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La Jornada de Ahuachapán: 12 de dicielTIbre de 1944 Jorge Arias Gómez Historiador y jurista salvadoreño

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La Jornada deAhuachapán:

12 de dicielTIbre de 1944

Jorge Arias GómezHistoriador y jurista salvadoreño

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La Jornada de Ahuachapán:12 de diciembre de 1944

Jorge Arias GómezHistoriador y jurista salvadoreño

"¡La persona que quiere recordar no puede quedarsesentada en un sitio y esperar que los recuerdos lle­guen solos! ¡Los recuerdos se han desperdigado por

todo el mundo y uno tiene que viajar para encontrar-los y hacerlos salir de sus escondrijos! "

Milán Kundera

Recuerdos marcados al rojo vivo

Este 12 de diciembre se cumplen 59 añosde la llamada "Jornada de Ahuachapán",protagonizada por varios centenares dejóvenes, en su mayoría estudiantes univer­sitarios y de secundaria así como porobreros y campesinos, dirigidos militar­mente por oficiales del Ejército salvado­reño que se encontraban de baja a raízde la fracasada insurrección cívico-militardel 2 de abril de 1944, contra la dicta­dura del Gral. Maximiliano HernándezMartínez. El objetivo de esa acción arma­da, era derrocar al ene!. Osmín Aguirrey Salinas, quien accediera a la Presiden­cia de la República mediante un golpe deEstado preparado cuidadosamente y eje­cutado por la cúpula militar el 21 deoctubre del mismo año.

Confieso que los recuerdos siempre estánpisando mis talones como indicándomeque con mi muerte quedarán sepultadosen el olvido. Vívidas imágenes vienen ami memoria, recorriendo los muchos ca-

minos que he transitado durante mi exis­tencia. Algunos de esos recuerdos se handesviado en veredas conducentes al extra­vío o a la pérdida paulatina de su origi­nal colorido hasta convertirse en una to­nalidad sepia como esa que domina laatmósfera de los sueños. Otros, quizás losmás dolorosos, han sido, como dijeraCésar Vallejo, " ...caídas hondas de losCristos del alma". Pero la verdad es queesos recuerdos allí están, a manera demarcas hechas con fierro ardiente. Unode ellos, es, precisamente, el del 12 dediciembre de 1944, cuando naci de nue­vo y me gradué de hombre.

1944, históricamente trascendental

Entre los hechos políticamente relevantesde 1944, cabe destacarse:

1. El funcionamiento de una AsambleaConstituyente, convocada por el Gral.Martínez, mediante un plebiscito amaña­do, que aprobara reformas a la Constitu­ción de 1939, pero que propiamente re-

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dactaba una nueva. Ante la perspectiva deque en 1945, terminaría el tercer perio­do presidencial del dictador, la Constitu­yente acordó que Martínez sereenganchara a partir del 1 de marzo de1944 hasta el 31 de diciembre de 1949.

2. La insurrección cívico-militar del 2 deabril, que fracasara debido a garrafaleserrores cometidos por sus dirigentes mili­tares y civiles. Como consecuencia,Martínez condenó a muerte, entre reospresentes y ausentes, a 35 militares y 10civiles. De todos los condenados, 10 mi­litares y un civil (Víctor Manuel Marín),fueron fusilados.

3. El 25 de abril, los estudiantes universi­tarios se declararon en huelga, jurando queno volverían a clases sino hasta que fue­ra derrocado Martínez. Escalonadamente,y en forma rápida, se sumaron al movimien­to estudiantes de secundaria, empleadospúblicos y trabajadores de las empresasprivadas. En la primera semana de mayo,la huelga era general, estaba totalmenteparalizado el país. Las calles centrales deSan Salvador, fueron tomadas por decenasde miles de capitalinos y millares se reuníanfrente a la esquina de la Universidad (formada por la 2a. Calle Oriente y laAvenida Cuscatlán). En este punto, uno delos balcones del paraninfo se transformóen tribuna desde la cual se orientaba y sedaba cuenta del estado de la situación.Cabe apuntarse, que la oficialidad de bajorango y soldados enviados con el propó­sito de reprimir al pueblo, no lo hicieron.Los dirigentes visibles de la huelga, llama­ron a la gente a fraternizar con ellos.

4. La llamado "huelga general de brazoscaídos", fue, pues, encendida por los es­tudiantes universitarios. Esta poderosa re­sistencia pacífica, indudablemente seguía

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las lecciones de Gandhi, quien la practi­cara al rapaz imperio británico hastalograr la independencia de la India. Mar­tínez renunció a la presidencia el 8 demayo, pero dejó intacto el aparato delEstado: La Asamblea Constituyente, que sehabía transformado en Asamblea NacionalLegislativa, siguió incólume; como Presiden­te que le sucediera, escogió el dictador auno de sus incondicionales, el Gral. An­drés 1. Menéndez. Lo mismo sucedió conla Corte Suprema de Justicia.

La renuncia de Martínez tuvo como an­tecedente inmediato, la muerte de JoséWrigth Alcaine -de ciudadanía norteame­ricana- a manos de un policía. Tomandoen cuenta este suceso, el embajador delos Estados Unidos le notificó al dictadorque el gobierno de Washington le retira­ba su apoyo. Martínez salió del país el 9de mayo rumbo a Guatemala.

5. Posteriormente a la caída de Martínez,hubo un acuerdo político de los líderes dela huelga general con los diputados a laAsamblea Nacional Legislativa, en lo con­cerniente a que el presidente de la Repú­blica, sería provisional y por corto tiem­po, ya que precisaba encauzarse al paíspor la vía democrática constitucional. ElGral. Andrés Ignacio Menéndez inicia, así,lo que fuera denominado "Régimen depalabra de honor" debido a los vacíosjurídicos que debían llenarse después decasi trece años de dictadura. Fue unanegociación política basada en el honory la buena fe de los detentadores del poderlegislativo y el jefe del ejecutivo. La vidademostró que, de parte de la reacciónconsolidada en los altos mandos del ejér­cito, tal honor fue inexistente y que labuena fe de los dirigentes populares te­nía como fundamento la ingenuidad einexperiencia políticas. En realidad, los

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altos dirigentes de la huelga general, bus­caron los más prístinos caminos de la le­galidad que condujo a los despeñaderosdel fracaso. Dicho con exactitud, en 1944no hubo revolución. El buscar la legalidadpara consolidar regímenes de hecho en ElSalvador, o de cualquier medida que ten­ga carácter institucional, es una constan­te histórica sobre la cual caben muchísi­mas reflexiones críticas.

6. En junio de ese 1944, en el campopolítico había las siguientes organizaciones:Acción Democrática Salvadoreña -fundadaen 1938-, Partido Unión Democrática, deamplia base popular, que apoyaba la can­didatura del Dr. Arturo Romero, líder ci­vil indiscutible de la lucha antimartinista;Unión Nacional de Trabajadores, partidoobrero fundado por el Partido Comunistade El Salvador. En la cima de su prestigio,estaba la AGEUS. Estas organizaciones,juntamente con el Cuerpo Médico de ElSalvador, Cuerpo de Abogados y Cuerpode Odontólogos, formaron, a fines de ju­nio, el Frente Unido Democrático, cuyopropósito era velar por el mantenimientode la unidad de las fuerzas democráticaspara impulsar cambios políticos e institu­cionales urgentes que necesitaba el país.

7. El 28 de junio, presionada por masivasmanifestaciones populares (en lascuales el himno que se cantaba enlas calles de San Salvador, era "LaMarsellesa", aprendido en las escue­las primarias debido alafrancesamiento del sistema educa­tivo), la Asamblea Nacional Legisla­tiva emitió un decreto que convoca­ba a elección de una AsambleaConstituyente. El poder Ejecutivo loobjeta, sosteniendo que no queda­ba otro camino que ceñirse a laConstitución de 1939 y sus reformas

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de 1944, dictadas por Martínez. Se origi­nó una contradicción aguda entre los trespoderes del Estado. A estas fechas, en laCorte Suprema de Justicia ya figuraban abo­gados de elevado prestigio. Sin embargo,las presiones de los altos mandos del ejér­cito, desembocaron en la convocatoria aelección de una Asamblea Nacional Cons­tituyente, en los días 7, 8 Y 9 de enerode 1945. Esta situación condujo a unaabierta beligerancia política de la cúpulacastrense, cómplice de la dictaduramartinista. A principios de julio, se llevóa cabo en Casa Presidencial, una JuntaPatriótica en la que participaron los trespoderes del Estado, delegados de partidospolíticos, candidatos a la presidencia dela República, agrupaciones gremiales, pe­riodistas y personas independientes. LaJunta resolvió, unánimemente, convocar aelecciones simultáneas de Presidente yVicepresidente de la República y Diputa­dos a la Asamblea Nacional Constituyen­te, en los días 14, 15 Y 16 de enero de1945. Asimismo, se acordó adoptar laConstitución de 1886 -fetiche jurídico li­beral, ante el cual, en ese tiempo, nosprosternábamos de rodillas, con reveren­cia casi religiosa- señalándose, asimismo,el 14 de julio próximo para su juramen­tación. Esta se hizo en el Estadio Nacio­nal de La Flor Blanca en forma solemne

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y masiva. Hubo un mal augurio: el pabe­llón nacional fue izado al revés. ¡Error?¡Mala intención? Nadie, hasta el momen­to, ha tenido ninguna explicación.

El golpe del 21 de octubre

En el campo electoral, todo indicaba queel Dr. Arturo Romero -llamado "El Hom­bre Símbolo de la Revolución"- ganaría laPresidencia de la República. El apoyopopular era más que evidente. A mi en­tender, el Dr. Romero fue el último cau­dillo de nuestra historia. No ha habido,posteriormente a él, persona que inspira­ra tanta pasión, esperanzas y confianza enel pueblo. Desgraciadamente, la oligarquía,los altos mandos del Ejército y los jerarcasde la Iglesia católica, se confabularon paralevantar el fantasma del comunismo.

De esta manera, un anticomunismo visceralse inscribió en las banderas de los reac­cionarios cuya contraofensiva se puso enevidencia: Los púlpitos se transformaron entribunas contra el "peligro rojo"; 105 altos

mandos castrenses propugnaron un ordenpúblico signado por el silenciamientopopular y la obstaculización policial demanifestaciones. Los grandes cafetalerosfundaron el Partido Agrario, oficializaronla candidatura del Gral. Salvador CastanedaCastro y crearon el Partido Unión SocialDemócrata (PUSO). Proliferaron losplumíferos a sueldo que, semanalmente,publicaban diversos pasquines plagados decalumnias e injurias contra las fuerzaspopulares e hilvanados con un anticomu­nismo destinado a sembrar terror pánico.

Al mediodía del 20 de octubre, llegó lanoticia de que en Guatemala había sidoderrocado el Gral. Federico Ponce Vaides,sucesor del dictador jorge Ubico, y queen su lugar se había instalado una junta

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integrada por el capitán jacobo ArbenzGuzmán, Jorge Toriello y el mayor Fran­cisco Javier Arana. El pueblo en armashabía hecho posible el triunfo y, así, abrircamino para la profundización de unaverdadera revolución. Para celebrar esteacontecimiento, el Partido Unión Demo­

crática, convocó a un mitin para las pri­meras horas de la noche del mismo día20, el cual se realizó en la Plaza Libertad.Esta plaza, es digno de recordarse, antesdel derrocamiento de Martínez tenía elnombre de Parque Dueñas (en homenajea Francisco Dueñas, el verdugo del Gral.Gerardo Barrios ), pero, de hecho, fuerebautizada por el pueblo capitalino comoPlaza Libertad. Ignoro si hubo o no acuer­do de la comuna capitalina sobre su nuevanominación.

