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La figura del ciego, hecha de re-tazos literarios y de presenciasdiscontinuas, sirve de explicacióna parte del fenómeno de la tradi-ción oral. Sin sus atribuciones se-culares —creación, impresión y di-fusión de pliegos o coplas— seríaimposible de entender la movilidadde algunos temas populares y superdurabilidad en el repertoriotradicional durante largos perío-dos de tiempo.

Este libro trata de desentrañaralgunas de las pequeñas obsesio-nes del ciego en sociedad y ofreceuna selección temática de los múl-tiples géneros que durante el sigloXIX —la edad de oro de la litera-tura de cordel— le sirvieron deayuda en su negocio y en su profe-sión de difusor y amplificador deliteratura. De dónde procede y adónde va esa literatura sería (loha sido ya en algunos casos) moti-vo suficiente para llenar las pági-nas de otro volumen, pero en éstequeda ya perfilado el carácter ydedicación del ciego, así como suimportancia en el hecho de la di-vulgación de cantos y narracioneshabitualmente consideradas comoanónimas.

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EL CIEGO Y SUS COPLASSelección de pliegos en el siglo XIX

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COLECCION LETRAS DIFERENTES

Directores:JOSE MARIA ARROYO ZARZOSARAFAEL DE LORENZO GARCIA

Asesor Literario:RICARDO DE LA FUENTE

Coordinador editorial:GREGORIO BURGUEÑO ALVAREZ

© Joaquín Díaz

ISBN: 84-88816-23-5Depósito legal: M-45427-1996

Impresión: RUMAGRAF, S. A.Avda. Pedro Díez, 25 - 28019 Madrid

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ColecciónLETRAS DIFERENTES

EL CIEGOY SUS COPLAS

Selección de pliegosen el siglo XIX

Joaquín Díaz

ESCUELA LIBRE EDITORIALMadrid, 1996

F U N D A C I O N O N C E

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PROLOGO

Tan cierto como que Hornero es el primer gran nom-bre de la literatura occidental, lo es que Muhammad IbnHammud al-Qabri, conocido como «el ciego de Cabra»,es uno de los primeros nombres clave de la literaturaespañola. Al poeta ciego andaluz, que vivió y compusosus obras a comienzos del califato de Abderrahmán II(929-961), le atribuyen muchos preceptistas la inven-ción de la moaxaja, el género poético árabe que iba aservir de precioso cáliz de transmisión de las jarchasmozárabes —los primeros monumentos literarios enlengua romance hispánica—, y que desde tierras espa-ñolas iba a irradiar con extraordinaria fortuna y arrai-go hacia el resto del mundo árabe, de occidente tantocomo de oriente.

Desde esa tempranísima aparición en nuestra másantigua literatura, la figura del ciego ha estado muypresente y ha desempeñado un importante papel en latransmisión de nuestra literatura y de nuestra cultura,especialmente de la que pudiéramos denominar «popu-lar». Si en toda Europa su papel de creador y transmi-sor oral ha sido importante, como ha remachado conjusto énfasis Peter Burke en su fundamental tratadoacerca de La cultura popular en la Europa moderna, enEspaña el perfil del creador-transmisor ciego se haproyectado con gran fuerza desde los albores de nues-tra literatura, como hemos visto, hacia épocas históri-cas y literarias más modernas. Especialmente comocompositor/cantor/vendedor de la poesía que se hadado en llamar «de pliego», «de cordel», pero también«de ciego», porque es el ciego, cargado con su viejoviolín o acordeón y guiado por el tópico lazarillo, elque la ha paseado, cantado y vendido de pueblo en vi-lla, de plaza en feria, a lo largo de toda nuestra geo-

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grafía, y el que la ha conferido sus más acusados perfi-les y personalidad.

Dejando atrás el mundo medieval, y pasando al pe-ríodo siguiente de nuestra historia cultural, encontra-mos que el famoso y astutísimo ciego del Lazarillo deTormes, voceador de rezos y súplicas, no fue más queuna pintura más —eso sí, exagerada, ejemplar y magis-tral— de otros muchos que poblaron la literaturaáurea. Rivalizaron con él otros que cruzan toda la lite-ratura renacentista y barroca, como el que asoma en elcervantino Pedro de Urdemalas:

Fuime y topé un ciegoa quien diez meses serví,que a ser años, yo supieralo que no supo Merlín.Aprendí la jerigonzay a ser vistoso aprendí,y a componer oracionesen verso airoso y gentil...

Un testimonio extremado del ingenio y de la vitalpresencia del poeta-cantor ciego en la sociedad y la cul-tura española de los Siglos de Oro es el que nos ofreceel barroco entremés de El día de San Blas en Madrid, deLanini, que vio la luz en la Colección rarísima de entre-meses, bailes y loas intitulada Migajas del ingenio, quepublicó don Emilio Cotarelo y Mori en 1908. El diálogodel ciego protagonista con el auditorio nos lo muestrano sólo como activo vocero y vendedor de «relaciones»,es decir, de relatos noticieros en verso e impresos, sinotambién como asombroso improvisador y glosador poé-tico:

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Ciego:

Valiente:

Ciego:

Valiente:

Ciego:

Todos:

Quién me la lleva,relación que ha salidode la cometaque se vio aqueste añoen Inglaterra.Escuchen la relaciónde la cometa, que admira,que amenaza a una nación;ella es bizca, en conclusión,pues a todas partes mira.Admirable a todos es,aunque alumbre celestial,la cola y cabeza, puesdicen que parece allagarto de San Ginés.

Ciego, glosa aqueste pie.

Diga usted, y vamos tocando.

«El callejón de San Blas».

Véle aquí, y muy bien glosado:«Cuando se da a Barrabásnuestro gaznate, y despuésle sana el Santo, verásque nuestra garganta esel callejón de San Blas.»

¡Vítor!

Mujer 1.a: Va otro.

Mujer 2.a: Si este glosas,te daré estos cuatro cuartos.«Estaba como una "U"».

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Ciego: Pues ya los tengo ganados.«Un día cierto gaba-cualquiera acento penu-pronunciaba como un ma-y es que de puro borra-estaba como una «U».

Todos: ¡Vítor, vítor!

Gorrón: Si este glosas,has de llevarte otros cuatro.«De las alforjas los pies».

Ciego: Por Dios que con él he dado.«A San Blas salieron tresuna tarde a merendar,y de un puerco montañésempezaron a sacarde las alforjas los pies.»Adiós, mis reyes.

«Lo cantan los ciegos», decía el refrán barroco —ex-plicado por don Luis Galindo en sus Sentencias filosófi-cas y morales, de hacia 1660-1669— para caracterizarcualquier dicho, asunto o rumor del dominio más públi-co. Y «si quieres que el ciego cante, la paga delante»,dice otro refrán recogido recientemente en la provinciade Teruel por Carmen Ezpeleta Aguilar, en un libro titu-lado Folklore y antropología en la cuenca turolense deUtrillas-Montalbán (1992). Ambos refranes son indicati-vos del arraigo y la familiaridad que el perfil del ciegoha tenido en nuestra sociedad en épocas tanto antiguacomo moderna. El último, además, ejemplifica notable-mente hasta qué punto el oficio de cantor callejero asueldo se ha asociado —y ha permitido sobrevivir has-ta hace muy pocas décadas— a miles de personas cie-gas que convirtieron la necesidad de comer y de mante-

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nerse a sí mismos y a sus familias no sólo en una profe-sión, sino también en un arte que ha marcado con ras-gos indelebles nuestra historia social, literaria y cul-tural.

Así, lector, llega a tus manos este libro que compen-dia parte de la riquísima tradición transmitida por losciegos, realizada por uno de nuestros más prestigiososflokloristas, Joaquín Díaz, y que, como aspecto noticio-so, incorpora ejemplos desconocidos de este género, en-tresacados de la importante colección que atesora elpropio autor.

RAFAEL DE LORENZO

Vicepresidente Ejecutivode la Fundación ONCE

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EL PERSONAJE

La figura del ciego, sugestiva como pocas, nos proponeun personaje plurivalente, enriquecido tanto por nuestramirada como por su propia y diversa actividad. No esraro, pues, que quien quiera describir su aspecto o susocupaciones lo haga —artística o documentalmente— inci-diendo, ora en asuntos literarios, musicales o religiosos,ora en temas comerciales, sociales o de comunicación, queen todos —y en alguno más— estará presente nuestro pro-tagonista, y no inadvertidamente, por cierto. Cada épocale ha proporcionado unos afanes y cada afán unos críticos(más o menos benévolos) que han fiscalizado sus movi-mientos en nombre de la moral, el orden o la costumbre.Es significativo que un personaje aparentemente tan inde-fenso suscite tantos comentarios, preocupe a tantos refor-madores, sirva de modelo a tantos artistas, se utilice decomodín en tantas obras dramáticas y literarias y, ensuma, reúna a su alrededor a tanto y tan fervoroso pú-blico.

Como músico va poco a poco atisbándose la importan-cia de su quehacer —creativo y difusor—, atenuándose altiempo los juicios desfavorables basados generalmente encriterios estéticos, y por tanto accidentales, sobre su ca-pacidad. ¿Quién estaría facultado para columbrar hoy díala intención que podía mover a un ciego al inventar o in-terpretar una melodía? Si bien podemos asegurar que surepertorio incluía una gran variedad de temas propios y aje-nos, cultos y populares, hay que descartar entre sus inten-ciones al difundirlo las puramente estéticas; como artistaestaba en contacto, desde luego, con muy diversos am-bientes musicales, pero no adoptaba necesariamente susformas. De hecho, entre cientos de testimonios orales quenos recuerdan la figura de diferentes cantores ambulan-tes, es raro hallar uno solo que nos sugiera una actuación«bella», una garganta académicamente educada, una in-

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terpretación de «buen gusto»; y, sin embargo, todos esostestimonios recuerdan vivamente al personaje, quedaronseducidos por sus gestos, por su porte, por el modo de de-cir, de recitar o cantar —en suma, de transmitir— unmensaje. Estamos, por tanto, ante una forma especial deponer en escena que se va a perpetuar al crearse una es-cuela; una forma que insinúa cierto carácter marginal,fuera de ornamentos al uso y de sonidos comunes.

Como poeta conoce perfectamente las preferencias desu auditorio y no desaprovecha la ocasión de demostrarlo;juega con los sentimientos más sencillos, recurre a la ter-nura de las madres, al dolor de las viudas, a la emotividadde las doncellas, al honor de los varones, a la valentía delos militares, a la conciencia de los clérigos y a la ingenui-dad de los niños. Trata con la misma inverecundia unatroz asesinato que una oración, pues el ritmo y el aso-nante todo lo igualan, y con su actitud teatralmente mora-lizadora se alza, aparentemente, en defensa de una socie-dad de tipo tradicional renuente a la evolución: «Costum-bre buena, costumbre mala, el villano quiere que vala».

Como gacetillero avant la lettre traduce e interpretalas noticias enfatizando las más hórridas para someter lossentimientos de su audiencia; sus relatos inverosímiles, nocontrastados, provocan una y otra vez la reacción airadade los celadores de la moral y, a partir del siglo XIX, de ciu-dadanos «serios» y periodistas para quienes un código im-plícitamente aceptado colocaba la verdad en su profesiónpor encima de cualquier cosa.

Su actividad como difusor de la piedad estuvo siempreprotegida por distintos privilegios reales que le permitíanpedir limosna sin ser considerado un delincuente y sin so-licitar permiso, lo mismo que los pobres de solemnidad:«Que los que fuesen verdaderamente ciegos puedan pedirlimosna sin licencia alguna en los lugares donde fuesennaturales o moradores, y en los lugares dentro de las seisleguas, según arriba es dicho que han de pedir los pobresnaturales estando confesados y comulgados» (Ordenanzas,5). Muy pronto supo cambiar las cédulas de buen cristiano

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que debían extender los párrocos por estampas devotascon las que solicitaba caridad, sirviéndole al mismo tiem-po de salvoconducto, hecho que, según después veremos,habría de valerle para no considerarse nunca incluidodentro del gremio de los mendigos, aunque tuviese queconvivir con ellos.

Justamente esta actividad como vendedor de estampas—ampliada muy pronto a oraciones, canciones, romances,relaciones, etc.—, le permitió desplazarse sin incurrir endelito ni despertar graves sospechas en los responsablesdel orden. Esa movilidad no sólo constituye la base de susubsistencia, como bien apunta Joaquín Alvarez Barrien-tos (Barrientos, p. 315), sino que le sirve de fuente cons-tante de inspiración para ampliar su repertorio truculentocon hechos cruentos sucedidos aquí y allá y, al mismotiempo, de banco de pruebas para comprobar en qué luga-res puede, y en cuáles no, cargar las tintas sobre el senti-miento o la sensiblería. Así, conoce y distingue unos públi-cos de otros, las aldeas crédulas de las puntillosas, losmercados fértiles de las ferias tronantes, y esta experien-cia enriquecedora le permite comportarse con una natura-lidad y soltura que para sí quisieran los videntes.

Finalmente, todo este ajetreo y sus relaciones con dife-rentes estratos sociales (sobre todo con los más bajos, da-dos su nomadismo y su falta de recursos), le convierten enun perfecto conocedor del mundo marginal con el quecomparte lenguaje y formas, pero del que siempre procu-ra, conscientemente o no, diferenciarse, aunque no seamás que porque él «trueca» limosnas por oraciones y nopide a cambio de nada.

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LA PALABRA Y EL TONO

Caro Baraja señala como muy importante el hecho deque los ciegos «en sociedades muy variadas, a causa de lafalta de visión, concentran todo su ser en la expresión ver-bal o musical. El ciego es el representante del Verbo, de lavoz» (Caro, p. 48). No es extraño, por tanto, que en nues-tros días, caracterizados por una crisis de la palabra comovehículo de expresión, la figura del ciego pregonero y ven-dedor de coplas sea, pese a su desaparición reciente, unhecho arqueológico. Queda, sin embargo, la duda de hastaqué punto era sólo la palabra el ingrediente utilizado en esefiltro mágico que, bebido por el espectador, excitaba de talmodo su imaginación; pregoneros, faramalleros, voceros yparlanchines siempre hubo, y en cantidad suficiente(lo malo abunda) como para aturdir al viandante. Tampocola temática, por muy variada y distraída que fuese, parecemotivo suficiente para atar al público a las esquinas o enca-denarlo a una figura desaliñada con el rostro ligeramenteelevado e inquietantemente inmóvil. Caro reconoce, ade-más, que esa «palabra» podía ser diversa: «Excesivamentechocarrera en casos o expresiva de violentas pasiones hu-manas en otros»; también palabra «piadosa, religiosa, enocasiones frecuentísimas» (Caro, p. 48). Esa misma abun-dancia de temas, por tanto, podría en algún caso haber ac-tuado como factor selectivo del público. ¿Qué es lo que hacetan atractivo, pues, al personaje y su discurso? Nos atreve-ríamos a asegurar que su tono, una especial entonaciónque no pasa inadvertida a muchos escritores. Ya Rodrigo deReinosa, en unas «Coplas contra las rameras», dice:

Y una moza rastrillandosu vellón que le arrastrabaen el suelo por más blandovi que la estaba enclavandoun ciego que le rezaba;

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con los golpes del martillomostraba recio gemiry cantaba en tono un grillo:«Si tenéis algún castillodonde nos podamos ir».

(Reinosa, p. 124.)

Un ciego, en un entremés de Juan de Timoneda, pre-gunta al lazarillo su parecer sobre el reclamo sonoro queacaba de emitir:

Ciego: ¿Y esta voz va mal cantada?Mozo: Parece voz de bocina.Ciego: Pues esa es la negra fina que no la que va gri-

tada.

En esto llega un pobre y pide en altas voces por com-pasión. El ciego, aun reconociendo a regañadientes loapropiado del señuelo, se sabe poseedor de una modula-ción más eficaz:

Ciego: Válame la Trinidadqué plaguero;¡oh hideputa limosneroy cómo encaja la letra!hasta el ánima penetracon su tono lastimero...

(Timoneda.)

Pero ese tono, esa «voz de embriago», no es la suya; lasuya tiene un matiz distinto. Acaso parecido al que descri-be el autor del Lazarillo: «Un tono bajo reposado y muysonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba» {Laza-rillo, p. 33). Claro que un templo y una oración requierenun volumen discreto, y otro distinto una plaza pública yunas coplas, que, como en la Vida y hechos de EstebanilloGonzález, se pueden lanzar a los cuatro vientos «chirrian-do como garrucha», «rechinando como un carro» o «can-

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tando como un becerro». Parece, sin embargo, que, aun-que la intensidad de la voz varíe, el estilo se mantiene; dehecho, muchas acotaciones teatrales que indican «Cantaen tono de ciego» o fórmulas similares dan la sensación deque para cualquier persona medianamente avisada ese«tono» era perfectamente reconocible. Tal vez una voz«gangosa», nasal —como la describiría Pedrell, que habíatenido oportunidad de escuchar a muchos ciegos en suvida—, sería la imagen más cercana a la realidad. Por su-puesto que ese tonillo era fácilmente imitable, especial-mente para quien estaba más cerca, que era el lazarillo, yaunque tuviese escasas oportunidades de practicarlo;cuando ésas llegan, como en La Fiesta de la pólvora deRamón de la Cruz, un espectador ocasional comenta asus-tado:

¿Allí cantan o le quitana algún gatico el pellejo?

(Subirá, I, p. 262.)

Tampoco hablamos de la inflexión intencional, esa gra-cia con la que el ciego convierte una relación seria en unafiesta de dobles sentidos: «Hay que conceder que no recitadel todo mal, como sea ciego de carrera, digámoslo así,pues tiene mucha intención para hacer resaltar la del au-tor, especialmente si el asunto es maligno o picaresco»(Navarro, p. 734).

Otra cosa también es la melodía que, con el tono antesmencionado, se quisiera aplicar a cada canción, tema so-bre el que siempre había opiniones contrarias y dispari-dad de criterios acerca de cuál podría ser más pegadiza;tal divergencia, por cierto, le sirve al Diablo Cojuelo paravengarse cumplidamente de los ciegos, en su opinión laúnica «raza de gente» capaz de atreverse hasta con los de-monios: «Y sobre la entonación de las coplas metió el Co-juelo tanta cizaña entre los ciegos que, arrepujándose pri-mero y cayendo dellos en el pilón de la fuente y esotros enel suelo, volviéndolos a juntar, se mataron a palos, dando

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barato, de camino, a los oyentes, que les respondieron conalgunos puñetes y coces» (Vélez, p. 188).

Pedrell, en un fragmento de su Cancionero Musical Po-pular Español, frecuentemente transcrito, recuerda que yaSalinas anotó melodías de romances que servían paraacompañar diferentes textos: «Aunque Salinas no lo ex-presa, se deduce, desde luego, que había en su tiempo dosformas de entonar esas tonadas: recitándolas sobre el am-bitus reducido de dos o tres notas musicales, o cantándo-las teniendo en el oído la tonada inventada por uno o va-rios anónimos creadores, que por la costumbre de ento-narlas hicieron que se adoptase tal tonada con preferenciaa otras. Ya se comprende que aquella recitación vulgar hade ser antiquísima, y tiene un precedente en las recitacio-nes litúrgicas, por el estilo de las llamadas tonus simplexferialis del rezo eclesiástico. Y ¿quién de vosotros no haoído recitar por las calles o en la plaza de un pueblo unade esas melopeas, que apenas son un canto melódicamen-te formulado, a un ciego, descendiente del antiguo juglarque, guitarrillo en mano, acompáñase produciendo tres ocuatro simples acordes rasgueados, y algún ramplón dibu-jo en el bordón del cascado y mugriento instrumento;quién de nosotros no se ha parado un momento para oírel romance que dice el despreciado descendiente de aque-lla prosapia, que empezaba en el trovador y acababa en eljuglar?» (Pedrell, I, pp. 68-69).

Precisamente uno de aquellos recitados o melodías quea Pedrell le parecían «tristes» es transcrito en el segundotomo, anotando como causa del tono lastimero lo siguien-te: «El acento lastimoso del canto proviene, no cabe duda,de la indecisión o fluctuación de tonalidad que le da el sibemol» (Pedrell, II, p. 38).

Sea cual fuere el origen de ese tipo de entonación, ha-bría que puntualizar que eran tres más bien los modelosmelódicos utilizados por los ciegos en la difusión de las co-plas: las cantinelas con que iniciaban su actuación, basa-das en tres notas, que, por su especial y atractivo sonique-te, atraían a numeroso público a su alrededor; las melo-

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días «comodines», es decir, aquellas que —sencillas de re-cordar y aplicadas a diferentes letras— eran el hilo queengarzaba los versos del romance o de la copla como sifuesen perlas de un collar; y, por último, las melodías (tra-dicionales o de moda) inseparables de su texto o aquellasotras que el ciego era capaz de «echar de repente», si-guiendo una costumbre ibérica que ha llegado hasta nues-tros días con los troveros y versolaris. Como inventor demelodías y versos es reconocida su capacidad hasta porsus detractores: «Conoce a fondo las reglas de la poesía ycon la guitarra en la mano es fuerte en la improvisación»(Ferrer, p. 377). Esa facilidad siempre fue aplaudida por elpúblico, menos exigente que críticos y literatos:

—¿Es Espronceda el que canta,por un casual, y perdona?—No señor, pero es paisano.—Porque está muy bien la copla.—Las saca de su cabeza.—Pues, hijo mío, las borda...

(Casero, p. 195.)

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LOS INSTRUMENTOS

Todas esas canciones iban acompañadas, desde hacesiglos, por algún instrumento que el ciego supiese tañer,combinación que, indudablemente, complacía al auditorio.En el «Entremés de un ciego y un mozo y un pobre muygracioso», el lazarillo parece dar a entender con sus pala-bras que el Renacimiento es la época en que melodías einstrumentos se imponen sobre el estilo de la simple ora-ción rezada:

Ciego: La santa oración que vinode Roma no ha mes y medioque tiene gracias sin mediocompuesta por Valentino;la Pasión del rey Divinobien trovada...(No acertamos hoy pelladatodo es dar en los broqueles;llévame por donde suelesque aquesto no vale nada)

Mozo: Alguna cosa cantadao tañidaserá mejor, por mi vida,porque da grado a la gente.

Ciego: Tú has hablado sabiamente,qué cosa tan trascendida.

. Mozo: Ya no es en nada tenidala oraciónsi a manera de canciónno va tañido o cantado...

(Timoneda.)

Esta preferencia del público obliga bien pronto al ciegoa organizarse en sociedades donde los más artistas vanenseñando a los otros el manejo de algunos instrumentos:

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«El ciego no anda solo, sino que aunados varios en unaasociación industrial y artística a la vez, forman una óperaambulante que canta y acompaña con guitarra y bandu-rria las letrillas que ellos mismos componen...» (Sarmien-to, p. 237).

Numerosos documentos nos descubren la relación con-tractual de aprendizaje que se establece entre niños ciegosy su maestro, invidente también, quien se comprometepor tal o cual cantidad a enseñarles música, el manejo dealgún instrumento, o, simplemente, a vivir. Caro Barojamenciona un «documento descubierto hace ya muchosaños por Gestoso y Pérez, el erudito sevillano, y franquea-do por el mismo a Rodríguez Marín; nos sitúa en la Sevillade fines del siglo xv, a 14 de septiembre de 1495, fecha enla que Leonor Rodríguez, mujer de Juan Sobrino, ollero deTriana, de un lado y de otro Juan de Villalobos, ciego, ha-cen contrato para que éste se haga cargo de un hijo delmatrimonio, llamado Lope, ciego también y de doce añosde edad, con objeto de que le sirviera en el oficio de rezar,durante cuatro años: el maestro enseñaría los rezos y ora-ciones al discípulo y le daría de comer, beber y vestir, casay lecho. El discípulo le ayudaría en cuanto le mandase,siempre que fueran cosas honestas y factibles...» (Caro,p. 46). Más concreto es el texto que reproduce FaustinoSantalices en La Zanfona, método para el instrumentoaparecido en Lugo en 1956, tomado por Pérez Constantide los archivos de la Catedral de Santiago, donde se reflejaun contrato entre Pedro de Coiro, maestro de zanfona, yJuan Vázquez, niño ciego, mediante el cual se obligaaquél, por seis ducados al mes, a enseñar el oficio alaprendiz, «para lo cual le ha de dar sanfonía que toquecon yerros tocantes a dicho oficio como se acostumbra»(Díaz, p. 210). Todos estos extremos reflejados en los con-tratos tendrían mucha importancia en la perpetuación deese «estilo» y ese tono característico al que antes hacía-mos mención.

