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1 LA FILOSOFÍA LATINOAMERICANA DE LA LIBERACIÓN Pablo Guadarrama 1. Presentación y valoración general Este movimiento filosófico comienza a tomar fuerza a fines de la década del sesenta. No obstante su heterogeneidad con sus altas y sus bajas se mantiene con relativa actividad hasta nuestros días. Intento hacer una caracterización integral del mismo, respetando la diversidad de posiciones que hay en él. El hecho de que la filosofía en toda época y lugar haya tenido pretensiones liberadoras y desalienantes no significa que siempre lo haya logrado, ni que deben ser consideradas todas las formas precedentes como antecedentes imprescindibles de esa actual corriente de pensamiento. Un estudio preliminar de las fuentes teóricas de la filosofía de la liberación revela que sus nutrientes sólo podían encontrarse en aquellas últimas expresiones del filosofar que mayores aportes han ofrecido a los proyectos emancipatorios de la humanidad en los últimos tiempos, y no en todas y cada una de las disímiles modalidades de la reflexión filosófica contemporánea. El resultado final de este trabajo indica, a su vez, que ha sido muy diferente la recepción que ha tenido esta corriente de pensamiento durante las dos últimas décadas en el ámbito académico latinoamericano y más allá de estas latitudes. Este hecho ha estado condicionado por múltiples circunstancias entre las que sobresalen las de carácter político, factor éste que evidencia una de las proyecciones fundamentales de esta forma de filosofar. Atacada lo mismo por las derechas intransigentes y los círculos académicos tradicionalistas que por las izquierdas dogmáticas o superexigentes, esta corriente ha dado cabida en su seno, en distintas circunstancias, tanto a propugnadores de ideas realmente revolucionarias como a sostenedores de usuales esquemas conservadores, encubiertos tras lenguajes populistas. Aun cuando el componente político ha estado muy presente en las distintas formulaciones de la filosofía latinoamericana de la liberación en consonancia con la tradición filosófica de esta región, sería injusto reducir todo su andamiaje al de un discurso político. En verdad su discurso, en diverso grado, tiene proyecciones metafísicas, ontológicas, antropológicas, axiológicas, etcétera. Estos aspectos han

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LA FILOSOFÍA LATINOAMERICANA DE LA LIBERACIÓN

Pablo Guadarrama

1. Presentación y valoración general

Este movimiento filosófico comienza a tomar fuerza a fines de la década del

sesenta. No obstante su heterogeneidad con sus altas y sus bajas se mantiene

con relativa actividad hasta nuestros días. Intento hacer una caracterización

integral del mismo, respetando la diversidad de posiciones que hay en él.

El hecho de que la filosofía en toda época y lugar haya tenido pretensiones

liberadoras y desalienantes no significa que siempre lo haya logrado, ni que deben

ser consideradas todas las formas precedentes como antecedentes

imprescindibles de esa actual corriente de pensamiento. Un estudio preliminar de

las fuentes teóricas de la filosofía de la liberación revela que sus nutrientes sólo

podían encontrarse en aquellas últimas expresiones del filosofar que mayores

aportes han ofrecido a los proyectos emancipatorios de la humanidad en los

últimos tiempos, y no en todas y cada una de las disímiles modalidades de la

reflexión filosófica contemporánea.

El resultado final de este trabajo indica, a su vez, que ha sido muy diferente la

recepción que ha tenido esta corriente de pensamiento durante las dos últimas

décadas en el ámbito académico latinoamericano y más allá de estas latitudes.

Este hecho ha estado condicionado por múltiples circunstancias entre las que

sobresalen las de carácter político, factor éste que evidencia una de las

proyecciones fundamentales de esta forma de filosofar. Atacada lo mismo por las

derechas intransigentes y los círculos académicos tradicionalistas que por las

izquierdas dogmáticas o superexigentes, esta corriente ha dado cabida en su

seno, en distintas circunstancias, tanto a propugnadores de ideas realmente

revolucionarias como a sostenedores de usuales esquemas conservadores,

encubiertos tras lenguajes populistas.

Aun cuando el componente político ha estado muy presente en las distintas

formulaciones de la filosofía latinoamericana de la liberación en consonancia con

la tradición filosófica de esta región, sería injusto reducir todo su andamiaje al de

un discurso político. En verdad su discurso, en diverso grado, tiene proyecciones

metafísicas, ontológicas, antropológicas, axiológicas, etcétera. Estos aspectos han

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sido justipreciados en los principales autores que mayor atención le dedicaron a la

conformación de dicha filosofía. En este resumen sólo se aspira a valorar aquellos

elementos que pueden considerarse aportativos, dignos de consideración y

consustanciales a una corriente filosófica que, como ocurre la mayoría de las

veces, aspira a constituirse en síntesis dialéctica superadora de todas las filosofías

anteriores y a la vez ser útil a su circunstancia.

Los intelectuales latinoamericanos que profesan y que se han identificado con la

filosofía de la liberación en su mayoría son profundos conocedores de la tradición

filosófica occidental y se han formado básicamente en alguna que otra de sus

variantes fundamentales como el hegelianismo, el historicismo, la fenomenología,

el existencialismo y el neotomismo, en tanto que el marxismo no constituyó en el

período de surgimiento de este movimiento por lo regular un punto de partida, ya

que en algunos casos ni siquiera manejaban suficientemente las obras de los

clásicos de esta filosofía, sino a través de sus diversas versiones y deformaciones.

Preocupados por interpretar y transformar de algún modo la realidad

latinoamericana, se percataron de las insuficiencias de aquellas corrientes para

dicha tarea, aun cuando no pudieran renunciar a sus logros y, en especial, al

aparato categorial elaborado por esas corrientes y escuelas del pensamiento

europeo. Sin embargo, veían en ellas básicamente un aparato ideológico

justificatorio de la visión eurocéntrica del mundo, en la que el mundo

latinoamericano y la reflexión filosófica emanada de él se situaban en una posición

de subordinación. Por tal razón intentaron romper esos lazos de dependencia

intelectual, aunque sin desaprovechar los instrumentos crítico-teóricos elaborados

por la filosofía europea y crear un pensamiento desde estas tierras al servicio de

los pueblos de nuestra América. Tales intentos no estuvieron exentos de ciertas

hiperbolizaciones sobre el futuro papel hegemónico de la filosofía latinoamericana,

que por suerte en su generalidad han sido superados aunque subsistan en

algunos y que son comprensibles como lógico mecanismo de defensa ante tantos

siglos de dominación cultural, pero que atentaba a su vez contra la comprensión

de la esencia histórico-universal de la filosofía.

Los representantes de la filosofía de la liberación que mayor trascendencia han

tenido por sus obras -Leopoldo, Zea, Enrique Dussel, Arturo Roig, etcétera- han

encontrado paulatinamente en el marxismo un inobjetable instrumento de valor

científico y de compromiso con los oprimidos que se quieren liberar, sin llegar a

identificarse absolutamente con la concepción dialéctico-materialista del mundo.

Zea llega a coincidir con el marxismo sobre la falsedad de la libertad burguesa y

sobre la necesidad de una genuina liberación humana. También coincide con los

marxistas en su crítica a la explotación capitalista y a la dominación imperialista

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sobre los pueblos del Tercer Mundo. Dussel así mismo ha planteado como tarea

de la filosofía de la liberación "continuar el discurso teórico de Marx desde América

Latina". Francisco Miró Quesada y Horacio Cerutti han reconocido en el marxismo

una filosofía de la liberación. Alejandro Serrano Caldera sostiene que "Carlos Marx

abrió un horizonte nuevo en la teoría y acción revolucionaria, pero también en la

historia del pensamiento humano. De igual modo Arturo Andrés Roig destaca el

trascendental paso realizado por Marx en la comprensión de la historia y su

significado para el estudio de las ideas filosóficas. Similares posiciones asumen en

Uruguay Carlos Mattos y Yamandú Acosta, entre otros.

Muchos seguidores de la filosofía de la liberación como Dussel, Germán

Marquínez Argote y Luis José González Alvarez, estos dos últimos en Colombia,

comparten con el marxismo la interpretación de la historia humana, pero no las

concepciones cosmovisivas que se derivan del enfoque dialéctico-materialista del

mundo. Pero esto no constituye obstáculo alguno para la recepción del fermento

científico y liberador en el plano social contenido en el marxismo.

La filosofía latinoamericana de la liberación gústele o no a algunos de sus

representantes es heredera de la tradición filosófica occidental, cuyas últimas

expresiones básicamente estuvieron conformadas por un pensamiento concebido

desde una óptica burguesa y para perfeccionar la sociedad burguesa, en aquellas

regiones donde mayor desarrollo había alcanzado el capitalismo (Europa y

Norteamérica). Aun cuando no todas las producciones teóricas de tal herencia de

pensamiento estaban taradas por dicho enfoque ideologizador, dado su carácter

ontológico o epistemológico, resulta un hecho inobjetable que la búsqueda de sus

dimensiones universalizadoras se efectuaba desde una perspectiva histórico-

cultural muy diferente a la latinoamericana. Algo similar intentaría la filosofía de la

liberación, pero asumiendo necesariamente a la vez aquellas formas del pensar

europeo, dé las cuales de ningún modo puede prescindir, y mucho menos del

marxismo, que es la filosofía que enjuiciaba críticamente de un modo científico

aquella sociedad burguesa.

Sin embargo, la labor proseguidora de tales tradiciones de pensamiento no ha sido

por lo regular proclamada abiertamente, sino más bien mediante la circunspecta

asunción, por cuanto lo que se pretende explícitamente es una nueva forma del

filosofar desde y para América Latina.

El honesto reconocimiento de influencias definitorias se aprecia en el historicismo

orteguiano y el hegelianismo que se observa en Zea; el existencialismo

heideggeriano y la interpretación fenomenológica de Levinas en Dussel; la

fenomenología y la filosofía analítica en Augusto Salazar Bondy y Miró Quesada;

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el hegelianismo y el marxismo en Serrano Caldera; el neotomismo en Scannone,

Cullen, Marquínez, Manzanera, el existencialismo y la filosofía de la vida en

Casalla y Maresca, etcétera, para sólo indicar algunas de las identificaciones más

significativas.

La verdad es que los distintos cultivadores de la filosofía de la liberación han

sabido aquilatar sin hiperbolizaciones exegéticas ni subvaloraciones las diversas

fuentes teóricas anteriormente señaladas, así como las ideas de otros pensadores

como Paul Ricoeur, Paulo Freyre, Xavier Zúbiri, Rodolfo Kusch, etcétera, quienes

desde posiciones filosóficas muy heterogéneas han dejado marcada su huella en

aquellos.

La filosofía latinoamericana de la liberación no constituye propiamente una

escuela filosófica, sino un movimiento intelectual que no obstante la

heterogeneidad que subsiste en su seno y que se puedan definir incluso corrientes

dentro de ella, existen determinados elementos concluyentes. Todos aspiran a la

liberación del hombre latinoamericano, aun cuando muchas de las propuestas

para lograrla no sean mucho menos abstractas que las que critican en otras

filosofías. Coinciden en la necesidad de poner la filosofía en función de expresar

las necesidades de la realidad latinoamericana para transformarla. En tal sentido

es también una filosofía de denuncia y de crítica a las alienantes condiciones que

el colonialismo y el capitalismo han traído para el hombre latinoamericano.

Bien pueden ser tomadas como elementos diferenciadores las fuentes teóricas, la

filiación política de sus defensores u otros indicadores para expresar una

aproximación siempre relativa para una clasificación de este heterogéneo

movimiento filosófico; entre estos intentos existen los de Dussel, Scannone,

Roberto Fragómeno, Francisco Miró Quesada, Ofelia Schutte y Cerutti. Sin

embargo, dada la propensión humanista encaminada a conseguir la liberación

social, es posible aun teniendo presente que toda clasificación es una

aproximación relativa a una realidad que se resiste a ser encasillada diferenciar la

existencia de cuatro grupos de estos filósofos, tomando este criterio preliminar,

pero también atendiendo al concepto que tienen de la liberación y las vías que

proponen para lograrla:

I) Un primer grupo que partió de la obra de Rodolfo Kusch en Argentina y que

actualmente está integrado básicamente por Juan Carlos Scanonne, Carlos Cullen

y Dina Picotti, quienes tienen en común el planteamiento de la liberación a partir

de una óptica culturológica, del llamado ethos cultural. Intentan rescatar y destacar

los valores autóctonos, enajenados por la imposición de una cultura dominadora,

lo que constituye una labor meritoria. Consideran que el núcleo de la cultura debe

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buscarse en los fundamentos mítico-éticos y religiosos, lo que presupone una

medición simbólica que descansa en un espontaneísmo correlativo a una postura

irracionalista y fideísta.