La Plaza Libertad llena ese 21 deoctubre

El mitin fue celebrado a partir de las seisde la tarde. La plaza estuvo totalmentellena de gente y el ambiente que privaba

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era el de una fiesta cívica. El punto cen­tral de 105 oradores fue el estallido revo­lucionario en Guatemala con las consi­guientes expresiones de solidaridad y sim­patías frente al acontecimiento. En misconversaciones con amigos y concurren­tes a la masiva reunión, advertía muy cla­ramente que lo que acababa de sucederen Guatemala, era una especie de premo­nición para la situación salvadoreña y, portanto, espejo en el que debíamos vernos,dado que la etapa post-ubiquista, con elGral. Ponce Vaides a la cabeza del gobier­no, tenía profundas similitudes con lo queestaba sucediendo en nuestro país, aun­que, a decir verdad, el Gral. Andrés Igna­cio Menéndez, apodado "Cemento Arma­do", por su terquedad de mantenerse ensus cuatro una vez tomada una decisión,era, además, débil de carácter, ma[eabley manejable.

Estas fueron características que el Gral.Martínez tomaba en cuenta, para que cadavcz que quería observar las aparienciaslegales para reelegirse, nominaba a[ leal"Cemento Armado" para que le tuviera la"guayaba" presidencial. Por la crítica ytensa situación que imperaba en nuestropaís, se vislumbraba entre [as masas lafirme decisión de tomar las armas pararesolverla.

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50 político de las masas; emergieron an­helos y aspiraciones guardados que pro­pugnaban un cambio verdaderamente de­mocrático, aunque, en mucho, las aspira­cíones populares tenian un sello de vague­dad. Esto era un claro reflejo de inexpe­riencia política, aunque había una evidentedisposición de defender lo poco que sehabía logrado aun a costa de [a propiavida. Los que contábamos veinte años deedad, cuando Martínez cae del poder,vivimos desde nuestro nuestra infanciatrece años de dictadura, con estado de sitiopermanente, sin derechos y garantías de­mocráticas, sin derechos sociales.

Estaban, día a día, coartadas las libertadesde reunión, de expresión, de imprenta, etc.En las estaciones terminales de los ferro­carriles, lo mismo que en 105 pocos auto­buses de servicio interdepartamcntalcs,había policías de paisano que hacían laslistas de las personas que viajaban o quellegaban a San Salvador y otras ciudades.Mi padre, era trabajador ferroviario y, porello, conocí a varios de esos policías quie­nes en largas tiras de papel o en libretas,anotaban 105 nombres de [05 pasajeros deltren con una rapidez impresionante.

Vuelvo al mitin de solidaridad con el pue­blo de Guatemala. En los discursos fue

Esto que afirmo, alimentaba 105 tc­mores, al mismo tiempo que suanticomunismo, entre 105 altos man­dos del ejército y la oligarquía. Debodecir, asimismo, quc la siembra delterror de parte dc la reacción, eraalimentada por el lenguaje jacobinoempleado por algunos dirigentes demasas. Posibilidad y realidad eranconfundidas, porque bien vistas lascosas, después del derrocamiento deMartínez, hubo un evidcnte ascen-

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exaltado el mOVimiento revolucionarioguatemalteco y no faltaron intervencionesque, haciendo el parangón entre la situa­ción salvadoreña y la guatemalteca, saca­ron la conclusión de que en El Salvador,lo que se vislumbraba era una insurrecciónarmada. Como concurrente al mitin, pudedarme cuenta de la euforia popular queen esa noche provocaron los encendidosy emotivos discursos.

Impulso final del golpe

Una vez finalizado el mitin, hubo un des­file masivo que se dividió en dos colum­nas: una, que evitó pasar frente al localdel comité del Partido Unión Social De­mócrata que ya se perfilaba como el ofi­cial; y otra, encabezada por un provocador,anciano militar de apellido Aveiar, que sílo hizo. Entre los manifestantes de estasegunda columna, hubo palabras subidasde tono y del local se hicieron varios dis­paros lo que provocó la muerte de dospersonas. Al sonar más disparos, la mani­festación se disolvió. Este suceso duró unoscuantos minutos.

Fue un incidente que no tenía nada deextraordinario. Sin embargo, lo acaecidoen esa noche del 20 de octubre fue la gotaque rebasó la impaciencia de los golpistasque protagonizaron el madrugón del 21de octubre. Los conspiradores ya teníanpreparado, con suficiente antelación, undenominado "Plan de Emergencia" "paracuando la Junta Militar ( ya organizada ensecreto ) se viera precisada a actuar deconformidad a las circunstancias". (sic) Nocabe ninguna duda que los golpistas to­maron muy en cuenta lo acaecido enGuatemala, pasando, así, del pánico quese había apoderado de ellos, al ataque yderrumbe de las esperanzas democráticasdel pueblo salvadoreño.

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En mi trabajo El golpe del 21 de octubrede 1944, doy pormenores de esemadrugón fatídico y remito a él a quienesquieran ampliar este punto. Tales porme­nores fueron tomados de unos artículos delGral. Salvador Peña Treja, tituladas Memo­rias de un Militar y La Historia y sus Hom­bres, con su política romántica y de cam­panario, publicados a principios de los años60. Resumidamente dicho, a las seis de lamañana del 21 de octubre, el Cnel. OsmínAguirre y Salinas, de Director de la PolicíaNacional saltó a la Presidencia de la Re­pública. Se inauguraba una etapa de terrorcuyos blancos fueron los partidos políticosdemocráticos y los movimientos sociales ygremiales. La sangre fue abundantementederramada en diversas ciudades de El Sal­vador. La represión fue brutal.

Huellas indelebles en nada secundarias

A medio año de 1944, para ser precisosel 1 de julio, los altos mandos castrensespublicaron, a nombre del Ejército, unmanifiesto en el que exigían orden y pazen beneficio de la familia salvadoreña yde la economía. "Nosotros -decía el do­cumento- somos los centinelas de todaslas garantías constitucionales. Aspiramosúnicamente a que la Ley impere con todosu esplendor. Nada más hermoso que elcumplimiento de la ley". En otras líneas,se leía: "Tened confianza plena en el Ejér­cito que es la salvaguardia de las institu­ciones republicanas y sostén de las garan­tías constitucionales y que no está guia­do por otro anhelo que el de la auténti­ca grandeza de nuestra Patria". De inme­diato, el Gobierno Provisional le dio supleno respaldo.

En vista de lo anterior, los Directores deDiario Latino, La Prensa y La Tribuna (ex­traño diario, históricamente proteico en su

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forma, nombres y contenido, pues fuefundado con el nombre de Diario Nuevo,en tiempos de Martínez, como diariosemioficial; después adoptó, sucesivamente,los nombres de La Tribuna, Tribuna Librey hoy el de El Mundo), suscribieron unmanifiesto dirigido al Ejército Nacionaldejando constancia del peligro que corríanlas conquistas políticas logradas con elderrocamiento de Martínez, exigiendo a lospocos militares que se escudaban "en lafuerza de las armas", garantía y respetopara las libertades conquistadas.

A esos mandos castrenses les refrescabanla memoria recordándoles la conducta delEjército frente a Martínez, quien cambió laConstitución de 1886 para perpetuarse enel poder ante lo cual las Fuerzas Armadasnada dijeron, agregando cómo el martinatohabía violado reiteradamente la Constituciónante el silencio absoluto de las mismas.

El manifiesto abierta y airadamente, sos­tenía: "Ya hemos dicho que no queremosque se derrame sangre. Pero al mismotiempo afirmamos de manera rotunda queel pueblo salvadoreño no quiere su san­gre al precio de que se restrinja su liber­tad y se coarten sus derechos. Si mássangre es necesaria para cimentar nuestralibertad, sangre joven y generosa está dis­puesta a correr, a verterse a torrentes enaras de la Patria".

El manifiesto fue firmado por Miguel Pin­to, de Diario Latino; Alex Dutriz, de LaPrensa; y Pedro Geoffroy Rivas, de LaTribuna. Napoleón Viera Altamirano, deEl Diario de Hoy, se negó rotundamentea suscribirlo.

Resistencia contra el osminato

La Corte Suprema de justicia, cabeza delPoder judicial, después de la caída de

UNIYIRSIDAD FRANCISCO OAYIDIA

Martínez, fue electa por la AsambleaNacional Legislativa bajo fuerte presiónpopular. Como Presidente, figuraba el Dr.Miguel Tomás Malina. Los demás integran­tes eran: los Dres. David Rosales, Sarbe­lio Navarrete, Alonso Reyes Guerra, Fran­cisco Chávez Galeano, Rafael AntonioCarballo y Lucilo Villalta.

El 1 de noviembre, "desde un lugar de laRepública", el Dr. Malina se proclamabalegítimo Presidente Constitucional de laRepública de conformidad a la Constitu­ción de 1886 y exhortaba al pueblo a lalucha; decía que estaba dispuesto a llegarhasta el fin.

El siguiente paso de esta resistencia, fueel de formar en Guatemala un "GobiernoSalvadoreño en el Exilio", encabezado porel propio Dr. Miguel Tomás Malina. Estadecisión alimentó entre la gente, la versiónde que en Guatemala podría obtenersearmas para combatir el nuevo despotismo.

El hecho es que en las conversacionesíntimas entre amigos y en los hogarescontrarios a la nueva tiranía, la versióncreció muy rápidamente y como riadainundó la voluntad de lucha de amplísimascapas de la población. Numerosos gruposde jóvenes, principalmente estudiantesuniversitarios y de educación media, asícomo jóvenes obreros, traspasamos la fron­tera y nos fuimos a Guatemala. Yo aca­baba de cumplir 21 años y cursaba se­gundo año en la Facultad de jurispruden­cia y Ciencias Sociales.

La bendición de mi madre

Cuando corrió el rumor de que en Gua­temala había posibilidad de conseguir ar­mas, varios compañeros, que estudiábamosen la Universidad y que nos habíamos

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diplomado de bachilleres en el InstitutoNacional "Gral. Francisco Menéndez ", nospusimos de acuerdo para irnos a la tierradel Quetzal. Cuando le comuniqué a mimadre mi decisión y pedirle su bendición,ella, con lágrimas en los ojos aunque sinlamentos, me dijo: "Dios te bendiga. Re­gresarás sano y salvo". Agregó: "Conoz­co la firmeza de tus propósitos. Demássería pedirte, y hasta rogarte, que no via­jaras, porque sería inútil convencerte delo contrario. Para satisfacerme, dirías queno viajarás pero estoy segura de que loharás. Cumple tu palabra con los demáscompañeros ".

El 5 de noviembre, Día del Primer Grito deIndependencia en Centroamérica, que, porcierto, fue un domingo, día lleno de sol ycon cielo totalmente azul, salimos de lacapital a las dos de la tarde, llenos de es­peranzas pero tristes, Andrés Amador, Ama­deo Cortez Martínez y Jesús Garda Mon­tenegro (quienes años después se gradua­rían de médicos) y Ángel Ovidio Malina.

En Santa Ana tomamos el tren de la IRCAque llegaba a la ciudad de Ahuachapánen las primeras horas de la noche. Tansólo fue llegar y buscamos contacto conlos hermanos Castro (quienes estudiabanen el Instituto Nacional), a quienes les lla­maban "Los puros", dado el color taba­co de su piel. Ellos nos proporcionaronalbergue y al siguiente día, 6 de noviem­bre, salimos hacia la frontera a eso de lasocho de la mañana.

Caminamos, ininterrumpidamente por ca­minos vecinales y veredas para evadirpuestos de guardia y patrulleros cantonales.Así, bordeamos la Laguna del Llano, has­ta llegar, finalmente, al Paso de Calapa enterritorio salvadoreño. El ascenso de lascumbres que teníamos frente a nosotros,

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fue escabroso. Dichosamente fuimos guia­dos por unos campesinos que, día a día,bajaban desde territorio chapín con suscacaxtles llenos de jocotes de azucarónpara venderlos en Ahuachapán. A su re­torno llevaban bastimento para su propioconsumo o para la venta entre poblado­res de los miserables caseríos.