Desde luego, había instrumentos más complicados deaprender que otros y, por supuesto, muchos grados de

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perfeccionamiento. De nuevo los documentos literarios eiconográficos contribuyen a aportar datos sobre el tema.Los instrumentos más citados son los de cuerda, preferen-temente la guitarra (Tartilán, Caro, Barrientos, Ferrer),pero apareciendo también el violín (Ferrer), la bandurria(Tartilán, Davillier, Tejero), la cítara (Davillier), el salterio(Subirá) o la zanfona (Díaz). Entre los idiófonos, el trián-gulo, yerrillos o fariñas (Subirá) y el organillo (Mesonero).De membrana se menciona el tambor, y de viento, la dul-zaina (Mesonero). Los artistas plásticos representaron alciego tocando la zanfona (Díaz), la guitarra (Díaz), el violíny el tamboril, y al lazarillo acompañándole con la pande-reta, las castañuelas o los yerrillos (Díaz); se continuabaasí una tradición pictórica iniciada siglos antes y se llega-ba a incluir al personaje en galerías pintorescas de tipospeculiares o diferentes. Vamos a seleccionar, para su estu-dio, tres grabados aparecidos a lo largo del siglo pasadoen los que aparece el músico callejero acompañándose dezanfona, dejando para otra ocasión las ilustraciones enque se le muestre tañendo distintos instrumentos.

La zanfona es, como bien se sabe, una derivación evo-lucionada del antiguo organistrum, pieza medieval dese-chada paulatinamente por los inconvenientes que ofrecíasu ejecución, al tener que ser tocada por dos personas,una de las cuáles se ocupaba de dar vueltas a un manu-brio (por medio del cual giraba una rueda que rozaba lascuerdas), mientras que la otra tiraba de las teclas o clavi-jas para «cortar» la longitud de las cuerdas en el puntodeseado y conseguir que cantaran la melodía. Gomo lamayoría de los instrumentos, siguió dos vías de desarrollo,la cortesana y la popular, yendo a quedar circunscrito enEspaña, finalmente, sólo a la última, aun después del im-pulso recibido en la corte francesa durante el siglo XVIII,que, sin duda, tuvo su repercusión también en nuestropaís. Quedó así la zanfona en manos de los músicos calle-jeros, especialmente los ciegos, y ello se reflejó en distintasestampas decimonónicas, de las que hemos seleccionadotres para su comentario.

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La primera, dibujada por Antonio Rodríguez y grabadapor Joseph Vázquez, pertenece a la Colección general delos trages que en la actualidad se usan en España, en laque ocupa el número 31.

Aparece el ciego cubierto con una capa un tanto andra-josa y tocado con un sombrero de alas vueltas en mal esta-do. Quiso Rodríguez, probablemente, representar unapunte tomado del natural; y se puede llegar a tal conclu-sión, tanto porque la colección anterior de tipos en la queél se solía basar para realizar algunos de sus dibujos noincluye ninguno de ciego con zanfona, cuanto porque seaprecia un esfuerzo evidente por representar al instru-mentista con postura y maneras verosímiles: pierna iz-quierda adelantada, mano izquierda colgada sobre el te-clado para que los dedos lleguen con la misma facilidad aunas y otras clavijas, y mano derecha empuñando el ma-nubrio en forma de «ese» a cuyo extremo un pomo locogira libremente sobre su misma espiga para permitir alejecutante dar la vuelta completa a dicho manubrio. Elinstrumento (siguiendo la costumbre de los violeros die-ciochescos franceses de adaptar otras piezas caídas en de-suso —laúd renacentista, viola, etc.— para convertirlas enzanfonas) podría haber sido un violoncello; así parece des-prenderse tanto de su gran tamaño como de su forma, conesas grandes muescas en la caja armónica cuya utilidadsólo se explicaría si el instrumento fuese a ser sujetado en-tre las rodillas. Por la posición en que está realizada la fi-gura no se aprecia el clavijero, aunque se podría suponer,

. por las líneas dibujadas entre la rueda y el puente inferior,que tiene cuatro cuerdas; éstas solían ser de tripa e ir re-cubiertas, en la zona que rozaba a la rueda, con una vedi-ja de lana o de algodón impregnada en colofonia o polvode resina; con el objeto de impedir que los dedos, general-mente con partículas de grasa o suciedad, tocasen esarueda, se protegía con una especie de puente de maderaque, siguiendo la forma de aquélla, la cubría completa-mente. En el grabado se aprecia que es de distinta maderaque el resto del instrumento.

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En esta colección el ciego está incluido entre los perso-najes de Madrid y colocado sobre un suelo de tierra sinningún paisaje a su espalda. Lleva una leyenda, como casitodos los tipos dibujados por Rodríguez, alusiva a su ofi-cio: «Que viva la Pepa. Ciego que toca la chinfonía y su la-zarillo». La frase primera podría parecer ociosa o gratuitasi no tuviésemos documentación varia sobre el papel juga-do por los ciegos en la difusión de ideas, patrióticas o li-berales, según los momentos, pero en cualquier caso deideas cuya exposición pública podía implicar un peligropara su libertad o su integridad física. En la obra de Gar-cía Tejero El pilluelo de Madrid dice uno de los ciegos, re-firiéndose a la censura impuesta por los invasores france-ses sobre sus coplas: «Estas que vamos a entonar no laspodemos arrojar por los aires ni en la Puerta del Sol ni enla Calle de Carretas, por la sencilla y poderosa razón deque no hay libertad de canto. Has de creer, que desde queno entonamos patrióticas, nos vemos fastidiados y mohí-nos. El cólera francés, como en el día se dice por el pópu-lo, no ha perdonado ni a los pobres voceadores de procla-mas, estraordinarios y suplementos. Nuestras gargantasestán oprimidas y no falta más que nos cuelguen de un ár-bol como a los perros.»

El segundo ejemplo es un dibujo de José Ribelles y He-lip, grabado al aguafuerte y buril por Juan Carrafa para laColección de Trages de España, todavía existente en la Cal-cografía Nacional. Ribelles toma, sin duda, algunos datosdel dibujo antes comentado de Antonio Rodríguez (como,por ejemplo, la botonadura de la bragueta, la capa, el som-brero, etc.) y añade algún otro detalle. Pero de quien cree-mos que toma más elementos es del «Ciego Jacarero», deJuan de la Cruz Cano y Olmedilla; en realidad, el titulado«Ciego de la Zampoña», de Ribelles, es casi una imagen es-pecular de la figura ideada por Cano, con idéntica postura,parecido bastón y capa muy similar. Sólo varía, natural-mente, el instrumento, que en Cruz es una guitarra de cin-co órdenes y en Ribelles una zanfona, lo que constituye laaportación más original del artista valenciano.

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Muestra la zanfona una cabeza sin ningún adorno no-table y en ella cuatro clavijas. Es de cuerpo pequeño y deltipo de las llamadas «de guitarra», por la forma de sucaja, a diferencia de las de tipo «laúd», cuya caja suele te-ner, habitualmente, forma de media pera, como el instru-mento renacentista. El manubrio es de codo de cigüeña, loque parece indicar que se trata de una pieza poco evolu-cionada —también el antiguo organistrum lo tenía— y deorigen español (posiblemente gallego, pues fue en aquellaregión donde más zanfonas de tipo «guitarra» se constru-yeron). El puente protector cubre la rueda, pero aun asíno parece observarse ninguna «cuerda-bordón» de las quenormalmente iban por fuera de la caja del teclado y ha-cían sonar una nota pedal.

El personaje está solo en la escena y, aunque Ribellesha intentado vestirle más aseadamente que Rodríguez, in-troduce el detalle, apenas perceptible, del deshilacliado dela capa.

El tercer dibujo, debido a la pluma de J. Cuevas y pu-blicado en «La Ilustración Cantábrica» bajo el título «Tiposy Costumbres de Asturias» y el pie «El tañedor de zanfo-na», nos muestra una escena distinta. El personaje parececiego, como los dos anteriores, pero está situado dentro deun ambiente rural, lo que devuelve a la zanfona al medioen que se desarrolló durante varios siglos y al estereotipocon cuya imagen jugaron artistas plásticos y musicalespara poner de moda el instrumento en la corte francesadel XVIII, lo que no es de extrañar, dado el interés y la ad-miración cortesanos por todo lo campestre y bucólico. Setrata en este caso, como el anterior, de una zanfona-guita-rra, aunque su manubrio es plano y en forma de «ese»,con pomo giratorio oculto bajo la mano del tañedor. Sigueasí el instrumentista una de las normas dictadas por Mi-chel Corrette en su obra La belle vielleuse; en el capítuloprimero y al hablar de la colocación del instrumento, aña-de: «Se ata con un cinto alrededor del cuerpo de modo queno se mueva, colocando la cabeza del instrumento sobre elmuslo izquierdo que ha de estar más bajo que el derecho,

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situándose la zanfona de manera que las teclas están colo-cadas hacia abajo y puedan caer fácilmente.» En efecto, afalta de muelles u otro sistema mecánico, las teclas caíanpor su propio peso una vez pulsadas, volviendo a su situa-ción original. La posición que ostenta el ciego de la xilo-grafía no es exactamente la recomendada por Correttepero se aproxima: la cabeza del instrumento oscila haciaatrás, por lo que no es necesario que repose sobre la pier-na izquierda del músico; así, ésta aparece incluso más ele-vada que la derecha, aunque, siguiendo una norma clási-ca, avanza el pie correspondiente mientras que el derechose retrasa ligeramente.

La tapa del teclado está abierta, costumbre bastantefrecuente en algunos instrumentistas que, de ese modo,podían afinar mientras tocaban con un simple movimientode la mano izquierda sobre las espadillas; éstas eranorientadas con un giro leve e incidían perpendicularmentesobre la cuerda, acortando su longitud y provocando, portanto, un sonido más agudo. Que es una zanfona de tipoespañol se ve también en el número de cuerdas (tampocoen este caso hay bordones) que atraviesan la caja del te-clado, que son tres. Las francesas suelen tener seis en to-tal: cuatro bordones de dos en dos y otras dos «trompe-tas» o cantoras.

Finalmente, dos lazarillos —en este caso dos niñas—acompañan al invidente. Una de ellas toca una pandereta(la misma que solía servir al final de la interpretación paraallegar una limosna de la audiencia), mientras la otra,adormecida, sostiene aún en su mano izquierda los hie-rros, yerrillos, fariñas, furriñas o ferríños, tantas veces ad-judicados como instrumento característico para acompa-ñamiento de ciegos.

¿Por qué fue la zanfona, asimismo, instrumento unidoa la figura del músico ambulante? Se podrían aventuraralgunas hipótesis; el hecho de poder producir música —nouna melodía, pero al menos notas constantes sobre lasque construir una estructura melódica— con el simple mo-vimiento de un manubrio debió, probablemente, facilitar

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no poco la ejecución del repertorio a los ciegos. Tal reper-torio, como ya hemos visto, no era muy exigente por lo ge-neral, basándose sus melodías ya en recitativos de dos otres notas, ya en cantinelas sencillas y monótonas de ám-bito reducido. En cualquier caso, siempre fue el instru-mento un soporte más o menos armónico para la historianarrada, cuya temática era lo que realmente llamaba laatención del público. Tal vez la obtención fácil de unas no-tas tenidas a las que, con un poco de suerte y práctica, seles podía añadir una frase musical ajustada a la melodíaprincipal, fue un punto básico a la hora de decidirse losciegos por un instrumento de sencillo manejo y aparenterendimiento musical, sobre todo si se tiene en cuenta queen tal decisión, dada su falta de preparación o de condi-ciones, pesaban muy poco las normas del Arte de Euterpe.

Convendría advertir la importancia que tuvieron estoscantores ambulantes sobre la tradición y, especialmente,sobre el repertorio popular; como hemos publicado en va-rias ocasiones, no cabe ya pensar en una tradición cerra-da, inmóvil, sin vida, habiendo comprobado cómo y dequé manera se producen en ella cambios y evoluciones alo largo de los siglos. Los ciegos cumplían un papel muyimportante como portadores y difusores de un materialque, una vez interpretado, entraba en un largo proceso detradicionalización, surgiendo variantes y versiones, o biense perdía por carecer de interés para el público, entre elcual —no podemos olvidarlo— se hallaban los músicos lo-cales, que entraban así en la cadena de transmisión, adap-tando a su idiosincrasia musical o a sus instrumentos notemperados melodías procedentes del teatro o de los salo-nes de las grandes ciudades. La movilidad de los ciegos ysu costumbre de acudir cíclicamente a ferias o mercadoslejanos, haciendo rutas que a veces duraban una estacióndel año, influyó decisivamente en este trasvase de reperto-rio que sería difícil de comprender de otro modo. A la evo-lución lenta y natural de la tradición local habría queagregar este aluvión anual de la tradición transeúnte, queinundaba el medio rural con una bocanada de aire ciuda-

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dano. La influencia no queda ahí; como antes apuntába-mos, el ciego tomaba buena nota de crímenes, desgracias,sucesos espeluznantes y tragedias del campo para llevar-los después a las calles y plazas de la urbe. Quien habletodavía de aislamiento cultural para aldeas y pueblos es-pañoles en los pasados cuatro siglos es que no conoce o noquiere conocer las rutas de arrieros, trajineros, buhonerosy cantores ambulantes hasta finales del siglo XIX y, en elcaso de los ciegos, hasta bien entrado nuestro siglo.

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VENDEDOR VERSUS MENDIGO

En su artículo «Literatura y Economía en España. Elciego», Joaquín Alvarez Barrientos destaca en el quehacerdel ciego su sentido económico: «La obra del ciego erasusceptible de reproducirse y multiplicarse, revolviendo elmarco y su función estética para dar paso a un interésnuevo predominante, el económico» (Barrientos, p. 323).Desde luego, es evidente que el ciego era un artista condi-cionado, estando como estaba obligado a que su obra gus-tara al público al que iba dirigida, pero sería muy difícil,como antes decíamos, penetrar en la esencia de un actocreativo. El ciego componía para un tipo de audiencia a laque él u otros como él habían ayudado a formar el gusto,las preferencias, y era artista no sólo en cuanto que com-ponía, sino por la forma en la que vendía su producto, ac-tividad que requería habilidad, presentación adecuada ysentido original.

Mesonero Romanos ya advertía en sus Escenas matri-tenses sobre el peligro en que se podía incurrir al vaciarde sentido la palabra «artista»: «El que enciende las can-dilejas en el teatro, Artista; el motilón que echa tinta enlos moldes, Artista también; el que inventó las cerillas fos-fóricas, distinguido Artista; el que toca la gaita o el quevende aleluyas, Artistas populares; el herrador de micalle, Artista veterinario; el barbero de la esquina, Artistadidascálico; el que saluda a Esquivel o quita el tiempo aVillaamil, Artista de entusiasmo...» (Mesonero). Sería exa-gerado considerar artística cualquier actividad, pero esque el ciego inventa —encuentra—, extrae de la nada unarealidad cuya estética, querámoslo o no, perdura, se iden-tifica con él y se reconoce como aceptable y práctica. Ro-dríguez Moñino escribe acerca del sentido artístico de lospoetas ciegos del siglo XVI: «Es muy posible que esto tengarelación con los inicios de la literatura de cordel o con su"edad de oro": probablemente fue en el siglo XVI cuando

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abundaron más los ciegos autores de pliegos sueltos; re-cordemos que Cristóbal Bravo, por ejemplo, empieza acomponer y editar —¿y vender?— en el siglo XVI. Más ade-lante y como nos indica el Memorial de Lope y la ausenciatotal de datos en contra en nuestro material de trabajo, losciegos, simplemente, son vendedores de pliegos y nadamás. Pero quedará ya para siempre, y aun en mentes cul-tivadas, la idea de que los ciegos han compuesto obrasademás de haberlas vendido y seguir haciéndolo» (Moru-no, 1966, p. 98). Parece raro, en efecto, que personas conuna sensibilidad acusada, con un interés musical y poético(no entremos a valorar contenidos) suficientemente con-trastado, dejen de pronto de componer y se dediquen ex-clusivamente a la venta de lo que otros hicieran. Contratestimonios como el dejado por Julio Nombela en el queaparece el ciego elevado a la categoría de impresor perocontratando los servicios de poetas de ocasión para crearversos nuevos o "recrear" los antiguos» (Nombela, p. 67),podemos ofrecer datos inéditos de ciegos como Rafael Re-baque (nacido en 1874), quien proporcionó composicionespropias a imprentas de Astorga, La Bañeza, León, Palen-cia y Santander, para venderlas luego él mismo en cual-quiera de las rutas que realizaba a lo largo del año.

Lo que sí se podría asegurar es que muchos ciegosconsideraban tan importante y digna su actividad poéticao musical como la comercial; es probable que el único ofi-cio en el que no les apetecía que se les incluyera era el demendigo. El barón Charles Davillier escucha cantar a unciego la siguiente seguidilla:

Quien por estarse ociosopide limosnadebe restituirlaporque la roba,pues deben todosprocurarse el sustentosudando el rostro.

(Davillier, p. 858.)

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Y añade: «Es evidente que nuestro ciego se considera-ba un artista que se ganaba honradamente los cuartos quele echaban.»

Independientemente del juicio moral que a cada uno lemerezca la forma de ganarse la vida de los ciegos, lo cier-to es que habilidades y méritos no les faltaban; la descrip-ción del ciego del Lazarillo puede ser un buen paradigmade ello: «Decía saber oraciones para muchos y diversosefectos; para mujeres que no parían; para las que estabande parto; para las que eran malcasadas, que sus maridoslas quisiesen bien. Echaba pronósticos a las preñadas: sitraía hijo o hija. Pues en caso de medicina decía que Gale-no no supo la mitad que él para muela, desmayos, malesde madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pa-sión que luego no le decía: "Haced esto, haréis estotro, co-ged tal hierba, tomad tal raíz". Con esto andábase todo elmundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les de-cía creían. Déstas sacaba él grandes provechos con las ar-tes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos enun año» (Lazarillo, p. 34). Ensalmos, oraciones, cancio-nes, acompañamiento de entierros, venta de calendariosviejos y nuevos... Siempre algo a cambio de algo. Es nece-sario marcar la diferencia entre el clásico «Dios se lo pa-gue», con que agradecían la limosna el mendigo o el tulli-do, y el pliego que se entrega o la plegaria que se entonapersonalmente, siquiera ésta se cortase abruptamente enel momento en que se ausentase el beneficiario: «Tambiénél abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa,porque me tenía mandado que en yéndose el que la man-daba rezar le tirase por cabo del capuz» (Lazarillo, p. 35).Pero si a quien le interesa más directamente la oración secomporta de modo tan indiferente, ¿cómo puede exigírseleal ciego que vaya más allá?

En cualquier caso, la agregación del ciego al mundo dela mendicidad o el hampa parece derivada de una necesi-dad de aquél de conocer la jerga al vivir en comunidadcon sus hablantes, de no estar en desventaja con respectoa los limosneros o de tener los mismos derechos a la hora

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de elegir un lugar adecuado donde vender la mercancía.Timoneda, en el «Entremés» ya mencionado, refleja muybien la confianza del ciego en que una oración de las su-yas habrá de valer más que el tono petitorio del mendigo yle ahuyentará; la sorpresa ante el descaro de éste generaunos versos divertidos y esclarecedores sobre la importan-cia de la elección del emplazamiento adecuado:

Ciego: Oye acáque donde aquel pobre estáme llegues disimulandoy verás, de que rezandome vea, cómo se va.

Pobre: ¿Quién señores hoy me daconsolación?

Ciego: Mandad rezar la oraciónde los Santos Confesores...

Pobre: Dadme limosna señorespor Dios y por su Pasión...

Ciego: La Santa Resurreccióncanticum grado.

Pobre: (Quiérome ir disimuladopues éste la vez me quita;junto a aquella agua benditacuando irá estaré sentado).

Ciego: Oh, cuál lo habernos parado;cuál irá...

Mozo: ¡Oh, qué trotando que va!Ciego: Aguija por alcanzalle

que si nos toma la calleel lugar nos tomará.

(Timoneda.)

El preludio de la transacción, el inicio de un trato cu-yos términos ya se conocen y se aceptan, viene indicadopor ese «mandad rezar la oración...», fórmula utilizadísi-ma por los ciegos a la vez que un recurso estilístico quemarca el límite entre dos actividades tan distintas.

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Así, pues, estamos, hablando en términos generales,ante la figura de un artista-vendedor al que disgusta quese le confunda con un mendigo aunque frecuente sus mis-mos ambientes. De hecho, las propias leyes, según hemostenido la oportunidad de comprobar, establecen una dis-tinción que perdura hasta tiempos recientes: diferentesbandos de la Alcaldía de Valladolid, por ejemplo, prohibenla mendicidad «exceptuando ciegos, impedidos y ancianosquienes podrán implorar la caridad, absteniéndose de ha-cerlo con voces y ademanes que llamen la atención y mo-lesten al público» (N.C., 23-II-1870). Nos cabe la duda deque los ciegos cumplieran esa normativa (decían Ferrerdel Río y Pérez Calvo en ¿os españoles pintados por símismos que el ciego está versado en la táctica de no rebe-larse contra las leyes, contentándose con eludirlas), cuan-do al poco tiempo aparecen advertencias de los gacetille-ros sobre la inconveniencia de vocear, y más aún si lo quese vocea es difícilmente demostrable. Las objeciones sonde este tenor: «Hemos oído estos últimos días a algunoscopleros que disparataban a su placer por las calles de lapoblación, recitando coplas que introducen necias preocu-paciones en el vulgo y que hacen en tal concepto másdaño que bien producen. En un siglo de ilustración comoes el que vivimos, debe tenerse en mucho el procurar de-tener a esta clase de cantores que especulan con desatinosy paparruchas, ofendiendo al bolsillo y a la civilización dela generalidad de las personas. Esto, además de romper-nos a cada instante los oídos con sus monótonos cánticosque se repiten con más fuerza en las horas en que muchosindividuos están en el mejor sueño. Bueno es que cadauno se busque la vida de la manera lícita que más le con-venga, pero es todavía mejor que no se abuse de este de-recho que a ninguno negamos» (N.C., 9-VII-1859).

Sin embargo, algún tiempo más tarde, el gacetillero re-considera su postura, si no negando aquel derecho invoca-do, al menos pidiendo unos límites y un control sobre loque los ciegos venden (¿celos por un trato desfavorable,envidia por ser el ciego más eficaz en su modo de comuni-

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car?): «Hace tres días que los ciegos están publicando porlas calles de esta ciudad la venta a dos cuartos de "El pa-pelito del gallego, que ha cambiado a su mujer por unaburra y cinco duros". Varias veces hemos llamado la aten-ción de las autoridades sobre la perniciosa influencia queen la instrucción de la clase popular ejerce esta clase de li-teratura, mala siempre y muchas veces inmoral, y la nece-sidad que hay de ejercer sobre ella una vigilancia que se-ría provechosa para la cultura y para la tranquilidad delpueblo que con ella se pervierte. Cuando tantas trabas haypara los periódicos no se concibe cómo, sin casi ninguna,se publican esos papeluchos con que se embrutece, en lu-gar de ilustrar al pueblo» (N.C., 19-V-1876).

