24
Además ¿SABEMOS QUÉ ES LA VIDA? EDMUNDO VALADÉS PASCUALA CORONA DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICAFEBRERO DE 2015 530 Escribir es también un intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar —deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable— cada vida. CLAUDIO MAGRIS

La Gaceta -FCE- nº 530 febrero 2015 (Claudio Magris y los colores de la escritura).pdf

Embed Size (px)

Citation preview

  • AdemsSABEMOS

    QU ES LA VIDA?EDMUNDO VALADSPASCUALA CORONA

    D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N M I C A F E B R E R O D E 2 0 1 5

    530

    Escribir es tambin un intento de construir un Arca de No para salvar todo lo que amamos, para salvar deseo vano e imposible, quijotesco

    pero inextirpable cada vida. C L AU D I O M AG R I S

  • Jos Carreo CarlnDI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

    Toms Granados SalinasDI R EC TO R D E L A GACE TA

    Alejandro Cruz AtienzaJ EFE D E R EDACCI N

    Ricardo Nudelman, Martha Cant,Adriana Konzevik, Susana Lpez, Alejandra VzquezCO N S E J O ED ITO RIAL

    Len Muoz SantiniARTE Y D IS E O

    Andrea Garca FloresFO R MACI N

    Juana Laura Condado Rosas, Mara Antonia Segura Chvez, Ernesto Ramrez MoralesVERS I N PAR A I NTER N E T

    Impresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cvI M PR E S I N

    E ste nmero de La Gaceta exalta varios modos de entender la vida. Arrancamos presentando el discurso que Claudio Magris pronunci al recibir, el da inaugural de la pasada feria de Guadalajara, el Premio fil de Literatura en Lenguas Romances,en el que parte de una teora cromtica para representar las diversas intenciones de un escritor y expresa cmo a lo largo de su vida literaria ha ido aprendiendo el oficio; incluimos asimismo la cariosa respuesta que Esther Cohen dio ese medioda al infinito viajante. Agradecemos a ambos, y a Dulce Mara Ziga, eficaz gestora del galardn tapato, la oportunidad de publicar aqu esos dos textos.

    Tenemos en preparacin varios libros que, desde una perspectiva cientfica, se preguntan qu es la vida y ponderan la importancia de la diversidad biolgica. Como aperitivo de lo que el lector hallar en La esencia de la vida. Enfoques clsicos y contemporneos de filosofa y ciencia, ofrecemos un ensayo sobre cmo puede definirse ese misterioso fenmeno que cuestiona las leyes de la termodinmica. Uno de los autores incluidos en ese volumen es Francis Crick, cuyo La vida misma apareci en Coleccin Popular hace tres dcadas; estamos seguros de que los lectores se sorprendern de la resea que Octavio Paz prepar y que da cuenta de su curiosidad omnvora. Cerramos esta seccin vital con un fragmento de un libro polmico, publicado por el Fondo en 1992, que nos sirve para recordar a Fred Hoyle en el ao de su centenario.

    Y ya puestos en la veta de los festejos por alguien que habra cumplido cien aos, celebramos el siglo de Edmundo Valads; La muerte tiene permiso es un slido cimiento del catlogo histrico de nuestra casa. Jos ngel Leyva nos permiti incluir un trozo de un libro que tenemos en evaluacin y de Dmaso Mura tomamos el captulo que dedic en su antologa personal Las mujeres primero (Letras Mexicanas, 2000) al escritor sonorense nacido el 22 de febrero de 1915.

    Cerramos este nmero con una evocacin festiva de una escritora fallecida en enero pasado. Con inteligencia y conocimiento, Juana Ins Dehesa recapitula los aportes de Teresa Castell Yturbide, quien bajo el seudnimo de Pascuala Corona contribuy al surgimiento de la literatura para nios en nuestro pas.

    La vida, qu duda cabe, es todo esto y mucho ms.W

    MemoriaE D M U N D O V A L A D S

    Lpices de coloresC L A U D I O M A G R I S

    Claudio Magris, el in nito viajanteE S T H E R C O H E N

    Hay una de nicin de la vida?C A R O L C L E L A N D Y C H R I S T O P H E R C H Y B A

    Inteligenciasextraterrestres y demiurgos, bacterias y dinosauriosO C T A V I O P A Z

    La morada terrestreF R E D H O Y L E Y N . C H A N D R A W I C K R A M A S I N G H E

    Edmundo Valads, sonorense mareoD A M A S O M U R A

    La imaginacin sustituye a la memoria: Edmundo ValadsJ O S N G E L L E Y V A

    CAPITELNOVEDADESPascuala Corona: la otra hermana GrimmJ U A N A I N S D E H E S A

    3

    6

    8

    9

    1 3

    1 6

    1 8

    1 8

    2 0

    2 0

    2 2

    EDITORIAL

    Suscrbase enwww.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/[email protected]/LaGacetadelFCE

    La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica es una publicacin mensual editada por el Fondo de Cultura Econmica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, Mxico. Editor responsable: Toms Granados Salinas. Certi cado de licitud de ttulo 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisin Cali cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el nmero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicacin Peridica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Econmica. ISSN: 0185-3716

    I LUS TR ACI N D E P O RTADA : AN D R E A GARCA FLO R E S Y ALE JAN D R A SN CH E Z SAL A S

    L A S V I E TA S D E L A S PG I NA S 2 , 3 , 1 8 , 1 9 , 20 Y 2 1 FU ERO N TO MADA S D E L A R E VIS TA E L C U E N TO . R E V I S TA D E I M AG I N AC I N

    530

    2 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    Sabemos qu es la vida?

  • F E B R E R O D E 2 0 1 5 3

    LPICES DE COLORESMICROFICCIN

    Este mes, en el que celebramos el centenario del nacimiento de Edmundo Valads, recuperamos una de sus micro cciones gnero del que fue el espadachn y promotor

    en Mxico e Hispanoamrica. Extrada de uno de los emblemticos recuadros que ofrecan estas pequeas bocanadas de ccin en El Cuento, presentamos aqu una que

    vio la luz en el nmero 101 de la tambin llamada Revista de imaginacin

    Cuando alguien muere, sus recuerdos y experiencias son concentrados en una colosal computadora, instalada en un planeta invisible. All queda la historia ntima de cada ser humano, para propsitos que no se pueden revelar.

    Enfermo de curiosidad, el diablo ronda alrededor de ese planeta.W

    MemoriaE D M U N D O V A L A D S

  • 4 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    ILU

    ST

    RA

    CI

    N:

    A

    ND

    RE

    A G

    AR

    CA

    FL

    OR

    ES

  • F E B R E R O D E 2 0 1 5 5

    La escritura tiene colores diferentes. Diversos colores, diversas escrituras, tambin

    en el espacio de aquella que las abraza a todas: la escritura nica e irrepetible de cada autor.

    Claudio Magris se vale de un curioso hbito de un escritor al que admira, que usaba tonalidades

    distintas en su correspondencia, para intentar comprender cmo se ha acercado a la literatura,

    tanto la creativa como la de re exin

    DOSSIER

  • 6 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    LPICES DE COLORES

    Hace muchos aos, Heimi-to von Doderer, el gran narrador austriaco, te-rico y creador de la no-vela total, me envi un ejemplar de su obra maestra La escalinata de Strudlhof, con una afec-tuosa, amplia y autoir-nica dedicatoria escrita con seis lpices de colores. Algunas letras en azul, otras en rojo, una palabra entera en amarillo, y as su-cesivamente. Aquella dedicatoria era probablemente tambin autoirnica porque utilizaba colores dife-rentes para escribir a mano sus novelas, largas como la vida misma; los colores diferenciaban los dis-tintos planos de la novela: la narracin de los sucesos, el flujo de la conciencia, las descripciones Utilizar colores diferentes tambin para escribir la dedicato-ria significaba que toda escritura as fueran unas cuantas lneas es un texto, un tejido de planos dife-rentes, rico en referencias; sostenido por una tensin entre la totalidad y el fragmento, lo dicho y lo no di-cho. La escritura tiene colores y lpices diferentes, tambin para quien no escribe a mano, como lo hace Doderer. Diversos colores, diversas escrituras, tam-bin en el espacio de aquella que las abraza a todas, la escritura nica e irrepetible de cada autor.

    No s cuntos lpices debera tener yo cuando, en la mesa de mi cuarto o en la del caf San Marco en Trieste, intento garabatear mis pginas. Un color simple y definido es el del lpiz con el que se escriben los libros (al menos es lo que yo hago y he hecho en el pasado), e incluso los textos breves de los que conoce-mos, antes de empezar, la naturaleza, el tema, el obje-tivo. Es el caso de los textos de crtica literaria. Por ejemplo, cuando me sent a escribir una monografa sobre Wilhelm Heinse, un autor alemn de finales del siglo xviii, no saba a qu resultado llegara, pero sa-ba cul era el tema y el objetivo de aquella escritura, es decir, el anlisis de la obra del autor. El color de mi lpiz era firme, no irradiaba reflejos ni reverberacio-nes misteriosas, no se confunda con otros colores, no cambiaba su significado, como por ejemplo un azul marino puede evocar nostalgia, o bien felicidad en un mismo instante, plido color de la angustia y la muer-te. Pero ya en otros estudios crticos se haba insinua-do de pronto una inquietante ambigedad, una esti-mulante y perturbadora incertidumbre sobre lo que

    yo estaba buscando. En un libro que escrib sobre Hoffmann, el genial escritor romntico y decimon-nico, artista del inconsciente y de la figura del doble, me introduje en su obra y en el Romanticismo euro-peo que se refleja en ella. Aventurarse en el caos de sueos y fantasmas de sus relatos, donde el Yo narra-tivo de pronto se sorprende hablando con una voz desconocida y extraa que lo extrava, lo hechiza o lo devasta, requera no solo un anlisis histrico y crti-co de la obra, sino que exiga internarse en los labe-rintos ignotos de la vida e incluso de mi propia vida. Mientras ms avanzaba en la escritura, menos saba lo que me esperaba, cul era el verdadero objetivo de mi bsqueda; el color de la escritura se desvaneca como una nube y cada vez ignoraba ms qu libro es-taba escribiendo aunque controlara meticulosamen-te cada detalle.

    Este proceso, existencial y estilstico, se fue acen-tuando progresivamente aun antes de que empezara a escribir ficcin, y enseguida se convirti en una ley de la escritura. El ensayo, por ejemplo, es una escritu-ra que se hace a tientas, ensayando, y el argumento se va creando conforme se avanza, mientras se busca se construye. Una escritura que habla de algo para ex-presar otra cosa, que no se puede decir directamente, y que el propio autor va conociendo poco a poco, lo in-decible detrs de cada imagen. Cuando escrib mi pri-mer libro, El mito Habsbrgico (1963), no saba bien lo que quera escribir y esto me sucede todava; solo cuando llego a una tercera parte o a la mitad s qu li-bro quiero escribir, cul es la metfora detrs del tema explcito y cul es su verdadero objetivo por ejemplo, cuando se escribe un poema sobre un rbol y la luz que lo envuelve, puede ser la nica manera en ese momento para expresar el amor por una perso-na. El mito Habsbrgico celebraba el mundo aus-triaco como el mundo del orden que haba descubier-to el desorden, una literatura que haba denunciado el vaco, el sinsentido, la crisis de la civilizacin. Un la-boratorio del nihilismo contemporneo a la vez que una guerrilla en su contra.

