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La primera guerra mediática A 200 años del Buenos Aires revolucionario Fernando J Ruiz. Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral (Argentina) Abstract. Se revisan las formas de comunicación en el Buenos Aires de 1810: la comunicación pública de las instituciones clave de la sociedad colonial, los espacios en los cuáles es más densa la comunicación oral, y los nuevos medios de la época que son los periódicos. Se estudia – utilizando testimonios directos de los protagonistas- cómo esas formas de comunicación impactan y son impactadas por el proceso político que lleva al fin de una dominación colonial de casi trescientos años, observando desde la forma en que se va construyendo una estrategia multimedia por parte de los revolucionarios, a las iniciativas de comunicación pública que el poder virreinal intenta para sostener su dominación. Se analiza cómo, tras el triunfo de los revolucionarios, se reinicia una guerra mediática, esta vez, entre ellos. El concepto de guerra mediática sirve para buscar finalmente conclusiones que permitan entender mejor el rol de la comunicación pública en situaciones de gran polarización política. Es habitual escuchar afirmaciones sobre el enorme poder que han alcanzado los medios de comunicación en estos últimos años. Pero es más acertado analizar este poder mediático como una constante en la historia de la construcción democrática moderna que como una novedad reciente. Es sorprendente leer los testimonios directos de los protagonistas de muy distintas épocas de la historia de los últimos doscientos años y comprobar que siempre se ha dado una enorme importancia a los medios, al menos tanto como muchos le dan ahora. Siempre los medios han sido percibidos como poseedores de una enorme capacidad de producir efectos y transformaciones profundas –tanto positivas como negativas- en la sociedad y en el escenario político. Estos no se han convertido en mega-poderes en la era de la televisión o de los grandes grupos mediáticos, sino que siempre han sido centrales. Ya lo eran en el origen de las

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La primera guerra mediática A 200 años del Buenos Aires revolucionario

Fernando J Ruiz. Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral

(Argentina)

Abstract. Se revisan las formas de comunicación en el Buenos Aires de 1810: la comunicación pública de las instituciones clave de la sociedad colonial, los espacios en los cuáles es más densa la comunicación oral, y los nuevos medios de la época que son los periódicos. Se estudia –utilizando testimonios directos de los protagonistas- cómo esas formas de comunicación impactan y son impactadas por el proceso político que lleva al fin de una dominación colonial de casi trescientos años, observando desde la forma en que se va construyendo una estrategia multimedia por parte de los revolucionarios, a las iniciativas de comunicación pública que el poder virreinal intenta para sostener su dominación. Se analiza cómo, tras el triunfo de los revolucionarios, se reinicia una guerra mediática, esta vez, entre ellos. El concepto de guerra mediática sirve para buscar finalmente conclusiones que permitan entender mejor el rol de la comunicación pública en situaciones de gran polarización política.

Es habitual escuchar afirmaciones sobre el enorme poder que han alcanzado los medios de comunicación en estos últimos años. Pero es más acertado analizar este poder mediático como una constante en la historia de la construcción democrática moderna que como una novedad reciente. Es sorprendente leer los testimonios directos de los protagonistas de muy distintas épocas de la historia de los últimos doscientos años y comprobar que siempre se ha dado una enorme importancia a los medios, al menos tanto como muchos le dan ahora. Siempre los medios han sido percibidos como poseedores de una enorme capacidad de producir efectos y transformaciones profundas –tanto positivas como negativas- en la sociedad y en el escenario político.

Estos no se han convertido en mega-poderes en la era de la televisión o de los grandes grupos mediáticos, sino que siempre han sido centrales. Ya lo eran en el origen de las repúblicas latinoamericanas de principios del siglo XIX, en la época de los llamados “papeles públicos”.

En este trabajo analizaremos la percepción sobre ese poder que existía en el Buenos Aires que estaba viviendo los sucesos de la Revolución de Mayo, y también el uso de los medios de comunicación

disponibles que hicieron los diferentes actores. Esa fue la primera batalla mediática argentina.

¿Qué son las guerras mediáticas?

Durante la historia argentina hubo numerosas guerras mediáticas, tanto en el siglo 19 como en el 20 y, ahora en el 21 se está viviendo la primera del nuevo siglo. Por guerra mediática nos referimos a la dimensión comunicacional de la guerra política y, en especial, a cuando los bloques políticos en pugna construyen poderosos brazos mediáticos para enfrentar a sus adversarios o enemigos.

Son grandes bloques políticos y grupos de interés que utilizan los diversos tipos de medios de comunicación –tanto los existentes como los que están emergiendo en esa época- para impactar la conversación pública penetrando los espacios de sociabilidad ya existentes o incluso creando nuevos medios y, por los tanto, nuevas formas de sociabilidad.

PRIMERA PARTE. LA COMUNICACIÓN EN EL BUENOS AIRES COLONIAL.

En 1810 Buenos Aires tenía alrededor de 45 mil habitantes. Ese es el tamaño de población que tiene hoy Perico, en la provincia de Jujuy, Gualeguay en Entre Ríos o Alta Gracia en Córdoba. En esa Buenos Aires de principios del siglo, las formas de comunicación pública básicas fueron tres:

1. Cada institución colonial relevante tenía sus formas específicas de comunicación institucional. La Iglesia, el Cabildo, el Virrey, las milicias, tenían formas de comunicación pública asentadas y reconocidas. Desde los templos y la liturgia externa de la Iglesia, el Virrey con sus bandos y sus pregoneros, igual que el Cabildo que además tenía su campana, y los militares con sus movimientos, música y tambores, eran formas muy simples pero eficaces de distribuir mensajes en esa ciudad colonial. Los bandos del Cabildo, por ejemplo, eran frecuentes y cubrían desde nuevas disposiciones relativas a la seguridad urbana hasta la fijación de precios máximos. La publicación de los bandos, que era oral y escrita, era una ceremonia informativa, en la que estaba involucrado no solo el Cabildo sino también los militares, que escoltaban al pregonero público. Esa escolta implicaba el respaldo de la coerción a la decisión de la autoridad política. La campana del Cabildo era utilizada tanto para convocar una asonada –como ocurrió el 1 de enero de

1809- como para anunciar su terminación.1 Hasta la iluminación o no del Cabildo era también un signo institucional de comunicación pública. Había varias ceremonias donde confluía la comunicación pública de varias instituciones, las que eran verdaderas escenificaciones que reflejaban las relaciones de poder entre los actores centrales de la política colonial. En esas escenificaciones del poder local se podían “leer” las “las noticias del estrado”.2

