La novela y la vida. Sigfried y el profesor Canella - José Carlos Mariátegui

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Texto de ficción de José Carlos Mariátegui

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  • Jos Carlos Maritegui

    La novela y la vidaSiegfried y el profesor

    Canella

    Editorial nfima

  • La novela y la vidaSiegfried y el profesor Canella

  • Jos Carlos Maritegui

    La novela y la vidaSiegfried y el profesor

    Canella

  • La novela y la vida Siegfried y el profesor Canella

    Primera edicin, Lima 1955Editorial nfima, Lima [email protected]

    Cuidado de la edicin: Carlos Morales FalcnImgenes de la portada: Miguel Det

    Hecho el Depsito Legal en la Biblioteca Nacio-nal del Per N 2013-00431

    Esta publicacin viene gratuitamente con la re-vista Manicomio Suyay N 2

  • El mundo en un BaedeckerVisiones de Jos Carlos Maritegui

    Carlos Morales Falcn

    Cuando una noche llegu tarde al saln de clases, se lea en voz alta un texto que el grupo de alumnos escuchaba en silen-cio. Terminaba el da con desnimo pero bast poco para que la reflexin de este escritor europeo, a quien me pareca que lean, llamara de inmediato mi atencin. Me agradaba la naturalidad de su len-guaje refinado, la complicidad que crea-ba su irona elegante y el desapego de quien pareca haber frecuentado desde

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  • siempre la profundidad de la historia, la pintura, la msica y la literatura de toda la tradicin occidental. Sobre todo me deslumbraba la desenvoltura de su agudeza con la que no escatimaba ob-jeciones crticas ni perda la fascinacin por el mundo que comentaba. Alguien inmerso en una realidad diversa y com-pleja tena la lucidez de distanciarse de esa realidad para juzgarla: sent la fuer-za de la visin de un escritor contem-porneo, y desde entonces me propuse indagar con avidez sobre sus libros. Fue una inesperada revelacin saber que el autor de esas pginas era Jos Carlos Maritegui quien a sus treinta aos, y en el periodo intenso de su estada en Italia, haba escrito una de las crnicas ms be-llas y lcidas sobre el encanto que ejerce El paisaje italiano, como se titulaba la crnica que esa noche lean, y que luego pude hallar entre la recopilacin de sus artculos de El alma matinal y otras esta-10

  • ciones del hombre de hoy (1950), apareci-dos antes en las revistas Variedades, Mun-dial y Amauta entre 1924 y 1928.

    En esta crnica, Maritegui confiesa su deseo de ver las ciudades de Italia sin la influencia de la literatura o la lente ambigua y capciosa de la erudicin, sino solo auxiliado con la limpieza de su mirada, porque segn Maritegui sobre la Italia verdadera se desborda otra Italia artificial que convierte a los paisajes naturales en escenarios ilustres y prestigiados e inclina a sus habitantes a la teatralidad de los gestos. Este paisa-je artificial ha sido construido por la he-rencia de la cultura secular italiana que deja en su topografa las huellas de sus acontecimientos histricos; y esta tea-tralidad es motivada, no por la determi-nacin de su geografa, sino por la gran consciencia que tienen sus ciudadanos del papel fundamental que cumplen estos acontecimientos en la tradicin

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  • occidental. De manera que solo los es-pacios inhollados y agrestes son lugares no deformados que pueden vivirse en su plena desnudez, sin historia ni tradi-cin. Pero, aunque Maritegui dice tener xito en su cercana a esta realidad esen-cial, la experiencia nunca se manifiesta en la descripcin de sus impresiones, y en realidad su prosa terminar siempre registrando la seduccin de las sombras histricas que emergen en sus camina-tas por el centro de Roma y an en los jardines y paisajes campestres del norte de Italia.

    En una venta rstica de Pava donde medraban gansos y pollos y donde me detuve un da, camino de la Cartuja, a almorzar gustosa y par-vamente merodeaba, de un modo demasiado ostensible, la sombra de Francisco I. En la villa de Frascati, donde una primavera repos de mis andanzas, en una estancia con fres-

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  • cos de la escuela del Dominicchino, duraba el recuerdo de la visita de un prncipe de Borghese o de un carde-nal Ludovisi. En el parque de la vi-lla, bajo los olivos, en el sitio donde yo gustaba de leer a Francis Jammes o a Pascoli, quin poda garantizar-me que no hubiese discurrido, siglos atrs, Marco Tulio Cicern?

    La estada en Italia fue para Mari-tegui el acendramiento de su madurez creativa, la amplitud de su cultura y la solidez de su visin social, poltica y ar-tstica; y este peso gravitante de la tras-cendencia de la cultura sobre el paisaje italiano, que observa en su crnica de 1925, dominar tambin el argumento de su breve libro La novela y la vida. Sie-gfried y el profesor Canella que termin de escribir en 1930, y que solo aparece-r pstumamente en 1955, a tal punto que son las ciudades, Verona y Turn, y la particular tradicin cultural que ellas

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  • convocan, las que indicarn los ejes en los que se sustenta la densidad del ar-gumento y el carcter del destino hacia donde deben tender los personajes. El libro de Maritegui recoge el argumento de un sonado caso judicial que suscit gran atencin en la Italia de inicios del siglo XX. El suceso intricaba de manera tan sugerente e inverosmil la realidad y la ficcin que inspirar a Jean Giraudo-ux el argumento de su novela Siegfried et le Limousin (1922), del que Maritegui toma el nombre (y an pone como ejem-plo) para acentuar la conjuncin entre la novela y la vida.

    La historia de Maritegui se centra-r en los dos personajes masculinos que rene el proceso judicial, hombres de mediana edad y humanistas de gran si-militud fsica: el profesor Giulio Canella, educado en el clasicismo, y el tipgrafo Mario Bruneri, de convicciones marxis-tas, quienes se enrolarn, sin conocerse,

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  • en el mismo regimiento para combatir en la Primera Guerra Mundial en cuyas trincheras vern confundidas sus identi-dades debido a una explosin. Solo uno sobrevivir sin memoria y ser reclama-do, pasados los aos, en los tribunales fascistas de Mussolini, por dos esposas que no desean abandonar a quien creen su autntico marido.

    Resulta evidente que, al hacerlo el verdadero sobreviviente, el narrador privilegia la verdad del profesor Giu-lio Canella (an dice haberlo visto en el foro romano disertando las ideas de Adriano Tilgher) y lo sita como el pun-to real de la confusin desde el cual rea-lizar el cotejo con la vida de su doble, al que contrapone, para interpretar los dis-tintos matices que delinean la bsqueda de la propia identidad. Este ejercicio de dilucidacin, basado en el contrapunto de personajes, avanzar adems con el fraseo de ritmo clsico que producen

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  • los frecuentes paralelismos, las frases simtricas y contrapuestas tan carac-tersticas en la prosa Maritegui, y la fortuna de las construcciones sentencio-sas con las que inicia cada captulo. Son frecuentes tambin las imgenes que ir interpolando por momentos, a lo largo del texto, que atemperan la densidad de sus referencias. Cuando menciona la fra-gilidad de la convalecencia del profesor Canella y su vaga extraeza al encon-trarse en una realidad ajena, el narrador anotar: El nufrago no elige la playa a la que arriba, despus de haber luchado toda una noche con las olas. Y del pro-ceso de la bsqueda de la propia y ver-dadera imagen, mencionar: Canella no persegua sino su equilibrio moral y domstico. Era un escolstico que, cado en el error, se encamina de nuevo hacia la verdad, atravesando el territorio acci-dentado de la tentacin. Y de manera ms elaborada: En la adopcin de la

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  • personalidad y la esposa de Mario Bru-neri, Canella haba avanzado con la len-titud del que sube una cuesta cuya gra-diente y cuya altura no le son familiares; en su restitucin a su personalidad y su esposa propias, avanzaba, en cambio, con la velocidad del que desciende de una montaa, por cuyos declives ha res-balado una gran parte de su vida.

    En una encuesta de la revista Varie-dades de 1926, titulada con la pregunta Cmo escribe usted?, Maritegui ha-ba adelantado ya el espritu clsico, la mesura y la proporcin de su mtodo de trabajo: Me preocupa mucho el or-den en la exposicin. Me preocupa ms todava la expresin de las ideas y las cosas en frmulas concisas y precisas. Detesto la ampulosidad. Expurgo mis cuartillas tanto como me lo permite el vicio de escribir a ltima hora. Procuro tener, antes de ponerme a escribir, un iti-nerario mental de mi trabajo. Y en este

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  • empaque clsico Maritegui fusionar la novela corta, el ensayo, el cuento, la crnica, la ficcin y realidad, como de-fine a este libro en una carta a su amigo argentino Enrique Espinoza. Y es ver-dad que el texto avanza rebasando y a la vez circunscribiendo su discurso en estos distintos gneros, porque se las ir ingeniando para no perder el hilo lgico y meditado del ensayo, la actualidad y la interpretacin de la crnica y la su-posicin conjetural de la ficcin narra-tiva, en donde lo que va sosteniendo la exposicin ser, como indicaba Barthes, el placer de una escritura que ir convo-cando con pertinencia diversas referen-cias culturales.

    Dueo de estas armas formales, el narrador ir auscultando con penetra-cin sicolgica el impulso centrfugo que provocar las sucesivas evasiones que explican el comportamiento del pro-fesor Canella. Pero as como privilegia la

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  • bsqueda de uno de los personajes, re-saltar tambin la espera de su paciente y fiel esposa quien, durante once aos, aguardar con esperanza las noticias de su esposo desaparecido. En Italia, el amor y la tragedia personal (1920), uno de los artculos de Cartas de Italia (1969) escritos en Florencia, Maritegui har mencin a la fidelidad de esta pasin italiana que tiende a los amores trgicos y desesperados, pero tambin a los he-rosmos de los amores eternos porque, dir Maritegui, el alma italiana suele ver en un amor el principio y el fin de sus vidas. No sorprender por eso que, en el argumento, la herona de este libro sea la esposa del profesor Canella, mu-chacha venida de un paisaje brasileo, con vagas reminiscencias de floresta virgen, que termina impregnndose de lo ms caracterstico de la pasin vero-nesa hasta situarse como emblema del amor italiano, constante y fervoroso.

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  • Quiz lo mismo pueda decirse de las visiones de un joven Maritegui que, como afirma Estuardo Nez, experi-ment como pocos viajeros el influjo de la cultura italiana.