A veces, el periodista llega al extremo de perder los pa-peles y exigir que se investigue lo que de cierto haya en unpliego como «La renegada de Valladolid», vendido ya des-de el siglo XVII: «Como no tenemos noticia alguna de la re-negada de Valladolid, grito que ayer daba por las calles unvendedor ambulante de coplas para excitar así tal vez elinterés público y abusar de su buena fe, recomendamos aquien corresponda se trate de investigar lo que haya decierto en este punto para que no se tolere engañar a losincautos si, como creemos, es una de tantas paparruchasque sólo sirven de perjudicial entretenimiento a la clasemenos instruida» (N.C., 7-XII-1876).

Todas estas advertencias venían a ser el fruto de unaaceptación velada de la política oficial, siempre contraria ala divulgación callejera de noticias. Véase, por ejemplo, elreflejo que tenía en un periódico local una orden contra unromance, enviada por el ministro de la Gobernación a losgobernadores locales:

«Llamamos la atención de los lectores hacia laimportante Real Orden, que copiamos íntegra, ema-nada del ministerio de Gobernación, y que publica laGaceta de ayer. Merece nuestro elogio más cumplidoy lo único que anhelamos es que se tenga presentepor las autoridades de provincia, pues hace suma

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falta apartar de la vista de las inteligencias no culti-vadas los repugnantes papeluchos con que todos losdías se pretende rebajar el espíritu religioso, los no-bles instintos y la idea de la dignidad y del decoro,que por fortuna están muy arraigados en el puebloespañol. No nos asusta el ser acusados de intoleran-tes por los que dicen que no lo quieren ser en aquelloque la moral pública y las conveniencias socialesmás comunes y vulgares la hacen necesaria. A esos,si son padres de familia, les preguntaríamos sencilla-mente, ¿qué haríais con el miserable que se introdu-jera en vuestra casa a despertar en vuestros hijos laafición a todos los vicios y a aconsejar el olvido de to-dos los deberes?

REAL ORDEN

"He dado cuenta a S.M. la Reina (Q.D.G.) de unexpediente instruido en este ministerio a consecuen-cia de la publicación y venta de un romance que apa-rece impreso en Zaragoza, en el que se hace menciónde supuestos sucesos providenciales ocurridos en elpueblo de las Peñas de san Pedro, teniendo, tanto esecomo la mayor parte de los romances populares queven la luz pública y suelen cantarse por las calles, es-pecies exageradas o falsas, ya relativas a asuntos re-ligiosos ya referentes a crímenes imaginarios; y sien-do esta clase de lectura perjudicial para la gente sen-cilla, cuyos buenos sentimientos religiosos y moralesdebe procurarse desarrollar por todos los medios po-sibles, evitando que la circulación de escritos incon-venientes los vicien o extravíen, la Reina (Q.D.G.) seha dignado mandar prevenga a V.S. el más estrictocumplimiento de las disposiciones siguientes:

1. Que se observe la más escrupulosa vigilanciapara que ningún romance ni impreso de cualquier

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otra clase se publique sin haberse sometido de ante-mano, y como prescribe el artículo 3.° de la ley vi-gente, a la previa censura de los fiscales de imprentaen los puntos donde dichos funcionarios existan, y enlos que no los hubiese, a la autoridad local.

2. Que encarezca V.S. a estas autoridades queen la censura de dichos impresos sean severos, nopermitiendo la publicación de aquellos que no con-tengan una lectura digna y moralizadora, y menoslos que se ocupen de Misterios de la Santa Religión,milagros de santos u otra materia de esta naturalezao índole, siempre que dichos asuntos no estén trata-dos con la reverencia, delicadeza y verdad que debeapetecerse.

3. Que desde luego proceda V.S. a sujetar a lacensura los ya publicados que no tuvieren este requi-sito, retirando de la venta los que no tienen las con-diciones antes indicadas.

Lo que de Real Orden comunico a V.S. para losefectos oportunos... etc., etc.".»

Acerca de la frecuencia y abundancia de las ventas ha-blan distintas evidencias. Rodríguez Moñino menciona unopúsculo del siglo XVI del que «se hicieron ocho edicionesen la misma imprenta, en total doce mil ejemplares» (Mo-niño, 1970, p. 20), es decir, a razón de mil quinientosejemplares cada impresión. Cuando el escritor costum-brista Antonio Trueba decide coleccionar todos los pliegosque existían y se vendían en su época en Madrid, recorretodos los puestos e imprentas de la capital indagando so-bre los números publicados, llegando a averiguar final-mente que ascendían a más de veinte mil (Trueba, pp.276-277). El archivo de la imprenta Rodríguez de Llano,que llegó a nuestras manos por la generosidad de su pro-pietario, revela que el número de papeles de un tema quese lanzaba en cada tirada estaba entre dos mil quinientosy diez mil. Calcúlese el negocio que supondría para algu-

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nas imprentas este volumen, teniendo en cuenta que sólotres o cuatro establecimientos tipográficos en las grandescapitales, y uno, o dos a lo sumo, en provincias, se dedica-ban a este tipo de literatura. La casa Santarén, de Vallado-lid, por ejemplo, pasa de ser la sexta en importancia en laciudad a comienzos del XIX al cuarto lugar a mediados dela centuria, para terminar destacada en el primer puesto apunto de terminar el siglo (Almuiña, pp, 353 y ss.); los da-tos indican que Dámaso y Fernando Santarén basaron suespectacular progreso principalmente en los pliegos quesalían de sus máquinas, de cuya extensa lista ofrecemosuna muestra del año 1858, cuando la imprenta comenza-ba a competir con otras emplazadas en Madrid (Marés,por ejemplo), en Barcelona (Llorens, Sala, Estivill) o en Se-villa y Carmona (Caro y Moreno, respectivamente).

LISTA

de las Historias que se hallan en la Imprenta y Librería deDámaso Santarén, portales de Espadería, 9.

Pliegos

Don Pedro de Portugal 3La Doncella Teodor 3Nuevo Navegador 4El falso profeta Mahoma 3Los siete Infantes de Lara 3Bernardo del Carpio 3Francisco Esteban 2El Castillo Misterioso 3Flores y Blanca Flor 5Oliveros de Castilla y Artus de Algarve 5Clamades y Clarmonda, ó sea el Caballo de Madera . 4Napoleón Bonaparte 5El Valeroso Sansón 3Los tres Hermanos corcobados de Braganza 4La gloria de Betulia por Judit 3

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Esther y Mardocheo 3El pais y condiciones de los Gigantes 4Vida de San Amaro y martirio de Santa Lucía 3Robinson en una isla de América 3Tablante de Ricamonte y Jofre Donason 3Pablo y Virginia 4Gil Blas de Santillana 4Roberto el Diablo 5Los Amantes de Teruel 4Los Templarios 3Luis XVI, rey de Francia 3Lámpara Maravillosa 4Cartas de Abelardo y Eloisa 4La Española Inglesa 3Guerra de la Independencia 3La Guerra Civil de España 5Don Francisco Espoz y Mina 3El Cid Campeador 4El Manto verde de Venecia 5El Cura Merino 2Aventuras del injenioso hidalgo Don Quijote 5Vida de Santa María Egipciaca 3Conversión de Francia por Clotilde y Clodoveo 3El Diluvio Universal 3Pérdida y restauración de España 3Pierres y Magalona 4El Toro blanco encantado 3Ramón Cabrera 4La Creación del Mundo 3El picaro Guzman de Alfarache 4El país y condiciones de los Enanos 3Edmundo Dantés, Conde de Monte-Cristo 3Don Carlos María Isidro de Borbón 4Fernán González 3El Emperador Nerón 3Guzman de Alfarache 4El príncipe Ahmed y la hada Pari-Banu 4La Máscara de hierro (en prensa).

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Aunque en las primeras décadas de este siglo decayóalgo el comercio, todavía llegó a nuestros días este pingüenegocio. La misma imprenta Santarén, de Valladolid, concuyo encargado pude llegar a conversar en un par de oca-siones, hizo tiradas increíblemente largas de un papelcontra las brujas que llevaba la imagen de San Caralam-pio. Su mejor cliente era el peculiar Dorimedontes, únicoheredero de una acaudalada familia gallega, quien, trascasar con una rica heredera, tuvo una hija; la desgraciavino a cebarse sobre él llevándose a su mujer y a la peque-ña de muerte repentina. Dorimedontes atribuyó a las mei-gas el suceso, aparentemente inexplicable, y se dedicódesde entonces, abandonando casa y tierras, a regalar porlos pueblos estampas contra las brujas. Una manta y unzurrón al hombro eran su único equipaje, completando suimagen un largo bastón, con el que a duras penas disimu-laba su cojera, y una barba que le daba venerable apa-riencia.

A este respecto, solían recordar los impresores que ha-bía dos tipos de clientes, los que andaban de pueblo enpueblo por cumplir una promesa (como en el caso queacabo de narrar) y los que practicaban el oficio simple-mente para ganar dinero (a los que ya me he referido bre-vemente antes). De estos últimos, sin duda, partiría la cos-tumbre de cortar en dos trozos el papel del romance(aprovechando que solía haber una primera y una segun-da parte), para vender la historia en dos veces y obtener eldoble de beneficio.

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EL MENSAJE

Joaquín Marco, en su excelente estudio sobre la Litera-tura Popular en España, incluye las coplas dentro de la li-teratura popular folletista: «En esta literatura cuya premi-sa es la actualidad y, por ende, la fugacidad, hay que si-tuar los pliegos de cordel» (Marco, I, p. 35). En efecto, lalista de temas que se anuncian como «nueva relación»,«canción nueva», «nuevo romance» o «papelito nuevo» estan extensa que sólo una afición casi patológica de la au-diencia hacia lo moderno, hacia lo reciente, justifican quese prescindiera tan injustamente de lo antiguo o se tuvieraque enmascarar a hurtadillas, como cuenta Julio Nombelaque le propuso el ciego metido a impresor con quien se lastuvo que haber para ganarse unos cuartos: «Tengo agota-dos algunos romances muy antiguos que en su tiempo lla-maron mucho la atención. Haciéndolos de nuevo se vende-rán como pan bendito, porque, digan lo que quieran, enesto de los romances ninguno ha llegado a echar la pata alos viejos» (Nombela).

Esa servidumbre era bien conocida por los poetas que,en cualquier época, desearan hacer negocio a través de losciegos callejeros. Veamos lo que don Jacinto le propone aun amigo poeta para ganar unos dineros y poder salir deMadrid en Aventuras en verso y prosa, de Antonio Muñoz:«—Para salir de aquí puedes hacer un buen romance, vere-mos si hay forma de imprimirle, y, dado a los ciegos paraque le vendan y pregonen, puede dejarnos algún útil. —Noera mal medio, dijo el poeta, si tuviésemos algún asunto degusto y del tiempo» (Muñoz, p. 160). La misma afición porlo novedoso aprecian Ferrer del Río y Pérez Calvo al obser-var que muchos de los papeles pregonados siempre son«modernos», «desde que hay ciegos» (Ferrer, p. 377).

Otra de las cualidades formales del mensaje es su as-pecto atractivo o, por mejor decir, llamativo, sobrecarga-do a veces. Trueba recuerda en De flor en flor el interés

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que suscitaban en su alma niña todos esos títulos que losciegos repartían de pueblo en pueblo: «Cuando mi padreiba a alguna feria, esperaba yo con impaciencia su regre-so, porque sabía que me había de traer algún "nuevo ycurioso romance". Aunque volviese a las dos de la ma-drugada, me encontraba despierto esperándole, o mejordicho, esperando las coplas; y tal acogida encontrabanéstas en mí, que no me dormía hasta que las aprendía dememoria o poco menos» (Trueba, p. 273). Del mismomodo nos confesaba Teodosia de los Ríos, excelente in-térprete del romancero, cómo en su niñez seguía a vecesdurante todo el día a los ciegos por las calles de su pue-blo, Pesquera de Duero, hasta que se aprendía de corridolos textos, por no tener una perra para comprarlos. Laatracción estaba garantizada, aunque fuese produciendointranquilidad o espanto en el auditorio; de nuevo recu-rrimos al testimonio del gacetillero vallisoletano: «Antea-noche los ciegos vendían con mucho entusiasmo una hojavolante cuyo contenido eran noticias tomadas de algunosperiódicos; pero los vendedores sin duda eran empresa-rios de aquella edición y la pregonaban con grande alar-ma del vecindario, pues decían: "Las mangas de fuegoque han caído en Cataluña y que caerán en nuestra capi-tal". No sabemos cómo la autoridad consintió estos gritosalarmantes, porque las personas de espíritu apocado pa-saron un mal rato. Además nada sabemos de ningunamanga de fuego caída en Cataluña como no sea la de loscarlistas» (N.C., 14-VIII-1872).

Hay que reconocer en el ciego una facilidad para con-vencer y, sobre todo, un manejo hábil de la noticia paraque parezca verdadera, cierta, verísima, como anuncia-ban habitualmente los títulos de los pliegos y relaciones.Alvarez Barrientos descubre en el mensaje, sobre todo elde tipo social y político, un populismo, un oportunismoque ya denunciaron Ferrer del Río y Pérez Calvo; llegamás lejos, sin embargo, al atribuir al ciego un resenti-miento, o bien como vocero de las clases marginales obien como ser humano condenado a una vida realmente

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difícil (Barrientos, p. 325). El ciego de Buenavista parecedarle la razón:

Aunque haya sin luz nacidode lo mucho que vi yamuestra son estos bocetosque tomé del natural.Yo en mi guitarra os los cantopues siempre ha dado en cantarquien rabia o no tiene blancaque, para el caso, es igual.

(Bustillo, p. 1.)

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LA CENSURA

Esta afición a satirizar, esta inclinación de los poetaspopulares a opinar sobre lo divino y lo humano, hizo sur-gir a lo largo de la historia del pliego suelto —que, comohemos visto, es la de la imprenta— no pocas voces, enocasiones autorizadas y las más de las veces autoritarias,como la de la censura. Del siglo xv se conservan pocospliegos y, además, no se conoce ningún índice de librosprohibidos, pero ya en el XVI y desde sus primeros años seobserva un interés especial de la Iglesia por frenar deter-minadas licencias o abusos que habían llegado con el Re-nacimiento, como el de «explicar» la Sagrada Escritura.Por supuesto que las obras condenadas son obras —llamé-moslo así— mayores, es decir, libros o tratados con ciertaentidad que contenían doctrinas o ideas filosóficas que pu-dieran poner en entredicho lo establecido; de pliegos pocohay, aunque, por testimonios coetáneos, sabemos queexistía ya la norma de enviar a la censura cualquier tipode escrito que se quisiera publicar, si bien este tipo de pa-peles, por descuido de los impresores o por desprecio delos censores, pasaría casi siempre inadvertido. Uno deesos testimonios es el que nos da Cristóbal Bravo, poeta ycoplero ciego cuya figura estudió Rodríguez Moñino, queen unas quintillas contra la lujuria, gula y blasfemia escri-be la siguiente nota: «Para que ésta mi obra y las demássean corregidas y enmendadas, las someto y pongo debajodel gremio y corrección de la Santa Madre Iglesia Católicay de sus ministros.»

Salvo en casos anecdóticos y voluntarios como éste, sinembargo, la preocupación principal de la censura, comohe dicho, estaba en los libros y, por poner un ejemplo,aunque sea exagerado, recordaré las citas de contemporá-neos de Cisneros que le atribuyen la celebración de unAuto de Fe, siendo arzobispo de Toledo, en el que quemómás de un millón de volúmenes prohibidos, aunque algu-

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nos fuesen de gran valor. Este hecho, como se podrá ima-ginar, revela una obsesión que no es solamente de índolemoral, como muy bien acierta a señalar Antonio Márquezen su obra Literatura e Inquisición: «En términos socioló-gicos o de fenomenología religiosa, la Inquisición represen-ta el aparato policíaco de una casta sacerdotal en un mo-mento determinado de la historia de Europa, cuya denomi-nación política no puede ser otra que la de absolutismo.»

En el siglo XVII apenas aparecen tampoco pliegos conlicencia expresa y entre los documentos conservados enlos que se citen pliegos recogidos por la censura sólo semencionan aquellos que atentan gravemente contra laIglesia y su doctrina, amén de los que, por su grosería ofalta de decoro, atacan el buen gusto. María Cruz Garcíade Enterría se pregunta si esta aparente permisividad dela Inquisición se debe a una poco conocida liberalidad o aun descuido casi voluntario, por considerar a los pliegosmaterial de segundo orden.

Las normas, sin embargo, seguían existiendo y, en al-gunos casos, bien tajantes: se prohibía la impresión de«canciones, coplas, sonetos, prosas, versos y rimas, encualquier lengua compuestos, que traten cosas de la Sa-grada Escritura interpretándola contra su debida reveren-cia y respeto, profanamente y a otros propósitos, contralo que común y ordinariamente la Santa Madre Iglesia ad-mite».

Cabría sospechar también que una cierta práctica en eltrato con los ministros y representantes del poder ecle-siástico había habituado a los impresores a ejercer sobretodo lo publicado una autocensura. Sería una afirmacióndifícil de demostrar para esa época pero no para la actual,como luego veremos.

El siglo XVIII es otra cosa. Jovellanos, como buen ilus-trado, rechaza la proposición del impresor Ybarra paraeditar sus poesías en pliegos que luego puedan ser vendi-dos por los ciegos en las plazas. ¿Recelo ante una reaccióndirecta y descarnada del público hacia su obra? FranciscoAguilar Piñal reproduce, en una documentada antología

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de pliegos del siglo XVIII, la opinión que le merecían todosestos papeles volanderos a Meléndez Valdés, quien llegó aescribir un Discurso sobre la necesidad de prohibir la im-presión y venta de las jácaras y romances por dañinos alas costumbres públicas: «Nada presentan al buen gusto—dice Valdés— ni a la sana razón que las deba indultar dela proscripción que solicito. Son sus temas comunes gua-peza y vidas mal forjadas de forajidos y ladrones, con es-candalosas resistencias a la justicia y a sus ministros, vio-lencias y raptos de doncellas, crueles asesinatos, desaca-tos de templos y otras tantas maldades que, aunquecontadas groseramente y sin entusiasmo ni aliño, creídascual suelen serlo del ignorante vulgo, encienden las imagi-naciones débiles para quererlas imitar, y han llevado alsuplicio a muchos infelices. O son historietas groseras demilagros supuestos y vanas devociones... o presentan, enfin, narraciones y cuentos indecentes...» Aguilar Piñalagrega que una prohibición del Consejo del año 1798 paraimprimir esos papeles sin licencia fue, como en tantísimasotras ocasiones, desoída.

A la censura moral existente en siglos precedentes,aunque escasa, ha venido a sumarse la de los ilustrados(celosos vigilantes de la cultura popular) y la de los poetascultos, que consideran ya al género como un potencial (yodiría que seguro) enemigo. Frente a esta visión global,siempre aparecen los casos particulares o poco claros enlos que ni moral ni buen gusto tienen explicación comocausa primera de la prohibición. Uno no se explica, porejemplo, por qué se incluye en un Apéndice del índice In-quisitorial de 1817 el pliego titulado «Chistoso pasaje queha acontecido este presente año en Jerez de la Frontera,sucedido entre un molinero y un corregidor». Se alega es-tar comprendido en la regla séptima del índice expurgato-rio, pero por esa misma razón también podría haberseretirado de la circulación el romance de Pedro Marín yaconocido en el siglo XVIII, que dio origen a éste que comen-tamos. Más probable parece que sentaran mal estas co-plas porque se burlaban veladamente de las relaciones en-

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tre el Corregidor de la capital de España y Antonia Molino,famosísima intérprete de baile español, como bien aciertaa suponer Emilio Cotarelo y Mori en su Historia de la Zar-zuela: «Por entonces [habla de los años 1809 a 1813] fue-ron muy sonados los amores de esta bailarina con el Co-rregidor de Madrid y los ciegos resucitaron y pregonabanpor las calles las antiguas Coplas del Corregidor y la moli-nera.» El mismo Pedro Antonio de Alarcón, sin pretender-lo, legitima que consideremos injustificada aquella prohi-bición cuando en el prólogo de El sombrero de tres picospone en boca del pastor que le cantó el romance las si-guientes palabras: «¿Qué se saca en claro de la historiadel Corregidor y la molinera, que los casados duermenjuntos y que a ningún marido le acomoda que otro duermacon su mujer? Me parece que la noticia...»

Por otro lado —lo hemos comentado ya—, se comienzaa atisbar también una censura del «profesional de la infor-mación». A partir de 1850 se producen protestas entre pe-riódicos «serios y juiciosos» por la poca fiabilidad de lasnoticias divulgadas por los ciegos en los papeles impresos,como hemos visto. Hay también un exceso de proteccio-nismo en los gacetilleros y periodistas hacia el público, alque se pretende defender de patrañas y exageraciones«poco acordes con los tiempos que corren». Se lamentanlos concienzudos cronistas de que los ciegos cantan coplascontra el Papa (aunque no dicen que es porque se ha meti-do en terrenos políticos) contra el Rey (cuando éste esAmadeo, un monarca extranjero), o contra la propia Cons-titución (cuando ésta no refleja el sentir y los deseos de li-bertad de una sociedad en proceso de mutación). Pero, le-jos del apasionamiento transitorio de esas opiniones, unocree adivinar en la actitud decidida de esos ciegos canto-res un prototipo radicalmente contrario al que se nos hadescrito en algunos libros sobre la literatura de cordel, sibien esa gallardía, como ya hemos visto, pudiera estaramparada por Hermandades u organizaciones.

Tal vez hubiese también —y volvemos otra vez al terre-no comercial— un temor fundado a que los ciegos vendie-

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sen más papeles y se les hiciese más caso que al artistapopular y reconocido que ponía de moda la tonada. En1785, el Correo de los ciegos, órgano de expresión y co-municación de este colectivo, había pedido al Corregidorque se diese copia a los invidentes de todos los romances ycanciones que se interpretaban en el teatro. Inmediata-mente se escribe un Memorial, firmado el 6 de mayo de1787 por Martínez y Ribera, en el que se suplica que no seescuchen esas peticiones porque así cualquiera podrá sa-ber una canción y, pensando que él la canta mejor que na-die, quitará el mérito a los que la interpretan sobre las ta-blas; por otra parte —continúa el Memorial—, ya se sabeque lo que atrae al público es la novedad y que la genteacude al teatro cuando hay tonadilla nueva, hecho que de-jaría de suceder si previamente las cantasen los ciegos porcalles y esquinas.