A eso de las seis y media de la tarde lle­gamos al cantón El Carrizo. Nuestros guíasgenerosos y oficiosos, nos indicaron quenos presentáramos ante el destacamentodel ejército guatemalteco que había enla pequeña población. Lo hicimos. Fuimosrecibidos por su comandante, Cnel.Avelino Treja, quien nos dijo que teníainstrucciones oficiales de auxiliar a los sal­vadoreños que atravesaran ese lugar fron­terizo. Buscó albergue, en donde dormi­ríamos. El Carrizo está en una elevadacumbre desde la cual se divisa gran par­te del territorio salvadoreño. En la zonafronteriza, Turín, Ahuachapán, Santa Anay otras poblaciones, debido al alumbra­do público, parecían puñados de luciér­nagas. El frío calaba hasta el tuétano denuestros huesos.

Una hora después, dos de los vendedo­res de jocotes nos invitaron al velorio deun niño que en la mañana había falleci­do. Aceptamos. El cuerpo del infante re­posaba en una caja de jabón recubiertade papel de empaque blanco. La pobre­za de los deudos era impresionante. Nonos habíamos recuperado de nuestra pena,cuando empezaron a rasgar una guitarray una mandolina y los dolientes e invita­dos iniciaron el baile en el pequeño es­pacio del rancho pajizo. Nos dieron debeber guaro destilado por ellos mismos ytamales. No faltaron ni el rezo ni los la­mentos, aunque se conformaban con de­cir que si bien ellos habían perdido a un

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familiar, el cielo había ganado un angeli­to. Es el consuelo universal entre nuestroshumildes que aún se cultiva.

Nuestra partida de El Carrizo

A muy tempranas horas, el Cnel. Treja nosinvitó a desayunar. A eso de las seis de lamañana del día 7 de noviembre, y frentea filas de soldados y de patrulleros preguntó:"¡Quién de ustedes acompañará a los jó­venes para llevarlos a El Chaparrón?". Nin­guno de los diez patrulleros levantó lamano. Entonces, a dedo señaló a uno deellos: "Irás vos", le dijo y, de su bolsillo, ledio doce centavos de quetzal para el al­muerzo. Estos doce centavos equivalían adoce "Iens" (descomposición popular de"cent"; el quetzal estaba a la par del dó­lar en ese tiempo). Inmediatamente despuésde la escogitación de nuestro guía, marcha­mos pasadas las seis de la mañana.

A eso de las doce del día, nos percata­mos del por qué no hubo ningún volun­tario que quisiera servirnos de guía. Elmaestro de una pequeña escuela rural nosinvitó a compartir su comida. Luego depreguntarle en dónde estaba El Chaparrón,sobre la carretera panamericana, nos dijo,señalando con su índice: "Queda allá, endonde 'azulean' aquellos cerros". Entonces,decidimos que el guía regresara y que nosdirigiríamos preguntando a gente queencontráramos en ese frío páramo, en elcual me impresionara el vuelo de los cuer­vos que, azotados por el viento, parecíanhojas de papel carbón al garete.

Nos ubicamos a eso de las cinco y me­dia de la tarde en El Chaparrón. Aquíabordamos un camión de volteo de obraspúblicas que nos condujo a Jutiapa, endonde nos presentamos al comandante delcuartel. Se nos proveyeron alimentos y

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lugar en donde dormir. El día 8, a eso delas diez y media de la mañana en uncamión del ejército, nos condujimos a laciudad de Guatemala a donde arribamosa eso de [as cuatro de la tarde. El tenien­te que iba en el camión, nos dio indica­ciones de que la Asociación de Estudian­tes Universitarios (AEU) nos atendería encuanto la contactáramos.

Solidaridad activa y fraternal

Inmediatamente que llegamos ciudad deGuatemala, nos dirigimos a la Facultad deDerecho ubicada en uno de los antiguospalacios coloniales, frente al edificio delCongreso, sobre [a sa. Avenida y a inme­diaciones del Palacio Nacional. Allí esta­ba instalada una oficina destinada exclu­sivamente a la atención de estudiantes que,procedentes de Honduras y El Salvador,buscaban refugio. Fuimos rápidamenteatendidos. Los encargados tenían listas depersonas y de familias que ofrecian hacersecargo de uno, dos o más estudiantes. Midestino fue el de [a familia Porras. Guiller­mo, uno de sus miembros, llegó al díasiguiente, 9 de noviembre, para llevarmea su hogar.

Fui recibido por Doña Raquel v. de Porras,madre de diez hijos de los cuales per­manecían solteros sólo tres: Ricardo, elmayor de ellos; Guillermo y Elena, la menorquinceañera, quienes habitaban una grancasa colonial remodelada según las exigen­cias modernas. Esta mansión se hallaba acuadra y media de [a 6a. Avenida, la máscolorida y bulliciosa arteria de la ciudad,con grandes y pequeños almacenes, res­taurantes, cafés, librerías, radiodifusoras,cines y nigth clubs.

El rango social de la familia Porras era declase media alta, de muy refinadas costum-

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bres aunque nada embarazosos. Al contra­rio, eran muy naturales, de exquisita cor­dialidad. La cálida atmósfera de que fuirodeado me hizo sentir como un miembromás de la familia. Dolores, una de las hi­jas, era esposa de Horacio Castillo, quiense contaba entre los herederos de la fami­lia Castillo, dueños de la más grande em­presa cervecera de Guatemala que produ­cía la cerveza Gallo. A la familia Porras mevinculó por muchos años una amistad muyfirme. Sin embargo, debido a las variadísimasvicisitudes experimentadas en mi vida, misrelaciones epistolares se volvieron más ra­ras y la amistad devino, con el tiempo, enun grato recuerdo que aún llevo en lo mástierno de mis sentimientos.

Elenita, era una aventajada estudiante depiano. Empezó a tocar este instrumentodesde su infancia. Ocupab" varias horasde cada día para repasar sus lecciones. Fueen estas circunstancias que conocí el Pre­ludio en Do sostenido menor, de SergueiRachmáninov , varios Nocturnos deDebussy y algunos fragmentos de sona­tas de Beethoven.

Su madre y hermanos habían hecho unadiscoteca de clásicos con las rápidamen­te desgastables y quebradizas pastas dela época. Sus revoluciones eran de 75 porminuto. De manera que una sinfonía ouna sonata debían escucharse en cortosfragmentos y estar atentos para darle vueltaal disco. Sin embargo, las veladas eranagradables y ayudaba mucho la modernaortofónica R.C.A. Víctor.

Aprendizaje en mi amor a Guatemala

La familia Porras, con la venerable DoñaRaquel a su cabeza, rompió rápidamente,en mil pedazos, todo un conjunto de ideasadversas que al pueblo de Guatemala yo

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le tenía. Si bien es cierto que no apare­cían escritas en manuales ni en libros, sicorrían en boca de todos los estratos so­ciales salvadoreños. Ni siquiera mis bue­nos maestros ni mis generosos padres, tanrebosantes de humanidad, escapaban aideas que, con el tiempo, me percaté queestaban cargadas de maloliente chovinismo.Aquel decir, que dichosamente desapare­ciera para siempre entre la gente del pue­blo, de "Guatemala, gente mala; Hondu­ras, gente dura; Nicaragua, gente nagua;Costa Rica, gente pisirica; El Salvador, gentede valor", circuló como moneda falsadurante decenios y decenios.

En los cuentos que en las primeras ho­ras de la noche nos contaban nuestrosmayores, el vivo que siempre "domaba"a gentes de los restantes países centroame­ricanos era el salvadoreño, quien era tam­bién ingenioso y trabajador. En cambio,el chapín era hipócrita; el hondureño, ha­ragán; el nicaragüense, confianzudo; y eltico, aseñorado y egoísta. Además, se nosaseguraba, con una seriedad de catedrá­tico de las mejores universidades europeas,que el Himno de El Salvador en un con­curso internacional de himnos (cuyo lugarjamás se mencionó ni la fecha de su rea­lización), había obtenido el tercer lugar, co­rrespondiendo el primero y el segundo,respectivamente, a La Marsellesa y alHimno de México. Estas mentiras, y mu­chas más, eran el pan cotidiano de nues­tras conciencias ingenuas.

Estas primeras experiencias en Guatema­la, que se ampliaron en mis contactos conestudiantes y personas de otros sectoressociales, derrumbaron totalmente los pre­juicios que habían cultivado en mi concien­cia nuestros mayores. Los miembros de lageneración del 1944 que nos autoexiliamosen Guatemala, aprendimos a amarla en-

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trañablemente. Cuando retornamos a ElSalvador, éramos portadores de un men­saje de amor.

Guatemala se transformó en lugar de asi­lo de los perseguidos por las dictadurasexistentes a lo largo de América Latina. Enmi segundo exilio, en 1952, fraternicé conchilenos, hondureños, nicaragüenses, espa­ñoles y de otras nacionalidades. Cuandola revolución democrático-burguesaguatemalteca, de amplia participaciónpopular (que no otra cosa era lo que su­cedía en Guatemala, después del 20 deoctubre de 1944) fue derrotada por elimperialismo yanqui en 1954, nos causóprofundo dolor. Las enseñanzas de estarevolución que, por sus características, erala primera que ocurría en América Latina,fueron de mucho provecho para los revo­lucionarios salvadoreños y de otros paísesdel continente.

Personas y hechos rescatables del olvido

Menos de un mes estuve en la ciudad deGuatemala. A esto me referiré más ade­lante, porque antes le doy paso a ciertotipo de recuerdos que, por lo común, nollegan ni siquiera a transformarse en pol­vo de la historia, pero que tienen cabidaen lo profundo de nuestras conciencias.A este propósito, quiero dejar constanciade algunos nombres y hechos que, enmenos de treinta días, quedaron grabadosen mi mente.

En la calle, en casuales encuentros ensorbeterías como la de Benjaminson -endonde algunos "refaccionábamos" a esode los tres o cuatro de la tarde, aunqueno todos los días-, llegaban compatriotassalvadoreños conocidos y desconocidosmíos. Recuerdo a Mario Mena Valle (com­pañero de bachillerato, pero más que

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compañero, amigo, y más que amigo,hermano), Mario Salazar Valiente (conquien forjamos una amistad de toda lavida), Ernesto Núñez, Arturo Reyes Baños,Ángel Góchez Marín, Carlos ArmandoDomínguez, Humberto Cuestas, Raúl Ro­dríguez, "El Peche" Tovar, Raúl Valiente,Napoleón Noches Palacios, Walter Hurtartey Herbert Lindo.

A los dos últimos los veíamos como a unosniños, por sus rostros y débil estructuracorporal. Además, pude darme cuenta dequienes arribaban a Guatemala en unaoficina que había sido instalada en elcentro de la ciudad, la cual estaba a car­go de un Odontólogo salvadoreño deapellido Vásquez. Se llevaba un listado detodo aquel que deseaba incorporarse a laresistencia activa contra el osminato, valedecir pelear con las armas en la mano.Añado que el Dr. Vásquez, por los añossesenta, sería Rector de la Universidad deEl Salvador por error. Paso a resumirlo.

En el primer quinquenio de los sesenta, sino recuerdo mal, la Rectoría de la UESestaba vacante. Un grupo de estudiantesy de profesionales creyó conveniente queel alto cargo universitario fuera desempe­ñado por el Dr. Marco Antonio Vásquez,médico prestigioso de Ahuachapán, distin­guido, además, por su honestidad políti­ca y su ideología democrática. La Comi­sión encargada de proponerle la candida­tura, tuvo una confusión: a quien buscófue al Doctor Vásquez, el odontólogo deSanta Ana, quien no vaciló ni un instanteen aceptar la propuesta. El organismo elec­tor universitario, lo elevó, pues, al cargode Rector de nuestra Alma Máter.

