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La Pesca de la Trucha Antonio Fernández Suárez LA PESCA A MANO, UN DEPORTE QUE DESAPARECE ¿Por qué muere este deporte? Las causas son muy variadas; señalaré las principales. 1.ª A la edad en que nosotros empezábamos a meternos en el agua intentando atrapar alguna trucha, a partir de los ocho años, los chicos de hoy no lo hacen. Están criados con mucho más mimo y comodidades que lo fuimos nosotros y tienen muchas más cosas para divertirse y ocupar los ratos de ocio: bicicletas, balón, variedad de juguetes, revistas infantiles, cromos, radio, televisión, la propina semanal... etc. Cosas todas ellas desconocidas para nosotros. Nos metíamos en el río para ocupar esas horas de ocio, de una a tres de la tarde, que llamábamos la hora de la siesta. En el pueblo, teníamos la calle para correr, el río para remojarnos y muy poco más si exceptuamos el mucho trabajo en el campo y con el ganado. 2.ª El que siente la llamada del río, se inicia con la caña que es lo está de moda y al alcance de todos. 3.ª Aguas abajo de un pantano, imposible pescar a mano; bajan las aguas reguladas y muy frías. 4.ª Pescar con caña es mucho más cómodo y más rentable. Se puede practicar durante toda la temporada de veda abierta, cinco meses. A mano, sólo los meses de julio y agosto como mucho. 5.ª La temporada de la trucha se abre a mediados de marzo, por consiguiente, cuando llega julio, están los ríos ya muy mermados de pesca. 6.ª El río se ha convertido en un basurero, lugar donde van lógicamente a parar todas las aguas sucias de las casas y de las

La Pesca de La Trucha

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La Pesca de la Trucha

Antonio Fernández Suárez

LA PESCA A MANO,UN DEPORTE QUE DESAPARECE

 

¿Por qué muere este deporte?

Las causas son muy variadas; señalaré las principales.

1.ª A la edad en que nosotros empezábamos a meternos en el agua intentando atrapar alguna trucha, a partir de los ocho años, los chicos de hoy no lo hacen. Están criados con mucho más mimo y comodidades que lo fuimos nosotros y tienen muchas más cosas para divertirse y ocupar los ratos de ocio: bicicletas, balón, variedad de juguetes, revistas infantiles, cromos, radio, televisión, la propina semanal... etc. Cosas todas ellas desconocidas para nosotros.

Nos metíamos en el río para ocupar esas horas de ocio, de una a tres de la tarde, que llamábamos la hora de la siesta. En el pueblo, teníamos la calle para correr, el río para remojarnos y muy poco más si exceptuamos el mucho trabajo en el campo y con el ganado.

2.ª El que siente la llamada del río, se inicia con la caña que es lo está de moda y al alcance de todos.

3.ª Aguas abajo de un pantano, imposible pescar a mano; bajan las aguas reguladas y muy frías.

4.ª Pescar con caña es mucho más cómodo y más rentable. Se puede practicar durante toda la temporada de veda abierta, cinco meses. A mano, sólo los meses de julio y agosto como mucho.

5.ª La temporada de la trucha se abre a mediados de marzo, por consiguiente, cuando llega julio, están los ríos ya muy mermados de pesca.

6.ª El río se ha convertido en un basurero, lugar donde van lógicamente a parar todas las aguas sucias de las casas y de las cuadras y causa repugnancia meterse en él. Las piedras, además, están como grasientas y se resbala con facilidad.

7.ª Antaño, la transparencia de las aguas invitaba a zambullirse; hoy día, con mucha pena, hay que huir de muchos ríos.

8.ª Los caminos y senderos de los montes se pierden; lo mismo ocurre con los ríos. El campesino no limpia sus riberas y las mimbres, los zarzos y otros hierbajos lo invaden todo. El río se hace intransitable, y son muchos los tramos que no reciben los rayos solares en todo el día.

Estos tramos de río sombríos tienen muy poca trucha o ninguna. La trucha busca la luz, el sol, los mosquitos... y se concentra en los pozos soleados donde son fácil presa para el pescador de caña.

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9.ª Los ríos están llenos de plásticos, latas, cristales; un corte, sobre todo en las manos, es muy fácil.

10.ª Y por fin, la ley de pesca prohíbe la captura de las truchas a mano y los ríos están mucho más vigilados que antaño.

El pescador de mano se acerca al río para disfrutar, relajarse, pasar un rato agradable. Si estás pendiente de que la guardería te pueda sorprender...

Por estas y otras razones, el pescador de mano desaparece y dentro de unos años habrá que recurrir a las crónicas y a las oficinas del ICONA, para recordar que antaño también las truchas se cogían a mano.

Un bosque

Nacimiento de un río. Un canchal.

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Una laguna.

Hoy día el río es el basurero del pueblo.

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La cascada detiene la ascensión de la trucha

LOS JUEGOS DE NUESTRA INFANCIA 

Hace cincuenta años, ¿cómo se divertía y ocupaba sus ratos de ocio un niño en los pueblos de la montaña?

La falta de comunicaciones, el aislamiento en que vivían los pueblos, forzaba al niño a avivar su ingenio en busca de algo nuevo y llamativo. Por suerte o por desgracia ya casi todo estaba inventado. Desde tiempo inmemorial se venían repitiendo en los pueblos las mismas cosas. Cada pueblo era un pequeño mundo con sus hábitos y costumbres.

Si tenemos en cuenta que en una casa de campo siempre hay trabajos que realizar, no parecerá extraño que a partir de los ocho años los niños no dispusiésemos de mucho tiempo para juntarnos y organizar nuestros pasatiempos.

Raramente podíamos contar con una tarde libre; si acaso, la del domingo y en tiempo de invierno.

En muy pocas casas se vivía holgadamente y era necesario que todos aportasen su granito de arena. También es cierto que muchas veces nos mandaban  trabajos superiores a nuestras fuerzas; pero eran tantas las necesidades...

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La mujer salía mucho al campo, casi tanto como el hombre; de ahí que nuestras madres en muchas ocasiones se viesen desbordadas.

Nos enseñaban de todo: desde limpiar las cuadras, traer agua, barrer la cocina y el portal, mondar patatas, cortar leña, guardar las vacas, acompañar a una persona responsable, como zagal, en la guarda de cabras y ovejas; hasta ir al prado a buscar un cesto de verde para un ternero. A los nueve años ya manejábamos la guadaña y la hoz de segar el cereal.

Nuestros juegos no eran muy variados y dependían de la época del año.

Nos tocaron años de grandes nevadas. Con la nieve construíamos túneles y muñecos. Entablábamos batallas a bolazo limpio barrio contra barrio, o hacíamos santos. Hacer un santo era muy fácil; hacerlo bien era otra cosa. Nos dejábamos caer de espaldas sobre la nieve; el arte consistía en no deshacer la figura al levantarse sin la ayuda de nadie; ganaba en que lo hacía más perfecto.

Jugábamos mucho al escondite aprovechando que los pajares estaban llenos de hierba y de paja.

Esperábamos con ansiedad la época de los nidos. Entonces se trababa un verdadero pugilato para ver quien «aprendía» más nidos. Aprovechando las salidas al campo, y en ocasiones sólo con este fin, buscábamos y rebuscábamos entre los arbustos, escobas, urces y en el suelo.

Al atardecer, mientras esperábamos en la calle la llegada del ganado menudo, cabras y ovejas, cada uno diciendo los nidos que había «aprendido». Si nos poníamos de acuerdo, te «aprendo», nos decíamos, uno de pájaro grande por tres o cuatro de pequeño. Pájaros grandes eran: el águila, la paloma, el gavilán, el arrendajo, la perdiz...

Cuando de perdiz se trataba, yo por lo menos era muy exigente. ¿Quién «aprendía» a otro un nido con doce y hasta quince huevos? ¿Quién te aseguraba que lo respetase y no se lo descubriese a otro?

Pájaros pequeños eran: la escribana, que hacía el nido en el suelo, engañapastores, jilguero, carbonera, verderín, verderón, anzuladina...

Nos divertía contar los nidos, como ahora los cromos o las bolitas, observar a la madre cuando «guaraba», o daba de comer a los pequeños, cómo estos iban creciendo...

Respetábamos siempre el nido de pájaro pequeño, y de los grandes, aquellos que, según nuestros mayores, no eran enemigos de la caza o de la agricultura.

Había dos pájaros que nos merecían toda clase de respeto y admiración: la cigüeña y la golondrina.

Hacíamos mucho ejercicio en el tiro de la piedra. El saber manejar bien la piedra ayudaba en la guarda del ganado: vacas, cabras, ovejas. Las mayores víctimas de las piedras eran los gatos y los perros.

Los chicos de hoy no saben lanzar piedras a mano.

Los ríos de la montaña tienen fama, pero no a todos los pueblos les ha sido dado un río de aguas puras y cristalinas. Los que tuvimos la suerte de tenerlo podemos hablar. En los meses de julio y agosto le sacábamos muy buen jugo. En estos meses el río era nuestro recurso en las horas de la siesta.

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A partir de los ocho años empezábamos a guardar las vacas. Por la mañana regresábamos a las doce solares y a las tres treinta de la tarde de nuevo al campo.

La siesta en esta época del verano era algo sagrado para el hombre del campo. Peo, a nuestra edad ¿quién dormía?

¡Imposible! Así pues, al río. Un río al que ni un solo pescador de caña se acercaba por aquel entonces.

Descalzos, remangado el pantalón y fuera la camisa, al agua.

Como abundaban las truchas, a fuerza de hurgar debajo de las piedras, alguna íbamos sacando. Esto nos animaba un día y otro día.

Por otra parte, había en el pueblo dos mozalbetes, los dos Manolos, verdaderas nutrias a los cuales queríamos asemejarnos. Eran nuestros ídolos, como para los jóvenes de hoy puede ser un as del volante, del balón o del esquí.

Ansiábamos la primera captura, llegar a casa y gritar desde el portal: ¡Madre, una trucha! ¡Una trucha!

No recuerdo las circunstancias que rodearon las primeras capturas, pero si otras muchas. Cuando alguno tocaba una trucha daba la voz de alerta y todos nos lanzábamos hacia la piedra, la rodeábamos, y a tapar cualquier agujero por donde se pudiera escapar. Si el hueco era grande poníamos las dos manos. ¡Cuantas veces, se perdía el equilibrio y al agua! Eso no era nada: lo importante, que la trucha no escapara.

La trucha se sentía acosada por todas partes y como fiera enjaulada iba de una a otra mano buscando la salida.

Este era el momento más interesante y del que guardo lo mejor.

-¡La toco! Ya no.

-Me tocó a mí, -decía David.

-Cuidado Ángel, va «pa» eso lado.

-Por aquí anda, pero no da mano -repetía Pepe.

-Dejarla -decía Laureano, -no la «abrespéis».

-La vuelvo a tocar, -decía Cándido.

Y así, de un lado para otro, la trucha nos tomaba el pelo.

Como la postura era muy incómoda, sin sacar las manos descansábamos un poco y volvíamos a la carga.

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Uno gritaba: ¿la tocáis?

-Yo no -decía Leodoro.

-¡Ya se nos escapó!

-Aquí está. Está muy quietina.

-No te fíes, -gritábamos todos a una.

-Se me va, tapar bien.

Eran momentos decisivos, no respirábamos.

¿Cómo finalizaba la aventura?

En ocasiones, la trucha, cansada y agotada, se entregaba.

El afortunado, cuando ya la tenía segura, comenzaba a dar voces.

-¡Ya la tengo! ¡Huy, que buena!

Sacarla de debajo de la piedra y con la otra mano tratar de asegurar mejor la presa, era lo primero.

Los demás íbamos todos en su ayuda. Con nuestras manos abrazábamos las suyas y salíamos del río. No podíamos correr el riesgo, después de tantos esfuerzos, de que se escapase. Ya en lugar seguro, todos la cogíamos y la contemplábamos una y mil veces. Tanto la habíamos aplastado que la pobrecilla aparecía reventada y con los intestinos saliéndose por la boca y las agallas.

Ocurría en otras ocasiones, que algunos de nosotros, creyéndolo fácil, intentaba coger la presa, pero, desguarnecida la salida, salía como un obús.

Si rozaba en el pie de uno daba la voz de alarma.

-¡Ya se marchó! Me tocó el pie.

Todos protestábamos: ¡Por aquí no!

No era difícil descubrir al causante. Al darse cuenta que había fallado el golpe, se quedaba con una cara tan larga que él mismo se delataba.

-¡Pasmao! ¡Corre detrás, búscala por las pisadas!

Pasado el chaparrón, seguíamos buscando.

Y así un día y otro, un año y otro año.

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El tiempo corría y las horas en el río pasaban volando. Como no teníamos otro reloj más que el sol, éste nos jugaba alguna mala pasada. Las vacas estaban en la cuadra y era la hora de sacarlas, Salíamos de estampida.

Todos queríamos llegar a casa con algo, bien para justificar las horas de ausencia, o para demostrar aquello de lo que éramos capaces; que progresábamos, que nos íbamos haciendo los amos del río.

El reparto de la pesca se hacía escrupulosamente, tantos montones como pescadores y luego a suertes.

Uno de ponía de espaldas al corro. Otro poniendo la mano sobre el montón, decía: Este, ¿para quién? Para Ángel, para Leodoro... respondía el interpelado.

Tan justos queríamos ser, que de tener una balanza de precisión la hubiésemos empleado. Día hubo de cortar en tres trozos una trucha de cien gramos, para que saliese mejor el reparto o porque eran tan pocas que todos queríamos llevar algo.

Transcurridos los primeros años de aprendizaje, la película variaba poco.

Cuando sacábamos una trucha del agua, de una dentellada acabábamos con su vida, si es que alguna le quedaba aún, la dentellada era detrás de los ojos. Respondía a éste la trucha con unos coletazos en nuestra frente y barbilla, y seguidamente pasaba a engrosar el racimo que pendía de la mimbre.

Era un momento de mucha emoción para el afortunado que la había cogido. Colgada de la boca, el afortunado pescador la mostraba a sus compañeros con la misma satisfacción y arrogancia que lo hace el perro de caza con la pieza que acaba de cobrar.

Así fueron los comienzos de aquel deporte que dejaría una impronta en nuestras vidas.

Irede. Cada pueblo era un pequeño mundo.

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Admiración por la golondrina.

Admiración y respeto para la cigüeña.

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A los ocho años el campo con el ganado

El placer de morder una trucha.

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TIEMPO DISPONIBLE.PESO DE LAS TRUCHAS

 

Hoy los pescadores de caña tienen mucho más campo de acción.

En la provincia de León, con 3.000 kms. de río, cinco meses con la veda abierta, buenas carreteras para poder desplazarse de un lugar a otro, fines de semana, vacaciones de Semana Santa y de verano, con ventajas más que suficientes para que el verdadero aficionado pueda quedar satisfecho.

