puede bene-ficiar a los consumidores de ingresos medios y altos, porquepueden obtener productos de mejor calidad y a menor precio,pero tiene serias consecuencias en el deterioro y la polarizaciónde la plantilla productiva y en la suerte de los sectores de meno-res ingresos, que son quienes más sienten las consecuencias delos cierres de empresas, en forma de desempleo y baja de lossalarios. Si esto lleva a la formación de oligopolios, también estáen riesgo la continuidad de los precios bajos.

Lo anterior no quiere decir que toda apertura sea negativa.Al contrario, una economía abierta es mucho más eficiente ypuede garantizar mayores libertades, el problema está en losmecanismos, ritmos y plazos de la apertura. En muchas ocasio-nes los ritmos y dispositivos favorecieron más a las grandes cor-poraciones transnacionales y a los países poderosos que a lospaíses y las empresas más débiles. Pero no fue así en todos loscasos. En la Unión Europea hubo acuerdos más democráticos,

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los plazos fueron más cuidadosos, se instrumentaron mecanis-mos de compensación y transferencias que optimizaron los be-neficios colectivos y redujeron las pérdidas para los países másatrasados, ha sido una apertura que se acerca más a un esquemaen el que todas las partes ganan, aunque algunas regiones y ra-mas se han visto afectadas, además de que el aumento del des-empleo se ha presentado en casi todos los integrantes de la Unión.En el caso de algunos países del este y del sudeste de Asia laapertura estuvo más conducida por los Estados, además de quefue precedida de fuertes inversiones en educación, salud y tec-nología. También hubo una política industrial a largo plazo queconsolidó muchos sectores industriales que pudieron competirde manera exitosa en la globalización. No es casual que tanto enEuropa como en el este y sudeste asiático no sólo se hayan con-servado más empresas con capacidad de competencia global,sino que también la globalización haya provocado menores au-mentos en la desigualdad de ingresos (Fitoussi y Rosanvallon,1997; Galbraith, 1998; Lawrence, 1996).

En 2002 el Banco Mundial publicó un estudio sobre paísesen desarrollo en el que comparaba el desempeño económico depaíses “globalizadores” y “no globalizadores”, tomando como basepara distinguirlos el aumento de la proporción del comercio in-ternacional en su producto interior bruto entre 1977 y 1997(World Bank, 2002b). La investigación encontró que los llama-dos “globalizadores” habían tenido mayor crecimiento econó-mico y habían avanzado más en reducir la pobreza sin que seincrementara la desigualdad, llegando a la conclusión de que “laglobalización claramente puede ser una fuerza para la reduc-ción de la pobreza” (citado en Wade, 2007: 32). Sin embargo,este estudio ha sido cuestionado, porque al tomar sólo el criteriodel aumento del comercio internacional como proporción delPIB pierde de vista que algunos de los llamados “globalizadores”tienen economías menos abiertas que otros países consideradoscomo “no globalizadores”. Además, puede existir una causali-dad inversa: el crecimiento económico es el que puede provocarun aumento en las importaciones y exportaciones y no al revés, yese crecimiento puede deberse más a la consolidación institu-cional y la inversión en educación y salud, que no a la aperturacomercial (Wade, 2007). Esto es lógico: en la medida en que laeconomía de un país se fortalece, tiene más a ganar si abre su

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economía al comercio internacional. El problema está en forzarla apertura en países que no están suficientemente preparadospara ello. Otra investigación encontró que en países con nivelesbajos de desarrollo la apertura económica provocó mayor des-igualdad, porque sólo se beneficiaron los sectores más ricos, adiferencia de países menos pobres como Chile, Colombia y Re-pública Checa, donde subieron los ingresos relativos de los po-bres y de las clases medias, mientras que en países con desarro-llo alto la apertura comercial redujo la desigualdad (Milanovic,2002), por lo que el punto clave no está en la apertura a la globa-lización, sino en el desarrollo y el crecimiento. En síntesis, no seha logrado establecer de una manera robusta que un país queabre su economía aumente o disminuya la desigualdad. La meraintensificación del comercio mundial por sí sola no tiene porqué producir mayor o menor desigualdad interna en los países,eso depende de sus características y de los mecanismos que exis-ten dentro de ellos para distribuir las pérdidas o ganancias quegenera la apertura comercial. Las empresas exportadoras de unpaís pueden aumentar sus ventas, pero varía en cada caso la pro-porción en que los beneficios de este incremento se reparten entreutilidades, impuestos y salarios a las diferentes categorías labo-rales. En Estados Unidos se han hecho mucho mayores las dis-paridades entre los sueldos de los ejecutivos y los salarios másbajos, pero no es el caso de Japón o Alemania, lo que hace pen-sar que más que la globalización son procesos internos los quedefinen esos diferenciales. Más difícil es la situación de empre-sas que han sido derrotadas por la competencia extranjera, queven reducidos sus márgenes de ganancia o han quebrado de pla-no. En esos casos se observa un aumento de la desigualdad, porel desempleo o la precarización del trabajo. Pero la manera deafrontar esa adversidad también varía. En la Unión Europea sehicieron millonarias transferencias para apoyar a regiones y pro-ductores afectados por la formación de un mercado común, ade-más de que existen seguros de desempleo. Esta medida no impi-dió los costos sociales, culturales y psicológicos de la desapari-ción de ramas, sectores, empresas y puestos de trabajo, peromitigó algunas de sus consecuencias negativas sobre los ingre-sos. En otros casos no existieron ni las previsiones ni las transfe-rencias, la apertura acelerada provocó una competencia entreempresas con capacidades muy dispares, que en muchos casos

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llevó a la quiebra de empresas locales. Es cierto que eran menoseficientes, pero no tuvieron ni el tiempo ni las condiciones paraadaptarse a las nuevas reglas del juego. La apertura tuvo mayo-res impactos en la desigualdad cuando se combinó con otrosfactores, como las diferencias de productividad acumuladas a lolargo de siglos, que no pudieron revertirse por el ritmo aceleradode reducción o eliminación de aranceles y por la ausencia demedidas previas de preparación. Es interesante el caso de Ja-pón, China y los tigres asiáticos, en donde el paso de un fuerteproteccionismo a una economía abierta costó décadas, en lasque se consolidaron industrias fuertes que hoy compiten conéxito en el mercado mundial. No es el caso de América Latina,en donde pocas empresas manufactureras de origen local hanpodido hacer la reconversión exportadora, y mucho menos el deÁfrica, en donde el escaso potencial exportador se constriñe amaterias primas y recursos naturales con muy poco valor agre-gado. En general, la apertura provocó menor desigualdad y sepudieron aprovechar mejor las oportunidades económicas enaquellos países en que hubo un esfuerzo previo de elevar los ni-veles educativos, mejorar los servicios de salud y realizar refor-mas agrarias integrales (Sen, 1999: 91).

La incidencia de la apertura comercial sobre la desigualdadinterna fue diversa, de acuerdo con las características de los paí-ses y con los ritmos y mecanismos de apertura. No se cumplió lahipótesis de que traería bienestar para todos ni tampoco la pre-dicción contraria de que generaría desigualdad. En cambio, si seanaliza la desigualdad entre países parece haber una tendenciamás clara hacia el ensanchamiento de la brecha entre los paísesmás ricos y los más pobres, pero la apertura comercial no es laúnica causa de esta evolución. Como se mencionó al principiode este capítulo, los ingresos per cápita entre los 10 países másricos y los 10 países más pobres al principio del siglo XXI eran de30 a 1. Este abismo es consecuencia de una larga tendencia his-tórica que viene desde la revolución industrial. Los historiado-res económicos han encontrado que la desigualdad a escala glo-bal ha crecido durante los últimos dos siglos: desde 1820 el co-eficiente de Gini de ingresos para la población mundial crecióde 0,500 en 1820 a 0,657 en 1992 (Bourguignon y Morrison,2002).12 Esta última cifra indica que es mayor la desigualdadglobal que la desigualdad dentro de cada país, porque el coefi-

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ciente de Gini por país oscila entre 0,200 en los países más igua-litarios y 0,600 en los más desiguales. Se observa que en el trans-curso de estos dos siglos tiende a cobrar mayor importancia ladesigualdad entre países que la desigualdad interna: esta últimadaba cuenta del 80 % de la desigualdad mundial en 1820, peroesta proporción se redujo al 40 % en 1950 (Bourguignon y Mo-rrison, 2002). Esto significa que cada vez cuentan más las dife-rencias entre países para explicar los grados relativos de riquezay pobreza de las personas.

En el crecimiento histórico de la brecha entre países pobresy países ricos desempeñó un papel importante la industrializa-ción y modernización de una parte del mundo, que colonizó alresto y se benefició del intercambio desigual y del deterioro delos términos del comercio mundial, mediante los cuales gananquienes producen artículos con mayor tecnología y valor agre-gado y pierden quienes producen materias primas y productosmuy simples. Pero no está muy claro que la última ola de apertu-ras comerciales, la de los últimos 20 años, sea el principal factorque esté provocando el ensanchamiento de la brecha. El coefi-ciente de Gini de desigualdad mundial creció muy rápido entre1820 y 1914 (de 0,5 a 0,61), pero después aumentó de maneramás lenta (0,640 en 1950, 0,657 en 1992) (Bourguignon y Morri-son, 2002). Esta trayectoria más lenta se explica, en buena medi-da, por el crecimiento de las economías asiáticas, en particularde China y la India, gigantes demográficos que representan el 38% de la población del planeta, cuya evolución impacta sobre lascifras mundiales. Si se quitara del cálculo a China y la India, lasasimetrías serían mayores. Esto sugiere que más que una ten-dencia única hacia el crecimiento acelerado de la desigualdadglobal entre países, se observan varios movimientos. Por un lado,ha mejorado la situación de algunos países pobres, en particularde China, la India y varios países del este de Asia que han crecidode manera sostenida durante las últimas décadas. Por el otro,hay una mayor polarización entre los países industrializados ylos países más pobres, sobre todo de África, que se están que-dando muy rezagados, lo mismo que algunas regiones deprimi-das de otros países. Es la expresión, en el ámbito de la geografíapolítica, del abismo entre las supraclases inmensamente ricas ylas infraclases en extrema pobreza. Pero el rezago de los paísesmás pobres del mundo no parece ser causado por la apertura

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comercial o por la globalización en curso, sino por haber queda-do fuera de ella, debido a una historia previa de acumulación dedesventajas, que no se ha revertido. Es un problema de exclu-sión de los circuitos principales de generación y apropiación deriquezas, no sólo de intercambio desigual. Pese a estos diversosmovimientos, la economía internacional muestra una tendenciaa la polarización: por un lado, ciudades, regiones y países ricosmuy dinámicos, con incrementos constantes en la productivi-dad y, por el otro, zonas, países y hasta continentes enteros ex-cluidos de las corrientes económicas más dinámicas, en dondese reproduce la pobreza. En medio, gran número de países yregiones que intentan participar en el vertiginoso escenario de laeconomía global. En esta economía dual operan dos circuitoscomerciales aparentemente paralelos: uno, por el que pasa lainmensa mayoría del comercio mundial, que vincula sólo a lospaíses desarrollados y a los enclaves y sectores modernos delTercer Mundo, y otro, muy precario, en el que la inmensa mayo-ría de la población mundial intercambia sólo un pequeño por-centaje de las mercancías. En la práctica estos dos circuitos co-merciales tienen infinidad de vasos comunicantes que los entre-lazan, forman un tejido económico mundial, pero es cierto quela mitad de los habitantes del planeta tienen una inserción muyprecaria en él.

Frente a la desigualdad en el comercio mundial han surgidodiversas respuestas y propuestas. En el nivel micro, las más lla-mativas son las iniciativas de comercio justo, que buscan redu-cir la intermediación y promover que los productores del TercerMundo se queden con una proporción mayor del valor de susproductos. Su alcance es muy limitado, casi siempre operan apequeña escala, pero son una alternativa de exportación y deempleo para quienes participan en ellas, además de que tienen elmérito de sostener la idea de que es posible un comercio diferen-te, más equitativo (Bruni y Zamagni, 2007). En el otro extremo,en las negociaciones en el nivel macro, se ha abierto un nuevociclo de negociaciones en la Organización Mundial del Comer-cio, la llamada ronda de Doha, que busca orientar el comerciomundial hacia el desarrollo. Si estas negociaciones logran elimi-nar las barreras arancelarias y no arancelarias que los paísesricos imponen a la importación de productos agropecuarios pro-venientes del sur, el impacto en la reducción de la pobreza y la

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desigualdad podría ser de gran magnitud. En el caso de los paí-ses más pobres del mundo no sería descabellado pensar en al-gún tipo de acción afirmativa, por ejemplo establecer de maneratemporal condiciones especialmente favorables que permitan suincorporación al mercado mundial. El costo de medidas de estetipo no sería muy alto si se distribuye de manera adecuada, y lasventajas a largo plazo para la estabilidad y la prosperidad mun-dial serían mucho mayores. Pero mientras que llegan y no lleganesas alternativas rimbombantes, por lo pronto lo más eficaz hansido los esfuerzos de los productores del sur por elevar su pro-ductividad y conquistar algunos nichos en el mercado mundial.Algunos lo lograron con recursos propios, pero muchas de lashistorias de mayor éxito a gran escala tienen detrás acciones depromoción del desarrollo, la educación, la calidad y la competi-tividad, ya sea por parte del gobierno, de empresas o de agenciasde la sociedad civil con capacidad para actuar más allá del ámbi-to local.

Todas estas iniciativas no han impedido que persista el inter-cambio desigual en el comercio mundial. La medición del inter-cambio desigual es complicada y materia de muchas controver-sias, pero vale la pena considerar algunas de las cifras que se hanvertido al respecto. En los años setenta del siglo XX, Mahub UlHaq calculaba que por esa causa los países del Tercer Mundoperdían unos 170.000 millones de dólares de los 200.000 millo-nes de dólares que valían sus exportaciones no petroleras (el res-to se quedaba en la intermediación, el envasado, la comerciali-zación, etc.) (Ul Haq, 1976: 159). Por su parte, Pablo GonzálezCasanova calculó que entre 1992 y 1996 el deterioro de los tér-minos de intercambio comercial provocó una transferencia delos países de la periferia al centro de alrededor de 163.149 millo-nes de dólares anuales de promedio. De acuerdo con sus cálcu-los, estas transferencias se habían más que duplicado en rela-ción con las de los años setenta: 69.425 millones de dólares depromedio anual entre 1972 y 1976 (González Casanova, 1999:86). Más allá de las dificultades técnicas para medir el intercam-bio desigual, parece ser que representa una apropiación-expro-piación de riquezas importante, aunque en los últimos años hayotra transferencia que ha tenido un crecimiento mayor: de acuer-do con González Casanova las transferencias financieras de lospaíses de la periferia al centro por el servicio de la deuda externa

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se multiplicaron por 10 en el mismo período, al pasar de 19.487dólares de promedio anual entre 1972 y 1976 a 193.913 millonesde dólares al año entre 1992 y 1995. Las remesas de utilidadespor inversiones directas se multiplicaron por 4 en ese mismolapso. El deterioro de los términos de intercambio comercial noes ni la única ni la principal causa de la desigualdad global. Paraentender la relación entre globalización y desigualdad hay queanalizar otros flujos, además del de productos.

Hay un aspecto en el que la globalización ha sido claramenteasimétrica: las fronteras se abrieron a los flujos de capitales y demercancías, pero casi nunca a los flujos de personas. Aun en elcaso de Europa, donde existe libre circulación para los ciudada-nos de los países miembros, se han endurecido las políticas mi-gratorias hacia el resto del mundo. Otro caso dramático es el delTratado de Libre Comercio de América del Norte: al mismo tiem-po que se produjo un acuerdo comercial que hizo avanzar laintegración industrial de Canadá, Estados Unidos y México, elgobierno norteamericano reforzó la vigilancia en su frontera conMéxico y desarrolló políticas más agresivas hacia los migrantesprovenientes del sur. Las restricciones a la migración contribu-yen a un funcionamiento del mercado laboral favorable a losempleadores, quienes pueden escoger a sus pobres en mercadosampliados (Forrester, 1997: 112).

Las limitaciones a la migración legal de mano de obra, lamayor movilidad del capital y el poder acrecentado de las corpo-raciones transnacionales, junto con el debilitamiento de las or-ganizaciones sindicales, han posibilitado un descenso de los sa-larios obreros en distintos tipos de países. En el caso de los paí-ses del norte no se puede explicar por las importaciones de bienesde consumo provenientes del sur, porque el comercio con lospaíses pobres no ha alcanzado cifras tan grandes como para pro-ducir una baja en los salarios. La mayor parte del comercio mun-dial y de las inversiones se realiza entre los países industrializa-dos y no entre ellos y el resto del mundo. Pero en todos los paíseslas empresas utilizan el argumento de que si aumentan los sala-rios se van a ir a otras partes del mundo. Al parecer, la amenazade trasladar operaciones industriales hacia países pobres ha sidotanto o más eficaz que el traslado mismo. Pero entonces no essólo la apertura comercial, sino la constitución de cadenas pro-ductivas globales, con un considerable poder monopólico y con

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capacidad de obtener concesiones por parte de los gobiernos delTercer Mundo, lo que ha producido un descenso de los salariosobreros.

Los flujos de personas repercuten de manera compleja en ladesigualdad (Stalker, 2000). Por un lado, la migración interna-cional desde los países pobres hacia los países ricos tiene efectoscompensatorios: reduce la presión en los mercados laborales delsur, permite que millones de personas se apropien de una partede las riquezas encapsuladas en los mercados del norte y provo-ca flujos de dinero impresionantes por las remesas que los mi-grantes envían a sus familias en el país de origen. Sin embargo,en contra de las tesis convencionales, los salarios no suben en laszonas expulsoras de migrantes, lo que se produce no es una es-casez de mano de obra que haga crecer los jornales, sino un de-terioro económico por la salida de la población en edad de tra-bajar (Castaingts, 2000: 122). En muchos casos, regiones ente-ras se convierten en zonas fantasma, con muy poca poblaciónjoven. Es decir, la migración no hace más prósperas a las regio-nes pobres ni las iguala con las más ricas. Permite a los paísesricos apropiarse de una gran fuente de riquezas: la capacidad detrabajo de los migrantes, quienes muchas veces representan alos más audaces e innovadores de sus comunidades de origen,además de que los países receptores no pagan los costos de for-mación de esos trabajadores. Un caso importante lo constituyela fuga de cerebros: ¿cuántos miles de artistas, científicos, geren-tes e intelectuales se han trasladado del sur hacia el norte? Yasea con su talento o con su trabajo rudo, los migrantes contribu-yen al fortalecimiento de los países a los que llegan. ¿Será sólouna casualidad que el país más poderoso de la tierra sea el mis-mo que ha recibido las corrientes migratorias más grandes ymás diversas durante los últimos 200 años?

La migración internacional provoca desgarros individuales,sociales y familiares, además de que tiene implicaciones en elterreno de los derechos humanos y de los derechos vinculadoscon la ciudadanía. La falta de bilateralidad de las fronteras com-plica más el flujo de personas, en particular de las más pobres.Las fronteras funcionan como barreras de entrada que segmen-tan los mercados de trabajo, al dificultar el acceso de muchostrabajadores o al ponerles un estigma de ilegalidad que los con-dena a aceptar peores condiciones de trabajo y remuneraciones

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más bajas que las que perciben quienes no tienen ese estigma.Un ejemplo ilustrativo ocurre en los miles de kilómetros que for-man la frontera entre México y los Estados Unidos, en la que seproduce el mayor número de cruces fronterizos entre dos paísesen el mundo. En dirección norte-sur, es decir, hacia el lado mexica-no —y latinoamericano, por ende—, esta frontera es un colade-ro, cualquier persona puede entrar sin mostrar un solo docu-mento, mientras que en dirección sur-norte, hacia los EstadosUnidos, ocurre todo lo contrario, es una barrera protegida conarmas, cercas, helicópteros, luces infrarrojas y sensores de mo-vimiento, que sólo deja pasar con facilidad a los ciudadanos es-tadounidenses, mientras que para las personas de otras nacio-nalidades existen muchos requisitos, que son inalcanzables paralos millones que quieren cruzarla. Cientos de miles recurren cadaaño al cruce ilegal, que se ha vuelto muy arriesgado, como mues-tran los miles de muertos que ha habido desde que Estados Uni-dos adoptó políticas migratorias más rígidas en los años noven-ta. Las dificultades para el tránsito internacional de personas, enparticular de las más pobres, en contraste con la enorme facili-dad que tienen las empresas para mover inversiones, equipos ymercancías, ha contribuido a exacerbar el desbalance en las re-laciones entre capital y trabajo durante las últimas décadas.

No existe un mercado global de trabajo, en el que estén com-pitiendo personas de todo el mundo. Los mercados laborales seencuentran separados por países, y dentro de los países no sólose segmentan por rama y ocupación, sino que también hay seg-mentaciones por género y por origen étnico y nacional (Phelps,1990). Lo que hay es un incremento de la migración internacio-nal de trabajadores hacia los países ricos y el establecimiento deplantas maquiladoras en países pobres. En ambos casos los tra-bajadores del Tercer Mundo experimentan las desventajas de unmercado segmentado o en el que operan discriminaciones: enlos países industrializados tienen un status jurídico adverso oafrontan la discriminación, mientras que en sus países de origenla necesidad de inversión extranjera directa y de fuentes de tra-bajo los coloca en desventaja en las negociaciones laborales frentea las empresas maquiladoras, cuya mayor movilidad les facilitala obtención de privilegios especiales.

¿Qué hacen los trabajadores y trabajadoras de los países po-bres frente a la nueva división internacional del trabajo y la seg-

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mentación del mercado laboral que produce? ¿Qué hacen frenteal deterioro estructural de las zonas excluidas del dinamismoeconómico? Existe una variedad de respuestas, la mayor partede ellas son esfuerzos personales o familiares para tratar de en-contrar trabajo y medios de subsistencia: migrar hacia las ciuda-des y zonas con mayor crecimiento económico dentro de suspaíses, aventurarse en la migración internacional, mandar re-mesas a los familiares que quedaron en el lugar de origen, autoe-mplearse. También hay intentos por romper las barreras de en-trada: aprender el idioma del lugar al que llegaron, conseguir laresidencia legal o la ciudadanía, estudiar o favorecer el estudiode los familiares, desmantelar los estereotipos negativos que losexcluyen, atravesar los techos de cristal que impiden su ascensoen la jerarquía laboral. En ocasiones participan en movimientosu organizaciones que atacan la desigualdad laboral: grupos demigrantes, sindicatos, organizaciones no gubernamentales quepromueven estándares laborales mínimos en las maquiladoras.En algunos casos participan en los movimientos antiglobaliza-ción que hablan en su nombre. Su éxito es variable, pero al me-nos les va mejor que a quienes no hacen nada. Su gran logro es lasobrevivencia, no quedar al margen de los circuitos mundialesde trabajo y generación de riquezas. Pero ha sido escaso su im-pacto en la modificación de la estructura de los nuevos merca-dos laborales. Las remesas que mandan los migrantes permitensobrevivir a sus familiares, pero no revierten el deterioro de lasregiones expulsoras de mano de obra ni frenan la salida de nue-vas camadas de migrantes. La legalización de la migración inter-nacional, la dignificación y regulación de la economía informalo la aprobación de estándares laborales mínimos para las trans-nacionales requieren fuerzas más grandes que las que se hanreunido hasta ahora en su defensa. Aparecen en las mesas dedebates, aunque casi nunca en las mesas reales de negociación.Se han creado cadenas globales de trabajo, sin que existan me-canismos globales de regulación del mismo.13 Hay una tensiónentre la expansión transnacional de la actividad económica y lacapacidad política y reguladora de las instituciones, de la socie-dad y de los gobiernos: a río revuelto, ganancia de pescadores.14

En ningún caso es mayor este desajuste como en el terreno delas finanzas internacionales, en donde se han producido expro-piaciones millonarias.

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Durante los últimos 20 años del siglo XX, y en particular du-rante la década de los años noventa, se eliminaron muchas res-tricciones y limitaciones para el movimiento de capitales y sefacilitó la inversión extranjera directa. Desde unos años antesvenían aumentando las transacciones con divisas, que hoy sonde magnitudes insospechadas: en los mercados monetarios seinvierten diariamente billones de dólares, pero sólo un 5 % deesos fondos son para operaciones comerciales, el resto consisteen especulaciones y arbitrajes (Castells e Himanen, 2002: 19;Giddens, 1999: 173). A esto hay que agregar que el desarrollotecnológico de las comunicaciones agilizó de manera considera-ble las operaciones cambiarias y financieras de todo tipo. Ladesregulación financiera ha multiplicado la utilización de los lla-mados productos financieros derivados (futuros, swaps, opcio-nes, etc.) que aumentan la liquidez, pero también el riesgo. Hacrecido la inversión especulativa y las empresas y los individuostoman riesgos cada vez mayores, muchas veces aceptan créditosque son insostenibles (Castaingts, 2000: 251-282). Se constituyóuna economía casino, en la que unos cuantos apostadores in-vierten su dinero y el ajeno (el de muchos, a través de los fondosde pensiones).

La desregulación financiera y monetaria ha sido de tal mag-nitud y sus consecuencias en la inestabilidad han sido tan noto-rias, que incluso el Banco Mundial y muchos defensores de laspolíticas neoliberales lo han reconocido y ahora recomiendanmayor moderación en ese terreno. Pero el daño ya está hecho:los años noventa estuvieron marcados por el desorden financie-ro y las crisis que recorrieron el mundo. Los epicentros fueroncambiando: México, Brasil, Asia, Rusia, Argentina, pero las con-secuencias se extendieron por todas partes, aunque los platosrotos no se distribuyeron de manera equitativa. Tampoco lasganancias. Los entresijos de los flujos financieros y sus crisis,incomprensibles para la mayoría de los mortales, tienen efectosde gran magnitud sobre la desigualdad.

Los mecanismos de apropiación-expropiación de mayor mag-nitud han estado relacionados con las crisis monetarias y finan-cieras. Como dice David Liss: «Me temo que nos enfrentamos aun tipo de hombre nuevo además de a un nuevo tipo de riqueza.Cuando las tierras significaban prosperidad, los hombres quizállegaban a tener suficiente. Tener demasiada tierra hacía difícil

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gobernarla. Pero con el papel moneda, más es simplemente más»(Liss, 2001: 249). Los gobiernos de algunos países han invertidocantidades multimillonarias para sostener la paridad de susmonedas, lo que es aprovechado por las élites y por los especula-dores para comprar dólares baratos. Después sobreviene la de-bacle, las monedas locales se devalúan, los especuladores obtie-nen enormes ganancias y el costo se traslada al conjunto de lasociedad, que tiene que pagarlo en forma de impuestos durantemuchos años (Stiglitz, 2002: 209). Las cosas se agravan cuandohay corrupción e ineficiencia en los gobiernos y entre los ban-queros. Pero aun cuando no hubiera esos elementos de oportu-nismo, de cualquier manera la inestabilidad financiera provocaenormes flujos de concentración de riquezas, por la vía del au-mento de las tasas de interés. Baste un ejemplo. James Galbraithsostiene que el pavoroso incremento de la desigualdad en Esta-dos Unidos se debió en gran medida a las políticas financierasque mantuvieron altas las tasas de interés, provocando desem-pleo en las clases bajas y un inmenso flujo de riquezas desde laclase media hacia la clase alta, por la vía del pago de hipotecas(Galbraith, 1999).

En el terreno financiero sí existen mercados globales, perono hay mecanismos de regulación y compensación internacio-nal. O los que existen, como el Fondo Monetario Internacional,en lugar de promover la equidad y la estabilidad, han contribui-do al caos financiero mundial. Pese a lo que dicen la mayoría desus críticos, el error principal no ha sido dejar todo en manos delas fuerzas del mercado —que es un error grave—, sino combi-nar su poder con el de algunos gobiernos y con el de las élitesfinancieras para proteger los intereses de los banqueros interna-cionales. Si hubieran dejado actuar libremente a los mercados,se habrían devaluado antes muchas monedas y habrían quebra-do muchos bancos que tomaron demasiados riesgos. En lugarde hacer eso, protegieron a los bancos, sostuvieron artificialmentemonedas insalvables, la crisis se multiplicó, pero los bancos y losespeculadores salieron mejor librados.

La desigualdad crediticia tiene enormes repercusiones. Lafalta de crédito o el crédito caro colocan en desventaja a las em-presas e individuos que los padecen, limitan sus oportunidadesde manera considerable. En el Tercer Mundo millones de perso-nas y de pequeñas empresas están excluidos de los circuitos de

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crédito o pagan intereses mucho más altos de los que prevalecenen los países industrializados. Frente a las desigualdades rela-cionadas con las finanzas también han surgido iniciativas desdeabajo: cajas de ahorro, sistemas de microcrédito, redes de ayudamutua. En muchos casos tienen altos costos y limitada eficien-cia, pero hay experiencias muy positivas, cuando han logradooperar a mayor escala sin incurrir en corrupción o fraude. Unade las experiencias más conocidas es la del Grameen Bank, im-pulsado por el economista Muhammad Yunus, de Bangladesh,que ha manejado de manera exitosa y eficiente millones de pe-queños préstamos a personas pobres, en particular mujeres. Enmuchas partes del mundo se han desarrollado estrategias simi-lares. Por otro lado, desde los años ochenta ha habido cientos demanifestaciones contra las políticas del Fondo Monetario Inter-nacional, a las que en los últimos años se han sumado organiza-ciones de ahorradores, movimientos de deudores de la banca ytodo un conjunto de organismos que agrupan a los damnifica-dos del desorden y el abuso financiero. También se ha demanda-do la condonación o reducción de la deuda a los países más po-bres altamente endeudados. Voces de protesta no han faltado,pero esto no se ha traducido en una transformación de las políti-cas financieras. Sin embargo, cada vez más economistas y políti-cos coinciden en la necesidad de regular los mercados financie-ros globales para que contribuyan al crecimiento y no para quelo depriman. En esa regulación tienen que desempeñar un papelimportante los Estados, creando los instrumentos internos ne-cesarios. Pero hay fenómenos como el lavado de dinero, los pa-raísos fiscales, la especulación mundial y la crisis financiera delos países más pobres que requieren la cooperación mundial y lainstrumentación de mecanismos globales de gestión financiera,en los que no sólo se escuchen las voces de los países más ricos yde los bancos más poderosos.

Otro flujo global que se ha intensificado en las últimas déca-das es el de conocimientos y símbolos. Antes, los principales flu-jos de esta naturaleza se producían en instancias tradicionales,de carácter local o regional: familias, comunidades, escuelas, igle-sias. Pero cada vez adquieren mayor importancia los circuitosinternacionales de producción de ideas, conocimientos y símbo-los, que son flujos mediados, es decir, transitan a través de losmedios masivos de comunicación, desde los periódicos, la radio

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y las redes telefónicas y telegráficas hasta la televisión e Internet.El control de esos flujos permite acceder a porciones nada des-preciables de la riqueza social. Las industrias culturales, en par-ticular las asociadas a la producción audiovisual que trasciendelas fronteras, adquieren cada día mayor importancia económi-ca, por ellas circula una proporción creciente de mensajes, perotambién de valores y de personas. Para muestra un botón: en losEstados Unidos el sector cultural representa el 6 % del productointerior bruto y emplea a 1.300.000 personas.15

Los países desarrollados, y los Estados Unidos en particular,están pasando de una economía industrial a una economía cuyoeje más dinámico está en la producción y venta de ideas, senti-mientos, conocimientos e identidades. La Asociación de la Pro-piedad Intelectual calcula que el valor de la propiedad intelec-tual generada cada año en Estados Unidos vale 360.000 millonesde dólares, rebasando el valor monetario de la producción deautomóviles (Miller, 2003: 2). Entre 1990 y 1998, el intercambiomundial anual de libros, revistas, películas, programas de radioy televisión, arte, fotografía y música se multiplicó por 4, llegan-do a 388.000 millones de dólares en 1998. Una porción muy im-portante de ese intercambio está en manos de nueve corporacio-nes, que son propietarias del 85 % de la música mundial, de losprincipales estudios de Hollywood y de muchos servicios de trans-misión por cable y vía satélite.16

Los flujos subterráneos u ocultos representan una parte im-portante de la circulación mundial de objetos, personas e instru-mentos financieros. Las dificultades para conocer su monto exac-to no son razón para excluirlos del análisis. Cada año, millonesde personas cruzan las fronteras de manera ilegal, se venden sinpermisos ni pago de derechos ni impuestos decenas de millonesde discos, casetes, programas de software y muchas otras mer-cancías. El narcotráfico mueve fortunas, lo mismo que los frau-des, la corrupción y el lavado de dinero. La relación de estosflujos ilegales con la desigualdad es compleja y ambivalente. Poruna parte, están ligados a los esfuerzos de sectores excluidospara incorporarse a las redes de producción y circulación de ri-quezas. Quienes venden en el comercio informal mercancías decontrabando o producto de la piratería, realizan una especie deexpropiación desde abajo, consiguen trabajo, sobreviven o mon-tan un pequeño negocio a costa de las ganancias de las compa-

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ñías discográficas o cinematográficas, con la complicidad demuchos consumidores que prefieren pagar 3 dólares por un dis-co en formato MP3 que contiene la música de varios discos com-pactos que en el mercado legal costarían 200 dólares o más. Losque migran de manera ilegal hacia los centros de poder econó-mico para conseguir trabajo trasgreden una frontera, rompenparcialmente un sistema de acaparamiento de oportunidades ycontinúan la trasgresión al incrustarse en el sector informal. Pero,al mismo tiempo, existe toda una industria de la migración y delsector informal (polleros, traficantes de personas, inspectores,policías, funcionarios corruptos, etc.) en la que muchos hacenfortunas traficando con las necesidades y con la vulnerabilidadde quienes violan la ley para sobrevivir.

El narcotráfico expresa con gran intensidad la ambivalenciade los flujos ilegales. Desde el punto de vista económico, la pro-hibición de una mercancía incrementa sus precios y genera unarenta extraordinaria. ¿Quién paga esa renta y quién se la apro-pia? En un sentido, hay una transferencia desde los consumido-res de drogas (gran parte de ellos de clase media y alta de lasciudades y de los países ricos) hacia campesinos, que para salirde la pobreza cultivan marihuana, amapola o coca en lugar demaíz, arroz o papa (cultivos para los que a veces hay una rentanegativa). Pero la parte del león no se la quedan los campesinoso los niños y adolescentes de barrios marginados que realizanventas a pequeña escala, sino los grandes traficantes, los policíasy militares corrompidos por el narcotráfico y los funcionariospúblicos involucrados. Como sucede casi siempre, el sector fi-nanciero es el que arriesga menos y al que mejor le va, ya que sequeda con una parte de esas riquezas, ya sea por la vía ilegal dela corrupción y la complicidad en el lavado de dinero, o por elcamino legal de las cuotas, las comisiones y los intereses quenormalmente cobran los bancos. Habría que analizar con deta-lle la distribución de los riesgos, de los costos y las ganancias,porque incluso hay una transferencia de los ciudadanos que pa-gan impuestos hacia cuerpos policíacos que nunca dejan de cre-cer.

Por último, hay que considerar los flujos y las transferenciasde bienes negativos. ¿Cómo circulan y se distribuyen los riesgos,la inseguridad, la exposición a la contaminación y muchas otrassituaciones no deseadas? Tres ejemplos pueden dar cuenta de la

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importancia de estos flujos negativos: 1) el traslado de operacio-nes industriales arriesgadas o contaminantes desde los paísesdel norte hacia el sur; 2) la transferencia de cargas y tareas admi-nistrativas hacia los consumidores, quienes ahora realizan en sucasa, con su teléfono y con su tiempo, muchas actividades queantes eran efectuadas por los empleados de las empresas; y 3) eldesplazamiento de riesgos comerciales y laborales de las corpo-raciones hacia micro, pequeñas y medianas empresas subcon-tratadas por ellas.

Durante los últimos 25 años las tendencias globalizadorastuvieron un enorme impulso. Se multiplicaron los flujos finan-cieros internacionales y también se han creado cadenas mun-diales de producción y distribución. Se consolidaron poderosasempresas transnacionales y han aparecido marcas de productosque se venden en casi todos los países. Por sí misma, la intensifi-cación de los flujos internacionales de mercancías y capitales noprovoca mayor desigualdad. Pero la desigualdad ha aumentado,porque en los procesos de apertura económica han prevalecidolos intereses de las corporaciones y de los capitalistas financie-ros por encima de los del conjunto de la sociedad. Se ha gestadoun sistema global de generación de ganancias sin que existanmecanismos globales de regulación y redistribución.