2. La comunicación oral. Existía una infraestructura no institucional, en pleno crecimiento, donde se dinamizaba la comunicación oral. Había cada vez más lugares de sociabilidad pública que funcionaban como nodos informativos y distribuidores de los marcos de interpretación vigentes en la época. Los cafés, las pulperías, los mercados y las plazas eran los centros de esa conversación pública, que también se agitaba en los atrios. Las casas de las familias más influyentes tenían una creciente actividad de tertulias que se realizaba en ellas y adquirían un carácter ya semi-público y no solamente privado. Los testimonios de la época señalan la fuerza que tenía esa comunicación oral.3

3. La novedad de los periódicos. La gran novedad mediática de esa primera década del siglo fue el surgimiento de los periódicos. Eran periódicos que distribuían unos pocos cientos de ejemplares pero tenían una creciente influencia. Entre otras cosas, porque distribuían las noticias europeas, que llegaban con dos meses de atraso pero una vez que llegaban circulaban rapidísimo. Había una gran visibilidad de los editores, y también de los suscriptores-lectores, cuya lista se publicaba. En el primer diario de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico, se publicaba la lista de los suscriptores en el primer número de cada mes, y no era un dato político y social menor que la lista estaba encabezada por el mismo Virrey Joaquín del Pino.

SEGUNDA PARTE. COMUNICACIÓN Y REVOLUCIÓN.

El lobby de las nuevas ideas.

En el interior de esa trama multimedia se comenzaron a crear y a difundir nuevas ideas. Las revoluciones inglesa, francesa y 1 Cfr. Seguí, 1960, p. 97.2 Desramé, 1998, p. 284.3 Para el caso inglés, cfr. Habermas, 1986; para el caso español, cfr. Guerra, 1992; para el caso del Río de la Plata, cfr. González Bernaldo, 1991.

estadounidense, habían contribuido a oxidar más rápidamente las estructuras coloniales del imperio español, incluso desde su propio interior. La república de las letras sobre todo europea había producido un estallido intelectual que penetraba por distintas vías la realidad colonial americana.

Para fines de esa primera década del siglo 19, el lobby por las nuevas ideas en Buenos Aires había sido exitoso y había colonizado casi todas las instituciones centrales del Antiguo Régimen. En esas instituciones –sobre todo en su segunda fila pero a veces en la primera también- se apoyaban esas ideas de cambio: la burocracia colonial, los hacendados bonaerenses, la flamante primera línea de las milicias (formada por militares criollos), curas de parroquia y religiosos de diversas congregaciones, y en definitiva y sobre todo, los hijos de los españoles que se enfrentaban a sus padres nacidos en España.

El éxito porteño frente a las invasiones inglesas de 1806 y 1807 cambió el mapa del poder local.4 La comunidad española en América comenzó a sentirse incómoda y la comunidad americana (hijos de españoles) se percibió moralmente jerarquizada.5 Además los ingleses habían tenido cierto éxito en la difusión de ideas. Como escribió Mariano Moreno años más tarde “fueron menos desgraciados los combates que los invasores dirigieron a la opinión”.6 Esa crisis de autoridad no hizo más que aumentar la disponibilidad para aceptar la llegada del nuevo pensamiento que estaba circulando solamente todavía a nivel subterráneo.

Con la detención de Fernando VII en 1808 se agravó esa crisis de autoridad. Ante cada nueva noticia que llegaba de una derrota de las tropas españolas frente a la invasión francesa, se debilitaba la institución virreinal. Cada avance militar de los franceses en la península ibérica difundía mayor escepticismo sobre la legitimidad del poder español en el Río de la Plata, y crecía la libertad del discurso en esos lugares porteños de sociabilidad como las plazas, los mercados, las tertulias, los atrios, hasta incluso en los cuarteles. Dice la investigadora Desramé para el caso chileno que “los impresos ocasionales que estaban llegando al ritmo del proceso revolucionario español marcaban claramente la pauta de la instrumentalización del escrito como fuente de legitimación del poder”.7

El espacio público colonial en Buenos Aires se fue abriendo al mismo momento en que crecía la incertidumbre sobre el futuro del vínculo colonial. Se estaba cayendo el mundo conocido y era inevitable debatir las opciones que abría el incierto futuro.

4 Cfr. Seguí, p. 47.5 Cfr. Saavedra, p. 15.6 Cfr. Moreno, 1836. 7 Cfr. Desrame, 1998, p. 278.

De esa forma se fue creando una ventana de oportunidad para las nuevas ideas en la medida en que comenzó a diluirse la deferencia social con respecto a los “españoles nacidos en España”, las lealtades a las corporaciones coloniales, a la autoridad paterna, el desborde del clero frente a sus autoridades jerárquicas, de los religiosos en sus congregaciones y de los soldados frente a sus oficiales.

En la medida en que la disciplina de las tropas, las lealtades corporativas, las tradiciones históricas, las deferencias sociales, el respeto a los españoles peninsulares, perdían influencia en la mente de las personas, crece el estado deliberativo y se vuelve más necesario recurrir a medios de comunicación para reconstruir viejas y promover nuevas legitimidades y consensos.

El sistema de medios y las nuevas ideas

Desde que en 1801 salió el primer periódico de Buenos Aires, el grupo de personas que fue el motor de la revolución estuvo involucrado en la creación y articulación de redes de sociabilidad y comunicación que fueron la plataforma de las nuevas ideas.

Casi todos los periodistas argentinos de esa primera década fueron revolucionarios, en especial los más destacados: Hipólito Vieytes, Pedro Antonio Cerviño, Juan José Castelli y, nada menos que el principal impulsor del periodismo argentino, que fue Manuel Belgrano.8

En otras ciudades coloniales de la América española se produjo el mismo fenómeno: quienes estaban involucrados en la producción de la prensa escrita terminaron siendo activos promotores del fin de la era colonial. Esto ocurrió porque, como dice el investigador Ríos Vicente, esos periódicos fueron “el resultado de la voluntad de los grupos criollos urbanos en su inquietud por expresar preocupaciones y contribuir al conocimiento y difusión de las posibilidades de la ‘patria’ entendida como la tierra de los padres a la que se pertenece y que se diferencia cada vez más de la metrópoli”.9 Eran todos en general personas progresistas, dispuestas a impulsar reformas en tono a lo que estaba ocurriendo en los países más avanzados del mundo, y con una creciente vocación de autonomía política.

