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La piel de la vida - Novela.pdf

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  • LA PIEL

    DE

    LA VIDA

    Novela de Roger Mendieta Alfaro

  • A Jesucristo, Ernest Hemingway, Jhon Steinbeck, Graham Greene, Pablo Antonio Cuadra, Mario Var-gas liosa y Gabriel Garca Mr-quez, quienes integran el imagina-rio Consejo Literario, con el cual me reno en la Oficina Central de mi imaginacin.. De lo que guste o no en esta novela, ellos tienen un buen porcentaje de culpabilidad. Yo slo segu sus consejos cuando me ayudaron a dilucidar inquietudes.

    R.M.A.

  • I

    Mara se mantuvo expectante a corta distan-cia del hueco, viendo cmo descolgaban a Poncho que termin el resto de sus das cagando sangre dentro de un interminable desfile de diablos azu-les.

    Era difcil de entender su tragedia. Slo te- nia capacidad de intuida dentro de su rumiante laberinto. Su rostro de pjaro herido no dejaba traslucir un gesto de dolor, aun cuando estaba deshecha por dentro. Una que otra lgrima aso-m a los ojos, desgajndose sobre las trenzas de miel retorcida. Poncho haba sido ms que pa-riente politico, ms que consejero, una especie de pao de lgrimas en su vida de animal solitario. Cuntas veces se haba maldecido: "Soy un cer-do", cuando Hrcules la golpeaba con furor bes-tial obligndola a hacer el amor. Entonces sur-ga Poncho con sus sentimientos de nio y su au-toridad de to carnal a mitigar su pena. "Si hay ngel de la guarda, Poncho fue el mo", haba di-cho todo el tiempo que se vea envuelta en pro-blemas.

    Vio tras de las cruces. Ah estaban Domingo, el hermano del muerto, Hrcules, Salvador, A is-mendio, Marcos, Fermn, Tencho, Napudonoselo

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  • que de una u otra forma estaban emparentados con la familia Artola. Y ms a la derecha, a la Paca envuelta en su tapado negro de punto con los ojos clavados en direccin del atad con la atencin perdida como viendo nada. Era difcil imaginar cmo aquella mujercita de color de roca caliza curtida por la entrada de las algas en el es- tero, ciento treinta libras de cuerpo cenceo y duro, fuese el corazn de la colmena en el que se aferraba el enjambre de los Artola. "Esta vieja no me quiere", pens la Mara, suponiendo que con Poncho tambin estaban enterrando el lti-mo punto de contacto que la ligaba al clan. Cier-to que tena a Salvito con su salinera, quien po- da mantenerla comiendo un poco hoy y otro ma-ana, pero esto no es suficiente en la vida de una mujer sin parientes de sangre en una cueva de coyotes.

    Eso era el Puerto para cualquier mujer soli-taria. Un amontonamiento de gente extraa, llena de vicios, viviendo de los barcos y del mar, hacinados en el abandono de barracas construi-das en el aire como nidos de oropndolas, sin alguna esperanza de cambios.

    Mara, la renca, atrac en el Puerto en las mismas condiciones de los otros. Apenas tena lejanos recuerdos de los primeros aos de su ni- ez. El barco de la familia lo haba hecho zozo- brar su madre, una mujer con un rostro de artis- ta de telenovela, dulce y angelical, pero con la sangre llena de potros salvajes. Creci de pa- drastro en padrastro hasta que consigui la paz de su corazn conociendo a Hrcules Artola, quien la llev a su casa, la hizo su mujer y le tuvo dos hijos. Ahora estaba con Salvito.

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  • Era impreciso el motivo que la haba hecho odiar a Hrcules Artola. Escuchaba de otras mu-jeres lo bueno que eran los maridos en la cama, no exactamente por la cantidad de centmetros de su sexo sino por aquella especie de brebaje en el que se embriagaban con sus inenarrables cari-cias. "Yo no he tenido hombre", se quejaba ante las amigas de confianza. "Lo que tuve fue un bu-rro". Y se morda las puntas de los dedos pen-sando en la gran desgracia de no haber podido tener un nico marido con quien enterrar todo lo brumoso de su pasado.

    "Pero as es la vida", reflexion con amargu- ra. Acudi a su memoria lo que los hombres de la familia haban tenido que hacer para conse- guir el atad de Poncho. "Con la guerra no hay cajones para muertos", haban dicho. Entonces planearon lo propio. Incursionaron por Playa Hermosa y se robaron dos bancas de la Casa del Apstol Pablo el Otro, y de esta manera pudie- ron construir la urna funeraria. "Ellos no podan abandonar a Poncho", argument en voz alta a Salvito que nunca haba robado un clavo. "No era justo que sus huesos comenzaran a podrirse antes de llegar a la tumba". Con los adornos arrancados de las puertas de una residencia para veraneo, y dos flamantes rayas azules y rojas, el entierro de Poncho pareci el de un politico o el de un comandante.

    La ceremonia lleg a su fin. Los hombres se despojaron del sombrero y se lo colocaron sobre el corazn. En el Puerto nunca se haba despe-dido a nadie de esa manera. Lo haban observa-do en las exequias de los mrtires del servicio mi-litar: los que reciban honores especiales, a los que acuda gente importante y eran dignos de ser

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  • pasados en los noticieros televisivos. Cirilo, el sepulturero, pens que Poncho se mereca tal co-sa. Le nacieron ganas de echarse un discurso por el hombre de mil batallas, por el hermano que sa-ba disfrutar el pan del aguardiente con una her-mandad terrible. Poncho haba tenido la gracia de haberlo compartido todo. Las monedas se ha- ban multiplicado en sus manos. Su voz y su gui- tarra golpeaban las puertas de cualquier fiesta y all coma todo mundo, beba todo mundo, baila- ba todo mundo hasta reventar, y an quedaba para el da siguiente cuando un alma caritativa, parrandera y comprensiva se condola de Pon- cho, y Poncho con su squito segua la juerga.

    A Cirilo le toc recibir el cadver en el fondo del hoyo. Los ojos se le llenaron de sorprendidas quiebraplatas que se deslizaron por las arrugas del rostro y le quedaron prendidas como conde- coraciones sobre la pechera de su camisa negra, de luto, en que crea manifestar su dolor de com-paero de infortunio. Fuera del hueco comenz el discurso.

    Te vas compadre, pero moriste en tu ley. A tu salud!

    Y no pudo ms porque no encontr las pala-bras que vena pensando para poner el broche de oro en los funerales del grande amigo. Entonces, alz la botella de aguardiente que tena prensada entre la cintura, y chorre sobre la pequea caja de madera un liquido turbio y penetrante con olor a alcohol y gasolina. Entre protestas y ge-midos se prepar para comenzar a enterrar el cuerpo de Poncho.

    Djame el privilegio de tirarle la primera Mara, la renca, exclam: palada, suplic y

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  • Es como si me estuvieran enterrando a m!

    Cirilo le dio un abrazo y algunas palmadas en la espalda.

    te hija dijo Si No preocupes, le . a Poncho an le quedan amigos, a ti tambin.

    Cuando Mara, la renca, decidi regresar a la salinera de su marido, los que la vieron dolerse no le dijeron nada, slo se despidieron de Salvito.

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  • II

    La pequea Mara Tomasa se asom por la cerca de la casa de Tencho para recordarle que el sbado por la noche era tiempo de culto. Tencho era considerado el filsofo del Puerto aunque ja-ms haba asistido a una escuela. Cuando los alfabetizadores de la revolucin le llevaron a los cursillos nocturnos, aprendi a escribir su nombre y el de otros ciudadanos llamados hroes y mr- tires que para su memoria apoltica y montaraz, no significaban ms que frases dentro de concep-tos extraos que no le decan nada. Con el alfa-beto trataron de infundirle sentimientos aplas-tantes, de yunque y martillo, contra una especie de peste, de anacronismo y podredumbre, que en la cartilla llamaban burguesa. No tard mucho en olvidarlo y slo qued dibujando su nombre como en un divertido juego de signos con lo que solazaba su solitaria existencia: "T e R e n c i O". Escriba una y otra vez, borrando el gancho muy alto de la "T" y haciendo la "O" como la barriga fecundada de la Rosenda en los ltimos meses de embarazo. Borraba, escriba y volva a borrar. En eso pasaba horas enteras y hasta meses, sin percatarse de nada ni de nadie. Cuando le pre- guntaban por su origen, su veta de intelectual

  • saltaba desde el fondo de su ser: "Soy del mismo pueblo que Rubn Daro". Luego preguntaba: "Sabs lo que esto significa para m? No le de-seo a nadie que est en mi pellejo". Y se desha-ca al ritmo de pronunciados tics nerviosos en ex-traas explicaciones sin sentido sobre su paren-tesco con los parientes del poeta, y sobre su apa-ricin en el Puerto. "Vine montado en una sire-na, de all adentro", deca con la mayor desfa-chatez del mundo, soltando una abrumadora y atacante carcajada. Despus comenzaba a rela- tar su historia de nmada arrepentido, alrededor de la construccin de la Planta Elctrica en tiem-pos de la otra dictadura. Cansado de trabajar como pen de albail, busc algo que estuviera a tono con su carcter, con su vocacin de pintor de palabras y de embromador de situaciones, y se emple de cuidador de residencias de veraneo con algunos hombres de negocios. Ganaba me- nos, pero estaba tranquilo y tena tiempo para todo. "No slo de pan vive el hombre", deca. Era una frase bblica que le fascinaba, segn sus propias palabras. Se haba enamorado del soni- do y del ritmo, y la repeta por el slo prurito de repetirla.

    En una visita de pastoreo por Mesas Grandes conoci a Rosenda. Hija de la esposa del pastor, una mujer menuda y risuea como su madre, des-de aquel momento le trastorn el sueo. "Sus ojos son de un verde sugerente, y su cabellera abundante y rebelde como un incendio", la des- criba dentro de su sofocante delirio amatorio. "No s qu voy a hacer con ese lirio", pensaba mientras planeaba una estrategia. Se prometi no faltar a ninguna vigilia por muy lejana que fuese, y no desperdiciarse en ninguna otra mujer que no fuera Rosenda. "Slo el mal tirador pue-

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  • de malgastar los tiros en una zona de peligro", reflexionaba pensando en la artritis de la rodilla que lo haca pensar como que se estaba volviendo viejo.

    Una noche de tantas, despus de idas y veni-das a asambleas, cultos, vigihas, cursillos y cuan- tas prcticas y cosas hacan los de la Ultima Igle-sia de Cristo, Tencho se rob a la Rosenda y la llev a su cuarto.

    Con el despertar de la adolescencia y los sue-os de libertinaje y de vida mundana con que Tencho la viva tentando, comenz la muchacha a inquietarse. Se produjeron las repentinas visi- tas a la familia. La invitacin a las misas de di- funtos, a los cumpleaos de las amigas, a las fies-tas de onomstico, a las ferias del pueblo, a las llegadas de los reverendos que venan de otros pases y de lo que no poda perderse. La Rosen-da siempre encontraba un pretexto para dejar a Tencho, hasta que se march para siempre.

    Ahora estaba de nuevo solitario, nicamente con su radio y el sangriento recuerdo, escuchan-do canciones de Lara y Feliciano que lo volvan loco de pena.