    Pero me di cuenta de esto mientras lo estaba escri-biendo y ya hacia el final. Probablemente no lo habra escrito si no hubiese nacido y crecido en el mestizaje1 de Trieste, la ciudad de los patriotas italianos que con frecuencia tienen apellidos alemanes, eslavos, judos

    1 En espaol en el original. [N. de la T.]

    o hngaros, en donde el creador de la literatura tries-tina, Scipio Slataper, muri sirviendo como volunta-rio en la primera Guerra Mundial luchando para que Trieste se volviera italiana. Su libro Mi Carso (1912) se inicia con estas palabras: Quisiera decirles. Slataper hubiera querido decir que haba nacido en el Carso, en Moravia o en Croacia. Naturalmente que no es cierto, l naci en Trieste, pero expresa el deseo de hablar a los otros, a los italianos; pero l tambin es italiano y poco despus morira en la Gran Guerra para que Trieste se anexara a Italia. Si en Mxico existe la mexicanidad en Trieste existe la triestinidad; ambas suscitan apasionamiento, pero no es seguro que en realidad existan. De todas formas, en pocos lugares como en Trieste se vive la obsesin por la otredad, li-terariamente fecunda y potencialmente nociva, como cualquier fijacin por la propia identidad, en lugar de vivir simplemente sin pensar demasiado en ello.

    De igual forma, el ensayo Lejos de dnde (1971) de-dicado a la civilizacin hebraico-oriental y vinculado con mi pasin por Isaac Bashevis Singer, a quien cono-c personalmente y ha sido uno de los grandes encuen-tros de mi vida, tuvo su primer origen en la lectura ca-sual de una narracin hebraico-oriental: la historia de dos judos de una pequea ciudad de Europa del Este. Se encuentran en una estacin de tren, uno de ellos lleva muchas maletas y el otro le pregunta: Adnde vas? Y este responde: Voy a Argentina. Aquel co-menta: Vas muy lejos! Y el primero dice: Lejos de dnde? Una respuesta talmdica, que responde con una pregunta; esto significa por una parte que el ju-do, que vive en el exilio, siempre est lejos de todo y, por otra, que teniendo una patria en el Libro, en la tra-dicin, en la Ley, nunca se est lejos de nada. Me dedi-qu a leer historias de ghetto de todos los pases posi-bles, a autores clsicos y a menores de la literatura en yiddish, historias jasdicas, relatos de todo el mundo y sobre todo de Europa centro-oriental. Una civiliza-cin que ha sufrido con tremenda violencia la erradi-cacin, el exilio, persecuciones, amenazas de aniquila-cin de su identidad a todo esto se han enfrentado oponiendo una resistencia extraordinaria individual y un humorismo indestructible. xodo, exilio, prdida del Yo y una increble resistencia del Yo mismo.

    Pero poco a poco aquel libro se convirti en una es-pecie de metfora de mi propia vida, de mis afectos ms profundos, de mi existencia.

    As naci tambin Danubio. En septiembre de 1982, con Marisa mi esposa y algunos amigos hicimos

    Lpices de coloresC L A U D I O M A G R I S

    ARTCULO

    Con motivo de la entrega del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2014, el pasado 29 de noviembre, en la ceremonia inaugural de la XXVIII Feria de Guadalajara,

    se celebr al triestino Claudio Magris. Presentamos aqu el texto que ley en dicha ocasin, donde reconstruye con una belleza deslumbrante el origen y conformacin de sus obras

    ms signi cativas, as como la sensible e inteligente semblanza que preparara Esther Cohen para el mismo festejo

    ILU

    ST

    RA

    CI

    N:

    A

    ND

    RE

    A G

    AR

    CA

    FL

    OR

    ES

  • F E B R E R O D E 2 0 1 5 7

    LPICES DE COLORES

    LPICES DE COLORES

    un viaje a Eslovaquia. Estbamos entre Viena y Bra-tislava, cerca de la frontera Este con lo que se ha dado en llamar la otra Europa (creo que mucho de lo que he escrito ha surgido del deseo de quitar ese adjetivo otra, de lograr que se comprenda que esa Europa es igualmente digna). Veamos fluir el Danubio, el es-plendor de sus aguas, su color no se diferenciaba de la hierba y los prados; no se distingua bien dnde em-pezaba y dnde terminaba el ro, qu era ro y qu no. Estbamos viviendo un momento de felicidad y ar-mona, uno de esos raros instantes de concordancia con el flujo de la existencia. De pronto vimos un car-tel: Museo del Danubio. Esta palabra, museo, apare-ca tan ajena al encanto del momento, cuando Marisa dijo: Qu pasara si continusemos vagando hasta la desembocadura del Danubio?. As comenzaron esos cuatro aos de viajes, escritura y re-escritura, vagabundeos donde el Danubio y la Mitteleuropa se convierten en la Babel del mundo actual. La escritura de Danubio es mestiza, impura, mezcla de gneros y de registros estilsticos, como las aguas del verdadero ro que no son azules. Esto es vlido, en formas di-versas, para todos mis libros, novelas, relatos y pices2 teatrales que he escrito.

    La escritura es a la vez un agente de aduana y un contrabandista; establece fronteras y las trasgrede. Lpices, colores diferentes, son usados por la escritu-ra tico-poltica y por la propiamente literaria, de in-vencin. Yo he escrito libros de fantasa, de invencin, pero hace 47 aos que escribo para el Corriere della Sera, frecuentemente sobre asuntos tico-polticos. Lo que da orden al mundo es la sintaxis, y las dos es-crituras la tico-poltica y la fantstica, narrativa-teatral tienen sintaxis completamente distintas.

    La escritura tico-poltica, al menos en lo que me concierne, es una escritura paratxica, implacable, clara, fuerte, constituida esencialmente por frases importantes. Cuando se protesta por algo, cuando se denuncia o se ataca algo, es natural expresarse segn manda el Evangelio: Que tus palabras sean s s, no no, con una claridad despiadada. Tal claridad se ex-presa sobre todo con una sintaxis paratxica y clara. En cambio, cuando se narra, cuando se relata la his-toria de un hombre, la escritura se vuelve ms com-pleja porque un hombre no es nunca reductible a una realidad unvoca de su persona. La escritura, en el in-tento de aferrar esta realidad humana mutable y compleja, a su vez se vuelve compleja, contradictoria, hiposttica, una escritura en que las frases principa-les que dicen o deberan decir lo esencial son corregi-das, atenuadas, puestas en duda por frases secunda-rias, por oraciones concesivas, por subjuntivos, por condicionales. Una escritura en la que lo que sucede se combina inextricablemente con lo que podra o de-bera suceder. La escritura es como un ro que siem-pre desborda sus mrgenes. La escritura siempre nos rebasa. A veces es la escritura la que nos revela el tema, la historia que escribiremos y que hasta ese momento no sabamos que escribiramos. Mi primer relato o novela breve, Conjeturas sobre un sable, sur-gi de esa manera. Haba escrito un artculo para el diario Corriere della Sera donde evocaba el trgico y grotesco suceso histrico de los cosacos que, durante la segunda Guerra Mundial, recibieron de los nazis la promesa de obtener una patria, un Kosakenland, que estara situada en alguna regin de la Unin Soviti-ca. Pero ya que la guerra, gracias a Dios, iba cada vez peor para los nazis, la patria prometida deba mover-se cada vez ms hacia el Oeste, como en un juego tr-gico, hasta que durante unos meses se situ provisio-nalmente en Carnia, una regin del confn oriental de Italia entre Trieste y Udine, donde yo estaba de nio, en el ltimo invierno de la guerra (1944-1945) y pude ver a algunas de estas personas. Los nazis haban sa-cado del olvido y del exilio al viejo lder cosaco Kras-nov, que siempre vesta su colorido uniforme del pa-sado y haba creado una especie de cuartel general o corte cosaca en un pequeo albergue de un pueblo. En las ltimas semanas de la guerra, los cosacos ha-ban logrado huir del cerco partisano y en Austria se haban entregado a los ingleses porque les haban prometido no entregarlos a los soviticos. Sin embar-go, s fueron entregados a los soviticos y casi todos fueron ajusticiados. Tambin Krasnov fue capturado en Mosc en 1947. Pero durante mucho tiempo se cre-y y uno que otro lo cree an que Krasnov haba muerto durante el ltimo enfrentamiento contra los partisanos, no endosando su extravagante y anacr-

    2 En francs en el original. [N. de la T.]

    nico uniforme sino el atuendo de un simple soldado y haba sido confundido con un viejo cosaco muerto y sepultado en aquel lugar. Cuando se abrieron los ar-chivos soviticos, se supo que Krasnov haba sido capturado en Mosc. Pero aun despus de que se die-ra a conocer esta indiscutible verdad, muchos, sobre todo en aquellas tierras, se obstinaban en creer que Krasnov era aquel viejo muerto en su esculido uni-forme. Yo relat en el Corriere della Sera ese episodio, narrando obviamente los hechos histricos realmen-te acontecidos y por supuesto tambin la muerte de Krasnov en Mosc. Pero cuando rele el artculo not que estaba lleno de frases concesivas, de condiciona-les, subjuntivas, de quizs, que parecan crear la duda en el lector acerca de la verdad de la muerte de Krasnov, como si tambin yo, en el fondo, quisiese convencerme de que Krasnov haba muerto en Mos-c. Entonces me pregunt qu verdad humana, exis-tencial, potica, haba en aquel deseo de creer en una versin histricamente falsa.

    Para comprender esto, hay que recurrir a la litera-tura que deca Manzoni no es cierta en los hechos, pero cuenta cmo los hombres los vivieron. Es un tema muy borgiano, y de hecho, cuando pas una ve-lada con Borges en Venecia, quise regalarle ese tema, ese argumento. Pero l me acarici suavemente el brazo y me dijo: No, usted debe escribirlo, es una his-toria de su vida. As la literatura universal perdi una obra maestra, pero yo me desbloque y escrib mi primer texto narrativo, Conjeturas sobre un sable.

    Otro episodio que revela esa fuerza y autonoma de la escritura e impone sus leyes es lo que presenci cuando Marisa Madieri escribi su Verde agua, libro tan apreciado en particular en los pases de lengua es-paola. Hay un personaje femenino inspirado en un personaje real de impetuosa, desbordante y astuta vi-talidad (tambin con conductas moralmente repro-bables) y una gran fidelidad a los detalles. Marisa sen-ta por esta persona una profunda y justificada aver-sin. Pero cuando narr este personaje, mantuvo sus caracterstica negativas y acentu esos aspectos fas-cinantes de su vitalidad como su humorismo cnico y su inteligencia veloz aunque ignorante. El resultado fue un personaje impetuoso y mucho menos odioso de lo que la autora hubiese querido. Aqu es vlido lo que una vez dijo Tolsti: Perd el control sobre Anna Karenina. Ella hace lo que quiere.

    Hay tantas escrituras: las que dan voz a la trage-dia y al horror de la vida y aqullas que dan voz a su encanto; las que se obsesionan con la verdad y aqu-llas que pretenden reinventar el mundo. Est la es-critura que nace en la cabeza, en el conocimiento in-telectual, y aqulla que nace en la mano, en la creati-vidad que ignora que el autor entiende menos su obra que los dems, como me sucedi cuando hablaba con Singer y me daba cuenta de que yo entenda ms sus grandes obras, sus relatos y parbolas que haba es-crito l y no yo.