Aunque esos periódicos nacieron controlados por el poder colonial, el despotismo ilustrado de entonces llevaba una contradicción en su interior. Al promover la Ilustración se tendía también a diluir el despotismo. Y de esa forma, no solo en el Río de la Plata, sino también en Francia y en España, la casa reinante de los Borbones contribuyó, con su impulso a estos periódicos, a su propia

8 Cfr. Harari, 2009.9 Cfr. Ríos Vicente, 1994, p. 471.

deslegitimación. Según Zeta Quinde, que estudió el caso peruano, “la prensa representaba para los Borbones un elemento de promoción de la cultura, un instrumento de control político y en definitiva un signo de la modernidad”.10 Pero al ilustrarse las elites locales, esa modernización cultural y económica llevaba también a ver con entusiasmo los modelos políticos más modernos, entre los que ganaba adeptos sobre todo el modelo inglés.

En el primer periódico porteño se aseguró que estos “apresurarán el paso de la felicidad de estos países”.11 En el mismo ejemplar, otro redactor escribió: “Están de acuerdo los eruditos que las Academias y los Diarios han tenido el principal influjo en la restauración de la cultura”.12

El periodismo fue una de las principales novedades que preanunciaba la nueva sociedad republicana. En toda la región, los nuevos periodistas tuvieron una cultura bastante homogénea: revalorizaron a América frente a Europa y tenían una visión general optimista sobre el futuro de las tierras americanas. No había en un primer momento, en la mayoría de los casos, un deseo de revolución política, pero sí había un cambio copernicano de concepción. El centro del mundo era ahora América y no la vieja España. Los periodistas en la América española estaban convencidos de que estas tierras tenían un enorme potencial no aprovechado por una subestimación enorme de sus propios recursos. Los periódicos fueron creados bajo el calor oficial, pero había una motivación que les daba un enorme potencial crítico. La Ilustración fue un proceso de nueva evangelización laica, y encontró en los periódicos uno de sus principales medios de difusión. Cuando Hipólito Vieytes inicia el segundo periódico argentino, en 1802, llamado Semanario de Agricultura, Industria y Comercio es bastante más economicista que su periódico predecesor. Como tantos otros periódicos en aquella época en todo el mundo, este promovía una revolución de las conductas económicas de la sociedad urbana y, sobre todo, de la rural. En el prospecto, Vieytes expresó su objetivo de difundir el conocimiento útil, sobre todo, entre el “pobre habitador de la campaña” que “se mantiene aislado y entregado a sí mismo siguiendo la rutina que aprendió de sus mayores sin adelantar un paso”. Y agregó que “ninguna cosa puede contribuir con más eficacia a este fin que la publicación de un periódico, por cuyo medio se propaguen de unas provincias en otras los conocimientos más necesarios a nuestra agricultura e industria”. Vieytes finalizó diciendo: “Yo seré el órgano por donde se transmitan al Pueblo las útiles ideas de los compatriotas ilustrados que quieran tomar parte de esta empresa”.13 En especial, el periódico se pensaba como 10 Cfr. Zeta Quinde, 2000, p. 80.11 El Telégrafo Mercantil…, 4 de octubre de 1801.12 Enio Tullio Grope (Eugenio del Portillo), “Utilidad de los periódicos”, El Telégrafo Mercantil…, 4 de octubre de 1801.13 Vieytes, “Prospecto”, Semanario de Agricultura, I, viii.

herramienta para la comunicación oral, para los predicadores del cambio, que debían ser, entre otros, los párrocos. En la sociedad colonial, la Iglesia tenía una de las estructuras de comunicación más eficaces, donde las parroquias eran los nodos principales y las misas y los atrios eran lugares principales de sociabilidad y de distribución de mensajes. Por eso en forma expresa Vieytes se dirigió a los curas. Esa era una de las técnicas que se consideraban eficaces en esa época. Ya en España se habían aprovechado de la credibilidad de la Iglesia entre los sectores populares y rurales para difundir una doctrina modernizadora, y para eso editaron, entre otras cosas, un Semanario de Agricultura y Artes específicamente dirigido a instruir a los curas para que difundan conocimientos técnicos útiles entre los campesinos.

El Semanario de Agricultura fue un obsesivo divulgador de temas económicos y rurales en el marco de la doctrina fisiócrata. Años después dijo Juan María Gutiérrez, en 1860: “Llegará día en que los agricultores de Buenos Aires levantarán una estatua á Vieytes como al primero de nuestros escritores que, por medio de la prensa trató de ennoblecer y de alentar el arte de cultivar la tierra. Antes que Grigera publicase su cartilla rural, que aun se reimprime como un prontuario útil, había llenado Vieytes la misma necesidad bajo una forma más didáctica y con más método, guardando el sencillo proceder de preguntas y respuestas”.14 Manuel Belgrano escribió años después sobre el periódico de Vieytes: “El ruido de las armas, cuyos gloriosos resultados admira el mundo, alejó de nosotros un periódico utilísimo con que los conocimientos lograban extenderse en la materia más importante a la felicidad de estas provincias; tal fue el Semanario de Agricultura, cuyo editor se conservará siempre en nuestra memoria, particularmente en la de los que hemos visto a algunos de nuestros labradores haber puesto en práctica sus saludables y lecciones y consejos de que no pocas ventajas han resultado”.15

En ese periódico, como había ocurrido también con el anterior, hubo participación activa de Belgrano, junto con Juan José Castelli y Pedro Antonio Cerviño. Cuando el Semanario cerró, apareció en Buenos Aires el Correo de Comercio, esta vez directamente dirigido por Belgrano. El virrey autorizó su publicación el 24 de enero de 1810 y el 30 de enero el Cabildo felicitó a la autoridad por permitirlo.

Como todas las revoluciones, esta levanta vuelo cuando la comunicación escrita se entrelaza con la comunicación oral, de la misma forma que en un ataque militar se interrelacionan la artillería y la infantería. La comunicación escrita, de circulación limitada, ofrecía los argumentos y los marcos de interpretación, mientras que los predicadores, los oradores, los líderes de opinión, por medio de la

14 Cfr. Gutiérrez, 1860.15 Cfr. Sánchez Zinny, 2008, p. 110

conversación oral convertían esos argumentos cristalizados por la letra escrita en discursos adaptados a su receptor ocasional.