    Recuerdo que al final de su crnica sobre El paisaje italiano Maritegui sealaba que las guas tursticas altera-ban el sabor natural del paisaje que el paseante pretenda disfrutar, y conclua afirmando: Pero me parece honrado declarar que la salsa Baedecker es, para un turista burgus y prudente, la ms digestiva. Resulta interesante que la cordial irona de Maritegui haga refe-rencia a las guas Baedecker, de gran po-pularidad en el siglo XIX, que contenan descripciones y sealaban hitos cultu-rales en el mapa de las ciudades tradi-cionales y antiguas para guiar los viajes que realizaban los turistas. Porque, a pesar de la inicial simpata de Marite-gui por el futurismo, que proclamaba la

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  • destruccin de los museos, bibliotecas y la muerte del Claro de Luna (aunque nunca comparti estas formulaciones), y de su frecuente elogio del suprarrea-lismo (al que entendi sesgadamente como el anuncio de una narrativa realis-ta), la creacin de Maritegui se orienta-ba, ms que en las apuestas por las expe-rimentaciones formales de la poca, por la empata ante la audacia, la rebelda y la libertad de las actitudes vanguardis-tas; por eso, la experimentacin formal se adecuaba mejor a su actitud vanguar-dista dentro de las formas clsicas. Y su disposicin ante el universo europeo-italiano es, en ese sentido, similar al que impuls a Rubn Daro a apropiarse de las figuras sealadas en los mapas cul-turales que Occidente desechaba, para conformar una potica que no solo ten-da hacia un afn extico sino que avan-zaba enmarcado en nuevos e inusuales ritmos. La diferencia con Maritegui

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  • radica en que asume esta fascinacin a la vez como una distancia. Al declararse un turista con un Baedecker, est sea-lando su transitoriedad, la artificialidad de su visin y los lmites fluctuantes desde donde escribe con el fervor y la lucidez de quien se sabe dentro y fuera de una cultura. Es lo que, dos aos des-pus de esta exploracin de Maritegui, plantea Jorge Luis Borges en sus suge-rentes reflexiones de La tradicin y el escritor argentino (1932): el privilegio de los sudamericanos de asumir para su literatura cualquier tema de toda la tra-dicin occidental a la que pertenecemos pero a la que podemos ver tambin des-de afuera.

    Siegfried y el profesor Canella o La no-vela y la vida, el breve y significativo li-bro de Jos Carlos Maritegui, retrata, a travs de sus personajes, el impacto que se produce despus de una guerra, la huda a la que se sienten impelidos al no

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  • encajar en los parmetros de un nuevo orden, pero, sobre todo, la bsqueda de identidad de un personaje sin memoria que ha sido la bsqueda de la esttica propia de Jos Carlos Maritegui quien (apena aceptar que ya no podremos sa-berlo), hubiera podido quiz continuar dirigiendo su escritura por los rumbos que deja entrever este ltimo y entra-able libro. Maritegui fue un escritor que se neg a planear de antemano la estructura de un libro orgnico con sus reflexiones, por esperar que el azar y la espontaneidad les dieran un orden que su escritura quisiera luego seguir. Esa predisposicin de su espritu revela no solo su perenne nimo iconoclasta sino tambin la supersticin de su innegable intuicin de artista. La gran altura de su talento nos ha legado la frescura de sus impresiones vivificantes que, aunque tal vez no haya sido importante mencionar-lo, restallaron una noche en el cuerpo de

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  • quien ingresa con desgano a un saln de clases y que desde entonces agradece el recuerdo de sus visiones inmarcesibles.

  • NOTA: Esta edicin se basa en la dci-ma segunda edicin del libro, editada en 1987 por la Biblioteca Amauta, al cuida-do de Alberto Tauro; agregamos, sola-mente, algunas actualizaciones formales y ortogrficas y complementamos algu-nos datos a pie de pgina.

  • La novela y la vidaSiegfried y el profesor Canella

  • ISi los jueces del tribunal de Turn hubie-sen ledo Siegfried et le limousin, de Jean Giraudoux,1 no les habra parecido tan inexplicable e inaudito el extraordina-rio caso del tipgrafo Mario Bruneri, re-clamado por dos esposas legtimas, con distinto nombre y opuesto sentimiento. Pero los jueces y los pretores de la Ita-lia fascista ignoran a Giraudoux, no solo porque la novsima literatura francesa goza de poca simpata en una burocra-cia rigurosamente fascistizada, sino por-que esta burocracia, malgrado Gentile y Bontempelli, positivista y racionalista a ultranza, se mantiene adversa en la no-

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    1 Sigfrido y el limosino, o habitante de Limoges, ciudad de Francia.

  • vela a todo suprarrealismo.2 Pirandello mismo encuentra poco consenso en esta categora social de la cual l se ha toma-do anticipada revancha, incluyndola en el material de sus caricaturas.

    El misterio de la historia del tip-grafo Mario Bruneri o, ms bien del profesor Giulio Canella, puede resistir al anlisis concienzudo de un discpulo de Enrique Ferri.3 Pero se desvanece a la

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    2 Giovanni Gentile (Castelvetrano, 1875-Floren-cia, 1944), fue un filsofo italiano que aplic sus ideas al campo educativo durante el rgimen fascista. Massimo Bontempelli (Como, 1878-Roma, 1960), escritor italiano, uno de los intro-ductores del surrealismo en Italia y partidario del fascismo hasta 1939.3 Enrico Ferri (San Benedetto-Po, 1856-Roma, 1929), poltico, criminlogo y socilogo italiano que investig los factores sociales y econmicos que motivaban a los criminales. Perteneci al Partido Socialista Italiano, pero hacia 1923 asu-mi la defensa del rgimen fascista. Es autor de Sociologa Criminal (1884).

  • primera inquisicin de un lector de Gi-raudoux. Porque es ms fcil reconocer en el tipgrafo Bruneri de trasguerra al profesor Canella de anteguerra, que al escritor francs Forestier en el estadista alemn Siegfried von Kleist. Sobre todo despus de haberlo reconocido, con una conviccin que no deba consentir a los dems ninguna duda, la seora Canella.

    Pero en un pas aristotlico y tomis-ta, educado judicialmente por Garfa-lo4 y Ferri, un sobreviviente de la gue-rra, recogido moribundo y amnsico de la trinchera, que durante ocho aos ha

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    4 Raffaele Garofalo (Npoles, 1851-1934), jurista y criminlogo italiano, representante del positi-vismo criminolgico, llamado la nueva escuela, Nuova Scuola, fundada por Cesare Lombroso (Verona, 1835-Turn, 1909). Mientras que Lom-broso estudi las motivaciones fisiolgicas de los criminales; y Enrico Ferri, los factores eco-nmicos y educativos; Garofalo abord la cri-minalidad desde una perspectiva psicolgica y antropolgica.

  • perdido su verdadera personalidad, no puede ser de pronto reconocido y recu-perado por su esposa, ni reconocerse y recuperarse a s mismo. La polica y los tribunales continuarn atribuyndole un nombre, una esposa y una personali-dad que no son suyas.

    II

    La diferencia entre el caso novelesco de Siegfried von Kleist y el caso real del pro-fesor Canella, consiste en que en aqul lo inverosmil, lo romancesco, tiene las proporciones sobrias exigidas por la me-dida y el orden de un escritor francs.

    La vida excede a la novela; la reali-dad a la ficcin. Despus de conocer la historia del profesor Canella, Giraudoux ha sentido la necesidad de engrandecer y exagerar el tema de Siegfried, trasla-32

  • dndolo al teatro. Sus deberes de diplo-mtico no lo han dejado incurrir en una alusin al drama italiano, que habra parecido a la polica fascista una inter-vencin indebida de la literatura fran-cesa y del Quai dOrsay5 en la crnica judicial de Italia, pas famoso desde sus ms remotos das por la sabidura de sus cuestores. Pero el hecho es que, luego de haber superado la vida a la novela en in-verosimilitud, Giraudoux ha encontra-do intacto an el tema de Siegfried.

    El profesor Giulio Canella era, an-tes de la guerra, uno de esos profesores de segunda enseanza, severos y bon-dadosos, carduccianos,6 humanistas, a

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    5 El malecn de Orsay, en Pars, donde se halla el Ministerio de Relaciones Exteriores de Fran-cia. Por extensin, se aplica el nombre al mismo Ministerio. 6 De la escuela del poeta Giosu Carducci (Valdi-castello, 1835-Bolonia, 1907), de espritu clsico y anticlerical.

  • cuya ciencia debe la pequea burguesa italiana todos sus lazos sentimentales e intelectuales con Cola di Rienzo7 y Mac-chiavelli.8 La sublimacin del gnero es Alfredo Panzini,9 a quien Canella, en sus das ms tormentosos y desorbitados, ha podido conservarse, por la miseria de la condicin humana, ms fiel que a su esposa. Vecino de Verona, el profe-sor Canella despos a conveniente edad 20 aos ella, 30 aos l a una sobri-na carnal, nacida en el Brasil de padre

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    7 Nicola Gabrini (Roma, 1313-1354), Cola di Rienzi, fue tribuno del pueblo romano. El gran objetivo de su vida fue hacer retornar a Roma a su antiguo esplendor en contraste con la deca-dencia de la Roma de la poca. Fund una nueva forma de gobierno llamada El buen Estado.8 Niccol di Bernardo dei Machiavelli (Florencia, 1469-1527), diplomtico, funcionario pblico y filsofo del Renacimiento italiano. En 1513 es-cribi su tratado de doctrina poltica El Prncipe, publicado pstumamente en 1531.9 Alfredo Panzini (Senigallia, 1863-Roma, 1939),

  • y madre italianos, pero que haba tra-do de Amrica una vaga reminiscencia de floresta virgen y cierta exaltacin de nuevo mundo y de trpico. El clasicis-mo del profesor Canella sufri con esta boda, tan feliz bajo todos sus aspectos sentimentales y prcticos, una crisis ro-mntica que en cierta forma preludiaba la guerra con todas sus consecuencias. En sus gustos y en sus hbitos, el pro-fesor Canella haba tratado de mantener siempre el equilibrio de la arquitectura veronesa. Pero la boda con una sobrina del Brasil, en la ciudad de Romeo y Julie-ta, transtorn un poco la lnea grecorro-

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    escritor y lexicgrafo italiano. Fue alumno de Giosu Carducci en la Universidad de Bolonia. Trabaj como profesor de escuela secundaria an-tes de convertirse en escritor. El espritu clsico, el humor y el escepticismo caracterizan el talan-te existencial de su obra. Autor del Dizionario moderno (1905) y de la autobiografa La linterna de Digenes (1907), entre otros libros.

  • mana de sus meditaciones y quehaceres. El matrimonio, el Brasil, la tragedia de Sarajevo10 y la declaratoria de guerra, se confundieron y entremezclaron pronto en el umbral de la etapa romntica de un profesor de segunda enseanza.

    Forestier no se pareca fsica ni ps-quicamente a alemn ninguno. Girau-doux habra ofendido la tradicin y la regla francesas si hubiese supuesto la existencia, en los das de Agadir,11 de un alemn y un francs estrictamente para-

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    10 Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, en donde, el 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando y su esposa, Sofa Chotek, fueron asesinados por el serbo-bosnio Gavrilo Princip; acontecimiento que motiv el desenca-denamiento de la I Guerra Mundial. 11 Referencia a los aos de comienzo del siglo XX; en 1905 se produjo un incidente diplomtico en Agadir, puerto de Marruecos, por la interven-cin antifrancesa del entonces Kaiser de Alema-nia, Guillermo II, que estuvo a punto de desen-cadenar una guerra entre Francia y Alemania.