Con la caña se puede salir aunque las condiciones meteorológicas no sean muy favorables. Ni el frío, ni la nieve o la lluvia son obstáculo para el verdadero aficionado que se contenta con poco.

Si han picado algunas, aunque no las haya trabado, ya es suficiente ara mantener la ilusión y esperar mejor suerte para otro día.

El pescador de mano no tenía estas ventajas. Disponía de muy poco tiempo para la práctica de este deporte. Se limitaba a los meses de julio y agosto. Meses, por otra parte, de mucha actividad para el hombre del campo. Recogida de la hierba, del cereal: trigo, avena, cebada, etc., trabajos todos ellos muy duros. Al momento de la siesta tenía más gana de descansar que de acercarse al río.

Finalizada la recogida de la hierba, quedaban unos días de intervalo antes de comenzar la del cereal. Las acequias se volvían a llenar de agua para regar la pradera; eran los días que aprovechaba de una manera más intensa para la práctica de este deporte. El río, con poca agua y templada por la estación, estaba a punto.

Con el agua caliente, la trucha pierde vitalidad y busca en el fondo de las piedras o en los barrancos, un lugar fresco.

En aguas frías, la trucha tiene mucha vitalidad, se mueve de un lado para otro, no se esconde, no da mano. Hay que aprovechar estas dos circunstancias: poca agua y sobre todo, templada.

Al bajar el caudal del río, la trucha lo recorre hasta encontrar un pozo o unas piedras grandes que le ofrezcan seguridad. Es decir, se concentran en lugares donde la mano muy poco puede hacer.

Cuando a finales de septiembre el caudal del río comenzaba a aumentar, las truchas iban saliendo de sus escondites y se dejaban ver.

PESO DE LAS TRUCHAS

Para designar el peso de las truchas nunca se hacía por gramos. Había otra nomenclatura muy distinta. Por cuarterones, medias libras, libras y kgs. Para nosotros, el kg. tenía dos libras, cuatro medias libras y ocho cuarterones.

En los riachuelos lo más corriente era la trucha cuarterona, se encontraban algunas de media libra y muy pocas de libra o de kg.

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La trucha que se cogía a mano en los ríos caudalosos -Luna, Esla, Pisuerga, Carrión, Tera...- era un poco mayor, cuarterón bien colmado, bastantes de media libra, y algunas de libra o de kg.

La trucha de más de 500 grs. busca lugares profundos y piedras grandes de donde sólo a chapuzo o buceando pueden ser sacadas.

En los pozos profundos y en las tabladas, la trucha grande se dejaba ver muy poco; salían más bien por la noche y eran el blanco de los pescadores de tiradera.

La trucha un tanto desarrollada no abandona su hábitat si no es para ir a sitios mejores o por necesidad.

Las truchas se iban colocando en una horqueta de mimbre.

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Buenas carreteras para desplazarse.

Poca agua y templada es lo ideal para pescara mano

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La trucha busca debajo de la piedra un lugar fresco y seguridad.

Una trucha de kg. se la sujeta bien con una mano.

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LO QUE SE PUEDE ENCONTRARDEBAJO DE UNA PIEDRA

 

Lo primero que se pide al pescador de mano, además de la llamada del río, es no tener miedo.

Los he conocido que ante la invitación a rebuscar debajo de las piedras, cambiaban de color, les asustaba encontrarse con cualquier sorpresa desagradable.

Los principios son siempre duros.

Lo mismo les ocurre u muchos de nuestros jóvenes. Se inician en cualquiera de los deportes colegiales: fútbol, baloncesto, balonmano, etc. Para poder competir se necesita mucho entrenamiento y sacrificar muchos ratos de ocio ante la televisión, con la pandilla, la bicicleta, etc. Comienza el desaliento y se van. Hay que vencer muchas dificultades.

El temor a introducir la mano debajo de una piedra o barranco, no es infundado. Te puedes encontrar con una culebra, una rata, un sapo, un desmán de los Pirineos, un cristal, o un lodo tan fino que da la sensación de ser la piel de un animal.

El centro del río está más limpio, son las orillas las que más peligro ofrecen de encontrar algo desagradable.

Una culebra la puedes encontrar debajo de una piedra y en ocasiones se puede confundir con una trucha; la duda desaparece cuando al intentar sacarla, se te enrosca en la mano.

Antaño, cuando nuestros ríos tenían anguilas -desaparecieron a raíz de la construcción de los pantano, era fácil confundirlas con las culebras. Al apretar la mano para sacarla, la anguila se iba fácilmente, la culebra no.

Con mucha frecuencia se las veía deslizarse sobre la superficie de las aguas. Si tenías a mano un palo o una piedra, tratabas de eliminarla. Menos frecuente era, cogerla y lanzarla lejos del río. Lo que es muy desagradable, al menos para mi, es, yendo río arriba, encontrarla enroscada en el cuenco de una piedra, tomando el sol, y recibiendo al mismo tiempo la brisa de las aguas.

A veces por comodidad, vas cogiendo las truchas y las dejas en la orilla o sobre las piedras. En más de una ocasión sorprendí a una culebra que acudía el reparto del botín.

También he sido testigo de la lucha entablada entre una culebra y una trucha. La culebra apresa a la trucha por donde puede. La trucha trata de soltarse y es emocionante ver los esfuerzos que hace para desasirse de las fauces de su enemiga. Una vez que ha clavado sus dientes en el cuerpo de la trucha, la culebra no suelta. Se deja llevar de un lado para otro sin ofrecer la menor resistencia. Chapotean en el agua, tan pronto se ve a la culebra como a la trucha. Al cabo de muy pocos minutos, la trucha, rendida y agotada, se entrega.

Para la culebra llegó la hora del banquete.

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En estos casos siempre me puse a favor del más débil, la trucha. Una vez conseguida la libertad, la trucha era vista y no vista.

Las culebras que he visto en el río no suelen ser grandes, lo mismo que las truchas que pueden apresar. La culebra de río no es venenosa.

Nunca he visto en el río una trucha que llevase otra en la boca, pero si he sacado de debajo de las piedras truchas con otra en la boca a medio engullir.

Varios pescadores de tiradera me manifestaron lo que sigue: muchas veces durante la noche, al intentar matar una trucha, a través de las mallas de la tiradera, mordiéndolas debajo de los ojos, lo que se mordía era una cola.

¿Qué ocurría? La tiradera había atrapado a una trucha que se estaba engullendo a otra y como empiezan a tragarla por la cabeza, si no había terminado, el pescador se encontraba con la cola de la difunta.

A las ratas de agua es muy difícil llegar a tocarlas, se van ante el menor peligro; deben de tener buena vista o un oído muy fino y se echan fuera de las piedras rápidamente.

En cuanto a los sapos, por la piel rugosa y los torpes movimientos cuando se les toca, es fácil reconocerlos, pero causan repugnancia.

El desmán de los Pirineos o topo de río, alguna vez se le llega a tocar debajo de las piedras, se echa fuera rápidamente. Nunca oí que mordiese a nadie. Se le encuentra con mucha frecuencia por el río, moviéndose con rapidez de un lado para otro. Nunca se le ve parado. Algunos son victimas de las nasas. Si la nasa es de hilo, roe y sale, pero si es de alambre o mimbre, allí queda a merced del pescador.

En cuanto al mirlo acuático da muchos sustos. Sale sin previo aviso de piedras y barrancos a cien por hora.

Es vieja costumbre en nuestros pueblos arrojar al río un animal que muere: gatos, perros, gallinas, en ocasiones hasta cabras, ovejas, cerdos, etc. Unas veces era el olor a podrido lo que nos ponía en guardia. En otras, se encontraban aparcados en la orilla, o en medio del río, detenidos por una piedra o tronco. Verlos, medio pelados y descompuestos, era muy desagradable.

Pero nada de esto detenía ni amedrentaba al verdadero aficionado.

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¿Qué se puede encontrar debajo de una piedra?

La culebra acude al reparto del botín.

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COMO SE COGE UNA TRUCHA A MANO 

Siempre he oído decir que coger una trucha a mano, debe de ser muy difícil, casi imposible; se resbalan tanto...

Opino que en la vida no hay nada fácil, todo exige mucha preparación y entrenamiento, y pocas cosas imposibles de alcanzar si uno se lo propone y pone en juego los medios adecuados.

Aquellos que estamos metidos en el mundo de la enseñanza, sabemos lo que cuesta a un niño ir superando día a día la lección diaria y los miles de horas que se consumen para conseguir un simple certificado de estudios primarios.

Parecida dificultad y trabajo, diríamos, es el que exige el conocimiento y la destreza de cualquier deporte.

La captura de una trucha a mano, verdadero deporte, también tiene sus dificultades, pero no tantas como algunos creen.

Una vez en el río, el pescador de mano ha de tener en cuenta dos cosas: primero, localizar la trucha y a continuación cogerla, cosa ésta, como bien se puede suponer, la más difícil.

Se pesca siempre río arriba, es decir, contra corriente. Y la razón está en que, además de ser más cómodo, la trucha al salir huyendo, casi siempre va aguas arriba con lo cual existe la posibilidad de volver a encontrarla.

Si se trata de un pozo o una piedra grande, la trucha allí se siente segura y habrá entonces que acosarla mucho para que lo abandone.

Conocer el río ayuda mucho. Los pequeños ríos de montaña varían muy poco de un año para otro. Las piedras buenas suelen ser las grandes y no es fácil que una crecida las arranque o las ciegue.

La piedra suele tener la entrada por la parte de abajo, contraria a la corriente y no suele obstruirse. Lo más que puede suceder es que penetren algunas arenas o piedras pequeñas, fáciles de remover.

Por la parte de arriba y por los lados de la piedra, el agua puede abrir nuevas entradas o taponarlas.

Sé de muchas piedras que, a lo largo de los años, están siempre igual. Todo es cuestión de ir con más cuidado la primera vez que visitas el río. Si la entrada se ha taponado un poco, se escarba y se hace el agujero un poco mayor, hasta que entre la mano.

Las piedras del centro del río varían un poco más; unas desaparecen y otras son cubiertas por los arrastres.

En los ríos pequeños hay que ser muy meticulosos. No hay lugar que no merezca ser escudriñado. Antes de llegar las cañas se encontraban truchas en cualquier piedra, pero desde entonces...

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En el río hay lugares y piedras privilegiadas que suelen estar ocupadas por las truchas más grandes. Lugares un tanto misteriosos que bien me gustaría saber por qué la trucha tiene esa querencia a ocuparlos. Conocíamos estos lugares y era bien sabido de todos, que si hoy se cogían en él una o dos truchas, antes de ocho días, otras volvían a ocuparlo.

Más aún. Ocurre con mucha frecuencia que se te va una trucha de una piedra. A los diez minutos o antes ha vuelto de nuevo a ella. Y esto con más seguridad si se trata de dos truchas emparejadas.

Un pescador me contaba: «Pescando en el Curueño, encontré dos truchas de medio kg. debajo de un peñasco. El lugar estaba muy batido por la corriente, hasta el punto que para no ser arrastrado por la fuerza del agua, mi acompañante me sujetó por un brazo. Saqué una, la otra se fue. Respiramos un poco, tanteamos de nuevo la piedra y... allí estaba ya de nuevo la antes escapada. Corrió la misma suerte que su compañera».

Si hay piedras que tienen un atractivo especial y las truchas encuentran en ellas algo más que un escondite, también es cierto que de otras piedras huyen como la paloma del gavilán.

Debajo de una pizarra y sobre todo debajo de una piedra caliza jamás se coge una trucha a mano.

¿Por qué?

La trucha busca la piedra muy rodada que le ofrezca una superficie pulimentada donde pueda restregarse, rascarse, sin hacerse daño. Y eso no se lo ofrece la pizarra y menos la caliza, ya que éstas tienen una superficie áspera, picos y aristas cortantes. La trucha siente un placer al restregarse con una piedra suave, con otras truchas o con la mano del pescador.

Si debajo de una piedra se cogen dos truchas suelen ser del mismo tamaño, macho y hembra, aunque a veces se da el caso también de encontrar una grande y otra pequeña.

A este respecto recuerdo una anécdota muy curiosa. Fue en el año sesenta. En el río Luna, término de Barrios, y en el lugar denominado Puerto Viejo, había una trucha de más de ocho kg. de peso. Si te acercabas al pozo con precaución, se la veía ir y venir de un lado para otro, como reina y señora. Dos o tres truchas de uno o dos kg. le hacían la cohorte y no la dejaban ni a sol ni a sombra. Pero en el pozo no se veía ninguna otra trucha.

La trucha era muy visitada y no con muy buenas intenciones. Pues sabido es que más de uno llegó a disparar sobre ella. Aunque, para bien de la pieza codiciada, siempre sin fortuna.

Pero lo cierto es que la trucha un buen día desapareció. Las «malas lenguas» apuntaron a un famoso pescador, Pepe, pero la verdad nunca se supo.

Pocos días después de haber desaparecido, el pozo se llenó de truchas pequeñas.

Visto el tamaño de la piedra y comprobadas las entradas que tiene, se introduce una o las dos manos. Depende de como esté la piedra y la postura que ésta te permita adoptar. Al introducir la mano se ha de hacer siempre muy suavemente para no espantar las posibles piezas que allí hubiese. Todas las precauciones que se tomen a este respecto, serán pocas. Y aún así hay días en que las truchas no aguantan nada y salen disparadas.

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La trucha, si siente peligro, tratará de echarse fuera o se va al fondo de la piedra que es donde ella parece sentirse más segura.

Cuando es un solo pescador, si merece la pena y se puede, se tapan las salidas dejando solamente una.

Dos o tres pescadores se complementan muy bien y se evita mucho trabajo. Se ayudan mutuamente y las piedras grandes, pueden ser revisadas y controladas mucho mejor.

El cazador se vale generalmente de un perro para que le descubra la pieza.

El pescador en cambio, no contará con más ayuda que su propia intuición, conocimiento del río y sus manos, para descubrir la pieza que busca. Si una piedra no ofrece facilidades para ser debidamente examinada, el buen pescador sabrá descubrir enseguida si merece la pena agrandar la entrada o hacer otra nueva al lado opuesto. «Me gusta la piedra y la cueva, solíamos decir; hay que mirar bien, no me fío».

¡Cuántas veces después de mucho rebuscar, se acababa localizando alguna trucha en el lugar más insospechado!

En los ríos pequeños, como el de Caldas, Laguelles, Irede, hay que ser muy meticulosos; tienen mucha piedra y la trucha se puede quedar en cualquier rincón o hendidura. Es mucho más trabajoso pescar en estos riachuelos que en un Luna, Esla, Carrión, Arlanza, Adaja, Tera... El río grande cuenta con muchas más truchas y es más fácil localizarlas. Por eso se puede uno permitir el lujo de mirar solamente las piedras buenas. Cuando en uno de estos ríos una trucha ofrece dificultad para sacarla, es mejor desistir, cosa que no se suele hacer en un río pequeño.

En estos pequeños ríos, después de tres o cuatro horas de brega y de haber movido no menos de una tonelada de piedras y arena, el pescador termina agotado y desriñonado.