Los mismos revolucionarios que promovían la prensa escrita eran también centrales en las tertulias más influyentes, y en otros espacios de sociabilidad colonial. Las nuevas ideas tenían cada vez más espacio en la conversación pública, atizadas por protagonistas que tenían una ubicación preferente en las estructuras de comunicación pública de la época. El poder español tenía que buscar formas de contrarrestar ese creciente malestar de la ya entonces llamada opinión pública.

Los virreyes utilizan también la comunicación para retener la dominación

Durante la era de la dominación española existió una voluntad expresa del poder colonial de reprimir las posibles subversiones de la conversación pública. No tenemos muchos registros de experiencias de comunicación escrita durante el siglo dieciocho en Buenos Aires, pero sí tenemos de la represión a esos medios de comunicación, lo que nos prueba que existían, como el castigo a la circulación de rumores o a la distribución de “posters”. También fueron prohibidas en otras oportunidades la circulación de noticias extranjeras. Hubo un bando virreinal en octubre de 1779 donde se informó a los vecinos que debían abstenerse de “componer, escribir, trasladar, distribuir y expender semejantes papeles sediciosos e injuriosos, y de permitir su lectura en su presencia”. Todavía no existía formalmente “prensa” pero ya había “crímenes de prensa” en Buenos Aires de fines del siglo dieciocho.

La relación de los virreyes con los nacientes periódicos fue ambigua. En Buenos Aires apoyaron con tibieza las iniciativas de impresión de periódicos, aunque luego intentaron utilizarlos en varios casos. Las sociedades de ciudadanos que se constituían alrededor de estos periódicos eran, luego de un tiempo, generalmente vistas en forma crítica por los poderes virreinales.

Cuando Santiago de Liniers se convirtió en virrey tras liderar la reconquista de Buenos Aires también se apoyó en el único periódico existente en la ciudad, el Semanario de Agricultura de Vieytes. Mandaba cartas para desmentir que los heridos en la reconquista hayan sido mal atendidos en los hospitales, para elogiar a militares que participaron en la recuperación de la ciudad, o para legitimar la tarea de Vieytes. Cuando el 24 de septiembre de 1806 el periódico reinicia su publicación, después de la reconquista, abre con una nota impactante, una carta del nuevo Virrey: “El señor reconquistador de esta ciudad al editor”. Desde septiembre de 1806 el Semanario de Agricultura incorpora más contenido político y de actualidad informativa, y deja de estar solamente concentrado en temas

económicos y rurales. En esa carta al director, y luego de alertar sobre posibles peligros que tiene la prensa, el Virrey Liniers se refirió a la importancia de los periódicos: “en este momento los miro más necesarios que nunca, cuando acabada su reconquista, tememos con el más justo recelo de vernos de nuevo atacados, y necesitamos que los moradores de esta Ciudad, y sus dependencias se inflamen de un nuevo celo para rechazar los refuerzos de los enemigos empeñados en nuestra ruina, deponiendo cualquiera otra mira que se oponga a este dichoso y glorioso fin. Espero que volverá V.M. a emprender este último curso literario, por el cual procurará instruir al Público de mis ideas enteramente decididas a su gloria”.16

El investigador Sánchez Zinny escribió que “resulta evidentísimo que, a la sazón, la principal interesada en que hubiese periodismo, o algo afín, en Buenos Aires era la administración virreinal” con el “deseo de encuadrarlo y de darle una dirección determinada, de acuerdo con las políticas regalistas”.17 En el caso de la comunicación oral, los espacios de sociabilidad colonial también podían ser reprimidos. El Virrey Santiago de Liniers cerró el Café de Marco durante varios días y obligó a su dueño a salir de la ciudad. Cuando asumió Cisneros levantó la medida, pero no dejaba de mirar con recelo lo que allí ocurría, pues de hecho se estaba convirtiendo en uno de los centros de la conspiración.

Frente a este desborde discursivo, el último virrey intentó hacer su propio periódico para combatir esa conversación de trasfondo revolucionario. Fue tan patética esa soledad mediática del virrey que, en un caso único en la historia argentina, él mismo escribió su propio periódico, dos veces por semana, desde el 14 de octubre de 1809 hasta mediados de enero de 1810, completando un total de cincuenta números. Antes de Cisneros habían sido depuestos varios virreyes, por lo que ya era incierta la gobernabilidad virreinal. Cuando Cisneros llega de España en junio de 1809, nombrado virrey por la junta suprema de Sevilla en reemplazo de Liniers, necesita fortalecer su legitimidad y, entre otras cosas, creó un periódico oficial. El investigador Sánchez Zinny afirmó que Cisneros “tuvo palpable evidencia de la necesidad en que se hallaba de disponer de un medio impreso que le sirviera de respaldo”, dado que “un vértigo de noticias inquietantes, contradictorias y tercamente negativas y muy negativas, se enconaba con él y no le daba respiro. Nadie salía a polemizar en su favor y la falta de un periódico adicto le impedía aun desautorizar versiones o rumores de obvia falsedad, cuya puesta en evidencia razonablemente podría redundar en descrédito para quiénes los difundían y en la contraposición de algún crédito para las autoridades”.18

16 Cfr. Sánchez Zinny, 2008, p. 113.17 Cfr. Sánchez Zinny, 2008, p. 77.18 Cfr. Sánchez Zinny, 2008, p. 123.

Dice Belgrano sobre Cisneros en su autobiografía: “anheló este a que se publicase un periódico en Buenos Aires y era tanta su ansia que hasta quiso que se publicase el prospecto de un periódico que había salido a la luz en Sevilla, quitándole solo el nombre y poniéndole el de Buenos Aires”.19 Mitre escribió años después que fue “una conspiración sorda, llevada a cabo por el instrumento de la publicidad, que contribuyó a minar los cimientos del poder colonial”.

En Buenos Aires, los virreyes estuvieron tan confundidos que en algunos casos apoyaron periódicos que estaban impulsados por revolucionarios convencidos, como ocurrió en Buenos Aires con Vieytes, Belgrano o Castelli. De hecho, Belgrano en su autobiografía cuenta como le hace creer al virrey Cisneros que las numerosas reuniones que tenían en su casa eran para tratar temas del periódico, cuando en realidad estaban conspirando: “habíanle hecho estos entender a Cisneros que si teníamos alguna junta en mi casa sería para tratar de los asuntos concernientes al periódico”.20 Incluso el virrey Cisneros le concedió el manejo de la única imprenta porteña, unos meses antes de mayo de 1810, nada menos que a Agustín Donado, quien era un revolucionario convencido, lo que le permitió al grupo insurgente tener a disposición una máquina de comunicación clave y monopólica. Por ejemplo, entre otras cosas, a Donado le tocó imprimir las invitaciones al Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 donde competirían los revolucionarios con los que no querían el fin de la dominación española. En toda esa primera década del siglo se repitieron los avisos de los virreyes amenazando a los habitantes de la ciudad por la difusión de rumores, calumnias y panfletos. Pero esa ola de opinión revolucionaria se estaba haciendo imparable.