II) Un segundo grupo está representado básicamente por Francisco Miró

Quesada, quien concibe la liberación a través de las posibilidades del dominio de

la racionalidad como vía efectiva para desalienar al hombre latinoamericano, y de

esa forma recuperar la plena humanidad mediante el consenso basado en la

razón. Esta postura tuvo sus antecedentes en Augusto Salazar Bondy, quien

concebía la creación de un modelo autóctono de humanidad. Tal criterio ha estado

mediado por los presupuestos de la fenomenología y la filosofía analítica. También

esta concepción encuentra seguidores en Samuel Guerra y Carlos Paladines.

III) El tercer grupo considera que el mecanismo de la liberación se apoya en las

posibilidades de una democracia efectiva que permita libertades políticas,

culturales y económicas como condición de libertad plena del hombre. Han llegado

a aproximarse a algunos postulados básicos de la teoría marxista. Entre los

defensores de esta posición se destaca Leopoldo Zea y le siguen en tal empeño

Osvaldo Ardiles, Carlos Matos, Yamandú Acosta, Germán Marquínez, Luis José

González, Sirio López y Roque Zimmerman, entre otros.

IV) El cuarto que comparte posiciones mucho más cer¬canas a la perspectiva

marxista respecto a la liberación del hombre latinoamericano está representado

por la obra de Dussel en los últimos tiempos, por Horacio Cerutti, Arturo Andrés

Roig y Alejandro Serrano Caldera. Coinciden en subrayar de manera enfática que

la solución de la libertad y la independencia del continente sólo es posible a través

de una revolución nacional liberadora de trascendentes dimensiones sociales que

supere las enajenantes relaciones capitalistas y se oriente hacia el socialismo.

Tal vez uno de los elementos más meritorios de toda la labor desplegada por este

movimiento haya sido la indicación de los valores de la cultura latinoamericana y,

en especial, de la riqueza contenida en el pensamiento filosófico de esta región.

En Dussel se observa a través de todo su trayecto filosófico un sostenido empeño

por la revalorización de la cultura latinoamericana. Esto se conjuga con cierto

rechazo a gran parte de la herencia filosófica continental, por considerarla

legitimadora de la dominación cultura europea, pero en sentido general impera en

su criterio el reconocimiento del potencial creador contenido en el pensamiento y

la cultura de esta región. En sus primeros trabajos se apreció una exclusión de

América Latina de la racionalidad de la historia universal, considerando a este

continente como un no ser aun no iluminado por el logos occidental. Tales

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concepciones fueron paulatinamente dejadas atrás, al igual que las

hiperbolizantes que llegaron a pronosticarle un futuro hegemónico a su cultura y

su pensamiento.

Zea ha sido en las últimas décadas uno de los impulsores más destacados en la

investigación de dichas problemáticas, y en tan meritoria tarea lo acompañan

Mario Magallón y Horacio Cerutti Otros prestigiosos investigadores como Abelardo

Villegas, aun cuando no comparten muchas de la filosofía de la liberación,

suscriben muchas de ellas y también se han destacado en el rescate del

pensamiento filosófico latinoamericano. Miró Quesada en sus dos libros más

importantes dedicados al estudio y sistematización del pensamiento filosófico

latinoamericano distingue la existencia de cuatro generaciones de filósofos

propiamente en estos países. Salazar Bondy exigía desarrollar la cultura

latinoamericana para enfrentar la dominación ideológica imperialista y le planteaba

superiores demandas a la producción filosófica para que fuese original y auténtica.

En Colombia, el grupo de la Universidad de Santo Tomás ha desarrollado una

extraordinaria labor investigativa y divulgativa de la filosofía en dicho país y ha

estimulado es- Í; te trabajo sobre la cultura latinoamericana en general. Tarea

similar ha desplegado el grupo de la Universidad de Montevideo y, muy

especialmente en Argentina, Arturo Andrés Roig, así como el grupo de la filosofía

inculturada (Scannone, Cullen, etcétera).

En Ecuador, los simpatizantes con la filosofía de la liberación han desplegado una

meritoria labor en la Revista de Historia de las Ideas y con la publicación de las

principales obras de los pensadores de ese país. También en Brasil ese es el

objetivo de la Revista Liberacao y otras publicaciones. Incluso fuera del continente

la revista Concordia, que dirige Raúl Fornet Betancourt en la RFA, participa en la

misión de dar a conocer la producción filosófica latinoamericana desde la

perspectiva de la filosofía de la liberación.

La mayoría de los que se inscriben en esa perspectiva han acentuado la

necesidad de reforzar la identidad de la cultura latinoamericana como una

necesidad vital en las actuales circunstancias de penetración de fuerzas

ideológicas hostiles a ella.

En un primer período de la filosofía de la liberación prevaleció la intención de ir a

la búsqueda de la filosofía estrictamente original de América Latina. Gradualmente

fue abandonándose tal proyecto al percatarse sus propugnadores que tal

pretensión atentaba contra la esencia histórico-universal de la filosofía, la cual por

su forma ha adoptado en sus distintas etapas y regiones múltiples gentilicios, pero

por su contenido siempre se realiza plenamente en su unidad al plantear los

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problemas del hombre en su esencia más genérica, sin que ello implique servir

para toda época y lugar y efectivamente no servir para ninguna.

Lo más común en la actualidad es que sin atentar contra la esencia universal de la

filosofía se exija una reflexión filosófica desde y para América Latina, sin que sus

categorías y enunciados se presupongan exclusivamente válidos para esta

contextualidad, sino como proyecciones universales.

No ha sido tanto el problema de la originalidad como el de la autenticidad o grado

de correspondencia con las exigencias epistemológicas, axiológicas,

socioeconómicas, políticas, ideológicas y culturarles de su presente histórico el

que ha motivado básicamente la reflexión de la filosofía latinoamericana de la

liberación en sus últimos tiempos. La preocupación por determinar si la actividad

filosófica es la apropiada a las demandas que dignifiquen al hombre

latinoamericano no ha sido la fundamental. En tal sentido esta corriente de

pensamiento ha trascendido más por sus grados de autenticidad que por su

originalidad.

La filosofía latinoamericana de la liberación tiene una dimensión básicamente

antropológica y humanista. Aun cuando en los momentos ontológicos,

epistemológicos y axiológicos afloran con necesaria frecuencia en los discursos de

sus representantes, esto sólo se hace en función de contribuir a una mejor

comprensión de las particularidades de la esencia humana expresada de modo

concreto a través de las condiciones de existencia del hombre latinoamericano

contemporáneo, para de ese modo establecer las vías efectivas de liberación

social. Lógicamente tal análisis se efectúa con la utilización del aparato categorial

de otras filosofías, como ya se observó al determinar sus fuentes teóricas y el

instrumentario existencialista, fenomenológico, marxista, historicista, etcétera, es

utilizado indistintamente en los análisis, pero el móvil principal de sus reflexiones

es cómo alcanzar un status superior para el hombre de estas tierras marginadas, y

no tanto el problema de su esencia. Indudablemente la filosofía de la liberación ha

desempeñado un papel concientizador al denunciar todas las calamidades que

subhumanizan al hombre latinoamericano.

Sus críticas a las diversas formas de enajenación que se dan en la sociedad

burguesa, en especial a la explotación de obreros, campesinos, indígenas, a la

desinformación y la formación de patrones culturales extraños impuestos a través

de los medios de comunicación, a la miseria de amplios sectores, la drogadicción,

a la prostitución, a la mendicidad, a la corrupción administrativa, a la indiferencia

de sectores gobernantes, a la inseguridad social, etcétera, resultan realmente

valiosas. Todos estos fenómenos son ampliamente denunciados y además se

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demanda una actitud de compromiso para su solución. Tal labor de denuncia y

concientización puede medirse por la reacción que ha provocado entre los

sectores más conservadores de las universidades y de la Iglesia.

2. La filosofía inculturada ¿una alternativa social ara la América Latina?

La preocupación de muchos pensadores argentinos en la búsqueda de una

identidad cultural para la América Latina] los lleva a indagar en las raíces de

nuestras culturas, al tratar de explicar las tensiones actuales en que vive nuestro

continente.

Partiendo de estudios antropológicos, lingüísticos, literarios, fenomenológicos y

especulativos se conformó un grupo argentino que centró sus investigaciones en

la sabiduría popular. Dentro de ese grupo de pensadores están Jean Carlos

Scannone, Carlos CuUen y Rodolfo Kusch. En el trabajo filosófico que ellos

desarrollan hay relación, pues toman como centro la búsqueda de una cultura

propia, y de acuerdo con esto es el proyecto que presentan.

La tarea fundamental en la argumentación de la sabiduría popular será hecha,

entre otros, por Juan Carlos Scannone y Carlos Cullen, pero tomando como punto

de partida los trabajos de Rodolfo Kusch, uno de los americanistas más lúcidos de

la Argentina, quien desarrolló la línea antropológica de trabajo y fue cultivador de

la filosofía de la cultura. En sus escritos filosóficos y antropológicos centra su

atención en la búsqueda de un pensamiento propio del hombre americano,

tomando como punto de partida el pensamiento indígena y popular.

En sus trabajos muestra un interés expreso por presentar el proceso de desarrollo

de una cultura que para él no es estática, sino muy dinámica. Cada cultura tiene

un sujeto, pero en la América no somos sujetos de esa cultura''. Asumimos una

cultura que no es la propia, pero que a fuerza de imposición ha logrado prevalecer

en nuestras tierras. Sentimos miedo de expresar lo propio al considerar que lo

americano es inferior frente a un mundo de objetos, un mundo que no representa

a esta América llena de hedor' ante la pulcritud de ese hombre occidental.

Para Kusch es a través del desarrollo de una nueva cultura, de una cultura

popular, que se logra el camino de la liberación y con él el desarrollo de una

filosofía propia. No propone proyectos sociopolíticos, sino que reflexiona en la

necesidad de buscar un sujeto cultural para la América, una cultura que halle su

sujeto, pero, si como él señala, para esto no sirven las categorías que se

desarrollan en filosofía europeizantes, se hace entonces necesario buscar

categorías propias de nuestra cultura, categorías como la del estar, mero estar no

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más, la gran historia, la pequeña historia, lo arcaico y el símbolo como expresión

de ese pensamiento popular".

Dentro de todas esas categorías la más importante para Rodolfo Kusch es la

categoría de estar, la cual le permite entender la cultura indígena, la cultura del

quechua que si estatiza. Fundamenta cómo la categoría de ser o ser alguien

responde a la cultura occidental, por esto no puede ser propia para interpretar los

procesos de la América. Ese hombre pulcro y extraño no puede entender al

indígena que no ha logrado, a pesar de todo, occidentalizarse por completo.

Kusch no sólo plantea sus argumentos sobre estas categorías, sino que establece

la relación entre ellas; para esto utiliza un concepto con el que explica el proceso

de actividad que se da en América, el proceso de fagocitación, el cual se da como

absorción de las pulcras cosas de Occidente por las cosas de América, pero no

logran materializarse totalmente. Esta fagocitación no se da de forma consciente,

sino que ocurre en la misma medida en que la gran historia (estar) cuestiona la

pequeña historia (la del ser). Esta pequeña historia que representa a la élite trata

de hacerse dominante, pero es movida en realidad por la gran historia, la historia

que hacen las masas. La élite asume el patio de los objetos, pero las masas

representan el mero estar del indígena. En estas expresiones Kusch está

enfrentando masa e individuo, pero está oposición es sólo en lo simbólico; para él,

masa no tiene una connotación socioclasista, sino ontológica, por eso, aunque

hace referencia a que en América se debaten temas como pueblo, masa, indio y

negro, considera que éstos pueden ser redimidos a través del mero estar.