¿Fácil o difícil coger una trucha?

En contra de la creencia general, la mayor dificultad no estriba en que la trucha sea muy resbaladiza, sino en la facilidad de movimientos y el riesgo de escaparse por cualquier agujero no previsto. Antes de rendirse lo intentará todo, yendo de un lado para otro y buscando una posible salida.

Decimos de un portero que tiene buenos reflejos si atrapa o despeja el balón con facilidad. El pescador tiene que tener los reflejos en las manos.

Mientras la trucha, alocada, va de un lado para otro, no intentará echarle mano, sino cerrarle el paso. Cuando ve la imposibilidad de salir se acobarda y entonces es el momento de intentar apresarla. Si la piedra es grande, la trucha se irá al fondo buscando el lugar que le dé más seguridad. En estos casos da siempre la cola y guarda la cabeza.

¿Qué hacer?

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Con dos dedos se tira de la cola muy suavemente y se la va atrayendo poco a poco. Si ofrece alguna resistencia, se puede establecer una especie de pugilato, un tira y afloja. El pescador trata de sacarla de su guarida, la trucha se resiste. Vuelve a tirar de la cola una y otra vez hasta que cansada se entrega.

Otras veces, según se la va trayendo, da un tirón y media vuelta, en busca de la salida. El pescador, que sabe que esto puede ocurrir, no intentará atraparla pero si cerrarle el paso. La trucha quedará dando vueltas por la cueva o volverá al mismo sitio. Todo es cuestión de paciencia. Al final, cansada y acobardada, se entrega. También puede ocurrir, que mientras estás tirando de la cola, la trucha con su hocico sigue horadando y desaparece.

Si una piedra tiene varias truchas se puede actuar de distintas maneras. Si la piedra tiene una sola entrada no hay problema. Primero se sacará una y después otra hasta finalizar la operación. Si son dos entradas y se las domina con las dos manos, lo mismo. Actúan las dos manos y si las truchas son dos, se puede sacar una en cada mano, cosa que no es difícil. O bien una mano cierra y la otra las va sacando.

Si no se dominan las dos entradas, siempre que se pueda se tapa una, dejando abierta la mejor, la que más garantías ofrezca. Al ir sacando las truchas hay que cuidar mucho que las de más no se echen fuera.

¿Cómo?

Cuando ya se tiene la trucha casi fuera de la piedra, se espera unos segundos a que las demás se serenen, pues si ha dado algún coletazo se han puesto en estado de alerta; se saca rápidamente y se la lleva a la boca. Y de nuevo a tapar con la mano y a rebuscar.

 Los días en que las truchas están un tanto relajadas, si no son grandes, se pueden sacar hasta dos a un tiempo y en la misma mano. Cosa nada fácil de conseguir, pero no imposible.

Lo difícil y lo que exige mucha experiencia es cuando se encuentra una trucha debajo de una piedra o barranco de una gran cavidad. La trucha está suspendida en el agua pero sin un punto de apoyo para poder atraparla. Lo más normal es que se vaya al ver la mano, y si se llega a tocar es brevemente. De cuando en cuanto se coge alguna, son truchas grandes, más de trescientos gramos, más pequeñas casi imposible, no dan mano. Y esto, ¿cómo se logra? No lo sé.

Cuando tocas una trucha en estas condiciones, siempre se actúa sin esperanza ninguna de cogerla; no obstante, como en toda regla general, siempre hay excepciones.

Aún más inverosímil.

Manolín González, compañero de infancia, y ya desaparecido, me lo relataba en estos términos:

«Corría el año 1945. El muro del pantano de Luna salía de los cimientos. Con unos amigos salimos a coger unas truchas para la merienda. En un barranco me encontré con una de medio kg. Cuál no sería mi sorpresa al dejarse coger sin la menor resistencia. Bien sujeta por lo que pudiera ocurrir, la miraba y no salía de mi asombro, no daba señales de vida, no movía ni la cola. Estará muerta, pensé. Salí del río y la dejé sobre la hierba. Aquí, sí, comenzó a saltar con fuerza».

Un viejo y experimentado pescador de mano, me contó lo que sigue.

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«El río Luna tenía unas magníficas tabladas, donde las truchas cuarteroneras se veían a bandadas; auténticos criaderos.

La cabecera de la tablada era el lugar más profundo, de uno, dos o tres metros y ahí estaban las truchas grandes.

No lejos del pueblo de Barrios había una tablada de donde era casi imposible sacar las truchas; sólo los buenos chapuzadores podían permitirse ese placer. Entre los monillos de la «cabecera» había uno que ofrecía unas garantías de éxito si se lograba hacer una entrada por la parte de atrás, fuera del río. Trabajo costó pero se logró.

Aquello resultó un hervidero de truchas. Me parecía soñar, pero no, era realidad.

No sé cuánto tiempo tuve la mano dejándose acariciar por las truchas, se apreciaba perfectamente cuando era una trucha grande la que se acercaba.

Había que actuar, podían darse cuenta de la treta y quedarse a verlas venir. De estos casos se daban tan pocos que no se podía desperdiciar la ocasión.

Actué como sigue: introduje la mano suavemente dejándome acariciar sin ofrecer la menor resistencia, como una trucha más.

Hay que tratar de aisladas -divide y vencerás- primero una, después otra. Muy suavemente se va llevando la trucha hacia un borde de la piedra, si intenta marcharse se la deja, hasta encontrar un punto de apoyo y allí durante unos segundos se la deja inmóvil, apretando fuerte.

Al intentar sacarla se evita que pueda dar algún coletazo, alertaría a las demás y en un momento desaparecerían todas.

Con todas estas precauciones conseguí sacar la primera.

Dentro de la covacha ¿qué habría pasado?

Introduje la mano, reinaba la calma. Saqué otra y otra y así hasta cuatro.

Como dicen ahora nuestros jóvenes ¡aquello era una gozada!

¿Hasta cuándo?

Yo mismo me extrañaba de que no se hubiese alterado la calma.

-A por la quinta, -me dije.

Pero esta vez, ni señales de truchas, todas habían desaparecido.

¿Qué había pasado?

No lo sé.

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La cuarta trucha la había sacado, a mi parecer, con las mismas precauciones que las anteriores.

Cundió la alarma en los pacíficos habitantes de la piedra y pusieron agua por medio. Lo más llamativo en estos casos es que no queda ni una. Dieron un peso de 1,400 kg.

Con la construcción del pantano el cauce del río se alteró, pero la piedra, allí sigue desafiando los temporales».

Se necesita arte y maestría.

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En piedra caliza no se coge una trucha a mano.

Río Luna. El pozo del Puente Viejo.

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Pescando varios es muy cómodo y divertido.

Pescando varios es muy cómodo y divertido.

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Pescando varios es muy cómodo y divertido

Hay tramos de río muy duros de pescar

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Una a la boca, a por otra

Piedras grandes y mucha agua, buenas para chapuzar.

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Piedras grandes y mucha agua, buenas para chapuzar.

Hay posturas muy cómodas y otras que no lo son tanto.

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Hay posturas muy cómodas y otras que no lo son tanto.

Hay posturas muy cómodas y otras que no lo son tanto.

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EL CHAPUZADOR 

En la pesca a mano se pueden hacer dos apartados: el pescador del que hemos hablado y el chapuzador o buceador.

Los dos emplean las manos como instrumento para atrapar las truchas, pero las tácticas son distintas.

Al primero, se le denomina pescador de mano. Va de piedra en piedra, sin prisa, mojando las manos y los pies, alguna vez la cabeza, y casi nunca la barriga.

En los pequeños ríos de montaña, mojar la barriga significa abandonar el río pues uno se enfría rápidamente. Ocurría alguna vez que el pescador resbalaba y caía tan largo como era. En este caso no tenía más alternativa que salir al sol a secarse o abandonar la pesca.

EL CHAPUZADOR

Así se denominaba en la zona de Luna al pescador de mano que se metía debajo del agua para sacar las truchas.

Se chapuzaban los ríos «grandes» como el Luna, Esla, Órbigo, Omaña, Bernesga, Torro, Porma, Sil ... y algunos de sus afluentes. Por sor de largo recorrido y valles más abiertos, el agua se calienta en los meses estivales y permite esta especialidad de pesca.

El chapurador tiene que tener buenos pulmones, resistir de bajo del agua por lo menos medio minuto y mucha habilidad para atrapar las truchas, pues el tiempo apremia. No puede perder el poco tiempo de que dispone en rebuscar, dar pronto con la trucha y fuera.

Puede zambullirse varias veces consecutivas, hasta comprobar que no queda ninguna, bien porque las haya atrapado o porque se marchan.

Para este menester hay que conocer muy bien el río, los lugares que ofrecen garantías de encontrar truchas, como pueden ser barrancos, raizones y, sobre todo piedras grandes o peñascos.

Hay un peligro. Introducir la mano entre dos piedras o raíces y no poder sacarla. Más de un caso se dio de perder la vida en este lance. Y éste es uno.

Apolinar vivía en el pueblo de Olleros de Sabero. El jornal de la mina no era suficiente para sacar adelante a su numerosa prole de nueve hijos.

Especialista en el chapuzo, aprovechaba los meses de julio y agosto para arrancar al río un segundo jornal.

A tiro de piedra estaba el famoso río Esla con su riquísima trucha. Apolinar a sus cincuenta años lo conocía muy bien y bien catalogados tenía todos los pozos.

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No obstante, un 25 de julio del año 1948 el pozo de los Bueyes, que tantas veces había trasteado, le jugó una mala partida. Había realizado varias inmersiones, pero en una de ellas, para Apolinar la última, tardaba en salir. Su hijo mayor que siempre le acompañaba se lanza al agua para auxiliar a su padre. Había quedado aprisionado por una mano entre dos rocas. Cuando logró sacarlo, era cadáver.

 Conocí alguno que aguantaba en el río, una y hasta dos horas, chapuzando.

Los meses de más calor, julio y agosto, son los preferidos. La época mejor suele ser de quince de julio a quince de agosto.

Como se dice por estas tierras, de Virgen a Virgen. La mejor hora, a partir de las dos de la tarde, hora solar, cuando el agua está más caliente.

De antemano se determinaban bien los lugares elegidos: «Hoy miraremos el pozo de la Matilla, mañana la tablada de los Fresnos...».

En el término de Barrios de Luna había dos pozos fuera de serie: El pozo del Negrón y el del Castillo. Muy pocos chapuzadores se atrevieron a bajar a ellos.

Los dos, uno por el pantano y el otro por la autopista León Campomanes, han desaparecido. Increíble las truchas que tenían. Los pescadores solían decir: «Aquí hay toneladas». Piadosa exageración, pero no tan lejos de la realidad.

En el río Omaña era bueno el pozo del Piélago, en el término de Paladín. Y en el río Torío gozaba de fama, los Pontones de Cármenes. Para muchos amantes de la pesca, los Pontones es el más bonito y elegante de todos los pozos de la provincia.

En el río Curueño, el pozo Ciego, en Tolibia de Abajo y en Valdeteja, el pozo el Canalón, que hace unos años dio una trucha que pesó 12,50 kg.

En el río Porma, el pozo de la Herrería, cerca de Remellán. Entre las buenas piezas que ha proporcionado, una llegó a los.8 kg.

En el río Sil, el pozo el Canalón, término de Rioscuro. Y en los términos de Piedrafita y Vega de los Viejos, los pozos de: La Salladera, el Bonito y la Granada.

En el río Esla, padre de nuestros ríos, los Peñones de Villahibiera, el Cuebro en Riaño, los Infanzones en Bachende y uno, muy original por su forma, el pozo Conja, en las Salas.

Según don Jesús Pariente, el mejor pozo de la provincia es el de Valdoré. No se sabe la profundidad que tiene y ningún chapuzador ha llegado abajo. Ha dado truchas de 11,50 kg. Convendría una buena exploración por submarinistas para descubrirnos todos sus secretos.

Y sigue don Jesús. La trucha está diezmada en todos nuestros ríos y en cambio proliferan los barbos, piscardos, bogas, escallos, lucios...

El río más truchero fue el Esla, pero hoy día está muy contaminado. Las aguas del Porma y del Órbigo han sido reguladas por un pantano, desde entonces tienen más trucha que el Esla.

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Para el señor Pariente, el mejor hoy día, es el Porma. El Órbigo ha empezado a contaminarse debido a los pueblos importantes que cruza: Benavides, Carrizo, Hospital...

El Omaña tiene unas condiciones trucheras excepcionales por la cantidad y la calidad. Su afluente, el río del Valle Gordo, es en su categoría, de lo bueno, lo mejor.

La contaminación a quien más ataca, es a la trucha grande. Hasta aquí don Jesús Pariente, un médico dentista muy conocido en León y provincia. Tiene publicados varios trabajos sobre la trucha.

Lo normal del chapuzador, es sacar una trucha cada vez que se sumerge. Para sacar dos, una en la boca y la otra en una mano, hay que dominar bien el oficio y depende mucho de cómo esté la cueva.

Contadísimas veces se da que un chapuzador salga con una pieza en la boca y otra en cada mano. Tiene que ser un superclase en habilidad y resistencia. Y por lo menos, una tendrá que sacarla muerta.

El éxito de la operación depende en buena parte, del conocimiento de la cueva. Estos lugares suelen cambiar poco de un año para otro. Si esto ocurre o es la primera vez que el chapuzador se acerca a ella, será cuestión de estudiarla para asegurar el éxito en lo sucesivo.

Estos lugares elegidos por el chapuzados son los mejores del río, los preferidos por las truchas. De forma que si hoy se sacan, al cabo de ocho días otros nuevos inquilinos han ocupado el lugar. Lugares un tanto misteriosos a los que las truchas tienen una querencia espacialísima.

Si el chapuzador, pasados unos días, repite suerte, con toda seguridad encontrará truchas. Y eso solían hacer.

A mayor profundidad la trucha es mayor y aguanta más. Se siente segura. Nunca ha sido molestada y bien sabe que por aquellos contornos no encontrará otro lugar que le ofrezca más garantías de seguridad. Si el chapuzador no consigue amarrarla, con toda seguridad al día siguiente la volverá a encontrar en el mismo lugar. El chapuzador lo sabe muy bien y no cejará un día y otro día hasta hacerse con ella.

De ordinario el chapuzador era pescador de tiradera.

Si el lugar reúne condiciones para ello, sobre todo piedras, las cubre completamente con la tiradera y se mete debajo. La trucha que no consigue coger, al echarse fuera de la piedra queda atrapada en las mallas de la misma.

Concretamente en este caso, la pericia del chapuzador consiste en obligar a las truchas a echarse fuera. En ocasiones el conseguirlo no es tan fácil como a simple vista parece. La trucha se da cuenta de la trampa que le han tendido y va de un lado para otro, hasta que el pescador se cansa, levanta los trastos y dice: «Otro día te espero, ¡ya caerás!»