Proceso desencadenante

En la conversación pública de la época se fue construyendo una matriz de opinión incipiente: si España caía, el poder revertía en el pueblo de Buenos Aires. Cuando finalmente España cayó, se consideró casi natural la remoción del virrey. Se tardó nada más que siete días desde que llegó la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla. Era una interpretación falsa: España no había caído y, de hecho, nunca cayó. Sobrevivió en Cádiz y desde allí resucitó. Pero el marco de interpretación impuesto era que se reconocía el poder de la Junta Central de Sevilla y se había resuelto no reconocer la autoridad del Consejo de Regencia instalado en Cádiz y la isla de León. Ese era el grado de derrota del imperio español que, entre otros, Cornelio Saavedra, se había puesto como límite para actuar. Saavedra se

19 Cfr. Belgrano, p. 430.20 Cfr. Belgrano, p. 430.

habría comprometido el 1 de mayo que si llegaban las noticias de la caída de Sevilla ahí sí se plegaría al derrocamiento del virrey.21

Cisneros se preparaba para la llegada de esa noticia y crecían rumores anticipatorios. Cuando la fragata inglesa Mistletoe llegó a Montevideo el 13 de mayo, proveniente de Gibraltar, de donde había partido el 22 de marzo con mercadería consignada para comerciantes españoles, trajo ejemplares de la Gaceta de Londres del 16, 17 y 24 de febrero, donde estaban las noticias de la caída de Sevilla. Una embarcación pequeña las llevó velozmente a Buenos Aires donde se las entregaron en secreto al virrey.

Esta fue una característica del flujo de noticias en la América colonial. El ciclo de las noticias llegaba a borbotones después de grandes sequías informativas y, a veces, en una secuencia distinta a cómo fueron los sucesos. Dice el investigador colombiano Silva para Nueva Granada que “este asunto de la velocidad de las comunicaciones resultará fundamental cuando estalle la crisis política de 1808, sobre la cual los neogranadinos no leerán de manera continua, día a día, sino de manera discontinua y concentrada –a veces disparatada- , como efecto de avatares insalvables del viaje marino y de la escala en puertos intermedios. De tal suerte que en ocasiones se conoce una decisión, antes de que se conozcan las condiciones que la produjeron; o se discute sobre una medida adoptada en España, cuando la siguiente ya se encuentra en marcha; o se preparan elecciones para órganos recientemente creados, que la velocidad de los sucesos ya ha hecho desaparecer, etc. Todo lo cual, en tiempos de cambio acelerado de la política, le otorga a ésta mucha más incertidumbre de la que de por sí inevitablemente conlleva, y acrecienta el peso del rumor y de lo que se supone ha debido ocurrir con las viejas y nuevas actitudes y conductas políticas”.22 También ese ciclo aberrante se repite desde las ciudades centrales del territorio hacia las periferias de América.

El 18 de mayo el virrey decidió anunciar la dramática noticia oficialmente por medio de una proclama publicación especial “al son de pífanos y tambores” provocando que ”la gente en grandes grupos se agolpaba a escucharla o a leerla en los lugares públicos donde se fijaron los carteles”.23 Sería interesante conocer un poco más los argumentos de ese primer gabinete de crisis que se debe haber creado para resolver cómo manejaba el Virrey la disolución del poder que lo había nombrado. Algún indicio lo da el padre Fray Gregorio Torres, en una carta en la que escribió: “me aseguran que (Cisneros) no dio este paso de propio movimiento, sino estimulado de los comandantes”.24

21 Cfr. Elissalde, 2009, p. 144.22 Cfr. Silva, 1998, p. 104.23 Cfr. Elissalde, 2009, p. 15824 “Carta del Padre Fray Gregorio Torres, 24-28 de mayo de 1810”. Documentos para la historia del general Don Manuel Belgrano, Tomo V, p. 409.

Pero poco pudieron hacer las estrategias de comunicación gubernamental para detener esa ola de opinión autonomista imparable.

TERCERA PARTE. COMUNICACIÓN Y POSREVOLUCIÓN

Revolución de terciopelo y represión.

Si en 1800 la opinión pública parecía férreamente leal a la dominación española, en 1810 se pudo terminar una subordinación colonial de casi tres siglos casi como si fuera, para los estándares de la época, una revolución de terciopelo. En Buenos Aires no se articuló ninguna oposición de importancia frente a los revolucionarios, y apenas en Córdoba hubo cierta resistencia considerable, la que duró muy pocas semanas.

Entre las medidas represivas utilizadas hubo varias vinculadas con la comunicación pública. Se prohibió el uso de armas y se revisaba la correspondencia.25 El 22 de junio se expulsó en el día al virrey, a los oidores y a los fiscales de la Real Audiencia, embarcándolos hacia España ese mismo día. El 7 de agosto de 1810 se anunció la realización de un padrón de todos los habitantes, la imposibilidad de mudarse sin aviso, o de incorporar un nuevo inquilino, y para salir de la ciudad se necesitaba una licencia que daba el gobierno. El 13 de agosto se decidió cortar comunicaciones con Montevideo. En la madrugada del 16 de octubre, todos los regidores y alcaldes del Cabildo fueron detenidos en sus casas y sacados fuera de la ciudad. El 17 de octubre la junta nombró nuevos miembros en el Cabildo, y era la primera vez que fueron todos americanos. Los extranjeros eran especialmente vigilados. Al obispo se le pidió una nómina con todos los curas de la ciudad que tenían parroquias a cargo. También se presentaban a menudo listas de enemigos de la revolución, y a muchos se los desterraba.