  • lelos. El profesor Canella, en cambio, ca-reca de una perfecta originalidad fsica. En el aula se le notaba cierta disposicin a emplear los ademanes didcticos del profesor Aquilanti, tal como lo descubr, una tarde, en el foro romano exponien-do como suyas, a un corro de ingleses astigmticos y de lectores de Il Corriere dltalia, algunas ideas de Adriano Tilg-her.12 De haber continuado engrosando, a los cuarenta aos habra adquirido probablemente el volumen de Filippo Meda,13 a quien lo aproximaba una sose-

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    12 Adriano Tilgher (Resna, 1887-Roma, 1941), fi-lsofo y ensayista italiano. Director de la Biblio-teca Alessandrina de Roma. En 1925 fue uno de los firmantes del Manifiesto de los Intelectuales Antifascistas, editado por Benedetto Croce. Fue promotor de Pirandello quien hizo suyo alguno de sus planteamientos. Entre sus libros se en-cuentran La crisis mundial (1921), Esttica (1931) y La filosofa de la moral (1937).13 Filippo Meda (Milano, 1869-1939), poltico, periodista y banquero italiano, cercano al mo-

  • gada admiracin a Alejandro Manzoni14 y la aficin al caf puro. En la galera de retratos que une en Florencia el Palacio Pitti con el Palacio Viejo, no faltaban sin duda antiguos italianos a los que algn rasgo indefinido no indicase como po-sibles, lejanos antecesores de Canella. Pero estos abstractos parecidos no ha-bran modificado el destino del profe-sor de Verona como su concreto, cabal, asombroso parecido con el tipgrafo

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    vimiento catlico de entonces. Fue director de LOsservatore Cattolico y uno de los fundadores de la Universidad Catlica del Sagrado Corazn con sede en Miln. 14 Alejandro Manzoni (Miln, 17851873). Es-critor italiano del realismo romntico del siglo XIX, y que en su juventud se dedica al galanteo y los juegos de azar en los crculos de la alta bur-guesa de Miln; frecuenta tambin el ambiente iluminista de la aristocracia. Su romanticismo no renunciar a la contencin formal del senti-miento. Autor de la novela Los novios (1825-1827, revisada en 1840-1842).

  • Mario Bruneri de Turn.Mario Bruneri era el sosias15 del pro-

    fesor Canella. Tena, adems, el mismo amor por las humanidades y Carducci, el mismo culto por el Risorgimento,16 la misma aprensin a DAnnunzio, el mis-mo desdn por Marinetti. Polticamen-te se diferenciaban. Bruneri, tipgrafo, tena una fe ilimitada en el progreso de la humanidad; y de un liberalismo iluminista, no exento sin embargo de cierto fino buen sentido piamonts y cavouriano,17 haba pasado a un socia-lismo algo eclctico, en que se mezcla-

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    15 Sosias o doble fsico, reproduccin exacta de una persona en otra.16 Etapa histrico-cultural italiana correspon-diente a mediados del siglo XIX, y que se carac-teriza por aspirar a la constitucin de una Italia liberal, unida polticamente. 17 Camilo Benso (Turn, 1810-1861), Conde de Cavour, poltico y estadista italiano, uno de los propulsores de la unificacin italiana.

  • ban frases elocuentes de Jaurs, ledas en LHumanit,18 y conceptos de Marx, traducidos por Ettore Cicotti,19 sobre un fondo del ms nativo y genuino Andrea Costa.20 Bruneri y Canella eran aproxi-madamente de la misma edad y exacta-mente del mismo estado civil. Se haban casado en la misma primavera.

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    18 Diario socialista francs, fundado en 1904 por el dirigente socialista Jean Jaurs (Castres, 1859-Para, 1914). En 1920, tras la escisin entre El Partido Socialista Unificado-Seccin Francesa de la Internacional Obrera y el Partido Comu-nista Francs, pas a ser rgano oficial de este ltimo.19 Ettore Ciccotti (Potenza, 1863-Roma, 1939), historiador, profesor y poltico italiano, miem-bro de la Cmara de Diputados y el Senado. En el marco del proyecto de difusin popular de li-bros del editor Luigui Mongini, administrador del Partido Socialista, Ciccotti realiza en 1899 una edicin de Opere, de Marx-Engels-Lassalle, en forma de folletos que luego conformarn los seis volmenes de la Societ Editrice Avanti!20 Andrea Costa (Imola, 1851-1910), poltico ita-

  • La guerra que habra recibido neutralista Bruneri, intervencionista Ca-nella, por esa inslita entonacin brasi-lea de su espritu, esa repentina crisis romntica que le acarre el matrimo-nio decidi confundir ambos destinos.

    III

    A tal punto se confundieron en las trin-cheras las vidas paralelas de Mario Bru-neri y del profesor Giulio Canella, que cuando ambos, el tipgrafo de Turn y el letrado de Verona, soldados del mismo regimiento, cayeron en un combate, solo el azar poda resolver cul de los dos era

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    liano, considerado uno de los fundadores del so-cialismo en Italia, junto a otros militantes anar-quistas. Autor, entre otros libros, de Memorias inditas (1873), Luz del socialismo (1900) y El 18 de marzo y la Comuna de Pars (1902).

  • el que sobreviva.Del foso cegado por el caoneo, la

    ambulancia haba recogido el cuerpo de un soldado horriblemente herido, ensangrentado, desnudo, inconsciente. Ninguna medalla, ningn tatuaje sea-laban este cuerpo, ms bien grueso que magro, de un soldado del regimiento italiano N X. Solo una enorme herida en la espalda por donde se desangraba, sin quejarse. En el hospital de sangre na-die se cuid al principio de establecer su identidad. Haba, ante todo, que desin-fectar, sondear y suturar sus heridas. El soldado se agitaba agnico, inconscien-te, bajo la inquisicin presurosa del m-dico y sus asistentes.

    Al tercer da, su vecino de lecho, soldado del regimiento X lo reconoci, sin dificultad y sin asombro: se trataba de Mario Bruneri, soldado de la misma compaa, de oficio tipgrafo, casado, turins. Lo haba visto casi caer, derriba-42

  • do por la explosin que mat a Agosti-no Marchesi, pisano, soltero, de la clase del 95. La glorificacin del soldado des-conocido no haba an empezado. Los hospitales de sangre, en todo caso, pre-feran que cada herido y cada difunto no careciesen de un nombre y algunos antecedentes. El herido, delirante an, no poda confirmar a su vecino. Que-d, pues, provisoriamente admitido que era Mario Bruneri, tipgrafo. El mdico, lector cotidiano de La Stampa de Turn,21

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    21 La Stampa, peridico fundado en 1867 con el nombre Gazzetta Piemontese. En 1895 el peridi-co fue comprado por Alfredo Frassati (Pollone, 1868-Torino, 1961) quien le dio su nombre actual y una perspectiva nacional. Por criticar el ase-sinato de 1924 del socialista Matteotti Giacomo (Fratta Polesine, 1885-Roma, 1924), Frassati se vio obligado a renunciar y vender el peridico. El caso de Matteotti fue muy lamentable: mili-tantes fascistas lo secuestraron y asesinaron. Su cuerpo fue hallado en estado de descomposicin a 25 km fuera de Roma.

  • atribuy, solcita e inapelablemente, a las palabras escapadas al herido un mar-cado acento turins y giolittiano22 y re-conoci, en el color terroso de su rostro vendado, algunos indicios precoces de saturnismo.

    La relacin oficial de las bajas sufri-das por Italia en el combate consider entre los heridos graves a Mario Brune-ri; y, entre los desaparecidos, al profesor Giulio Canella.

    IV

    Mientras en la villa Canella, en la biblio-teca del profesor, la viuda presunta se repeta que desaparecido no tiene los

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    22 De Giovanni Giolitti (Mondov, 1842-Cavour, 1928), poltico italiano, ministro de Finanzas en-tre 1903-1914 y partidario de la neutralidad ita-liana en la Primera Guerra Mundial.

  • mismos efectos legales y conyugales que muerto; en el hospital de guerra Giulio Canella, convaleciente, reciba una carta que le comunicaba la ansiedad y la es-peranza de su esposa, la seora Bruneri. Porque el profesor Canella, que al asirse desesperado a la vida, no haba tenido cuidado ni medio de conservar sus vesti-dos ni sus recuerdos, haba perdido con unos y otros su personalidad. Identifica-do como Mario Bruneri, no haba tenido nada que oponer a esta afirmacin ni a ninguna otra. Por la ancha herida de la espalda, pareca haber fugado el noven-ta por ciento de su memoria profesoral y conyugal; y, asustados por la explosin de la ltima granada, se haban disper-sado sus recuerdos menores. El mdico, los enfermeros, los vecinos, ahora esta carta, lo llamaban Mario Bruneri con una simpata a la que habra sido imper-tinente e incmodo corresponder con dudas sobre este apelativo que, despus

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  • de todo, no le sonaba desagradable e in-slito. No haba ningn motivo para que un hombre tan dbil y amnsico, que no peda sino que lo guiasen en su reingre-so a la vida, negase ser Mario Bruneri y estar casado en Turn. El doctor le hizo algunas preguntas sobre su pasado a las que l contest con una sonrisa fatigada que, recordndole extraamente la del director de La Stampa de Turn la tarde en que, inminente la guerra, 400 dipu-tados neutralistas dejaron su tarjeta de visita a Giolitti en la portera del Hotel Cavour, confirm al doctor en su prime-ra impresin sobre la ostensible filiacin turinesa del enfermo.

    Todos los datos antropomtricos del soldado Mario Bruneri, cado en la trinchera, correspondan con exac-titud al cuerpo cicatrizado de Canella en convalecencia. Y como nada en el sobreviviente despertaba su antigua y verdadera personalidad de profesor de 46

  • segunda enseanza, tan poco acentuada por costumbre y por principios, la nue-va personalidad de Bruneri, turins y tipgrafo, le fue sin esfuerzo impuesta como un traje que tuviese sus medidas y que habra podido pertenecerle. Canella haba agotado sus energas en su lucha contra la muerte. Despus de largas no-ches de desvaro e incertidumbre, no le quedaban casi ms fuerzas que las que en el hospital le haban suministrado, en desesperantes inyecciones de suero de caballo. Adems, su pasado tena la tersura de albaricoque de las mejillas de la enfermera Marietta: ninguna grieta, ninguna fractura, ningn lunar, ningn rasgo capaz de sobrevivir a una impre-sin catastrfica y a una convalecencia prolongada. Si Canella, en su juventud, hubiese sido expulsado del colegio y re-pudiado por su padre como Percy Bys-she Shelley a consecuencia de su ideas atestas y radicales si en vez de man-

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  • tenerse fiel a los clsicos y a Carducci, se hubiese enrolado en una de las escua-dras futuristas, a la cabeza de las cuales Marinetti conden a muerte al Claro de luna, trat de vieja proxeneta a Vene-cia, con escndalo de los ruskinianos23 y de Hugo Ojetti;24 y propuso la expulsin del Papa de Roma, como ltima afirma-cin del Risorgimento; si hubiese rapta-do a Lyda Borelli,25 aquella tarde en que

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    23 De John Ruskin (Londrs, 1819- Brandtwood, 1900), escritor, crtico de arte y socilogo britni-co. Autor de Las piedras de Venecia.24 Escritor, ensayista y periodista italiano. Cola-bor, de 1923 a 1939, como crtico de arte, en el diario Corriere della Sera donde posteriormente fue director. Esos artculos conformarn los siete volmenes de su libro Las cosas vistas.25 Lyda Borelli (Gnova, 1884-Roma, 1959), La divina Borelli, fue una actriz y mujer fatal del cine mudo italiano. Entre 1913 y 1918 trabaj en varias pelculas mudas, entre ellas Fior di male (1915), Malombra (1917), Una noche en Calcuta (1918), Rapsodia satnica (1920). Llamada La ro-

  • la vio visitar sola, en Verona, la tumba de Romeo y Julieta y en que se conten-t con recordar en ingls una estrofa de Childe Harold;26 si hubiese, en alguna forma estridente y violenta, osado rom-per con alguno de los hbitos, ideas y tradiciones de un profesor de segunda enseanza de Verona; es probable que el pasado de Giulio Canella se habra re-sistido a morir del todo. Las acciones o pensamientos temerarios y las dolencias graves, son los nicos puntos de refe-rencia posibles en la lmina lisa de una biografa provincial. La biografa del profesor Canella careca de estos puntos de referencia y, por esto, confundida con otras en el detall27 de un regimiento, des-

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    mntica Greta Garbo negra, su historia es con-tada en el film Diva Dolorosa (1999). 26 Las peregrinaciones de Childe Harold, nom-bre del extenso poema narrativo del poeta ingls Lord Byron (Londres, 1788- Messolonghi, 1824).27 El detall es la oficina del regimiento.

