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Los Cuadernos Inéditos LA MAR ES MALA MUJER Raúl Guerra Garrido E 1 hielo, la postura de las piernas la in- clinación del cuerpo, la inercia del gol- pe, le hacen caer. Grita. Los dos alarga- mos nuestros brazos derechos en un in- tento desesperado por conectar ambas manos chocan las palmas, los dedos se engarfian ciñen� do uno la muñeca del otro, con todas nuestras erzas, en la vida habrá apretado él tanto, yo me �acío en el amarre, el tirón es brutal pero consigo sostenerle allí, suspendido era borda colgando como una plomada, se me disloca el codo, se me abren los tendones pero resisto. Choca de cara contra la amura, gira sobre sí mis- mo y vuelve a golpearse contra el hierro del cas- co, esta vez con la espalda. Cuelga como una plomada �n el espacio incierto, terrible el pano- rama glacial que se abre ante su vista la mar abajo es una promesa de congelación instantá- nea. Corren los hombres en nuestra ayuda, pero el desenlace depende de mis erzas. lQué nos ata a los ntasmas del pasado? una amistad marchita, un recuerdo lánguido u bre- ve interés prosional o amoroso que se ' e no eso no cuenta, lo importante la verdader� ra' ' zon, es que son parte esencial de la propia ju- ventud perdida y por eso los amamos en su re- cuerdo nos queremos a nosotros mi�mos y la transrencia me parece lícita, es la mas soporta- ble de las autocompasiones. Luego no voy a ver- la, voy a verme en su sorpresa y a la eme las me- táras, ni que estuviera trompa. -iTres a uno a vor de Mowat! Subo al barrio alto, un barrio entre residencial y navajero. Me conduce el piloto automático. -lQué va a ser? Me lo pregunta distraída. Es la dueña del bar La Rochelle, en sus tiempos el catín cantante más marchoso de Saint Pierre a las aeras ha- cia el cerro de los ángeles caídos sus nochds de p�cú y pernod son ya historia a jzgar por el am- biente: es!amos solos salvo dos parejas, una en cada nncon con bombo, la misma decoración pero sin música, el mismo cuadro horrendo de la Cours Wilson et la Grosse Horloge, souvenir de La Rochelle. Quizá era yo el distraído por- que vuelve a preguntármelo y me sobresalta. -lQué va a ser? 82 Se va disipando el griterío con apuestas a la baja. �iDos a uno a vor de Jonathan Mowat! En sus ojos compruebo que la luz de la estre- lla aniquila a la estrella, los años no perdonan. -La_ se�ora . Gisele Mesnard, supongo. -Senonta si no le importa. -lQué va a ser? Una Carlsberg, lo es que no me conoces? Lo que ocurre es que no se había fijado en el �liente, sal!a de _inmediato el resorte de su jovia- lidad, la picardia le baila en los labios y larga amarras. -l Tú? lPero eres tú? Tú, el mayor hijo de puta que he tenido en mis brazos, el único hom- bre que me ha puesto los cuernos y sigue vivo para contarlo, iqué alegría! Tú lquién si no me iba a pedir una Carlsberg para j�derme? Antxón, cabronazo. Me oprime contra sus pechos ay bastante más túrgidos en mi recuerdo. Nbs s�paramos cogidos de las manos, para observarnos con cu� riosidad morbosa y alegre. -Estás ntástica. Se tiñe con astucia, todavía no le hace lta estirarse la piel, es una hermosa mujer madura en la que con poca imaginación puede adivinar- se a la joven de las ligas rojas y los muslos prie- tos que e, el punto de millones de pajas mari- neras, pescadoras, pecadoras. -Tú sí que te conservas. -En alcohol. , -Sin alcohol querrás decir, sigues con tu ma- ma cervecera. Me sirve una Prevost, no tiene Carlsberg por fin algo está como estaba. ' -lQué tal te va? ¿ Te casaste? -Sigo soltera como mi mamá debe ser de - milia ly tú? ' -Un poco. . -Ya me contarás, me tienes que contar tu vida de cabo a _ rabo, tenemos tiempo, lno?, te quedas a dorm1r en tu habitación está tal y co- mo la dejaste. ' Gisele, sigues mintiendo con una galantería que te honra, lo nuestro e el sueño de mil no- ches de invierno y tu amor compartido un con- rt que se te agradece, lo malo e cuando me oeciste la exclusiva y peor sería recordarlo ahora. -No hace lta que sea la tuya. -Pícaro, quieres que te suba una jovencita leh? ' -No digas tonterías, sólo he venido a verte. -Por vor... Estoy dormido, la habitación es la misma de siempre, la que elijo porque desde ella se obser- va _ el panorama de la bahía, el rompeolas y la pa- reJa de ramperos, sueño o pienso lo mismo da el armario también es el mismo p�ro ya no con