¿Sería don Agustín Durán —como apunta Caro Baro-ja— quien pusiera en cuarentena todo este material, pre-viniendo a los investigadores posteriores contra su estudioy utilización, alegando razones estéticas y morales? Aun-que las palabras del autor del Romancero General sonacreditadas y concluyentes, ni son las únicas que se eleva-ron criticando el género, ni mucho menos las más duras:«¿Qué pudo hacer el pueblo bajo el imperio de la casa deAustria, sino enviar lo más selecto de él a verter su sangreen otros climas, y convertir en frailes la otra parte? Redu-cido a tal extremidad, el antiguo y fiero castellano doblósu cerviz al yugo del despotismo. Vencido en Villalar y pri-vado de toda esperanza de ser libre, dejó de existir comopoder público y se transformó en vulgo miserable. Comotal aceptó un género de poesía conforme a sus nuevospensamientos y el antes noble y patriota castellano fuedespués el siervo fanático de sus opresores, el verdugo delos pocos que intentaban sacarle de su estado. Supersticio-so, se dedicó a cantar los falsos milagros: esclavo en supensamiento, todo lo creía sin examen; pero valiente toda-vía y no teniendo héroes de buena ley que celebrar, cele-braba los malhechores y bandidos que burlaban la justicia

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de los hombres. Así retoñaban aún contra la tiranía losinstintos del fiero carácter castellano. Privado de cuantoestimula y engrandece el alma, extraviada su imaginacióny su razón torcida, olvidado de sus antiguas glorias, se co-rrompió y degradó hasta el punto de apasionarse de loque era más deforme y despreciable. Demasiado abatidopara que desde su bajeza alcanzase a mirar las clases másaltas de la sociedad en que vivía; entregado al desaliento yla pereza; contento entre la inmundicia que le rodeaba; in-diferente a los asuntos públicos con relación a sí propio,sólo veneraba, al través del prisma de sus errores, a la hi-pocresía como virtud, a la barbaridad como valor, al de-senfreno como heroísmo, a la charlatanería como ciencia,y a las falsas creencias como parte integrante del dogmaverdadero. La mentira más absurda era para él la verdadmás evidente si se acomodaba a sus instintos supersticio-sos y desde luego creía con toda su alma cuanto era impo-sible y absurdo. Este cenagal de corrupción, de falsa cien-cia y de fe extraviada, sirvió de materia a los romancesque los ciegos empezaron a propagar desde mediados delsiglo XVII, y que simpatizaron tanto con el vulgo alucinado,que constituyeron su catecismo, su encanto, sus delicias, ypuede decirse que hasta su único modelo ideal y su verda-dero retrato. Gratos le eran estos romances, porque perso-nificaban el denuedo en un contrabandista vencedor de unregimiento y que se burlaba de las autoridades que persi-guiendo un crimen lo hacían bajo las formas odiosas deldespotismo: interesábanle aquellos cuadros lascivos dondeuna dama resuelta dejaba la casa y ultrajaba la autoridadpaterna por seguir a un valentón rufián, a quien encubríaen sus robos y favorecía en sus asesinatos; batía las pal-mas de gozo cuando se le presentaba un enjambre de al-guaciles huyendo de un desaforado malhechor con visosde valiente; se entusiasmaba en pro del ladrón que soco-rría a los pobres con los despojos de los ricos; placíale ver-le subir animoso al cadalso donde, después de confesado,echaba un sermón muy tierno a los espectadores y moríatan persuadido como ellos de que iba sin tropezar a gozar

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de Dios, cual si fuera un santo; y en fin gustaba con desa-tino de hallar en estos romances un diluvio de milagros,de brujerías y encantamientos, una gaceta de terremotos ytempestades, incendios, pestes y castigos extraordinariosde la Providencia contra personas y pueblos enteros, so-bre todo si eran judíos, moros o herejes. Todas o casi to-das estas composiciones, consideradas como poesías, sondetestables; pero ofrecen mucho interés porque conservanlos vestigios de una civilización degradada, y forman elcontraste más notable entre el carácter y costumbres delantiguo pueblo ignorante con el del nuevo vulgo humilladoy envilecido; de la barbarie que camina a la cultura, con lacivilización que desciende a la barbarie» (Durán, p. XXXI)

Si hemos mantenido todo el discurso pesimista, duro,injusto, de Durán ha sido por completar la idea en él refle-jada de que el pueblo español —castellano, lo llama él—contribuyó, a partes iguales con los anónimos autores ydistribuidores de pliegos, a crear un tipo de literatura de-gradada y desviada. Escritores como Trueba, románticos ypor tanto defensores a ultranza del «pueblo» como colecti-vo depurado, sencillo, honesto, le eximen de antemano decualquier culpa, achacando todos los errores y deprava-ciones a personajes prototípicos del tipo de Perico el Cie-go, a su juicio responsable de la creación y divulgación detoda la mala literatura de aquella época y las anteriores:«Si hay quien dice que estos romances son obra del pue-blo, miente como un bellaco. El pueblo tiene su literaturaen prosa, que son los cuentos, y en verso, que son los can-tares, más decente, más sentida, más graciosa, más origi-nal, más espontánea, más característica; pero apenas tie-ne quien se dedique a recogerla, y estudiarla, y escoliarla,aunque ahora recuerdo que yo he dedicado a esta tarea lomenos diez o doce libros. Los romances de ciego tienenque ser dechado de tontería y de algo peor, siendo obra dequien son. Para componer los capaces de sustituirlos, senecesitan dotes que reúnen pocos o ninguno de nuestrospoetas: se necesita ser muy poeta y muy artista sin que loconozca el que lo es» (Trueba, p. 280).

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Para Trueba —para un escritor como él, que llama alpueblo «vulgo»—, autores como Perico el Ciego eran, ade-más de indeseables competidores, un hatajo de libertinosincontrolados a los que se podía fustigar so capa de refor-mador de costumbres: «Cuando por primera vez fui a Ma-drid, ya era piedra de escándalo en aquellas calles, por lassuciedades que cantaba, un ciego de diez a doce años.Aquel ciego es el que aún se conoce en Madrid con elnombre de Perico, y por espacio de medio siglo ha mante-nido su triste celebridad de desvergonzado, único títuloque tiene a la que goza. Pues bien, ¡el mismo Perico es au-tor de no escaso número de romances que encontré im-presos y con el nombre y la nota de propiedad del autor,entre los veinte mil que leí en mi casa y quemé en la eradel Mico!» (Trueba, p. 280).

Estas opiniones y otras similares nos llevan a la con-clusión de que hay algo, más allá del mensaje, que poneen guardia a los estetas y a los defensores del orden y eldecoro. En realidad, no es la temática del pliego la que lehace ser objeto de censuras y prohibiciones, excepto—claro está— cuando atenta frontalmente contra algunode los pilares de la Sociedad establecida. Rodríguez deLlano, impresor madrileño de quien ya hablamos anterior-mente, nos comentaba que, durante el período comprendi-do entre los años 1939 y 1962, en el cual tuvo que pasarpor censura cualquier papel (pliego, anuncio, cartel, etc.)que quisiera imprimir, llegó a adquirir un sexto sentidoque le advertía del peligro de publicación de algún temacon sólo leerlo, en cuyo caso y para prevenir pérdidas detiempo y dinero pedía al autor una autocensura o ejercíaél mismo funciones de corrector; pese a todas sus precau-ciones, sin embargo, alguna vez recibía la sorpresa de quele devolvieran un texto tachado con curiosas advertenciasdel estilo de: «Denegado por antiartístico» o «llevado a lacensura eclesiástica don Andrés dijo que no tenía nadamalo, pero que no podía darle el visado por ser muy malverso». En casos como el de «La mujer soldado», porejemplo, la censura fue mucho más expeditiva, pues se

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presentó en el establecimiento tipográfico un militar que,reivindicando atribuciones que evidentemente no se le ha-bían concedido, exigió de inmediato todos los papeles im-presos con aquel famoso suceso que sorprendió a la Espa-ña de comienzos de los cincuenta («una mujer cumple elservicio militar») y se los llevó, con la advertencia de queno se les volviera a ocurrir ni remotamente reimprimirlos.

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MENSAJES AMBIGUOS

Así, pues, vemos que lo que se dice o la forma en quese dice es menos importante que quién lo dice (sobre todosi esa persona tiene un ascendiente o una influencia sobreun número considerable de oyentes) o con qué intenciónlo hace. Un ejemplo: ya hemos publicado en alguna oca-sión el papel que jugaron los ciegos en la difusión de «nó-minas» contra las brujas y la peste, del tipo de la de sanCaralampio, aceptadas —o, por mejor decir, soportadas—por la Iglesia desde los primeros siglos, si bien imponien-do determinadas condiciones. Pedro Ciruelo escribe, apropósito de estos «papeles», en el capítulo cuarto de suReprobación de las supersticiones y hechicerías: «Estascédulas suelen traer colgadas al cuello algunos vanoshombres y mujeres para sanar de las calenturas, fiebrestercianas o cuartanas o para otras dolencias algunas; nosolamente en los hombres, mas también en las bestias, ár-boles y viñas. Y también las ponen a las mujeres que estánde parto, a los que tienen mal de boca, o almorranas ypara otras muchas cosas» (Ciruelo, p. 85). Y, poco mástarde, advierte: «Cualquier hombre o mujer que trae la nó-mina encerrada o cosida, aunque sea de muy santas pala-bras, si no la trae para leerlas o hacerlas leer algunos díasy horas para su devoción, sino que tiene confianza y pien-sa que en solamente traerla consigo sanará y será libradodel mal y del peligro, peca como vano y supersticioso» (Ci-ruelo, p. 89). Sobre el mismo aspecto se extendía un textocasi coetáneo, el Tratado de la Adivinanza: «Es de creerque aprovecharía más oirlo en la iglesia que no traerlocolgado del cuello... ca mucho es de mayor eficacia lo queentra por la oreja que lo que está colgado al cuello» (Adivi-nanza, 58 v.). A título de curiosidad se podría añadir el ca-mino que solían seguir estos papelitos: alguna imprentaespecializada (en Madrid y el siglo pasado, por ejemplo, lade Díaz de Rada) imprimía los «evangelios» (cuatro frag-

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mentos breves de los evangelios canónicos, compuestos enel tipo de imprenta más pequeño existente), papel de unos10 centímetros por 8 que posteriormente era adquiridopor diversos conventos donde las monjas se encargabande confeccionar un pequeño escapulario, primorosamentebordado, donde se metía el texto doblado en cuatro plie-gues (era creencia común, que contrasta con las adverten-cias que acabamos de transcribir, que abrir el escapularioy leer el texto o tocarlo equivalía a privarlo de sus propie-dades). Luego los ciegos se encargaban de venderlo portoda España y los curanderos de adquirirlo para, a su vez,repartirlo a enfermos y parturientas. Otro tipo de «nómi-na», la ya mencionada de san Caralampio conteniendo laprestigiosa cruz de san Benito, era también llevada por losciegos y vendida a los sanadores de personas y animales,quienes solían poner por escrito la fecha límite para la va-lidez de las presuntas facultades, según hemos podidocomprobar en alguna ocasión: «Para la saluz de la baca deX; bale por un mes».

A quien estas cosas le parezcan propias de tiempos re-motos le podremos asegurar que siguen existiendo, y contanta o más fuerza que en pasados siglos. Un ejemplo cla-ro lo tenemos en la oración del «Justo Juez», ésa que co-nocieron Quevedo y Lope de Vega de labios de los ciegosde su época, que atraviesa los siglos llegando hasta nues-tros días disparatadamente enriquecida por la tradición:don Jorgito el inglés la encuentra, como «detente», colga-da al cuello de un tratante portugués, quien la tenía comoel arma más eficaz contra los bandidos y salteadores:«Aquí llevo una oraçam o plegaria, escrita por una perso-na de virtud, y mientras no se aparte de mí no me ocurri-rá nada... Como la curiosidad es el principal rasgo de micarácter, dije al momento al hombre aquél, con gran calor,que si me dejaba leer la oración me proporcionaría unplacer vivísimo. "Bueno —contestó—; somos amigos y voya hacer por usted lo que haría por muy pocos". Me pidió elcortaplumas, y sin descoser el envoltorio sacó un pedazode papel, bastante grande, cuidadosamente ajustado a él.

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Corrí a mi aposento para examinarlo. Estaba escrito congarrapatos casi ilegibles, y tan manchado de sudor, queme costó trabajo descifrar su contenido; al cabo conseguíhacer la siguiente transcripción literal del conjuro, escritoen mal portugués, pero que me impresionó en aquella oca-sión, por tratarse de la composición más extraordinariaque había visto: El conjuro: "Justo Juez y divino Hijo de laVirgen María"...» (Borrow, p. 64). Teófilo Braga, folkloristaportugués, recoge la misma oración en las Azores, pero enverso:

Justo Juiz regedorsois direito rei e senhor;senhor de tempo antigofoste prezo e amarradopor mao do vosso inimigo...

(Braga, II, p. 202.)

Pablo Garrido lo describe como parte de un conjuropara librarse de todo mal, encontrado en Puerto Rico: «Sehacen unos panecitos de tela de gacela. Dentro del paneci-to se coloca la oración del Santísimo Justo Juez, la uña dela gran bestia y tres granitos de pimienta angola. Ese pane-cito se usa en la manga del brazo izquierdo. Con ese pane-cito, una se libra de todas las cosas malas: Santísimo JustoJuez, para que nuestros enemigos no puedan hacernosdaño y para librarme del peligro. Santísimo Justo Juez,hijo de Santa María, que mi cuerpo no se asombre ni misangre sea vertida, dondequiera que vaya y venga, las ma-nos del Señor delante las tenga...» (Garrido, p. 240). Por noinsistir más, recordemos que en Cuba aún se difunde hoydía esta oración —para hombre y para mujer— en un plie-go que transcribimos completo (en concreto, la modalidadde varón) y que debemos a la generosidad de María TeresaLinares, directora del Museo de Música de La Habana:

«Hay leones y leonas que vienen contra mí; de-ténganse en sí propio como se detuvo mi Señor Jesu-

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cristo con el Dominusdeo, y le dijo al Justo Juez: Ea,Señor, a mis enemigos veo venir, pues tres veces re-pito: ojos tengan y no me vean, manos tengan, no metoquen, boca tengan y no me hablen; pies tengan yno me alcancen; con dos los mido, con tres les hablo,la sangre les bebo y el corazón les parto. Por aquellasanta camisa en que tu Santísimo Hijo fue envuelto,es la misma que yo traigo puesta y por ella me he dever libre de prisiones, de malas lenguas, de hechice-ría y maleficios, y para lo cual me encomiendo a todolo angélico y sacrosanto, y me han de amparar losSantos Evangelios, pues primero nació de Hijo deDios, y vosotros lleguéis derribados a mí, como el Se-ñor derribó el día de Pascuas a sus Enemigos; dequien se fía es de la Virgen María, de la Hostia Con-sagrada que, se ha de celebrar con la leche de los pe-chos virginales de María Santísima por esto me hede ver libre de prisiones, no seré herido, ni atropella-do ni mi sangre derramada ni moriré de muerte re-pentina y también me encomiendo a la Santa Veracruz+Dios Conmigo, yo con El. Dios delante, yo de-tras de El. Jesús, María y José.

El que trajere esta Oración ha de tener devociónde rezar todos los días un Credo al Gran Poder deDios, y Salve a la Santísima Virgen, y debes poner, sunombre el que la lleve consigo. Padre, hijo y EspírituSanto Amén. Jesús.»

Reconozcamos que estamos ante mensajes ambiguos,equívocos, tanto más cuanto que se adaptan a funciones oprácticas diversas cuyo contenido dicta la imaginación.Pero ¿no es eso precisamente lo que pretende el poeta, ha-cedor o creador de fantasía? El texto de Iriarte que enca-beza el primer capítulo del Ensayo sobre la literatura decordel, de Julio Caro Baroja, por muy irónico que quieraparecer, refleja una admiración sin paliativos:

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Y, en verdad, Fabio, que la vez que llegoa una esquina o portal, en donde un ciegocanta y vende sus coplas chabacanas,cercado de vulgar y zafia gente,me quito mi sombrero reverente,diciéndole con suma cortesía:Dios te conserve, insigne jacarero,que nos das testimonio verdaderode que aún hay en España poesía.

(Caro, p. 41.)

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EL REPERTORIO

El género literario más frecuentemente empleado porlos poetas callejeros era el romance en asonante y en tirasde versos seguidos, aunque también abundaba el romanceestrófico y, algo menos, el romance con estribillo; en ordende importancia seguían las canciones, representadas prin-cipalmente por décimas, seguidillas, quintillas, cuartetas ypareados. No eran infrecuentes los cuentos, y durante elsiglo XIX proliferaron las novelas cortas (muchas de ellastraducidas del francés y del inglés) y las historias novela-das. La literatura dramática, principalmente el sainete,también tenía su apartado, apareciendo a veces autos, to-nadillas, monólogos, reducciones de zarzuela y de ópera y,más recientemente, revistas y cuplés sin olvidar los bailespopularizados, que en cualquier momento tenían cabida.

Decíamos que el género más abundante en los pliegosera el romance y apenas necesitamos testimonios paraconfirmarlo. Lope de Vega en Santiago el Verde da, en dosversos, la clave de esa proliferación: además de ser su mé-trica la preferida por los españoles para expresarse, sustemas se aprendían desde la más tierna infancia, bien enel hogar, bien en la escuela, donde eran usados los pliegoscomo material de lectura, lo que lleva al Fénix a hablar de

«los antiguos romancescon que nos criamos todos»,

opinión que se ve corroborada por Rodrigo Caro cuando,para demostrar que el romance del Marqués de Mantuaera uno de los más leídos por los pequeños en sus prime-ros encuentros con las letras, dice:

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«¡Oh noble marqués de Mantuaqué de veces repetidofue tu caso lastimeroque en la escuela deprendimos.»

(Moñino, 1970, p. 18.)

Y Quevedo remata en su Discurso de todos los diablos que«los romances de garganta en garganta» eran cantados yrecantados «al son de las alcuzas y de los jarros y de losplatos» por los muchachos que iban a la taberna a porvino con el maravedí o por las mozas de fregar (Quevedo,p. 238).

Algunos de esos textos, de lenguaje oscuro y altisonan-te, no eran siquiera entendidos por sus intérpretes o porsus oyentes, quienes, con héroes y caballeros, se fabrica-ban una mitología de andar por casa. No nos ha de extra-ñar, por tanto, que en un entremés anónimo de comienzosdel siglo XVII, uno de los protagonistas, llamado Bartolo,pierda la razón leyendo romances; un amigo suyo comen-ta:

Tanto por cuanto ya os digoque vuestro yerno y amigoquiere partirse a la guerray dejar su esposa y tierra,que lo consultó conmigo.De leer el romanceroha dado en ser caballeropor imitar los romancesy entiendo que, a pocos lances,será loco verdadero.

La despedida de Bartolo, en efecto, no puede ser más des-cabellada, soltándole a su pobre esposa esta sarta de ver-sos romanceados:

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Teresa de mis entrañasno te gazmies ni jaquequesque no faltarán zarazaspara los perros que muerden.Aunque es largo mi negociola vuelta será muy breve:El día de san Cirueloo la semana sin viernes;acuérdate de mis ojosque están, cuando estás ausente,encima de la narizy debajo de la frente.

Como un nuevo Quijote —qué cerca ambos en época e in-tenciones—, Bartolo inicia su andadura y encuentra a dosamantes, Simocho y Marica, que discuten. Toma a esta úl-tima por una figura femenina del romancero y dice:

Mira Tarfe, que a Darajano me la mires ni hablesque es alma de mis sentidosy criada con mi sangre.Y que el bien de mi cuidadono puede mayor bien darmeque el mal que paso por ellasi es que mal puede llamarse.¿A quién mejor que a mi feesta mora puede darsesi ha seis años que en mi pechotiene la más noble sangre?Esto dijo Almoradíy escuchóle atento Tarfe.

La retahila de Bartolo es escuchada por Simocho, que, conla boca abierta, no entiende tal galimatías; repuesto ya,contesta:

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Hermano, si estáis borrachoid a dormir a otra parteque aquí no hay moro ni moraporque somos dos zagalesque nos queremos casar.

E insiste Bartolo:

Retráctate Almoradí,que es razón que te retratesde tus mujeriles hechosy en cosas de hombres no trates.Dices que Daraja es tuya;suéltala, moro cobarde.—No quiero.—Pues por los cielos

que aquesta lanza te pase.—Ay, que me ha dado en las nalgas.—El diablo que los aguarde (dice Marica huyendo).

Se rebela Simocho:

—¿Cómo con la lanza mismano me vengo?

—Arre, arre (Bartolo se sube en una caña y la es-polea).

—Descabalgad del caballoy lo que hicisteis pagadme (Toma Simocho la lanza ydale a Bartolo de palos y tiéndele en el suelo y vasecorriendo).

(Cotarelo, I, p. 157.)

El entremés no puede ser más elocuente ni divertido.Flota en el aire la desconfianza de las gentes normaleshacia el género caballeresco; el exceso se paga, y es cier-to que una afición desmedida a tales romances, junto auna lectura indiscriminada y poco selectiva, pudo trastor-nar alguna mente y alborotar el juicio a más de uno, pero

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en el fondo de toda esa sátira subyace el verdadero pro-blema: el romance de pliego estaba en ese momento apunto de dar un giro a su temática y pasar de los viejostextos caballerescos a esos otros romances de «hombresque en las ciudades de España fuerzan sus hijas, matansus madres, hablan con el demonio, niegan la fe, dicenblasfemias... y fingen milagros», como dice Lope de Vegaen su Memorial dirigido al rey de España, que MaríaCruz García de Enterría descubrió en el British Museumen un tomo de Varios. Ya en el siglo XVIII vendrán a aña-dirse los romances de valientes y guapos mezclados conlos relatos de cautivos, para ampliarse en el XIX los capí-tulos dedicados a sucesos espectaculares y sangrientos ya las narraciones fantásticas o milagros portentosos de laVirgen.

Realmente, el oficio de vate no necesitó nunca de títu-los oficiales, así que, junto a autores consagrados queentraban en esta sociedad muchas veces sin quererlo,cualquier mediano zurcidor de versos podía meterse acomponer y dar a la luz textos. Quevedo, en el Buscón,nos narra la aventura que éste tuvo con un compañerode viaje, prolífico autor, quien era capaz de escribir so-bre cualquier tema que se le viniese a la mente: «Oigavuesa merced un pedacito de un librillo que tengo hechoa las once mil vírgenes, en donde a cada una he com-puesto cincuenta octavas, cosa rica... Yo, por excusarmede oir tanto millón de octavas le supliqué que no me di-jese cosa a lo divino, y así me comenzó a recitar una co-media que tenía más jornadas que el camino de Jerusa-lén.» Ambos viajeros se detienen en una posada —segui-mos escuchando a don Pablos— «y hallamos a la puertamás de doce ciegos; unos le conocieron por el olor yotros por la voz; diéronle una barbanca de bienvenido.Abrazólos a todos y luego comenzaron unos a pedirleoración para el Justo Juez en verso grave y sentencioso,tal que provocase a gestos; otros pidieron de las Ani-mas... recibiendo ocho reales de señal de cada uno»(Quevedo, pp. 347-348).

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El Buscón ve el negocio tan provechoso y elementalque, al poco tiempo y dándose una ocasión propicia, sehace poeta de lance para los copleros, pudiendo decir deeste modo con toda razón: «Ciegos me sustentaban apura oración —ocho reales de cada una—; y me acuerdoque... fui el primero que introdujo acabar las coplas,como los sermones, con aquí gracia y después gloria.»

Esta introducción de novedades y variaciones o decualquier pequeña recreación con sello de autor, no siem-pre se reconocía. Dado el carácter preferentemente anóni-mo de los textos, los recitadores se apropiaban pronto delas innovaciones haciéndolas suyas sin pudor. Juan Molle-do, autor palentino que escribió romances en las primerasdécadas de este siglo, se quejaba así (en respuesta a unapregunta del periodista Eduardo Ontañón) de esa invete-rada e ilícita costumbre: «Una vez me encontré a un ciegoque vendía coplas y le dije: —¿Tiene usted alguna de JuanMolledo de la Pinta, natural de Piña? —No señor, que nola tengo; que esas coplas no están bien hechas —me con-testó—. —Y entonces, ¿de quién es esa del blasfemo labra-dor que está usted explicando? —Esta es de un autor deValladolid que ha hecho ya otras muy buenas... Aquellome descompuso. —Sepa usted —le dije—, que eso es deJuan Molledo y que Juan Molledo soy yo.»

