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La Farmacia a Través de La Literatura

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La farmacia a través de la literatura

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HISTORIA DE LA FARMACIA

Las fuentes deinformación que

permiten lareconstrucción

de la historia de lafarmacia son los

documentos, los libros,folletos y artículos,

la tradición oral y laliteratura. Esta última

proporciona datoscomplementarios a los

de la historiografíaoficial y permite

ampliar el punto devista del observador y

acceder a unarealidad muchas veces

silenciada u oculta.

ÁMBITO FARMACÉUTICO

La farmacia a travésde la literaturaLa farmacia a travésde la literatura

JUAN ESTEVA DE SAGRERACatedrático de Historia de la Farmacia.

Facultad de Farmacia de Barcelona.

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S i sólo se dispusiese de la literatura parareconstruir la historia de la farmacia faltaríaninfinidad de datos, entre ellos la historia

interna de la materia como parte de la historia deldesarrollo del pensamiento científico y de los avan-ces tecnológicos. La literatura actúa a otro nivel yconstituye una valiosa fuente de información quecomplementa y matiza la información suministra-da por los especialistas, que proporcionan unainformación sesgada por su propia intervención enlos hechos. Claro está que los escritores mienten,que los novelistas son unos grandes mentirosos,pero también lo hacen los especialistas, a sabiendaso creyendo que dicen la verdad. Son dos versionescomplementarias, el anverso y el reverso de unamisma moneda.

Es habitual que los técnicos y científicos cultivenuna visión en exceso optimista y apologética, y ahíes cuando surge la literatura para poner las cosa ensu sitio y ofrecer una visión más completa, no sólola del especialista sino también la del usuario, ladel paciente, la del que sufre los tratamientos em-pleados por los especialistas.

TODOS SATISFECHOS, MENOS LOS PACIENTESLos médicos de la antigüedad clásica eran notoria-mente ineficaces. Sus recursos terapéuticos eran es-casos y estaban lastrados por teorías erróneas, comoel humoralismo. La asistencia médica era insufi-ciente e ineficaz, los medicamentos eran caros ypoco seguros y eficaces, la farmacología se basabaen una serie de cálculos matemáticos sobre los gra-dos de calor, sequedad, frialdad y humedad, y seaplicaban con frecuencia tratamientos molestos yperjudiciales como las sangrías y las escarificacio-nes. Pese a estas deficiencias, si el historiador leelos textos de medicina se encontrará con unos pro-fesionales engreídos y satisfechos, convencidos deestar practicando una medicina difícilmente supe-rable, que unos siglos después fue completamenteabandonada y que hoy sólo es válida como mate-rial de reconstrucción histórica. La autocompla-cencia de los profesionales debe ser contrastadacon la opinión de los pacientes que fueron tratadospor los médicos con escaso éxito. El problema esque no se dispone de fuentes de información sobre

la opinión de esos enfermos, ni se tienen estadísti-cas sobre los tratamientos y sus curaciones. En esascondiciones, hay que recurrir a las fuentes comple-mentarias —entre ellas, la literatura— para saberqué pasaba realmente en la calle, qué opinión tení-an los enfermos de esa medicina satisfecha de símisma, que parece modélica si sólo se atiende a laopinión de los profesionales.

La pervivencia de los ritos de Asclepio en la épo-ca del hipocratismo y del galenismo indica que ladifusión y los éxitos de la medicina oficial eranmenores de lo que podría parecer de atender exclu-sivamente a la opinión de los profesionales de lasciencias médicas. La población seguía yendo a lostemplos de Asclepio para participar en los ritos decuración onírica, en los que el dios se aparecía a losenfermos en sueños y les curaba. Los miles de exvo-tos encontrados son el más claro testimonio de quea pesar del discurso técnico de los hipocráticos y deotras escuelas médicas, la población seguía fiel alos postulados de una medicina creencial, entreotras razones por la ineficacia de la medicina de losmédicos. Miles de enfermos acudían a los templosde Asclepio, no a los médicos, y este solo hechobasta para corregir sustancialmente la visión que seofrece de la medicina y de la farmacia de ese perío-do, visión en la que predomina absolutamente eldiscurso técnico y en la que los aspectos creencialesdesempeñan un papel anecdótico. Y sin embargo,Asclepio siguió siendo el médico de la mayoría dela población, mientras que los profesionales de lasciencias de la salud desempeñaron un papel mu-chas veces minoritario, pues ni siquiera había sufi-cientes profesionales para atender a la totalidad dela población, caso de que ésta hubiese requeridosus servicios.

