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Tzintzun. Revista de Estudios Históricos ISSN: 1870-719X [email protected] Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo México von Duesk, Antonio Annino La historia frente a los tiempos de la dispersión Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 58, julio-diciembre, 2013, pp. 181-199 Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Morelia, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=89828979007 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Tzintzun. Revista de Estudios Históricos

ISSN: 1870-719X

[email protected]

Universidad Michoacana de San Nicolás de

Hidalgo

México

von Duesk, Antonio Annino

La historia frente a los tiempos de la dispersión

Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, núm. 58, julio-diciembre, 2013, pp. 181-199

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Morelia, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=89828979007

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La historia frentea los tiempos de la dispersión

Antonio Annino van Duesk......................................

~r"'C'n un primer momento pensé en hablar de mis ternas de inves­f --:-IC tigación, pero me di cuenta del riesgo de repetirme, puesto

~ ~e al momento no tengo nada nuevo para decir. Así que optépor un terna, sin duda arriesgado, pero que nos involucra a todosnosotros que hacernos esta extraordinaria profesión que es la delhistoriador. Me refiero a la incertudidumbre que rodea a nuestradisciplina. Hay quien habla de "crisis" o hasta de "muerte" de lahistoria. Yo no soy tan pesimista. Creo, sin embargo, que sí esta­rnos viviendo una etapa de cambios en todos los sentidos, mássignificativos de lo que podernos percibir, y tan profundos queresulta difícil definirlos. Estoy convencido de que éste es el pro­blema principal: aclarar lo que estarnos viviendo. Porque el cam­bio no afecta sólo nuestro saber de historiadores sino la manerade percibir el mundo. La incertidumbre del saber histórico es elreflejo de la incertidumbre del "estar en el mundo", corno hubieradicho Heidegger. La razón de esta cita la explicaré más adelante.Por el momento me interesa aclarar que vaya hablar desde elpunto de vista europeo, porque pertenezco al Viejo Mundo aun­que me ocupe del Nuevo. Confieso no estar al tanto de los debatesamericanos acerca de la "crisis" de la historia. Espero, sin embar­go, que las percepciones de un europeo resulten interesantes paralos amigos michoacanos.

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He hablado de incertidumbre. Entonces hay que empezarcon sus síntomas. El primero es la reducción de las cátedras dehistoria en las universidades europeas. La justificación oficial esque falta el dinero, más ahora con la crisis económica. Sin embar­go, aunque el dato es cierto, quedan algunas dudas. Las cátedrassacrificadas son las de Historia Medieval e Historia Moderna (si­glos XVI-XIX), mientras que las de Historia del Siglo xx (contempo­ránea) son las menos perjudicadas. A la vez se asiste a una proli­feración de las cátedras de ciencias sociales. Es clara la tendenciaa privilegiar, a pesar de la crisis, el estudio del presente. El datosugiere muchas reflexiones. La primera es el ocaso del gran mo­delo historiográfico de los Annales de la época de Braudel. Su co­nocida idea de "historia mercado común de las ciencias sociales"suponía la capacidad del pensamiento histórico de "apoderarse"de las ciencias sociales y promover así un nuevo tipo de historiatotal, capaz de articular entre sí todas las facetas de lo material yde lo inmaterial. Hubo un intento de renovación, con la así dicha"nueva historia" de los años setenta, muy sensible a la antropolo­gía y a la producción de los discursos, pero no se logró detenerel avance de las ciencias sociales, es decir de la mirada sincrónicaa expensas de la diacrónica. Así que el resultado final fue que lasciencias sociales le ganaron a la historia, ocupando el centro epis­temológico de nuestro universo.

Hay un segundo sintorna empírico. El presidente Kenne­dy tuvo corno consejero en el Comité de la Seguridad Nacionala Arthur Schlesinger, conocido historiador de Harvard. Hoy los"consejeros del príncipe" en todos los países son los politólogos.Personalmente no tengo nada en contra de la politología, que es­tudié en la universidad y sigo leyendo con interés. El punto es quehubo -y no sólo a mi manera de ver- una involución ilusoria de ladisciplina hacia lo meramente cuantitativo, a partir de la idea deque los datos políticos tienen un valor intrinseco y que se puedenmedir con números, corno hacen los economistas con el dinero.