Anécdota ilustrativa

Ernesto Núñez, quien sería ingeniero civily arquitecto, se albergó en un pequeño

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hotelito (más bien guest house, ubicado ainmediaciones de la concha acústica delparque central. En los encuentros casua­les que teníamos, una tarde nos contó quecada día, a eso de los cinco y media dela mañana, cuando todos los huéspedesdormían, escuchaba órdenes militares, querebasaban el medio tono, así: "iNi un pasoatrás! iAdelante!. .. ¡Qué te pasa, te aco­bardas? ¡Coraje, Ascencio, tres pasos ade­lante!". "Una mañana de tantas -añadíaNeto-, me levanté en el instante en quese daba la orden de tres pasos adelante,y vi al Cnel. José Ascencio Menéndezentrando al baño emponchado".

Este militar, era en esos momentos Minis­tro de Defensa del Gobierno Salvadoreñoen el exilio. Invito a quienes lean estas lí­neas a que mediten si el estimado militartenía o no razón para hacer ese drama antesde practicar sus abluciones. Noviembre, di­ciembre y enero, son los meses más fríosen Guatemala y en el hotelito no habíaservicio de agua caliente.

Encuentro con mi hermano

A mediados de noviembre tuve la gratanoticia de que mi hermano Gonzalo es­taba en Guatemala. Inmediatamente, nospusimos en contacto. En cuanto a la sa­lud de mis padres y hermanas, todo an­daba bien, aunque se percibía en ellosmucha preocupación y tristeza. Gonzalome dijo que nuestro padre le había encar­gado, velar por mi seguridad en las accio­nes armadas que prontamente protagoni­zaríamos, que combatiéramos juntos.

Dicho con otras palabras: él y yo debe­riamos salir con vida de esa aventura. Laconfianza de nuestro padre depositada enmi hermano tenía cierto fundamento.Gonzalo había prestado su servicio mili-

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tar obligatorio entre 1940 y 1943, en elPrimer Regimiento de Infantería, destacán­dose como un buen soldado quien rápi­damente ganó las jinetas de cabo y, des­pués, de sargento de compañía.

Conocía muy bien el manejo de las armasusadas por nuestro ejército en ese tiem­po. MI hermano me aventajaba en tresaños de edad. A muchos de los oficialesque habían participado en la insurreccióncívico-militar del 2 de abril y que habíanescapado de la pena de muerte exiliándoseen Guatemala, los conocía.

Gonzalo fue acogido por una familia deapellido Moscoso, quienes vivían en unazona residencial a inmediaciones del Zoo­lógico Nacional y del gran parque deexposiciones, al sur de la ciudad. DoñaMarta de Moscoso y sus hijasquinceañeras, Marta y Consuelo, practica­ban una exquisita solidaridad con los tressalvadoreños que eran atendidos por ellasEstos vivían, decorosamente, en un cuar­to de un apartamento aledaño.

Recuerdo indeleble es el del arribo del Dr.Arturo Romero a Guatemala, el mismo díaen que mi hermano también llegara. Lointerpretamos como un indicio de que laacción armada estaba muy próxima. Loshechos, así lo demostraron.

¿Entrenamiento militar?

La noche del 27 de noviembre, mi herma­no me comunicó que al siguiente día ten­dríamos entrenamiento militar en una fin­ca situada al sur de la capital guatemalteca;que debíamos estar listos a las seis de lamañana. Al llegar al lugar, conducidos porunos camiones de obras públicas al lugarseñalado, nos dimos cuenta de que sóloéramos un puñado de muchachos que no

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llegaba ni a las veinticinco personas. A pesarde nuestra extrañeza, comentamos con mihermano que quizás en otras fincas aban­donadas había reuniones similares.

Este entrenamiento consistió, esencialmen­te, en la comprobación de nuestra resis­tencia para durar cinco horas consecuti­vas -con brevísimos descansos- en activi­dad, subiendo y bajando el terreno, porcierto muy escabroso. Al mediodía, finali­zamos. No tuvimos en nuestras manosninguna arma. Quienes, como yo, había­mos hecho alguna experiencia militar enel Instituto Nacional "Gral. Francisco Me­néndez", durante cinco años, resistimos laprueba, no así los muchachos proceden­tes de colegios privados.

Se nos prometió que, en próximos entre­namientos, podríamos manipular un fusil.Entre los oficiales que dirigieron el entre­namiento, estaban el capitán Daniel Gue­vara Paiz, Subtenientes Salvador Crespo,Salvador Luna y unos cuatro más. Dejoconstancia que en mi vida, en lo queconcierne a tareas que revisten ciertasecretividad, he observado este principio:No debo saber más de lo estrictamentenecesario para cumplir con el papel queme corresponde en una actividad. La vidaconfirma que eso de "sólo a vos te lodigo", en la confianza de que el que es­cucha no saldrá "con el pito y el tambor"a presumir de "sabido", es total y absolu­tamente ilusorio. El hamo sapiens sapiens,debería definírsele como hamo sapiens"chambroso".

Llega diciembre. El lunes 4, se nos infor­mó que tendríamos entrenamiento noctur­no. Algunos fuimos concentrados en ungalpón de obras públicas y a eso de lasocho y media de la noche abordamoscamiones nacionales de volteo. Quienes

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conocíamos el camino, nos percatamos deque el rumbo era el oriente de Guatema­la, buscando la frontera. La luna estabamuy hermosa, el cielo sin nubes. Viajába­mos sólo con lo que teníamos puesto. MIhermano, en voz baja, me decia que, pre­cisamente, íbamos camino de un puntofronterizo. Lo que algunos guardábamoscomo secreto, ya era conocido en muchosmedios sociales de Guatemala.

En efecto, tragos de por medio en nopocos de los candidatos a combatientes,éstos se despidieron de las familias que leshabían dado acogida y de sus novias,dándoles cuenta del "secreto" y cantando,muy entusiasmados y a grandes voces, unacanción que estaba de moda en ese tiem­po, cuyos primeros versos decían: "Ven­go a decirle adiós a los muchachos por­que muy pronto me iré para la guerra ... "

Instalación del campamento

El martes 5 de diciembre, a eso de lascuatro y media de la madrugada, con frío,desvelados y con hambre, bajamos de loscamiones en el casco de una haciendacercana a Jalpatagua. Éramos como dos­cientos combatientes, sin armas, sin logís­tica que cubriera nuestras más elementa­les necesidades. Pese a que ofrecimos alas vivanderas, que preparaban el desayu­no de algunos trabajadores, pagarles poruna tortilla con sal y un poco de café, ellasnos respondíeron que no alcanzaba paratanta gente y que tenían sólo lo necesa­rio para dar de comer a los mozos.

La escasez, rayana en la pobreza extrema,era más que evidente. No quiso entendersecon algunos de nosotros para que nosprepara algo que comer en el almuerzo.El hambre no espera y desespera. Mi her­mano juró que comeríamos, aunque fué-

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ramos unos cuantos. Le echamos la vistaa una chompipa que, seguramente la es­taban engordando para la Nochebuena.Con la complicidad de un estudiante uni­versitario de derecho, de apellido Crespo,tan delgado que, como él mismo decía,podía esconderse tras un poste de la luzeléctrica, se procedió a la "desaparición"de la jolota.

A Crespo, quien se defendía de la intem­perie con un enorme saco, no le costóesconder a la animalita. Nos fuimos a unaquebrada un tanto alejada de la casa dela hacienda, y unos doce hambrientoscombatientes revolucionarios pudimossatisfacer, aunque a medias, nuestra primor­dial necesidad de alimentos. Este tipo de"cache ría" , se repetiría en los días quepernoctamos en el campamento que ins­taláramos cerca de Conhuaco.

Hicimos champas pajizas y el suelo lorecubrimos de abundante paja que cubríalas serranías que nos rodeaban. No con­tábamos con que la hierba estaba plaga­da, abundantemente, de garrapatas en elestado de "mostacilla", de manera que enlas noches el rasca y rasca nos impedíaun descanso normal lo mismo que el ham­bre, pues comíamos tortillas y frijoles unavez al día. La pobreza de los lugareños eraimpresionante.

Organización de compañías

No fue sino hasta el 8 de diciembre quenos llegaron las armas en cajas que conte­nían viejos fusiles máuseres, de cinco tiros,hechos en Oviedo, España. Se nos dio alimpiar dos fusiles, uno para nuestro uso yotro que sería transportado para armar a la"resistencia interna" organizada en Ahuacha­pán, y en otras ciudades importantes, de lacual se nos hablaba insistentemente.

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Fueron organizadas las compañías. La mía,que bautizáramos "2 de abril", quedó almando del Capitán Daniel Guevara Paiz.A mi hermano se le nominó sargento res­ponsable de una escuadra de once hom­bres y yo fungí como cabo. El arma máspesada que se nos encargó fue una ame­tralladora francesa, marca Hotchkis; ade­más, se nos proporcionó unasubametralladora inglesa, de tolva, Lewis.El día 9, hubo entrenamiento general detiro. En la noche, muy preocupado, mihermano me dijo: "Apenas el 15% de loscombatientes puede manejar un fusil".

Ultimas horas en el campamento

Después del entrenamiento, se entregó acada combatiente 200 cartuchos para losfusiles máuser Oviedo, "mosquetones" queaumentaban de peso en relación directacon el cansancio de quien lo llevaba. Raroera el combatiente que tenía alguna espe­cie de morral para las balas, de maneraque me vi precisado a cortarle las piernasa un pantalón que tenía como mudada derepuesto. Una, se la di a mi hermano yla otra fue para mi uso. Las improvisadascartucheras las amarramos con una pitaque, pasando por nuestro cuello, colgamosbajo nuestras axilas izquierdas. Reunida laescuadra, Gonzalo nos hizo algunas re­flexiones: "Yo no temo tanto a las balasque nos dispare el enemigo.

Tengo miedo a las que perforen nuestrasespaldas, disparadas por los compañerosque no saben manejar un fusil. Debemos,pues, cuidarnos tanto de las balas quevengan de frente como de las que pue­dan venir a nuestras espaldas". Sus instruc­ciones descansaban en su experiencia.

Durante su servicio militar de tres años,participó en maniobras en las que se dis-

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paraban balas de verdad y no de salva.Hubo casos de heridos, y hasta de muer­tos accidentales, porque a algunos solda­dos, nerviosos o inexpertos, "se les iba eltiro". En la noche de este 9 de diciembre,antes de la hora de dormir, supimos queal siguiente día marcharíamos hacia la fron­tera de El Salvador.

Debo anotar que a esta fecha, variosmuchachos habían desertado. Los quequedamos, a pesar del hambre, del frío,de las garrapatas y de carencias elemen­tales, rebosábamos de optimismo en eltriunfo. Lo que más alimentaba nuestrasesperanzas, era la convicción de que exis­tía un "frente interno" del cual se nos ha­blaba insistentemente. En la ciudad deAhuachapán, que era nuestra meta inme­diata, se aseguraba que los combatientesdel "frente interno" esperaban las armasque llevábamos para unirse al combatecontra la tiranía.

Marcha a la frontera

El domingo 10 de diciembre, después decomer nuestra ración de tortillas y frijoles,tres compañías formamos filas con nues­tras armas en un escampado del campa­mento. Recuerdo, con nitidez, los rostrosde Ángel Góchez Marín, de Mario Sala­zar Valiente, de Mario Mena Valle y deotros compañeros con quienes convivimosbajo las champas pajizas y compartimosnuestro entusiasmo patriótico. El aislamien­to, en cuanto a noticias del interior del país,era total. Una vez formados, el CapitánDaniel Guevara Paiz nos dirigió unas bre­ves palabras acerca de nuestra misión yde las normas disciplinarias básicas a quenos debíamos ceñir estrictamente.

No olvido sus palabras, que no me eranextrañas porque ya las había escuchadoen el Instituto Nacional "Gral. Francisco

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Menéndez" cuando cursaba el bachillera­to bajo régimen militar: ·"Este fusil quellevan es su vida, es su padre, es su ma­dre. Jamás, bajo ninguna circunstancia,deben desprenderse de él, ni extraviarloni olvidarlo." Seguidamente, hizo uso dela palabra para despedirnos un conocidomaestro normalista, Carlos Lobato, con ex­presiones llenas de emoción y deabundoso lirismo.

