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FELISBERTO HERNÁNDEZ LA CASA INUNDADA ATALANTA

La casa inundada. Felisberto Hernández

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"La música de Felisberto es única, o casi única, como reconocerá cualquiera que haya frecuentado su obra." Eloy Tizón

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FELISBERTO HERNÁNDEZ

L A C A S A I N U N D A D A

A T A L A N T A

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Felisberto Hernández corresponde aesa anómala especie espiritual que Ru -bén Darío llamó «raros» y Julio Cor -tázar cronopios. Nació en Monte videoen 1902 y murió en la misma ciudad en1964. A los nueve años comenzó a reci-bir clases de piano; más tarde las reto-mará y tendrá como profesor particularal pianista ciego Clemente Colling, quele enseña armonía y composición y queaños después será evocado en una desus obras inaugurales. Las dificultadeseconómicas serán una constante en suvida, así que se ve obligado a tocar elpiano en salas de cine mudo, y conver-tirse hasta 1942 en pianista itinerantepor diferentes cafés de Argentina yUruguay. Su vida amorosa fue tambiénaccidentada: se casó cuatro veces. Unade sus esposas, la española África delas Heras, fue agente de la KGB. Suslecturas recurrentes fueron Bergson,Proust y Kafka. De los dos primerosadoptó el tema de la memoria comodetonante de toda su búsqueda litera-ria, en gran parte vinculada a susrecuerdos de infancia y primera juven-tud y a la nostálgica remembranzade ciertos barrios y personajes de Mon -tevideo. En sus relatos siempre estánpresentes la música, el agua, la infan-cia. Julio Cortázar, García Már quez eItalo Calvino han sido rendidos entu-siastas de su obra.

«Lo que amamos de Felisberto esla llaneza, la falta total de empaqueque tanto almidonó la literatura de sutiempo.»

Julio Cortázar

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AR S B R EV I S

ATALANTA

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Felisberto Hernández, ca. 1923.

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FELISBERTO HERNÁNDEZ

LA CASA INUNDADA

ATA L A N TA2012

PRÓLOGO

ELOY TIZÓN

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En cubierta: Manos al piano, ca. 1935.En contracubierta: Balconada, ca. 1926.

Dirección y diseño: Jacobo Siruela

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o

transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo ex cepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Repro gráficos,

www.cedro.org) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento

de esta obra.

Todos los derechos reservados.

El caballo perdido, © 1943Nadie encendía las lámparas, © 1947

La casa inundada, © 1960Explicación falsa de mis cuentos, © 1967

El cocodrilo, © 1960Lucrecia, © 1967

La casa nueva, © 1967Mur, © 1974

Manos equivocadas, © 1974© Herederos de Felisberto Hernández

© Del prólogo: Eloy Tizón © EDICIONES ATALANTA, S. L.

Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-939635-1-4Depósito Legal: GI. 1267-2012

Esta obra ha sido hecha con la colaboración de la Fundación Felisberto Hernández

www.felisberto.org.uyNuestro agradecimiento a Walter Diconca, nieto del autor.

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Í N D I C E

Prólogo9

El caballo perdido29

Nadie encendía las lámparas77

El balcón 85

El acomodador105

Menos Julia126

La mujer parecida a mí149

Mi primer concierto166

El comedor oscuro176

El corazón verde197

Muebles «El canario»207

Las dos historias212

Explicación falsa de mis cuentos227

La casa inundada229

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El cocodrilo264

Lucrecia283

La casa nueva305Mur316

Manos equivocadas326

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PRÓLOGO

Explicación falsa de Felisberto

En el mapa de la literatura escrita en nuestro idio-ma, la figura del narrador uruguayo Felisberto Her -nández ocupa un lugar ciertamente peculiar y único,pues es tan excén trico (en su doble acepción: fuera delcentro y extravagante) como esencial. Es uno de esosescritores sub te rrá neos que se ganan a pulso la admi-ración y el cariño de sus lec to res de manera discreta,sin aspavientos ni escándalos, al contrario, se presen-tan como na rra dores de apariencia afable y chaleco depunto bajo el cual bombea un corazón indómitoempeñado en robar el dague rro tipo de Dios.Felisberto estuvo allí y estuvo antes. Pertenece a