LA MAR ES MALA baja. MUJERreloj alpino salió a piar la media noche, una en trada espectacular, pisando seguro la nerviosa cubierta de La Rochelle, atravesando seguro la dudosa luz

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Los Cuadernos Inéditos

LA MAR ES MALA

MUJER

Raúl Guerra Garrido

E1 hielo, la postura de las piernas la in­clinación del cuerpo, la inercia del gol­pe, le hacen caer. Grita. Los dos alarga­mos nuestros brazos derechos en un in-

tento desesperado por conectar ambas manos chocan las palmas, los dedos se engarfian ciñen� do uno la muñeca del otro, con todas nuestras fuerzas, en la vida habrá apretado él tanto, yo me �acío en el amarre, el tirón es brutal pero consigo sostenerle allí, suspendido fuera borda colgando como una plomada, se me disloca el codo, se me abren los tendones pero resisto. Choca de cara contra la amura, gira sobre sí mis­mo y vuelve a golpearse contra el hierro del cas­co, esta vez con la espalda. Cuelga como una plomada �n el espacio incierto, terrible el pano­rama glacial que se abre ante su vista la mar abajo es una promesa de congelación instantá­nea. Corren los hombres en nuestra ayuda, pero el desenlace depende de mis fuerzas.

lQué nos ata a los fantasmas del pasado? una amistad marchita, un recuerdo lánguido un' bre­ve interés profesional o amoroso que se

' fue no

eso no cuenta, lo importante la verdader� ra� '

'

zon, es que son parte esencial de la propia ju-ventud perdida y por eso los amamos en su re­cuerdo nos queremos a nosotros mi�mos y la transferencia me parece lícita, es la mas soporta­ble de las autocompasiones. Luego no voy a ver­la, voy a verme en su sorpresa y a la eme las me­táforas, ni que estuviera trompa.

-iTres a uno a favor de Mowat!Subo al barrio alto, un barrio entre residencial

y navajero. Me conduce el piloto automático. -lQué va a ser?Me lo pregunta distraída. Es la dueña del bar

La Rochelle, en sus tiempos el cafetín cantante más marchoso de Saint Pierre a las afueras ha­cia el cerro de los ángeles caídos sus nochds de p�cú y pernod son ya historia a jtlzgar por el am­biente: es!amos solos salvo dos parejas, una en cada nncon con bombo, la misma decoración pero sin música, el mismo cuadro horrendo de la Cours Wilson et la Grosse Horloge, souvenir de La Rochelle. Quizá fuera yo el distraído por­que vuelve a preguntármelo y me sobresalta.

-lQué va a ser?

82

Se va disipando el griterío con apuestas a la baja.

�iDos a uno a favor de Jonathan Mowat! En sus ojos compruebo que la luz de la estre-

lla aniquila a la estrella, los años no perdonan. -La_ se�ora . Gisele Mesnard, supongo.-Senonta si no le importa. -lQué va a ser? Una Carlsberg, lo es que no

me conoces? Lo que ocurre es que no se había fijado en el

�liente, sal!a de _inmediato el resorte de su jovia­lidad, la picardia le baila en los labios y larga amarras.