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Hubo, es cierto, una reacción neoinstitucionalista en contrade lo cuantitativo en Harvard hace poco, pero todavía no sabernossi va a imponerse o no. Lo que me interesa destacar es que la "dic­tadura del presente" en las ciencias sociales tiene que ver con unavisión neo-hobbesiana de la política. No es casual que Hobbes seael autor de referencia de muchos politólogos, también en AméricaLatina. Pero no el Hobbes de la soberanía absoluta, descubierta porla doctrina alemana en la época de Bismarck, sino el Hobbes quequizo aplicar a la política el método de la revolución científica deGalileo y de Newton. El Hobbes que en su obra De cive (1642) afir­ma que hay que estudiar el Estado corno se estudian los relojes,porque los dos están hechos de piezas mecánicas. Gran parte dela ciencia social hoyes neo-hobbesiana porque cree que la políticapone problemas "técnicos", de ingeniería, de reglas que puedenser calculadas. Los verdaderos sujetos de la política no son loshombres, sino que son -hobbesianamente- aquellas reglas queimponen orden en la sociedad. Repito, estarnos frente a una invo­lución. Hace cuarenta años la agenda de la politología privilegiabatodavía el estudio de las elites, un terna hoy desaparecido, a pesarde que este terna fue constitutivo del origen de la misma disciplinaantes de la Primera Guerra Mundial, con las obras de WilfredoPareto, Gaetano Mosca, Robert Michels, Max Weber, entre otros.

La "dictadura del presente" no es por lo tanto la dictadu­ra de una dimensión del tiempo, sino de una visión técnica delmundo, una visión que asimiló la técnica del quehacer material auna supuesta técnica del quehacer intelectual. Y la técnica no tienetiempo porque no tiene fines sino sólo procedimientos, números,cálculos, corno dijo precisamente Heidegger hace ya casi un si­glo. Y, corno ustedes saben, existe desde entonces un desarrolloimpresionante de reflexiones acerca de este terna. El nudo cruciales que nadie que sea una persona sensata quiere deshacerse de latécnica. El problema es el gobierno mental de ella.

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Si me detuve sobre este punto problemático y bien conocidode la modernidad, es para señalar que sólo hasta hace poco, y tar­díamente, nuestra disciplina ha tornado plena conciencia de estedesafío histórico. ¿Por qué se necesitó tanto tiempo? No es fácilcontestar una pregunta que seguramente tiene muchas respuestasposibles. Corno europeo, pienso que una explicación se encuentraen la caída del Muro de Berlín, un evento dramático y a la vez sim­bólico que a mi manera de ver marcó el ocaso de una época entera.y corno historiador encuentro fascinante vivir una experiencia quehasta ahora conocía sólo en los libros de historia: los grandes cam­bios epocales duran mucho tiempo y sus efectos profundos sonpercibidos paulatinamente y sólo en forma parcial por los actoresque los viven. Hasta ahora no hemos vivido todas las consecuen­cias de aquel acontecimiento. Un síntoma es la paradoja en que nosencontrarnos: por muchas décadas se había imaginado que sin elcomunismo en su versión totalitaria sería más fácil pensar nuevassoluciones al agobiante problema de la justicia y de la libertad, yahora, veinte años después del Muro, no hay otra manera de pen­sar el mundo diferente de corno el mundo es, a pesar de los cambiosque estamos viviendo.

A lo largo de los dos siglos pasados pudimos pensar en al­ternativas viables a la pobreza, la libertad, el desarrollo, la misma"felicidad", etcétera. Hoy no. La "dictadura del presente" es tam­bién la constricción a pensar el mundo sin alternativas viables. Esla primera vez que se da una situación corno ésta. Lo único quetenernos es la percepción de una transición turbulenta desde unaépoca de estabilidad relativa hacia un futuro sin identidad cierta.

Parece que en Berlín pasó en 1989 algo parecido a lo que su­cedió en Sarajevo en 1914, cuando un disparo puso fin a una épo­ca entera, y con ésta desaparecieron no sólo los sistemas políticosde la Europa imperial sino un estilo de vida, unos imaginarios yuna manera de pensar el mundo que habían sido de los vencidos

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pero también de los vencedores de la Primera Guerra Mundial.Por supuesto, nadie se atrevería a decir que la Moscú de Stalin seacomparable con la Viena del Káiser Franz [osef, ni cabe duda quela Guerra Fría no fue precisamente una belle époque a pesar de losBeatles. Sin embargo, resulta difícil escapar a la idea de que conla caída del Muro se vino abajo una manera de pensar la Historiaque iba mucho más allá del comunismo.

Me refiero en particular a un dato que los revisionismos quie­ren borrar, es decir que el socialismo y el liberalismo tuvieron des­de el siglo XIX una misma idea de Historia: los dos buscaron en el"movimiento de los hombres y de las cosas" (Marx) la legitimidadde existir corno formas de pensar la sociedad. La Historia tenía enel siglo XIX la mayúscula porque fue pensada por todo el mundocorno movimiento hacia una nueva sociedad. Es lo que percibie­ron claramente los observadores más finos del Congreso de Vienaen 1815. Tras la tormenta napoleónica, por primera vez se propu­so al mundo un nuevo tipo de sociedad y no sólo un nuevo tipo deforma de gobierno, al estilo del siglo XVIII. Liberales y socialistastuvieron dos ideas diferentes de la sociedad, pero estas divisionessalieron de una misma convicción, que se encuentra en Tocquevi­lle corno en Marx, es decir, que después de la revolución francesala crítica histórica era un instrumento para conocer los caminoshacia las nuevas sociedades.