O también acostumbra, una vez cubierta la piedra por la tiradera, a picar con un palo, para que al echarse fuera la trucha, quede apresada en la red.

La especialidad de chapuzador es muy bonita, no muy costosa y rentable. Como en todos los deportes hay chapuzadores de primera, de segunda y de tercera.

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El buen chapuzador conocedor del río y de los lugares que ofrecen garantías de llenar la cesta, programa una serie de inmersiones a lo largo del verano. Va a tiro fijo y no suele fallar. Con toda seguridad ese día cae un buen jornal.

En estas profundidades no se encuentran ni sapos ni culebras, pero impone el introducirse en una cueva que se adentra dos o tres metros.

Hoy día, con gafas, oxígeno, fusil subacuático y una luz en el casco, sería muy fácil, pero antaño a pecho descubierto...

Río Esla. Precioso rincón para chapuzar y para mano

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El chapuzador en busca de la cueva.

Río Torío. Los Pontones de Cátmenes.

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Río Sil. Puente de las Palomas.

El deshielo rápido, la mejor depuradora de nuestros ríos.

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¿Y POR QUE NO LA PESCA A MANO?

Desde los tiempos de mi niñez a nuestros días han pasado muchos años y han cambiado mucho las cosas.

En nuestros días la pesca de la trucha con caña se ha generalizado y es el único arte permitido para sacar las truchas del río. Las mismas condiciones para todo el mundo, lo mismo para el riberiego que para el hombre de la ciudad. Está al alcance de todos los aficionados, ricos y pobres, jóvenes o viejos.

Cuarenta mil cañas en la provincia de León son más que suficientes para controlar y regular las truchas de nuestros ríos, más bien son excesivas; hay que repoblar y obliga a la guardería a mayor vigilancia para que nadie se desmarque.

Hace 50 años se podía pescar legalmente con tiradera y con caña, pero nunca estuvo permitido pescar a mano.

Que en la actualidad se prohíba pescar a mano lo comprendo, pero, que estuviese prohibido hace 50 años, ni antes ni ahora lo he llegado a comprender.

En la cuenca del Luna, u otra cualquiera de nuestros «grandes ríos» regionales, un buen pescador de tiradera, y había muchos, en un año, arrancaba más truchas al río que todos los pescadores de mano de la cuenca, juntos.

En la mayoría de los afluentes de nuestros ríos más importantes no se pescaba con tiradera, no daba juego, la trucha no «arrasaba» para usar el zarpón; ni se naseaban los ríos porque no reunían las condiciones necesarias. Los pocos pescadores de caña tenían un campo de acción más que suficiente en los «grandes ríos». Mientras lanzaban una vez en el afluente, lo hacían una docena de veces en el «río grande» y con más probabilidades de éxito.

En muchos riachuelos no había otro método para sacar las truchas que la mano.

También es cierto, que la vigilancia era escasa y se podía pescar con tranquilidad, casi casi, como si estuviese permitido.

¿Qué razones pudieron motivar la ley de la prohibición?

Yo desconozco las razones. Como desconozco también los motivos por los que, en la década de los cuarenta, privaron a nuestra montaña de una fuente de riqueza: el ganado cabrío.

Hoy sufrimos las consecuencias.

Tampoco comprendo la presencia de los lobos por nuestros montes. Son los mayores enemigos de nuestros ganados. y de nuestras reservas de caza mayor. ¡Con lo fácil que resultaría erradicarlos!

El pescador de tiradera lo hacía por necesidad, para arrancar al río un jornal; el pescador de mano, por deporte.

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El pescador de tiradera se iniciaba en la juventud y se retiraba cuando las fuerzas tísicas comenzaban a fallar.

El pescador de mano comenzaba a los ocho o diez años, y abandonaba el río a los veinticinco o antes. Era demasiado duro y poco rentable. El prohibirlo era privar a un buen número de jóvenes de los pueblos de practicar un deporte al alcance de muchos.

La tiradera arrancaba más truchas al río que todos los otros sistemas de pesca: caña, mano, trasmallo, relumbrera, zarpen, nasa... y sin embargo, de todos ellos, solamente la caña estaba permitida.

En la década de los cincuenta aparecieron en el río del pueblo las primeras cañas.

Tino Alonso y los hermanos Manolo y Ruperto Rubial, fueron los pioneros. Según me cuentan, ir al río y llenar el gabito (horqueta de mimbre) de truchas, era facilísimo.

A medida que fue pasando el tiempo, las truchas se fueron dando cuenta del engaño y fue necesario al pescador perfeccionar sus métodos. Con los años, algunos llegaron a ser maestros y otros alcanzaron el doctorado.

Aún tenemos truchas en nuestros ríos, 13 de agosto de 1989. Río Porma.

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El pantano de Luna y su famoso puente

EL PANTANO DE LUNA YSUS PEQUEÑOS AFLUENTES

 

Cuando allá por los años cuarenta comenzó la construcción del pantano de Luna, los aficionados al río, concretamente los pescadores de mano, soñaban con grandes pescatas. El embalse sería como una inmensa piscifactoría y los pequeños afluentes, algo así como los pueblos de la Sierra para los habitantes del gran Madrid. Un lugar de recreo, de descanso, de esparcimiento.

Las truchas dejarían las frías aguas del gran estanque y volarían a las más templadas de los afluentes, para descansar, cambiar de alimento, contemplar las hermosas riberas y buscar nuevos horizontes, aventurándose río arriba, hasta el nacimiento. Buscar ese algo, algo misterioso que la trucha de río encuentra debajo de algunas piedras, llegando hasta el fondo de las mismas, sea para placer, descanso, seguridad...

Y la trucha pequeña ¿quién lo iba a dudar? La trucha pequeña, hasta de 120 gramos o algo más, buscaría el río como único medio de supervivencia.

Sin duda ninguna, en los pantanos como el Luna, la vida de la trucha pequeña, es muy dura, muy difícil. Salvarse del acoso de sus hermanas mayores, casi un milagro. Los miles de truchas de kg. o más, buscan afanosamente, día y noche, saciar su voracidad sometiendo a las más chicas a una persecución constante.

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En esa gran masa de agua, la trucha pequeña no tiene escapatoria; avanza menos que la grande y no tiene donde guardarse. A la que echen el ojo o «caiga en desgracia» no la salva nadie. Y cuidado que una trucha come.

Volviendo a las expectativas del embalse, hay que decir que nuestros sueños acabaron como el de la lechera.

La cesta se quebró como el cántaro y aquello de llegar al río y en menos que canta un gallo, llenarla, se fue como un sueño, pero con un despertar un tanto desapacible. ¡Qué desilusión! Como para no volver al río.

La primera vez que llegué al río de Caldas, ya embalsado el pantano, comencé a revolver piedras en los mismos limites del río y del pantano. Piedras fenomenales que aún están allí.

Esperaba de un momento a otro encontrarme con la primera trucha de kg. A estas alturas, después de muchos años, casi sigo esperando.

Recorrí unos 500 m. de río; pude atrapar algunas, pero ninguna era del pantano. Al año siguiente repetí la experiencia. A 200 m. del pantano, debajo del puente que da paso a los pueblos de Caldas, La Vega y Robledo, encontré una trucha de kg. Una trucha de cabeza grande pero bien proporcionada la longitud y el grosor. Era del pantano. Ni una más.

Tres años después, 400 m. arriba del puente susodicho, topé una trucha muy desproporcionada. Estaba debajo de una gran piedra. Tengo que confesar que sentí mucho reparo cuando recorrí con la mano el cuerpo de aquel animal tan largo, muy pocas carnes y cabeza grande. Pesó un kg. En condiciones normales, para pesar más de dos.

¿Cómo estaba allí?

Remontó el río y por los motivos que hayan sido, no pudo volver al pantano. Acabó con las truchas del pozo y con todas las que tenían la osadía de acercarse por sus dominios.

¿Y después? A pasar hambre.

El río de Caldas. como tantos otros ríos de nuestra montaña, no tiene despensa para saciar la voracidad de estas truchas grandes.

Dos truchas, sólo dos, después de varios años de búsqueda incansable.

En estos mismos años. visité en dos ocasiones el río de Abelgas. Río estupendo para la pesca a mano, desde la central eléctrica hasta la desembocadura en el pantano. No logré encontrar ni una trucha del pantano.

El pueblo de Laguelles quedó cubierto por las aguas, pero su río, auténtico río de montaña. nacido a la sombra de un peñón gigantesco, puede recorrer libremente 1.500 m. antes de ser absorbido por el embalse. Sus aguas son muy frías y muy batidas y la trucha pequeña pero finísima.

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Desde el pueblo de Mallo y después de recorrer seis km. por el monte, se llega a la majada de ovejas trashumantes que tiene allí su asiento, lo mismo que el chozo del pastor, en algunas casas abandonadas, no cubiertas por las aguas del embalse.

El valle comienza a despertar. Ovejas, mastines, perros careas, yeguas y dos pastores. Todo se pone en movimiento.

El pastor llama a los mansos y comienza el desfile. Van saliendo de la majada sin prisa. Un pastor a la cabeza, mientras el otro «arrebate» los corderos pequeños. Tendrán que quedarse en el aprisco, con la pena de las madres que berras cada poco y vuelven la vista atrás, para decirles odios.

!Buenos días, amigos! Les dije, acercándome a ellos.

Buenos días.

-Como no hay prisa para entrar en el río les acompaño un buen trecho.

Las ovejas tienen buen pelaje, lo mismo que las yeguas. Los pastores me lo confirman, alegando que, este puerto tiene buenas hierbas.

-El lobo ¿da guerra?

-No lo hemos visto. Alguna noche los perros se han puesto un poco alborotados, pero carne no nos han hecho.

-¿Y de truchas?

-Nada.

-¿Ni pescan a mano ni ponen cuerdas en el pantano?

-Eso no nos va.

-Pero hombre, un platín de truchas de cuando en cuando...

-Si las comeríamos, pero el río no nos llama. Tenemos conservas en el chozo.

-Está muy avanzado el mes de agosto y las aguas del pantano han bajado muchos metros.

Son las dos de la tarde y comienzo a mirar las piedras que durante muchos meses estuvieron cubiertas por las aguas del embalse, ni una sola pieza que tropiezo.

Sigo río arriba sin prisa.

-El agua está helada, tanto como la del embalse. Fuera ya del cauce del río que estuvo cubierto por las aguas, comienzo a sacar alguna trucha, más bien cuarteroneras, auténticas de río.

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Finalizo la jornada, más muerto que vivo, con un botín que no supera la docena de truchas, ni una del pantano.

Con esta jornada trucheril doy por finalizada la experiencia. Las truchas criadas en el pantano, no suben a los ríos afluentes.

Cierto que en algunos suben a desovar, al de la Vega-Robledo pero, ¿qué tanto por ciento de alevines se quedan en el río? Para mí, muy pocos o ninguno.

Más tarde me lo confirmarían las gentes de los pueblos. El río viene a tener las mismas truchas que antes del pantano.

Aún más. Cuando en el mes de junio las sedientas tierras del Páramo leonés piden agua, el nivel del pantano comienza a bajar.

Tierras que hace meses no ven la luz del sol, van quedando al descubierto. Son tierras muertas, pero no tardará en apuntar la vida. Finas hierbas, muy verdes, irán cubriendo las tierras que han podido desembarazarse de las aguas.

El cauce del Luna corno el de sus afluentes aparece completamente limpio. Los mimbrales que lo enmarcaban han muerto debajo de las aguas. Como recuerdo de aquella frondosidad, alguna estaca seca, que al menor golpe de cayada, se quiebra.

En las aguas tampoco hay vida. La trucha del pantano, a medida que van bajando las aguas, se retira. El cauce del río está limpio de maleza, pero sin vida.

Los pescadores de la zona me confirman que en algún pozo grande, puede quedar alguna trucha de 500 o 1.000 gr., pero muy contadas.

CONCLUSIÓN

La mucha del pantano, ni remonta los afluentes ni se queda en el río Luna y afluentes cuando las aguas del cuenco los abandonan para fertilizar nuevas tierras.

Se cumple el dicho: La oveja y la vaca, donde nacen, pacen. Hace unos años era muy rentable y divertido pescar en las aguas del pantano, sobre todo con cuerdas que se dejaban a lo largo de toda la noche; hoy, ya no.

Salen muy pocas truchas. ¿Cuál es la causa?

¿No desovan? ¿Enfermedad? ¿Contaminación de las aguas? Nadie lo sabe.

Habría que vaciar el pantano y hacer un estudio de la cantidad, tamaño y estado de las truchas.

Tengo para mí que la principal razón está en el elevado número de truchas grandes que alberga el pantano.

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En el año 60 una fuga de agua obligó a vaciar el cuenco. Por las compuertas de fondo, obligadas por la presión del agua, salió tal cantidad de truchas -se hablaba de toneladas- que hubo para dar y tomar. Las había de todos los tamaños y para todos los gustos. La mayor fue la conseguida por Andrés Suárez. más conocido por «Ventorro», que dio un peso de nueve kg.

En un km. de río, donde quiera que se metiese la sacadera, salían truchas. Auténticas bodas de Camacho para los ribereños y alguno más.

Si el número de truchas en el pantano va disminuyendo, también la calidad. A medida que van pasando los años, la trucha es más basta, de piel más gruesa y escamosa y de peor sabor.

No podíamos imaginar que aguas abajo del pantano, la pesca a mano había terminado. En los meses de julio y agosto, las aguas, frías y reguladas, acabarían con todos los sistemas de pesca, exceptuando la tiradera y la caña.

Río de Caldas de finísima trucha

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Río de Laguelles, ni una trucha como muestra.

Laguelles. Han bajado las aguas, la vida renace

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Las orillas sin vida, los mimbrales han muerto.

BARRER EL RÍO 

El término barrer el río, hoy día podríamos decir peinar el río, quizá suene en muchos oídos a exterminación de la pesca.

Nada de eso. De todos los métodos que se empleaban hace años para pescar, ninguno exterminaba la pesca.

Se decía: «Vamos a barrer», porque la red que se empleaba se llamaba barredera.

Se barrían únicamente las tabladas.

¿Qué es una tablada? Una tablada en un río es un tramo de cauce llano en que el agua se remansa, una especie de gran balsa de agua. En nuestros ríos puede tener, cien, doscientos o tres cientos metros de longitud, por veinticinco o treinta de anchura.

Las tabladas pueden ser naturales. En este caso la mayor profundidad o cabecera, está aguas arriba y va disminuyendo poco a poco en profundidad, para terminar en un pequeño desnivel donde el agua se reagrupa y forma una corriente más o menos rápida.

Si la formación de la tablada se debe a un puerto o dique como ocurría con la del Negrón de los Barrios, la mayor profundidad o cabecera se encuentra en el mismo puerto. Se forma un embalse aguas arriba. Va disminuyendo poco a poco el nivel del agua para terminar en lo que se llama «cola de la tablada».