A eso de las tres de la tarde, bajo un solabrasador, emprendimos nuestra marchaen territorio muy escabroso, interrumpién­dola a eso de las nueve de la noche. Can­sados, sedientos y hambrientos, dormimosa campo raso. El frío era otro de nues­tros azotes. El cielo lucía sin una nube;las estrellas brillaban, a mi parecer, másde la cuenta; eran claramente distinguiblesvarias constelacíones. Para mí no habíalugar para extraviarme en esa inmensidadinconmensurable del espacio que abarca­ba mi vista: la Osa Mayor me señalabael norte. Sabía distinguir Las Siete Ca­britas, El Arado, Los Ojos de Santa Lucía,para orientarme en las noches.

Mis padres me habían enseñado desde niñoa distinguir nuestro planetario al natural.Ante esa inmensidad, que por lo inconmen­surable siempre me ha producido miedo,meditaba acerca de nuestra pequeñez hu­mana y de la fragilidad de nuestras vidasque, jugándolas al azar, como en una ru­leta, con plena conciencia, podríamos con­servarlas o perderlas. Con el pequeñísimofardo a mis espaldas -en realidad, untanatillo- de mis 21 años, pensaba firme­mente que saldría bien de la aventura y quedesfilaríamos, triunfantes, en la llamadaDoble Vía (hoy Alameda Roosevelt ) has­ta la Catedral Metropolitana, en medio devítores de la multitud y que tranquilamen­te, reanudaría mis estudios.

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Empapados de sereno, despertamos a esode las seis de la mañana. Fue hasta estemomento que nos dimos cuenta de quecerca había una plantación de caña de azú­car. Ni cortos ni perezosos, cortamos ca­ñas para mitigar el hambre. Así desayuna­mos y almorzamos. En este lugar acampa­mos hasta las dos y media de la tarde, horaen que se presentó el Dr. Arturo Romero,quien, desde un pequeño montículo, ycubierto con un pesado poncho de lanablanca, con algunos adornos discretos, nossaludó con las manos en alto y pronuncióunas brevísimas palabras deseándonos eltriunfo. Estaba acompañado por un puña­do de civiles a quienes no conocía.

Un poco antes de las tres de la tarde,reanudamos la marcha. La fatiga era ge­neral pero silenciosa; como espectadorobservaba que mis compañeros ya erancombatientes desgastados, princípalmentepor la falta de alimentacíón apropiada queya alcanzaba ocho días. Yo mismo esta­ba consciente de mi propio desgaste. Aeso de las once de la noche, descansamosen un caserío que, según me dijo mi her­mano, era el más cercano a Los Órganos,en territorio salvadoreño, sobre el Río Paz.

Gonzalo se las arreglaba para aliviar nuestrased y hambre. Consiguió agua y tortillascon un poco de sal. Esta fue nuestra cenade privilegiados, porque los demás com­pañeros no consiguieron nada. Se nosprohibió terminantemente fumar o hablaren alta voz porque el eco y el vientopodían denunciar nuestra presencia apatrullas de la Guardia Nacional destaca­das en puntos cercanos del río diivisorio.

El martes 12 de diciembre, a eso de lasdos y media de la madrugada, empezamosel descenso, en columna india, en mediode una densa oscuridad, por vereda muy

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inclinada y resbaladiza. Nuestros mejoresguías eran los mulos que cargaban muni­ción y armas, animales que tienen unsentido acertado de los pasos que debendar de noche y en malos caminos. A pesarde la lentitud de la marcha, hubo trope­zones y caídas. Antes de emprender lamarcha, fueron distribuidos octavos de li­tro de aguardiente para cada dos comba­tientes dizque "para calmar la sed". Nun­ca había tomado bebidas alcohólicas, ra­zón por la cual obsequié mi ración a unode mis compañeros. Cuando llegamos alas riberas del río, en el horizonte se anun­ciaba el día.

Primeros combates

A eso de las cinco y media de la maña­na del 12 de diciembre, sin quitarnos laropa, pasamos rápidamente el río Paz ala altura de Los Órganos. Todos, sedien­tos, rellenamos de agua nuestros estóma­gos. ¡Qué delicía! Fue muy reconfortante.A marcha forzada nos introdujimos a te­rritorio salvadoreño. Nuestra escuadra, queconformaba el segundo grupo de la 2a.Compañía "2 de abril", tenía por misiónapoyar la primera sección de ésta. Quizáscon mucha anticipación, a eso de las ochode la mañana, previendo inminentes cho­ques con tropa del ejército salvadoreño,mi hermano ordenó que descargáramos delmulo la ametralladora. Esta arma, coloca­da en su trípode resultaba muy pesadadebido al ritmo de nuestra marcha. Ade­más del fusil y los cartuchos, me tocócargar dos cajas de parque de la ametra­lladora. Hubo momentos en que sentía quelos brazos se me desprendían y que mipeso de ese entonces -110 libras- se re­duciría a mínimas expresiones.

Sin embargo, mi organismo respondía bienal cansancio sin decaer mi ímpetu en nin-

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gún momento. Lo mismo sucedía con losdemás compañeros de escuadra. La 1a. y2a. compañías, formaban la vanguardia; la3a. y 4a., iban al medio, y la Sa. estabaa la retaguardia. En total, éramos cerca de800 combatientes. En nuestro campamentocercano a Conhuaco, sólo sabíamos de laexistencia de nuestras tres compañías. Delas dos restantes, me percaté hasta elmomento en que casi estábamos por en­trar en combate.

A una legua de la ciudad de Ahuachapán,a eso de las diez horas, tuvimos el primercombate. Fuimos atacados, en un campollano, por un contingente de guardiasnacionales que habían sido conducidos endos camiones. Estaban armados con ame­tralladoras pesadas y carabinas denomina­das "solotur" que disparaban ráfagas. Si­multáneamente, otros contingentes, ataca­ban nuestra retaguardia. La confrontaciónduró una media hora con intenso tiroteo.Una ametralladora que nos tuvo a raya fuesilenciada por certeros tiros de nuestraHotchkis manipulada por mi hermano.

Cuando las balas pasan cerca de uno, elzumbido es como el de un abejorro y ellugar de donde disparan puede advertirse,si hay maleza o hierbas, por el movimientode éstas porque los proyectiles rasantesdejan una especie de traza. Uno de loscamiones fue seriamente averiado y el otrose volcó porque su chofer fue muerto. Alas once de la mañana, caza bombarde­ros North American nos ametrallaron ybombardearon sin causarnos bajas. El grue­so de nosotros había aprovechado hastael último charral para ocultarse y otra partehabía avanzado a unos cafetales cercanos.

Marcha a la ciudad de Ahuachapán

La 1a. y 2a. Compañías se reagruparon enun cafetal muy sombreado de pepetos. La

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sed, ¡siempre la sed!, tratábamos de satis­facerla hundiendo un yatagán, que porta­ba mi hermano, en las matas de huerta parachupar su tetelque sabia. En los humildesranchos de colonos que habían huido,encontramos agua y dulce de tapa lo mis­mo que nixtamal y uno que otro huevo.

Para nosotros, todo fue bastimento. Esce­na que siempre viene a mi memoria, esla que viera a eso de las dos de la tardecuando, sentados en el tronco de un ár­bol caído, Mario Mena Valle, mi herma­no y yo, sin decir palabra, observába­mos detenidamente nuestros rostros lomismo que los de los demás compañeros.Sus ojeras parecían como retocadas conpolvo de plomo, los ojos hundidos, losrostros demacrados. Lo mismo observabaen los oficiales.

Ellos tampoco pronunciaban palabra algu­na. Mis pensamientos giraban en torno aun eje: la posibilidad de la derrota. A esode las cuatro de la tarde, el Capitán Gue­vara Paiz nos comunicó que marcharíamosa la toma de la ciudad e inmediatamentedespués nos pusimos en camino. Las otrastres compañías atacarían por el lado delllano. En columna india, a cada lado delos caminos vecinales, marchamos sigilo­samente. Como a las siete y media de lanoche, antes de llegar al barrio El Moli­no, un retén, desde lo alto de un peque­ño paredón, nos abrió fuego granizado,precisamente en el punto en que iba nues­tra escuadra. Vi las bocas de fuego de unfusil ametrallador y de los máuseres.

Quienes sufrieron bajas fueron los de lacolumna que bordeaba la izquierda del ca­mino. Fue aquí en donde cayó gravementeherido Manuel Ariz Lagos, joven comba­tiente ahuachapaneco que nos había ser­vido de guía. Yo sangraba de mi brazo

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izquierdo y pensé que había sido baleado.Dichosamente, fue sólo una rozadura.Algunos soldados del retén murieron porla respuesta que les dimos, otros huyeron.

Aceleramos la marcha hacia el parque dela ciudad el cual ocupamos rápidamentelo mismo que el telégrafo y la llamadaGuardia de Cárcel, integrada por guardiasnacionales. Algunos combatientes tomaronla iniciativa de poner en libertad a los pre­sos; otros, seguimos adelante para atacarel edificio que ocupaba la policía nacio­nal y el cuartel del 60. Regimiento. El alum­brado público no fue interrumpido, lo quecontribuyó a divisar nuestros blancos ytambién para que nos divisaran. Nos lla­mó la atención que del cuartel no se noshiciera ningún disparo cuando nos acer­camos y que quienes presentaban combateeran guardias nacionales.

Nuestra euforia empezó a disminuir cuandonos percatamos de las bajas habidas ennuestras filas. El edificio del Grupo Esco­lar, ubicado frente a uno de los lados delparque fue escogido como hospital de san­gre. Cuando entré, me estremecí por el nú­mero de baleados y de muertos y la ca­rencía absoluta de medios para prestarsiquiera los primeros auxilios. Quienes nosorganizaron para esta lucha no previeronque se necesitaba médicos y personalparamédico. Igual conmoción sentí al vervarios muertos en el parque entre los quese hallaban heridos que clamaban a gran­des voces, con impresionantes llantos yentre vómitos de sangre, por sus madreso sus padres.

El inexistente "frente interno"

Los que hemos vivido momentos difíci­les o cruciales, podemos dar fe de quemuchas veces, en forma espontánea, sur-

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gen consignas que contagian inmediata­mente. Tal fue la de "¡Liberados!" quegritáramos, hasta enronquecernos, al cal­marse los balazos en esa noche del 12de diciembre. Coreábamos la consigna,con la convicción de ser heraldos deuna buena nueva y que, como llavemágica, abriría, de par en par, puertasde muchos hogares en que algunoshombres del "frente interno" tomarían lasarmas que trajimos de Guatemala y,además, se nos ofrecerían algunos alimen­tos yagua fresca.

Pero no fue así. Los habitantes de Ahua­chapán nos recibieron a puertas y balco­nes cerrados; ni un saludo, ni un tan soloplato de comida nos fue ofrecido. El te­rror pánico se había apoderado de todoslos citadinos. Fue entonces que la verdadse nos apareció en toda su desnudez: Noexistía ningún "frente interno" en el cualhabíamos fundamentado nuestras esperan­zas de triunfo. La impudicia política depersonas que sobre nuestra sangre calcu­laban acceder al poder, se habían inventa­do semejante mentira.

A pesar de esta dura realidad, nuestraescuadra fue enviada a la entrada deAhuachapán, en un punto de la carrete­ra que conducía a Santa Ana, a fin de ayu­dar a detener fuerzas del ejército que yavenían en camino. Más o menos a la unade la mañana, cuando escuchábamos unoque otro disparo, llegó a nuestro retén uncompañero, de apellido Ortega, con quiencursáramos la escuela primaria, para avi­sarnos que todo había acabado y que laorden era retirarse. Rápidamente, nosdirigimos al parque central de la ciudadque ya estaba casi desierto, aunque conmuchos cadáveres. En este momento, fí­sica y moralmente me derrumbé.

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REALIDAD y REFLEXIÓN

¿Nacer de nuevo?