ese club exclusivo de precursores in quie tos, margina-les, algo chiflados, que introdujeron aires de mo der -ni dad en un páramo cul tu ral, el hispánico de la época,más bien acartonado y provinciano, justo antes delestallido del boom. Un minuto antes de que la tribude Melquíades hiciese su estruendosa aparición, antes

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de las auto pistas del sur y las regiones más transpa-rentes, antes de los tres tristes tigres, antes de que losjar dines se bifurcaran en mú ltiples senderos, antes detodo eso, allí estaba Felis ber to Her nán dez con susraras mi nia tu ras. Justo antes, en definitiva, de que laliteratura nos to ma ra de la mano, una tarde re mo ta,para llevarnos a conocer el hielo.Desde entonces no hemos vuelto. Muchos de esos

hielos se han fundido y otros van ca mi no de derretir-se pronto, tragados por la voracidad del tiempo,mientras que la voz de Fe lis ber to, en cambio, resistebien la erosión, aún se mantiene fresca y sensual, y susenigmas y pa ra do jas to da vía siguen in ter pe lán do nos.Aislado en una sociedad cerrada, reacia a las nove-

dades, Felisberto fue un ade lan ta do de la modernidadque contribuyó a cambiar el paradigma del rea lis morural por el irracionalismo ur bano. Pre fi rió las formasbreves, de cintura ágil, a la pesadez mastodóntica dela novela. En sus cuentos huye de la solemnidad épicay desacraliza sus historias a base de introducir en ellastoques de humor (nunca hiriente), coloquialismos lo -cales y ráfagas oníri cas de des con cierto y metáforas.Sus cuentos no tienen un centro claro, ni una pro gre -sión cau sal bien de fi ni da, ni finales sorprendentes,sino que avanzan un poco so nám bulos a golpe deaso cia ciones im pre vis tas, malabarismos mentales ychoques de imágenes. Los ar gu men tos ce rra dos de lana rra tiva clásica son sus ti tuidos aquí por redes de es -tructuras divagatorias o por la ca li gra fía amo ti nada delos sueños. Esto, que lo aproxima a la nerviosa sensibilidad

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contemporánea, lo distanció tal vez de su tiempo.Tampoco ha contribuido a su difusión, admitámoslo,el hecho de que sus libros sean di fí ci les de clasificar,multigenéricos, misteriosos. ¿Son cuadernos de me -mo rias, re vi si ta cio nes fan tas máticas de la primerainfancia, álbumes de sueños? Algo de todo ello hay,sin que quepa ads cri birlos a un género concluyente.Él procura es cri bir los, según con fiesa en Expl i ca ciónfalsa de mis cuentos, «con un orgullo discreto, unpoco torpe y que pa rez ca im pro vi sa do». Ésas son cla-ves que ayudan a entender su proyecto. De ma sia doaudaz quizá para su épo ca, algo desu bi ca do también,su obra circuló con escasez y dificultad, pese al en tu -sias mo que generó, que no ha dejado de generar desdeen ton ces, en otros es cri tores y en las nuevas ge ne ra -ciones. Su per sis ten cia se debe sobre to do a la fideli-dad de un pu ña do de lec to res y editores, que hanman te nido encendido su nom bre como una con tra -se ña a lo largo del tiempo y han im pe di do que caiga,igual que tan tos otros, en el olvido. La felicidad queproduce la lectura de sus páginas es de naturalezamuy par ti cu lar y se parece poco o nada a la que pro -vo can otros autores. La música de Felisberto es única,o casi única, como reconocerá cual quie ra que hayafre cuen tado su obra. Por ejemplo, aún recuerdo la emoción con que el

poeta colombiano Ramón Cote, de paso en el Madridde los años ochenta, cuando ambos éramos veinte a ñe -ros, me habló por primera vez de Felisberto y merecomendó el cuento La casa inundada, que leí confas ci na ción, y cómo a partir de entonces conseguí