    En momentos como ste, Tencho recordaba a Marcio. Haba sido su soporte moral, su conse- jero en los minutos culminantes de su tragedia. Marcio era el hijo del dueo de una de las tantas casas de veraneo que l cuidaba. Con su extro- vertida franqueza y su claro pensamiento de mu- chacho con una visin positiva del mundo se le acerc conmovido: "No joda usted, Tencho. Ol- vdese de sa. Usted se merece otra cosa. Toda- va le queda plvora para rato". Pero su ansie- dad no tena lmites. Ahora estaba recordando

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  • cmo haba comenzado aquel amor apasionado: primero una alegra y despus una cruz, en aque- lla visita de pastoreo a Mesas Grandes.

    No lo olvidar Gracias, Mara Tomasa la desde respondi a muchacha adentro, mien-

    tras qued pensando en aquel tono de voz que todava quebraba el temor, y en el leve vuelo de pichones que queran saltar fuera del vestido. Como cuando soaba con conquistar a la Rosen-da, ahora la Mara Tomasa ocupaba todo el es-pacio de sus apasionados pensamientos. Haba sustituido a la otra con la misma ansiedad y el mismo amor sin fronteras en que lo precipitaban sus desproporcionados arranques juveniles. "El amor no tiene edad", soaba. De esto estaba convencido, no le caba la menor duda. "Esa muchachita puede ser tu hija", recordaba a quie- nes le criticaban de todas maneras queriendo po- nerle en ridculo. El callaba. Hablaban sin la debida experiencia, sin el conocimiento cabal que le haca recordar a la otra. Lo mismo le haban recriminado con la Rosenda, y no haba podido con ella, no haba sido capaz de entender a aque-lla potranca arisca y salvaje en que la haba con-vertido el sexo.

    Haba salido del cuarto sin camisa, ajustn-dose los pantalones, abandonando la cama en la que viva durmiendo un sueo de ostra. "Perd la ocasin", se dijo. Siempre que la Mara To- masa le permita acercarse, hablaban de ir al ci- ne, de llevarla a Managua cuando la hiciera suya, pasearla por el Mercado Oriental en donde se po-dran comprar toda clase de cosas lindas, espe-cialmente de las que exhiban los buhoneros en los canastos al aire libre que estaban como en un mercado persa, de los de Las Mil y Una Noches.

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  • All vendan preciosos relojes de pulsera con los que ella viva soando desde nia, prendedores de cabeza que tenan formas de mariposas, go- rriones y otros animalitos que lucan atractivos y sensuales en las cabezas de las muchachas. Se mora por los antejos dorados con marcos en for-ma de luna llena que admir detenidamente so- bre la cabellera de una cooperante alemana, y por los vestidos de bao de seda, graciosamente ajustados al cuerpo que dejaban escapar las nal- gas sin la menor malicia.

    `Todo estoy ms podrs disfrutar", le juraba Tencho. "Pondr un mundo a tus pies que ni puedes imaginarlo". Ella se lo crea ntegramen- te y lo aceptaba como un maravilloso sueo que comenz a acariciar con el mismo fervor y la mis- ma tozudez con que Tencho teja sus planes en aquella su interminable vigilia amatoria.

    Qued comindose a la muchacha hasta que se perdi por el recodo del camino en su misin de sbado de culto. "Cmo me encontrara esta Mara Tomasa?" se pregunt, y corri al interior de su habitacin en donde tena el coqueto toca- dor provenzal de cristal de roca, que consigui en el saqueo del Puerto durante la cada del Dicta- dor. "Cuando vivas conmigo, todo lo que yo ten- go ser tuyo", le viva susurrando a la muchacha. Contemplndose en el espejo alis su rostro con un fuerte masaje facial sobre la piel reseca, cu- bierta de leves arrugas que comenzaban a preo-cuparle. Una o dos veces, no recordaba fielmen-te, la Maria Tomasa se haba contemplado en aquel maravilloso espejo que la dej deslumbra-da: "Es como si una se viera por dentro", se que- d dando vueltas a sus pensamientos alrededor del espejo. Aunque confiaba en las promesas de

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  • Tencho, eso lo vea muy lejano, casi imposible. No senta nada junto dad infantil. Se los hombres eran una forma diferente,

    a l, ms que una curiosi- preguntaba si todas las cosas de hechas con el mismo molde o de

    como suceda entre las mu- que segn Gerancio, el jeres chinas y japonesas

    sexo les creca atravesado do tena por qu de la Chorro de internacionalistas

    en el ombligo. Geran-saberlo. Trabajaba en el bar

    Humo, un sitio visitado por los de todo el mundo.

    En segundos, acudi Marcio a su memoria: "No sea pendejo, joven y puede conseguir ted tiene gallinas, tiene su buena ropa

    Tencho. Usted todava est una hembra pijuda. Us-

    tiene patos, tiene chompipes, que le traje de Miami, tiene tiene sus prendas de oro y

    hasta la mierda de monedas de llore, jodido. Djela que se va-quiera, y pdale a Dios que no porque si lo hace, le jode. Us-para rechazarla".

    su reloj electrnico, tiene su chancho cinco pesos. No ya a donde putas regrese nunca ms ted no tiene valor

    Pas un tiempo s. Pareca que se le llegaban los decires que andaba con nes que l, casi muchachos, tados en los que avispa coloradas lo peor que de bailongo

    en que la Rosenda no regre- haba ido para siempre, y slo

    de la gente perversa, de distintos hombres ms jve-

    con los vestidos apre-resaltaban las nalgas, flores de en el enmaraado pelo rubio y

    en bailongo. En una sla cosa estaba en desacuerdo con los

    "no se amarre con una mujer Tencho. No sea pendejo,

    meten la pata dos veces en el

    Marcio" se deca, pero la ver-gustaban las mujeres de su

    consejos de Marcio: muy tierna para usted, que ni las mulas mismo hueco".

    "Es sabio este dad es que no le

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  • tiempo. Las vea como un bote de remos en los ltimos das de vida til, comparado con una lancha de motor recin salida de un astillero. "Tal vez con la Mara Tomasa no es lo mismo se llenaba de esperanza. Est ms pura que el agua de lluvia, ms blanca que un ngel". Y con su paso de saltamontes y su mirada asusta- diza de pjaro carpintero, Tencho Pichardo ca- min hacia el rbol de almendro en donde acos-tumbraba dar de comer a las gallinas.

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  • III

    Cuando lleg el pastor a la casa Boloy, los ve-cinos estaban esperando escuchar La Palabra co-mo era la costumbre los sbados por la noche. Haba sido un da lluvioso y con viento. El olea-je azot los ranchos costeros y la pesca y toda la labor del da se convirti en un desastre. Para los hombres del Puerto hechos de mar y de pes-cado, esto era un riesgo normal, sin importancia. Pero las nuevas medidas de seguridad revolucio-narias todo lo haban cambiado, y para enrumbar un bote al centro de la baha era necesario el per-miso firmado por el comandante de las milicias.

    Este sbado se haba venido encima sin nada que vender a los restaurantes de los balnearios vecinos, y sin lo elemental para el propio consu- mo. "Fue un da negro", se lamentaron los pes- cadores. Algunos de los mismos hasta vieron arruinarse sus botes en el mar agitado por la tor-menta. Ahora deberan esperar el sbado siguien-te si es que tenan suerte, y no se levantaba otra amenaza en el Atlntico que diera coletazos en el Puerto. Este sbado por la noche el culto pa-reca un velorio.

    Siempre oraban en silencio antes que Napu-donoselo abriese la Biblia y la colocara sobre la

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  • bamboleante mesita de madera que serva de atril en el templo. Todos estaban imbuidos en la pesca. "Fue un sbado negro", le comunicaron al pastor. Empezaron a relatar la tragedia de Jos, el hermano mayor de Salvito, y de la Jus-tina, su mujer, que se haban perdido con todo y bote, y no se saba nada de ellos.

    Se imaginaron a Jess aplacando la tormen- ta, multiplicando los panes, llenando las redes de los pescadores en Genesaret. Pasajes aprendidos de memoria que repetan mentalmente, visuali-zndolos, tal y como lo enseaba el pastor: "An-tes que me llamen, yo responder; an estarn hablando, y yo les escuchar", eran sentencias que afirmaban el poder de la oracin. "Qu pa-dre hay entre Uds. que, si su hijo le pide pan, le da una piedra; o, si pide un pescado, en vez de pescado le da una culebra?" Realmente se sin- tieron abatidos, sin esperanzas. En tres sbados seguidos se haba malogrado la pesca, y ahora una inesperada tormenta vena a aumentar la abrumadora carga de sus penas.

    Formaron una comisin para hablar con el co-mandante para poder pescar diariamente, por-que la revolucin tenia sus leyes. Comenzaron a explicarle el problema de la pesca, del tiempo apropiado para hacerse al mar, de lo que signifi-caba la labor permanente en el presupuesto de la familia. "Son medidas de seguridad les con-test. Con esas piraas que vienen de Hondu-ras, la zona se ha vuelto peligrosa. No podra-mos estarlos protegiendo todos los das. Adems, los contrarrevolucionarios podran valerse de bo-tes para colocar minas en la entrada de los bar-cos. Entre ustedes podra haber alguien que tra-bajase para la C.I.A.", sonri con burla, y les reco-

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  • mend que regresaran tranquilos a sus ca sas, que lo dejaran pensarlo.

    Oremos para que no se nos venga otro s-bado como ste, seal el pastor, examinando el Almanaque Bristol que estaba colgado a su iz-quierda.

    Oraron en voz alta. Comenzaron a cantar Salmos: "Dios aplacar la tormenta. El alma del hombre est llena de temor. Es peor que la hiena porque ataca sin motivo. Su corazn est podrido en vida si le falta Dios que es Amor".

    Napudonoselo mantena la Biblia en alto. Se-alaba con el dedo ndice uno que otro pasaje de los Evangelios. Estaban arrobados siguiendo aquella secuencia de milagros: los paralticos an-dan, los muertos son vueltos a la vida, los ciegos ven. "Maestro, toda la noche hemos estado tra-bajando y no hemos pescado nada, mas porque T lo dices echar las redes. Hacindolo, captu- raron una gran cantidad de peces, tanto que las redes se rompan". Esperaban que les llegara el turno de llenar las redes, que se produjera un milagro. El mismo pastor era milagro vivo de conversin: la oveja perdida de Ariosto Canales, haba tornado al redil y de qu manera. Estaban maravillados con el Jess que Napudonoselo era capaz de testificar en su prdica de la Palabra.

    Se mantenan con los ojos cerrados. Alcan- zaban una especie de xtasis en el minuto crucial de la splica ardiente, de la quema de las pasio-nes ahogadas en la fuente del amor eterno. Fer-mn abri los ojos para curiosear tmidamente lo que hacan los otros. Al bajar la cabeza de nue-vo, se encontr con las puntas rotas de sus zapa-tos domingueros. Se llen de tristeza pensando que el trabajo del mar no haba sido del todo fa-

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  • vorable en los ltimos meses: "Slo un milagro", se dijo.

    Fermn Artola estaba insatisfecho con el rum-bo que haba tomado su destino. Era el segundo hijo de la Paca Artola. Con el neologismo revo-lucionario que penetr an en los rincones ms remotos del campo, y su fama de propietario de botes de alquiler, pronto se gan el mote de el Burgus. El surgimiento de las cooperativas y los agobiantes intereses bancarios lo haban deja- do en la calle. Antes de dejarse convencer por la Paca para asistir al culto, hasta haba intenta- do ponerse al habla con el viejo Ciriaco Caniza- les, experto en sortilegios y otras suertes de bru- jeras para que le pusiera en contacto con el dia- blo. Hasta esos extremos llegaba su agobio que era el agobio de todo el Puerto.

