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La Enclavación de la Semana Santa de Ayerbe,Huesca.
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Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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“La Enclavación”
Expresión Auto Sacramental
de la
Villa de Ayerbe
Bizén d’o Río Martínez ©
R.R.A.A. Historia, Nobles y Bellas Artes de San Luis, R.A. Española de Cronistas Oficiales
Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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Antecedentes Históricos Penitenciales
La Penitencia 5
Ritos Penitenciales 8
El Penitente 12
Congregaciuones, Hermandades y Cofradías 16
El Concilio de Trento 19
Semana Santa
El Via Crucs 27
Las Procesiones 31
La Rompida 34
La Pasión 37
La Enclavación de Ayerbe
La Crucifixión, Historia 43
La Crucifixión, Fuentes Teológicas 46
La Crucifixión, Práctica Devocional 49
El Rollo o Crucero de La Portaza 53
Orden de Ejecución 60
El Auto-Sacramental 63
Resumen 71
Bibliografía 74
Imágenes 80
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Antecedentes Históricos Penitenciales
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La Penitencia
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Es imprescindible para entender la ”penitencia” cristiana el conocer el
significado latino de esta palabra, para lo cual primordialmente se tendrá en cuenta
que es la única palabra latina con que se traduce la griega metánoia, de metá, = más
allá, con idea de cambio, y noéo = pienso, entiendo, creo. La metanóesis griega es
por tanto, el cambio de pensamiento, actitud; la conversión que se hubiese podido
traducir perfectamente al latín conversio = cambio total, regeneración. A este
respecto recordemos que la versión original del Nuevo Testamento es griega, y que
al Antiguo Testamento la lengua latina accedió en un principio a través de la versión
de “los 70”, también griega. Y en ambos Testamentos el término metánoia se
traduce al latín como “Poenitentia”.
Será pues necesario atender al origen griego del concepto cristiano de
“Penitencia”, porque en él está la clave de su carácter de pública; no tanto para
ignominia del pecador, como para ejemplo y advertencia al resto de la comunidad
cristiana. Porque la condición sine qua non para que la “Penitencia” surtiese su
efecto, era que fuese pública, a la puerta de la iglesia pero sin entrar en ella, además
de ir vestido de tal manera, que se le identificase como penitente, siendo su primer
vestido, su primer uniforme, el saco, vestimenta de tosca arpillera, luego hábito de
penitente, de distinto color según la hermandad de penitentes a la que perteneciese; y
también el sambenito, que vuelve a recordarnos el saco.
Era pues necesario para obtener el perdón de la iglesia, hacer gran ostentación
de arrepentimiento, es decir, metanóesis = conversión, y por otra parte, era
indispensable hacer ostentación de “penitencia” o lo que es lo mismo, de auto-
castigo. Un choque continuo con otras culturas y con otra moral, como sucedió con
la romana, la goda, y posteriormente la de los moros y judíos, provocó que la iglesia
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ejerciera una férrea vigilancia sobre la observancia y posibles desviaciones tanto de
doctrina como de conducta, y que esto llevase a tener continuamente expulsados de
la iglesia y relegados a la condición de penitentes a colectivos tan numerosos que
acabaron formando agrupaciones llamadas “Cofradías” o “Hermandades”.
La “Penitencia” tal y como ahora se conoce es un Sacramento; en él se centra
un escueto rito penitencial, pero téngase en cuenta que en los 2.000 años de vida
transcurridos desde que se instituyó, tuvo momentos muy duros, como también de
mayor boato
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Ritos Penitenciales
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No solamente en el cristianismo, sino en todas las religiones, la penitencia
estuvo rigurosamente reglamentada y por lo tanto, ritualizada. Así es como pueden
verse manifestaciones de penitencia o de auto-castigo en todas partes del mundo,
expresiones estrechamente relacionadas con la Semana Santa, que es cuando salen a
la luz y no causan asombro alguno. Pero éstas manifestaciones son las que se han
salido de su lugar en la historia y han quedado fuera de toda reglamentación.
La historia de la “Penitencia”, en especial la pública, sigue dos líneas claras y
definidas: el monacato y el catecumenado. Los monjes eran castigados con severos
ayunos, humillaciones, azotes, oraciones, incluso con prisión. Había por otra parte,
delitos por los cuales eran condenados de por vida en el monasterio. Hubo un día de
la semana, el viernes, en el cual se celebraba el capítulo, imponiéndose en éste las
penitencias, de aquí la expresión de llamar a uno a capítulo. Sin embargo, en la
iglesia de a pie, la evolución fue distinta: encontrándose entre los catecúmenos
muchos que a la vez eran penitentes, generalmente debido a la clase de vida llevada
con anterioridad, luego, al ser ya toda la población cristiana, dejaron de haber
conversos, catecúmenos y por tanto, desaparecieron los penitentes condenados por la
iglesia.
Si nos atenemos al Penitentialis Romanus podemos ver completo el recorrido
del ritual de la penitencia. Se daba en primer lugar la “Acusación” acto al que
estaban obligados todos los fieles que tuviesen conocimiento de alguna situación de
pecado, quedando además bajo pena de sufrir la misma penitencia. Indudablemente
ésta se hacía en privado, directamente al obispo. Posteriormente en la dominica de
Septuagésima seguía la “Exhortación” . Era el momento en el que revestido con los
ornamentos penitenciales, el sacerdote se dirigía a los fieles y con graves palabras les
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recordaba que se acercaba el tiempo propicio para la “Penitencia” . Este recordatorio
estaba dirigido a todos, pero muy especialmente a los reos de pecados canónicos, es
decir, castigados por los cánones. Seguía la “Petición” , celebrándose el Miércoles de
Ceniza, día en el cual los reos de pecado se dirigían a su obispo en petición de
penitencia, tras lo cual, siguiendo los rituales, eran expulsados del templo. Proseguía
el rito con la ”súplica” de los diáconos al obispo para que se inclinara a la
misericordia. Tras esta petición de clemencia, se hacía entrar al penitente de nuevo a
la iglesia, procediéndose al “ Examen et iudicium culpae”.
Al principio de la Cuaresma, ( ordena el Concilio ) todos los penitentes que
han de recibir o ya recibieron la penitencia pública, preséntense ante las puertas de
la iglesia al obispo de la ciudad, “vestidos de saco, descalzos, y con las caras
pegadas al pavimento, manifestando así con su continente y aspecto que se reconen
culpables……” después de imponérseles la penitencia se rezan los 7 salmos
penitenciales, se les impone la ceniza y se les expulsa de la iglesia: los clérigos los
seguían recitando: “Con el sudor de tu frente ganarás el pan”; ( así prosigue el
texto conciliar ) al ver la ira y el dolor de la iglesia por sus pecados, se emplearán
intensamente en la penitencia.
Este era pues, tan sólo el principio de la cuaresma y el principio de la
“Penitencia”. A lo largo de la Semana Santa se recorría el proceso de readmisión en
la comunidad.
Hoy ya sólo nos queda, como único rito de “Penitencia”, la Confesión a la
que sigue la absolución ipso facto. Aunque esto no fuera siempre así, en un principio
fue la imposición de la “Penitencia” por parte del juez-obispo, pues no es por
casualidad que se le llame inspector: epí-skopos, sin ser nada parecido a la
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Confesión. Podemos considerar, que se trataba de la política punitiva de la iglesia, de
su sistema penitenciario. Esa era realmente su institución de la “penitencia”, que se
revistió de un ceremonial. No tiene nada de extraño, que se inclinara a ritualizar los
procedimientos judiciales, al estar pensados para la represión de las conductas
nocivas, incidían directamente en la pena, no en su imposición, pero si en su
cumplimiento, esto en el cristianismo será llamado “penitencia”, por cuanto que
lleva aparejada la exhibición pública del arrepentimiento, elemento inseparable de la
pena..
Todos estos ritos, están recogidos en unos libros llamados “Penitenciales”,
cuyo principal contenido es la fijación exacta de la pena que corresponde a cada
pecado. Su aparición se inicia en el siglo VII y llegan a tal proliferación, que un
Concilio manda quemarlos porque en vez de vivificar las almas, las mortifican. De
todos modos siguen existiendo éstos libros hasta que acabó con ellos el “Decreto de
Graciano”, que en suma es la primera compilación de Derecho Canónico, el cual en
su sección De Poenitentia, resolvía todas las cuestiones que pudieran plantearse y lo
hacía tan equitativamente, que acabó por convertirse en el único referente.
Serán precisamente estos “Penitenciales” los que crean la figura del
“Penitente”, al cual vemos emerger cada Semana Santa como vestigio del antiguo
Sacramento de la Penitencia, del que formaban parte muy esencial las procesiones.
Por otra parte, el cambio de los tiempos y sobre todo “Las Indulgencias” pusieron el
perdón y la absolución tan fáciles y asequibles, que devaluaron la “penitencia” y lo
hicieron tanto en el sentido punitivo como en el del arrepentimiento.
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El Penitente
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Era denominado “penitente”, Poenitens el que estaba arrepentido o
arrepintiéndose de algo moralmente indiferente y la Poenitentia era el
arrepentimiento de haber hecho algo que no había sido bueno.
La clave histórica de este término de “Penitente” deberemos de buscarla entre
ese momento en que Constantino el Grande proclama el cristianismo religión oficial
del imperio romano, hasta muy adelantada la edad media, salvo algunas
intermitencias en espacio y tiempo, la jerarquía eclesiástica colabora de forma
importante en la gestión del estado, siendo además una parte de ésta la
administración de justicia. Así es como, en esta formulación, la justicia encomendada
a la iglesia devino “Penitencia”: la prueba más apodíctica de que el objetivo último
de la justicia administrada por la iglesia nunca fue el castigo por el castigo, ni mucho
menos la venganza, antes bien, el arrepentimiento y la reinserción del reo: la
metánoia , el cambio de actitud que llamaban los griegos y que los latinos tradujeron
como poenitentia, ya que en ella iba implícita la expiación del pecado.
Es esencial destacar el carácter para-litúrgico de estas manifestaciones de
pública penitencia, cuya principal connotación es el hecho de que no se desarrollen
en la iglesia, sino en la calle, que en estas manifestaciones públicas no haya en ellas
ni sombra de la iglesia oficial y litúrgica; que no tengan lugar en ellas ni las
oraciones de la iglesia, ni sus cantos, ni siquiera sus bendiciones, pues esto era así
porque los penitentes eran proscritos: Así es como tenemos en el siglo IV a Fabiola,
luego santa por la vida edificante que llevo y que moría hacia el año 400, ella es el
primer prototipo de la penitente:
“Vestía de saco para dar público testimonio de su error, el día de antes de
Pascua, en la basílica de Letrán, estaba en el lugar de los penitentes con el vestido
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andrajoso, la cabeza desnuda, la boca cerrada. No entró en la iglesia del Señor, sino
que ahí estaba separada, para que aquella a la que el sacerdote había expulsado,
ese mismo la llamara de nuevo.....