  • pus de una batalla mortfera, poda ser fcilmente cambiada con la del tipgra-fo Bruneri.

    Licenciado del ejrcito por su esta-do de salud, con una mencin honrosa por su comportamiento en el combate en la orden del da del regimiento, el ex profesor Giulio Canella pas, en una casa de salud piamontesa, dos meses de sosegada reparacin de sus faculta-des mentales y trficas. Cuando sali de la casa de salud, con una maleta que le haba enviado su esposa legal, la seora Bruneri, de Turn, cierta vaga nostalgia de hogar, de matrimonio y de sopa do-mstica era el nico sentimiento que lo llevaba de la mano, en este asombrado descubrimiento de s mismo. El profesor Canella haba muerto. Quien tomaba el tren para Turn, en una maana lluviosa, era, segn sus documentos, no contradi-chos por sus recuerdos, el tipgrafo Ma-rio Bruneri.

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  • VTurn recibi sin emocin visible a este turins desconocido. Le reservaba, sin embargo, el abrazo de una esposa tierna: la seora de Bruneri. Canella se abando-n a este abrazo con la sana confianza con que se haba abandonado siempre a los brazos, algo ms nerviosos y prensi-les, de su verdadera consorte. El peque-o departamento del tipgrafo de Turn, no tena el confort sencillo y provincial de la villa Canella en Verona. Pero su es-posa tena, aproximadamente, las mis-mas dimensiones. Posea, adems, una coquetera turinesa que poda parecer, a los sentidos aturdidos de un amnsico, la temperatura pasional, mitad verone-sa, mitad brasilea, de la seora Julia Canella. El nufrago no elige la playa a

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  • la que arriba, despus de haber lucha-do toda una noche con las olas. Pero la alegra de tocar tierra lo obliga a encon-trarla bella, tal como Coln reconoci sin titubear en la primera isla americana la tierra que buscaba. Este mecanismo sentimental preservaba a Canella, sobre-viviente, de cualquier descontento en su llegada.

    La seora Bruneri haba espera-do siempre encontrar a su marido algo cambiado. Un soldado que haba estado a punto de perecer en un combate, que haba sido recogido moribundo de una trinchera, que con sus efectos persona-les haba perdido la memoria, que haba ganado una pensin y una medalla con su herosmo, no poda seguir siendo el tipgrafo Mario Bruneri de anteguerra. Bastaba que la invisible lesin al cere-bro, que haba borrado sus recuerdos, no hubiese comprometido su razn. El mdico tratante, en una larga carta, ha-52

  • ba instruido a la seora Bruneri, sobre la naturaleza de esta lesin del espritu; y sobre la parte que, la conducta dulce y sagaz de una esposa modelo, iba a te-ner en la cura final. La joven se repeta a veces las palabras del doctor. Por al-gn tiempo, el curso de la existencia de Mario Bruneri necesitaba una gradien-te suave. Deba ahorrrsele toda pena, todo esfuerzo excesivo. Su pensin de combatiente, mejorada temporalmente por el carcter especial de su invalidez, y, sobre todo, una modesta libreta de ahorros, le aseguraban por algunos me-ses el pan blanco de una convalecencia sin preocupaciones. Cuando el sobre-viviente, fatigado, se adormeci en el sof en que haba odo un relato tenue y asptico de su ausencia, la seora Bru-neri retir los platos y los cubiertos de la cena, de puntillas, como una enfermera.

    Y a la maana siguiente nada sepa-raba a estos dos esposos legales que, sin

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  • saberlo, creyndose casados, desde ha-ca mucho tiempo, haban celebrado esa noche un desposorio de guerra: la boda extraa del soldado desconocido con la viuda que, al desposarlo, pensaba recibir a su esposo sobreviviente. Esposo casto, a l le pasaba con su pasado sexual lo que con el resto de su biografa: careca de puntos de referencia. Turinesa, ella guardaba quiz un recuerdo ms incisi-vo de su experiencia conyugal; pero to-dos los recuerdos inoportunos estaban proscritos de su conciencia de enferme-ra.

    VI

    Una ciudad puede a veces poseernos con arte ms perdurable e individual que una mujer. Discurriendo por las aceras de Turn, del brazo de su esposa,

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  • el sobreviviente no habra reconocido a esta ciudad (que no haba visitado nun-ca), sin el subsidio de algunos removi-dos sedimentos de su ciencia de profe-sor de segunda enseanza. Ni la estatua de Vctor Manuel I, el rey galantuomo,28 ni la de Garibaldi, el hroe de Monta-na, ni el parque del Valentino, con sus parejas discretamente emancipadas de provinciales escrpulos, ni los portales y galeras, que guarecen al turins de la lluvia y protegen su galantera y su libe-ralismo, impedan al ex profesor Canella acostumbrarse a la idea de haber nacido y vivido siempre en Turn. Pero la fiso-noma de Turn no se reduce a estos ras-gos. En sus calles, en sus plazas, en sus museos se almacenan los testimonios slidos, tangibles, de varios siglos de historia piamontesa, que son otros tan-tos siglos de historia italiana. Todos, por

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    28 Hombre de bien, caballero.

  • fortuna, estaban puntualmente registra-dos en la placa velada de la conciencia del profesor Canella, que haba amado siempre a la Historia como a hermana gemela de la Poesa. Recorriendo la Ar-mera se desprendieron del fondo de su subconsciencia palabras pertenecientes, sin duda, a sus lecciones sobre la Edad Media; pero que, en ese instante, eran para el ex profesor la prueba palmaria de que l haba deambulado por esos sa-lones, muchas veces en su vida.

    La usina de la Fiat29 era la nica pers-pectiva nueva, inslita, imprevista, a la que difcilmente se acomodaba su esp-ritu. Empezaba ah una Italia industrial, moderna, novecentista, que el profesor Giulio Canella, detenido en el Risorgi-mento, en Verona, y en Carducci, haba

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    29 Hace referencia a la instalacin industrial de la compaa italiana de autos Fiat, acrnimo de Fa-bbrica Italiana Automobili Torino, que comercializa automviles desde 1899.

  • apenas entrevisto, muy confusamente, desde su estrado de profesor, leyendo a largas pausas los artculos de Luigi Ein-audi30 en Il Corriere della Sera.31

    VII

    Una vez aceptado lo esencial e ntimo de un destino, cuesta muy poco trabajo aceptar lo accesorio. El ex profesor Giu-lio Canella haba recibido como suyos el

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    30 Luigi Einaudi (18741961). Poltico liberal italiano contrario al fascismo. Fue el segundo presidente de la Repblica italiana (1948-1955) y gobernador del Banco de Italia (1945-1948). Licenciado en Derecho, imparti clases de Eco-noma y Finanzas en las universidades de Pisa, Turn y en la Universidad Bocconi de Miln.31 El Correo de la tarde, es el peridico con mayor difusin en Italia. Intervenido por el go-bierno de Mussolini, volvi a editarse luego de la Segunda Guerra Mundial.

  • nombre, la esposa, la ciudad y alguna ropa usada del tipgrafo Mario Brune-ri. No le faltaba sino el oficio. Pero haba ocupado con tanta naturalidad el lugar de Bruneri, en Turn y en el mundo, que poda sin esfuerzo continuar compo-niendo la pgina que ste haba dejado interrumpida el da de su enrolamiento.

    Desde el siglo siguiente al descu-brimiento de la imprenta, el citadino de todo antiguo burgo alemn o italiano nace con una vaga aptitud de cajista. Ca-nella tom el componedor en sus manos, con el respeto que a un profesor de ideas liberales le inspira, siempre, esta peque-a herramienta del progreso. Tipgrafo fatalmente, no teniendo otro medio de vida, empez a trabajar con voluntad y con ortografa, pero sin destreza. El re-gente opin, concluida la jornada, que haba perdido la prctica del oficio, pero que la recobrara con sus convicciones socialistas, inmediatamente echadas de

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  • menos por sus compaeros.Canella, en efecto, trabajaba media-

    namente al cabo de unas semanas. Si sus jefes, lectores de La Stampa, hubiesen confrontado puntualmente su rendi-miento de 1919 con el de anteguerra, no habran dejado de atribuir el descenso, ms que a su amnesia, al general desga-no posblico, a la agitacin huelgustica y revolucionaria, al malestar universal consecuente de una guerra, a la que Ita-lia se haba dejado arrastrar contra los prudentes consejos de Giolitti.

    VIII

    Pero despus de unos meses de riguro-sa y absoluta identificacin con Bruneri, el ex profesor not confusamente que una fuerza inexplicable lo empujaba en sentido inverso. Ignoraba cul poda

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  • ser este sentido, pero lo encontraba ms concorde con su naturaleza. Despus de un movimiento a izquierda, su vida ini-ciaba un movimiento a derecha. Canella senta que el componedor se le caa de la mano. La Stampa y Avanti32 lo dejaban in-diferente. Turn le pareca, de improvi-so, una ciudad extranjera, de donde un dialecto afrancesado desalojaba al italia-no, a la vez que un socialismo, entre galo y tudesco, desplazaba al liberalismo de Mazzini33 y Carducci.

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    32 Avanti!, peridico del Partido Socialista Italia-no (PSI), cuyo primer nmero sali en Roma el 25 de diciembre de 1896. Fue dirigido original-mente por Leonida Bissolati (Cremona, 1857-Roma, 1920), quien en 1889 haba fundado El eco del pueblo, donde public una traduccin parcial del Manifiesto de Marx y Engels.33 Giuseppe Mazzini (Gnova, 1805-Pisa, 1872), el alma de Italia, fue un poltico y revolucio-nario del Risorgimento italiano. Sus insurreccio-nes, por las que fue encarcelado, buscaban la unidad de Italia y la eliminacin de la influencia

  • Las huelgas eran las pausas que ate-nuaban la impresin de que algo en l resista, rechinando, a su destino. Pero, durante una huelga, Canella no era un obrero que afirma su conciencia de cla-se, sino un profesor que toma sus vaca-ciones.