3.5. Ganancias globales sin redistribución global

Hoy en día, con la continua declinación en los cos-tos de comunicación y transporte, y la reducciónde las barreras construidas por el hombre a los flu-jos de bienes, servicios y capital (pese a que perma-necen serias barreras al libre flujo del trabajo), te-nemos un proceso de “globalización” análogo alproceso anterior en el que se formaron las econo-mías nacionales. Desafortunadamente, no tenemosun gobierno mundial, que rinda cuentas a los pue-blos de cada país, para supervisar el proceso de glo-balización en una manera comparable a aquella conla que los gobiernos nacionales guiaron el procesode construcción de las naciones. En su lugar, tene-mos un sistema que podría ser llamado gobernan-cia global sin gobierno global, en el cual unas cuan-tas instituciones —el Banco Mundial, el FMI, laOMC— y unos pocos jugadores —los ministros definanzas, economía y comercio, estrechamente li-

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gados a ciertos intereses financieros y comercia-les— dominan la escena, pero en el cual muchos dequienes son afectados por sus decisiones son deja-dos casi sin voz.

JOHN STIGLITZ, La globalización y susdescontentos (2002: 21-22)

Al comenzar el milenio, apareció un libro sobre los movi-mientos antiglobalización que llamó poderosamente la atención.Se trata del texto No logo. El poder de las marcas, de Naomi Klein(2001). Esta autora analiza cómo algunas marcas como McDo-nalds, Nike, Starbucks y muchas otras han creado cadenas deproducción y comercialización en todo el mundo, que les permi-ten obtener enormes ganancias, pero también se han vuelto elblanco preferido que atacan diversos movimientos sociales. Esinteresante analizar el tema de las marcas globales y los nego-cios globales, así como su poder simbólico. Pero, ¿el problemaestá en las marcas globales y en la existencia de circuitos econó-micos internacionales? ¿Está en ellos el origen de las nuevas des-igualdades?

Antes de responder estas preguntas me gustaría poner unejemplo muy simple de la manera en que las interconexionesglobales hacen posible el incremento de las ganancias. No se tra-ta de uno de los villanos favoritos de los antiglobalizadores, sinode un negocio más pintoresco: el fútbol.

Alfredo Di Stefano, argentino, y Pelé, brasileño, fueron dosenormes jugadores de fútbol, de los mejores del mundo. DavidBeckham es un buen jugador inglés, que ha jugado en el Man-chester United de Inglaterra, en el Real Madrid de España, y en2007 fue traspasado al Galaxy de Los Ángeles, en Estados Uni-dos. A pesar de que es muy bueno, no lo es tanto como llegarona serlo Pelé y Di Stefano. Sin embargo, ha ganado mucho másdinero del que obtuvieron ellos en toda su trayectoria como ju-gadores activos. ¿Cómo entender esto?

A principios del siglo XX, cuando el fútbol comenzó a popula-rizarse en varios países del mundo, un club sólo podía obtenerrecursos en un ámbito reducido: mediante la venta de las entra-das a los aficionados locales que acudían a presenciar el partido,recolectando apoyos de empresarios de rumbo que quisieranhacer un poco de propaganda apoyando a “los chicos del ba-rrio”. El fútbol no era negocio o, si lo era, era sólo un pequeño

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negocio local. No alcanzaba para pagar salarios a los jugadores,quienes en general tenían otro trabajo para vivir y se conforma-ban con que les proporcionaran el uniforme y los gastos de tras-lado. Con el tiempo, el fútbol se volvió un negocio nacional. Latransmisión de los partidos por radio, en el período de entregue-rras, y después por televisión, en la segunda mitad del siglo XX,hicieron posible que los ingresos de un club se diversificaran yprovinieran de un ámbito mucho mayor. Los jugadores ya noeran sólo héroes locales, su fama comenzó a traspasar las fronte-ras del barrio y de la ciudad, podían ser figuras nacionales y, losmejores de ellos, como Di Stefano en los cincuenta y Pelé en lossesenta y setenta, se convirtieron en estrellas mundialmente co-nocidas. Algunos de ellos comenzaron a ganar fama, prestigio ymucho dinero, pero era excepcional que alguno se hiciera millo-nario. Pero los equipos de fútbol ya eran empresas en proceso decrecimiento, los ingresos aumentaron con estadios más gran-des, derechos de transmisión, propaganda y venta de camisetas.Durante las dos últimas décadas del siglo XX, el fútbol se volvióun enorme negocio global. La migración masiva de jugadores —y también de aficionados—, la posibilidad de transmitir los en-cuentros vía satélite en todo el mundo, la fama que adquirieronlos campeonatos mundiales, las posibilidades que abrieron latelevisión por cable y la televisión digital para diversificar la ofertay transmitir los partidos de liga en otros países, la consolidaciónde campeonatos regionales, en particular la copa de campeonesde Europa y la copa Libertadores y las enormes inversiones delos patrocinadores hicieron posible que algunos equipos se vol-vieran verdaderas empresas transnacionales y sus jugadores seconvirtieran en estrellas mundiales. Entre esos equipos están elReal Madrid y el Barcelona en España, el Manchester United y elArsenal en Inglaterra, el Milan y el Juventus en Italia y un puña-do más de equipos “globales”. Sus partidos son seguidos por afi-cionados de diversos países y venden camisetas y souvenirs quellegan a todos los rincones del mundo. Por ejemplo, el Real Ma-drid ya no piensa sólo en sus seguidores de los alrededores delestadio Santiago Bernabeu o de Madrid, ni siquiera en los dedistintas regiones de España (en donde más bien tiene enemigosacérrimos), sino en los de diversos países y continentes. De ahíque desde principios del milenio siguiera una política de contra-taciones con sabor global: no sólo busca buenos jugadores, sino

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jugadores famosos de diversas partes del mundo, para conquis-tar y conservar sus mercados: Figo, de Portugal, Makelele, deÁfrica, Zidane, francés de origen argelino, Beckham, inglés conel arrastre de una estrella de música pop, Solari, argentino, Ro-berto Carlos, Ronaldo y Robinho, brasileños. No tener estrellasasiáticas en su plantel no es problema para el Real Madrid: supretemporada del verano de 2003 la hizo en Asia, en donde ob-tuvo enormes ganancias. Los más de 65 millones de dólares quetuvo que pagar por la transferencia de Zidane los recuperó rápi-damente gracias al incremento en la venta de camisetas y en losderechos de transmisión por haber contratado al que, en esemomento, era considerado el mejor jugador del mundo. Equipomundial, con estrategia transnacional, aficionados globales yganancias también globales, el Real Madrid es un interesanteejemplo de cómo han cambiado los negocios durante las últimasdécadas.

En 1953, el Real Madrid desembolsó sólo 70.000 dólares poradquirir a Di Stefano. Cincuenta años después, el mismo equipopagó varias decenas de millones de dólares por Ronaldo. Al sertransferido en 2007 al Galaxy de Los Ángeles, David Beckham seconvirtió en el futbolista más caro de la historia, ya que se asegu-ró ingresos de alrededor de 250 millones por los siguientes 5años. Si Beckham gana cientos de veces más de lo que ganabanDi Stefano y Pelé, no es porque tenga varias veces la habilidad de“la saeta Rubia” o “el rey”, sino por el entramado institucional yeconómico en que se desarrolló cada uno de ellos. Beckham espatrocinado por empresas globales de artículos deportivos y hajugado en equipos globales en un momento en el que el fútbol seencuentra entrelazado con la moda, la televisión por cable y elnegocio del espectáculo global. La habilidad, la fuerza física, larapidez o la viveza de un jugador son sólo una pequeña parte dela historia. Los trabajadores que generan las ganancias más cuan-tiosas en el futbol global se llaman Messi, Kaká, Ronaldinho,Beckham y otros pocos más, quienes reciben salarios millona-rios y el negocio global que hacen no daña a nadie, salvo a losequipos pequeños, que operan a escalas más modestas y tienenenormes dificultades para competir, pero en el terreno de juegoson once contra once y la competencia continúa: muchas vecesson derrotados por equipos cuya nómina es mucho menor. Perono todos los negocios globales son así.

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En la mayoría de los casos, la lucha por los mercados globa-les es más destructiva que la que se da en el campo de juego. Lasempresas derrotadas tienen que reducir su plantilla de personalo cerrar sus puertas de plano. Las decenas de miles de trabaja-dores que emplean las empresas globales no ganan los salariosmillonarios de las estrellas deportivas. Las empresas que produ-cen o venden bienes de consumo masivo en todo el mundo reali-zan economías de escala y muchas de ellas reducen costos me-diante el pago de salarios muy bajos. Esto les permite desplazara competidores que operan a escalas más pequeñas, hasta quelogran un control oligopólico o monopólico del mercado. Otras,las que operan en las ramas de vanguardia, logran ventajas mo-nopólicas por medio de la innovación tecnológica. Quienes lo-gran despuntar en la competencia global pueden obtener ganan-cias estratosféricas, porque hoy existen mercados de decenas,cientos y hasta miles de millones de consumidores. Los merca-dos globales existen, la oportunidad para hacer negocios a granescala está ahí. ¿Es negativo que las personas o las empresasaprovechen estas oportunidades? ¿Acaso es posible evitarlo? Conel grado de desarrollo actual de las comunicaciones y de las in-terconexiones mundiales los negocios globales son inevitables yen sí no tiene nada de malo que alguien los emprenda. El proble-ma está en las maneras en que operan estos negocios. Hay varioscaminos para lograr el triunfo en estos mercados, desde la inver-sión en investigación y desarrollo que realizan las empresas devanguardia, hasta la contratación de trabajadores ilegales o pre-carios que practican Wal-Mart, McDonalds o las transnaciona-les de la confección; desde las matanzas de rivales que llevan acabo los cárteles de la droga hasta el imaginativo y bonachóntrabajo de una escritora inglesa para crear los libros de HarryPotter. No es tan buena como otros escritores con mayor talento,pero ¿debemos condenarla por vender millones de ejemplaresde sus libros?

Desde el punto de vista de la desigualdad, la emergencia delos negocios globales hace posible que las asimetrías se vuelvanmayores que antes. Una estrella de música pop o un deportistade élite pueden ganar cifras astronómicas, que a su vez se que-dan pequeñas frente a las ganancias que obtienen las marcasmundiales que los patrocinan o las grandes empresas transna-cionales que han conquistado el mercado mundial. La posibili-

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dad de generar riquezas de ese tamaño está dada por la escala,por el desarrollo científico y tecnológico y por la intensificaciónde las interconexiones en el mundo. Pero el nivel de concentra-ción de esas riquezas de ellas no está predeterminado ni por eltamaño (la globalización), ni por la tecnología (la revolución in-formática, biogenética y telemática), ni por la densidad de lasurdimbres sociales (la sociedad-red), sino por la estructura y lasrelaciones sociales, por los procesos económicos, políticos y cul-turales, por las instituciones en que se enmarcan esos procesos.Si, como dije más arriba, la desigualdad es en última instanciauna cuestión de poder, la clave de las desigualdades contempo-ráneas hay que buscarla en las relaciones de poder, mediadaspor el control de recursos económicos, políticos y culturales.Entonces, el problema está en que hay una economía global, conganancias globales, sin que existan mecanismos globales parareducir las desigualdades. No se han creado actores, dispositi-vos, discursos e instituciones suficientemente poderosos para con-ducir la globalización, la revolución tecnológica y la sociedad-red por derroteros más equitativos.

En el párrafo anterior subrayo la frase “suficientemente po-derosos”, porque existen factores que trabajan para contrarres-tar la desigualdad, aunque no tienen la fuerza que se requiere.En algunas partes son más vigorosos que en otras, por eso haypaíses, regiones, empresas y organismos menos desiguales queotros. Se encuentran en los esfuerzos de muchas personas y gru-pos, en la resiliencia y resistencia cotidianas, en muchos progra-mas y mecanismos puestos en marcha por gobiernos y organiza-ciones sociales, en la supervivencia de culturas igualitarias y endistintos procesos que limitan la explotación, la exclusión, elmonopolio y el acaparamiento de oportunidades.

Una de las limitaciones de los factores que contrarrestan ladesigualdad consiste en que no han tenido la capacidad suficien-te para actuar en el contexto global. Hay fenómenos productoresde desigualdad que tienen que ser atacados en todas partes paralograr la eficacia, ya que los esfuerzos aislados no sirven o sonmuy limitados.17 Por ejemplo, dispositivos antimonopolio a es-cala global, regulación de flujos financieros internacionales, fija-ción de estándares laborales mínimos, salario mínimo interna-cional, establecimiento de requisitos de desempeño a las empre-sas transnacionales, dignificación de la migración internacional

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o programas de compensación a gran escala hacia las zonas máspobres tienen poca viabilidad si sólo se emprenden en el ámbitode un país o de una región, pero pueden tener consecuenciaspositivas para todos en una acción concertada. Esto ha hechoque en los últimos años muchas voces se levanten a favor de ungobierno global. Un Estado del Bienestar con alcances mundia-les es visto como una alternativa con gran potencial para cerrarlas brechas sociales que se han vuelto a abrir durante los últimoslustros. Pero la fórmula de un Estado del Bienestar global, contoda la razón que le asiste, no es algo que sea posible a cortoplazo. Si se llega a dar, será dentro de muchos años y no pode-mos estar seguros de que eso ocurra. Con gran dificultad, a laUnión Europea le ha costado varias décadas construir algo quepodría considerarse un Estado del Bienestar de alcances conti-nentales. La propuesta de un Estado del Bienestar global tieneun valor heurístico en el combate contra la desigualdad. Es unhorizonte que permite imaginar y trazar rutas más equitativas.Tal vez nunca se alcance ese horizonte, pero en lo que puedeavanzarse desde hoy mismo es en la construcción de mecanis-mos y dispositivos transnacionales para afrontar la desigualdad.Ahora bien, si, como he tratado de mostrar en esta obra, la des-igualdad se produce tanto en el mercado como en el Estado y enla sociedad civil, no sólo se requiere un Estado del Bienestarglobal, también es necesario fortalecer procesos globales de com-pensación y equiparación que operen en la esfera del mercado yde la sociedad civil (Keane, 2003).

La globalización plantea enormes desafíos para la equidad.Pero no hay que olvidar que buena parte del problema de la des-igualdad sigue siendo interno, tiene que ver con la manera enque se entrelazan, en cada país, los procesos que generan la des-igualdad con los que la contrarrestan. Donde los mecanismos dereducción de las desigualdades han sido más débiles, creandouna acumulación histórica de ventajas y desventajas, puede pro-ducirse una articulación de las viejas desigualdades persistentescon las nuevas asimetrías globales. Esto es lo que ha ocurrido enAmérica Latina.

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1. En los 10 países más ricos el ingreso anual per cápita es de 18.000 dólares,mientras que en los 10 más pobres es de sólo 600 dólares; Milanovic calcula queen el año 2000 había una diferencia de 37 a 1 entre el ingreso per cápita en el 10% de países más ricos y el 10 % de países más pobres (Milanovic, 2005: 53).

2. Esas empresas fueron, en 1997, General Motors, Ford Motor, Mitsui, Mit-subishi, Itochu, Royal Ducht/Shell, Sumitomo, Exxon, Toyota y Wal-Mart (Or-ganización de las Naciones Unidas, 1998).

3. Entre muchos otros, Atkinson ha tratado de encontrar fórmulas de com-promiso entre las consideraciones agregativas y distributivas, pero no ha podi-do evitar la introducción de juicios éticos para elegir los parámetros que defi-nen el compromiso (véase Sen, 1999: 93). Parece inevitable que tomar en consi-deración tanto la igualdad como la eficiencia lleva a ese terreno intermedio queuna vez Isaiah Berlin describió como una “posición notoriamente expuesta,peligrosa e ingrata” (citado en Brown, 2003: 9).

4. En Estados Unidos el crecimiento en la desigualdad de salarios comenzóen la década de los años setenta y alcanzó su ritmo más alto en la primera mitadde los años ochenta, mientras que el uso generalizado de computadoras comen-zó hacia mediados de esa misma década (Galbraith, 1998: 34-35).

5. Tezanos, 2001: 63 y “Estadísticas mundiales de internet”,www.exitoexportador.com, consultada el 14 de septiembre de 2007.

6. “India’s soybean farmers join the global village”, The New York Times, 1 deenero de 2004.

7. “Nation Master-World Statistics”, www.nationmaster.com, consultada el14 de septiembre de 2007.

8. La tesis del monopolio tecnológico se debe a Joseph Schumpeter; en miinterpretación de la innovación tecnológica como monopolio sigo de cerca losplanteamientos de James Galbraith (1998: 37-49).

9. Ver el desplegado “The shameful wrong that is a flagrant violation ofAlfred Nobel´s will”, que apareció en varias ocasiones en The New York Timesdurante los meses de octubre y noviembre de 2003.

10. “CD piratas, una industria que crece. Se vendieron 950 millones de uni-dades en 2001”, Tectimes, 19 de junio de 2002 y Bolsa de Noticias, n.º 3.760, 7 demarzo de 2006, www.grupoeste.com.ni

11. Fernando Léon de Aranoa, España, 2002. No obstante, a lo largo de lapelícula hay un procesamiento de la experiencia de la excusión laboral: en laprimera escena los protagonistas reflexionan sobre lo terrible de estar los lunesal sol, desempleados, mientras que en la escena final afrontan la misma situa-ción, pero después de haberla compartido a través de un conjunto de experien-cias comunes.

12. Existen numerosas dificultades técnicas para calcular el Gini mundial,estas cifras deben tomarse con cautela.

13. Sobre los desafíos que los negocios transnacionales y las cadenas pro-ductivas plantean a las empresas y corporaciones, véase Sullivan, 2003.

14. Alain Touraine definió así esta tensión: “Es preciso agregar que cuantomás se globalizan, y por lo tanto se desocializan, los cambios económicos, tantomás se distancian también los dos componentes de la modernidad; la actividadtécnico-económica y la conciencia de sí. Mientras que la primera traspasa losámbitos sociales, institucionales y culturales que la regulaban, la segunda estácada vez menos ligada a los roles económicos o institucionales definidos. Éra-mos ante todo ciudadanos; nos hemos vuelto en primer lugar productores yconsumidores” (Touraine, 2000: 49).

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15. La industria audiovisual representa el segundo renglón de importanciaen las exportaciones de Estados Unidos; en Francia los medios de comunica-ción dan trabajo a medio millón de personas (Warnier, en García Canclini, 2002:58). Véase también Yúdice, 2002.

16. Esas nueve corporaciones son: General Electric, Bertelsmann, AOL-TimeWarner, News Corporation, Sony, Liberty Media, Disney, Viacom y Vivendi (Mc-Chesney y Schiller, 2002).

17. Joseph Stiglitz señala que la teoría económica de los últimos años haavanzado mucho en mostrar que hay una serie de problemas económicos en losque falla la acción de los gobiernos individuales, pero frente a los cuales unaacción internacional conjunta tendría muchas probabilidades de éxito (Stiglitz,2002: 196-197).

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Sólo faltaban ya los especuladores del neoliberalis-mo para dejar este país hecho un gruyer, con másagujeros que queso, en el que niños y ancianos semueren de hambre, en una tierra que está a la ca-beza de la producción mundial de ganado y trigo.[...] En Argentina. Hambre. Es como imaginar eltrópico nevado o el Polo Norte convertido en el cen-tro playero del universo.

MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN, Milenio CarvalhoII. En las antípodas (2004: 172)

¿Qué ha ocurrido con la desigualdad en América Latina du-rante las últimas décadas? En el contexto de la globalización, ¿laregión se ha vuelto más equitativa o, por el contrario, se hanagravado las asimetrías sociales? Mucha gente respondería deinmediato: el mundo se ha vuelto más desigual y América Latinatambién, y punto. Otros esgrimirían el argumento contrario: laglobalización crea oportunidades, América Latina se ha demo-cratizado, si se continúa por el camino «correcto» pronto vere-mos sociedades más equitativas, se está «rompiendo con la his-toria» de las desigualdades persistentes (World Bank, 2003). Ci-fras van y cifras vienen para tratar de respaldar ambas opiniones.Pero, como señalé en el capítulo anterior, la relación entre des-igualdad y globalización es más compleja de lo que parece.

Unas cuantas imágenes ilustran las tensiones que marcan laconstrucción de la igualdad en América Latina. En 2002, comopunto culminante de la marcha zapatista, indígenas de Chiapastomaron la palabra en el Congreso y sus voces resonaron en elrecinto parlamentario y en los medios de comunicación de todo

CAPÍTULO 4

AMÉRICA LATINA: NUEVAS RUTASEN EL LABERINTO DE LA DESIGUALDAD

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el mundo. Unos años antes, Benedita da Silva, una mujer negra,de origen pobre y favelada, había ganado la alcaldía de Río deJaneiro y después, en el primer gobierno de Lula, fue nombradaministra de desarrollo social. En diciembre de 2005, después devarios años de intensos movimientos sociales, Evo Morales, deorigen indígena, ganó las elecciones presidenciales en Bolivia.En contraste con estos hechos, en Buenos Aires, que antes erauna de las ciudades de la región con menor desigualdad, la po-breza creció del 4,7 % de la población en 1974 al 57 % en losalbores del siglo XXI (Feijoó, 2003). El número de pobres enAmérica Latina, que había disminuido de 118 millones de perso-nas en 1970 a 82 millones en 1982, volvió a subir hasta 210 mi-llones en 1994 y a 226 millones en 2004 (CEPAL, 2006). Si en1970 el 1 % más rico ganaba 363 veces más que el 1 % máspobre, esta proporción subió a 417 veces en 1995 (Karl, 2002: 6).Por un lado, sectores antes excluidos de la vida política han con-quistado voz y reconocimiento: las mujeres, los indígenas y losnegros latinoamericanos son ahora actores claves en la región.Por el otro, tienden a persistir e incluso empeorar patrones muyasimétricos de distribución del ingreso. Las viejas desigualdadeslatinoamericanas sobreviven, se reconfiguran y se yuxtaponencon nuevas formas de inequidad, pero también hay procesos quedesafían las asimetrías nuevas y viejas. El debate sobre la des-igualdad en la región vuelve a cobrar fuerza, después de un pe-ríodo en el que había perdido centralidad.

En este capítulo discuto las tendencias y contratendencias,los matices y claroscuros de los procesos de construcción y de-construcción de la desigualdad en América Latina durante losúltimos lustros. Para ello, en el primer apartado analizo las nue-vas formas de la desigualdad en América Latina. En el segundoexploro los imaginarios y las representaciones sociales que exis-ten en torno a la desigualdad en la región. En el tercer apartadodiscuto los alcances y limitaciones de diversas acciones socialesfrente a la desigualdad, para concluir con un epílogo en el queevalúo diversas alternativas y propongo una cuarta vía para elcombate contra la desigualdad.

4.1 Nuevas desigualdades en América Latina

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Los procesos de ajuste estructural, aplicados en todala región, que siguieron a esta crisis han funciona-do como auténticas acumulaciones originarias delnuevo modelo de orientación globalizadora.

JUAN PABLO PÉREZ SÁINZ y MINOR MORA, «De laoportunidad del empleo formal al riesgo

de exclusión laboral» (2004: 42)

No hay un patrón general asociado con el impactode las reformas estructurales sobre la desigualdad.El balance de la revisión es que probablemente lasreformas basadas en el mercado han estado aso-ciadas con mayor desigualdad de ingresos, pero losefectos no son grandes y con frecuencia no son es-tadísticamente robustos.

WORLD BANK, Inequality in Latin America andthe Caribbean: breaking with history? (2003: 24)

El primer nodo del debate actual sobre la desigualdad enAmérica latina es el balance de los procesos de ajuste estructu-ral, que incluyeron apertura del comercio exterior, privatizacio-nes de empresas públicas, desregulación financiera, reformasde los sistemas de pensiones, eliminación de subsidios y muchasotras medidas. Es necesario salir de las trampas argumentativasen las que se ha encerrado la polémica, es decir, aquellas queplantean que todos los cambios recientes en las políticas econó-micas son negativos, así como las que señalan que todas esaspolíticas son correctas. Habría que evaluar cada una de las polí-ticas, distinguir las distintas maneras en que se aplicaron y seña-lar los contextos institucionales dentro de los que se desarrolla-ron. De igual manera, es preciso diferenciar entre la concepciónde las políticas de reforma estructural —que con frecuencia seajusta a la ideología neoliberal— y las maneras concretas en quese aplicaron esas políticas en América Latina, que han estadosujetas a diversas influencias y con frecuencia presentaron ses-gos elitistas, corporativos, clientelares y corruptos que no co-rresponden con los postulados neoliberales.

Libre comercio y desigualdad

Sean cuales sean las intenciones que a mediadosde la década de los setenta dieron impulso al pro-yecto político y económico denominado «globali-

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zación», hay que reconocer que se han provocadoefectos que no se previeron ni se desearon, desde elpunto de vista de sus mismos promotores. En se-gundo lugar, no hay un índice contingente o de ten-dencia que autorice a pensar que los procesos au-tomáticos inherentes a la globalización puedan lo-grar, en forma inmediata, anular o minimizar talesefectos.

LUCIANO GALLINO, Globalización y desigualdad(2004: 104-105)

La apertura comercial, en el caso de América Latina, implicóla reducción o eliminación de aranceles a las importaciones, lapromoción de estrategias exportadoras y la firma de diversosacuerdos de libre comercio y cooperación (MERCOSUR, PactoAndino, acuerdos centroamericanos, acuerdos bilaterales, acuer-do MERCOSUR-Unión Europea, TLCAN, tratados de Méxicocon la Unión Europea y Japón, etc.).

El sector exportador de muchos países latinoamericanos hacrecido durante los últimos lustros: prendas de vestir en México,Centroamérica y el Caribe, productos agrícolas no tradicionalesen Centroamérica y Brasil, productos eléctricos, electrónicos yautomotrices en México, frutas y vinos en Chile, vinos en Argen-tina, etc. Esta actividad exportadora ha tenido un impacto im-portante en términos de empleo y obtención de divisas para al-gunas regiones exportadoras, en particular en las zonas más di-námicas de Chile, el norte de México y las dedicadas a laagricultura no tradicional en Brasil y Centroamérica. Algunosestudios reportan que la desigualdad ha disminuido en zonasexportadoras. Por ejemplo, Hamilton y Fischer encontraron queen algunas regiones de Guatemala se incorporaron pequeños ymedianos campesinos a la producción de cultivos de exporta-ción, lo que representó mayores empleos, menor concentraciónde las tierras y mayor participación de las mujeres (Hamilton yFischer, 2003). En el caso de México, se presentan algunos datosmuy llamativos: en algunas regiones el coeficiente de Gini dis-minuyó durante la segunda mitad de la década de los años no-venta, mientras que ese mismo coeficiente aumentó en otras re-giones y en el país en su conjunto, como se muestra en el si-guiente cuadro.

AQUÍ CUADRO 4.1En las cinco primeras regiones (Golfo Norte, Peninsular,

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Norte, Centro Norte y Pacífico Norte), que comparten el hechode ser aquellas en las que se crearon mayor número de empleosen maquiladoras de exportación, la desigualdad de ingresos dis-minuyó, mientras que en otras regiones, menos vinculadas conel auge exportador, la desigualdad se incrementó. Los datos nopermiten llegar a conclusiones robustas, serían necesarios estu-dios más detallados para poder determinar las causas de la dis-minución o aumento de la desigualdad de ingresos en cada re-gión. Sin embargo, en base a esta información se puede plantearla siguiente hipótesis: en las regiones en las que las actividadesexportadoras generaron un número significativo de empleos ladesigualdad disminuyó, mientras que en las regiones que hanquedado al margen de la reorientación exportadora la desigual-dad se hizo mayor. De aquí no se deduce que los promotores delmodelo exportador puedan echar las campanas al vuelo. La dis-minución del coeficiente de Gini en las regiones exportadoras espequeña y la desigualdad en todo el país aumentó: el coeficientede Gini pasó de 0,534 a 0,564. También hay que advertir quepuede haber una causalidad inversa: la disminución de la des-igualdad y la consolidación institucional hicieron posible quealgunas regiones estuvieran mejor preparadas para integrarse ala globalización. Probablemente ése sea el caso de toda la zonanorte de México. Además, los principales beneficios derivadosde la exportación se han concentrado en compañías transnacio-nales y en grandes empresarios nacionales. Se ha documentadoampliamente que muchos empleos en el sector exportador sonprecarios en cuanto a salarios, condiciones de trabajo y estabili-dad en el empleo. Pero el incremento de la desigualdad en lasregiones que han quedado al margen del auge exportador tam-bién cuestiona muchos de los argumentos de los opositores a laapertura económica.

En otros países se observan patrones similares. En Chile lacombinación entre apertura económica y fortaleza institucionalha redundado en altas tasas de crecimiento y reducción conside-rable de la pobreza, pero no ha podido revertir el enorme au-mento de la desigualdad que se produjo durante la dictadura dePinochet. Durante los años noventa aumentaron los ingresospromedio de los chilenos, pero en forma dispareja: los ingresosde los empleadores pasaron de 25 a 34 veces el equivalente a lalínea de la pobreza, mientras que los de los trabajadores sólo

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aumentaron de 3,5 a 4,3 veces la línea de pobreza, de modo quela brecha entre ambos grupos, que al principio de la década erade 7 a 1, pasó a ser de 8 a 1 al final de la misma (Portes y Hoff-man, 2003: 55 y ss.). En Brasil, la agricultura de exportación, enespecial de soja, ha tenido un crecimiento significativo que haimpedido la debacle del sector agrícola, pero representa sólo el 8% del sector y sus beneficios se concentran en un sector muyreducido de la población (Navarro, 2004); aunque ha tenido al-gunos avances en el combate a la pobreza, Brasil sigue siendouno de los países más desiguales del mundo. En Centroamérica,centenares de miles de personas han conseguido empleo en ma-quiladoras de confección y en la agricultura de exportación, peroson mucho más numerosos los contingentes que se han tenidoque incorporar a la economía informal, a la migración transna-cional o que subsisten precariamente en el subempleo y el des-empleo.

La otra cara de la apertura comercial en América Latina es elcierre de innumerables industrias domésticas y el deterioro delsector agrícola tradicional, que no han podido hacer frente a lallegada de productos de importación. Es cierto que los consumi-dores disponen ahora de mercancías más baratas, diversas y demejor calidad que en las épocas del proteccionismo, pero la ma-yoría de la población ha participado poco de estas ventajas debi-do a la disminución de sus ingresos. A esto hay que añadir que nien los tratados comerciales ni en las políticas gubernamentalesse incluyeron medidas compensatorias ni plazos adecuados quepermitieran que la mayoría de los productores agrícolas e indus-triales se pudieran reconvertir para hacer frente a los nuevospatrones de acumulación. El problema no es que las economíaslatinoamericanas hayan iniciado un proceso de apertura comer-cial, sino que dicha apertura se hizo de una manera tal que seprodujo una distribución muy asimétrica de sus ventajas y des-ventajas. En sociedades con fuertes desigualdades estructurales,sólo las empresas más dinámicas y los sectores más calificadosde la fuerza de trabajo pudieron afrontar con éxito la aperturarepentina de los mercados. No hay una relación automática yunidireccional entre apertura económica y aumento o reducciónde las desigualdades. El caso latinoamericano sugiere que lasdisparidades previas condicionaron el curso que siguió la aper-tura comercial, que reprodujo o magnificó la polarización eco-

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nómica. El resultado fue que a las viejas desigualdades se añadióuna nueva, la que separa a quienes pudieron subirse al carro dela exportación en primera clase (compañías transnacionales,grandes empresarios, profesionales altamente calificados), losque sólo consiguieron pasajes de segunda clase (pequeños y me-dianos empresarios que a duras penas sobrevivieron, trabajado-res de maquiladoras y empresas exportadoras con empleos flexi-bles y precarios) y el resto de los latinoamericanos que se queda-ron en la acera, desconectados del auge exportador.

A lo anterior hay que agregar la asimetría en la liberalizacióndel comercio entre América Latina y los países desarrollados.Los países de la región, que habían sido fuertemente proteccio-nistas, transitaron hacia economías abiertas al comercio exte-rior en un lapso muy breve. Por su parte, los países industrializa-dos ya tenían desde antes economías más abiertas, pero hanmantenido diversas protecciones y subsidios al sector agrícola ya otras ramas susceptibles de resentir la competencia de las ex-portaciones provenientes del Tercer Mundo. También han teni-do mayores recursos para proteger la propiedad intelectual desus industrias culturales, cuyos productos y servicios adquierencada vez mayor relevancia. Esto reproduce los términos desigua-les del comercio mundial.

Una asimetría similar se ha creado a partir de la migracióninternacional. En las últimas décadas millones de latinoameri-canos han migrado hacia Estados Unidos, Canadá, Europa y otrosdestinos. El envío de remesas a sus familiares asciende a dece-nas de miles de millones de dólares al año. Pero se ha creado unadiferencia significativa entre las familias que reciben remesas dealgunos de sus miembros que trabajan en el extranjero y las fa-milias que no tienen este recurso. Esta desigualdad transnacio-nal es notable en casos como El Salvador, República Dominica-na, Cuba, Ecuador y México.

El despojo financiero

Los billones de dólares que provee (el FMI) son usa-dos para mantener las tasas de cambio a nivelesinsostenibles por un período corto, durante el cuallos extranjeros y los ricos pueden sacar su dinerodel país en términos más favorables (mediante los

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mercados de capital abiertos que el FMI ha impul-sado en esos países). Por cada rublo, por cada ru-pia, por cada cruzeiro, obtienen más dólares mien-tras las tasas de cambio son sostenidas.

JOSEPH STIGLITZ, Globalization and its discontents(2002: 209)

Durante la década de los años ochenta América Latina expe-rimentó de manera traumática las consecuencias de su fragili-dad financiera. Los altos niveles de endeudamiento externo, uni-dos a las recesiones económicas, a la inflación y a la voracidadde los bancos acreedores, apoyados por el Fondo Monetario In-ternacional, llevaron a la crisis de la deuda, que colocó a variospaíses de la región al borde de la bancarrota. Para afrontarla, losgobiernos tuvieron que destinar cuantiosos recursos al pago delservicio de la deuda. En 1990 Brasil empleó el 77 % del presu-puesto anual para este propósito y en México esta proporciónllegó al 59 % en 1998 (González Casanova, 1999: 93). Los intere-ses de la deuda que ha pagado América Latina durante las últi-mas décadas superan en mucho el monto de los préstamos origi-nales. Este esquema financiero ha significado un enorme drena-je de recursos hacia los acreedores internacionales, que muchoscalifican como un verdadero proceso de expropiación. PabloGonzález Casanova (1999) ve esto como parte de la «explotaciónglobal», mientras que David Harvey (2003: 66) afirma que en losaños ochenta economías completas de América Latina fueronsaqueadas, mediante dispositivos de «acumulación por despose-sión». La distribución interna de este sacrificio ha sido clara-mente asimétrica. La inflación, la hiperinflación, el estancamientoeconómico y las políticas de austeridad provocaron una enormeconcentración del ingreso. La participación de los asalariadosen el producto interior bruto disminuyó dramáticamente, enMéxico pasó del 35,7 % en 1970 al 29,1 % en 1996, en Argentinadel 40,9 % en 1970 al 29,6 % en 1987, en Chile del 42,7 % en 1970al 29,1 % en 1983, en Perú del 35,6 % en 1970 al 20,8 % en 1996,y en Venezuela del 40,4 % en 1970 al 21,3 % en 1993 (GonzálezCasanova, 1999: 89). En un lapso muy corto se perdieron mu-chos de los logros que se habían conseguido, durante el períodode substitución de importaciones, en materia de reducción de lapobreza y la desigualdad. No fue sólo una profunda crisis, tam-bién constituyó un proceso de rápida concentración del ingreso.

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Después de la llamada década pérdida, en los años noventaAmérica Latina experimentó una moderada recuperación eco-nómica, se controló la inflación y se estabilizaron las finanzaspúblicas. Pese a ello, no se revirtió la concentración del ingreso,aunque la desigualdad no aumentó tanto como en la década delos años ochenta. Durante la última década del siglo los coefi-cientes de Gini crecieron un poco en la mayoría de los países yen los que se produjo una disminución fue sólo marginal. Unestudio de 15 países de la región encontró que en ninguno seprodujo una reducción significativa de la desigualdad de ingre-sos. En 10 de ellos esta falta de progreso se debió a un deteriorode los nueve deciles más pobres y en otros 5 (Brasil, Perú, Nica-ragua, Panamá y México) a una elevación del ingreso en el 5 %más rico (Székely y Hilgert, 1999b). Parece estarse repitiendo unviejo patrón latinoamericano: la desigualdad aumenta durantelas épocas de crisis y se mantiene durante las fases de expansión.

Generalmente se piensa que los gobiernos de América Latinaadoptaron políticas de flexibilización financiera y cambiaria,restringiendo drásticamente su intervención en los mercados.Pero una mirada más atenta muestra que muchos gobiernos in-tervinieron de manera decisiva en los mercados, para protegeral capital bancario y financiero. Esto se advierte con claridad enlo que sucedió en Brasil, México y Argentina, las tres economíasmás grandes de la región.