En este sentido, tuvo razón Benedetto Croce cuando afirmóque la Historia es siempre historia del presente, pero un presenteque, al igual de su pasado, se podía pensar en formas diferentes.A un presente con problemas corresponde un pasado con proble­mas. La "Historia corno forma abierta de pensar el presente" po­dría ser una definición sencilla de la cuestión. Creo que recordarestas cosas no es necesariamente un acto de eurocentrismo. Si leoel Facundo de Sarmiento o la Historia de Be/grano de Mitre, o lasobras del mexicano Justo Sierra, o del chileno Alberto Edwards,

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o las de tantos historiadores latinoamericanos del siglo XIX, en­cuentro el mismo universo, la misma visión de las relaciones entrepresente y pasado.

En fin, no quiero detenerme más sobre estos puntos cono­cidos. Lo que me interesa es señalar cómo se reprodujo el víncu­lo orgánico entre la idea de historia y la de una nueva posiblesociedad. Porque no estaba escrito en ninguna parte que aquellavisión de las cosas iba necesariamente a durar más de dos siglos.El primer momento de crisis, duro y bastante largo, se dio en elocaso del siglo XIX, cuando apareció el desafío de las "masas" yde las ideologías totalitarias, que en un primer momento tuvieronun gran éxito. En Europa fue aplastante, mientras que en AméricaLatina no fue tan clamoroso pero se hizo sentir. Me parece, porejemplo, que los libros de Tulio Halperin Donghi sobre el sigloxx argentino, y sus "memorias", dejan entender la simpatía queciertas ideologías tuvieron también en la Argentina de los treinta.

Entre las dos guerras mundiales las relaciones entre demo­cracia y sociedad de masas parecían imposibles. La crisis de laHistoria como instrumento para pensar una sociedad más libre seexpresó por una parte en el rechazo del concepto mismo de razón,y por la otra en el papel de gran legitimadora de los mitos de lostotalitarismos. Fue en este contexto en el que se desarrolló la obrarefundacional de aquella pequeña elite intelectual que no aceptóni el rechazo de la razón ilustrada ni las sirenas de los totalitaris­mos, y se lanzó en la difícil empresa de conciliar -intelectual ehistóricamente-las masas con una democracia posible del futuro.Me refiero a los Max Weber, a los Kelsen, a los Keyncs, a los Croce,y luego al joven Bobbio, y a otros más. Ellos lograron construir unnuevo paradigma historiográfico que tuvo un gran éxito despuésde la segunda guerra, y que transformó la fragmentaria y difícilhistoria del liberalismo decimonónico en una Historia de largaduración, que empezaba con la revolución inglesa (o por algunoshasta con la reforma).

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En el marco de esta larga historia, las dos guerras mundialesfueron pensadas corno etapas de crisis y a la vez de tránsito haciauna nueva democracia, que supuestamente logró lo que el sigloXIX no había alcanzado por los "límites" del liberalismo. Con esteparadigma la democracia de masas tuvo finalmente una legitimi­dad histórica: ser hija de la revolución francesa y del liberalismo.Así se pudo recuperar en un nuevo contexto lo que supuestamen­te se había perdido tras la Primera Guerra Mundial. Forzando unpoco las cosas -y pido disculpas-, se podría decir que la C onfe­rencia de Yalta (febrero de 1945) fue el equivalente del Congresode Viena. Las dos se enfrentaron con el desafío de una nueva so­ciedad pero siguieron compartiendo la misma idea de Historia.Si hubiera ganado Hitler, es muy probable que "nuestra" idea deHistoria hubiese desaparecido en Europa, sustituida por la teo­rizada por Alfred Rosemberg, el mejor y más sofisticado teóricodel nazismo: la Historia corno autoconciencia del espíritu de laraza germánica, la Historia corno recuperación de algo perdidopor culpa del judeo-cristianismo. Digo: de la obra principal de Ro­semberg se vendieron, entre 1930 y 1944, 2.5 millones de copias (!)y no sólo en Alemania.