    Hay la escritura que informa sobre el mundo, que detecta las necesidades y denuncia las injusticias; tambin la escritura que se practica como buen combate, para usar la expresin de san Pablo, en de-fensa del ser humano, y hay la escritura que se practi-ca con absoluta e irresponsable libertad.

    Hay una increble paleta de colores diferentes, a veces cada uno separado en su propio recipiente, como en la escuela, en las clases de dibujo y pintura con acuarelas, y otras veces mezclados en un color imposible de nombrar.

    La dialctica que siento con ms fuerza es aquella que se da recordando la definicin del gran Ernes-to Sbato, de quien tuve la fortuna de ser amigo entre la escritura diurna y la nocturna. En la prime-ra, un escritor, aunque invente, expresa un mundo en el que se reconoce, del que enuncia sus valores, su modo de ser. En la segunda, el escritor ajusta cuentas con algo que de pronto surge dentro de l y que tal vez no saba que tena: sentimientos, pulsio-nes inquietantes, verdades detestables, como es-cribi Sbato, que lo dejan estupefacto, lo horrori-zan, le muestran un rostro suyo que no conoca, lo ponen frente a frente con la Medusa de la vida que en ese momento no puede ser enviada con el pelu-quero a que le corten la cabellera de serpientes para que est presentable.

    Es la escritura en la que habla una especie de sosia del autor y ste, aunque le gustara que el sosia dijera cosas distintas de las que est diciendo, no puede ha-cer sino si es honesto dejarle la palabra. Lpiz ne-gro? En lo que me concierne, en la narrativa espe-cialmente en la novela A ciegas, y en la que estoy escri-

    biendo y quizs publique en unos meses y en los textos teatrales (sobre todo en Exposicin) predomina la escritura nocturna.

    Comenc a escribir A ciegas en forma lineal, tradi-cional, pero no funcion, no poda funcionar porque en una narracin el cmo es decir el estilo, la es-tructura, la escritura debe corresponder, identifi-carse incluso, con el qu, con la ancdota, y con su sentido o sinsentido. No se puede escribir de forma tradicional, ordenada, racional, armnica, una histo-ria de delirio, de descomposicin de los sentidos, de desorden descomunal. El desorden y la tragedia estn en las cosas y en las palabras. Logr, en un impulso creativo, en medio del gran mar conradiano que es la novela moderna contempornea, cuya estructura se construye disgregndose y difiriendo o alternando las revelaciones del significado y la relacin funda-mental con el tiempo y con la Historia, la relacin en-tre novela contempornea e Historia, entre escribir la Historia y escribir historias, entre relatar e inven-tar la realidad, History as Fiction, Fiction as History, como escribiera Norman Mailer y que muchos otros han repetido. Mientras escriba A ciegas, me debata en la escisin entre la forma de verdad que la novela (si quiere ser autntica) puede encontrar solo a travs de la distorsin, y la otra forma de verdad tico-polti-ca que, en cambio (como era el caso), solamente puede ser encontrada apegndose a la razn y a la racionali-dad que los oleajes de la pica parecen haber llevado al naufragio. Me di cuenta despus, una vez termina-do el libro, cunto le debe a Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, a su flujo aglutinante que arrastra en una mezcla de erudicin, sensualidad y delirio ncleos intrincados de vida y de Historia. Para la no-vela del siglo xix grande o menor la accin del in-dividuo estaba inserta en una Historia difcil pero no del todo irracional. El escritor decimonnico, cuando inventaba historias, poda fiarse de la misma licencia de la Historia que l expresa en sus escritos histricos y polticos. Y puede incluso usar un estilo de alguna manera anlogo. La escritura de Victor Hugo en Los miserables no es demasiado distinta de la de sus pol-micas contra Napolen III; Kafka o Rulfo, en cambio, no hubieran podido escribir una declaracin poltica o un mensaje de solidaridad a las vctimas de la explo-tacin con el mismo lenguaje de la Metamorfosis o de Pedro Pramo. Las obras maestras del siglo xix, es-cribi un clebre escritor italiano, Raffaele La Capria, son obras maestras imperfectas. Con estas palabras no pretenda naturalmente negar la grandeza de Kafka, Svevo, Joyce o de los grandes autores lati-noamericanos, sino que quera subrayar cmo estos autores haban asumido, en las estructuras mismas de su narrativa, el desorden del mundo, la dificultad o la imposibilidad de entenderlo y de expresarlo conforme con un orden, el maelstrom que hace co-lapsar cosas y palabras.

    Por qu se escribe? Por tantas razones: por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para exorcizar un va-co, para buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer un orden, otras para deshacer un orden preconstruido; para defender a alguien, para agre-dir a alguien. Para luchar contra el olvido, con el de-seo tal vez pattico pero grande y apasionado de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasin del tiempo, de la muerte. Es-cribir es tambin un intento de construir un Arca de No para salvar todo lo que amamos, para salvar deseo vano e imposible, quijotesco pero inextir-pable cada vida.

    No s qu color tenga este grcil y maltrecho bar-quito de papel que podemos construir con nuestras palabras; lo sabemos destinado a hundirse pero no por eso dejamos de escribir. Y si se hunde, esa escritu-ra no es de color negro, la ausencia de color, sino blan-co, o sea la unin de todos los colores.W

    Traduccin de Dulce Ma. Ziga.

    Claudio Magris es autor de ms de 20 obras que exploran la tradicin germnica, el sentido del viaje y su natal Trieste. Adems del Premio FIL de Literatura ha recibido importantes reconocimientos internacionales, entre los que destacan el Leipzig Book Award en 2001, la medalla de oro del Crculo de Bellas Artes de Madrid en 2003 y el Premio Prncipe de Asturias de las Letras en 2004.

    mple soldado y cosaco muerto abrieron los ar-

    h b id

    biendo y quizs publique en unos meses y en los textos teatrales (sobre todo en Exposicin) predomina nnla escritura nocturna.

    C ibi A i f li l t di

  • 8 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    LPICES DE COLORES

    Claudio Magris, el in nito viajanteE S T H E R C O H E N

    ARTCULO

    Hombre de frontera, es-critor de frontera, pen-sador de y desde mlti-ples fronteras, Claudio Magris recibe hoy el Premio fil de Literatu-ra en Lenguas Roman-ces. ste viene a sumar-se a una larga lista de reconocimientos y ga-lardones que ha obtenido a lo largo de su vida de es-critor: el Premio Strega (1997), el Premio Erasmus de Holanda (2001), el Premio Prncipe de Asturias (2004), entre muchos otros. Motivos, sin duda, para congratularse. Sin dejar de lado el valor de cada uno de estos premios, fruto del trabajo intelectual de Claudio Magris a lo largo de su vida, quisiera dete-nerme, en cambio, en el hombre, el escritor y pensa-dor que abri a los ojos del mundo el universo mtico del imperio austrohngaro, de ese imaginario desga-rrado y melanclico que l mismo rescat del alemn con el nombre de Mitteleuropa. Es sa su mitteleu-ropa la que Magris despliega como espacio geogrfi-co e imaginario de su erudito trayecto. Sucede a me-nudo que, a la manera de Ulises, el regreso a casa no es necesariamente el regreso a lo Mismo sino a un Mismo enriquecido. Y esto lo sabe muy bien Claudio Magris, el infinito viajante que, como l mismo es-cribe: Viajar no para llegar sino para viajar. Para llegar lo ms tarde posible, para no llegar posible-mente jams. Si hubiera que pensar la obra de nues-tro premiado, sin duda dira que sus ensayos, escri-tos diversos y novelas son fragmentos de un todo que gira obsesivamente alrededor de una inquietud: Mitteleuropa. Su recorrido por ese cosmos que se mira reflejado en la figura del emperador Franz Jo-seph y en ese Danubio que lo atraviesa, no se agota en ninguno de sus libros, cada uno aparece como conti-nuacin y refuerzo del anterior, no importa si se tra-ta de un libro de ensayos o de una novela como Danu-bio, de la cual el autor reconoce que se trata de una de autobiografa interior. Alguna vez, en una entrevis-ta, Claudio Magris habl de su experiencia del Danu-bio como viaje que seala su propia vida. Danubio es una especie de novela sumergida: escribo sobre la ci-vilizacin danubiana, pero tambin del ojo que la contempla, y fue redactado con la sensacin de es-cribir mi propia autobiografa. Porque el Danubio y el mar son actores silenciosos que fluyen secreta-mente a lo largo de su escritura, escritura hecha de agua, como el mismo autor confiesa: prefiero el mar a la poltica. Pero s tambin que para que todos pue-dan ir al mar es preciso interesarse por la poltica.

    Hombre libre, siempre amars el mar!, escribe Baudelaire, y Magris no podra estar ms de acuerdo porque es ah donde se juegan sus pasiones. El mar es el teln de fondo de todo: del amor, del significado, del naufragio, de la muerte, el mar es el abismo en el que incluso se puede convivir mejor con las tinieblas. Tuve el privilegio de verlo en Trieste, preparndose para lo que los italianos llaman fare il bagno, es decir, ir al mar en el verano, entusiasmado como un nio a quien le est reservada una sorpresa, por dems cono-cida pero siempre nica. Para Claudio este sumergirse en las aguas del Adritico, un mar suyo siempre pre-sente en su vida y obra, conlleva todo un ritual festivo. No por algo se vive en Trieste, frente a ese mar abis-mal pero que tambin es vida, eso, sobre todo vida.

    A partir de su tesis doctoral, escrita a los 22 aos, El mito habsbrgico en la literatura austriaca moder-na (1963) y su Lontano da dove. Joseph Roth e la tradi-zione ebraico-orientale (1968), Magris delimit, qui-zs sin ser del todo consciente, el campo donde sem-brara hasta la fecha su pensamiento y escritura. Desde la perspectiva de su entraable Trieste, a la que apela en todo momento como su ms devoto ad-mirador, Magris observ y sigue observando el tiem-po que le toc vivir de cerca con un ojo crtico a la vez que melanclico. Crtico aunque atrapado tambin en la fascinacin por ese universo perdido y su litera-tura. Es la tierra de Franz Tunda de Joseph Roth, en su Fuga sin fin o el de Trotta de La Marcha Radetzky del mismo autor, donde el derrumbe del Imperio austro-hngaro deja a sus ciudadanos en la ms m-sera indefensin, al que Magris dedicar una vida de estudio. A esa geografa resquebrajada, dolida en lo ms profundo, al tiempo que a su belleza taciturna y en momentos desesperanzada, Magris entrega su pluma con ferviente entusiasmo. Desde el caf San Marco, en Trieste, donde una mesa lo espera pacien-temente da con da, el escritor se asume tambin como un ciudadano de frontera, como sus autores, atravesados todos ellos por esa disgregacin existen-cial que signific la primera Guerra Mundial y la ca-da del Imperio. Pero la frontera para nuestro escri-tor no es una limitacin; por el contrario, es fuerza y fuente de su riqueza literaria. Habitante de varios espacios y varias lenguas, Magris se convierte en un sabio que logra con su intuicin deslizarse por ese mundo, como el Danubio que irriga con sus aguas tanta historia, tanta literatura, tanta pasin.