En México, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari(1988-1994) se otorgaron enormes facilidades para la entrada ysalida de capitales. A ello se añadió una política de sobrevalora-ción del peso frente al dólar y la emisión de numerosos instru-mentos de deuda pública con atractivos rendimientos. Estos doselementos, junto con las enormes expectativas creadas por lasnegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América delNorte (TLCAN), propiciaron la llegada de numerosos capitalesespeculativos que trataron de aprovechar las oportunidades deinversión. No se trató de un simple juego de oferta y demanda,sino de una intervención sistemática del gobierno y el Banco deMéxico sobre las tasas de interés y las tasas de cambio, con el finde atraer inversiones. Esto provocó que los individuos y las em-presas adquiriesen altos niveles de endeudamiento, mientras quelos bancos aceptaron créditos muy arriesgados. Se creó así unaburbuja financiera en un ambiente de liquidez y volatilidad ex-

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tremas, que estalló en 1994. Las tasas de interés se dispararon,los deudores empezaron a tener enormes dificultades para cum-plir sus compromisos y aparecieron los fantasmas de la suspen-sión de pagos y la debacle financiera. En ese contexto el capitalespeculativo salió, aprovechando una tasa de cambio todavíasobrevalorada, que al poco tiempo se volvió insostenible. En di-ciembre de 1994 se produjo una devaluación del peso mexicano,cayó el índice de la bolsa y los efectos se resintieron en todo elsistema financiero internacional (el famoso «efecto tequila»).

La respuesta del gobierno mexicano, apoyado por el de Esta-dos Unidos y por el Fondo Monetario Internacional, fue inyectarrecursos para salvar las finanzas mexicanas. Con el argumentode evitar la caída del sistema bancario se utilizó un esquema desalvaguarda denominado Fondo Bancario de Protección al Aho-rro (FOBAPROA), en cuya bolsa se colocaron gran cantidad decréditos que se habían vuelto impagables. Pero más que salvar alos ahorradores, este dispositivo salvó a los bancos, además deque encubrió muchos malos manejos, ya que grandes capitalis-tas dejaron de pagar sus deudas para que fueran cubiertas por elFOBAPROA. Lejos de operar el libre juego del mercado, quehubiera llevado a la quiebra a muchos bancos por los errores ensu política crediticia, se trató de una intervención desde el poder,que distribuyó los costos y las ganancias de una manera muyasimétrica. La mayoría de los grandes especuladores ganaronporque aprovecharon el momento de auge y salieron a tiempodel mercado mexicano. Los bancos y las grandes empresas atra-vesaron por un período difícil, pero salieron adelante con el apo-yo gubernamental. En cambio, muchas empresas medianas ypequeñas quebraron y muchas personas perdieron sus ahorroso los bienes que habían adquirido a crédito. Los contribuyentestambién perdieron, porque la inmensa deuda del FOBAPROA setrasladó al presupuesto público, como una carga a cubrir duran-te varios años. Además de las situaciones de corrupción, el pro-ceso en su conjunto constituyó una inmensa expropiación, me-diante la cual los capitales financieros se quedaron con buenaparte de las ganancias, mientras que las pérdidas se cargaron alconjunto de la población.

Algo similar ocurrió en Brasil, en donde durante varios añosse sostuvo artificialmente una moneda sobrevalorada. En 1998el Fondo Monetario Internacional y el gobierno brasileño gasta-

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ron 50.000 millones de dólares para mantener una tasa de cam-bio que no correspondía a la realidad económica. ¿Adónde fue eldinero? Joseph Stiglitz opina que no se desvaneció en el aire,mucho se fue a los bolsillos de los especuladores: algunos per-dieron y otros ganaron, pero en su conjunto ganaron una canti-dad similar a la que el gobierno perdió (Stiglitz, 2002: 198-199).

El caso más dramático y escandaloso se presentó en Argenti-na, en donde a la irresponsabilidad financiera se unieron prácti-cas claramente depredadoras. Durante los gobiernos de Menemy De la Rúa se trató de mantener la paridad peso-dólar más alláde toda lógica, provocando un serio deterioro de la competitivi-dad de la economía y un incremento acelerado del desempleo.Una vez más los especuladores pudieron sacar su dinero com-prando dólares baratos, mientras que la clase media vio que susueño consumista se convertía en pesadilla, cuando sus ahorrosfueron virtualmente secuestrados mediante el dispositivo cono-cido como «corralito». La crisis estalló en diciembre de 2001, enmedio de impresionantes movilizaciones populares que obliga-ron a renunciar a varios presidentes en unas cuantas semanas.El proceso posterior de conversión a pesos de los ahorros endólares fue asimétrico, los pequeños y medianos ahorradoresvieron disminuir el poder adquisitivo de su dinero a una veloci-dad vertiginosa (Feijoó, 2003).

En otros países de América Latina se produjo un esquemasimilar, es decir, una apertura financiera sin un marco reguladorque impidiera el saqueo y la especulación. En Perú, el ministrode economía encargado de liberalizar las finanzas fundó su pro-pio banco (Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 1999), ademásde que el clan allegado a Fujimori y Montesinos se vio particular-mente beneficiado por las políticas de ajuste estructural, que le-jos de ser nítidamente liberales estuvieron impregnadas por prác-ticas corporativas y corruptas. No es casual que muchas grandesfortunas latinoamericanas se encuentren vinculadas al sector fi-nanciero. Otras, crecieron de manera espectacular al amparo dela privatización de empresas públicas.

Privatizaciones con sabor a expropiación.

En ningún caso se ha puesto de manifiesto la per-

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versión del sistema mercantilista como en el de laprivatización de la telefonía. Este aserto vale paracasi toda América Latina, desde México a la Argen-tina, pasando por países como Perú y Venezuela.La «privatización» ha consistido en la entrega agrupos privados, muchas veces extranjeros, demonopolios que antes eran públicos.

MENDOZA, MONTANER y VARGAS LLOSA, Fabricantesde miseria (1999: 229)

[En Argentina] los grupos privados involucrados enlas mayores operaciones de privatización —Macri,Techint, Bridas, Pérez Campanc, Astra, Soldati,Reggio— fueron también los principales beneficia-rios de los contratos públicos y del régimen de pro-moción industrial en las décadas de 1970 y 1980,[...] durante la década de 1990 los capitanes de laindustria consolidaron su liderazgo económico y,constituyéndose ellos mismos en la coalición dis-tributiva dominante, reafirmaron una centralidadpolítica que ningún gobierno podía permitirse ig-norar.

HECTOR SCHAMIS, Reforming the State (2002: 136)

La privatización de empresas públicas ha sido uno de los te-mas que se ha discutido más acaloradamente en América Latinadurante los últimos 20 años. Despertó intensas polémicas cuan-do se realizaron los programas de privatización en las décadasde los ochenta y noventa. Pero aún hoy es fuente de agrias dispu-tas en torno a si deben realizarse nuevas privatizaciones o rever-tirse las que se hicieron en el pasado inmediato. En Argentinaaún se critica a Menem por haber vendido la mayoría de lasempresas estatales, mientras que en Bolivia se produjeron fuer-tes protestas para revertir la privatización del agua y del gas. EnMéxico aún continúan las discusiones acerca de si deben privati-zarse la electricidad y el petróleo. Es uno de esos asuntos en losque pareciera que no existen puntos medios: la mayoría de losparticipantes en los debates toman posiciones extremas: la pri-vatización es buena o es mala. A veces adquiere característicasde un tabú: no puede hacerse ninguna crítica a las empresasestatales porque de inmediato se acusa a quien lanza la críticade querer privatizarlas. Pero los partidarios de las privatizacio-nes pecan de una cerrazón similar: defienden la idea de que lasempresas del Estado siempre serán ineficientes y corruptas.

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Los dos bandos tienen algo de razón. Los críticos de las em-presas públicas tienen un punto a su favor, porque en AméricaLatina muchas de esas empresas han operado con poca eficaciay han sido botín de gobernantes, administradores, empresariosy líderes sindicales. Requieren importantes reestructuraciones yen esa tarea podría ser útil la participación del capital privado yla introducción de ciertas lógicas de mercado. Por su parte, loscríticos de la privatización también tienen argumentos válidos,cuando dicen que en la mayoría de los procesos se beneficiaronunos cuantos grupos privados en lugar del conjunto de la socie-dad, además de que estuvieron marcados por la corrupción. Ladiscusión sería más fructífera si saliera de las posiciones unilate-rales. No pretendo hacer una defensa doctrinaria de las empre-sas estatales o de su privatización, sino únicamente señalar lasconsecuencias que las privatizaciones han tenido sobre la des-igualdad.

En el siglo XX las empresas estatales en la región tuvieronefectos duales sobre la equidad: por un lado la redujeron y porotro fueron fuente de nuevas desigualdades. Me explico. Muchasempresas públicas desempeñaron una función de redistribuciónde la riqueza, ya que proporcionaron a los gobiernos cuantiososingresos derivados de la explotación del petróleo, de los minera-les o de otros recursos, que fueron utilizados para la construc-ción de hospitales, carreteras, escuelas y otros servicios para todala población. Baste mencionar los casos de Venezuela y México,en donde los ingresos petroleros han representado durante dé-cadas una porción significativa de los presupuestos gubernamen-tales. Las empresas públicas han redistribuido riqueza por me-dio de precios subsidiados de los servicios hacia la población debajos ingresos. Este esquema puede tener muchos inconvenien-tes (abuso de los subsidios, fragilidad de las finanzas públicas,falta de reinversión), pero sin duda fue un importante factor deigualación. Sin embargo, estas empresas dieron lugar a otrasdesigualdades: muchas riquezas generadas en ellas se convirtie-ron en rentas privadas, de las cuales se apropiaron funcionariospúblicos, directivos, líderes sindicales y trabajadores, lo mismoque algunas empresas privadas que gozaron de subsidios, pre-cios preferenciales y contratos derivados de prácticas de corrup-ción. En suma, por un lado, tenían una función niveladora ypromotora del desarrollo, pero por el otro, fueron una ubre de la

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que mamaron algunos sectores rentistas, en detrimento del res-to de la población.

Muchas empresas estatales en América Latina sufrían de re-zago tecnológico, falta de inversión, estancamiento de la pro-ductividad, baja calidad de los servicios al público, dificultadespara innovar, falta de rentabilidad, etc. Su situación se agravócon las crisis de las finanzas públicas durante la década de losaños ochenta. Era evidente que necesitaban una reestructura-ción profunda. El problema estuvo en la manera en que se em-prendió esa reestructuración. Se impuso una interpretación muysimplista, que consideraba que todas las dificultades se debían ala corrupción y al rentismo generados por la propiedad estatal yque, para resolverlas, bastaba con privatizarlas. En teoría, desdeel punto de vista de la desigualdad, los programas de privatiza-ción tenían el riesgo de tirar al niño junto con el agua sucia de labañera: podrían eliminar la apropiación rentista y corrupta quese presentaba en muchas empresas públicas, pero también eli-minarían muchos de los procesos de igualación que generabanmediante el financiamiento al desarrollo y los subsidios a secto-res de bajos ingresos. En la práctica, el resultado fue aún peor: lamayoría de las privatizaciones generaron nuevas desigualdades,ya que favorecieron de manera especial a grupos privilegiadosque adquirieron las empresas públicas en condiciones poco trans-parentes. Muchas de las privatizaciones fueron verdaderas ex-propiaciones de la riqueza pública.

En Chile las privatizaciones comenzaron antes que en el res-to de la región. Durante el régimen militar de Pinochet, en losaños setenta se devolvieron empresas expropiadas por el gobier-no de Allende, y en los ochenta se crearon empresas privadaspara administrar los fondos de retiro, se desincorporaron lasgrandes empresas públicas y se introdujeron criterios de merca-do en el financiamiento educativo. Estas medidas contribuye-ron a hacer más dinámicos varios sectores de la economía chile-na, pero también provocaron una mayor concentración de lariqueza. Tan sólo ocho grupos económicos aportaron el 65 % delcapital invertido en la adquisición de las empresas privatizadasentre 1974 y 1978. En un mercado de capitales que no era com-petitivo ni transparente, la administración de los fondos de reti-ro se concentró en unas cuantas empresas, ligadas a los bancos(Schamis, 2002: 35 y 57). Las privatizaciones tal vez eliminaron

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algunas conductas rentistas, pero propiciaron otras: los grandesconglomerados industriales y financieros se coaligaron con fun-cionarios del gobierno y controlaron los procesos de privatiza-ción de una manera que convino a sus intereses. Así, en el Bancode Santiago, en el Banco de Chile, en la empresa de energía EN-DESA, en la telefónica ENTEL y en la empresa de nitrato SO-QUIMICH se incorporaron dentro de la junta de directores o enpuestos directivos varios ex ministros, ex viceministros y otraspersonas muy allegadas a la junta militar, incluyendo el yerno dePinochet (Schamis, 2002: 61-64). El otro problema fue que lasempresas de energía y telecomunicaciones se privatizaron comomonopolios, gozando de concesiones extraordinarias en dere-chos de propiedad sobre el agua y acceso exclusivo al satélite.Lejos de eliminarse el rentismo, se creó uno de nuevo cuño, queprovocó una enorme concentración de la riqueza. Si a esto seañade la drástica reducción de los ingresos de los asalariadosdurante los primeros años de la dictadura se entenderá por quéChile, de ser uno de los países más igualitarios de América Lati-na, alcanzó altos niveles de desigualdad.

Argentina fue otro país en el que las disparidades de ingresosse incrementaron significativamente. Antes de los años setentase encontraba junto con Costa Rica, Chile y Uruguay dentro delas excepciones a la desigualdad latinoamericana, pero eso que-dó atrás. La dictadura militar de 1976-1983 desempeñó un pa-pel importante en la disminución de los ingresos de los trabaja-dores y las clases medias, el mismo efecto que tuvieron la pro-fundas crisis económicas de los ochenta. Las privatizaciones consabor a expropiación ocurrieron después, en los años noventa,durante los gobiernos del peronista Carlos Menem. Fue uno delos programas más agresivos de privatización, que incluyó gas,electricidad, agua y drenaje, acero, petróleo y seguridad social.Las privatizaciones argentinas no siguieron un esquema compe-titivo y transparente, sino monopólico y corporativo. La mayo-ría de ellas generaron monopolios o duopolios, que obtuvieronganancias inmediatas gracias al aumento de tarifas, la preserva-ción de mercados protegidos y la ausencia de mecanismos deregulación adecuados. De este modo, se fortalecieron los gran-des grupos privados que tradicionalmente habían controlado laeconomía argentina, en asociación ahora con transnacionalesnorteamericanas y europeas. La venta de las empresas se hizo

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mediante pactos corporativos con grandes empresarios y diri-gentes sindicales afines al gobierno, quienes también adquirie-ron posiciones directivas en algunos de las empresas privatiza-das (Etchemendy, 2001). De manera irónica, el gobierno de Me-nem, catalogado por amigos y enemigos como arquetipo de laliberalización económica, en realidad no siguió un programaverdaderamente neoliberal, sino que estuvo marcado por acuer-dos rentistas y patrimonialistas con empresarios y líderes sindi-cales.

No siempre los principales beneficiados con las privatizacio-nes fueron los grupos que antes habían estado aliados con elgobierno. En Chile el golpe militar había producido una nuevaalianza, entre el gobierno y conglomerados económicos ligadosa la exportación (minería, pesca, agricultura), a industrias com-petitivas (papel, alimentos) y a las finanzas (Schamis, 2002: 54-55). En México, con el proceso de apertura económica y privati-zación también se modificó la coalición hegemónica. Fuerondesplazados los industriales orientados al mercado interno y seformó una coalición en pro de la liberalización de la economía,en la que participaron grandes empresas, grupos financieros yuna nueva generación de políticos partidarios de las políticas demercado y menos interesados que sus antecesores en cuestionesde justicia y redistribución de la riqueza (Ai Camp, 2002: 252-254). Esta nueva élite del poder fue la que condujo el proceso deprivatizaciones, que entre 1983 y 1993 desincorporó a unas milempresas. La más importante de ellas fue Teléfonos de México(TELMEX), adquirida en 1990 por el Grupo Carso, de CarlosSlim, en asociación con France Telecom y Southwestern Bell,por 1.760 millones de dólares. El concurso estuvo lleno de som-bras, la nueva empresa privatizada gozó de una serie de prerro-gativas e incluso de un trato preferencial dentro del TLCAN, loque le permitió funcionar durante algunos años como monopo-lio y después cobrar a otras empresas altísimas cuotas de inter-conexión (Mendoza, Montaner y Vargas Llosa, 1999: 230-23;Schamis, 2002: 120-121). El resultado fue que los compradoresrecuperaron rápidamente su inversión y comenzaron a tener ju-gosas ganancias en pocos años. Más que una desregulación com-petitiva del sector de telecomunicaciones, se trató de una regula-ción en beneficio de un nuevo monopolio privado, que despuéssiguió siendo hegemónico en un sector controlado por unas cuan-

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tas empresas. TELMEX tiene hasta la fecha la mayor parte delmercado de telefonía local, de larga distancia y celular en Méxi-co, además de que ha adquirido acciones de empresas telefóni-cas en varios países de América Latina. La privatización de TEL-MEX fue la plataforma para que Carlos Slim se convirtiera enpocos años en el hombre más rico de México, después de Améri-ca Latina y en la actualidad uno de los dos más ricos del mundo.En Perú, Venezuela y otros países de la región se presentó unpatrón similar de privatizaciones comandadas por coalicionesdistributivas entre funcionarios del gobierno y grandes empre-sarios.

A los ojos de muchos latinoamericanos las privatizacionesconstituyeron expropiaciones de la riqueza pública. El proble-ma no fue sólo de corrupción, que la hubo en grandes dosis, sinoque la falta de regulaciones e instituciones adecuadas redujeronlos efectos positivos de las privatizaciones y acrecentaron susdesventajas. En algunos casos mejoró la calidad de los serviciospúblicos, pero en muchos subieron las tarifas. Los recursos ob-tenidos por la venta de empresas sólo constituyeron alivios tem-porales para las finanzas públicas, además de que una parte deellos se drenó por los canales de la corrupción o del pago dedeudas internas y externas. Pocas veces se establecieron meca-nismos eficientes para evitar la conformación de monopolios uoligopolios. En lugar de eliminar las conductas oportunistas, sesustituyó un rentismo por otro. En un balance general, puededecirse que contribuyeron más a exacerbar las desigualdades quea reducirlas. No ocurrió lo mismo en países que tenían un con-texto institucional más democrático y equitativo, como CostaRica y Uruguay, porque se pusieron límites a las privatizacioneso éstas no tuvieron efectos tan negativos, ya que se mantuvieronalgunos principios del Estado del Bienestar.

Precarización del trabajo y nuevas formas de exclusión

Mi tesis de la masa marginal supuso un cuestiona-miento del hiperfuncionalismo de izquierda parael cual hasta el último campesino sin tierras deAmérica Latina (o de África) aparecía como fun-cional para la reproducción capitalista. Por el con-trario, intenté mostrar que, según los lugares, cre-

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cía una población excedente que, en el mejor de loscasos, era simplemente irrelevante para el sectorhegemónico de la economía y, en el peor, se conver-tía en un peligro para su estabilidad. [...] Y éste, elde la desigualdad, fue siempre el punto de mira dela reflexión sobre la masa marginal y sobre la seg-mentación creciente de los mercados de trabajo yde las actividades directa o indirectamente ligadasa ellos. [...] si las cosas continúan como hasta aho-ra, la perspectiva es que se siga deteriorando seria-mente la calidad de las ocupaciones y de que setorne aún más regresiva la distribución del ingre-so.

JOSÉ NUN, Marginalidad y exclusión social(2003: 265 y 292-293)

Mientras que el despojo financiero y las privatizaciones crea-ron enormes fortunas, otra parte del ajuste estructural provocóque muchos latinoamericanos se quedaran sumidos en la pobre-za. Me refiero a las transformaciones recientes en los mercadosde trabajo de la región. Se trata aquí de un conjunto abigarradode procesos que modificaron las condiciones laborales, más quede reformas articuladas y coherentes. En muchos casos las con-diciones políticas, en particular el rechazo de los sindicatos, im-pidieron la aprobación de nuevas legislaciones laborales. Noobstante, en la práctica los mercados de trabajo latinoamerica-nos han experimentado virajes significativos.

El rasgo más distintivo de estas transformaciones es la pre-carización del trabajo, que se expresa en el deterioro de la cali-dad del empleo en casi todos los países y en el crecimiento deldesempleo en algunos de ellos. En varios casos se presenta unacombinación de ambos fenómenos. En América Latina aproxi-madamente 1 de cada 10 trabajadores está desempleado y 5 decada 10 están subempleados. En base a datos de la CEPAL, Víc-tor Tokman calcula que al comenzar el siglo XXI la fuerza detrabajo en América Latina ascendía a 147,3 millones de perso-nas, de las cuales 18 millones estaban desempleadas (12,2 %) y66 millones estaban subempleadas (44,8 %) (Tokman, 2004: 131).El concepto de subempleo no es muy preciso, ya que la mayoríade las personas clasificadas como subempleadas no trabajanmenos tiempo del que podrían hacerlo, sino que tienen empleosmuy precarios, vulnerables, con salarios bajos, malas condicio-nes de trabajo, muy poca seguridad laboral y ausencia casi total

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de prestaciones.En América Latina el trabajo precario y la exclusión laboral

no son nuevos: amplios contingentes de la población nunca omuy pocas veces han podido gozar de los ingresos fijos, la esta-bilidad en el empleo, las prestaciones y el status que brinda eltrabajo formal protegido por redes de seguridad social. Pero laprecariedad laboral involucra a porcentajes cada vez mayoresde la población económicamente activa. Una de las nuevas des-igualdades es, entonces, la que distingue a quienes tienen un tra-bajo digno, con prestaciones y seguridad laboral, y quienes tra-bajan en condiciones muy precarias o no tienen empleo. En lamedida en que buena parte del trabajo formal se deteriora, co-mienza a tener muchas de las características del empleo infor-mal: bajos ingresos, inseguridad, inestabilidad, escasa protec-ción legal e institucional. Más que una diferencia tajante entredesempleados excluidos y trabajadores incluidos, se observa ungradiente de situaciones de precariedad y exclusión, en el queporcentajes muy importantes de la fuerza de trabajo carecen deciudadanía laboral plena.

En 1980 el empleo formal en América Latina representaba el71,1 % del total, mientras que en 1990 bajó drásticamente al57,2 % (Pérez Sáinz y Mora, 2004: 42). Tanto el sector públicocomo las empresas están generando pocos empleos, y muchosde los puestos de trabajo que crean son a tiempo parcial, tempo-rales, subcontratados o bajo otras formas de flexibilidad laboralque han repercutido en la precarización del trabajo. El incre-mento de la precarización del trabajo en los últimos lustros tuvoque ver con circunstancias históricas específicas: una adversacorrelación de fuerzas para los sindicatos, el avance de una ideo-logía antiestatista en los años ochenta y noventa y la persistenciade una enorme polarización en el mercado de trabajo. Esto seconfirma si se observa que, justo en esa misma época, en mu-chas ocasiones crecieron los ingresos de altos funcionarios pú-blicos y gerentes y directivos de empresas, lo que indica que lapresión del contexto por economizar pasó por el tamiz de lasestructuras sociales y políticas, produciendo una distribuciónharto desigual de los costos del ajuste. En ciertos casos, como enMéxico y en algunos países de Centroamérica y el Caribe, se fo-mentó la industria maquiladora de exportación, que generómuchos empleos, pero casi todos ellos de baja calidad y salarios

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menores a la media industrial. En otros casos, como Uruguay yArgentina, no se adoptó la vía exportadora con salarios bajos,pero se sacrificó el empleo.

El llamado sector informal ha venido acrecentando su parti-cipación en el empleo total en la región: 28,9 % en 1980, 42,8 %en 1990 y 46,4 % al comenzar el siglo XXI. En menos de un cuar-to de siglo, de representar menos de la tercera parte del empleourbano, pasó a ser casi la mitad. Se calcula que de los 29 millo-nes de nuevos empleos generados en América Latina entre 1990y 1999, 20 millones correspondieron al sector informal, en él secrearon 7 de cada 10 nuevos empleos en el período (CEPAL, 2001).El tamaño del sector informal varía de país a país: en un extre-mo están Honduras, Ecuador y Perú, en donde el sector infor-mal representa alrededor del 60 % del empleo urbano, mientrasque en el otro están Chile, México, Panamá y Uruguay, en dondese ubica alrededor del 40 % (Tokman, 2004, 188-190).

Hace algunos lustros, las cifras de desempleo abierto eranmuy superiores en Europa que en América Latina, pero en estaregión el desempleo se multiplicó en épocas recientes, comomuestra el siguiente cuadro:

AQUÍ CUADRO 4.2Las tasas de desempleo abierto en América Latina se incre-

mentaron de manera notoria: la media regional ponderada pasódel 7,1 % en 1990 al 11,4 % en 2002. En 2005 el desempleo abier-to era mayor en América Latina (9,3 %) que en la Unión Euro-pea (8,7 %).1 El ascenso del desempleo en América Latina se havisto impulsado por las mayores tasas de desocupación en paí-ses como Argentina, Brasil, Colombia, Paraguay y Uruguay, endonde subieron varios puntos durante el período considerado.Varios países han experimentado tasas de desempleo de dos dí-gitos durante varios años: Argentina (1994 a 2006), Brasil (2002a 2006), Colombia (1996 a 2006), Ecuador (1996 a 2006, conexcepción de 1997), Nicaragua (1992 a 2003, con excepción de2000), Panamá (desde hace 20 años), Uruguay (1995 a 2006) yVenezuela (1995 a 2006). Así, al viejo problema de la precarie-dad del trabajo, se suma ahora el crecimiento del desempleo.Esta nueva desigualdad afecta de manera particular a los jóve-nes, quienes experimentan tasas de desempleo entre 1,7 y 2,2veces mayores al desempleo total, además de que representanuna proporción significativa de los desempleados: 46 % en Bra-

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sil, 43 % en Perú y 35 % en Venezuela (OIT, 2006: 6 y 39). Lospobres tienen una tasa de desempleo 2,9 veces más alta que losno pobres, y los indigentes la tienen 4,1 veces más alta que los nopobres (OIT, 2006: 21). El vínculo entre precariedad en el em-pleo y mayor desigualdad es indudable.

Si se toman en conjunto a los desempleados, a quienes tienenque emigrar al extranjero por falta de trabajo, a los que se en-cuentran en el sector informal y a los que trabajan en el sectorformal pero carecen de las protecciones adecuadas, el universode la precariedad laboral se hace mayor: cerca de tres cuartaspartes de la fuerza de trabajo. La desigualdad entre trabajos dig-nos y trabajos precarios es uno de los rasgos centrales de lasdesigualdades contemporáneas en la región. Una buena parte dequienes padecen precariedad laboral desempeñan funciones cen-trales para el proceso de acumulación de capital: reproducen lafuerza de trabajo, permiten mantener bajos los salarios, produ-cen mercancías a bajo costo, consumen una parte de la produc-ción de las empresas y constituyen una población de reserva quefacilita el control de los empleados en activo. Pero, como diceJosé Nun, cuando la masa marginal alcanza las enormes propor-ciones a las que ha llegado en América Latina, es difícil sostenerque hasta el último desempleado juega un papel relevante en elfuncionamiento del sistema. No todo el mundo es explotado outilizado por el capital, hay millones que están excluidos de susredes y esa exclusión es la que genera condiciones de desigual-dad extrema. Algunos autores sostienen que en América Latinaestá creciendo una economía de la pobreza: pobres produciendopara pobres, con vínculos muy frágiles con el resto de la econo-mía (Pérez Sáinz y Mora, 2004). La exclusión laboral, o la inser-ción precaria, es lo que caracteriza la situación de millones delatinoamericanos en la época contemporánea.

La magnitud de la exclusión laboral es uno de los factoresque explica, en parte, una paradoja de la globalización latinoa-mericana: la persistencia de bajos salarios para los trabajadoresno calificados, pese a que muchas industrias intensivas en manode obra se trasladaron a la región. En algunos países crecieronrápidamente las industrias de exportación, pero no los salariosobreros, a pesar de que había escasez de mano de obra en algu-nas zonas de rápido crecimiento industrial. Esto se debió a lapersistencia de esquemas corporativos y autoritarios de regula-

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ción laboral, al aprovechamiento empresarial de la debilidad sin-dical, a la mayor movilidad del capital y al poder acrecentado delas corporaciones transnacionales frente a las políticas laboralesde los gobiernos (Bensusán y Reygadas, 2000). Esto es muypreocupante, porque señala que, al igual que en otras épocas,América Latina puede tener un crecimiento de las exportacionessin que se modifiquen las estructuras de desigualdad que la hancaracterizado. Hemos entrado en una fase de economía orienta-da hacia el exterior, con preservación de asimetrías estructura-les.

En el mercado de trabajo se está abriendo la brecha entre lasremuneraciones al trabajo calificado y no calificado. Un estudiorealizado en 4 países (Argentina, Chile, México y Uruguay) en-contró que entre 1990 y 2000 se hicieron más grandes las dispa-ridades entre trabajadores calificados y no calificados en distin-tos indicadores: ingresos, protección social y niveles de empleo(Kaztman y Wormald, 2002: 46-49). Esto es extraño, ya que enlas últimas 5 décadas aumentó de manera notable la escolaridadde los latinoamericanos y en los últimos años ha crecido la de-manda de trabajadores no calificados en las industrias de expor-tación, lo que en teoría podría haber cerrado esa brecha. Estoindica que en un contexto de sobreabundancia de mano de obralas empresas pueden ser más selectivas al momento de contra-tar, utilizando para ello criterios de escolaridad y calificación.Así, para un trabajador en lo individual tener mayores certifica-dos escolares le brindará mayor empleabilidad, pero la eleva-ción de la media de escolaridad para el conjunto de la fuerza detrabajo no garantiza que habrá mejores empleos para todos. Estorefuta el argumento en boga de que basta con aumentar la for-mación de capital humano para resolver los problemas de nues-tros países.

No puede aspirarse a una mayor igualdad si la mayoría de lapoblación no tiene acceso a trabajos dignos que garanticen laciudadanía económica. Un nuevo ángulo de esta ciudadanía esel derecho a la conexión.

Brecha digital y desconexión

Algunos jóvenes, aprovisionados en un recorrido

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previo por el «circuito mediático» en el que se mue-ven con fluidez, llegan hábiles y preparados paratransitar en la Red y, en una fusión total con lamáquina, se vuelven los más diestros navegantes;otros jóvenes, y la mayoría de sus maestros, por suparte, extraviados entre la dificultad técnica, el bajoentrenamiento en ámbitos tecnológicos y un bajoequipamiento en su capital cultural, naufragan conprontitud, facilidad y angustia. Muchos de estosjóvenes náufragos, presurosos por viajar sobre lacorriente cultural en la que se desplazan sus com-pañeros de clase, se esfuerzan por alcanzarlos y enocasiones logran éxitos inesperados.

JOSÉ CABRERA PAZ, «Náufragos y navegantes enterritorios hipermediales» (2001: 40)

Leer el mundo bajo la clave de las conexiones noelimina las distancias generadas por las diferencias,ni las fracturas y heridas de la desigualdad. El pre-dominio de las redes sobre las estructuras localiza-das invisibiliza formas anteriores de mercantiliza-ción y explotación —que no desaparecieron— yengendra otras. Coloca de otro modo la cuestión delos bienes sociales, de los patrimonios culturalesestratégicos y de su distribución desigual.

NÉSTOR GARCÍA CANCLINI, Diferentes, desigualesy desconectados (2004: 79)

Hay un aspecto de las nuevas desigualdades que no tiene tan-to que ver con las políticas de ajuste estructural, sino con lastransformaciones socio-técnicas contemporáneas. Me refiero ala brecha digital, entre quienes tienen acceso a las nuevas tecno-logías y quienes están desconectados de ellas. No se trata sólo dedisparidades en el uso de computadoras e Internet, sino de lacuestión más amplia de las desigualdades en el acceso al conoci-miento y la tecnología. Durante siglos las inequidades en el acce-so a la tierra y los recursos naturales fueron determinantes en lageneración de desigualdades en América Latina. Después, du-rante el siglo XIX y parte del XX se volvieron cruciales la propie-dad y el control de empresas industriales y de servicios. A partirdel último tercio del siglo pasado han cobrado mayor relevanciael conocimiento científico y el acceso a la tecnología moderna.No es que unas fuentes de desigualdad sustituyan a otras, sinoque se van sobreponiendo y combinando. Los desequilibrios es-tructurales que han caracterizado la historia de América Latina

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se han reproducido de manera digital, aunque se observan tam-bién algunas tendencias de signo contrario.

En 1998 en América Latina sólo tenían acceso a Internet 4,5millones de personas, menos del 1 % de la población (Ford, 1999:146). En los últimos años Internet ha tenido un crecimiento ace-lerado en la región, para llegar a 110 millones de usuarios en2007, que representan el 19,8 % de la población.2 Pero esto no hasido suficiente para eliminar la brecha digital con los países de-sarrollados, donde más del 50 % de la población tiene acceso aeste servicio. Al analizar los datos por país las brechas son aúnmayores:

AQUÍ CUADRO 4.3Mientras que en los 10 países con mayor penetración de In-

ternet en el mundo alrededor del 70 % de la población usa esteservicio, en América Latina la gran mayoría de los países esta-ban por debajo del 15 % en 2005. Son muy pocos los que supera-ron ese porcentaje: Chile 36,1 %, Costa Rica 23,2 %, Uruguay20,9 %, Argentina 20 %, Guayana Francesa 19,6 %, Guyana 16,5%, México 16,4 % y Perú 16,3 %. El acceso a Internet está rela-cionado con la pobreza y la desigualdad: el acceso es mayor enpaíses que han reducido las tasas de pobreza, como Chile, enpaíses que históricamente han sido menos desiguales, como CostaRica y Uruguay, y en las economías más grandes, como las deArgentina, México y Perú. En cambio, en los países más pobresy desiguales la penetración de Internet es mínima: 2,2 % en Ni-caragua, 2,7 % en Paraguay, 3,4 % en Honduras y 3,9 % en Boli-via. En Brasil, a pesar de su poderío económico, sólo un 12,3 %tenía acceso a Internet, cifra relacionada con sus desigualdadeseconómicas y educativas.

En América Latina los sectores de ingresos altos y mayor ni-vel educativo tuvieron un acceso temprano a la red informática,como muestra el caso de México:

AQUÍ CUADRO 4.4Tener computadora en la casa está directamente ligado con

el nivel socioeconómico de la familia. En 2002 más de la mitadde los hogares de altos ingresos (los últimos cuatro grupos de latabla, que percibían más de 16 salarios mínimos) tenían compu-tadoras (54,7, 67, 65,5 y 75,3 %). En cambio, los dos grupos demenores ingresos (menos de 8 salarios mínimos), que incluían acasi tres cuartas partes de los hogares, prácticamente no tenían

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computadora en la casa (1,06 y 7,82 %).Junto con el nivel de ingreso, la escolaridad es determinante

en el hecho de tener computadora. En el año 2000 había compu-tadora en alrededor de la mitad de los hogares mexicanos en losque el jefe de familia tenía estudios superiores —42,8 % cuandotenía licenciatura y 57,8 % cuando tenía posgrado. En cambio,en los hogares en los que el jefe de familia no tenía instrucción osólo tenía instrucción primaria las computadoras eran práctica-mente inexistentes —0,5 y 2,9 %, respectivamente— (INEGI,2000b).

Las disparidades educativas dejan su huella en el uso de lasnuevas tecnologías, como muestran los siguientes datos:

AQUÍ CUADRO 4.5Las brechas entre niveles educativos son impresionantes: los

que estudiaron secundaria utilizan computadoras e Internet al-rededor de 5 veces más que quienes sólo estudiaron primaria,pero a su vez los que estudiaron preparatoria doblan en uso a losde secundaria; en lo alto de la pirámide, los que tuvieron educa-ción superior doblan a los de preparatoria. En los extremos, dequienes únicamente estudiaron primaria, sólo un 1,3 % utilizaInternet y un 4,2 % computadora, frente al 41,5 y 66,6 % de losque llegaron a la educación superior. Si el acceso al conocimien-to es hoy uno de los factores determinantes para apropiarse dela riqueza, en América Latina las nuevas desigualdades parecensobreponerse a las antiguas, porque tienden a coincidir las esta-dísticas de ingresos y escolaridad con las de acceso a las nuevastecnologías de información y comunicación. Pero no se trata deuna reproducción idéntica de antiguas asimetrías, diversos sec-tores sociales despliegan enormes esfuerzos para conectarse alas nuevas tecnologías.