La Guerra Fría consolidó "nuestra" idea de Historia porquelos dos campos la compartieron: por supuesto no me estoy re­firiendo a los manuales de historia soviética, sino a la dialécticaentre la historiografía marxista y la no marxista. Si fue posibleeste pluralismo de visiones y de problemas es porque -oon unaparadoja sólo aparente- el Muro de Berlín lo mantuvo vivo. Man­tuvo viva la idea de que, al igual que en el pasado, también elpresente y su futuro podían pensarse con opciones distintas, dediversa indole: no sólo la contraposición frontal entre comunismoy capitalismo, o entre totalitarismo y democracia, sino también el"reformismo" político o económico, el walfare staie, el antiimperia­lismo democrático, y no sólo marxista, el anticolonialismo, etcéte-

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ra. Conceptos todos que por cierto no pertenecieron a la tradiciónliberal del siglo XIX.

En fin, la historia de nuestra idea de Historia está vincula­da a tres fechas simbólicas: 1815, 1945, 1989. Nótese un dato: lasprimeras dos fechas son de conferencias internacionales, que ar­ticularon en forma nueva el pasado con el futuro, la última no.¿Será un caso? Lo que quiero decir con esta por cierto simplistareflexión, es que no fueron los historiadores sino la Historia laque salvó una idea de sí misma que no necesariamente tenía quesobrevivir. Y es con base en estas reflexiones que me pregunto sicon el Muro se vino abajo también aquella visión de la Historiaque conocernos y que se mantuvo porque fue compartida por losdos enemigos, a pesar y gracias a la existencia de aquel Muro.

Sin embargo, entre las tantas críticas que se podrían hacer amis argumentaciones, una es muy sólida: el debate acerca de unasupuesta crisis de la historia empezó ya antes de 1989. Lo cual escierto. Sin embargo, el debate estuvo limitado a los especialistasy no tuvo realmente un gran impacto sobre el modo de producirhistoria. Después de 1989 sí hubo un impacto difundido y per­cibido, que empezó a cambiar la producción historiográfica. Demanera que la caída del Muro aceleró y socializó la incertidum­bre, y le agregó -ni más ni menos-la certeza del fin de una épocahistórica.

La cantidad de libros que desde 1989 han tratado la crisis dela historia es impresionante, y es una lástima no tener todavía unestudio sistemático sobre este fenómeno . Así que cada uno de no­sotros puede sólo dibujar un mapa personal: una tarea al menosútil para orientarse en la dispersión conceptual de nuestra disci­plina. Si tuviera que dibujar mi mapa personal dibujaría, enton­ces, un triángulo: por un lado Francis Fukuyama, por el otro Ro­ger Chartier, y en último término Pierre Rosanvallon. Para mí noson autores referenciales sino simbólicos, en el sentido en que cadauno representa una cara significativa de la incertidumbre actual.

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Fukuyama es el caso límite, puesto que es el más provoca­tivo y radical. No por casualidad ha hecho escándalo y fue con­denado al silencio. The End of the History and the Last Man fuepublicado en 1992. Francamente me quedé sorprendido por elescándalo. El hecho de que Fukuyama dedique -a fin de cuen­ta- sólo la parte introductoria al controvertido terna, y que en lasdemás partes exponga su teoría acerca de lo que podría ser unposible desarrollo político tras la caída del Muro, enfatizando queno existe alternativa a la democracia tal como está, muestra la ver­dadera apuesta del escándalo; es decir, la recuperación por partede un neoconservador de un gran terna olvidado precisamente alo largo de la Guerra Fría, que sin embargo desde Hegel fue fun­dacional de la modernidad política y complementario a su evolu­ción intelectual.

Fue siempre un terna "universal", en el sentido en que nofue ni patrimonio exclusivo de la derecha ni de la izquierda, y noestaba escrito en ninguna parte que tuviera que ser recuperadopor un conservador. Hubiera sido casi más lógico que fuera al­guien de la izquierda a medirse con él, puesto que el concepto seencuentra también en Marx, y no en sentido negativo.

El silencio y el escándalo muestran sólo que la cultura -lla­mémosla de izquierda o progresista- tiene todavía una actitud deremoción freudiana frente a ciertos ternas del pasado. Para ridi­culizar a Fukuyama se satirizó el concepto mismo de "fin de laHistoria", corno si su sentido fuera proponer corno posible el findel "movimiento real de los hombres y de las cosas". Lo cual esevidentemente absurdo. Pero ésta y no otra fue la idea en contrade la cual se lanzó la gran mayoría de los críticos. Se quedó así enun segundo plano, totalmente descuidada, la "verdadera" tesis deFukuyama, es decir que el "triunfo democrático" fue tan aplastan­te que ya no deja para el futuro más que la democracia misma, sinnecesidad (éste es el punto) de pensarla más.