Ese mero estar no más lo utiliza como conciencia de arraigo, se percibe a través

del estar, la memoria del indio y del mestizo americano. No se logra una total

absorción de las cosas pulcras de Occidente, y aun cuando lo americano se ve por

las minorías y las clases medias, lo nauseabundo no logra permear a todos.

Kusch señala que se ha estancado el filosofar en América porque se tiene miedo

ante el pensar culto de la racionalidad científica, donde predomina lo

enciclopédico, por lo que es necesario ir a la búsqueda de un pensamiento propio

que tenga como raíz lo popular, lo que se da en los gestos, en el lenguaje de esa

América oculta y profunda''.

Insiste Kusch en el proceso de interacción que se da entre el pensamiento, la

cultura y el suelo del hombre americano; por eso se refiere a la necesidad de una

geocultura que sea propia de éste para que ese hombre deje de pensar en lo que

no es nuestro y vaya a la búsqueda de una autenticidad en su filosofar. Pretende

partir del pensamiento popular de nuestros indígenas y al analizar lo popular

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destaca que no debe verse el problema económico como lo primero por resolver,

dejando a un lado todos los otros problemas como si fueran meros problemas

ideológicos. Para él lo económico es parte de todo un proceso general, por eso

considera que es una actitud reduccionista plantear que lo económico es

determinante en última instancia".

Kusch intenta dar una salida a los pueblos de la América y da para ello una opción

culturológica, pero no logra explicar de forma real cómo resolver el problema del

hombre en esa América explotada, cómo solucionar la situación acuciante de ese

mundo subdesarrollado. Plantea la necesidad de una antropología filosófica que

sea nueva para la América, pero deja impreciso el sentido de una verdadera

liberación para ese otro que es, de acuerdo con lo que él llama, el pueblo, no

caracterizado desde un ángulo económico sino ontológico''.

Las reflexiones de Rodolfo Kusch, sobre todo a partir del trabajo de campo que

desarrolla', van a incidir en otros pensadores del grupo argentino que investigan

sobre la "sabiduría popular, en especial en Carlos Cullen, quien con un trabajo

más teórico en el quehacer filosófico va a fundamentar fenomenológicamente a la

sabiduría popular'"* en el sentido que tiene ésta como experiencia de los pueblos.

Cullen introduce categorías nuevas como el nosotros, categoría central para él

que representa la conciencia sapiencial, en lugar del yo como conciencia. El

nosotros para este pensador será el sujeto de la historia, el pueblo como sujeto de

la sabiduría popular. Como sujeto sapiencial se siente arraigado a la tierra, que

es la primera forma en que se manifiesta la sabiduría del pueblo. El cultivo de la

tierra lleva a la necesidad de construir la casa, casa que expresa la unidad varón y

hembra y que a la vez se abre a un concepto más universal: la patria. Cullen

fundamenta semánticamente el sujeto de la sabiduría popular.

En sus trabajos filosóficos se pregunta la necesidad o no de la búsqueda de un

pensamiento propio para la América, para concluir argumentando la importancia

de un discurso cultural para estas tierras. Cullen precisa que por no haber

encontrado su sujeto cultural América Latina es un continente tan politizado, con

el que se contagia el clima filosófico. Cuando Cullen señala esto deja a un lado la

situación económica que presenta hoy la América y que la lleva a que se convierta

necesariamente en un hervidero de posiciones políticas; no toma en cuenta la

relación que se da entre la política y la filosofía como formas de la conciencia

social. En sus trabajos, aunque se insiste en la necesidad de una filosofía que

busca su sujeto cultural, sin manifestarlo claramente se coexiste con la situación

política imperante.

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En la misma línea filosófica que Rodolfo Kusch, Cullen establece de qué y de

quién necesita liberarse la América, o sea, de un sujeto cultural que no es el

nuestro; se hace necesario entonces buscar ese sujeto, por eso el problema

filosófico de América es el conocimiento del sujeto del filosofar.

Cullen se apoya en un concepto sapiencial a través del cual puede definirse la

cultura latinoamericana. Este concepto es el ethos barroco y en él se entrecruzan

el drama telúrico, la resistencia, el mestizaje y la astucia como rasgos que lo

configuran.

Se establece un vínculo con la tierra, no sólo ya como simple reserva de lo que la

naturaleza nos brinda, sino en un sentido simbólico como fondo al desarrollo del

nosotros como concepto sapiencial. En el proceso del ethos barroco la cultura de

la América nace y se desarrolla en su proceso de resistencia a una cultura que no

era nuestra. El indígena resiste, pero a la vez se mezcla con el conquistador, se

produce así un proceso de mestizaje cultural.

Tanto al analizar este proceso de formación del ethos barroco, como cuando

Cullen establece un vínculo entre los problemas de la salud con la identidad

cultural de nuestros pueblos**^, no rebasa lo espiritual, se queda en el marco de la

cultura, no reconociendo que tras lo espiritual existen necesidades materiales

reales que mientras no se resuelvan continuarán imperando la pobreza y la

insalubridad en el pueblo americano.

Este filósofo propone buscar la sabiduría donde siempre ha estado, en los

pueblos, en el núcleo sapiencial ético-mítico de sus culturas. Para Cullen la

categoría pueblo no está tomada en su sentido socioeconómico, sino ontológico,

en un sentido ético-cultural, donde según él se encuentra el núcleo del mero estar.

De ahí que al decir "es la hora de los pueblos" no hay más que un sentido ético de

justicia, un sentido mítico-religioso.

Cullen dedica varios trabajos al estudio de los mitos como forma de la sabiduría

popular; muchos de ellos resultan del proceso en que se da la experiencia del

simbolismo religioso y le sirven de fundamentación filosófica a todo el trabajo que

desarrollan con los símbolos'*. Esta categoría de símbolo con la que trabaja todo

el grupo argentino resulta sumamente abstracta y da sustento a la argumentación

fenómeno-lógica de la sabiduría popular.

En la producción filosófica de este pensador se destaca, al igual que en la obra de

Rodolfo Kusch, un intento valedero de rescatar los valores de una filosofía

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autóctona; no obstante, su producción se pierde más en la sustentación de una

interpretación latinoamericana ,de filosofar al nivel de la fenomenología tradicional

de Occidente. Utilizan, tanto él como Kusch, un lenguaje a veces no accesible a

ese pueblo al que en apariencia va dedicado.

El concepto pueblo es muy trabajado por estos pensadores, en particular por

quien, a nuestro juicio, es el de mayor elaboración filosófica y teológica del grupo,

Juan Carlos Scannone. En este filósofo y teólogo argentino hay un trabajo

sistemático de profundización en la sabiduría popular -a su entender un tipo de

saber particular que se expresa a través de símbolos y mediaciones culturales".

Scannone utiliza también el aparato categorial que hemos ido fundamentando,

pero introduce o trabaja otras categorías que a su entender son fecundas para

interpretar el pensamiento latinoamericano, como pueblo, ethos, mestizaje cultural

y bautismo cultural.

Para este filósofo el pueblo es una categoría que abarca todos los ámbitos de la

cultura, como categoría histórico-cultural, en un sentido ético religioso. La

categoría pueblo la define en relación con una memoria, con una praxis y un

destino histórico común, es una categoría que abarca todos los ámbitos de la

cultura el crear un estilo de vida propio, pero que no tiene en cuenta la situación

económico-social de las diversas clases y capas en un sistema determinado de

producción.

Cuando Scannone se refiere al pueblo, hace la distinción que no es en el sentido

de clase, por lo que no lo identifica ni con el proletariado ni con el campesinado,

sino como una categoría símbolo; en ese sentido habla de una auténtica

liberación, se contrapone abiertamente al marxismo, mucho más cuando

absolutizan el materialismo en su carácter economicista. El pueblo es el creador

del ethos cultural. El concepto ethos tiene en cuenta lo ético, o sea los valores

morales que tiene una comunidad, pero tiene en cuenta también lo antropológico

cultural".

Scannone en sus trabajos profundiza en una categoría que para él permite

interpretar la historia y la cultura de América Latina; es la categoría de mestizaje

cultural. Al referirse a ésta, que considera fecunda para interpretar los problemas

de América, señala que es el entrecruzamiento de culturas que se da en el

momento de la conquista y la colonización; sobre el conflicto que se establece

prima un pueblo nuevo con su propio ethos cultural‖. Insiste en que éste es

resultado de un mestizaje, pero que va acompañado de la categoría bautismo

cultural". Este se realiza en y a través del mestizaje. Hay para Scannone una

raigambre cristiana en la América que debe ser respetada, por lo que el elemento

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mediador de la cultura popular será la religión y el camino que va a seguir la

inculturación de la filosofía latinoamericana será a través de revalorizar esta

cultura y de mantener la religiosidad popular; una religiosidad que responda a una

sabiduría cristiana que ha de lograrse en nuestros pueblos, pueblos que tienen el

sentido de la vida, el sentido de Dios, de ahí que el' saber de ellos sea saber ético

religioso y como logos tenga la sabiduría popular.

Es la sabiduría popular una nueva forma de filosofar; cada pueblo se manifiesta en

símbolos (religiosos, poéticos, políticos), posee sus propias leyendas, sus mitos y

tiene su memoria histórica. Esa sabiduría popular tiene un carácter religioso y,

aunque es propia del pueblo, está representada en los pobres y sencillos, en los

que se logrará ese nuevo proyecto liberador.

Scannone desarrolla como proyectos de liberación una filosofía y una teología que

se inculturen, o sea es a través de la vía del desarrollo de una cultura popular

como se pretende liberar a los pobres y sencillos de la América. En su lenguaje

está muy presente el término opción preferencial para los pobres, pues considera

que en la América fueron ellos los que mejor supieron resistir a las culturas

impuestas y preservar la cultura popular latinoamericana. Ellos forman lo medular

del proceso de liberación social y cultural.

Todo el aparato categorial que sustenta a la sabiduría popular como lugar

hermenéutico para ese nuevo filosofar es fácilmente comprensible que se exprese

en un lenguaje no asequible a los pobres y sencillos. Para alcanzar el proyecto

liberador que se propone, éste debe estar mediado por un tercero; es la función

del filósofo la de mediar a través de un diálogo en que se persuada al hombre de

que sólo en el Dios in-culturado encontrará su salvación. Es en esa

trascendentalidad sapiencial popular ético-religiosa donde el hombre logra su

libertad.

En esta corriente de pensamiento se proclama como sentido necesario para el

hombre un humanismo social abierto a la trascendencia, humanismo cristiano que

se abre en su sentido total a Dios y que encuentra a éste tanto en la alegría como

en el dolor. Ese humanismo que no se ha logrado aún, pero que se está

buscando, no es más que un humanismo burgués religioso que busca una salida

al hombre, no transformando las condiciones materiales. Se busca la justicia en

los que más están sometidos a la industria, pero no en sentido socioeconómico,

sino en el sentido ético-religioso. Así podemos afirmar que su humanismo sirve

más a los intereses dominantes que a los dominados, a pesar de su lenguaje

dirigido a los pobres y sencillos.

14

En el momento actual este filósofo y teólogo que estuvo vinculado a la filosofía de

la liberación y escribió sobre la teología de la liberación, asume otra actitud: sus

escritos se inclinan más al aspecto teológico y en lo filosófico al desarrollo de la

sabiduría popular, en específico al pensamiento especulativo.

En uno de sus trabajos de esta última etapa, donde analiza El papel del

catolicismo popular en la sociedad latinoamericana señala: "La pastoral popular

debe saber detectar tanto los espacios en los cuales ya se está formando el nuevo

tejido social, conocer los nuevos tipos de liderazgo que están naciendo desde el

pueblo, a fin de acompañarles con el Evangelio para contribuir a que permanezcan

fieles a éste y a la cultura popular, en el seno del pueblo y a su servicio‖.