En 2004 en México sólo el 18 % de los hogares tenía compu-tadora y el 8,7 % conexión a Internet; pese a ello, el 24,9 % de lapoblación utilizaba computadora y el 14,1 % Internet. Esto indi-ca que hay sectores de la población que evitan quedar desconec-tados de las nuevas tecnologías, y aunque la mayoría no puedecomprar una computadora, muchas personas la usan en las es-cuelas, en el trabajo o en cafés Internet. También se recurre aluso colectivo de los equipos, mediante redes de familiares y ami-gos. Algunos gobiernos y organizaciones de la sociedad civil hanpromovido telecentros e instalaciones de equipos de cómputo

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en comunidades y zonas marginadas. Destacan los intentos delos jóvenes para acceder a las nuevas tecnologías, sobreponién-dose a las limitaciones económicas: aunque no tengan computa-dora o Internet, se las arreglan para usarlos, como indican losdatos de la Encuesta Nacional de Juventud en México:

AQUÍ CUADRO 4.6Pese a que sólo el 28,1 % de los jóvenes tenía computadora,

un 69,6 % sabía usarla. Asimismo, sólo el 20,1 % tenía Internet,pero el 60,8 % sabía utilizarlo. En la franja de 15 a 19 años un78,2 % sabía usar computadora y un 69,1 % Internet. Esto indi-ca que, incluso en un país tan desigual como México, en las ge-neraciones más jóvenes pueden reducirse de manera significati-va algunas de las brechas digitales. La articulación entre nuevasy viejas desigualdades ocurre mediante procesos dialécticos, enlos que intervienen distintos sujetos y se advierten tendencias ycontratendencias,

En el caso de la telefonía celular se observan diferencias enrelación con el lugar de residencia. Un caso ilustrativo es el deMéxico: en 2002 en Nuevo León había 50 móviles por cada 100personas, mientras que en Chiapas sólo había 4 (Castells et al.,2007: 35). La otra gran diferencia tiene que ver con la clase so-cial. Por ejemplo, en Perú en 2001 el número de teléfonos móvi-les por cada 100 habitantes por estratos socioeconómicos, demayor a menor, fue de 78, 53, 22, 10 y 7. En México en 2003entre los sectores de altos ingresos había 85 celulares por cada100 personas, en los de ingresos medios 43 y en los de bajosingresos sólo 9. Dos años después, en 2005, la penetración en lossectores de bajos ingresos se había triplicado, para llegar a 27por cada 100 habitantes (Castells et al., 2007: 98), lo que indicaque hay un enorme esfuerzo popular por no quedarse desconec-tado. Una forma de hacerlo es a través de sistemas de prepago deteléfonos celulares, que están ampliamente difundidos en Amé-rica Latina, como se puede apreciar en el siguiente cuadro:

AQUÍ CUADRO 4.7Los sistemas de prepago brindan enormes oportunidades de

negocios. Un ejemplo es Teléfonos de México (TELMEX). Estaempresa entendió muy pronto que los pobres querían tener ac-ceso a la telefonía móvil, a las computadoras y a Internet, perotenían dificultades para adquirir los equipos o para pagar cuotasaltas todos los meses, por lo que impulsó líneas de consumo en

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las que la inversión inicial era mínima o se podía consumir conmayor flexibilidad. Por ejemplo, su subsidiaria Telcel lanzó elprograma «Amigo», con el que mediante una pequeña cantidadse obtenía un teléfono celular que no requería un pago mensualfijo, sino que se compraban tarjetas con tiempo aire, de modoque alguien con poco dinero podía recibir llamadas e ir com-prando tarjetas para llamar de acuerdo con sus posibilidades. Elsistema tuvo un éxito enorme y generó cuantiosas ganancias,porque el costo por minuto es mucho más alto que el de los pro-gramas de renta fija. Para Internet, TELMEX lanzó el sistemaProdigy, con el que se pueden adquirir computadoras a plazos,con pagos mensuales pequeños. En 2004 TELMEX obtuvo ga-nancias netas por más de 2.200 millones de dólares y consolidósus inversiones en compañía telefónicas en Argentina, Brasil,Chile, Colombia y Perú.3 Hoy en día, América Móvil, de CarlosSlim, y la empresa española Telefónica predominan en el merca-do de la telefonía fija y móvil de América Latina, y a través deProdigy, Slim intenta convertirse en el principal proveedor deservicios de Internet en la región.

La cultura y las comunicaciones cada vez tienen una impor-tancia económica mayor. Para darse cuenta de ello basta sumarlo que una familia de clase media gasta cada mes en teléfono,teléfono celular, conexión a Internet, televisión por cable o porsatélite, música y cine. Si se ve a escala de las cuentas naciona-les, cada vez representa un porcentaje mayor del PIB. No sólolos ricos consumen cultura, los sectores populares no quierenquedarse atrás, muchas familias de bajos recursos también gas-tan en televisión, música, DVD y telefonía celular. En ocasionesse las ingenian para pagar menos, comprando discos y películaspiratas.

Cinco empresas iberoamericanas concentran cerca del 90 %de los beneficios generados en el campo de la producción deradio, televisión y cine en América Latina: Televisa (México), RedGlobo (Brasil), Venevisión y Radio Caracas (Venezuela) y RadioTelevisión Española (España) (García Canclini, 2002: 24). Gar-cía Canclini habla de una concentración del poder comunicativoen América Latina a partir de la enorme influencia de las edito-riales españolas y de empresas comunicacionales estadouniden-ses (CNN, MTV, Time Warner) También calcula que AméricaLatina se queda sólo con el 5 % de las ganancias que se generan

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en el mundo en el ámbito de la cultura y las comunicaciones(García Canclini, 2002: 48-49 y 55).4 En México en 1998 el co-mercio cultural equivalía al 6 % del PIB y en Colombia al 4 %. Seconsidera que el mercado latinoamericano de discos es el quetuvo el crecimiento más alto del mundo en los años noventa;sólo en Brasil las ventas pasaron de 262 millones de dólares en1992 a casi 1.400 millones de dólares en 1996. Se estima que el80 % de la facturación latinoamericana en música y cine está enmanos de empresas extranjeras que controlan los derechos depropiedad intelectual (García Canclini, 2002: 58-59). Ya sea queestén controladas por millonarios latinoamericanos o por cor-poraciones norteamericanas o europeas, los negocios de la cul-tura y la comunicación latinoamericanas parecen estar altamen-te concentrados. Así, la brecha digital y comunicacional en Amé-rica Latina se sobrepone con las asimetrías económicas y socialesque han marcado la persistencia de la desigualdad en la región.Sin embargo, deben destacarse las iniciativas de los latinoameri-canos para «estar conectados», defender su patrimonio culturaly dar la batalla por la propiedad intelectual.

Desigualdad por expropiación y desigualdad por desconexión

Una de las dificultades que habrán de superar losnuevos movimientos es el paso del concepto de ex-clusión, cuya compatibilidad con una representa-ción del mundo en red no excluye, como hemosvisto, su pertenencia a una «política del sentimien-to», a una teoría de la explotación que permitiríaaliviar a los «excluidos» del peso de la responsabili-dad individual unilateral o de la inexorable fatali-dad y, de este modo, lograría establecer una rela-ción entre su suerte y la de los más favorecidos, enparticular la de quienes ocupan posiciones socialesprivilegiadas. [...] Por otra parte, la transformaciónde la problemática de la exclusión en una teoría dela explotación permitiría identificar nuevas causasde exclusión, distintas de la falta de cualificación,que es la explicación más frecuente hasta el mo-mento.

LUC BOLTANSKI y ÈVE CHIAPELLO, El nuevo espíritudel capitalismo (2002: 457)

¿Qué puede concluirse sobre las nuevas desigualdades en

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América Latina? ¿Qué saldos dejaron los ajustes estructurales ylas transformaciones de las últimas décadas? La visión optimis-ta, que afirma que América Latina está rompiendo con su histo-ria de desigualdades, parece no tener sustento. Pero tampoco seconfirma la tesis simplista de los críticos, que señalan a la globa-lización y las reformas estructurales como causas primordialesde la ampliación de las desigualdades. Podemos pensar la des-igualdad como causa y como efecto, como una variable que es ala vez dependiente e independiente. Por un lado, hay evidenciasde que las disparidades previas han desempeñado un papel cru-cial: la fortaleza de estructuras, instituciones, relaciones, cultu-ras y prácticas inequitativas es tal, que condicionó el devenir ylas características específicas que adquirieron la apertura comer-cial, las privatizaciones, la flexibilización de los mercados labo-rales y la introducción de computadoras e Internet. De entrada,los distintos grupos sociales tenían recursos muy disparejos paraafrontar las oportunidades y los riesgos creados por estos cam-bios, por lo que no es extraño que los sectores dotados con ma-yores recursos económicos, mejores redes sociales y mejor capi-tal educativo se apropiaran de una porción muy significativa delos beneficios creados por la globalización, mientras que la ma-yoría de la población, con menor dotación previa de esos recur-sos, tuviera enormes dificultades para afrontar esa situación. Deeste modo, se reproducen las desigualdades persistentes de Amé-rica Latina bajo nuevas condiciones. Por otro lado, las transfor-maciones de los últimos lustros afectan a las desigualdades. Laapertura comercial por sí misma puede ser positiva, pero se rea-lizó sin la preparación adecuada y sin regular el poderío de lasgrandes corporaciones, lo que ha hecho que sus beneficios seconcentren en un sector muy reducido, al mismo tiempo que seobserva una creciente brecha entre las regiones y personas quepudieron incorporarse a las actividades exportadoras y las quese han quedado atrás. La política cambiaria y financiera, lejosde seguir los patrones neoliberales que se proclamaron, facilitóverdaderos despojos cuando los gobiernos y organismos finan-cieros internacionales dieron un apoyo extraordinario a los ban-queros y especuladores, lo que provocó mayor concentración dela riqueza. Muchas de las privatizaciones se hicieron con pocatransparencia y en ocasiones llevaron a la expropiación de lariqueza pública en beneficio de grupos privados coaligados con

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funcionarios del Estado. Por último, la flexibilización de losmercados laborales reflejó una correlación de fuerzas desfavora-ble para los trabajadores y los sindicatos, lo que propició el in-cremento del desempleo y la precarización del trabajo.

Estos procesos reprodujeron la alta concentración de la ri-queza en la región, sobre la cual se han montado nuevas des-igualdades en lo que se refiere al acceso al conocimiento, al usode nuevas tecnologías, a la inserción en las corrientes de globali-zación y a tener o no tener un empleo digno. A las viejas des-igualdades, producto de siglos de expropiaciones, explotaciónde los más pobres y discriminación de las mujeres, los negros ylos indígenas —procesos que hoy todavía ocurren—, se sumannuevas desigualdades que excluyen a la mayoría de la poblaciónde la educación de calidad, del conocimiento, de los empleosdignos, de nuevas fuentes de riquezas y, en una palabra, de laciudadanía económica plena en la sociedad-red. En el escenariolatinoamericano actual parece haber un desplazamiento de losejes centrales de la desigualdad: aunque siguen operando diver-sos dispositivos de explotación, despojo y discriminación (des-igualdad por expropiación), cada vez adquieren más fuerza otrosmecanismos generadores de desigualdades, como el acapara-miento de oportunidades, la exclusión y las brechas entre distin-tos niveles de inserción en las redes globales (desigualdad pordesconexión). Los dos tipos de procesos están vinculados, la ex-clusión actual es resultado de la acumulación histórica de exac-ciones, abusos y discriminaciones que configuraron estructurassociales muy asimétricas. Ahora bien, el desplazamiento de losejes centrales de la desigualdad presenta variaciones y maticesen cada país y región. En Guatemala, Bolivia y Ecuador la cues-tión de la discriminación hacia los indígenas conserva una rele-vancia mucho mayor que en Costa Rica o Uruguay, del mismomodo que el problema de la concentración de la tierra y los re-cursos naturales tiene mayor importancia en Paraguay, en Chia-pas o en la Amazonía que en los centros urbanos orientados a laproducción industrial y de servicios.

Por lo general, son los mismos sectores los que padecen lasviejas desigualdades y las nuevas. Quienes ayer carecían de bue-nas tierras hoy tienen menor escolaridad y trabajos precarios.De igual manera, la tendencia es que los países de América Lati-na que eran más equitativos antes de la globalización sean me-

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nos desiguales ahora, como es el caso de Costa Rica y Uruguay,mientras que la mayoría de los países que eran muy desigualesantes de la apertura económica lo siguen siendo hoy. Pero tam-bién hay cambios importantes. En los años setenta aumentó ladesigualdad en algunos países, incluyendo Argentina y Chile, queexperimentaron sangrientas dictaduras militares. En la décadade los años ochenta, antes de la apertura económica y de la in-troducción de nuevas tecnologías, hubo un fuerte incremento dela desigualdad en América Latina, en particular en Brasil, Pana-má, Perú y Venezuela (Londoño y Szekely, 2000). Lo que preocu-pa es que los niveles de desigualdad se hayan mantenido en laregión en los últimos 15 años, en los que ha habido un poco másde crecimiento y muchos países transitaron a la democracia.

Cada período histórico presenta oportunidades para reducirla desigualdad, lo mismo que riesgos de profundización de lamisma (Matus, 2005). Por ello es decisiva la evolución que siguecada país. Argentina, que hace 30 años no era tan pobre ni tandesigual, hoy se parece más al resto de América Latina: padecenuevas formas de pobreza y la desigualdad se incrementó. Chile,que también era de los países menos desiguales de la región hace35 años, se volvió una sociedad más polarizada en los años se-tenta y ochenta; hoy sigue siendo muy desigual, pero ha reduci-do la pobreza de manera significativa, lo que hace que la des-igualdad sea más fácilmente tolerada, porque ha mejorado lasituación de los diferentes sectores sociales (aunque no en lamisma proporción). Además de Argentina, otros países latinoa-mericanos en los que aumentó la desigualdad en los años noven-ta fueron El Salvador, Nicaragua, Perú, Venezuela y, en menormedida, Brasil, Honduras, Panamá y Uruguay (aunque este paísse mantiene como uno de los más igualitarios). En otro grupo depaíses no hubo variaciones significativas en los índices de des-igualdad durante los años noventa: Bolivia, Chile, Colombia,Costa Rica, Ecuador, México y Nicaragua. En México y Brasil seredujo un poco la desigualdad en los primeros años del nuevosiglo, en parte por la continuidad de los programas de combatecontra la pobreza (Szekely y Hilgert, 1999b: 5-7; Cortés, Banegasy Solís, 2007: 31; UNDP, 2006: 335-338).

Es interesante observar que en México y Chile, los dos paíseslatinoamericanos que con mayor éxito se orientaron hacia laexportación, los coeficientes de desigualdad no se han movido

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de manera espectacular durante los últimos 15 años, ni haciaarriba ni hacia abajo. Este dato refuta las afirmaciones simplis-tas, tanto de quienes afirman que la apertura económica aumen-ta la desigualdad como de quienes piensan que la reduce. Peroen México, en Chile y en otros países se observan importantesdiferencias regionales: áreas más ligadas a la exportación dismi-nuyeron sus índices de desigualdad, mientras que aumentaronen zonas que no se vincularon con el auge exportador. Esto su-giere que algunas regiones y sectores sociales de América Latinaestaban mejor preparados para integrarse a la globalización,mientras que otros se han rezagado, como bolsones de pobrezapersistente, desconectados de las actividades más dinámicas oconectadas a ellas de manera precaria. Si esto fuera cierto, po-dría decirse que en esta época se reprodujo la desigualdad enAmérica Latina, pero no por haberse abierto a la globalización,sino por el hecho de que la participación en esta apertura fuemuy asimétrica, quedando excluidos o desconectados de ellaimportantes sectores de la población. Sin embargo, no existentodavía evidencias robustas que permitan señalar que en todoslos casos existan correlaciones de este tipo. En cambio, puedeafirmarse con mayor base que en los países latinoamericanos enlos que hay menor desigualdad existen instituciones más sóli-das, en particular en lo que se refiere a sistemas educativos y desalud más igualitarios. También contribuyen a reducir la des-igualdad el crecimiento económico sostenido, los programassociales consolidados y duraderos y la difusión de una culturaincluyente que brinde oportunidades a todos los ciudadanos. Encontraste, entre los factores que han reproducido o incrementa-do la desigualdad en este período pueden mencionarse las crisiseconómicas recurrentes, la inestabilidad política, el despojo fi-nanciero y, sobre todo, la fragilidad de las instituciones del Esta-do del Bienestar.

En los primeros años del nuevo milenio se ha presentadouna coyuntura favorable para muchos países latinoamericanos,debido al alza de los precios internacionales de materias primasque exporta la región: petróleo, minerales, diversos productosagrícolas. Esto se ha traducido en ingresos adicionales, creci-miento económico y, en algunos casos, en la expansión de losgastos estatales en salud, educación, obras sociales y redistribu-ción de recursos hacia sectores pobres, en especial con el ascen-

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so de gobiernos de izquierda. Los avances más significativos sepresentaron en Argentina, donde la pobreza disminuyó del 45,4% en 2002 al 26 % en 2005. Hay que recordar que este país veníade una crisis muy grave que provocó un empobrecimiento súbi-to, que comienza a ser revertido. En Venezuela, con el alza de losprecios del petróleo y los extensos programas sociales del go-bierno de Chávez, la pobreza se redujo del 48,6 al 37,1 % en elmismo período. Asimismo, Colombia, Ecuador, México y Perúpresentaron disminuciones de cuatro puntos (CEPAL, 2006). Noexisten todavía cifras que permitan evaluar con precisión los efec-tos que esto ha tenido sobre la desigualdad, pero es probable queen algunos países haya disminuido un poco. Sin embargo, setrata hasta el momento de circunstancias coyunturales, los pre-cios de las materias primas pueden volver a bajar y las medidasredistributivas parecen depender de la voluntad política de algu-nos gobernantes. Si no se logra un crecimiento económico soste-nido en la competitividad y, a la vez, acuerdos que den solidezinstitucional a políticas sociales de largo plazo, difícilmente sepodrán erradicar las enormes desigualdades en la región.

América Latina ha entrado en el siglo XXI sin poder resolverla asignatura pendiente de la igualdad. Muchas zonas y numero-sos grupos sociales se han quedado atrás en el viraje hacia laglobalización, las viejas fracturas sociales se están reproducien-do bajo las nuevas condiciones de economías volcadas hacia elexterior. Pero los latinoamericanos no contemplan de manerapasiva estas circunstancias. La gente interpreta esa situación yactúa frente a ella. Los grupos subalternos han tratado de inser-tarse en los flujos globales, mediante distintas alternativas quevan desde la migración nacional e internacional, el autoempleoy la incorporación a actividades exportadoras, hasta la partici-pación en diversos movimientos sociales y políticos. Las últimasdos secciones de este capítulo analizan la manera en que los lati-noamericanos, en particular aquellos que viven en el lado másdesventajoso de la sociedad, perciben y confrontan las desigual-dades.

4.2. Desigualdades imaginadas: la disputapor la legitimidad de la apropiación-expropiación5

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La religión es sociológicamente interesante no por-que, como lo sostendría el vulgar positivismo, des-criba el orden social (que en la medida en que lodescribe lo hace no sólo muy oblicuamente sino muyincompletamente), sino porque, lo mismo que elambiente, el poder político, la riqueza, las obliga-ciones jurídicas, los afectos personales, lo modela.

CLIFFORD GEERTZ, La interpretación de las culturas(1991 [1973]: 113)

Parafraseando a Clifford Geertz, puede decirse que las imá-genes que los agentes tienen sobre la desigualdad no describenlas causas y los procesos que la generan (si lo hacen, lo hacen demanera indirecta y sesgada). Sin embargo, estas imágenes mo-delan la desigualdad, son importantes para entender cómo seexperimenta la inequidad, de qué manera se legitima o cómo esresistida y desafiada. Son intervenciones simbólicas que incidensobre las relaciones de poder y sobre los procesos que configu-ran las desigualdades. Para entender y combatir las desigualda-des materiales también hay que comprender las desigualdadesimaginadas.

El estudio de las representaciones sociales de la desigualdadarroja luz sobre las disputas simbólicas en torno a la distribu-ción de los beneficios y las cargas en una sociedad. Estas repre-sentaciones evalúan, en forma siempre polémica, la legitimidadde las apropiaciones de la riqueza. Califican la situación de cadaindividuo y grupo social como justa o injusta, normal o extraor-dinaria, aceptable o condenable, legal o ilegal, merecida o inme-recida. Permiten vislumbrar los siempre cambiantes umbralesde tolerancia a la desigualdad.

La desigualdad es un fenómeno complejo, relacional, pro-ducto de la articulación de muchos procesos. Sin embargo, parapensarla y actuar frente a ella, los agentes recurren a imágenes orepresentaciones más sencillas, que destacan algunos procesoso subrayan algunos factores. Además, los sujetos mezclan razo-nes y emociones, conscientes e inconscientes, sus representacio-nes reflejan esa complejidad interna.

Las disputas sobre la legitimidad de las apropiaciones-expro-piaciones de cada agente se está dando principalmente en tornoa tres ejes: el esfuerzo empleado, el valor de los distintos sereshumanos y la inserción en el mundo moderno. En el análisis de

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cada uno de estos ejes mencionaré brevemente algunas imáge-nes legitimadoras de las desigualdades, para después dedicarmayor atención a las representaciones críticas que se contrapo-nen a ellas.

La des-legitimación de la riqueza: ¿fruto del esfuerzoo del despojo?

¿Qué es lo poquito que yo tengo? De mi fardo, elhueco de mi manto, por donde quiera cogen: me lovan quitando. Se hizo, se acabó el habitante de estepueblo.

«Relación de la Conquista, por informantesanónimos de Tlatelolco (1528)», en LEÓN PORTILLA

(1985 [1959]: 155)

Pero la pobreza es el resultado de una cultura. De-bemos entender que las gentes son pobres no por-que no tengan dinero. No tienen dinero porque sonpobres, porque son miembros de la cultura de lapobreza. Que viven en un ambiente cuyas actitu-des hacia la vida son diferentes a las de los ambien-tes donde hay progreso y bienestar económico ysocial.

ADRIÁN LAJOUS, «La cultura de la miseria»(en Reyes Heroles, 1994: 24)

Las frases anteriores de Adrián Lajous expresan de maneranítida una de los argumentos centrales de las narrativas legiti-madoras de la desigualdad: la miseria de algunos es resultado deuna cultura de la pobreza, ajena al progreso y al esfuerzo parasobresalir. Esa cultura estaría marcada por la falta de seriedaden el trabajo, el alcoholismo, el dispendio y la propensión a lasfiestas. Antes se decía de manera más burda que los pobres eranflojos o borrachos, hoy se emplean argumentos más sofistica-dos: se alude a una diferencia de cultura. En los últimos años hacobrado fuerza una imagen políticamente correcta de la desigual-dad, que no hace juicios etnocéntricos sobre los pobres, peroinsiste en que la causa principal de la desigualdad es la diferen-cia en capital humano: los pobres tienen muy baja escolaridad,por eso sólo consiguen trabajos poco productivos, con ingresosmuy bajos. Esta imagen tiene el apoyo de investigaciones de cor-

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te estadístico, que muestran que la variable educación es la quetiene mayor correlación con el ingreso. Se alude a la cultura y ala falta de capital humano, pero sin mencionar los procesos so-ciales que construyen las desigualdades. El argumento comple-mentario es que la riqueza es fruto del empeño en el estudio y eltrabajo, así como de los riesgos que implica la inversión. De estamanera las desigualdades sociales aparecen como justa recom-pensa a los esfuerzos desplegados: los pobres merecen su pobre-za por estudiar poco y trabajar con desgana, mientras que losricos ven recompensados su disciplina y sacrificio. Esto natura-liza la desigualdad: se presenta a los pobres como actores pasi-vos, sometidos a leyes tan ineludibles como las de la naturaleza,o como poseedores de rasgos sociales y éticos que les cierrantoda posibilidad de modificar su situación. Se podría decir queestas imágenes legitimadoras de la desigualdad siguen una pers-pectiva lockeana (de John Locke): la riqueza o pobreza de cadaquien es el fruto de su trabajo. En contraposición con ellas, exis-ten imágenes críticas que se acercarían más a una mirada proud-honiana (de Proudhon): la propiedad es un robo. En la versiónlatinoamericana, las imágenes proudhonianas se alimentan enla ubérrima narrativa del despojo.

En una bella película uruguaya, llamada Corazón de fuego(Diego Arzuaga, 2002), tres viejos ex trabajadores ferrocarrile-ros, enfermos de Alzheimer, de hipertensión arterial y de nostal-gia, secuestran una locomotora que está a punto de ser vendidaa Hollywood.6 Colocan en la locomotora una manta con la leyen-da «El patrimonio no se vende» y recorren, orgullosos de su ex-propiación, las vías férreas uruguayas. Siguen a todo vapor, has-ta que la inepta y corrupta policía, espoleada por el ambiciosodueño de la locomotora, logra conducirlos hasta una vía ciega.Pero, para ese momento, todo el país se ha enterado de la haza-ña de los heroicos viejitos y los campesinos del lugar no permi-ten que el empresario se lleve la locomotora. El filme es unainversión simbólica de las privatizaciones que ocurrieron enAmérica Latina durante los años ochenta y noventa, una especiede expropiación cinematográfica, en solidaridad con los senti-mientos de impotencia y rabia de quienes se opusieron a dichasprivatizaciones.

Otra película, La estrategia del caracol (Sergio Cabrera, 1994),presenta una trama similar.7 En ella, los inquilinos de uno de los

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barrios pobres de Bogotá defienden la casa en la que viven cuan-do el propietario, un millonario sin escrúpulos, amenaza condesalojarlos. Cansados de pelear con jueces y policías, los veci-nos ponen en práctica una ingeniosa estrategia, ideada por unviejo anarquista español: deciden trasladar la casa, ladrillo porladrillo, pieza por pieza y mueble por mueble, a otro lugar. Algoque sería imposible en la práctica, cobra vida en el realismomágico del filme.

Estas dos películas ilustran una de las representaciones críti-cas de la desigualdad más difundidas en América Latina: la ima-gen del saqueo y el despojo. Para muchos latinoamericanos, ladesigualdad se explica por la extracción arbitraria de riquezasde la que ha sido objeto la región desde la época de la conquista,que se prolongó después de la independencia y que continúa hoy.Miguel León Portilla recogió en su libro Visión de los vencidosuna de las expresiones más antiguas de estas representaciones,generada durante la conquista de México, la que sirve de epígra-fe a este apartado. De acuerdo con esta imagen, la historia deAmérica Latina sería una historia de saqueo y explotación de losrecursos naturales, de las minas, del petróleo y, en fechas másrecientes, de los ahorros y del patrimonio cultural y turístico. Enel imaginario latinoamericano ha dejado una huella profundauna larga historia de saqueos, abusos y casos de corrupción. Noen vano se han vendido tantos ejemplares (más de 70 ediciones)de un libro que se llama Las venas abiertas de América Latina,que tiene pasajes como éste:

Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el des-cubrimiento hasta nuestros días, todo se ha transmutado siem-pre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como talse ha acumulado y se acumula en los centros de poder. Todo: latierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hom-bres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos natu-rales y los recursos humanos [Galeano, 1971: 4].

Estas imágenes se asocian, con frecuencia, con la idea de queel saqueo está acompañado de corrupción, por lo que despiertanamplio rechazo ex gobernantes identificados con notorios actosde corrupción, como Carlos Menem de Argentina, Fernando Colorde Mello de Brasil, Alberto Fujimori en Perú o Carlos Salinas deGortari de México. En el otro extremo, en el imaginario de las

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clases medias y populares latinoamericanas suscitan fascinaciónlos personajes justicieros como Pancho Villa, César Augusto San-dino, el Che Guevara o Chico Mendes, identificados con la luchaheroica contra el despojo, la explotación y la arbitrariedad.

De acuerdo con estas representaciones sociales, los villanosson personajes poderosos, extranjeros o nacionales, que se enri-quecen por medio de engaños, robos, violencia y corrupción: elextranjero que compra por medio de engaños y triquiñuelas paradespués hacer una fortuna, el empresario de la capital que so-borna a los funcionarios públicos para hacer el gran negocio, elcacique local que maltrata a los pobres de la región, el gobernan-te que saquea las arcas de la nación, etc. Con frecuencia se recu-rre también a conceptos impersonales para designar a los culpa-bles del saqueo: «la oligarquía», «los políticos corruptos», «elimperialismo yanqui» o «las empresas transnacionales». En losúltimos años las nociones de «neoliberalismo» y «globalización»han sido utilizadas para designar las causas de la explotación, ladesigualdad y la miseria.

Son imágenes cargadas de una gran fuerza simbólica, frutode la memoria histórica y de su constante reiteración en la vidacotidiana y en canciones, leyendas, películas, telenovelas y dis-cursos políticos.

En México, después de la crisis financiera que estalló en di-ciembre de 1994, muchas personas tuvieron la sensación de ha-ber sido robados por la banca y el gobierno. Se crearon diversasorganizaciones de deudores de la banca, la más famosa de ellasse llamó «El Barzón», organizada por campesinos y productoresagrícolas, en alusión a una canción popular que, en forma iróni-ca, relata las desventuras de un campesino frente a las arbitra-riedades de su patrón. Esta canción es una parábola del despojoque durante décadas han experimentado los campesinos mexi-canos, y fue utilizada como herramienta simbólica para deslegi-timar un nuevo saqueo, en este caso financiero.

En los últimos años, la expresión más intensa de las imáge-nes latinoamericanas contra el despojo ha sido, quizás, la que seprodujo en Argentina a finales de 2001 y principios de 2002.«Vendieron hasta las joyas de la abuela», fue una frase que seescuchó para referirse a las privatizaciones realizadas por el go-bierno de Carlos Menem. Para muchos argentinos, la sensaciónera que se trataba de una enorme expropiación de la riqueza

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pública, que había ido a parar a manos privadas, muchas vecesmediante procedimientos ilícitos. A finales de 2001 se instru-mentó el tristemente célebre «corralito», que inmovilizó los de-pósitos bancarios de la mayoría, al mismo tiempo que permitióque especuladores, bancos y grandes capitales financieros saca-ran sus dólares a tiempo. Se completó así uno de los grandesdesfalcos de la historia latinoamericana reciente, y la mayoríadel pueblo argentino lo interpretó como un despojo, como unatropello, al que respondió con indignación y rebeldía civil de talintensidad que obligó a renunciar a varios presidentes de la re-pública en el lapso de unas cuantas semanas.

En septiembre y octubre de 2003, en Bolivia tuvieron lugarenormes manifestaciones públicas, a consecuencia de las cualesse produjo el 17 de octubre la renuncia del presidente GonzaloSánchez de Losada. Las causas que provocaron el movimientofueron diversas, pero el detonante fue un proyecto para cons-truir un gasoducto de 5.000 millones de dólares para exportargas natural a Estados Unidos y México, a través de Chile, paísque es visto como enemigo desde la guerra de 1879, cuando Bo-livia perdió la salida hacia el océano Pacífico. Los opositores sequejaron de la corrupción y de que los pagos de regalías seríanmuy bajos, argumentando que el proyecto le daría más benefi-cios a los extranjeros que a los bolivianos. Luis Alberto Javier, unjoven plomero participante en las manifestaciones, señaló:

Nosotros hemos exportado siempre nuestros recursos natura-les, como la plata y el estaño, para otros, de modo que ellos sehacen ricos y nosotros nos quedamos pobres. Ese gas debe que-darse aquí para crear empleos en Bolivia para los bolivianos, enlugar de ser vendido afuera, en especial a través de Chile.8

En ese mismo contexto, una mujer aymara dijo: «La riquezasiempre se ha ido del país y enriquecido a los extranjeros, enlugar de quedarse aquí para mejorar nuestras vidas. Pero nopodemos permitir que pase esta vez con el gas».9 La inestabili-dad política continuó en Bolivia durante 2004 y 2005, y a lo lar-go de todo este período prosiguió la discusión en torno al gas, alas regalías por su explotación, al papel de las compañías trans-nacionales y a la posibilidad de expropiar el recurso. Para mu-chos bolivianos, la idea es: estamos mal porque han venido otros

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a llevarse nuestras riquezas. El proceso culminó con el triunfode Evo Morales en las elecciones presidenciales de diciembre de2005. Sus discursos de campaña estuvieron llenos de críticas aldespojo de tierras y al saqueo de los recursos naturales, así comode las promesas, cumplidas en los primeros meses de su gobier-no, de expropiar los hidrocarburos y devolver tierras a los cam-pesinos. En este país, la imagen del despojo ocupa un lugar cen-tral en el imaginario popular:

Si existe un sentimiento «profundo» que persevera en la memo-ria colectiva de amplias fracciones de las clases y capas popula-res en Bolivia, revitalizado por la escuela primaria y por el servi-cio militar obligatorio, es el de haber sido objeto de despojo, dedesmembramiento, de saqueo y de robo. No sólo que entre lafundación de la República en agosto de 1825 y los años treintadel siglo XX, Bolivia perdió más de la mitad de su territorio comoproducto de guerras y tratados diplomáticos, sino que durantela Colonia y la fase oligárquica vivió el vaciamiento de sus yaci-mientos de plata, estaño, petróleo y gas, y sus plantaciones degoma y de castaña, procesos incorporados en el bagaje culturalde amplios segmentos de los grupos sociales desposeídos de estepaís. Octubre de 2003 es ciertamente la reactualización de esta«memoria histórica del saqueo», representación subjetiva de losoprimidos respecto de la histórica modalidad primario-exporta-dora de acumulación de capital en Bolivia y de las guerras queredujeron su patrimonio [Orellana, 2006: 19-20].

Los acontecimientos de México en 1994-1995, Argentina en2001 y Bolivia en 2003 y 2005 son sólo algunos de los casos re-cientes más conocidos de indignación frente al despojo. Peroexpresiones similares se repiten con frecuencia, de país en país ya lo largo de la historia latinoamericana: se apoyan en una ima-gen persistente sobre la desigualdad en la región. Esta imagentiene, por supuesto, muchas variantes, un análisis detallado re-velaría las particularidades que se presentan en cada país o re-gión, así como las transformaciones que estas representacionessociales experimentan durante la historia. Pero hay característi-cas estructurales que persisten en muchas de estas narracionesde la desigualdad. Entre ellas destacan las siguientes:

— Aparece alguna figura extranjera o externa al grupo, co-munidad o país, quien se apropia de las riquezas (metales pre-

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ciosos, recursos naturales, tierras, patrimonio histórico o cultu-ral, trabajo, dinero, etc.). Esta figura puede ser personificadapor el conquistador español o portugués, el empresario inglés onorteamericano, el ambicioso árabe, judío u oriental, la empre-sa transnacional, las maquiladoras, los banqueros, el BancoMundial o el Fondo Monetario Internacional. En ocasiones serecurre a fórmulas más abstractas, como el imperialismo, el neo-liberalismo o la globalización. Son figuras marcadas por la alte-ridad, que desde la distancia cultural pueden explotar, maltratary enriquecerse sin preocuparse por la miseria que dejan a supaso.

— Como socio, coadyuvante o instrumento de la figura ante-rior aparecen personajes políticos: presidentes, gobernadores,alcaldes, caciques, líderes sindicales, etc. Muchos de ellos tam-bién son figuras de alteridad, pero no todos, algunos son cerca-nos, por lo que se les ve como traidores, que han defraudado a sugrupo, a su clase o a su país.

— Con frecuencia incluyen elementos de conspiración y en-gaño. Hay oscuros complots para llevar a cabo el despojo y serecurre a diversas trampas o procedimientos ilícitos: fraudes,maquinaciones, documentos falsos, abusos de confianza, corrup-ción y un largo etc., que incluye desde el fundacional intercam-bio de espejitos por metales preciosos, hasta los sofisticados pro-cedimientos de los fraudes cibernéticos contemporáneos.10 Enuna célebre línea de la película argentina Un oso rojo (AdriánCaetano, 2002), el protagonista, un ex convicto que comete unrobo para darle el dinero a su hija y a su ex esposa, exclama:«Toda la plata es afanada» (Todo el dinero es robado). La viejaafirmación de Proudhon, de que la propiedad es un robo en-cuentra ecos en la creencia, compartida por muchos latinoame-ricanos, de que casi siempre las fortunas de los ricos de la regióntienen un origen oscuro, no son fruto de apropiaciones legíti-mas.

— Como opositores al despojo aparecen personajes heroicos:líderes justicieros y rebeldes incorruptibles, ya sean héroes po-pulares (Canek, Tupac Amaru, Emiliano Zapata, Sandino, Rigo-berta Menchú, etc.) o miembros de otros grupos sociales que sehan solidarizado con los pobres (Flora Tristán, Evita Perón, Ca-milo Torres, el subcomandante Marcos, Andrés Manuel LópezObrador). La imaginación popular, además de elevar a la catego-

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ría de mitos a personajes históricos de la región, construye otros,que aparecen en canciones, leyendas y películas, defendiendo alos pobres del abuso y el saqueo.