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Los puertos están hechos de estacas, vigas de roble, piornos, escobas, y todo ello cubierto por una buena capa de tierra, cosa esta última, que muchas veces el mismo río se encargaba de realizar. Hoy día se emplean mucho los plásticos.

Los puertos de madera lo mismo que los puentes, tienen un grave inconveniente; las crecidas del río los arrastran.

Por eso, tanto unos como otros, en la actualidad, para evitar estos inconvenientes, se construyen de piedra o cemento. Pero estos puertos de morrillos o cemento que el río no consigue arrastrar, tienen un grave inconveniente para los aficionados a la barredera.

Con los años, los arrastres del río que allí se van acumulando, rellenan la tablada.

Esto ocurrió en el río Bernesga debajo del puente de San Marcos de León. Los arrastres del río inutilizaron en muy pocos años el pequeño embalse, construido con fines deportivos, para pequeñas embarcaciones de remo.

El puerto es un dique de contención de aguas, cuya finalidad es poner en movimiento centrales eléctricas, molinos, telares, etc., y de una manera especialísima, el riego.

En épocas de estiaje la mejor defensa que tienen las truchas en nuestros ríos, son estas balsas de agua. En sus orillas crecen pujantes los mimbrales.

Paulino, guarda del coto del Castillo, en el río Omaña, afirmaba: «Este verano del 86 ha sido nefasto para el río Omaña y alguno de sus afluentes. Con la pertinaz sequía el río baja con muy poca agua. Los asesinos del río, los que vierten lejía, han hecho mucho daño, de día y de noche. Pero la trucha tiene una defensa muy buena, las tabladas. Hay que echar mucha lejía para matar. Varias tabladas tienen en estos momentos 300 kg. de truchas».

Con el correr del tiempo el agua va formando grandes covachas en las orillas de las tabladas y ahí gusta la trucha de esconderse en las épocas del verano buscando el fresco. Por el centro de las tabladas no suele haber piedras grandes, si puede haberlas en las orillas.

Para barrer se necesita un equipo de hombres conducidos por un técnico en la materia.

A la cabecera de la tablada se tiende la red de lado a lado, cubriendo lo mejor posible toda la anchura del río. Seis u ocho hombres la acompañan, uno en cada extremo y los demás por el centro. Se barre de arriba hacia abajo.

Por las orillas y delante de la red, van uno o dos hombres con grandes varales rompiendo la tranquilidad de las cuevas y obligando a las truchas a echarse fuera. La querencia de las truchas en estas circunstancias es remontar el río; al impedírselo la red, se van concentrando por la tablada.

Si la red en su lento caminar encuentra algún obstáculo, se la levanta con mucho cuidado hasta salvarlo.

Al final de la tablada y en plena corriente se coloca el trasmallo, la relumbrera.... uno o dos hombres vigilan.

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A medida que se va cerrando el cerco, a la trucha no le queda otra alternativa más que lanzarse corriente abajo yendo a caer irremediablemente en la trampa.

Si la formación de la tablada se debe a un puerto, se colocan dos redes. Una fija, más o menos cerca de la cabecera según convenga. La otra a la cola. Esta se pone en movimiento. Cuando están próximas y la pesca cercada, almadraba en pequeño, con sacadoras, relumbraras u otros medios, se van sacando las truchas.

Si el puerto es de palos y tierra se puede hacer con una sola red. En el puerto se abre un pequeño canal «reventar el puerto», se dice, y allí se coloca una nasa. relumbrara o trasmallo. A medida que va avanzando la barredera, la trucha no tiene otra alternativa más que entrar en el canal y caer en la trampa.

Y también sin red. Hecha la abertura en el puerto, se coloca una de las armadijas citadas. Se va picando por las orillas y las truchas se echan fuera. La misma fuerza del agua empuja a la trucha que penetra sin más en el canal y cae en la red.

En estos casos, para mayor éxito de la paseata se coloca una ...a en la cola de la tablada. La mayor parte de la trucha se va río abajo, pero alguna remonta. Allí está la nasa que detiene su caminar.

La operación viene a durar de dos a tres horas; depende del interés que se ponga y del número de kg., que se deseen coger.

En la tablada quedan muchas truchas. La trucha de cien gr. pasa por la malla de la red. En la misma cabecera, muy profunda y con grandes morrillos, quedan muchas truchas, otras no salen de la cueva o lo hacen en dirección contraria dentro de la misma cueva eludiendo la red.

Barrer una tablada siempre era rentable. Si no está «pisada» se pueden sacar hasta cuarenta, setenta o cien kg.

Se pueden dar una o varias pasadas.

Como es un tanta espectacular hay que montar bien la vigilancia para no caer en manos de la guardería.

Siendo muy niño, tenía nueve años, tomé parte en una, más bien como observador. En aquella ocasión una docena de hombres bregaron de lo lindo pera arrancar al río once arrobas de truchas. Fue un 25 de julio, día del Señor Santiago. Las truchas salieron camino de Madrid, envueltas en nieve helada que se conservaba en una cueva situada detrás de la Peña del Castillo de Luna. Esta cueva había sido preparada con la finalidad de acumular nieve en el invierno y poder mandar las truchas fuera en el verano.

Al repartir el importe cada pescador se llevó sus buenos cinco duritos; a mi me obsequiaron con quince pesetas Nunca había tenido en mis manos semejante fortuna.

Esta clase de pescatas se hacían en los meses de julio y agosto.

Al pescador que solía sacar su pesetilla del río, no le interesaba y si tornaba parte era por puro compromiso.

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La finalidad casi nunca era económica, pero si salían muchas como en esta ocasión... Una merienda, la fiesta del pueblo, o tratar de capturar una trucha grande que perjudicaba mucho al río, eran los motivos principales.

Magnífica tablada natural en el río Esla.

Un puerto muy rudimentario: piedras superpuestas y tierra.

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Los formados por vigas de madera y leña, los que más abundan.

Construidos con morrillos y cemento

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El más moderno: hormigón.

El río Omaña en agosto del 86.

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Sólo una red que avanza lentamente.

Dos redes, una fija.

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En la cabecera de la tablada estaban las truchas más «gordas».

LA NASA 

Los últimos meses del año eran de poca actividad para el pescador de tiradera.

A mediados de enero se ponían de nuevo en movimiento; llegaba la freza o desove. Unos con tiradera y otros con tiradera y nasa, recorrían nuestros ríos buscando el jornal.

Con la freza la trucha comienza a moverse en el río. Busca un lugar tranquilo, arenoso y sin piedras, para depositar sus huevos. Machos y hembras pueden formar una plancha de 25 o 30 kg. de truchas.

Aquí llegaba el pescador portando un arma muy eficaz, por algo estaba prohibida: la nasa. No todos los pescadores de tiradera lo eran de nasa, pero sí un buen número, sobre todo entre los jóvenes.

Por su parte, los viejos pescadores de tiradera y nasa argumentan: «había tantos fregones y tan grandes que aunque se les quitasen algunas no se notaba».

A siete u ocho metros de distancia del fregón, siempre que se pueda, se colocan dos nasas, una a la cabecera del fregón y la otra a la cola. La entrada de la nasa siempre mirando al fregón.

La nasa de la cabecera solía tener más truchas que la de la cola. La trucha al abandonar el fregón, suele hacerlo hacia arriba. Una paredilla en forma de ángulo agudo, con la nasa en el vértice, le cerraba el paso. La trucha está muy débil y como la entrada de la nasa está muy limpia, «la era que dicen los pescadores», le invitaba a entrar. La salida seria hacia la cesta del pescador. Una vez que entra en la nasa, imposible salir.

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Las nasas son de hilo. Un pescador podía colocar 10 o 15 nasas. Todos los días se visitaban para retirar las capturas.

En ocasiones se llenaba tanto, que se encontró alguna trucha, mitad dentro, mitad fuera de la nasa.

Las truchas mayores que solían entrar en la nasa, eran de un kg.

Colocar la nasa era muy duro. Las aguas estaban muy frías y ¡cuántas veces se entraba descalzo en el río!

ENEMIGOS DE LAS NASAS

1º El caradura que sin el correspondiente «permiso» recorre el río visitando las nasas ajenas hasta llenar la cesta propia.

2° Las nutrias. Para estos expertos nadadores desarbolar una nasa y darse un banquete era facilísimo.

3° La guardería. En esta época la guardería solía llevar un palo largo con garfio en la punta. Sacaba la nasa del río, la deshacía y las truchas, de nuevo en libertad.

Finalizada la freza hay que colgar la nasa.

La trucha queda muy débil y se va a las aguas delgadas donde no hay corriente.

LA NASA EN EL VERANO

Llegados los meses de julio, agosto y septiembre, si el tiempo lo permite, la trucha se ve de nuevo sorprendida por ese artefacto que llamamos nasa o naso.

Para pescar con nasa en el verano el río tiene que reunir ciertas condiciones: poco caudal, tramos casi llanos, ni pozos profundos ni piedras grandes donde las truchas puedan esconderse con seguridad.

Elegido el tramo de río que reúna estas condiciones se pone manos a la obra.

Se pesca siempre río arriba.

Se trabaja con dos nasas que se colocan en los extremos del tramo elegido, a unos 50,60 u 80 m. de distancia.

Una nasa mira hacia arriba para recoger las truchas que salgan disparadas río abajo; la otra mira hacia abajo para recoger las truchas que intenten remontar el río.

La nasa se coloca donde más impetuosa sea la corriente. A ambos lados, una paredilla; pueden ser unas piedras superpuestas, para cerrar la huida a la trucha y obligarla más a entrar.

Colocadas las nasas, el pescador o pescadores comienzan la labor junto a la primera nasa.

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Hay que mirar y remover muchas piedras. Las truchas se ponen en movimiento. Alguna se coge a mano, pero la mayoría de las que salen huyendo van a parar a las nasas. La de arriba recoge más.

Rara la operación que se Imantan las nasas vacías. En ocasiones resultaba una buena «fascañada».

Si hay un tramo de río muy pendiente, se coloca una nasa al final. La misma operación: remover y forzar a la trucha a abandonar su guarida.

Las truchas, asustadas y empujadas por la fuerza del agua, entran en la nasa como «Pedro por su casa».

Son muy pocos los ríos que se pueden pasear en el verano.

La nasa puede ser de hilo, alambre o mimbre; todas va/en y cumplen

Nasa de hilo.

Nasa de mimbre.

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Nasa de mimbre

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Nasa de mimbre.

Nasa de alambre en acción

Nasa de hilo de tres arcos.

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LA RELUMBRERA 

La relumbrera tiene la forma de un embudo grande. En la boca, que es rectangular, lleva dos palos paralelos del grosor más o menos de un mango de escoba y un metro de largo.

Al abrir la relumbrera puede quedar una entrada de boca de más de un metro de diagonal.

Los pescadores a relumbrera van siempre de a dos. Uno lleva la relumbrera y el otro, un palo largo para hurgar en las cuevas y obligar a las truchas a echarse fuera. El que lleva el palo comienza a hurgar. El otro, colocado a dos o tres metros de distancia cuidando de que la boca de la relumbrera esté siempre bien abierta; boca por la que las truchas van entrando sin maliciar nada.

El del varal, si brega con fuerza y según las indicaciones que le de el de la red, cumple; no así el de la red, pues las capturas, dependen mucho de cómo y dónde la coloque. Tiene que ser conocedor del río y del oficio y preveer por dónde puede salir la trucha en cada circunstancia.

Preparados los dos, suena la voz.

¡Vamos!

A hurgar se ha dicho.

Las truchas, asustadas por la tormenta que de pronto se ha desatado en su pacifica mansión, salen disparadas.

Entran las primeras truchas y el del varal deja de hurgar siguiendo las indicaciones del maestro. Este levanta la relumbrera y mata las truchas, que se dejan dentro de la red para que sirvan de señuelo a las demás.

Cuando hay varias truchas muertas, que van pesando, se sacan, pero dejando siempre alguna.

Esta operación se repite hasta que termine la faena.

La temporada de pesca es muy corta: desde mediados de julio hasta mediados o finales de agosto.

Se pesca siempre do arriba, contra corriente. Los mejores lugares son las orillas de las tabladas, donde las truchas gustan esconderse en las horas de mucho calor.

El pescador se puede encontrar con una trucha que esté «arrazada», es decir como adormilada. Entonces se le mete la relumbrera de cara y ella sola entra.

No es difícil llenar la cesta cuando se trastee una buena tablada.

Como pueden apreciar es muy interesante y divertido para el que lleva la relumbrera, pero duro para el del varal. Cabe, no obstante, la posibilidad de turnarse en el oficio.

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La relumbrera.

Dos pescadores, relumbrera y varal, en plena faena.

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Río Tormes. Bonito ejemplar, 4.500 kgs.

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EL ZARPÓN 

Hablaremos de otro método de pesca, que, aunque no muy en boga por estas tierras leonesas, si que tenía sus partidarios sobre todo entre la juventud. Se hacía por deporte, por ocupar las horas de la siesta.

LA PESCA CON «ZARPÓN»

Como pueden apreciar por la fotografía, se trata de una especie de tenedor grande que puede tener desde tres a ocho dientes.

Al «zarpón» se le acoplaba un palo de 1,50 m. de largo.

El aprendiz se iniciaba con un tenedor que había hurtado a su madre, pero le ocurrir lo mismo que al aprendiz de mano.

Cundía el desánimo cuando se presentaban las primeras dificultades y muchos abandonaban. Era algo más que llegar al río y comenzar a «clavar truchas».

Si el «negocio prosperaba» dejaba a un lado el tenedor casero y el herrero del pueblo ponía en sus manos uno de los buenos, de los que usaban los hombres.

Los amantes del «zarpón» salían al río los meses de julio y agosto, en esas horas en que los rayos solares caen implacables sobre la superficie de las aguas.

Se pesca siempre río arriba, contra corriente. Las tabladas son los lugares preferidos. El agua está caliente, tranquila y a la trucha se la puede localizar con facilidad.

Como el aficionado a este deporte no suele desplazarse lejos, sino que lo hace en su río, conoce muy bien los lugares donde las truchas acostumbran a dormir la siesta, por decirlo de alguna manera.

La primera condición del pescador es tener buena vista y no ponerse nervioso. Una vez localizada la trucha, se va hundiendo el «zarpón» en el agua lentamente hasta dar con precisión y rapidez el golpe definitivo para clavarlo en la victima. El llegar a clavar bien depende de la habilidad de cada uno y de los años de práctica.

El pescador puede ir por la orilla sin entrar en el agua, mirando a un lado y a otro hasta localizar la pieza. Lo corriente es meterse en el agua.

En los días calurosos del verano a partir de las dos de la tarde ¿dónde se encuentran las truchas?

La mayor parte de las truchas están encuevadas, bien en los barrancos de la orilla o debajo de las piedras.

Otras están fuera: a la sombra de una piedra o madero; aplastadas en el lecho del río hasta un metro o más de profundidad, o tomando el sol donde hay muy poca agua, muy cerca de la superficie.

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En ocasiones la trucha está tan camuflada a la sombra de un tronco o de una piedra que es difícil verla.