3. La filosofía de la liberación en Perú: de Augusto Salazar Bondy a

Francisco Miró Quesada

El movimiento de la filosofía de la liberación no cuenta en Perú con gran número

de seguidores. El aporte peruano al desarrollo de este movimiento amerita, sin

embargo, un balance. En Perú se destacan dos figuras cuya obra ha trascendido

la frontera nacional para adquirir proyección continental: Augusto Salazar Bondy y

Francisco Miró Quesada.

Sin que se reconozcan explícitamente relaciones personales entre ambos

pensadores, sin embargo, de manera independiente ambos aportan una obra

fecunda que entronca con las motivaciones humanistas de la filosofía de la

liberación y al mismo tiempo marcan una de las intenciones más sui generis del

movimiento: la propuesta de utilizar la metodología analítica en función del análisis

de la realidad latinoamericana.

Augusto Salazar puede ser considerado a nuestro juicio como uno de los

inspiradores del actual proceso de autocrítica filosófica en el continente, devenido

filosofía de la liberación.

Aunque entre los propios filósofos de la liberación se discute aún la pertenencia de

Salazar a este movimiento argumentándose que en los momentos en que se

produce su muerte (1974) la filosofía de la liberación se presentaba aún como un

fenómeno argentino, un análisis más profundo indica que esta circunstancia no

debe ser absolutizada y que su obra no es un fenómeno aislado, sino el resultado

de las mismas preocupaciones que marcaron la autoconciencia filosófica del

continente y coadyuvaron a la cristalización del movimiento de la filosofía de la

liberación.

15

Por su parte Francisco Miró, firmante de la Declaración de Morelia (México, 1975)

con la cual el movimiento se dio a conocer como un fenómeno de significado

continental, es considerado en la actualidad como una de las más importantes

figuras del movimiento, con lo cual Perú se convierte en importante cuna del

pensamiento latinoamericano de liberación actual.

Tanto para Salazar como para Miró la filosofía de la liberación es resultado de la

preocupación por hacer de la filosofía latinoamericana un pensamiento auténtico.

El libro de Salazar ¿Existe una filosofía de nuestra América? se proponía revelar

"que nuestra filosofía no ha sido genuina y original sino inauténtica e imitativa"^',

parafraseando al filósofo, un mero trasplante de la filosofía europea a tierra

americana que no sólo no alcanzaba a tocar nuestra realidad, sino que traído por

el europeo "ese pensamiento además de alienado funciona como alienante,

enmascarador....‖

Otros ensayos posteriores hasta su última publicación {Bartolomé o la dominación)

retoman la misma preocupación por el sentido y la validez de tal filosofía. Al

mismo tiempo Salazar reclamaba la "filosofía estricta" como "un valor de

civilización que necesitamos realizar".

Por otra parte, de manera independiente F. Miró reconoce con posterioridad que

"aunque de manera diferente la meta filosófica que se planteaba era la misma:

hacer filosofía auténtica, es decir, hacer una filosofía que no fuera una copia mal

repetida de filosofías importadas, sino que fuera expresión de un pensamiento

filosóficamente vivo, que emergiera desde su propia circunstancia

latinoamericana, utilizando todos los medios intelectuales disponibles".

Un rasgo común emparenta la concepción que sobre la nueva filosofía proponía

Salazar Bondy –inspirador- y que defiende F. Miró como forjador del movimiento:

la motivación humanista de tal filosofía, su intención de responder con las armas

del oficio al reclamo liberador del hombre latinoamericano.

Para A. Salazar, quien dedicara una vasta obra ensayística y periodística a este

tema, auténtica y creadora puede comenzar a ser ya la filosofía "como conciencia

de la mutación inevitable de nuestra historia", es decir, la filosofía de denuncia,

aquella que hiciera del subdesarrollo, la dependencia y la dominación sus blancos

constantes y de la liberación del hombre latinoamericano su proyecto final.

De igual forma el pensamiento de F, Miró intenta poner al hombre latinoamericano

como centro de todo proceso político y cultural. Sus ideas sobre la filosofía de la

liberación están encaminadas a buscar una solución a la situación del

16

latinoamericano y del hombre del Tercer Mundo como dependientes y alienados.

Al pensador le inquieta el problema de la "afirmación plena del hombre, del

hombre concreto de carne y hueso". Su intención, junto a otros factores,

desembocó en un análisis crítico de la realidad de dependencia de América Latina

y el Tercer Mundo; sumándose a quienes en el continente tratan de dar una

respuesta filosófica a la interrogante existencial del hombre latinoamericano. Una

filosofía que pretende ser un modo concreto de sumarse a la praxis liberadora

social y nacional con el objetivo de participar, desde el plano del pensamiento en

la tarea de transformación del mundo con un sentido no regional, sino universal,

ecuménico.

Tanto para Salazar como para Miró la liberación real del latinoamericano exige

percatarse del supuesto dominador del discurso filosófico occidental y contraponer

desde el seno de los países sometidos al imperio económico y cultural un discurso

liberador, es decir, una filosofía libre del dominio cultural del ego europeo.

La liberación entendida en este caso como liberación cultural, filosófica, provoca el

afán por diferenciar nuestra cultura de la europea, de la cual la nuestra es

resultado, y en el plano de la filosofía aparece el afán de autenticidad, la duda de

nuestra propia capacidad creadora, resultado de cierto "complejo de inferioridad".

Así surge el proyecto de autenticidad, al análisis del cual Miró dedica dos de sus

fundamentales obras: Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano y

Proyecto y realización del filosofar latinoamericano y en las que demuestra que el

proyecto de hacer filosofía auténtica se ha hecho realidad con la tercera y cuarta

generaciones que él distingue.

De este modo evidenciamos que en el proceso de auto-conciencia filosófica que

vive el continente, el cuestionamiento del filosofar latinoamericano, su pasado y

presente, está estrechamente relacionado con el pensamiento de la liberación que

existe en la filosofía latinoamericana actual. Miró Quesada considera necesario

este movimiento surgido de historia de las ideas en el continente latinoamericano

que se ha transformado en una filosofía de lo americano y ha desembocado en

una filosofía del Tercer Mundo, en una filosofía de la liberación. Según su opinión

este movimiento nos revela el sentido de nuestra historia y además que para la

liberación se requiere un profundo conocimiento de la historia y de la realidad.

"Sólo a través de una autognosis rigurosa, será posible encontrar el camino que

nos abrirá las puertas de la liberación final". Según su opinión un movimiento así

no existe en otra región del mundo por lo que nos posibilita comprender nuestra

situación de dependencia, además contribuye al movimiento de liberación de

independencia, no como misión intelectualista, sino que posee salida práctica,

además porque para transformar la realidad es necesario haberla comprendido,

señala.

17

Así la liberación es entendida como liberación de la filosofía latinoamericana del

dominio y la dependencia del pensamiento europeo, como filosofía de la liberación

que se sume a la liberación real de la situación de dependencia de los pueblos del

Tercer Mundo. La misión de la filosofía, su contribución a la praxis liberadora de

estos pueblos, según Miró, .parte de la esfera del pensamiento. Pero para él la

comprensión de la liberación no significa como para Salazar Bondy liberación

económica, social y cultural ni negación de lo ajeno a nuestra cultura.

Es de destacar que en ambos pensadores se hace patente el rechazo al proyecto

de una sociedad dividida en clases, basada en la explotación y la degradación del

hombre como futuro para América. Al mismo tiempo se rechaza explícitamente la

concepción resumida por C. Marx en su famosa carta a J. Weydemeyer donde

destaca que la superación de la división de la sociedad en clases es posible sólo

por medio de la dictadura del proletariado.

Una de las diferencias sustanciales entre la filosofía de la liberación y el marxismo,

según Miró, reside precisamente en la actitud ante el enfoque clasista de la

realidad latinoamericana, en cuyo lugar la filosofía de la liberación sitúa el conflicto

subdesarrollo-desarrollo, dependencia-liberación cuyos sujetos principales

resultan las nacionalidades, los países proletarios" y los ricos, el centro y la

periferia.

Si bien tanto para Salazar como para Miró el pensamiento europeo tal como ha

sido heredado está incapacitado para cumplir la misión desmitificadora de la

filosofía de la liberación, sin embargo,-es característico para ambos su plausible

relación hacia la filosofía analítica de la cual se consideran partidarios y a la que

estiman como una tendencia en el pensamiento filosófico latinoamericano actual,

sobre todo en la última generación de filósofos, de gran empuje y desarrollo y

fundamentalmente de gran autenticidad por desarrollar temáticas no dogmáticas

con salida desde la analítica a la filosofía política y otras, especialmente hacia la

filosofía de la liberación. Ambos pensadores, aunque de modo diferente reclaman

su validez para la nueva filosofía latinoamericana.

Augusto Salazar proponía en este sentido crear una antropología filosófica que

debía descubrir la esencia antropológico-cultural específica de la comunidad

hispano-india sub-desarrollada apoyándose en una teoría de valor "que con

independencia de toda ideología daría vigor a la reflexión antropológica" al

apoyarse enteramente en el análisis del lenguaje valorativo. Tal antropología si

bien no fue elaborada sistemáticamente quedó propuesta en su trabajo "Sentido y

problema del pensamiento latinoamericano" y esbozada en una serie de ensayos

18

compilados bajo el título Entre Escila y Caribdis, así como en sus trabajos

axiológicos compendiados en Para una filosofía del valor.

El resultado de tales esfuerzos se encaminaba a fundamentar teóricamente la

posibilidad de liberación del hombre latinoamericano, lo cual sólo podía lograrse

esquivando lo que llamaba "falacia materialista" en la teoría del hombre: la

concepción materialista de la historia y el hombre.

El análisis del lenguaje valorativo era considerado por Salazar eficaz instrumento

demostrativo de que en el mundo humano - radicalmente opuesto al mundo de las

cosas - el núcleo fundamental correspondía a la actividad valorativa que era tanto

más auténtica cuanto menos se apoyara en patrones previos. De hecho, la

auténtica filosofía de la liberación latinoamericana debía ser precisamente eso:

libre invención de las normas y los valores, especialmente de los valores éticos

que consideraba determinantes de la praxis- humana. Como él mismo señalara,

todo aprendizaje estimativo estaba descartado en la auténtica valoración''.

Para F. Miró, por su parte, la filosofía de la liberación latinoamericana ha de ser

una filosofía de la historia como contrapartida de la filosofía europea de la historia,

incluido el marxismo, que si bien es reconocido como una filosofía de liberación

encierra cierta dosis de eurocentrismo que limita sustancialmente su significado

humanista.

En su opinión sólo la razón distingue al hombre por encima de cualquier otro

atributo de carácter económico, biológico, etcétera. Por ello evitando el supuesto

principio marxista de encontrar una racionalidad en la realidad allí donde

realmente se trata de la legaliformidad objetiva de la historia F. Miró como forma

superior de racionalismo no hace más que trasladar esta legaliformidad al

pensamiento, especialmente al pensamiento filosófico que arriba en su devenir al

ideal de justicia y de libertad. Cuántas veces el pensamiento filosófico ha creído

arribar al mismo ideal que en la realidad no hizo más que dar paso a nuevas

formas de opresión y arbitrariedad es pregunta que Miró no formula fascinado por

el espejismo de autodesarrollo del pensamiento humano.

Así cree Miró superada la "variante hegeliano-marxista de racionalismo" cuando

es este mismo espejismo el que Hegel convirtiera en principio constitutivo de su

filosofía a des¬pecho de toda realidad, el mismo que en franca oposición a Hegel

considerara, más había que explicar en lugar de tomar como punto de partida.

Francisco Miró utiliza todo el instrumental analítico en función de demostrar la

absoluta validez del principio racionalista en la filosofía". Todas estas

demostraciones sin embargo, parten de una misma premisa filosófica: el análisis

19

de la razón como un hecho omnipresente al margen del contenido en ella

expresado. En concordancia con esto la función principal de la filosofía de la

liberación consiste para Miró, por tanto, en la elaboración de un ideal de vida

racional donde se conjuguen armónicamente la libertad y la justicia social.