Entre las personas de mi familia a quienesdedicara mi tesis doctoral, se halla mihermano. Dice literalmente: "A la memo­ria de mi hermano Gonzalo, quien por unadecisión suya hizo posible que mi vida seprolongara un 12 de diciembre de 1944".Pienso que hoy tengo la oportunidad deexplicarme.

El demoledor sismo, que tirara por el suelomi estructura física y moral, quebrantó enmí el ánimo de seguir marcha adelante,en unas circunstancias de "sálvese quienpueda" porque, en concreto, eso signifi­caba la orden de retirarse. "Yo me que­do, pase lo que pase", le dije a mi her­mano. Su inmediata respuesta fue esta: "Sitú te quedas, yo me quedo. porque jamáste dejaría solo.

Quedarnos, significaría una muerte segu­ra porque estoy dispuesto a resistir hastala última bala. Mi anhelo es vivir y tú debesvivir. Solamente ganando la frontera podre­mos salir con vida". Acababa de terminarestas palabras, cuando apareció un mucha­cho jineteando un caballo. Mi hermano leordenó: "¡Bájate!". "Yo lo he conseguidoy es mi salvación", le respondió el jinete.Gonzalo, insistió: "¡Bájate!" y a la pala­bra unió la acción desenvainando su ma­chete: "¡Te bajaré a cintarazos!", le con­minó, ante lo cual el muchacho se vioobligado a desmontar.

Ocupé su lugar sin abandonar mi fusil niel parque; además, apoyada en la partedelantera de la montura, cargué un fusilametrallador Madsen con sus respectivascajas de parque. De esta forma, con ape­nas cinco hombres de nuestra escuadra,emprendimos la retirada tomando la carre­tera hacia Tacuba. Tal es la motivación de

UNIYIRSIDAD 'RANCISCO GAYIDIA

la dedicatoria a que he aludido, y mepregunto: "¡Nací de nuevo ese día? "

Tomamos la polvorienta carretera. Obser­vé una escena conmovedora hasta el es­tremecimiento: en sus orillas nuestroscombatientes, vencidos por la fatiga, sehabían acostado para dormir. Los ronqui­dos, de variados tonos, denotaban su pre­sencia. Era previsible que en esta situa­ción, serían fácil presa de las fuerzas ene­migas. Y así fue, como lo supiéramosposteriormente: patrulleros cantonales fue­ron los primeros en hallarlos y en atacar­los a machetazos, dedicándose a cortarcabezas o mutilándoles extremidades.

El machetazo predilecto era el dado al ladoizquierdo del rostro, acompañado de es­tas palabras: "¡Para que te parezcás al Dr.Romero, hijueputa!". Recordemos que elDr. Arturo Romero, cuando fuera captu­rado camino a Honduras, por patrulleroscantonales, ya cuando Martínez lo habíacondenado a muerte, fue herido del ladoizquierdo de su rostro.

Era aún de madrugada y decidimos des­cansar. Entramos a una finca, pasando supuerta de golpe, divisando, como a unacuadra, una casa a oscuras. A estas ho­ras, a nuestro grupo se habían unido Án­gel Góchez Marín, Ulfano Núñez y JorgeHidalgo. En medio de unas parras, que nosocultaban completamente, reposamos hastadormirnos. Nos despertó el tableteo de lasametralladoras cuyo eco provenía del lia­na El Espino, zona cubierta por nuestras3a. y sa. compañías.

Apenas había aclarado en esa fría maña­na, y ya se escuchaba el incesante zumbi­do de los aviones en picada y el estallidode sus bombas y el típico estruendo de losmorteros. Logramos descansar hasta eso de

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las diez de la mañana. Entonces, encarga­mos a Góchez Marín que indagara acercade los habitantes de la casa. Regresó muycontento porque un señor, ya entrado enaños, propietario de la finca, nos invitabaa comer. Dejamos las armas ocultas y pa­samos al interior. Conversamos con nues­tro inusitado anfitrión, quien ya sabía delos sucesos de la ciudad de Ahuachapán,y nos manifestó que él conocía al Dr.Arturo Romero, por quien expresó sussimpatías.

Un poco antes del mediodía, cuando nosdisponíamos a almorzar, la sirvienta queatendía al anciano, muy nerviosa nos dijoque un hijo suyo le acababa de informarde que estaban muy cerca los "blanqui­llos", es decir patrulleros c.lntonales. Laatenta mujer, a nuestra pregunta de cuálera el mejor camino hacia la frontera hastaencontrar el Río Paz, nos respondió queera el río Nejapa, a inmediaciones de lapropiedad. Precisamente, la propiedad lle­vaba el nombre "Finca Nejapa".

Rápidamente, ingerimos algo de alimentoy llevamos unas raciones de tortillas ygallina. Recogimos nuestras armas, dejamosel caballo y tomamos el cauce del río demuy poco caudal que, poco a poco, fueaumentando. Tuvimos la ventaja de quenuestra vereda acuática serpenteaba en uncañón rocoso muy difícil de subir o debajar. Nos sentimos seguros y caminamoscon paso acelerado. En nuestro trayectohabía evidencias, como decir cartuchos yalgunos fusiles, de combatientes que nosantecedieron en la retirada.

Nuestra última noche en tierra patria

En el punto en que se juntan los ríosNejapa y El Molino, se forma el río LosHervideros. Debido a su abundante cau-

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dal, nos fue imposible seguir su cauce. Aestas horas, las cinco de la tarde, nuestroszapatos estaban totalmente empapados.Las suelas se habían vuelto esponjosas algrado que los guijarros presionaban dolo­rosamente las plantas de nuestros pies. Enel trayecto que seguimos, cuatro vecessobrevoló un avión de reconocimiento perotuvimos el cuidado de interrumpir nues­tra marcha y ocultarnos entre las rocasmientras se alejaba.

Escalamos por una vereda hasta llegarcerca del parteaguas de Loma Larga. Lanoche estaba muy próxima y decidimosdormir entre los pajonales que poblabanla región hasta volver el paisaje de coloramarillo oro; juntamos piedras para deli­mitar el fogón que encendiéramos y, así,evitar un incendio. Nos quitamos los za­patos para secarlos y a dormir.

El viento azotaba con fuerza. La noche sevolvió muy fría. Nuestro sueño fue profun­do. Cuando despertamos, con los prime­ros rayos del sol, con gran pena nos di­mos cuenta de que los zapatos de mi her­mano se habían hecho carbón y los míosestaban parcialmente quemados. Gonza­lo resolvió el problema cortando las pier­nas de su pantalón, transformándolos enbermudas, y con sus tiras fajó sus piescaminando no sin alguna dificultad. Des­de el punto en que pernoctamos, ya sedivisaba, cercano, el Río Paz.

En territorio guatemalteco

Cada uno del grupo hizo con su ropa unpequeño tanate para atravesar el río. El vadoque encontramos fue apropiado, aunque elagua llegaba hasta nuestras tetillas. La co­rriente era bastante fuerte, porque el ríopasa por un cañón un tanto estrecho. Alganar la orilla derecha, ya estábamos en

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REALIDAD y REPLEXIÓN

Guatemala. La práctica es muy elocuentepara demostrar la calidad artificial de lasfronteras en Centroamérica. ¡Qué es esode que basta atravesar un río o de reba­sar un mojón limítrofe para que nos encon­tremos en otro país istmeño y que alpatrioterismo, que fatalmente deviene enjingoísmo, se le ocurra inventarse identida­des que llegan hasta el ridículo?

Empezamos a buscar alguna vereda quenos sacara del lugar porque lo considerá­bamos inseguro. Una patrulla del ejércitosalvadoreño o de "blanquillos" podríadivisarnos fácilmente desde la otra orillay ser blanco fácil. No la encontramos.Entonces intentamos escalar los farallonesde enormes piedras que estaban frente anosotros, con la esperanza de encontraralgún camino o de divisar mejor, desde loalto, si es que lo ganábamos, el panora­ma para seguir la marcha.

Fue imposible. Bajamos de nuevo a la ori­lla del río y mi hermano, pese a mi opi­nión en contrario (muy respetuosa de lapropiedad privada, a pesar de estar famé­licos), decidió sacrificar una ternera de unpequeño ato de reses vacunas que abre­vaba en el río. Un certero balazo en sucabeza bastó. Ninguno del grupo teníacuchillo o navaja. En la retirada nos había­mos desprendido del machete y demáspesos que, erradamente, consideramos in­útiles. Una botella de vidrio, que estabaentre las piedras, fue nuestra solución. Laquebramos, con el cuidado de que se des­pedazara en fragmentos largos y con éstoshicimos la faena para obtener carne.

Encendimos una fogata con leña que pron­to se transformaría en carbones para ha­cer un asado. En medio de nuestraatenazante hambre, hubo este episodioque, cada vez que lo recuerdo, me pro-

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duce una sonrisa. Angelito -como le de­cíamos a Ángel Góchez Marín-, muy solí­cito nos dijo que era experto en el asa­do de carne. Ensartó varios pedazos en unavara muy fuerte y a nuestra vista comen­zó su tarea. El olor de la carne asadaaumentó nuestra hambre, pero Angelito,después de comerse lo asad ita, decía:"Todavía no está de punto", al tiempo quese acomodaba sus lentes montados enmetal dorado, estilo Glenn Miller. Cuan­do a la tercera o cuarta vez repitió el "to­davía no está de punto", Ulfano -quien yale había entrado a la carne cruda conmordidas desesperadas, lo mismo que otroscompañeros- le dijo a nuestro chef: "Hom­bre, no jodás. Nosotros sólo estamos paraverte comer. ¡Que cada uno ase su pedazoal gusto!".

De manera que optamos por asar nues­tras porciones bien cocidas o a términomedio. Saciada nuestra hambre, decidimos,muy alegres, bañarnos en las claras aguasdel río. Ya era casi mediodía, cuando nomuy lejos, río arriba, escuchamos un dis­paro. Respondimos. Hubo dos disparos.Con igual número contestamos. Lo inter­pretamos como una especie de diálogocon gente amiga. Encontramos una vere­da que, en nuestra ofuscación acicateadapor el hambre, no habíamos visto.

Como a unas cinco cuadras, o más, ha­llamos a un grupo de compañeros quie­nes volvieron por nuestros pasos y apro­vecharon la res sacrificada. Entre las per­sonas del grupo con el cual nos encon­tramos, es inolvidable la imagen de unhombre de unos cincuenta años de edad-o quizás menos-, de tez blanca, requema­do y evidentemente mal de salud. Le pre­gunté si estaba enfermo, respondiéndomeque padecía de hipertensión y que susmedicinas se le habían terminado. Era

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telegrafista de profesión de apellido Hue­zo. Como caso excepcional, él se habíaunido a nuestros combatientes en la ciu­dad de Ahuachapán. A eso de las dos dela tarde, el grupo, que ya sumaba unasquince personas, marchó a la poblaciónmás cercana: jalpatagua. Llegamos a estelugar cuando el sol estaha por ocultarseen el horizonte.

Revelaciones desconcertantes

En Jalpatagua estahan reunidos, en elpequeño parque, unos veinticinco comba­tientes. Cuando nos vieron, espontánea yunánimemente, gritaron: "¡Vivan los com­pañeros!", "¡Viva el sargento Arias'''. Nosalíamos de nuestra sorpresa. Del grupo,corrió hacia nosotros Edgardo CuerraHinds, con quien seguíamos la carrera dederecho en la Universidad.

Con inocultahle alegría, dijo que a losArias -refiriéndose a mi hermano y a mí­nos tenían por muertos, pues la escuadra

a la que pertenecíamos habia cubierto laretirada de los que salieron camino deTacuba. Mi hermano se encargó de relatarque si bien, al parecer, fuimos los últimosen salir de Ahuachapán, no habíamos libra­do combate con nadie y que las fuerzasdel ejército, al parecer, habían concentra­do su ataque contra las compañías que sequedaron en el llano El Espino.