La trucha que «arraza» -dormir- suele ser cuarteronera y de ahí hasta un kg. La pequeña no suele hacerlo.

Pescando a mano, una de las cosas curiosísimas y que llama mucho la atención, es cuando se encuentra una trucha tomando el sol y profundamente dormida. En estas condiciones se la puede arponar. Intentar cogerla empleando las dos manos, no es difícil. También se la puede matar con una piedra o con un palo.

Estas truchas que se han aficionado a tomar el sol, están rojas y tienen la piel tostada por los rayos solares.

Pescando a mano, en el mismo pozo, se pueden sacar truchas negras que no han visto el sol en todo el verano y otras completamente rojas.

Como se puede apreciar, los gustos de la trucha son muy variados.

Hay «tabladas» con planchas de hierba que por estas tierras se llaman «oucas».

A la sombra de estas hierbas gusta también la trucha de ocultarse en las horas calurosas del verano. Aquí la trucha casi nunca está dormida, se mueve lentamente de un lado para otro, atenta a la comida que pueda pasar.

La trucha está siempre mirando hacia arriba, contra corriente. Con una mano se van apartando suavemente las «oucas».

Vista la cola de la trucha, se calcula y, a través de las hierbas se la puede clavar perfectamente.

En estas horas en las que un pescador, armado de «zarpón», rebusca por el río, puede sacar una docena y hasta veinte truchas en días buenos.

Aquí, si podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que el pescador de «zarpón» pesca por deporte. La trucha arponada no está presentable para la venta.

EL ZARPÓN Y LA LUZ ARTIFICIAL

El procedimiento de pescar por la noche con aparatos punzantes, se basa en el hecho de que la trucha, al ser enfocada por la luz, permanece quieta, lo que hace muy fácil su captura.

Ha sido muy difícil encontrar un viejo pescador nocturno de «zarpón» y candil. Pero mereció la pena. Los trabajos de búsqueda quedaron bien recompensados.

Amigo lector, ¿sabías que en algún rincón de nuestra montaña se pescaba de noche con «zarpón» y candil? ¿No lo sabias? Lee y entérate.

El viejo pescador que tuve la fortuna de encontrar, conoce el oficio a la perfección.

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Iniciamos el diálogo:

-La primera noche en el río ¿a qué edad?

-No recuerdo, pero siendo muy niño. Acompañaba a miembros de la familia que eran muy aficionados.

A los catorce o quince años comencé a salir solo.

-¿Muchas noches?

-A lo largo de la temporada, si el tiempo acompañaba, quince o veinte noches cuando más.

Me divertía mucho, pero era trabajoso. No teníamos botas ni traje de agua como ahora y regresábamos a casa como «pitos».

-¿Qué condiciones ha de reunir la noche?

-Noche oscura, «como boca de lobo». A más oscuridad, más garantía de éxito. Si es noche de luna, la trucha no espera. Si es noche serena, el menor rizo en la superficie de las aguas impediría ver las truchas. Aunque la noche esté oscura, si se levanta un poco de viento, al enfocarlas, se marchan.

-¿Y el agua?

-Muy clara y cuanta menos, mejor.

-¿Qué luz empleaban?

-En mis primeros escarceos, siempre en compañía de alguna persona mayor, empleábamos el candil de lucelina y el farol de aceite. Quizá en tiempos muy lejanos los pescadores nocturnos de «zarpón»,se alumbraron con el aguzo y la gamoneta.

El candil de carburo sustituyó al candil de lucelina y al farol de aceite. Y éste es el que empleamos durante muchos años. Tiene algún inconveniente, oscila mucho y esto es molesto. Cuanta más luz, mejor.

Lo mejor, una linterna potente y creo que sería muy buena una lámpara de minero.

-¿Qué hace la trucha en la noche?

-En estos meses del año en que los ríos traen poco caudal las truchas están concentradas en los pozos y en las tabladas o balsas.

Pescábamos en las tabladas donde la profundidad del agua no impidiese los movimientos.

Si observamos la trucha durante el día la vemos casi siempre en movimiento. Durante la noche está como pegada en el fondo del río, sin moverse. Busca la orilla, sobre todo la trucha grande.

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-¿Cómo hacían?

-Se pesca siempre río arriba, avanzando muy lentamente. La cesta a la espalda, en una mano la luz y en la otra el zarpón. Mirando a un lado y a otro y clavando según se vayan localizando.

Siendo dos los pescadores, pueden ir, o bien separadamente cada uno por una orilla, o juntos; uno lleva la luz y el otro el zarpón.

Hay noches de fábula, A veces se encuentran dos truchas tan próximas, que, si el zarpón es un poco ancho, de un golpe se logran ambas.

Si están algo más separadas, se puede «clavar» la primera y la compañera ni se mueve.

A continuación llega su turno.

-¿Es rentable pescar de noche?

-El ir de noche al río requiere mucha afición. Se hace por deporte. La trucha no está presentable para la venta. Se comían en casa.

Casi me atrevo a afirmar que las gentes de la montaña no aprecian la trucha. Salíamos pocos al río y las necesidades eran muchas. Tengo la convicción de que si estuviera prohibida, la venta de la trucha de río, hoy día, en las zonas de montaña, habría muy pocos pescadores de caña.

Volver con la cesta vacía era muy raro, lo normal entre dos y tres kg. Alguna noche se podía llegar a la media docena. Recuerdo una de las noches afortunada, Éramos tres pescadores y conseguimos 18 kg. En otra ocasión, a mediados de octubre y una de las últimas noches en que salía al río, me acompañaba un primo que tampoco era manco: conseguimos 13 kg.

Hay que tener en cuenta que estamos a finales de temporada y la trucha ha sido muy castigada por las redes, los nasos y la mano y hoy día desgraciadamente por la lejía.

De no poner remedio la lejía será la que acabe con la vida de nuestros pequeños ríos.

Hay una cosa curiosísima y que solía ocurrir en el mes de octubre. Noches en que a las truchas les brillaban los ojos como a los animales que te encuentras de noche en la carretera.

-Todos los días se puede aprender algo.

Gracias, viejo pescador.

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Buena tablada para «arrazar» las truchas

Con constancia se van clavando.

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Las manos hacen de zarpón.

En una mano el zarpón, la otra apartando las oucas.

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Todo un muestrario de zarpones.

Bonito ejemplar, 4 hg. río Cabrera

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PESCA A LA LUMBRE 

Pescar a la lumbre es muy interesante y divertido.

Hay un tiempo muy limitado para ello: los meses de julio y agosto en los que los ríos bajan muy mermados y las aguas templadas.

Tiene lugar en las horas de la noche; esas noches serenas y llenas de misterio cuando la oscuridad lo envuelve todo. A mayor oscuridad, más garantía de éxito.

Se pesca solamente en los remansos del río, donde hay poca corriente.

Dos personajes son los protagonistas. Uno lleva la tiradera y otro, la lumbre. El primero tiene que ser maestro en el manejo de la red y conocer el río palmo a palmo. Se avanza río arriba hasta llegar al lugar elegido y allí sin moverse, comienza la operación.

El de la lumbre llevará a la espalda 20 o 25 pachizas, pequeños haces de paja que se colocan en el extremo de un palo de dos o tres metros de largo. Caminará por la orilla sin entrar en el agua y siempre atento a las indicaciones del maestro.

Hoy día la pachiza se puede sustituir por una lámpara potente o los faros del coche.

-¡Ahí! -Grita el que está metido en el río.

-¡Enciende!

-¡Alumbra!

-¡Levanta un poco!

-¡Un poco a la derecha!

-¡Quieto!

Es cosa de un minuto o minuto y medio.

Atraídas por la luz de la pachiza, las truchas se van concentrando.

El que lleva la tiradera ve mejor las truchas que el portador de la lumbre.

Cuando el maestro lo cree oportuno, da la orden:

¡Oscurece!

Al retirarse la luz, siguen unos momentos de desconcierto para las truchas, justo el tiempo preciso para que el de la tiradera, que ya lo tiene todo previsto, lance, sin dar tiempo a éstas para escapar, quedando atrapadas debajo de la red.

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Así, durante varias horas hasta que viene el día o se acaban las pachizas.

Al retirar la lumbre hay que cuidar que no se prenda el matorral o la paja que se lleva a la espalda.

No es muy difícil conseguir diez o doce truchas en alguna redada.

Hace unos años se pescó a la lumbre en el pantanín de Salgas. Los faros de los coches suplían a las pachizas. La Guardia Civil y la Guardería acabaron con este deporte nocturno.

Qué les parece ¿es o no es interesante y divertido?

Tablada ideal para pescar a la lumbre

El pantano de Selgas, río Luna

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Todo está a punto: las truchas y la sartén

PESCA CON CAÑA 

Iniciarse en la pesca de la trucha con cada me parece fenomenal. Es de los deportes que menos esfuerzos exige y más satisfacciones da. Se expone muy poco o nada y más que trabajo es una diversión, un pasatiempo.

Lanzar bien, con precisión, colocando la cucharilla o la mosca en un lugar determinado, exige tiempo.

Los primeros lances, hasta conseguir cierta puntería, se pueden hacer en el río, en la arena o en un prado.

La consagración como maestro exigirá muchas horas, pero todas ellas estarán llenas de agradables recuerdos, de anécdotas interesantes. Habrán dado pie para tener tema de conversación con los amigos a la hora del café.

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Que lances desde la orilla o introduciéndole en el río es lo mismo; las botas de agua evitarán todo contacto directo con el liquido elemento. Si te sientes fatigado te sientas y contemplas el paisaje; la temporada es larga y el día desde que sale el sol hasta que se pone, da mucho de sí.

Aunque la pescara haya sido discreta nunca oí decir vengo cansado del río; todo lo contrario: se siente el placer de haber pasado un día fabuloso, y se hacen nuevos planes para el domingo siguiente; siempre con la misma ilusión y la esperanza de llenar la cesta.

Para los que tienen el río a tiro de piedra, es fácil acercarse y lanzar unas cañadas. Está bajando el mosquito, dicen, con un poco de suerte se puede sacar la merienda.

Para los jóvenes riberiegos una hora de bendiciones al río puede suponer uno o dos kg. de truchas, que traducidos a pesetas, 1.000 o 2.000 soluciona los gastillos de la semana.

Muchos alicientes tiene que tener la caña, si, solamente en la provincia de León, el número de licencias se eleva a más de 40.000.

De toda España y también del extranjero, se desplazan los aficionados para disfrutar de los ríos leoneses. Los mejores de Europa según los entendidos.

La pintona tiene muchos admiradores.

A todo esto tenemos que añadir el tinglado comercial que se ha montado alrededor de la saltona. Tiendas deportivas, montadores de anzuelos, mosca seca y de pluma, los gallos de la Cándana que proporcionan la pluma...

Sigamos. El aficionado que se acerca al río, va de punta en blanco: bota de agua y del tamaño que sea necesario, una ligerísima caña que sostiene un carrete, el último modelo importado de Francia, Japón o Taiwan, el mosquito del día y hora, y la cesta, el último modelo.

Terminada la jornada, el coche para dejar los trastos y volver a casa.

¿Se puede pedir algo más?

Sí, llenar la cesta.

Pero eso ya es harina de otro costal.

Los jóvenes de mi tiempo en cambio, descalzos, pantalón remangado, y una horqueta de mimbre para llevar las truchas.

Y ¿qué más?

Nada más.

¡Con qué pocas cosas se puede ser feliz!

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Si te acercas al río y sigues de cerca a un pescador, podrás observar cosas interesantes. Le verás entregado en cuerpo y alma.

Está absorto, nada le distrae. Todos sus sentidos y energías están centrados en aquello. Una mano sostiene la caña, la otra recoge o da suelta al sedal, según convenga. La vista recorre la trayectoria del sedal una y otra vez. Recoge y vuelve a lanzar. Sin pensarlo ni lanzar una mirada a su alrededor, avanza unos pasos al mismo tiempo que elige el lugar para el siguiente lance. Una y otra vez sigue lanzando con la misma ilusión, esperando la picada.

Cuando «traba», una gran emoción le recorre de pies a cabeza. Se concentra de tal manera que todo a su alrededor desaparece.

Le comparo al gato cuando, localizado el ratón, se aísla de todo y todo su ser vive la realidad de ese momento.

Es un deporte cuyo protagonista es uno mismo. No molestas a nadie ni nadie te molesta. Puedes pasar horas sin hablar con nadie, si no es contigo mismo. Andas a tu aire, no estás pendiente de nadie. No hay árbitro que detenga el lance, ni entrenador que ordene un cambio.

Vas, vienes, subes, bajas, eres tú solo el único árbitro de todos tus pasos.

Muchos padres, preocupados por la educación de sus hijos, los inician en este bello deporte.

Lo considero muy positivo por varias razones: los aleja de compañeros en ocasiones poco recomendables; del ruido y ajetreo de la ciudad; al convivir en medio de la naturaleza, comenzarán a amarla y respetarla; el aire puro los relajará y templará sus nervios.

A todos los que sientan la llamada del río, les invito a seguirla, no se arrepentirán.

MODALIDADES

En la pesca con caña pueden darse las siguientes modalidades: cucharilla, mosca seca, mosca ahogada o pluma y cebo.

Los cebos que más se usan por estas tierras son: la lombriz, la gusarapa, el gusarapin y el maravallo.

Los artistas de la caña están de acuerdo en que, llegar a ser maestro en cualquiera de las modalidades, no es fácil.

¿En posible llegar a dominarlas todas?

Cada uno tiene sus preferencias.

¿Conocemos suficientemente la trucha, sus gustos, sus caprichos, sus reacciones...?

CUALQUIER TIEMPO PASADO...

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Los ríos leoneses han conocido pescadores de postín, lo mismo con la tiradera que con la caña.

Bernardo Alonso e Isaías Ordóñez, fueron maestros con la caña, sentaron cátedra.

Acompañarles al río era ir de sorpresa en sorpresa. Un auténtico festín para los amantes de la pesca.

¿Ves aquella trucha? -me decían-.

Después de mirar y remirar atentamente, conseguía al fin localizar a la pintona que, atenta a lo que pasaba a su alrededor, buscaba cómo saciar su apetito.

Sí, ahora ya la veo.

La verás aquí -y señalaban la cesta-.

Un lance con precisión matemática y unos movimientos de muñeca inapreciables para el profano, y la trucha quedaba prendida del anzuelo.

Verla para creerlo.

Ocurría a veces, encontrarme con ellos y preguntarles:

¿Salís hoy a pescar?

No pensábamos, pero tenemos un encargo de 15 kg. y hay que ir a buscarlos. Con esta naturalidad.

Para Bernardo todos los ríos leoneses eran muy buenos y no tenían secretos.

En alguna campaña consiguió todo un record: 1.000 kg. de truchas arrancadas al río a fuerza de constancia y saber hacer.

No es una quimera ni un sueño. Fue una realidad allá por los años 45 al 60.

Hoy día ¡ni soñarlo!