    Veo que nadie pregunta nada! Alabado sea el Seor! exclam Napudonoselo, observan-do a Tencho con el rabo del ojo.

    Tal vez la Mara Tomasa quisiera saber al-go sobre la prudencia, exclam la Paca, viendo a la nieta con un gesto de ferocidad, que hizo par-padear a Tencho, obligndolo a bajar la cabeza.

    Napudonoselo comprendi la sugerencia. Es un tema interesante que merece ser

    abordado en una charla especial. Lo haremos el prximo sbado, si Dios nos presta vida agreg.

    Tencho se acomod en el asiento y se alis la camisa recin trada de Miami, de las que guar-daba en el cofre. Carraspe con disimulo y con el rabo del ojo observ a la Mara Tomasa que haca seas a la Paca

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  • Entonces, vamos a pedir por nuestro henna-no Poncho, que Dios lo tenga en su santo reino y no le sea tan severo en su juicio.

    Alabado sea el Seor! dijo la Paca. Alabado su Santo Nombre! secundaron

    todos en coro. Ahora, vamos a abordar la segunda parte

    de esta noche de culto. Hablaremos de algo que ustedes conocen muy bien, porque lo hemos visto y reledo un montn de veces. Alabado sea el Seor de este Puerto y de todo lugar! Alabada sea la gloria de Su nombre!

    Alabado, alabado! Como ocurre con ustedes en estos das, en-

    tre los pobres pescadores de Galilea haba desen-canto, temor, agitacin. Sobre todo, esa falta de fe en el Seor que es lo que hoy nos agobia, nos desespera, en este mar agitado en donde el demo-nio ha levantado su tienda y se pasea campante lleno de un triunfalismo increble.

    Estaban pendientes del mensaje. "El demo-nio ha levantado su tienda y se pasea campante", eran frases que repeta con nfasis. Dios quie-re probarnos de todas maneras, saber qu clase de levadura llevamos dentro. El hizo las fuerzas de los huracanes, la violencia de las tormentas, el corazn de los hombres y los solt, los dej libres con sus propias leyes para que cada uno ejercita-se libremente su propio gobierno. Y con todas estas cosas, sobre todo, frente al hombre, coloc al maligno. El maligno tambin ha levantado su tienda en muchos corazones que son como casas vacas, abandonadas, de donde el Seor fue echa-do con violencia para dejar entrar al diablo. Esos

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  • hermanos son como sepulcros blanqueados, sea-l el versculo apropiado en los Evangelios.

    Saban lo que Napudonoselo quera significar con aquella referencia. Haca apenas unas sema- nas se haba iniciado la persecucin de pastores por esa prdica vaga y sospechosa de la Palabra. "Es una palabra de agitacin poltica y no de obediencia cristiana", les haban notificado. "Atenta contra los sagrados principios de la re-volucin". Luego de amonestarlos, fueron lleva-dos a la crcel.

    Entonces, las hermanas en la fe, concibieron un plan. Firmaron el pronunciamiento en que se comprometan a defender al nuevo Cristo. Esa especie de fantoche que les era difcil ubicar, que no tena un exacto punto de referencia en donde encontrarle. Pero la persecucin amengu, y los pastores de la iglesia del Cristo recin estrenado se aburrieron de visitar el Puerto. El Cristo per-seguido retom cautelosamente sus posesiones, y era sta la experiencia que estaban viviendo con Napudonoselo.

    Est amenazada nuestra fe, y nuestras es-peranzas, como esos botes en la tempestad, estn zozobrando en medio de la confusin y el temor.

    Y continu hablando sobre la fe, mientras limpiaba su ojo bueno, pues el otro lo haba per-dido durante un robo de ganado entre Telica y Len

    Hay que llenarse de paciencia y de esperan- lo hiciera za repiti con vehemencia, como

    nuestro hermano Job, que supo esperar, hasta que el Seor se dign poner sus ojos en l.

    Y continu en derredor de la fe y la vida fu-

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  • tura. "La fe es como un anzuelo que de repente coge al pez y no lo suelta. T, lo traes a la casa", llam la atencin de Fermn. "Uno es el pez", aclar. "Uno muerde el anzuelo de Dios, y el Pescador lo lleva a su casa, que es el cielo en el amor, la paz en el espritu, el sosiego en el cora- zn".

    Siempre que llegaba a esta parte de la prdi-ca, los hermanos de la Iglesia de Napudonoselo, permanecan callados, como preguntndose acer-ca del milagro de la conversin del hijo de Ariosto Canales. Estaban llegando al final, entonando cantos de Aleluya! Aleluya al Seor de los ejr- citos! Sus legiones de ngeles ms fuertes que cualquier rey de la tierra! Cuando el camin de soldados se detuvo frente a la casa de Boloy, y el comandante de las milicias salt por la puerta delantera apostndose a la entrada del culto.

    Qued viendo al grupo. Sumaban unos quin-ce pobres diablos que no podran ni moverse. A simple vista, el miliciano aparentaba ser un sol-dadito de juguete de los que decoran las cajas de galletas extranjeras. El terror en los ojos de Na-pudonoselo y los dems, lo transform en un raro gigante con un can en las manos en vez de ca-rabina.

    la revolucin! grit con voz chillo-Viva na, mientras dejaba escapar una sonrisa de apro-bacin y orgullo.

    respondieron en el culto, Viva! Viva! le tambin sonrientes, disimulando el miedo.

    Se preguntaron qu habra pasado con el jefe de las milicias. Cuando el soldado se march y ellos volvieron los ojos hacia el pastor, compren- dieron la situacin: Boloy haba tenido tiempo

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  • de colgar junto al atril el reverso del calendario de la Esso en donde estaba esbozado el retrato del Presidente.

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  • IV

    Hrcules Artola, el primognito de la Paca y Domingo Inocencio Artola Blanco, vino al mun- do en una maana de repetidos temblores de tie- rra, que alarmaron a toda la costa del Pacfico desde El Salvador a Costa Rica. Fue nio pro- blema desde el vientre de su madre. Para ver la luz del mundo, fue necesario trasladar a la Paca al hospital de Len, tras una lucha tenaz entre la vida y la muerte. La criatura se haba atravesa-do de tal manera en el tero materno transfor-mndose en un acertijo, que fue necesaria la bs- queda de hbiles y valientes comadronas, bajo la vigilancia de un buen partero titulado, para que participaran de los sobijos y otras maas del ofi- cio de las que fue una vctima la desventurada parindera.

    Tena seis aos apenas, cuando se le meti en-tre ceja y ceja que l era la muerte quirina. Co-loc en su cabeza un calabazo pintado de blanco, que simulaba el crneo de un esqueleto, y arma- do de un pequeo tridente con el que se desca- maban los pescados, persigui a un vecino suyo de la misma edad, amenazndole y causndole tales lesiones que fue necesario la intervencin del mdico para curarle las heridas.

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  • Por ms que el castigo brutal de la afligida Paca cayera como pan diario sobre el lomo de Hrcules Artola, ste pujaba para adentro sola-mente, y al da siguiente volva a las andadas. "Djalo ya que nada vas a lograr con matarlo", le deca Domingo con su deje cansado y tedioso. Cmo voy a dejarlo deca su mujer, si en vez de un hombre, he parido un burro, y los bu-rros slo se doman a palos!

    Entre mltiples golpes y protestas, Hrcules Artola fue creciendo y se hizo un hombre verda-dero. Corto de estatura, fibroso, todo su cuerpo hecho a imagen y semejanza de una figura de la poca colonial, tallada en madera. Teniendo ms bien la apariencia de un santo, obligaba a buscar en el acto las cosas almacenadas en la bo-dega de la memoria. Se convirti en un verda-dero Juan Tenorio y arras con todas las muje-res solteras y las viste-santos de los valles del Puerto, hasta que conoci a Mara, la renca.

    Lo llevaron a bautizar ya hombre a Jinotepe. Y el padre Felipe del Calvario Vigil y Bobadilla, en esa ocasin dijo a la Paca: "A lo mejor tens un politico en la familia", porque el muchacho se gan sus primeros centavos pintando rtulos clandestinos contra las medidas coercitivas del Dictador. Aos despus, cuando se cumplieron las humorsticas predicciones del sacerdote, an-tes del triunfo revolucionario en que los incon-dicionales de Somoza escenificaban ruidosas con-centraciones polticas, Hrcules Artola manejaba sus zonas de influencias Su gente, como deca l con orgullo, llegaba colgando de camiones del es-tado, agitando banderitas rojas del partido, y co- reando slogans: "No te vas, te quedas! No te vas, te queds! No te vas, te queds! Y si era

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  • necesario el uso de la violencia, formaba parte de las fuerzas de choque en que estaban integradas las reservas civiles, despuntando entre los prime-ros, con cadenas y varillas en alto, listos a sem-brar el pnico para poner el orden. "El poder es para poder", se le oa decir con la seguridad te-meraria que da el ejercicio del gobierno y la glo-ria del triunfo. Con la entrada de la revolucin, Hrcules Artola se cambi de bando, y encabez la jefatura de la rebelin en el Puerto. Como en todos los pueblos tomados, los nuevos lderes la emprendieron contra los amigos y los bienes del dictador derrotado, en donde cada quien aplic su propio cdigo para la administracin de la jus- ticia. El caos alcanz niveles inconcebibles. Del fuero legal improvisado, con credencial de iden-tificadas pandillas de reconocidos salteadores, se pas a la quema y destruccin de los viejos sm-bolos de poder, y a la ocupacin y saqueo de las casas de veraneo cuyos propietarios haban sali- do en desbandada.

    Refrigeradores, radios, televisores, muebles de toda doms- suerte, ropas y simples utensilios ticos cambiaron de dueo en menos de lo que se forma una ola, bajo la conduccin del cambio di- rigido por Hrcules Artola. Pero las residencias de veraneo resultaron un hueso pelado que no lo-gr saciar la violenta voracidad del confuso sen-timiento revolucionario, y de los bienes privados, el vandalismo salt a los inventarios de la nacin. Las bodegas de la Aduana del Puerto fueron sa- queadas. Millones de dlares en caf y azcar exportable desfilaron de regreso en hombros de un pueblo amotinado por la turbulenta furia de la anarqua. Artculos sin valor relativo eran arrojados al mar o quedaban esparcidos por el suelo. Con su botella de whisky importado, y

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  • sus jamones de lata, el comandante Hrcules Ar-tola no tena sosiego en busca de sospechosos por todos los rincones del Puerto. En su nuevo lugar de residencia se repartan las transacciones del saqueo.

    Con los meses haba regresado a su rancho. No experimentaba la misma confianza de los das del triunfo. Cuando se organizaron las milicias, le nombraron en un puesto importante dentro de la estructura militar de su comando organizado en cuadros que deberan atender la marcha del proceso. Ser ojos y odos de la revolucin. Vi- gilar a los enemigos del gobierno. Fortalecer el poder popular que comenzaba a delinearse en las concentraciones de masas publicitadas en la ca-dena de televisin del estado.

    Luego apareci la contrarrevolucin y fue ne-cesario enviar tropas a la frontera con Honduras para detener el regreso del Dictador. Hrcules Artola que tena un olfato de perro polica para detectar el peligro, dio un paso atrs y pretext la objecin de conciencia. Se neg a tomar el fu-sil para disparar contra quienes no le haban he-cho el menor dao, y eran sus hermanos en Cris-to. Desert de las milicias, y cuando le llegaron rumores de que en la Paz haban ordenado su captura para integrar los batallones de volunta-rios, huy por los manglares, y por meses, nadie supo nada del comandante Hrcules Artola.