No estaba en el siglo IV instituida la Semana Santa, pero ahí estaban ya los
penitentes, fuera del templo, se multiplicaban las penitencias públicas y estas darían
lugar a singulares procesiones penitenciales. En ellas, el oprobio de la exhibición
pública de la condición de pecador. Con esta premisa, el penitente debía de recorrer
cuatro estaciones o estados de penitencia que le llevarían posteriormente al perdón.
La duración de cada una de ellas venía determinada en la misma penitencia. La
primera estación era el “Llanto”: el penitente debía de estar en pie a la puerta de la
iglesia, a imagen y semejanza de los mendigos, suplicando a los fieles que entraban
en el templo a misa para que rogasen por el perdón de sus culpas o pecado, ya que a
él como pecador le estaba prohibida la oración. Es por esto que, cuando luego hacen
procesiones, no habrá en ellas oración. La siguiente estación es la “Audición de la
Palabra” desde el pórtico, pues no pueden entrar. La siguiente, es “La entrada” en la
iglesia desde el nivel más bajo o sumisión, pues antes de empezar el Canon de la
Misa, tenían que salir con los catecúmenos. La cuarta estación es “La
Congregación”, es decir, la admisión ya con el resto de los fieles. Y como la
culminación de todo el proceso, el ser admitido el penitente a la comunión, pues sólo
así quedaba definitivamente libre de su culpa y de la pena. La Semana Santa era el
momento culminante y solemne de la penitencia, de su exhibición pública, pero
sobre todo de lograr el perdón y dar los pasos desde una estación de oprobio, al
estado de gracia.
La clave de los “Penitentes” que vemos durante la Semana Santa, no está ni
en la voluntad, ni en el capricho, pero menos todavía en un efecto escenográfico, sí
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que está en la historia de una institución tan importante en la iglesia como el rito y el
sacramento de la “Penitencia”. Pero sobre todo, en esos “Penitentes” que salen en
procesión con hábitos de distintos colores porque, como ya dijimos, las
congregaciones o hermandades de penitentes, anteriores al siglo XII, se distinguían
así unas de otras en el color de sus hábitos y tenían su sede en distintas iglesias, de
las cuales incluso tomaban el nombre, saliendo precisamente en la Semana Santa,
porque eran los días marcados de la “penitencia” en toda la cristiandad, porque era
además la “Semana de los Penitentes”, así llamada en algunos lugares en los que
unas congregaciones salían el Jueves Santo, otras el Viernes Santo y otras el Sábado
Santo. Habían sido expulsados de las iglesias por sus pecados, y si hablamos con
rigor técnico, diremos que en realidad habían sido excomulgados, por ello, su lugar
era la calle, en donde mostraban y arrastraban su dolor asociándolo al dolor de Jesús
crucificado. Eran los días del dolor y del perdón.
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Congregaciones, Cofradías, Hermandades
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Según testimonios, en el siglo IX comienzan a verse procesiones de
disciplentes voluntarios. Estos testimonios nos hablen de cómo era frecuente que
durante la Semana Santa, desde el miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo, se
juntaran todos los penitentes en una casa y allí pasaran recluidos la cuaresma en
oración y penitencia. Téngase en cuenta, que a los penitentes la iglesia los trataba
como apestados, en especial en este tiempo de penitencia, a la que ellos, más que el
resto de la comunidad, estaban obligados. Por lo que eran expulsados tanto de la
iglesia como de la comunidad, por eso, les salía más a cuenta el pasar estos
momentos penitenciales retirados, de allí que buscaran la unión entre ellos. De ese
retiro, salían voluntariamente el Jueves Santo formando la procesión de “los
penitentes” que imploraban de la iglesia el perdón. Estos hechos aparecen en un
momento en el que se produce una plena decadencia de la penitencia pública, como
resultado de la excesiva benignidad de las penitencias que son por aquellos
momentos impuestas, algo que lógicamente trajo una relajación de costumbres.
Resulta por otra parte, muy difícil entender esas reuniones cuaresmales de los
expulsados de la iglesia sin alguna estructura asociativa.
Serán del siglo XII las primeras noticias documentales que hablan de una
asociación formal de penitentes: se trata de la “Orden del saco” compuesta por
mujeres, que coinciden en el tiempo con la “Orden de los Humillados” compuesta
por hombres, y con la herejía de los Valdenses. Esto era el resultado de una exitosa
cruzada desarrollada por la iglesia para luchar contra la inmoralidad dominante,
siendo especialmente sensibles a esta cruzada las mujeres. Fueron tan numerosas las
afluencias de penitentes, que se precisó organizarlas en casas a modo de conventos y
dotarlas a su vez de reglas. Estas instituciones se llamaban “Penitencias”. En cuanto
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a la llamada “Orden del saco” nombre popular recibido por el hábito que vestían, se
llamaba oficialmente “Penitencia de Santa María Magdalena”. Téngase en cuenta
que, todas las agrupaciones de este género, entre ellas la “Penitencia de Santo
Domingo” y la “penitencia de San Francisco”, pertenecían al Ordo poenitentiae,
división de congregaciones cuyos miembros tenían como dedicación la penitencia.
Fueron muy numerosas las casas de penitentes que incluso en algunos sitios
llegaron a tener forma de monasterios, pero un tiempo de relajación o decadencia,
sumado a que la Orden de los franciscanos, que se creía con el monopolio de la
penitencia en la iglesia, intentó incorporar los que tenían formato de monasterios a la
orden., fue lo que en definitiva provocó la intervención de la iglesia que intentó
reconducirlos obligando a los Dominicos a asumir la dirección, incluidas las
“Penitencias de la Orden del Saco”, aceptando finalmente a estas con no poca
reticencia, para convertir a las penitentes en terciarias de su orden.
Resulta a todas luces evidente, que para las congregaciones seglares de
penitentes el momento culminante del año era la Cuaresma y la Semana Santa,
tiempo y momentos que les ofrecía el marco adecuado tanto para solemnizar, como
para promocionar su dedicación. Por ello, en pocos siglos se tenía congregaciones de
penitentes con hábitos de distintos colores al igual que hoy los podemos ver en las
procesiones de Semana Santa.
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El Concilio de Trento Postura crítica ante las celebraciones de Penitencia
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En 1522 Luis Vives se dirigía a Adriano VI diciendo “Es conveniente y
necesario reunir concilio de toda la Cristiandad, y mas en estos tiempos. Trátese en
él de lo concerniente a la piedad y a las costumbres”. El Concilio de Trento fue
uno de los acontecimientos mas importantes para la Iglesia católica durante el siglo
XVI y fue precisamente Menendez Pelayo quien dijo mucho después, que el
Concilio de Trento fue “tan español como ecuménico” porque junto con Calos V y
Felipe II, participaron los prelados, teólogos y canonistas españoles, ejerciendo todos
un influjo decisivo.
La importancia del Concilio se manifestaba en los dos grandes objetivos que
se propuso y en gran parte se realizó. Por un lado: determinar definitivamente los
“dogmas fundamentales de la fe católica”, tan combatidos por los innovadores del
tiempo, y por otro, dictar las normas indispensables para la “reforma eclesiástica”,
absolutamente necesaria en aquellas circunstancias.
En España fueron admitidos inmediatamente y sin ninguna limitación los
decretos del Concilio de Trento por parte de Felipe II y de todo el episcopado, pues
apenas aprobado por Pio IV y promulgado para toda la cristiandad, Felipe II dictaba
una Real Cédula el 12 de julio de 1564, en la cual aceptaba, con su amplitud y sin
limitación alguna, el concilio con todos sus decretos. En el último de ellos
promulgado, se disponía la aceptación pública de todos los decretos tridentinos en el
primer concilio provincial que se celebrase y en los sinodales, así como los
beneficiados y los profesores de las Universidades, quienes debían jurar el enseñar e
interpretar los decretos conciliares. En suma, se trataba de un acto de recepción que
significaba confesar o profesar las definiciones dogmáticas, comenzando a celebrarse
los concilios provinciales y los sínodos diocesanos.
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Los obispos quedaban pues como ejecutores de la reforma, y previamente al
concilio Juan de Avila había enviado un memorial a Trento en el que exponía: “La
necesidad de que toda ciudad contase con un obispo propio, pues si la presencia de
muchos fieles en una diócesis siempre había sido causa de estorbo para la labor de
su prelado, ahora no se sabía sufrir, por estar las costumbres buenas más caídas, y
la dificultad para levantarlas ser mayor”. Se refirmaba una vez mas el papel que los
obispos debían desempeñar en el gobierno espiritual de las comunidades de fieles, a
la hora de materializar las transformaciones que se pretendían imponer en el seno de
la Iglesia, aconsejando el concilio celebrar en cada provincia eclesiástica, los
provinciales cada tres años y los sínodos cada año, pues con ellos se pretendía
regular las costumbres, corregir los abusos, concertar diferencias, y sobretodo, que se
adoptasen las decisiones pertinentes al momento eclesial. En definitiva, se marcaba
un medio de autorrevisión periódica.
La aplicación del Concilio de Trento provocaría numerosas colisiones
jurisdiccionales, siendo sus protagonistas los obispos para imponer a todo trance la
reforma que acababa de decretarse, y los cabildos defendiéndose tumultuariamente
contra sus prelados y acudiendo a Roma para protegerse.
Hasta bien entrado el siglo XVIII fueron muchos los obispos que celebraron
sínodos diocesanos para insistir por medio de ellos, en la aplicación del concilio
tridentino para corregir defectos que se habían introducido a lo largo del tiempo y
sobretodo, algunas corruptelas provocadas por la degeneración de antiguas y
toleradas costumbres. Así fue como en la diócesis Oscense se celebraron en 1565 por
Pedro Agustin; 1585 por Martin de Cleriguech y Cáncer; 1594 por Diego de
Monreal; 1617 por Juan Moritz de Salazar; 1641 por Esteban de Esmir; 1671 por
Bartolomé de Foncalda; 1686 y 1692 por Pedro Gregorio de Antillón; 1716 por
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Gregorio de Padilla; 1738 por Fray Plácido Baylés; 1745 por Antonio Sánchez
Sadinero, quizá este último excesivamente influenciado por el Inquisidor Miguel
Vicente Cebrián y Agustín, un aragonés, hijo de los condes de Fuenclara, quien
elevado al episcopado en la primavera de 1743 había hecho públicas una serie de
prohibiciones que, bajo el título de “Sobre observancia del ayuno con motivo de su
quebrantamiento en las procesiones de Semana Santa” constituirán un adelanto del
plan mas amplio y elaborado que publicará en febrero de 1743, documento que en su
celo reformador, envía a los obispos aragoneses y que titula: “Contra los abusos en
procesiones de Semana Santa y veneración de sus sagradas funciones”. Este
constaba de un extenso preámbulo y siete artículos referentes a las costumbres que
debían suprimirse y las penas que opinaba debían imponerse a los infractores "Por
ser las sagradas funciones unos actos con que la devoción de los fieles rinde debido
culto a la Suprema Magestad de Nuestro Dios, exhortan los Santos Padres y
Concilios a que se practiquen con aquella modestia y gravedad que corresponde
para conseguir tan santo intento; y por ser las processiones que Nuestra Madre la
Iglesia tiene dispuestas y la piedad de los fieles introducidas Sagradas funciones,
como declaró la Santidad de Paulo V, será razón que se executen con la honestidad,
decencia y compostura que piden los Sagrados Mysterios que representan.