— Estas imágenes del despojo y la explotación tienen unafuerte carga moral y emotiva, no sólo describen o representanun proceso generador de desigualdades, sino que lo repruebandesde el punto de vista ético. Condensan la indignación median-te poderosos dispositivos simbólicos. Su fuerza y su durabilidadno sólo se explican porque dan cuenta de procesos realmenteexistentes, sino también porque interpelan a los sentimientos y alas convicciones morales.

— Las imágenes del saqueo deslegitiman la explotación, aldescalificar los medios que se utilizan para lograrla, ya que ha-cen énfasis en medios ilegales (robo, soborno) o ilegítimos (en-gaño, trampas, triquiñuelas). Señalan que las riquezas no fueronapropiadas de manera legítima, sino que fueron fruto de unaexpropiación.

— Estas imágenes sirven de contrapunto a otras, de sentidoinverso, que explican la desigualdad por una carencia o debili-dad de los pueblos latinoamericanos, ya sea en su trabajo o en sucultura. Frente a estas ideas, las imágenes del saqueo y el despo-jo des-culpabilizan a los pobres y, sobre todo, hacen recaer laresponsabilidad en otros sectores. Con frecuencia atribuyen lasdificultades de América Latina a un factor externo. Es difícil eldiálogo entre quienes sostienen estas imágenes contrapuestas,cada una invierte a los responsables y a las víctimas señaladospor la otra.

La polémica por el valor de las personas: ¿inferioridado discriminación?

Sí, porque ellos creen que si sos una persona queestás en la calle sos un disminuido social mental yde cuerpo. No, para nada para nada, yo soy bieninteligente, sé los derechos que tengo y hasta dón-de podés venir y hasta dónde voy yo, entonces: lamano está de más.

Alejandro, 31 años, analista de sistemas,vive en la calle, citado en IRENE VASILACHIS,

Pobres, pobreza, identidad y representaciones sociales(2003: 239)

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Y Gerónima dijo: «no quiero que me den una mano,quiero que me saquen las manos de encima».

Mujer mapuche, citada en ISABEL HERNÁNDEZ,Autonomía incompleta. El pueblo mapuche en

Chile y Argentina (2003: 208)

En la época colonial, la Iglesia católica discutió si los indíge-nas americanos tenían alma, polémica que serviría para definirsi podían ser esclavizados. Para entonces, los negros ya habíanperdido la batalla: su esclavitud era legalmente aceptada. Lasmujeres también eran vistas como inferiores. En la actualidadnadie dice abiertamente que las mujeres, los indios o los negrosno sean seres humanos, pero en forma velada prosiguen las dis-putas en torno al valor de las distintas personas. Uno de los ejescentrales de la legitimación de las desigualdades es la presenta-ción de los otros como personas de menor valía.

Una manera de minusvalorar al otro es infantilizarlo. Se pre-senta al pobre, al indígena, a la mujer o a cualquier otro sujetocomo menor de edad, como alguien incapaz de salir por sí mis-mo de su condición desventajosa (DESAL, 1969; Brunner, 1978).Se le concibe como un actor pasivo, incapaz, víctima de otros.Irene Vasilachis ha analizado algunos documentos del BancoMundial, en los que al hablar de los pobres se pone el acento enlos aspectos negativos: tienen escasas habilidades, bajo nivel deeducación, son más vulnerables al impacto de problemas, delito,violencia, alcoholismo y abuso de drogas, lo que reduce su pro-ductividad y obstaculiza el desarrollo de sus recursos humanos(Vasilachis, 2003: 39). Esta insistencia en sus carencias y limita-ciones lleva a programas de asistencia en los que otros actorestienen que salvarlos de su condición.

En ocasiones se usan argumentos culturales para rebajar alotro. Por ejemplo, la tesis de que la cultura iberoamericana es laculpable de la desigualdad en la región. Con frecuencia se com-para la historia de América Latina con la de las colonias ingle-sas, para concluir que hay algo malo en las culturas indígenas,africanas, española, portuguesa y en sus combinaciones, que danuna importancia desmedida al status y las jerarquías, en compa-ración con los «igualitarios anglosajones». De ahí se sigue que esinevitable una alta desigualdad en América Latina, ya que se lle-va en la cultura, casi como si se llevara en la sangre. La tesis deque «el subdesarrollo es un estado mental», de Lawrence Harri-

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son, es uno de los ejemplos más explícitos de dicha explicación.Otras veces, se ve lo indígena como causa última de la desigual-dad. Van Dijk (2003) ha mostrado la manera en que muchasrepresentaciones de la pobreza en la prensa de América Latinaestán teñidas de un discurso racista, que hace una autopresenta-ción positiva de la élite y una valoración negativa de los demás,en particular de los indígenas, que son catalogados como lasantípodas del progreso y la civilización. De acuerdo con estasimágenes, la desigualdad se justifica, porque en el fondo los in-dígenas no son iguales a los demás.

En contraposición a la idea de que los otros valen menos ymerecen menos, existen en América Latina otras representacio-nes sociales críticas de la discriminación. En este caso, el énfasisestá puesto en el trato injusto y la falta de oportunidades paraquienes son diferentes al grupo hegemónico. Son representacio-nes sociales que se forman en la intersección entre la inequidady la diversidad. En América Latina, los discursos sobre la discri-minación étnico-racial y de género han adquirido una fuerzanotoria durante los últimos 30 años. No es que antes no hubie-ran existido, tienen una larga tradición, como lo atestiguan di-versos testimonios recogidos por la historia feminista o innume-rables episodios de levantamientos étnicos a lo largo de la histo-ria de la región. Pero durante mucho tiempo habían estadosoterrados. Las denuncias sobre la discriminación en AméricaLatina existían, pero no trascendían. En cambio, hoy ocupan unlugar prominente en las discusiones públicas. En la mayoría delos países hay un reconocimiento constitucional de la multicul-turalidad y se han creado instituciones específicas para la pro-moción y atención de los derechos de indígenas, afrodescendien-tes y mujeres, si bien hay intensos debates al respecto. En estecontexto, han cobrado fuerza y se han difundido representacio-nes sociales acerca de la estigmatización y la falta de oportuni-dades que afrontan estos sectores de la población. De acuerdocon estas imágenes, sus desventajas se deben fundamentalmen-te a la discriminación de la que han sido objeto, tanto en el pasa-do como en la actualidad.

En el caso de la población negra, la memoria histórica deuna esclavitud no tan lejana (apenas poco más de 100 años enBrasil) y la persistencia de maltratos y estereotipos racistas ali-mentan la reproducción de un imaginario en el que la discrimi-

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nación es la afrenta principal. Como descripción científica, laimagen es limitada: la desigualdad que afrontan los negros ymulatos se debe también a muchos otros factores. Pero al con-centrar la atención en ese punto se ataca la parte más denigrantede la desigualdad experimentada por estos grupos: la de los pre-juicios y los estigmas. No es extraño, entonces, que estas imáge-nes hagan una recuperación de la herencia africana, a partir dela música y de otros productos culturales, para revalorar la ne-gritud y tratar de combatir la estigmatización (Casamayor, 2008;Yúdice, 2000).

Los grupos indígenas recurren al imaginario de la comuni-dad indígena tradicional, homogénea y armónica. Aunque éstano exista más —si es que acaso existió alguna vez—, se la recons-truye como muro de contención contra las políticas asimilacio-nistas, que ofrecen integración, pero a cambio de negar las iden-tidades indígenas. En el imaginario indígena tienen un papelimportante las representaciones del saqueo comentadas en elapartado anterior. Pero se añade la intromisión de los blancos ymestizos en la comunidad, la discriminación y la devaluación delas culturas indígenas. De ahí que las utopías indígenas igualita-rias estén pobladas de imágenes de recuperación de las tierrasoriginarias, de demandas de autonomía y de reforzamiento delas distinciones identitarias. Este tipo de utopías indígenas seencuentran en numerosas declaraciones de los mapuches, en lademanda de autonomía de los zapatistas de Chiapas o en el dis-curso del partido boliviano Pachakutik, encabezado por FelipeQuispe. En algunos casos derivan en posiciones fundamentalis-tas o cercanas al fundamentalismo, que invierten la tesis legiti-madora y sugieren que los indígenas son moralmente superioresa los mestizos y los blancos, pero en la mayoría de los casosreivindican el valor igual de todos los seres humanos, si bienafirman la diferencia y la identidad indígenas como una vía paracrear un ambiente más respetuoso de la diversidad cultural, enel que la igualdad pueda coexistir con la diferencia.

En el caso de las mujeres, ha adquirido una fuerza extraordi-naria la imagen de que las situaciones de desventaja que afron-tan se deben a la discriminación de género. Ésta se expresaría enun conjunto de prejuicios y prácticas que limitan las oportuni-dades de educación, empleo y participación en la vida política-cultural para las mujeres. Así, se hace énfasis en que personas e

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instituciones sobrevaloran los rasgos tradicionalmente considera-dos masculinos y devalúan las características que se han asocia-do con lo femenino, haciendo invisibles el trabajo doméstico delas mujeres y sus contribuciones a la familia y a la sociedad.

Irene Vasilachis estudió las imágenes que tienen de sí mis-mos los pobres urbanos de Buenos Aires. Ellos despliegan unaresistencia discursiva a ser identificados mediante las represen-taciones que otros han creado acerca de ellos. Se oponen a losestereotipos y homogeneizaciones que los descalifican (Vasila-chis, 2003). También destacan que son seres humanos, que noestán disminuidos, e insisten en sus capacidades, como Alejan-dro, citado en el epígrafe de este apartado, un analista de siste-mas desempleado, quien vive en la calle y recalca su inteligencia,su conocimiento acerca de sus derechos y se niega a quedar en-cerrado en las clasificaciones dominantes sobre quienes vivenen la miseria. Jeanine Anderson, después de estudiar durante 3décadas las trayectorias de vida de varias familias de un barriode Lima, señala el peligro de encasillar a sus habitantes como«pobres» o «desiguales», que simplemente tienen «estrategiasde sobrevivencia». En contraste, destaca que, como cualquierser humano, tienen proyectos de vida y de trascendencia (Ander-son, 2007).

Buena parte de las representaciones sociales críticas de ladiscriminación en América Latina tienen algunas de las siguien-tes características:

— Hacen énfasis en que la desigualdad de oportunidades quepadecen indígenas, negros y mujeres se debe fundamentalmentea ideas y prácticas discriminatorias.

— Invierten la escala hegemónica de valoración social: si éstasobrevalora todo aquello que se asocia con la población blanca ycon lo masculino, las representaciones sociales críticas de la dis-criminación realizan la operación inversa, resaltando el valor delas mujeres y de las culturas indígenas y afro-latinoamericanas.Al hacer esto, tratan de combatir los estigmas y eliminar la culpaque se atribuye a estos sectores. No siempre, pero en ocasionesestas imágenes los colocan como víctimas.

— Destacan la dimensión moral de la discriminación: se cen-tran en actitudes y prácticas machistas y racistas que perjudicana mujeres y grupos étnicos subalternos. Esto resta relevancia a

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aspectos impersonales y no intencionales de la desigualdad, peropermite centrar las baterías de la crítica en comportamientos,prácticas, discursos y actitudes que resultan particularmenteofensivos a la dignidad de las personas discriminadas.

— Para adquirir mayor fuerza simbólica y emotiva, estasimágenes tienden a mezclar y sintetizar la discriminación pre-sente y la discriminación pasada. Un acto contemporáneo dediscriminación es visto como la expresión y actualización de unalarga historia de afrentas, independientemente de que en ellashayan intervenido sujetos distintos a los que participan de lainteracción presente. Pudiera decirse que hay una asincroníaentre las imágenes y la situación actual, ya que la mayoría de lasrepresentaciones tienen un fuerte apoyo en acontecimientos delpasado. Pero esta asincronía desempeña un papel relevante: buscaajustar cuentas con la historia, trata de restañar heridas que nohan cicatrizado, cierra ciclos que quedaron abiertos durante dé-cadas o siglos. De ese modo, puede producirse un proceso deabreacción, mediante dramatizaciones postraumáticas que rea-lizan un trabajo de resolución social de afrentas del pasado, quepuede incidir sobre la correlación de fuerzas en el presente (Pé-rez Melgoza, 2004).

— Estás imágenes cuestionan la legitimidad de la actual dis-tribución de recursos: la apropiación que han hecho los otros esindebida, porque se ha basado en los prejuicios, la discrimina-ción y la estigmatización. La eliminación de la discriminaciónerosiona los monopolios étnicos y de género, además de que tie-ne un valor ético en sí misma. Sin embargo, queda la pregunta:¿basta erradicar la discriminación para que desaparezca el aca-paramiento de oportunidades?

Batallas imaginarias en torno a la inserción en el mundomoderno. Representaciones de la exclusión y la desconexión

Yo me reflejo ahí en esa foto [una fotografía de unzapato de tenis tirado en el agua] porque es comosi yo estoy abandonado ahí. Muchas veces estuveabandonado, nadie me agarraba y nadie me sacabade esto, de esa agua sucia. Yo estoy como si fuera eltenis y esto es [señala el agua] las drogas, la corrup-ción, todo eso donde yo estoy metido. Por eso latomé.

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Toño, 18 años, vive en la calle, citado enSARA MAKOWSKI, Memorias desde la intemperie

(2004: 84)

En un brillante texto de 1978, José Joaquín Brunner analizócómo la reconstrucción cultural de la imagen del pobre ocultabalas huellas de la desigualdad social: «Forma de apropiación de lapobreza por la cultura, la asistencia convierte al pobre en soco-rrido: es el hermano de la caridad de antaño, y el subsidiado delpresente» (Brunner, 1978: 7). Al presentar al pobre como margi-nado, como alguien que necesita ser integrado mediante las ac-ciones pedagógicas y asistenciales, se lleva a cabo un doble des-plazamiento: se estigmatiza al pobre y se pierden de vista lasrelaciones de dominación que generan la pobreza. Por arte demagia discursivo, el vínculo entre pobreza y desigualdad des-aparece. Ésta es una característica común a muchas imágeneslegitimadoras de la desigualdad: suprimen simbólicamente ladesigualdad, sustituyéndola por términos menos compromete-dores, como pobreza y marginación. Esas representaciones des-cargan en los pobres la culpa por su situación y envuelven enhumo los procesos que generan las asimetrías sociales.

Una manera de legitimar la desigualdad es argumentar queuna parte de la población está atrasada porque no se ha inserta-do en el mundo moderno. Con frecuencia se equipara lo indíge-na o lo popular con lo atrasado o lo tradicional, para de ahí deri-var la idea de que los indígenas y los pobres están en situacionesadversas porque no se han modernizado, porque sus costum-bres les impiden progresar. No puede verse a los pobres comosujetos modernos (Warren y Jackson, 2002). Esa falta de moder-nidad los deja al margen de las instituciones sociales. Las teoríasde la marginalidad disculpan al sistema por la pobreza, ya quearguyen que la miseria se debe a que algunos grupos están fuerade la sociedad, así que para que desaparezca lo único que hayque hacer es integrar a los pobres. La teoría de la exclusión tratade evitar esa interpretación, analizando los procesos y mecanis-mos sociales que generan la exclusión, pero con mucha frecuen-cia se usa el concepto de «excluidos» como sinónimo de margi-nados, de los que están fuera de la sociedad. La variante contem-poránea de este argumento es señalar que los pobres son pobresporque no se han incorporado a la globalización.

Una famosa película de Luis Buñuel, Los olvidados, filmada

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en México en 1950, merecería ser reconocida como pionera enel planteamiento del tema de la exclusión social.11 Como sucedemuchas veces, la sensibilidad de los artistas se adelanta a lasdiscusiones de los científicos. El gran acierto de la mirada deBuñuel fue no descargar en los excluidos la culpa de su situa-ción: sus personajes aparecen envueltos en la fatalidad de proce-sos que los desbordan, más que culpables, son olvidados por unasociedad que no ofrece alternativas dignas de vida para muchosde sus miembros. Pese a esa fatalidad, son personajes con capa-cidad para soñar. Buñuel hace una crítica cinematográfica de unsistema social que vende sueños que no se cumplen para todos.Muchas representaciones sociales críticas de la exclusión com-parten el talante des-culpabilizador de la película de Buñuel.Frente a las voces que achacan a los marginados la responsabili-dad de su marginación (por su cultura, por su falta de capaci-dad, por su escasa escolaridad, por no ser trabajadores califica-dos, por sus actitudes frente a la vida, por no ser modernos, porestar «fuera» de la sociedad, por no integrarse a la globalización,etc.), estas imágenes insisten en los procesos de exclusión queoperan en la sociedad para arrojarlos hacia situaciones indignasy desventajosas.

En América Latina, desde la década de los años sesenta delsiglo XX ya se podía observar que un sector importante de lapoblación económicamente activa no encontraba acomodo en elempleo formal. Se comenzaron a utilizar entonces los conceptosde cultura de la pobreza y marginalidad, con frecuencia parasugerir que el problema no estaba en la sociedad, sino en quie-nes estaban al margen de ella, encerrados en el círculo vicioso dela miseria.12 Sin embargo, estos conceptos generaron ampliosdebates en los años siguientes, ya que otros autores sostuvieronque la dinámica estructural de las sociedades latinoamericanasera la que producía la marginalidad (Brunner, 1978; Cardoso,1970; Nun, 1969; Quijano, 1969). La exclusión laboral se hizomás evidente después de las crisis de los ochenta y de la contrac-ción del sector público y del empleo formal a partir de los añosnoventa. En ese contexto, las viejas discusiones sobre la margi-nalidad reaparecieron en torno al tema de la exclusión.

De acuerdo con las imágenes críticas de la exclusión, la socie-dad —en particular los gobiernos y las grandes empresas— haolvidado su responsabilidad hacia la mayoría de la población,

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no se ha preocupado por crear empleos o por ofrecer las condi-ciones adecuadas para que los más pobres tengan alternativasde vida dignas. Como dice una canción brasileña: «No somosmarginales, sino marginalizados, la sociedad nos ha hecho mar-ginales». Las representaciones sociales de abandono y exclusiónexpresan los contrastes cada vez más marcados entre quienestienen buenos trabajos en sectores dinámicos de la economía yquienes no tienen empleo o subsisten en actividades de baja pro-ductividad y bajos ingresos.

A la vuelta del siglo se ha agregado una nueva connotación alas representaciones de la exclusión: la idea de la desconexión,de no estar enlazado a algo importante (Boltanski y Chiapello,2002). En el sentido más literal, sería no estar conectado a lascomputadoras y a Internet, quedar fuera de ese mundo hiper-moderno y de todas las realidades y fantasías de riquezas, presti-gio, poder, diversión y relaciones sociales que se asocian con él.Muchas veces también se expresa en estar desconectad@ demuchas otras nuevas tecnologías (el teléfono celular, la televi-sión por satélite, la fotografía digital, el diskman, la música enformato MP3, etc.). En un sentido más amplio, significa estardesvinculado de las redes económicas y simbólicas de la globali-zación, en particular de los beneficios que se derivan de ellas.Surgen así representaciones que enlazan las desigualdades per-sistentes (de clase, de género, de etnia y raza, de lugar de resi-dencia) con las nuevas disparidades de la sociedad-red y de laglobalización. L@s desconectad@s son, la mayoría de las veces,los excluidos de siempre.

Rosalía Winocur exploró los imaginarios de quienes no tie-nen acceso a Internet. Para ellos, la carencia de computadorases percibida como una limitación grave, similar a una discapaci-dad física, como comenta una señora de un barrio marginado deCiudad de México: «Pues así como veo la vida yo pienso que elque no tenga una computadora va a ser como si no tuviera unamano, porque yo pienso que más adelante ya nadie va a ser na-die si no tiene una computadora» (Winocur, 2004: 38).

Por su parte, Sara Makowski trabajó con niños y adolescen-tes que habitan en las calles y plazas del centro histórico de Ciu-dad de México, proporcionándoles cámaras para que ellos mis-mos retrataran y filmaran sus vidas. El resultado fueron imáge-nes vivas y dramáticas que muestran los maltratos, los estigmas

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y las manipulaciones que padecen, pero también las múltiples eingeniosas estrategias que despliegan para vivir y permaneceren el corazón simbólico del país, con altos costos de sufrimientosocial (Makowski, 2004).

Entre las características de las imágenes populares de la ex-clusión y la desconexión se pueden mencionar las siguientes:

— Se hace énfasis en el carácter procesual de la exclusión y elempobrecimiento, es decir, se trata de des-esencializar y des-na-turalizar el hecho de ser pobres o excluidos, para presentarlomás como una situación existencial, resultado de un procesosocial y no de una limitación inherente a las personas.13

— Se insiste en que la exclusión y la desconexión no se debena falta de interés, de esfuerzo o de capacidades, sino a falta deoportunidades de empleo y de recursos económicos. En ese sen-tido, sirven de contrapunto a las versiones legitimadoras de lamarginación, desafían los estereotipos y los estigmas que caensobre los excluidos. Para ello, utilizan metáforas que hacen énfa-sis en la distancia, el olvido, el abandono y la estigmatización.

— En ocasiones, estas representaciones sociales destacanaccidentes, enfermedades, situaciones adversas o acciones deotros, con el fin de recalcar que la falta de empleo no se debe aque no quieran trabajar, sino a que fueron despedidos o se lesnegaron las posibilidades de estudiar.

— Estas imágenes apoyan estrategias de inclusión y conexión:búsqueda de trabajo, prácticas de autoempleo en la economíainformal o intentos de acceder a algunos de los artefactos gene-rados por las nuevas tecnologías, en particular los de preciosmás accesibles y que requieren menos capital educativo, comolos teléfonos celulares. También impulsan la búsqueda de dispo-sitivos populares para conectarse con el mundo de las computa-doras e Internet. En ocasiones, las imágenes de la exclusión ali-mentan discursos políticos en movilizaciones de protesta. Sinembargo, a diferencia de las imágenes de la explotación y de ladiscriminación, las representaciones de la desconexión encuen-tran mayores dificultades para señalar a los responsables con-cretos de la exclusión, ya que muchas veces esta responsabilidadse encuentra difuminada entre muchos agentes o es fruto demuchas omisiones y olvidos, más que de las acciones de un agenteespecífico. Por ello se dirigen contra organismos más imperso-

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nales como el gobierno, el Banco Mundial, el Fondo MonetarioInternacional o «los ricos».

— Algunas de estas imágenes pueden estar teñidas de fatalis-mo y desesperanza. En la película brasileña Ciudad de Dios (Fer-nando Mireilles, 2002), entre los niños de la favela que partici-pan en las redes de distribución de droga se oyen frases como:«¿Crees que trabajando vas a ganar dinero?» o «La honestidadno compensa». Pareciera que en el cine latinoamericano de losúltimos años hay una corriente de neo-realismo que, a diferen-cia del realismo mágico, muestra con crudeza una realidad lati-noamericana cruzada por relaciones de dominación, en la queno hay magia, sino explotación y violencia.

— Con frecuencia estas imágenes asocian un proceso socialgenerador de desigualdades (el proceso de exclusión y desco-nexión) con la carencia de un dispositivo físico que permite laconexión (una carretera, el teléfono, la computadora, Internet).Esta «fetichización» de la conexión y la desconexión pierde devista las relaciones sociales que explican las desigualdades, peroal mismo tiempo puede ser parte de una estrategia para conse-guir el acceso a un recurso que permite, material y simbólica-mente, la inclusión.

— Estas imágenes vinculan la exclusión y la desconexión conalgunas actitudes que las propician: la negligencia, el abandonoy el olvido por parte de las autoridades del gobierno y la avariciade los empresarios. El recurso a la ética política permite legiti-mar las demandas de inclusión y dirigirlas hacia un ente especí-fico. Pese a la indudable utilidad de esta vinculación, queda enpie la pregunta de si empresarios con buenas intenciones y ungobierno diligente que no se olvide de los excluidos son suficien-tes para revertir la exclusión.

¿Para qué sirven las desigualdades imaginarias?

Toda relación social realizada coexiste en el pensa-miento con otras relaciones sociales posibles; éstastienen un número limitado y están siempre marca-das por las relaciones sociales concretas de que sediferencian y a las que incluso a veces se oponen enel plano de las ideas. No obstante, sería un erroroponer lo real a lo posible, puesto que lo posibleforma parte de lo real. En efecto, una relación so-

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cial no puede comenzar a existir «realmente» o atransformarse sin que nazcan al mismo tiempo otrasformas sociales posibles que, lejos de ser inertesdentro del pensamiento, la «trabajan» constante-mente y, a través del pensamiento, actúan dentrode y sobre esa relación.

MAURICE GODELIER, Lo ideal y lo material(1989: 202-203)

El estudio de las desigualdades imaginadas ayuda a compren-der las experiencias y las perspectivas de los agentes sociales quelas viven día a día, así como sus esfuerzos para legitimarlas odeslegitimarlas. Las imágenes de la desigualdad tienen valor nopor lo que describen, sino por lo que provocan. No constituyenun inventario riguroso de los procesos de explotación, acapara-miento de oportunidades y exclusión en América Latina, peropueden ayudar a la comprensión de los mapas mentales de quie-nes los padecen. Son dispositivos culturales para lidiar con eldespojo, para revertir los estigmas étnicos y de género y paraexplorar vías de inclusión. Son herramientas que usan los suje-tos para combatir en la arena de la legitimación de las apropia-ciones.

Tomadas en conjunto, hay varios elementos de confluenciaentre las representaciones críticas de la desigualdad:

1. Sintetizan procesos sociales complejos en imágenes senci-llas, cargadas de dramatismo, de elementos emotivos y éticos: elsaqueo, la discriminación y el olvido. Al centrarse en los aspec-tos más visibles y enojosos de la desigualdad, facilitan la comu-nicación, al mismo tiempo que pueden transformar agravios enreclamos y, bajo ciertas circunstancias, en acciones y protestas.Aun cuando no generen prácticas reivindicativas, estas imáge-nes operan como mecanismos de des-legitimación de los privile-gios y de las jerarquías, presentándolos como fruto de la corrup-ción, la discriminación, el abuso y otras malas artes.

2. Recurren a los cofres de la memoria histórica para recupe-rar imágenes de fácil identificación: el abuso de las potenciascoloniales, el maltrato hacia los indígenas, la esclavitud de losnegros, el saqueo de riquezas naturales. Sobre esa base, inter-pretan los agravios contemporáneos.

3. En ocasiones, las imágenes de la desigualdad presentan

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anacronismos o desfases temporales: son discursos de otra épo-ca que corresponden poco a las realidades actuales. La idealiza-ción de la comunidad indígena aislada y homogénea sería unejemplo de ese desfase, pero existen muchos otros, como la cons-tante recurrencia a las narrativas del saqueo colonial y la esclavi-tud. Estos desfases temporales tienen una eficacia simbólica ypolítica: permiten ajustar cuentas con los fantasmas del pasadoy tratan de cerrar heridas no cicatrizadas. El carácter traumáti-co que tuvieron la conquista, la esclavitud, la discriminación ydiversos procesos de exclusión provocan la constante reiteraciónde estas imágenes.14 Además de este valor terapéutico para pro-cesar el pasado, pueden incidir sobre la correlación de fuerzasen el presente. No obstante, la asincronía entre las imágenes ylas circunstancias actuales es problemática. El despojo y la co-rrupción todavía son moneda corriente, pero no toda la desigual-dad pasa por ahí, buena parte de ella transcurre por canalesmenos dramáticos y más rutinarios, aunque igual de eficaces.Es necesario trascender las imágenes que ubican a los pobres yexcluidos como víctimas. El viejo arsenal de representaciones ydiscursos sobre la explotación y la discriminación requiere elcomplemento de armas novedosas, que ayuden a pensar nuevascaras de la pobreza, la exclusión y la desconexión. Del mismomodo que los analistas tenemos que repensar las desigualdades,también tienen que hacerlo los actores sociales.

4. En muchos casos las imágenes críticas des-culpabilizan aquienes ocupan posiciones subordinadas en las relaciones dedesigualdad. De esa manera se oponen a las narrativas que atri-buyen la desigualdad a las culturas latinoamericanas, a los vi-cios y carencias de los pobres, a la supuesta inferioridad de lasmujeres, los indígenas y los negros o a la apatía de los excluidos.Con frecuencia, las substituyen con una narrativa inversa, desdeabajo, que atribuye toda la culpa a los poderosos y libra de res-ponsabilidad a los sectores populares, quienes aparecen comovíctimas o como héroes. Ambas narrativas, la legitimadora y lacrítica, tienden a ofrecer visiones unilaterales de la desigualdad.También tienen problemas para ubicar la agencia de los actores:a veces la niegan y a veces la exageran.

5. Por lo general, se centran en los aspectos intencionales dela desigualdad, en particular en acciones u omisiones de los po-derosos que son susceptibles de una crítica ética o legal: actos de

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corrupción, expresiones de racismo o machismo, arbitrarieda-des. Este énfasis tiene la virtud de destacar aquellos actos quepudieron haberse evitado si el gobierno, los ricos y los podero-sos hubieran actuado de otra forma, si hubieran tomado en con-sideración a la mayoría de la población o a los sectores domina-dos. Apuntan hacia medidas igualitarias que están al alcance dela voluntad política. No obstante, con frecuencia caen en las tram-pas del voluntarismo, dicen poco acerca de los procesos no in-tencionales, que también juegan un importante papel en la gene-ración de desigualdades.

6. Hay un fuerte componente estadocéntrico en las represen-taciones críticas de la desigualdad. Se atribuye al Estado la ma-yor parte de la culpa en su generación y también se espera de élque constituya el principal componente en su resolución. Pese aque en la mayoría de los países de América Latina el Estado delBienestar nunca se consolidó, sigue siendo fuerte la expectativade que el gobierno desarrolle algún amplio programa de comba-te contra la pobreza, la desigualdad y la marginación. Pero estaesperanza aparece más teñida por las experiencias del populis-mo clientelar que por un reclamo de derechos en clave de equi-dad ciudadana. Esto es así, pese a que en las últimas décadashan surgido otro tipo de discursos más civilistas, que enfatizanel lenguaje de los derechos y obligaciones de la ciudadanía (Ec-kstein y Wickham-Crowley, 2003a; Korzeniewicz y Smith, 2000).

7. Muchas representaciones críticas de la desigualdad tienenun componente utópico: imaginan futuros diferentes, con rela-ciones más equitativas, en los que los grupos indígenas viven encomunidades autónomas idílicas, los negros reconstruyen Áfri-ca en América, los saqueadores son saqueados y los excluidoscrean redes económicas que dan trabajo digno a todos. Comodice Sergio Cabrera, el director colombiano de la película Laestrategia del caracol: «El cine puede ayudar a acariciar la uto-pía».15 Estas construcciones utópicas no deben ser entendidasliteralmente, no son proyectos viables sustentados en descrip-ciones objetivas y en planes rigurosamente diseñados. Son, comoha dicho Esteban Krotz, «laboratorios de vida feliz» (Krotz, 2003),expresiones de la diversidad cultural, construcciones político-simbólicas que permiten imaginar alternativas distintas y, desdeahí, actuar sobre el presente. Son como el fantasioso intento delos protagonistas de La estrategia del caracol de trasladar su casa

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a otro lugar o como el secuestro de la locomotora en la películaCorazón de fuego: aparentemente eran carreras sin destino, queterminarían en callejones sin salida. Pero, al atreverse a recorrerese trayecto utópico, muchas cosas cambiaron.

Las interpretaciones de la desigualdad que hacen énfasis enel saqueo, la discriminación y el olvido proporcionan argumen-tos históricos y éticos a favor de los excluidos, pueden leersecomo reclamos hacia los gobiernos y los sectores dominantes.Pero estos últimos, por lo general, parten de una lógica culturalopuesta, que pone el acento en el esfuerzo individual y en la in-serción en la modernización y la globalización. De este modo, seproduce un divorcio entre dos narrativas antagónicas de la ex-clusión, una que subraya la existencia de la explotación y la dis-criminación y otra que oculta o minimiza la influencia de esosprocesos. Las representaciones críticas usan la historia para cri-ticar a los gobiernos y a las clases dominantes actuales. En cam-bio, las representaciones dominantes desplazan esas críticas ha-cia el pasado y legitiman las instituciones del presente. La pri-mera presenta a los pobres como víctimas y la segunda loscaracteriza como incapaces y flojos. La desconfianza es mutua.Los pobres miran a los empleados de los programas contra lapobreza como representantes del mundo de «ellos», de aquellosque los han engañado y discriminado. Por su parte, las institu-ciones tampoco confían en los excluidos, los ven como crimina-les potenciales, que harán mal uso de los subsidios y de los apo-yos públicos, por lo cual deben ser constantemente vigilados ycontrolados. Las representaciones críticas de la desigualdadmuestran que los sectores populares son agentes activos con ca-pacidad para impugnar las relaciones de exclusión y discrimina-ción. Los programas de los gobiernos no reconocen esta capaci-dad de agencia crítica, razón por la cual limitan la participaciónde los sujetos en el combate contra la exclusión. En síntesis, nose crea una identidad común que unifique en un plano de igual-dad ciudadana a todos los participantes de los programas contrala pobreza. Por el contrario, se mantiene un abismo de desigual-dad entre ellos.

En la disputa en torno a la legitimidad de las desigualdadeslatinoamericanas ha habido cambios significativos durante lasúltimas 3 décadas. Se produjo una ruptura simbólica que ha ero-

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sionado en forma profunda las bases culturales de la domina-ción étnica y de género. También hay una fuerte crítica a la am-pliación de las brechas entre la minoría privilegiada y las mayo-rías empobrecidas. En muchas personas parece haberse reduci-do el umbral de tolerancia a las desigualdades, que cada vez másson vistas como escandalosas e injustas, fruto del abuso, el sa-queo, la expropiación y la discriminación. No obstante, hay nú-cleos duros de los sectores dominantes que defienden la legiti-midad de sus apropiaciones. El desencuentro y la bifurcación delos imaginarios sociales sobre la desigualdad forman parte delproceso de polarización económica, política y cultural que haexperimentado América Latina durante los últimos años. Se hadestejido parte de la urdimbre cultural de la desigualdad persis-tente, pero no se han modificado las relaciones de poder, las es-tructuras económicas y las instituciones que la sostienen. Ladesconexión entre representaciones subalternas y dominanteses un obstáculo para reducir las desigualdades en América Lati-na. Sin embargo, esa batalla simbólica no es el único factor queinterviene en el proceso. Es necesario ir más allá y analizar tam-bién las acciones que los sujetos desarrollan en base a esas re-presentaciones.

4.3. Destejiendo las redes de la desigualdad

La reestructuración neoliberal que tomó a la regiónpor asalto desde mediados de los ochenta (y en es-pecial desde los noventa) ha reforzado y profundi-zado esas desigualdades de larga duración. Las de-mocracias electorales que restauraron los derechosciviles y políticos (negados por los gobiernos mili-tares en la región en los sesenta y setenta) han he-cho poco para reducir las desigualdades entre lospobres, las clases trabajadoras, las mujeres y lasminorías sexuales, étnicas y raciales, por un lado, ylas clases dominantes y grupos privilegiados, por elotro. Aun así, en estos medios políticamente me-nos represivos, esos grupos menos privilegiados hancomenzado a protestar en torno a cuestiones dederechos sociales como nunca antes.

SUSAN ECKSTEIN y TIMOTHY WICKAM-CROWLEY,Struggles for social rights in Latin América

(2003a: 2)

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En esta sección discuto los alcances y las limitaciones de al-gunas acciones sociales frente a la desigualdad en América Lati-na durante la última década del siglo XX y los primeros años delnuevo siglo. Trataré de evaluar no sólo sus logros para frenar ladiscriminación, las exacciones, la explotación y los abusos depoder, sino también su eficacia para promover la inclusión y re-vertir las diferencias acumuladas. Me interesa discernir los ele-mentos de negatividad crítica de las acciones, es decir, su fuerzapara evitar, impedir, destruir, frenar o limitar relaciones y prácti-cas inequitativas, discriminatorias y excluyentes; pero tambiénsu dimensión de construcción positiva, es decir, su capacidadpara propiciar mayor inclusión, generar prácticas y relacionesmás equitativas y provocar flujos de recursos que compensen oreviertan desigualdades previas. Compararé la eficiencia de es-tas acciones para reducir la inequidad en tres ámbitos: la dispa-ridad de ingresos, la discriminación étnica y la desigualdad degénero. La comparación permite advertir que las desigualdadesen América Latina evolucionan a diferentes ritmos: se entrecru-zan, se yuxtaponen y, en ocasiones, se refuerzan mutuamente,pero a veces unas se hacen mayores mientras otras parecen men-guar. Hay interconexiones entre ellas, pero cada una tiene suspropias especificidades y distintos niveles de persistencia.