    Frente a la baha, se mora de envidia viendo a Fermn y a los otros descargando los botes lle-nos de pescado. El dinero de sus das de lder revolucionario se le haba escapado de las ma-nos, y aquella apasionante fiesta de la insurrec-cin era para l, como lejana historieta que se perda lentamente en los vericuetos de la mila-

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  • grosa ambicin en que estaba sustentada su exis-tencia. "El trabajo es para los bueyes", senten-ciaba con su desfachatez de predicador del ocio, de empedernido ratero de casas vacas y de bol-sos de mujeres solas en las estaciones de buses.

    Viendo al Burgus con su nuevo bote, finan-ciado por el gobierno como una reposicin de los suyos de antes del triunfo, haca un recuento de sus bienes: un pantaln rado que colgaba del alambre en el patio, la desteida camisa de mili-ciano y la calzoneta Jatzen que le haba robado a un cooperante internacionalista. Se palp el lindo cuchillo espaol que llevaba sujeto a la cin-tura, y se le salieron las lgrimas, al recordar la suplicante humanidad del juez de mesta de Las Casas el da posterior del triunfo. "Los perros no merecen quedar con vida". Y le dieron un tiro en la cabeza y una herida en el vientre con su mismo cuchillo.

    Qu suerte de cabrones! dijo entre dien- tes.

    Todo se le haba venido a complicar con la instalacin del nuevo comando de Punta Janet. "Te voy a encerrar hasta que te arrepints, jodi- do, y si volvs a tus andadas te voy a mandar a Len para que te pudrs en la crcel", haban si-do las claras y amenazantes palabras del respon-sable militar, cuando intentaron robar en la casa que haba sido confiscada, y que ahora pertene-ca al pueblo.

    "No jugus con fuego", le haba dicho la Pa-ca. Y le recalc con voz ronca por la furia: "Acordate lo que dijo el responsable: Mejor ro- bale a l que a los internacionalistas del Velero, porque te quiebran el culo".

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  • Y el recuerdo de la Mara sustituy el pensa-miento de la Paca en la imaginacin de Hrcules Artola. S, era ella, no poda ser otra, la causante de su mala suerte. Y reflexion: "Tal vez no mereca semejante pijeada. Soy un animal como dice mi mam", salt en su memoria la brutal golpiza que haba dejado a la Renca en una pos-tracin total, por semanas.

    "Pendejo. Sos un haragn!", se rechaz a s mismo.

    Cllate la boca, y deja de hablar pendeja- das", una segunda voz interior sali en defensa suya.

    "Tens dos semanas de no hacer ni mierda! De no producir nada!", volvi la primera voz. Y maldijo: Qu se calle tu madre!

    Desde la glorieta escuch a Domingo que con Ariosto Canales se divertan de lo lindo:

    Doa Sapo est cosiendo a don Sapo una camisa, la sopa que se la mide y el sapo que se la plisa!...

    La camisa, la camisa, la camisa, la camisa, core Mengano.

  • V

    Ariosto Canales fue uno de los hombres fijos que en sus abundantes aos de moza tuvo la Pa-ca. De l, vivieron: Napudonoselo, Arismen- dio, Geranio y Dimas. Trasunto, el cuarto de los hijos varones de Ariosto Canales, muri antes de cumplir el ao, arrastrado por una peste he-morrgica que azot el Puerto junto a un invier-no cruel e interminable.

    La Paca conoci a su primer marido en los aos cuarenta. Trabajaba de capataz, puntean-do la peonada en los cortes de caf de Carazo. Le escuch cantar coplas picantes con su guita- rra de talalate, y hacer punta y taln en los famo- sos bailongos de las haciendas cafetaleras de San Marcos, y desde aquel momento se le meti en la sangre.

    Aquella misma noche lio su morral y abando-n la casa en donde le haban brotado las plumas, y cabalg en brazos de Ariosto Canales a Santa Teresa. En un campamento de explotacin ga-nadera, plant su nido de amor y comenz la vi-da de "libertad sin fronteras como los pjaros" que le haba cantado Ariosto. La experiencia sexual la transform totalmente, y despert en

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  • su imaginacin un extrao y alucinante sentido de la vida que no la abandon nunca.

    Durante una fiesta de San Juan, en la que ha- ban toros "encuetados", monta de burros cima- rrones y peleas de gallos con doble navaja, Arios- to Canales con su guitarra de talalate, sus coplas picantes que hacan sonrojar a las jovencitas inexpertas y a las seoras de riguroso recato p-blico, y con la mudada que llevaba encima, aban-don a la Paca por una mujer el doble de su ta-mao, y unas grandes nalgas que bailaban en am-bas aceras de la calle.

    "Qu hijo de puta este Ariosto! No era slo paja lo que viva diciendo! Dej la bicicleta y se mont en el tren! Ojal que no le pase encima", pens la Paca. Y con maravilloso sentido de la realidad, agreg para s: "Bueno, qu vamos a hacerle. Dios me lo dio, Dios me lo quit". Con los hijos en formacin de campaa y el menor en el regazo, enrumb a la cabecera departamental en busca de la casa que haba abandonado aos antes, como el punto de referencia razonable al que le apuntaba el instinto.

    En la casa de doa Joaquinita Cuadra, ma- drina de la Paca, haban cambiado las cosas. Los nios pequeos se haban vuelto matacanes y dorman en cuartos separados los hombres de las mujeres. Julin, el flaquito, quien tena el h-bito de espiarla por las rendijas del bao frotn-dose el sexo, algo que a ella le causaba una risa nerviosa, convertido en un gordinfln se haba casado. Viva en el anexo construido en donde doa Joaquinita cuidaba las rosas con las que su marido, don Justo Serafn le haba endulzado el corazn y el odo el da en que pidi su mano y formalizaron la boda. La muerte de don Justo

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  • Serafn rompi una cuerda en el centro de la feli- cidad de la viuda que ahora se mantena echando baba da y noche en medio de servilletas de todos colores. Casi inmediatamente intuy que la an-tigua casa de su madrina slo tendra sitio para ella, en los agobiantes .oficios de lavandera y planchadora en medio de un cerro de pantalones y camisas de todos los driles, que cada da se vol- vera ms inalcanzable. Acudieron a su memo- ria los aos felices en la vieja casa, cuando ape-nas era "una criatura de trece abriles", con las que obligaba al nonagenario abuelo a recordar los tiempos de serenatas, de huidas por los monta- rascales, de compromisos polticos y de intempes- tivos viajes a la finca, que no eran ms que pre- textos para dormir fuera de casa con cualquier polla que le saliera al paso.

    "De lagartija para arriba todo es cacera", tentaba a Julin, hablando de "las toronjitas de oro que tena la Panchita en el pecho", y que eran el verdadero origen de que el muchacho vi-viera arrumado en aquella crisis de espionaje.

    Recordaba cmo en esos viajes a Managua, citado por la Directiva del Partido para integrar la Junta de Notables, don Inocencio Matusaln Cuadra y de las Torres, quien aoraba la juven-tud, y pretenda un proyecto de ley en las cma-ras para buscar la forma de retenerla, amaneci en una fiesta privada animada por una rumbera. Desde aquel da, la idea de la Panchita rumbera se transform en una obsesin enfermiza que le puso al borde de la locura. Pas meses enteros en los cuales sus pensamientos no tenan otra for-ma de expresarse que no fueran alrededor de tal disparate. Hasta ensayaba sus pasos de rumba en el bao; del bao pas al corredor, y del corre-

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  • dor a la acera, amenazando que terminara bai-lando en el parque, si la Panchita no le bailaba una rumba como lo haba visto en la fiesta de la juventud del Partido.

    "No hay ms que poner a la Panchita en una escuela de rumba", recomend el doctor Sinforo-so Castrillo, dueo de la Farmacia "La Pastilla", y amigo incondicional de la familia. El da en que la Panchita bail la tan obsesionante rumba de don Inocencio Matusaln Cuadra y de las To-rres, lo hizo con tanto ardor y tanta gracia, que el abuelo solt un delirante grito de jbilo y cay muerto en la alfombra atragantado por una angi-na de pecho que le cerr las coronarias para el resto de los das poniendo fin a su alboroto.

    "Esta Paca jodida se vol a mi abuelo", llor Julin, el flaquito, ante los restos desmoronados del viejo.

    Paca la quedaron llamando desde ese trgico momento en que un baile despampanante, sin ms ni ms se convirti en desventurada trage-da. Y pensando que no haba tiempo que perder, despus de entenderse con Domingo Artola en sus rutinarias visitas al mercado, plantearon las condiciones, se juraron amor eterno y liaron las maletas para el Puerto.

    "Ese pendejo de tu marido no te sirve ms que para la cama", record la Paca las expresio-nes de don Venancio Mendoza, quien haca diez aos, recin llegada al Puerto, le haba obsequia-do un destartalado bote para que Domingo Arto-la se iniciara en las labores de la pesca. Pero el segundo marido como el primero le haba salido boludo, y pasaba horas, das, y meses enteros sin producir para un almuerzo. Arismendio, el se-

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  • gundo de los hijos de Ariosto que cifraba trece aos, pareca un muchacho listo, inteligente, preocupado por el destino de sus hermanos y el sustento de la casa, decidi ponerse al frente de los avatares de la pesca. Pasaban horas enteras esperando el pique, tensos, callados como los con-denados a muerte esperan la llegada del verdugo en el segundo final que se convierte en siglos. No se atrevan an a pasar al otro lado de los arreci-fes, cerca de las boyas, donde los peces muchas veces viven murindose de hambre y no dejan ca-lentar carnada. Seis meses ms tarde, Napudo-noselo, el nmero uno de Ariosto, que ya haba aprendido a manejar el bote, abandon la casa y se fue a rodar fortuna. Desde pequeo haba si- do inquieto, bebedor de aguardiente, fumador de marihuana y contador de chistes vulgares como su padre. "Vas a encontrar a alguien que te pon-ga el breque", pens la Paca, y con el tiempo y los nuevos hijos que iban naciendo, lo fue rele-gando al olvido. La familia aument rpidamen-te con los hijos de Domingo Artola: Hrcules, Salvador y la Mengana fueron el resultado de tres embarazos seguidos que no dejaron tiempo para amamantar a los otros. "Vivs siempre car- gada, como escopeta de hacienda", volva don Venancio Mendoza que la haba hecho su coma- dre. "Es lo nico que sabe hacer muy bien el po- brecito", sonrea la Paca, maliciosamente resig- nada. "Lstima que no sea un semental de otra clase porque te lo comprara para mis vacas", in- sista el viejo desde su mecedora abuelita, pa-seando sus ojos de halcn por todo el cuerpo de la Paca que se haba vuelto fuerte y rollizo, de una exuberancia a su edad que pareca una hem-bra de veinte.

    Cuando naci la Mengana la Paca lo celebr

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  • con una verdadera fiesta. Haba sido la primera mujer desde su salida de Santa Teresa en su via- je de trnsito al Puerto. Orden que degollaran dos cerdos de los que estaban engordando para su venta a las fritangas de Managua, contrat va- rios conjuntos de guitarras y violines entre los mejores tocadores de Mesas Grandes, Las Tablas y Nandayosi, se brind con cususa y se bail toda la noche. A la hora de las peleas con cutacha, y los ardientes vivas a los primeros grupos de gue-nilleros que haban insurgido en las montaas del norte, se haba aparecido la autoridad repre-sentada por los jueces de mesta:

    Quin es el jefe de esta casa? Don Venancio Mendoza, quien tambin ha-

    ba estado bailando El Sobaqueado y La Cucara- cha con la mujer de Domingo Artola, viendo a los de a caballo, contest:

    no hay jefe, jodido! hay es Aqu Lo que jefa!