    La seora Bruneri fue la primera en advertir este cambio indefinido, pero in-quietante. Su marido tena la expresin casi distrada, casi impaciente, del que espera algo. Qu poda esperar Mario Bruneri? No era, por cierto, la revolu-cin social. (Sus opiniones, al respecto, le haban ganado entre sus compaeros reputacin de amarillo y de reaccionario; y a la propia seora Bruneri le haban parecido algo heterodoxas). Era, quiz, el regreso de su memoria, el retorno de

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    extranjera (que dur hasta el siglo XIX); aspiraba tambin unir Europa alrededor de una confede-racin republicana.

  • sus recuerdos. La seora Bruneri escri-bi al mdico del sanatorio una carta, en la que no omiti detalles que en el borra-dor encontr al principio excesivamente privados, como el de su gravidez avan-zada. Pero el mdico se content con res-ponder, asindose precisamente de este detalle, que al nacimiento del nio todo se normalizara en el hogar de los Bru-neri.

    Los hechos rehusaron confirmar este pronstico. Cuando Canella, fatigado de marchar a la deriva, hizo un esfuer-zo por pasar de un estado de distrac-cin y de apata a un estado de atencin y de entusiasmo, sucedi lo que menos poda augurar la seora Bruneri. Unos ojos muy grandes y una boca muy chica sonrieron, una tarde, al ex profesor, en la va Roma, como nada le haba sonredo nunca. (Verona no tiene una va Roma y, un poco medioeval, todava, ignora el maquillaje parisin, que hace tan gran-62

  • des los ojos y tan chica la boca). Y el ex profesor, sin intencin infiel alguna, solo por cogerse de algo que lo ayudara a re-sistir a la corriente, busc las manos que correspondan a estos ojos y a esta boca. Ms tarde, busc la boca misma. Canella descubra una isla de placer, en medio de la marea. Para un honesto profesor provinciano de segunda enseanza, el descubrimiento de esta isla era un des-cubrimiento del mundo.

    Canella ceda a dos impulsos de eva-sin, por medio de los cuales su vida trataba de encontrar su equilibrio: la evasin de su esposa y la evasin de su oficio. Su subconsciencia pugnaba por restituirlo a su destino, liberndolo de una mujer y de un oficio que no eran su-yos. Un tercer impulso de evasin em-pez a apoderarse de l, antes de que el movimiento de pndulo de su existencia lo llevase, de nuevo, del lado donde se senta conforme con ser Bruneri y tip-

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  • grafo. La misma va Roma que le haba propuesto una tarde un amor adulteri-no, que Canella, en Verona, en su propia existencia, no habra aceptado jams, le propuso otra tarde un viaje. El deseo de evadirse de Turn se instal desde enton-ces en su espritu. Este deseo habra sido inslito en un turins. Normalmente, el turins es poco viajero, mal emigrante. La ribera del Po basta a sus fugas sen-timentales. A Canella, oscuramente em-pujado hacia Verona, no poda bastarle. Del fondo ciego de su subconsciencia de vecino de Verona y de profesor de liceo, ascenda, como una burbuja pertinaz, un deseo centrfugo.

    IX

    Mr. le Trouhadec saisi par la dbauche,34 ms que el Siegfried de Giradoux, es acaso el 64

  • personaje que evoca la existencia del profesor Canella en Turn, en la poca absurda en que, equivocado con el tip-grafo Bruneri y desviado de su vocacin profesoral, no le qued otra posibilidad de estudio que una usada y mdica en-ciclopedia del amor. Pero aun a precio de ocasin, esta enciclopedia es siem-pre superior a los recursos normales de un cajista casado. Canella no saba cul poda ser el trmino de este declive: sin duda, una voluptuosidad nueva. Segua un curso clandestino y postuniversitario de Humanidades, con la aplicacin con que, aos atrs, se haba entregado a la lectura de Mommsen y Guillermo Ferre-ro.35

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    34 El Sr. Trouhadec, arrastrado por el libertinaje es el ttulo de una pieza teatral de Jules Romains (Saint-Julien-Chapteuil, 1885-Pars, 1972), dra-maturgo francs, publicada en 1923.35 Theodor Mommsen (Garding, 1817-Charlot-tenburg, 1903), jurista, fillogo e historiador ale-

  • Su primer conocimiento de la calle Roma le abri la va de otros conoci-mientos. El amor no era solo lo que una esposa honesta poda revelarle. Era una ciencia, como la de la historiografa, que no entrev siquiera el escolar, en su tex-to compendiado de historia antigua o moderna. Dos o tres volmenes de ter-cera mano, no le enseaban todo lo que su curiosidad de estudioso, repentina, subrepticiamente despertada, lo incita-ba a conocer. El profesor de Verona se instrua, prcticamente, respecto a las cuestiones planteadas por el profesor Werner Sombart en su obra Lujo y capi-talismo.36 La canzonetista irregular, la bai-

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    mn con trabajos sobre la antigua Roma. Guiller-mo Ferrero (1872-1942), historiador y periodista italiano. Autor de la novela Terza Roma, sobre la cual Maritegui escribi en El alma matinal.36 Werner Sombart (Falkenstein, 1863-Berln, 1941), economista y socilogo alemn en cuya obra Lujo y capitalismo (1912), seala, como el

  • larina supernumeraria que tomaba con l un Cinzano37 en el Caf Cisalpino, no recordaba exactamente a la veneciana Francesca Ordeaschi, amante de Agosti-no Chigi.38 Era siempre alguna annima militante de la galantera turinesa, segu-ra de que su nombre no ser consignado, dentro de cuatrocientos aos, en el libro

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    origen del capitalismo, el afn de lujo y lujuria de la vida amorosa burguesa que motiv la crea-cin de la economa de mercado y su demanda de bienes de lujo.37 Marca italiana de verm: licor servido durante los aperitivos, compuesto generalmente de ajen-jo, vino blanco y sustancias amargas.38 Agostino Chigi (Siena, 1466-Roma, 1520), el Magnfico, banquero, empresario y gran me-cenas del Renacimiento. Llamado tambin el gran comerciante del cristianismo, por sus re-laciones comerciales con los papas Alejandro VI, Julio II y Len X. Tuvo como amante a la cortesa-na Francesca Ordeaschi (o Ardeasca), con la que posteriormente se cas y a la que mand retratar como Dorotea en un cuadro de Sebastiano del Piombo.

  • de ningn catedrtico de Heidelberg o de Munich.

    Canella confirmaba, en su caso, la posible tesis de que la trasguerra ha re-sucitado en Europa las figuras del San-to y del Pcaro. El Pcaro no es sino la consecuencia de un desequilibrio, de una conmocin que produce un gran nmero de declass.39 En Espaa, la apa-ricin del Pcaro sigui a la decadencia del Medioevo. El Pcaro era, en ltimo anlisis, el Caballero declass, el Caballe-ro desocupado. Canella, profesor declas-s, estaba en la ruta que conduce al P-caro. Del brazo de una mundana rubia, en cuya compaa haba arribado a sus ms avanzadas conclusiones sobre la se-cularizacin del amor, lleg tambin, in-advertidamente, a un punto que estaba

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    39 Desclasado, inubicable en una clase social; tambin se dice de las personas que han des-cendido de rango o clase social.

  • entre el abuso de confianza y la estafa. Quiz, en su presente, este acto no era sino una evasin ms: la evasin de la moral. Un impulso centrfugo continua-ba determinando su conducta.

    X

    El adulterio puede corresponder, por excepcin, a un esfuerzo de fidelidad y monogamia. Pero habra sido vano pretender persuadir a la seora Brune-ri de la verdad de esta tesis. El destino la haba hecho vctima de la ms osada de sus falacias. Le haba restituido como su marido, sobreviviente de la guerra, a un hombre que era solo esto ltimo. Este hombre no tena con ella obligaciones conyugales. Haba nacido sin vocacin para la bigamia. La seora Bruneri lo crea su esposo, el tipgrafo del mismo

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  • apellido. l tambin lo crea; pero en una regin ms profunda de su espritu esta-ba registrado su casamiento en Verona, con todos sus indeclinables efectos mo-rales y jurdicos. El mvil que lo llevaba a la licencia, no era enciclopedista y uni-versitario sino en su superficie pragm-tica; en el fondo era, ms bien, un mvil tico de evasin de la mujer extraa, en busca de la propia. Canella no persegua sino su equilibrio moral y domstico. Era un escolstico que, cado en el error, se encamina de nuevo hacia la verdad, atravesando el territorio accidentado de la tentacin. El libertinaje constituye un episodio frecuente en la vida de un San-to y constante en la vida de un Pcaro. Canella no habra sido jams un santo y solo precariamente era un pcaro. No ha-bra conocido, pues, este episodio, si una fuerza casual no lo hubiese apartado de Verona, de su esposa y de su ctedra. Se lo impona ahora su rebelin contra un

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  • destino ajeno; su subconsciente protesta contra una equivocacin, causada por la prdida de la facultad ms preciosa de un profesor: la memoria.

    XI

    En el amor como en la literatura no hay sino dos grandes categoras: clsicos y romnticos. Para los clsicos, el amor es eterno: su arquetipo son las parejas his-tricas: Romeo y Julieta, v. g. Para los ro-mnticos, el amor es algo menos indivi-dualizado y permanente; el amor carece de predestinacin: no existe el amor sino el estado amoroso.

    Canella era clsico en el amor como en la literatura, por prudencia, por edu-cacin y por espritu sedentario. La se-ora Canella lo era tambin, pero por ro-manticismo. Verona es la sede del culto

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  • a la pareja eterna. Verona o la tumba de Romeo y Julieta. Verona loca de amor. Debemos al vizconde de Chateaubriand, en quien, como en la seora Canella, el romanticismo era un sentimiento adqui-rido en Amrica, el ms clsico retrato de Verona: Descendida de las montaas que baa el lago, clebre por un verso de Virgilio y por los nombres de Catulo y de Lesbia, una tirolesa, sentada bajo las arcadas de las Arenas, atraa las mira-das. Como Nina, pazza per amore,40 est linda criatura de falda corta y coquetos chapines, abandonada por el cazador de Monte Baldo, era tan apasionada que no quera nada sino su amor; ella pasa-ba las noches esperando y velaba hasta el canto del gallo: su palabra era triste porque haba atravesado su dolor.41

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    40 Loca por amor.41 Franois-Ren, vizconde de Chateaubriand (Saint-Malo, 1768-Pars, 1848), diplomtico, po-

  • Una italiana del Brasil, que en el Nuevo Mundo haba contrado como una fie-bre tropical el romanticismo, no poda sustraerse al influjo de Verona romana, medioeval, renacentista. La atmsfera sentimental, el clima ertico de Verona tenan que comunicarle el gusto de un amor eterno, sublime, histrico. Pazza per amore! Julia Canella, en sus ms alu-cinadas e inefables horas de prometida o de desposada, habra podido augurarse un destino que le hubiera prometido en-loquecer de amor. Mas no haba sabido augurarse nada concretamente. Tena la temperatura del romanticismo; no su

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    ltico y escritor francs fundador del romanti-cismo en la literatura francesa. La cita pertenece a su libro Congreso de Verona. Guerra de Espaa, negociaciones, colonias espaolas y polmica (1858), documento histrico del Congreso de Verona donde particip como comisionado, entre 1822 y 1824, y que signific para Espaa el fin del trie-nio liberal y el retorno al absolutismo.