Para Miró Quesada la liberación del hombre resultará real cuando éstos vivan de

acuerdo con la razón, as decir, cuando la sociedad elimine la arbitrariedad, que

significa eliminar el dominio del amo, la dominación de unos sobre otros. Cuando

la sociedad elimine lo irracional, es decir, la arbitrariedad, la opresión, entonces el

hombre alcanzará su plena humanización. Alcanzar la liberación significa lograr la

racionalidad en la vida social y esto significa vivir en una sociedad más justa, más

humana. Según Miró la filosofía puede contribuir mejor que cualquier otra

disciplina a que se intensifique y se difunda la conciencia de este ideal.

Esta es la meta de la historia - una sociedad racional -, que significa la no

existencia de dominantes y dominados, donde "todos los hombres valen por igual,

son Ubres los unos frente a los otros", una sociedad en la cual "los hombres son

firmes y no medios, un reino en que todos los ciudadanos son a la vez legisladores

y súbditos, en una palabra, una sociedad de la que se ha eliminado la

arbitrariedad". Vivir conforme a la razón es vivir humanamente.

Así para Miró Quesada humanismo y liberación están estrechamente relacionados

con el racionalismo. El humanismo consiste, según Miró, en luchar para eliminar

de la historia la arbitrariedad, el dominio y la dependencia".

Las ideas de Miró Quesada amplían, dentro del movimiento de la filosofía de la

liberación, el espectro de la liberación, y el carácter humanista de este

movimiento. Pero no se diferencia de la concepción humanista de estos filósofos.

Sus ideas dan la imagen de una sociedad justa, humana, racional. Sólo que

atemporal o poco práctica, pues la realidad latinoamericana, su situación de

dependencia, apremia soluciones reales y estas ideas resultan distantes,

imposibles hoy en América Latina. La liberación así entendida y el humanismo de

este pensamiento son irrealizables.

4. La constancia de Leopoldo Zea en la búsqueda de un filosofar

auténticamente americano

Leopoldo Zea nació en el año 1912 y su formación ideológica estuvo marcada por

el acontecimiento histórico que abrió el siglo en su patria: la Revolución mexicana.

Época de desarrollo del sentimiento nacionalista, impulsado por los intereses de

todo el pueblo y en especial de la burguesía nacional, que en el Gobierno de

20

Lázaro Cárdenas pudo concretar su más decidido paso revolucionario con la

nacionalización del petróleo mexicano.

El espíritu de la Revolución mexicana, aunque frustrado en la práctica por la

acción de gobiernos burgueses indiferentes a las necesidades populares, sí quedó

en el contexto de América Latina como un ejemplo vivo de una nación que] en su

momento se levantó en armas contra la tiranía y la penetración extranjera. Las

luchas de México por conservar su independencia frente al vecino poderoso del

norte sirvieron de marco al desarrollo de una incipiente autoconciencia nacional

expresada en las obras de Alfonso Reyes, Antonio Caso, Samuel Ramos y otros.

Es este el contexto social en que se conforma el pensamiento del joven Zea,

reforzado con una provechosa - aunque triste - circunstancia: el exilio español a la

caída de la república. Una oleada de lo mejor de la cultura hispánica fue acogida

en tierras mexicanas. Entre los más influyentes filósofos "transterrados" (como

acostumbraba a llamarse a sí mismo) estaba José Gaos, maestro de Leopoldo

Zea. Gaos transmitió a sus discípulos mexicanos las enseñanzas de la filosofía

historicista de José Ortega y Gasset, instándolos a filosofar sobre su propia

realidad en vez de dedicarse a la tarea de construir sistemas especulativos a

semejanza de los ya estructurados por la filosofía europea.

Las ideas de Ortega encontraron eco propicio en tierras americanas que ya venían

por cuenta propia buscando el mismo camino. Al cabo de un siglo de

independencia política la conciencia americana despertaba al hecho de que

Europa se proyectaba con inusitada fuerza sobre las mentes americanas,

ocurriendo el trasplante de ideas hacia una realidad diferente. Idea inspiradora de

esta tarea que emprendía el pensamiento latinoamericano fue la concepción sobre

la relatividad de lo universal y la universalidad de lo concreto, tomada, entre otros,

de Ortega y Gasset. Esta idea parte del supuesto de que toda obra humana puede

ser universal si no pretende ser otra cosa que humana. No hay ya un prototipo

universal de lo humano; ningún pueblo puede arrogarse el derecho de juzgar

sobre la humanidad de los demás pueblos. Los europeos, señala Zea, no han

hecho más que reflexionar sobre la realidad que les tocó vivir y en ningún modo

sobre una realidad competente a todos los hombres. Cada pueblo se ha

enfrentado con una circunstancia diferente y, por tanto, tiene el derecho de sacar

su propia reflexión de lo humano, por lo que se erige en categoría universal, válida

para cualquier hombre en situación semejante. Son experiencias peculiares que

comparte el mexicano con las demás manifestaciones humanas, transmitiendo las

soluciones que creadoramente hayan elaborado los mexicanos para los problemas

que afrontan.

21

Guiado por esta fórmula salvadora. Zea estudia las características del pueblo

mexicano, destacando los aspectos positivos. Para él, el mexicano se encuentra al

filo de una "situación límite", lo inesperado es lo común en la vida del mexicano.

La zozobra y la inseguridad son permanentes en él y son, además, fuentes de

creatividad. En las sociedades occidentales el hombre se automatiza, se planifica

su vida, perdiendo su libertad; el mexicano, en cambio, acostumbrado a la

inseguridad, humaniza la máquina. Es la sociedad mexicana (y sus parecidas),

concluye Zea, la que llevará a crear un nuevo tipo de comunidad humana. El

mexicano, por ser su modo de vida, está mejor preparado que el resto de la

civilización para enfrentar la nueva situación del mundo en inseguridad, pero le

falta la conciencia A crear esa conciencia está llamada la posible filosofía

mexicana, para dotar de sentido a todas las expresiones de su peculiar modo de

ser".

De aquí la engorrosa tarea - tan cuestionada por muchos - de la búsqueda de una

filosofía propia de la circunstancia mexicana (la "filosofía de lo mexicano"), que

luego extenderá su alcance a la circunstancia latinoamericana. ¿Se justifica acaso

esta empresa? Zea advierte para los que mal interpreten sus palabras que no se

trata de hacer una filosofía diferente por el simple gusto de tenerla. La cuestión es

buscar la solución a los problemas reales que confronta el hombre en esta tierra

americana, que los demás, es decir, el carácter original de nuestra reflexión, se

dará por añadidura. Estas ideas aparecieron en Zea desde muy temprano en su

labor filosófica; en 1945 publica en un pequeño folleto su trabajo "En torno a una

filosofía americana''.

Una simple ojeada al texto nos permite captar la agonía de la conciencia

americana que descubre el vacío ideológico que supone el adoptar una conciencia

ajena a la realidad con que se trata (en este caso, al positivismo, adoptado como

filosofía de aquellos procesos que buscaban el desarrollo civilizado copiando

instituciones y modelos de la Europa de la época). Zea escribe: "Es menester

encontrar nuevos valores que hagan que el hombre recupere el equilibrio. Es

menester encontrar una nueva justificación valorativa que haga posible la

convivencia sin menoscabo de la persona. (...) El hombre de nuestro tiempo

necesita de una nueva teoría que justifique su vida práctica y le dé sentido (...)".

La filosofía latinoamericana -o americana, simplemente - debe hacer un aporte en

"la coordinación de los campos metafísicos y real", en las dos dimensiones en que

se presenta el problema al hombre, según Zea: ―la dimensión moral, que

corresponde a su relación consigo mismo, y la dimensión política, que

corresponde a su relación con la sociedad‖.

22

En la base misma de estas ideas sobre la búsqueda de una filosofía auténtica

descansa la concepción que tiene Zea de lo universal como lo particular auténtico.

Al plantear la cuestión de la relación contradictoria entre lo universal y lo particular

Zea comprende lo absurdo de caer en uno de los dos extremos, es decir, por un

lado está la tendencia abiertamente idealista de aferrarse a soluciones filosóficas

universales para partiendo de ellas, tratar de solucionar los problemas

particulares; por otro lado, la tendencia estrecha relativamente fuerte en América

Latina de considerar las soluciones filosóficas regionales como las únicas válidas,

negando así la universalidad de la filosofía. La filosofía, para Zea, tiende a la

universalidad; de ahí que no pueda negarse el valor de los aportes de la filosofía

europea, como tampoco pueda negarse el aporte de la filosofía asiática,

americana o africana. Ahora, ¿cómo llegar a la universidad, cómo hacer de

nuestra filosofía una filosofía de carácter universal? La respuesta de Zea lleva

visos dialécticos: mientras más se reflexiona sobre la propia realidad, más se

avanza en la universalidad de la filosofía.

"Si resolvemos – dice - nuestros problemas con miras a resolver los problemas del

hombre y no del americano simplemente, las soluciones de nuestra filosofía serán

también soluciones factibles para otros pueblos, en lo humano, en nuestra

participación con esa circunstancia más amplia a la que hemos llamado

humanidad‖.

A finales de los años 60 tiene lugar en el ambiente cultural latinoamericano una

polémica de importante peso para el futuro desarrollo de la filosofía en nuestro

continente. En 1968 aparece en México un libro del filósofo peruano Augusto

Salazar Bondy, donde abordaba el espinoso problema de la existencia o no de

una filosofía americana. El libro provocó reacciones polémicas, destacándose

entre ellas la de Leopoldo Zea.

La discusión no cayó en el vacío; al contrario, sirvió de inspiración a las nuevas

generaciones de filósofos latinoamericanos que concretaron sus empeños en un

movimiento teórico nacido en la Argentina del Perón de 1973 y que se dio en

llamar "filosofía de la liberación".

Revisemos los principales argumentos expuestos por Zea en la polémica,

fundamentalmente los referidos al tema de la autenticidad de la filosofía

latinoamericana y veamos después qué influencia tuvieron en la naciente

corriente. Augusto Salazar Bondy establece una relación directa entre la

autenticidad de la filosofía y el nivel de desarrollo económico y social de los

pueblos.

23

Leopoldo Zea se manifiesta contrario a esta idea que pretende establecer un

determinismo rígido entre el desarrollo económico y social por un lado y el

desarrollo cultural y filosófico por el otro. Con justicia se alza Zea en defensa de la

autenticidad de una filosofía hecha desde el subdesarrollo. Para el pensador

mexicano no es impedimento el hecho de desenvolverse en condiciones de

dependencia de una potencia extranjera para un filosofar auténtico. El propio acto

de hacer consciente esta dependencia es manifestación de un pensar auténtico y

original.

No es preciso, para ser originales, lanzarse a la creación de sistemas filosóficos, -

señala en varias ocasiones-; no es preciso tener un Kant o Hegel en la historia de

la filosofía \ latinoamericana. La filosofía nuestra, para ser auténtica, no tiene por

qué ocuparse de tecnicismos lingüísticos (al estilo de la filosofía analítica),

descuidando la tendencia ideológica que pregunta sobre la finalidad de tal

ocupación, sobre la cuestión de a quién va a servir el resultado de semejante

trabajo.

Zea intenta demostrar, además, la inautenticidad de una filosofía hecha desde el

desarrollo, cuando la misma "crea una idea del Hombre que es la negación del

hombre mismo", cuando "habla de la libertad abstracta, para limitar con supuestas

justificaciones ideológicas, la libertad concreta de determinados grupos de

hombres", cuando habla de derechos humanos y democracia creando formas de

represión para supuestamente protegerlos, cuando en nombre de los valores que

dice proteger justifica la destrucción de pueblos y la mutilación de la libertad de

otros. Toda esa doble moral expresa da en la filosofía puede tomarse como

expresión de inautenticidad a partir de la pretensión de reflejar en ella al Hombre

en general cuando sólo se reflejaba una manifestación particular de lo humano.