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toda su obra (que abarca poco más de 750 páginas, enla edición mexicana de Siglo XXI, compuesta por tresdelgados volúmenes) y me he con ver ti do en asiduorelector de sus palabras.Nunca se ha leído mucho a Felisberto, es cierto,

pero nunca se ha dejado de leerlo, siem pre ha conta-do con la complicidad de una tribu de lectores ena-morados (¿cuántos pueden pre su mir de tanto?), porlo que el empeño de re des cu brirlo, de seguir re des cu -brién dolo, una y otra vez, sigue siendo una tarea tanpendiente como gozosa.

El piano era una buena persona

Felisberto Hernández nació en 1902 en las afuerasde Montevideo y murió, víctima de una leucemia, en1964. Su vida contiene varios de esos episodios quehacen las delicias de cualquier biógrafo. En primerlugar, Felisberto fue, antes que narrador, músico.Abandonó pronto las aulas y aprendió com posicióny a tocar el piano con los profesores Celina Moulié yClemente Colling, que fue el organista ciego de laiglesia de los Vascos de Mon te vi d eo; a ambos los con-virtió más tarde en protagonistas de dos de sus mejo-res libros: a la pri me ra de di có El caballo perdido(1943) y al segundo Por los tiempos de ClementeColling (1942). Igual que tantos de sus antihéroes solitarios, más

bien tímidos y huidizos –que se pasean por el mundode puntillas, tan fuera de lugar como Peter Sellers por

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Felisberto al piano, ca. 1927.

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Felisberto de pie, ca. 1930.

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la mansión de El guateque–, Fe lis berto se ganó mo -des tamente el sustento ofreciendo conciertos, de girapor pequeñas ciu da des del in te rior de su país, cuyorepertorio incluía piezas de Prokófiev, Falla y Stra -vins ki. En bue na me di da el mito de Felisberto fructi-fica ahí, en esa imagen inol vidable de él to can do elpiano en las salas de cine como acompañamiento mu -sical a la proyección de pe lí cu las mudas. ¿De Lou iseBrooks? ¿De Bela Lu gosi?Sus estrecheces crónicas le llevan a abrir en 1918

un con ser va to rio en el salón de su casa y unos añosmás tarde una librería (El Burrito Blanco), que tam-poco prospera. Dedica muchas tardes de sudores alvano intento de mejorar el sistema taquigráfico ofi-cial, para tratar de adecuarlo a la velocidad de su pen-samiento. Decide aprender inglés y lo hace por sucuenta, sin otra ayuda que un dic cio na rio bilingüe yuna no ve la policíaca en ese idioma. En una ocasión,atrapado en un pueblo por la falta de di ne ro y acucia-do por las deudas, se ve obligado a ven der su piano yquedarse sin nada. «El piano», escribirá luego sin nos-talgia, «era una buena per sona.» La historia de los libros es también la historia de

los cuerpos que los escribieron. En el caso de Fe -lisberto, resulta imposible sustraerse a su intrincadavida senti men tal, que incluye cuatro bodas y otrostantos divorcios, además de varias relaciones esporá-dicas más, así como la exis ten cia de dos hijas de dife-rentes es po sas. Según la poeta montevideana IdaVitale, que lo trató y ha dejado numerosos testimo-nios de su amistad, Felisberto sentía debilidad por las

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mujeres ro llizas, rotundas, de gordura wag ne riana.1