Los 40.000 pescadores que patean nuestras riberas, esquilman más los ríos, que antaño todos los artilugios que se empleaban para pescar.

La caña lo anda todo, hasta el último rincón

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Jóvenes, disfrutan de la naturaleza

Los gallos de la Cándana que proporcionan la pluma

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Los gallos de la Cándana que proporcionan la pluma

Los gallos de la Cándana que proporcionan la pluma

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El sueño del pescador, llenar la cesta.

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Nada en la vida se consigue sin esfuerzo.

Son unos momentos de mucha emoción.

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Artesano haciendo mosquitos: Mosca seca.

Artesano haciendo mosquitos: Mosca ahogada

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EL TRASMALLO 

El trasmallo es una red que se usaba mucho menos que la tiradera. Su empleo se limitaba casi exclusivamente a los meses de julio y agosto.

Está formado por dos o tres redes superpuestas, corcho o flotador y plomos. La red del centro tiene la malla mucho más pequeña y está poco tensada. La otra, o las otras dos redes, tienen malla grande.

El trasmallo puede pescar a una o dos caras. Tiene normalmente una anchura entre uno y dos metros. A veces se agranda en razón de la mayor profundidad del río. Bien sabe el pescador que para obtener el máximo rendimiento, el trasmallo debe tocar el fondo del río.

La longitud varia mucho. Depende del uso que de él se haga. Si es para barrer, tendrá por lo menos la anchura del río, si es para cercar, desde 20 a 30 m. Siempre cabe la posibilidad, en caso necesario de alargarlo. En los ríos de montaña es el hombre sólo él, quien mueve el trasmallo.

Una vez colocado el trasmallo en el río, se fuerza a las truchas a ponerse en movimiento. Esto se consigue removiendo piedras y hurgando con un palo debajo de los morrillos y en las cuevas de la orilla.

La trucha llega al trasmallo y atraviesa la red lateral de malla ancha, tropezando con la red intermedia de malla mucho más pequeña que no puede cruzar. Por efecto del choque, llega a la tercera red, la pasa y forma una bolsa donde queda atrapada.

Al sentirse prisionera, se revuelve y ella misma cierra la boca por donde entró. sin posibilidad de poder escapar.

De noche, la trucha se mueve mucho más que durante el día.

Aprovechando estos movimientos de la pesca en la noche, se puede dejar el trasmano cruzado en el río o establecer un cerco en un lugar elegido de antemano.

Pescar con trasmallo resultaba positivo, pero también la ley lo prohibía.

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El trasmallo.

Durante el día o en la noche, cercando la pesca.

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PESCAR CON LADRÓN O A ROBO 

El ladrón está formado por tres anzuelos grandes, colocados en direcciones opuestas. El ladrón se coloca en la cuerda como si fuera una cucharilla. Se le puede añadir una bolita de plomo para: poder lanzar con más precisión, conseguir que se hunda más rápidamente y evitar que lo desvíe la corriente del lugar elegido.

También se le puede poner una contraseña roja para verlo mejor en el río.

¿DONDE SE PUEDE PESCAR?

1.º En aguas claras y tranquilas donde se vea bien la trucha.

2.º En aguas turbias. En las grandes crecidas, cuando el agua baja con fuerza y arrastra piedras, tierra, troncos, etc., la trucha se refugia en los remansos del río. El pescador, sin posibilidad de elegir presa, pues no la ve, lanza una y otra vez terminando por clavar alguna.

3.º En tiempo de freza resulta fácil la captura; la trucha está quieta y hay cantidad.

CUALIDADES DEL PESCADOR

Las principales son: Conocer bien el río; prestar mucha atención a los movimientos de la trucha; calcular la distancia y aprovechar el momento oportuno para dar el tirón.

Normalmente se pesca a trucha parada, pero en aguas claras es posible también hacerlo estando en movimiento.

A trucha parada

Elegida la pieza, se efectúa el lanzamiento. Hay que hacerlo con precisión, procurando colocar el ladrón en el lugar elegido. Atento a la trucha, el pescador mueve el ladrón hasta colocarlo en la posición exacta para no fallar el golpe. Una vez clavada se suelta difícilmente del anzuelo. En ocasiones amarran hasta dos anzuelos.

La trucha en movimiento

Cuando la trucha se ceba lo hace en un espacio de tres o cuatro m. Una vez efectuado el lance, el pescador tiene que estar muy atento a los movimientos de la trucha, mover muy lentamente el ladrón y al mismo tiempo estar preparado para dar el golpe de gracia cuando lo crea oportuno.

Hay pescadores que colocan un plomo a 90 cm. o un metro del ladrón. El ladrón, la cuerda correspondiente y el plomo quedan en posición horizontal sobre la superficie del río. Cuando una trucha se coloca en posición vertical sobre la cuerda, se da el tirón.

Increíble, pero cierto

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El pionero del ladrón en el río Luna fue Pepe Fernández, de los Barrios de Luna.

En el año 1956 comenzó a embalsar el pantano de Luna. Unos años más tarde hubo necesidad de revisar las compuertas de fondo. Se vació el pantano.

Con la fuerza del agua salieron toneladas de truchas que quedaron a lo largo de un km. de río, a merced de pescadores y riberiegos.

Nunca mejor que en aquel momento se pudo aplicar el dicho «a río revuelto, ganancia de pescadores». En aquel río revuelto no se conocía otro método para sacar las truchas más que la sacadera.

Pero Pepe tuvo una idea genial. ¡Quizá este aparato con tres anzuelos dé resultado! El éxito fue total.

Desde entonces lo empezó a usar también en aguas claras. Otros, no muchos, siguieron su ejemplo. El maestro no fue superado por ninguno de los discípulos.

Llegó a dominarlo con tal maestría, que era muy difícil que se le escapara la presa, ya fuera trucha parada o en movimiento.

Conocía el río a la perfección y también las piedras y covachas preferidas por las truchas. Se colocaba en uno de estos lugares y lanzaba el ladrón. Luego arrojaba unas cuantas piedras al río y cuando las truchas acudían a sus refugios preferidos, allí estaba la genialidad de Pepe que una tras otra las iba colocando en su esta.

Según manifiestan los propios pescadores, la trucha cogida con ladrón ofrece mucha más resistencia y lucha más que cuando se la traba con la cucharilla o la pluma.

He conocido muy pocos pescadores de ladrón, de lo que deduzco que debe de ser muy difícil y hay que ser muy artista.

El pescador de ladrón suele trabajar en solitario, no quiere acompañantes ni mirones.

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El ladrón o robo.

El ladrón amarra la trucha por donde sea

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Dios reparte sus dones gratuitamente

Dios reparte sus dones gratuitamente

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LA DINAMITA Y LA LEJÍA 

El río Luna, como la mayoría de nuestros ríos caudalosos, fue muy castigado por la dinamita.

En el término de Barrios de Luna había muchos pozos. Raro el año que la dinamita no sembraba en ellos la muerte.

Los pozos que estaban más alejados de los pueblos y de la carretera eran los más castigados.

La vigilancia de los ríos entonces era más bien escasa.

Los medios pobrísimos de que disponía la Guardia Civil y los forestales para trasladarse de un lugar a otro, favorecía el furtivismo. Si a esto se sumaba la vigilancia que en su entorno montaba el dinamitero, asegurándose bien de que por los alrededores no había nadie, hacía muy difícil su captura.

Se aprovechaban las horas de la siesta, cuando la gente se ha recogido para comer y descansar, finalizados los trabajos de la mañana. La operación se realizaba en pocos minutos. De antemano estaba elegido el pozo. Arrojado uno o dos cartuchos, las truchas flotaban unas y las llevaba la corriente, otras iban aparcando a la orilla y algunas se iban al fondo.

Muchas truchas no quedaban reventadas, sólo atontadas por la honda explosiva, y pasados unos minutos comenzaban a dar señales de vida y pronto desaparecían.

Había que actuar con rapidez. La explosión podía alertar a la autoridad y caer en el garlito.

También aquí actuaba la picaresca. Algún avispado, oído el cartucho y localizado más o menos el lugar, comenzaba a dar voces y correr en aquella dirección.

¡Los guardias! ¡Los guardias!

Los furtivos, ante el temor de ser sorprendidos «in fraganti», abandonaban el botín que iba a parar a «manos inocentes».

Pronto se corría la voz: Han tirado un cartucho en las Chanas, en los Huertos... Se pasaba entonces al rebusco, y nunca se volvía con las manos vacías.

A veces no se enteraba nadie. Pasados unos días, las truchas muertas, grandes y pequeñas, eran la señal inequívoca de lo que había pasado.

¿POR QUE SE DINAMITABA EL RÍO?

No hay nada que lo justifique. Con seguridad, el que empleaba este procedimiento no amaba el río. El auténtico pescador, el que va al río por afición, por pasar unas horas agradables, por saborear el placer que se siente al enganchar una trucha y luchar hasta lograr sacarla a la orilla, éste no lo hace.

No le interesa que el río quede barrido y disfruta cuando, finalizada la temporada de pesca, comprueba que han quedado muchas truchas en el río. Buen augurio para la próxima temporada.

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¿POR QUE LO HACÍAN?

Se celebraba la fiesta del pueblo o la boda de un pariente. Pues he ahí un procedimiento rápido y barato para hacerse con un exquisito plato de truchas con que obsequiar a los invitados.

Otras veces, un grupo de mozos del pueblo, en reunión extraordinaria, acuerdan organizar una farra: despedida de soltero, sorteo de los quintos, salida para México o Buenos Aires, etc.

Dinero no hay mucho; la solución es rápida, ya se hizo en otras ocasiones. Ángel y Juan trabajan en la mina. «Traéis unos cartuchos -les dicen los compañeros-, el Negrón de los Barrios es un buen pozo; está retirado y se vigila bien».

A las dos de la tarde cuando está todo el mundo durmiendo la siesta, mientras Pedro vigila, Ángel y Juan tiran la dinamita. Diez minutos bastan para recoger los kg. que necesitamos.

En ocasiones eran intereses económicos; los mozos andaban tan desperrados...

En alguna ocasión se dinamitó un pozo para acabar con una trucha grande que estaba perjudicando mucho al río, ya que otros procedimientos como la tiradera, barredera o chapuzo, no habían dado resultado.

Nuestros ríos no ganan para Sustos. Antaño era la dinamita, hoy es la lejía. Un cartucho de dinamita tiene un radio de acción pequeño, la lejía mucho más.

La dinamita operaba en los ríos caudalosos. La lejía por lo que he podido comprobar, en los riachuelos. Los meses de julio, agosto y septiembre, son los que más se prestan a estas acciones delictivas por el reducido caudal de estos ríos. Si evitar que los ríos fuesen dinamitados era difícil, no lo es menos evitar el envenenamiento por medio de la lejía.

Me atrevo a afirmar que en estos últimos años, la mayor parte de nuestros riachuelos han sido regados con este mortífero veneno.

Personalmente lo he comprobado en los siguientes: río de Caldas, río de Abelgas, río de Geras, río de Irede. Y en todos ellos más de una vez.

El 10 de agosto de 1984 unos cuantos litros de lejía sembraron la muerte en el río de Irede. Dos km. de río, los mejores, desde el lugar denominado San Roque, hasta el túnel de la autopista León-Carnpomanes, quedaron sembrados de truchas muertas.

Lo recorrí varias veces para comprobar si había quedado algo de vida. De cuando en cuando se veía algún aprendiz de trucha, que asustada, corría a ocultarse.

¿Correrán la misma suerte que sus progenitores?

Creo que los dinamiteros han pasado a la historia.

¿Cuándo pasará la lejía?

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El pozo del Negrón.

LA TIRADERA O GARRAFA 

No es fácil hoy día encontrar en la zona del Luna pescadores que fueron de tiradera, los que conocí en mi juventud han muerto casi todos.

Pero, si preguntando se va a Roma, alguno he ido localizando aquí y allá. Ellos son los que me han dado materia para elaborar este relato. Espero que con él tengan una idea clara de lo que es pescar a tiradera o garrafa que dicen en otras riberas. El nombre científico es esparabel.

Legalmente, me explican estos pescadores, sólo se podía pescar con tiradera y con caña. Todos los demás métodos o artes de pesca estaban prohibidos.

La veda se abría el 14 de febrero y se cerraba el 14 de septiembre.

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Se pesca río arriba, contra corriente. El pescador puede lanzar desde la orilla, o bien caminando por el lecho del río y lanzando a derecha o izquierda, según las tiradas.

Como las horas de la noche son las mejores, es de vital importancia para el pescador, conocer muy bien el río a fin de evitar sustos y remojones. El buen pescador conoce muy bien todas las tiradas y las tiene bien catalogadas.

Los ríos anchos, tales como el Esla, Luna, Sil, Carrión, Duero, Pisuerga, Adaja, Tormes, etc., son para esta clase de pescadores los más adecuados, porque son los que más juego dan para poder lanzar.

En los ríos pequeños, las tiradas son más difíciles, pero si se ofrece alguna buena, tampoco es despreciable.

Donde resulta imposible del todo poder lanzar es en los tramos estrechos, torrentosos, con maleza o piedras grandes.

Hasta el año 1940 estuvo permitido pescar con tiradera, siempre que la malla de la falda tuviese 22 mm. y que un duro de plata de los de antes, pudiese pasar. El tiempo legal iba de sol a sol; nunca de noche y menos con agua turbia.

Por supuesto confiesan que estas condiciones ningún pescador las cumplía, ni cuando la red estaba permitida, ni cuando ya más tarde fue prohibida.

-En consecuencia, pienso yo, os encontrabais con frecuencia al margen de la ley.

-Pero -argumentan ellos-, nosotros aún así, hacíamos un gran favor al río.

-Y ¿como así?

-Pues verás, la pesca a mano, a relumbrera, a zarpón, a caña, etc., no mermaba las truchas, ni se hubiera notado. Otra cosa muy distinta a este respecto era el uso de la tiradera, fuese durante la noche o a río revuelto.

Si es cierto que las truchas que sacaba la tiradera podían desovar, no es menos cierto que éstas podían comerse muchas otras más pequeñas. Y es opinión común que una trucha de kg. hace mucho daño en el río. Una trucha de cuatro kg. o más hace más daño en el río que hacía ningún pescador de tiradera.

Cuando nos enterábamos dónde había una trucha grande, no parábamos hasta cogerla, éramos los más interesados en eliminarla.

- Y sin la tiradera, -pregunto-, ¿qué habría pasado?

- Unas cuantas truchas grandes serían las dueñas del río y se encargarían de eliminar a las demás. Un feudalismo tan bien organizado como en la Edad Media, la ley del más fuerte.

Todos los encuestados me cuentan casos concretos y añaden; Eran miles de kg. los que salían todos los años de los dos leoneses y no obstante, en ellos la trucha era siempre abundante. Y esto sin acudir

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nunca a repoblar, ni a crear vedados y cotos al estilo actual. Ahora sin embargo, sin tiraderas, con repoblaciones, muchos cotos y más vigilancia, hay menos truchas y éstas más pequeñas.