Resistencia y persistencia: protestas contra la polarizacióneconómica

La amplia participación de las clases populares enmovimientos sociales enfatiza el grado en el quelos latinoamericanos hoy reconocen los impedimen-tos estructurales a su sobrevivencia (y las limitadasposibilidades de movilidad, y no se culpan más a símismos por el fracaso). [...] Esto demuestra que lospobres ahora experimentan un sentido de entitle-ment y reconocen sus derechos como ciudadanosmás que nunca, y que ellos no se sienten más des-conectados de la nación.

HELEN SAFA, «From the marginalityof the 1960s to the ‘new poverty’ of today»

(2004: 188)

América Latina fue la región del mundo en donde se desarro-

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llaron de manera más extensiva y prolongada las llamadas polí-ticas neoliberales. No es extraño, entonces, que haya sido esce-nario de muchas protestas en contra de las políticas económicasrecomendadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), perodesplegadas en forma diligente por muchos gobiernos de la re-gión. Durante los años ochenta hubo protestas contra los pro-gramas de austeridad, así como movilizaciones en torno al pro-blema de la deuda externa. Durante los años noventa se extendióla oposición a los programas de ajuste estructural, en particularcontra las privatizaciones de empresas y servicios públicos. Antelos problemas derivados de las crisis financieras se formaronagrupaciones de deudores que, junto con otras agrupaciones,criticaron con dureza las políticas de rescate financiero que, a sujuicio, sólo beneficiaban a los bancos y a los grandes ahorrado-res. Estas protestas subieron de tono cuando las políticas de pri-vatización y de rescate financiero estuvieron acompañadas defuertes dosis de corrupción, como ocurrió en Argentina y Méxi-co. Las políticas de apertura económica y las negociaciones detratados de libre comercio como el TLCAN, MERCOSUR o ALCAdesataron intensos debates, manifestaciones paralelas a las ne-gociaciones y, en ocasiones, propuestas alternativas. Además delas protestas y manifestaciones, algunas veces hubo acciones másofensivas, como bloqueo de carreteras y toma de puentes inter-nacionales.

Lo primero que destaca es que estas acciones de los añosnoventa tuvieron poca eficacia, porque no pudieron evitar laaplicación de las políticas de ajuste estructural, se firmaron lostratados de libre comercio y prevaleció la desigualdad económi-ca. Sin embargo, pusieron un límite a muchas de las políticas deajuste y reestructuración: para bien o para mal, evitaron quemuchas empresas y servicios estatales fueran privatizados. Ade-más, después de 20 años, lograron generar en la opinión públicaun considerable rechazo hacia las políticas de corte neoliberal. Adiferencia de lo que sucedió en el pasado, las olas de protestasno desencadenaron una fuerte represión ni golpes de Estado.Pudieron alzarse voces críticas de las políticas de Estado sin quese resquebrajaran las frágiles democracias de la región.

La trascendencia de estos pequeños logros se puede apreciarmejor si se observa lo sucedido en los primeros años del milenio.En primer lugar, en muchos países los gobiernos tienen más di-

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ficultades para conseguir la aprobación de leyes o desarrollarproyectos que la población considera que sólo benefician a losricos. En México, Vicente Fox tuvo que renunciar a un proyectode nuevo aeropuerto para Ciudad de México, ante las protestasde los campesinos de San Salvador Atenco por la expropiaciónde sus tierras (Nivón, 2005). En Cochabamba, Bolivia, diversasmovilizaciones sociales evitaron la privatización de los serviciosde agua potable, en la llamada «guerra del agua» (Van Cott, 2003).En ese mismo país, en 2003 hubo protestas masivas contra unproyecto de exportación de gas natural y durante 2004 y 2005prosiguieron las protestas en relación con el tema de la extrac-ción de hidrocarburos. En segundo lugar, el malestar contra laspolíticas neoliberales ha crecido tanto que ha sido un factor im-portante en la caída de varios gobiernos, como ocurrió despuésde las manifestaciones de 2003 y 2005 en Bolivia, o como suce-dió en varias ocasiones en Argentina en 2001 y en Ecuador en2000. También ha contribuido al ascenso de algunos gobernan-tes de izquierda o centro-izquierda, como Lagos y Bachelet enChile, Hugo Chávez en Venezuela, Kirchner en Argentina, Lulada Silva en Brasil, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales enBolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicara-gua.

Las acciones contra las políticas de ajuste estructural y con-tra los gobiernos que las promueven han alcanzado en AméricaLatina bastante fuerza en la dimensión crítico-negativa de ladesigualdad, es decir, ya pueden impedir, retrasar o condicionarproyectos y acuerdos importantes, incluso pueden influir demanera notable en la suerte de algunos gobiernos. En ese senti-do, ahora es más difícil que prosperen políticas y programas quebeneficien exclusiva o prioritariamente a los sectores privilegia-dos, o que sean percibidos de esa manera por la población. Elhecho de que las democracias de América Latina hayan sobrevi-vido a 2 décadas de crisis y dificultades económicas ha reducidola desigualdad de voz y comienza a poner ciertos límites a losmecanismos de explotación y acaparamiento de oportunidades.Pero éstos todavía persisten. Además, las acciones antes men-cionadas todavía son limitadas en la dimensión constructiva dela igualdad. En algunos casos se recurrió a la apropiación popu-lar de medios de producción y de consumo, siendo los más lla-mativos la ocupación de tierras por parte de los zapatistas en

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Chiapas y el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, así como lossaqueos de comercios y el movimiento de fábricas recuperadasen Argentina. Algunos gobiernos, tanto de derecha como de cen-tro y de izquierda, han desarrollado programas para llevar ali-mentación, educación y salud a los sectores más pobres, lo cualcontribuye a frenar el aumento de la desigualdad, pero todavíadependen mucho de la voluntad de los gobernantes y aún no sehan construido instituciones sólidas que garanticen a largo pla-zo el acceso equitativo a recursos básicos como tierras, tecnolo-gía, educación de calidad y servicios de salud adecuados.

Uno de los problemas que han afrontado muchas accionescontra la desigualdad económica es la dificultad para construirpuentes y mecanismos de diálogo entre los movimientos de pro-testa y las cúpulas económicas y financieras. Estas últimas sehan caracterizado por una cerrazón que raya en el fundamenta-lismo, al defender las doctrinas neoliberales con un tesón quemerecería mejores causas. Por su parte, muchos movimientoscayeron en el fundamentalismo opuesto, al atribuir a las políti-cas de apertura económica y liberalización financiera toda laresponsabilidad de los problemas. Los gobiernos y partidos polí-ticos han tenido poca capacidad para mediar en esta confronta-ción, que expresa la polarización económica y social de la re-gión. Los casos de negociación exitosa de las políticas económi-cas han sido excepcionales, por lo regular se ha presentado unchoque entre defensores y opositores de las políticas neolibera-les, desde México hasta Argentina, pasando por Venezuela, Ecua-dor y Colombia. Ha sido muy difícil encontrar fórmulas paramediar entre las posiciones opuestas.

Hay otro tipo de acciones individuales, familiares y grupalesque tratan de remontar las adversas condiciones económicas queafronta la mayoría de la población en América Latina. Entre ellasdestacan la migración nacional e internacional y la participa-ción en la economía informal. Estas dos son el recurso que másfamilias emplean para sobrevivir y evitar caer en mayores nive-les de pobreza. Sin embargo, sus efectos sobre la desigualdadson mixtos: pueden evitar la exclusión total y en algunas ocasio-nes permiten alcanzar un nivel de vida digno, pero en la mayoríade los casos sólo dan lugar a una inserción precaria, muy vulne-rable. Mención aparte merecen los proyectos alternativos demicrodesarrollo, que han desarrollado más el aspecto construc-

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tivo del combate contra la desigualdad. En los últimos lustros sehan puesto en marcha en América Latina miles de pequeños pro-yectos que intentan impulsar el desarrollo desde abajo: redes demicrofinanciamiento, proyectos de exportación de artesanías ode productos agrícolas, agricultura orgánica, turismo ecológicoy comunitario, sistemas de trueque, microempresas, etc. Sonindicio de la actividad de muchas organizaciones no guberna-mentales, de agencias de cooperación y, más que nada, de la vita-lidad de las redes de solidaridad de los sectores populares de laregión. Los proyectos alternativos de microdesarrollo muestranque es posible tejer redes que vinculen las comunidades localescon las corrientes dinámicas de la economía global. Tienen unpotencial enorme, pero su principal limitación reside en que casisiempre operan a pequeña escala y benefician a pequeños secto-res de la población, sin modificar la dinámica general de losmercados. Para la multiplicación de estas experiencias ha falta-do un apoyo sustancial por parte de agencias más poderosas quepodrían proyectarlos a gran escala: empresas, gobiernos, agen-cias y corporaciones transnacionales.

Es sintomático que muchas de las acciones reseñadas en lospárrafos anteriores reproduzcan las enormes distancias socialesque caracterizan a las sociedades latinoamericanas. Los pobresdespliegan muchas iniciativas y esfuerzos para tratar de mejorarsu situación económica: emigran, emprenden negocios informa-les u organizan proyectos locales de desarrollo, pero estos es-fuerzos e iniciativas son casi siempre ignorados por los sectoresprivilegiados, cuando no los atacan o los criminalizan. Los go-biernos tampoco han logrado acompasar sus políticas socialescon los ritmos, las iniciativas y las preocupaciones de la pobla-ción a la que están dirigidas. Este divorcio, propio de sociedadesmuy desiguales y polarizadas, es aún más marcado en el caso delas acciones frente a la desigualdad étnica.

Encrucijadas de los movimientos étnicos

¿En qué medida las iniciativas y reformas multi-culturales recientes apoyan o impiden el desarrollode una ciudadanía compartida o identificación cí-vica en los países de la región?

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RACHEL SIEDER, Multiculturalismo en AméricaLatina (2002: 7)

Nunca como ahora los indígenas y los negros habían ocupa-do un lugar tan visible en el escenario político de América Lati-na. Esta mayor visibilidad resulta de la combinación de variosfactores.16 El principal de ellos es la fortaleza que adquirieron elmovimiento negro en Brasil y los movimientos étnicos en variospaíses, en particular en Ecuador, Bolivia, México, Guatemala,Colombia, Nicaragua, Perú, Paraguay y Venezuela. También in-cidió la tendencia internacional hacia un mayor reconocimientode los derechos de las minorías étnicas. En el caso de AméricaLatina fueron fundamentales los procesos de democratización,que durante los últimos 20 años del siglo XX generaron reformasconstitucionales y mayor apertura política, que facilitaron la ex-presión de la diversidad étnica.

Durante la década de los años ochenta las demandas de natu-raleza étnica aparecieron con más claridad en la región. Comen-zaron a fortalecerse importantes organizaciones negras e indí-genas, algunas de ellas a nivel nacional, como la ConfederaciónNacional de los Indígenas Ecuatorianos (CONAIE), formada en1986, que llegó a ser el principal movimiento social en Ecuador(Weiss, 2000: 161). Durante los años noventa prosiguió el forta-lecimiento de los movimientos étnicos, varios de ellos se convir-tieron en actores políticos relevantes en sus países y algunos,como el EZLN de Chiapas, adquirieron notoriedad internacio-nal.

Las demandas de los movimientos indígenas y negros enAmérica Latina durante los últimos lustros han sido diversas,pero destaca el reconocimiento de la diversidad étnica y del ca-rácter multicultural de las sociedades, junto con el rechazo a ladiscriminación étnica y racial. En segundo término, una de lasdemandas más difundidas y polémicas ha sido el derecho a laautonomía indígena, que tiene significados muy diversos, desdeel derecho a la autodeterminación hasta la creación de territo-rios étnicos autónomos, ya sea a nivel local, municipal o regio-nal. También se ha buscado el reconocimiento de los sistemas degobierno y de justicia indígenas. Por último, hay infinidad depeticiones que tienen que ver con la igualdad de oportunidades,el combate contra la pobreza y la búsqueda de alternativas de

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desarrollo que respeten la diversidad étnica y permitan revertirla exclusión y la marginación.

Además de los movimientos sociales y otras acciones colecti-vas, los indígenas y negros han desarrollado muchas accionesindividuales o grupales para tratar de mejorar su situación. Mu-chas de ellas son similares a las descritas en el apartado de accio-nes contra la pobreza: migración nacional e internacional, inser-ción en la economía informal, emprendimiento de proyectos demicrodesarrollo. Además, desafían las prácticas cotidianas dediscriminación. Es importante mencionar que la mayor parte deestas acciones individuales implican una mayor vinculación conel resto de la sociedad, es decir, sólo algunas veces se orientanhacia un repliegue en la comunidad indígena o en los barrioscon mayoría de población negra y mulata, por lo general buscanmayor inserción social por medio de la educación, de irse a vivira la ciudad o a otro país, de conseguir un empleo o de vender susproductos en el mercado nacional o internacional.

¿Cuáles han sido los alcances de la emergencia étnica enAmérica Latina? ¿Cuánto han logrado reducir las desigualdadesque afectan a los indígenas y a los negros? El principal logro hasido la visibilidad. Han sido derrotados los mitos de la democra-cia racial, del mestizaje y de la supuesta igualdad étnica de lospaíses de la región. Los grupos indígenas y negros se han consti-tuido como actores políticos y sociales cuya voz comienza a serescuchada y tomada en cuenta. Otro logro notable ha sido elreconocimiento constitucional de la multiculturalidad y de ladiversidad étnica, que se produjo en varios países: Nicaragua(1986), Colombia (1991), México (1992), Paraguay (1992), Perú(1993), Argentina (1994), Bolivia (1994), Ecuador (1998) y Vene-zuela (1999) (Hernández, 2003: 210; Sieder, 2002: 4).17 En Bra-sil, en 1998, año del centenario de la abolición de la esclavitud,se introdujeron en la constitución la penalización del racismo yel reconocimiento de la diversidad étnica (Htun, 2004; Jaccoudy Beghin, 2002: 17). Una tercera conquista fue traer de nuevo eltema de la tierra a la mesa de negociaciones. En algunos paísescomo Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Panamá y Perú haycompromisos gubernamentales para donar vastas porciones detierra a comunidades indígenas. Muchos de estos compromisosfueron resultado de protestas y movilizaciones. En algunas po-blaciones indígenas se han desarrollado durante los últimos 15

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años proyectos de etnodesarrollo o programas económicos es-pecíficamente orientados hacia el beneficio de la población indí-gena, con fondos de los gobiernos, de las organizaciones no gu-bernamentales y de la banca multilateral.

Pese a estos avances, no se observa todavía ningún indicioclaro de que haya mejorado sustancialmente la situación de lapoblación negra o indígena en América Latina. Las estadísticasseñalan que no se han reducido las situaciones de desigualdadde carácter étnico en la región (World Bank, 2003). Varios facto-res explican esa situación.

En algunos países las modificaciones constitucionales no tu-vieron los alcances que los grupos indígenas esperaban. Ése fueno sólo el famoso caso de México, en donde en 2001 se aprobóuna modificación constitucional diferente a la que se había ne-gociado entre el gobierno y el EZLN en los acuerdos de San An-drés, sino también en Chile, país que no ha ratificado el conve-nio 169 de la OIT y en donde el Senado rechazó en abril de 2003el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, enuna cerrada votación de 21 votos contra 19 (Hernández, 2003:224). Más importante aún es que las modificaciones constitucio-nales todavía no se traducen en leyes secundarias, mecanismosinstitucionales, jurisprudencia y prácticas concretas que apor-ten una diferencia en la vida cotidiana de los indígenas, negros ymulatos. Se han creado diversos organismos para la atención delos pueblos indígenas, pero su acción ha sido limitada, en parti-cular en una época en la que los recursos estatales para el desa-rrollo social han sido muy escasos (Warren y Jackson, 2002: 4).El reparto, titulación y protección de tierras a comunidades in-dígenas se ha visto frenado por conflictos con otros sectores quereclaman derechos sobre ellas o sobre el subsuelo (colonos, em-presas madereras o petroleras).

Después de varios años de emergencia étnica y triunfos indí-genas, parece estarse llegando al fin de un ciclo en las moviliza-ciones indígenas en la región (Hale, 2004; Toledo, 2005). Lasnegociaciones, las reformas legales y los proyectos de desarrolloen zonas indígenas han topado con una estructura persistentede relaciones de poder, adversa a los grupos indígenas. Dichaestructura se ha manifestado en la opinión pública, en las discu-siones parlamentarias, en las instancias gubernamentales y so-bre el terreno. Los avances sustantivos en las grandes mesas de

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negociación pocas veces llegan a traducirse en la transforma-ción de las relaciones sociales en la práctica. Los prejuicios y ladiscriminación están fuertemente arraigados en la cultura y enlas costumbres, por lo que su erradicación requiere de un perío-do prolongado de re-educación y construcción de relaciones másigualitarias. La discriminación directa puede reducirse con ma-yor rapidez, si se establecen los mecanismos adecuados de pre-vención y sanción, pero la eliminación de la discriminación indi-recta, que brota de prácticas aparentemente neutras, es más di-fícil de combatir por ser menos visible (Jaccoud y Beghin, 2002:39). Un caso aparte es el de Bolivia a partir de la llegada a lapresidencia de Evo Morales. En este país se produjo un cambioimportante en la correlación de fuerzas entre los grupos étnicos:los indígenas ocupan hoy puestos relevantes en diversas instan-cias de gobierno. Es muy pronto para saber si este proceso des-embocará en un amplio acuerdo social y en la construcción deuna sociedad más igualitaria e incluyente, o si los conflictos inte-rétnicos provocarán un ahondamiento de las divisiones y unaprolongación de las crisis institucionales que han afectado aBolivia durante los últimos lustros. Pero lo que es indudable esque este país se está transformando de manera profunda.

Aun en el caso de que se eliminaran todas las formas de dis-criminación y el trato hacia los indígenas y afrodescendientesfuera equitativo, no por ello se eliminaría la desigualdad queafecta a estos grupos, porque quedan los efectos acumulados dediscriminaciones pasadas, que se expresan en el presente bajo laforma de fuertes desventajas presentes en materia de educación,salud, vivienda, ingresos y muchos otros campos que afectan alas oportunidades para competir. En América Latina es muy pocala experiencia de acciones afirmativas en base a consideracionesétnicas o raciales. Se han instrumentado hacia las mujeres y losdiscapacitados, pero rara vez hacia los indígenas o los negros.Sólo de manera muy reciente se han comenzado a desarrollarprácticas de esa naturaleza en Brasil. Primero las pusieron enpráctica algunas universidades y gobiernos estatales, y en mayode 2002 se estableció el Programa de Acciones Afirmativas delGobierno Federal (Htun, 2004; Jaccoud y Beghin, 2002: 9; Ros-emberg, 2004). Estos programas, en caso de que se generalicen,afrontarán dilemas similares a los que han afrontado las accio-nes afirmativas en otras latitudes. En particular, no se ha desa-

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rrollado ningún programa que garantice que los niños y niñasindígenas y negros reciban una educación preescolar y básica debuena calidad, de modo que la batalla se ha perdido mucho an-tes de que se apliquen medidas de acción afirmativa en la educa-ción media, en las universidades o en el mercado de trabajo.

Los alcances de las acciones contra la desigualdad étnica sehan visto reducidos por la escasa experiencia de diálogo inter-cultural, fruto de siglos de segregación. Las posibilidades de ne-gociación se topan con la persistencia de dos fundamentalismos:el de la élite mayoritariamente blanca, que bajo la bandera de laciudadanía liberal subestima el peso de la discriminación étnicay la importancia de medidas para combatirla, y el fundamenta-lismo indígena o negro, que esencializa las identidades étnicaspara hacer un uso estratégico de ellas (Bartra, 2003). Estas posi-ciones extremas, aunque minoritarias, han entorpecido la tra-ducción del éxito político y mediático de los movimientos étni-cos en dispositivos institucionales. La distancia argumental en-tre esos dos fundamentalismos es una expresión de la polarizaciónque existe entre los dos mundos que habitan, que se encuentranfísica, social y culturalmente alejados.

Una limitación importante de las acciones frente a la des-igualdad étnica es que en la mayoría de los casos están atrapa-das en la idealización de la comunidad indígena tradicional. Par-ten del diagnóstico de que los indígenas son campesinos que vi-ven en comunidades homogéneas y que sus problemas se derivansólo o principalmente de la discriminación o de los intentosempresariales o estatales para expropiarles sus recursos natura-les. Bajo esas condiciones, la autonomía o el etnodesarrollo po-drían ser soluciones atractivas, porque limitan las posibilidadesde exacción, explotación o maltrato por parte de agentes exter-nos. Pero hoy en día las comunidades indígenas no son homogé-neas, muchos indígenas viven en ciudades y la desigualdad quepadecen sólo en una pequeña proporción es explicada por el sa-queo de sus recursos naturales o por el trato discriminatorio.Tiene que ver también con las posibilidades y condiciones deinserción en los procesos de generación, distribución y consumode riquezas, conocimientos y otros bienes valiosos. En la pobre-za indígena inciden tanto la inserción subordinada en los mer-cados como los procesos de exclusión de los mismos. La disyun-tiva no es entre entrar o salir del mercado, sino qué transforma-

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ciones se requieren, tanto en los mercados como en los actoresindígenas, para lograr una mejor inserción en ellos.

El ideal de los pueblos y comunidades indígenas homogé-neos y autónomos es entendible, surge de la memoria históricade atropellos anteriores, algunos todavía presentes, que motivaal aislamiento y la reclusión como recurso defensivo. Tiene quever con lo que Manuel Castells ha llamado «la exclusión de losexclusores por los excluidos» (Castells, 1999, vol. 1: 31). Pero noconstituye un diagnóstico certero de la realidad indígena ni re-presenta una alternativa eficaz frente a la exclusión. Es uno delos dilemas que afrontan todas las acciones contra la desigual-dad: al alejarse de las relaciones de explotación y discriminacióncorren el riesgo del aislamiento y la exclusión, y viceversa. No esfácil encontrar caminos que permitan una inserción en condi-ciones más equitativas y, al mismo tiempo, respetuosas de lasdiferencias culturales.

Muchas veces los movimientos étnicos y los esfuerzos insti-tucionales se mueven en sentido opuesto a lo que hacen los indi-viduos y las familias indígenas. Mientras que estos últimos hacemucho que han tenido que salir de sus tierras y de sus comuni-dades para ganarse la vida, las políticas de quienes tratan derepresentarlos o apoyarlos todavía los presentan atados a ellas, ydestinan poca energía y pocos recursos a actuar sobre las proce-sos de inserción en la sociedad más amplia. Ya no existen espa-cios indígenas o negros separados del resto de la sociedad, desdehace mucho se encuentran imbricados en una relación asimétri-ca con otros grupos sociales. Los indígenas y los afrodescendien-tes se mueven en esos espacios interconectados, mientras quebuena parte de las políticas y estrategias hacia los grupos étnicosestán diseñadas para un espacio monocultural que no existe más,si es que acaso alguna vez existió (Benhabib, 2002; Plant, 2002).

En síntesis, en las últimas décadas los indígenas y los negrosde América Latina se han constituido como importantes actoresque comienzan a ocupar posiciones cruciales en el escenariopolítico nacional e internacional. Como nunca antes, han adqui-rido voz, han logrado reformas legales y constitucionales y, en elcaso de Bolivia, han conquistado el gobierno. Sin embargo, es-tos avances todavía no se traducen en una reducción sustantivade las desigualdades que padecen. Hay un largo trecho entreadquirir protagonismo político y lograr revertir la acumulación

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histórica de desigualdades.

¿Se ha roto un eslabón de las desigualdades persistentes?La búsqueda de la equidad de género

El nivel de participación de las mujeres en la eco-nomía de América Latina y el Caribe ha dado unsalto adelante durante las últimas 3 décadas. [...]El número de mujeres con trabajo ha crecido másde un 120 %, una cifra de lejos mayor que el creci-miento de mujeres con trabajo en todo el mundo.

IDB, Women in the Americas: bridging the gendergap (1995: 23)

En contraste con las movilizaciones contra las desigualdadesétnicas y económicas, las acciones contra la inequidad de géneroen América Latina en las 2 últimas décadas han sido menos es-pectaculares. Sin embargo, sus avances concretos parecen sermayores.

Al igual que en el resto del mundo, en la región la subordina-ción de la mujer está anclada en la historia y en la cultura. Hastahace poco implicaba la exclusión de los puestos de poder y privi-legio en casi todos los ámbitos de la vida social. Entre algunos desus rasgos distintivos están el peso de la ideología machista y elpapel central de la familia en la construcción de las desigualda-des de género (Jelin, 1990: 2). Una ola de movilizaciones femeni-nas culminó, hacia mediados del siglo XX, con la conquista delderecho al voto para las mujeres. En los años setenta se inicióuna segunda ola de activismo femenino, que se prolonga hasta laactualidad. Durante las últimas décadas, la mayoría de los movi-mientos sociales en la región, en particular las luchas urbanas;ha tenido una fuerte presencia femenina. Las mujeres fueronparticipantes destacadas en la defensa de los derechos humanosy tienen una presencia creciente en sindicatos, partidos y orga-nizaciones no gubernamentales (Jelin, 1990; Stephen, 1997). EnArgentina, Chile, El Salvador, Guatemala y otros países fueronlas protagonistas principales de organizaciones que denuncia-ron los abusos de los regímenes militares y exigieron la presen-tación de los desaparecidos, torturados y asesinados por las dic-taduras (Eckstein y Wickham-Crowley, 2003a: 31). Muchas mo-

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vilizaciones de mujeres latinoamericanas durante los años se-tenta y ochenta estuvieron ligadas a roles tradicionalmente con-siderados femeninos —esposas o familiares de desaparecidos,amas de casa en ámbitos del consumo colectivo—, pero su pre-sencia política las fortaleció como actores sociales y contribuyóa la modificación de las relaciones de género en la región (Jelin,1990).

Desde principios de los años noventa se formaron, en todoslos países de América Latina, numerosas organizaciones, cen-tros y programas orientados desde una perspectiva de género,que desplegaron una amplia gama de actividades de defensa ypromoción de los derechos de la mujer, así como talleres de ca-pacitación, proyectos productivos y, en algunos casos, presión alas autoridades en torno a cuestiones económicas, políticas, cul-turales y sociales relacionadas con la situación de la mujer.

Además de las agrupaciones y movilizaciones, que sólo invo-lucran a un porcentaje muy pequeño de la población, lo másnotable son las pequeñas acciones e iniciativas que millones demujeres latinoamericanas han emprendido durante los últimoslustros. Mediante actos tan simples como asistir a la escuela,alargar su período de educación, retrasar la edad del matrimo-nio, utilizar métodos anticonceptivos, reducir el número de hi-jos, espaciar sus nacimientos, conseguir y sostener trabajos re-munerados, dejar oír su voz y tomar más iniciativas en el hogary en muchos otros espacios, se ha producido una revolución si-lenciosa, con pequeños cambios moleculares que, al agregarse,han transformado la situación de la mujer en América Latina.

Entre los múltiples logros de las acciones frente a la desigual-dad de género se pueden mencionar los siguientes:

— En la mayoría de los países se han creado organismos pú-blicos (a nivel federal y muchas veces también estatal y munici-pal) para atender la problemática específica de las mujeres. Hayvariaciones importantes en los enfoques, actividades e impor-tancia de los recursos que maneja cada uno de ellos, pero haynumerosas expresiones institucionales del fortalecimiento de lasdemandas asociadas al género.

— Se han aprobado disposiciones legales que reconocen de-rechos específicos de las mujeres y establecen medidas contra laviolencia doméstica y la discriminación de género. Se han ini-

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ciado programas de acción afirmativa en beneficio de las muje-res: muchos partidos políticos y gobiernos de la región han in-troducido cuotas de género en las candidaturas a puestos de elec-ción popular y en la composición de sus gabinetes.

— Hay avances considerables en la disminución de la brechaeducativa por género. En muchos casos esa brecha ha desapare-cido, en particular en la población urbana y entre las generacio-nes más jóvenes.

— Ha crecido a un ritmo acelerado la incorporación de mu-jeres al trabajo remunerado, aunque la mayoría ocupa puestosde trabajo poco calificados, con salarios bajos y condiciones la-borales precarias.

— Con diferentes ritmos, pero parece haber un mejoramien-to consistente de la situación de las mujeres en diversos indica-dores de desarrollo humano.

Pese a estos logros, persisten muchas asimetrías e inequida-des en las relaciones de género en América Latina. Es mayor laparticipación de las mujeres en todas las esferas de la vida eco-nómica, política y social, pero hasta la fecha las principales posi-ciones de poder y privilegio en esas esferas siguen siendo ocupa-das por hombres. La participación femenina se reduce a medidaque se asciende en la escala de importancia de esas posiciones,como bien lo ilustra la estructura política, en donde ha aumen-tado la cantidad de mujeres en puestos públicos de naturalezalocal o de nivel bajo, mientras que es todavía muy escasa en lospuestos más relevantes o de alcance nacional.

La incorporación creciente de mujeres al trabajo remunera-do no se ha visto acompañada de un crecimiento proporcionalde la infraestructura social de apoyo al trabajo doméstico o deuna redistribución significativa de las tareas domésticas. La do-ble o triple jornada y la intensificación del trabajo es un pesadocosto que están pagando muchas mujeres de América Latina.

En el caso de la población rural y de muchos grupos indíge-nas y negros, todavía se observan importantes brechas de géne-ro en alfabetización y escolaridad, que afectan a las posibilida-des de empleo y de obtención de mayores ingresos.

Los cambios en la legislación no eliminan las prácticas coti-dianas de discriminación y exclusión que padecen las mujeresen la región. Ellas también afrontan nuevas carencias y vulnera-

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bilidades, derivadas del repliegue o la disminución de muchosservicios públicos y programas sociales. La violencia domésticacontra las mujeres persiste en muchos hogares de América Lati-na. También se reporta un notorio incremento de la violenciahacia las mujeres fuera del hogar, que en algunos casos comoCiudad Juárez y Guatemala ha llegado a niveles dramáticos. Lamayor violencia se ha presentado en la misma época en que lasmujeres están derribando las barreras legales, educativas, labo-rales y culturales que las excluían. Las mujeres están ganandolas batallas simbólicas para deslegitimar la inequidad de género,pero se han visto más expuestas al uso de la fuerza física en sucontra.

Todavía falta un trecho muy largo por recorrer en el terrenode la equidad de género en América Latina, pero ha habido avan-ces significativos. La evaluación de los avances en esta materiaes un tema polémico. La mayoría de los estudios señalan unamejoría, pero presentan también convincentes argumentos so-bre las limitaciones de esos alcances y los mecanismos sutilesque reproducen la desigualdad. Sin embargo, si se comparancon los resultados en materia de desigualdad económica o dedesigualdad étnica, me parece claro que las acciones contra ladesigualdad de género han sido mucho más eficaces durante losúltimos lustros. ¿Cómo explicar que en este campo haya sidomayor el avance que en el caso de las desigualdades económicasy étnicas? Se entrelazaron varios factores:

— Hubo una fuerte retroalimentación entre los esfuerzos in-dividuales de las mujeres y las acciones colectivas de organiza-ciones y movimientos. En términos generales se movían en lamisma dirección: reducir la exclusión, mejorar las oportunida-des de educación y trabajo para las mujeres, combatir la violen-cia doméstica, erradicar los prejuicios y la discriminación degénero, lograr una mayor participación de las mujeres en la vidapública. Las acciones de los movimientos feministas, el trabajode las organizaciones no gubernamentales y una parte de lasiniciativas institucionales acompañaron el cambio molecular,cotidiano, que se produjo en hogares, escuelas y centros de tra-bajo.

— También se dio una conjunción entre la necesidad de lasmujeres de incorporarse al empleo remunerado y la búsqueda

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de nuevos mercados de trabajo por parte de empresas transna-cionales (Bose y Acosta-Belén, 1995). Ante las profundas crisisde los años ochenta y sus secuelas posteriores, muchas mujeresbuscaron empleo. Esto fue aprovechado por corporaciones trans-nacionales y empresas nacionales para crear puestos de trabajocon salarios más bajos y condiciones laborales más precarias.En este caso la reducción de la desigualdad de género (incre-mento de la participación femenina en la fuerza de trabajo re-munerada) se articuló con el agravamiento de la desigualdad deingresos (abismo mayor entre los bajos salarios de los trabajado-res poco calificados y las mayores ganancias de las empresas ylos sueldos desproporcionados de gerentes y ejecutivos).

— Un elemento fundamental, que tendrá repercusiones rele-vantes en el futuro, es que se está eliminando la segmentacióneducativa por género: en la mayoría de los casos las mujeres yaestán recibiendo una formación escolar similar a la de los hom-bres, en cantidad y en calidad. Con algunas pocas excepciones,las niñas de América Latina están acudiendo a las mismas es-cuelas que los niños de su mismo grupo social. Por supuesto,esto no significa que en esas escuelas y en los hogares hayandesaparecido los estereotipos de género y mecanismos más suti-les que sobrevaloran a los hombres y demeritan a las mujeres,orientándolos hacia trayectorias diferentes de formación y em-pleo. Pero en las próximas décadas las mujeres tendrán mejoreselementos para competir en el mercado de trabajo. En cambio,las perspectivas son negativas en lo que se refiere a otros secto-res: la segmentación educativa por clase, etnia y raza no ha dis-minuido en América Latina.

— Por último, las acciones por la equidad de género han inci-dido sobre uno de los mecanismos básicos de reproducción dedesigualdades: el acaparamiento de oportunidades. Hace nomucho tiempo la mayoría de las mujeres de América Latina es-taban excluidas de tres oportunidades fundamentales: la educa-ción superior, el trabajo remunerado en actividades diferentes alas que tradicionalmente se consideraban «femeninas» y los de-rechos políticos (la posibilidad de votar y ser elegidas para car-gos públicos). Se han derribado muchas de las barreras legales,familiares y culturales que las dejaban al margen de estos espa-cios, que estaban fundamentalmente reservados a los hombres.Por lo que toca al otro mecanismo fundamental de la desigual-

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dad, que es la explotación, el avance es menor: se comienza areconocer el valor del trabajo doméstico, pero en América Lati-na sigue siendo una tarea que recae primordialmente sobre lasmujeres. En cuanto a la explotación en el trabajo remunerado,por lo general están en peores condiciones que los hombres, yaque la dominación de género se articula con las relaciones declase para producir mayores niveles de explotación. La industriamaquiladora quizá sea el mejor ejemplo al respecto.

No hay que sobrestimar la fuerza de las acciones contra ladesigualdad de género. Tuvieron logros mayores porque afron-taron menor resistencia por parte de las élites y de los grupos depoder, porque muchas de sus demandas podían ser atendidassin una modificación sustancial de la estructura social latinoa-mericana, además de que no requerían un monto considerablede recursos. La incorporación de la mujer al trabajo remunera-do fue funcional para los proyectos de reestructuración produc-tiva de las empresas. Tal vez con resistencias, pero los hombreshan aceptado que las mujeres de su familia salgan al mercado detrabajo, en muchos casos porque no había muchas otras opcio-nes para sostener el nivel de vida de la familia. Pero es de esperarque cambios más profundos en las relaciones de género encuen-tren resistencias más fuertes, cuando estén en disputa posicio-nes de poder más significativas, cuando afronten intereses degrupos privilegiados y cuando requieran la inversión de recur-sos cuantiosos. Avances posteriores tendrán que combinarse conuna reducción de las otras desigualdades, porque el gran reto esque la mayoría de las mujeres tengan trabajos calificados y bienremunerados, y que las mujeres indígenas y negras tengan mejo-res oportunidades de vida. Esto es imposible sin atacar el núcleoduro de las desigualdades latinoamericanas.

Alcances y limitaciones de las acciones contra las desigualdades

Desde una perspectiva analítica, no hay movimien-tos sociales «buenos» y «malos», progresistas o re-gresivos. Todos son síntomas de quienes somos ycaminos de nuestra transformación, ya que la trans-formación puede conducir por igual hacia una gamacompleta de cielos, infiernos o infiernos celestiales.

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MANUEL CASTELLS, La era de la información(1999, vol. 2: 24-25)

La comparación de diferentes tipos de acciones contra la des-igualdad indica que varía mucho su capacidad para promover laequidad. Eso no quiere decir que haya movimientos sociales «bue-nos» y «malos», sino que su eficacia igualitaria se relaciona conmuchos factores, algunos atribuibles a sus características y otrosal contexto en que operan y a las respuestas de otros actores. Susresultados no dependen sólo ni principalmente de la magnitud yla fuerza de las protestas políticas y sociales. Si éste fuera el úni-co factor a considerar, el EZLN de Chiapas, el movimiento indí-gena de Bolivia, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o lospiqueteros de Argentina ya habrían reducido la desigualdad quelos aqueja. La fuerza de las protestas puede impedir que se cons-truyan gasoductos, carreteras, presas o aeropuertos. Tambiénpuede poner en serios aprietos a gobiernos más consolidados,hacer caer a gobiernos frágiles y llevar al poder a fuerzas políti-cas y sociales antes relegadas. Pero no necesariamente modificael conjunto de procesos y mecanismos que generan la explota-ción, el acaparamiento de oportunidades y la exclusión. Tampo-co es suficiente para construir relaciones más equitativas e in-cluyentes.