Por esta razón no cumpliéramos con las obligaciones de nuestro Pastoral
Ministerio si al oir y advertir con grave dolor de nuestro corazón los abusos que en
algunas ha introducido el común enemigo de las almas, especialmente en aquellas
que se hacen en el tiempo aceptable en los días de nuestra salud y Redempción en
que llorosa Nuestra Madre la Iglesia nos acuerda con sentidos ayes la Crucifixión y
Muerte de Jesuchristo, Nuestro Redemptor, no separáramos los desórdenes que se
experimentan de lo que es verdadera devoción y piedad: en cuya consequencia
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deseando desterrar de tan sagradas funciones los abusos que no sólo entibian el
fervor de los fieles sino que son causa de muchos y graves pecados y que tan
christianos actos produzcan copioso fruto de devoción en el corazón de nuestros
amados súbditos, hemos juzgado por precisa obligación de nuestro Pastoral cargo
la de mandar lo siguiente".
Un texto que resulta bien elocuente, en orden a justificar la necesidad que
considera este prelado como imperiosa para tratar de suprimir unos supuestos abusos
en las celebraciones de Semana Santa que, a su juicio, se alejaban en gran manera de
un auténtico sentido cristiano, constituyendo a su criterio, un mal ejemplo para los
fieles.
El primer apartado hablaba de prohibir las representaciones de personajes y
escenas de la Pasión y, al mismo tiempo, regular el atuendo de los penitentes y
cofrades:
"Lo primero, que en las processiones que se hacen en la Semana Santa no se
permitan personas algunas que representen a los Apóstoles, Evangelistas y Sibilas,
ni tampoco a Pilatos ni los Judíos; ni se haga representación alguna al vivo de los
passos de la Passión del Señor, ni sacerdote alguno ni secular haga a Nuestro
Dulcíssimo Dueño Jesús, representando passo alguno de la Passión; pues las
processiones han de constar solamente de las insignias y passos de la Passión de
vulto, ya sean imágenes de Jesuchristo Nuestro Redemptor, de María Santísima
Nuestra Señora, de San Juan e Santa María Magdalena, y los que llevaren dichas
insignias y passos y los que acompañaren la processión han de ir con la cara
descubierta en su hábito o vestido regular, o con túnicas de olandilla morada o
negra, redondas y sin faldas, evitando toda profanidad, porque siendo trage y
vestido de penitencia no dice bien con la superfluidad, demasías y arrogancia".
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Las representaciones de la pasión del Señor están muy arraigadas en
algunas poblaciones de las distintas diócesis y principalmente en la diócesis oscense,
donde en algunas poblaciones se representa por su geografía urbana el vía crucis
acompañando a un penitente cargado de una cruz; representaciones en templos de
algunos Autos de Pasión; ascensiones a un monte próximo a la población de
penitentes y flagelantes; representaciones de la flagelación y coronación de espinas,
propiciadas por la Santa Escuela de Cristo; crucifixión o enclavación de un penitente
ante los convecinos y flagelantes. Expresiones todas de un fervor popular arraigado
en las mas vetustas tradiciones. De ahí que la orden de su prelado o cualquier
disposición contraria a estos actos, encuentra siempre resistencia por parte del
vecindario que, en ocasiones, va a ser secundado por el mismo clero local.
El tema de los disciplinantes preocupa profundamente a algunos de los
obispos así como a los tridentinos mas acérrimos por lo que también fue objeto de
atención en la normativa episcopal que proponía el obispo Cebrián, quien
especificaba las penitencias que podían realizar los cofrades en los desfiles
procesionales:
"Lo segundo, que no se permitan en dichas processiones otras penitencias
que la disciplina de sangre con madexa, llevar alguna cruz moderada sobre los
hombros o calabera y santo Christo en las manos, y lo mismo se deberá practicar
por las calles, de modo que no podrán llevar ni hacer otras penitencias los que las
anduvieren con motivo de visitar las Estaciones o andar la Via-Sacra; bien
entendido que todos los que se exercitaren en dichas penitencias deberán ir también
con la cara descubierta".
En definitiva solamente con esta disposición avalaba las peticiones de
penitencia ejercidas en las calles por la Santa Escuela de Cristo, fundada por San
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Felipe de Neri, y auspiciadas por el místico aragonés D. Juan de Palafox que le
había dado la impronta aragonesa a esa procesión de penitentes mostrando las
miserias humanas. El sínodo de Huesa, como otros muchos de esas fechas,
aconsejaba que las procesiones deberían salir y recogerse con luz del día, evitando
de esta forma los excesos que podrían ocasionar los desfiles nocturnos: “que se
empiecen todas las processiones de Semana Santa que se hacen por la tarde a
tiempo que se concluyan y estén en la Iglesia de donde salieron antes de anochecer y
las que se hacen por la mañana no salgan de la Iglesia hasta después de haver
amanecido, y en dichas processiones assistirán los eclesiásticos y religiosos que
huviere sido costumbre y estilo, cantando los Psalmos y Himnos que se hayan
acostumbrado cantar en tales funciones".
En todos los sínodos se prohíbe de manera taxativa el que las mujeres
realicen penitencias: “que no concurran a dichas processiones ni qualesquiera otras,
mugeres algunas con penitencias, con los pies descalzos, con túnicas o de otra
manera, por ser ageno del sexo exercitarse en público con semejantes
mortificaciones”. Y en la mayoría de ellos se regula de forma minuciosa el horario
de cierre y apertura de los templos en la noche del Jueves al Viernes Santo:,”que se
cierren las puertas de las iglesias a las nueve de la noche en el día de Jueves Santo y
las de las hermitas al anochecer y no se abran dichas puertas hasta que sea de día y
que no se predique sermón alguno de noche ni antes de amanecer, mientras está el
Señor en el Monumento".
La propuesta de supresión de los disciplinantes provoca una crisis en las cofradías
denominadas “de sangre”, ya que el azote con las disciplinas constituye la esencia de
la penitencia. El entibiamiento del fervor como consecuencia de la medida adoptada
se traduce en un descenso de los efectivos humanos. Sin embargo, las prohibiciones
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de los prelados que rigen las diócesis no surten los efectos deseados y continúan en la
misma situación la devoción popular y estas prácticas en la mayoría de las
localidades en que estas costumbres se encontraban profundamente arraigadas.
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Semana Santa
El Vía Crucis
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La práctica religiosa del “Vía Crucis”, el Camino de la Cruz, extendida por
toda la cristiandad, es una peregrinación penitente en espíritu para seguir los pasos
que llevaron a Cristo desde el palacio de Pilatos a la cruz levantada en el monte
Gólgota. Las peregrinaciones a los Santos Lugares fueron el primer destino de los
peregrinos desde el inicio del cristianismo. Y llegados a ellos, esta era la ruta
preferida del peregrino, que no solamente satisfacía su deseo de conocer los estos
lugares transitados por Jesús de Nazaret, sino que además reconstruía mentalmente y
en algunos casos místicamente, esa Pasión que le llevó a morir en la cruz. Para ello,
se mezclaba entre la multitud e iba como uno más de aquellos que seguía a Jesús
camino del Calvario.
El Camino de la Cruz o “Vía Crucis”, en los días de la Semana Santa, Ha sido
el momento preciso para quien deseaba vivir estas experiencias. Y en efecto fueron
incesantes los ríos de cristianos que allí se dirigieron.
Fue instaurado por Constantino el Grande en la ciudad Santa en el siglo III y
las primeras noticias en España las tenemos por Eteria, abadesa del monasterio del
Bierzo en Galicia, que es autora del libro “Peregrinación a Tierra Santa” fruto de su
viaje a fines del siglo IV a los Santos Lugares. Estructurada su obra como otros
libros de itinerarios conocidos, su importancia estriba en las acertadas
confrontaciones que la religiosa realiza entre sus conocimientos bíblicos y los lugares
que visita, al igual que sus comentarios sobre la liturgia de los cristianos orientales,
especialmente los de Jerusalén, cobrando interés las relativas a la Cuaresma. Relata
la liturgia del Domingo Segundo de Pasión o Ramos, de cómo el celebrante bendecía
ramos de olivo y palmas, caminando con los ramos benditos hacia la iglesia
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entonando himnos a Cristo Rey, entre los que destaca el de origen hispano-visigodo
compuesto por el obispo Teodulfo de Orleáns: “Gloria, loor y honra a Ti sea, Rey
Cristo Redentor, al que la flor de la infancia cantó piadosamente”. La abadesa Eteria
nos hace la descripción de cómo en el siglo IV se reunían los cristianos en el Monte
de los Olivos y, antes de llegar al Santo Sepulcro, se detenían en tres lugares,
llamados “de la Agonia”, “de la Traición de Judas” y “del Prendimiento”.
Esta devoción al Vía Crucis toma forma en Jerusalén, donde se irá perfilando
cada vez más al incorporar nuevas “estaciones” o lugares de parada de los fieles para
orar, pues son las gentes las que no se conforman y quieren saber exactamente dónde
cayó, donde se encontró con su Madre, o simplemente le ayudo Cirineo o le enjugó
el rostro la Verónica, siendo así como se van situando con precisión las estaciones o
momentos de este recorrido. En el siglo X se conoce con precisión el itinerario
exacto realizado por Jesús desde el pretorio de Pilatos al Gólgota, posteriormente se
fijan ya cinco estaciones que serán: el “Ecce Homo”, el “Pasmo de María”, el ”Nolite
flere” dirigido a las santas mujeres, la ayuda de “Cirineo”, y un descanso al pie del
“Calvario” . Pero serán los franciscanos quienes recogieron esta costumbre y fueron
ellos precisamente los que desarrollaron el Vía Crucis, que a comienzos del siglo
XVI tenía ya el Vía Crucis de Jerusalén, llamado igualmente Vía Dolorosa, casi el
mismo formato que en la actualidad, con las 14 estaciones y lugares precisos
signados: 1ª estación: “Jesús es sentenciado a muerte”; 2ª estación: Jesús carga con la
cruz; 3ª estación: Primera caída; 4ª estación: Encuentro de Jesús con su madre; 5ª
estación: El Cirineo es obligado a ayudar a Jesús ; 6ª estación La Verónica seca el
rostro de Jesús; 7ª estación: Segunda caída; 8ª estación Jesús consuela a las santas
mujeres; 9ª estación: tercera caída; 10ª estación: Jesús es despojado de sus
vestiduras; 11ª estación: Jesús es clavado en la cruz; 12ª estación: Jesús es izado en la
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cruz; 13ª estación: Descendimiento de la cruz y entrega del cadáver a María; 14ª
estación: Jesús es enterrado en el sepulcro.
Este es el formato que se extendió por toda la cristiandad, representado por 14
estaciones o por 14 cruces o cuadros en todas las iglesias, representando así los
momentos de la Pasión y Muerte de Jesús.