Más recientemente —y según nos contaba Ataúlfo Ro-dríguez de Llano—, escritores como Eugenio Revilla Sanzo Manuel Alonso Niño dedicaban toda su atención al nego-cio de los versos para ciegos; suscritos a varios periódicosde España, solían buscar en la sección de sucesos los crí-menes más llamativos y escabrosos para inventar sobreellos un romance y enviarlo rápidamente a la zona dondehubiese tenido lugar el suceso. Julio Nombela, en la obraya citada Impresiones y recuerdos, relata el caso de esetipo de poetas a los que contrataba un impresor —en estecaso concreto, uno que había sido cocinero antes que frai-le—: «Un cajista que trabajaba en la imprenta del DiarioEspañol cuando yo formaba parte de la redacción de eseperiódico, y que pasó a prestar servicio en otra imprenta

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que se dedicaba a imprimir los llamados romances de cie-go —que según parece, continúan ofreciendo buenas ga-nancias a los que los publican— me enteró de que en lacalle de los Estudios vivía un ciego ya muy viejo que ven-diendo aquel género averiado de literatura callejera habíahecho ahorros, de vendedor se había convertido en editory se entendía con los vendedores de romances de toda Es-paña. Cuando ocurría un crimen de los que ahora se lla-man pasionales o adquiría fama algún bandido de los querecorrían los campos de Andalucía o las escabrosidadesde Burgos y Toledo; cuando se cometía algún robo con elcorrespondiente asesinato o era ajusticiado algún reo deimportancia, llamaba a uno de los dos o tres poetas queno tenían sobre qué caerse muertos y estaban a su devo-ción, les daba instrucciones detalladas respecto del ro-mance que les encargaba, y si éste quedaba a su gusto re-muneraba su trabajo con treinta o cuarenta reales.»

También en alguna ocasión hemos hecho referencia alcarácter valiente y decidido de algunos ciegos, quienes,pese a su disminución física, llegaban a jugarse el tipo porun ideal que trataban de transmitir a través de su reperto-rio, preocupados como estaban por el desarrollo y evolu-ción de la Sociedad en que vivían. Convertidos en portavo-ces eficaces de proclamas políticas, escribían relacionescomo la siguiente, cantada por los copleros en muchas ca-lles españolas inmediatamente después de que José Bona-parte anunciara al país, mediante fijación de pasquines,sus pretensiones al trono:

En la plaza hay un cartelque nos dice en castellanoque José, rey italiano,roba a España su dosel.Y al leer ese cartel,Manolo, pon ahí debajoque me cago en esa ley,porque acá queremos reyque sepa decir carajo.

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En distintos lugares, pues (ferias, mercados, romerías,esquinas, plazuelas), y ante diverso público, el ciego crea-ba o recreaba su repertorio, poniendo en escena una ri-quísima y particular visión de la vida, la Sociedad y la po-lítica. Sin embargo, repetimos, el misterioso atractivo desu figura, la llamada sugerente de su entonación, el ali-ciente algo morboso de su marginalidad, un si es o no esvoluntaria, quedaban siempre por encima de su literaturao de su música.

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LOS TEXTOS

Hemos preparado, para finalizar, una selección de plie-gos, aparecidos a lo largo del siglo XIX, evitando por lo ge-neral incurrir en lo que ya hemos visto editado. Quien de-see ampliar la relación de títulos de ese siglo o de siglosanteriores deberá acudir al Romancero General de AgustínDuran y a la Colección de pliegos sueltos sobre poesía po-pular, romances, glosas, villancicos, canciones, coloquios yrelaciones de la Biblioteca de Salvá, debida a la pluma dePedro Salvá y Mallén. Otros testimonios muy curiosos leaportarán más datos. Ferrer del Río y Pérez Calvo hablanen su artículo sobre el ciego de algunos de los títulos que,en su época, pregonaban los cantores ambulantes: Lamuerte y pasión de nuestro señor Jesucristo, La historia delos doce pares de Francia, Las coplas de Calaínos, Los sieteinfantes de Lara, Pedro Cadenas, Rosaura la de Trujillo, LaCalavera fantástica, El suicidio atroz... (Ferrer, p. 374).

Charles Davillier, en su Viaje por España, da una infini-dad de títulos, entre los que destacamos: La tierra de Jau-ja, La vida del enano don Crispín, El judío errante, La his-toria de Pablo y Virginia, El trovador, La linda Magalona,Don Pedro el cruel, Inés de Castro, Los peligros de Madrid,Los amantes de Teruel, Francisco Esteban, Los siete her-manos bandoleros, Juana la valerosa, Atrocidades de Mar-garita Cisneros, Los toros del Puerto, El tango americano,El cantor de las hermosas... (Davillier, p. 897).

Cecilio Navarro, en su particular visión de El ciego enLos hombres españoles, americanos y lusitanos pintadospor sí mismos, ofrece, entre otros titulares, los siguientes:Los doce pares de Francia, Los amantes de Teruel, Las ten-taciones de san Antonio Abad, Milagros de san Vicente Fe-rrer, Los gozos de san José, Las siete palabras de Cristo, Lasmonjas de santa Clara, Los pastores de Belén, Coplitas alrey José, El himno de Riego, Los negros, El espadón, Mam-brú se fue a la guerra, La monja milagrera, La federal...

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Antonio Trueba recuerda los pliegos de Rosaura la delguante, La peregrina Doctora, La enamorada de Cristo,Genoveva de Brabante...

Por no continuar la lista interminable, acabaremos conMiguel de Unamuno, quien en Paz en la guerra mencionaa Aladino, Simbad, Carlomagno, Oliveros de Castilla, Artúsde Algarbe, Magalona, Genoveva de Brabante...

No sería difícil, recurriendo a textos literarios quemencionan el repertorio del ciego, hacer una lista larga,heterogénea, representativa e inconfundible; sin embargo,vamos a ofrecer unos pocos textos algo menos conocidos,renunciando a hacer una antología y quedándonos simple-mente con este ramillete de pliegos que, al lado de otroscientos y cientos, compusieron durante el pasado siglo esa«mercancía fantástica» a la que hemos tratado de acercar-nos en estas líneas.

El texto que presentamos en primer lugar reúne, bajola forma de romance (ocho sílabas y rima asonante en losversos pares), varias temáticas predilectas del público: losnombres de las mujeres y su significado, la adivinaciónpor medio de los astros y la forma de hacer un buen ma-trimonio. Pliegos de este tipo fueron editados en múltiplesy sucesivas versiones a lo largo de más de trescientosaños.

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CALENDARIO NUEVO Y CURIOSO,PARA EL PRESENTE AÑO Y TODOS LOS VENIDEROS.

Con él se acertará en la elección de esposa por medio delos signos planetarios y nombres de las mujeres.

Al que no entienda los astrosni conozca los planetas,ni las estrellas consulte,ni constelaciones sepa,ni los signos del zodiacobien conocidos le sean,le doy este Calendario;pero con tal que se entiendaque ha de darme conquibusó la mosca que se cuentaaunque le lleve de gratis.De este modo cuando leacon un poco de atención,se instruirá al pie de la letrade la condición de geniode aquella mujer que quieratomar para matrimonio.Atención que ya comienzalo que en el caso presentedebe servirle de regla.Supongamos que la chicaque quiere se llame Andrea.Feliciana, Sinforosa,Eulogia, Jacinta, Eusebia,y que en lunes ha nacido,esta será muy veletaé inconstante, pues la lunaejerce toda su influenciaen su dia natalicio;y si tal vez se le agregaser en el signo de Acuariono dejará de ser puerca

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ó meona por lo menos,reñida con las tareas.Si bajo el signo de Tauronació la niña, que es ella:la gustarán las visitasy será muy callejera,tendrá entrantes y salientesy hará cuantas diligenciaspueda para que el maridosaque el signo en la cabeza.Si se llamase Narcisa,Julia, Juliana, Inocencia,Ursula, Gaspara, Engracia,Baltasara ó Genoveva,y en martes naciere, entoncesdebe ser muy pendenciera,chismosa, refunfuñona;mas honrada si no aciertaá nacer en signo de Ariesque es de malas consecuencias,de Capricornio ó de Tauro,tres nombres que muy mal suenan.Si la joven se llamarepor acaso Micaela,deberá ser muy golosa;la gustarán las conservas,las yemas, los caramelosy otras tales frioleras:no será mal parecida,sí remilgada y compuesta,algún tanto melindrosa.Pero si tiene la estrellade haber nacido en el diaque toque la presidenciaá Mercurio, es necesarioque haya de ser embustera,algo amiga de la raspa,muy voltaria y muy coqueta,

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sin mantener su palabra.Lo mismo serán Nemesia,Nicasia, Clara, Biviana,Anastasia, Rafaela,Ramona, Matilde, Luisa;y si á todo esto se agregaque el signo Escorpión domine,ó el Sagitario siquiera,tendrá lengua maldicientecortante cual hacha ó sierra.Si fuera el signo de Libraserá inclinada á las pesas,gustará infaliblementede andar en compras y ventas,trueques, cambios y contratas.Si es Júpiter el planetaque preside al nacimientode una Juana, será bella,blanca, rubia, magestuosa;mas no obstante, será séria,poco garvo, mucha calma,un tanto ó cuanto tontuelay no de muchas palabras.Si el signo Leo se mezclaen su nacimiento, es fijoque será furiosa, fiera,furibunda, y todo cuantoen tal concepto se quiera.Antonia, Isabel, Jacoba,Liberata, Ana y Elena,si casualmente nacierenbajo la preciosa estrellade Venus serán muy lindas,vivas, alegres chanceras,juguetonas y graciosaspero sin pasar de fiestas.Mas de Géminis el signoestas intenciones trueca

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alguna vez y se burlade la mas fina prudencia;pues no apeteciendo juntasel signo de la doncella,la virgen desapareceporque el Sagitario llega.Si bajo Saturno nacela que se llama Manuela,Hilaria, Venancia, Justa,Sabina, Marta ó Candelas,es de áspera condiciónrostrifruncida y traviesa,vigotuda y hocicona.Pero si el Cáncer se acercaal tiempo que nacer quiere,ejerce tal influenciaque llega á hacerse insufrible;inaguantable, y se empleaen trazas abominables,discurre ardides y tretas,compone drogas, venenos,y nunca se ve contentasino cuando causa males,disensiones y quimeras.A la que Urano presidellámese Francisca, Petra,Paula, Agustina, Teodoraó Catalina ó Lorenza,es tranquila, sosegadade una pasta muy buena;abunda en melancolía,no es escasa de pereza,aunque corta en el aseo;mas bastante zalamera.A la que preside el Pisciscon su signo está contenta,es alegre y juguetona,asi lo serán Clementa,

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Margarita, Joaquina,Carlota, Victoria, Aleja,Asunción, Rita ó Bernarda,habla mucho, canta, juega,baila, brinca, mas con todo,en medio de tantas fiestastiene muchos malos ratos,pues fácilmente se altera,se incomoda, se alborota,pero se queda serenay vuelve á su alegríaen un volver de cabeza.No sabe guardar rencores,y buenamente se prestapor su bondadoso geniopara servir á cualquiera.Las Ineses y Domingas,las Getrudis, Magdalenas,Cayetanas y Simonas,son gazmoñas las mas de ellas,pecan un poco en devotasy son algo marrulleras,sin embargo suele haberescepcion en esta regla,si el signo Virgen las tomaá su favor, y se empeñaen darlas su protección,porque en vez de zalameraslas hace francas, sencillas,gustosas y placenterasen el trato de los hombres.Persigue el Aries á Eugenias.á las Alfonsas, Cristinas,Constanzas y Doroteas;pero las defiende Martecon su espada y su rodela.En continua oposiciónel viejo Saturno queda

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con el bribón Capricornio,pues siempre con voz siniestray en ademan imponenteamenaza su cabeza,si echar por tierra tratareá las Ignacias, Teresas,Eulalias, Rosas, Genaras,Cecilias y Timoteas.Venus con el signo Virgotiene pesadas contiendas;mas Júpiter, á su hijatrata de ponerla en regla,y al signo Acuario interponecon que un tanto la refresca,y mezclándose la Lunaá veces en la pendencia,con repetidas visitasdel cuidado saca fueraá las Gregorias, Marías,Victorianas y Tadeas,Javieras, Carmen, Angustias,Concepciones y Mateas:las Josefas, Petronilas,Dolores, Blasas, Vicentas,siempre son olvidadizas,doloridas y frioleras,trabajadoras á ratosy á lo mejor emperezan,según que Marte ó Saturnoacuden con su influencia.Mi Calendario no falta,y á cualquiera hago la apuestaque observándole en un todosi no la acierta la yerra,lo mismo que en lo demásnos lo indica la esperiencia.Los signos lo están mostrando,nos lo cantan los planetas;

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con que ojo al Cristo, muchachos,comprádmelos á docenas,por cientos ó por millares,ó por manos ó por resmas,como queráis me convengocon tal que salga mi cuenta.No hay mucho que discurrir,ni romperse la cabeza,ni derretirse los sesos,ni hay que quemarse las cejas;solo exige cuidado,atención y diligenciaen aprender bien los nombresde mujer signo y planeta:fijarse en sus variedadesy notar las competenciasque hay entre los unos y otros.Aprendidas bien las reglaspuede el que quiera casarsedormir bien á pierna sueltay no dársele cuidadoen la elección que pretendahacer de esposa á su gusto.Mas si acaso sucedieraque en algo me equivocase,justo es que todos convenganque la voluntad de Diosen todo y por todo es hecha.

FIN

MADRID.—1858.Imprenta á cargo de José M. Mares,plaza de la Cebada, núm. 96.

Un apartado importantísimo dentro de la literatura decordel lo constituía el papel dedicado a las obras escéni-cas; en pliegos aparecieron tonadillas, sainetes, loas, mo-

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nólogos, pasatiempos, números de zarzuelas, extractos deóperas y hasta resúmenes de dramas conocidos. Así se ex-plica que aún hoy día haya gente de más de setenta añosque recuerda de memoria fragmentos del Tenorio sin ha-ber visto nunca la obra completa o sin haberla representa-do en las célebres «comedias» rurales. Los géneros meno-res como la revista, el cuplé, vodevil, etc., popularizarontambién muchos de sus números cantables gracias a lospapeles de colores en que se divulgaban, que se vendían ala salida de los espectáculos. Más recientemente sucedió lomismo con el cinematógrafo, cuyos programas de manoservían a menudo como cancioneros portátiles para llevara casa y recordar después las melodías y letras más pega-dizas.

El siguiente sainete puede servir de ejemplo de pliegocon un contenido popular y divertido.

EL MAESTRO RUSOo

LOS CELOS VENGADOS.

PIEZA EN UN ACTO.Para cuatro personas.

BARCELONA: Imprenta de Llorens, calle de la Palma deSta. Catalina, 6.

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PERSONAS

—D. Torcuato, padre de—D.a Ramona, querida de—D. Isidoro, maestro ruso.—Inés, camarera.

La escena figurará un salón lujosamente en casa D. Tor-cuato.

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Aparece Inés cantando.

Yo que soy linda,no hallo querido...niño Cupido,Dios del amor...porque no hieresá un hombre hermoso?dame un esposo...consolador.

Diez y seis añosjustos yo tengo...y me mantengode la ilusión...Mándame un joven,oh niño ciego!calma te ruegomi corazón.

Señores, sé la razóncierta porque no me caso;es porque soy camareray no mujer de alto rango.

Todo lo puede el dinero...y es menester aguantarlo...el poder de la hermosuraen la bolsa está menguando...

Toma un espejo y mírase en él.

Y por qué yo siendo hermosanadie de mí hace caso?pobre Inés, bien se conoceque en tu bolsa no hay un cuarto!

Tal vez haciendo muecasó el ojo izquierdo guiñando,lograré que algún buen mozoesté de mí enamorado...

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Hace diferentes muecas en el espejo.

Así parezco mas bella...el ojo así colocadoparece que está mejor...tengo un genio endiablado...

Mas veo que están ocultosmis dientes que son muy blancos;que todo el mundo los veaconviene para mis cálculos.

Mira por el balcón y ve entrar á D. Isidoro.

Jesús! ya sube un señorbien vestido, hermoso, guapo...me habrá visto, si, no hay masestá el pobre enamorado.

Sale D. Isidoro saludando cortesmente.

Inés. Qué se ofrece, caballero?Isidoro. Está el señor D. Torcuato?Inés. (Que estúpido, ni me mira,

miren que cara de gato!Yo que pensé en el subirque para mí había entrado!va muy mal, pues el primerome lleva un solemne chasco).

Isid. Pues aquí puedo aguardarlo...Inés. Usted mismo: (allá me voy

porque aun no me ha mirado.) Vase.Isid. No ha sido mala invención

haber puesto en el Diario...soy un profesor de lenguas...con prontitud y barato...Por dinero, el holgazánestá en continuo trabajo...yo que no tengo conquibusdebo muy pronto buscarlos.

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Pero pues veo que tardamucho el señor D. Torcuatome marcho á dar una vuelta:y volveré dentro un rato. Vase.

Sale Inés.

Gracias á Dios, ya está fuerael mico, el cara de gato.Vive Dios! los hombres sonhoy día desvergonzados.

En qué tiempo hemos venido!á qué tiempo hemos llegado!Irse de aquí un caballerosin mi cara haber mirado...!

Mas por esto no me arrendro;juro al desmoralizadome pagará su impolíticay á fe la pagará caro.

Sale Doña Ramona.

Inés. Buenos dias tenga V...Ramona. Inés, tráeme el Diario...

Vase Inés y vuelve con el diario.

Inés. Tome V. noble señora...ha venido un mentecato...

Ramo. Qué dices tú, lengua larga...Inés. Digo que aquí ha entrado

un hombre algo impolíticoque pedia á don Torcuato. Vase.

Ramo. Venga la parte política...nada de interés, es claro...el correo de Madridvamos á ver que ha llevado...

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Nada de particularreales decretos varios...Venga pues la gacetillade noticias calendario...

«Fenómeno Profesor;»Señor Isidoro Sábio...»en una hora enseña el ruso...»y en dos el italiano...»Dará lecciones en casa»por un precio muy barato:»pero pagando su importe»Por un mes adelantado»

Vaya que es interesantetal noticia del diario...pero con tan poco tiempoenseñar es algo estraño...

Mas se ven tales fenómenosen este siglo ilustradoque bien puede ser verdadlo que aquí leer acabo.

Pues quiero aprender el rusoy después el italiano.

Sale D. Torcuato, Ramona le besa la mano.

Torcuato. Ramona adiós: di de nuevoque nos trae el diario?

Ramo. Si es verdad lo que he leidointeresante trae algo.

Dice allí en la gacetilla,que hay un hombre estraordinarioque en una hora enseña el rusoy en dos el italiano.

Torc. Es verdad, cara Ramonay vendrá este hombre tan sabioá enseñarte estas dos lenguas:quieres aprenderlas?

Ramo. Claro.

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Sale Inés.

Inés. Un hombre hace ya un momentopidió para D. Torcuato.

Torc. Y qué clase de hombre era?Inés. Era un hombre bastante alto,

feo como Satanás.y con su talle delgadoen vez de ser un buen hombreparecía un presidario.

Ramo. Y qué entiendes, bachilleratú si un hombre es feo ó guapo?

Inés. No tengo también dos ojosque de dia ven muy claro?Mas parece que en la puertahay alguien que está llamando...

Ramo. Al momento ve á abrir.Inés. Voy. (Si es el desvergonzado

como yo me llamo Inésllevará solemne chasco...) Vase-vuelve.

Es el mismo caballeroque pidió por D. Torcuato...

Inés esparce por el suelo grano de cualquier cosa.—Sale Isidoro.

Isid. Para servirles, señores (Hace unacortesía y cae.)

Inés. (miren el atolondrado —Riendo.la primera vez de entrarel suelo humilde ha besado).

Torc. Qué es esto buen caballero?se hizo V. daño acaso?

Isid. No señor...Inés. (Las narices

debía aquí haber dejado).Torc. A quien debo aqueste honor...Isid. Usted será D. Torcuato...Torc. El mismo para servirle...

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Isid. Soy D. Isidoro Sabio.Inés. Usted será aquel fenómeno

de que nos habla el diarioenseña el abecedario? Riendo.

Ramo. Señor, dispense V;desta mujer no haga caso...

Inés. (No ven? me llama mujery tengo diez y seis años...)

Torc. Siéntese V., caballero,y hablemos después un rato. Siéntanse.

Isid. Con el permiso de Vds.Torc. Pues, señor, yo le he llamado

para que V. me enseñaraá mi hija.

Isid. D. Torcuatopronto estoy para servirle.

Inés. (Miren la cara de gato...oigamos los disparatesque dirá este mentecato.)

Torc. Cuántas lenguas sabe V.Isid. Algunas: el italiano

el ruso, el turco, el francés,el holandés, el toscano,el griego antiguo y moderno,

El portugués, el sueco,el chino, el siciliano,el alemán, el inglés,el dinamarqués, el sardo,

El bélgico, el polonés,el austríaco, el prusiano,el arábico, el persa,el japonés, el peruano,y otros mil que largo fueranombrar en tan corto espacio...

Torc. No sabe V. el español?Isid. Jamás me lo han enseñado,

y además por qué saberlosi el español es el patrio?

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Inés. (Aprender el estrangerosin que se sepa primeroel lenguaje nacional,es de un solemne animal.)

Torc. Es V. universalen idiomas...!

Isid. Pues es claro.Mas sepa que de estudiartengo los ojos quemados.

Inés. (Por esto no me veríala primera vez que ha entrado.Si lo supiera al momentoquedaría perdonado.)

Y el idioma infernallo sabe V. insigne Sabio?

Isid. No sé cual es, señorita?Inés. Es el de los mentecatos,

y debe V. bien saberlo,porque en V. le es innato.

Torc. Por enseñar V. el rusocuánto quiere?

Isid. D. Torcuatopor cada uno que enseñédiez y seis duros me han dado...

Torc. Pues tome V., y á mi hijapuede enseñar de contado. Le da una onza.Ramona, ven hácia acápues don Isidoro Sábiote enseñará pronto el ruso.

Inés acerca dos sillas junto á la mesasiéntase Ramona y al sentarse Isidoro, sele rompe y cae.

Torc. Dispensad D. Isidoro...es un caso involuntario.

Inés. (No lo dije mentecatoque doble me pagaríasaquel chasco que me has dado?)

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Isid. Voy á enseñárselo en pié.Ramo. Como V. quiera D. Sábio.Isid. Esto es cosa de un minuto.Inés. Empezad pronto, canario.

(Tal vez yo lo aprenderésin costarme ni un ochavo).

Isid. Todos acaban en offsegún dice el diccionario...Vinoff, panoff, aceitoff,este es el vocabulario...

Inés. (Vinoff, panoff, aceitoff,mantecatoff, farsantoff,majaderoff, feoroff,imbeciloff, carnoff...Veamos en que vendrá á parareste ruso avinagrado).

Torc. Qué aguardais, D. Isidoro?continuad, enseñando.

Isid. No os molesteis, caballero;porque yo, ya he acabado.

Torc. Y dime tú Ramoncita,lo sabes bien?

Ramo. Pues es claro...Si es un lenguaje tan fácil;solo cuesta el pronunciarlo.

Inés. (Esto será algun embrollo...jóvenes enamorados,que no contais con Inésos llevais solemne chasco.)

Torc. Adios, noble caballero.Isid. Hasta mas ver, D. Torcuato.Torc. Celebraré este momento

de conocer tan gran Sabio. Vase,Ramo. ¿Quien me habia de decir

que D. Isidoro Sábioera el dueño de mi amory mi amante idolatrado?

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Isid. Ya lo ves cara Ramona;para estar pronto á tu ladofingí en enseñar idiomas,y lo puse en el diario.

Inés. (Ya lo dije, son enredos,que saldrán desbaratados...Fingiré estar ocupada...empero estaré escuchando...)

Hace como que arregla algunos muebles.

Ramo. Me amarás siempre, dí?Isid. SíRamo. Serás tu siempre mi amante?Isid. Constante.Ramo. Seguirás siempre mi suerte?Isid. Hasta la muerte.Ramo. Yo no quisiera perderte

tú eres mi amor, mi vida.Isid. Seré para tí querida,

sí constante hasta la muerte.Ramo. Amote con pasion...Isid. Te pago en igual moneda...Ramo. Sin tí mi alma triste queda...Isid. Toma pues mi corazon.Inés. (Esto va sério por Dios...

están muy adelantados...no pensé que enamoradosestuviesen estos dos!)