La relación entre acción social y desigualdad es compleja eindirecta, porque la desigualdad es un fenómeno agregado y seinscribe más en la larga duración y la duración media, mientrasque la acción social es específica, localizada en el espacio y en elacontecimiento inmediato. La desigualdad es el resultado a me-diano y largo plazo de innumerables acciones, mediadas porpolíticas, interacciones, sistemas de relaciones, procesos, insti-tuciones y entramados culturales. La desigualdad no está al mar-gen de la agencia y de la acción, al contrario, es un producto deellas, pero no de la acción de un individuo, de un grupo o de ungobierno en un momento determinado, sino del conjunto de lasprácticas de múltiples agentes durante períodos prolongados.Los efectos netos de igualdad o desigualdad de una acción indi-vidual o colectiva o de un programa gubernamental pueden sermuy diferentes de los que se esperaban, intervienen numerososfactores y hay consecuencias no previstas. La persistencia de ladesigualdad se finca en factores que no cambian rápidamente,

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como las pautas de interacción asimétrica entre los géneros y losgrupos étnicos, los habitus de los distintos grupos sociales, lasdiferencias de capacidades, los desequilibrios en infraestructu-ra, en educación, en capital cultural y en capital social. La des-igualdad se reproduce mediante largas cadenas de dispositivosque involucran estructuras e instituciones, así como capacida-des y activos (endowments) individuales y grupales que se ad-quieren a lo largo de muchos años. Una modificación duraderade los niveles y tipos de desigualdad de una sociedad es impen-sable si no hay una transformación de las estructuras y las rela-ciones de poder más profundas que organizan las interaccionescotidianas, la distribución de las capacidades individuales y losmedios de acceso a los recursos. Estas estructuras pueden cam-biar, pero sólo mediante la conjunción de muchos factores du-rante períodos relativamente prolongados. Los movimientos so-ciales pueden desbrozar el camino hacia una mayor igualdad,pero la construcción de sociedades más equitativas requiere mástiempo y debe incorporar otros actores.

Para comprender los resultados diferenciales de las accionesfrente a la desigualdad hay que considerar varios procesos. Enprimer lugar, el grado de sinergia entre movilizaciones sociales yacciones individuales o familiares. Esta complementación ha sidonotable en el caso de las mujeres y menor en los movimientosindígenas y las acciones frente a la desigualdad económica. Porotra parte, hay que tomar en cuenta la oposición que han afron-tado las diversas acciones y el distinto nivel de persistencia decada desigualdad. Hubo y hay una enorme resistencia masculi-na a la transformación de las relaciones de género, pero es unaresistencia dispersa, que las mujeres han podido afrontar demanera localizada y paulatina. Además, han contado con unambiente favorable en la opinión pública mundial e, incluso, ensectores importantes de los organismos financieros internacio-nales. En cambio, la transformación de la estructura inequitati-va del ingreso afronta intereses muy poderosos, concentradosen los círculos nacionales de poder económico y político, que asu vez tienen alianzas muy sólidas en el exterior. En el caso de ladesigualdad étnica y racial, también ha habido un ambiente in-ternacional favorable al multiculturalismo, pero las demandasétnicas han encontrado una fuerte oposición en numerosas ins-tancias de los gobiernos y los parlamentos. En términos genera-

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les, las desigualdades étnicas y de género parecen ser más per-sistentes en la vida cotidiana, en donde las sostienen habitus,relaciones de poder y entramados culturales fuertemente enrai-zados. Por su parte, las desigualdades de ingresos son muy difí-ciles de erradicar, porque para hacerlo hay que redistribuir cuan-tiosos recursos y vencer la resistencia de sectores muy podero-sos. La mayor persistencia se observa cuando se sobreponendesigualdades de distinto tipo, al combinarse los efectos inequi-tativos de las distinciones de clase social, género y grupo étnico.

Es fundamental la manera en que las acciones sociales afron-tan las dos caras de la desigualdad. Las acciones contra la des-igualdad económica, étnica y racial han avanzado en poner al-gunos límites a la explotación y el maltrato, pero han sido pocoeficaces para evitar las consecuencias del acaparamiento de opor-tunidades y la exclusión. En particular, el movimiento indígenase ha visto constreñido por la política de «excluir a los excluso-res», ya que ha recurrido a reafirmar las fronteras étnicas paraarticular sus demandas y construir su identidad, con todo lo queesto supone en términos de obstáculos para la inclusión. Lasacciones contra la desigualdad de género han tenido el dilemainverso: han reducido la exclusión política, educativa y laboralde las mujeres, pero han aumentado su exposición a los riesgosde la explotación, el maltrato y la violencia. En ninguno de loscasos se ha avanzado simultáneamente en los dos frentes, perolas mujeres parecen haberse colocado en una mejor posición:con un mayor nivel de inclusión tienen mejores recursos parabuscar relaciones más equitativas.

Uno de los elementos cruciales de la reproducción de la in-equidad es que las relaciones asimétricas provocan un accesodesigual a los recursos, capacidades y dotaciones. Estas dotacio-nes disparejas reproducen a su vez nuevas relaciones asimétri-cas. Mientras no se rompa ese eslabón, las desigualdades persis-tirán. Durante los últimos años, en América Latina se han cues-tionado fuertemente las prácticas discriminatorias y las políticasneoliberales, pero no se ha roto la cadena de la desigualdad enlos que se refiere a la distribución de activos por clase social ygrupo étnico o racial. Tan sólo se ha creado un clima político ycultural más favorable, que en el futuro podría conducir a meca-nismos más equitativos de acceso a los recursos y las capacida-des básicos. En cambio, me parece que se ha producido una

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fractura importante en el eslabón relativo a la distribución deactivos por género: la mayoría de las mujeres en edad escolarestá recibiendo una educación de calidad similar a la de los hom-bres de su familia y grupo social. Este factor puede ser decisivo,si se articula con cambios en otros eslabones de la cadena de ladesigualdad persistente.

Es poco frecuente que los movimientos sociales en AméricaLatina se propongan como objetivo principal lograr la igualdad;por lo general ponen en el centro la reivindicación de otros dere-chos políticos, económicos y sociales, o bien optan por reivindi-car el derecho a la diferencia, más que el derecho a la igualdad(Eckstein y Wickham-Crowley, 2003a). Pareciera que la polari-zación que ha caracterizado la historia del continente se infiltra-ra también en las características y las dinámicas de las accionesy protestas sociales. Numerosas movilizaciones de las últimasdécadas, pese a que expresan un enorme despliegue de energíasocial, han tenido considerables dificultades para dar lugar adiálogos y negociaciones constructivas, que desemboquen enmedidas concretas que aminoren las desigualdades. Los movi-mientos de los dominados y la reacción de los poderosos drama-tizan la distancia social y cultural que los separa. Las posicionesextremas y fundamentalistas en ambos bandos no ayudan a ce-rrar ese abismo, en el desarrollo de muchas de esas protestaspersistió la cerrazón de las instancias de poder y la sacralizacióndel conflicto por parte de los movimientos. En lugar de que pro-picien cambios institucionales, muchos movimientos se hanempantanado en la confrontación permanente. Éste es un ele-mento central para entender los diferentes alcances de las accio-nes contra la desigualdad. Mi hipótesis es que han sido más efi-caces aquellos movimientos sociales que han construido identi-dades «puente», que permiten construir espacios de diálogo ynegociación tendientes a una mayor inclusión social de los gru-pos movilizados, en contraste con otros movimientos que cons-truyen identidades más cerradas, que refuerzan las barreras polí-ticas, simbólicas y emocionales entre los distintos grupos socia-les.

Hasta hace poco, en el contexto de regímenes políticos nodemocráticos y sociedades altamente estratificadas, las deman-das de la mayoría de la población de América Latina no teníanmecanismos para procesarse o se canalizaban por vías clientela-

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res y corporativas. En la transición democrática de los últimosaños, sus voces se han escuchado con fuerza, las denuncias deinequidades son abundantes, pero los avances en la construc-ción de mecanismos institucionales para eliminarlas o reducir-las han sido magros. Quizás los actores sociales han afrontado elmismo problema que tenemos los analistas de la desigualdadlatinoamericana: se han movido para gritar que hay desigual-dad, la han hecho evidente, pero hay menor claridad en cuanto alos mecanismos que la producen y en cuanto a las medidas quehay que tomar para reducirla.

América Latina continúa siendo altamente desigual en la dis-tribución de ingresos, pese a las intensas transformaciones queha experimentado durante los últimos 15 años: democratización,intensos movimientos sociales y mayor reconocimiento de lospueblos indígenas y de la población negra, entre otras (Adelmany Hershberg, 2003). Han disminuido las desigualdades de voz,pero esto no es suficiente para que disminuyan otras desigualda-des. Dicho en otras palabras, la democratización y la mayor visi-bilidad y activismo de los excluidos no bastan para revertir ladesigualdad de siglos, se necesitan cambios en otros eslabonesde la cadena de reproducción de las desigualdades persistentes.Pero este período de discontinuidad política tiene un potencialde transformación, se abren diversas posibilidades para comba-tir las disparidades sociales. Quiero concluir este capítulo ha-ciendo una breve revisión de las distintas estrategias con las quese están afrontando las desigualdades en la región.

4.4. Hacia una cuarta vía en el combatecontra la desigualdad

No logramos construir nuestra capacidad para abrir-nos paso en el mundo competitivo de la economíaglobal ni ser consistentes en el empleo de los recur-sos colectivos que nos darían la capacidad para darel salto. Ni Estado, ni mercado, ni sociedad civil, nitodo lo contrario. Estado sí, pero gastador, no deleyes, ni tampoco fiscal. Mercado sí, pero protegi-do, de complicidades entre firmas, desarticulado,con pocos productos competitivos. Sociedad civilindependiente sí, pero sin autonomía, que no apor-ta nada fuera de quejas y críticas. Por eso, en elmundo se preguntan qué quiere hacer América

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Latina, hacia dónde quiere ir.

LUIS F. AGUILAR, «Consistencia» (2007: 13)

La aspiración a la igualdad tocquevilliana y/o a laigualdad real ha conducido a dos formas de utopíasocial y política, aquélla de un mundo puramenteliberal construido sobre una justa competencia yaquélla de una sociedad de iguales. La primera hadesarrollado, por mucho, las desigualdades que handestruido la libertad, la segunda ha matado la li-bertad sin haber reducido verdaderamente las des-igualdades. Es verdad que el llamamiento al reco-nocimiento está amenazando de convertirse en unatercera utopía, la de la comunidad de hermanos,de hermanas o de iguales. Es por esta razón que elreconocimiento no es aceptable más que en la me-dida en que se mezcle con una aspiración demo-crática, o reconozca la existencia y los derechos delos otros. En ese sentido, no puede nunca ser total-mente satisfactorio; una política del sujeto se fun-da en los desequilibrios de la vida democrática.

FRANÇOIS DUBET, Las desigualdades multiplicadas(2006: 73)

En 1981, dos agudos economistas mexicanos, Carlos Tello yRolando Cordera, escribieron un libro que se hizo famoso: Méxi-co: la disputa por la nación (Cordera y Tello, 1981). En él plantea-ban que México vivía la confrontación de dos proyectos: el libe-ral, caracterizado por el énfasis en el libre mercado, y el naciona-lista, que destacaba el papel del Estado en la regulación de laeconomía y la promoción del desarrollo. En los años que siguie-ron, México, lo mismo que otros países de América Latina, expe-rimentó el ascenso del proyecto neoliberal, que tomó la conduc-ción de las políticas económicas en un contexto de ajuste estruc-tural y apertura a la economía mundial, mientras que laspropuestas de corte nacionalista entraron en una fase de replie-gue. Parafraseando a Tello y Cordera, se podría decir que, enrelación con la desigualdad, en la actualidad vivimos «la disputade América Latina», pero es una disputa entre tres vías o proyec-tos: el liberal, que apela a los efectos igualadores del mercado; elredistributivo, que busca reducir las inequidades mediante lasacciones compensatorias del Estado, y el solidario, que ve en lareciprocidad de la sociedad civil y de las comunidades el meca-nismo fundamental para reducir la desigualdad. Estos proyec-

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tos se enfrentan de manera recurrente, cada una de ellos defen-diendo, de manera agria y decidida, sus principios de igualaciónfrente a los otros dos. Analizaré estos tres proyectos y propondréuna cuarta vía que, más que apelar a un mecanismo de equipa-ración adicional, intenta articular las otros tres, de manera quecomplementen sus ventajas y contrarresten sus limitaciones.

El primer proyecto para combatir la desigualdad es popular-mente asociado con el término «neoliberalismo», pero tambiénpueden incluirse en él las posturas liberales, si bien es importan-te distinguir el liberalismo político, que defiende la libertad delos individuos frente a la dominación del Estado, del liberalismoeconómico, que además de defender la libertad de mercado haestado vinculado a los grandes poderes económicos y, en ocasio-nes, ha adquirido tintes neoconservadores que contradicen elespíritu liberal. Esta vía tuvo la hegemonía en los círculos depoder de la región durante los últimos lustros del siglo XX. Go-biernos como los de Pinochet en Chile, De la Madrid, Salinas deGortari y Zedillo en México, Fujimori en Perú y Menem en Ar-gentina fueron representativos del predominio de dicho proyec-to, que fue seguido por los gobiernos de casi todos los países yapoyado por organismos financieros internacionales y por lamayor parte de los grandes empresarios latinoamericanos. Aun-que ya pasó su momento de mayor fuerza, sigue siendo enorme-mente influyente. Su principal argumento es que la desigualdades resultado de las diferencias en los activos y las dotaciones deque disponen los individuos, y que el funcionamiento pleno delos mecanismos de mercado es la mejor alternativa para reduciresas desigualdades. El mercado estimularía a los diferentes ac-tores a ser competitivos, eficientes y productivos, lo que a su vezredundaría en crecimiento de la riqueza agregada en beneficiodel conjunto de la sociedad. Para lograr la eficiencia se proponeeliminar o reducir al mínimo los subsidios y las compensacionesestatales, que son vistos como nocivos por considerar que gene-ran actitudes y conductas dependientes, rentistas y oportunis-tas. De acuerdo con esta visión, las políticas sociales deberíanestar regidas por criterios de productividad y eficiencia. Por logeneral, se oponen a programas sociales universales y recomien-dan apoyos focalizados hacia los grupos sociales más pobres. Seconsidera a la educación como la piedra angular del combatecontra la desigualdad, ya que con una educación adecuada los

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individuos podrán desenvolverse en los mercados y competir porempleos, oportunidades y ganancias. Los defensores de esta víareconocen que su aplicación puede exacerbar las desigualdadessociales en una fase inicial (porque algunos sectores respondenprimero a los incentivos del mercado), aunque después tende-rán a reducirse cuando todo el mundo se integre a la lógica delmercado. Consideran que un cierto grado de desigualdad no sóloes inevitable, sino que también es deseable, ya que estimula lacompetencia: los individuos y las empresas más productivosmerecen mayores recompensas. Esta vía insiste en que el merca-do es un elemento igualador, porque sujeta a todos los agentes alas mismas reglas, independientemente de su raza, etnia, génerou origen social, a la vez que elimina favoritismos y particularis-mos en la asignación de recompensas y sanciones. En síntesis,su estrategia frente a la desigualdad se guía por el principio de lalibre competencia: en ella los sujetos, en un terreno de juegoparejo, tendrían oportunidades iguales.

La vía neoliberal, como cualquier otra alternativa, puede serjuzgada tanto por sus argumentos como por sus resultados, aun-que en la evaluación de sus resultados hay que considerar queninguna vía se aplica de manera pura, en la realidad siempreintervienen otros factores. La mayor parte de sus adversarios enAmérica Latina se han centrado en criticar sus resultados. Seña-lan que en el período de hegemonía neoliberal se acentuaron lapobreza y la desigualdad, se beneficiaron a los grandes empresa-rios y las compañías transnacionales y se desmontaron muchosmecanismos estatales de compensación de las desigualdades so-ciales y regionales. En este libro intenté mostrar que muchas delas llamadas políticas neoliberales en realidad no fueron tales,sino que en la práctica se trató de una intervención directa delEstado en beneficio de sectores privilegiados, en muchos casosacompañada de actos de inmensa corrupción. Es decir, muchosde los problemas atribuidos al «mercado libre» no se deben a él,sino a los sesgos monopólicos y rentistas que prevalecen en losmercados latinoamericanos. Muchos pensadores latinoamerica-nos de izquierda hemos criticado y descalificado a todos losmercados de manera genérica, en lugar de distinguir entre losque tienen características monopólicas y los que son competiti-vos, entre aquellos en que predominan exclusiones y segmenta-ciones de etnia y género y los que son más abiertos. Esto nos ha

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impedido reconocer que los mercados pueden tener característi-cas positivas, entre las cuales están su capacidad para promoverla competitividad y la posibilidad de que funcionen como meca-nismos de igualación. Sin embargo, reconocer estas cualidadespotenciales de los mercados no le da toda la razón a la vía neoli-beral. Los mercados son un expediente indispensable para unasociedad igualitaria y productiva, pero no son suficientes. Re-quieren el complemento de otros mecanismos de equiparación.Los mercados ponen en marcha algunos dispositivos de iguala-ción, pero al mismo tiempo desencadenan procesos que repro-ducen viejas asimetrías o generan otras nuevas. Al producir cons-tantemente ganadores y perdedores estimulan la iniciativa y laproductividad, pero también dejan al margen a muchos y permi-ten que algunos pocos se apropien de porciones enormes de lariqueza social. La vía neoliberal no tiene respuestas adecuadasfrente a estos dilemas. Además, hay que insistir en que en lascondiciones específicas de América Latina la aplicación de lasrecetas neoliberales propició el saqueo financiero y una mayorconcentración de los ingresos. Quizás su aportación positiva fueseñalar muchos de los excesos de las políticas estatistas y popu-listas, pero no logró eliminarlos y muchas veces los repitió. Otrade sus grandes limitaciones se encuentra en la paradoja educati-va: en las últimas décadas millones de latinoamericanos incre-mentaron sus niveles de escolaridad y capacitación, pero sus in-gresos y sus oportunidades de empleo no sólo no mejoraron, enmuchos casos se deterioraron, ya que la estructura de empleo sehizo más excluyente. En el período de hegemonía neoliberal lastasas de crecimiento de los países de la región fueron mediocres,por decir algo. Cualquier política de combate contra la desigual-dad tiene que preocuparse por una distribución más equitativade los activos individuales, pero esto no es suficiente, también esnecesaria la equidad en las interacciones cotidianas y en las es-tructuras sociales.

Por su parte, el proyecto redistributivo tuvo mucha fuerza enAmérica Latina en el período de sustitución de importaciones,con diferentes variantes: nacionalismo, populismo, desarrollis-mo y, en menor escala, socialismo y socialdemocracia. Las crisisde los años setenta y ochenta, así como el avance del neolibera-lismo, lo desplazaron a un segundo plano. Pero los planteamien-tos nacionalistas y estatistas no murieron, renacieron con nue-

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vos bríos y nuevos liderazgos en el siglo XXI: Hugo Chávez enVenezuela, Lagos y Bachelet en Chile, Lula en Brasil, los Kirch-ner en Argentina, Vázquez en Uruguay, Cárdenas y López Obra-dor en México, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecua-dor y Daniel Ortega en Nicaragua, además de la persistencia delsocialismo cubano.

El proyecto redistributivo ve en el Estado el principal y mejordispositivo para reducir las desigualdades. Su intervención, gra-vando los ingresos de los más ricos y orientando el gasto públicoen beneficio de los más pobres, sería la medida más eficaz paraatemperar las asimetrías sociales. Para combatir la desigualdadapela al principio de redistribución, que compensa los desequili-brios creados por el mercado. La historia aporta muchos argu-mentos en favor de esta vía: en prácticamente todos los Estadosmodernos el esquema de impuestos y gastos públicos reduce sig-nificativamente las desigualdades de ingresos creadas por la dis-tribución primaria que opera en el mercado. En América Latinalos Estados del Bienestar no lograron la misma consolidaciónque en Europa, pero aun así, en la época de sustitución de im-portaciones con este esquema disminuyó la pobreza absoluta enmuchos países y en algunos se evitó que la brecha entre pobres yricos siguiera creciendo. Sus logros en materia de reducción dedesigualdades se explican por la capacidad de los gobiernos paracaptar cuantiosas proporciones de la riqueza social (por mediode los impuestos y otros dispositivos) y emplearlas para otrosfines, realizando también grandes economías de escala. De estemodo, el Estado puede canalizar enormes sumas de dinero, cen-tenares de miles de oportunidades de empleo, infraestructuras,servicios de educación y salud y muchos otros bienes y serviciosque, si llegan hasta individuos, regiones y sectores desfavoreci-dos, compensan una parte significativa de las asimetrías.

La historia señala que la capacidad del Estado para revertirlas desigualdades afronta varios límites. Por un lado, no existeninguna garantía de que los recursos del Estado sean aplicadosen beneficio de toda la sociedad o de los más pobres, siempreexiste el riesgo de que una parte importante sea capturada porgrupos de interés, dentro o fuera del gobierno. En el caso deAmérica Latina se ha documentado la capacidad de las élitespara eludir el pago de impuestos, a la vez que obtienen subsidiosy prebendas gubernamentales. Muchos funcionarios del gobier-

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no han hecho un uso patrimonialista de los recursos públicos,en su provecho o en el de sus familiares, socios y aliados. Tam-bién han sido frecuentes las desviaciones clientelares en el ma-nejo del presupuesto, mediante intercambio de recursos por apo-yo político. Además de la corrupción, se han presentado otrasasimetrías significativas, por ejemplo sectores medios y altos queresultan especialmente beneficiados por los apoyos públicos a laeducación superior o zonas residenciales que capturan porcio-nes significativas de la obra pública.

En segundo lugar, hay límites a la capacidad del Estado paracaptar recursos: si la economía de un país es débil o se encuen-tra en crisis, los ingresos del Estado serán asimismo reducidos,situación que con frecuencia han afrontado muchos gobiernoslatinoamericanos, lo que se agrava con los procesos de intercam-bio desigual y la vulnerabilidad externa de las economías de laregión. Además, el abuso fiscal, el endeudamiento excesivo o elgasto irresponsable del gobierno pueden hacer naufragar losproyectos de redistribución de la riqueza. La capacidad del Es-tado para compensar las asimetrías de ingresos no puede desli-garse de la marcha eficiente de la economía. Las enormes caren-cias de América Latina han motivado que muchos seguidores deesta segunda vía apoyen el crecimiento del gasto estatal, sin po-ner suficiente atención a la productividad y al equilibrio de lasfinanzas públicas. Esta vieja falla parece estarse reeditando en laépoca contemporánea, ya que algunos de los nuevos gobiernosde izquierda han aprovechado los altos precios de algunas mate-rias primas para incrementar sus gastos, en ocasiones de mane-ra irresponsable. La Venezuela de Hugo Chávez sería un casoparadigmático.

Una tercera limitación de muchos proyectos redistributivoses que han favorecido de manera especial a ciertos sectores de lapoblación, por ejemplo a los varones y a los miembros del grupoétnico hegemónico, en perjuicio de las mujeres y de los gruposétnicos tradicionalmente excluidos. El Estado del Bienestar lesfalló a esos grupos no porque desarrollara programas destina-dos a toda la población, sino porque en la práctica incumplió supromesa de universalidad. Su ceguera frente a los procesos deexclusión y discriminación que operan en base al género, la raza,la etnia, la nacionalidad, la religión o la opción sexual le impidióalcanzar a todos los sectores de la población, en particular a los

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que se encuentran en situaciones más desfavorables. En el casode América Latina lo más notorio ha sido la exclusión históricade las poblaciones negras e indígenas, que durante siglos se hanvisto en desventaja en lo que se refiere al acceso a educación ysistemas de atención a la salud de buena calidad.

Por último, la compensación de las desigualdades por mediode transferencias estatales entraña el riesgo de fomentar pater-nalismo e irresponsabilidad. Éste es un tema polémico, porquees difícil trazar la línea entre lo que el Estado debe otorgar atodos los ciudadanos por el simple hecho de serlo, sin pedir nadaa cambio, y otro tipo de beneficios por los que podría pedirsealgún tipo de devolución. Simplificando un fenómeno complejo,podría decirse que los partidarios de la primera vía (énfasis en elmercado) reducen al mínimo la primera clase de apoyos, venbajo sospecha cualquier clase de subsidio y exigen que los bene-ficiarios retribuyan de alguna manera todo lo recibido. Por suparte, los partidarios de la segunda vía (énfasis en el Estado)amplían al máximo el segundo tipo de beneficios, proponen unabanico muy amplio de apoyos y servicios gubernamentales ytienden a ser mucho más laxos al momento de exigir que losbeneficiarios retribuyan algo por lo recibido. La primera opciónpeca de mercantilismo, convierte a la educación, la salud y elempleo en asuntos meramente privados. Las consecuencias depolíticas de ese tipo se han sentido durante los últimos años enAmérica Latina, cuando numerosos sectores se han enfrentadoa problemas de salud, desempleo o dificultades para proseguirsus estudios sin contar con el menor respaldo gubernamental.Pero la segunda opción peca de proteccionismo, extiende la co-bertura de los servicios y apoyos estatales hasta un punto en quepropicia parálisis, dependencia, conductas paternalistas, descuidode la productividad y bajos niveles de ahorro. Pero es muy difícilprecisar en la práctica este punto medio entre productividad ybienestar. La complementariedad entre Estado y mercado esdeseable, pero no hay fórmulas fáciles para encontrarla, estásujeta a los desequilibrios de la vida democrática que mencionaDubet. Decepcionados de ambos, muchos han pensado en otrasopciones, volviendo la vista hacia las comunidades y las agrupa-ciones de la sociedad civil.

En los últimos lustros en América Latina se ha expresadocon fuerza una tercera opción, que podría denominarse proyec-

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to solidario, que para afrontar la desigualdad apela a las deman-das y los esfuerzos de las comunidades y de las agrupaciones dela sociedad civil. El incremento de partidarios de esta vía se nu-tre de los fracasos que han tenido tanto las sociedades orienta-das primordialmente hacia el mercado como las que han tenidoun alto grado de conducción estatal. Su argumento es que lasolución está en fortalecer los vínculos de solidaridad en las co-munidades y las asociaciones, que pueden desplegar proyectosde todo tipo sin orientarse sólo por fines de lucro (a diferenciade las empresas que se rigen por las leyes del mercado) o por lalógica del poder (a diferencia de los organismos del Estado).Además, estas asociaciones y comunidades pueden representaro ser especialmente sensibles a las necesidades y demandas desectores tradicionalmente excluidos: indígenas, negros, mujeres,migrantes, etc. Esto puede ser muy relevante en la reducción delas desigualdades persistentes, ya que ayudaría a que los recur-sos lleguen a quienes siempre han estado al margen de ellos, aquienes tanto el Estado como el mercado han dejado fuera. Tam-bién se argumenta que la solidaridad comunitaria y civil puedeerradicar la discriminación y la exclusión en la vida cotidiana,que es un lugar crucial en su reproducción.

En las últimas décadas América Latina ha experimentado unaextraordinaria proliferación de iniciativas civiles, que incluyenmovimientos sociales, consejos de participación, asociacionessin fines de lucro, agrupaciones filantrópicas, asociaciones civi-les y muchas otras. Se trata de un abigarrado conjunto de accio-nes, muchas de ellas contestatarias, que se oponen a o discrepande los gobiernos y de los partidos políticos que han sido hegemó-nicos. Quizás una de sus mayores aportaciones ha sido que handado voz a sectores excluidos, han sido vehículo para las deman-das de los pobres urbanos y rurales, de los negros e indígenas, delos desempleados y subempleados, de grupos feministas y am-bientalistas que, en alianza con sectores de la clase media, sehan constituido en importantes actores políticos en el presentelatinoamericano.

La vía solidaria también tiene una vertiente multiculturalis-ta: defiende la diversidad y pone en el centro el principio delreconocimiento. Postula que no podrá lograrse una verdaderaequidad si no se reconoce el derecho a la diferencia (cultural,religiosa, de género, de opción sexual). Critica las concepciones

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liberales de ciudadanía universal y defiende nociones de ciuda-danía cultural que tomen en cuenta la diversidad.

En relación con la desigualdad, el proyecto solidario intentarevertir las inequidades persistentes mediante políticas y accio-nes dirigidas específicamente hacia sectores de la población quehan estado tradicionalmente excluidos: programas de acción afir-mativa para mujeres, negros e indígenas, reconocimiento delcarácter pluricultural de las sociedades latinoamericanas, pro-puestas de autonomía, respeto a las minorías, proyectos de mi-crodesarrollo y etnodesarrollo, etc.

Las acciones e iniciativas que he agrupado aquí —de maneramuy general y esquemática— dentro del proyecto solidario hantraído viento fresco a la región y tienen un potencial importanteen el combate contra la desigualdad. Pero también tienen seriosproblemas y limitaciones. Una de las más serias es que pecan deun particularismo que, a largo plazo, es difícil de conciliar con elideal de la igualdad ciudadana universal. Las medidas de acciónafirmativa y de redistribución de recursos hacia grupos específi-cos tienen sentido como medidas transitorias para revertir añe-jas disparidades. Pero, si en lugar de ser dispositivos tempora-les, se anquilosan como derechos permanentes de unos gruposen detrimento de otros, se corre el riesgo de esencializar y endu-recer las barreras y clasificaciones que separan a indígenas y noindígenas, a hombres y mujeres, a blancos y no blancos. Esto espeligroso porque, además de ser fuente de constantes conflictos,reproduce las distinciones y fronteras simbólicas y emocionalesque han sido uno de los medios fundamentales para la construc-ción de desigualdades. En ese sentido conservan los «principiosde enclasamiento» que sostienen la apropiación desigual de losbienes (Bourdieu, 1988: 247). También abren la puerta para quelos grupos más activos y movilizados capturen derechos y bene-ficios particulares, en lugar de que se consoliden derechos uni-versales para todos los ciudadanos, independientemente de sugénero, de su identidad cultural o de sus características étnicas.Dicho de otra manera, el proyecto de la sociedad civil y las co-munidades podrá aportar mucho si conduce a un particularis-mo transitorio que después se anule a sí mismo al desembocaren una sociedad más incluyente, en la que se haga realidad lapromesa moderna de la igualdad ciudadana. Por el contrario, sida lugar a un particularismo estructural, sólo permitirá la inclu-

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sión de algunos grupos, los más fuertes, organizados y moviliza-dos, manteniéndose la exclusión del resto.

Otro problema de la vía solidaria es que idealiza a las comu-nidades y a la sociedad civil, a las que considera instancias prís-tinas ajenas a intereses económicos y políticos. Lejos de ello, sonespacios que, al igual que el Estado y el mercado, están atravesa-dos por intereses y contradicciones que pueden dar lugar a in-equidades.

Muchas veces la vía solidaria peca de ingenuidad, al plantearque en la sociedad contemporánea es posible salirse del Estado ydel mercado. Puede ocurrir esto temporalmente o a pequeña es-cala, pero es imposible como una alternativa a largo plazo parael conjunto de la humanidad. La desconexión con respecto alpoder estatal o frente a los mercados puede ser una táctica ade-cuada para evitar los abusos, acumular fuerzas y promover me-canismos económicos y políticos más incluyentes. Pero cuandola desconexión deja de ser una táctica y se convierte en estrate-gia a largo plazo puede acentuar las dinámicas de exclusión. Otroproblema de esta vía es su carácter disperso y molecular. Si nologra penetrar en las estructuras mayores de la sociedad puedequedar como un cúmulo de pequeñas experiencias, sin duda in-novadoras y sugerentes, pero que dejan intactas o casi intactaslas estructuras de los Estados y los mercados.

Por separado, ninguna de estos tres proyectos (el liberal, elredistributivo y el solidario) parece suficiente para avanzar demanera consistente hacia una mayor igualdad en América Lati-na. Es necesario construir puentes entre ellos, buscar otra op-ción que las integre críticamente. Ése es el espíritu de lo queaquí llamo la cuarta vía para afrontar la desigualdad, que desdeuna perspectiva multidimensional trata de atacar los mecanis-mos que producen desigualdades en el mercado, en el Estado yen la sociedad, ya que, como señalé antes, la desigualdad se pro-duce en todas esas instancias.

La cuarta vía no apela a un principio de igualdad diferente alos de los otros tres proyectos. Más bien apunta hacia la sinergiay complementariedad entre ellos. Dicho de otra manera, no des-carta la libre competencia, tampoco la redistribución de recur-sos ni la reciprocidad y el apoyo preferencial a grupos histórica-mente excluidos. Asume la importancia que tienen estos tres prin-cipios, pero señala sus limitaciones y busca puentes y balances

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entre ellos. Por eso, una tesis central de la cuarta vía es afirmarla necesidad de contrapesos entre los mecanismos de igualación.Cada uno de ellos tiene consecuencias igualadoras (igualdad deoportunidades, redistribución de la riqueza e inclusión), perotambién tienen efectos perversos que generan otro tipo de des-igualdades (la concentración de la riqueza, el paternalismo-clien-telismo y el particularismo), por lo que se requieren balances ycontrapesos para que desplieguen todas sus potencialidades y sereduzcan al mínimo sus consecuencias negativas. Por ejemplo,las empresas y los mercados se orientan hacia la eficiencia y laproductividad, pero requieren la regulación del Estado (median-te impuestos, normas, vigilancia, programas de empleo, etc.) paraevitar la monopolización, los desequilibrios sectoriales y regio-nales y el incremento del desempleo, así como el contrapeso delas agrupaciones civiles y las comunidades (mediante consejosconsultivos, sindicatos, mecanismos de diálogo social y organis-mos de certificación social) para impulsar códigos de ética, fo-mentar la responsabilidad social de las empresas y promover lainclusión de sectores en desventaja. A su vez, las políticas econó-micas y sociales del Estado se rigen por la ciudadanía universaly la redistribución de la riqueza, pero requieren el equilibrio delas lógicas de mercado (mediante co-inversiones con el capitalprivado, mecanismos de auditoría y participación de los secto-res productivos), para garantizar eficiencia, productividad y usoadecuado de los recursos, así como el balance de las lógicas civi-les y comunitarias (mediante diferentes mecanismos de partici-pación social y comunitaria), para lograr que la redistribuciónde recursos tenga un mayor alcance y llegue a los sectores másdesfavorecidos. Por último, los esfuerzos de organismos civiles ycomunitarios se orientan por el reconocimiento de la diferencia,la reciprocidad y la inclusión, pero, para evitar el particularismoy los privilegios de los grupos más fuertes en detrimento de losmás débiles, deben ser contrarrestados mediante regulaciones eintervenciones públicas que garanticen la equidad ciudadana yla rendición de cuentas, así como por mecanismos que promue-van la eficacia y la libre competencia por los recursos.

La otra tesis central de la cuarta vía es que deben articularselas políticas de igualación en los distintos niveles de poder. Nobasta con buscar la nivelación de las dotaciones y capacidadesindividuales, es necesario modificar las estructuras sociales en

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sentido igualitario y lograr la equidad en las interacciones coti-dianas. El ejemplo de la igualdad en el empleo puede ayudar aentender esta articulación. Por un lado, se necesita atender lapropuesta liberal de brindar a todos los individuos oportunida-des educativas que los capaciten para conseguir un buen em-pleo. Pero si no se modifican las estructuras económicas, habrápocos empleos dignos, por lo que hay que tomar en cuenta laspropuestas del proyecto redistributivo, en el sentido de que lapolítica económica del Estado debe otorgar prioridad a la crea-ción de empleos y que debe garantizarse un ingreso mínimo atodos los ciudadanos. Pero incluso estas medidas serían insufi-cientes si en las dinámicas cotidianas de los mercados de trabajohubiera discriminación hacia las mujeres y las minorías étnicas,por lo que habría que escuchar también las propuestas civil-co-munitarias en torno a políticas incluyentes de empleo. El princi-pio de libre competencia supone una igualdad entre los partici-pantes en el mercado, con los mismos derechos y obligacionespara todos, que deben sujetarse a las mismas reglas del juego. Esfundamental para la existencia de igualdad de oportunidades. Elprincipio de la redistribución estatal es clave para lograr unamayor igualdad de bienestar para todos los ciudadanos. Por suparte, el principio del reconocimiento de las diferencias es fun-damental para incluir a los sectores sociales más diversos.