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Para sustentar su tesis, Fukuyama extrema a Heidegger afir­mando: primero, que a pesar de todo existe una"direccionalidad"en la época pos-ideológica gracias a la ciencia y a la tecnología, ysegundo, que las dos desencadenan cambios similares en todoslos países, a pesar de las diferentes culturas. Las argumentacionesde Fukuyama son en realidad más sofisticadas, pero lo que me in­teresa subrayar aquí es que el concepto de "fin de la Historia" noes una extravagante idea del autor, corno se ha dicho. Cualquierlector del libro sabe perfectamente que Fukuyama cita abundante­mente a Hegel y a otros autores, aclarando sus deudas y sus refe­rencias culturales. Lo verdaderamente neoconservador de Fuku­yama no es la recuperación del concepto de "fin de la Historia"en sí, sino su lectura, que borra la identificación hegeliana y luegomarxiana entre Historia y Libertad y la sustituye con la Técnica,que no es Libertad. A pesar de todo lo que se puede criticar deeste autor, se queda el hecho de que Fukuyama fue el único queplanteó, sin tergiversar, una cuestión razonablemente aceptable:sencillamente si podernos pensar la Historia corno un movimien­to hacia la Libertad.

Nadie -aparte de Fukuyama- ha dicho claramente que no;sin embargo creo que todos tenernos serias dudas al respecto. Demanera que el "verdadero" escándalo es que Fukuyama tocó unpunto muy sensibile de nuestro imaginario democrático, porquela caída del Muro pareció asegurar un "triunfo" de la libertad,corno lo fue el "triunfo" sobre el nazifacismo. Sin embargo no fueasí y ésta es la novedad que justifica medirse con el concepto clá­sico de "fin de la Historia". Es decir, de aquella idea según la cualla Historia podía ser pensada corno la necesidad teórica del mo­vimiento del mundo hacia su liberación, material y cultural. En laGuerra Fría se luchó argumentando que este paradigma del movi­miento histórico tenía dos opciones: la renovada democracia libe­ralo la revolución marxista. Después de 1989 -a dos siglos exactos

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de la Grande Revolucion- y tras un momento de euforia neo-liberal,el mundo se encuentra precisamente sin este paradigma y frente ala evidencia de no saber hacia dónde va.

La mejor definición de esta nueva condición del historiadorse encuentra en el título de un libro de Roger Chartier, Au bordde lajalaise; una palabra -jalaise- que pertenece a la geología, unaaltísima y vertical pared de rocas sobre el mar. Algo que existe enNormandía y Cornovaglia. Una imagen inventada por Michel deCerteau para definir el trabajo intelectual de Michel Foucault. Lacondición del historiador sería caminar por encima pero al bordede esta pared peligrosa, difícil, inestable, que pone en discusiónconstantemente las prácticas discursivas y sus vinculas con lasprácticas sociales y políticas. Porque frente a la unidad del pasado,que permitía trabajar con grandes modelos explicativos, ahora nosencontrarnos con la dispersión. Es más -diría yo- nos encontrarnoscon el tiempo de la dispersión, es decir con un proceso donde todaslas grandes tradiciones historiográficas producen constantementeproposiciones diferentes y a veces contradictorias, donde se hanmultiplicado los objetos, los métodos, las "historias". Nótese depaso la paradoja: estarnos forzados a pensar el mundo sin opcio­nes, y la historiografía está repleta de opciones, corno nunca antes,y corno si fuera un supermarket donde cada historiador escoge suhistoria. No casualmente existe una tendencia a nivel internacio­nal, la ego-historia, que reivindica la subjetividad del historiador,el yo epicentro del discurso historiográfico.

Chartier publicó su libro en 1998, y la obra recoge una serie deensayos escritos entre 1994 y 1998, al umbral de la caída del Muro.En este sentido es un libro que perfila la coyuntura crucial y per­mite entender en qué medida lo que se pensaba antes cobra mássentido después.

No sorprende que Chartier nos ofrezca un diagnóstico bri­llante. Chartier trabaja sobre las prácticas discursivas, y la incerti-

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dumbre de la historia tiene que ver también con este campo de aná­lisis. Un campo por supuesto diferente del de Fukuyama, pero quelo cruza. ¿Por qué? En mi opinión, porque el antes de Chartier es elantes de Fukuyama, aquel antes del Muro cuando autores corno PaulRicoeur, de Certcau, Michel Foucault -y cito sólo algunos- reflexio­naron sobre la Historia corno productora de textos, de saberes, de"formaciones discursivas"; en fin, sobre la Historia corno saber quese discute a sí misma buscando en los eventos su genealogía, queno coincide con las cronologías canónicas de los eventos.

Por mucho tiempo todos estos autores no fueron reconoci­dos corno historiadores. Ahora sí. Este es el después de Chartier. Esdecir, que se acepta la idea de que aquella Historia que Fukuyamaconsidera acabada se reprodujo gracias a un artificio: la coinciden­cia entre los hechos y los discursos que los explicaban. Ahora haypocos historiadores que creen todavía en esta coincidencia. Estedato pone otra pregunta. La primera, corno dije, se refería al atra­so en tornar conciencia del desafío de la técnica. La segunda serefiere a la demora en tornar conciencia de este nudo discursivodel quehacer historiográfico. ¿Cómo explicar este segundo atraso?