-l Tú? lPero eres tú? Tú, el mayor hijo de puta que he tenido en mis brazos, el único hom­bre que me ha puesto los cuernos y sigue vivo para contarlo, iqué alegría! Tú lquién si no me iba a pedir una Carlsberg para j�derme? Antxón, cabronazo.

Me oprime contra sus pechos ay bastante más túrgidos en mi recuerdo. Nbs s�paramos cogidos de las manos, para observarnos con cu� riosidad morbosa y alegre.

-Estás fantástica.Se tiñe con astucia, todavía no le hace falta

estirarse la piel, es una hermosa mujer madura en la que con poca imaginación puede adivinar­se a la joven de las ligas rojas y los muslos prie­tos que fue, el punto de millones de pajas mari­neras, pescadoras, pecadoras.

-Tú sí que te conservas.-En alcohol.

, -Sin alcohol querrás decir, sigues con tu ma­ma cervecera.

Me sirve una Prevost, no tiene Carlsberg por fin algo está como estaba.

'

-lQué tal te va? ¿ Te casaste?-Sigo soltera como mi mamá debe ser de fa-

milia ly tú? '

-Un poco.. -Y a me contarás, me tienes que contar tu

vida de cabo a _ rabo, tenemos tiempo, lno?, tequedas a dorm1r en tu habitación está tal y co-mo la dejaste.

'

Gisele, sigues mintiendo con una galantería que te honra, lo nuestro fue el sueño de mil no­ches de invierno y tu amor compartido un con­fort que se te agradece, lo malo fue cuando me ofreciste la exclusiva y peor sería recordarlo ahora.

-No hace falta que sea la tuya.-Pícaro, quieres que te suba una jovencita

leh? '

-No digas tonterías, sólo he venido a verte.-Por favor. ..Estoy dormido, la habitación es la misma de

siempre, la que elijo porque desde ella se obser­va_ el panorama de la bahía, el rompeolas y la pa­reJa de ramperos, sueño o pienso lo mismo da el armario también es el mismo p�ro ya no con�

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tiene ni un pañuelo mío, resultaba agradable en­contrar allí la ropa limpia, bien planchada, sin olor a bacalao, un lujo no desdeñable y el lujo extra de Gisele entrando a media noche, es un decir, a las tantas, cuando acababa la fiesta, abría la puerta y se acercaba sigilosa como temiendo despertarme, como si no fuéramos a enzarzar-

nos en la pelea cotidiana, como entra ahora so­bre el rumor de sus pantuflas. La veo aquí, a mi lado, con un púdico camisón que desconozco.

-Por favor, déjame dormir contigo.-No seas chiquilla.-Por favor ...No me lo repitas, entra, no sueño y por eso

mismo no vamos a hacer nada que desmorone el ensueño del recuerdo, quieta, palmeo sus nal-

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gas no tan mórbidas como ayer, callamos, pien­so en qué estará pensando, probablemente en lo mismo que yo, en un tiempo ido, en el ápice de nuestro efímero pasado en común. Fueron unas horas muy determinadas, los dos nos revivimos en la noche de gloria, en la fúlgida noche del pulso más famoso de la isla, un territorio dema-

siado pequeño para tener dos reyes. Vencer era la palabra y yo el aspirante, mi aureola del mejor pesca de Terranova necesitaba la prueba del fue­go, vencer al invencible Jonathan Mowat, dema­siado joven para vencerle era la opinión genera­lizada entre los espectadores, las apuestas