(Gozan ellos en amor;y yo que soy camarerade amor tengo una quimera...muy estenso es mi dolor.)

(Si yo no puedo gozartampoco ellos gozarán...Si los gozos no me dantodo lo he de estorbar.)

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(Qué siente mi corazon?qué sufre en su interior?Estos son celos ó amor...no... tan solo es ambicion.)

Ramo. No tardes querido mio;pues en zozobra estaré...

Isid. A las diez, aquí volveré...Ramo. En tu palabra confío. Vase Isidoro.Inés. Usted ya conoceria

á don Isidoro el Sábio...Ramo. Inés cierra pronto el labio.Inés. Perdone su señoría. Vase Ramona.

A las diez dice, vendráel maestro caballero...que venga... aquí le espero...á mí solo encontrará.

A ver si sabré fingirla voz de doña Ramona?Ya que el amor me abandonaá la astucia he de acudir.

Finge hablar con Isidoro como su señora.

Querido D. Isidoro,yo te adoro...si calmas mi frenesísoy de tí...bien su lenguaje fingí,el reloj atrasarétan solamente una hora...cuando vendrá mi señoracon él buen rato estaré.

Van las nueve y media á dar.

Toma el reloj de encima de la mesa yle pone á las ocho y media.

Media hora hay que aguardar.

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Sale Ramona y toma el reloj.

Ramo. Las ocho no puede ser,si no le habré dado cuerda?

Inés. Señora, V. no recuerdaembebida en el placer.

Ramo. Calla, calla, deslenguada...Inés. Amor, amor, amor... Canta.

alivio del dolor.Ramo. Inés, no te causa mengua

ser en todo tan cansada?...Inés. Si yo cansada no estoy.Ramo. No te digo esto, Inés.

Tú lo entiendes al revés,un rato á descansar voy. Vase.

Inés. Ahora se va á soñaraguardando den las diez...Ramona, yo tu altivezpodré esta vez rebajar.

Cupido, niño, traidor,hoy podré por mi astuciagozar un rato de amor.Me parece oigo ruido...sí, sí, llaman á la puerta...es suerte no esté abierta...este es el Sábio querido.

Me parece que no es hora...un rato esperar le haré...entretanto me pondréel gorro de mi señora.

Pónese una manteleta y el gorro y semira en el espejo.

Qué trage mas estrambótico!y qué facha tan ridicula!estamos en la canícula,tiempo en un todo despótico.

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Ahora apagaré la luz. Riendo,acabada de vestir...no podrá así distinguirel demonio de la cruz.

Apaga las lucesy va á buscar á Isidoro.

Salen Isidoro é Inés de bracero.

Isid. Aunque á oscuras estamosveo bien, Ramona bellapues tu vista es una estrellaque reluce mas que el sol...

Inés. No hables tan alto, querido; Fingiendo lavoz de Ramona.

no nos oigan Isidoro...ya sabes cuanto te adoroy cuan estenso es mi amor...

Isid. Cuanto tiempo ha que anhelabaestar solos un momentoay! cuán grande es mi contento!tanta dicha no esperaba...

Mira, te juro Ramonaser para siempre tu amantesumiso, humilde, constante...mi alma ser tuyo ambiciona...

Inés. Es completa mi alegríaestrechándote en mis brazos,

Isid. Ojalá en eternos lazoste tuviera vida mia.

Estando abrazados sale Ramona, con luzy esclama encolerizada...

Ramo. Picaro, infame, impostor,así te burlas de mí?

Inés. (Con la mia me salí.)

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Ramo. Desprecias así mi amor?Y tú, Inés, bachilleravete de aquí.

Inés. Si no es nada.Ramo. Eres en todo pesada.Inés. Si peso una friolera.

Que le va, ni que le vieneá V. si este señorsiente por Inés amor?

Ramo. No se que es que me detiene.

Sale D. Torcuato con bata.

Torc. Por qué tantos gritos dais?Inés. Jesus! de alegria lloro!Torc. Usted aquí don Isidoro?

que haceis que no os marchais?Ramo. Viendo yo la prontitud

con que el ruso me ha enseñadoá don Sábio he yo llamadopara enseñar la virtud.

Inés. (Mirad, señores, que pieza!y como sabe fingir!mas yo lo he de descubrir...)

Torc. Perdonad, vuestra bellezaestá espuesta á sucumbirasí á solas con un hombre.

Isid. No temais, tanta maldadno cabe en mí.

Inés. (La verdaddiré, aunque os asombre.)

Escuche V. D. Torcuato,la verdad quereis saber?escuchadme solo un ratoy os voy á satisfacer.

Ramo. Cállate, Inés bachillera...Torc. Inés, ya puedes hablar.

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Ramo. Si lo vas todo á contar. Bajo á Inés.no bajas por la escalera.

Inés. Ya que me estais molestandocon calma lo iré esplicando.

Mi doña Ramonaestá enamorada...cita tiene dadaen punto á las diez.

Mas yo que vigilopara mí, señorael reloj de una horaatrasé una vez.

Con esto Isidoro;que es fino y galanteporque es buen amanteviene con ardor...

Y así apresuradosube la escaleray á la camarerapronto hace el amor.

pensando que yo erami noble señoracon voz seductorame lleva hácia sí:

El se ha equivocado...y á solas estando...pronto me ha calmadoAy! mi frenesí.

Torc. Salga V. al instante,señor libertino...

Isid. (A medio caminome tengo que ir?)

Inés. De nada, amor mio. A Isidoro.gran Sábio queridole habrá á V. servidotanto y tal fingir.)

Isid. (He quedado muy confusocon un lance tan estraño)...

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Inés. (Ha sufrido un gran engañoel sábio Maestro ruso.)

Torc. Buen hombre os podeis marchar.Isid. Al instante marcharé...Inés. (De todo me reiré)Torc. Vosotras á descansar.Inés. Quede pues aquí notorio

mía la culpa ha de ser...y rogando á san Gregorio,es esto, noble auditorioastucias de una mujerno fué conmigo cumplidoy buen chasco ha recibido,

FIN

Las vidas de Jesucristo, la Virgen y los Santos, con susmilagros y hechos maravillosos, fueron fuente inagotablepara la creación poética de los copleros y sus vates. Encuanto a los aspectos doctrinales, los pliegos fueron utili-zados muy a menudo por la Iglesia con fines didácticos y,excepcionalmente, para subvenir a los gastos de obrasmonumentales como catedrales o iglesias.

Ofrecemos un tema cuaresmal, publicado por la Im-prenta Universal a fines del pasado siglo, como prepara-ción a la Semana Santa.

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SAETAS MISTICASo sean

DEVOTAS ORACIONES

para contemplar en toda la Santa Cuaresmacon devoción al Señor de la Sangrey a su amantisima Madre, con innumerablesindulgencias al devoto que las lleveen su compañía.

Si Adán en el Paraísoquedó cautivo y esclavo,Jesús, rescatarlo quiso,y escritura fué precisohacer a su Padre amado.

Quiero por nuestra flaquezadar a Dios satisfación,con sangre su escrito empiezacuando la Circuncisión.

Tanto extendió su escriturapor el huerto en oración,que sudando sangre puraregaba la tierra duracontemplando su Pasión.

Sangre por sus manos dabacuando en la Pasión le ataron,sangre su rostra manabade la cruel bofetadasiendo a Caifás presentado.

A una columna amarradosus huesos han descubierto,tanta sangre ha derramadoque todo el atrio es lavadocon los azotes sangrientos.

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Coronado con fierezacon las sangrientas espinas,sangre daba su cabeza,sangre sus ojos y cejas,sangre sus sienes divinas:

En un balcón le pusierony con acento prolijo,el pueblo sangriento y fiero:—«Caiga su sangre», dijeron,sobre nos y nuestros hijos.

Dando su sangre el CorderoPilato al pueblo presenta,ellos su muerte pidierony a la voz de un pregonero,dió la sentencia sangrienta.

Con un pesado maderodesangrándose camina,Dios y Hombre verdadero,de sangre forma un senderocon su palabra divina.

Esta sangre tan preciosade Jesucristo pisabansangrientas turbas furiosas,y unas mujeres piadosasde él se duelen, y lloraban.

Abriéndose sus heridasformó tres fuentes de sangrecon tres sangrientas caídas,cuando el Autor de la vidase vió con su triste Madre.

Entre la algazara y gritos,lleno de sangre y sudando,

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la Verónica le ha visto,y limpiando el rostro a Cristoen un lienzo fué estampado.

De sangre arroyos corríancuando a Jesús desnudaron,sangre sus pies despedíancuando en la cruz lo clavaron.

Tanta sangre derramópuesto en la cruz elevado,que Jesús se desangró,y la Escritura sellócon sangre de su costado.

Pecador, por tí se ha puestosangriento el sol y la luna,ensangrentado hasta el huerto,el balcón está sangriento,sangrienta hasta la columna.

Sangrienta está la carrerade la calle de Amargura,sangrienta está la bandera,sangrienta está la escalera,sangrienta la vestidura.

Sangriento martillo y dado,sangrienta la cruz pesada,sangrientos corona y clavos,para librar los pecadosla lanza está ensangrentada.

Quien esta oración presentetenga los viernes y luego,en esta sangre inocentemedite constantementeno arderá en eterno fuego.

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Borremos nuestros delitosconservando en la memoriala sangre de Jesucristo,para que por este escritogocemos lá eterna gloria.

ORACIONque se ha de contemplar en todos los viernes

de la Santa Cuaresma.

¡Viernes Santo, que dolor,a Cristo crucificaron!¡Alma, mira por tu ámormuerto en el Monte Calvario,por salvar al pecador!

Con gran grito y algazara,con trompetas y pregones,aquella gente malvadallevaban a puntillonesa la Majestad Sagrada.

Como si fuera un ladrónllevaban a Jesucristo.y delante iba un pregónpublicando en altos gritosla muerte del Salvador.

Para ver de caminarle daban de bofetones,y también de puntillones,que bastan para ablandarlos más duros corazones.

La sangre pura brotabapor cuantas venas tenía,en sudor frío mezclada,

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el alma se le salíaa cada paso que daba.

¡Qué paciencia, buen Jesúsgrande fué tu sentimiento;tres veces cayó en la cruz,cercado de mil tormentosde aquella gente feroz!.

Hasta el cielo se nubló,estrellas se obscurecieron,sol y luna se eclipsó,todos en tierra cayeroncuando Jesús espiró.

Por esta muerte de cruzy misterios consagrados,os suplico, Redentor,que nos concedas perdón,de las culpas y pecados.

Imp. Universal, Travesía San Mateo, 1.—Madrid.

Modelos de cartas de amor, prácticas de adivinaciónsobre los sueños, juegos de manos, aleluyas de aquellasque luego se recortaban en pedacitos para arrojarlos so-bre la procesión del domingo de Pascua, quiromancia,chistes, etc., componen un extensísimo apartado, reflejode la importancia que un género, hoy casi por completoextinguido, tuvo en la vida cotidiana, pública y familiar, denuestros antepasados.

El pliego que traemos como ejemplo de ese tipo de li-teratura «de evasión» se imprimió y reimprimió muchasveces en catalán y castellano, continuando una tradicióncoprológica muy del gusto de algunos poetas y literatos dela Península Ibérica.

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VIRTUDES DEL CAGARNuevo discurso pronunciado en la Cátedra cagatora

de la Universidad de Ensulamanca: por Macario Cagón.

Magis bonus est cagarequam vivire et manducare.Mejor cosa es el cagarque el beber y el manducar.Son palabras de un cagónque cagaba con tesón.

Discretísimos oyentescerrar los labios y dientes,tapad bien vuestras naricescon pañuelos o tapicespues mi culo según veo,ya despide algún correo.

Creo será convenienteel haceros hoy presentecon un sencillo discursolas propiedades de un curso.

A todos he de hacer verque jamás podrá haberrecreo más singularque el que produce el cagar.

Prestadme, pues, atenciónque os haré ver la razóncon la boca y el trasero,y sin vanagloria esperoalumbrar vuestras membranas:de la nariz las ventanas,os dirán si es evidenteaquel perfume excelente,tan puro, tan naturalque del culo al orinal,o a la noble letrina,traslada nuestra sentina.

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No digan soy indecente,porque delante la gentecago y hablo de cagar,ya que todos lo han de usar,desde el más grande al más chico,desde el más pobre al más ricomuy tonto será en verdadquien se esconda por cagar,y según llevo descritoencontré en un libro escritoque un antiguo doctor,que ya entonces mejormás util y singularfué su disputa cagar.

Esto lo creo muy bieny no dudo que tambiénvosotros lo creeréissi atención me teneis;pues intento no sin broma,sin quitar ni añadir coma,el demostraros en cuentaque quien no caga revienta.

Y para que mi auditoriosalga de este refectoriocompletamente instruidoen la mierdápolis, pido,al excelente traseronuestro humilde compañero,me dé elocuencia famosapara pintaros tal cosa.

Esta arenga que haréen dos la dividiré,probando en la primerael don de la cagalera,y mostrando en la segundaque es cosa sana y fecunday de inaudita excelencia,pues hablo por experiencia.

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PRIMERA PARTE.

Caco cacas cacareet alvum exonerare.Cagarruta cagajón,cagatorios y cagón,cagadero y cagador,cagar todos a cagar.

El emperador de la China,el sultán de Palestinay otros príncipes de Oriente,los reyes de Occidente,el de Francia y el de España,el de Irlanda y Gran Bretaña,todos los emperadores,duques, marqueses, señores,que en el mundo haber podrá,todos los que existen ya,y todos los que ha habido,menos poder han tenidoni jamás podrán juntar,como el señor don cagar.

Cagat homo, cagat mona,et cagat omnia persona.

Palabras de un boticarioque cagaba en un armario.

Caga, sí todo animal,caga el rico menestral,caga el sabio, el ignorante,la hormiga y el elefantecaga la gente de capa,lo mismo el rey y papay por fin caga tambiéntodo culo que va bienpues como dice el refrán

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inventado por Adán,que después de haber cagadoqueda el cuerpo descansadoy pujando y repujandomierda del culo va saltando.

Aquel petimetre finotan pulcro y tan lechuguinoque todo él es presuncióntambién caga a discreción.

Hasta aquellas señoritastan modestas y bonitas,cuando sienten patatús,y el culo les hace tus,sus honestas pasaderasdescubren de mil maneras.

El avariento afanosoque todo el año con gozocontando está su tesoropara ver su plata y oro,cual tarea por su tíani por nadie dejaría,hasta tenerlo guardadobajo cien llaves cerrado;se levanta presurosocuando el culo estrepitosole señala claramentela necesidad urgentede correr a la letrinay sentado allí imagina,que tal vez se ha olvidadode cerrar con el candado;más estoy persuadidoque aún estando advertidode allí no se moveráhasta que cagado habrá.

El lujurioso, que diga,cuando está con la amigay su negocio va en popa,

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si conoce que la tropaquiere salir del cuartel,¿a quien será mas fiel?¿cual sería la primerala niña o la cagalera?

El noble y el millonariocon estilo estrafalariosi alguno les quiere hablardicen que no ha lugarque está fuera, que ocupadono puede recibir recadoy el pobre impacientevuélvese maldiciente;más si en aquel instantela necesidad constantede cagar le diese el sonmás listos que un lirónles veríamos marcharsu vientre a descargar.

También vemos mucha genteque al criado o asistentea todas partes envíancuando ellos nada haríanpor más que fuese precisoque me digan llano y liso¿si obrarán de esta maneracuando tengan cagalera?

Hay quien diga, pues lo piensa,«Roma todo lo dispensa»más yo diré a estos talesque son unos animales,pues jamás podrán hallarquien dispense de cagar.

Por fin no hay cosa ninguna,solamente quien ayunaes quien se puede librarde la mierda y del cagar;pero hay un invonveniente,

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que sin milagro patente,pocos días viviríaaquel que no comería.

En el mundo han existidohombres que se han distinguidoen virtud y penitenciaque guardaron abstinenciaen el comer y beber,más nunca he echado de ver,ni en libros leí jamásque cuando el señor detráspedía para cagarque le hiciesen ayunar,pues al contrario de estose arremangaban muy prestopor temor de algún corsarioles manchase el tafanario.

He revuelto pergaminosde autores griegos, latinoshe leído la historiadel reino de cagatoria,he desenterrado huesosde culos chicos y gruesos,y de todos he halladoque en su tiempo han cagado.

Este es precepto justo,caga aquel que halla gustoy cagan los que padecen;si van duros se endurecen;otros engordan sin fin;hay culos que hacen tilín,otros trap, trep, trip, trop, trup,otros pam, pem, pim, pom, pum,cada cual hace su tonosegún el poder de su trono,

Aunque estuviese un díacreo que no acabaría,predicando a mis hermanos

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quienes me oyen muy ufanos;hago pues punto y apartebasta de primera parte.

SEGUNDA PARTE.

O quam utile es cagarequam dulce est ventrem vaciarein plasa, in horto, et in monte,in camino prope fonteet sit cagatio molestias,adhuc cagare inter bestias.

Son palabras de un diabloque cagaba en un establo.

Yo os contemplo parados,mis oyentes perfumados,al ver que es cosa tan claratodo lo que se os declaraos confesais convencidospues estais persuadidosde que tienen más poderque el mismo don Lucifer.

Salid, salid de temorque todo es un errorpues si bien es poderosono es menos delicioso,muy sano y muy agradableel cagar tan estimable.

El cagar os podrá darfuerzas para trabajar,ganas de mover los dientesy tratar con los parientes;él hará coser los sastresy evitará mil desastres;a los carriles andary a los marchantes comprar;escribir a los notarios

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y ocupar los boticarios,a los músicos tocary a las muchachas bailar;ganancia a los hortelanosy engañar a los gitanos;los escarabajos pelotasy a los zapateros botas;a las comadres tomary a los serenos cantar.

Aquel que no cagaránada de lo dicho hará.Aquí teneis la razóny apoyo de mi opinión,de que el cagar es bonísimoaunque su olor poquísimopues la nariz que atrapael efecto de la jalapay otras purgas más activashacen venir las salivashasta el más puerco y tenaz.

«Por vida de Barrabás»exclama aquel que hablandocerca está del que cagandole incensara las naricescon olor no de perdices.

Tres horas más hablaríay aun no concluiría,pero me avisa el culo,con natural disimulo,que acabó su cometido,y por esto me despidoencargándoos muy bienque caguéis por siempre. Amen.

FIN

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REUS.—Véndese en la librería «La Fleca» de Juan Grau,calle de Aleus, número 1. En la misma casa se halla ungran surtido de romances, saínetes, libritos, historias, co-medias, aleluyas de redolines, hojas de santos, soldados yconstrucciones. Depósito de libritos para fumar y cajas decerillas. Papel para escribir, sobres para cartas, plumas,juguetes, carteras, paraguas, etc. Todo a precios muy ba-ratos.

Uno de los géneros más vendidos por los ciegos duran-te el siglo XIX fue el de la novela histórica o pseudohistóri-ca, concentrada en 4 ó 5 pliegos y compendiando aventu-ras, viajes y largos períodos de tiempo en un solo cuader-nillo. Este tema de la Máscara de hierro fue uno de losfavoritos, imprimiéndose en muchos establecimientos ti-pográficos de España.

LA MASCARA DE HIERRO,ó FATALES CONSECUENCIAS

DE UNA PASION.

VALLADOLID.—1858.Imprenta de D. Dámaso Santaren, portales de Espadería, 9.

CAPITULO PRIMERO.

Carácter de D. Pedro Cristanval, héroe de esta historia.=Su elevacion á Virey de Cataluña.= Combate en un torneodel cual sale vencedor.= Reconoce en su contrario á laprincesa de Castilla.= Declaracion del amor de ésta háciaD. Pedro.= Casamiento de éste con la princesa.

Un gran político y valiente capitán descendiente de losReyes de Fez, estaba al servicio del Rey de España, el cualmediante los singulares méritos que aquel tenia contrai-dos y sus grandes acciones heróicas, le nombro Virey deCataluña y Caballero de la Orden de Alcántara. Este insig-

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ne hombre se llamaba D, Pedro de Cristanval, que dá mo-tivo á esta interesante historia.

Hasta los treinta años que contaba de edad, no le do-minó otra pasion que la gloria de sus hazañas y la ambi-cion. Ni las jóvenes mas bellas de la corte ni de las demasprovincias pudieron jamas cautivar su corazon, ni auncausar en su alma la mas simple emocion; pues preveíalas grandes debilidades en que suele hacer caer el trato delas mugeres, que huía con el mayor cuidado. Su menos-precio hácia el bello sexo era tan conocido, que ningunaabsolutamente, ni aun la mas bella y atractiva, se atrevió átenderle algun lazo para hacerle esclavo.

En aquel tiempo eran permitidos los desafíos, sin queel rango ni calidad de las personas fuesen motivos quedisculpasen la repulsa de un desafío propuesto, pues el su-geto que no le aceptaba, era de seguro tenido por cobardey cualquiera se creia con derecho para insultarle.

Un dia antes de que el nuevo Virey verifícase su entra-da en la capital de Cataluña, fué avisado de que un escu-dero que habia llegado, con motivo de las fiestas del tor-neo que se iba á celebrar tenia que hablarle indispensa-blemente. D. Pedro de Cristanval sospechó que era paraun desafío promovido por algun émulo; y aunque los prin-cipales de la asamblea intentaron disuadirle, y que al efec-to debia despedirse al escudero, alegando que para darprincipio el Virey á egercer su alto empleo debia aboliruna costumbre injuriosa á la Magestad del Rey y al que lerepresentaba; pero D. Pedro contestó enérgicamente:«Que habiendo tenido una gran decision por la profesionde las armas, no quería aprovecharse de su elevacion alpoder para envilecerlas, y que las dignidades no deben deningun modo afeminar el valor de un buen soldado.»

El escudero se presentó inmediatamente en la asam-blea, y habiendose descubierto la visera con altivez, sa-ludó á los circunstantes y volvió á cubrirse. Se dirige áD. Pedro y arrojándole un guante, éste lo acepta; en él secontenia un billete que decia: «A ti valiente militar desafio,lanza en ristre ó espada en mano. He recibido una grave

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ofensa tuya, y preciso me es vengarla. Sin presentarmecombate me venciste; pero hoy veremos si te acompañaigual victoria. Si te hiciese yo morder la tierra, sufrirás elyugo que te imponga; y si tu me vencieres harás de mi loque te agradare, salvo mi honor solamente =El caballeroDoncel.= » No dejó de sorprender á D. Pedro el contenidodel billete sobre la victoria que habia conseguido sin com-batir, en lo cual conocía se encerraba algun misterio; yaunque los señores de la asamblea intentaron saber sucontenido, nada pudieron conseguir.

El dia en que el Virey tomó el mando se abrió el tor-neo, los jueces se hallaban preparados en su lugar, el Vi-rey se presenta en un soberbio caballo, hace el saludo yqueda parado al frente. Su adversario se presenta al mo-mento, el cual montaba un brioso caballo blanco, ricamen-te enjaezado, y con las armas tan brillantes como el sol; elpueblo admira su bella presencia: hace el saludo, y esperael combate. Al primer choque que tuvieron quedaron am-bos fuera de los arzones; pero D. Pedro se colocó maspronto en la silla, y cargando con grande ímpetu sobre elcaballero de las armas blancas, al primer bote le cayó enel suelo.

El pueblo victoreó á D. Pedro; pero no dejó de sentir ladesgracia de su contrario, por quien tanto se habia intere-sado. El Virey baja de su caballo, y queriendo levantar lavisera á su contrario, lo contesta con la mayor dulzura:«Todavía no estás contento con tu victoria? Ninguno meha vencido en el mundo sino tú, y te suplico no exijas queyo levante mi visera. Baste esta confesion que te hagopara tu mayor satisfaccion.»