También en este caso hay varias respuestas. Una que tuvobastante éxito es la de la así llamada Linguistic Turn, una defini­ción que sintetiza el nudo del pensamiento de Hayden White acer­ca de la Historia corno mero género narrativo, sin nada en sí deverídico. Una tesis que tiene casi treinta años. La coincidencia entrelas "palabras" y las "cosas" se explicaría con el artificio ilusoriode la narratividad. Las sirenas de Hayden White son muy encan­tadoras, pero a pesar del encanto no consideran que la narraciónhistórica sea un instrumento y no un fin, corno en la literatura.Carla Ginzburg ha aclarado brillantemente la cuestión. La narra­ción histórica no tiene nada que ver con la literatura, a pesar deque sí utiliza -¿y por qué no?- ciertas formas retóricas de la narra­tividad. La gran diferencia, según Ginzburg, es que la narración

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histórica es parecida a la de la justicia y no a la del arte. Al igualque el juez, el historiador trabaja sobre indicios (los documentos),los examina con los instrumentos críticos que tiene, y sólo al finalpresenta los resultados de la investigación en forma narrativa. Lonarrativo literario empieza con lo narrativo; lo narrativo históricono empieza con lo narrativo. Y éste me parece el punto crucial.

Creo, sin embargo, que hay algo más, o hasta mucho más,que puede explicar la fuerza alcanzada a lo largo de dos siglos porel artificio de la coincidencia entre "palabras" y "cosas". El debateacerca del binomio Historia-Libertad se ha concentrado en el pri­mer concepto y no en el segundo. No obstante, es este último elque nos ofrece una clave para entender la genealogía de la coinci­dencia. El concepto de Libertad moderna, o de Liberación corno ca­rnina, tiene desde su origen en el siglo XVIII una naturaleza fuerte­mente prescriptiva. El hombre, para ser feliz, es decir para realizarplenamente su yo, su "estar en el mundo", tiene que emanciparsede sí mismo. Tiene que salir de su estado de "minoría" para alca­zar el de "mayoría", corno dijo Kant en un célebre artículo (1784).Fue este "imperativo categórico" -tienes que ser libre para serjeliz­el que dio la pauta a la idea de Historia corno movimiento haciala Libertad.

El movimiento histórico de los hombres y de las cosas fueimaginado lleno de reglas, de requisitos, de leyes históricas. Nocasualmente hemos definido corno "telcológica" esta visión dela Historia. Pero la teleología no admite la narración. Los DiezMandamientos no son una narración, son un texto de normaséticas. Cada palabra es un comportamiento. Romper esta coinci­dencia lleva al arbitrio y a la pérdida del yo. Justamente Foucault,desmantelando analíticamente las relaciones históricas entre las"palabras" y las"cosas", acaba teorizando "la muerte del sujeto".

La coincidencia entre hechos y discursos historiográficos noprovino del concepto ilustrado-romántico-liberal-antitotalitario-

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democrático de Historia, corno piensan sus críticos, sino del con­cepto de Libertad que tuvimos a lo largo de dos siglos. Este esel nudo crucial de la incertidumbre que nos obliga a caminar alborde de la falaise. Porque si no es un problema renunciar a lateleología de la Historia, es mucho más complejo renunciar a laidea de Libertad prescriptiva, es decir, a la idea de que mi libertadnecesita de garantías y por lo tanto de normas jurídicas y a la vezéticas.

Ahora bien, la "cuestión prescriptiva" tiene todavía muchopeso en las historiografías de nuestros días, no en todas, pero síen la historiografía política que se ocupa de los últimos dos si­glos, y que estudia los dos grandes universos: el liberalismo delsiglo XIX y la democracia del siglo xx. Corno intenté explicar, losdos universos fueron articulados entre ellos en un único y largoproceso histórico entre las dos guerras mundiales. De manera quetenernos una herencia que, a pesar de todo, se mantiene viva, másviva aún porque, corno dijo Fukuyama, la democracia se quedacorno la única manera de ser y pensar la política y la libertad. Locual quiere decir que el paradigma prescriptivo genera una his­toria de la democracia corno historia de su realizabilidad -si meperdonan este término itulian-spanish-, es decir, de lo que se tuvoque realizar, de lo que se hizo, de lo que no se hizo, o de lo que sepodía hacer, etcétera.