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tres a uno a su favor. Relajado y tenso aguarda­ba en la mesa lista para el combate, sin el man­telito a cuadros, la madera desnuda y yo espe­rando la llegada del King Mowat, se hacía espe­rar como una vedette, llegó cuando el cucú del reloj alpino salió a piar la media noche, una en­trada espectacular, pisando seguro la nerviosa cubierta de La Rochelle, atravesando seguro la dudosa luz de la sala, el humo de los nervios, la emoción y el tabaco se podía mascar, se me apa­reció a través de la niebla y, sin saludarnos si­quiera, se sentó frente a mí. Me impresionó, en su corpachón cabrían tres cuerpos como el mío, no era pues de extrañar el porcentaje de las apuestas, no nos conocíamos de nada, de oídas, le llamaban el rey de Belle Isle porque era de por allí, del Labrador, fondeaba de vez en cuan­do por las Miquelón porque le gustaba el coñac, se lo bebía o lo contrabandeaba, o las dos cosas, ninguna otra información. Quien se llevara el pulso sería el mejor pesca del Gran Norte. Nos remangamos las camisas y su musculatura me impresionó aún más, ahora bien, en cuanto en­trelazamos nuestras manos la seguridad volvió a mi ser, es muy difícil que nadie tenga un juego de muñeca más firme que el mío, olfateé su sor­presa y pegué un tirón de órdago para intentar aprovecharla, resistió impávido, pura piedra be­rroqueña, aquí te quiero ver, Antxón, me dije. Alguien chitó enérgico para apagar el rumor de los apostantes, «sifones fuera», la puja se puso doble a uno, en mi contra pero variando a mi fa­vor. Nos convertimos en estatua de piedra, no oscilamos ni un milímetro, ambos sabíamos que el primero en ceder ese milímetro era el perde­dor. La inmovilidad ocultaba el esfuerzo más brutal que jamás hubiera hecho, nos mirábamos a los ojos, no sé adónde miraría él, yo me fijaba con atención de microbiólogo en los nimios as­pectos de las manos juntas, los tendones y las venas me iban a saltar, el esfuerzo se corría transformado en dolor por el antebrazo, me su­bía hasta el hombro y me bajaba hasta los riño­nes, un castigo excepcional. La gente empezó a jugarse hasta la hijuela, no cabía un alma más en el salón, tuvieron que cerrar la puerta de la calle, el tiempo se inmovilizó al igual que nuestros cuerpos, no sé cuánto llevaríamos cuando sonó la voz insolente de Zuasti.

-Si vas a ganar, guíñame un ojo.Le guiñé un ojo y se apostó cien dólares, una

pasta en aquellos tiempos, supe que iba a ganar porque ninguno de los dos podría derrotar al otro en un tiempo razonable, mínimamente sensato en un pulso, y a la larga, por resistencia,