LA OPINIÓN DE LOS ESCRITORESLa literatura de los clásicos griegos y romanos nosofrece una visión nada profesional pero más ajusta-da a la realidad vivida por los ciudadanos. Los tex-tos satíricos de Luciano de Samosata muestran quelas masas seguían siendo crédulas e ignorantes yque las supersticiones distaban mucho de haber si-do erradicadas entre las capas cultas de la sociedad.El historiador de la farmacia lee a Celso y cree en-contrarse en una Roma culta, sabia y desarrollada,

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Y es de advertir que donde hay más doctores, hay másdolores. Esto dice de ellos la ojeriza común, pero engáñase

en la venganza vulgar, porque yo tengo por cierto que delmédico nadie puede decir bien ni mal; no antes de ponerse ensus manos, porque aún no tiene experiencia; no después,porque no tiene ya vida. ■■

MMááss aalllláá ddeell bbiieenn yy ddeell mmaallEl Criticón, de Baltasar Gracián

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pero lee a Luciano y se encuentra la realidad de lacalle, la ignorancia de los enfermos, su credulidad,así como las opiniones erróneas de los médicos, delos que Luciano se burla.

El siglo XIX es la época de la industrialización dela farmacia, del positivismo, de Claude Bernard, dePasteur y Koch, de la introducción de los alcaloi-des, anestésicos, analgésicos y antisépticos, del dar-winismo, de la teoría celular y de la teoría atómica.

Todo eso impresiona al historiador, y con razón,pero le impresiona más si lee a los protagonistas deesos hechos, a los químicos, biólogos, médicos yfarmacéuticos que si pulsa la opinión de la calle, silee los periódicos o las novelas de Flaubert y Ché-jov. La introducción del cloruro cálcico como anti-séptico contra las fiebres puerperales realizada porSemmelweis no es sólo una parte de la historia dela ciencia, es también un capítulo de la incompren-sión y de la sinrazón humana, y ese aspecto se evi-dencia mejor en la novela de Céline que en los es-

tudios realizados por los historiadores de la ciencia.Los avances existieron, pero han sido seleccionadospor los historiadores, que ofrecen una visión de laciencia del siglo XIX más racional y lineal de lo quefue en realidad. La investigación del historiadorcontribuye a dotar de orden, sentido y continuidada unos hechos que fueron confusos y contradicto-rios, y por eso precisamente son ininteligibles has-ta que el historiador los ordena.

La literatura tiene la ventaja de pro-porcionar una visión más crítica, aje-na al pensamiento científico, que re-fleja mejor lo que ocurrió, aunque nosepa cómo interpretarlo, tarea quesigue correspondiendo a los historia-dores. En pleno auge del positivismo,Flaubert escribe Bouvard y Pécuchet,una sátira del progreso: dos botaratesjuegan a científicos, dos burguesesilustrados se las dan de progresistasy elaboran un discurso hueco y vacío, ycontribuyen, en palabras del propioFlaubert, a la difusión del «palurdis-mo universal». Flaubert se documen-tó exhaustivamente, leyó cuanto sehabía escrito sobre las diferentes cien-cias de su siglo y ofreció una visióndevastadora de cada disciplina, evi-denciando sus contradicciones y ab-surdos. Frente a una visión ordenadae idílica de la ciencia positivista, Bou-vard y Pécuchet, en su torpe creduli-dad, desnudan a la ciencia y la mues-tran caótica, formada por conoci-mientos incoherentes, contradictoriose imposibles de verificar.