    Danubio, la novela que dio fama mundial a Clau-dio Magris, es un gnero muy particular de escritura que va de la novela al ensayo, a la autobiografa, la historia cultural y el libro de viajes. Todo eso con la conciencia de que vivir en una ciudad de frontera tiene tambin consecuencias en la forma de mirar el entorno, pero tambin en la exigencia del pensar y del escribir. Ninguna concesin en cuanto a la rigi-dez de los formatos acadmicos, ninguna exigencia tampoco de unidad narrativa; no, para quien habita en Trieste, a la que por cierto dedica un maravilloso libro: Trieste. Unidentit di frontera, las reglas lite-rarias no existen; si se vive a caballo de universos y lenguas distintas, la literatura se abre como abanico multicolor que se niega a cerrase a una sola y canni-ca manera de escribir. Siempre me sorprendi la ca-pacidad de concentracin de Magris en los cafs, donde segn s, sigue escribiendo a mano, recha-zando las nuevas tecnologas; lo cierto es que toda-va hoy est convencido de la fuerza de la mano, y de que la experiencia de escribir pasa por el roce de la pluma con el papel. Sus autores que van de Musil a Kafka, de Grillparzer a Roth, a Bashevis Singer se mueven en las aguas del Danubio, en la lengua ale-mana, pero tambin en el shtetl del judasmo orien-tal. En su libro Lontano da dove, el propio Magris cita un fragmento de la novela de Bernard Mala-mud, El hombre de Kiev, que resuena, a pesar de la distancia, en ese universo perdido tantos aos an-tes; cito: Si me hubiera quedado en el shtetl Si me hubiera quedado en el shtetl no hubiera sucedido jams Una vez que te vas, ests afuera, a la intem-perie: llueve y nieva. Nieva historia. Y, en efecto, esa historia no es sino la del nazismo y la desapari-cin de dos terceras partes del judasmo europeo,

    particularmente aquellos del Este, de ese cosmos cerrado y, por ello, aparentemente protegido del shtetl. Hablando de Joseph Roth, Magris escribe: Roth se retrae y observa la realidad que lo confor-ma desde una perspectiva descentrada, desde la falta de un punto central y coordinador. Tal vaco es el resultado de la disolucin del imperio y del shtetl Es justamente la falta de un punto de apoyo, quizs utpico, lo que hace de l (Roth), en esta fase, un poeta moderno del vaco y de la ausen-cia de significados. Ese desamparo de la posguerra fue el ocaso de una civilizacin al tiempo que el surgimiento de una literatura riqusima que se do-li de esa desolacin que lo dej a la intemperie, y que fue genial en su empeo. Es cierto, como dice Walter Benjamin, que 1914 marc un parteaguas en las sociedades occidentales y que dej a millones de seres que regresaban de las trincheras sin nada que contar. Pero tambin es cierto que los novelistas de los que se ha ocupado Claudio Magris: Joseph Roth, Stefan Zweig, Franz Kafka, Robert Musil, Hugo von Hofmannsthal, etctera, fueron capaces de responder al aplastamiento casi total de la dignidad humana.

    El inters y fascinacin por ese imperio perdido que Magris ha desplegado en toda su literatura, de ficcin y ensaystica, me remite tanto a la atmsfera que l mismo describi en su libro Lontano da dove del que me declaro sensible admiradora, como a un fragmento de Fuga sin fin del propio Roth, a quien no puedo evitar referirme. Magris me abri los ojos a ese imaginario extraordinario y abismal, y leyendo este fragmento de Joseph Roth, espero que Claudio sienta el afecto y la admiracin que le tengo.

    Era el 27 de agosto de 1926, a las cuatro de la tarde. Las tiendas estaban llenas, las mujeres se agolpaban en los almacenes, en los salones de moda giraban los maniques, en las confiteras charlaban los desocupados, en las fbricas zumbaban las rue-das, en las orillas del Sena se espulgaban los mendi-gos, en el bosque de Bolonia se besaban las parejas, en los parques los nios montaban en los tiovivos. En ese momento vi a mi amigo Franz Tunda, trein-ta y dos aos, sano y despierto, un hombre joven y fuerte, con todo tipo de talentos; estaba en la plaza frente a la Madeleine, en el centro de la capital del mundo, y no saba qu hacer. No tena profesin, ni amor, ni alegra, ni esperanza, ni ambicin ni egos-mo siquiera.

    Nadie en el mundo era tan superfluo como l.Regresando a nuestro homenajeado, me pregunto

    si no es acaso la obra de Claudio Magris iluminado-ra, no slo de una poca sino de nuestro presente? Y me contesto definitivamente que s. La literatura de Magris nos habla de un aparente lejos de dnde pero aterriza en este nuestro presente lleno de vaco y horror, la cada del imperio austro-hngaro, la bar-barie que desat la primera Guerra Mundial y el rea-comodo del mapa mundi, son tan actuales como lo es, para nuestro pas, el dolor y este tiempo aciago.

    Caro Claudio, tanti auguri!W

    Esther Cohen es doctora en filosofa por la UNAM y especialista en semitica por la Universidad de Bolonia, Italia. Entre sus obras ms destacadas se encuentra Con el diablo en el cuerpo. Filsofos y brujas en el Renacimiento.

    ILU

    ST

    RA

    CI

    N:

    A

    ND

    RE

    A G

    AR

    CA

    FL

    OR

    ES

  • Hay una de nicin de la vida?*

    C A R O L C L E L A N D Y C H R I S T O P H E R C H Y B A

    FRAGMENTO

    C A R O L C L E L A N D Y C H R I S T O P H E R C H Y B A

    FRAGMENTO

  • 1 0 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    INTRODUCCINLa pregunta Qu es la vida? es fundamental en la biologa y especialmente importante para los astrobi-logos que algn da pudieran encontrar un tipo de vida totalmente aliengena. Pero cmo plantearse la pre-gunta? Una estrategia ampliamente adoptada entre los cient cos es el intento de de nir la vida.1 Este captu-lo evala de manera crtica tal propsito. Nosotros ale-gamos, basndonos en nuestras investigaciones los- cas sobre la naturaleza de la lgica y del lenguaje, que no es probable que tenga xito. Proponemos una estra-tegia diferente que acaso muestre ser ms fructfera en la bsqueda de la vida extraterrestre.

    Iniciamos con una revisin de los intentos de de -nir la vida y de su utilidad en la bsqueda de la vida extraterrestre. Como se ver, estas de niciones gene-ralmente se topan con notables contraejemplos, y aca-so crean tantos problemas como los que solucionan.

    A n de explicar por qu los intentos de de nir la vida enfrentan tantas di cultades, debemos antes exponer los argumentos los cos de fondo que se re-quieren para entenderlo. Por lo tanto, en estas pgi-nas discutimos la cuestin de la naturaleza de las de -niciones y de las llamadas declaraciones de identidad terica. Ms adelante aplicamos al proyecto de la de- nicin de la vida los argumentos desarrollados por nosotros. Pensamos que es errnea la idea de que se pueda responder a la pregunta Qu es la vida? me-diante una de nicin de la vida, puesto que se basa en confusiones respecto a la naturaleza de las de ni-ciones y su capacidad para responder a preguntas fundamentales sobre las categoras naturales.

    Para dar una respuesta a la pregunta Qu es la vida? no se requiere una de nicin, sino una teora general sobre la naturaleza de los sistemas vivientes. En ausencia de semejante teora, nos encontramos en una situacin anloga a la de un investigador del siglo xvi que intentara de nir el agua antes de que se formulara la teora molecular. Solamente hubiera podido de nirla con base en sus propiedades sensiti-vas, tales como su humedad, su transparencia, su ca-rencia de olor y sabor, su capacidad de calmar la sed y de ser un buen solvente. Pero el anlisis visual o con-ceptual de estos aspectos, a pesar de la profundidad con que se pudiera realizar, no revelara jams que el agua es H2O. Sin embargo, como hoy sabemos, H2O es la respuesta cient camente ms informativa a la pregunta Qu es el agua? De manera anloga, en ausencia de una teora general de la naturaleza de los sistemas vivientes, el anlisis de los aspectos que ac-tualmente asociamos con la vida con toda probabili-dad no proporcionara una respuesta particular-mente informativa a la pregunta Qu es la vida?

    LOS INTENTOS DE DEFINIR LA VIDALa historia de los intentos de de nir la vida es muy larga y se remonta por lo menos a Aristteles, quien de ni la vida como la capacidad de la reproduccin. Hasta la fecha no existe una de nicin de la vida que haya sido aceptada ampliamente. La literatura cient- ca est llena de propuestas; hace algunos decenios, Sagan catalog las de niciones siolgicas, metabli-cas, bioqumicas, darwinianas (que l llam genti-cas), y termodinmicas, junto con sus contraejem-plos. Ha habido muchas otras propuestas. Todas en general son problemticas, ya que incluyen fenme-nos que la mayora de los cient cos no estn dispues-tos a considerar como fenmenos de la vida, o que ex-cluyen entes que sin duda son vivientes.

    Veamos, a modo de ilustracin, algunas de las de- niciones propuestas. Una de nicin metablica,

    1Las comillas sencillas en torno a una palabra indican que se menciona, pero que no se utiliza. Las de niciones proporcionan un ejemplo. Como se expone aqu, las de niciones enfocan el signi cado y el lenguaje. Otro ejemplo sera la a rmacin de que vida tiene cuatro letras; comprese esto con la muy diferente a rmacin de que la vida se origin en la Tierra hace aproximadamente 4000 millones de aos.

    por ejemplo, podra basarse en la capacidad que tie-ne un organismo para consumir y transformar la energa a n de moverse, crecer o reproducirse. Pero se podra decir que el fuego, y acaso tambin los au-tomviles, pueden satisfacer todos o algunos de es-tos criterios. Una de nicin termodinmica podra describir un sistema viviente como uno que aprove-cha la energa a n de crear el orden localmente, pero esto tambin podra decirse de los cristales, que por lo general no se consideran entes vivientes, al igual que el fuego. Una de nicin bioqumica podra ba-sarse en la presencia de ciertos tipos de biomolcu-las, pero nos debera preocupar que cualquier opcin molecular de este tipo pudiera en el futuro toparse con contraejemplos en la forma de sistemas que en todo pudieran parecernos vivientes pero que no es-tuvieran compuestos de las molculas que particu-larmente favorecemos. Las de niciones genticas o darwinianas hoy se pre eren generalmente a las anteriores, pero stas tambin tienen desventajas que veremos en detalle ms adelante.

    Otro tipo de planteamiento ha sido no tanto de -nir la vida sino simplemente dar una lista de sus su-puestas caractersticas. Pero los mismos problemas esenciales aparecen en este caso; por ejemplo, Schul-ze y Makuch ofrecen una lista de paralelismos inor-gnicos de varios criterios supuestamente distinti-vos de la vida, como el metabolismo, el crecimiento, la reproduccin y la adaptacin al medio ambiente.

    Sin embargo, la importancia prctica de la cuestin los ca de la de nicin de la vida se ha incremen-tado ahora que los experimentos en el laboratorio se plantean la sntesis de la vida (la vida segn los crite-rios de algunas de niciones) y que aumenta cada vez ms el inters en la bsqueda de la vida en Marte y en la luna Europa de Jpiter. En particular, las de nicio-nes de la vida con frecuencia incluyen explcita o im-plcitamente los proyectos de la bsqueda in situ de la vida extraterrestre. El diseo de los experimentos de deteccin de la vida que se habrn de realizar en Eu-ropa o en Marte depende de las decisiones sobre lo que es la vida, y sobre cules pruebas se tomarn en cuenta para detectarla. Una clara ilustracin de esta cuestin es la historia de la bsqueda de la vida en Marte por la misin espacial Viking.