De todas maneras, agradeció las demostra­ciones de alegría por encontramos con vida.Cuando algunos pobladores de ialpataguase dieron cuenta de que mi hermano notenía zapatos y yo estaba medio calzado,rápidamente consiguieron dos pares usadosque nos vinieron de maravilla. El alcalde delpueblo nos prestó atenciones muy cordia­les, diciéndonos que el 16 habría camio­nes que nos conducirían a Jutiapa; además,

REALIDAD y REPLEX¡Ór-.;

nos proveyó de la alimentación básica: tor­tillas y frijoles.

En las conversaciones que tuvimos esamisma noche, empezamos a conocer he­chos que, por la lógica de la situación enque habiamos vivido desde nuestra salidade Guatemala, ignorábamos, tales comolos siguientes: lo.) Que el 8 de diciem­bre hubo en San Salvador una acción ar­mada que debia ser simultánea con nues­tro ataque a Ahuachapán, y que entre losmuertos en la acción estaban dos univer­sitarios: el Dr. Francisco Chávez Galeanoy Br. Humherto Rodríguez Salamanca. 20.)Que el Cne!. Osmín Aguirre y Salinas habíaordenado, lacónicamente a las fuerzasgubernamentales, que "no hubiera prísio­neros", lo cual podia interpretarse de dosmaneras: que todo comhatiente, real opresunto, fuera dejado en lihertad; o quetodo capturado en acción o fuera de ésta,debía ser matado.

La mayoría de oficiales al servicio delgobierno, al parecer le dieron la segundainterpretación, pues la cantidad de muer­tos, de parte nuestra fue muy elevada. Secalcula que fueron unos 400. 30.) Quehubo acción armada en el poblado ElPajonal, en Santa Ana, cerca de la fronte­ra y que, propiamente, fue una escaramuzasin ninguna importancia para nuestra causa,pues los combatientes se retiraron a lasprimeras de cambio. 40.)

Que en la madrugada del 12 de diciem­bre, cuando estábamos por atravesar el RíoPaz, en distintos tramos, bajo diversasrazones nos abandonaron, Julio Adalber­to Rivera, Guillermo Fuentes Castellanos yotros más cuyos nombres no recuerdo.Según se nos informara, Fuente Castella­nos sostuvo que era una aventura irrespon­sable nuestra acción de armas. Asimismo,

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no pocos muchachos se plegaron a estaactitud, aunque tiempo después, al com­probar que lo dominante entre el puebloera el de considerar la jornada de Ahua­chapán como un acto altamente patrióti­co y heroico de la juventud, algunos quedesertaron se vanagloriaban de haberparticipado.

Otras revelaciones

El 16 de diciembre fuimos trasladados aJutiapa, en donde había contingentes delejército guatemalteco a la espera de unposible ataque del ejército salvadoreño.Encontré a otros compatriotas y amigos,entre éstos a Ángel Ovidio Malina conquien hiciéramos juntos la escuela prima­ria y secundaria. Ovidio me contó que elComandante supremo de nuestras fuerzasfue el Coronel e Ingeniero Félix de JesúsOsegueda y que el comandante de lascompañías que atacaríamos a Ahuacha­pán, era el Coronel José Ascencio Menén­dez. Ovidio formaba parte de la PlanaMayor de este Coronel. Hasta entonces,supe quienes integraban la alta direcciónde nuestra acción de armas.

Ovidio, como testigo, me decía que elmismo día 12 de diciembre, a eso de lasdos y media de la tarde, el CoronelOsegueda decidió poner los pies enpolvorosa. En lo que corresponde al Co­ronel Menéndez, hombre de temperamen­to nervioso que parecía un motor eléctri­co en funcionamiento, Ovidio me relatóque, con temor evidente, más o menosa las tres de la tarde, dijo, señalando consu dedo índice: "Enemigos aquí, enemigosallí, enemigos allá y acullá.

Estamos rodeados, estamos perdidos. ¡Re­tirémonos!". Sin saberlo, las compañías queestaban ocultas en el cafetal, a las que ya

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hiciera referencia, se aprestaban al avan­ce sobre Ahuachapán. Lo informado, erademostrativo de que no había comunica­ción ni coordinación entre los altos y bajosmandos, tan estrictamente necesaria en ac­ciones de guerra.

Carecíamos de radiotransmisores, ya en usoen la época y de mensajeros. A nuestrosoficiales y a nosotros mismos, simple ysencillamente, se nos mandó al matade­ro. Estas malas noticias, que calaron has­ta lo más profundo de mi conciencia, fue­ron motivaciones decisivas para que bus­cara un camino que esclareciera mi inci­piente cosmovisión y que me condujeraa observar y analizar con realismo elmundo de los hombres, en general, y delpolítico en particular. A mis 21 años, nuncahabía pertenecido a ningún partido nisecta. Esto es explicable: mi niñez, infan­cia, adolescencia y comienzos de mi ju­ventud, transcurrieron bajo el despotismodel Gral. Martínez. Además, estaba fuerade mis aspiraciones llegar a algún puestode la burocracia estatal. El altruismo, ensu forma más pura, movilizaba mi concien­cia. Apenas era una cifra, o quizás menos,en una situación histórica que marcó mivida. En suma, los acontecimientos de 1944me ayudaron a desarrollar una concienciacrítica y autocrítica. Desde entonces, éstaha venido conmigo de la mano. Salí demi infancia política en busca de mi juven­tud política.

En la ciudad de Guatemala

El domingo 17 de diciembre, trece díasdespués de nuestra salida "secreta" a un"entrenamiento nocturno", fuimos condu­cidos desde Jutiapa a la capitalguatemalteca. Volví a la casa de la familiaPorras, cuyos miembros, al verme, sin in­hibición alguna, manifestaron su alegría

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acompañada de lágrimas. Estaban, en elmomento de mi regreso, Doña Raquel,Ricardo, Guillermo y Elenita, quienes, se­gún informaciones periodísticas, la matanzade jóvenes combatientes había sido gran­de y cruel. Me invitaron al servicio religiosode la noche en la iglesia de San Francis­co, para darle gracias a Dios por mi re­torno. Les acompañé al acto litúrgico y mipensamiento lo llené con profundos anhe­los de que mis padres y hermanas alivia­ran sus sufrimientos mientras llegabannoticias dadas por mí mismo.

Lo primero que hice al día siguiente, fueenviar un telegrama que suscribimos Gon­zalo y yo. Enseguida, redacté a mano unalarga carta, esbozo de diario de mis expe­riencias que abarcaba desde el 5 de noviem­bre, cuando partiera de San Salvador, has­ta el 17 de diciembre. Precisamente, esta car­ta, guardada por mi madre y, enseguida, pormis hermanas, me ha servido de guía pararedactar este escrito. No debo olvidar quefue gentil portador de la carta dirigida a mimadre, el entonces bachiller Gustavo Car­tagena, quien se graduaría en Ingeniería Civilen nuestra Universidad Autónoma.

Relatos y más relatos

Punto preferido para contactamos connuestros compatriotas, era la pérgola delparque central, en donde, en determina­dos días, había conciertos en su conchaacústica. En esta quincena de diciembre,ya se habían implantado el espíritu navi­deño y el alegre ánimo para despedir elaño viejo y recibir el nuevo. Recordába­mos las circunstancias en que personas yamigos, que habían tratado con nosotros,desaparecieron para siempre.

Ovidio Malina me contó que, precisamen­te, como miembro de la plana mayor del

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Cnel. Ascencio Menéndez, cuando esta­ban en un cafetal, vio que Herbert Lindose había sentado al pie de un árbol, cla­ramente extenuado por la fatiga y que elataque de las fuerzas gubernamentales erainminente en la zona. Ante esto, el auxi­lio que le prestó a Herbert fue el de reti­rar de un hoyo para cafeto, algo amplio,la hojarasca acumulada, introduciendo enél, en posición fetal, al joven muchachocon rostro de niño. Le dejó el fusil y suparque y, enseguida, lo recubrió con lamisma hojarasca. Herbert se quedó dor­mido y, seguramente, fue en esa situaciónque soldados del gobierno o patrulleroslo encontraron y asesinaron.

De estos recuerdos no omito a VicenteDurán Sánchez, con quien fuéramos bue­nos vecinos en el Barrio Lourdes. Chente,quien vendía miel de sus colmenas, siem­pre vestido de blanco, no conocía la tris­teza. En acción, cuando se había hechoprisioneros a dos guardias, él descuidódesarmar a uno de ellos. Mientras le ha­cía un discurso acerca de nuestra acciónliberadora, el guardia tomó su fusil y ledisparó certeramente al corazón. Viene ami memoria Gustavo Trigueros, de unos17 años, hermano menor de una familiamuy amiga mía. Tavo murió en acción.Integraba una columna de zapadores almando del Br. Raúl Valiente (quien segraduaría de Ingeniero Civil), la cual, cuan­do llegó al cementerio de Ahuachapán, fueemboscada por guardias nacionales.

Recuerdo de algunos oficiales

Entre los oficiales que nos acompañaran,recuerdo al Teniente Aviador EnriqueAberle, de quien mi hermano era amigo.Le llamaban cariñosamente "El patojo"Aberle. Con mucho respeto guardo en mimemoria a los tenientes Salvador Crespo,

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Ricardo Lemus Rivas (Aviador), Jorge Aza­har y al Mayor Felipe de J. Carpio. De otrosoficiales que participaron en la acción, mehablaron diversos compañeros. En total,fueron algo así como 20 oficiales los queestaban asilados en Guatemala en elmomento de nuestra invasión, pero, repi­to, no todos participaron. Recuerdo, asi­mismo, que se jugó la vida en las accio­nes de Ahuachapán, un Capitán guatemal­teco de apellido Barrios quien, en plenabalacera en el parque de la ciudad, medijo que era admirable nuestro arrojo, puescasi a pecho desnudo peleábamos contraun ejército profesional.

Últimos días del año 1944

La última quincena de diciembre estuvollena de alegría. Las posadas eran celebra­das por la familia Porras con devoción yentusiasmo. Cuando les correspondió ha­cer la suya, la casa pareció pequeña porla nutrida concurrencia. Por otra parte, conGuillermo y E[enita escogíamos en las igle­sias cercanas la posada que tenía visos deser la más alegre. De esta forma, pude hacermuchas amistades que el tiempo y la dis­tancia se encargarían de transformarlas enamables recuerdos.

El adorno principal en los comedores, du­rante estas festividades, eran las sartas defrutos de la olorosa manzanilla, separadascon papel brillante de varios colores. Labebida infaltable y más abundante, fuera delos licores fuertes, era el xúchele o aguadulce, hecha a base de cáscara fermenta­da de piña y de rapa. Además, el bailongoera de rigor después de la pastorela. Noera raro trabar amistad con alguna mucha­cha hasta el punto de considerarla "tráida"(como decían los guatemaltecos) o seanovia, aunque fuera sólo de ojos y apre­tones de mano.

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Los dias finales de 1944 pasaron muyrápidamente. A[ recibimiento de 1945,concurrió mi hermano y celebramos conla familia Porras la llegada del nuevo año.La tristeza, por el drama sucedido en ElSalvador a [o largo de 1944, era el invisi­b[e telón de fondo en mis pensamientos.

Enero de 1945

Entre los exiliados en Guatemala, circula­ban comentarios acerca de las presionesde la Embajada norteamericana en El Sal­vador hacía al gobierno del Cnel. OsmínAguirre y Salinas para que celebrara elec­ciones presidenciales. Las hubo en febre­ro sólo con la participación del Partido deUnificación Social Democrática, patrocina­do por la oligarquía cafetalera, la cualapoyaba al Gral. Salvador Castaneda Cas­tro. Días antes de las elecciones, se reti­raron del proceso electoral el escuálidoy políticamente insignificante Frente SocialRepublicano, jefeado por Napoleón VieraAltamirano; el Partido del Pueblo Salvado­reño, creado por el populista José CiprianoCastro; y el Partido Fraternal Progresista,cuyo caudillo tradicional era el pintores­co Gral. Antonio Claramount Lucero, con­siderado liberal de viejo cuño. CastanedaCastro asumiría la Presidencia de la Repú­blica el 1 de marzo. Cierto aflojamientode la persecución política, fue aprovechadapor muchos exiliados para retornar a ElSalvador. Yo tenía otra meta: México.