Su matrimonio más estrepitoso lo contrajo con laexi liada española África de las Heras, con la cual viviódurante un par de años sin sos pe char –al parecer nun -ca llegó a enterarse– que ella era en realidad una espíaal servicio del KGB so vié tico, cuyo único propósi -to al casarse con él era lograr un pasaporte sudameri-cano que le sir vie ra de pantalla para sus actividadesdelictivas, entre las cuales se incluyó su par ti ci pa ciónen el asesinato de Trots ki en México, aprovechandosu papel de se cre ta ria. En los intervalos entre sus matrimonios, Felis -

berto se hospedaba junto a su madre en cuartos depen sio nes restregadas y chillonas; siempre detestó losruidos, siempre aspiró al silencio y nunca pudo obte-nerlo. Su época más equilibrada y productiva la vivióal lado de la escritora Paulina Me deiros, quien mástarde le dedicó un libro de recuerdos en el que trans-cribe las siguientes pa la bras del na rra dor, contenidasen una carta:

Yo tengo como un proceso de amistad con las palabras:primero me hago amigo directo de ellas; y después mequedo muy contento cuando se me aparecen juntas, dosque nunca habían estado juntas, que habían simpatizado ose habían atraído en algún lugar de mi alma no vigilado pormí. Y me da una sorpresa encantada al verlas aparecer jun-tas y sabiendo que se habían hecho amigas.

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1. Ida Vitale, «Las mujeres de Felisberto», en Letras Libres,México, n.º 54, junio de 2003. http://www.letraslibres.com/revista/letrillas/las-mujeres-de-felisberto.

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Pero hay palabras que nunca podrán ser amigas mías:las que no me parecen naturales o las que no entran en elmisterio de la simpatía. Tal vez tenga incapacidad para que-rer a muchas o quiera ser fiel a antiguas amigas o me cues-te una nueva amistad o cualquier otra cosa que no sé. ¿A tino te pasa lo mismo?2

Libros sin tapas

Aparte de todas estas veleidades sentimentales y desus empleos alimenticios, lo ver da de ra mente impor-tante para nosotros es que Fe lis berto cultivó desdejoven una firme vocación li te raria. Sus primeros títu-los (Fulano de Tal, Libro sin tapas, La cara de Ana)apa re cen du rante los años veinte en condiciones pau-pérrimas, empujados por la lealtad de unos po cos ami -gos: publicados de manera ar te sa nal a la manera defanzines, autoeditados en mo des tas im pren tas de ba -rrio, en tiradas diminutas que apenas se repartían. ElLibro sin tapas no es una exa geración: se tituló asípor que era, literalmente, un libro sin cu bier tas. Ob tu -vo, en con so nan cia, un aplauso subrepticio, tambiénartesanal. Juan Carlos Onetti, otro outsider uruguayo,

recuerda haber tenido en sus manos uno de esosopúsculos:

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2. Paulina Medeiros, Felisberto Hernández y yo, Monte -video, Biblioteca de Marcha, 1974.

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Por amistad con alguno de sus parientes pude leer unode sus primeros libros: La en ve ne nada. Digo libro genero-samente: había sido impreso en alguno de los agujerosdonde Fe lis berto pulsaba pianos que ya venían desafinadosdesde su origen. El papel era el que se usa para la venta defideos; la impresión, tipográfica, estaba lista para ganarcualquier con cur so de fe de erratas; el cosido había sidohecho con recortes de alambrado. Pero el libro, apenas uncuento, me deslumbró.3

Poco a poco, a base de años e insistencia, su obraempieza a ser valorada, am plian do su radio de re -sonancia y ganándose el fervor de Ramón Gómez dela Serna –cuyas obras guar dan algunas similitudes–,que le de no mi na «gran sonatista de los re cuer dos y lasquintas», y de Julio Cortázar, quien a modo de prólo-go le dedica una carta en la que fantasea con la idea deque ambos podían haber coincidido en algún antroargentino, lo que no llegó a suceder hasta que «leí tuslibros y escribí páginas que tanto te buscaban en elterreno de la admiración y del afecto».4