Para el mexicano la filosofía, el pensamiento de estas tierras, ha sido auténtico

desde el mismo momento en que se empeñó en demostrar al europeo que era

capaz de realizar obras con las mismas herramientas que le había proporcionado

el conquistador. Si de ello resultó una "mala copia" no se desprende de aquí la

inautenticidad, sino todo lo contrario, resultó "mala copia" por ser auténtica, por

hacerse incluso a pesar del sujeto en una circunstancia diferente. Es decir, para

Zea la autenticidad de la filosofía se impone objetivamente, sin que sea una meta

consciente del propio filósofo, la impone la propia realidad sobre la que se

reflexiona.

Y Zea llama a buscar la anhelada autenticidad no en una futura filosofía que se

haya de construir evitando que se convierta en "una variante de ninguna de las

concepciones del mundo que correspondan a los centros de poder de hoy", al

24

decir de Salazar Bondy, sino a buscarla y encontrarla en la historia misma del

pensamiento filosófico y social de nuestra América. En ella, es verdad, nos será

difícil encontrar grandes sistemas al estilo de los europeos, pero sí encontraremos

una línea de preocupaciones políticas y sociales que viene conformando

precisamente una forma de pensar muy propia de la situación de dependencia que

vive nuestro continente. "La autenticidad de nuestra filosofía no podrá, así,

provenir de nuestro supuesto desarrollo. (. . .) Esta vendrá de nuestra capacidad

para enfrentarnos con los problemas que se nos plantean hasta sus últimas raíces

tratando de dar a los mismos la solución que se acerque más a la posibilidad de

realización del nuevo hombre‖.

En su respuesta a Salazar Bondy, Zea llega a admitir la posibilidad de que esta

filosofía auténtica pueda ser "una variante de una de las concepciones del mundo

que correspondan a los centros de poder de hoy", refiriéndose a lo que el

marxismo aporta de positivo a nuestra conciencia de liberación, señalando más

adelante al Che Guevara con su obra escrita como ejemplo vivo de filosofía

auténticamente latinoamericana.

En la medida en que el hombre americano reflexione sobre su realidad, concluye

Zea, estará no sólo haciendo filosofía americana, sino que hará también "filosofía

sin más", filosofía como expresión de lo humano en las condiciones que le brinda

América.

Estas ideas de Zea (como las de Salazar Bondy y otros pensadores

latinoamericanos) encontraron pronto eco en el movimiento filosófico que venía

madurando y que no demoraría en aparecer con inusitada fuerza en el continente.

La "filosofía de la liberación" tuvo en Zea un inspirador teórico y por qué no uno de

sus más destacados exponentes, aunque el propio filósofo se haya tomado el

cuidado de mantener distancia del movimiento organizativo, donde primaba una

extraordinaria heterogeneidad que iba desde concepciones cercacas al marxismo

hasta otras francamente reaccionarias.

Ya en 1974 saluda Zea esta nueva y original corriente con críticas muy certeras. Y

sentencia: "La filosofía de la liberación habrá de ser esencialmente política"^^. Así

ha sido, efectivamente, una vez que el pensamiento se libró de la pesada y hasta

cierto punto estéril misión de construir sistemas filosóficos.

Si hemos de definir cuál ha sido el principal aporte de Leopoldo Zea al

pensamiento del cual se nutrió la pujante filosofía de la liberación, pudiéramos

señalar lo que resulta una constante en su reflexión filosófica: la búsqueda del

sentido de la historia americana.

25

En América en la historia ofrece un estudio cultural donde se deja sentir la huella

del historicista inglés Arnold Toyn-bee en el análisis de la evolución de la cultura

occidental a lo largo de su historia. El objetivo del filósofo mexicano es ubicar a

Latinoamérica en el contexto occidental, determinar cuál es la circunstancia desde

la que nuestro continente emprende la difícil y responsable misión de filosofar.

El estudio lleva a Zea a describir primero la situación de marginalidad de otras

regiones del mundo (Rusia, España y la propia Europa) con respecto a la cultura

occidental en determinados períodos de su historia, para concluir con el análisis

de la marginalidad iberoamericana. Estas características marginales en que ha

tenido que desenvolverse la cultura iberoamericana le dan una determinada

experiencia histórica que puede ser asimilada por otros pueblos que, como los

europeos, caen en la misma situación luego de haber dado a luz una cultura y una

civilización tan poderosas. La marginalidad europea con respecto al centro de la

cultura occidental desplazado ahora a Norteamérica hace de nuestro continente

una fuente de experiencias para enfrentar la nueva situación.

La conclusión fundamental que Zea comienza a esbozar y que habrá de

desarrollar en lo sucesivo es que América Latina, para lograr su ansiado

desarrollo, debe partir de su realidad histórica, y ésta se encuentra en las

características marginales de su cultura; que hay forzosamente que asimilar y no

esquivar o ignorar. Sólo después de tomar clara conciencia de su realidad

dependiente o marginal podrá América Latina encarar su tarea liberadora.

Así, este continente viene planteando desde el siglo XIX sus ansias de libertad, en

consonancia con la lógica asimilación de los mejores valores de la cultura

occidental (y, por supuesto, respondiendo a las condiciones económicas en que

iba desenvolviéndose la clase acaudalada criolla). Pero el planteamiento del siglo

XIX cortaba la raíz de estos ideales. Es imposible trasplantar ideales. Se pueden

transmitir ideas, pero éstas germinarán, se transformarán en ideales sociales sólo

cuando encuentren terreno fértil para esa germinación.

Por este camino de análisis histórico resalta la enorme figura de Simón Bolívar,

planteando un ideal de relaciones interamericanas que todavía hoy no sólo está

por realizar, sino que sigue siendo imperiosa necesidad para consumar la tarea

liberadora: el ideal de la unidad latinoamericana".

Hay en este ideal bolivariano muchas ideas que Zea destaca y utiliza para

formular su propio ideal social; y entre ellas, la idea de que Iberoamérica tiene la

posibilidad de desarrollar una verdadera cultura humana, un nuevo tipo de

relaciones humanas basadas no precisamente en la dominación, sino en la

26

cooperación. Y para eso cuenta con haber vivido la experiencia de la dominación

desde su lado más degradante y la de haber asimilado los ideales de su

dominador. La toma de conciencia de su condición marginal evitaría tener que

implantar una nueva situación de dominio cultural sobre otros países.

Indudablemente el producto más depurado de la filosofía de la historia que

emprende Zea lo encontramos en Filosofía de la historia americana. Aquí vemos

un serio intento de elaborar un esquema racional de la historia americana, para

tratar de encontrar la lógica que nos pueda seguir conduciendo en lo adelante

("tomar el pasado como punto de partida en la construcción del presente y del

futuro", es su fórmula). Este esquema racional del que hablamos se expone en el

libro a través de la descripción y explicación de una serie de "proyectos". Para

Zea, "toda interpretación de la historia, toda filosofía de la misma, encuentra su

sentido en un determinado proyecto" y, por tanto, la historia misma es la sucesión

unos tras otros de tales proyectos, elaborados evidentemente por los pensadores

más avanzados de todas las épocas. En el caso concreto de nuestra historia los

proyectos que se elaboran en estas tierras van a estar estrechamente vinculados

a los europeos o norteamericanos, de los cuales son respuesta. Los proyectos

latinoamericanos constituyen fundamentalmente una reacción ante proyectos

dominadores ajenos.

Hay en Filosofía de la historia de Zea un intento hegeliano de dialéctica, aunque

no lo logre más que en ciertos aspectos formales. La conciencia latinoamericana

lanza sus primeros gritos de independencia con el proyecto libertario impulsado

por Bolívar. La unión sellada en la lucha hacía grandes a los pueblos y posible su

progreso. Sin embargo, esta unidad va desapareciendo una vez lograda la paz y

con ello, el proyecto libertario va convirtiéndose en una utopía. Al expresarse la

ineptitud de los latinoamericanos para la libertad se trató de completar la

independencia política con una independencia mental, donde la educación debería

ser el instrumento de esa nueva forma de emancipación.

Pero dos elementos contrapuestos luchaban por prevalecer en la conciencia

latinoamericana. Uno, su pasado, su historia, constituía el elemento conservador.

El otro, el futuro! de civilización a que aspiraba, lo que está fuera de la realidad del

hombre latinoamericano. Esta contradicción dará lugar a otros dos proyectos

emanados directamente del libertario, pero contrapuestos entre sí. Uno, el

proyecto conservador, otro, el civilizador. Ambos fracasarán: el primero, por

limitarse a justificar y luchar por el mantenimiento del orden español sin España,

por congelar el pasado sin asimilarlo críticamente; el segundo, por tratar de injertar

un orden extraño a nuestro pasado, sin vínculos con él, por tratar de borrarlo sin

asimilarlo críticamente.

27

Es el proyecto asuntivo el que viene a plantear, la relación en su justa medida: ni

conservar el pasado tal como lo heredamos, ni borrarlo de nuestra memoria

histórica, sino asimilarlo, asumirlo como pasado propio y, por tanto, irrepetible;

aceptarlo como experiencia provechosa para construir nuestro presente y nuestro

futuro. Es este proyecto, elaborado por la conciencia latinoamericana desde

finales de la pasada centuria el único capaz para Zea de lograr la ansiada

liberación.

Cuando el filósofo mexicano habla de liberación, se refiere fundamentalmente a la

liberación cultural, a la liberación del pensamiento y de la filosofía de las ataduras

foráneas, proceso que viene dándose a lo largo de todo este siglo sin lograr

consumarse. Por supuesto que no ignora la importancia de la liberación

económica, política y social, pero no concibe éstas si antes no se ha liberado la

mente. El objeto de la liberación, por tanto, no es ninguna clase determinada, ni

grupo social alguno, es el pensamiento dependiente del latinoamericano.

El hecho de que Zea en ciertos momentos haya señalado que el objetivo de su

filosofía es la liberación del "hombre concreto" no debe llevar a confusiones. El

concepto de "hombre; concreto" está tan desprovisto de toda abstracción (el

llamado "hombre de carne y hueso") que llega a ser al fin y al cabo un hombre

abstracto, sin poder definir, sin poder señalar, un hombre con el cual no podemos

operar.

Volviendo al esquema zeísta hacemos notar la forma en que está expuesto:

Leopoldo Zea sigue la pauta de la "negación de la negación" hegeliana. Un

proyecto inicial se desdobla en sendos proyectos contradictorios, que a la vez

logran fundirse en otro que asimila lo mejor del pasado, así está trabajada la

historia americana por un filósofo americano: tesis, antítesis y síntesis.

¿Coincidencia del esquema hegeliano con la realidad latinoamericana o

construcción artificial de una realidad a partir de un esquema lógico? Puede que

haya de una u otra cosa, lo cierto es que hay una propuesta filosófica que vale la

pena conocer.

Se considere fiel o no el reflejo que haya hecho Leopoldo Zea de la historia

americana y de la evolución de las ideas en este difícil contexto, ante nosotros se

yergue una propuesta, un "proyecto", un ideal social que nos corresponde juzgar.

El "proyecto asuntivo" no nace de caprichos ideológicos de un filósofo de cátedra,

sino de las brillantes mentes que en las postrimerías del siglo pasado se vieron

ante una situación de dependencia y ante la necesidad de revolucionarla. Entre

estas mentes descolló alguien tan alejado de todo academicismo como nuestro

28

José Martí, que no sólo pensó, sino que actuó en correspondencia con ese

pensamiento. Zea le da a este proyecto nombre, forma y lo reivindica ante la

historia americana, mostrando que ya existe el camino, que ya nuestra América se

ha encontrado a sí misma. Se precisa tan sólo tomar conciencia de este hecho

para poder caminar con pie firme. Se le podrá objetar lo que se quiera pero la idea

está ahí cumpliendo su función de luz.

5. Arturo Andrés Roig: algunas consideraciones sobre su pensamiento

filosófico

Al evaluar el pensamiento filosófico de Arturo Andrés Roig, algunos coinciden en

su originalidad y profundidad, lo cual le da un valor permanente a su obra".