Los rumores se consideraron también un arma de la batalla y por eso se penalizaron: “será castigado con igual rigor, cualquiera que vierta especies contrarias a la estrecha unión que debe reinar entre todos los habitantes de estas Provincias, o que concurra a la división entre españoles europeos y españoles americanos, tan contraria a la tranquilidad de los particulares, y bien general del Estado”, y encarga a “que los Alcaldes de barrio celen el puntual cumplimiento de las antedichas prevenciones”. También se promovía la delación para contener la comunicación oral opositora: “todo vecino podrá dirigirse por escrito o de palabra a cualesquiera de los vocales o a la junta

25 Cfr. Elissalde, 2009, p. 213.

misma y comunicar cuanto crea conducente a la seguridad pública, y felicidad del Estado”. 26

Era evidente que la conversación pública, y los medios de comunicación, eran un elemento central en la legitimación del nuevo poder, y así lo entendieron cuando diseñaron la represión. Por eso, comenzaron creando un periódico.

Continuación de la batalla mediática

Si los revolucionarios habían sido el eje principal de los periódicos de la etapa colonial, de la misma forma lo serían en la republicana. Casi una de las primeras medidas de la Primera Junta fue crear un periódico.

La Gaceta de Buenos Aires cumplía las funciones de buscar aliados, marcar el campo de amigos y enemigos, amenazar a los enemigos, prevenir a los potenciales enemigos, y lógicamente legitimar la revolución.

La estrategia era gobernar también a través de las noticias. Manuel Moreno escribió que su hermano le daba doscientos ejemplares al gobierno para que distribuyeran en las provincias, y en “los momentos que le dejaban las atenciones de su oficio, que en una revolución apenas podían ser los muy precisos para el descanso, los dedicaba en gran parte al recomendable ejercicio de ilustrar a sus conciudadanos”. Y dice Manuel Moreno sobre los objetivos del periódico: “Excitar el ánimo del pueblo a examinar sus intereses y derechos; establecer los principios sólidos de su felicidad; y combatir los agentes de la tiranía: tales eran los objetos que el doctor Moreno se propuso en la edición de este papel único y original en las prensas de la América española. En él se hablaba la lengua de los políticos de Europa y se preparaba al futuro congreso la resolución de las cuestiones importantes que deben ocuparlo”. 27

Mariano Moreno temía que la confusión se difundiera entre los ciudadanos si el nuevo gobierno no tenía buenos medios de comunicación: “La destreza con que un mal contento disfrazase las providencias más juiciosas, las equivocaciones que siembra muchas veces el error, y de que se aprovecha siempre la malicia, el poco conocimiento de las tareas que se consagran a la pública felicidad, han sido en todos los tiempos el instrumento que limando sordamente los estrechos vínculos que ligan el pueblo con sus representantes, produce al fin una disolución, que envuelve toda la comunidad en males irreparables”. Moreno dijo que creó la Gaceta de Buenos Ayres con los siguientes objetivos: “Una exacta noticia de los 26 “Bando de la Junta. 26 de mayo de 1810”. Documentos para la historia del General Don Manuel Belgrano. Tomo V, p. 27327 Manuel Moreno, p. 1252

procedimientos de la Junta, una continuada comunicación pública de las medidas que acuerde para consolidar la grande obra que se ha principiado, una sincera y franca manifestación de los estorbos que se oponen al fin de su instalación y de los medios que adopta para allanarlos, son un deber en el gobierno provisorio que ejerce, y un principio para que el pueblo no resfríe en su confianza, o deba culparse a sí mismo si no auxilia con su energía y avisos a quienes nada pretenden, sino sostener con dignidad los derechos del Rey y de la Patria, que se le han confiado. El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir los delitos”.28

Para aumentar la influencia de la gaceta oficial, la Primera Junta pidió al obispo de Buenos Aires que ordene a los párrocos la lectura en las iglesias después de la misa, sobre todo para combatir a algunos sacerdotes españoles que hacían propaganda contra la revolución.

La batalla mediática incluyó la invención de una tradición. Se trataba de construir los mitos fundacionales al servicio de la revolución. Los triunfos de la revolución eran festejados con repique general de campanas e iluminación del Cabildo, y esto hacía participar a los vecinos de Buenos Aires de la tradición revolucionaria. Esto pasó por ejemplo cuando hubo salvas de artillería y repique de campanas en Buenos Aires a las 6 de la mañana del 14 de agosto para comunicar que el ejército auxiliador había entrado en Córdoba sin resistencia. O también el 24 de noviembre a la hora de la siesta cuando llegó a Buenos Aires la noticia del triunfo de Suipacha: repique de campanas en todas las iglesias y música militar en todos los cuarteles. La fiesta siguió dos noches con iluminación de la galería del Cabildo y orquesta. La comunicación pública de las instituciones centrales estaba ahora al servicio de la legitimación revolucionaria.

28 Las cursivas son nuestras. En el documento secreto de la época, denominado Plan Revolucionario de Operaciones, y atribuido a Mariano Moreno, hay una mención al rol de las gacetas: “Artículo 1°- En cuanto a la conducta gubernativa más conveniente a las opiniones públicas, y conducente a las operaciones de la dignidad de este Gobierno, debe ser las que instruyen las siguientes reflexiones:(….) 10ª Asimismo la doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles públicos muy halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte posible, todos aquellos pasos adversos y desastrados, porque aun cuando alguna parte los sepa y comprenda, a lo menos la mayor no los conozca y los ignore, pintando siempre éstos con aquel colorido y disimulo más aparente; y para coadyuvar a este fin debe disponerse que la semana que haya de darse al público alguna noticia adversa, además de las circunstancias dichas, ordenar que el número de Gacetas que hayan de imprimirse, sea muy escaso, de lo que resulta que siendo su número muy corto, podrán extenderse menos, tanto en lo interior de nuestras provincias, como fuera de ellas, no debiéndose dar cuidado alguno al Gobierno que nuestros enemigos repitan y contradigan en sus periódicos lo contrario, cuando ya tenemos prevenido un juicio con apariencias más favorables; además, cuando también la situación topográfica de nuestro continente nos asegura que la introducción de papeles perjudiciales debe ser muy difícil, en atención a que por todos caminos, con las disposiciones del Gobierno debe privarse su introducción”.