Victoria Ocampo publica dos cuentos suyos en lare vis ta ar gen tina Sur («Las dos his torias» y «MenosJulia»), mientras que «El balcón» se edita en el dia rioLa Nación. Como di rec tor de la revista Los Anales de

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3. Juan Carlos Onetti, «Felisberto, el naïf» (1975). En Cua -dernos Hispanoamericanos, n.º 302, 1975, págs. 257-259.4. Julio Cortázar, «carta en mano propia», prólogo a Novelas

y cuentos, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1985. Incluido tambiénen Las hortensias y otros relatos, El cuenco de plata, BuenosAires, 2010, págs. 9-16.

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Buenos Aires, Borges en per so na lee y bendice «Elacomodador», que aparece allí en 1946.Uno de sus principales mentores fue Jules Super -

vielle, gracias a cuya intercesión con si gue en 1946 unabeca del Go bier no francés para vivir en París durantenueve meses. Allí es presentado en la Sorbona y en elPen Club, conoce a Roger Caillois y ve traducido alfrancés su cuento «El balcón» en la re vis ta La Li -corne.Años después, García Márquez y el grupo de Ba -

rran qui lla se reúnen para leer y comentar sus textosen voz alta y aprender de ellos. Italo Calvino escribeun prólogo entusiasta para la traducción italiana desus cuen tos, Nessuno accendeva le lampade, publica-da por Einaudi en 1974. Por último, en una contro-vertida entrevista al diario argentino Clarín, CésarAira en cum bra hasta los altares la obra de Felisberto,aunque a costa de vapulear a Cor tázar («En ver dadFelisberto es un es cri tor genial al que Cortázar nopodría aspirar si quie ra a lustrarle los za patos»),5 quepoco podía hacer para defenderse.

Entre el infinito y el estornudo

Los estudiosos suelen dividir la obra de FelisbertoHernández en tres etapas bien de fi ni das: la pri me ra,

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5. «El mejor Cortázar es un mal Borges», entrevista a CésarAira por Carlos Alfieri, en Clarín, 9 de octubre de 2004. http://edant.clarin.com/suplementos/cultura/2004/10/09/u-845557.htm.

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de aprendizaje, está com pues ta por sus cuatro librosiniciales, editados, como ya hemos dicho, de maneraama teur; la segunda, de signo autobiográfico, corres-ponde a la tri lo gía de int ros pec ción prous tia na en susme morias de in fan cia: Por los tiempos de ClementeColling, El ca ba llo perdido y Tierras de la memoria; yla tercera y última aglutina los cuen tos de sesgo fan-tástico publicados a partir de 1943, donde se incluyenlas emocionantes piezas per te ne cien tes a Nadie en -cendía las lámparas y La casa inun dada.Así pues, el lector tiene entre sus manos una am -

plia selec ción de textos, reali zada por Ja cobo Siruelacon criterio riguroso e inteligente, que le servirá paraalcanzar un retrato bas tante preciso de las dimensio-nes, el espíritu y los logros de la evolución com ple tadel autor. De manera significativa, muchos de los relatos de

Felisberto aquí reunidos giran en torno a los me ca nis -mos de apren dizaje (o desa pren di za je), a la adquisi-ción o pérdida de de ter mi na das habilida des, retratana gente que da o recibe lec cio nes, se recitan poemas enpú blico, tienen lugar los pre parativos para ritualesnocturnos, vagamente ilegales, que implican algunaclase de pro fa na ción de la norma o actividades secre-tas (tales como adivinar objetos al tacto en la oscuri-dad de un túnel, tener luz de linterna en los ojos opasear en barca por una casa inundada), ce le bra dos engabinetes de caserones antiguos, en tre des co no ci dos ymu cha chas, a la luz de can de labros. En ocasionessucede algo fan tas mal, ligeramente gótico; los visillosse es tre mecen con un escalofrío nosferatu.