Mas D. Pedro le asegura que pudiendo aludirse su vic-toria a una mera casualidad debía continuarse la pelea, yle ayuda á levantarse. Se preparan nuevamente al comba-te con espada en mano; mas viendo el Virey que á su con-trario corría la sangre con abundancia, le grita diciéndole:detente que estás herido; á cuyo tiempo el caballero de lasarmas blancas dió un grito y cayó en tierra.

¡Que espectáculo se presenta á la vista de D. Pedro

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cuando se llega á socorrer á su enemigo, y al levantarle lavisera, vé que es la belleza mas perfecta de una muger!Muy conmovido por este suceso estraordinario, la bajó lavisera; y sin manifestar al público este secreto, manda queaquel sugeto sea llevado á su palacio. El Virey le sigue, átiempo que se le acerca un escudero y le dice al oido: «Se-ñor, el caballero á quien habeis herido es la princesa deCastilla, es la hermana del Rey...»

¡Cuál sería la sorpresa de D. Pedro con tan infausta no-ticia!... «¡Quién hubiera podido, decia, prever este tanatroz inconveniente!... Es posible, Dios santo, que yo hayaherido á la hermana de mi Rey?... Corramos en su auxilio,y procuremos los mas eficaces remedios». El Físico áquien habia confiado su sexo, (sin espresarle el nombre dela Princesa) le asegura que la herida no es mortal; mas sinembargo el Virey no puede estar tranquilo ni un solo mo-mento.

Habían pasado algunos dias, cuando sin saber la causaque pudiera haber motivado tan estraña resolucion de laPrincesa, tuvo la honra de ser llamado á su presencia, ypostrado á sus pies la pide perdon por su involuntarioatrevimiento.

La Princesa, con una amable dulzura, que penetró lomas profundo del corazon del Virey, le dice: «Levántate,D. Pedro, levántate: tu no tienes porque escusarte, puescumpliste con un gran deber, que tu honor asi lo habiaexigido. Yo fuí la imprudente y la culpable. ¡Plaguiera alcielo que yo me hallase tan inocente como tu! Hace muchotiempo que tengo secretos de importancia que comunicar-te, y es llegada la ocasion que lo sepas y que de tu mismaboca oiga el fallo de mi sentencia para acabar de saber midestino. Al concluir estas palabras, acompañadas de unprofundo suspiro, dijo.

No puedes ignorar D. Pedro, el cariño tan singular quemi hermano el Rey me ha manifestado siempre, en térmi-nos, que jamás pudimos estar separados; y tomé, con estemotivo, mucho gusto á todo lo que él estudiaba, de modoque causé grande emulacion á mi hermano, y en muy

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poco tiempo llegamos á ser la admiracion de toda la córte.Mi padre entusiasmado con tan grandes adelantos tenia lamayor satisfaccion en vernos siempre á su lado. No con-tenta con aprender varias ciencias, acostumbré mi cuerpoá todos los egercicios, y apesar de la flaqueza y debilidadde mi sexo, trataba yo de repararla con la mayor discrec-cion y cuidado, y aun me egercité en los torneos en loscuales siempre salia vencedora y aplaudida.

Apenas contaba catorce abriles, tuve el sentimiento deperder á mi querido padre el Rey, aquel respetable ancia-no, cuya memoria para mi... Entonces, valiente militar,hacías tu una guerra atroz á los moros, acuchillando sushuestes y desbaratando sus escuadrones, pues tu heroicovalor era bien conocido en Castilla.

Mi hermano, sucesor de mi padre en la corona, pene-trado profundamente de tu lealtad y demas bellas cualida-des en la milicia, no reparó en ponerte inmediatamente ála cabeza de un ejército, para que te opusieras á los fran-ceses que querian amenazar nuestras fronteras, puestoque habías vencido á los moros en diferentes batallas.

Con este motivo, y sin algun otro objeto particular, de-seaba yo conocerte valiente D. Pedro; mas ¡ay! que al pre-sentarte en la corte, el amor disparó una terrible flecha enmi corazon, cuya herida se agravó notablemente cuandote separaste... Mis esfuerzos todos fueron inútiles paraarrancarla de mi pecho...! Por otra parte, yo veía tu estre-mada indiferencia á las mugeres, y el desprecio que haciasde mis indicaciones cuando te dirigia la palabra, lo cual,para mi era un gran tormento, pues abismada en una pro-funda melancolía, tuve que retirarme á una casa de cam-po; pero aun allí me atormentaba la grande inclinacionque me atrevo á confesarte! Cuánto ha padecido mi cora-zon! mas tú D. Pedro no querías darte por entendido demi cariño...

Ultimamente, cuando llegó á mi noticia la eleccion queel Rey mi hermano hiciera en tu favor, premiando tus acri-solados servicios con el vireynato de Cataluña, me congra-tulé por ello, y desde entonces me propuse rendir tu cora-

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zon; esto es, la antipatía que siempre manifestaste á lasmugeres. Confié mis secretos á uno de mi servidumbre, yaunque con repugnancia, no pudo menos de poner en ege-cucion mi proyecto.

Mucho tiempo antes del torneo me había yo egercitadoen el manejo del caballo, en blandir la lanza y la espada,en términos que me figuraba la lisonjera idea de podervencer al mas valiente de la milicia; y de este modo el queaborrecía á las mugeres, por considerarlas muy debiles,depondría su antipatía hácia ellas, cediendo el valor de lavencedora. Mas ¡ay D. Pedro! que esto no dio por resulta-do sino una vana ilusion y un terrible desengaño. Te hemanifestado lo bastante. A tí, Virey, toca el fallo de estatragedia» y darme á conocer tu firmeza, y la superioridaden que te hallas sobre los esclarecidos príncipes que aspi-ran á mi mando».

En vista de tan encantadoras palabras que pronuncióla Princesa, no pudo menos de enternecerse el corazon deD. Pedro, el cual postrándose á sus pies, se espresó en losdiscursos mas tiernos; pidiéndola perdon por su indiferen-cia pasada, y adoptó instantáneamente los medios fogososque la Princesa le inspirára para consumar tan agradablesnudos. El secreto fué mirado con mucha circunspeccion,pues solamente dos testigos de la mayor confianza tuvie-ron noticia de ello.

Cuando ya fué efectuado su enlace, se retiró la Prince-sa á su palacio de recreo y el Virey se quedó en la capitalde Cataluña desempeñando su encargo; si bien antes desu separacion convinieron ambos esposos, con el mayorsigilo, los medios que habían de adoptar para verse, hastatanto que su matrimonio pudiera hacerse público. Con tanprudentes medidas, era de creer que no podría ser el se-creto descubierto.

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CAPITULO II.

Se retira la Princesa á su palacio de recreo.= Grave enfer-medad de ésta.= Marcha el Virey á ver á su esposa sinpermiso del Rey.= Dá parte al Rey de la ausencia de D. Pe-dro de la ciudad, un émulo suyo.= Se persona el Rey dis-frazado de correo en Barcelona. = Hace pesquisas por des-cubrir la causa de la ausencia de D. Pedro.= Medios deque se valen para ocultar la falta de D. Pedro.= Consigueel Rey penetrar el secreto hasta introducirse en el gabinetede la Princesa.

Ninguna reflexion turbaba la dulzura de ambos con-sortes: vivían llenos de placer, y solamente la ausencia po-dia causarles algun disgusto. Cuando la Princesa recibíaseguridades de reunirse á su querido D. Pedro, á los tresmeses de su enlace, notó que se hallaba encinta.

Aqui fué cuando su espíritu principió á padecer amar-gamente; y aunque una doncella suya, que merecía todasu confianza, intentaba consolarla desvaneciendo todoslos temores que la afectaban, no podia tranquilizarse, has-ta llegar al punto de caer enferma; se llevaba todas las no-ches llorando, porque tenia por cierta una infamia.

Habiendo sido avisado D. Pedro acerca del estado de laPrincesa, determinó pasar á consolarla á todo trance, paracuyo fin solamente lo confió á sus mas fíeles amigos. Alefecto dió un banquete á todas las personas mas principa-les asegurándoles que por algunos dias tenia precision deestar encerrado en su habitacion á fin de evacuar negociosde la mayor importancia; y por consiguiente, quedaba en-cargado del despacho su Capitan de guardias.

La noche siguiente partió el Virey al palacio de la Prin-cesa, á la cual halló tan mala, que juzgó permanecer allíalgun tiempo para ver si con su presencia la reanimaba; yaunque lo consiguió, como no podia menos de volver á sudestino, recayó su esposa en su anterior quebranto de sa-lud.

El Virey se afligió mucho con esta noticia, y no sabía deque medios se valdría para repetir su viage, mediante á

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que nunca falta algun rival ó émulo que pudiera dar cuen-ta al Rey, á quien conocía sobradamente, pues si bien erademasiado justo y bondadoso, era tambien muy justiciero;jamás se fiaba de ninguno para examinar las cosas, y unavez asegurado por si mismo de la veracidad de ellas, erainexorable; y en este caso por mas reflexiones que le hicie-ran nadie le hacia variar de sentencia.

No se engañó D. Pedro en su sospecha; pues tan luegocomo se hubo puesto en camino, dio parte al Rey el gober-nador de una provincia cercana, D. Guzman de Alnicaras,(que hacia mucho tiempo deseaba causarle daño, y á cuyoefecto le espiaba por medio de un confidente) asegurandolos rumores que corrian en todos los pueblos sobre la de-saparicion del Virey, abultando y exagerando las cosas conla proporcion que á sus intentos convenia.

Tan pronto como el Rey recibió el parte, dió orden deque iba á pasar unos dias á un convento: pero disfrazadode correo, y acompañado de su primer ministro llamadoMenques, partió para Barcelona, con el objeto de castigarrigurosamente á Guzman si le habia faltado á la verdad.

Habiéndose presentado en la casa del Virey manifestótenia que hablarle, pues traia negocios de suma importan-cia de órden del Rey. El Secretario y el Capitan de Guar-dias contestaron: que hallándose ocupado el Virey enasuntos muy urgentes y de la mayor consideracion, no eraposible hablarle; pero que podia entregar el pliego y le ba-jarían la contestacion.

No se le ocultó al Rey que habia un gran misterio, yhubiera seguido al Secretario, sino temiese ser descubier-to; por lo cual dijo á Menques que dudaba mucho de la fi-delidad de D. Pedro, y aunque el ministro trató de disua-dirle asegurándole que tal vez sería alguna intriga fragua-da por la perfidia, le contestó el Rey que habia. notado unagran turbacion en aquellos sugetos cuando estaban ha-blando, lo cual le hacia creer que el Virey estaba ausente;pero que sin embargo, no daría crédito hasta que por símismo lo viese.

Entre tanto el Secretario de D. Pedro y su Oficial de

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guardias proyectaron la idea de que éste se metiese en lacama y cerrar en todas las ventanas fingiendo ser el Virey,para que el correo no pudiera dar señales de su persona; yque para desvanecerle acerca de haberle ocultado antessobre su enfermedad, era motivado á que no podia hacer-se público por las consecuencias sobre un alboroto en elpais, á que eran muy propensos los catalanes, y porque nocreían tragese órdenes tan exigentes y de tanta urgencia.

Habiendo puesto en egecucion el proyecto avisan al su-puesto correo, que disimulando su impaciencia, y estra-ñando la nueva noticia de hallarse el Virey en cama, pasóá su gabinete manifestándole el Secretario, que sino fuerapor las órdenes que traia del Rey de ningun modo le hu-bieran informado del estado en que D. Pedro se hallaba.

Nada dudaba el Rey de cuanto pasaba, pues se ibaconvenciendo de que alli habia cosas muy estraordinarias;mas sin embargo, pasaba por todo haciendo que nada en-tendía. Cuando entró en el cuarto del Virey fué con el de-signio de salir bien iluminado de las sospechas que antesconcibiera; pero que le era indispensable hacer uso detoda la prudencia para manejar aquel negocio y no ser co-nocido de ninguno.

Sin embargo que el Capitan de guardias hizo perfecta-mente su papel, como agravado de una enfermedad nopudo pasar desapercibido para el Rey, pues conocía muybien que la voz no era la del Virey. Entregó el despacho, elcual se reducía á que inmediatamente se presentase D. Pe-dro en la córte, y como el Oficial de guardias ó supuestoenfermo, manifestase no tener ni aun fuerza para abrir elpliego, exigió el correo la contestacion por escrito manifes-tando en ella los pormenores para que el Rey no dudasedel cumplimiento exacto de su mision.

Así que el Secretario se separó manifestó el Rey á suministro Menques el deseo de sorprender á D. Pedro, puesconocía hallarse ausente, y que debían enviar posta paranoticiarle lo que pasaba; al efecto se retiró á una fondadesde la cual podia facilmente observar cuanto pasaba enel palacio del Virey, mientras que el ministro Menques dis-

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ponía los caballos. Efectivamente, al poco tiempo se pre-senta el Capitan de guardias en la casa de postas en buscade caballos, y el Rey con su ministro le siguen á cierta dis-tancia sin perderle de vista.

El Capitan de guardias, Alvarez, llegó al amanecer á unpueblo, en el cual á corta distancia había un palacio, y poruna puerta secreta entró en él. El Rey, que todo lo iba ob-servando, no dudó que estaría allí D. Pedro; pero lo quemas le alarmó fué el saber que aquel palacio era de suhermana la princesa Emilia, destinado para su retiro, endonde no podia creer el Rey se hallase, puesto que cuandosalió de la córte con permiso de su hermano, dijo marcha-ba á Aragon, á un punto distante unas doscientas leguasde allí: desde cuyo sitio fechaba ella las cartas.

Muy encolerizado el Rey con este engaño, decia á suministro Menques: ¿Es posible que una hermana tan que-rida haga una accion tan vil conmigo? ¿Por qué dá moti-vos á quejarme de su conducta? No te acuerdas de mioposicion á que saliese de la córte? no estaría yo en elcaso de sospechar fundadamente que al querer separarsede mi lado, habia imperiosos motivos para ello? Quién di-ría, Menques, que la Princesa se hallaba doscientas leguasdel parage en que yo creía! ¡Pero con quien la hallo! ¡Ohcielo santo! Con un pérfido que ha abusado de las muchasgracias y favores que le he dispensado!... Con un hombreque se ha atrevido á profanar lo mas sagrado! Ah vil, trai-dor; tu pagarás la alevosía, y contigo espiará su delito laque ha infamado la sangre real que circula por sus venas.

El ministro estaba lleno de sentimientos por el apuroen que se hallaba la Princesa y D. Pedro, y aunque su ma-yor deseo era interponer por ellos sus ruegos, no se atre-via á suplicar al Rey, á quien conocía, pues era inflexible;no se apiadaba cuando se creia ofendido.

Profundamente estuvo meditando el Rey, y en su con-secuencia dijo á Menques, que habia premeditado el modode descubrir el enigma; pues que habiendo servido en sustropas el primer escudero de la Princesa, no podría menosde satisfacer sus deseos á todo trance. Al efecto le mandas

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venir á mi presencia, dijo el Rey, sin perderle de vista nipermitirle hable con mi hermana. Quiero castigar á losculpables sin hacerlo público, para que mi honor no pa-dezca.

Menques, aunque con repugnancia, no pudo menos deobedecer; y al efecto, habiendo buscado al escudero Do-mingo le obligó a presentarse al Rey, lleno de pesar, puesconsideraba que su soberano le haria quitar la vida, sibien el Ministro le había asegurado que por medio de unahumilde sumision alcanzaría el perdon.

El Rey cuando vió á Domingo, le hizo preguntas sobreD. Pedro, y que si mediante el aviso que le diera Alvarez,el Capitan de guardias, intentaba fugarse; á lo que fuécontestado de que el Virey tenia dispuesto presentarse enMadrid. Volvió á ser interrogado por el Rey, para que bajopena de la vida, refiriese cuanto pasaba sobre la Princesa.

Domingo, considerándose perdido, se postró á los piesdel Rey, ante quien hizo confesion detallada de los amoresde D, Pedro y la Princesa, reveló lo ocurrido en las fiestasdel torneo y el casamiento, concluyendo con el estado fatalen que la hermana del Rey se hallaba respeto á su salud,lo cual motivó el viage del Virey desde Barcelona.

Centelleando de furor el rey le dice á Domingo: «El úni-co medio que tienes para salvarte es el introducirme en elcuarto de la Princesa, para sorprender al infame que medeshonra; en cuyo caso te prometo dejarte marchar áotros paises.» Domingo palidece al considerar que para li-brar su vida tiene que ser el fatal intrumento de la ven-ganza del Rey; quien le advierte diciéndole: que no se pa-rase en temores, pues le aseguraba que no mancharía susmanos en la sangre de la Princesa, que por lo demas nodebia ni estaba en sus atribuciones investigar los arcanosdel Rey.

El buen escudero le prometió cumplir fielmente sus ór-denes introduciéndole con el mayor sigilo, y prometiéndo-le el Rey nuevamente su perdon.

Mientras estas cosas pasaban se hallaba D. Pedro en lamayor consternacion, consultando con su Capitán de

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guardias, Alvarez, sobre el medio que en tan criticas cir-cunstancias se debería adoptar. Estoy vendido, mi amigoAlvarez, decia el Virey; indudablemente puede haber habi-do algun rival que haya dado parte al Rey acerca de nues-tros amores, y tan pronto como me presente en la córteme manda quitar la vida. Créeme mi amigo Capitan; peroal menos llevaré al sepulcro el consuelo de haber estadoaliado á la sangre de los Reyes de Castilla.

Alvarez, que no podría pensar que el Rey estuviese tanproximo, opinaba de distinto modo, pues decia conveníaesperar á que le pasase la cólera, justificándose desdeaquel sitio; pues que la Princesa se hallaba en aquel esta-do tan espuesto y sucumbiría con la pérdida de su esposo;y que al mismo tiempo comprometía el fruto que llevabaen su vientre, lo cual podia evitar con la fuga. Estas razo-nes y otras mas fuertes que el Capitan alegaba, convencie-ron á D. Pedro y se resolvio á ponerlo en práctica.

El Virey lo participó inmediatamente á su esposa Emi-lia, manifestándola sus grandes temores, la cual al oirlo seturbó; mas haciendo un esfuerzo de naturaleza, tomó la.resolucion de la fuga; pues en medio de este terrible apurola quedaba el consuelo de ir en compañía de su queridoesposo á quien tan ciegamente amaba, y por quien estabadispuesta á sacrificar su existencia. Al mismo tiempo con-vinieron, que en caso de que Alvarez se viese comprometi-do, buscaría asilo en el vecino reino de Francia, en el cualpodia librarse de la cólera del Rey.

La noche siguiente tenian dispuesto marchar para evi-tar la desgracia que les amenazaba, pero el fatal estado enque á la Princesa pusiera tan infausta noticia, no la permi-tió salir; y como el Virey no creia que su soberano se ha-llase alli, determinó esta dilacion para que su esposa sepreparára á tan penoso viage, tanto mas, que se hallabaen un estado muy débil.

Pero esta tardanza fué la precursora de multitud dedesgracias, pues el Rey que ya estaba muy impaciente es-perando terminase el dia para dar el asalto á favor de lastinieblas de la noche, se dirigió á los alrededores del pala-

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cio. Domingo fué á buscar al Rey, segun le había prometi-do, y le introdujo á una habitacion cercana á la de la Prin-cesa.

Como Menques observase que el Rey estaba muy pen-sativo le dijo: Señor, Vuestra Magestad me permitirá que lehaga la siguiente observacion: conozco que es muy justa laindignacion de V.M., pero me parece mas prudente se sir-viese encargar la egecucion de su venganza á otra perso-na, porque ademas de ser poco decoroso á la MagestadReal no puede dudarse del valor tan acreditado de D. Pe-dro, y viéndose en un apuro... El Rey le contestó que teniasu plan formado de un modo muy acertado, á lo cual callóMenques.

Domingo había colocado al Rey en un sitio que debíaobservar cuanto pasaba. Así es, que cuando el Virey y laPrincesa atravesaron un salon para ir á su gabinete, soste-nida en el hombro de su esposo, hizo el Rey mil impreca-ciones. Sin embargo, quiso saber el desenlace. Cuando yaestaban dormidos fué avisado por Domingo, quien envano protestó á favor de la Princesa, pues el Rey cada vezse encendía mas de cólera, y le mandó que inmediatamen-te le introdugese en el gabinete de los esposos.

Como el Rey no admitía réplicas tuvo Domingo queobedecer, y le presenta junto á la cama donde descansa-ban los ilustres desgraciados. Observado por el Rey, sinque le quedase duda de su sospecha, ni del parte que lehabia dirigido Guzman de Alnicaras, mandó á Domingoguardase profundo silencio. Inmediatamente salió de alli yse puso en camino que le duró toda la noche.

CAPITULO III.

Prepara el Rey el castigo de los esposos. = Prision de am-bos colocándoles una máscara de hierro. = Son embarca-dos y conducidos á una Isla desierta, donde les dejanabandonados.= La Princesa dá á luz un niño que le pusie-ron por nombre Cristanval.

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El Ministro que iba observando al Rey, el cual no arti-culó ni una palabra, le dirigió la suya, suplicándole quepuesto que habia dado una gran prueba de virtud en aquelcaso, debia continuar su obra; pero el Rey con la mayorsangre fría le contestó, que no atribuyese aquella accion áun heroismo, sino que tenia premeditada una venganzamuy oportuna y conforme á la grave injuria que habia re-cibido. Que el dilatar el suplicio era porque se hacia nece-sario otro tormento mayor y mas continuado que unamuerte pronta; pues siendo el delito en grado superior yde lesa Magestad, debia ser el castigo arreglado á la mis-ma falta, pues era preciso que viviesen muriendo para quemutuamente se despedazasen. Y que el mismo Rey queríaen persona conducirlos al sitio mas cruel y horroroso á finde que no quedase duda de su exterminio.

Estas fatales palabras del Rey quedaron atónito á Men-ques, quien por mas que hizo no pudo calmarle, ni muchomenos variar de su atroz resolucion; antes bien se dirigióá un puerto de mar que habia cercano, en donde hizo quele preparasen al momento un navio, que dentro de muypoco tiempo habia de darse á la vela. En seguida volvieroná caminar con direccion al palacio de la princesa Emilia,al cual llegaron á media noche.

Habiendo llevado el Rey un buen destacamento de tro-pa y avisado Domingo para dar francas las puertas del jar-din, subió alumbrado hasta el lecho de la Princesa; pero¡que horror!... Emilia despierta con los resplandores de laluz, y viendo al Rey con una espada desnuda, cayó desma-yada!... D. Pedro despierta tambien, y amenazado por elRey, le dice: «Detente, traidor, pues vas á sufrir mi ven-ganza». D. Pedro le ofrece su cabeza con la mayor sumi-sion; pero le suplica perdone á la Princesa, protestándoleque ella era inocente y que por consiguiente él solo mere-cía la pena.

Nada enterneció al Rey; ni el estado de su hermana laPrincesa, ni las súplicas del Virey su esposo, ni de su Mi-nistro y escudero. Mas cruel que las fieras en este caso,saca dos Máscaras de hierro que habia mandado hacer en

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la corte, cuyo secreto para abrirlas sabia él solamente, yno se dejaba ver por ellas mas que los ojos y la boca; laspuso á aquellos desgraciados, y les mandó cargar de cade-nas y conducir al carruage destinado.

Estos infelices fueron llevados al puerto de mar escol-tados por la tropa. El Rey les hace pasar al navio; despideal destacamento, y solamente quedaron el Gobernador delpuerto y Domingo; pero con el siniestro fin de dejarlos enuna isla, para que no pudieran revelar el secreto, pues so-lamente estos y el Ministro sabian quienes eran los que seocultaban en la Máscara de hierro. Ni aun los mismos ofi-ciales que habían asistido á aquel acto tan funesto en elpalacio de la Princesa, pudieron llegar á traslucir esteenigma.