En los últimos años se han reproducido en América Latinalas enormes desigualdades de ingresos que durante siglos hancaracterizado a la región. Toda reproducción ocurre de maneradinámica, bajo nuevas circunstancias, con nuevos actores, y en-traña la posibilidad de transformaciones. Pero, ¿cuáles transfor-maciones? Discrepo de muchos colegas, quienes piensan que elfuturo está naciendo en el Movimiento de los Sin Tierra, en loscaracoles zapatistas de Chiapas, en las protestas de los indígenasbolivianos en el altiplano o en los cierres de ruta de los piquete-ros argentinos. Tampoco me emocionan demasiado los desplan-tes populistas y clientelares de Hugo Chávez. Mucho menos co-incido con los defensores a ultranza de las reformas estructura-les, quienes piensan que la expansión de las lógicas de mercadova a llevar a América Latina a una prosperidad creciente y aromper con la historia de sus desigualdades. Ningún fundamen-talismo logrará reducir en forma significativa las desigualdadeslatinoamericanas: ni el fundamentalismo comunitarista, que se

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empantana en la exclusión de los exclusores por los excluidos, niel fundamentalismo estatista, que reduce el combate contra ladesigualdad a subsidios y redistribuciones de recursos por partede los gobiernos, ni el fundamentalismo de mercado, que es cie-go a los procesos de concentración de poder y de recursos. Elfuturo está en otro lado. Para mí, las esperanzas se encuentranen las márgenes de esas tres opciones extremas, en los intersti-cios que dejan y, en especial, en los puentes que tratan de cerrarlas brechas que las separan.

Se pueden detectar procesos emergentes que me hacen sermenos pesimista en mi balance sobre las perspectivas de la des-igualdad en América Latina. En primer término, fundo mis es-peranzas en una transformación de tipo cultural: la mayoría delos latinoamericanos está en desacuerdo con los niveles de des-igualdad existentes. En 2004, de acuerdo con las encuestas deLatinobarómetro, el 89 % de los latinoamericanos creía que susociedad era injusta (Kliksberg, 2004: 8). La distribución actualde la riqueza no les parece adecuada ni legítima. Hay un profun-do cuestionamiento de la discriminación étnica y de género. Enun sector de la élite latinoamericana también hay un cambio depuntos de vista sobre la desigualdad, ya que antes predominabala idea de que no representaba un problema o que bastaba elcrecimiento económico para reducirla, mientras que hoy algu-nos la ven como un obstáculo para el crecimiento, la estabilidady la seguridad. El primer gran avance es que hoy existe un reco-nocimiento de que América Latina es la región más desigual delmundo y que hay que hacer algo al respecto. Mucha gente tomadistancia de la «fracasomanía» y de las posiciones fatalistas quepostulan que América Latina está condenada a reproducir hastael infinito la desigualdad, el abuso y la corrupción. Lo que anteseran desigualdades aceptadas como legítimas o, al menos, tole-radas como «normales», hoy son catalogadas como ilegítimas.Lo que ayer se veía como una apropiación hoy es denunciadocomo expropiación.

En segundo lugar, en América Latina han disminuido en for-ma considerable las desigualdades de voz: los excluidos de siem-pre están haciendo sentir sus reclamos en distintos foros, en par-ticular en espacios mediáticos y políticos. Hay una nueva franjade intelectuales indígenas, negros y mujeres, que ocupan posi-ciones más relevantes y tienen mejores recursos para promover

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sus intereses. No se han modificado radicalmente los sistemaspolíticos —salvo, quizás, en Bolivia— o la estructura de la pro-piedad de los medios de comunicación, pero hay condicionesmás favorables para que se expresen los puntos de vista de lasmujeres, de los negros, de los indígenas y de los pobres. Esto nonecesariamente se ha traducido en una comunicación construc-tiva con los poderosos, con frecuencia somos espectadores deprocesos de polarización política y diálogos de sordos entre po-siciones contrapuestas. Pero al menos hay cierta igualdad en laconfrontación: todos los contrincantes se están expresando enlas mismas arenas, y lo que hoy son disputas agresivas puedentransformarse en acuerdos y negociaciones incluyentes; puedensurgir puentes entre los distintos discursos, lo que era imposibleen un contexto de exclusión de las voces de la mayoría.

En tercer lugar, además de las mentalidades y del contextopolítico, están cambiando algunas prácticas cotidianas en Amé-rica Latina. Aunque las instituciones democráticas son todavíamuy vulnerables, en distintos países hay experiencias locales oregionales que indican que los programas sociales pueden sermás participativos e incluyentes y que los sistemas educativos,de salud y de seguridad social pueden funcionar mejor para ga-rantizar un piso básico de igualdad para todos los ciudadanos(Kliksberg y Tomassini, 2000; SEDESOL, 2003). No sabemos siesas buenas prácticas se generalizarán y se convertirán en mo-neda corriente, pero son señales de que los gobiernos puedenfuncionar de una manera más incluyente. Algunas empresas, muypocas todavía, han reconocido su responsabilidad social y se hancomprometido con códigos de ética cuyo cumplimiento es veri-ficado por organismos independientes. Desde abajo también haymuchas iniciativas que muestran la capacidad popular para afron-tar la exclusión: millones de latinoamericanos que incrementansus niveles de escolaridad, indígenas que defienden su derecho ala diferencia sin aislarse en enclaves étnicos, mujeres que dejande verse como víctimas, adquieren poder y despliegan estrate-gias de inclusión en diversos ámbitos, obreros que defienden susderechos laborales al tiempo que se comprometen con la pro-ductividad y con la empresa en la que trabajan, campesinos quemigran para salir del marasmo de la marginación, habitantes delas ciudades que crean sus propias fuentes de trabajo y jóvenesque desarrollan ingeniosas iniciativas para no quedar desconec-

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tados, son algunos ejemplos de la resiliencia para afrontar lasestructuras sociales más desiguales del planeta, sin morir en elintento. Pero algunos mueren al cruzar el desierto de Arizona, alrecorrer las calles mal iluminadas de Ciudad Juárez, en las rutasdel narcotráfico que parten de Colombia o del Alto Huallaga ha-cia el norte, o por causa de la violencia cotidiana en las calles deSan Salvador, Guatemala o las favelas brasileñas. O simplemen-te sus esfuerzos apenas alcanzan para sobrevivir en condicionesprecarias. Sus recursos tienen límites, necesitan el complemen-to de cambios estructurales e institucionales que promuevan unamayor equidad. Pero si en las próximas décadas América Latinase vuelve más equitativa, en gran parte se deberá a millones depersonas que, al buscar un lugar digno en un mundo globaliza-do, están destejiendo las redes de la desigualdad.

A la hora de afrontar la desigualdad quizás sigan predomi-nando alternativas unilaterales, pero también hay algunos puen-tes que acercan los puntos de vista. Diálogos interculturales, in-tentos de aproximar posiciones liberales y comunitaristas, pro-gramas sociales que combinan equidad con lógicas de mercado,intentos por construir alternativas socialdemócratas modernas,iniciativas de comercio justo, sistemas de educación y seguridadsocial que mejoran su capacidad para ofrecer servicios de cali-dad a toda la población, relaciones más equitativas entre hom-bres y mujeres de las nuevas generaciones, espacios públicosdonde confluyen distintos sectores sociales, son algunos ejem-plos de que en diversos países de América Latina se están trans-grediendo las fronteras étnicas, de género y de clase en torno delas cuales se han configurado las desigualdades persistentes. Estono se traduce de manera inmediata en una sociedad más equita-tiva, ya que se necesitan por lo menos varias décadas para modi-ficar la distribución desigual de los activos más importantes enla sociedad contemporánea: capital, educación, acceso al cono-cimiento, bienestar básico, oportunidades de empleo, tierras,acceso al crédito. Una modificación de esa naturaleza requieremuchos recursos y transformaciones profundas de las institu-ciones. Esos procesos apenas comienzan en la región. Hasta aho-ra, lo único que ha ocurrido son los pasos preliminares: una frá-gil transición a la democracia, un poderoso despertar étnico, unaruidosa emergencia de la sociedad civil y una silenciosa revolu-ción de las relaciones entre los géneros. Hay un cambio en las

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mentalidades, prácticas novedosas, algunos puentes y una mo-dificación de la correlación de fuerzas, que pueden favorecer aquienes han padecido más las desigualdades latinoamericanas.Pero de este cambio político y cultural a una modificación de lasestructuras sociales y de la distribución de recursos hay un tre-cho muy largo. Si las transformaciones recientes desembocanen procesos duraderos de inclusión, en diseños institucionalesmás equitativos y en períodos sostenidos de crecimiento econó-mico, es algo que se verá en las próximas décadas. El pronósticomás probable es que en muchos países latinoamericanos se man-tendrán, bajo nuevas condiciones, las desigualdades persisten-tes. Pero en otros puede ocurrir lo contrario y, al menos, hay queimaginar esta posibilidad.

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1. OIT, 2006 y datos del Instituto Nacional de Estadística de España, citadosen El País, 29 de octubre de 2005.

2. Éxito Exportador: www.exitoexportador.com, consultada el 14 de septiem-bre de 2007.

3. «Crecen utilidades de los negocios de Carlos Slim», La Jornada, 15 deabril de 2005.

4. Aun en países con producción audiovisual fuerte, como Argentina, Brasily México, el 75 % de las películas y las series son importadas de Estados Unidosy ocupan más del 50 % del horario estelar en la televisión (Ford, 1999: 134).

5. Una versión preliminar de este apartado fue publicada en inglés como«Imagined inequalities: representations of discrimination and exclusion in La-tin America», Social Identities. Journal for the study of race, nation and culture,vol. 11, n.º 5, 489-508.

6. Este filme probablemente sea un remake de una película realizada casi 50años antes, La ilusión viaja en tranvía (Luis Buñuel, 1953). En el filme de Bu-ñuel dos trabajadores secuestran un tranvía y recorren Ciudad de México.

7. Quiero expresar mi profundo agradecimiento a Adrián Pérez Melgosa,quien hizo una atenta lectura de una primera versión de este apartado, llamómi atención sobre los filmes La estrategia del caracol y Un oso rojo, me hizonotar el contraste entre el neorrealismo y el realismo mágico en el cine deAmérica Latina y me hizo valiosas sugerencias que enriquecieron este texto.

8. «Demonstrators killed in Bolivia», The New York Times, 14 de octubre de2003.

9. «Bolivia´s poor proclaim abiding distrust of globalization», The New YorkTimes, 15 de octubre de 2003.

10. Estudios sobre la legitimación de la desigualdad en países industrializa-dos han encontrado que la izquierda tiende a atribuir el éxito económico de losricos al uso del poder, el privilegio, la explotación y otros medios ilegítimos(Kelley y Evans, 1993: 80).

11. Los olvidados estuvo mucho tiempo «enlatada», es decir, que no se exhi-bía por presiones políticas, además de que fue duramente criticada por la pren-sa, ya que su contenido de crítica social entraba en contradicción con la tónicadel gobierno de Miguel Alemán.

12. En 1959 Oscar Lewis publicó el libro Five families; Mexican case studiesin the culture of poverty (Lewis, 1959). La DESAL difundió las tesis de la margi-nalidad como falta de integración social: «En los diversos países latinoamerica-nos existen grupos sociales al margen de los beneficios característicos de lavida moderna, y que este fenómeno se extiende no sólo a un aspecto parcial dela vida de dichos grupos, sino a la totalidad de la persona humana. El margina-do o ‘marginal’ está radicalmente incapacitado para poner fin, por sí mismo, a sumiseria» (DESAL, 1969: 50, cursivas en el original).

13. Irene Vasilachis comenta que los sin techo que entrevistó en Argentinaseñalaron la diferencia entre «ser de la calle» y «estar en la calle», o entre «serpobre» y «haberse empobrecido» (Vasilachis, 2003: 40).

14. Ann Kaplan ha sugerido el concepto de «trauma cultural», que se originaen sucesos difíciles de procesar cognitivamente, de modo que regresan de ma-nera persistente y la cultura los repite y los repite ante la dificultad de afrontar-los de manera directa (Kaplan, 2001: 308).

15. «Una patraña sobre la solidaridad y la fuerza de las ideas»,www.edualter.org, 25 de mayo de 2004.

16. Sobre los movimientos indígenas véanse Chiriboga, 2003; Sieder, 2002 y

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Warren y Jackson, 2002; sobre el movimiento negro en Brasil pueden verseReichmann, 1999; Sheriff, 2001 y Yúdice, 2002.

17. Hubo cambios legislativos similares en Chile, Costa Rica, RepúblicaDominicana y Uruguay (Warren y Jackson, 2002: 13).

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La desigualdad tiene cada vez mayor vinculacióncon el aislamiento.

RICHARD SENNETT, La cultura del nuevocapitalismo (2006: 74)

Los problemas relacionados con la reducción de ladesigualdad mundial son verdaderamente intimi-dadores. Parece muy improbable, sin embargo, quepueda causarse un impacto significativo sobre ellossin un progreso hacia un mayor gobierno global.

ANTHONY GIDDENS, La tercera vía (1999: 179)

La desigualdad es un fenómeno multidimensional. En este li-bro he argumentado que la desigualdad social es resultado de laarticulación de muchos procesos, desde la concentración de losprincipales recursos productivos hasta los dispositivos simbóli-cos que marcan fronteras de inclusión y exclusión, pasando porlas interacciones cotidianas. La desigualdad es un fenómenomultidimensional, ya que es fruto de diversos factores (econó-micos, políticos, sociales y culturales), está relacionado con va-rias formas de clasificación social (a partir del género, la etnia,la edad, la clase social, los grupos de status, los conocimientos,etc.), se construye mediante relaciones de poder a distintos nive-les (individual, relacional, estructural y global) y en distintosámbitos de integración social (en el Estado, en el mercado y enla sociedad civil).

Pese a la enorme complejidad de la desigualdad, la gran ma-yoría de los estudios se centra en los aspectos económicos e indi-viduales. La narrativa más común de la desigualdad la mide en

CONCLUSIONES

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dinero, la explica como resultado de las diferentes capacidadespersonales, en particular de las diferencias en escolaridad, y hacecaso omiso de factores institucionales, estructurales, históricos,políticos o culturales. En este libro pretendí plantear alternati-vas a esa explicación simplista de la desigualdad. De ahí mi in-sistencia en mostrar la interconexión de los distintos niveles dela desigualdad, sus diferentes dimensiones, la disputa en torno ala legitimidad de las apropiaciones y la dialéctica que existe en-tre los mecanismos y actores que propician la desigualdad y losque se resisten a ella, la acotan o la compensan. Sin embargo,este enfoque, al igual que cualquier perspectiva multidimensio-nal, corre el riesgo de la generalidad y la indeterminación: alincluir tantos niveles y factores pareciera que todo determina atodo, no quedan claras las principales líneas de articulación ycausalidad. Me parece que hace falta un mayor desarrollo deestudios multidimensionales de la desigualdad, teóricos y empí-ricos, para poder remontar esta deficiencia. En este momentome atrevo tan sólo a proponer algunas pistas para investigacio-nes futuras.

Las articulaciones entre los niveles individual, relacional yestructural de la desigualdad pueden ser de muy diversa índole.En situaciones de inequidad extrema todos los niveles operan enla misma dirección, reforzándose mutuamente, por ejemplo enuna situación de esclavitud en la que hay una estructura rígidade posiciones de privilegio, que concuerda con relaciones discri-minatorias y con una distribución de dotaciones y capacidadesindividuales que corresponde con las posiciones ocupadas en laestructura. Pero en muchos otros casos no existe esa concordan-cia, sino que hay desfases y tensiones entre los distintos planos.Algo similar ocurre con la articulación de los aspectos económi-cos, políticos, sociales y culturales de la desigualdad. En ocasio-nes la distribución inequitativa de los recursos se encuentra po-líticamente reforzada y culturalmente legitimada. Sin embargo,con frecuencia se presentan otras situaciones en las que existendiscordancias y contradicciones entre estos diferentes aspectos.Asimismo, la inequidad es mayor cuando se acumulan distintostipos de desigualdades (de ingresos, de calidad de vida, de sta-tus, de grados de libertad, de acceso al poder, etc.), de modo quehay grupo sociales favorecidos en casi todos los terrenos, mien-tras que otros viven en la miseria, realizan trabajos pesados y

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peligrosos y tienen pocas opciones para ejercer su libertad deelección (Walzer, 1993).

El análisis del caso latinoamericano sugiere que, de todos losfactores que inciden en la desigualdad social, hay tres que pare-cen tener una influencia decisiva: a) la yuxtaposición de las dis-paridades económicas con sistemas de clasificación social a par-tir de variables étnicas, nacionales, religiosas o de género, queproducen un reforzamiento de las desigualdades y las hacen máspersistentes (Tilly, 2000); b) la estructura de empleos y remune-raciones, en particular cuando favorece simultáneamente altaconcentración de ingresos en la cúspide y ausencia de trabajosdignos para la mayoría de la población, ya que crea una distribu-ción asimétrica de los recursos básicos, muy difícil de revertirpor otros medios (Fitoussi y Rosanvallon, 1997; Galbraith, 1998);y c) la debilidad de los mecanismos de compensación de las des-igualdades, en particular en aquellos países que no logran cons-truir instituciones sólidas que garanticen un acceso equitativo ala salud, la educación y otros aspectos del bienestar social queson determinantes en las capacidades de apropiación de las per-sonas (Filgueira, 2007).

La desigualdad es un proceso estructurado. En este trabajo hecombatido las nociones esencialistas que conciben la desigual-dad como una característica inherente a la naturaleza humana,a una cultura, a una tecnología o a un determinado sistema so-cial. En contraste, he defendido la tesis de que las desigualdadesson una construcción histórica, resultado de las disputas por laapropiación de los bienes considerados valiosos. Un elementocentral de estas confrontaciones son las batallas simbólicas entorno a la justicia de las pretensiones de cada agente, que pue-den ser consideradas apropiaciones legítimas o expropiacionesilegítimas.

En las relaciones cotidianas entre los agentes, las desigualda-des están sujetas a procesos de construcción, re-construcción yde-construcción (Harris, 2006). Pero eso no quiere decir que lascondiciones de desigualdad se reinventen por completo a cadamomento, ya que se encuentran enmarcadas en pautas persis-tentes de interacción (Tilly, 2000) y en estructuras sociales másduraderas (Galbraith, 1998). Por medio de la agencia humanapueden modificarse, aumentar, disminuir o cambiar de natura-

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leza, pero en forma muy lenta y sólo mediante la intervenciónprolongada de muchos actores y la creación y consolidación deinstituciones suficientemente poderosas.

He discutido la dialéctica entre los procesos que inciden en lageneración de desigualdades y los que la contrarrestan. He insis-tido en que esta dialéctica atraviesa a los agentes, los gobiernos,los mercados y las sociedades, de modo que diversos mecanis-mos y dispositivos pueden a la vez fomentar la igualdad en unaspecto y erosionarla en otro. En cada caso hay que buscar lascombinaciones entre mercado, Estado y sociedad civil que ga-ranticen mayor igualdad, pero siempre existirán distintas opi-niones sobre cuál es la mejor opción. Si se llega a algún consensoal respecto, nunca será definitivo, estará sujeto a la dinámica delas relaciones de poder y tendrá que adecuarse de manera cons-tante a las transformaciones productivas y sociales.

La evolución de las computadoras personales, de Internet yde la telefonía celular es un buen ejemplo de cómo las desigual-dades son procesos estructurados, atravesados por luchas y con-tradicciones. El acceso a estos nuevos dispositivos tecnológicossiguió, en primera instancia, las líneas de las estructuras socia-les previas: los países ricos y los sectores sociales con mayor es-colaridad y mayores ingresos fueron los primeros en disponerde estos servicios, creándose una brecha digital que se acumulócon las disparidades preexistentes en ingresos, capital simbólicoy capital educativo. Después, muchos países, grupos y personashan hecho enormes y variados esfuerzos para no quedar desco-nectados, de modo que estas nuevas tecnologías tuvieron un rit-mo de difusión muy acelerado. A veces se revirtieron algunasdesigualdades; por ejemplo, el acceso a Internet ha permitidoreducir ciertas asimetrías de información, la telefonía celular hamejorado la comunicación para sectores que carecían de telefo-nía fija y en las generaciones jóvenes es más equitativa la distri-bución de habilidades cibernéticas y el acceso a la tecnologíadigital que en cohortes anteriores. Pero no todo son efectos deigualación, hay regiones y sectores que siguen desconectados,hay gamas de servicios digitales a las que sólo acceden grupos dealtos ingresos y, además, se han hecho grandes fortunas a partirde la telefonía o el software. En estos procesos las desigualdadespersisten al transformarse, algunas se reducen, otras se incre-mentan, hay nuevos ganadores y nuevos perdedores, aunque se

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conservan muchas de las estructuras asimétricas previas.

La exclusión y la desconexión cada vez tienen más peso en lasdesigualdades. Durante siglos, las principales desigualdades seproducían cuando un sector social se enriquecía a costa de otro,cuando, como decía Aristóteles, alguien obtenía para sí mismocierta ventaja apoderándose de lo que pertenecía a otro (Rawls,1997 [1971]: 23). Para lograr esto, lo explotaba, abusaba de él, learrebataba sus tierras o el fruto de su trabajo. Aunque esto sigueexistiendo, en la época actual las desigualdades mayores se ge-neran cada vez más porque algunos sectores, regiones y perso-nas han quedado excluidos de las redes en que se producen lasprincipales riquezas, o sólo están precariamente incluidos en ellas.Una parte de la humanidad está integrada en los circuitos trans-nacionales de producción y comercialización por los que circu-lan los bienes y servicios más valiosos. Dentro de esos circuitoshay enormes desigualdades, pero no se comparan con las queseparan al resto de la humanidad, con las privaciones que pade-cen quienes no tienen trabajo, viven en regiones aisladas, se ocu-pan en actividades de subsistencia, carecen de servicios básicosy tienen muy pocas oportunidades de desarrollo.

La reiteración de abusos, explotación y discriminación du-rante décadas y décadas creó las condiciones para la exclusióndel presente. La acumulación de ventajas y desventajas es frutode una larga historia de apropiación-expropiación y se convierteen el principal obstáculo para revertir las desigualdades con-temporáneas, en donde la inequidad se deriva de diferentes ni-veles de exclusión y desconexión. No es que en la actualidad yano haya abusos, los hay y deben ser erradicados. Pero los rasgoscentrales de las desigualdades contemporáneas son la exclusión,el aislamiento, la desvinculación y la desconexión. Las estadísti-cas indican que cada vez pesan más las disparidades entre paí-ses. Las oportunidades son diametralmente opuestas si se viveen Europa o en el África subsahariana, en Estados Unidos o enNicaragua, en Japón o en Afganistán. Los migrantes han com-prendido esto mejor que nadie. Y dentro de los países tambiénpesan cada vez más las brechas entre los sectores y las regionesque se han incorporado a la globalización y los que han quedadoal margen, como indican los casos de China, Chile y México.

Los ejes centrales de la desconexión son la exclusión laboral

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(desempleo y empleo precario), la exclusión de la sociedad delconocimiento (persistencia de sectores que carecen de educa-ción de calidad y acceso a las nuevas tecnologías) y el aislamien-to (sectores, regiones y países con carencias estructurales en in-fraestructura física y comunicativa, con serios problemas paravincularse con mercados dinámicos).

Vivimos en una época de abundancia, en la que existe unagran capacidad productiva, pero cientos de millones de perso-nas no participan de esa abundancia. No es que sean más pobresque antes, en algunos casos lo son, pero basta que sigan igual oque mejoren lentamente para que crezca el abismo que los sepa-ra del resto de las personas, cuyos ingresos y nivel de vida pro-gresan de manera constante. A mediados del siglo XVIII, en suDiscurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entrelos hombres, Rousseau mencionaba a “los supernumerarios [...],vueltos pobres sin haber perdido nada porque al cambiar todoen torno a ellos, sólo ellos no habían cambiado” (Rousseau, 1991[1754]: 263). Y fue más o menos desde esa época cuando la des-igualdad social, que existía desde mucho antes, comenzó a cre-cer a pasos agigantados. Y no se debió a que se iniciara entoncesuna era de empobrecimiento y declive; al contrario, al liberarselas poderosas capacidades productivas de la industria modernacrecieron las riquezas, pero se concentraron en pocas manos.Esa tendencia a la concentración se frenó un poco hacia media-dos del siglo XX, gracias a las instituciones igualadoras del Esta-do del Bienestar. Pero a finales del siglo XX y principios del XXI

nuevamente creció la desigualdad, en la medida en que numero-sos sectores de la población han quedado al margen de los bene-ficios derivados de la globalización y las innovaciones tecnológi-cas de las últimas décadas. El mercado global crea gigantescaseconomías de escala, que se convierten en utilidades millonariaspara quienes las aprovechan. Al mismo tiempo, el acelerado rit-mo de cambio tecnológico genera sucesivas oportunidades deganancias extraordinarias para quienes consiguen el monopoliode las innovaciones. El problema está en que no se han encon-trado los medios para lograr una distribución equitativa de lasriquezas que generan tanto la innovación como las cadenas eco-nómicas transnacionales.

Globalización sin mecanismos globales de igualación. Se ha

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creado una economía global sin que existan dispositivos paracontrarrestar las desigualdades que produce. En el mundo ac-tual las instituciones nacionales son importantes para promoverla igualdad, pero no son suficientes para lidiar con todas las con-secuencias de las conexiones transnacionales. Es como si se qui-siera lograr la igualad en un país recurriendo sólo a mecanismoslocales y familiares de ayuda mutua. Los retos planteados por lamigración internacional, las finanzas globales y las cadenas eco-nómicas transnacionales requieren de mecanismos de compen-sación que operen a una escala similar. Esto implica, entre otrascosas, alguna forma de impuestos sobre las ganancias que gene-ran los negocios globales, redistribución de la riqueza hacia zo-nas y países excluidos, instituciones que garanticen a los migran-tes accesos a los servicios básicos y marcos legales que asegurenla responsabilidad social de las empresas hacia todas las locali-dades en las que operan. No se trata tanto de especular sobre unhipotético gobierno global como de ir creando las múltiples ins-tituciones igualadoras de la era de la globalización, tanto en elámbito local como en el nacional y el supranacional.

También hay un desfase entre las nuevas realidades de la eco-nomía del conocimiento y los viejos mecanismos de compensa-ción de las desigualdades, concebidos y construidos para unmundo agrario e industrial. No es que ya no sean necesarios lossindicatos y las reformas agrarias, pero ya no basta con repartirla tierra y asegurar buenos salarios en fábricas muy estables,ahora se trata de garantizar acceso equitativo al conocimiento,la tecnología, el financiamiento, el empleo y la seguridad socialen los marcos de economías flexibles y abiertas, en las que pre-dominan los servicios y en las que las carreras laborales y lastrayectorias familiares son más inciertas y cambiantes que nun-ca.

En América Latina se inició un proceso de deslegitimación delas desigualdades persistentes. En la época de la globalizaciónAmérica Latina sigue siendo la región con mayor inequidad deingresos en el mundo. Sus desigualdades se han reproducido alinsertarse de manera desequilibrada en la nueva economía mun-dial. No obstante, en los últimos 30 años ha experimentado im-portantes transformaciones políticas y culturales que indican quesus desigualdades son cada vez menos legítimas. Han cambiado

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los puntos de vista sobre las relaciones entre los géneros y se hanmultiplicado las denuncias sobre las inequidades que afectan alos negros y los indígenas. Al mismo tiempo, las institucionesdemocráticas, aunque todavía débiles, se han sostenido en la re-gión como nunca antes. Al momento de escribir estas conclusio-nes se produjo en Chile, país con gran éxito en la inserción a laeconomía global, una inmensa manifestación de protesta contrala desigualdad social. La crítica a la inequidad se ha extendido,ya no aparece sólo entre los intelectuales, los científicos socialesy los líderes de movimientos sociales y partidos de izquierda.Incluso sectores importantes del centro, de la derecha y de losempresarios hablan de la necesidad de combatir la desigualdad.Estos cambios en las percepciones son muy importantes, perono suficientes. Transformaciones culturales — como el cuestio-namiento de la discriminación étnica o de género—, o políticas—como la democratización de las estructuras de gobierno—,pueden ser el disparador para avanzar hacia una sociedad másigualitaria, pero sus efectos serán limitados si no desembocanen una modificación profunda de las estructuras, de las prácti-cas sociales cotidianas y de la distribución de las dotaciones ycapacidades individuales. Algunos aspectos de las desigualdadespueden ser erradicados a corto plazo, si existe la voluntad políti-ca para ello (una ley discriminatoria, una práctica restrictiva, unmecanismo de compensación que es excluyente, la distribucióninequitativa de algunos bienes), mientras que otros sólo puedenser revertidos a mediano y largo plazo, porque están sostenidospor creencias muy arraigadas (prejuicios racistas o de género),porque requieren la aplicación de ingentes recursos durante pe-ríodos prolongados (construcción de infraestructuras para in-cluir a regiones marginadas) o porque son fruto de largos y com-plejos procesos de adquisición de habilidades y capacidades (di-ferencias en el habitus y en el capital social, cultural y educativo).En América Latina se han roto algunos eslabones de la cadenade desigualdades persistentes, pero falta mucho camino por re-correr para construir sociedades más equitativas e incluyentes.

El combate contra la desigualdad tiene que ser multidimensio-nal. La última conclusión que se desprende de este trabajo esque la desigualdad debe ser atacada en muy diversos frentes.Opera en diferentes niveles de ejercicio del poder, desde las dife-

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rencias en las capacidades individuales hasta las redes del poderglobal, pasando por las interacciones cara a cara y las estructu-ras institucionales. Es fruto de procesos económicos, políticos,sociales y culturales. Cualquier alternativa para lograr la equi-dad en las sociedades contemporáneas tendrá que tomar en cuen-ta la complejidad de este fenómeno. No estamos atrapados enlas redes de la desigualdad. Pero destejerlas es una tarea laborio-sa, que debe emprenderse desde distintos nodos y en la que hayque desenredar muchos hilos. En el frente económico es indis-pensable un crecimiento sostenido del empleo, lo mismo que laregulación de los flujos financieros y las cadenas transnaciona-les de producción y comercialización. Una economía global másjusta requiere la protección de los derechos de los migrantes trans-nacionales y poderosos mecanismos de regulación que limitenla formación de monopolios y oligopolios. Es fundamental laintervención de los Estados y de los organismos multinacionalespara promover una distribución más equitativa de los principa-les recursos económicos, no sólo los tradicionales como la tierray otros medios de producción, sino también el crédito, los bie-nes culturales y el conocimiento científico y tecnológico. En elámbito político es crucial la reconstrucción de Estados del Bien-estar que se adapten a las características de economías abiertasy globalizadas, al mismo tiempo que respondan a las exigenciasde sociedades diversas y multiculturales. Sin esta reconstrucción,las enormes desigualdades ponen en riesgo los sistemas demo-cráticos. En el ámbito social destaca la necesidad de de-cons-truir las fronteras y barreras sociales que se han levantado a par-tir de desigualdades categoriales entre los géneros y los gruposétnicos, así como consolidar las instituciones que garanticen elacceso equitativo a la salud, la educación y otros servicios bási-cos. Por último, en el terreno cultural hay que desmontar losdispositivos que reproducen las jerarquías sociales y propicianaccesos asimétricos al capital simbólico, para lo que es crucialcombinar el respeto a la diferencia con el fortalecimiento deldiálogo intercultural.

Hay que romper muchos eslabones de la cadena causal de lasdesigualdades persistentes. ¿Cómo afrontar esta tarea gigantes-ca?, ¿cuál es el mejor camino? Destacan tres grandes proyectos.El primero, de corte liberal, es la igualación por medio de losmecanismos del mercado. El segundo, de raigambre redistribu-

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tiva, es la reducción de las desigualdades mediante las accionescompensatorias del Estado. El tercero, de inspiración solidaria,ve en los esfuerzos de la sociedad civil y de las comunidades elmecanismo fundamental para reducir la desigualdad. He aboga-do por una cuarta vía que, más que apelar a un mecanismo deequiparación adicional, afirma la necesidad de balances y con-trapesos entre ellos, combinando la igualdad de oportunidadescon la redistribución de recursos y el reconocimiento de las dife-rencias.

¿De quién son estos olivos? Setenta años después del poemade Miguel Hernández, hoy sabemos menos que nunca de quiénson los olivos, y no sólo porque ahora el aceite de oliva lo fabri-can empresas transnacionales, se vende por todo el mundo yaparece en docenas de variedades. Ya no bastan la tierra callada,el trabajo y el sudor, ahora se requieren nuevas tecnologías, in-vestigaciones genéticas, estudios de marketing, innumerablespruebas de aroma y sabor, complicados esquemas de financia-miento y comercialización, de modo que son muchos quienesreclaman el derecho a apropiarse una parte de la riqueza asocia-da con los olivos y su aceite. Nuestras viejas certezas sobre laigualdad y la desigualdad se han desdibujado en el mundo co-nexionista de la sociedad global del conocimiento. ¿Qué es justoy qué es injusto?, ¿cuándo estamos frente a una apropiación le-gítima y cuándo frente a una expropiación ilegítima?, ¿cómo sedeben repartir los frutos de las cadenas económicas transnacio-nales? Nunca habrá respuestas definitivas, pero podemos seguirdialogando y debatiendo para encontrar caminos más igualita-rios, democráticos e incluyentes.

Port Jefferson, septiembre de 2003Tepec, septiembre de 2007

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Agradecimientos ....................................................................... 000

Introducción .............................................................................. 00El debate sobre la desigualdad en América Latina .................. 000La construcción social de las desigualdades ............................ 000¿Quién produce la des-igualdad: el mercado, el Estado

o la sociedad civil? ............................................................... 000Epistemología crítica de la inequidad ...................................... 000

CAPÍTULO 1. La apropiación-expropiación: un enfoque procesualde la desigualdad ................................................................... 000

1.1. Mecanismos de a(ex)propiación y dialéctica entre igualdady desigualdad ........................................................................ 000

1.2. Producción social de individuos desiguales ...................... 0001.3. Dimensión simbólica de la in-equidad .............................. 000

Interacciones asimétricas .................................................... 0001.4. Las redes estructurales de la desigualdad ......................... 000

CAPÍTULO 2. El «misterio» de la desigualdad persistenteen América Latina ................................................................ 000

2.1. Diferencia y desigualdad: intersección de la clase, la etniay el género ............................................................................ 000

2.2. Distancias físicas, simbólicas y emocionales entre las élitesy el resto de la población ...................................................... 000

2.3. América Latina: ¿dos sociedades en una? ......................... 0002.4. Asimetrías en la vinculación con la economía mundial ... 0002.5. Capacidad de las élites para preservar sus privilegios

bajo distintos escenarios ..................................................... 0002.6. Debilidad estructural de los mecanismos de compensación

de las desigualdades ............................................................. 000

ÍNDICE

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380

2.7. Del saqueo colonial a la acumulación de ventajasy desventajas ........................................................................ 000

CAPÍTULO 3. Desigualdad en tiempos de globalización ............ 0003.1. El estado del Bienestar y la jaula de hierro

de la solidaridad ................................................................... 0003.2. Las computadoras en las redes de la desigualdad ............ 0003.3. La era de la exclusión ......................................................... 0003.4. La globalización, ¿reduce o incrementa las desigualdades? .. 0003.5. Ganancias globales sin redistribución global .................... 000

CAPÍTULO 4. América Latina: nuevas rutas en el laberintode la desigualdad ................................................................. 000

4.1. Nuevas desigualdades en América Latina ......................... 000Libre comercio y desigualdad ............................................. 000El despojo financiero ........................................................... 000Privatizaciones con sabor a expropiación .......................... 000Precarización del trabajo y nuevas formas de exclusión ... 000Brecha digital y desconexión .............................................. 000Desigualdad por expropiación y desigualdadpor desconexión ................................................................... 000

4.2. Desigualdades imaginadas: la disputa por la legitimidadde la apropiación-expropiación ........................................... 000La des-legitimación de la riqueza: ¿fruto del esfuerzoo del despojo? ....................................................................... 000La polémica por el valor de las personas: ¿inferioridado discriminación? ................................................................ 000Batallas imaginarias en torno a la inserción en el mundomoderno. Representaciones de la exclusión y la desconexión .. 000¿Para qué sirven las desigualdades imaginarias? ............... 000

4.3. Destejiendo las redes de la desigualdad ............................ 000Resistencia y persistencia: protestas contra la polarizacióneconómica ............................................................................ 000Encrucijadas de los movimientos étnicos .......................... 000¿Se ha roto un eslabón de las desigualdades persistentes?La búsqueda de la equidad de género ................................. 000Alcances y limitaciones de las acciones contra la desigualdad .. 000

4.4. Hacia una cuarta vía en el combate contra la desigualdad .. 000

Conclusiones ............................................................................. 000

Bibliografía ................................................................................ 000