De esto derivan dos consecuencias. La primera es la tenta­ción continua de dividir las experiencias del pasado en casos "fi­siológicos" y "patológicos", y sabernos que en el caso de AméricaLatina es más bien la última imagen la que ha sido dominante. Lasegunda consecuencia es que se hizo la historia del liberalismo yde la democracia con categorías liberales y democráticas. Es más,se hizo con categorías democráticas del siglo XX, reproduciendoexactamente el paradigma inventado entre las dos guerras mun­diales. A mis estudiantes les digo siempre que nadie hoy estudia

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historia medieval con categorías medievales, y sin embargo en elcaso de la historia de la democracia ocurre esto. La epistemologíade la realizabilidad impone sus clasificaciones a la historia corno ala politología.

En este sentido, Pierre Rosanvallon representa un inten­to muy llamativo de salir de la uniformidad de lo prescriptivo.Rosanvallon es el único crítico de la democracia actual que no lapiensa en términos normativos sino históricos y a partir de undato muy específico: la crisis del símbolo, corno consecuencia delocaso de lo "social", es decir de aquella categoría inventada a co­mienzos del siglo xx, que permitió articular en ciertas coyunturasla imagen de los intereses colectivos con la representación de losnúmeros. Fue ésta una clave de la reconstrucción democrática trasla segunda guerra y a lo largo de la Guerra Fría. La sociabilidadpolítica colectiva, de los sindicatos, partidos, corporaciones mo­dernas, etcétera, permitió dar"sustancia" a los números. En otraspalabras, estas grandes formas de sociabilidad participativa fue­ron corno unos"cuerpos intermedios" que articularon lo "social"con lo "político", vía representación numérica. Sin ellos, la repre­sentación se vuelve un mero procedimiento. Y me acuerdo de midecepción hace ya un par de décadas, cuando escuché a NorbertoBobbio definir la democracia corno un conjunto de reglas "mini­mas". No fue éste el pensamento de Bobbio antes.

A fin de cuentas, toda la obra de Rosanvallon gira alrededorde un gran problema: cómo conciliar la autonomía de los indi­viduos con la autonomía colectiva ubicada en la soberanía de larepresentación política. Dicho sea entre paréntesis: el diagnósticode Rosanvallon nos muestra una paradoja. Tras dos siglos, la de­mocracia se encontraría frente al mismo desafío de 1789: aquelladistancia entre ciudadano y representación que llevó a la dicta­dura jacobina y a la de Napoleón. No por casualidad fue éste elgran terna de Benjamin Constant y de Tocqueville, pero también

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de Marx, quien lo resolvió teorizando la emancipación frente alEstado. El "triunfo" de la democracia de Fukuyama es por lo tan­to el "logro" neo-hobbesiano de las reglas de los politólogos. Deallí la afirmación tajante de Rosanvallon: "la democracia es unahistoria" sin valores universales, y sin racionalidad de los acto­res, es decir sin el principio del rational choice, tan querido por laciencia política norteamericana, que produce 80 por ciento de lasobras en circulación. No se trata de un rechazo de la racionali­dad por parte de Rosanvallon, sino de reivindicar su uso analíticofrente a la naturaleza indeterminada y problemática de la moder­nidad, que no puede ser reducida a la mera prescripción de raízilustrada. Sin embargo, también Rosanvallon carnina al borde dela jalaise de Chartíer, porque su crítica a la democracia normativacorre el riesgo de ubicarlo cerca de la tradición de Karl Schmitt,que deconstruyó la imagen dominante de la sociedad modernay del Estado para"develar" la naturaleza artificial y vacía de susintituciones políticas.

Creo que este es un riesgo real, no sólo de Rosanvallon, sinode todos aquellos que estarnos convencidos de que se puede hacerla historia del liberalismo y de la democracia sin sus categorías,pero a la vez sin negarlas corno valor en sí. Es un riesgo que noobstante vale la pena correr. En mi caso, la apuesta de caminaral borde de la jalaise es reubicar el siglo XIX latinoamericano enel contexto de los demás siglos XIX occidentales. No para horno­Iogarlo, sino al revés, para especificarlo aún más. En este senti­do, el ocaso del gran paradigma inventado entre las dos guerrasmundiales abre una oportunidad. Ahora podernos pensar que laexperiencia liberal y nacional en este continente no fue tardía sinoprecoz, y que por lo tanto tuvo que enfrentarse con un sinnúmerode incógnitas compartidas también por otras experiencias.