Tal era la crueldad del Rey que hasta tenia premedita-do, que cuando volviese el navio de conducir á los ilustresdesgraciados, lo habia de enviar á países muy lejanos ydel mayor peligro, para que sucumbiendo alli la tripula-cion, no pudiera dar noticia de su atrocidad y de estemodo quedaba á cubierto de sus maldades.

Dos dias estuvo la Princesa sin volver de su letargo; ycual sería su sorpresa y sentimiento al hallarse cubierta lacara con una Máscara de hierro!... Vé el horror de su si-tuacion tan sumamente espantosa y conoce la infaustasuerte en que su cruel hermano la ha puesto. Infeliz!...¡qué trágico suceso para una persona tan sensible comodelicada!...

Pero al ver tambien á su idolatrado esposo en la mis-ma forma que ella estaba, se le angustió mas el corazon,derrama un millon de lágrimas... y por último, le dice conla mayor ternura y dolor: perdóname, mi querido esposo,yo soy quien ha causado estos males; mi escesivo amor ycariño para contigo desde que te viera la primera vez, hanmotivado tu desgracia. ¡Qué diferente era tu suerte en elvireynato de Barcelona! Allí querido y adorado de todos yhasta de tu Rey: y ahora sufriendo por tu mismo Soberanoun martirio tan cruel!... Yo sola debia padecer gran Dios! ytu ser puesto en libertad.

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Afectado D. Pedro con tan lastimosas palabras, no po-dia llorar; pero su corazon se le arrancaba, y consolando á.su amada esposa la decia: no tienes porque arrepentirte,mi querida Emilia, pues tu en nada has faltado. Yo soyquien he cometido este yerro, pues te comprometí á queme dieses mas espansion de lo regular á tu amor, que es-tará gravado en mi alma hasta el sepulcro. No te quejes demi suerte, mi adorada Princesa, pues yo solamente sientola tuya, que es mas desgraciada. Ademas, ¿podría yo sen-tir, respecto á mi, ni aun lo mas mínimo, teniendo el granconsuelo de tenerte á mi lado? De cualquier modo me con-sidero el mas feliz de los hombres, resignado á todo cuan-to próspero ó adverso se presente.

Mas de un mes transcurrió en este viage, en el cual seconsolaban mútuamente tan esclarecidos esposos, sin queesperasen hallar mas alivio que la muerte! La muerte, si,de un hermano que tenia el corazon mas duro que el dia-mante; pues los consideraba criminales, y era inexorable,buscando los medios mas crueles para su venganza.

En cada Isla que hallaba desembarcaba el Rey y se en-teraba minuciosamente del estado en que estaba, pues siadvertía que habia recursos, aunque fuesen muy pocos,con que poder subsistir en ella, retrocedía inmediatamen-te. ¡Tal era su monstruosidad hasta para una hermana tanfina y sensible!

Ya creyó hallar el Rey término complaciente á su fero-cidad, cuando halló una Isla que la circulaba una rocamuy espantosa é inaccesible, pues la cima parecia que seperdía en las nubes; su aspecto era aterrador. Con muchotrabajo pudo subir á ella en compañía de su ministro Men-ques; mas al llegar á la cumbre se hallan con un tigre, elcual sin embargo de que no les divisó, los causó tal terrorque inmediatamente retrocedieron con mucho trabajo; ycuando se vieron en salvo dijo el Rey á Menques: ya halléel sitio donde los criminales deben expiar su delito: ya es-toy contento, pues aunque ahora mismo baje á la tumba,moriré con el placer de haberme vengado.

En seguida dió orden el Rey á su Ministro para que

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condugese á la Isla á aquellos ilustres esposos, sin que lesproveyese ni aun del mas mínimo sustento. Lo ejecutó asi,y al mismo tiempo el Príncipe se gloriaba con la sangremas fría de quedar desamparada á una esclarecida Prin-cesa, hermana suya, y á un fiel servidor, á un gran Capi-tan que tantos méritos habia contraído á favor de la na-cion y de su Rey. Los gritos de la angustiada Princesa no leconmueven; su corazon mas duro que la piedra no seapiada de una tan querida hermana, dejándola llenase elcielo de ayes, suspiros y amargos llantos!....

Egecutado tan inicuo proyecto se dá el Rey á la vela altiempo que la infortunada Emilia le dirige las últimas peroineficaces súplicas... D. Pedro, en medio de su triste pesar,trata en vano de consolar á su amada esposa... Le hacever, en fin, que estando bajo la proteccion del cielo, esteserá su guia y defensor, y que tal vez pondrá término á susdesgracias por su infinita misericordia.

La Princesa, en medio de sus copiosas lágrimas, no po-dia menos de agradecer los grandes obsequios de su ama-do esposo, y algun tanto serenada, se incorporó para subirá la roca apoyada en los brazos de D. Pedro, quien la ani-maba, apesar de lo escabroso para llegar á la cima, puestardaron cerca de cuatro horas. Por fin con mucho trabajose vieron en la cumbre, y la gran pena y afliccion de estosheróicos, pasó á una repentina alegría cuando hallaronuna vasta superficie, bastante pintoresca, de árboles conbuenos frutos.

Las esclamaciones de alegría que dirigía al cielo el Vi-rey eran tan tiernas, que no dudaba de que era un precur-sor de otra mejor suerte que se les prepararía algun dia;pues antes de ponerse el sol hallaron un árbol con una pe-queña concavidad donde poder albergarse; poco despuestuvo el gusto de encontrar D. Pedro algunos frutos quepresentó, lleno del mayor placer, á su querida Emilia; y enseguida halló una cristalina fuente para apagar la sed;pero lo que mas hallaron de notable fué un betun encendi-do que les proporcionaba fuego para cocer las carnes quesu destreza y habilidad le proporcionaban.

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De este modo vivieron tributando á Dios mil plegariasde gratitud y reconocimiento por haberles puesto en un si-tio tan pintoresco y abundante, que frustraron los viles in-tentos del Rey. A poco tiempo la Princesa se siente en losmomentos de parto; y aunque ahogaba en su pecho tor-mentos crueles, no queriendo entristecer á su esposo,guardaba para si sus acerbos padecimientos. Dió por fin áluz un hermoso niño, á quien puso por nombre Cristanval,porque asi se llamaba una tierra que le pertenecia.

D. Pedro, lleno del mas puro placer, aceptó este don delcielo, y dijo: ojala Cristanval que algun dia vengues las in-jurias que sufren tus padres. La Princesa acariciando gra-ciosamente á D. Pedro, le protestó que algun dia seriancolmadas sus esperanzas y ambos indemnizados de tantosmales como estaban sufriendo.

CAPITULO IV.

Nacimiento de una niña.= Desaparécese la niña á la edadde seis años.= Sentimiento de la Princesa.= Por una tem-pestad un rayo quita la máscara á la Princesa.= Cristanvalsalva la vida á una joven.= La tempestad les proporcionaun navio en el cual salieron de la Isla, desembarcando enInglaterra.

Habian transcurrido dos años, cuando la Princesa dióá luz una niña muy bella, con la notable circunstancia detener señalada en el pecho una máscara semejante á la deD. Pedro. Este nuevo don del cielo alegró mucho á los dosesposos; pero la fatalidad quiso que á los seis años, sin sa-ber como, desapareciese la niña; y aunque el Virey hizolas mas vivas diligencias, no pudo saber su paradero. Estoles hizo concebir la idea de que alguna fiera la había devo-rado. La Princesa tuvo mucho sentimiento por ello, y nohallaba consuelo, apesar de lo mucho que se esforzaba suesposo para disuadirla, en medio del gran sentimiento queá él le acompañaba.

Pero lo que mas entristecia á D. Pedro era ver cubierto y

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lastimado el hermoso rostro de su amada Emilia; por masmedios que intentó para quitarla la máscara, ninguno fué áproposito. La Princesa suspiraba por lo mismo respecto ásu esposo. El niño Cristanval los consolaba, pues iba cre-ciendo en edad y talento, tomando su cuerpo un aspectovaronil y gigantesco, pues hacia cosas muy notables, acre-ditando una fuerza muy estraordinaria á los quince años.

Cuando Cristanval estuvo en edad de discreccion, lecontaba su padre todas las circunstancias de sus infortu-nios, habiendo tomado el niño tal horror al autor de ellos,que deseaba con grande ardor ocasion de vengarse. Envano D. Pedro le aconsejaba lo remitiese al cielo que teniabajo su cuidado la proteccion de los inocentes; pues Cris-tanval tomaba mas fuerza para el efecto, asegurándolesque había de buscar cuantos medios estuviesen á su al-cance para recobrar su libertad; y que á él le parecía queaquella isla estaba poblada por la parte de la izquierda,segun sus conjeturas. El padre, que habia hecho estudiosgeográficos, creia estubiese habitada por antropófagos locual le motivaba no abandonar su primer punto para noperder de vista la costa, que tal vez podría proporcionar-les algun auxilio. Nada de esto hacia desistir á Cristanval,ni las razones de su querida madre para que todo lo con-fiase en el Ser Supremo, y no en los hombres.

Era una noche en que Cristanval dormía descansado ysin ningun género de cuidado, cuando de repente despier-ta asustado con los truenos y relámpagos. Pero quiere verpor sus propios ojos el resultado de una furiosa tempes-tad; los continuos rayos que se suceden, y las mas terri-bles circunstancias no le arrendran; admira la naturalezacon sangre fria, y vá á buscar á sus padres para conducir-los á una caverna donde él se refugiaba. Toma sobre sushombros á su venerada madre, y á poco tiempo le sigue elpadre temiendo el desenlace de algun rayo.

No habían andado mucho, cuando un estrepitoso true-no hizo que los tres cayesen al suelo como sin sentido; le-vántase Cristanval y vé á su madre sin la máscara y lacree muerta. A sus voces vuelve en si D. Pedro, se asom-

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bra y levanta á su esposa que solamente se hallaba aturdi-da. La Princesa que oye los lamentos, les dice: «Venid ámis brazos, que el cielo ha hecho un milagro quitándomela máscara sin la menor lesion. Esto es precursor de quenuestras desgracias van pronto á tener fin, pues el Altísi-mo ha oido nuestras súplicas.» Cristanval toma en hom-bros á su madre y la condujo á la caverna.

En este momento se presenta á la vista de ellos unanave que venía aproximándose á la roca. Cristanval, sinoir otras razones que su fuerte impulso, corre y examinael navio, que impelido por la tempestad era el juguete delas olas, hasta que por fin una oleada le arrojó á la orillaentre dos rocas, en cuyo punto quedó encallado. D. Pedroy su hijo distinguían, al resplandor de los continuos relám-pagos, que la tripulacion se veia en mucho peligro, tirán-dose unos al agua, otros agarrados á las tablas.

Cuando la aurora se presentó en el horizonte parecíainundarse de agua; pero cesó la lluvia y calmó la tempes-tad. En medio de las olas vió Cristanval una persona quetrabajaba por llegar á la orilla, pero que las fuerzas se loimpedían; y no pudiendo contenerse se tira al agua y conmucho trabajo la sacó asida del pelo. Era una hermosa jo-ven, que despues de hacerla arrojar el agua que habia tra-gado volvió en si.

Como esta joven viese á D, Pedro con la careta de hie-rro se asustó, juzgando fuese alguna fiera; pero conducidadonde estaba la Princesa, se tranquilizó. Emilia, al ver unanueva compañera, se alegró sobre manera; pero tendianla vista sobre el mar y veían gran número de cadáveresque andaban por encima de las aguas. Aquí aprovechó laocasion D. Pedro para hacer patentes á su hijo los infortu-nios de esta vida, las vanidades, los afanes y la ambiciondel género humano, que todo fenece en un momento.

Al mismo tiempo observaron que el navio que andabafluctuando sobre las aguas, se habia aproximado junto ála roca; entonces Cristanval grita de contento y de admira-cion. D. Pedro fué inmediatamente á ponerlo en conoci-miento de su esposa y ambos admiraron el milagro de la

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Omnipotencia, á la cual tributaron gracias muy espresivasde gratitud.

La bella joven estaba todavía en la caverna sin articu-lar ni una palabra, pues apesar de haber transcurrido al-gunas horas permanecia triste. Cristanval la hacia mil ca-ricias inocentes: la ofrecía cojerla nidos para comerlos, ytambien mariscos y otras cosas: la decia que paseára consu madre para distraerse; pero como era inglesa, no en-tendía lo que la decían. Solamente D. Pedro que sabiaaunque poco este idioma, y conociendo que aquella her-mosa joven era inglesa, por sus vestidos, la dirigió algunasfrases con lo cual ella se alegró.

Al dia siguiente se habían retirado las aguas y el navioquedó casi todo en seco. D. Pedro y su hijo fueron á reco-nocerlo y vieron que estaba muy poco averiado, y conteniamuchas provisiones para largo tiempo. Ademas, D. Pedrohabia sido capitan de una fragata y con el ausilio de suhijo recompuso el navio; antes de un mes podia ya darse ála vela. Habiendo hallado tambien una falucha, dispusie-ron registrar los alrededores para ver si habia algun esco-llo, y se convencieron de que no habia ningun obstáculo;pues hasta brújula, cartas y otros instrumentos hallaronen la embarcacion.

El viento era favorable y el mar estaba en calma, por locual aprovechando el tiempo se dieron á la vela, despi-diéndose de su destierro y mansion de quince años, y almes y medio de feliz navegacion, descubrieron tierra fir-me y un buen puerto, lo cual llenó á todos de una alegríaadmirable, especialmente á la jóven inglesa.

Un buque se acerca á reconocer á los viajeros, y D. Pe-dro hizo que llamasen á un artífice que le limase la careta.La misma Princesa no le conocía. Fué llevado á la casa delGobernador, quien enamorada de su buen porte y moda-les, y juzgándole muy útil para las armas, no dudó reco-mendarle á su gobierno Inglés, quien le nombró Coronelde un regimiento y á su hijo Capitan; pues se hallaban enguerra con España, de lo cual se alegró D. Pedro para ven-garse del Rey.

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CAPITULO V.

El Rey de Inglaterra hace á D. Pedro Vice-generalísimo desus tropas.= Muerte repentina de la Princesa.= Muerte delRey de Inglaterra.= nombra el pueblo inglés á D. Pedro porsu Rey, y hacen á Cristanval General en Gefe.= Casamientode D. Pedro con la Reina viuda de Inglaterra.= Despues dela noche nupcial se descubre ser su hija con quien se habíacasado.= Cuenta la Reina porque causa está sentada enaquel trono.= Con objeto de hacer penitencia de su delito in-voluntario, se retiraron ambos á un Convento.

Tan pronto como el Rey de Inglaterra vió á D. Pedro,quien se tituló D. Diego de Aragon, le hizo presente, que sicorrespondía en el ejército, segun manifestaba, llegaría alcolmo de los honores, y que desde entonces se declarabaprotector de toda su familia. Ya habia perdido el Rey deInglaterra dos batallas, y dispone otra llevando de Vice-generalísimo á D. Pedro, pues quería mandar el ejércitoen persona y se trató de hacer el último esfuerzo.

En este estado sucede á D. Pedro una gran desgracia;pues su adorada Emilia cae enferma repentinamente, perode mucha gravedad. Se buscan los mejores médicos y nin-gun remedio humano bastó para aliviarla, pues á pocosdias la princesa Emilia sucumbió!... ¡Qué poco tiempo dis-frutó esta infeliz de la libertad!... ¡Qué pronto se marchitóesta flor, cuando ya iba rejuveneciendo y destellando nue-vas brisas de su antigua lozanía! No bien tiene el consuelode ver á su amado esposo sin el tormento de la Máscarade Hierro, y protegido ademas por un Rey mas compasivoque su hermano el de España, cuando ya le deja parasiempre!... Aun no acaba de salir su querido hijo Cristan-val de aquellos desiertos, cuando debiendo formar las de-licias de una madre tan tierna por la nueva fortuna que ladivina providencia le ha deparado, la vé espirar en losbrazos de su padre!...

Fuera de sentido se hallaba D. Pedro y su hijo por unapérdida tan preciosa, y conociéndolo su Rey dispone, quepara que no sucumban en su dolor se pongan inmediata-

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mente sobre las armas, y tanto mas que el ejército españolhabia desembarcado con muchos refuerzos. El Rey sepone á la cabeza, y aunque D. Pedro le aseguró que noconvenia proceder al ataque por la desigualdad de lasfuerzas, no obstante tuvo empeño en presentar la batalla,y al primer encuentro perdió toda la vanguardia, y la vida.

En este estado tan triste se reunió el Consejo de oficia-les para determinar lo mas conveniente á la guerra, y ápropuesta de D. Pedro se resolvió que se propusiera la pazá los españoles, que es lo que deseaba por no pelear consus compatriotas. Estos prometieron evacuar el territorioinglés; y así que lo efectuaron se retiraron los ingleses á sucapital de Lóndres, llenos del mayor agradecimiento háciasu bienhechor D. Pedro.

Todo el pueblo se agolpaba á victorear á este gran ge-neral; y para su mayor satisfaccion, el primer Ministro Mi-lord Portemhil, del cual era la niña que Cristanval habiasalvado de las borrascas del mar, estaba lleno de la masfina gratitud por tan heroica accion, interpuso todo su va-limiento cuando las cámaras se reunieron con el pueblopara elegir Rey, y de mútua conformidad nombraron áD. Pedro con la circunstancia de que se casase con la rei-na viuda; y á su hijo Cristanval le nombraron General enGefe del ejército. Las manifestaciones y regocijos públicosno se cuentan iguales en la historia.

La Reina que apreciaba mucho á D. Pedro y su hijo, nopudo menos de estrañar, sin embargo, esta arbitrariedadde proposicion de boda; pero los Lores la manifestaronque sino accedía podria, tal vez, haber una gran revolu-cion en el reino; y aunque la Reina prestó su consenti-miento forzoso, lo cual no hubiera sucedido si se la hubie-ra propuesto á Cristanval por quien tenia mas simpatías,hallaba ademas otra repugnancia interior, cuya causa ig-noraba, pero que la oprimía el corazon cuando oia hablarde uno y otro. Tambien D. Pedro sentía interiormente unacontradicion para aceptar este enlace cuando la cámarade los Lores y de los Comunes le envió una comision alefecto, y por fin dió su consentimiento.

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El nuevo Rey fué conducido con aplausos á una tribu-na, en la cual le esperaba la Reina. Al tiempo que fueronunidos con lazos indisolubles por los ministros de la Reli-gion, tembló la mano de D. Pedro, y tambien la Reina cayódesmayada. El pueblo se entristeció por un momento, has-ta que la Reina volvió en si, disimulando cuanto pudo, yjuzgando que este sentimiento era debido al afecto queprofesaba á Cristanval, á quien intentó olvidar.

El Rey que no podia olvidar á su querida Emilia, no po-dia sin embargo manifestarse indiferente á la belleza ysingulares gracias de su nueva esposa. Cuando las cama-ristas la condujeron á su cuarto se la saltaban las lágri-mas; y cuando D. Pedro entró en la habitacion se estreme-ció sin saber la causa de su inquietud igual á la de la Rei-na. No obstante se acostaron, y cada uno por su partedisimuló cuanto pudo la repugnancia, si bien por otro ladose amaban, y entregados al placer, pasaron así la noche.

No bien hubo amanecido cuando el nuevo Rey se le-vanta para pasar á su despacho y trabajar en los asuntosdel reino, puesto que naturalmente era muy activo paratodos los negocios; pero antes de separarse de allí, quisotener el placer de contemplar á su idolatrada esposa,cuando al fijar en ella su vista la encuentra desmayada ysin señales de vida!.... El Rey corre á abrir las ventanaspara que respirase aire; vuelve á la cama y descubre laropa de la Reina, y al mirarla el pecho le sorprende unaseñal que hay en él... ¡Qué horror se presenta á su vista!...¡Qué fatalidad atormenta entonces su corazon!... ¡Vé pin-tada una señal atroz!... Era una Máscara de Hierro que suhija trajo al mundo cuando fué dada á luz en aquel tristedesierto!...

El Rey se retira furioso é intenta quitarse la vida; suhijo le suplica y consuela, y le hizo descansar algun tiem-po; despues volvió á ver á su querida esposa é hija, la cuallloraba la ausencia de su esposo. La pregunta que cómo sehallaba siendo una Reina cuando él la creia destrozadahace años por las fieras del desierto, en el cual cuántas lá-grimas no derramó con su querida madre por una pérdida

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tan preciosa, y que bajó á la tumba sin tener el consuelode saber el paradero de su muy cara hija.

Padre mio, hallándome sola un dia en aquellos fatalesdesiertos que labraban vuestra desgracia, y no hallando elcamino para volver á la caverna, me recojieron unos in-dios y me llevaron á su pais. Acabada de morir su Reina, yjuzgando ellos que su dios Cloukak quería darles otra,para lo cual me enviaba á mí, no dudaron en proclamar-me su Soberana. Me educaron al efecto, y me amabancomo á un ser sobrenatural. Por mi parte vivía contentaentre aquellos inocentes habitantes.

Pero habiendo enviado S. M. Británica esploradores áaquel pais para aumentar sus estados, declaró la guerra, yen su consecuencia fuimos vencidos y yo presentada alRey, quien me amó tanto que despues se casó conmigo:pues se enterneció de las aventuras que yo habia pasado.Este es, padre mio, el motivo por el cual hemos venido áparar en un delito involuntario, y que nuestro espíritu re-chazaba cuando nos dimos la mano, cuando nos uni-mos!...

Entonces pidiendo á Dios perdon de su inadvertido cri-men, determinaron retirarse cada uno á un monasterio áacabar sus dias. A poco tiempo se dirigieron embarcadosá Barcelona, en donde, despues de haberse despedido conla mayor ternura y lágrimas, se retiraron al convento quecada uno eligió, en el cual vivieron en los egercicios mastiernos de piedad y devocion, quedando el reino de Ingla-terra en la mayor afliccion por la pérdida de tan buenosSoberanos.

FIN

Balzac escribió, haciendo referencia a la costumbrefrancesa de denominar canard (pato) al pliego de cordel,que ningún apelativo le podía ir mejor, pues para confec-cionarlo hacían falta muchas plumas y, además, se adap-taba a todas las salsas. En efecto, tras la aguda observa-

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ción del autor de La comedia humana se esconden dos delas características principales del género de cordel: la va-riedad y elevado número de autores que engrosaron la nó-mina de colaboradores y la diversidad temática, que al-canzó a todos los gustos y preferencias.

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INDICE

Prólogo 7

El personaje 13

La palabra y el tono 17

Los instrumentos 23

Vendedor versus mendigo 33

El mensaje 45

La censura 49

Mensajes ambiguos 59

El repertorio 65

Los textos 73

Bibliografía 137

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COLECCION LETRASDIFERENTES

DIRIGIDA POR:José María Arroyo ZarzosaRafael de Lorenzo

ASESOR LITERARIO:Ricardo de la Fuente

COORDINADOR EDITORIAL:Gregorio Burgueño Alvarez

1. LUCES Y SOMBRAS:EL CIEGO EN LALITERATURA HISPANICAJuan Cruz Mendizábal

2. LOS EXPULSADOSDEL PARAISOAgustín Sánchez Vidal

3. MIRIAM (Novela)Ramón Hernández

4. FIGURAS DEL OTROEN LA ILUSTRACIONFRANCESADiderot y otros autoresEstudio preliminar,traducción y notasde Alicia H. Puleo

5. PERSONAJES ROTOSDE LA LITERATURAUNIVERSALFernando Martínez Garrido,Mario Grande Esteban yMercedes Escolar Arévalo

6. EL CIEGO Y SUS COPLASSELECCION DE PLIEGOSEN EL SIGLO XIXJoaquín Díaz

ESCUELA LIBRE EDITORIAL

F U N D A C I O N ONCE

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