El Altoaragón participa de esta práctica religiosa con celebraciones durante
todos los viernes de Cuaresma, dentro de los templos parroquiales, pero también sale
en Vía Crucis hacia ermitas, por caminos en los que están marcadas las estaciones
con cruces y lleva incluso algún paso procesional. Desde el siglo XV la ciudad de
Huesca celebra el Vïa Crucis al Santuario d Santa maría de Salas. Tamarite asciende
al Calvario con un penitente cargado con la Cruz. Siétamo reza entre tambores y
acompaña al penitente que carga la pesada cruz, representando así el camino
recorrido por Cristo.
Téngase en cuenta que 30 poblaciones altoaragonesas conservan en su
término el topónimo “El Calvario” reminiscencia de esta celebración popular de la
Semana Santa, y más de 80 conservan el topónimo “La Cruz”.
El Vía Crucis es por lo tanto, la pieza esencial para el posterior nacimiento de
las manifestaciones procesionales de la Pasión.
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SemanaSanta
Las Procesiones
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Las procesiones de la Semana de Pasión son diferentes a cualquier
manifestación religiosa en la calle en otro tiempo del año, a éstas las mueve y anima
un espíritu particular: el de la penitencia. Y esto, no cambia, pues Penitentes son los
que conforman las filas de la procesión. Penitentes son los costaleros que portan las
imágenes cargando con el paso a cuestas, con todo su peso, además de que le
imprimen ese movimiento ese porte, que les obliga al sacrificio, a la unión, al
esfuerzo, a una penitencia dura, callada y por ellos elegida. Es que sin penitencia,
pierden estas procesiones su sentido. Por no haber, ni tan siquiera oración hay en
ellas, solamente el ronco tambor que llama la atención de las gentes, el sonido
estridente de unos añafiles que penetran de forma lacerante en los oídos, el
acompañamiento de grilletes y cadenas arrastradas, los pasos silenciosos de unos pies
desnudos. En definitiva pasan los penitentes a los que la iglesia había cortado la
comunicación con Dios al caer en pecado. Las procesiones de Semana Santa, no son
de oración, ni de rogativas, como suelen ser las demás de la iglesia, son actos de
penitencia hechos por penitentes, de aquí ese silencio característico de la Semana
Santa en la calle.
La iglesia siempre ha tenido problemas con estas manifestaciones, con estas
celebraciones paralitúrgicas en la calle. Es por ello, que en la medida de sus
posibilidades, ha puesto trabas ante la posibilidad de una desviación de la
religiosidad hacia formas espontáneas que escapen a su control, y puedan caer
fácilmente en una religiosidad descarriada, de caracteres paganizantes, incluso con
expresiones folklóricas, heterodoxas y supersticiosas. En el ámbito hispanorromano
del siglo IV se celebraba el I Concilio de Zaragoza en el que además de juzgar la
herejía de Prisciliano se lanzaron ocho cánones contra los ritos oscuros en las
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cavernas, los adoradores de las piedras, la adivinación, pero sobre todo, el IV Canon
que prohibía, andar descalzo como mortificación penitencial.
Hasta el siglo XIV se centrará la actividad de las procesiones penitenciales en
torno a los cruceros o humilladeros situados en extramuros, o en los barrios
apartados, ya que las cofradías de penitencia apenas tenían una presencia visible en
el centro de la población. Esto dio lugar a una devoción exagerada y a los flagelantes,
que con el torso desnudo hasta la cintura, se disciplinaban hasta hacer correr la
sangre. Estos excesos penitenciales ocasionaron que el Papa Clemente VI las
suprimiera. Posteriormente y a fines del siglo XIV San Vicente Ferrer, dominico e
ideólogo, a quien atribuyen el ser fundador y promotor de procesiones en muchas
poblaciones y quien introdujo la manera de ataviarse para hacer penitencia y
acompañar las procesiones. Este santo valenciano, sintió e la predicación su carisma
personal , dedicándose por entero a la actividad misionera, siendo fustigador intenso
con su predicación de las herejías, quien hizo “vestir túnica blanca llevando cubierto
el rostro”, si bien vistieron de diversos colores tanto túnicas como capirotes, llevando
algunos el cordón o cíngulo de penitentes en la cintura.
Las procesiones de la Semana Santa en la calle, son algo más, cada una de
ellas no es un desfile ni una cabalgata, son la expresión de ese modo en que
prevalecieron la fe y la sinceridad en los penitentes, en esas gentes del pueblo que
llegaron a sublimar su penitencia, convirtiéndola en la bellísima y conmovedora
manifestación de penitencia que ha sido y será la Semana Santa.
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Semana Santa
La Rompida
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Aragón, crisol donde se funden las tradiciones ancestrales junto a las
cristianas, tierra y gentes que celebran solsticios y equinocios, fiestas paganas
cristianizadas en el devenir de los siglos; alcanzan lo mejor de su historia y de su fe,
con el misterio central de la religión: la Muerte y Resurrección de Jesucristo.
La iglesia concentra lo mejor de su liturgia en esta “Semana Santa”, y el
pueblo rinde con su fe y sus sencillas costumbres amasadas y arraigadas en esa
cultura pre-cristiana en lo que llama “Semana Mayor”, su respeto y devoción ante la
tragedia y redención del Gólgota.
Además de los Vía Crucis, de la procesión del Santo Entierro, y los Oficios
litúrgicos, que se celebran en todas las poblaciones, existe un elemento que adquiere
un protagonismo como vehículo de la expresión de dolor del pueblo, y este es el
tambor, instrumento que requiere esfuerzo y penitencia, fe y unión o sincronismo con
el resto de cofrades o penitentes, el tambor es algo que confiere a la Semana Santa
aragonesa una mayor personalidad.
Su origen se remonta a la costumbre antigua de hacer ruido golpeando con
piedras los bancos de la iglesia, al finalizar el Oficio de Tinieblas el día de Viernes
Santo, costumbre que varió en el Altoaragón para llegar a una profana procesión
llamada de los “Mazos”, en la que saliendo las gentes tras los oficios, provistos de
mazos de madera se dedicaban a romper cajones que los tenderos sacaban a sus
puertas y a golpear todo aquello que encontraban a su paso en un deseo de hacer
ruido para demostrar el dolor. Costumbre contra la que se dictarán severa prohibición
en el año de 1777, a pesar de ello, hasta bien entrado el siglo XX , se darán golpes y
se producirá ruido, pues con estas costumbres trataron siempre de emular y recordar
la consternación y el terremoto que estremeció a la Naturaleza, en aquel momento de
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la muerte de Jesús y que nos narra fielmente el Evangelio de San Mateo( Mt. 27,52 ).
Costumbre ruidosa que desde las montañas pirenáicas desciende al llano y se
transforma en el Bajo Aragón en ruido de bombos y tambores, ascendiendo después
de siglos hasta Zaragoza y posteriormente al Altoaragón.
Si una de las expresiones más primitivas de nuestra tierra es el dance,
entrechocando palos y golpeando el suelo para invocar a la Naturaleza, no es de
extrañar que tratando de recordar el misterio de Jesús, Aragón rasgue la hora, en una
estruendosa “Rompida” que recuerde a todos la descripción del momento de la
Redención que nos señala el Evangelista........”Y la tierra tembló, y las peñas se
hendieron...”
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Semana Santa
La Pasión
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En la Edad Media, y basados en los primeros escritos dejados por los
evangelistas sobre la vida de Jesús, aparece una necesidad de representación al
objeto de hace los hechos mas comprensibles, así es como surgen nuevas fuentes,
que se crean sobre la Pasión a través del teatro medieval, unas representaciones con
breves diálogos; que se inician tomándose un pasaje que llega a ser el mas
divulgado, en el cual se representa el diálogo en el Huerto de los Olivos con la
dramática interpelación de “Quem quaeriytis”. Representaciones teatrales que
parten de la Iglesia y se llevan a cabo en misas y oficios con “tropos”, textos breves
con música que, durante la Edad Media, se añadirían al Oficio Litúrgico y que poco a
poco comenzó a ser recitado de forma alternativa por el cantor y el pueblo, dando de
esta forma origen al drama litúrgico, que se enriquecen con los “ludi” y unas
sencillas escenas que con el tiempo son mas elaboradas. Se conoce como ya en la
segunda mitad del siglo XII, es muy conocido el “Auto de Reyes Magos”,
paralelamente cabe pensar en los escritos de Autos de Pasión, porque desde el siglo
IV estaba ya conformada litúrgicamente la Cuaresma, en la que se daba lectura
íntegra de la Pasión, en la celebración litúrgica del Domingo de Ramos interviniendo
diferentes personajes o lectores. A su vez se realizaban perícopas o lecturas de algún
texto que narraba los diferentes pasajes de Camino del Calvario dentro del Oficio
Litúrgico.
Durante el siglo XV vivirá Aragón unas demostraciones del drama sacro de la
Redención cargadas de fervor popular siendo los principales textos debidos a Juan
de Encina (1469-1529), Lucas Fernandez (1475-542), Alonso del Campo (1486-
1499), o la Pasión trovada de Diego de San Pedro, anterior a 1489. De mediados del
sigo XV son las “Lamentaciones “ dramatizadas y hechas para la Semana Santa por
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Gomez Manrique, como destacable es la gran actividad dramática en torno a las
catedrales Aragonesas con dramas relacionados con la “Sibila”.
Todas composiciones constituyen pilares fundamentales del arte sacro
pasionario medieval que llega al siglo de oro y son sin duda alguna, las
representaciones que influyeron en las gentes mucho mas que los tenebrosos y
largos sermones “Cuaresmeros”, que encargados por Cabildos o Concejos a un fraile
elocuente con un año por delante para prepararlo, hacían sufrir mas que otra cosa a
los fieles que lo escuchaban.
Paralelamente van floreciendo otras escenificaciones y prácticas que
desembocan en un teatro religioso en el cual tomará especial importancia la
representación de “la Pasión” . Acto que en unas poblaciones se lleva a cabo en el
atrio del templo y en otros casos se escenifica en la plaza o algún montículo cercano,
participando activamente el pueblo que se introduce en los personajes, y representa
con dignidad las figuras clave de este drama. En las ciudades ocurre paralelamente lo
mismo, hasta bien avanzado el siglo XVI la Semana Santa se vivía con la
participación en los actos litúrgicos de la Catedral, sin cortejos en las calles. En el
templo mayor de la ciudad se levantaba el Monumento y se celebraban ante él
representaciones o escenas del ciclo de la Pasión.
Pronto aparecerán Constituciones Sinodales, tanto antes, como después de
Trento, que muestran posiciones contrapuestas acerca de estas representaciones,
incluso se puede leer en unas de 1565:
“Ha crecido tanto la malicia humana, que aún las cosas santas y buenas se
profanan y convierten en malas; y así las representaciones, que antiguamente se
introdujeron para devoción, se han vuelto en abuso e irreverentes”.
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Ante la rigidez de la iglesia, decayeron en algunos lugares los ánimos y
desaparecieron las representaciones de estos auto-sacramentales, para convertirse
simplemente en largas homilías, no siempre comprendidas por los fieles.