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no había nacido hijo de madre capaz de tumbár­melo. Me puse a la capa para aguantar el tempo­ral de su desmesurada energía de mulo, me aga­zapé en una resistencia pasiva hasta que se ago­tara, por mí podíamos amanecer así agarrados y camino de ello íbamos. Cuando el cucú cantó las dos de la madrugada las apuestas se pusieron a la par, detecté síntomas de impaciencia en las contracciones de su piel y ya no tuve la menor duda. Los espectadores bebían, dormitaban, ma­greaban a las espectadoras, pero sobre todo apostaban con una furia malsana como querien­do aplastar a su rival en un paralelo pulso eco­nómico, a quien propuso dejarlo en empate le arrearon, aquello iba a terminar como el rosario de la aurora. Sudaba unas perlitas ácidas, corro­sivas, por las que se liberaban mis dudas, debían oler a gangrena, pasó otra hora y seguíamos igual, chocando las palmas, los antebrazos verti­cales y los codos clavados sobre la mesa, con la única variación de que nos empezó a manar san­gre por debajo de las uñas y que alguien relevó al árbitro, tenía turno de guardia en el Frigo y entraba a las cuatro. Un minuto o una eternidad después detecté su primer desfallecimiento, ló­gico, ningún ser humano puede resistir tanto, yo era una estatua de bronce y sí podía, tembló su pulso, me lancé sobre la inclinación y ocurrió lo previsto, se derrumbó, sin ningún esfuerzo llevé su mano a la madera. Se derrumbó sobre la me­sa ocultando la cara entre los brazos cruzados, quieto como un muerto. El delirio, me levanté con la postura histriónica del gladiador de una película de romanos, el desideratum de los que habían apostado a mi favor, ganaron un buen montón de divisas, yo me tuve que conformar con la gloria pero ningún otro beneficio me hu­biera compensado en la misma medida. El cucú dio las cinco de la mañana, increíble y más in­creíble el grito de animal herido, de ballena lan­ceada, que emitió un Jonathan roto y a la deriva, desapareció entre la multitud dejándonos por unos instantes los pelos de punta. No me podía mover, mientras lo celebraban con champán y sopas de ajo, Zuasti y otros de la tripulación me subieron a la cama de Gisele, me dolían hasta las uñas de los pies, tenía agujetas hasta en las pestañas, pensé que era un detalle de buen gus­to lo de las sopas de ajo, las había institucionali­zado yo en otros amaneceres de farra y hoy las había hecho la patrona en mi honor. A Mowat muerto, Elizalde puesto. Dos cosas tenía claro de luna tras ganar el pulso, era el mejor pesca del Gran Norte y cuando le echo el guante a al­go mi zarpa no cede jamás. Me despertó la suave friega, el delicado masaje que Gisele me aplica­ba en la espalda con una glicerina, o lo que fue­ra, oliendo a rosas, un bálsamo en el que se di­luía el dolor de mis músculos rígidos, una cari­cia que llamaba al amor, una noche de gloria, no

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podía con mi alma pero me cabalgó experta y respondí como lo que era, fue un espasmo glo­rioso, que se le voltearon los ojos y se me des­mayó entre los brazos como torre herida por el rayo. En eso estará pensando ahora porque fue de verdad, no hizo teatro, esas cosas circulan y a nadie le oí lo de los ojos en blanco, menudo bauprés calzaba servidor por aquel entonces, me despierta de nuevo el suave masaje en la espal­da, esta vez con agua de colonia, me pregunto si no me hubiera ido mejor aceptando la oferta de su exclusividad isleña, sentando aquí mis reales, ldesde cuándo no me sirven el desayuno en la cama?, un plato de huevos fritos y bacón, un cestillo con bollería, mermeladas, mantequilla, cereales, naranjas, zumo de naranja, café y leche. Ni mi mamá me mimó más.

-Despierta, dormilón.-Gisele, no me explico cómo sigues soltera.-De sobra lo sabes, cocu, al hombre hay que

admirarlo y ninguno de los novios que tuve era capaz de decir o hacer algo más interesante de lo que yo digo o hago. Salvo uno y me dejó plan­tada.

-Pas de chance.Un par de croissants tiernos y café, nada más,

mi desayuno ya no pasa de continental, se está a gusto en el dormitorio tibio con el mal tiempo detenido en los cristales, con música de rom­peolas y gaviotas.

-Gracias por dejarme dormir contigo.No insistamos en los vericuetos del lecho ya

que los hemos sorteado con cierta dignidad. Se lo digo distanciándome en la ternura.

-Madrugas demasiado.-Tienes que ir al hospital, es un aviso del

doctor Alarcos, quiere hablar contigo. Las noticias son siempre malas noticias, nadie

madruga para dar una buena, sólo faltaba que lo de Demetrio no funcionase y me echaran la cul­pa por haberle metido mano, les mando a domar el mulo, palabra. Estoy en el porche, despidién­dome, acaricio las arrugas de su rostro que ha perdido belleza pero no bondad ni energía.

-Gracias por existir, Gisele, cuídate. ...a..-Cuídate tú y suerte, toda la suerte �

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