    Y la hizo salir al frente de la autoridad entre una memorable carcajada. Desde aquella ocu- rrencia la Paca tuvo otro nombre.

    Y mientras otros hijos de Domingo Artola ve-nan al mundo: Marcos, Fermn y la Corinita, De los mayores de Ariosto: Arismendio y Dimas prosperaban, haban encontrado mujer y termi-naban de construir sus propios ranchos en el mis-mo predio vaco, frente al mar, en donde como smbolo del clan, se alzaba orgulloso el de la Jefa.

    La Paca no encontraba por donde coger la fe-licidad. Estaba llena de vanidad y segura de s misma. Eran los primeros pasos en firmes de la familia, los primeros trofeos de su maratnica lu-

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  • cha contra la vida, los primeros frutos que era ca- paz de cosechar la fecunda semilla de sus entra- as.

    "Esos muchachos son de sombra sentenci don Venancio Mendoza, su sempiterno admira-dor agitando el bong de su barriga que haba de-jado atrs a la cintura. Deben de ser hijos de gaviln, porque del pobre huevn de tu hombre, no sacaron nada".

    Pero, no pas mucho tiempo sin que se sintie-ra mordida por la duda y el dolor, porque la di-cha y la alegra pasan muy de prisa. Napudono-selo estaba ms rayado que una papaya en el Hos-pital de Len, y se debata entre la vida y la muerte.

    hubieras Brbaro! Mejor nacido muerto que meterme en semejante vergenza!", le incre-p la Paca, anegada en un mar de pena.

    Arismendio intervino cuando su mama quiso arrancar la infusin de plasma a la que estaba co- nectado el moribundo.

    Djeme, jodido, y respete a su madre, que este sacrlego de tu hermano, no merece seguir viviendo. Eso de robarse una imagen milagrosa, no haba pasado en la familia! Debieron haber dejado que lo lincharan en la plaza pblica. Se lo mereca por brbaro, por Anticristo y por la- drn de iglesias! Y lleno de un profundo senti- miento de rabia y de temor, dio media vuelta de regreso al Puerto.

    Desde aquella mala hora, la Jefe no volvi a ser la misma. Fue como si hubiese pasado bajo una escalera, o una manada de gatos negros pro-vocndola se apostasen en su camino. Por la no-

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  • che del mismo da de la infausta querella de Na-pudonoselo con su propia conciencia, la Paca se vio atacada por una fiebre tan alta que sobrepas los cuarenta y dos grados del termmetro, y fue necesario sentarla por largas horas sobre marque-tas de hielo resultaron derretidas en tiempo que rcord, y evidentemente inocuas para contrarres-tar el infierno que el temor y la vergenza haban encendido en la Jefa.

    Tras la enfermedad, sobrevinieron un sinfn de desgracias. Los cerdos blancos, lucios, bri-llantes, gigantescos que Hrcules y Dimas haban comprado para crianza en la Escuela de Agricul- tura de Tipitapa, dispusieron morirse en una dia- rrea de sangre que no la par nada, las gallinas rechazaron el trigo y el maz y comenzaron unas a las otras a arrancarse y comerse las plumas, el flujo de viento que entraba por el estero y se en-fureca al pasar por la salinera de don Venancio Mendoza, arranc el techo del rancho y fue vo- lando los pedazos por toda la costa del Puerto, y se inici un invierno tan brutal que pareca que Dios haba dado rienda suelta a un nuevo diluvio.

    Meses ms tarde, una de tantas noches en que la Paca estaba encandilada y no poda conciliar el sueo pensando en el premio mayor de la lote-ra, aunque todava no haba comprado el billete, en un instante en que qued dormida, so con San Francisco de Ass. El santo entraba al Puer-to montado en pelo, en un torete rechoncho, sin cachos ni cola, que se paseaba mugiendo por toda la costa, seguido de los que parecan ser los lobos del Santo. Pues era tal la ferocidad y los horri- pilantes aullidos con los que demostraban tal co- sa, que la Paca slo atin a ver las fauces llenas de baba infernal y las grandes cabezas con los

  • ojos encendidos como los orificios del infierno. Recordando las viejas historias de su madrina, doa Joaquinita, la viuda, sacando sus propias conclusiones sustentadas en la infinidad de cuen-tos de caminos: hombres sin cabezas, carretas na-guas, duendes y toda clase de boberas con las que los abuelos, y los tatarabuelos, de doa Joa-quinita vivan matando el tiempo, mientras lle-gaban las horas de sentarse a la mesa y volver a la cama entre una sofocante rutina de historias. "Esto es bueno y es malo", se dijo. De tal ma- nera sus temores estuvieron tan de acuerdo con las predicciones de la Cuatro Pelos, con quien ha- ba consultado sus sueos que se prepar a espe-rar las incidencias de aquel endiablado rompeca-bezas. Sus sesiones onricas comenzaron a repe-tirse casi todas las noches. Siempre estaban pre-sentes San Francisco de Ass montado en el re-choncho torete, rodeado de cabezas de lobos, a excepcin de la madrugada cuando amaneci la marea serenita, en que en vez de torete, fue un cerdo el que jineteaba San Francisco. Fue cuan-do le orden a Gerancio que baara , a Emiliano, y que dijera ala Corinita que en el bus de la Plan-ta saldran a buscsr al Obispo de Len para que rogara a Dios por ellos, y se dignara por el amor a la imagen robada, entrar a su rancho para ben-decir pulgada por pulgada, y cristiano por cris-tiano, a toda la estirpe de la Paca anegada en la maldicin por la hereja de Napudonoselo. "Que esa maldicin que va a caer en este lugar, caiga en cualquier parte menos en mi casa!", suplic la Paca, de rodillas, ante al Virgen robada. Y sin decirlo en voz alta, pens: "Que caiga pues, don-de mi compadre, Venancio, que slo tiene a Sal-vito a quien hacerle falta!"

    El siguiente viernes, mientras don Venancio

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  • Mendoza practicaba sus clases de guitarra bajo el ojo y la batuta vigilante de Ariosto Canales y de su compadre Domingo Artola, entre un "do"

    bajo, "si" de y una de altura en las coplas de Do- a Sapa, el aprendiz de cantor se fue para atrs como queriendo alcanzar el estentreo borboteo que se lo llevaba en el alma, y cay como un ba-rril de plomo sobre los brazos del compadre.

    Despus del funeral del compadre, aun cuan-do la Paca fue al dormitorio intranquila, con la conciencia dndole mordiditas en el corazn, don-de se supone que uno tiene la conciencia, y en ese juego de corazn y recuerdos, de atorozona-mientos y dudas que alteraron su elocuente y bien sincronizado apetito, en realidad, la Jefa, se sinti como si hubiese nacido de nuevo. Aunque anduvo cargando luto por don Venancio alrede- dor de una semana, el lunes siguiente amaneci con los labios llenos de carmn, las restauradas mejillas con coloretes de tono encendido como el que la Corinita comenzaba a usar en sus ingenuos arranques de coquetera, y el cabello ensortijado ni ms ni menos como si saliese de un saln de belleza lista para asistir a un festejo. "A la mier-da todo mundo", se dijo ante el espejito de mano con adornos dorados que le haba obsequiado t-midamente el compadre cuando oy decir, que los dos maridos iban emparrandados hacia las fiestas de Carazo, y un camin de transporte los haba dejado destripados en la interseccin de Las Esquinas y San Marcos. "Esto se acab". Pero, en verdad lo mascull con temor. Tuvo la sensacin que se estaba engaando a s misma, que se estaba tendiendo una trampa de optimis-mo que no tena sentido, porque sus presenti-mientos de animal a la defensiva, de mujer que se haba hecho sola, acostumbrada a intuir y ha-

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  • cer cambiar de rumbo los ms extraos aconteci- mientos, apuntaban en otra direccin. "Dios, qu tonta soy! Mi bola de cristal me est di- ciendo otra cosa!", se toc la cabeza. Y en vez del vestido con flores rojas y amarillas, y el fus-tn de flequillos, y los zapatos tacn alto, y la cartera de terciopelo rojo con aplicaciones de len-tejuelas que haba sido de la Rosenda, y las lar-gas trenzas que terminaran con un listn rojo en las puntas enrolladas en la cabeza, la Paca se pu-so su camisa kaki, su falda de manta de la india, sus sandalias viejas, y se restreg la cara como quien se restrega el alma a la hora del arrepenti-miento. Se recost en la hamaca de cabuya que estaba frente a la glorieta, y se qued pensando en nada.

    Haba transcurrido un ao desde el desventu-rado atragantamiento de don Venancio Mendo-za. La herencia de la salinera se convirti en una maldicin que fue repartida por el banco entre intereses vencidos que se fueron acumulando por aos, y abogados interventores que interpretaron cartas y evidencias garabateadas que se convir- tieron en documentos legales. Entonces fue cuando los vecinos del Puerto se dieron cuenta quin realmente era don Venancio Mendoza. No solamente el hartn que se coma un pargo de diez libras en una sola sentada, no el cascarrabias usurero que andaba vigilando da y noche, tra- tando de conservar en buen estado, las paredes de negro barro que formaban el embalse de las aguas que bajaban por el estero, ni siquiera el explotador que viva del sudor del lomo de los trabajadores del Puerto, porque el calumniado difunto haba rebasado todos esos adjetivos. Ha-ba sido el banco, haba sido el mdico, haba sido la empresa que daba vida econmica al Puerto

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  • con su rstica salinera, y su incipiente no ren- y table explotacin lechera, que para don Venan- cio Mendoza el simple hecho de conservarla, te- na el mismo significado sentimental que la pose- sin del arma que haba portado el abuelo duran-te los enfrentamientos entre liberales y conserva-dores, o la conservacin del anillo de oro de ma-trimonio con el que haba muerto su madre.

    El tiempo devor los meses, y los meses hicie-ron lo mismo con los deseos, las ilusiones y las es- peranzas de la gente del Puerto. Los gerentes que fueron cambiados varias veces antes de que el anterior se ambientan, porque nadie quera estar en ese infierno de soledad y abandono, fue-ron sustituidos por el deterioro de las bodegas, el agotamiento de los molinos de martillo y la des-truccin de los embalses. Las carcomidas pare- des fueron arrancadas por el viento, y la sal, al- macenada por semanas en una rutinaria reposi- cin de inventarios, fue trasladada al mercado de Len para rematarla al martillo, en un acto que hubiese atragantado mil veces al desdichado compadre.

    Con el cierre de la salinera, se haba agudiza- do la pobreza en el Puerto, y con la pobreza, nue- vamente la mala suerte deambulaba campante en la casa de la Paca Artola. "La jodidita se fue con esa puta", pens la Paca con amargura. La Rosenda haba regresado repentinamente a los brazos de Tencho: "Estoy arrepentida. He su-frido mucho. Ahora s s cunto te quiero. He tenido que trabajar como un hombre, chapeando y cortando lea desde que me fui de tu lado. He soportado hambre, fro, enfermedades y una falta de tu cario que me tena loca de angustia. Per-doname. Te juro que no me ir nunca ms", ha-

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  • oan sido las splicas entre sollozos que hicieron sentir a Tencho, el ser ms feliz de la tierra.