    LA BSQUEDA DE LA VIDA EN MARTE DE LA MISIN VIKINGLa bsqueda de la vida en Marte que ha realizado la misin espacial Viking sigue siendo hasta la fecha la nica bsqueda de-dicada espec camente a la deteccin in situ de la vida extraterrestre. El plantea-miento bsico consisti en llevar a cabo ex-perimentos en el suelo marciano para comprobar la existencia de organismos metabolizadores, y de hecho los resultados del experimento de liberacin marcada, en particular, fueron semejantes a los espera-dos en relacin con la presencia de la vida. Pero al nal el equipo de bilogos del pro-yecto Viking se adhiri a una interpreta-cin no biolgica de los resultados en la que in uy mucho que el aparato de cromato-grafa de gases-espectrometra de masas (gc-ms) no hubiera encontrado ningn tipo de molculas orgnicas en el suelo marciano dentro de su rango de deteccin experimental, con un calentamiento de las muestras de hasta 500o C. No se haba con-cebido este instrumento para realizar un experimento de deteccin de la vida, pero de hecho lo hizo, empleando implci-tamente una de nicin bioqumica. Sin embargo, el gc-ms no hubiera podido de-tectar siquiera ~ 106 clulas bacterianas por gramo de polvo, y hoy se sabe que la oxida-cin de las sustancias orgnicas meteorti-cas en la super cie marciana pudo haber

    producido compuestos orgnicos no voltiles difcil-mente detectables. Ya fueran, o no, interpretados co-rrectamente, los resultados fueron psicolgicamente potentes: ninguna sustancia orgnica (detectada), ningn tipo de vida. Chyba y Phillips han extrado de los experimentos realizados una lista de enseanzas: una de ellas es que cualquier bsqueda in situ de la vida extraterrestre debera basarse en ms de una de- nicin de la vida, a n de que sea posible comparar los resultados entre s.

    Claro, si realmente hubiera una de nicin de la vida correcta, sta sera una estrategia innecesa-ria. En la actualidad, la de nicin darwiniana es al parecer la ms aceptada. Nosotros enseguida exami-naremos esta de nicin, pero habremos de concluir que ms que proporcionarnos una de nicin irreba-tible nos presenta nuevos dilemas.

    LA DEFINICIN DARWINIANALas de niciones darwinianas (a veces llamadas genti-cas) a rman que la vida es un sistema capaz de expe-rimentar la evolucin mediante la seleccin natural. Una versin prctica de la misma que goza de cierta popularidad en el campo del origen de la vida es la de- nicin qumica darwiniana, segn la cual la vida es un sistema qumico automantenido que es capaz de experimentar la evolucin darwiniana. Joyce dice que la nocin de la evolucin darwiniana supone los procesos de la autorreproduccin, la continuidad ma-terial a lo largo de un linaje histrico, la variacin ge-ntica y la seleccin natural. El requisito de que el sis-tema se pueda automantener se relaciona con el hecho de que los sistemas vivientes contienen toda la infor-macin gentica necesaria para su propia produccin constante (es decir, el metabolismo). La de nicin qumica darwiniana excluye la vida computacional o arti cial, exigiendo que el sistema bajo considera-cin sea qumico, y tambin excluye los virus biolgi-cos con base en el requisito del automantenimiento.

    Por otra parte, algunos investigadores no limitan la evolucin darwiniana a los sistemas qumicos, dejando abierta explcitamente la posibilidad de la vida compu-tacional. Esto re eja la idea funcionalista de que la evo-lucin darwiniana es un proceso ms general, el cual se puede abstraer de cualquier elaboracin fsica en parti-cular. Segn esta idea, no sera la computadora la que

    estuviera viva, sino el proceso mismo. El es-tatus de esos vehculos arti ciales que son las computadoras y que han sido producidos por los seres humanos, no resulta distinto al estatus de los utensilios de vidrio arti cia-les que podran utilizarse en la sntesis ex-perimental de la vida orgnica. No resulta sorprendente que con base en esta idea sea posible crear mediante una computadora sistemas o ecosistemas vivientes.

    Sin embargo, tambin esta idea podra parecer insu ciente: la simulacin compu-tacional de la bioqumica celular equivale a una simulacin de la bioqumica, pero no a la bioqumica misma. Por ejemplo, ninguna simulacin computacional de la fotosnte-sis equivale a la fotosntesis real, puesto que no produce autnticos carbohidratos; pro-duce, en el mejor de los casos, simulaciones de los carbohidratos. Por qu habra de lla-marse vida, en vez de simulacin de la vida, a una simulacin computacional de la vida? De acuerdo con la idea funcionalista, la simulacin es la vida, porque la vida es un proceso abstracto independiente de cual-quier realizacin fsica.

    Hay todava ms problemas con las de -niciones darwinianas, adems del dilema relacionado con la vida computacional. Es posible (aunque las actuales teoras so-bre el origen de la vida no lo respalden) que la primigenia vida celular en la Tierra o en algn otro planeta pasara por un periodo de reproduccin sin una replicacin de tipo

    LA ESENCIA DE LA VIDA

    Enfoques clsicos y contemporneos

    de losofa y ciencia

    M A R K A . B E D A U

    Y C A R O L E . C L E L A N D

    ( C O O R D S . )

    obr as de ciencia y tecnologa

    Traduccin de Mariano

    Snchez-VenturaRevisin tcnica de Vladimir Cachn y

    Ana Barahona1 ed., 2014, 862 pp.978 607 16 2455 0

    SABEMOS QU ES LA VIDA?

    En prximas fechas lanzaremos La esencia de la vida, una obra concebida por los lsofos Mark A. Bedau y Carol E. Cleland que rene distintos ensayos de autores

    clsicos y contemporneos, dedicados a descifrar la clave de la vida. Compartimos aqu un adelanto en manos de la propia Cleland en colaboracin con Christopher Chyba, donde se

    dan a la nada sencilla labor de comprender cmo se puede de nir el estar vivos

    * Este captulo apareci originalmente en Woodruff T. Sullivan III y John A. Baross (comps.), Planets and Life: The Emerging Science of Astrobiology, Cambridge, Cambridge University Press, 2007.

    ILU

    ST

    RA

    CI

    N:

    A

    ND

    RE

    A G

    AR

    CA

    FL

    OR

    ES

  • F E B R E R O D E 2 0 1 5 1 1

    HAY UNA DEFINICIN DE LA VIDA?

    adn, durante la cual todava no ocurrira la evolucin darwiniana. En esta hiptesis, los entes basados en protenas y capaces de llevar a cabo el metabolismo, fueron anteriores al desarrollo de la replicacin exacta basada en los cidos nucleicos. Si fueran descubiertos tales entes en otro planeta, las de niciones darwinia-nas no los consideraran entes vivientes.

    Hay por aadidura una objecin elemental a la de nicin darwiniana: los organismos que se re-producen sexualmente en nuestro mundo del adn no evolucionan ellos mismos, de manera que mu-chos entes vivientes en nuestro mundo no seran ejemplos de la vida, segn la de nicin darwiniana. La de nicin darwiniana se relaciona con un siste-ma que al menos debe contener ms de un ente; se-gn este razonamiento, la singular criatura de Vic-tor Frankenstein no representara la vida, aunque fuera un ente viviente. Pero es necesario explicar esta resolucin, precisando que constituye algo ms que un intento ad hoc de desembarazar la de nicin de entes problemticos que de otro modo seran ca-li cados de ejemplos de vida, pero que le causan problemas a una de nicin espec ca.

    Finalmente, existe una desventaja prctica en las de niciones darwinianas. En una bsqueda in situ de la vida en otros planetas, cunto tiempo tendramos que esperar para que un sistema demostrara que es capaz de experimentar la evolucin darwiniana y bajo qu condiciones? Esta objecin, sin embargo, no es por s misma decisiva, ya que una objecin de tipo operativo no representa una objecin en principio, y se podra encontrar la manera de hacer que la de nicin sea operativa.

    Hemos enfocado las de niciones darwinianas por-que en la actualidad estn en boga, especialmente a la luz de los grandes xitos del modelo del mundo del arn para el origen de la vida. No obstante, como ya lo discutimos, todas las versiones populares de la de ni-cin darwiniana son susceptibles cuestionamientos similares.

    DEFINICIONESA n de entender las di cultades que enfrentan los intentos de de nir la vida, vamos ahora a exponer el fondo los co de la naturaleza de la de nicin. Las de niciones se relacionan con el lenguaje y los conceptos. Por ejemplo, la de nicin soltero sig-ni ca varn humano no casado, no habla de los solteros, sino que explica el signi cado de una pala-bra, en este caso soltero, diseccionando el concepto que asociamos con sta. Como lo muestra este ejemplo, toda de nicin consta de dos partes. El de- niendum es la expresin que se de ne (soltero) y el de niens es la expresin de la de nicin.

    VARIEDADES DE LA DEFINICINMuchas cosas diferentes se consideran comnmente como de niciones. En esta parte slo discutiremos aquellas que son pertinentes para nuestra compren-sin del problema de proporcionar una de nicin cien-t camente til de la vida.

    Las de niciones lexicogr cas exponen los signi ca-dos estndar de los trminos mediante un vocabulario natural. Un ejemplo de esto seran las de niciones en un diccionario. En cambio, las de niciones estipulati-vas proponen de manera explcita nuevos signi cados, con frecuencia tcnicos, de los trminos. La siguiente de nicin estipulativa propone un nuevo signi cado para un viejo trmino: el trabajo signi ca el producto de la magnitud de una fuerza activa y el desplazamien-to debido a su accin. Las de niciones estipulativas tambin se utilizan para proponer trminos inventa-dos, por ejemplo, electrn (que signi ca una unidad bsica de la electricidad), o gen (que signi ca una uni-dad bsica de la herencia). A diferencia de las de nicio-nes lexicogr cas, las de niciones estipulativas son arbitrarias, en el sentido de que en vez de utilizar los signi cados existentes de los trminos, proponen de manera explcita nuevos signi cados.

    Otro conocido tipo de de nicin es la de nicin os-tensiva. Las de niciones ostensivas especi can el signi cado de un trmino mediante la mera indica-cin de unos cuantos ejemplos prototpicos que la ex-tensin del trmino abarca; la extensin de un trmi-no es la clase de cosas a las cuales se puede aplicar. Un adulto que le explica a un nio el signi cado de la palabra perro apuntando a un perro y diciendo se es un perro, lo que hace es dar una de nicin osten-siva. Alguien que de ne universidad como una ins-titucin como la Universidad de Colorado, la Univer-sidad de Stanford, la Universidad de Guadalajara y la

    Universidad de Cambridge, tambin emplea una de- nicin ostensiva.