Viaje a México

Con Mario Mena Valle, quien cursabasegundo año de la carrera de medicina ennuestra Universidad, decidimos situarnosen la ciudad de México para ingresar ala UNAM. Mi ideal era graduarme demédico y si decidí estudiar derecho en ElSalvador, fue porque mi padre no podía

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sostenerme, puesto que además de cara,era de rigor estudiar a tiempo completo.Entonces, por ser la carrera de Jurispruden­cia y Ciencias Sociales la más barata y laque podía permitirme trabajar para sufra­gar mis estudios, opté por ella. Con es­caso dinero, aunque suficiente para arri­bar a nuestro destino, partimos en la se­gunda quincena de enero. Ambos llevába­mos, debidamente legalizados, nuestros di­plomas de bachiller y demás atestados ne­cesarios para legitimar nuestra calidad deestudiantes. En ese entonces, resultabamucho más barato estudiar en el paísazteca que en nuestro país.

No viene al caso detallar el viaje por trenque nos puso al descu bierto bellos paisa­jes y lo duro que es viajar, en medio degallinas, monturas y tanates, aunque taldureza se aliviaba con la cordialidad delos viajeros, evidentemente pobres quecompartían su sustento con nosotros. Enpocas palabras, con Mario -de quien dije­ra en una de estas páginas, que más quecompañero era un amigo y que más queamigo era un hermano- llegamos a la yaenorme ciudad de México, cuya población,en ese tiempo, era la de El Salvador.

Dimos los pasos para iniciar nuestros estu­dios aunque el período lectivo estaba a laspuertas se nos dijo que había excepciones.Cubiertas las exigencias académicas, escri­bí a mi padre quien me contestó reiterán­dome que no podía costear mis estudios.

Aunque Mario, si podía iniciarlos, al com­probar mi imposibilidad de seguir enMéxico, se "enfermó" de mal de Patria yme dijo que regresaríamos juntos. Obtu­vimos trabajo como vendedores de laFábrica de Jabones "Jardines de California",ganándonos el aprecio de nuestro jefe deventas y de esta forma, permanecimos

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varios meses que nos proveyeron de va­liosas experiencias. El relato de mi prime­ra estancia en México, es muy largo.Después he estado en esta bella Repúbli­ca, de paso, por semanas o por años,muchas veces; y dejo constancia de quede autoridades y personas mexicanas ja­más he recibido injuria alguna. Todo locontrario. Tal es el sólido fundamento paraguardar por México y por su pueblo, ad­miración y amor entrañables.

Mario y yo regresamos a El Salvador. EnGuatemala, planeamos nuestra ruta: Prime­ra estación, Chiquimulilla, de donde, a pie,nos dirigimos a La Garita Chapina. Un guíanos condujo evitando Bola de Monte, enterritorio patrio, porque había un puestode guardia fronterizo que una vez salva­do, ganamos la playa hasta llegar a la barrade Santiago que recorrimos en canoa;enseguida, caminamos por la playa hastael puerto de Acajutla a donde llegamos alatardecer. En este lugar, dormimos en laplaya confundiéndonos con los veranean­tes de fin de semana. En horas de lamañana del siguiente día, tomamos el trenque nos conduciría a San Salvador.

La alegría de mis padres, hermanas y her­mano, disminuyó mi pena, esa que unosiente cuando inferimos dolor a las per­sonas que nos aman y que amamos. A finde sopesar las condiciones del ambiente,en cuanto a persecución política, a pesarde que tanto Mario como yo no teníamosninguna significación política pero sí lacalidad de estudiantes universitarios, pri­mero optamos por pasar una quincena enuna hacienda de Don Pedro Valle, padrede mi entrañable amigo, en Usulután. Elcasco se hallaba bastante cerca a unasbellas playas. Fueron dos semanas demeditación y de lectura de periódicos,tanto atrasados como del día, y de escu-

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char las radios nacionales. Después de estapausa reconfortante, hicimos gestiones parareanudar nuestros estudios universitarios.

Mi visión coincidía con la de mis compa­ñeros de estudios, en el sentido de que, apesar del estado de sitio existente, si unose armaba del valor, decisión y audacia, sepodía hacer uso de la maltratada libertad deprensa, aunque se expusiera al acoso de lapolicía y dar con sus huesos en las ergástulasde las cárceles. La categoría "desaparecido"no estaba de moda en El Salvador.

La Asociación General de EstudiantesUniversitarios Salvadoreños (AGEUS), sedecidió a combatir políticamente. Caberecordar que una vez instalado el osminato,el semanario Opinión Estudiantil continuósaliendo impreso en mimeógrafo. Esteperiódico, que apareciera por primera vezen 1918, como "Semanario Independien­te de los Estudiantes Universitarios de ElSalvador" (y que amerita escribirse su his­toria ), inaugura su "Época 10" en 1945.El número de cada época significaba elnúmero de veces que había sido reeditadodespués de sufrir cierres violentos por partedel gobierno. La plana de redacción electademocráticamente en 1945, estuvo inte­grada así: Director, Carlos Armando Do­mínguez; Jefe de Redacción, Carlos Díazdel Pinal (recientemente fallecido). Redac­tores: Víctor Daniel Rubio (fallecido), Ar­turo Alonso Alvarado, David HernándezEchegoyén (fallecido), Luis Alonso Posada(fallecido) y Jorge Arias Gómez (falllecióen junio de 2002).

Los existencialistas dicen que "el hombrees él y sus circunstancias". En efecto, lacircunstancia de haber sido electo redac­tor, primero, y enseguida director, de unperiódico de gran prestigio popular, delarga trayectoria combativa y democrático,

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me abrió el camino para poner en prácti­ca una de mis vocaciones: practicar el pe­riodismo socio-político, analítico, crítico ysin tapujos. Según mi entender, la ética pe­riodística exige que la verdad jamás debeser objeto de ocultamientos mañosos nienvuelta con malabarismos que pretendenquedar bien con Dios y con el Diablo.

Epílogo

Durante un año, más o menos, despuésde la jornada de Ahuachapán, me aco­só, repetidamente, esta pesadilla: Soñabaque en el punto de mira de mi fusil, y conmi dedo índice derecho en el gatillo, enel segundo tiempo de disparar, estaba,inmóvil, un soldado del ejército. Mi con­ciencia me exigía: "iNo dispares!". Sinembargo, en el combate, ya cuando losideales patrios se han ido a los calcaña­les y en lo que uno piensa es en quepuede perder la vida o quitársela al ad­versario quien nos la puede segar, yo es­cogía disparar. Sin embargo, antes dehacerlo, despertaba sudoroso y angustia­do. Asimismo, soñaba lo contrario: Meveía, desarmado, ante un punto de miracuyo anónimo fusilero dispararía directa­mente a mi pecho. Me hallaba en unpáramo, totalmente desnudo de vegetacióny sin el más mínimo escondrijo para evi­tar mi muerte.

Precisamente, al escuchar el disparo, des­pertaba angustiado y sudoroso. Esto loconversé solamente con mi madre quien,con sus consejos y reflexiones, expulsé demi pensamiento la idea fija, que me tor­turaba, de haber quitado la vida a otroshombres. Siempre que evoco la dolorosaaventura de Ahuachapán, estoy seguro quelas raíces profundas de mi pacifismo es­tán hundidas en esta experiencia y que aunlas guerras justas, como la librada por

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nuestro pueblo durante doce años, tienenmucho de supervivencias. zoológicas yaque en el momento del combate el hom­bre se bestializa.

Otra de mis experiencias es la de que lavalentía y la cobardía están separadas poruna delgadísima y transparente película.Esto lo ponemos a prueba en las llama­das "situaciones límite", cuando uno, sóloacompañado de su libertad moral, decideser valiente o cobarde. Quienes asegu­ran no conocer el miedo de perder la vida,mienten. En los combates en que la vidaestá realmente en juego, surge el temorque crece hasta transformarse en miedo,colocándonos, así, en una "situación lími­te". Esto lo manifiesto con entera modes­tia. Jamás ha pasado por mi mente consi­derarme o que se me tenga por héroe.

Hace varios años, al referirme a la Jorna­da de Ahuachapán, escribí: "Realzo estaacción protagonizada por la juventud demi generación, y bajo la dirección supre­ma de políticos de la época, no para se­ñalar, acusadoramente, responsabilidadesque cupieron a los que conscientementesabían que todo aquello culminaría en unadolorosa aventura, sino para subrayar quenuestra ardentía era imposible de ser apa­ciguada y que nuestra acción, basada enconvicciones libertarias, podía tener comorúbrica la muerte. Actuamos, cumpliendola promesa de llegar hasta las últimasconsecuencias ...valientemente, rebosantesde romanticismo, sin esperar recompensaspersonales. Fuimos la materialización mismadel altruismo con un fusil en la mano."

En estos recuerdos omito, por consiguiente,mis criterios sobre el Gobierno Salvado­reño en el Exilio y el papel de muchospolíticos del momento, que fueran resul­tado de mis análisis posteriores. Esta es una

REALIDAD y REFLEXIÓN

tarea que debo cumplir antes de que lacuenta regresiva de mis años llegue a cero.Digo, con toda claridad, que este escritoque ahora finalizo, pertenece al género dela historia oral. He relatado, sencillamen­te, parte de mis vivencias en ese memo­rable año de 1944, las cuales, espero,formarán parte de un libro que desde hacealgún tiempo decidí que se titulará Ten­go algo que contar.

Para la memoria histórica de los estudian­tes de la UES

Entre el 20 de abril y el 1 de mayo de1957, se celebró en la ciudad de La Pla­ta, Argentina, el 11 Congreso Latinoameri­cano de Estudiantes organizado por laFederación Universitaria de Argentina(FUA). En este Congreso, si la memoria nome falla, estuvo representada la AG EUS porel entonces bachiller Abel Salazar Rodez­no. El informe central, titulado Situaciónpolítico-social de América Latina fue pre­parado por el representante de la FUA,Gregorio Selser, y presentado por la de­legación de Argentina ante dicho evento.Pues bien, entre las ponencias aprobadasen este evento, se halla la siguiente:

"a) El 1I Congreso Latinoamericano deEstudiantes en consideración de laconveniencia de concretar la unidadestudiantil latinoamericana

Resuelve:

1) Instituir el Día del Estudiante Latino­americano, jornada que simbolizarásu lucha en pro de los principios sus­tentados.

2) Fijar esa fecha el 12 de diciembre,aniversario de la masacre estudiantilsalvadoreño de 1944.

3) Su organización se coordinará por

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REALIDAD y REFLEXIÓN

medio de las Oficinas de RelacionesEstudiantiles latinoamericanas(OREl)."

Queda, así, consignado este dato que sim­boliza la fraternidad y solidaridad que, muyafanosamente, buscaban los estudianteslatinoamericanos en el decenio de los cin­cuenta, época en que estaban en el ordendel día de las luchas estudiantiles, temastales como la reforma agraria, la defensaeconómica de América latina, lucha con­tra el imperialismo, los pactos militares quecondujeron al establecimiento de sangrientasy férreas dictaduras, el problema del Canalde Panamá, problemas limítrofes entre paísesdel sub-continente que amenazaban gue­rras, el colonialismo, etc.

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Hoy, todo eso, y mucho más relacionadocon las luchas estudiantiles y de la juven­tud en general, es un pasado totalmentedesconocido. En nuestro caso concreto, lajuventud salvadoreña carece de memoriahistórica no porque así lo quiera, sinoporque este complejo fenómeno es pro­vocado por múltiples causas endógenas(educativas, políticas, la alienación inducidaen la conciencia colectiva por los mediosde comunicación masiva, la obediencialacayuna a las potencias que dominan laglobalización, etc.) y exógenas (latransculturización que arrasa con nuestrosdébiles valores históricos, sociales y cul­turales).

San Salvador, 22 de enero de 2002

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