No sólo esto, sino que la perspectiva imperial que ahora semaneja para estudiar las emancipaciones permite ubicar el casolatinoamericano en una específica perspectiva de comparación: la

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del tránsito de un imperio muy eompósito a un conjunto de na­ciones, cuyo camino no fue nunca fácil. El presente nos ayuda eneste caso a contextualizar el terna. La caída del Muro no cerró sólola historia del comunismo sino que abrió una nueva etapa de la"cuestión nacional", por la naturaleza imperial de la ex Unión So­viética. Sin embargo, la caída de los imperios y las transiciones alas naciones modernas no constituyen un campo estratégico parala historiografía, a pesar de que algunos de los más graves con­flictos internacionales se dieron y se están dando entre "naciones"que antes eran parte de los imperios, corno en el caso de los Balca­nes o del Cercano Oriente. Es más, si regresamos por un momentoa la mirada clásica, la de los casos "patológicos" y "fisiológicos",nos percatarnos de que gran parte de los países "sureños" per­tenecieron a un imperio, lo cual plantea no pocas interrogantesacerca de las posibles relaciones entre esta condición y los difícilescaminos de la Nación moderna.

Un dato merece atención: si tornarnos en cuenta el tamañodemográfico del imperio hispánico, lusitano, otomano, austrohún­garo y del ruso-soviético, y lo compararnos con los países de laEuropa occidental -donde la transición a la Nación moderna sedio en el marco de una continuidad territorial o de una unificación(Alemania e Italia)-, tenernos que reconocer que la mayoría de lospueblos del mundo occidental, y de sus cercanías, inventaron laNación en condiciones totalmente distintas de las que se dieron enlos países que la historiografía utiliza corno modelos de interpreta­ción dominante. Existe entonces un desfase entre el referente his­toriográfico y el referente histórico, en el sentido de que el primerono es adecuado al segundo. Empezando por el dato, crucial en losex imperios, de una discontinuidad entre territorio pre-nacional yterritorio nacional, por efecto de una desintegración del sistemapolítico que empezó en la metrópolis.

La invención de la Nación moderna en el mundo iberoame­ricano adquiere así un interés extraordinario por su precocidad

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casi anormal, por ser la última y agónica etapa de la "decadencia"de las dos metrópolis peninsulares y, a la vez, por constituir el pri­mer caso de la caída de imperios en la época moderna. En el casode Hispanoamérica, esta doble cara tiene un papel crucial en lainvención de la Nación. En primer lugar porque -corno ahora sa­bernos-las independencias no fueron la causa sino el producto dela crisis de la monarquía. En segundo lugar -y a diferencia de loscasos que siguieron-, porque no existía antes de 1808 una"cues­tión nacional" en el mundo iberoamericano. La razón es que noexistía en ningún país de aquel entonces una idea clara de lo queiba a ser la Nación moderna, tal corno se fue luego consolidandoa lo largo del siglo XIX . Lo que se estaba discutiendo en la Euro­pa continental era cómo escapar a la idea"despótica" de Naciónsalida de la experiencia jacobina y napoleónica. De manera queno hay nada de extraño si no encontrarnos en la América hispanaantes de 1808 una idea de Nación ya pujante y compartida por laselites, mientras sí encontrarnos una prensa y unas formas de socia­bilidad política modernas que luego se lanzaron a la invención dela Nación.

La originalidad de los casos hispanoamericanos no residepor lo tanto en la ausencia de unas naciones constituidas al esta­llar la crisis, sino en el hecho de que apelar a la Nación moderna-aún sin un perfil claro- fue el único recurso para legitimar lospoderes constituyentes que se implantaron en los territorios trasla acefalía del imperio. Con una paradoja sólo aparente, este pro­ceso fundó el gran dilema del siglo XIX entre una idea de Naciónentendida corno una "comunidad de comunidades" (los pueblos),y la otra idea de Nación mono-identitaria, "centralista" y/o "uni­taria", corno fue definida por el idioma político sudamericano. Laprimera tenía sus antecedentes en la monarquía hispánica, la se­gunda fue inventada para solucionar las luchas civiles, combatirla fuerza de las viejas corporaciones, consolidar sistemas federales

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que de hecho fueron por largo tiempo confederales. Sin embargolas dos ideas nunca estuvieron en antítesis completa, más bien searticularon entre sí legitimando una antítesis abierta entre la socie­dad local y la nacional, lo cual representa quizás la herencia másfuerte y significativa de la transición a la modernidad en el área.

Ahora bien, si ésta es -en muy resumidas cuentas- miapuesta personal corno investigador al borde de la jalaise, es ciertotambién que corno historiador que soy me quedo con dos obli­gaciones fundamentales: por una parte, proponer un marco deinteligibilidad de mi objeto de estudio y, por la otra, dialogar conotros saberes (la filosofía, la misma politología, hasta la literatura,etcétera), con el fin de plantear nuevas interrogantes. Me pregun­to, para finalizar, si la dispersión no nació también de un exceso deautonomía de la historiografía, que se volvió demasiado autorre­ferencial y se fragmentó frente a la aparen te unicidad del mundosalido de la Guerra Fría.

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