1
13/05/13 LA BUENA VIDA - ABC.es www.abc.es/cordoba/20130513/sevp-buena-vida-20130513.html 1/3 CÓRDOBA CÓRDOBA / CAMBIO DE GUARDIA LA BUENA VIDA G A BRIEL A LBIA C Día 13/05/2013 Aceptemos restricción, escasez, penuria… Siempre que, a cambio, se nos pague en dos amputaciones: corrupción y autonomías CICERÓN da, en su De finibus, esta escueta síntesis del ideal de vida epicúreo: «a la supresión del dolor llamamos, en rigor, placer». La buena vida es la compleja administración de esas dos determinaciones —dolor y placer— que a todo hombre son impuestas por su ser determinado. Un mal lector confundiría la fórmula con un elogio del disfrute pasivo. Y erraría: Epicuro es demasiado sabio para ignorar hasta qué punto esta cosa fragilísima, que somos cada uno, vive en el permanente riesgo de ser aniquilada por cualquier otra. No se requieren, en verdad, grandes conspiraciones cósmicas para romper la vida de un hombre. Ante ese primordial riesgo, sólo el despliegue de un álgebra sabia de costes y beneficios puede acercarnos al equilibrio óptimo de bienestar y sinsabores. Cicerón lo dibuja en fórmula austera: «rechazar placeres, para obtener placeres más altos; afrontar dolores, para escapar a más altos dolores». Tal es el axioma de la buena vida. Y esa norma fluctúa. Como fluctuamos nosotros, presos siempre en campos de fuerza; motas de polvo en la tormenta. O, más bien, en la densa enredadera de tormentas que tejen siempre su acoso sobre la vida de un hombre. La tormenta principal ahora, aquella en torno a cuyo vertiginoso epicentro giran nuestros sinsabores, se llama ruina. Si el eufemismo nos es menos agrio, podemos llamarla recesión o crisis. Pero es ruina lo que a cada uno asusta, en distintos grados, ante la metronómica aproximación del fin de mes. Podemos enojarnos con ella, maldecirla o endosar su culpa a demoníacos conspiradores. Podemos fantasear remedios mágicos, con los cuales adormecer el alma herida un rato. Al cabo, despertaremos. La ruina seguirá ahí. Y cada minuto perdido en indignación merecida y consuelos imaginarios la hará más dolorosa. Esa variedad menor de la alucinación que es la ilusión, sirve sólo para hacer las heridas incurables. Las encuestas —maldición moral de nuestro tiempo— hablan, unánimes, de una deriva del voto ciudadano hacia partidos delirantes. Ya se trate de la IU que sueña ver en España paraísos cubano-venezolanos, ya del complacido predio personal de Rosa Díez. Es un golpe de péndulo legítimo: el ciudadano —cada ciudadano— ha sufrido demasiado a cargo de los dos grandes partidos que monopolizan el poder desde hace casi cuarenta años. Y no entiende aún que ésta no es una historia de partidos. Que es el Estado lo que está podrido. Gobierne quien gobierne. Ningún partido, en este Estado, podrá hacer algo distinto de los otros: corromperse. No hay salida inmediata, no hay salida milagrosa. Es lo primero a saber para salvarnos. Lo segundo es tener claro que el disparate de un Estado reduplicado sólo puede generar ruina. Bien está que aceptemos restricción, escasez, penuria… Siempre que, a cambio, se nos pague en dos amputaciones: corrupción y autonomías. Ambas son lo mismo. Y, entonces sí, podremos afrontar la norma ciceroniana de la buena vida: «Soportar con paciencia los dolores para evitar dolores más crueles». Compartir Share on facebook 0 Share on twitter 0

La Buena Vida - Gabriel Albiac

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: La Buena Vida - Gabriel Albiac

13/05/13 LA BUENA VIDA - ABC.es

www.abc.es/cordoba/20130513/sevp-buena-vida-20130513.html 1/3

CÓRDOBA

CÓRDOBA / CAMBIO DE GUARDIA

LA BUENA VIDAGA BRIEL A LBIA C

Día 13/05/2013

Aceptemos restricción, escasez, penuria… Siempre que, a cambio, se nos pague en dos amputaciones: corrupción y

autonomías

CICERÓN da, en su De finibus, esta escueta síntesis del ideal de vida epicúreo: «a la supresión del dolor llamamos, en rigor,

placer». La buena vida es la compleja administración de esas dos determinaciones —dolor y placer— que a todo hombre son

impuestas por su ser determinado. Un mal lector confundiría la fórmula con un elogio del disfrute pasivo. Y erraría: Epicuro

es demasiado sabio para ignorar hasta qué punto esta cosa fragilísima, que somos cada uno, vive en el permanente riesgo de

ser aniquilada por cualquier otra. No se requieren, en verdad, grandes conspiraciones cósmicas para romper la vida de un

hombre. Ante ese primordial riesgo, sólo el despliegue de un álgebra sabia de costes y beneficios puede acercarnos al

equilibrio óptimo de bienestar y sinsabores. Cicerón lo dibuja en fórmula austera: «rechazar placeres, para obtener placeres

más altos; afrontar dolores, para escapar a más altos dolores». Tal es el axioma de la buena vida.

Y esa norma fluctúa. Como fluctuamos nosotros, presos siempre en campos de fuerza; motas de polvo en la tormenta. O, más

bien, en la densa enredadera de tormentas que tejen siempre su acoso sobre la vida de un hombre.

La tormenta principal ahora, aquella en torno a cuyo vertiginoso epicentro giran nuestros sinsabores, se llama ruina. Si el

eufemismo nos es menos agrio, podemos llamarla recesión o crisis. Pero es ruina lo que a cada uno asusta, en distintos grados,

ante la metronómica aproximación del fin de mes. Podemos enojarnos con ella, maldecirla o endosar su culpa a demoníacos

conspiradores. Podemos fantasear remedios mágicos, con los cuales adormecer el alma herida un rato. Al cabo,

despertaremos. La ruina seguirá ahí. Y cada minuto perdido en indignación merecida y consuelos imaginarios la hará más

dolorosa. Esa variedad menor de la alucinación que es la ilusión, sirve sólo para hacer las heridas incurables.

Las encuestas —maldición moral de nuestro tiempo— hablan, unánimes, de una deriva del voto ciudadano hacia partidos

delirantes. Ya se trate de la IU que sueña ver en España paraísos cubano-venezolanos, ya del complacido predio personal de

Rosa Díez. Es un golpe de péndulo legítimo: el ciudadano —cada ciudadano— ha sufrido demasiado a cargo de los dos grandes

partidos que monopolizan el poder desde hace casi cuarenta años. Y no entiende aún que ésta no es una historia de partidos.

Que es el Estado lo que está podrido. Gobierne quien gobierne. Ningún partido, en este Estado, podrá hacer algo distinto de

los otros: corromperse.

No hay salida inmediata, no hay salida milagrosa. Es lo primero a saber para salvarnos. Lo segundo es tener claro que el

disparate de un Estado reduplicado sólo puede generar ruina. Bien está que aceptemos restricción, escasez, penuria…

Siempre que, a cambio, se nos pague en dos amputaciones: corrupción y autonomías. Ambas son lo mismo.

Y, entonces sí, podremos afrontar la norma ciceroniana de la buena vida: «Soportar con paciencia los dolores para evitar

dolores más crueles».

CompartirShare on facebook0Share on twitter0