Ya en el siglo XIX, un cronista especial, Mariano Martinez desde las páginas
de “El Diario de Huesca”, nos habla de la celebración dentro de la iglesia de San
Pedro de Huesca en el día de viernes Santo de 1886, por parte de la Venerable
Orden Tercera de San Francisco, de una representación en el presbiterio del templo, a
la luz de unas pocas velas que daban un ambiente aterrador de todos los crudos
momentos revividos de la Pasión de Jesús. Las reglas de esta orden secular, habían
sido reformadas por el Papa León XIII en su Constitución Apostólica “Misericors
Dei Filius” el 30 de mayo de 1883 y sus miembros vivían de esta especial manera y
con unas penitencias durísimas la Semana Santa. En la puerta del templo se
quedaban dos hermanos de la Orden e impedían el acceso a las mujeres y niños,
solamente accedían al interior, los hermanos y algún que otro acompañante, hombre
que estaba en “seminario” para ingreso en la citada orden, o bien alguno al que se
deseaba invitar a pertenecer a la Escuela. La visión de este hombre, que siendo niño
logró colarse al interior y desde un rincón en medio de la oscuridad presenciar toda la
representación, adquiere un valor testimonial importante, ya que relata la
representación de todos los misterios teniendo como actor principal un penitente
anónimo, que con la faz cubierta, va recibiendo los duros castigos y tormentos.
Paralelamente, nos encontramos que con el título “La Pasión y Muerte de
Nuestro Señor Jesucristo” se representa como algo tradicional en el Teatro de la
ciudad, no sabemos según que libreto, si bien algunos datos no confirmados. nos
remiten a citas del canónigo Novella. Esta representación que con debida
antelación era concertado con una compañía de teatro que debía de contar con la
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calidad y respeto suficiente como para escenificar con dignidad el mas sagrado de los
misterios. Poco a poco, esta contratación se dejó en manos y buen criterio de la
dirección del Coliseo oscense, que sabía se jugaba con el éxito o fracaso de ella, la
asistencia del público el resto del año.
Año tras año, parece ser que la Orden Tercera, La Santa Escuela de Cristo y
la Cofradía de la Vera Cruz, trataron de dignificar la Semana Santa oscense y desde
el Obispado se trataba de eliminar esta representación teatral, pero no sólo en la
ciudad de Huesca, antes bien, tratan de que sean suspendidas otras representaciones
como Enclavaciones y Via Crucis que con reos o penitentes, eran llevadas a cabo por
algunas cofradías y se representan en las poblaciones de la Diócesis, aludiendo para
ello que las demás celebraciones religiosas como Septenario de Dolores, Sermón de
Cuaresma, Oficio de Tinieblas, Miserere, y Oficio de Pasión con Procesión del
Viernes eran mas que suficientes, logrando finalmente una actuación del Vicario
Capitular que aprovechando la actuación de un Gobernador Civil interino, obtiene el
día 21 de marzo de 1888 la prohibición de la representación en la ciudad de Huesca
alegando las condiciones deficientes del Teatro Principal, una excusa que
soliviantaría los ánimos, más si cabe, cuando el día 4 de marzo y tras la remodelación
del teatro llevada a cabo por la Diputación, el mismo Sr. Gobernador, había firmado
y autorizado su apertura elogiando las obras realizadas. La prensa arremetió contra la
primera autoridad y desde sus páginas invitaba a los oscenses a que entre nueve y
diez asistieran a la Iglesia Catedral, diciendo que “allí podrán ver al compadre de
espiritistas, libre-pensadores y masones en las últimas elecciones de mayo, y al
místico, recto y cristiano gobernador interino, solazarse con los elocuentes toques de
una oración sagrada”. Gracias a que en el resto de las poblaciones de la Diócesis no
se obedecen estas disposiciones, pero esta actuación provoca un problema que hace
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correr ríos de tinta en la prensa nacional, si bien el Sr. Gobernador contesta
escudándose en un Real Decreto de 30 de abril de 1856 que prohíbe esta clase de
espectáculos, y manda que se tomen las precauciones militares con acuartelamiento
general de la tropa.
La permanencia de estas representaciones en el Altoaragón, estará marcada
por la recuperación y puesta en escena de “Las Estampas de la Vida de Jesús” que el
Orfeón Oscense, lleva a cabo en 1929 y que año tras año pone en escena llegadas las
fechas de la Cuaresma. Está tradición con toda su labor escénica, será continuada
desde los años cincuenta por el cuadro artístico de los Antiguos Alumnos Salesianos,
quienes representarán durante la Semana Santa “La Pasión” , una obra que consta de
tres actos divididos en 28 cuadros, que se inicia con el Evangelio de San Juan: ”Al
principio, era el Verbo” y que narra la Vida , Muerte y Resurrección de Jesús.
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La Enclavación de Ayerbe
La Crucifixión, Historia
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Es probable que la crucifixión sea originaria de Asiria, aunque este método
fue adoptado por los Persas durante el siglo VI a.C., siendo Alejandro Magno quien
lo introdujo en los países del este del Mediterráneo en el siglo IV a.C., debiéndose
por otra parte a los fenicios que lo introdujeran en Roma en el siglo III a.C. Se
trataba de un método de ejecución antiguo, en el cual, la persona condenada era
atada o clavada a una cruz de madera o entre árboles, o bien simplemente en una
pared, posteriormente el condenado era dejado allí hasta su muerte. Esta era la forma
ampliamente utilizada en la Roma Antigua y una ejecución raramente utilizada por
razones simbólicas o rituales, ya que era llevada a cabo para exponer a la victima a
una muerte de forma particularmente horrible por lo lenta, y por ello, como forma
ejemplar para disuadir a la gente de cometer delitos parecidos a los del ejecutado, era
además, una ejecución pública, utilizando todos los medios necesarios para que se
conociera y sus métodos variaban con el lugar y el tiempo donde se efectuaba, siendo
aplicada para esclavos, rebeldes, piratas y enemigos, así como para los criminales
odiados. Por ello la crucifixión era considerada como la forma mas vergonzante e
ignominiosa de morir. Comúnmente, los grupos de ejecución para estos penados
estaba compuesto por cuatro soldados y un centurión, que tenían el derecho de
“expoliatio”reclamar los bienes que tuviera el ejecutado como parte de su salario,
estando exentos de morir crucificados.
Las voces griega y latina que corresponden a “crucifixión” eran aplicadas a
diversas formas de ejecución dolorosa, al comprender desde el empalamiento en una
estaca, clavarlos a un árbol o un simple poste que llamaron “crux simple” o “palus”
según relata el historiador Flavio Josefa, quien además dic que frecuentemente se
utilizaban travesaños de madera atados en la parte superior del poste o estaca
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formando una T es decir, “cruz commíssa” o justo debajo de la parte superior,
como la forma mas familiar entre los cristianos, “cruz immissa”, añadiendo que eran
usadas otras formas comunes en forma de X o bien, en forma de Y. Siendo los
escritos mas antiguos que relatan la crucifixión de Jesús de Nazaret los que describen
la cruz en la que fue enclavado en forma de letra T, ( letra griega tau) cruz commíssa
y sobre el reo solía fijarse un “titulus” o inscripción del cargo, estando el uso de este
tipo de letreros consignado en la “Historae Romanae” de Dion Casio.
Esta pena capital estaba precedida por un cruel preludio como eran los azotes,
que ocasionaban que el reo perdiera una gran cantidad e su sangre y prácticamente
estuviera en un estado de schock, que lo hacía estar en unas pésimas condiciones
físicas para cargar el travesaño horizontal hasta el lugar de la ejecución, pero no
necesariamente la cruz completa como en el caso de Cristo. A esta agonía que estaba
viviendo el reo, habría que sumarle la “enclavación”, acto de crueldad suprema, al
ser tendido sobre la madera y clavado de manos y pies a ella por medio de unos
clavos de acero, con puntas e entre 13 y 18 centímetros e largo, aproximadamente
con una cabeza cuadrada de 1 centímetro aproximadamente, siento de tal crudeza
estos momentos que movió al emperador Constantino a dictar la abolición de la
crucifixión en todo el Imperio Romano.
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La Enclavación de Ayerbe
La Crucifixión, Fuentes Teológicas
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Como textos mas antiguos sobre la Pasión de Jesús de Nazaret, encontramos
los escritos dejados de sus propias manos por los cuatro evangelistas, siendo éstos
relatos que sin duda alguna tiene carácter histórico, los que han venido transmitiendo
con ellos sus autores la fe a las generaciones sucesivas, pero una fe, no basada en los
escritos, antes bien, en el testimonio vivo de los hechos que narran. Así es como, el
apóstol Juan lo hace sobre todo lo vivido junto al propio Jesucristo, y los otros tres
evangelistas, lo hacen basándose en relatos testimoniales entre ellos están los textos
de San pablo, quien además de estar considerado el gran apóstol de la Iglesia, aporta
los textos mas antiguos; habiéndolos escrito con forma epistolar y resultan de gran
trascendencia, ejemplo claro lo tenemos en “Hebreos 12.22”. Para la exégesis de la
Teología, es la interpretación que da a la Pasión, constituyendo para la estructura de
la Iglesia uno de los pilares fundamentales.
Otra de las mas valiosas fuetes, la constituye el “Antiguo Testamento”, al
contener repetidas configuraciones de Cristo; entre ellas, por ser muy significativas
las de “Isaías, V-1,4”; de este mismo profeta “El Libro de los Números, 6,3 y
23,24”, así como las descritas por “Josué, 8,29”, o de “Samuel, 21,9”. Quizá estos
textos citados no sean conocidos por todos, por lo que es fácil recurrir al “Nuevo
Testamento”, donde en su apartado de los “Evangelios” y “Cartas de San Pablo”,
se encuentran los textos más conocidos y divulgados. Estos textos datados en el siglo
I, fueron conocidos desde finales del siglo II para alcanzar totalmente su
conocimiento desde finales del siglo IV. Por otra parte, a partir del siglo II se fueron
conociendo estos hechos fundamentales, como lo exegéticos de los Primeros Padres
de la Iglesia, componiendo entre todos lo que conformará el conjunto de fuentes
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teológicas, literarias e históricas, las cuales son el eje principal y vertebrador para el
estudio de los hechos de la Pasión.
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La Enclavación de Ayerbe
La Crucifixión, práctica devocional
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Se tiene constancia de la representación de la Crucifixión de Cristo en el
tiempo del año que rememora La Pasión en algunas regiones y comarcas de la
geografía cristiana, en tierras y poblaciones en las que la celebración se circunscribía
casi solamente en un principio a un Vía Crucis Penitencial, y al denominar este acto
religioso como penitencial, es debido a que era llevado a cabo por un penitente
cargado de pesada cruz, descalzo, ascendía por un camino pedregoso y tortuoso,
acompañado de los vecinos o de una cofradía, hasta la cima de un monte próximo
donde se revivía el drama del Gólgota, generalmente atando (no clavando) los
brazos del penitente a los laterales de la cruz y levantando esta, para hacer el rezo o
recitación de las Siete Palabras. En otros casos la lectura de la última estación del
Vía Crucis que se había ido recitando durante el trayecto o ascensión.