    Ese mismo domingo en la maana, los torto- litos fueron a Len. Con parte de los ahorros del chancho, que haban pasado sacando toda la no- che con un cuchillo delgado para no romper la alcanca, Tencho le compr un vestido de tafe-tn azul y amarillo, dos calzones de seda con ma-ripositas azules y rojas a la altura del pubis, un par de sandalias doradas de la ltima moda y una gran cartera de mecate, importada de Guatema- la. El domingo siguiente, mientras Tencho aten- da la llegada del Gerente de la Chevron a la ca- sa de veraneo, la Rosenda se fue de viaje para siempre. Iba acompaada de la Corinita, el sex- to retoo de la Paca Altota. Llevaba puesta la camisa deportiva que Marcio le haba trado a Tencho de Miami, en donde se le dibujaban las tetas en forma provocativa, y el pantaln que el enamorado marido mantena guardado en el fon-do del cofre. La exuberante viajera, retoc su abundante y salvaje cabellera peinada al afro, con los anteojos de medida de Techo, que lucan coquetas sobre el flequillo rubio que se haba pei- nado en la frente. Todava pensando en las fra- ses de fidelidad y amor eterno con que haba re-gresado Rosenda, Tencho rumi desesperada-mente, aquella su vigilia sin fin que ya casi haba superado. "Gallina que come huevo, aunque le quemen el pico", le brotaron las lgrimas cuando escuch el mensaje que descifr Salvito extrado de un montn de garabatos. Y sali volando a darle noticias a la Paca, que haba pasado en las mismas, imaginando lo que vena temiendo con las inquietudes erticas de la Corinita.

    Gracias, Tencho, ya lo saba contest. Tambin me dejaron una carta como la tuya.

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  • Lo sabe Domingo? lo Ni lo decir. No creo. se voy a Para qu?

    Ve las cosas corno si no fuera su padre.

    Quizs se arrepientan y slo den una vuelta por Len.

    No lo creo.

    digo, Lo porque si se fue con la Corinita...

    Podra ser, dijo la Paca, con sarcasmo, de-jndole con el resto de palabras en la boca, por-que vio a los dos maridos que venan dando tum-bos por la costa bajo el influjo de una soberana borrachera. Desde lejos le lleg la letra de las coplas picantes y el chapaleo de la risa:

    "Las mujeres de este tiempo

    son como la levadura,

    apenas les dicen linda

    se les sopla la montura,

    se les sopla la montura..."

    "Pobre, Tencho. Todo viejo para pendejo", segua pensando la Paca.

    46

  • VI

    Los aos pasaron de prisa. La lucha la por vida y el sufrimiento cambiaron el perfil feme-nino y atractivo de la Paca, por una vigorosa fi-gura de madera que infunda respeto. El hacha del tiempo haba derrumbado con crueldad ins-lita, la exuberancia de sus enormes senos y la campanada de su risa. Haba que verla en su dia- rio trajinar domstico sobre el bote a media ma-drugada con el anzuelo, y el harpn, y el trasma-yo tratando de enredar los peces, casi a mar abier-to, en el centro de la baha, donde los prcticos colocaban las boyas para guiar a los petroleros a su acople con el oleoducto del Puerto. Por mo-mentos le pareca que en ella haba reencarnado otra Paca, con ms ardor, con ms coraje para buscar el lado flaco de la vida, para hacerla do-blegar bajo su ardiente corazn invencible.

    Haba aprendido a luchar bajo una perma-nente e inconmensurable cadena de sufrimientos. Un peso que llevaba sobre sus hombres ligado a una invulnerable actitud de resignacin que ya formaba parte de s misma. Se senta que no po-da ser ella, que algo extrao estaba sucediendo en el normal transcurrir de su existencia, cuando los vampiros de la zozobra y los zopilotes de la

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  • inquietud abandonaban los intrincados y recn- ditos laberintos de su cerebro para dejarla cavi- lar tranquila. "Nac para sufrir y dar vida a la vida", sola contestarse cuando su urgente nece-sidad de respuesta se converta en punzante aci-cate en el insondable ocano de su mente. Algu-nas veces vea a sus hijos como si no fueran su-yos, y stos llegaban a imaginarla como una co- pia hecha al carbn del santo patrn de algn pueblo, o la estatua de un museo ilocalizable en la memoria. El golpe de los remos, y el formn del tiempo que haba cado inclemente sobre su humanidad de roble tallaron protuberancias de races a lo largo de los pequeos brazos color de mangle que contrastaban con el tono moreno que-mado de su fuerte cuello de luchadora, en donde el vaivn del bote y el peso del dolor sin trmino haban marcado sus huellas, dejndolas expues-tas como en la vitrina de una tienda de imgenes. La Paca Artola, a ratos, senta la misteriosa sen- sacin de no ser la Paca Artola, mujer de Domin- go Artola, por ejemplo, sino una especie de visi- tante de s misma, con el nombre de Paca Artola, metida en esa nueva envoltura de madera talla- da, y con esa estructura de constelacin dentro de la cual giraba el sistema vital que haba entre- tejido en su mente. A pesar de que el oleaje de la familia, golpeaba con increble violencia el rompeolas de su imaginacin, ella permaneca alerta y dispuesta con el timn en las manos so-bre la direccin adecuada.

    A rfagas, como en una corriente elctrica que se interrumpe por un desperfecto mecnico, acu-dan al conmutador de su cerebro, las imgenes dolorosas, apasionantes, difusas y hasta risibles de su descendencia que en materia de enfrenta-mientos con la existencia, cada quien viva el pro-

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  • pio juego calidoscpico que haba heredado de la Paca, pues mientras Ansmendio y Dimas esta- ban metidos en la fe y repartan su tiempo entre la pesca y la bsqueda de huevos de tortuga, du-rante las faces de cuarto creciente que coincidan con los das de lluvia, la Mengana iba y vena con sus urgentes e instintivos apareamientos ocasio-nales, que eran como un grito de la herencia ge-ntica y Salvador le ayudaba a Salvito a reavivar los ltimos terraplenes que formaban los embal-ses del pedazo de salinera que le haba dejado el banco. Hrcules, despus de su fracaso con la crianza de cerdos que le haba frustrado el hura-cn, form una banda deabigeos con Napudono-selo y Marcos, a quien le apodaron el Flojo, se fue por el lado de Cosigina, Rancheras, El Sau-ce, Telica y San Isidro, saltando de un lugar a otro, en una santa alianza con los destazadores clandestinos que haban conectado todos los po- deres del robo en una larga cadena de pretextos que no tenan nombre.

    "Gracias a Dios Fernando naci muerto", se dijo, dando tres remadas que la pusieron a salto de playa enderezando el bote, y haciendo tiempo al ejrcito de la Mengana, para que lo empujaran hasta la orilla de la glorieta.

    Mientras descargaban los pescados, sigui pensando en Fernando. Se le meti entre ceja y ceja, que el Seor le haba dado el encargo de ser algo as como el ngel de su guarda. El mis- mo da en que lo enterraron en el lote de la fami- lia, el nima del nio haba comenzado su traba- jo deteniendo una bala perdida que qued ensar- tada en la Biblia que asa entre las manos a la altura del estmago. El muchacho que haba si- do el dolor de cabeza de la Paca desde que tuvo

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  • la certeza de haber quedado encinta, no par de serlo jams hasta los diez meses y dieciocho das en que fue expulsado del vientre como la granada de un obs de grandes dimensiones que provoc el alarido de la madre seguido del derrumbe de su conciencia.

    Por vez primera, sin tomar en cuenta la auto-rizada opinin de la Jefa, ante el estupor que ha-ba hecho sobresaltar a las veinticuatro comadro-nas, que llegaron de todos los lugares ante el fe-nmeno increble del garrafal embarazo que meda noventa y cinco centmetros del pubis al ombligo, las decisiones las tom la Corinita. El cuerpo del enorme cabezn, con las caractersti-cas humanoides de un marciano, fue mantenido incorrupto bajo el efecto de la formalina, y de ri-gurosos lechos de ceniza, hasta que la horrorizada madre abri los ojos para volverlos a cerrar casi al instante: Fernando, el revolucionario, sobre-nombre con el que le haba pre-bautizado don Ve-nancio Mendoza en caso de que el nuevo cristia- no fuese macho, tena la cabeza de un sajurn, y los ojos de una lechuza, y los brazos como aletas de tortuga, y el resto del cuerpo terminaba en una cola de guarasapo, que oblig a deducir a la Paca si durante los das de gestacin no habra visto alguna cosa terrible. Dio gracias a Dios que Fernando, el revolucionario, no hubiese visto nunca la luz malfica del condenado mundo en que viva. El colmo de la mala suerte de Fernan-do, el revolucionario, haba sido la amenaza de nacer sin padre legtimo en el caso de que hubie-se vivido, porque las malas lenguas la haban ve-nido calumniando de la manera ms hipcrita y solapada con el compadre Venancio que slo ati-naba a contestar: "Djalos. Cuando nazca van a ver que tambin tiene cara de ttere de circo

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  • como los otros. Se van a dar con una piedra en los dientes".

    Aquella maana, despus de su regreso de la pesca, encontr que Hrcules, Marcos y Napudo-noselo estaban esperndola en las hamacas de la glorieta. Usaban vestidos de milicianos y pare-can felices inmersos en un mundo de disipacin y abandono. "Dios mo!", exclam la Paca. :"Si hoy es da de mi santo!" Y recelosa, pero con cierta alegra instintiva de leona vieja ante el in-confundible olor de los cachorros, abraz a los muchachos que se lanzaron sobre ella y la sacu- dieron con la suavidad de la brisa en una maana de sol invernal.

    Ests bien, mama. Como Dios quiere, y nada ms. En el can de la carabina de Marcos estaba

    ensartada una flor de avispa colorada que la Men-gana se haba quitado de la oreja.

    Cmo han crecida estos jodidos! dijo Do-mingo Artola, dando vueltas alrededor de la Paca mientras descamaba los peces.

    Venimos a la fiesta del da de tu santo di-jo Marcos.

    La noticia del regreso de los muchachos corri de boca en boca por todo el Puerto. La gente co- menz a pasar por el camino para verlos de cerca. "Qu ser de Napudonoselo? Cuntas iglesias ms se habr robado?", se preguntaban. "Y de Hrcules, qu? Por lo menos, hasta que aban- donaran el Puerto, las hijas menores y hasta las hembras viejas con sus respectivos maridos, de-beran temer el ataque de aquel depravado sexual que no respetaba nada. "Tengo una lista larga

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  • de todas estas putas, o se quedan calladas o las pongo a la orden de su querido", decan que de- ca con cierto resentimiento patolgico que para la Paca era un misterio.

    Qu tal te ests portando? dijo a Hr-cules.

    Yo? Bien, mama. Sin problemas. Y de aqullo? Encogi los hombros con un gesto de yoque-

    pierdismo. Acordate que sos hijo de mujer. All parece que viene la Corinita, contest

    Hrcules, sealando al lado de la Planta. Slo falta Gerancio. Los otros estn aqu,

    en el Puerto aclar Marcos. El ao pasado sent mucho no haberlo pa-

    sado contigo volvi Hrcules. No se menos, hijo. poda

    Bueno. Ahora fue distinto, Vamos mama. a pasar felices a tu lado.

    no diera volvieras a la Cunto yo para que casa y dejaras eso.