  • imaginacin, aunque sin haber ledo a Chateaubriand ni a Andr Maurel,42 sin-tiese como ellos.

    Pero el destino haba adivinado su voto latente, posible, arrebatndole a su esposo. El comunicado del regimiento lo declaraba desaparecido; y la seora Cane-lla, aunque no fuese sino para esperarlo toda su vida, no poda admitir que des-aparecido significara quiz muerto. La viudedad no era el estado que su exal-tacin poda soar. Prefera, con ardor brasileo, la vaguedad de una ausencia inexplicable e indefinida. Esperara al esposo ausente, con la lmpara de su amor vigilante, encendida. Una viuda joven, bella, indiana, tendr siempre un squito de pretendientes. Pero la seora Canella no era una viuda sino una espo-

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    42 Andr Maurel (1863-1943), ensayista y novelis-ta francs, conocido por sus libros de impresio-nes artsticas en Italia, como Petites villes dItalie (1906).

  • sa loca de amor, como Nina, como Vero-na. Julia es una aproximacin de Julie-ta. La seora Canella lo haba pensado algunas veces: ella continuaba, reviva, con nueva sangre, la tradicin veronesa. Verona, pazza per amore, tena una nueva intrprete. Cada ao que pasaba, en vez de atenuar la fe de la espera, la acreca. El esposo ausente regresara, no impor-taba cundo. Los aos no contaban. El tiempo se detendra en el segundo en que los amantes se estrecharan de nue-vo, obediente a ella, que pronunciara la frase potica: detente, eres bello!.

    Este amor explicaba la trayectoria tu-rinesa del profesor Canella. La existencia de Canella era atrada por otra existencia que lo llamaba con una energa sobrehu-mana. No poda resistir a la atraccin de Nina enamorada. Y, por esto, en los bra-zos de una ramera, pero fugitivo de los de una esposa casual, postiza, ajena, el profesor Canella tenda, en verdad, a la

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  • fidelidad, a la monogamia.

    XII

    Qu distancia haba recorrido Miln desde los das de Stendhal? El ex pro-fesor Canella se abandonaba a esta pre-ocupacin, en los instantes en que el Castillo Sforza, o La Cena de Leonardo da Vinci, o la Iglesia de San Lorenzo lo sustraa a una preocupacin personal y aflictiva. Su entrada en Miln no ha-ba tenido ninguna semejanza con la de Stendhal, Goethe o Herr Karl Baedeker. Canella llegaba a Miln casi fugitivo. Hua de Turn, despus de haber perdi-do su trabajo y su reputacin. En verdad, haba perdido el trabajo y la reputacin de Mario Bruneri. Pero, inconsciente an de su evasin, Canella lo ignoraba. A mitad del camino de Verona, y de s

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  • mismo, ignoraba su trayectoria. Se eva-da no de Turn y de la seora Bruneri, celosa, ofendida, desagradable, sino del destino de Mario Bruneri; pero sin tener conciencia an de la direccin y del al-cance de esta fuga. En su evasin, le ha-ba sido indispensable comprometer el buen nombre del tipgrafo Mario Bru-neri, irreparablemente manchado ahora por un juicio de estafa, inscrito en los registros de la polica turinesa, fichado con antecedentes penales de los que no podra ya redimirse. Pero, inconsciente de que la reputacin y la honestidad que haba sacrificado no eran las suyas, el ex profesor Canella no se compadeca de Mario Bruneri, sino de s mismo que se-gua llevando este nombre. Qu distan-cia haba recorrido Miln desde los das de Stendhal? Ni siquiera esta interroga-cin al parecer desinteresada era extraa a su ntimo drama, a su propia aventura. La preocupacin de la distancia que po-

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  • da haber recorrido Miln desde los das de Stendhal era, subconscientemente, la preocupacin de la distancia que poda haber recorrido l mismo desde los das de Verona. La palabra Stendhal sustitua a la palabra Verona, recuerdo que no poda an reaparecer abiertamente en el espritu de Canella.

    Sentado delante de un helado de caf, en una terraza, reconstitua con ele-mentos de la biografa de Miln su auto-biografa. Il Corriere della Sera traa en su ltima edicin, como en el tiempo que pugnaba por regresar a su conciencia, un artculo del economista Luigi Einau-di. Quin era Luigi Einaudi? En Turn, este nombre no le haba recordado nada. Ahora, en Miln, regresaba a su memoria no saba de dnde, extraamente asocia-do al de Ludovico Sforza,43 al de Stend-

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    43 O Ludovico El Moro (Vigevano, 1452- Lo-ches, 1508), llamado as por el color moreno de su piel, fue mecenas de Leonardo da Vinci y

  • hal, al del Alcalde Carrara, como el de un antiguo conocido. Era, simplemente, el nombre de un economista liberal, se-nador del Reino, que segua escribien-do sobre finanzas, cambio, produccin, aduanas, como varios aos antes. Cun-tos aos antes? Canella se senta incapaz de precisarlo. Solo le era posible pensar que entre los antiguos artculos de Luigi Einaudi y el que lea hoy en la terraza de un bar, sorbiendo un helado, estaba sin duda la guerra, la Constitucin del Carna-ro,44 las elecciones de 1919, la ocupacin de las fbricas, Il Popolo d`Italia,45 los fasci

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    otros artistas en el Re-nacimiento italiano.44 La Carta de Carnaro se llam a la Consti-tucin que el poeta DAnnunzio dict para la efmera ciudad de Fiume el 8 de septiembre de 1920. La constitucin combin ideas anarquis-tas, ideologas proto-fascistas, e ideas republi-canas democrticas. DAnnunzio a menudo es visto como un precursor de los ideales y de las tcnicas de fascismo italiano.45 El Pueblo de Italia, diario de los fascistas

  • di combattimento46 y la marcha a Roma. Estaba todava algo ms. S, algo que no era solamente la conversin de Papini. Algo que tocaba seguramente ms de cerca a su destino individual. Algo que le pareca estar buscando a tientas, con las manos, cuando sac de su cartera dos liras sucias, speras, para pagar su consumo. En la cartera, con las ltimas liras, algunos papeles de Mario Bruneri, le recordaron violenta, dolorosamente, la questura47 de Turn, la oficina dactilos-cpica, el arresto, el proceso, la absolu-cin por falta de pruebas, su condicin de tipgrafo, sin trabajo, vigilado por la

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    italianos, fundado por Benito Mussolini el 15 de noviembre de 1914, para darle voz a los Inter-vencionistas dentro del Partido Socialista Ita-liano.46 Los haces de lucha, nombre que Mussolini daba a los grupos de bandoleros encargados de aterrorizar a la oposicin. 47 Oficina de Polica.

  • polica. Y, en marcha otra vez, sinti que estos papeles estaban dems en su carte-ra, en su bolsillo, en su vida y que eran la nica prueba de un pasado deshonro-so. Por qu no liberarse de ellos, como se haba liberado de Turn, de su mujer, la seora Bruneri, y de su amante, la ru-bia Julieta? Miln poda, quiz, cambiar su destino. Julieta se lo haba dicho al-guna vez antes de que rompieran. (No era turinesa; estaba en Turn porque la haba llevado all un agente viajero; el Parque del Valentino no ejerca sobre ella ninguna atraccin sentimental; ape-teca, sin saberlo exactamente, una ciu-dad industrial, con muchos ms bancos, almacenes, cafs, tranvas y turistas. Y se llamaba, seriamente, Julieta. Por qu se llamaba Julieta? Canella se haca tam-bin por primera vez esta interrogacin, sin poder responderse). El recuerdo de Julieta, aunque mezclado a los sucesos que lo haban llevado a la questura, para

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  • dejar ah sus huellas digitales, no le pe-saba. Era, a pesar de sus complicaciones judiciales, un recuerdo ligero, tierno, matinal. Le pesaban, en cambio, los pa-peles. Empezaron a pesarle tanto que se detuvo agobiado. Haba llegado a un ca-nal pintado en un cuadro de Pettoruti.48 Un resorte fall de repente en su con-ciencia, roto por la tensin de ese peso excesivo. Y no qued ya en l nada que resistiera al deseo repentino, desespera-do, de arrojar estos papeles en las aguas grises, slidas, calladas.

    XIII

    Ahora, libre de este lastre, el ritmo de la

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    48 Emilio Pettoruti (La Plata, 1894-Pars, 1971), pintor argentino, al que Maritegui hosped en su casa de la Frascatti. Sobre l escribi en la re-vista Amauta y en El artista y la poca.

  • evasin se aceleraba. Un polica se ha-ba acercado a Canella con pasos lentos, pesados, de plomo; pero seguros, terri-bles, implacables. Qu poda querer de l? Ante todo, sus papeles. Desde que los haba dejado caer en el canal, haban transcurrido algunas horas. Canella no haba cesado de marchar. Estaba en un suburbio. Y haba adquirido en este tiempo un aire evidente, visible a l mis-mo, de fugitivo. Su voluntad de evasin se hizo ms desesperada ante este poli-ca que se acercaba. Y haba echado en-tonces a correr furiosamente, como solo un loco poda correr. Canella se evada de la razn en esta carrera pattica.

    Cuando, despus de haber corrido rabiosamente hasta el agotamiento, rod exhausto, Miln estaba distante. Pero la desatada fuerza de evasin continuaba operando en su espritu. Canella sinti, con lucidez terrible, una sola cosa; que llegaba al final de su fuga: la evasin de

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  • la vida.La polica lo encontr, una hora des-

    pus, herido, ensangrentado. Con una gastada navaja de afeitar, haba tratado de degollarse, cuando todas sus fuerzas lo haban ya abandonado. Ms tarde, en el hospital, lo interrogaron en vano. No recordaba nada. No saba nada. Haba perdido, de nuevo, la memoria. Pero, en verdad, haba alcanzado la meta hacia la cual todos sus impulsos tendan. Su eva-sin haba concluido. Del hospital pas al manicomio, sin nombre, sin papeles, sin antecedentes, sin recuerdos. No era ya Mario Bruneri. Todos sus deseos cen-trfugos haban cesado. Como en Panait Istrati,49 la tentativa de suicidio no haba

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    49 Panait Istrati (Brila, 1884-Bucarest, 1935), es-critor rumano que escribi en lengua francesa. De vida errante, con dificultades econmicas, problemas de salud y depresin que lo llevaron al intento de suicidio en 1921. Maritegui escri-bi sobre l en El artista y la poca.

  • sido sino un extremo, desesperado es-fuerzo de continuacin y renacimiento.

    XIV

    La seora Canella viva tan segura de que un da leera, en un peridico, la noticia de que su marido regresaba de un venturoso viaje a Amrica o Austra-lia; o de que, sin anuncio alguno, entra-ra de pronto Canella en su estancia y la abrazara, silencioso y tierno, que no se asombr demasiado la tarde en que encontr su retrato, en la pgina 11 de La Domnica del Corriere.50 Lo reconoci

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    50 La Domenica del Corriere. Suplemento del pe-ridico Corriere della Sera que sala los domingos, aunque tambin se venda por separado. Famo-so por sus dibujos de la portada a todo color y por recoger los acontecimientos ms importan-tes de la poca. Se edit desde 1899 hasta 1989.