    Las de niciones operativas proporcionan un impor-tante tipo de de nicin relacionado con el anterior. Al igual que las de niciones ostensivas, stas explican los signi cados a travs de ejemplos representativos. Sin embargo, no sealan ejemplos directamente, sino que especi can los procedimientos que pueden llevarse a cabo con una cierta cosa a n de determinar si cae o no dentro del campo del de niendum. Un ejemplo de una de nicin operativa sera: el cido es cierta cosa que hace que el papel tornasol se vuelva rojo. El de niens especi ca un procedimiento que puede utilizarse para determinar si una sustancia desconocida es o no es un cido. Las de niciones operativas son particularmen-te importantes en nuestra discusin, ya que muchos astrobilogos han dicho que es necesario utilizar las de niciones operativas en las bsquedas de la vida ex-traterrestre. El problema con las de niciones operati-vas est en que no nos dicen mucho sobre lo que tienen en comn las cosas abarcadas por el de niendum. El hecho de que el papel tornasol se vuelva rojo cuando se sumerge en un lquido no nos dice mucho sobre la na-turaleza de la acidez; slo nos dice que cierto lquido es una cosa llamada cido. En otras palabras, las de ni-ciones operativas di eren de las de niciones ostensi-vas sobre todo en la forma en que indican de manera indirecta, mediante pruebas, las cosas que el de -niendum abarca, en vez de hacerlo mediante enumera-ciones o gestos (como en el ejemplo del perro). Poste-riormente regresaremos a este punto importante.

    Las de niciones ms informativas especi can el signi cado de los trminos mediante el anlisis de los conceptos, proporcionando un sinnimo no circular para el trmino que se de ne. En la losofa, tales de -niciones se conocen como de niciones totales o comple-tas. Pero puesto que los lsofos a veces utilizan estas expresiones para designar distinciones ms sutiles, nosotros utilizaremos el trmino de de nicin ideal.

    LAS DEFINICIONES IDEALESLas de niciones ideales explican el signi cado de los trminos relacionndolo con expresiones que ya co-nocemos. Es por lo tanto importante que el de niens no utilice el trmino que se de ne (u otro semejan-te), pues de otra manera la de nicin sera circular. La de nicin de lnea como un trayecto rectil-neo sera un ejemplo de una de nicin explcita-mente circular, mientras que un implcitamente cir-cular sera la de causa como algo que produce un efecto. Alguien que no entendiera el signi cado de causa tampoco entendera el signi cado de efecto, puesto que efecto signi ca algo que se causa. Mu-chas de niciones lexicogr cas adolecen del defecto de la circularidad, razn por la cual los lsofos des-aprueban las de niciones de los diccionarios.

    La de nicin de soltero (como varn humano no casado) con que iniciamos esta discusin es un ejem-plo claro de una de nicin ideal. No es circular, ya que el concepto de un varn humano no casado no presu-pone el conocimiento del concepto de soltero. As, el de niens proporciona un anlisis informativo del sig-ni cado de soltero. Por ende, una de nicin ideal es-peci ca el signi cado de un trmino haciendo refe-rencia a una conjugacin lgica de propiedades (no es-tar casado, ser un varn humano), a diferencia de la referencia a unos ejemplos representativos (la de ni-cin ostensiva) o a unos ejemplos relacionados con un procedimiento (la de nicin operativa). La conjuga-cin de las descripciones determina la extensin del de niendum mediante la especi cacin de las condi-ciones necesarias y su cientes para su aplicacin. Una condicin necesaria para la aplicacin dentro del cam-po abarcado por un trmino es una cuya ausencia hace que el trmino no sea aplicable, y una condicin su ciente es una cuya presencia hace que el trmino sea totalmente aplicable.

    Casi todas las de niciones que pretenden ser ideales se enfrentan a casos lmites donde no se sabe con precisin si una cosa satisface o no la conjuga-cin de los predicados proporcionados por el de -niens. Un buen ejemplo sera la pregunta de si un nio de 10 aos es o no un soltero. Adems, si estos casos se resuelven mediante la utilizacin de condi-ciones adicionales (por ejemplo, adulto) al de niens, siempre habr otros casos lmites (por ejemplo, el estatus de los varones de 18 aos). Los lxicos son imprecisos. Esto se demuestra claramente por el cl-sico ejemplo de tratar de diferenciar un hombre cal-vo de uno que no lo es mediante el nmero de cabe-llos que tenga en la cabeza. El hecho de que no poda-

    mos especi car con claridad la diferencia no prueba que no haya una entre el ser calvo y el no serlo. Son raras las de niciones ideales que especi quen tanto las condiciones necesarias como las su cientes. Sin embargo, si dejamos de lado el problema de los casos lmites, con frecuencia podemos construir aproxi-maciones bastante aceptables. Si las de niciones de la vida slo se toparan con contraejemplos que no fueran ms serios que los casos lmites (por ejemplo, los virus), acaso no enfrentaran problemas insupe-rables. Pero s se enfrentan a problemas ms serios. As como una buena de nicin de soltero u hombre calvo tiene que lidiar con los varones de 40 aos no casados o con los hombres cuya cabellera es espesa, respectivamente, as una buena de nicin de la vida tiene que lidiar con cristales de cuarzo y lla-mas de las velas, que (presumiblemente) es claro que no son ejemplos de vida.

    LOS TIPOS NATURALES Y LAS DECLARACIONES TERICAS DE IDENTIDADLas de niciones ideales especi can los signi cados mediante un anlisis completo (dentro de los lmi-tes de la imprecisin) de los conceptos asociados con los trminos. Funcionan bien con trminos como sol-tero o quincena o silla, los cuales designan catego-ras cuya existencia depende solamente de los intere-ses y las preocupaciones humanos. Es difcil imaginar una respuesta mejor a la pregunta Qu es un solte-ro?, que un varn humano adulto no casado.

    Pero las de niciones ideales no proporcionan buenas respuestas a las preguntas sobre la identidad de las categoras naturales, las categoras que la na-turaleza esculpe, a diferencia de los intereses, preo-cupaciones y convenciones que los humanos hemos creado.2 Este asunto es particularmente importante en nuestra discusin, ya que parece probable (pero no seguro) que la vida sea una categora natural, es decir, que el hecho de que un ente sea viviente o no represente un dato objetivo relacionado con el mun-do natural. Por ejemplo, intentemos responder a la pregunta Qu es el agua? mediante la de nicin de la categora natural agua. Uno podra intentar de nir el agua con referencia a sus propiedades sen-sitivas, tales como su humedad, transparencia, ca-rencia de olor y sabor, y su capacidad para apagar la sed y ser un buen solvente. (Esta de nicin es anlo-ga a algunas de las de niciones de la vida que se han propuesto, por ejemplo la de Koshland.) No obstan-te, a diferencia de la de nicin de soltero, esta de -nicin del agua no es simplemente cuestin de una convencin lingstica. La descripcin de las propie-dades sensitivas no debera excluir las cosas que se parecen al agua, pero que de hecho no son el agua. Por ejemplo, los alquimistas, impresionados por el poder del agua como solvente, llamaron aqua fortis (agua fuerte) al cido ntrico, aqua regia (agua re-gia) al cido clorhdrico, y aqua vitae (agua de la vida) a una mezcla de alcoholes. Incluso hoy en da clasi camos como agua varios lquidos cuyas pro-piedades sensitivas son muy distintas, por ejemplo, el agua salada, el agua lodosa y el agua destilada. Cules son las propiedades sensitivas (la transpa-rencia o la falta de sabor) ms importantes de las di-versas cosas que llamamos agua? Hace 500 aos Leonardo da Vinci describi bien esta cuestin: As, [el agua] es a veces aguda y a veces fuerte, a veces ci-da y a veces amarga, a veces dulce y a veces espesa o delgada, a veces se cree que acarrea el dao o la pes-tilencia, a veces que aporta la salud, a veces que es venenosa. As que uno dira que sufre cambios, adop-tando tantas naturalezas diferentes como lo son los sitios por donde pasa. Y as como un espejo cambia segn el color de su objeto, as cambia [el agua] segn sea la naturaleza del lugar a travs del cual pasa: sa-lubre, ruidosa, laxativa, astringente, sulfurosa, sala-da, encarnada, doliente, iracunda, roja, amarilla, verde, negra, azul, grasosa, gorda, delgada.

    Sin el conocimiento de la naturaleza subyacente del agua, no puede haber una respuesta de nitiva a la pregunta Qu es el agua?. Pero si se conoce la estructura molecular de la materia, el problema des-aparece. El agua es H20 una molcula que consta de dos tomos de hidrgeno y un tomo de oxgeno. La molcula de H20 es lo que tienen en comn el agua

    2 Algunos lsofos de la ciencia (los conocidos como antirrealistas) rechazan en mayor o menor grado las alegaciones de que existen hechos, entes o leyes independientes de la mente y conocibles.

    SABEMOS QU ES LA VIDA?

  • 1 2 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    HAY UNA DEFINICIN DE LA VIDA?

    salada, el agua lodosa, el agua destilada, e incluso las soluciones cidas, a pesar de sus obvias diferencias sensitivas. La equivalencia del agua con H20 explica por qu algunos lquidos (por ejemplo, el cido ntri-co) que se parecen (en ciertos y obvios aspectos im-portantes) al agua, no son agua; su composicin mo-lecular es ms compleja que la del H20. Adems, esta equivalencia explica el comportamiento, dentro de una amplia gama de circunstancias qumicas y fsi-cas, de lo que llamamos agua. Esta equivalencia persiste a pesar de que el agua se encuentre en cual-quiera de sus conocidos estados el slido, el lquido o el gaseoso y tambin persiste en los estados sli-dos menos conocidos que produce la alta presin. De hecho, antes de la aparicin de la qumica moderna, por lo general no se saba que el hielo, el vapor y el agua lquida eran distintos estados del mismo ele-mento. Algunos pensadores griegos de la Antige-dad (por ejemplo, Anaxmenes) crean que el vapor era una forma del aire. Hasta el siglo xvii, se pen-saba que el agua y el hielo eran dos especies distin-tas. La idea aristotlica del agua como uno de los cuatro elementos bsicos que forman la materia slo empez a cuestionarse a nales del siglo xviii en in-vestigaciones como la de Antoine Lavoisier, Sobre la naturaleza del agua y los experimentos que prueban que esta sustancia no es en sentido estricto un ele-mento, sino que es susceptible a la descomposicin y la recomposicin. Fue necesario algo ms que el anlisis de las propiedades sensitivas para solucio-nar de nitivamente las cuestiones sobre la clasi ca-cin adecuada de sustancias tan obviamente distin-tas como el hielo y el vapor.

    Hay que advertir que esta equivalencia del agua y el H2O no tiene las caractersticas de una de nicin ideal. No explica el concepto que se ha asociado hist-ricamente con el trmino agua, ya que este concepto abarca cosas cuya composicin qumica y fsica es muy diversa. Adems, en el habla cotidiana nosotros seguimos utilizando la palabra agua para designar cosas que no se componen solamente de H2O. La a r-macin de que el agua es H2O empez como una con-jetura emprica comprobable (situada en el nuevo marco terico de la qumica lavoisierana) y hoy se considera como algo que se ha con rmado totalmen-te, tanto que para muchos cient cos es un hecho. Si-gue siendo, sin embargo, una hiptesis cient ca. Es concebible (aunque extraordinariamente improba-ble) que algn da descubramos que la actual teora molecular se equivoca en algn sentido importante y que el agua no es H2O, de la misma manera que hace un siglo Planck y Einstein demostraron que la teora ondulatoria de la luz no era de nitiva y que la luz tam-bin se comporta como una partcula. Si la a rmacin de que el agua es H2O representara una de nicin ideal, no podramos admitir la posibilidad de que el agua pudiera no ser H2O, mientras que no podemos admitir la posibilidad de que un soltero est casado o de que una quincena contenga 30 das.