Batalla contra los españoles y los contrarrevolucionarios locales

En el Río de la Plata esta primera guerra mediática fue breve. El poder virreinal no tuvo ni tiempo ni eficacia para articular una defensa. Sí lo pudo hacer el poder español en Santiago de Chile, México o Caracas y, sobre todo, en Lima, donde los virreyes tuvieron más tiempo, entre otras cosas, para construir una estructura de medios para defenderse. Después del triunfo de la revolución, la guerra mediática desde Buenos Aires fue contra los poderes contrarrevolucionarios en las provincias, en Montevideo y en Lima. Además de la distribución por todo el ex virreinato de la Gaceta de Buenos Ayres, la producción de impresos creció y se integró al arsenal habitual de las expediciones militares. Manuel Belgrano fue hacia el norte con una imprenta, y San Martín cruzó Los Andes con otra. Incluso los revolucionarios argentinos financiaban periódicos clandestinos en Lima para hacerle difícil la vida a los españoles en el centro de su dominación colonial.29 Así como los medios sirvieron antes para deslegitimar el poder virreinal, ahora servían para legitimar el poder revolucionario. Pero nadie dudaba entonces de la importancia de esos papeles públicos.

Desde Montevideo, todavía bajo el poder español, el virrey Francisco Javier de Elío pidió a la Infanta Carlota Joaquina el apoyo para defenderse de los revolucionarios porteños. Le solicitó una imprenta, que ella le envió, para que se pudiesen defender, según su secretario, de los “dicterios”, “calumnias” e “invectivas” dirigidos “al gobierno y habitantes de Montevideo”. En sus memorias, el secretario de la Infanta, José Presas, explicó que ”fue necesario hacer frente a este género de guerra tan terrible algunas veces como la que puede hacerse con las armas “, y aseguró que la imprenta enviada ”proporcionó a Montevideo el medio de eludir los ataques continuos con que pretendían los de Buenos Aires hacer vacilar y extinguir, con sus papeles incendiarios, la fidelidad con que se mantenían constantes por la metrópoli los habitantes de la Banda Oriental del Río de la Plata. El gobierno de Montevideo estableció inmediatamente la publicación de una gaceta…”.30 Con esa imprenta, que se llamó portuguesa o carlotina, se editó desde octubre de 1810 la Gaceta de Montevideo, la que fue virulenta contra Buenos Aires. “Al fin podremos decir a los Pueblos y al mundo entero la verdad de los hechos, y desmentir las calumnias y falsedades, forzadas en la infame política de la Junta, y estampadas en todas las gacetas de Buenos Ayres”.31 La Gaceta de Montevideo se publicó hasta un día después del dominio español en esa ciudad, el 24 de junio de 1814.

29 Cfr. Chassin, 1998.30 Cfr. Presas, p. 60.31 Cfr. Sánchez Zinny, 2008, p. 129.

Tras la entrada en Montevideo de las tropas porteñas, surgieron nuevos periódicos para legitimar a los nuevos dueños de la ciudad. Ya formaba parte del sentido común de la época que no había dominación sin periódicos.

La primera guerra civil mediática

La fractura de la Primera Junta llevó a la fractura de la comunicación oficial. Hacia fines de 1811 la Gaceta de Buenos Ayres ya tenía dos editores enfrentados, uno para cada una de sus dos ediciones semanales. Estos eran Vicente Pasos Silva y Bernardo de Monteagudo. Esa es posiblemente la primera guerra civil mediática argentina.

Según la investigadora Noemí Goldman, Pasos Silva tenía una posición más informativa con respecto al uso del periódico, mientras que Monteagudo era más militante: “mientras en Pasos ese lenguaje se vincula con los verbos que indican información, en Monteagudo se vinculan con los verbos que señalan la acción”.32 Y agrega Goldman después: “mientras en Monteagudo surge una voluntad política para orientar en la acción revolucionaria, en Pasos se observa una distancia crítica frente a los objetivos de los cuáles habla y quiere convencer a su interlocutor, propia del periodista que desea formar la opinión pública”.33 El 25 de marzo de 1812, el gobierno resolvió “evitar el extravío de la opinión pública”. Despedidos ambos, Monteagudo comenzó esa misma semana a editar un nuevo periódico, Mártir o Libre, y Pazos Silva inició El Censor. Monteagudo luego sería el editor en Chile de El Censor de la Revolución, que fue el órgano del ejército libertador.

Esa fractura de la comunicación oficial también se expresó por otros medios. Cornelio Saavedra fue también víctima de las campañas de rumores, que ya habían sido desde la etapa colonial una de las armas mediáticas principales. El explicó en sus memorias cómo utilizó esta forma de comunicación oral para oponerse al levantamiento que preparaba Martín de Alzaga para el primer día del 1809: ”nosotros con publicidad y sin embozo, propalamos oponernos a su ejecución”.34

Pero luego de la revolución sus enemigos políticos utilizaron esa arma contra él. Ignacio Núñez narra en sus memorias que: ”se anunció de palabra en el pueblo que iba a formarse una sociedad patriótica….la noticia del establecimiento de la sociedad circuló sencillamente y con tanta rapidez, que cuando llegó a oídos del presidente Saavedra se sabía en todos los barrios”.35 Esos sectores críticos de Saavedra se 32 Cfr. Goldman, 1987, p. 127. 33 Cfr. Goldman, 1987, p. 129.34 Cfr. Saavedra, p. 15. La cursiva es nuestra.35 Cfr. Núñez, p. 248. La cursiva es nuestra.

autoconvocaban al Café de Marco, que era uno de los ejes centrales de la sociabilidad política porteña desde los últimos años de la etapa colonial. En 1811 Saavedra intentó reprimir inútilmente esa circulación incontrolada de opiniones negativas. Según Núñez, que estaba entre sus críticos, Saavedra “ejercía una policía propiamente inquisitorial, purgando los malos humores que se habían derramado entre los cuerpos de línea, prohibiendo las reuniones y conversaciones de las gentes sospechosas, y mandando expresamente que no se permitieran las vivas o las exclamaciones patrióticas que acostumbraba lanzar el entusiasmo nacional”.36 Núñez agregó: “Los publicistas de la conspiración, con el Dean Funes a la cabeza, declamaban atrozmente contra las miras subversivas de los innovadores, no solamente en la Gaceta sino en sus cartas a los pueblos, y en los anónimos de que inundaron el ejército del Perú, para disponer la opinión en favor de las medidas que combinaban para deshacerse del representante doctor Castelli, como se habían deshecho del representante Belgrano por una acusación”.37 Saavedra se consideró víctima de esta campaña que servía “para rebajar del concepto público en aquellos a quienes asistan sus tiros”, en este caso Saavedra, Gregorio Funes y Felipe Molina. Los acusaban de estar en comunicación con la Infanta Carlota y los llamaban carlotistas. Vieytes, Castelli, Belgrano y Nicolás Rodríguez Peña eran según Saavedra los calumniadores.38 “(…) mis enemigos no cesaban de trabajar y buscar medio para perderme. La detracción, la impostura y la calumnia se jugaron con destreza para desconceptuarme en público (…). Los papeles públicos de que era autor del doctor Monteagudo no había suceso, ni accidente alguno desgraciado, en que no me lo atribuyese (…). La tacha de carlotista se hizo propagar hasta lo infinito”.39 Y demostrando que ya entonces los periódicos hacían campañas y estas eran influyentes, agregó al pasar: “empeñado el editor de la Gaceta del año 1811 en persuadir mi carlotismo…”.40

Cierre

El comienzo de la vida republicana incorporó el pluralismo mediático en la vida pública. Las sucesivas dictaduras suspenderían este pluralismo por algún tiempo pero sería solamente transitorio. Por eso, cada vez más los sectores políticos y sociales que querrán influir en el espacio público deberán necesariamente encarnarse en medios de comunicación que expresen sus puntos de vista.