A medida que pretenden divulgarla ciencia, Bouvard y Pécuchet la des-truyen, al mostrar, sin advertirlo, elcúmulo de errores y opiniones contra-dictorias sobre los que se sustenta.Avanzan como un ejército demoledordestruyendo cuanto exponen con elmayor entusiasmo y se convierten encontrapeso del discurso progresista yoptimista del positivismo. ¿Exagera-ba Flaubert? Es muy posible, aunquelos datos que maneja son fidedignos,pero también exageraban Comte y losdemás positivistas al sostener que laciencia permitiría crear una sociedad

que fuera a la vez próspera y fraterna. El novelistasuele ser un desencantado, un hombre con poca fe, ypor ello su opinión es muy valiosa para corregir losexcesivos entusiasmos de ideólogos, reformadores ycientíficos, siempre proclives a anunciar edenes queluego no se materializan, a proponer sociedades pa-radisíacas que más tarde se convierten en infiernos.

DISCIPLINA UNIVERSITARIALos historiadores de la farmacia construyen su disci-plina a partir de la metodología que se enseña en las

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universidades, con la que ordenan y estudian un ma-terial que en buena parte procede de esa misma ins-titución, la universidad. Es una disciplina universi-taria, con todo lo que esto supone, para bien y paramal. Los escritores están al margen de la universidady suministran otro punto de vista, el de la calle, eldel estudiante incluso, pero nunca el del catedrático,el del rector, el de los órganos de gobierno de la uni-versidad. El historiador está manejando continua-mente documentos y textos surgidos de la universi-dad, modulados por el discurso universitario, pero elenfermo no es un profesor ni un alumno, sino un se-ñor de la calle, que acude al médico para que le cu-re, y que más tarde va a la farmacia para adquirir elremedio a sus males. Todo eso es muy prosaico y noencaja bien con un discurso centrado en el saber, lacultura, la ciencia y la universalidad, de modo quehay, una vez más, un corte entre lo que se enseña y loque se hace, entre la medicina que se aprende en lasaulas y la que disfrutan y padecen los usuarios, los en-fermos, entre la farmacia como ciencia y la farmaciacomo práctica profesional, entre el medicamento en-noblecido por la universidad y el medicamento, mu-cho más humilde, que se vende en las farmacias yque el enfermo tiene en su mesita de noche, al al-cance de su mano, por si acaso.

La universidad es una institución compleja, en laque no todo es serio y honorable. Si se escribe suhistoria basándose en sus documentos y textos in-ternos, se la deforma y se adquiere una visión ideal,alejada de una realidad construida por seres huma-nos, con sus errores, codicias, intrigas y ambicio-nes, con sus tonterías y limitaciones. Esa otra vi-sión de la universidad no se encuentra en los libros,se ha perdido, y sólo se puede recuperar con la tra-dición oral, que también acaba por perderse, y conla literatura cuando un escritor de mérito escribesobre la universidad.

Josep Pla escribió mucho, y lo hizo con su habi-tual desenfado, sobre sus recuerdos universitarios.Algunas de las mejores y más divertidas páginas deEl quadern gris están dedicadas a la universidad. In-cluso el inicio del libro hace una referencia a la vidauniversitaria: «Como hay tanta gripe, han tenidoque clausurar la Universidad. Desde entonces, mihermano y yo vivimos en casa, en Palafrugell, con lafamilia. Somos dos estudiantes parados». Ese parocontribuyó, de forma decisiva, a que Pla alumbrasela idea de escribir un diario, El quadern gris, de mo-do que la obra de Pla le debe mucho a la universi-dad, al cierre de la universidad. Cuando estabaabierta, en cambio, no entusiasmaba mucho a Pla,quien ha dejado escrito sobre la universidad el juiciomás contundente y negativo que conozco: «A vecespienso que si los obreros, los comerciantes, los in-dustriales, los payeses, los banqueros, fuesen en eltrabajo, en la industria, en la banca, en la tierra, co-mo los profesores de la Universidad, todo quedaríadetenido y parado. El mundo se detendría en seco».