  • a primera vista, a pesar de que, en este retrato, el profesor Canella careca de ese aire de dignidad magistral, de opti-mismo docente, que tena en sus retratos veroneses. Y cuando ley, en algunas l-neas de breviario, que era el retrato de un amnsico, asilado en el Manicomio de Collegno; y que el director, satisfe-cho del tratamiento empleado, esperaba que esta publicacin le descubriera a su familia y sus antecedentes, tampoco se emocion con exceso. Tuvo, ms bien, la impresin de que era aproximadamente as como ella se haba imaginado algu-na vez recuperar a su esposo. Este haba perdido la memoria; pero no la razn. Y esta prdida, sin ms importancia que la de la llave de la villa, haba sobrevenido quiz para que ella, en vez de aguardar pasivamente el retorno del esposo, par-tiese loca de amor a su reconquista.

    El director del Manicomio de Colleg-no la recibi con simpata y curiosidad.

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  • No tena, en apariencia, esa mirada de desconfianza y espionaje ni ese lengua-je de tests de los psiquiatras. No se sor-prendi siquiera de que el anuncio de La Domnica del Corriere lo pusiese delante de la esposa de un profesor. Sonrea, con la sonrisa del pescador de caa que acaba de sacar una trucha gorda. Haba sospechado siempre que el annimo en-fermo no era una persona totalmente vulgar y oscura. Mostr a la seora Ca-nella, despus de decrselo, la fotografa original; la impresin poda haber alte-rado algunos rasgos fisonmicos, quiz hasta causar un error. La seora Canella tom en sus manos la fotografa como si tomase ya una parte de su esposo mis-mo. Canella, sin cuello, con una camisa de alienado, no estaba del todo decente en este retrato, entre policial y terapu-tico. Pero su mirada era serena e inocen-te como la de un nio. La fotografa de este hombre sin cuello se pareca extra-

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  • amente a las fotografas de los nios desnudos, de las que el candor excluye toda posible indecencia. Era tan visible la felicidad de la seora Canella, que el director se abstuvo de preguntarle si se confirmaba en el reconocimiento. Senta ya la prisa por producir el encuentro de los dos esposos. El director estaba segu-ro de que la amnesia del marido iba a desvanecerse, con la prontitud con que se deshace un bloque de hielo bajo un sol ardiente. El sol del Brasil brillaba en los ojos de la seora Canella, como en los mediodas de Sao Paulo.

    XV

    La villa Canella, en Verona, albergaba al da siguiente a dos esposos felices. Canella haba reconocido primero a su esposa, ms tarde su villa, y finalmente,

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  • en la biblioteca, su edicin florentina de Petrarca. De reconocimiento en recono-cimiento, sus primeras doce horas en la villa Canella haban bastado para resti-tuirlo plenamente a su personalidad de doce aos antes. La seora Canella para evitarle una transicin demasiado brus-ca, no haba advertido su regreso sino a dos parientes ntimos, que a su vez no haban vacilado en reconocerle. En la adopcin de la personalidad y la esposa de Mario Bruneri, Canella haba avan-zado con la lentitud del que sube una cuesta cuya gradiente y cuya altura no le son familiares; en su restitucin a su personalidad y su esposa propias, avan-zaba, en cambio, con la velocidad del que desciende de una montaa, por cu-yos declives ha resbalado una gran parte de su vida. El abrazo de la esposa pazza di amore, borraba de la memoria restau-rada de Canella las huellas de todos los abrazos que, en doce aos, haban trata-

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  • do intilmente de alejarlo de su verda-dero destino.

    XVI

    Pero en Turn haba ahora otra esposa que esperaba: la seora Bruneri. Su es-pera no tena la poesa ni la pasin de la espera de la seora Canella, quiz por no ser legtima ni romntica, acaso porque Turn no posee la tradicin senti-mental de Verona. Era la espera del que hace una antesala demasiado larga. La seora Bruneri haba visto, como la se-ora Canella, la fotografa de su marido en La Domnica del Corriere; pero, menos pronta y apta para el viaje, se haba con-tentado con escribir al director del Ma-nicomio de Collegno, afirmndole que el enfermo desconocido era su esposo, el tipgrafo Mario Bruneri, y adjuntndole un pequeo retrato de ste.

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  • Sabiendo a su esposo en desgracia, sin memoria otra vez, no poda mante-ner un juicio muy severo sobre infideli-dad y su fuga. Se senta impulsada, ms bien, a la preparacin sentimental de la indulgencia y el perdn. Y, remendaba presurosa y diestra, la ropa blanca del ausente la noticia de La Domnica del Corriere deca que haba sido recogido desnudo en un camino y algunos ro-tos recuerdos de los das felices de su matrimonio.

    La seora Bruneri ignoraba que es-tos das felices haban retornado para dos esposos de Verona. La ropa blanca estaba ya lista, cuando una carta de Co-llegno vino a comunicrselo. El director del Manicomio le escriba que el enfer-mo, curado ya de su amnesia, era el pro-fesor Giulio Canella, de Verona; y que haba dejado el establecimiento, para di-rigirse a Verona con su esposa. Pero que siendo extraordinario, absoluto, el pare-

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  • cido del profesor Canella con la persona del retrato, el tipgrafo Mario Bruneri, le rogaba trasladarse a Collegno para es-clarecer el misterio.

    XVII

    La polica y la psiquiatra de la Italia fascista resolvieron, sin demora, que un solo italiano no poda ser al mismo tiem-po el tipgrafo Bruneri de Turn y el pro-fesor Canella de Verona, ni an como consecuencia de la guerra, la desvalori-zacin de cuyos frutos est legalmente prohibida en Italia, desde la instauracin de la dictadura de Los camisas negras.51

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    51 La camisa negra era el uniforme del cuerpo pa-ramilitar organizado por Mussolini, compuesto por un grupo heterogneo de intelectuales na-cionalistas, jvenes terratenientes, ex oficiales y delincuentes. Fueron conocidos tambin como

  • El profesor Canella fue arrebatado a su villa y a su esposa, ocho das despus de la reasuncin de su verdadera perso-nalidad. Algunos tmidos disgustos de su conciencia carducciana, aunque mo-nrquica, podan autorizar la sospecha de que, secreta e invisiblemente espia-do, se le castigaba por sus residuos de demo-burgus provinciano, tcitamente incluidos en el nuevo Cdigo Penal del Reino, como hbito subversivo y repri-mible. Punicin que habra sido excesiva y desmesurada en el caso del profesor Canella, que si dudaba ntimamente que pudiese ser un gran estadista quien no haba cumplido hasta el bachillerato sus estudios liceales,52 se reprochaba esta duda, desde que la sabia e ilustre Uni-versidad de Bologna impuso a Mussoli-

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    Escuadristas.52 Liceo, institucin educacional para la Secun-daria o media.

  • ni las insignias del doctorado.53

    Canella tena una confianza tan re-posada y ortodoxa en la justicia, la cien-cia y el cdigo, que no tema de una ni de otro ninguna resolucin contraria a su derecho. No se rebel, pues, contra el vejamen. Su deber era someterse a la in-dagacin de los cuestores y psiquiatras, de la que no podra resultar otra cosa que la confirmacin de su legtima persona-lidad. Puesto en presencia de la seora Bruneri, escuch con serenidad, casi con cortesa, sus protestas y sus reproches; pero, levemente ruborizado, rehus re-conocerla como su esposa. Su edad de falso Mario Bruneri estaba cancelada, expulsada de su conciencia, como si el profesor hubiese pasado por ella una es-

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    53 Ver Biologa del fascismo, en la Escena con-tempornea, donde Maritegui realiza un perfil de la evolucin poltica de Mussolini adems de sealar la influencia del fascismo en la sociedad y la intelectualidad italiana.

  • ponja, sorprendido de encontrar en una pizarra, reservada ante todo a las conju-gaciones y a las desinencias irregulares, una ecuacin equivocada. Pero la vista de la seora Bruneri le aportaba recuer-dos de una existencia irregular que, res-tituido a su estado legal, le era forzoso rechazar.

    Las confrontaciones continuaron. Los funcionarios de polica interrogaban diariamente, en presencia de Canella, a todas las personas que podan contar algo sobre cualquiera de sus existen-cias. Los testigos de Verona eran pocos y vagos. Haban viste a Canella en algn instante de los ocho das de su reintegra-cin al hogar y haban credo, exentos de toda sospecha, reconocerlo. Los testigos de Turn, en cambio, eran precisos y se-guros. No solo la seora Bruneri iden-tificaba al amnsico como su marido. Lo identificaba tambin, como Mario Bruneri, su ex amante Julia. Cuestores

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  • y mdicos pensaban que una mujer po-da engaarse; pero dos mujeres, no. Y menos an dos mujeres que eran la una esposa, la otra amante. La comedia era demasiado extraordinaria para no mere-cer los honores de una gran curiosidad y expectacin pblicas, sabiamente exci-tadas por los peridicos. El caso Cane-lla o Bruneri, expuesto en su desarrollo cotidiano, con titulares a seis columnas, por todos los diarios, preocupaba a Ita-lia entera. De la atencin pblica queda-ron desalojados la Carta del Trabajo, la batalla del trigo, el problema de la lira, etc. Mussolini mismo se abstuvo de pro-nunciar en este tiempo un discurso que nadie habra escuchado.

    XVIII

    Contra decisivos testimonios, la seora

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  • Canella mantena la duda en la concien-cia de los funcionarios. Era imposible decidir, despus de haberla odo, que se equivocaba simplemente. Haba en su voz, en su gesto, una conviccin que solo la verdad poda consentir. La seo-ra Bruneri hablaba con la misma convic-cin. Pero le faltaba el amor, el lirismo que daba su acento a las protestas de la seora Canella. Este acento vibraba hasta en los reportajes de la prensa. El escepticismo del pblico medio, del p-blico ben pensante,54 no se contentaba con esto. El reconocimiento de Mario Bru-neri se apoyaba en pruebas mucho ms slidas y numerosas. La certidumbre de una mujer enamorada, no le bastaba para disentir de la impresin dominan-te en las oficinas de polica. La situacin de la seora Canella tenda a aparecer

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    54 Bien pensante, la opinin burguesa corrien-te.

  • trgicamente ridcula. El hombre de Collegno, como se le llamaba, en la dificultad de darle un nombre cierto, era, sin duda, un simulador; la seora Canella, una alucinada. Haba quienes avanzaban ms en este juicio: la seora Canella, despus de ocho das de noto-ria intimidad con un desconocido, no tena ms remedio que simular tambin. Pirandello, interrogado por los perio-distas, evit una declaracin explcita sobre el personaje central; pero, con cer-tera mirada de dramaturgo, descubri el drama ms profundo de esta novela pirandelliana e inverosmil en el drama de Giulia Canella.