    Tal tarde. Tambin Ay, mama! vez ms he estado pensando en lo mismo. Te acuerdas lo de los chanchos? Los chanchos me hicieron mierda!

    Pero Debes Ah, s! eso ya pas. pensar en otra cosa No puedes seguir robando ganado y violando mujeres toda la vida.

    Tienes razn, mama.

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  • Y se qued pensando en el gran negocio de chanchos con el que haba soado antes de con-vertirse en cuatrero. La Testaruda y el Testa-ndo, la primer pareja de reproductores, a los ca-torce meses se convertiran en nueve chanchos, a los dieciocho en diecisis, a los veintids en vein-titrs, a los veintisis en cincuenta y ocho, y a los treinta en ciento diez chanchos, y as sucesiva-mente hasta convertirse en el chanchero ms fa-moso y ms rico del pas, a quien tendran que visitar en sus propios chiqueros, modernizados con todos los adelantos habidos y por haber, los mejores chancheros del mundo. Sus porquerizas gozaran del privilegio de tener los mejores chan-chos enrazados, en donde los cruces del chancho chele de Amrica del Norte con el chancho rojo de la Unin Sovitica, y el chancho amarillo de Asia con el chancho negro de Africa, y el chan-cho color de tierra de la India con el chancho co-lor de muerto de Amrica del Sur, daran una mescolanza de sangre que las morongas se ofre-ceran al gusto de los gustos de cada cliente, de-jando las ms extravagantes demandas para el cruce de los cruces de los cruces, que serviran como un artculo de lujo del ms refinado pala-dar, con el propsito de buscar divisas que con-trarrestaran el proceso inflacionario producido por el Dictador. Toda la tarde haba pasado pen-sando en los chanchos.

    "Ese hijo de puta huracn con lluvia, se cag en mi estampa", despert Hrcules de sus sueos cuando ya haba comenzado el alboroto.

    Como todas las madres, la Paca estaba gozo-sa yendo de uno a otro extremo de la casa, donde nuevos cuartos mal ubicados haban sido cons-truidos para el ejrcito de la Mengana que con-

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  • firmara creciendo sin tregua, segn clculos con-servadores. Le pareci una cosa extraa que no faltara nadie al onomstico y que algunos tuvie-ran que llegar desde tan lejos, como la Corinita que era famosa en los clubes nocturnos de San Pedro de Sula y Tegucigalpa, bailando rumbas y zambas, y pasos dobles, y congas, y mambos, que haba aprendido instigada por los cuentos de la Paca con don Inocencio Matusaln Cuadra y de las Torres: "un paso para ac y otro para all. Uno para abajo y el otro para arriba. La cabeza adelante y el rabo para atrs", en un alarde de alteracin de la verdad que despert la vocacin de la muchacha. "Arruin a la Corinita por an-dar hablando mentiras", se quejaba la Paca, su-poniendo que haba sido la causante de haber de-sencadenado el terremoto bailable del cual viva la muchacha en los fugaces das de suerte.

    Tambin estaban por ah Salvador, Fermn y La Calandria, su mujer con cuatro de sus hijos mayores, Arismendio con Salvito y Mara, la ren- ca, Tencho que una vez ms haba recibido a la Rosenda con los brazos abiertos y el chancho de la alcanca listo para sacarle las monedas con el cuchillo. La Corinita llevaba horas en el espejito de la pared hacindose un cachito en la frente, y depilndose las cejas. En un destartalado Ford del Ao del Humo, sin silenciador y haciendo el estruendo de una piara de cerdos desbocados, se apareci Gerancio Canales, la Esculida, con sus amigotes de toda calaa, enguitarrados y con el aparato de sonido de la Chorro de Humo, dis-puestos a meterle doble transmisin a aquel ca-charro de fiesta, que ms que a da del santo de la Paca, despeda un olor a velorio.

    Mientras la Esculida corra de uno a otro la-

  • do, halaba un taburete, compona un florero, col-gaba un festn multicolor de los que haba trado de Managua, daba la receta acerca de la clase de revoltijo espirituoso el cual deberan beber las mujeres, y opinaba sobre sus experiencias culina-rias acerca del tamao conveniente que corres-ponda a los nacatamales a fin de que alcanzaran para todos, y la Corinita segua tras de l, cum- pliendo sus ms excntricas rdenes, como la co- la sigue al peno, y el perro al dueo, y el dueo a sus ms disparatadas decisiones como era el caso de la Esculida, la observadora Paca, entrando ya bajo el alero de la chochera, comenzaba a con-firmar sus temores de que Gerancio era una equi-vocacin de la naturaleza. Pues segn los acha-ques del embarazo, el tamao de la barriga y los dolores del parto, debi haber nacido mujer y le sali macho, aun cuando con el correr de los aos, la mariconera de la Esculida, vino a darle la ra-zn a sus sospechas. El orden de nacimiento de los hijos con Ariosto Canales haba sido el si-guiente: Arismendio, Napudonoselo, Gerancio y Dimas, y con Domingo Artola, confirmando el orden: Hrcules, Salvador y la Mengana, luego Marcos, Fermn y la Corinita. De tal manera que Gerancio, el nmero tres en la primera tan-da de la Paca con Ariosto, ya matacn y con pe-los en el sobaco, metido dentro de la inconfundi-ble cara de palo que era la marca de fbrica de la familia, sin el ms leve indicio de que le interesa- ran ms los hombres que los animales del sexo contrario, en determinado momento, y debido a esa extraa, complicada y truculenta alquimia de hormonas en la que lo haba enredado el des-tino, vino resultando fallado como la fallida crian-za y engorde de chanchos y la comercializacin de las morongas del chanchero ms poderoso del

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  • mundo, confirmando el determinante sino de la prole de la Paca de que de cada tres hijos veni-dos al mundo, el tercero sala mujer.

    Ya casi al amanecer, a la hora en que los ale-gres hijos de la Paca hacan un solemne enredo con los apellidos de los maridos de la Jefa, presen-tndolos a los amigos como Ariosto Artola y Do-mingo Canales, e incluso, se lleg a remover la memoria de don Venancio Artola algunas veces, y de don Domingo Mendoza, otras, sin que deja-sen de caer en el enredo de don Ariosto Artola cuando salt a relucir el cuento de la salinera de don Venancio Mendoza y de quien todava se co-mentaba aquella su cmica despedida del mundo ingrato y traidor con su famoso "s" de altura, se apareci Emiliano, el Benjamn de los Artola, el nico hijo modelo de la Paca. "Ah est Emilia-no viva dicindole a los otros. De toda esta porquera de hijos que tuve, es el nico que vale la pena". De tal manera que la viva emboban-do la idea del por qu los rusos y los yanquis, en vez de vivir lanzando cohetes al espacio que era propiedad de Dios, y exprimirse el cerebro inven-tando armas atmicas para aumentar la masacre, no se les ocurra invertir unos cuantos millones de crdobas, la moneda dura por excelencia, re-presentando a la mejor economa del mundo, pa-ra inventar una frmula revolucionaria que per-mitiese a parejas como la suya, traer al mundo solamente hijos nicos, pero que adems de hijos nicos, tambin fueran hijos ltimos, para que todas las parejas amenazadas con hijos malos co-mo la suya, no tuvieran hijos malos, y todos los hijos fueran hijos buenos como Emiliano, el puro, que no fumaba, no beba, no iba al cine, no tena novia, no tena suegra, casi no tena con qu ves-tirse, casi no se rasuraba porque casi no tena

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  • pelos en ninguna parte del cuerpo, casi no pisaba el suelo cuando caminaba, de tal manera que pa-reca un ser ingrvido, un alma de Dios, un esp-ritu anglico que lo afectaba todo, lo paralizaba todo, y siempre llegaba a ltima hora a todas par-tes, como haba sucedido con la fiesta del da del santo de la Paca, que se apareci en la madruga-da cuando todo el mundo estaba tirado en la pla-ya, cogidos en una solemne borrachera y entre la penumbra de la madrugada slo se vea la figura descolorida y achacosa de la pobre Paca Artola que andaba recogiendo las cosas del piso, y slo se escuchaba el desvencijado coro de coplas pi-cantes que a rastras, y por entregas seguan can-tando, como por un asunto de reflejos condicio-nados, los dos maridos de la Paca, que haban he-cho trizas sus guitarras de talalate en cada una de sus cabezas, en una discusin que comenz con los tragos y termin con el llanto en un mar de recriminaciones y disparates que era para morir-se de la risa.

    Ahora que todo haba pasado, y slo quedaba el basurero de las hojas de nacatamales, y los vi-drios de las botellas rotas diseminados por todos los puntos de la casa, incluyendo la glorieta y el pon-pon colectivo que haba hecho instalar don Venancio Mendoza para contrarrestar la peste de las moscas, y el olor a excrementos humanos que deshumanizaban la vida del Puerto, cuando todos se haban ido y quedaban los que tenan que quedar como la Mengana con su ejrcito de muchachos famlicos, jodiendo y correteando da y noche, hasta sacarla de quicio y hacerla esta-llar de rabia, quejndose de que no vala la pena vivir tanto para gozar tan poco, y ahora tambin que Ariosto Canales y Domingo Artola abraza-dos al cornudo de Tencho que haba llorado in-

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  • consolable toda la noche de la fiesta, por la des- pampanante Rosenda, estaban tirados sobre la arena del patio como una sarta de peces muer- tos, la Paca desfallecida por un profundo acaba- miento en el que trotaba la vigilia del largo da de fiesta y sesenta y tantos aos de sobresaltos, se dej caer sobre la hamaca de la glorieta. "Es- tos brbaros son irredentos", reflexion. "Yo que cre que haban cambiado en algo", agreg con desilusin mientras el sueo le cerr los ojos y qued prendida nuevamente en sus horizontes de tristeza.

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  • VII

    Cinco aos ms tarde, en el Da Universal de los Derechos Humanos, Hrcules Artola fue de- jado en libertad despus de una condena de tres, para cancelar deudas con la justicia. Como era su costumbre, haba regresado al Puerto, de pron- to, sin el ms leve aviso. De tal manera, la que sorpresa de la Paca fue tan grande, se encen- que di en una fiebre de cuarenta, seguida de una dia-rrea emocional que fue necesario atenderla algn tiempo con idas y venidas al dispensario de la Planta.

    Por primera vez en muchos meses se le haban asomado las lgrimas. Ya hasta estaba conven-cida de que su lacrimal estaba marchito de tanto llorar da y noche, mientras continuaba reposan- do como en un silabario que la existencia es una solemne babosada, no precisamente color de ro-sa, sino que con sabor a lgrimas, a cruel abando- no, a maridos irresponsables, a hijas putas y a hi-jos cabrones, que como a Juana de Arco, la ha-ban comenzado a cocinar en vida. "Slo vol-vindome loca podr liberarme de todo esto", cre-y la Paca que era la frmula nica con qu pro- tegerse del dolor. Desde el da de esa feliz idea, so repetidamente con la locura. Lleg a creer

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  • de tal manera en ella, que la materializ en su imaginacin con tanta fuerza, que un da de tan-tos en vez de preparar el desayuno para once que era el nmero de familiares que viva bajo el ale- ro de su rancho, lo sirvi para la docena, y fue tal el enojo de la Paca porque no encontraban un taburete en dnde sentar al del nmero equivo-cado, que Domingo Artola crey que la Paca ha-ba perdido el juicio, y opt por seguirle la co-rriente para que no empeoraran las cosas.

    ests libre, mi Con qu muchachito! Gracias a Dios, mama Qu bien! Te quedaras sorprendida si te confieso algo. S? Pas la mejor carceleada de mi vida! S? Aquello fue como hubiese estado en la que

    Universidad! Aprend en puta, mama! No me digas que aprendiste a robar cajas

    de seguridad en los bancos! No, mama. LA falsificar billetes de la Pa- mil? sonri

    ca pensando en lo que podra haber planeado, Hrcules, el industrial, con aquella su mente de millones.