ALGUNAS DE LAS POSIBLES CAUSAS

Antaño los pescadores no estaban interesados en arrancar al río las truchas pequeñas; el río era suyo y más tarde o más temprano las truchas irían a parar a su cesta.

Hoy día son 40.000 licencias de pesca que existen en la provincia. Y son ciertamente bastantes los pescadores que ante la captura de una pieza pequeña, no vacilan en echársela a la cesta, pensando: «si no lo hago yo, otro vendrá detrás de mi que lo haga».

Pero aún sin acudir a procedimientos tan poco o nada justificables, puede fácilmente entenderse que 40.000 licencias son más que suficientes para dejar muy esquilmados los ríos. Cuanto más si a esto añadimos la frecuente contaminación de las aguas, y el, a veces, envenenamiento de los ríos.

Por estos caminos, ¿a dónde llegarán nuestros ríos antaño tan afamados dentro y fuera de nuestras fronteras?

¿QUE ES LA TIRADERA?

La tiradera es una red cónica. Un artilugio de pesca, el más sofisticado, práctico y positivo para sacar las truchas del río.

La tiradera realiza una triple función: cerca la pesca, barre el fondo del río, y arrastra las capturas hasta la orilla o las manos del pescador.

Consta de guindaleta o cuerda, campana, falda y plomos.

La guindaleta o cuerda se usa para lanzar y recoger.

La campana es el cuerpo de la tiradera.

La bolsa inferior es la que desempeña el papel más importante en la captura de la trucha; por estas tierras se la denomina falda.

Los plomos de la falda tienen como finalidad hundir lo antes posible la tiradera. Están situados a unos quince o veinte cm. de distancia y su forma es cilíndrica a fin de facilitar el arrastre.

Cada pescador hacía su tiradera y le daba el peso y volumen que a él le convenía. Solía tener de 400 a 600 mallas.

Estando seca, la tiradera pesaba entre seis y nueve kg. a los que se añadían otros dos o tres más, si estaba mojada.

Manejarla con más o menos habilidad, se entiende, dependía de cada uno. Pescadores había que acertaban a colocarla allí donde querían y como querían; para otros, chambones en el oficio, el éxito o no del lanzamiento quedaba a merced, en gran parte, de la suerte.

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Lógico que en éste como en cualquier otro oficio, a fuerza de voluntad y práctica el pescador se iba superando día a día. Y digo oficio porque ningún pescador de tiradera lo hacía por pasatiempo y menos por deporte. Si es cierto que tenía que haber una llamada del río, no obstante, el móvil principal era arrancar a éste un duro. Al río iban a buscar un jornal como podían haberlo hecho en la mina o sirviendo a un amo.

¿COMO SE LANZA LA TIRADERA?

La tiradera lo mismo que la caña tiene sus secretos.

Lo primero que necesita el pescador para lanzar bien, es encontrarse en perfectas condiciones físicas. Todo el cuerpo trabaja mucho, pero los brazos, las piernas y la dentadura son imprescindibles. El movimiento de cadera también es muy importante. El día que al pescador le faltase, fuese una pierna, mano o dentadura, o se sintiese aquejado por alguna enfermedad: reuma, artritis, etc., su oficio había terminado; obligatoriamente tendría que dejar el río.

Ya en plena faena, el pescador, conocedor del río y elegido el lugar, se prepara para lanzar. Los pies deben de estar bien asentados para no irse detrás de la red en el momento de lanzarla. La tiradera ha de estar bien sujeta con las dos manos y los dientes. Al iniciar el lanzamiento tiene que haber perfecta sincronización de manos, dentadura y giro de los pies si fuera necesario.

La experiencia de cada uno y su saber hacer, serán las que en cada ocasión le dicten la distancia a que ha de lanzar, la abertura conveniente y algunos más detalles necesarios para el éxito.

Lanzar bien y que la caída de la tiradera sea perfecta es muy importante. Pero, para muchos pescadores el secreto de la tiradera, es saber recoger «llamar bien la tiradera», a fin de que una vez atrapada la trucha, ésta no llegue nunca a escaparse.

Si al recoger, la tiradera se topa con un obstáculo, la trucha se pega a él, pasa la tiradera por encima y queda libre. En este caso, un buen pescador sabe arreglárselas de tal manera que llamando la tiradera a un lado y a otro, la pieza capturada, difícilmente llegue a escapársele.

¿MUCHO TRABAJO?

Mucho, duro y penoso.

Durante toda la noche, con el agua por la rodilla y luchando contra corriente; por otra parte el frío, tropezones de aquí y de allá, desenredar a veces la tiradera, coserla si se rompe, las manos mojadas y una humedad que te penetra hasta los huesos, el lanzamiento siempre continuo de la tiradera a derecha o izquierda, el peso de la red, el miedo a la guardería, el peso de las truchas, etc., etc.

Cuando, ya amanecido, el pescador regresaba a su casa, llegaba más que rendido, agotado, exhausto, muerto de cansancio.

¿LOS MEJORES LUGARES?

Por aquellos años los ríos leoneses tenían muchas truchas y todo era bueno. Pero, sí, había lugares preferidos por las truchas. Entre éstos se encontraban los llamados «agrieros», es decir aquellos tramos

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que preceden al comienzo de las tabladas. Lugares éstos en los que a cualquier hora podía encontrarse la trucha en los meses de verano.

Son espacios sin maleza, con piedras pequeñas que fácilmente salva la tiradera, con poca agua, tal que ofrecían un blanco privilegiado a los pescadores. Durante el día tenía un inconveniente: que la trucha viese al pescador o la tiradera al ser lanzada y se escondiese.

LAS MEJORES HORAS

Sin lugar a dudas, el momento mejor es aquel en el que el día empieza a morir y más aún en los momentos del amanecer. De ahí el dicho común de los pescadores: «el amanecer era divino».

A partir de las doce de la noche solía haber un corte, una o dos horas en que las truchas no se daban. Buen momento éste para ensayar unas cabezadas. ¡Cuántas veces les sorprendió el sol de la mañana en las manos de Morfeo!

RECORRIDO EN UNA NOCHE

Depende mucho del número de tiradas que haya en el tramo que se desee pescar. El recorrido oscilaba entre dos o tres km.

Antonio, uno de los maestros de la tiradera me decía: «El río se hacía pesado y aburrido siempre que la trucha no se daba bien. A veces íbamos dos y lanzábamos una tirada cada uno, lo que suponía repartir al final el producto entre ambos, o de no haber sido así convenido, cada uno quedarse con lo que hubiese capturado por su propia cuenta».

SALIDAS A LO LARGO DEL AÑO

Contando con que una noche completa en el río resulta agotador, el total al año no podía pasar mucho más allá de sesenta o setenta; pongamos, como mucho, que algunos alcanzasen las ochenta. Había otras muchas salidas de dos o tres horas y épocas de lluvia o de deshielo en las cuales el río bajaba muy crecido y barrado, que se aprovechaban para tirar en algún sitio bueno, como podían ser los remansos. A pleno día y río barrado he visto sacar hasta 25 truchas de una sola tirada.

LA TRUCHA ¿COMO SE DEFIENDE?

Mal cuando es poca la profundidad, ya que entonces la tiradera llega rápidamente al fondo y las probabilidades de salvarse son muy pocas. Desde una cuarta de agua hasta dos metros, puede tener éxito el lanzamiento. El evitar ser visto por las truchas es importante; hay, pues, que lanzar desde lo más lejos posible evitando levantar mucho la tiradera.

El lanzamiento puede salvar una distancia de siete u ocho metros.

Cuando la trucha se siente atrapada, va de un lado para otro buscando una salida. Nada más tocar fondo hay que tensar la tiradera para evitar que la trucha se vaya por la malla de la campana que es mayor que la malla de la falda. Si en los primeros envites la trucha no logra salir de debajo de la tiradera, enfalda, y no se va.

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Si está rota la tiradera pronto encuentra el agujero y se va, por eso hay que coser aunque sea de noche.

Hay noches en que las truchas quedan aplastadas, como pegadas al fondo, pasa la tiradera sobre ellas y no se mueven.

José García me contó lo que sigue: «Aquella noche íbamos dos. Al lado de una piedra había algo que me llamó la atención: ¿un tronco? ¿una trucha?... Tiramos, pasó la tiradera y no se movió. No quedamos conformes. Volvemos a tirar y bien cubierto el lugar por la tiradera, picamos con un palo. Salió disparada y enfaldó. ¡Una trucha que pesó 3,500 kg.!»

Las noches que son buenas la trucha se deja sentir muy bien en la tiradera, otras noches, en cambio, vienen como muertas.

Algo parecido a esto ocurre también pescando a mano.

En invierno le trucha tiene menos fuerza y se la encuentra en los remansos; en el verano, en cambio, tiene más fuerza y se va a las corrientes, pero cuando ataca el sol se esconde. En verano, las mejores noches son aquellas en las que hay relámpagos; si truena la trucha se esconde.

NUMERO DE TRUCHAS

Cuando al atardecer el pescador se echaba la tiradera al hombro, era natural que abrigase la esperanza de volver a casa con la cesta llena. Pero la realidad en muchas ocasiones era muy distinta. Cuántas veces después de lanzar a lo largo de toda la noche una y otra vez, se volvía a casa en blanco o solamente con uno, dos o tres kg.; alguna vez se alcanzaban los quince, y muy raro pasar de veinte.

Las tiradas en blanco eran muchas. Lo más corriente eran tiradas de una, dos o tres truchas. En las noches buenas, había alguna tirada de ocho o diez; más era ya una excepción.

Si se llenaba le cesta, (las había con capacidad para 18 kg.) se vaciaba y a seguir lanzando; había que aprovechar.

Un pescador ya fallecido, Manuel Morán, de los Barrios de Luna, me aseguró que una noche había sacado 50 kg.

Un buen pescador dedicando muchas horas al río, podía conseguir en una temporada de las buenas, hasta 1.000 kg. de truchas. El que sacaba en la temporada 500 o 600 kg. ya se daba por satisfecho.

DE NOCHE ¿COMO SE SACANLAS TRUCHAS DE LA TIRADERA?

La trucha siempre se saca muerta de la tiradera. Las manos en contacto con el agua durante muchas horas se reblandecen y si a esto sumamos el fresco o el frío de la noche ... intentar sacarlas vivas es exponerse a que se marchen muchas.

El secreto de que a la trucha atrapada por la tiradera le sea muy difícil escapar, radica en la falda. La falda es una trampa. Trucha que enfalda, imposible ya que se escape.

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Cuando la tiradera, una vez lanzada, ha tocado fondo, lo primero que hace el pescador es tensarla bien. Se va recogiendo lentamente -«llamar la tiradera», que dicen los pescadores- primero de un lado, después del otro. El cono se reduce a su máxima altura y mínima base, los plomos se tocan y la tiradera se cierra completamente.

Se recoge la tiradera en el mismo lugar donde se lanzó. Una de las manos sostiene la tiradera. Con la otra mano, la práctica lo hace todo, se va palpando si es durante la noche. Localizada una trucha, hasta 300 gr. poco más o menos, se la mata con los dientes a través de la malla. A las de más peso se las golpea la cabeza o se les dobla hacia atrás, operación ésta que los pescadores denominan «esgañotar». Esto es algo que suele hacerse fuera del río.

Una vez muerta la trucha, se introduce la mano por la parte de los plomos, se coge la trucha y a la cesta.

Para que la trucha quede bien atrapada en la tiradera, es preferible que esté moviéndose en el agua y no quieta.

Finalizada la jornada, se lava bien la tiradera, sobre todo si el río está barrado, y se la extiende para que seque. De no hacerlo, pronto comenzará a pudrirse.

La aguja para hacer y coser la tiradera.

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Las dos manos y la dentadura sujetando la tiradera

Todo el cuerpo en acción.

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La tiradera por los aires.

Un lance perfecto

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Un agriero. Puente de Bachende al fondo

La piedra, bien cubierta por la tiradera y a picar con un palo

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Matando las truchas con los dientes.

Al romper el día, el pescador de tiradera recogía los trastos y a casa

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CAPITULO FINAL 

El río era patrimonio de todos. Todo el mundo podía sacar truchas con los métodos «legales» que entonces se empleaban.

A nadie, aunque no fuese del pueblo, se le impedía pescar. Ni hacía falta permiso de las autoridades municipales, ni se pagaba impuesto alguno. ¿Licencia para pescar? Raro era el que la tenía. Había, eso si, que cuidarse un poco de la escasa vigilancia que la guardería ejercía y, hecho esto, patos al agua.

En todas las casas había muchas necesidades; el que recogía pan y patatas para el año se podía dar por muy satisfecho. La alimentación era muy rutinaria; lo que cada uno recogía y poco más. El pescado fresco de mar, era casi desconocido y la trucha de nuestros ríos, riquísima. Truchas había para dar y tomar.

Corría el año 1929. Un maestro recién estampillado toma posesión de una escuelita en lo más intrincado de nuestra montaña. El acceso al pueblo, a lomo de caballo; personas y animales hacen vida en común.

Los niños no van a la escuela. A la escuela que vaya el maestro, que para eso le pagan, decían los padres.

El pequeño río de montaña que da vida al pueblo, hierve de trucha. El bueno del maestro reduce su dieta alimentaria a: huevos, perdices y truchas. Las perdices se cogen con la clásica poza, losa un poco levantada y la espiga como cebo.

El maestro ocupa parte de sus muchos ratos de ocio recorriendo las riberas del río. Una vara de avellano, anzuelo y lombriz; lo suficiente para llenar la cesta todos los días.

¿Para qué tanta trucha?

En el pueblo ni pescan ni comen las truchas. Preguntados el por qué de esta actitud, responden: «como no tienen grasa...».

Los riberiegos contemplan las truchas evolucionando por los pozos, yendo de un lado para otro y, desde lo alto del puente, a veces se entretenían señalando con el dedo: «¡mira ésta! ¡mira aquélla!».

A pesar de todo había muy pocos pescadores. No acierto a comprenderlo.

Hoy día, con muchas menos necesidades, más de 40.000 pescadores patean nuestras riberas con la caña al hombro, ¿será por vicio? ¿Por deporte? ¿Por lucro?

Muchos escopeteros, cuando salen de día o de noche a cobrar alguna pieza en reservas de caza mayor o en fincas particulares, exponen mucho más que antaño nuestros pescadores de tiradera.

Conozco gentes de Luna y otras riberas que nunca pisaron el río y hoy tienen varios perros para la caza mayor. Esto les cuesta mucho; lo del río, antaño, casi nada, ¿O es que para recorrer el río en

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tiempos pasados se necesitaba mucha más vocación que para corretear hoy día por los montes, escopeta al hombro y a la espera de pájaro que vuele o liebre que salte?

Ahora comprendo lo que me dijo más de un pescador de tiradera: »A nosotros, 'encima' nos tenían que haber pagado».

El río era patrimonio de todos.