    Ella, la esposa de Verona, la esposa pazza di amore, estaba en ese grado de lo sublime y lo heroico indiferente al rid-culo. Reporteada por la prensa, no usa-ba ninguna reserva prudente. Entregaba desnudo e ntimo su drama. Apelaba a la opinin, a Italia, al mundo, contra

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  • el veredicto que, por error, pudiesen pronunciar los cuestores. Cmo poda equivocarse ella que haba esperado doce aos al esposo, con el alma llena de recuerdos? Cmo poda equivocarse ella que no solo era la esposa del pro-fesor Canella, sino hija de un hermano suyo, criatura de su sangre y de su es-tirpe? Pero los cuestores de una huma-nidad exogmica, no podan entender esta razn personal, privada, de la se-ora Canella. Su alegato sentimental, su fe comunicativa, los conmova; pero exi-gan pruebas ms fsicas. Y, cuando las pruebas llegaron de Turn, no vacilaron ya en emitir su fallo. Las pruebas eran los datos correspondientes a la identi-dad de Mario Bruneri, en la poca en que, subrogado por el profesor Canella, haba sido perseguido por una estafa. Las impresiones digitales y la cicatriz en la espalda establecan, de modo inapela-ble, que el desconocido de Collegno era

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  • el tipgrafo Mario Bruneri. Vano habra sido todo intento de persuadir a la poli-ca y a la ciencia de que Mario Bruneri no era en ese tiempo Mario Bruneri, sino el profesor Giulio Canella. Cuestores y mdicos habran sonredo piadosamen-te ante este argumento absurdo.

    La polica poda decidir, oficialmen-te, que el profesor Giulio Canella era Mario Bruneri; pero no poda ya impo-nerle a la esposa del tipgrafo extinto. El fascismo no ha incorporado en sus c-digos la fidelidad obligatoria. Y velaba, adems, para impedirle una coaccin de este gnero, la seora Canella, ms fuer-te que todos los fascismos del mundo. Despus de revisar cuidadosamente las facultades mentales del hombre de Co-llegno, como una parte del pblico se-gua llamndolo, los psiquiatras opina-ron que no haba causa para remitirlo al manicomio. Era un hombre normal; es-taba curado. Y como no existe pena para una simulacin de este gnero, la poli-100

  • 101

    ca careca de derecho para mantenerlo preso. Todos los antecedentes del asunto pasaron al tribunal de Turn, y Canella o Bruneri, segn la polica qued en libertad. A la puerta de la Questura, lo esperaba en un auto, irreductible, desafiante, Giulia Canella. Se llevaba a Verona, de nuevo, a su marido, que le-galmente no era ya su marido. La seo-ra Bruneri habra podido perseguir, por adulterio, a la pareja. A una seal suya, la polica habra seguido a los acusados a Verona. Pero, menos encarnizada e im-placable que la polica, la seora Bruneri prefiri no hacer esta seal.

    XIX

    La villa Canella era un asilo seguro para el amor conyugal. Durante doce aos haba guardado, inexpugnable, la espe-ranza y la fidelidad de Giulia Canella.

  • Ahora celaba su felicidad dolorosa y ro-mntica. Pero si a Giulia Canella le bas-taba su destino de esposa, su marido te-na que reivindicar, adems, su destino de profesor. Mientras la justicia rehusase reconocerlo como Giulio Canella, no po-da regresar a sus funciones ni a sus cla-ses; no poda siquiera sentirse legalmen-te esposo de la seora Canella. Los doce aos de sustitucin de Mario Bruneri, en el uso de su nombre, de su oficio y de su esposa, no haban transcurrido en vano. No haban sido suficientes para llegar a transformarlo definitivamente en Mario Bruneri; pero se interponan hoy entre l y su antigua personalidad, alegando derechos formalmente irrecusables. Era, sin duda, el profesor Giulio Canella; pero durante doce aos haba sido Ma-rio Bruneri. Y esta segunda existencia, que haba registrado sus huellas digita-les en los archivos de la polica de Turn, no le permita continuar su primera exis-tencia sino en sus hbitos conyugales y

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  • domsticos. El drama de la seora Cane-lla haba entrado en su desenlace; el del profesor Canella, comenzaba apenas. Para un profesor de Humanidades, res-petuoso de la ley y del orden, la opinin de los cuestores y psiquiatras es mucho ms que una opinin autorizada. El pro-fesor Canella no se poda sentir l mis-mo, mientras que, legal y jurdicamente, siguiese siendo Mario Bruneri. El juicio del Estado, del pblico, de la sociedad, era el juicio de la historia. Histricamen-te, l no era el profesor Canella, en le-gtima posesin de su mujer, de su villa y de su biblioteca, exonerado solo de su ctedra; era el tipgrafo Mario Bruneri, en ilcito goce de todas estas cosas. Era un esposo adltero, de imprescriptibles antecedentes penales, amante de una viuda que lo mantena. Romntica, la seora Canella se contentaba con la ver-dad subjetiva de su amor clsico. Qu poda importarle el juicio del mundo y de la ley? Tena a su lado a su esposo,

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  • despus de doce aos de espera. Lo te-na, despus de haberlo disputado a otra mujer, a la justicia, a sus pretores, mdi-cos y alguaciles. El profesor Canella, en cambio, necesitaba absolutamente una verdad objetiva, acordada con la ley, digna de sus colegas. La seora Canella poda vivir solo para su amor; el profe-sor Canella, no. Acadmico, ortodoxo en todas sus opiniones, crea que el amor no encuentra su orden y su expresin sino en el matrimonio. En su caso, exis-ta el amor; pero, legalmente, faltaba el matrimonio. Toda su vida no deba transcurrir dentro de los muros de la villa Canella. Tanto como la vida de un hombre casado, era la vida de un profe-sor de segunda enseanza. Su mujer lo haba reconocido sin excitacin desde el primer momento; pero sus colegas, coartados por la opinin de la justicia y del Corriere della Sera, haban rehusado reconocerlo. Algunos, privadamente, haban reanudado su amistad con l; to-104

  • dos, pblicamente, estaban obligados a ignorarlo, mientras pesase sobre l la ex-traa interdiccin que le haban ocasio-nado sus impresiones digitales, registra-das en Turn, a consecuencia de un error del detall del regimiento X, como las de Mario Bruneri.

    XX

    La seora Canella se estim generosa-mente recompensada por sus dolores, al dar a luz una nia. Cul ser el nom-bre de esta nia? se preguntaba la murmuracin, solcitamente informada de este suceso, en todas las esquinas Bruneri o Canella? Desde su lecho, la seora Canella adivin esta curiosidad callejera y decidi darle respuesta por la prensa. Era necesario que Italia entera, que conoca su drama, conociese ahora su ventura. Tena razones nicas para

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  • dirigirse a su pueblo, como una reina, anuncindoles su maternidad.

    Lo hizo en esta carta, que la prensa calific de vibrante:

    Proclamo con el ms grande orgu-llo, aunque sea duea de m misma y no tenga la obligacin de dar satisfaccin de mis actos a nadie, que he ofrecido hoy a mi segunda Patria adorada una nueva hija del dolor, una hija del martirio, una hija de una madre probada en las formas ms crueles por una serie de desventu-ras, soportadas siempre con cristiana re-signacin; de una madre, que durante 12 aos vivi y se mantuvo fiel al esposo le-jano, con la esperanza de que el padre de sus hijos volvera en el corazn, conser-vndose pura, hasta con el pensamiento, para el esposo que Dios le haba dado y que regres a sus brazos perfectamente, ntegramente suyo, digan lo que digan todos aquellos que en buena o mala fe se lo disputan, ciegos por sus teoras que

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  • se desvanecen como la niebla al sol ante una, no dir conviccin absoluta sino absoluta certeza.

    Estoy segura, en mi perfecta integri-dad moral y fsica, de que mi criatura es hija del hroe de Monastir, de mi Giulio, que ha sacrificado a la ms grande Italia, su posicin y su salud y que Dios me ha restituido pobre, con la traza de largos sufrimientos. Es hija de Giulio Canella, a quien los hombres quieren arrancarme no s por qu razn, pero que yo sosten-dr con la ayuda de Dios, del Dios de los justos y de los buenos, hasta la ltima gota de mi sangre.

    Vendr un da en el cual aquellos que hoy me estorban y contrastan sern deslumbrados por la luz de la verdad, esa verdad que no puede dejar de venir. Entonces yo preguntar a las almas equi-libradas, a los que serenamente razonan, quines fueron los sugestionados: si yo con mis leales sostenedores o los adver-sarios que con tanto (inexplicable) en-

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  • carnizamiento nos perseguan.Hoy que una nueva maternidad da

    nuevas palpitaciones a mi corazn pido a todas las madres una plegaria, pido a los hombres de corazn justicia serena y a cuantos han hecho girones, no solo de mi corazn, sino tambin de mi honor, a cuantos sobre mi vida intachable han salpicado el fango de la infame calum-nia, a cuantos se han divertido a expen-sas de mi martirio, me han vilipendiado y ultrajado hasta delante de la cuna de mi angelito: no puedo sino enviarles la palabra de perdn. Que Dios les d sen-timientos ms humanos. Giulia Cane-lla.55

    55 En el primer tramo del libro se nombra a la esposa del profesor Giulio Canella como Julia para resaltar su amor entregado y pasional, si-milar al de la herona de Romeo y Julieta. En el tramo final se la nombra como Giulia, quiz para remarcar el destino ineludible que la vin-cula, como envs perfecto, a su esposo Giulio. Hemos respetado esta variante que realiza el narrador.108

  • La ortografa, la gramtica de esta carta eran, en algunos retoques, del pro-fesor Canella, a quien finalmente le era dado emplear en algn trabajo su autori-dad magistral, literaria; pero el impulso la emocin y el texto eran de la purpe-ra, que loca de amor segua representan-do, con estilo de gran trgica italiana, su papel de protagonista del ms pirande-lliano e inverosmil romance de amor contemporneo.

    XXI

    El tribunal de Turn no quiso dar la im-presin de conmoverse. Se haba forma-do juicio inapelable sobre la cuestin. Fiel al positivismo de su tradicin, se atena a las pruebas fsicas, a los testimo-nios mltiples. El hombre de Collegno era el mismo a quien correspondan las

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  • impresiones dactiloscpicas, registradas en la questura de Miln. Era, pues, Mario Bruneri.

    El profesor Canella recibi, abruma-do, la comunicacin del auto emitido por el Tribunal. El alguacil portador de este papel, haba preguntado a la criada: vive aqu Mario Bruneri?. Dignamen-te la criada haba respondido que no. Habra sido difcil que se entendieran, si los alguaciles no tuviesen prctica en cumplir siempre su encargo, sin com-prometer la forma legal. La comunica-cin era para la persona que haba esta-do en el Manicomio de Collegno y que resida en esa casa.

    La seora Canella no supo, por el momento, nada de este auto. En aten-cin a su estado, le fue ahorrada esta impresin. Precaucin intil, porque un fallo adverso del tribual de Turn, aho-ra que se senta victoriosa, no la hubie-ra arredrado mnimamente. Quedaba el recurso de apelacin. Lo ganara. Y aun

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  • si lo perdiese, qu importara? Defen-dera su felicidad, contra los tribunales.

    Los razonamientos de su marido eran diversos. Empezaba a pensar que en doce aos haba perdido, quiz, el de-recho a volver a ser el profesor Canella. Con la copia del auto en las manos, des-fallecido, se senta casi Mario Bruneri. Esta parte de su pasado era la que haba dejado ms huellas en el mundo y en l mismo.

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  • La novela y la vidaSiegfried y el profesor Canellade Jos Carlos Mariteguise imprimi por encargo

    de Editorial nfima en una impresora Epson T24

    con tinta continua en enero de 2013.El tiraje fue de 300 ejemplares.