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Muchos de estos cuentos tienen algo de sesiones:de magia, de espiritismo, de lo que sea. Algo, en ellos,ha de ser invocado para que se manifieste. Lo que semanifiesta y hace acto de presencia, claro está, es elpropio cuento. La clandestinidad como de masoneríaque impera en estas piezas parece ser un requisitofun da mental para su materialización. A lo largo deesas reunio nes un cuerpo roza a otro cuerpo, y eseroce de sen ca dena marejadas de recuerdos, aso cia cio -nes de ideas y complejas visiones que ocupan buenaparte del relato. En la obra de Felisberto los objetos, con frecuen-

cia, cobran vida. Las casas se deprimen. Los balconessienten celos y se sui ci dan. Las sombrillas, abiertas ocerradas, indican estados de ánimo. Los caballos re -me moran. Triunfa en ellos la prosopopeya o personi-ficación de ele men tos.Felisberto no fue, en contra de la opinión de

Onetti, un escritor naïf. Si bien al guien puede estartentado de atribuirle un talento autodidacta surgidopor generación más o menos es pon tá nea en los arra-bales de la civilización occidental, una especie deAduanero Rousseau de la li te ra tu ra, esa impresión su -perficial queda pronto desmentida por los hechos: sa -bemos que Fe lis ber to fue un lector minu cio so que segraduó la vista estudiando con asiduidad, entre otros,a Proust, Bergson y Kafka.No son tres nombres casuales. La investigación

sobre el tiempo y el extrañamiento de la mi ra da sonclaves en su tra ba jo. Y en efecto, salvando todas lasdistancias, sí pue de ha ber algo del hi la do proustiano

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en la frase lenta e irisada, muy matizada de luces, queavanza y re tro cede a base de cláusulas subordinadasque descienden del techo esca lo na da men te en formade tira bu zo nes de arañas o de jardines colgantes, paraenfocarse con un golpe de zoom en una mi nucia enapa riencia trivial, en un detalle irrelevante que apare-ce co lo ca do allí con todo cui da do, con una mi nu cio -si dad tan obsesiva que se diría fruto de la neurosis odel ena mo ra mien to.En uno de los cuentos más bellos de Felisberto

–que es tanto como decir de nues tro idio ma–, titula-do «El acomodador», incluido en estas páginas, elnarrador habla de «mi lujuria de ver». Ése puede serun acercamiento válido a su prosa. Fe lisber to es unmirón lu ju rio so, un bulímico de los ojos, alguien conpupilas dilatadas que se atraganta de tanto mirar, porlo que no hay cuento suyo que no incluya algún ins-tante de plenitud visual y sea un festín para la mirada.A Felisberto no le interesa tanto el recuerdo en sí

mismo como los mecanismos mentales que propiciano entorpecen el recuerdo. Son cuentos trazados con elrigor del distraído. Tienen escasos diálogos y casitodos ellos están redactados «con el sordo y persis-tente pedal de la pri me ra persona» (Cor tázar). Elsuyo es un arte del desvío de la línea recta y de la fe -li ci dad de lo rizomático, del zigzagueo, del vagabun-deo sin rumbo dictado por los caprichos pea to na lesde una imaginación transeúnte.En una línea memorable de Al faro, la gran Vir -

ginia Woolf escribe: «Y todo el tiempo, mientras ellaexplicaba que la mantequilla no estaba fresca, uno

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estaría pensando en los tem plos griegos, y en cómo labelleza les había visitado allí».6