Acaso las mejores páginas de Pla estén dedicadasa sus recuerdos de la universidad. Su descripciónde la vida universitaria no tiene desperdicio y, exa-

geraciones aparte, es un buen contrapunto a cual-quier historia que se realice sobre la universidad deesa época. La historia oficial de la institución debe-ría ser confrontada con la descripción de Pla parasituar las cosas en su sitio, probablemente en eltérmino medio. Las biografías de Vila i Vendrell yde Vila i Nadal o la historia de las asignaturas deQuímica General y Mineralogía y Botánica no de-bieran omitir las burlonas y desternillantes obser-vaciones de Pla, sobre todo en lo que concierne alas excursiones protagonizadas por Vila i Vendrelly sus discípulos en busca de plantas y minerales. Setrata del reverso de la vida académica, es cierto, pe-ro ésta, como todo, tiene dos caras, no sólo la ofi-cial, el anverso. Y Pla estuvo siempre de parte delreverso, de la otra cara, la oculta, aquella de la quenadie habla, de la que, por prudencia pero tambiénpor pudibundez, parece mejor callar.

CARA Y CRUZ DE LA FARMACIA DEL BARROCOAbramos los textos de farmacia, los recetarios y lasfarmacopeas, consultemos los documentos sobre lasactividades de los Colegios de Boticarios. Todo pa-rece estar en orden, al menos en relativo orden. To-do es serio, riguroso, metódico. Leemos las obrasde Vélez de Arciniega, Luis de Oviedo y GerónimoPierola, y nos llevamos una grata impresión. Lafarmacia ha sido declarada una actividad científica,los boticarios realizan una contribución decisiva alavance de la botánica y de la química. Parece queestemos en el mejor de los mundos, que los enfer-mos gozaron de una farmacia ejemplar. Pero demosun paso más. Indaguemos en la seguridad y efica-cia de los medicamentos utilizados. El entusiasmo

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Sólo se lo estorbó aquelmédico que dije que,

forzado de los que se lohabían traído,aparecieron él, unboticario y un barbero, alos cuales dijo un verdugoque tenía las copias:

– Ante este doctor hanpasado los más difuntos,con ayuda de esteboticario y barbero, y aellos se les debe granparte deste día.

Alegó un procurador por el boticario que daba debalde a los pobres; pero dijo un verdugo que hallabapor su cuenta que habían sido más dañosos dosbotes de su tienda que diez mil de pica en la guerra,porque todas sus medicinas eran espurias, y que conesta había hecho liga con una peste y había destruidodos lugares. ■■

El sueño de las calaveras, de Francisco de Quevedo

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taigne, Cervantes, Gracián, Molière, Flaubert, Ché-jov, Proust, Svevo, Mann, Camus y Harold Brodkey.Una historia de la farmacia que sería la misma de laque hablan los documentos y los libros técnicos, peroque también sería diferente, más cercana, más real yfrágil, menos especializada. Más humana y humilde,expuesta desde el punto de vista del usuario, el enfer-mo, no del profesional, los médicos y farmacéuticos.

CHÉJOV, FLAUBERT Y LA FARMACIAEl paradigma del boticario positivista del sigloXIX no es un boticario real, de carne y hueso, sinoun personaje literario, el inefable Homais de Ma-dame Bovary. Él ha contribuido, más que ningúnfarmacéutico real, a configurar el imaginario far-macéutico de los lectores, de las personas de la ca-lle. Lo mismo puede decirse de Andrei Efímych,el médico protagonista de El pabellón número seis deChéjov, una obra que gira por completo alrededor