El Altoaragón no es ajeno a estas celebraciones y son muy numerosas las
poblaciones que reunidos en cofradías, o simplemente agrupados con sentido
cristiano de dolor, las gentes hacían la penitencia cuaresmal, quedando numerosos
vestigios de estas celebraciones patentes en templos, santuarios apartados, ermitas
aisladas, donde en algunos casos puede encontrarse una gran cruz de madera, si
imagen alguna, que posiblemente quedó allí tras la celebración del que fue último
año, pues llegó la prohibición, o simplemente en esos topónimos que nadie a través
de los siglos intentó cambiar la denominación, perviviendo como “La Cruz” o
“Calvario”, a pesar de parcelaciones y concentraciones que hayan dado un número o
nombre distinto a ese terreno.
Estas celebraciones populares sufrieron numerosos avatares: Cemente VI en
1342 prohibía las penitencias de este tipo, al igual que una Orden de Enrique IV del
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año 1473. A esto vendría a sumarse el Concilio de Trento, cuya promulgación en
1564 ponía un veto importante a estas celebraciones, si bien tendrán que incidir sobre
penitencias, representaciones de la Crucifixión, flagelaciones y penitencias las
Constituciones Sinodales de la Diócesis Oscense de los años 1565, 1585, 1594, 1617,
1641, 1671 y 1686-67, 1692, 1716,1738, 1745, Bula contra los abusos de la Semana
Santa, promulgada en 1743 con nuevas disposiciones que coartan las expresiones
populares de las cofradías. La reforma de Olavide en 1768 que trae normas que
deben cumplirse estrictamente ala hora de cualquier celebración popular de carácter
religioso, que será completada, por decirlo de alguna forma, con la Real Cédula de
20 de febrero de 1777 de Carlos III que prohibía las procesiones por cales pequeñas y
estrechas, incluso se prohibía el uso de velas en las procesiones ( de aquí la
concurrencia de los penitentes con faroles y luminarias acristalados, de los cuales
queda el uso en algunas cofradías aloaragonesas). En esta Real disposición se hace
saber:
“Habiendo llegado a oidos de nuestro Señor, de la existencia en todo el
Reino de penitentes de sangre y empalados en las procesiones de Semana Santa,
penitencias que más sirven de indevoción que de edificación, se prohíbe y se
encargan que no se permitan disciplinantes empalados ni otros espectáculos
semejantes, debiendo los que tuvieran verdadero afecto elegir otras más racionales y
secretas y menos expuestas, con consejo y dirección de sus confesores”.
En 1783 se promulgaría por Carlos III el Decreto de extinción de las
Cofradías, permitiendo solamente las sacramentes y las de ánimas, cuatro años
después, recorta las funciones de estas al promulgar en 1787 el Decreto sobre
enterramientos, que era casi la única función que les había dejado en el decreto
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anterior. Finalmente, Carlos IV el 19 de enero de 1798, la Desamortización de los
Bienes de las Cofradías pone ya definitivamente en una difícil situación la
supervivencia de cofradías y celebraciones. Se entraba en una época difícil, el 8 de
abril de 1808, un mes ates del levantamiento de Madrid, celdas, claustros y
refectorios de monasterios y conventos han sido ya tomado y saqueados por las
tropas francesas, Jose I en 1809 suprimía las órdenes monásticas y ordenaba el
cierre de conventos y monasterios promoviendo el saqueo de las iglesias y dando
paso a una furia iconoclasta que destruye numerosísimas imágenes religiosas.
Cierto es que en numerosas poblaciones altoaragonesas entre las que se
encuentra la Villa de Ayerbe, con gentes de notoria y acreditada conducta, que
guardaban las tradiciones de sus padres y abuelos cristianos viejos, después de las
Reales Cedulas de 1783 y 1798, siguieron manteniendo sus tradiciones religiosas.
Misioneros aragoneses dejaron la huella de estas costumbres religiosas-populares,
allende los mares, donde llevaron la fe cristiana y desde principios del siglo XIX, un
grupo de católicos flagelantes en Nuevo México llamados “Hermanos de la Luz” que
realizan representaciones de la Crucifixión de Jesús durante la Semana Santa, donde
el penitente es atado (no clavado) a una cruz. Algunos otros ejemplos son las
realizadas en Iztapalapa en la Ciudad de México, la cual data de 1833. Crucifixiones
devocionales llevadas por misioneros españoles también son comunes en Filipinas,
donde incluso se utilizan clavos reales para clavar las manos. En muchos casos la
personificación de Jesús es sometido primero a la flagelación y usa una corona de
espinas sobre su cabeza.
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La Enclavación de Ayerbe
El Rollo o Crucero de La Portaza
Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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Como rollo, se conoce a la columna de piedra que de ordinario está rematada
por una cruz metálica, insignia de jurisdicción en lo antiguo, pues representaba la
categoría administrativa de lugar, ya que solamente era levantada en las villas,
indicando de esta forma el régimen al que estaba sometido: señorío real, concejil,
eclesiástico o monástico, marcando a su vez el límite territorial y, en algunos casos,
era un monumento conmemorativo de la concesión real del villazgo.
No debemos confundirlo con la picota, ya que esta se levantaba en todos los
lugares, mientras el rollo solamente en las villas y se manifestaba con una doble
función: penal y jurisdiccional, y su emplazamiento teniendo en cuenta su función
ejemplarizante, era en la entrada de las villas, en el camino de entrada mas transitado,
porque en el se exponía a la vergüenza pública a los que se castigaba, estando ya esta
pena de exposición pública legislada en el siglo XIII, y recogida en el libro de Las
Partidas de Alfonso X, considerándose la última pena leve a los delincuentes para su
deshonra y castigo: “…quando condenan a alguno por yerro que fizo, o ponen por
deshonra dél, o desnudan faziendolo estar al sol untado de miel porque lo coman las
moscas”.
En épocas de hambrunas, las ordenanzas municipales o bien los bandos
concejiles recordaban el castigo: “….a los que entraren en ortas e viñas axenas a ser
sacados a la vergüenza o puestos en el rollo”. Así como una Pragmática dictada por
los Reyes Católicos en 1496 para la unificación de Pesos y medidas en sus reinos,
que establecía para el pan y el vino “….e cualquier que otra medida midiere, salvo
por las dichas medidas, que por la primera vez que le fuere provado, caya yincurra
en pena de mil maravedis, e que les quiebren públicamente tal medida, e se ponga en
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la pycota, …….E en esa mesma pena yncurra e caya cualquier carpintero o
calderero u otro oficial que de otra guisa fiziere las medidas de pan e vino”.
Comúnmente tiene poca diferencia con el crucero por compartir servicio y ser
su construcción muy similar. Formado por una grada de piedra sobre la cual apea un
largo o, a veces chaparrudo prisma cuadrado, rematado por un sencillo chapitel y
cruz de hierro en el vértice, marcando generalmente en la proximidad de la población
y por la entrada del viejo camino, el lugar de castigo y punto de protección ante
males terrenales, bien sea enfermedades, plagas, o bien, accidentes, pues una
costumbre arraigada era hacer una ofrenda invocativa de protección, bien dejado una
pequeña rama, bien una simple piedra, al salir de la población para emprender viaje,
reminiscencia de un rito romano de ofrenda a los lares viales (dioses de los
caminos).
Durante el siglo XVI y XVII se alzaron en muchos lugares del Altoaragon
debido a las exenciones otorgadas por la Corona a los lugares que hicieron
aportaciones económicas en apoyo a los gastos de la guerra, si bien la Villa de
Ayerbe gozaba desde 1084 el privilegio concedido por el rey D. Sancho de estar
agregada a la Corona como “Realenga”, a la vez que le concedía por armas un
castillo de plata sustentado por dos leones de oro sobre campo de azur. Unos
privilegios que serían refrendados por D. Ramiro II en octubre de 1135, y
posteriormente, D. Jaime I concedía la villla como cabeza de Baronía a su hijo
Pedro, no sin que alzaran las voces de protesta en contra de esta decisión en las
Cortes de Zaragoza, pero D. Pedro y su esposa Dña Aldonza el 3 de enero de 1286
firmaban un contrato con los vecinos, por el cual se redimían de todas las cargas por
el tributo anual de cuatro mil cuatrocientos sueldos pagaderos en diversos plazos,
pero Pedro de Ayerbe comete una serie de desafueros que hacen intervenir a su tio D.
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Alfonso III mediante carta del 28 de junio del año 1287, Tras la muerte del primer
señor, entra de nuevo la villa en el patrimonio real, pero el 6 de julio de 1239 el rey
D. Alfonso IV la desmembrará nuevamente de la Corona para entregarla a su esposa
Dña Leonor y esta a su vez, la lega a su hijo D. Fernando, provocando que
nuevamente, los ayerbenses reclaman al rey ser realengos y obtienen el privilegio de
franqueza que se firma en el mes de enero de 1360. En vista de esto, D. Fernando la
vende, otorgando documento de venta en Tarazona el 11 de mayo de ese año a favor
de Pedro Martinez de Arbea, por diez mil libras jaquesas, si bien al enterarse
Martinez de Arbea del privilegio de franqueza que avalaba a los ayerbenses,
arrepentido de la compra y sintiéndose estafado, la cedió a D. Pedro Jordán de
Urríes, quien la compró.
Los sucesivos miembros de la familia de los Huríes, involucraran a esta villa
en continuas andanzas en su contra, puesto que se enfrentarán a los vecinos en
sucesivos pleitos sucesorios y reclamaciones, pero sus habitantes manifestarán
siempre el amparo que les brindan sus derechos y sus Fueros, hasta llegar al año de
1610 que con motivo de estar un reo en prisión y de negarle un regidor la obediencia
se amotinó la villa contra el de Urriés en el libre ejercicio de sus libertades, alboroto
y disturbio que provocaría la intervención de la Real Audiencia de Zaragoza, ante la
que volverán a sacar a escena la escritura de retrovendo a favor de los ayerbenses,
teniendo de esta forma que recurrir a un arbitraje en 1614 para solucionar el
problema.
Se inclinarán los ayerbenses a favor de Felipe V en la guerra de Sucesión y
será este rey quien les concede el título de “Noble y Fidelisima ” que les exime de
todos los cargos como así consta:
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Don F elipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de
las Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, etc, etc. Por cuanto mi Real
ánimo está muy propenso a favorecer y honrar a todas las ciudades, villas y lugares
de mis Reinos y señoríos y atenderles con el Paternal amor que me incumbe, siendo
como es propio de la Justicia distributiva con que deseo mantenerlas, singularizar y
distinguir a las que se han hecho acreedoras de mi favor con sus merecimientos y
teniéndolos tan especiales la villa de Ayerbe en el Reino de Aragón, por su gran
fidelidad y lo mucho que por este motivo padeció durante las turbaciones de aquél
Reino. He resuelto por decreto señalado de mi Real mano de 10 de marzo de este
presente año hacerla merced y concederla los títulos y renombres de “Noble y
Fidelísima”. Y en su conformidad encargo al Príncipe D. Luis, mi muy caro y mi
muy amado hijo y a los herederos y sucesores de estos Reinos y Señorío, Infantes y
Prelados…….