    Mejor que eso, mama. Y empez a narrarle sus experiencias en la

    celda de los polticos en donde le haban metido para que sirviera de informador del alcaide. Pe- ro Hrcules que era un hombre de futuro, cuan-

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  • do entr en confidencias con don Bermelln, con ese espritu independiente de criador de chan-chos, y de salteador de mujeres, y de ladrn de ganado, en el que todava quedaba espacio para cualquier otra cosa, comenz a absorber los dila-tados discursos de don Bermelln. En adelante, fueron los presos polticos los que obtuvieron una informacin detallada sobre las intenciones del alcaide.

    Soy un hombre nuevo, mama. hombre Aj! Sos un nuevo!

    Y comenz a buscarle por todas partes, por-que a pesar de que ms o menos estaba segura de las intenciones de Hrcules, aquella paladina con-fesin no dejaba de anegarla en cierto mar de confusin que la haca entrar en sospechas, supo-niendo cosas de Hrcules como supuso Domingo de ella, con el asunto de la nueva husped del taburete.

    Aj! cmo es esa cosa del hombre Y nuevo?

    Y se dej venir con sus fantsticas historietas de nunca acabar, volando sobre aquella imagina-cin exuberante que lo haba conducido al desca-labro, y que era una herencia inconfundible de su progenitora.

    En menos palabras de las que contiene un te-legrama de psame, el Hombre Nuevo dio su pro-pia versin de lo que eran las luchas revoluciona-rias, con sus peligrosas ideas de subversin arma-da, de cocteles molotov y bombas zaguaneras con las que se presagiaba la derrota del dictador ms vergonzoso y ms desptico que haba parido la tierra, y que haca temblar a la oposicin con sus

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  • dos tanques Sherman de la Primera Guerra Mun-dial, y su numerossimo ejrcito de siete mil sol-dados, que durante las manifestaciones de fuerza con que celebraban el Da del Ejrcito no para- ban de desfilar, con sus rifles Garand al hombro, y sus yataganes a la cintura, y sus cantimploras de aluminio, y sus cascos de acero, y aquellas sus dispendiosas obesidades de tanto no hacer nada, animado por la banda de msica con sus pitore-tas brillantes, sus ruidosos tambores sus azules y uniformes almidonados soando con una guerra de soldados de chocolate en vez de una confron-tacin de verdad, y que tal como lo proclamaba don Bermelln, tenan que ser derrotados debe-ran ser destruidos para dar sitio a un gobierno de justicia social, de trabajo edificante, de pros-peridad y de convivencia pacfica, en donde cada muchacho viniese al mundo, realmente y no de puras palabras, con el bollo de pan bajo el sobaco, y todo fuese como una fiesta permanente en la que liberales y conservadores, blancos y negros, moros y cristianos, dejaran de vivir matndose como perros y gatos, y rumiaran juntos una feli-cidad de lotera.

    En la misma celda de don Bermelln, quien era del Partido Comunista, y por el cual llevaba el sobrenombre, estaban tambin los del Partido Conservador, a quienes el Dictador acusaba de rojos camuflados, y contra los que don Bermelln soltaba su veneno exactamente en sentido con-trario debido a su condicin de burgueses, y con los cuales haba compartido por siglos all en el trasfondo de su historia familiar, cuando el tata-rabuelo recibi por encomienda miles de caballe-ras de tierra y cientos de indios, con los que ha-ba montado su feudo: casas de montepo, ha-ciendas de ganado, tiendas de telas importadas

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  • de todas partes del mundo, bancos como los ban-cos sin reservas y monedas sin valor que tampo-co servan para nada, adems de los pequeos gustos de las rasas de putas para ahogar el sinsa- bor del aburrimiento casero que no poda distraer el parque. Pero los cambios en el mundo y la competencia en los negocios, le haban trado a menos y lo haba perdido todo, menos el nombre que como un eco del trasfondo de la historia fa-miliar, todava bosquejaba un famlico y tmido orgullo que usaba como modulador del hombre nuevo, como su punto de referencia en el cambio, como su moderador de todas las pasiones de las pasiones con lo que viva estimulando la tamba- leante y achatarrada pasin de su lucha.

    En semejante enredo ideolgico era que Hr-cules Artola evitaba terciar. Segua sin enten-der esa alqumica relacin en que se enfrascaban sus compaeros de celda, entre hombres y colo-res, y entre colores y pases, y entre pases y ame-tralladoras, aviones, bombas, caones, soldados, batallones, tanques y una interminable lista de cosas, para venir quedando en nada.

    "Te juro mama, que soy un hombre nuevo", repeta con tanto aplomo, que la Paca lleg al extremo de creerlo. Desde aquella inesperada visita de su doble fsico que adems era tambin una borrosa copia de su atolondrado tempera-mento el hombre nuevo se qued llamando el Hombre Nuevo.

    Hrcules Artola estaba realmente pagado de s mismo con el espectacular cambio mental que haba sufrido su vida. No poda poner en tela de duda lo que don Bermelln haba sido para l. Dentro de la crcel le haba convertido en un hombre til, le hizo sentirse un hombre ejemplar,

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  • y hasta le llev a desarrollar un ambicioso pro-yecto de confianza en s mismo, que de pronto lo hizo llegar al convencimiento que la Paca ade-ms de sinvergenzas tambin haba parido un poltico. Fue cuando concibi su fantstico plan publicitario para impulsar su plataforma de go- bierno. Compr una radio y luego una rotativa de cincuenta mil ejemplares. Integr el proyec- to a una red de teletipos y un centenar de agen- cias noticiosas. Contrat redactores, fotgrafos, corresponsales, prensistas, armadores y agentes que con el dinero de las acciones vendidas por la sociedad annima de su fantasa, daran vida per-manente a la Presidencia de la Repblica del Par- tido del Pueblo con la que soaba don Bermelln, y con la que el Hombre Nuevo haba comenzado a elucubrar mientras se encontraba en la crcel. Le haba resultado tan fcil la estructuracin del plan para montar la empresa que los comprado- res de bonos para soportar los gastos seran resar- cidos despus del triunfo con toda clase de pre- bendas entre quienes hubiesen avisorado el futu- ro convirtindose en visionarios del paraso. Den- tro de los planes fantsticos no quedaba afuera la reforma agraria, y la reforma urbana, y la l- gica, justa y bendita reforma tributaria que sera puesta en prctica por los administradores del reino de la abundancia, tomando las tierras de los otros, y las casas de los otros, y las rentas de los otros, para sus propios programas, lo que sobre el carro de la victoria debera llevarse adelante, has-ta las ltimas consecuencias, bajo el ordenamien-to de decretos meticulosos, inteligentemente pre-parados. Leyes que seran la excepcin de la re-gla, en las que no se dejara nada al garete. Se-ra pues, un gobierno que hara historia, y en el que sta se escribira al derecho y al revs, como

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  • nunca en la puerca vida de la nacin se haba he-cho, y que podra alterarse, claro est, si tal cosa fuese pertinente y necesaria para el prestigio y conveniencia de la lnea estratgica del partido.

    "Hasta me voy a conseguir una nia fif de las de la Calle Atravesada, para que mis descendien-tes sean tambin presidentes como yo, y usted sea la mama de un presidente, y la abuela de otro presidente, y la tatarabuela y contratatarabuela, de los nuevos presidentes de la tercera, cuarta y quinta generacin, de esta tierra libre, soberana e independiente, hasta la consumacin de los si-glos", viva desvariando el Hombre Nuevo.

    Esta postrer confesin, que para la Paca era como una leccin aprendida de memoria con quin sabe qu diantres que le haban calentado la cabeza, fue lo que la puso al borde de un colap-so cardaco, y con el barreno de su imaginacin comenz a desenterrar a don Indalecio Matusa- ln Cuadra y de las Torres, a quien haba odo jurar haciendo las cruces con los dedos de la ma- no derecha: "No, honorables notables de este partido. Olviden esa idea absurda que no tiene asidero razonable por cualquier lado que se la busque. Como lo he vivido repitiendo, lo confir- mo: la Presidencia de la Repblica es una dama encopetada, puta pero digna, que no ha nacido para acostarse con un negro cualquiera".

    Fue en esos das en que los alzados en armas dieron el primer golpe de padre y seor mo al Dictador, y los cimientos del gobierno temblaron como una viejecita friolenta. El Hombre Nuevo regres bajo el ms estricto secreto a los brazos de Mara, la renca, y all esper, pacientemente, hasta que se vinieron aclarando las cosas.

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  • VIII

    De ese perodo de invernadero al que la sico-sis de persecucin poltica haba obligado al Hom-bre Nuevo, naci Espartaco, el hijo nmero trece del candidato a Presidente de la Repblica, y nieto nmero cuarenta y cinco de la Paca Artola.

    Como el pobre Fernando, el revolucionario, Espartaco Artola tena los das contados y ape- nas poda sostenerse derecho. Mientras que la abuela supona que el exceso de alcohol y el te-nor a la crcel del Hombre Nuevo, eran los cau-santes de que el nio hubiese nacido con proble-mas, el Hombre Nuevo achacaba toda la mala y enrevesada suerte de su hijo, a la fecha del calen- dario, al da de la semana y al coincidente nme- ro de la prole. "No es que crea en gatos negros o en viernes trece, pero ya ves, Mara, el muchacho sali movido", viva renegando con amargura.

    Aquella maana, despus de sus largos viajes a la capital, en los que pasaba meses enteros bajo el entrenamiento poltico y el lavado de cerebro de don Bermelln, el Hombre Nuevo vena acom-paado de Mara, la renca, a visitar a la Paca. "Desde que enterramos a Poncho no te hemos visto la cara", deca la mujer, y continuaba apo-

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  • yada en el mango del bastn, mientras daba un respiro a su pierna de trapo. Luego, prosegua aquella deprimente rutina con su andar de pja-ro al que le hubiesen roto las patas.

    "Si uno tiene un hijo movido de nada le sirve ser presidente", farfull el Hombre Nuevo.

    Y qued como confundido en el maremagnum de sus ideas que haban comenzado en la crcel y que segn Mara, podran llevarlo al manicomio.

    "No es lo que dice la gente sigui farfullan-do que el Presidente de la Repblica tiene po-der para hacer cualquier cosa". Se le ocurri que

    aquella tuviese de quizs sentencia mucho ver- dad, pero que tal vez ni siquiera lo hubiesen in- tentado, de tal manera que en el programa pol- tico del Partido del Pueblo deberan incluirse ar-tculos y apartados muy concretos que trataran el problema de los hijos movidos, porque si no era posible concluir con una evidencia de que el poder del pueblo, de un hombre del pueblo, y de un partido del pueblo como el Partido del Pueblo del Hombre Nuevo y de don Bermelln, era inca- paz de resolverlo todo, incluso lo de estos desven- turados hijos, no debera seguirse propagandean- do como el partido del poder que todo lo puede. Tal pretensin era como una hereja, y peor an, una tontera contra la buena fe del pueblo, que adems de otro huracn, y otra plaga como la que se llev los chanchos, podran convertirlo en el hazmerrer