    A veces se a rma que las declaraciones de identi-dad terica, tales como el agua es H2O, la tempe-ratura es energa cintica promedio y el sonido es una onda de compresin, en realidad representan de niciones estipulativas. No son ms que decisio-nes lingsticas que toman prestados del lxico co-mn trminos conocidos y les dan, en el contexto de una teora aceptada, un signi cado tcnico total-mente nuevo. El problema principal con este plan-teamiento es que nos impide entender la idea de que estas declaraciones nos dicen algo nuevo sobre las cosas que se han designado con el viejo trmino co-nocido (agua, temperatura, sonido). Con base en este planteamiento, en vez de aprender algo nuevo, simplemente vinculamos nuevos conceptos (identi- camos descripciones) con viejos trminos, y por lo tanto slo cambiamos la forma en que nos referimos al mundo. Incluso alguien podra atreverse a decir que sta es la forma en que el lenguaje funciona: si uno altera su cientemente el concepto asociado con una palabra, entonces uno ya no habla de la misma cosa. Sin embargo, esta idea, la cual se relaciona con el lsofo John Locke (y que utiliza Thomas Kuhn en su famoso argumento sobre el carcter incon-mensurable de las teoras cient cas), tiene serios problemas lgicos que por cierto examinamos deta-lladamente en los apndices 1 y 2 al nal de este cap-tulo. Por lo tanto, la mayora de los lsofos contem-porneos rechazan la idea de que las declaraciones tericas de identidad sean de niciones estipulativas. Algunas de las modi caciones del sentido de una vie-ja palabra resultan del descubrimiento de que est-

    bamos equivocados sobre el fenmeno conocido que la palabra designa; para ms detalles, vase el apn-dice 26.3. Para decirlo ms concretamente, sabemos algo sobre el agua que Aristteles y Anaxmenes no saban: el agua no es un elemento primigenio, sino un compuesto molecular.

    QU ES LA VIDA?Regresemos ahora a la de nicin de la vida. Si (como parece probable, pero no seguro) la vida es una categora natural, entonces los intentos por de -nir la vida estn fundamentalmente desencamina-dos. Las de niciones slo sirven para explicar con-ceptos que actualmente asociamos con trminos co-nocidos. En cuanto que son entes mentales humanos, los conceptos no pueden revelar la naturaleza objeti-va subyacente (o la carencia de tal naturaleza) de las categoras designadas como categoras naturales. Pero cuando utilizamos un trmino que expresa una categora natural, lo que nos interesa realmente es esa naturaleza subyacente (no los conceptos en nuestra mente). El agua signi ca esa cosa que tie-nen en comn los ros, lagos, ocanos, y todo lo dems que sea agua. Actualmente creemos que tal cosa es el H2O, y nuestra creencia se basa en una bien con r-mada teora cient ca general sobre esa materia. Claro que no podemos estar totalmente seguros de que la teora molecular haya identi cado de nitiva-mente la naturaleza de la materia; en la ciencia sim-plemente no es posible probar cualquier cosa de ni-tivamente. Sin embargo, el actual concepto cient co del agua como H2O representa un avance enorme en relacin con los conceptos anteriores que se basaban en la experiencia sensorial super cial. Si algn da descubrimos que la teora molecular es errnea, ten-dremos que cambiar el concepto que asociamos con el agua, pero de todos modos seguiremos hablando de la misma cosa.

    As como el agua, la vida signi ca esa cosa que tienen en comn las cianobacterias, las arqueobacte-rias hiperterm las, las amibas, los hongos, las pal-meras, las tortugas marinas, los elefantes, los seres humanos y todo lo dems que est vivo (en la Tierra o en cualquier otro lugar del universo). Ninguna su-puesta de nicin de la vida puede proporcionar una respuesta cient camente satisfactoria a la pregunta Qu es la vida?, porque ningn anlisis que utilice conceptos humanos puede revelar la naturaleza de un mundo que los trasciende. nicamente podemos construir y probar empricamente las teoras cient- cas sobre la naturaleza general de los sistemas vi-vientes, teoras que solucionen nuestros dilemas cla-si catorios mediante la explicacin de casos enig-mticos: por qu ciertos entes vivientes a veces carecen de ciertos aspectos que asociamos con la vida, y por qu ciertos entes no vivientes a veces po-seen ciertos aspectos que asociamos con la vida. Ninguna teora cient ca puede ser de nitiva, pero acaso algn da tengamos una bien con rmada, aceptablemente general, teora de la vida que nos permita formular una declaracin terica de identi-dad que proporcione una respuesta cient camente satisfactoria a la pregunta Qu es la vida?

    LOS SUEOS DE UNA TEORA GENERAL DE LA VIDAPara formular una declaracin terica de identidad sobre la vida, primero necesitamos una teora gene-ral de los sistemas vivientes. El problema es que ac-tualmente tan slo tenemos una muestra de la vida, es decir, la vida terrquea. Aunque sea enorme la di-versidad morfolgica de la vida terrquea, la bioqu-mica de toda la vida conocida en la Tierra es extraor-dinariamente similar. Con la excepcin de algunos virus, la materia hereditaria de toda la vida conocida en la Tierra es el adn con la misma quiralidad dere-cha. Adems, la vida en la Tierra utiliza 20 aminoci-dos para construir las protenas, y stos tienen una quiralidad izquierda. Tales similitudes bioqumicas nos han llevado a concluir que la vida en la Tierra tuvo un solo origen. La evolucin darwiniana ha ex-plicado cmo pudo producir esa estructura bioqu-mica comn una tan asombrosa diversidad de for-mas de vida. Aunque las similitudes bioqumicas de toda la vida en la Tierra se pueden explicar por el he-cho del origen nico, es difcil decidir cules son los aspectos de la vida terrquea comunes en toda la vida, dondequiera que se encuentre. Muchos de los aspectos bioqumicos que actualmente nos parecen importantes (porque toda la vida terrquea los com-parte) acaso se deriven de meras contingencias qu-

    micas o fsicas que tuvieron lugar cuando la vida se origin en la Tierra. Si no tenemos una teora gene-ral de los sistemas vivientes, cmo distinguir entre lo contingente y lo esencial? Es un poco como el in-tento de elaborar una teora de los mamferos cuan-do slo se puede estudiar a las cebras. Cules seran los aspectos de las cebras que se enfocaran: las manchas de su piel, comunes en todas, o las glndu-las mamarias que slo son caractersticas en las hembras? De hecho, las glndulas mamarias, aun-que slo las tengan algunas de las cebras, nos dicen ms sobre lo que signi ca ser un mamfero que las marcas que son comunes en todas. Si no conocemos entes vivientes con un origen histrico distinto al nuestro, resulta difcil y acaso nalmente imposible formular una teora aceptablemente general de la naturaleza de los sistemas vivientes.

    Este problema no se limita a la vida, sino que re e-ja una sencilla cuestin lgica. No es posible genera-lizar a partir de un solo ejemplo. Es la asombrosa di-versidad de la vida en la Tierra actual lo que hace que parezca diferente el caso de la vida. Podemos caer en la trampa de pensar que la vida terrquea nos pro-porciona una amplia diversidad de muestras de vida diferentes. Sin embargo, el anlisis bioqumico, jun-to con el conocimiento sobre la evolucin, nos ha re-velado que la mayor parte de esta diversidad se debe a accidentes histricos. Si la historia de la Tierra hu-biera sido diferente, la vida en la Tierra hoy sera sin duda diferente. Qu tan diferente? sta es una pregunta crucial en la astrobiologa. Es algo que sim-plemente no se puede de nir hasta que no exista una teora general de los sistemas vivientes. El origen co-mn de la vida terrquea contempornea esencial-mente nos impide considerar las posibles caracters-ticas de la vida universal.

    Un vistazo a algunas de las de niciones de la vida ms populares ilustra el problema de intentar iden-ti car la naturaleza de la vida sin poder basarse en un marco terico aceptablemente general de los en-tes vivientes. Muchas de niciones citan las propie-dades de la vida terrquea aspectos tales como el metabolismo, la reproduccin, la estructura jerr-quica compleja y la autorregulacin. Pero de nir la vida con base en las propiedades sensitivas es lo mismo que de nir el agua como una sustancia h-meda, transparente, sin sabor, sin olor, que calma la sed y que es un buen solvente. Como ya vimos, la in-dicacin de las propiedades sensitivas no es capaz ni de excluir las cosas que no son agua (por ejemplo, el cido ntrico), ni de incluir todo lo que el agua es (por ejemplo, el hielo). Similarmente, este tipo de plan-teamiento es incapaz de de nir la vida.

    Las de niciones de la vida que no citan las pro-piedades sensitivas tienen el defecto de ser demasia-do generales. Buen ejemplo de esto son las de nicio-nes de la vida que se basan en la termodinmica. Como antes, es difcil excluir los sistemas que obvia-mente no son sistemas vivientes (por ejemplo, los cristales) sin proponer a su vez conceptos ad hoc. As, la de nicin darwiniana qumica que anterior-mente comentamos excluye los casos problemticos (tales como la vida arti cial o computacional) me-diante la simple especi cacin de que un ente debe ser un sistema qumico a n de que se pueda conside-rar como ente viviente. Si tuviramos un marco te-rico adecuado para la comprensin de la vida, po-dramos evitar el problema de ser demasiado genera-les sin recurrir a conceptos ad hoc.

    Las nuevas teoras cient cas modi can las viejas clasi caciones, por ejemplo, uni cando la masa y la energa como masa-energa, o dividiendo el jade en dos minerales, la jadeta y la nefrita. Una teora gene-ral de los sistemas vivientes bien podra modi car nuestras actuales clasi caciones de los sistemas vi-vientes y los sistemas no vivientes. Estas modi ca-ciones en la clasi cacin slo sern convincentes si una teora general de los sistemas vivientes empri-camente comprobada puede explicar, por ejemplo, por qu un sistema que anteriormente veamos como un sistema no viviente es realmente un sistema vi-viente, o viceversa.3 Pero para poder estar en situa-cin de formular tal teora se requerir una diversidad ms amplia de ejemplos de vida. Representan pasos importantes en esta direccin las actuales investiga-ciones experimentalespor ejemplo, la investigacin del hipottico mundo CONTINA EN LA PGINA 15

    3 Otras posibilidades seran la de tres categoras de la vida distintas, o la de ninguna categora distinta (sino ms bien un fenmeno continuo).

    SABEMOS QU ES LA VIDA?

  • F E B R E R O D E 2 0 1 5 1 3

    F rancis Crick, premio Nobel de biologa en 1962 con James Watson y Maurice Wilkins por su descubrimiento de la es-tructura molecular del dna y actualmente investigador del Instituto Salk en San Diego, California, acaba de publicar un libro que ha despertado muchos comentarios en la prensa mundial: Life itself, its Origin and Nature (Nueva York, 1981). Es una obra clara y breve. Su cla-ridad no excluye ni la riqueza de las informaciones fsica, biologa nuclear, teora de la evolucin ni la complejidad de los hechos y razones en que funda su arriesgada hiptesis; su brevedad puede llamarse tambin condensacin rigurosa de un vasto saber. As, el libro no slo es claro y breve: es denso, arduo y osado. Es un libro de ciencia y es un ejercicio fasci-nante de la imaginacin histrico-cient ca. Por esto ltimo me atrevo a comentarlo.