Dada en Madrid a 26 de junio de 170. Yo el rey
En cuanto representación visible de la jurisdicción, el rollo simbolizaba la
presencia de un poder sancionador, que en los pueblos de señorío correspondía, en
efecto, al señor del lugar, y en tal sentido era imagen de la tiranía feudal sobre los
vecinos en virtud de su autonomía jurídica, pero en el caso de Ayerbe, el rollo debió
levantarse con orgullo, como certificado visible que era de la libertad del pueblo,
testimonio incuestionable de haber recibido el privilegio real de villazgo que
otorgaba a sus habitantes la facultad de castigar por sí mismos los delitos que se
cometieron en el término, sin otras limitaciones que el respeto debido a la superior
autoridad del rey, convirtiéndose de esta forma en emblema representativo de la
justicia en la villa de realengo.
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Sebastián Covarrubias, en su obra “Tesoro de la Lengua Castellana o
Española” nos dice: “Tener su piedra en el rollo: es costumbre en las villas el ir a
sentarse a las gradas del rollo a conversación y los honrados tienen ya particular
asiento, que ninguno se le quita, y vale tanto como ser hombre de honra”.
Efectivamente, era como tener un puesto en el que estaba considerado foro público, y
allí se reunían al atardecer un grupo de los ayerbenses para hablar de los problemas e
incluso juzgar lo divino y humano, no es de extrañar pues, que allí en ese lugar, se
llegara a repetir la tragedia del Gólgota una vez cada año (Procesión y enclavación).
porque ese era el lugar mas sacralizado en la mente y el corazón de sus vecinos.
No cabe duda alguna que estos rollos en los antiguos lugares de señorío, conservaban
la imagen intimidatorio a fines del Antiguo Régimen, siendo la imagen residual de lo
que se consideraba un poder abusivo y tiránico, que, en las Cortes de Cádiz
intentaron borrar con un Decreto de 26 de mayo de 1813 que ordenaba su
destrucción : “accediendo a los deseos que han sido manifestados varios pueblos”
se ordenaba: “La demolición de todos los signos de vasallaje que hubiera en sus
entradas, casas particulares, o cualesquiera otros sitios, puesto que los pueblos de la
Nación Española no reconocen ni reconocerán jamás otro señorío que el de la
Nación misma y que su noble orgullo sufriría por tener a la vista un recuerdo
continuo de humillación”. Esta disposición no fue aceptada en Ayerbe, ya que
estaba dirigida únicamente a los rollos que se alzaban dentro de los dominios
señoriales, y no cabe duda de que, como consecuencia de su aplicación,
desaparecieron en muchas poblaciones, mientras que en esta villa no fue
interpretado. Nuevamente, en enero de 1837, las nuevas Cortes reiteraron la vigencia
“en toda su fuerza y rigor” del Decreto de 1813, siguiendo en pie en La Portaza,
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incluso se mantuvo cuando las agitadas algaradas revolucionarias de 1868 llegaron a
esta población, porque de forma colectiva, las gentes lo consideraban sacralizado
por las representaciones que durante la Semana de Pasión se llevaban a cabo, con la
“Enclavación” que allí se representaba, quizá por ello pervivió intacto, cuando por
aquellas fechas, fueron demolidos por el furor popular en algunas poblaciones.
Tras numerosos avatares, e interrumpida la tradición religioso-popular de la
“Enclavación”, no es de extrañar que siglos después, y desaparecido el rollo bajo la
ira alevosa de quien no comprendía su significado, el día 14 de abril de 1934
proclamación de la II República Española, siga en esta primera década del siglo XXI
siendo lugar de reunión de los mayores, pues al fin y al cabo, son personas que
vieron desde niños reunirse allí a sus padres.
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La Enclavación de Ayerbe
Orden de Ejecución *
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Jerusalén en el día octavo de los Idus de Marzo, del año 783 de Roma, Jesús
Nazareno, de la tribu de Judea, convencido de impostor y rebelión hacia la
autoridad divina de Tiberio Augusto, emperador de los romanos, habiendo sido por
este hecho sacrílego condenado a morir en una cruz por orden del juez Poncio
Pilatos.
Desde Anás y Caifás hasta Pilatos, lo torpe, lo insensato, lo más cobarde y
ruin de la pura envidia ruge y fermenta en odio al Nazareno. Ni protesta, ni gime,
todo lo puede y sabe su destino. ¡Y se inclina ante el juez y es inocente! .
“Yo te conjuro de parte de Dios vivo, si eres el Cristo....” ¡Yo soy! Clamó el
Rabí mirando al Cielo...¡Yo soy! Y desatáronse las furias. Y la turba gritó ¡Reo es de
muerte! Y el juez mandó : ¡Crucificado sea!........................¡Yo soy el Hijo de Dios!,
Jesús repite........
La calle era tortuosa y estrecha; los muros, quemados del sol, se tendían, de
distancia en distancia, como viejos amigos los brazos de sus arcadas ruinosas, un
rumor sordo con bordoneo de voces agrias, se escucha y resuena en esas calles, una
calle poblada de túnicas multicolores que relucen a pesar de que el sol ya está alto a
la hora quinta del día, pero tiene aún fuerza para hacer relumbrar las picas de las
lanzas que los soldados llevan escoltando al Rabí Jesús. Veroine está destendiendo la
ropa blanca, los lienzuelos lavados para la Pascua, más viendo como avanza un tosco
madero sobre un mar de cabezas agitadas y puños que se elevan encrespados,
seguidos de un grupo de mujeres con lágrimas en las mejillas y angustia en las
pupilas turbias, se acerca, cuando vio hundirse el madero y el mar humano alzarse en
gritos e improperios, golpes de los soldados al caído, risas de las gentes y exabruptos
increpando a un hombre caído de hinojos sobre los duros guijarros y apoyadas las
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manos en la rústica cruz caída en tierra, Jesús, levanta la frente sudorosa y
ensangrentada hacia la altura, ella, Veroine, le tendió sus manos en las que todavía
albeaba el lienzo y enjugó su rostro de sudor y sangre. Pero los soldados la apartaron
y pusieron de nuevo la cruz en los hombros de Jesús, quien se volvió hacia ella con
una leve sonrisa. Quedó esta mujer tras la vorágine, de rodillas en medio de la calle y
mientras el rumor de voces hirientes y pasos cansados se extinguía, apretó el
lienzuelo hacia su pecho y cuando quiso mirarlo después, extendiendo el paño sobre
sus rodillas. Desde la albura del lino Jesús le sonreía aún con el rostro dulce y sereno.
Silencio de dolor y de amargura, sube Jesús la cuesta del Calvario. Sangra el
divino Mártir, la vida se escapa del cuerpo lacerado, su cuerpo es cual llaga
pavorosa, los pies están heridos de zarzas y guijarros, y en la cumbre del Gólgota se
yergue el Redentor, abre los brazos. Con la implacable saña del que se goza del dolor
humano, acuden los sayones diligentes y con agudos clavos y golpes de martillo,
sujetan en la Cruz al “sentenciado”. Hay un crujir de huesos que se rompen, hay un
sangrar que brota de sus manos, pero su rostro de marfil se ilumina con bondad de
sonrisa que perdona.
Ya se ha cumplido la criminal sentencia, ¡Ya está el hijo de Dios agonizando!
Porque la cruz era el suplicio más infame, en ella lo clavaron, desde ella perdona la
burla y el agravio, abriendo al mundo los amantes brazos. En ella agoniza el
Redentor del mundo, ¡Consumatum est! Dice Cristo. Jamás escucho la tierra una
palabra tan eficiente, tan verdadera por divina. Para seguir a través de los siglos
tendiendo sus brazos a los hombres.
* Bando u hoja volandera, Huesca, Imprenta de Lino Martinez, 1850 - 1875
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La Enclavación de Ayerbe
Auto-Sacramental
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La Villa de Ayerbe, como casi todas las poblaciones aragonesas contaron
desde el siglo XV o XVI con una cofradía bajo la advocación de La Sangre de Cristo,
por la penitencia pública que se aplicaban los penitentes y por la sangre que
derramaban éstos a imitación de la derramada por Cristo. Todas ellas, para su
funcionamiento, contaban con unos estatutos u ordenaciones, normalmente
inspiradas y aprobadas por la jerarquía eclesiástica, por lo que todas ellas perseguían
prácticamente unos objetivos similares, la atención a los hermanos enfermos, el
acompañamiento con luces y oraciones a los hermanos difuntos, su enterramiento, el
apoyo a los familiares del difunto desvalidos, incluidas la participación en misas y
rosarios por la salvación de las almas de los hermanos cofrades, etc. Además de
redimirse de sus pecados y culpas con la penitencia procesional.
“Para que bañados con la “preciosísima Sangre de Cristo logremos en esta
vida servirle y en la otra gozarle por una eternidad” .
Rezan sus estatutos, estando muy ligados a los cultos religiosos
tradicionales y a la esencia cristiana de identificar la muerte física como la puerta de
acceso al reino de los cielos.
Esta cofradías aragonesas que desde el siglo XI, regulaban las reuniones de
sus miembros, celebraciones, comidas, ritos y entierro de sus asociados, parece que
contaron muy tempranamente con la ayuda religiosa y desde el siglo XIII los
franciscanos y dominicos apoyan su establecimiento y el movimiento disciplinante
que conllevaban, todo lo cual tendrá desde este siglo gran importancia.
Sabemos pues con certeza que desde el siglo XIII en la Villa de Ayerbe
existió una cofradía de penitentes bajo la advocación de La Preciosísima Sangre de
Cristo, que tuvo su sede religiosa en la antigua Colegiata, con reserva de capilla para
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meditación y penitencia en estancia bajo torre, donde se encuentran todavía las
pinturas murales fechadas en 1567 que representan a Jesús Crucificado junto a
María, su Madre ( hoy borrada la imagen) y San Juan el discípulo, capilla que
albergó hasta su derribo, la sagrada imagen del “Cristo de las Sayetas”, así llamada
esta imagen por ser vestido con unos mantos de terciopelo que a modo de “sayetas”
hacían de paños de pureza.