Entre los aspectos que se destacan por su originalidad en la obra del autor de

Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano, se pueden mencionar entre otros

los relacionados con la función de la filosofía, problema que hay que entenderlo,

según Jorge J. E. García en términos de dos problemas que han sido puntos de

preocupación fundamentales para los filósofos latinoamericanos: "el primero es el

problema de la identidad filosófica de nuestro continente y el segundo es el

problema de su liberación conceptual"*''. La solución de ambos problemas hay que

encontrarla en la práctica de la filosofía en América Latina y entonces, para Roig,

es una función liberadora basada en el estudio de nuestro pasado conceptual.

Según Roig la filosofía no puede convertirse en abstracción académica, tiene que

estar basada en la realidad histórica que la sustenta, e ignorar esto lleva

necesariamente al formalismo, y el otro extremo sería el ontologismo. Es la

historia, por tanto, la que da la clave para la tarea de la liberación conceptual.

Como eje rector de la liberación Roig considera la historicidad y esto es así entre

otras cosas ya que ésta hace posible decodificar el discurso opresor y propone por

tanto reducir la historia de la filosofía y de las ideologías a una sola historia: la del

pensamiento en sus múltiples expresiones.

Esta nueva normatividad filosófica estaría condicionada 1 por la normatividad del

a priori antropológico. Ello no invalidaría la necesidad de determinar formas a priori

de la razón, lo que se busca es la afirmación del sujeto dentro de un sistema de

códigos de origen social e histórico, como punto de partida para la estructura

axiológica de todo discurso posible.

Roig preserva el aspecto histórico del pensamiento de Hegel pero extiende la

lucha por la libertad hacia un futuro desconocido lo cual revela su tendencia hacia

29

una orientación utópica En la filosofía de Roig se destaca que lo que nos une

como latinoamericanos es la experiencia, no las ideas abstractas como proponía

Hegel.

La dialéctica entendida de esta manera daría lugar a la creación de nuevas

estructuras, hasta ahora no pensadas.

Al caracterizar las etapas del desarrollo del pensamiento filosófico de Roig y que

muestran su originalidad, se considera que éste va de un querernos a nosotros

mismos como valiosos - el a priori antropológico rescatado de Hegel - a tener

como valioso el conocernos a nosotros mismos - ambivalente en la filosofía de la

historia de Hegel, criticado por sus contradicciones y consecuencias nihilizantes

(para América) - y por fin a un bolivarismo radical y antihegeliano; de una teoría

crítica o dialéctica negativa a una utopía positiva; de una filosofía como denuncia a

una filosofía como anuncio: afirmamos a nosotros mismos.

El historicismo en el filósofo argentino se caracteriza por su originalidad y su

similitud con el historicismo marxista. En él la formulación de una filosofía de la

liberación, problemática a la cual no ha renunciado, significa dar una importancia

decisiva al discurso político como forma en la que confluyen todas las otras formas

o manifestaciones discursivas.

Este reconocimiento a la importancia decisiva del discurso político está

acompañado del papel de la teoría de los modos de producción ya que "el

quehacer filosófico no es ni puede ser ajeno a las características epocales de los

modos de producción y a las relaciones humanas que imponen".

La filosofía de Roig lo lleva a rechazar todas aquellas filosofías de la conciencia

desde Platón hasta Hegel e incluyendo manifestaciones tales como la

fenomenología, el vitalismo, la hermenéutica y otras por considerarlas, sin más,

"filosofías del poder". No se puede dar una respuesta evasiva a la tan temida

"externalidad", "contingencia" y "facticidad" del mundo, es - según su

consideración— una cobardía espiritual y política.

El marxismo "no se trata de un economicismo, sino de una nueva antropología que

parte de la relación consustancial, ontológica entre el ser y el tener" ^^. Roig no

cae en las posiciones reduccionistas, en la interpretación de la teoría de los modos

de producción.

El mundo es, para el filósofo argentino, el de la historia de los hombres, la

sociedad; pero no es la historia la que da sentido al hombre como sucede en la

30

filosofía hegeliana, sino que son los hombres actuando los que hacen la historia,

los que originan esa marcha aparentemente ajena a cada uno de ellos.

Si bien, Roig reconoce, la sociedad no es otra cosa que el producto de la acción

recíproca entre los hombres y que ese producto determina los fenómenos de

conciencia, estos fenómenos "poseen un papel determinante que no se puede

desconocer".

Desde esta perspectiva se sitúa la función de la filosofía y entendida como una

"búsqueda de nuevos conceptos integradores que no se constituyan en

totalidades conceptuales opresivas"**. Es a partir de aquí desde donde debe

alcanzarse un discurso filosófico propio "más allá de si responde o no a los

modelos y formas expresivas impuestas por las sucesivas modas intelectuales

generadas en los centros de poder mundial. Una filosofía o un filosofar elaborado

sobre un sistema categorial que coincida con una temporalidad desde la cual

nuestro hombre se sienta responsable de su hacerse y de su gestarse".

Tal reflexión tiene su fuente en el llamado "ejercicio de la sospecha", según lo han

señalado entre otros, algunos de los teóricos de la Escuela de Francfort. En las

llamadas filosofías de poder "la conciencia queda crudamente hincada en la

existencia".

La filosofía de Roig lo lleva a reconocerla como una filosofía de denuncia.

Denuncia de la función opresora del concepto, proponiendo la necesidad de ir

"hacia una nueva comprensión de la naturaleza del sujeto".

Es precisamente la problemática antropológica la que permitiría una nueva

comprensión de la noción de sujeto y del modo de afirmarse como valioso para sí

mismo; esto sería así en la medida en que se tenga en cuenta la presencia de lo

axiológico y de ese modo asumirá la filosofía su función crítica, ya que no hay una

"crítica de la razón", que pueda ser ajena a una "crítica del sujeto" desde cuya

subjetividad se constituye toda objetividad posible. Por ello - según su

consideración - la noción tradicional de "objetividad" está en crisis, ya que ha sido

ésta la que ha llevado precisamente a pensar la normatividad del quehacer

filosófico reducido a lo teorético "puro" como agregado accidentalmente. Propone

entonces, recurrir a una teoría de la cotidianidad, desde ya perspectiva de la

historia de las ideas. Sólo así, concluye, es posible alcanzar el único sentido de lo

"nuestro" que "se deriva de una relación no mistificadora de los hombres y de las

cosas".

Alcanzar esta relación no mistificadora, su solución, significa para Roig la

alternativa de liberación de los pueblos latinoamericanos.

31

Las categorías básicas que muestran la estructura social son las de "opresor-

oprimido", categorías que si bien pasan por las clases sociales, en verdad no se

expresan únicamente en los enfrentamientos y antagonismos de aquéllas, sino

que atraviesan la totalidad social desde diferentes "planos", "niveles" y

"direcciones", palabras todas entrecomilladas, -nos afirma- en tanto sólo se puede

recurrir a una vía explicativa figurativa, que tiene en este caso el riesgo de

hacernos descuidar el dinamismo del complejo fenómeno.

Roig establece una gran división entre lo que llama un "discurso justificador" y un

"discurso reversivo" y en este último distingue entre un "antidiscurso" (o "discurso

en lugar de") y un discurso contrario.

El discurso reversivo tiene también como punto de partida la dicotomía (opresor-

oprimido), pero su sentido no apunta necesariamente a una confirmación o

justificación de una situación futura, una vez lograda la reversión; sino que gira

alrededor de la categoría liberación.

La liberación es entendida de dos modos: la "reversión", donde el oprimido se

coloca en lugar del opresor, sobre la base de una lógica no menos violenta que la

que rige al "discurso justificador" y sentando la necesidad inmediata de un nuevo

enunciado de ésta; o por el contrario, surge otra forma " discursivo-reversiva" que

por su propia mecánica histórico-social se coloca -o acaba colocándose- por

encima de las categorías de opresor-oprimido, asumiendo lo dicotómico desde

una perspectiva superadora que es, a su vez, creadora.

El filósofo argentino al analizar dicha perspectiva superadora, atribuye un papel

fundamental a la necesidad de liberar a la conciencia de su modo crudamente

hincada en la existencia; para ello hace una regresión a la filosofía de Aristóteles

para rescatar "la problemática del lenguaje como acto de comunicación que

conduce al rescate de la objetividad desde la subjetividad". Pero esto implica a su

vez un rechazo a la filosofía estructuralista, la cual creyó poderse quitar la historia

de encima como quien se quita un traje usado, para ella demasiado usado, pero

no se dieron cuenta de que hacían historia a contrapelo y que acabarían siendo

historiados.

Para el argentino, filósofo e historiador de las ideas, el análisis discursivo nos

muestra una vez más la imposibilidad de sacar todo análisis de una contextualidad

histórica fuera de la cual lo semántico se transforma otra vez en el objeto "puro"

del idealismo y considera, por tanto, que más allá de la forma (eidética o figurativa

o de las dos cosas a la vez) se encuentra lo axiológico. Hay un acto de voluntad y,

32

junto con él, una posición ideológica. El sujeto, como la sociedad, se presenta

como el ser y debe ser.

Este sujeto, propone Roig, debe ser analizado como un "sujeto empírico", cuyo

alcance y naturaleza pueden ser logrados por una conciencia analítica, desde una

ontología social, y ese sujeto debe caracterizarse por desempeñar un papel no

encubridor en su propia construcción.

Al afirmar al sujeto empírico como el único capaz de justificar una orientación

humanista, rechaza al sujeto ideológico-mítico del humanismo de las esencias. El

humanismo es para él ideología orientadora, que se vea reforzada y clarificada por

aquella indispensable conciencia analítica que, en parte, es alimentada desde una

misma ideología en cuanto actitud axiológica positiva.

Es así como nos afirma Roig, los latinoamericanos "no preguntaremos por la

condición subjetiva que nos asegure una 'orientación lógica' de nuestro pensar,

como lo exigía una crítica de una razón que ya no es la nuestra. Preguntaremos

por algo que está por debajo y más hincadamente en nuestra realidad histórico-

social, nuestra necesaria orientación axiológica. Ella está dada por un sujeto

empírico que frente al Oriente objetivo pone su 'Oriente subjetivo' que viene a

relativizar al otro y a hacerlo, por eso mismo, universal. El a priori antropológico

expresaría ese momento subjetivo indispensable en la orientación de nuestro

pensar".

La recuperación creativa de la historia de las ideas en el continente no es, para

Roig, un movimiento de esencias sino un movimiento de ideas no por campos

epistemológicos (filosofía, pedagogía, etcétera), sino de problemas concretos

latinoamericanos y las respuestas dadas a los mismos desde aquellos campos.

Nos propone así ideas originales para la creación de una metodología

historiográfica de América Latina.

6. Enrique Dussel: ¿de la metafísica de la alteridad al humanismo real?

Uno de los representantes fundamentales de la filosofía de la liberación

latinoamericana es, sin dudas, Enrique Dussel, fundador del movimiento en la

Argentina de principios de los años setenta y quien reside actualmente en México.

Dussel cuenta entre los que siguen trabajando dentro de la línea teórica de la

filosofía de la liberación latinoamericana, a diferencia de otros fundadores de este

movimiento intelectual que han reconocido haber superado las preocupaciones y

preguntas que le dieron origen.

33

En buena medida la filosofía de la liberación latinoamericana es inseparable de la

abundante labor teórica de Enrique Dussel, pues el volumen de sus escritos, su

labor de divulgación y coordinación desde la dirección de AFYL y la difusión que

dentro y fuera del continente han merecido sus trabajos han llevado en algunos

casos a identificar la filosofía de la liberación con la obra del pensador argentino.

Identificación que en modo alguno es correcta.

La labor teórica de Enrique Dussel, en el transcurso de las dos últimas décadas,

ha cruzado varias etapas en las que las claves de su filosofía de la liberación han

ido adquiriendo cuerpo, sin alterar, a nuestro modo de ver, cierta sintaxis

antropológica que permanece relativamente invariante: la crítica a la ontología

eurocentrista y la opción por el "otro" como "distinto" y "más allá" de la totalidad

que niega la alteridad, opción fundamentada en su método analéctico. No obstante

a la estabilidad de su osamenta teórica, la filosofía de la liberación de E. Dussel

pudiera tematizarse a partir de la justipreciación de sus dos períodos

fundamentales: el que se recoge antológicamente en sus obras Filosofía de la

Liberación y para una Ética de Liberación Latinoamericana, donde se asienta la

referida sintaxis antropológica en su formulación clásica, y el que comienza a partir

de su incursión en el pensamiento de Marx, ya en la segunda mitad de los años

ochenta. Intentaremos un análisis crítico de ambas etapas.