empieza a desvanecerse. Confrontemos esa farmaciacientífica con los miles de manuscritos de farmaciadoméstica y popular. El campo de observación seenturbia. Finalmente, leemos a Quevedo, Los sueñosde Quevedo. Lo que era orden se convierte en caos.Los boticarios son la prueba de toque para ir al in-fierno, pues basta seguirles para desembocar en elAverno. Todos se condenan, por estafadores y em-baucadores. Ellos son los verdaderos alquimistas,porque convierten las heces de sus recetas, que nadacuran, en el oro que cobran a los enfermos. Allí es-tán los boticarios junto a los alquimistas, y con elloslos médicos, los notarios, los alguaciles. Es el mundopor dentro, y Quevedo aprovecha fingir que está so-ñando para decir lo que de verdad piensa, y no es elúnico, sobre los profesionales de su tiempo, sobrecuantos atesoran los conocimientos y la información,entre ellos los médicos y los boticarios. Los describecomo homicidas, y son los boticarios los que sumi-nistran la artillería a los galenos, que con sus recetasmatan y diezman a la población. ¿Exageraba Queve-do como siglos después exageró Flaubert? Segura-mente, pero no está solo en sus críticas. Léase aMontaigne, a Molière, a Cervantes, a Gracián, ytambién a Bustos de Olmedilla. Todos ofrecen lamisma visión, casi esperpéntica, de unos médicosque alardean de su saber pero no curan, de unos bo-ticarios que venden a precio de oro unas medicinasinmundas, de unos medicamentos que no alivian, deunos enfermos que prefieren no acudir al médico,porque le temen y prefieren intentar curarse por símismos. Es la opinión de los mejores novelistas, ysu voz no es baladí. Lo que ellos escribieron lo pen-saban muchos, y lo leyeron miles de personas. Influ-yó en los criterios de los ciudadanos más que los tex-tos técnicos, que sólo fueron leídos por los especia-listas que compartían la misma formación e idénti-cos intereses y puntos de vista.

La literatura, en resumen, ofrece una versión máshumana y realista que la información procedente delos protagonistas de la historia de la farmacia. Cadaépoca tiene su contrapunto. Galeno ha de lidiar conLuciano de Samosata, como Sócrates ha de soportar lavisión satírica de Aristófanes. La farmacia del Barrocoha de digerir a Quevedo, como el positivismo a Flau-bert. Puede escribirse una historia de la farmacia apartir de la información suministrada por el Libro deJob, Edipo Rey, Luciano de Samosata, Quevedo, Mon-

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Para iniciarse en lahistoria natural

intentaron algunos paseoscientíficos.

– ¿Ves? —decían,mostrando un asno, uncaballo, un buey—. Losanimales de cuatro patasse llaman cuadrúpedos.Generalmente los pájarospresentan plumas, losreptiles escamas, y lasmariposas pertenecen a la clase de los insectos.

Tenían una red para cazarlas, y Pécuchet,sujetando al animalito con delicadeza, les hacíaobservar las cuatro alas, las dos antenas, y sutrompa, con la que liba el néctar de las flores.

Cogía hierbas medicinales en el borde de las zanjas,indicaba sus nombres, y, cuando no los sabía, losinventaba para mantener su prestigio. Además, lanomenclatura es lo menos importante de la botánica. ■■

NNoommeennccllaattuurraa bboottáánniiccaa

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Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert

En lo que se refiere al inventario de loshospitales, había en las tres enfermerías:

un juego de material ginecológico; un juegode laringoscopios, dos termómetros demáxima, ambos rotos; nueve termómetros«para la medición de la temperaturacorporal», dos de ellos rotos; un termómetro

«para la medición de las temperaturaselevadas»; tres jeringas, una con la agujarota; 29 jeringuillas de estaño; nueve tijeras,dos de ellas rotas; 34 tubos de enemas; untubo de drenaje; un mortero grande con sumazo (agrietado); un afilón de barbero, 14ventosas. ■■

La isla de Sajalín, Antón Chéjov¿¿AArrsseennaall tteerraappééuuttiiccoo??