Sin embargo, todavía no había una audiencia que pudiera incentivar el crecimiento de medios de comunicación. Los medios crecían desde 36 Cfr. Núñez, p. 281.37 Cfr. Núñez, p. 281.38 Cfr. Saavedra, p. 1058.39 Cfr. Saavedra, p. 1054.40 Cfr. Cornelio Saavedra, p. 1111.

la oferta y a pesar de la poca demanda. Como dice Desramé, para el caso chileno pero es aplicable también al argentino, en las inmediatas décadas posteriores a las revoluciones “el rápido desarrollo de la prensa periódica no tenía correspondencia con la demanda real. El apoyo gubernamental, consistente en una suscripción sistemática cuyo número variaba, era lo que permitía mantener a flote a los periódicos de escasa tirada....”.41

CUARTA PARTE. LAS LECCIONES DE LA GUERRA MEDIÁTICA

Partiendo de esta primera guerra mediática argentina, se pueden describir algunas características comunes que nos pueden ayudar a definirlas mejor:

1. Las guerras mediáticas suelen coincidir con el enfrentamiento de cosmovisiones políticas antagónicas. O bien existe previamente el enfrentamiento ideológico o para poder iniciarla se necesita radicalizar el enfrentamiento ideológico.

2. Las guerras mediáticas subordinan los conflictos secundarios a un conflicto principal, por lo tanto son técnicas eficaces de acumulación política, especialmente en periodos de crisis. Manuel Castells dice, basado en Anthony Giddens y Alan Touraine, que “las sociedades no son comunidades que comparten valores e intereses” sino que son “estructuras sociales contradictorias surgidas de conflictos y negociaciones” que nunca acaban.42 Las guerras mediáticas sirven entonces para subordinar toda esa infinidad de conflictos sociales bajo un conflicto principal.

3. Frente a la crisis de una cosmovisión tradicional, se produce una disponibilidad creciente de las audiencias para aceptar nuevas ideas. Y es en esos momentos donde los medios de comunicación aumentan su influencia para fijar nuevos marcos de interpretación. Ya en la etapa de las independencias de los actuales países latinoamericanos los revolucionarios hablaban de la necesidad de los periódicos para “fijar” la opinión. Caía una cosmovisión política y debía instalarse otra. Es en esos momentos, al terminar una época y comenzar otra, cuando los medios son especialmente influyentes pues hay amplios sectores sociales en busca de una cosmovisión nueva, que le vuelva a ofrecer significado político a su participación en la comunidad. Por eso, esos cambios de época son momentos de creación de medios.

4. En las batallas mediáticas, la comunicación escrita cristaliza los argumentos y la comunicación oral multiplica su difusión y los adapta al receptor. La comunicación escrita es el bombardeo, que prepara el

41 Cfr. Desrame, 1998, p. 279.42 Cfr. Castells, 2009, p. 38.

terreno para que luego vayan los oradores, que es la infantería, que convence y toma las mentes. Todas las revoluciones son y han sido finalmente multimedia. Así fue la revolución francesa, la estadounidense y la rusa; y así también ocurrió en la Revolución de Mayo.43 La complementación entre comunicación escrita y oral es una de las claves para que nuevos marcos de interpretación se instalen en la sociedad. La comunicación escrita son piedras en una carretilla para que los oradores las tomen y se las arrojen a los que estén disponibles para ser convencidos.

5. En la batalla mediática el rol de los medios es marcar la línea que divide amigos de enemigos, amenazar a los enemigos, amenazar a los amigos por una eventual traición, buscar aliados y, lógicamente, fundamentar la propia cosmovisión. Eso hizo la Gaceta de Buenos Ayres en su primera etapa, y luego sería el estándar para los medios de facción. Los medios definen su noticiabilidad por el antagonismo recíproco. Están integrados, o empotrados (embedded), en bloques políticos o grupos de interés.

6. Las ideas viven en la medida en que pueden encarnarse en algún sector del sistema de medios de comunicación. La desesperación de los últimos meses del virrey Cisneros era que nadie lo defendía en el espacio público. El proceso de lobbying político implica la defensa pública de marcos de interpretación favorables y eso solo se puede hacer si se logra que esas ideas se encarnen en los medios.

7. En las guerras mediáticas no alcanza con los nuevos medios, pero sin ellos difícilmente se gana. Los cambios de cosmovisión se han producido como una ola de consenso que involucraba a tipos de medios tradicionales. En 1810 el dominio revolucionario sobre los nuevos medios de la época -los periódicos- era total, pero los revolucionarios también dominaban la comunicación oral en todos los lugares donde se producía la sociabilidad tradicional.

9. Las guerras mediáticas son un fenomenal intento de manipulación de la opinión pública. Estos enfrentamientos mediáticos son guerras de propaganda en las cuáles solo importa la verosimilitud y bastante poco la veracidad. Más que de construcción de noticias, son una era de construcción de mitos. En general, este proceso de manipulación suele ser bastante popular entre grandes sectores de la población, de todos los niveles de cultura. Los medios más sesgados suelen tener éxito.

10. La guerra mediática es un reconocimiento de que el poder finalmente está en la mente de las personas. Como escribió el investigador Manuel Castells, “la forma esencial de poder está en la capacidad para modelar la mente”.44 Las guerras mediáticas son

43 Cfr. Popkim, 1995.44 Cfr. Castells, 2009, p. 24.

batallas por imponer marcos de interpretación, por convencer a las personas para que vean el mundo de determinada manera. Gana la guerra mediática aquel cuya visión de las cosas es adoptada por las personas.

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