    Me sorprendi encontrar, desde las primeras p-ginas, una frase: feliz accidente (happy accident). Re-aparece una y otra vez en los momentos cruciales de la exposicin, al hablar del origen de la vida en nues-tro planeta o del origen de nuestro sistema solar la gran mayora de los otros sistemas ofrecen la des-ventaja de tener dos soles en lugar de uno como no-sotros o del origen del universo mismo. Encontrar tantas veces la nocin de accidente en un libro de uno de los grandes cient cos contemporneos es un sig-no de los tiempos. Revela un cambio en la actitud de

    los hombres de ciencia: la aparicin de la perspectiva histrica en la consideracin de los fenmenos natu-rales, trtese de la materia orgnica o de la inorgni-ca. La palabra accidente, por supuesto, no designa a un fenmeno sin causa sino a un hecho excepcional y que es el resultado de la conjuncin, poco frecuente o improbable, de ciertas circunstancias. El accidente no es algo indeterminado pero s difcil-mente previsible. Al determinismo intem-poral de la ciencia del siglo xix sucede la idea de un proceso entre varios posibles.

    La ciencia contempornea se inclina, a la manera de la historia, sobre los fenme-nos particulares y aspira a comprenderlos en su evolucin temporal y como lo que son realmente: excepciones. Es irnico que en el momento mismo en que las cien-cias sociales pretenden, vanamente, imi-tar el formalismo de las ciencias puras, s-tas adopten el punto de vista histrico (pero sin renunciar a la regularidad sino, ms bien, dentro de ella). El dominio de las matemticas est fuera del tiempo y el teorema de Pitgoras es hoy tan cierto como el da en que fue formulado. Sin em-bargo, apenas intentamos aplicar las ma-temticas y sus combinaciones a la mate-ria, debemos tomar en cuenta al factor tiempo. Y el tiempo es cambio: particula-ridad, historia. Hace poco, en una confe-rencia pronunciada ante la Academia de Ciencias y Artes de Boston, el fsico Victor

    F. Weisskopf del mit indic que el universo, con sus galaxias, sus sistemas solares, sus molculas, sus tomos y sus partculas, tiene una historia que la ciencia fsica debe tomar en consideracin. El libro de Crick revela que la materia orgnica, con sus mo-lculas, sus cidos y sus mecanismos de reproduc-cin celular, mutacin y seleccin natural, tambin

    tiene una historia.Crick pone al servicio de su exploracin

    todo lo que sabemos en materia de astro-noma, fsica nuclear y biologa molecular. Su mtodo recuerda al de los historiado-res y los arquelogos: los datos cient cos, como las piedras y los documentos al his-toriador, le sirven para su reconstruccin del pasado de la materia viva. Slo que en su caso ese pasado no se cuenta en milla-res de aos sino en billones de siglos. El mtodo tambin hace pensar en la crimi-nologa. Mezcla sorprendente, como en Sherlock Holmes, de slido empirismo, in-ducciones arriesgadas y deducciones cate-gricas. Pero el mtodo no slo evoca a los procedimientos e hiptesis de historiado-res y detectives: el adjetivo feliz, unido al sustantivo accidente, hace pensar en otra tradicin: la de la historia sagrada. Lla-mar feliz accidente a la aparicin de la vida sobre la tierra debe hacer fruncir el entre-cejo a ms de un budista: todos ellos estn empeados en escapar de la rueda de las transmigraciones; en cambio, hace son-

    La insaciable curiosidad de Octavio Paz por atender todo lo humano, lo llev a ocuparse de obras tan complejas y diversas como la aqu reseada: el ensayo

    redactado por Francis Crick en el que analiza ciertas hiptesis sobre el origen de la vida en la Tierra y esboza la teora de la panespermia dirigida. Presente en el

    volumen I de la nueva edicin de las Obras Completas de nuestro premio Nobel de Literatura, recuperamos aqu esta brillante resea

    Inteligencias extraterrestres y demiurgos, bacterias

    y dinosauriosO C T A V I O P A Z

    RESEA

    LA VIDA MISMASu origen

    y naturaleza

    F R A N C I S C R I C K

    popula rTraduccin de Jos Ramn Prez Las y

    Pedro Torres Aguilar1 ed., 1985, 206 pp.

    978 607 16 1447 8$108

    SABEMOS QU ES LA VIDA?

    a nueva edicin de las Ob as Completas de nuest o p emio Nobelde Literatura, recuperamos aqu esta brillante resea

    RESEA

    ILU

    ST

    RA

    CI

    N:

    A

    ND

    RE

    A G

    AR

    CA

    FL

    OR

    ES

  • 1 4 F E B R E R O D E 2 0 1 5

    INTELIGENCIAS EXTRATERRESTRES Y DEMIURGOS, BACTERIAS Y DINOSAURIOS

    rer a un cristiano: San Agustn llam felix culpa a la de Adn y Eva porque, sin su pecado, Cristo no se ha-bra hecho hombre ni habra muerto en la cruz por nosotros. A medida que avanzaba en la lectura del li-bro de Crick se dibujaba con mayor claridad lo que al principio me pareci una sospecha gratuita: lea una suerte de transposicin o alegora moderna, laica, materialista y atea, de la vieja historia judeo-cristia-na de la creacin de la vida.

    ENIGMAS DE LAS GNESISUn misterio rodea al origen de la vida, al de nuestro sistema solar y al del universo. Todo comenz con el Big Bang o como traduce, y muy bien, Jorge Hernn-dez Campos: el Gran Pum. Steve Weinberg explica en su libro famoso que, en los tres primeros minutos que sucedieron al Gran Pum, se formaron los ele-mentos de la primitiva y ms bien pequea bola de fuego que, al dilatarse y rodar, se convertira en el universo actual, con sus estrellas innumerables.1 Pero qu pas en los primeros segundos y, sobre todo, qu pas antes? Weinberg con esa que no lo sa-bemos. A pesar de sus inmensos progresos, la ciencia fsica no puede responder a la pregunta bsica: nues-tra ignorancia acerca del origen del universo es la de los lsofos de Jonia hace ms de dos mil quinientos aos. En una ocasin, en Harvard, conversando con el fsico Gerald Holton acerca de las visiones del tiempo que han elaborado las distintas civilizacio-nes y losofas, me dijo que el Gran Pum, para algu-nos cient cos, era un fenmeno recurrente: el uni-verso comienza con el estallido de una bola de mate-ria condensada que se dilata ms y ms hasta que empieza a enfriarse, cae en s misma, se contrae y otra vez el Gran Pum! Me pareci or una versin puesta al da del eterno retorno de los estoicos, con su cclica con agracin universal (ekpyrosis) y el in-evitable recomienzo. Slo que los estoicos exagera-ban la fatalidad del fenmeno; los modernos, tal vez como una reaccin ante el rgido determinismo del siglo xix, son ms cautos. El determinismo se atem-pera y, en plural, reaparecen los posibles.

    En un libro reciente el bilogo Franois Jacob dice: Es muy difcil no encontrar elementos de arbi-trariedad e incluso de fantasa en las estructuras y el funcionamiento de la naturaleza Es imposible ima-ginar un mundo en el que uno ms uno no sea dos. Hay un aspecto inevitable en esa relacin En cam-bio, podemos imaginar perfectamente un mundo en el que las leyes fsicas sean diferentes a las del nues-tro; un mundo en el que, por ejemplo, el hielo caiga al fondo del agua en lugar de subir a la super cie; o en el que la manzana, al desprenderse de la rama, se dispa-re hacia arriba y desaparezca en el cielo La contin-gencia se mani esta ms netamente en el mundo de la vida.2

    Despus de esto no puede extraarnos que Crick use la palabra accidente para designar la aparicin de la materia viva. En verdad, fue algo ms que un acci-dente: un prodigio. No repetir aqu el examen, rigu-roso y exhaustivo, de las posibilidades de su emer-gencia. La conclusin es desalentadora: no podemos a rmar nada con certeza, salvo lo siguiente: Un hombre honesto, armado con todos los conocimien-tos hoy disponibles, slo podra decir que, en cierto modo, el origen de la vida aparece casi como un mila-gro, tantas son las condiciones que habran tenido que satisfacerse para que comenzase. El resultado de su investigacin no desanim a Crick: Se haya origi-nado aqu en la Tierra o en cualquier otro lugar, la vida comenz: ste es un hecho histrico que no po-demos dejar de lado como si fuese algo insigni can-te. Me complace la admisin: el problema es cient -co y es histrico. Su resolucin requiere conocimien-tos e imaginacin.

    Frente al enigma, dice Crick, hay dos y slo dos teoras vlidas. Una, la ortodoxa, sostiene que la vida se origin aqu por s misma, con poca o nin-guna ayuda que viniese de fuera de nuestro sistema solar. Esta teora no es falsa sino muy improbable y, adems, indemostrable. Otra, la de Crick, considera que acaso pudiera haber surgido en otros lugares del universo en donde, por esto o aquello, las condi-ciones eran ms favorables. Enseguida, el cient co ingls emprende un examen, no menos estricto y amplio que los anteriores, para determinar con razo-

    1 Steve Weinberg, The First Three Minutes, Nueva York, 1977.2Franois Jacob, Le Jeu des possibles. (Essai sur la diversit du vivant), Pars, 1981.

    nable probabilidad el nmero de planetas en la ga-laxia en los que podra haberse originado la vida. Las cifras marean: entre un milln y, mnimo, diez mil planetas. La segunda teora postula que las races de nuestra forma de vida aparecieron en otro lugar del universo, casi seguramente en otro planeta, en el que la vida haba alcanzado una forma mucho ms avan-zada cuando an no haba comenzado nada aqu, y que esa vida fue esparcida (seeded) por microorga-nismos enviados en una suerte de navo espacial por una alta civilizacin extraterrestre.

    Crick llama a esta operacin de siembra csmica: Panespermia Dirigida.3

    Una de las razones en que se apoya Crick es turba-dora: el cdigo gentico de todos los seres vivos, sin excluir a las especies desaparecidas en el curso de la evolucin, es el mismo. Pero por qu las inteligen-cias extraterrestres no se transportaron ellas mis-mas en sus naves espaciales y pre rieron enviar a la Tierra un cargamento de bacterias? Crick explica abundantemente que, debido a la inmensidad de las distancias y a otras circunstancias no menos desfa-vorables, era imposible para los extraterrestres rea-lizar el viaje a travs de la galaxia. Por lo visto, cada civilizacin tambin la nuestra est condenada a extinguirse precisamente en el planeta en donde na-ci y creci: sombra visin de la historia de los siste-mas solares del universo. Presas en su planeta, las in-teligencias extraterrestres no tuvieron ms recurso que lanzar en una nave a las bacterias, nicos orga-nismos vivos capaces de resistir la duracin y las pe-nalidades de la travesa. Las bacterias cayeron en el caldo nutricio que era entonces la super cie terres-tre, medraron, se desarrollaron y as comenz la his-toria de la evolucin hasta llegar a la especie huma-na Aunque muchos lo han hecho con ms ligereza que discernimiento, no es fcil hacer una crtica de las hiptesis de Crick. Al lego que soy, sus razones le parecen convincentes. Tengo un reparo que l com-parte: tal vez su hiptesis es un tanto prematura. Pero mi crtica o