En su obra Para una Ética de Liberación Latinoamericana Dussel parte de la

crítica a la filosofía noratlántica en general y pretende destruir las posiciones de

este filosofar, al alegar que esta filosofía es totalitaria y constituye la justificación

ontológica de la dominación de los países del "centro" sobre la "periferia". La

destrucción de la ontología dominadora en Para una Ética de Liberación

Latinoamericana se hace extensiva al pensamiento marxista, en tanto es

considerada anacrónica para las condiciones concretas del continente

latinoamericano; también en el caso del marxismo estamos en presencia de un

método europeo de abordar la realidad histórica y, por ello, inapropiado para la

tarea liberadora de América Latina.

Siguiendo las señas de la crítica fenomenológica a la metafísica tradicional

(fundamentalmente las de Martín Heidegger y Enmanuel Levinas), Dussel intenta

un desmonte del pensamiento occidental, considerando éste, desde sus orígenes

hasta el mismo Heidegger, ontológico. Por ontología se -entiende aquí el pensar

desde la totalidad y para la totalidad, y donde no existe lugar para la alteridad del

otro (exterioridad metafísica respecto a la totalidad) pues el otro es tratado como

ente subsumido siempre ya en la totalidad. La ontología es totalitaria por ser la

recurrencia de lo mismo sobre lo mismo: mismidad que niega todo espacio para la

alteridad.

34

La destrucción a que somete Dussel a la filosofía europea tiene un aspecto

positivo fundamental; se descubre la esencia dominadora de cierta filosofía

eurocéntrica ligada a los intereses de los centros de poder, la cual ha servido para

justificar ontológicamente la política colonialista y neocolonialista de los países del

centro sobre la periferia. De esta forma, la filosofía dusseliana de la alteridad,

andando por-el trabajoso camino insinuado por la crítica fenomenológica a la

metafísica occidental, acrítica respecto a su propio fundamento ontológico,

desemboca en la exigencia de una filosofía desde y para América Latina y el

Tercer Mundo. Exigencia que pasa por el compromiso de la filosofía de la

liberación con el otro, entendiendo por éste el pueblo latinoamericano''. El camino

andado por Dussel, a pesar del particular acceso escogido, lo emparenta con otros

filósofos latinoamericanos que, siguiendo la crítica emprendida por la filosofía

occidental a la misma filosofía occidental han llegado a conclusiones semejantes.

A pesar de la politización a que somete Dussel la fenomenología de Heidegger y

Levinas, aquí todavía se trabaja con conceptos antropológicos y de carácter

geográfico-cultural. Su opción filosófica por el otro en Para una Ética de Liberación

Latinoamericana y Filosofía de la Liberación está falta de una definición clasista

concreta, lo que a su tiempo le mereció la crítica por parte de otros representantes

de este movimiento que denunciaron en él cierto tercerismo populista.

El mérito fundamental de Levinas radica, según Dussel, en haber descubierto la

dimensión de la alteridad del otro respecto a la totalidad. Sin embargo, a los ojos

de Dussel, Levinas todavía es europeo: su otro todavía es abstracto o pasivo. A

medias tiene una ' pedagógica y carece de una política. Por lo demás, nunca

imaginó que el otro pueda ser el indio, el negro o el asiático. Esta última

consideración de Dussel nos da pie para afirmar que la metafísica de la alteridad

pasa por una politización del otro fenomenológico de Levinas, a través del

concepto de pueblo, oprimido, etcétera. Véase CERUTTI GULDBERG, H.,

Filosofía de la liberación latinoamericana, Fondo de Cultura Económica, Colección

Tierra Firme, México, 1983. Las tesis de Cerutti más recientemente han sido

sostenidas por Ofelia Schutte.

En la destrucción de la filosofía europea Dussel ataca el monismo, al considerarlo

principio constructivo de toda ontología. La destrucción se extiende también al

monismo marxista. La negativa de Dussel al monismo en el análisis de la historia,

lo conduce a considerar la "voz del otro", el llamado a la liberación del oprimido,

como algo "irracional", más allá de la lógica europea (incluyendo al marxismo),

como algo inefable, inexpresable en las categorías tradicionales del pensamiento

occidental; el otro es considerado como "la sombra que la luz del ser no ha podido

35

iluminar". "Desde el no ser –apunta- la nada, el otro, la exterioridad, el misterio de

lo sin sentido partirá nuestro pensar".

La destrucción de la ontología, en tanto filosofía de la dominación europea, trae

consigo la negación del método dialéctico, en opinión de Dussel, propio de esta

filosofía. En lugar del método dialéctico y como una superación del mismo, se

propone el método analéctico. A diferencia de la dialéctica (lógica del desarrollo

dentro de lo mismo: el logos establecido), para Dussel la analéctica es la lógica

verdaderamente dialógica pues, en lugar de subsumir al otro en calidad de ente, lo

reconoce distinto y respeta su inalienable alteridad. La analéctica viene así a

funcionar como lógica del mutuo reconocimiento y respeto, contraria a aquella

lógica que, desde Heráclito hasta Hegel, Marx y toda la filosofía occidental

contemporánea, ha servido para justificar la negación de la distinción y alteridad

de otros pueblos; los cuales, en la lógica noratlántica, han sido negados y

subsumidos en el logos de los países del centro.

No es difícil notar el parentesco que guarda la analéctica con la ética cristiana -el

mismo Dussel reconoce las raíces de ésta en la eticidad judeo-cristiana. El

carácter ético-religioso explícito del método analéctico, si bien le ha granjeado al

Dussel de Para una Ética de Liberación Latinoamericana cierta simpatía en

determinados círculos cristianos del continente vinculados a la lucha por la

dignidad del oprimido, si bien la analéctica dusseliana en sus diversas hipóstasis

sistémicas (fundamentalmente su pedagógica y erótica) han encontrado

traducción en la lucha de hombres y mujeres comprometidos con el "oír la voz del

otro" y servirlo como indio, negro, mujer, niño, no nos parece que constituya un

método de valía universal y efectivo que conduzca a una solución real de los

problemas que afronta el continente.

Como resultado de este carácter ético-religioso que adquiere el método, Dussel se

inclina a una posición abstracta en lo concerniente a la concreta liberación del

continente latinoamericano. En Para una Ética de Liberación Latinoamericana

encontramos la constante apelación a la liberación de todos los miembros de la

sociedad (incluyendo al opresor), el pacifismo y el no reconocimiento de la

violencia como medio de liberación.

Con toda justicia a Dussel se le ha reprochado, dentro y fuera de la filosofía de la

liberación, el haber soportado su proyecto liberador en las claves de la ética judeo-

cristiana, a saber, en el servicio del profeta (léase intelectual-filósofo de la

liberación) al prójimo (léase pueblo oprimido, otro), lo cual, según sus críticos, da

muestras de que, por lo demás, Dussel acríticamente reproduce el esquema de la

relación intelectual-pueblo, propio del concepto ilustrado de educación.

36

Ciertamente, el filósofo aquí viene a funcionar como el profeta que, oyendo la voz

del otro y en el servicio "boca a boca", "cara a cara", esclarece y orienta las

tensiones libertarias del pueblo, sin imponerle su proyecto.

Sin embargo, el pensamiento de Dussel ha estado sujeto a evolución. Con el

objetivo de trazar la línea general de la evolución de sus ideas, haremos referencia

a las variaciones fundamentales que han sufrido sus conceptos, a la luz del

tratamiento a que recientemente ha sometido Dussel la herencia filosófica de

Marx.

En primer lugar, es preciso señalar que en estas obras Dussel reconoce la

necesidad de "un discurso marxista coherente y completo" para América Latina. El

pensador en sus estudios sobre la obra teórica de Marx se propone una "lectura

latinoamericana" de las obras del clásico de la filosofía marxista. Esta situación

indica que quien antes excluyera a América Latina del proceso histórico universal,

por considerar a Marx un representante más del pensamiento ontológico

eurocéntrico, ahora esgrimirá a Marx como un crítico de la cultura totalitaria que ha

justificado la negación del otro.

También es indudable que Dussel acepta, como resultado de sus estudios sobre

Marx, un punto de partida a la hora de conceptuar la historicidad de América, que

lo separa de su anterior filosofía de la historia: América Latina ahora es vista con

los lentes de la contradicción fundamental de la sociedad capitalista

contemporánea, la contradicción entre el capital y el trabajo asalariado, entre las

crecientes fuerzas productivas del capital y la estrecha forma de apropiación

capitalista, entre la opulencia lucrativa de los poseedores y el pauperismo de los

desposeídos. De otra parte, si la negativa del autor de Para una Ética de

Liberación Latinoamericana al carácter universal del enfoque marxista de la

historia, condujo a considerar la voz del otro, el llamado a la liberación del

oprimido como algo "irracional", más allá de la lógica europea, como resultado del

acercamiento a Marx, Dussel logra solucionar en buena medida la deficiencia

fundamental de Para una Ética de Liberación Latinoamericana en lo tocante a la

conceptuación de la perspectiva histórica del continente: el exclusivismo histórico

que impedía conceptuar los destinos históricos de Latinoamérica en una

perspectiva universal.

Este cambio de perspectiva en su visión sobre los destinos históricos del

continente, trajo como consecuencia inmediata que la metafísica de la alteridad

ganara en concreción. Si en Para una Ética de Liberación Latinoamericana Dussel

había trabajado con conceptos en extremo abstractos y en ocasiones faltos de

definición clasista, en estos trabajos encontramos sin dudas una mayor concreción

37

de sus conceptos de partida. En sus comentarios sobre los Grundrisse de Marx se

definen con mucha mayor claridad y espíritu de partido los conceptos de otro y

totalidad: inspirado en análisis marxista, en este caso el otro es definido como el

"trabajo vivo", el trabajador mismo como otro que el capital. El otro es considerado

idéntico a la clase obrera, distinto de la clase capitalista; la totalidad dominadora,

la cuál en las obras anteriores tenía un carácter totalmente abstracto, adquiere, a

la luz del enfoque marxista del capital, un carácter clasista determinado, ella será

ahora el capital, el cual "subsume como elementos suyos el trabajo vivo, la

tecnología, etc.". El capitalismo, el capital, la clase capitalista vienen a ser la

concreción de la antes ambigua totalidad dusseliana.

El análisis a que somete Dussel el discurso marxista, a pesar de su pretendido

acercamiento directo al autor de los Grundrisse y del Cuaderno tecnológico-

histórico, no está exento de cierto carácter forzado. Dussel recibe los principios

fundamentales del pensamiento filosófico de Marx a través de los conceptos

anteriormente asentados: el problema de la alteridad del otro (el trabajo en su

dimensión humana íntegra) respecto a la totalidad totalizante (el capital) es

considerado el hontanar del pensamiento filosófico de Marx. De modo que no se

ha tratado en Dussel, en nuestro criterio, de una evolución hacia las miras teórico-

metodológicas del marxismo, sino más bien de un paso de la analéctica por Marx,

donde lo que importa no es tanto Marx como la validación de la antropología

filosófica que Dussel había ya desarrollado en detalles, a través de una

interpretación sui generis de textos clásicos de Marx. De hecho, el paso por Marx

ha dejado incólume la sintaxis teórico-antropológica de la metafísica de la

alteridad, aun cuando sus conceptos claves (alteridad-totalidad) hayan sido

concretadas en las categorías del humanismo real.

Partiendo del criterio del papel determinante que desempeñan las relaciones de

producción entre los hombres. Dussel llega a la conclusión de que "oír la voz del

otro", el restablecimiento de la relación cara a cara, perdida en la totalización

impuesta por el capital, es posible sólo a través de la superación del modo de

producción capitalista en América Latina.