Pues bien, la literatura es ese fenómeno paranor-mal que a veces ocurre en el espacio que media entrela mantequilla caducada y los templos griegos. El cor-tocircuito que se produce entre la ba na li dad de laleche rancia y lo sublime del mármol. Algo que está amedio camino en tre el frigorífico y el resplandor delos sueños. O, para decirlo con pa la bras equivalentesde Fe lis ber to en Tierras de la memoria: «Entre el infi-nito y el estornudo».Es difícil asig nar le a la literatura una función prác-

tica, dado que lo más probable es que la literatura nosirva para nada, ni mejore ni empeore a nadie, apar tede recordarnos (y no es poco) que la belleza, algunavez, ha venido a visitarnos. El acomodador del cuento de Felisberto oye, cada

madrugada, subir desde el patio el so ni do de huesostriturados por el hacha del carnicero. ¿Qué hue -sos, triturados al amanecer, son ésos? ¿No serán loshuesos de la tradición caduca, los despojos del na -tura lismo? Fe lis berto es vanguardia, pero vanguardiadulcificada, pletórica de en can to y pro pen sión a la en -so ña ción y al humor, corregido por una secretaangustia que nunca le abandona del todo. En suscuentos hay un vapor lírico que cosquillea con delica-deza la mente. Podemos en ten der su obra como el eco

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6. «And all the time she was saying that the butter was notfresh one would be thinking of Greek temples, and how beautyhad been with them there.» Virginia Woolf, To the Lighthouse(1927), Penguin Books, Londres, 2000, pág. 212.

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de una onda expansiva que arrancó lejos, con el sim-bolismo y el modernismo europeos, pero filtrada, ta -mizada en su caso por la cultura rioplatense, el matehervido en el patio, los charcos pi sa dos en la infancia,el ajetreo matrimonial incesante y los muchos pianosque surcan su biografía como otros tantos ríos deagua oscura en que en jua garse las manos.Mientras todos los demás duermen, alguien, de

ma drugada, en pijama, escucha huesos cru jien do en elpatio. Eso es ser escritor. En medio de la nada, enmedio del vacío, a pesar de la apatía ge ne ral y el am -biente anestesiado, había un concertista insomne quevelaba por no so t ros. Ponía música al cine mudo denuestras vidas. Podíamos, pues, estar tran qui los. Elmundo quedaba dicho en poco más de 750 páginas.La poesía estaba salvada. Al guien, después de todo, síestaba allí para encender las lámparas.

Eloy Tizón

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Felisberto con saco y chaleco, 1935.

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Felisberto con anteojos autografiando la publicaciónartístuca de El cocodrilo, con xilografías de Glauco

Capozzoli, en Editorial El Puerto de Punta del Este, deGraciela Saralegui. 75 ejemplares en papel pluma, nume-

rados a mano y firmados por el autor, 1962.

Prologo Felisberto Eloy Tizon_Eloy Tizon 02/08/12 13:53 Página 26

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«Las aventuras de un pianista pau-pérrimo, en quien el sentido de lo cómi-co transfigura el amargor de una vidaamasada con derrotas, son el primerapunte del que parten los cuentos deluruguayo Felisberto Hernández (1902-1964). Pero éste es sólo el punto departida. Lo que desata la fantasía deFelisberto Hernández son las inespera-das invitaciones que abren al tímidopianista las puertas de misteriosascasas, de quintas solitarias dondemoran personajes ricos y excéntricos,mujeres llenas de secretos y neurosis.»

Italo Calvino

«Demasiado audaz quizá para suépo ca, algo desubicado también, suobra circuló con escasez y dificultad,pese al entusiasmo que generó, que noha dejado de generar desde entonces,en otros escritores y en las nuevasgeneraciones. Su persistencia se debesobre todo a la fidelidad de un puñadode lectores y editores, que han mante-nido encendido su nombre como unacontraseña a lo largo del tiempo y hanimpedido que caiga, igual que tantosotros, en el olvido. La felicidad que pro-duce la lectura de sus páginas es denaturaleza muy particular y se parecepoco o nada a la que provocan otrosautores. La música de Felisberto esúnica, o casi única, como reconocerácualquiera que haya frecuentado suobra.»

Eloy Tizón

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