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de la enfermedad, de los enfermos, de la imposibi-lidad de curar y de las repercusiones que este he-cho tiene en los profesionales. Andrei Efímych,como Chéjov, era un hombre bueno, aunque sindemasiado carácter. Ejerce la medicina en un hos-pital ruso rural, en condiciones lamentables. Elhospital está dejado de la mano de Dios en unaépoca en que Pasteur y Koch ya han hecho suscontribuciones. Lo mejor que se podría hacer conel hospital, dice Chéjov, es cerrarlo. En esas condi-ciones lamentables ejerce su profesión un buenhombre, Andrei Efímych, que se ve obligado a re-fugiarse en el estoicismo. Necesita justificarse a símismo. Es igual estar sano que enfermo. Los sanostambién son desgraciados. La vida es dolor y sufri-miento. La enfermedad es una anécdota, el hom-bre ha venido al mundo a sufrir. Esta visión desen-cantada y defensiva se estrella contra la realidaddel alienado Iván Dimitrich, un hombre vital queama la libertad, que quiere gozar de la vida, queprefiere estar sano a enfermo, libre que recluido enel pabellón de alienados. Efímych habla con elalienado, se deja contagiar levemente por sus pun-tos de vista y el drama se desencadena. Es juzgadosospechoso, se le considera incapacitado para ejer-cer la profesión, se le califica de alienado y se leinterna en el pabellón junto a sus anteriores pa-cientes, con lo que un médico ambicioso, EvgueniFedórych Jóbotov, le sustituye en el cargo.

Una vez internado, Efímych se da cuenta de quesus condiciones son penosas y pide un mejor trato,pide que le dejen salir, afirma, como los alienadosantes, que él está sano. Nadie le hace caso e IvánDimitrich le recrimina su anterior estoicismo.

Efímych muere y es enterrado. Lo ha destrozado larealidad de un ejercicio médico que nada tiene quever con lo que se enseña en las facultades de medi-cina, con lo que se lee en los manuales técnicos, nisiquiera con la medicina más tarde descrita en lostextos del siglo XIX, más atentos a describir el pro-greso que la decepción. ¿Exageraba Chéjov? Quizá,pero él no fue sólo novelista, también fue médico.Ejerció la medicina y se tomó tan en serio su profe-sión como para viajar a Sajalín, al infierno de su pe-nitenciaría, y dejar escrito, más tarde, un libro des-garrador por su realismo, por su total falta de lite-ratura. En ese texto técnico, el médico Chéjov des-cribe la misma miseria moral, el mismo fracaso dela medicina que describió más tarde, de forma no-velada, en El pabellón número seis. Su texto sobre Sa-jalín ha pasado bastante desapercibido. El pabellónnúmero seis ha sido leído por miles de lectores. Es lamisma realidad, difícil de vislumbrar entre los tra-tados técnicos y evidente en la literatura, allí dondeel autor puede, como Quevedo en Los sueños, apretarel acelerador a fondo e ir, sin concesiones, dondepalpita la realidad de la historia de la farmacia y dela enfermedad: en los padecimientos de los enfer-mos más que en las disertaciones, a veces sabias, enocasiones necias, de los médicos y farmacéuticos.

La literatura, como conclusión, es una valiosafuente de información para los historiadores de lafarmacia. Estos han de discernir muy cuidadosa-mente entre esa información, para diferenciar loverdadero de lo falso, pero no en mayor proporciónde lo que ya están habituados a hacer cuando se en-frentan a la información proporcionada por los do-cumentos y los textos de medicina y farmacia. ■■

HISTORIA DE LA FARMACIA

Metido en una bata de color paja, elfarmacéutico Almeda se pasea

delante de su establecimiento en el Carrerde Cavallers. Con su voz nasal —mientraspasa un pañuelo blanco por los cristalesde las gafas— me dice:

– Imagínese que el otro día entra unaniña en la farmacia. «¿Qué quieres, nena?»,le digo. «La mamá me ha dicho que me dédiez céntimos de colcrem.» «¿Diez céntimosde colcrem?» «Sí señor, diez céntimos decolcrem.» «¡Diez céntimos de colcrem!¿Quieres que te lo ponga en dos cajitas,mona?» «¡Sí señor, sí, ya lo creo!» Le pongo el colcrem en dos cajitas ylas envuelvo en papel fino. «La mamá me ha dicho –-dice la nena en elmomento de alargar la mano para coger las cajitas— que mañanapasará a pagarlo.» «Muy bien, nena, muy bien».

El señor Almeda queda un momento pensativo, y después dice,entre conformado y displicente:

– Ésta es la vidita que hacemos los boticarios en estos pueblecitos,¿comprende? ■■

VViiddiittaa ddee bboottiiccaarriiooEl cuaderno gris, de Josep Pla

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