Bajo el influjo de los dominicos se va institucionalizando tanto la cofradía
como las procesiones de penitentes durante todo el siglo XIV. Largas filas de
penitentes con túnicas se azotan mientras celebran el Vía Crucis; a veces cambian los
flagelos por casquetes a modo de corona de espinos de arto, o bien, pesadas y gruesas
cadenas, y caminan con los pies descalzos, son los penitentes que se dirigen a la cruz,
a ese calvario o humilladero, situado extramuros, en “La Portaza” que cerraba la villa
y ante la que confluían los caminos a Zaragoza, Huesca, Biscarrués, Marcuello y
Jaca. Les acompañan a estos penitentes, los alumbrantes que con sus luminarias dan
luz para que los espectadores pudieran ver a los penitentes. Se trata de una cofradía,
que, a pesar de las prohibiciones del Fuero VI de las Cortes de Daroca en 1311
“Monopolia y confratriae Inter. Minstrale4s de caetero non fiant” , de Jaime II, las
disposiciones de Clemente VI en 1342; Enrique IV en 1473; un nuevo Fuero de las
Cortes de Zaragoza de Carlos I “De la prohibición y vieda de las Confadrías “ en
1528;además de oras disposiciones de Carlos V en 1552; Carlos III en 1777; ha
llegado a nuestros días, si bien su Rolde fue renovado por disposición Sinodal en
1669 a instancias del obispo D. Fernando de Sada y Azcona
La construcción del Convento de frailes dominicos en el año de 1542 por D.
Hugo de Hurríes y su esposa Dña Greida de Lanuza, significará un abandono de la
Orden de la Colegiata y con la instalación en el nuevo convento, se iniciará el culto a
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las imágenes representativas de la Pasión, debido a la regularización progresiva del
culto debido a las imágenes y su clara finalidad didáctica y devocional, factores que
primaron sobre los aspectos puramente artísticos, aunque resulta muy difícil
establecer éstas gradaciones con total seguridad; lo cierto es que la liturgia de
imponente ceremonial y las manifestaciones de Jesús y de la Virgen en proporciones
naturales, son una constante del catolicismo y una de sus características más
importantes, sobre todo, como signo de identidad y diferenciación cuando la unidad
religiosa europea se rompe en el siglo XVI.
La fundación por los Urriés del Convento Dominico de Ayerbe, donde
posteriormente labrarán su panteón, se realiza en un momento en el que la religión
era el centro y eje de la sociedad española y aragonesa; mucho después de Trento,
consagrándose España brazo armado de Roma y sobre todo se hacía esto con un
sentido mesiánico y providencialista para mayor gloria de Dios. En esta España, la
religión era el fundamento pues de “la salvación del alma “, según afirmaban los
moralistas de la época “era el mayor negocio del hombre”. Si bien usaban
“negocio” con sentido opuesto al mercantil.
El carácter gremial de las cofradías en otras regiones españolas, no ha tenido
mucho que ver en Aragón. Por supuesto que había hermandades de penitentes de
origen gremial en las grandes poblaciones aragonesas, pues si se analiza es fácil
comprobar que estas agrupaciones por oficios son anteriores al mismo catolicismo
como religión oficial del Imperio; más en las villas aragonesas prevalecían las
cofradías de La Sangre de Cristo, por eso, se continúa con las procesiones de
penitentes, el Vía Crucis con un penitente que es gritado, empujado y escarnecido,
mientras recorre la vía Dolorosa, camino del humilladero, de la cruz de la Portaza,
Allí redime su pecado a la vez que el resto de la población que vive con este acto
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una “catársis” colectiva. Allí, se efectuará el simulacro de crucifixión y los
penitentes, junto con los alumbrantes y el resto del pueblo cantaran repetidamente
“perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor”. Retornando a
la población en silencio y con las luminarias apagadas en señal de duelo.
En el resto de Aragón y siguiendo las directrices del Concilio de Trento, se da
un empuje decisivo a la conformación de la Semana Santa barroca. Se pretendía con
ella, contrarrestar la ideología luterana y educar al pueblo por la imagen. Se pretende
igualmente, que desaparezcan las disciplinas y por esto comienzan a perder peso en
contra de las procesiones de alumbrantes que adquieren su protagonismo. Ante la
resistencia de algunos lugares, tal es el caso de Ayerbe, en el que auspiciada desde el
Convento de Dominicos, es fundada la Cofradía de la Vera Cruz que a comienzos
del siglo XVII está realizando procesiones con alumbrantes, paralelamente a la
Cofradía de la Preciosísima Sangre de Cristo. Se llega a finales de este siglo, el año
1669 cuando se efectúa la renovación del Rolde de esta Cofradía, habiéndose perdido
el anterior, un momento que es aprovechado por el Vicario Penitenciario para
efectuar algunos retoques que estén en consonancia con el Concilio de Trento. Así es
como se redacta que deben de vestir los cofrades, “la túnica y calzando zapato o
alpargata, llevando el pie cubierto con media o con pealeta”. Es decir, aquello que
no se había conseguido desde el Concilio de Zaragoza en el siglo IV, el que los
cofrades penitentes “no” fueran descalzos, volvía a ser caballo de batalla, pues
lógicamente habían decaído las flagelaciones, se acompañaba al vecino o cofrade
que hacía de “Nazareno” con los pies descalzos, arrastrando grilletes y cadenas, hasta
la Cruz o Rollo de la Portaza, para hacer allí la representación del enclavamiento o
crucifixión.
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Durante el siglo XVIII Ayerbe vivirá una Semana de pasión en la que ve
desfilar hacia el humilladero de La Portaza a la Cofradía de la Preciosísima Sangre
de Cristo para hacer la enclavación, siendo otro día la salida de la Cofradía de la
Santísima Vera Cruz quien procesionalmente acompaña a las imágenes de la
Dolorosa y el Cristo Crucificado. Pero este siglo XVIII resultará complicado, pues en
el año 1777 llega la prohibición de salir en las procesiones los disciplinantes o
flagelantes, es decir, los penitentes de sangre, se prohíbe los “empalados”, el llevar
los rostros tapados, se impone la obligación de salir con luz de día y recogerse
después del ocaso. Si esto constituía un duro golpe para las tradiciones españolas, y
más concretamente para las de Ayerbe con un arraigo de siete siglos, cinco años
después en 1783 se promulgaba el Decreto de extinción de las Cofradías,
especialmente las gremiales. Quedaban teóricamente suprimidas todas aquellas que
no obtuvieran aprobación real o diocesana y aún estas, quedaban obligadas a redactar
nuevas reglas y someterse a la revisión y aprobación civil, excepto las sacramentales,
ya que se les consideró útiles para las parroquias y unidas a éstas.
Suponemos que debió de ser duro el proceso para aquellas sencillas gentes de
fe sincera y de andar descalzos, gentes que se mortificaban en Cuaresma con
privaciones y ayunos, gentes que sentían en estos días la necesidad de soltar el lastre
de sus pequeños pecados, getes que se ocupaban de los pobres e indigentes,
asistiéndolos en vida y en lo que en épocas pasadas era mas importante, la muerte;
dándoles un entierro digno y celebrando sufragios por su alma. Pero la iglesia
aprovechó el momento para reestructurar, así es como se produjo la fusión de las dos
cofradías imponiéndose a los penitentes un segundo puesto, ya que la nueva cofradía
surgida de la fusión sería denominada “Cofradía de la Santísima vera Cruz y de la
Sangre de Cristo. El siguiente paso sería otro decreto que en el año 1787 ordenaba la
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secularización de los enterramientos por motivos de salubridad pública. Cesaban los
enterramientos en cementerios adosados a las iglesias o en las bóvedas de las capillas
de las mismas, se suprimía el enterramiento como había sido costumbre por parte de
las hermandades y cofradías para ser efectuado de forma secular por el municipio.
Entre los años del cambio de siglo 1797-1802, se produce la Desamortización
de Godoy. Un primer intento de expropiar los bienes de las hermandades y cofradías,
aunque leve y sin resultados prácticos de consideración, lógicamente enrarece las
relaciones entre la administración, el pueblo y la iglesia, estando la jerarquía
eclesiástica bastante proclive a la desaparición de las cofradías penitenciales y a
favor de las cofradías sacramentales que están vinculadas a la parroquia día a día
colaborando con su trabajo.
El siglo XIX resultó para la Villa de Ayerbe de intensa actividad en todos los
términos, un desarrollo comercial como primer centro de mercado y ferial, le lleva a
una economía estable y al mayor crecimiento de la población, una población que
llegadas las fechas de la Semana Santa vive con la Cofradía unificada, las
procesiones del Encuentro celebrada el miércoles, los Oficios del Jueves y la
procesión del Entierro del Viernes. Contando que el Vía Crucis se sigue celebrando y
que para evitarlo y suprimir toda representación penitencial, el Canónigo
Penitenciario de la Santa Iglesia Catedral de Huesca emitirá un informe a fines del
siglo XIX.
Los primeros años del siglo XX son de por sí problemáticos, nuevas modas,
costumbres y formas de vida se van apoderando de la población que camina hacia un
progreso empujado por la actividad comercial que en la villa se desarrolla.
Conocemos como en los primeros actos de abril de 1931 es derribada la Cruz de la
Portaza por persona particular, en un gesto anticlerical, sin caer en la cuenta que
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había sido durante siglos, el punto de expresión religioso-civil enfrentado a la iglesia
oficial, quedando de este humilladero protagonista de la Semana Penitente de
Ayerbe, solamente los tres escalones de sus gradas, que desaparecerán años
después.
Posteriormente, durante los años cuarenta y cincuenta, se vivirán con fervor
Oficios y Procesiones, la Cofradía bajo la doble advocación de La Vera Cruz y
Sangre de Cristo, será la responsable de organizar los actos de la Semana Santa,
incluyendo el grupo de tambores, instrumento característico de estas fechas en
Aragón, que sustituyó a los “Mazos”, para expresar el ruido del trueno y el dolor de
las gentes por la muerte de Jesús.
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Resumen
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Devoción y silencio en las calles de Ayerbe con la Enclavación
Silencio estremecedor y devoción contenida entre los vecinos en una
noche iluminada tan solo por la luz de las antorchas alumbrando a Jesús camino del
Calvario
Los vecinos salieron a la calle y participaron en el auto sacramental junto a
numeroso público.
Con este encabezamiento, daba entrada la agencia EFE a la noticia de la
celebración realizada en Ayerbe (Huesca).
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La recuperación de la expresión popular, del sentir del pueblo, en esa
enclavación realizada en la Plaza vuelve a poner a la villa de Ayerbe en la actualidad,
en muchos aspectos, desde el histórico cargado de siete siglos, hasta el turístico que
admira el fervor y la seriedad con la que se realiza esta piadosa procesión penitencial,
que culmina con la “Enclavación” en la plaza frente al Palacio de los Urriés.
Momentos seguidos por numerosa multitud en silencio y recogimiento.
“Rompida” de la hora con la ascensión de los roncos sones del tambor llenando las
plazas de Eyerbe, y “Descendimiento” silencioso y entierro en esa Torre del Reloj,
santo y seña de las “Libertades” y privilegios de este pueblo.
Todo lo que antecede, ante la falta de una primitiva documentación, con la
debida prudencia, podemos aventurar, que Con la “Pasión” de los Salesianos en
Huesca, la “Rompida” de Almudevar, Alcalá de Gurrea, el “Septenario” de Bolea,
el “Penitente” de Siétamo, Constituye esta “Enclavación” de Ayerbe, parte de las
expresiones más antiguas del sentir popular en la Semana Santa Altoaragonesa.
Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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Bibliografía
Bizén d’o Rio Martinez © La Enclavación de Ayerbe
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